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BAJO. LUNA Yeonghye es una mujer aparentemente normal, joven, sin mayores virtudes o defectos. Una noche, sin ninguna actitud previa que hiciera suponer un cambio en su cardcter, su marido la encuentra en la cocina tirando a la basura toda la carne almacenada en el congelador, Cuando él la increpa por lo que esta haciendo, ella le dice que ha tenido un suefio y que abandonard la ingesta de carnes. Su determinacién es absolutamente radical e irrevocable, pero el marido y la familia no estan preparados para esta de para la transformacién que comienza a gestarse en sién ni Yeonghye a partir de ese momento. La vegetariana es una novela con un fuerte com- ponente psicoldgico, que cuestiona los limites cul- turales de la cordura, la violencia y el valor del cuerpo como un bien privado y ultimo refugio. Original, poderosa e inolvidable. Boyb TONKIN ishn: 978-98 i 36 M @ BAJOLALUNA olf7g9871 1803316 © dsr agree Han Kang nacié en Gwangju, Corea del Sur, en 1970, Estudid Literacura en la Universidad Yonsei. Es narradora y poeta. Ha recibido varios premios por sus obras literarias, entre ellos el Premio Yi Sang y el Premio a la Nueva Literatura de Corea, En la actualidad ensefta escritura crea- tiva en el Instituto de Artes de Seul. La vegetdriana es su primera novela publi- cada en castellano. ipenearas GUADALQUI www libreriaguadalquivir.com HUMANIDADES ‘Av, Callao 1012 / 4816-0221 EDUCACIO! Paraguay 1608 / 4815-0468 RELIGIONES Rodriguez Pefia 744 / 4815-1190 (CINE: TEATRO- FOTOGRAFIA Parana 1017 / 4813-3890 LA VEGETARIANA Mana Laom feou Sole Han Kang LA VEGETARIANA ‘Traducida del coreano por Sun-me Yoon BAJOLALUNA Kang, Han La vegeeariana - ta reimp. ~ Buenos Aires = Baja La Luna, 2016. 192 p. | AGSRIB,S em Traducido: por Sune Yoon ISBN 978-987-1803-31-6 1. Narfaciva Coreana. 1. Yoon; Sunome, trad. 1, Titulo COD 895.6 Tirulo original: Chaesidjuuija La publicacidn de esta obra contd con el apoyo de Literature Translation Institute Korea (TL Korea) Primera reimpresién: 2016 © Han Kang, 2007 © De la maduecidn: Sun-me Yoon © BAJO! \LUNA, 2012, 2016 Av. Corrientes 4709, 7mo, 72 1414 Buenos Aires Republica Argeneina www. bajolaluna.com ISBN: 978-o87-1803-31-6 Queda hecho el depésite. que establece [a ley 11-723 Impresa en Argentina Prohibida la reproduccidn parcial 0 roral sin permiso cscrite de la edit Todas los derechos reservados. LA VEGETARIANA ANTES DE QUE mi mujer se hiciera vegetariana, nunca pensé que fuera una persona especial. Para ser franco, ni siquiera me atrajo cuando la vi por primera vez. Ni muy alta ni muy baja, con una melena que no era ni muy larga ni muy corta, tenfa la piel descamada y amarillenta, ojos sin pliegues, pémulos ligeramente prominentes y vestia ropas sin color como si tuviera miedo de verse demasiado personal. Calzada con unos zapatos muy sencillos, se acercé a la mesa en que yo estaba sentado, con un paso que no era ni rdpido ni lento ni enérgico ni débil Si me casé con ella fue porque asi como no parecia tener ningtin atractivo especial, tampoco parecia tener ningun defecto en particular. Su manera de ser sobria, sin ninguna frescura, ingenio ni clegancia, me hacia sentir comodo. No hacia falta dadrmelas de culto para atrapar su atencidn ni andar con prisas para no llegar tarde a nuestras citas, tampo- co tenia por qué sentirme menos al compararme con los modelos que aparecian en los cardlogos de moda masculina. Ni mi panza que habia comenzado a engrosarse a partir de los veintitantos, ni mis piernas, ni mis brazos fHacos que no se tornaban musculosos a pesar de mis esfuerzos, ni siquiera mi pene pequefio que era la causa de un secreto sentimiento de inferioridad, me preocupaban en lo mds minimo frente a ella. Nunca he side muy amigo de tener mas de lo que merezco. Cuando era pequeiio, fui el jefe de una banda calle- jera de chiquillos menores que yo; cuando creci, solicité el ingreso a la universidad que me otorgaba la beca mas jugosa; y luego me conformé con entrar a una pequefa compatfita que al mismo tiempo que valoraba mi escasa capacidad, me entregaba todos los meses un sucldo modesto. Asi que fuc una eleccién muy natural que me casara con ella, que parecia ser la mujer mds corriente del mundo. Desde un principio, las mujeres bonitas, inteligentes, especialmente sensuales o provenientes de una familia rica no eran mds que seres incd- modos para mi. En consonancia con mis expectativas, mi mujer cumplid sin problemas el rol de esposa comtin que yo esperaba. Todas las mafianas se levantaba a las seis y me preparaba