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CAPIFULO UL COMPARECENCIA DE LA UTOPIA Vw ‘ ° Sr se admite que, aproximadamente, el Renacimiento se inicia en 1451 concluye_en 1605, en su lapso quedan comprendidos, porJo que a Espafia se e refiere, desde el nacimiento de Isabel la Catélica hasta la apa- rici6n del Quijote. Simultdneamente con Espafia, la restante humani- dad occidental penetra a ese ciclo de apogeo, regido al parecer por influencias sobrehistéricas. No es un simple despertar; el Renacimiento es una resurrec- cién. La gente se familiariza con lo extraordinario, hace de lo inédito lo habitual y se lanza hacia lo in- crefble, impulsada por un destino apremiante. Apura la realidad hasta excesos de idealismo y hace del idea- lismo una realidad. Para la eclosién del Renacimiento resultaban ya insuficientes los limites geogr4ficos de su lugar de origen, cuando la dddiva de Colén le deparé un cam- po virgen donde ejercitar su impetu vital. A rafz del é descubrimiento y la conquista, América fue utilizada ; a_manera de laboratorio social para ensayos de la mds Variada indole, por el empezaba a Ilamarse el a7 48 SIGLOS XVIII Y XIX Viejo Mundo. Entre dichos experimentos conviene destacar uno, que mira a nuestro objeto. Yomds Mcro, el canciller inglés que enfrentado a su soberano Ilegé al cadalso en defensa de la invio- labilidad de su cercado interior, publicé en 1516 la primera edicién de un libro intitulado Nueva fnsula de Utopia. Tratabase de un viaje imaginario del por- tugués Rafael Hitlodeo, supuesto acompafiante de Américo Vespucio en los tres ultimos de sus cuatro viajes. “Mas no regresé con él en el postrero, sino que solicité y obtuvo de Américo, casi por la fuerza, ser uno de los veinticuatro que se quedaron en una ciu- dadela situada en los confines alcanzados en dicho viaje.” + De alli partis con varios de sus’ compafieros hacia una aventura en tierras desconocidas, tan igno- tas geograficamente entonces como ahora puesto que no existian, y de las cuales da cuenta y razén. Asi arribé a un lugar Namado-Utopos, donde permanecid cinco afios y de cuyos habitantes refiere las costum- bres y Ja organizacién en sus diversos aspectos. Por su relato en buena parte extravagante y sin crédito, hoy lo Iamarfamos mitémano, si no fuera porque su crea- dor Tomas Moro lo doté de un trasfondo intenciona- do, que desperté entre los contempordneos viva atrac- cién y que ha Ilegado hasta nosotros como objeto de investigacién y curiosidad. Con ese libro ingresé al idioma universal el nuevo vocablo de utopia, que en nuestro tiempo significa plan halagiiefio aunque irrea- 1 Las citas directas de Moro estan tomadas de la Utopia, tra- duccién de Agustin Millares Carlo, publicada en Utopias del Re- nacimiento, estudio preliminar de Eugenio tmaz; México, 1960; p. 45. VASCO DE QUIROGA 49 lizable, y que en la invencién de su.autor quiso decir etimoldégicamente “el lugar de ninguna parte”, asi u como Hitlodeo denota por sus raices griegas_“hom- bre de lengua facil y di ada” y es un “rio sin! 1 Hamado Anydro, todo lo cual confirma que: ta finalidad sus fantasfas. La obra se inicia en forma de didlogo entre Moro y el narrador, en presencia de Egidio, un amigo de entrambos que los habia puesto en contacto. Pronto el didlogo se convierte en mondlogo, donde Moro es- cucha y graba en su memoria el relato, para después publicarlo previo testimonio de fidelidad de la ver- sién por parte de Egidio. En esta actitud de espectador que asume Moro se halla, acaso, una de las claves de Ja trama. El juriscon- sulto prestigiado, futuro canciller de Inglaterra, no se hace solidario de las atrevidas opiniones, menos ain de los dislates de su supuesto interlocutor. Sélo una vez lo objeta, después le ofrece guardar silencio y al final de la obra, ya para darla a las prensas, hace la siguiente salvedad, segun sus palabras: “asaltaronme no pocas reflexiones acerca de lo absurdo que me habfan parecido muchas costumbres y leyes de aquel pueblo... Entre tanto, debo confesar que asf como no me es posible asentir a todo lo dicho por un hom- bre ilustrado..., tampeco negaré la existencia en la Re- publica Utépica de muchas cosas que mas deseo que espero ver implantadas en nuestras ciudades”.? Pero con todo ello Moro ha conseguido su objeto de agitar Ja conciencia de su tiempo, presentdéndole a 2 Utopia; p. 138. 50 SIGROS XVIII Y XIX contrapunto el patrén ingenuo del pais utdpico y la degradacién social a que habia llegado la comunidad ‘ europea, lo cual no sdélo concordaba con la tendencia “_revisionista del Renacimiento, sino que coincidta con ella en cuanto consideraba que el modelo habria de buscarse en un pasado que mejorara el presente. Surgié asf la creencia en el retorno idealizado a una Edad de Oro, situada-wagamente en el paraiso perdido de origen biblico. En ella no debia de exis- tir la propiedad privada, ni la desigualdad de clases, ni la sujecién del débil por el poderoso. Las ideas de Platén y de Luciano, que con otras se habfan colado en la vuelta renacentista a los clasicos del helenismo y de la Jatinidad, concurrian a robustecer el espejismo de un pretérito dorado, que se ofrecfa como.un oasis regresivo. Lo anterior correspondia por aquella época al or- den utépico. Mas hay algo, perteneciente también al conjunto renacentista, que escapa a toda clasificacién _del_ser humano en el _atributo supremo de su dignidad camo persona. Cada hombre, por la sola y suficiente razén de ser hombre, se iguala a todos los demds en el respeto debido a las caracteristicas humanas esenciales. Esta tendencia re- cibiéd desde entonces el nombre de humanismo, voca- blo fértil en acepciones y desviaciones, que guarda en su sentido etimoldégico de partidarismo en favor de lo humano el significado primordial que le concedié el Renacimiento. Por lo que tiene de definicién y de rescate del ser hhumano, de la persona mas bien que del individuo, el humanismo se invocé en su época contra la escla- VASCO DE QUIBROGA 51 s6 durante siglos por variadas y contradicto- itudes y en nuestros dias, como trigica expe- riencia de dos guerras ecuménicas, la comunidad in- ternacional ha afirmado su fe en los derechos funda- mentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, esforzandose en colocarlos mas alla de la voluntad a menudo arbitraria de los estados, todo lo cual es humanismo. A va Luz del humanismo renacentista, vamos a exa- minar ahora ciertos matices de comunismo que suelen atribuirse a la Utopia de Tomas Moro. No podemos eludirlo, si queremos entender mds adelante la orga- nizacién de que doté Quiroga a sus pueblos-hospitales, donde se supone que bajo la influencia de Moro Hegé a filtrarse un tanto aquel sistema. Podriamos localizar en la Utopia buen nimero de textos que a primera vista justifican las tendencias comunistas que se atribuyen a su autor. Pero baste- nos para nuestro objeto la mencién de algunos de los lugares donde obviamente el interlocutor de Moro expone la abolicién de la propiedad privada por pro- pia convicci6n y como principio fundamental en la organizacién del pais utépico. Hay en la exposicién de Hitlodeo otras interesantes tesis, sorprendente- mente modernas, que servirian para completar la pre- sentacién de su ideario; pero ceden en importancia ante el tema de la supresién de Ja propiedad privada, que si Ilamé la atencién en su tiempo, aviva en el nuestro discusiones y parcialidad. 52 SIGLOS XVIII Y XIX En el libro primero de Utopia, donde Hitlodeo expone sus opiniones acerca de la isla utépica cuya or- ganizacién y costumbres describird en el libro segun- do, aparecen los siguientes juicios personales del na- rrador, tocantes a la desaparicién de la propiedad pri- vada, seleccionados entre otros varios: “Si les hablase de aquellas cosas inventadas por Pla- tén en su Republica, o de las que hacen los utépicos en la suya, aunque fuesen, como en realidad son, mejores, podrian, no obstante, parecerles extrafias por existir aqui la propiedad privada, al paso que alli todo es comin. “Por otra parte, amigo Moro (pues voy a decirte con sinceridad lo que pienso), estimo que donde quiera que exista la propiedad privada y se mida todo por el dinero, sera diffcil lograr que el Estado obre justa y acertada- mente, a no ser que pienses que es obrar con justicia el permitir que lo mejor vaya a parar a manos de los peo- res, y que se vive felizmente alli donde todo se halla repartido entre unos pocos que, mientras los demds pe- recen de miseria, disfrutan de la mayor prosperidad. “Por eso estoy absolutamente persuadido de que, si no se suprime la propiedad, no es posible distribuir las cosas con un criterio equitativo y justo, ni proceder acer- tadamente en las cosas humanas.” Sin duda son suficientemente claras las ideas ad- versas a la propiedad privada que sustenta Hitlodeo; pero ellas son exclusivas del propio expositor, ya que a_continuacién del ultimo pdrrafo transcrito expone ‘Tomas Moro las suyas, opuestas del todo a las de su interlocutor: “Opino, por el contrario, repuse, que no se puede vi vir a gusto