como de- sayuno arroz, sopa y un trozo de pescado; y los trabajos tem- porales que ya hacia antes de casarse significaban un aporte, si en modesto, a la economia familiar, Trabajaba como pro- fesora asistente en una academia de computacién gréfica donde habia estudiado durante un afo y también hacia en casa trabajos por encargo que consistian en transcribir los tex- tos en los globos de las historietas. Mi mujer era mds bien callada. Casi nunca me pedia favo- res ni me decia nada por mucho que llegara tarde a casa des- pués del trabajo. Tampoco me rogaba que saliéramos los domingos 0 feriados que estabamos juntos en casa. Mientras yo me pasaba toda la tarde haraganeando frente al televisor con el control remoto en la mano, ella solia quedarse metida en su habitacién. Seguramente trabajaba o leia algiin libro —su tinica aficién era la lectura, pero la mayoria de los libros que leia, parecian tan aburridos que no daban ganas ni de abrirles la tapa— y cuando se acercaba la hora de comer, salfa del cuarto y se ponia a cocinar en silencio. En realidad, no era nada diver- tido vivir con una mujer asi, pero yo estaba agradecido por ello, pues me cansaban las mujeres que hacian sonar varias veces al dia los celulares de sus maridos, como las esposas de mis com- pafieros de trabajo y amigos, o las que refiian regularmente a sus maridos provocando ruidosas peleas matrimoniales. Si habia algo en especial que la hacia diferente, era que no le gustaba usar sostenes. Durante nuestro corto ¢ insulso noviazgo, le puse un dia por casualidad la mano sobre la espalda y al darme cuenta que no Ilevaba el sujetador debajo de su suéter, me excité ligeramente. Para comprobar si por casualidad me estaba enviando una sefial técita, la observé durante un rato con otros ojos. Ella no me estaba enviando ningtin tipo de sefal, fue la conclusién que saqué de mi observacién. Si no era una sefial, zera pereza? ;Acaso apatia? No podia entenderlo, El que no llevara sujetadores no iba con su pechos poco voluminosos. Por el contrario, si al menos hubiera llevade un sostén con rellenos abultados, yo no hu- biera quedado tan mal cuando la presencé a mis amigos. Despuds de casadas, en casa ella prescindia por comple- to de los sujetadores, En verano, se lo ponia a pesar suyo si tenfa que salir para que no se le vieran sobresalir los pezones, pero en menos de un minuto se lo desabrochaba. Si tenia puesto algo fino y de color claro o que le ajustaba un poco, se le veia a las claras el sostén desabrochado, pero a ella no parecia preocuparle en absoluto, Cuando se lo critique, pre- firid ponerse un chaleco encima en un dia de calor abrasador antes que el sostén. Ella se justificé diciendo que el sujetador la fastidiaba, que no podia soportar que le oprimicra el pecho. Como yo nunca he usado uno, no tenga la menor idea de cudn asfixiante es llevarlo encima, pero, segtin lo que podia apreciar, estaba seguro que las demas mujeres no odia- ban tanto el sostén como ella, asi que su susceptibilidad al respecto me desconcertaba. Salva eso, todo lo demds transcurria sin visicitudes. Este afio se cumplian cinco afios de casados, pero como nunca habiamos estado locamente enamorados, tampaoco habia motivos para un particular aburrimiento. Habiamos aplaza- do el embarazo hasta que compriramos una casa y como esto lo hicimos el otofio pasado, yo habia comenzado a pensar si ya no ¢ra tiempo de oir que me llamaran pap4. Hasta que descubri una madrugada del mes de febrero a mi mujer ves- tida con camisén de pie en la cocina, nunca imaginé que nuestra vida cotidiana fuera a cambiar en lo mas minimo. ~¢Qué haces alli de pie? te pregunté, cuando estaba por encender la luz del bafio. Eran mds o menos las cuatro. Debido a la mitad de una botella de soju que habia tomado en la cena de trabajo, me habia despertado con sed y ganas de orinar. —iQue qué estés haciendo? —volvi a preguntar y miré hacia donde estaba ella, Un frio escalofriante me recorrié la espalda y se me esfu- mé de golpe el suefio y la embriaguez. Mi mujer estaba de pic, completamente inmdvil, mirando el frigorifico. Como estaba sumergida en la oscuridad, no podia distinguir la expresidn de su cata, pero habia algo sobrecogedor en ella. Sus abundantes cabellas negros sin tefir estaban despeina- dos y ahuecados. Como siempre, los bardes de su camisén blanco hasta los robillos estaban ligeramente doblados hacia arriba. A diferencia del dormitorio, hacia bastante frio en la cocina. En una situacién normal, mi mujer, que era muy frio- lenta, se habria puesto encima una chaqueta de punto y se habrfa calzado las zapatillas de lana. Sin embargo, quién sabe desde cudndo, ella estaba de pie, descalza y con el camisén delgado que usaba tambien en orofio y primavera, como si no pudiera escuchar nada. Parecia que en el lugar donde estaba el frigorifico, hubiera alguien —quiz4 un fantasma— que yo no podia divisar, {Qué tenia? ;Era sondmbula? ;Eso que sélo conocia de oidas? Me acerqué a mi esposa, que estaba de perfil y quieta como petrificada. —jQué te pasa? ;Qué haces a esta hora...? le pregunté, poniéndole la mano en el hombro, pero, en contra de lo que esperaba, ella no se asusté. No era que estuviera con la cabeza en otra parte sino que tenia plena conciencia de que yo habia salido del dormitorio, le habfa hablado y me habia acercado a ella, Simplemente me habia ignorado, Como cuando a veces yo Ilegaba tarde y ella me ignoraba por estar enfrascada en alguna serie de television de trasnoche. ;Pero qué habia para enfrascarse a las cuatro de la madrugada, en la cocina a oscuras, frente a la puerta blan- quecina de un frigorifico de cuatrocientos litros de capacidad? ~jQuerida! Le miré fijamente la cara que resaltaba en medio de la oscuridad. Tenia unas ojos frios y centelleantes que nunca le habia visto y mantenia los labios firmemente sellados. ~Tuve un sucfio —respondié por fin, con voz firme. —;Un suefio? ;De qué hablas? ;INo sabes la hora que es? Ella me dio la espalda y caminando lentamente se diri- gid al dormitorio. Al cruzar el umbral, estiré el brazo hacia atrds y cerré silenciosamente la puerta. Yo me quedé a solas en la oscura cocina, con la mirada puesta en la puerta que se habia tragado su blanca silueta. Entré al bafio encendienda la luz. Hacia varios dias que estaba haciendo un frio de diez grados bajo cero. Me habia duchado unas horas atrds, asi que las zapatillas de plascico sal- picadas de agua seguian todavia humedas y frias. En el aguje- ro negro del extractor de aire abierto sobre la bafiera y en los azulejos y losas de color blanco que cubrian las paredes y el suclo, se podia sentir la helada soledad de la estacién invernal. Cuando entré a nuestro dormitorio, no se percibia nin- gtin ruido del lado donde mi mujer dormia acurrucada. Parecia que yo estuviera solo en la habitacién. Naturalmente u era slo una sensacién, Cuando en silencio agucé el ofdo, pude escuchar su respiracién apagada, No parecia la respira- cién de una persona dormida. Si hubiera estirado la mano, hubiera podido tocar su piel tibia. Sin embargo, no quise hacerlo. Tampoco tuve ganas de dirigirle la palabra. Acostado y cubierto con el edredén, por unos momen- tos perdi el sentido de la realidad y me quedé mirando con la mente ausente la luz de la mafiana invernal que entraba a la habitacién a través de las blancas cortinas, En el instante en que movi ligeramente la cabeza y puse mis ojos sobre el reloj de la pared, me levanté coma disparado como un resor- te y sali abriendo de un golpe la puerta. Mi mujer estaba en la cocina delante del frigorifico, —;Estds loca? ;Por qué no me has despertado? ;No sabes la hora que es... Interrump/ mi perorata al sentir bajo mis pies algo mullido. No podia creer lo que estaba viendo. Ella estaba sentada de cuclillas, vestida con el mismo camisén de ayer y con los cabellos despeinades cayéndole a ambos lados de la cara. A su alrededor y sobre el suelo de la cocina habia tantas bolsas blancas y negras y recipientes her- méticos que no habfa lugar donde poner los pies. Carne de ternera para hacer shabu-shabu, panceta de cerdo, dos trozos grandes de patas de ternera, calamares guardados en bolsas herméticas, anguilas limpias y troceadas que habia mandado recientemente mi suegra del pueblo, corvinas semidesecadas atadas con una cuerda amarilla, empanadillas congeladas todavia sin abrir y un sinntimero de paquetes que no se sabfa qué contenian. Haciendo crujir el plistico, mi mujer estaba metiendo uno a uno esos bultos en una gran bolsa de desper- dicios. —:Qué se supone que estas haciendo? —le grité, perdien- do finalmente los estribes. Igual que anoche, mi mujer siguié metiendo los paque- tes de carne en la bolsa de desperdicios ignorando mi presen- cia. La carne de ternera, la carne de cerdo, el pollo troceada y las anguilas marinas que debian valer como minimo dos- cientos mil wones. —;Estés loca? ;Por qué estds tirando todo esto? Apartando las bolsas de pléstico, me abalancé hacia ella y la tomé de la mufieca. No me lo esperaba, pero la firmeza de su mano era férrea. Tuve que hacer fuerza hasta que se me subié el calor a la cara para lograr que soltara el bulto que