donde todo es comun. Pues cémo se alcan- % Utopia; pp. 70, 71 y 72. VASCO DE QUIROGA 53 varia la prosperidad si todos se sustrajesen al trabajo? No urgiéndole a nadie el deseo de ganancia, la confianza en el esfuerzo ajeno los haria_perezosos, y al sentirse acuciados por Ia pobreza y sin ningtin medio legal para proteger como suyo lo adquirido, zno se seguirfa un in- evitable vivir en perpetua miatanza y sedicién?” + Esa discrepancia o antagonismo ideolégico en el punto controvertido puede Mevar a la conclusién de que en la Utopia su autor se erige en defensor de la propiedad privada, y si pone en boca de su imaginario opositor la tesis contraria, es con el solo objeto de impugnarla en sus fundamentos. Esta tdctica de po- lémica se ha conocido en todos Jos tiempos y como ejemplo de ella bastenos citar la Summa de Santo Tomas de Aquino, la obra ortodoxa por excelencia. Mas todavia: podria afiadirse que la cuestién de la pro- piedad privada planteada por Hitlodeo, es de aquellas cosas que Moro al final de su obra, hablando por su cuenta segtin lo hemos dicho, mds desea que espera ver implantadas en nuestras ciudades, lo cual consti- tuye la definicién de la utopia. Como complemento de lo hasta aqui expuesto, con- viene separar finalmente la doctrina socioecondémica, que sobre Ia base de la socializacién de la propiedad atribufa Hitlodeo a los utdpicos, de cualquier influjo de la misma en la sentencia de muerte que se ejecuté en la persona de Tomds Moro. Entre una y otra no existié relacién alguna, como no Ia hay entre la reli- giosidad personal de Moro y la ‘tesis socialista de Hi- tlodeo, aun suponiendo a éste mero prestanombre del otro. 54 SIGLOS XVIII ¥ XIX Asi lo revelan los antecedentes de la condena ful- minada en contra de quien habfa sido el primer fun- cionario del reino. La nulificacién del matrimonio de Enrique VIII con Catalina de Aragén, no concedida al marido por el Papa, fue lo que indujo al rey a des- conocer la autoridad del pontifice. El clero de Ingla- terra secundé a su soberano, no asi el laico Sir Tomas Moro, lord canciller, quien dimitié su cargo. Entre dos lealtades, que acontecimientos posteriores hicieron. incompatibles, Moro se quedé con la que en su con- cepto debfa al Papa, por motivos de conviccién reli- giosa. El rey lo envié al patibulo. La fidelidad a Roma en grado heroico fue el titulo por el cual lo beatificé Leén XII en 1886 y lo canonizé6 Pio XI en 1935, a peticién del episcopado catdlico de Inglaterra. En cam- bio, consideréndolo remoto precursor del comunismo en la Europa Occidental, su nombre fue incluido por los soviéticos en el calendario civico del Ejército Rojo. El extrafio fenédmeno que en nuestra época desgarra su imagen en dos mitades al parecer inconciliables, halla su explicacién en el hecho de que cada una de Jas dos apreciaciones se produce en campos que en si mismos no son necesariamente excluyentes, el uno econémico, religioso el otro, lo que permite recupe- rar dialécticamente la unidad del controvertido per- sonaje.* * No popemos evadirnos de dedicar somera referencia a un aspecto de la Utopia, que por ser antitético de © La antinomia que a primera vista aparece en Ia solicitacién de la figura de Moro por dos tendencias opuestas, como son el VASCO DE QUIROGA 55 la posicién asumida por Vasco de Quiroga, nos ayu- dard mds adelante a deslindar esta ultima. El estatismo, Nevado a excesos de rigor y violen- cia, preside la comunidad utépica, asi en lo interno como en sus relaciones con los pueblos vecinos. catolicismo y el marxismo, ha trascendido entre nosotros al campo de la investigacién histérica. Nos referimos a un brote de polé; mica, que surgié cuando jo Zavala _publicé en 1937 un_est dio, al que a menudo nos hemo: teferir, acerca de “La Utopia de Tomés Moro_en. Nueva Espaéia", con prélogo de Genaro Es- trada. Los investigadores Justino Fernandez y Edmundo O'Gorman objetaron, en sendos estudios, Ja tesis que consideraron del pro- loguista y el autor, relativa.a Moro como. precursor del_marxismo. (Publicados en un folleto de 87 paginas, edicién “Alc xico, 1987; el primero con el titulo de Semblanza de Don Vasco de Quiroga y el segundo con el de Santo Tomds More y “La Uto- pla de Tomdés Moro en le Nueva Espafia".) En posterior disquisicién sobre el mismo tema, publicada en 1941 bajo el rubro de Ideario de Vasco de Quiroga, Zavala aludié someramente a la objecién. Aunque aquel asomo de controversia pertenece al pasado, las ideas entonces vertidas por los autorizados historiégrafos nos per- miten ahora corroborar nuestro criterio, que ajeno a todo prejuicio se inspira en esa extrafia coincidencia de Roma y de Mosci al glorificar casi simulténeamente al canciller de Inglaterra. Pensamos nosotros que a pesar de Ja precursoria comunista que se atribuye a Moro, Roma Jo canonizé por su lealtad al Papa en materia eclesifstica. Y a pesar de su religiosidad que lo condujo al martirio, Mosci lo ha exaltado por cuanto propugné la abo- licién de la propiedad privada, adelanténdose en este punto al programa del partido comunista. Por titulos diferentes se le ha hecho caber en dos tesis que actualmente aparecen contrarias; de alli que cada una de ellas reclame para si la parcela ideolégica que considera le pertencce en la presencia humanista del autor de Utopia, respetando implicitamente aquelia otra con la que no va de acuerdo, todo Io cual también es humanismo. Algo de esto hha ocurrido entre nosotros con Vasco de Quiroga, segin lo vere- mos ilegada la ocasién. Fig Papers, Se: cre 56 SIGLOS XVITI Y XIX La conquista por medio de la fuerza, aduciendo el solo titulo de que con ella el jefe Utopo (que dio su nombre a la tierra conquistada) “logré elevar a una multitud ignorante y agreste a un grado tal de civilizacién y cultura que sobrepasa actualmente a la de casi todos los mortales”, fue el origen del pais que Hitlodeo pone de parangén. La conquista de las tie- tras del .continente, sobrantes y sin cultivar, estaba autorizada en la isla de Utopia. “A los que se niegan a vivir con arreglo a las leyes utépicas, les expulsan de sus territorios y se los apropian. Si se resisten, les declaran la guerra”. Como se ve, el imperialismo de todos los tiempos presidié también el nacimiento y la expansidén de Ia ficcién utdépica. Tocante al gobierno interior, aunque la autoridad era de origen democratico, pues Ia eleccién de los go- bernantes se hacia por grupos de familias, sin embar- go era tipica y rigidamente estatal la organizacién 2 que estaban sometidos los habitantes. ““Considérase de- lito capital el deliberar, fuera del Senado o de los co- micios ptiblicos, sobre asuntos de interés comun”, prescribfa una disposicién de claro aboiengo totalita- rio, Aun para dedicarse al estudio, se requeria per- miso de la autoridad. Las penas eran extremadamente severas. En virtud de que se necesitaba licencia a fin de salir de la ciu- dad, el que lo hiciere “sin el permiso del Jefe, es tra- tado afrentosamente, reconducido como fugitivo, cas- tigado con dureza y reducido a esclavitud en caso de reincidencia”. “Casi todos los crimenes gravés se pe- nan con la esclavitud, castigo que consideran mas te- rrible para el delincuente y ventajoso para el Estado VASCO DE QUIROGA 57 que el apresurarse a dar muerte al reo, privandose de los beneficios de su trabajo... Mas a los condenados que se muestran rebeldes o recalcitrantes los matan como a bestias indémitas e incapaces de ser cohibidas por carceles ni cadenas.” El narrador se esmera en elogiar a los utépicos, “perfectamente organizados desde todos los puntos de vista y con un Estado reglamentado”, por lo que re- mata su descripcién diciendo: ‘‘Os he descrito con la mayor veracidad posible el modo de ser un Estado al que considero no sélo et mejor, sino el tnico digno, a justo titulo, de tal nombre.” ® CrEEMOS PERCIBIR en la Utopia una posicién irdénica. Tomas Moro no tomaba en serio su invencién, sino |, que se valia de ella para hacer la critica de_los_vicios ! sociales a los que se enfrentaba_¢l Renacimiento.. No ' invitaba a nadie para ir a conocer la insula que Hi- tlodeo decia haber descubierto. Ni siquiera trataba de persuadir a ningun Quiroga de la posibilidad y conveniencia de llevar a la prdctica lo que el narrador proclamaba inmejorable. Nos queda la impresién de que Moro se burlaba de Hitlodeo al escuchar sus des- varios, sobre todo cuando Hegaban a extremnos que el propio Moro calificaba de absurdos. Esta actitud del autor ante su creacién, est4 lejos de ser exclusiva de Moro. E] Renacimiento la reitera en otra de sus magnas obras. La primera y ya mencio- nada edicién de Utopia es de 1516; plagada de erro- ® Utopia; pp. 75, 76, 80, 84, 85, 86, 91, 109, 112 y 135. fas el Quiiate: de fa edad dovert 58 SIGLOS XVIII ¥Y XIX res tipogrdficos, Moro encomendé a su amigo Erasmo la vigilancia de una segunda, la de Paris del ajio si- guiente, poco afortunada también, y le confié por ul- timo la tercera, de Basilea de 1518, que se considera Ja satisfactoria y que sirvié para las sucesivas. La obra \alcanzaba ya