sos- tenia. Acaricidndose la mufieca derecha enrojecida con la mano izquierda, mi mujer hablé con el mismo tone de siempre. ~Tuve un suefio. Otra vez lo mismo. Me miré a los ojos sin que se le des- compusiera en lo mas minima la expresién. Entonces sond mi celular. —{Mierda! Empecé a buscar en los bolsillos del saco que habia deja- do sobre el sofa la noche anterior. En el ultimo bolsillo, mis manos asieron el celular que sonaba desaforadamente. _Lo siento muchisimo. Es que me surgié un problema en casa,.. De verdad, lo siento. Me apresuraré para llegar lo antes posible. No, no, puedo salir de inmediato. Ahora mis- mo... No, no haga eso. Espéreme que ya voy. Mil perdones. Realmente no tengo excusas... Cerré el celular y entré corriendo al baiio. Me afeité con tanta prisa que me corté en dos lugares. No hay ninguna camisa planchada? No me respondid. Soltando insultos, revolvi la cesta de la rapa sucia y encontré la camisa que me habfa quitado el dia anterior, Afortunamente no estaba muy arrugada. Mientras me ponia al cuello la corbata como una bufanda, me ponia aS los calcetines y guardaba la agenda y la billetera, mi mujer no salié de la cocina. Por primera vez en cinco afios, salf para mi trabajo sin que ella me ayudara a prepararme ni me acompa- fara hasta la puerta. Se volvié loca! ;Totalmente loca! Meti mis pies en los zapatos estrechos que habia com- prado hace poco y abri de un golpe la puerta de entrada. Al comprobar que ¢l ascensor estaba en el tiltimo piso, bajé corriendo los tres pisos por las escaleras. Cuando subi al metro que estaba a punto de partir, me vi la cara reflejada en el vidrio de la oscura ventanilla. Me arreglé los cabellos, me hice el nudo de la corbata y me alis¢ con las manos una zona arrugada de la camisa. Fue recién entonces cuando me acor- dé de la escalofriante tranquilidad que tenia la cara de mi mujer y, a continuacién, de su voz endurecida. Dos veces me habfa dicho que habia tenido un suefo. Su cara pasé como una rafaga por la oscuridad del ninel, al otro lado de la ventanilla del metro en movimiento. Era una cara desconocida, como si la viera por primera vez. Pero no tenia tiempo para pensar en su extrafio comportamiento, ya que sdlo tenia treinta minutos para pensar en una excusa para mi cliente y ordenar el borrador de la propuesta que iba a presentarle. Por un breve instante me repeti para mis aden- tros que hoy volveria a casa temprano a toda costa, puesto que desde que habia sido cambiado de seccién, hacfa meses que no salfa del trabajo antes de las doce. Era un bosque oscuro. No habia nadie. Tenia la cara y las bra- zos drafiados por abrirme paso entre los drboles de hajas agudas. Estoy segura de que estaba en compania de otras personas, pero al parecer me perdi. Hacla fria. Crucé un arroyo congelado y des- cubri un edificio iluminade parecido a un granera. Lo vi cuan- 16 do entré apartando una cortina de paja, Eran cientas de enor- mes y rojas trozos de carne que colgaban de barras de madera. De algunos trozos calan gatas de sangre todavia Iiimeda, Me abria paso apartanda las incerminables pedazas de carne, pera la puer- ua de salida del fondo no aparecia. La ropa blanca que levaba encima se me empapaba de sangre. No sé cdmo me escapé de ese lugar. Corrt sobre mis pasos y crucé de nuevo el arroyo. De pronto el bosque se aclaré y apare- cieron drboles primaverales tupidos y verdes, Estaba atestado de nifios y olfa a cosas vicas. Habla un montén de familias que esta- ban de excursién. Eva un panorama increiblemente radtante. Corria un manantial rumoroso, a su vera habia gente sentada sobre esterillas y otras comian arvallados de algas. A un lado asa- ban carne, se escuchaba tararear canciones y resonaban fuertes las visas de alegria. Sin embargo, yo tenta miedo. Todavia tenta mis ropas man- chadas de sangre, Antes de que me uiera nadie, me agaché pana esconderme detrds de un drbol. Tenta también las manos mancha- das de sangre. También la boca, Habia comida los pedazas de carne caidas en el suelo de ese granero. Me habta embadurnado fas encias y el paladar con la sangre roja de la blanda carne cruda. Mis ojos reflejados en los charcos de sangre del granera centelleaban. No puda ser mds vivida la sensacién de masticar con mis dientes a carne cruda. Y mi cara, mis ojos... Parecta el rostra de tna persana desconacida, pera no habia duda de que era yo. No, al revés. Parecia un vostro visto innumerables veces, pero na era mi cara. No puedo explicarlo. Conocida y desconocida a ta vez... era una sensacién vivida y extraia, terriblemente extratia. La cena