éxito notable cuando en 1605 aparecid la \ primera edicién del Quijote, donde su autor, con pa- trecida intencién irénica a la de Moro, iba a poner en sboca de su personaje el encomio de la edad dorada, ‘ano de los elementos alimentadores del utopismo. Cuando con motivo de la disquisicién acerca de la Edad de Oro que Don Quijote desarrollé ante los ca- breros, Cervantes le hace decir el famoso elogio de ~ “la dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados”, por la princi- , pal razén de que entonces se ignoraban “‘estas dos _pa- Jabras de zuyo y m mio”, el autor hace mofa del utopis- mo, a semejanza de cuando pone en solfa los libros de caballerfas. La credulidad de Don Quijote es incredu- lidad_en Cervantes. Mas no per os de vista que el escepticismo bur- lén de Cervantes toma por blanco exclusivamente la creericia desvariada de su personaje, capaz de acoger por realidad un mundo de evidente ficcién, seguin era el de los libros de caballerfas por un lado, el del pa- sado utépico por el otro. Lo que no podemos admi- tir es que en su ofensiva contra la ficci6n hubiese en- globado Cervantes un ataque contra los ideales que la animaban. Don Quijote es un personaje universal, mo- tivo al mismo tiempo de risa y de respeto, porque su creador supo distinguir en él su altisima calidad mo- ral de desfacedor de injusticias, de aquella su vesania VASCO DE QUIROGA 59 que lo hacfa seguir caminos descaminantes. El précer estilo cervantino se pone al servicio del andante ca- ballero, y si en el discurso de la edad dorada fabrica sutil ironia al hacerlo incursionar por un mundo ima- ginario, simultaneamente, y sin manifestarlo, rinde en renglones antoldgicos el homenaje del renacentista a lo que nunca fue, pero debié de haber sido. Ya esté presente la creacién moreana. En capitulos venideros trataremos de fijar la actitud de Vasco de Quiroga hacia ella, en sus aspectos de adhesién, de modificacién o de repudio. Si el fundador de los pue- blos-hospitales hubiera aceptado como cierto y en to- das sus partes hacedero el relato de Hitlodeo, habria| incurrido en la misma evasién de la realidad que tres! cuartos de siglo después esperaba 2 Don Quijote entre: los cabreros. Pero en suelo de América —renaciente: simil del paraiso perdido—, él va a ensayar los ideales de Utopia, aunque eso si, manumisos de cualquier in- fundio y enriquecidos con sus propias rectificaciones. Serd una anticipacién del personaje cervantino, guiado el discipulo de Moro por 4gil instinto de la realidad. CAPITULO IV CONSTITUCION QUIROGUIANA DE LOS PUEBLOS DE SANTA FE Qurroca rrafa consigo e] humanismo, como hombre que era del Renacimiento. No lo recibfa de una in- fluencia concreta, segin podria pensarse en la de To- mds Moro, sino del contagio general de la época. La} influencia de Moro, mas bien suscitadora que imita- 7 tiva, aparecer4 después, y le propondra a Quiroga al- { gunos de los medios para aplicar la teorfa del huma-; nismo a la imprevista realidad del Nuevo Mundo. | Al enfrentarse con Jas rudas novedades que le sa- lieron al paso desde su primer contacto con el pats, Quiroga erige en alto, apasionadamente y sin titu- beos, la tesis que hace de los atributos esenciales del ser humano el objeto del reconocimiento y respeto de todos. Comienza por denunciar las violaciones a los prin- cipios del humanismo, cometidas por los espaiioles en perjuicio de los conquistados. En s{ misma, esta acti- tud no es exclusiva, ni mucho menos, de Don Vasco. Compartianla, por suerte, otros hombres dotados como él de reluctante decisién. Al lado de la litigiosa figura del vehemente Bartolomé de las Casas, han quedado 61 62 SIGLOS XVHIL Y XIX de aquella época los nombres por nadie discutidos, por todos respetados de los primeros evangelizadores, excepcionales ejemplares de humanismo. Mas en la postura de Quiroga hay ciertos matices que la singu- larizan y que para nuestro objeto no conviene dejar | pasar inadvertidos. Uno de ellos es el concepto que “del estado social y sus remedios se formé con pode- rosa intuicién desde el afio mismo en que arribé a Ja capital de Nueva Espafia, y que habria de mantener imperturbable, sin ninguna modificacién ni desmayo alguno, durante los agitados afios que corrieron hasta su muerte. Afortunadamente se cuenta en la actuali- dad, dentro de la escasa documentacién originaria de Quiroga por ahora conocida, con las pruebas suficien- tes de esa _rara_y Iicida sumisioén de por vida a_un solo plan. ‘Veamos, en primer término, el reiterado trazo que \t* deruaeje, Hizo Don Vasco de la miseria infrahumana de los indios. Cant En carta de 14 de agosto de 1531, escrita segan by free su fecha a Jos sicte meses de Ja Megada de su autora Ja_capital y dirigida al Consejo de Indias, el oidor Quiroga describe en los siguientes términos el estado ... de los huérfanos, hijos de los indios que habfan_muer- de quero to por causa de los espafioles: “andan por los tianguez e calles a buscar de comer lo que dexan los puercos y los perros, cosa de gran piedad de ver y estos guérfanos y pobres son tantos, que no es cosa de se poder creer si no se vee”. 3 AGI; Patronato Real, Ramo 15.—Esta cita, y las subsecuentes del mismo documento, estin tomadas de la versién paleogrAfica de Francisco Miranda Godinez, publicada por Rafzel Aguayo VASCO DE QUIROGA 63 Ese es el primer doeumento que se conoce prove- niente de Quiroga, durante su estancia en Nueva Es- pafia. E] ultimo fue el testamento que otorgé el 24 de enero de 1565, dos meses escasos con anterioridad a su fallecimiento; en él expresa las consideraciones que le movieron a fundar los pueblos-hospitales, las cua- lh te ite les no fueron otras sino las nacidas del espectdculo de “ " rh miseria todavia entonces a la vista, que exhibe del t<> tones siguiente modo: oes “la miseria e yncomodidades grandes y pocas veces vistas ni oydas que padescen los yndios, pobres, huérfanos ¢ miserables personas, naturales de estas partes, donde por ello muchos de los de hedad adulta se vendian a si mes- mos e permitian ser vendidos, y otros andan desnudos | por los tidngiiizes aguardando a comer lo que los puer- > cos dejan”? Si se compara la Ultima frase de esta cita con la primera de la anterior, se podr4 percibir que ambas son casi literalmente idénticas y lo son integramente por su desgarrador contenido. Los treinta y cuatro / afios transcurridos entre los dos documentos, no ha- ‘+ bian sido parte a modificar el panorama en ellos des- | crito, ni a borrar de la memoria del nonagenario tes- ' tador la frase en ella grabada desde entonces. Caso extraordinario es ese de lealtad vitalicia a un ideal, en el fondo y por la forma, en lo trascendental y en la minucia. Spenser: Don Fasco de Quiroga, taumaturgo de la organizacién social; México, 1970; p. 80. 2 AGI; Justicia 208,—Citas tomadas de la versién paleogréfica publicada por Francisco Miranda Godinez: Don Vasco de Quiroga y su Colegio de San Nicolds; Morelia, 1972; p. 288. 64 SIGLOS XVIII Y XIX Entre las fechas de los dos precedentes documen- tos aparece otro mas, indispensable fuente de conoci- miento de la ideologfa quiroguiana. Tratase de la In- formacién en Derecho, extenso documento suscrito en México por Vasco de Quiroga el 24 de julio de 1535 y dirigido a algin personaje de la Corte. Sirve de enlace entre los dos anteriores y confirma con sus expresiones de urgido humanismo la unidad sin que- branto del pensamiento de su autor? ‘Tal era, en parte, el inventario de las injusticias percibidas. En cuanto a su imputabilidad, la posiciér de Don Vasco suele estar aparte de la adoptada por la generalidad de los censores de entonces. Quiroga hhace a un lado con su silencio la estruendosa discu- sién de su época cuyos ecos todavia se escuchan a veces en la nuestra, acerca de la justificacién moral y juridica de la conquista de América por Espafia. Se 3 Informacién en Derecho del Lic. Quiroga sobre algunas pro- visiones del Real Consejo de Indias. Manuscrito 7369 de la Biblio. teca Nacional de Madrid, publicado por Rafael Aguayo Spenser, en pp. 87 2 289 de op. cit. Seleccionamos entre otros pasajes los dos que siguen: “a estos miserables que como rebafio de ovejas han de ser he- rrados, quita las vidas con las libertades; digo a aquestos po- brecillos maceoales, que son casi toda la gente comén que de tan buena gana entran en aquesta tan grand cena que en este Nuevo Mundo se apareja y guisa” (p. 94). “salvo solamente en cuanto a saberlos muy bien esquilmar has- ta sacar sangre y raer hasta lo vivo, casi ningtin caso se hacia dellos y no sé por qué, siendo como son a natura tan déciles, j aunque miento, que sf sé, porque no les conviene que sean - tenidos por hombres, sino por bestias, por servirse dellos como \ de tales, a rienda suelta y més a su placer sin impedimento alguno” (p. 106). VASCO DE QUIROGA 65 aparta asi de cuantos de un mode o de otro, en mayor © menor grado, ponen en entredicho el derecho de Espafia a la conquista de las tierras por ella descu- biertas.