que habia preparado mi mujer consistia en hojas de lechuga y pasta de soja, una sopa clara de algas que no tenia carne ni almejas y kimchi. Eso era todo. —Entonces, :qué? ;Has tirado toda la carne por ese suefio tonto? ;Cudnto valia todo lo que tiraste? Me levanté de la mesa y abri la puerta del congelador. Estaba vacio. Sélo habia cereales tostados en polvo, aji rojo en polvo, ajfes congelados y una bolsa con ajo picado. —Hazme aunque sea un huevo frito. Estoy realmente agotado, Casi ni he almorzado. —Tambieén tiré los huevos. -;Qué ~Tampoco nos traerin mas la leche. -No podia dejar todo eso en el frigorifico, No podia soportarlo, . ;Cémo podia ser tan egoista? Me quedé mirdndola fija- mente. Ella tenia los ojos bajos, pero se veia mds serena que nunca. No me lo esperaba. No sabia que pudiera ser tan egois- ta y hacer lo que se le viniera en gana, No sabia que era tan irra- cional. —iQuiere decir que a partir de ahora no se puede comer carne en esta casa? —De todos modos, ti en general sdlo desayunas. Segu- ramente debes comer mucha carne en el almuerzo y la cena, No te morirds por no comer carne a la mafiana —res- pondié pausadamente, como si su decisién fuera ldgica y apropiada. . —De-acuerdo. Vaya y pase en mi caso, pero, zy tt? ;No vas a comer carne de ahora en mas? —pregunté y ella respon- did asintiendo con la cabeza—. jAh, si? Hasta cudndo? —Hasta cuando sea. No supe qué mds decir. Como habia visto y oldo cosas, sabia bien que en estos dias estaba en auge ser sepetinan. la gente se hacia vegetariana para vivit mds sana y por mds tiem- sufrir de alergias po, para cambiar su contextura que le haci 18 y aopia o simplemente para prateger el medio ambiente. Naturalmente, los monjes budistas que hacian vida retirada en los cemplos lo hacfan por una buena causa, como es el no matar a los setes vivos, pero, :a qué venfa esto en ella que no cra una adolescente ni nada parecido? No queria bajar de peso, no tenia que curarse ninguna enfermedad, ni estaba poscida por los demonios, pero habfa cambiado sus hdbitos alimentarios por una mera pesadilla. :Cémo podia ser tan tozuda € ignorar la oposicién de su marido? . Podria comprenderlo si mi mujer hubiera detestado la carne desde un principio, pero ella habia sido de comer bien desde antes de casarnos. Eso fue algo que me agradé espe- cialmente, Ella daba yuelta las costillas sobre las brasas con mano diestra y se veia confiable cuando cartaba la carne sos- teniendo con una mano las pinzas y con la otra una tijera grande. Después de casarnos, los platos que hacia los fines de semana no estaban nada mal: panceta de cerdo a la sartén, que quedaba dulce y aromdrtica después de dejarla marinada con gengibre y jarabe de almiddn; o la especialidad suya que consistia en carne cortada finamente como para hacer shabu-shabu, que condimentaba con pimienta, sal horneada en cafia de bambii y aceite de sésamo, y enharinaba con arroz glutinoso.en polvo antes de asarlo en la sartén, como si luera pastel de arroz © panqueque frito. También hacta arroz con brotes de soja, que preparaba dorando en la sartén el artoz hiimedo con aceite de sésamo y carne picada y colo- cando encima los brotes de soja antes de cocerlo en la olla. Tampoco estaba el guiso de pollo con grandes trozos de papas. En una sola comida, habia vaciado tres platos de ese guiso con abundante jugo picante que estaba bien embebi- do en la carne. ¢Pero qué era esta cena que me habia preparado mi mujer? Sentada de costado en la silla, ella se llevaba a la boca con la cuchara la sopa de algas, desabrida por donde se la 19 mirase. Y envolviendo el arroz con la lechuga y un poco de pasta de soja, se lo metia en la boca y lo masticaba con los cachetes bien Ilenos. Yo no sabia nada. No sabia nada acerca de esta mujer. Es lo que se me ocurrié de repente. -;No comes? —me pregunté con voz dejada, como la de una mujer madura que hubiera criado por lo menos cuatro hijos, Sin hacer ningtin caso de mi que la miraba fijamente de pie, se quedé masticando larga y sonoramente el kimchi que tenia en la boca. Mi mujer no cambid aunque llegé la primavera. Todas las mafianas me hacia comer sdlo verduras, pero yo no volvi a quejarme. Cuando alguien cambia de un modo tajante, no hay mds remedio que seguirle la corriente. Ella comenzé a enflaquecer cada vez mas. Los pémulos, de por sf protuberantes, se hicieron desagradablemente mas puntiagudes. $i no se maquillaba, tenia el cutis demacrado de una persona enferma. Si todo el mundo bajara de peso por dejar de comer carne como lo habia hecho ella, nadie tendria por qué preocuparse de adelgazar. Pero yo lo sabia bien. Ella no estaba flaca por comer verduras sino por sus pesadillas. Tampoco era ¢so, en realidad, ella casi ya no dormia. Mi mujer no era una mujer laboriosa. Cuando yo volvia tarde a casa, la mayoria de las veces ella ya estaba dormida. Sin embargo, ahora, aunque yo volviera pasada la mediano- che, me duchara y me metiera en la cama, ella no se iba a dor- mir. No era que se quedara leyendo un libro, chateando en la computadora ni viendo la televisién por cable. Tampoco era posible que tuviera tanto trabajo transcribiendo los textos a los globos de las historietas. 20 Ella se metia en la cama pasadas las cinco y, después de dormir o dormitar apenas una hora, se despertaba con un corto quejido. Con los cabellos enredados, la piel 4spera y los ojos estriados de sangre, se sentaba a la mesa del desayuno, pero no comia un solo bocado. Lo que mds me inquietaba era que ya no querfa tener sexo. Antes solfa acceder a mis deseos sin poner peros y a veces hasta ella me tocaba primero, pero ahora me evitaba en silencio, aunque mi mano sélo le tocara el hombro. ~3Cudl es el problema? —Estoy cansada. —Por eso tienes que comer carne, No tienes fuerzas por- que no comes. Antes no eras asi. —En realidad... —Que? —.. que tienes olor. —jOlor? —Olor a carne. Tu cuerpo huele a carne. Me rei con una sonora carcajada. —jNo me has visto recién? Acabo de ducharme. ;Dénde huelo mal? —... en cada uno de tus poros —respondié ella muy seria- mente, Cada tanto tenia un pensamiento de mal agiiero. 7¥ si éstos no eran mas que los sintomas iniciales? ;¥ si era el comienzo de una paranoia, un delirio o una neurastenia, cosas que hasta ahora sdlo habia conocido de ofdas? Sin embargo, mi mujer no parecia estar poseida por una locura. Como lo habia hecho siempre, hablaba poco y man- tenfa la casa bien ordenada. Los fines de semana hacia dos platos de hierbas y también hacia chop-suey con setas en lugar de carne. Si tenia en cuenta que estaba de moda cl ser vegetariano, no habia nada de extrafio. Lo tinico malo era que no lograba dormir y que me respondia “tuve un suefio” cuan- 2 do le preguntaba por qué ten/a la cara ausente y como perse- guida por algo. Yo no le preguntaba qué habia sofiado. No tenia ganas de volver a escuchar sobre el granero en el bosque oscuro y su cara reflejada en los charcos de sangre. Sumergida en ese suefo y ese sufrimiento que yo no conocia, ni podia, ni queria conocer, ella se fue enflaquecien- do mas y mds. Adelgazé como una bailarina de ballet y final- mente quedé en puros huesos como una persona enferma. Cada vez que tenia un mal presentimiento, me ponfa a pensar que mis suegros, que llevaban un aserradero y un quiosco en una pequefia ciudad, y los matrimonios de mis cufiados, que cran buenas personas, no parecian pertenecer a una cstirpe que sufriera de desviaciones mentales. Cuando pensaba en la familia de mi mujer, se me super- ponian de manera natural en la cabeza el humo espeso y cl olor a ajo quemado. Mientras iban y venian las copas y la carne se cocia en el asador, las mujeres charlaban animada- mente en la cocina. A toda la familia -y en especial a mi sue- gro— le gustaba la carne, mi suegra sabia cortar en laminas delgadas el pescado vivo y mi cufiada y mi esposa eran muje- res que sabian trocear un pollo blandiendo un cuchillo gran- de y rectangular de carniceria. Me gustaba la autosuticiencia de mi mujer, que podia matar como si nada unas cuantas cucarachas con las manos. zAcaso no la habia seleccionado cuidadosamente por ser la mujer mds corriente del mundo? Aunque su estado fuese en verdad muy sospechoso, no queria considerar lo que se dice una consulta o un tratamien- to. Si bien alguna vez dije por ahi “eso es sélo una enferme- dad, no es un defecto”, fue porque les afectaba a los demds y no a mi. En verdad, yo no tenfa anticuerpos para estas cosas extrafias. 22 En la maftana del dia anterior a que tuviera ese suefo, esta- ba cortando carne congelada. Tri te enfadaste y me metiste prisa. “Carajo, ivas a estar todo el dia con eso?” Ya sabes, cuando me apresuras, me desconcierte. Me apabu- ilo, como st fuera otra persona, por eso las cosas se ine enredan mds. Rdpido. Mas rdpido. La mano que sostenta el cuchillo tra- bajaba con tanta prisa que senti que se me subla el calor a la nuca. De pronta, la tabla de cortar se resbalé hacia adelante. Fue entonces cuanda me carté un dedo y se melld el cuchillo. . Cuando levanté el dedo tndice, vi formarse rdpidamente una gota de sangre raja. Redonda. Bien redonda, Al meterme el dedo en la boca, tuve una