* ‘Tocante a este punto, Quiroga tenia, sin duda, criterio propio, pero con tdctica de litigante y sentido prdctico se abstuvo de exponerlo, pues de poco servi- riale para sus fines, y se redujo a fincar la imputabi- lidad de las injusticias en los ejecutores que con su comportamiento contrariaban la norma constitutiva de la conquista.* Aqui cabe distinguir cuidadosamente el proceso instaurado en contra de la conquista como derecho abstracto, de aquel otro al onqui: dores y_ sus suc sucesores en cuanto desconocfan con sus desafueros Ia norma de derecho ) positive establecida por la Corona para evar a cabo y consolidar la con- + Seria interminable, innecesaria para nosotros y desde luego incompleta, cualquiera relacin que se intentara acerca de los argumentos esgrimidos en torno al derecho de Espafia para apo- derarse de Jas tierras que por medio de la fuerza arrebaté a sus naturales duefios. El agotado debate concluyé en lugar comin. | Lo que todavia ofrece interés es el andlisis de la validez y ely alcance de las bulas papales encaminadas a justificar la conquista, ! primordialmente la Inter coetera de Alejandro VI. Dos valiosos | y recientes estudios de autores nuestros asedian cl tema: el de Silvio A. Zavala (Las Instituciones Juridicas en la conquista de América; 28 edicién; Biblioteca Porrta, Ne 50. Editorial Porria, S. A. México, 1971, capitulos I y VI de la parte I) y el de Antonio Gémez Robledo (Introduccidn a la obra de Francisco de Vitoria; “‘Sepan Cuantos...", N? 261. Editorial Porréa, $. A., México, 1974). 5 No nos corresponde tomar partido acerca de si Quiroga esta- ba a favor o en contra del derecho abstracto de conquista, punto todavia insuficientemente aclarado. Para nuestro objeto es bastante con registrar su actitud reiteradamente expresada al censurar el abuso, sin hacer mayor hincapié en el derecho al uso de Ia conquista. 3 fas 66 SIGLOS XVIII Y XIX quista. El primero implica un enjuiciamiento_hists- gentes, producto, juridico este ultimo del in imanismo renacentista; el segundo independiza la justificacién J de dicho fenémeno (inclusive puede aceptarla tdcita © expresamente) de toda otra consideracién que no sea la fiel observancia del derecho positive en vigor, el cual sometia a ciertas condiciones y Mmites los actos : xealizados en prosecucién de la conquista y sus con- secuencias. Vasco de Quiroga enfocé su obra wnica- aspecto, como lo veremos fue la norma de derecho positivo reguladora de la conquista, cuyo desacato atri- buyé a los espafioles de su tiempo. * | CUANTAS VECEs se ha cuestionado en la historia el de- ¥ recho de conquista, lo ha sido en_el campo de la moral \o en el Ambito especulative, En defensa propia les conviene negarlo a los pafses débiles, por lo menos mientras son débiles. Para los fuertes salen sobrando los escripulos morales, juridicos o de cualquiera otra ‘indole. Sin salirnos de nuestra Era, desde la Roma de * Augusto hasta la Inglaterra Victoriana las naciones im- , perialistas han saltado fdcilmente los obstdculos de 'ética que pudieran entorpecer su accién militar. Al parecer, durante ese largo periodo solamente Espajia Seha preocupado de buscar _y exhibir tftulos de la Hi 10 que si los Reyes Catdlicos acudieron en solicitud de un titulo al Papado, consi- Solicited filcle a Algarcre. VASCO DE QUIROGA 67 derandolo autorizado para otorgarlo, fue porque, ade- mas de reconocer la jurisdiccién del Papa en materia religiosa, hailaban en otro pais también catélico como era Portugal al competidor que les salia al paso en punto a descubrimientos. La localizacién de tierras incégnitas no era un deporte, sino precursora inexo- rable de la conquista. De alli la importancia del ti} ja comunidad cristiana, aspiraban ganar _la_compe- 2 sin salirse de las reglas del_ juego. No cabe i ginar siquiera que si i el adversario en Ja carrera des- cubridora hubiera sido un pafs pagano, vale decir ajeno a la existencia y predominio del Papa, Espafia : hubiera mostrado interés en exhibir ante él un titulo | pontificio. -Espafia acudié ante Alejandro VI a fin de tomarle Ja _delantera a Portugal. Al hacerlo, exhumaba y daba vida a la soberania teocratica, para sacudirse la cual habian luchado durante siglos los principes cristianos. La utiliz6 eventualmente con objeto de asegurar su empresa, aunque después, en posicién inversa, se hizo; dar por Roma la administracién del clero de América, mediante el instrumento llamado Regio Patronato In- | diano. Mas en esa actitud pragmatica de los Reyes Caté- licos habia un fondo de idealismo, con el que Ja reina de Castilla atemperé la politica del rey de Aragén. Es entonces cuando aparece el rasgo distintivo de la conquista espafiola. La bula Inter coetera de Ale- jandro VI habia hecho donacién a “los reyes de Cas- tilla y de Leén, vuestros herederos y sucesores... de todas Jas Islas y tierras firmes, halladas, y que se ha- I 68 SIGLOS XVIII ¥ XIX llaren descubiertas”, dentro de la zona que la bula delimitaba con la mente puesta en Portugal. Pero la donacién no era pura y simple, sino que llevaba ane- jo el deber impuesto a Espafia por el Papa como con- dicién de la conquista, a saber, el de evangelizar a los naturales de las tierras donadas, a mds de ensefiarles buenas costumbres, por hombres doctos y expertos. La donacién hacfala el Papa “por la autoridad del Omni- potente Dios, a Nos en San Pedro concedida, y del Vicariato de Jesu-Christo, que exercemos en las tie- tras, con todos los Sefiorfos de ellas’*.* {Aunque el fundamento invocado por el pontifice {| fue objetado a la larga por notables tedlogos juristas, | por cuanto admitia el dominium mundi del Papa, sin embargo la bula alejandrina sirvid como titulo cons- titutivo de la soberania de Castilla sobre las tierras conquistadas. Y con el tiempo, Ja obligacién de evange- ,lizar, determinante moral de Ja conquista, era solermne- imente aceptada por la reina Isabel, sellandose asi el [compromiso entre Roma y Castilla. Ello ocurrié en ja conocida cl4usula del testamento de la reina, cuan- ido en su primera parte hacia referencia expresa a la icondicién impuesta por la bula. De este modo la re- solucién del Papa, en ese aspecto, ingresaba al derecho © Utilizamos el texto que publica Zavala (pp. 213 a 215), tra- ducido del latin por Solérzano Pereira, en Politica Indiana. Se conserva la bula en Regesta Vaticana de Alejandro VI. Coetdneas de la Inter coetera, o bula de donacién, son la Eximiae devotio- nis, de la misma fecha, que iguala a las concesiones de Portugal las otorgadas a los Reyes Catélicos, y la segunda Inter coetera, © bula de demarcacién, fechada un dia después, que mediante la fijacién de una Iinea o meridiano de polo a polo distribuyé entre los dos paises las tierras descubiertas o por descubrir. VASCO DE QUIROGA 69 de Castilla en ejercicio de la soberanfa del reino. Mas tarde el derecho positivo acogeria formalmente la mis ma decisién.” Sin embargo, el codicilo de Isabel no se agoté con la sola recepcién de Ja bula, sino que agregé por su cuenta una segunda parte, cuyo contenido no estaba incluido en el documento papal. Era un mandamiento emanado de la decisién libre y espontanea de la reina. Allf aflora en toda su originalidad y pureza el huma- nismo de que investia a su obra la voluntad rectora del descubrimiento y de la conquista. Con palabras conmovedoras la reina quiere rescatar su empresa para la piedad del futuro, y son ellas palabras implorantes al rey su esposo, de mandamiento para su hija Juana y su marido, a fin de evitar a los vecinos y moradores de las tierras gamadas o por ganar para la Corona agravio alguno en sus personas y bienes, y si algun agravio hubieren recibido lo remedien.* 7 Ley 1, tftulo 10, libro VI de la Recopilacién de las Leyes de Indias, que se inicia con Ja invocacién del “testamento de la Seren{isima y muy Catélica Reyna Dofia Isabel de gloriosa memo- / transcribe a continuacién Ja cldusula testamentaria y, “aj imitacién de su catélico y piadoso zelo”, concluye ordenando a todas las autoridades de Indias “que tengan esta cldusula muy} presente, y guarden Jo dispuesto por las leyes, que en orden a "| conversién de los naturales, y su Christiana y Catélica doctrina, ensefianza y buen tratamiento estan dadas”. ® Son numerosas las transcripciones de que ha sido objeto el codicilo de Isabel la Gatélica, de 28 de noviembre de 1504. Entre ellas presentamos Ja que, dividida por nosotros grificamente en pirrafos por separado en razén de los temas, nos ofrece la ven- taja de que probablemente fue la insertada por el propio Quiroga en su Informacién en Derecho, ademas de que sélo ofrece varian- tes minimas respecto de Ja insercién oficial en la ley que cita Ja nota anterior a la presente. Héla aqui: fe Spe guitte 70 SIGLOS XVIIE Y XIX De esta suerte quedaban comprendidos en la ta- rea misional de Espafia respecto de los nativos, por una parte la instruccién de la fe catélica y la ense- fianza de las buenas costumbres, es decir, el adoctri- Primer PARRaro. (Se refiere en términos generales a la conce- sidn otorgada a los Reyes Catdlicos en la bula “Inter coctera”).