sensacién de bienestar, Extraiiamente, ese sabor dulzdn, junto con el color escarlata, parecian tener la propiedad de tranquitizarme. Después de mordisquear el segundo twozo de carne que cogiste, la escupiste. Cogienda alga brillante después de rebuscar, me gritaste: : “:Qué es esto? ;Es un traza de euchillol” Me quedé mirdndote ausente, mientras ti hactas escdndalo con la cara descompuesta. “¥ si me lo tragaba, zqué? ;Podria haberme muerto!” Por qué no me habré asustado entances? Par el cantrario, ame sentié mids serena, Fue como si una mane fréa se posara en mi corazdn, Come si repentinamente toda la que me rodeaba, se retirara como la marea. La mesa, ti, todos los muebles de la coct- na... Fue como si sélo yo y ta silla en la que estaba sentada, per- manecieran dentro de un espacia infinite. Fue a la madrugada del dia siguiente cuando vi par prime- ra vex mi cara reflejada en el charco de sangre del granero. —4¥ esa boca? ;No te has maquillado? Quitindome los zapatos, jalé del brazo a mi mujer, que a3 estaba de pie aturdida, vestida con una gabardina negra, y la llevé al dormitorio. —;Ast piensas salir? Ella y yo nos reflejamas en el espejo del tocador. —Vuelve a maquillarte. Mi mujer se libré en silencio de mi mano, Abrié la pol- vera y se aplicé con golpecitos la almohadilla en la cara. Las particulas no se adhirieron bien y su cara parecia una mufic- ca de trapo cubierta de polvo. Por lo menos, cuando se pintd la boca con el lapiz labial de color coral intenso que usaba siempre; su cara se deshizo de la palidez de enferma que tenia. Yo respiré aliviado. ~—Es tarde, aprestirate —le dije, adelantindome y abrien- do la puerta del apartamento, Mientras apretaba con una mano el botdén del ascensor, me quedé mirando con desasosiego a mi mujer que se estaba calzando con parsimonia unas zapatillas azules. Gabardina y zapatillas... No combinaban en absoluto, pero no habia remedio. Ella no tenia zapatos, pues habia tirado todos los objetos hechos de cuera, Cuando me subf al coche que ya habia puesto en mar- cha, lo primero que hice fue poner la emisora de tréfico. Prestando atencién al estado del trafico en los alrededores del restaurante coreano del centro en donde habfa hecho reservas mi jefe, me puse el cinturén de seguridad y baj¢ la palanca del freno de mano. Mi mujer, se senté en el asiento de al lado haciendo ondear su gabardina impregnada de frio y se puso el cinturdn de seguridad. —Hoy tienes que portarte bien. Es la primera vez que el presidente de la compafila invita a un jefe de seccién coma yo a esta reunién. Eso significa que tiene una buena opinién de mi. Gracias a que me apresuré y utilicé calles poco transita- das, pude llegar apenas a tiempo al lugar de la cita. Era un 24 edificio de dos plantas, lujoso a primera vista, con una amplia playa de estacionamiento. Hacfa mucho frio, a pesar de lo tardio de la estacién. Mi mujer, que me esperaba a un lado del estacionamiento reci- biendo el aire de la noche cubierta con Ia delgada gabardina de primavera, se veia desabrigada. No habia hablado durante todo el trayecta, pero como as/ era por naturaleza, no le pres- té atencién, “Mejor que no hable, a los mayores les gustan las mujeres calladas”, me dije y as! me libré facilmente de la lige- ra preocupacién que me produjo. Ya habian Ilegado el presidente de la compafila y su esposa y los matrimonios del director y el gerente. El subdi- rector y su mujer llegaron justo detrds de nosotros. Despucs de saludarnos con movimientos de cabeza y sonrisas, mi mujer y yo nos quitamos los abrigos y los colgamos en el per- chero. Siguiendo las instrucciones de nuestra anfitriona, que tenia las cejas finamente depiladas y llevaba un collar de grue- sas cuentas de jade, Megamos a la larga mesa del banquete. Todas se veian distendidos como si fuera un lugar al que venian a menudo. Me senté en mi sitio observando el recho decorado como el de una casa tradicional y mirando de reojo a los peces de colores de la pecera de piedra. Casualmente miré a mi mujer y en ese instante vi su pecho. ‘Tenia puesta una blusa negra ligeramente ajustada y debajo se recortaban claramente sus pezones. No habia dudas, mi mujer no se habia puesto el sostén. Cuando le quité la vista para ver los ojos de los demas, mi mirada se encontrd con la de la esposa del gerente. Supe enseguida que sus ojos, disfrazados de indiferencia, estaban Ilenas de curio- sidad, estupefaccién y menosprecio salpicado de duda. Se me subié el rubor a la cara. Sintiendo las miraditas que le echaba a mi mujer que estaba sentada ausente y sin participar