— “Item por cuanto al tiempo que nos fueron concedidas por la Sancta Sede Apostélica las islas tierra firme del mar occeano des- cubiertas e por descubrir.” SEcUNDO PARRAFO. (Explica la intencién de los Reyes al soli- citar dicha concesién).—“e nuestra principal intencién fue al tiem- po que nos suplicamos al Papa Alexandro VI de buena memoria que nos hiciese la dicha concesién de procurar de inducir los pue- blos dellas e los convertir a nuestra sancta fe catélica e enviar a las dichas islas e tierra firme perlados e religiosos e otras personas doctas e temerosos de Dios para ministrar a los vecinos ¢ mora- dores dellas en la fe catdlica ¢ los ensefiar e doctrinar de buenas costumbres © poner con ellos Ia diligencia debida segind que més largamente en las dichas letras de Ia dicha concesién se contien ‘Tercer pArraro. (Suplica y manda que se cumpla el fin prin- cipal que motivé la concesién)—“Por ende, suplico al Rey mi sefior muy afectuosamente e encargo e mando a la dicha princesa mi hija e al dicho principe su marido que ans{ Io haga e cumpla ¢ que este sea su principal fin e que en ello ponga mucha dili- genc Cvuarto pinnaro. (Aparte del deber mencionado en los pdrra- fos anteriores como correlative de la concesién, impone la obliga- cién auténome de proteger en sus personas y en sus. bienes a los moradores de las tierras concesionadas)—“e no consienta ni dé lugar que los dichos vecinos ¢ moradores de Jas dichas islas € tierra firme ganadas e por ganar reciban agravio alguno en sus personas € bienes ¢ mds mande que sean bien e justamente tratadas ¢ si algind agravio han recebido lo remedien”. PARRAFO FINAL.’ (Reitera, en términos generales, la obligacién de no excederse de lo otorgado por la concesién)—“e provean por manera que no eccdan cosa alguna de lo que por las letras apos- t6licas de la dicha concesién nos fue injungido ¢ mandado”. Informacién; loc. cit, p. 91. VASCO DE QUIROGA 71 -namiento y_la_moralizacién, por Ja otra el respeto.a su_integridad j ros deberes reconocian su fuente originaria en la bula alejandrina, y su incorporacién al derecho publico de Castilla en Ja voluntad de Isabel la Catélica, com- prometida bilateralmente con la del Papa; su incum- plimiento por parte de Espasia se traducirfa en la rup- tura de un compromiso contraido bajo la palabra de los Reyes Catélicos y dejaria a la conquista sin el jus-! tificante moral y juridico que ellos habian buscado / en la bula; por eso, asi como por su espiritu religioso y por ser altamente favorable al dominio espafiol, el En cuanto a la obligacién de tratar con umanidad y justicia a los vencidos, di- . manaba exclusivamente de la decisién de la reina; rei- terada por sus sucesores, constituyé la norma de dere- cho positivo cuyo desacato atribuyé Quiroga a los po- bladores espafioles de su tiempo. : Mas independientemente del distinto origen de las dos normas, identificadas al cabo en el derecho posi- tivo para hacerlas obligatorias por igual a todos sus destinatarios, es lo cierto que ellas entrafiaban un doble compromiso de la reina: el adquirido al aceptar | la condicién del Papa como justificante de la conquis- ta, y el contraido por si misma y sus sucesores a fin! de dejar a salvo la dignidad humana de los sometidos; | en_uno y_en otro compromiso la reina.empejiaba ye ho . Espafia. pe we abound Don Vasco. de Quiroga se hard cargo de su defensa. Va a defender el honor de Espayia en “contra de los espafioles, sus compatriotas, que lo afren- angelizar fue _mantenido durante . decsgion de. faq reine ROK 72 SIGLOS XVIII Y¥ XIX taban. En cldusula caballeresca invoca para ello el de- ber de los suyos: ‘‘Somos obligados conforme a la bula € instrucciones que tenemos y en la guarda y defensa de la tierra, para nos menester como caballeros caté- licos.” * Y levanta por bandera y ley el codicilo de Ja reina, del cual hace emocionado. comentario con el que encabeza su transcripcién en la Informacion en Derecho, al asentar que Isabel la Catdlica “hizo en el fin de sus dias su testamento, en el cual ultra de otras cldusulas singularisimas”, formulé la que cons- tituye el codicilo.’° En_ su defensa_realiza obra que trae entre Obra de manos, obra “singularisima’ ella, “que serd Quirege una grande obra pia y muy provechosa y satisfactoria = | para el descargo de las conciencias de los espaiioles que aca an pasado”’.1* En esa frase, tan sobria cuanto expresiva, escrita por Don Vasco el aio mismo de su legada a la ciudad de México, se contiene el plan de su “grande obra”, en donde ir4 a conjugar ante la aspera coyuntura de je conquista, en un solo impetu de redencién, la con- leberten, det wieaydato de lavdna ciencia de los vencedores y la calidad humana de los vencidos. * [gina astinendo on ued €1 correspondia, ¢l_pro- grama_delineado en. su_codicilo por la reina Vasco de Quiroga fundé Ios pueblos-hospit ® Loc. cit, p. 190. 1 Loc, cit, p. 91. 2 Loc. cit, p. 80. VASCO DE QUIROGA 73 quiere Hegar a ellos, nada mejor que recorrer, huella a huella, una vez mas, el camino de sus escritos. Los primeros intentos de colonizacién trataron de reunir en comunidades a los indios, dispersos y hui- dizos. El ensayo en ese sentido de Las Casas, tratando de hacer convivir entre si a hispanos e ind{genas, des- émbocé en trdgico fracaso. Por otra parte, la institu- cién de la encomienda indiana, que estuvo en auge durante mds de dos siglos a partir de la conquista, pronto se convirtié a causa del abuso de los encomen- deros en forma falsificada de la convivencia; por ella se recomendaba o se encargaba el cuidado de un nume- ro variable de indios a los espafioles que se considera- ba los merecian, a titulo de compensacién por sus trabajos de descubridores, conquistadores, pobladores o pacificadores, al igual que a sus herederos; el enco-! mendero utilizaba en su servicio personal a los enco- mendados que se le repartian, a perpetuidad, sin paga! y sin contar con la voluntad de los mismos, a cambio’. del deber tedrico. de protegerlos y de proveer a sa} m_religiosa; lejos de responder al ideal isa- belino y al derecho natural de sociabilidad y comuni- cacién que en la tesis de Vitoria figuraba como uno de los justificantes de la conquista, la encomienda in- diana se hizo odiosa, al degenerar en forma de servi- dumbre y aun de esclavitud, a pesar de Jas leyes y ér- denes en contrario provenientes de la Corona. Se puede mencionar una forma mds de agrupamiento, la realizada por medio de las reducciones de indios, que a semejanza de las precedentes buscaba reducir a la vida sedentaria en comin la vagancia némada de los naturales; era obligatorio para los indios reducidos el encom lend 74 SIGLOS XVII ¥ XIX ingreso y la permanencia dentro de las reducciones, las cuales sirvieron con su elemental gobierno propio sujeto al derecho comin, de contrapeso al sistema de encomiendas. Quiroga advirtié, al igual que los demas, la im- Pperiosa necesidad de agrupar a los indios bajo formas icia, palabra esta Ultima que ha- temente usada por él, en su deriva- cién directa de la voz griega polis, ciudad, que como su equivalente latino urbs ha sido hasta nuestros dias madre de estirpes. Pero seguin lo veremos a continua- cién, sus proyectos se apartan por su originalidad de Jas demés realizaciones. En su Carta al Consejo, de 1531, que hemos men- cionado y lo seguiremos haciendo, Vasco de Quiroga plantea asf una posible solucién, primer esbozo co- nocido de su obra: “También scryvimos sobre ciertas poblaciones nuevas de yndios que conviene mucho hazerse, questén aparta- das de las viejas, en baldios que no aprovechan a las viejas... donde trabajando e ronpiendo la tierra, de su trabajo se mantengan. y estén hordenados en toda buena horden de policia y con santas y buenas y catélicas hor- denanzas.. ." 22 12 Loc. cit. p. 78. La referencia a otra comunicacién, con que comienza el pdrrafo transcrito, se explica a la luz del inicial de Ja carta, donde se dice que “todos juntos” (probablemente los in- tegrantes de Ia Audiencia) habfan escrito al rey “asaz largo” otra carta “sobre todo lo que ac& se ofrece que hacer saber”. La carta de Quiroga tiene por objeto “dezir mi parecer més en particular sobre algunas cosas"de las que asy, todos juntos escribimos”. No conocemos el documento colectivo a que se refiere el autor de la carta, ni siquiera algtn comentario acerca de lo mencionado en el mismo. A Jo que parece Ja opinién particular de Quiroga no ~~, POOR CR LF eCity VASCO DE QUIROGA 75 Allf aparecen ya, a manera de esquema, algunos de los elementos constantes de su obra, a saber, la fun- dacién de poblaciones nuevas para los indios, apar- tadas de las existentes; la agricultura para ellos como medio de trabajo y manutencién; la utilizacién de bal- dios con ese objeto y, finalmente, el orden de policia bajo un régimen de ordenanzas. Cuatro afios después, en julio de 1535, Don Vasco produce la Informacién en Derecho, extenso docu- mento cuya redaccién confusa y difusa esté en espera | del ojo experto y paciente que saque a luz su Tiqueza de humanismo conceptual.” En el lapso comprendido entre los dos documentos, Don Vasco ha fundado ya su primer pueblo-hospital, el de Santa Fe de México, y de este modo la Informacidén coincide con la expe- riencia que est4 viviendo su autor. La experiencia debe de haberle sido satisfactoria, pues Quiroga rei- tera en ese segundo documento los lineamientos del proyecto anticipado en la Carta. La Informacién en Derecho contiene numerosas referencias a otra comunicacién anterior, dirigida por Quiroga a la Corte y por él Hamada su parecer, la cual hasta ahora no ha sido localizada. Las ideas de coincidfa del todo con la de los demas oidores, puesto que la dio por separado. 18 El estilo y redaccién de Don Vasco no se caracterizaban precisamente por la ‘nitidez y ordenada exposicién. Ello ocurre, en especial, con la informacién, de la que su autor confiesa: “He hecho esta ensalada de lo que muchos dias ha tenia sobre esto apuntado y pensado” (p. 219). Sin embargo, de pronto aparece aqui y allé una frase feliz, que se abre paso entre tanta bruma. Su panegirista Rubén Landa dice justificadamente de su estilo “que es enmarafiado con frecuencia” (Vasco de Quiroga; p. 247). 76 SIGLOS XVIII ¥ XIX uno y otro documento son del todo semejantes, por lo menos en las citas del posterior, confirmatorias siem- pre del precedente. Entre ellas figura algo que toda- wt. “via no salfa a luz en la Carta, y es la denuncia que ‘nace el propio Quiroga de la influencia de los utopis- itas en su proyecto de los pueblos-hospitales. De ellos iona a dos_por sus_nombres: a Luciano en_nueve ocasiones, y a mds Moro en dos. Del primero le gia.de una edad de oro que existiéd en segundo la posibilidad de hacerla_re- aparecer en la edad de hierro en que vivia. De la con- fluencia de ambos deduce que el Nuevo Mundo, don- de cree hallar la pervivencia de la época descrita por Luciano, suministra el elemento humano suficien- ‘te para realizar el experimento de Moro, quien a su vez partia de Ia existencia pretérita de una edad dorada.* Como buen renacentista que legaba a su cita con Ja utopia, Quiroga volvia la mira al pasado para res- catarlo del presente y rehacerlo para el porvenir ‘en fel mundo recién descubierto. En los inicios apenas de su empresa, no teme ponerla bajo la advocacién del _autor de Utopia, a quien Mama “su dechado”, tal como si quisiera atraer sobre si el desdeiioso califica- tivo de perseguidor de quimeras. La realidad ya pre- sente del primer pueblo-hospital, aunque inspirado en Moro, lo salva a sus ojos de toda sospecha de utopis- mo. Tal vez por ello, no obstante que invoca el nom- Lucton: More Luctar 6 eae | *4 La influencia de Luciano en las Saturnales y de Moro en Ja Utopia (aunque sin nombrar esta tiltima) Ia exalta Quiroga, destacadamente en pp. 206 a 215 y 228 de la Informacién. VASCO DE QUIROGA a7 bre del autor, se abstiene de mencionar la palabra “utopia”. Sin embargo Don Vasco no elude considerar lo que de imposible, es decir de utépico pudiera atri- buirse a su proyecto: “Resta también responder y afiadir a lo que algunos han dicho y podrian decir, que policta humana en tanta perficién (perfeccién) no se podria conservar si todos no fuesen buenos, lo que parece imposible...” 16 En respuesta a “lo que parece imposible”, Don Vasco manifiesta que en el arte de repiblica como es la de su parecer si serfa posible que todos fueran bue- nos, de acuerdo con lo que él Mama “policia mixta’, “pues por ella se ordena todo asi en lo temporal como en lo espiritual”: “@ asi se provee por ella en Jo uno, que no se olvida ni descuida en lo otro, antes quedando ordenado lo de bue- na policfa e conversaciones humanas, también quedan cortadas las raices de toda discordia y desasosiego y de toda Iuxuria e cobdicia y ociosidad y pérdida de tiempo mal gastado, y se introduce Ja paz y justicia, y en ella se besan y abrazan con la equidad, y también tos ministros dellas perfectos como han de ser y conviene que sean en toda republica bien gobernada, por tal orden y con- cierto que una ciudad de seis mil familias y cada familia de a diez hasta diez e seis casados familiares de ella, que son sobre sesenta mil vecinos, sea tan bien regida y go- bernada en todo como si fuese una sola familia, asi en lo espiritual como en lo temporal”.t¢ 15 Informacién; p. 219. 16 Informacién; p. 220. 78 SIGLOS XVIII ¥ XIX La descripcién anterior por la que Quiroga trata de exonerar a su proyecto de todo cargo de utopia, es en si misma una muestra de utopismo, lo que no es de extrafiar en un escrito que, como la Informa- cién, dedica a ‘Tomas Moro elevados conceptos. En verdad el problema que a si mismo se planteaba Qui- roga y con el que se iba a encarar el resto de su vida, estribaba en inspirarse en la Utopia en lo que ella no tenia de utopfa, en desbrozarla de todo Io que no fuera realidad realizable.*7 Ardua empresa que no po- dia ser obra de gabinete y cuyos ultimos vestigios reco- gié el parrafo acabado de transcribir, sino fruto de la experiencia, que hallaba en el pueblo-hospital recien- temente fundado, su primer ensayo balbuciente. Esa experiencia iba a durar, como todo lo que él dedicaba a su obra, la vida entera que le restaba a ; Don Vasco. En sus Ordenanzas de los pueblos-hospi- : tales, su tercer documento que ha legado hasta nos- otros, acopia su larga prdctica en el manejo de aque- | Mas fundaciones, aprovecha se y le imprime a obra el fiat m. Refiramonos, pues, a las Or- 3” Para combatir las injusticias reales, no imaginarias, que le cierran el paso en ticrras del Nuevo Mundo, Quiroga echa mano de jos recursos que le sugiere la Utopia de Toms Moro; pero at hacerlo prescinde de toda actitud equ{voca, irénica, de aquel con- fusionismo contradictorio que hemos observado en su modelo. Qui- roga toma en serio, con respeto, con realismo y sin fisuras el humanismo cristiano que Io inspira, En este sentido expurga la Utopla, es decir, la impregna de sinceridad. CAPITULO V ORIGEN Y DESTINO DE LAS ORDENANZAS Las oRDENANZAS de que fue autor Quiroga presentan dos accesos de estudio. Uno es el material que pro- porcionan acerca del ideario auténtico del fundador por lo que hace a los Pueblos de Santa Fe; es aqui donde se descubre lo que Don Vasco aproveché del libro de Tomas Moro, as{ como la existencia de otros posibles antecedentes. El otro aspecto se refiere a la ‘vigencia permanente y efectiva de las Ordenanzas despuds de la muerte de su autor. El primero de ellos, por lo que toca a la influen- cia de Moro, hdllase ampliamente explorado desde} que el historiador _ Silvio Zavala, a quien se_debe el descubrimiento de la relacién entre Moro y Quiroga, ; realiz6é el cotejo, pormenorizado y concluyente, de la Utopia del primero frente a las Ordenanzas del se- gundo; nada nos queda por decir. Por lo que hace a 3 Zavala compara la Utopia y las Ordenanzas “en sus princi pios esenciales", segin los siguientes titulos: “a) La organizacién comunal; familias; campo y ciudad; dis tcibucién de los frutos. “"b) Oficios utiles; moderacién de las costumbres; jornada de seis horas. 9 Sthte pa geeics 80 SIGLOS XVIII ¥ XIX otras posibles influencias, en su oportunidad expon- dremos someramente nuestra opinidn. El segundo aspecto es el que particularmente nos interesa presentar, por desconocido y por correspon- der al lapso investigado. La decadencia de las Orde- nanzas como derecho escrito, su inaplicacién que mo- tivé su remplazo por otras nuevas en el siglo xvut, son los temas principales que a continuacién nos pro- ponemos abordar. ATRIBUYESE AL modelo utdépico cierto nimero de in- fluencias sobre las Ordenanzas, evidentes algunas, du- dosas otras, casi todas con alguin matiz de originalidad que acaso sin proponérselo supo imprimirles quien las acogié. Nos sentimos en presencia de una obra mas bien de fecundacion que de imitacién. Entre las influencias innegables destaca la relativa a la propiedad privada. Tema el mas discutido en Ja obra de Moro, ha sido también el més apasionante en las Ordenanzas de Don Vasco. Para medir el grado de influencia en este punto conviene tener presente aquello que expuso Hitlodeo en el libro de Moro, comparandolo con Io que disponen acerca de lo mismo las Ordenanzas. En busca de claridad en la sintesis, diremos que en las reglas de Quiroga es facil distin- guir las que miran a la propiedad raiz de las que pre- ”c) La magistratura familiar y electiva.” Gilvio Zavala: La Utopia de. Tomds Mero_en_la Nueva Es. pafia; estudio _publicado en .1937_e¢ incluido posteriormente en_Re- cuerde de Vasco de Quiroga, Editorial Porrta, $. A. México, 1965; pp. 16 a 26) VASCO DE QUIROGA 81 vienen la distribucién del producto del trabajo. Unas y otras institufan un régimen comunal. La propiedad raiz era inalienable y su_usufructo correspondi{a_a los moradores. del pueblo, conforme a las normas al efec- to establecidas.* El producto del trabajo, obtenido du- rante las seis horas de labor en, comun_alli sefialadas,’ era distribuido proporcionalmente, segizn le que cada uno hubiere menester para-si y para su familia, y el sobrante debfa emplearse en obras pias y remedio de 2 “Ttem que de Jos tales huertos arriba dichos con alguna pie- za de tierra en lo mejor, y mas cercano, y casas, y familias, que asi habeis de tener, y tengais en particular para recreacién y ayu- da de costa de mds de to comtin como dicho es; solamente habeis de tener el usufrucio de ello tanto cuanto en el dicho Hospital mordredes... y siempre, de manera, que cosa alguna, que sea raiz, as{ del dicho Hospital, como de los dichos huertos, y fami- lias, no pueda ser enajenable en ¢l dicho Hospital, y Colegio de Santa Fe, para la conservacién, mantencién, y concierto de él, y de su Hospitalidad, sin poderse enajenar, ni conmutar, trocar, no cambiar en otra cosa alguna, ni por manera otra alguna que sea, © ser pueda, por cuanto esta es la voluntad de su Fundador; y porque si de otra manera fuese, se perderia esta buena obra, y jimosna de Indios pobres... apropidndolo cada uno para sf lo que pudiese, y sin cuidado de sus préjimos, como es cosa verosimil que seria, y se suele hacer por nuestros pecados... que es procurar lo propio, y menospreciar Jo comin que es de Jos pobres” (Orde- nanzas, pp. 4 y 5). De la letra de Ia relacionada Ordenanza parece inferirse que, sin dejar de ser propiedad inalienable del pueblo todas las tierras, Peopptedend parz. one Cetin Ja_mayor parte de elJas eran_explotadas colectivamente a fin de’ se asignaban para huertos y casas y sus detentadores se apropiaban individualmente o por familias el goce y los productos del usu- | fructo, mientras formaren parte de la comunidad. Se trataba, pues, de dos formas de la propiedad inmueble, que no deben ser con- fundidas, 82 SIGLOS XVIII Y¥ XIX ‘necesitados.* La analogia entre la exposicién de Hi- tlodeo y la realizacién de Quiroga, es sorprendente; en perifrasis juridica podemos decir que la primera corresponde a la exposicién de motivos y la segunda al articulado, de una ley cuya unidad se integra con Ja parte doctrinaria y la preceptiva. Es esa forma en comun de la propiedad, adoptada por las Ordenanzas, lo que ha despertado una admi- Yativa curiosidad en torno al experimento social de Quiroga, 2 semejanza de lo que ha.ocurrido con el autor de Utopia. No insistiremos en lo que ya di: mos del humanismo de este ultimo; aqui sdlo quere- mos asentar que en el ensayo de Quiroga se entreve- |van y enlazan dos tendencias, segun son la cristiana “y la renacentista. La primera se inspiré en el cristia- 4 nismo primitivo, la segunda le Iega de la antigitedad clasica, especialmente de Platén, a través de Tomés Moro, Fue el bidégrafo Moreno, hasta donde sabemos, el primero en sefialar en las Ordenanzas el doble influjo de que hablamos, cuando al comentar el trabajo agrico- la y la distribucién de su producto, ambos en comun segtin lo dispuesto por aquéllas, expresé en Ja nota 3, colocada al pie de la pagina 2 de la transcripcién de Jas mismas: * “Item lo que asi de Jas dichas seis horas del trabajo en co- min como dicho es, se hubiere, después de ast habide y cogido, se reparta entre vosotros todos, y cada uno de vos en particular aeque congrua, cémoda y honestamente, segin que cada uno, se- gtin su calidad, y necesidad, manera, y condicién lo haya menester Para si, y para su familia... Cumplido todo esto, y las otras cosas, y costas del Hospital, Jo que sobrare de ello se emplee en otras obras pias, y remedio de necesitados” (Ordenanzas, pp. 8 y 4). Opin icin Vicente Riva Fatacto VASCO DE QUIROGA 83 “De modo, que segtin este plan, en estos Pueblos ha- bfa aquella igualdad de bienes, que se vio en la Primi- tiva Iglesia, y que tanto deseaban Solén, Lycurgo y Platén.” Algo mas de un siglo después, en la década de los ochenta del xx en que publicé México a través de los siglos, Vicente Riva Palacio acogia en e] tomo II del que fue autor la tesis de la posible influencia dual: “alli —escribiéd— se realizé el ideal de la Iglesia pri- mitiva o el suefio de algunos modernos socialistas; na- die tenia derecho a lo superfluo, pero nadie podia ca- recer de lo necesario” (p. 218) . En esta ultima formu-' Ja parece escucharse la voz de Hitlodeo: “cuanto me-’, jor fuera no carecer de lo necesario que abundar en; lo superfluo” (Utopia, p. 187). O tal vez_movia la! poema_Asonancias. de Salvador Diaz Mirén, por ese mismo tiempo aparecido: ‘‘nadie tendra derecho alo superfluo, mientras alguien carezca_de lo estricto” ‘Nada mis que en la alternativa que planteaba, Riva Palacio eliminé uno de los términos de Ja opinién de Moreno, pues si bien reconocié el influjo de la pri- mitiva Iglesia, sin embargo sustituyd el de la anti- giiedad clasica por el que un tanto despectivamente comparé con el “suefio” de algunos modernos socia- listas. De cualquier modo, Riva Palacio se anticipé a | quienes ahora sitian a Moro y a Quiroga entre los | precursores, por lo menos, del socialismo. i Asi Megamos a nuestro siglo xx, para detenernos en la opinién de Silvio Zavala, que otorga predomi- nante influjo a la Utopia en las Ordenanzas, nos ima- ginamos que a manera de revulsivo del pensamiento 84 SIGLOS XVII Y XIX de Quiroga. Las otras influencias que se suponia ha- bian operado en las Ordenanzas resultan atenuadas y subordinadas en comparacién con la Utopia. Aunque el autor reconoce en Quiroga “un ferviente optimis- mo cristiano”, no le concede expresamente al modelo evangélico, como hasta entonces se habia hecho, el rango de un venero mas de inspiracién del régimen comunal por Quiroga instituido. En cuanto a Ja anti- giiedad cldsica, su posible influjo lo canaliza tdcita- mente a través del libro de Moro. Tal vez por esto Ultimo comenta Alfonso Reyes en glosa marginal del estudio de Zavala: “Vasco de Quiroga encuentra la idea platénica de la repitblica perfecta, como en com- primido, en la Utopia.” + No es posible excluir, a nuestro ver, ninguna de las tendencias ideolégicas acabadas de localizar en cada uno de los autores que las patrocinaron, como concurrentes todas ellas en las Ordenanzas de Quiro- ga. El humanismo renacentista esta alli, en la voz so- bresaliente del canciller de Inglaterra, y con él la anti- | gitedad cldsica. Mas estd presente. también el ideal de health? la propiedad en comun, realizado por la primitiva cAvién | Iglesia cristiana, de que dan cuenta los Hechos de los Apdstoles: “todos los que crefan vivian unidos entre sf, y tenfan todos sus bienes en comin; pues vendian sus posesiones y demas bienes y los distribufan entre todos, seguin la necesidad de cada uno” (2-44 y 45). Si alguna duda cupiere de Ja eficacia de esta wlti- ma influencia, habria que desvanecerla ante la con- fesién del propio Quiroga: Heclors de lou A posloks # Reyes: Utopias americanas; 1982, Obras completas; México, 1960; t. X, pp. 95 a 102. “), tar un género de cristianos a las derechas como todos debfamos ser y Dios manda que seamos y por ventura como los de la primitiva yglesia” (Carta de 1531; loc. c c Pp. 79). “Me parece cierto que veo... en esta Primitiva nueue iglesia nueva y renasciente Iglesia de este Nuevo Mundo, una del sombra € dibujo de aquella primitiva Iglesia de nuestro! Gigi conoscido mundo del tiempo de los sanctos apéstoles” “indo (Informacién; loc. cit. p. 218). Pri dive De este modo la misién de Quiroga aparece hici- da y congruente. Al quedar adscrito en América al servicio del rey, acept6 como supremo cometido el de participar en la tarea de evangelizacién del Nuevo Mundo. Para cumplir su parte, nada mejor que apli- car la solucién adoptada por la primitiva Iglesia en la inicial empresa evangelizadora. El Renacimiento, con su nostdlgico retorno a un pasado sin tuyo y mio, le inspiraba. aquel recurso; y una obra coetdnea, de resonante actualidad, le ofrecia la mds inesperada so- lucién. El contacto con la Utopia fue para Quiroga un descubrimiento estremecedor, del que decidid ser- virse pata sus fines de incorporar al humanismo la conquista. Hacer de la solucién utépica una solucién prictica, esa fue su originalidad, pero entendamos que la puso fundamentalmente al servicio de una empresa .cristiana. Para ello le basté con cristianizar la orga~ nizacién socioeconémica del pafs utépico, que por es- tar basada en la comunidad de bienes no contradecia los propdsitos de la Iglesia primitiva, sino que pare- cia haber sido inventada para realizarlos. Si tratando- se de Tomas Moro se ha pretendido oponer su reli- giosidad personal al comunismo agnéstico que se atri- buye a Utopia, es lo cierto que en cuanto a Quiroga VASCO DE QUIROGA 85 a “E yo me ofrezco con ayuda de Dios a poner y plan- : j i : : 86 SIGLOS XVHI Y XIX aparecen indisolublemente unidos en sus Pueblos de Santa Fe, el adoctrinamiento por una parte y por la otra la comunidad de bienes y de responsabilidades. As{ fue como Utopia suministré a Quiroga lo que ahora podemos amar una técnica, aplicada entonces a coadyuvar entre otros fines al cumplimiento del compromiso de evangelizar al Nuevo Mundo, contrai- do por la reina Isabel. Nos persuade Alfonso Reyes cuando asevera que la figura del primer obispo de Michoacan esta situada “en el punto de interseccién de la tradicién cristiana y la renovacién renacentista”’.* Hasra aqui hemos considerado las Ordenanzas al mo- mento en que las produjo su autor, asf en su texto escrito cuanto en su filiacién ideolégica. Tiempo es ya de que a ellas nos aproximemos por el lado de su vigencia real, no en la estdtica de la letra, sino en la dindmica de su aplicacién. Encaminemos el estudio rumbo al siglo xvi, objeto central de nuestra inves- tigacién. Hay un primer punto que conviene dilucidar, a saber, si las Ordenanzas redactadas por Quiroga, como son las que hemos venido considerando, estuvieron . vigentes en vida de su autor. Ségun el biégrafo Juan ~ José Moreno, dichas Ordenanzas no llegaron a estar ‘ ea vigor, por los siguientes motivos que da a conocer en dos lugares distintos de su publicacién: “El tiempo en que las hizo fue casi el ultimo periodo de su vida, y por esta razén quedaron en borrador, sin 5% Reyes: Loc. cit, p. 98. VASCO DE QUIROGA 87 haberse podido sacar siquiera una copia en limpio, ni haberse puesto en observancia, como lo deseaba su pia- doso autor’. “No habia dado estas Ordenanzas a los hospitales desde su fundacién por sus graves ocupacio- nes, que le inypidieron hacerlas.” 7 De acoger las transcritas afirmaciones de Moreno, hagdmoslo con cautela. En su testamento Quiroga di- rige la siguiente orden terminante: “y el dean y cavildo de nuestra santa iglesia tenga quen- © ~ ta y razén como se guarden y cumplan las dichas Orde- nanzas, porque aquello es mi voluntad y para aquel efec- to les e hecho”® Las Ordenanzas asi llamadas en el testamento, eran Jas previstas por Quiroga desde su Carta de 1531, le- jano plan de las fundaciones posteriores, donde su autor se propuso que los pueblos nuevos que proyec- taba estuvieran ordenados “con santas y buenas y ca- télicas Ordenanzas”.* En la Informacidn en derecho de cuatro afios después, Quiroga reitera la misma idea.” Quiere decir, por tanto, que al fallecer Don Vasco, sus Pueblos de Santa Fe estaban regidos de tiempo atrés por ciertas y determinadas Ordenanzas, que a lo sumo, si hemos de dar crédito al bidgrafo, no eran precisamente las reglas escritas por éste des- cubiertas. Hasta all podemos llegar; de ninguna ma- Prélogo de Moreno a las Ordenanzas. 7 Nota 4 de la p. 25. 8 Testamento; Loc. cit, p. 302. En las Ordenanzas mismas se alude a su anterior y eficaz aplicacién: “los buenos efectos, que estas Ordenanzas han tenido” (p. 25). © Op. cit. p. 78. 3° Op. cit, p. 317. 838 SIGLOS XVIIK ¥ XIX. nera cabe suponer que las Ordenanzas que publicd Moreno fueran distintas de las que habfan estado vi- | gentes en vida de Don Vasco. Le que éste_hizo en el timo. perfado | de_su_vida, fue _consignar por escrito la_organizacién experimental que_planed desde su Me- gada_a_Nueva Espafia y que empezé a realizar poco después. Es valido, en tal virtud, considerar que en las Ordenanzas dadas a conocer por Moreno se en- cuentra el esquema auténtico de la organizacién que en vida imprimié Quiroga a sus pueblos-hospitales. Lo que actualmente conocemos de dicha organizacién, ¢s indudable que se lo debemos a aquellas Ordenanzas. Pero falta saber lo que ocurrié con las reglas de Don Vasco, después de fallecido su autor. Si nos ate- nemos a los informes de Moreno, no cabe suponer que fueron ellas, las desconocidas reglas olégrafas, las que se pusieron en vigor a la muerte de Quiroga. ‘Tampoco es de imaginar que el dedn y el Cabildo de Ja catedral michoacana, apenas fallecido su obispo, hu- bieran pasado sobre la enérgica orden a ellos dirigida. Hay que pensar, por lo visto, que durante algun tiem- po después de la desaparicién de Don Vasco hubo de seguir practic&ndose la organizacién por él trazada. As{ saltamos al siglo xv. gQué quedaba entonces de los pueblos de Santa Fe? Quedaban, desde luego, Jas tres entidades originarias, con su nombre, en su sitio y vinculadas a la tradicién de su fundador. Pero en su composicién y en sus fines se habfan producido ciertos cambios importantes. Entre todos ellos se im- pone subrayar la desaparicién de la mas Iamativa y significativa modalidad de los pueblos-hospitales, la que hemos sefialado como el régimen comunal que mek VASCO DE QUIROGA 89 regulaba el trabajo y la distribucién de sus productos, aquello que constituyé el genuino hallazgo de Qui- roga, pues asi se hubiere inspirado en Moro, es lo cierto que su originalidad consistié en haber reducido a realidad la utopia. Lo que acabamos de asentar es aplicable, sin gé- nero de duda. a Santa Fe de los Altos, segun las cons- tancias que a continuacién examinaremos. En cuanto a los otros dos pueblos, no nos atrevemos a formular un juicio tan categérico. En busca de indicios nos adentramos en las actas del Cabildo, donde aquellas comunidades dejaron sus frecuentes huellas, sin dar con alguna que hiciera presumir la supervivencia del colectivismo implantado por Don Vasco. Si nos atrajo la atencién que en una fecha tan adelantada como la del afio de 1840, el Cabildo hubiese acordado que se diera al cura-rector de Santa Fe del Rfo un ejemplar de las Ordenanzas del fundador, a fin de que infor- mara si se cumplia en aquel pueblo con lo que preve- nian, para tomar en su caso las providencias conve- nientes (vid. la nota 8 de nuestro capitulo VIII, re- lativo al caso de Santa Fe del Rio). Mas para nos- otros no es suficiente ese dato, pues el acuerdo se re- feria a lo inalienable de las tierras de la comunidad, punto que indiscutiblemente subsistié hasta la desapa- ricién de los rectorados de Santa Fe. Nos réduciremos, en tales condiciones, a la presentacién de las pruebas ‘relacionadas con Santa Fe de los Altos. Fue el descubrimiento de nuevas ordenanzas para dicho pueblo, expedidas por el Cabildo en 1767, en revisién y sustitucién de las de Don Vasco, Io que nos permitis adquirir certidumbre al respecto. 90 SIGLOS XVIII ¥ XIX La revisién por escrito de las normas estatutarias de Santa Fe de los Altos incluyé cuatro documentos, a saber: las nuevas Ordenanzas, las reglas para la asis- tencia de los enfermos del hospital, las reglas para la ensefianza y las reglas y ordenanzas para los indios viejos invdlidos.* En la sesién capitular del 28 de julio de 1767, el canénigo superintendente de los pueblos de Santa Fe hizo presente al Cabildo Ja necesidad de disponer nue- vas Ordenanzas para el de los Altos 0 de México, ape- gadas a la mente de su fundador, aunque teniendo en cuenta Ja diversidad de los tiempos. Aprobada la proposicién, se encomendé al propio superintendente: “la formacién de dichas Ordenanzas, adaptadas a la men- te de dicho Yllmo. Sor. Fundador, como a Ias circuns- tancias de los preferentes tiempos”.1? El 9 de septiembre del mismo ajfio, el superinten- dente presenté al Cabildo las nuevas Ordenanzas que le habian sido encomendadas, “que parecieron muy bien, se aprobaron y se mandaron guardar, para cuyo efecto se mandaron asentar en este libro, de donde se sacase un testimonio para hacerlo saber a los naturales y Rector de dicho Pueblo, dejandolo en poder de éste para que lo tenga presente, y haga guar- dar, cumplir y ejecutar”.3 Seguin nuestro criterio, y por las consideraciones que a continuacién exponemos, las nuevas normas.de 41 Copia de dichos documentos aparece en el apéndice res- pectivo (mims. 17 a 20). 32'L, de Cabildos; p. $1 vta. wid. pp. 47 y ss. VASCO DE QUIROGA 91 Santa Fe.de_los Altos se expidieron teniendo a la vista Jas Ordenanzas escritas que habia publicado Moreno en elasico- anterior. El pie de imprenta de la biografia de Quiroga, en la que aparecieron como anexo las /'., Ordenanzas, es de 1766 y corresponde a imprenta en °.: Ja ciudad de México; su impresién debe de haberse Nevado a cabo en la segunda mitad de aquel afio, pues los pareceres aprobatorios y las licencias que en ellos se fundaron estén datados en mayo y junio del propio afio de 66. La obra se inicia con extensa dedicatoria para el dedn y Cabildo de Valladolid, suscrita por el canénigo de este ultimo, Ricardo Joseph Gutiérrez Coronel, quien exhib{a entre otras representaciones Ja de superintendente de los pueblos-hospitales; cargo en ejercicio del cual habria de elaborar por acuerdo del Cabildo las nuevas regulaciones de Santa Fe de los Altos, cabalmente al afio de descubiertas las Orde- nanzas de Don Vasco. El conocimiento de estas ulti- mas por el Cabildo y en especial por el superinten- dente, resulta as{ indubitable al tiempo de redactarse las Ordenanzas destinadas a sustituir las anteriores. Hay algo mds. El hecho de conocer las Ordenan- | zas de Quiroga, permitié a los autores de las nuevas * decir en qué punto se separaban de ellas y en cuales | las conservaban. Y lo dijeron con precisién. En cuan- to a las reglas que “reservaban por ahora para caso necesario”, es decir, para mejor ocasién, eran nada menos que las dedicadas por Don Vasco a la organi- oa 14 Figura ent _gensores Francisco Xavier Alegre, jesuita del eminente gru poco después serla expulsado de los do- minios espafioles y en cuyo parecer se fundé la aprobacién del Ordinario de la Inquisicién, de 9 de junio de 1766. i

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