de la charla social de las mujeres, me esforcé por no perder la compostura, Me parecié que el actuar de la manera 25, mas natural posible era lo mejor que podia hacer en ese momento. —;No les costé encontrar el lugar? —me pregunté la espo- sa del presidente. -Ya habfa pasado por aqui antes. Me agradé el jardin, asi que tenia ganas de conocerlo por dentro. —jAh, si? El jardin est4 muy bien arreglado. De dia es todavia mds bonito, pues por la ventana se ven los canteros de flores. Sin embargo, cuando comenzaron a servir los platos, se rompid la tensa cuerda que mantenfa a duras penas con todo mi-esfuerzo. Lo primero que trajeron fue tengpyeongehde. Era un plato muy bien presentado que consistia en finas tiras de gelatina de frijoles mungo mezcladas con verduras y carne de ternera, Mi mujer, que hasta entonces no habia dicho una sola palabra, le dijo en voz baja al camarero que estaba por ‘servirle en su plato: ~Yo no voy a comer. Lo dijo en voz apenas audible, pero todos se quedaron inméviles. Recibiendo las miradas incerrogativas de los co- mensales, esta vez hablé un poco mas alta: ~Yo no como carne. ¢Entonces es vegetariana? —le pregunté con tono jovial el presidente de la empresa—. En el extranjero hay vegetaria- nos estrictos y en nuestro pais me parece que estén comen- zando a aparecer algunos. Sobre todo tiltimamente que los medios de prensa atacan tanto la ingesta de carne... No me parece exagerada la idea de que hay que dejar de comer carne para poder vivir més tiempo. ~Atin asi y todo, ;cémo se puede vivir sin comer nada de carne? —manifesté su esposa, sonriendo, Mientras el plato de mi mujer permanecia vacto, el camarero llend los platos de los otros nueve comensales y se 26 marché. La conversacién gird naturalmente hacia el vegeta- rianismo, —;Vieron que hace poco descubrieron la cabeza de un omnivero de hace quinientos mil afios? Tenia rastros de haberse alimentado de la caza. El comer carne es un instin- to. El ser vegetarian va en contra del instinto. No es algo natural. —Ultimamente parece que hay gente que e€s vegetariana por una cuestién de naturaleza fisica. Yo también quise ave- riguar cual era mi naturaleza fisica y fui a varios consultorios de medicina oriental, pero en todos me dijeron cosas diferen- tes. Cada una de las veces cambié mi dieta alimentaria, pero no me sent’ cémoda... Ahora pienso que lo mejor es comer de todo. —La persona que come de todo, sin excepcién, ino es la que se puede llamar sana de verdad? Es una prueba de que también es mentalmente sana —dijo la esposa del gerente, que habla estado mirando de reojo los pechos de mi mujer. Finalmente termine por dirigir sus flechas directamente hacia ella; ;Por qué razon es vegetariana? ;Por salud? ;O quizd por cuestiones religiosas? —No es par eso —respondié en voz baja mi mujer, abrien- do los labios, Su rono era calmo, como si no tuviera la menor nocién de lo importante que era esta reunién, Repentina- mente, tuve un escalofrio, pues adiviné lo que diria a conti- nuacidén—: Es que.. tuve un suefo, Rapidamente tapé su respuesta: —Mi mujer ha padecido durante mucho tiempo proble- mas estomacales, por eso no puede dormir bien. Siguiendo las indicaciones del médico de medicina oriental, dejé de comer carne y ahora est4 mucho mejor. Por fin todos asintieron con la cabeza. —Me alegro, La verdad, nunca he comido hasta hoy con un vegetariano. ;No les parece terrible comer con alguien a ay. quien puede parecerle atroz ¢l verme comiendo carne? El ser vegetariano por cuestiones espirituales equivale a tener repug- nancia por los que comen carne, zno es asi? —Debe ser algo parecido a que la mujer que estd sentada ante mi, me mire como si fuera un animal al verme comer con ganas un pulpito vivo enrollado en el palillo. ‘Todos se desternillaron de risa, Uniéndome a las carca- jadas, tuve la clara conciencia de que mi mujer no se refa con los demas; de que, sin prestar la menor atencidn a la conver- sacion que fluia, observaba céma los labios de todos brillaban por el aceite de sésamo del plato servido; y de que eso estaba incomodandoa a todos. EI siguiente plato fue pollo glaseado en salsa picante dulce. El siguiente fue attin crudo. Mientras todos comian, mi mujer no movié un solo dedo, Dejando sobresalir sus pezones como bolitas de bellota a través de su blusa, observa- ba exhaustivamente los movimientas de los labios de todas las personas alli rcunidas, como si los absorbiera, Hasta que terminaron de servir los mas de diez platos que constituian la cena, mi mujer sélo comié ensalada, kim- chi y gachas de ealabaza. No comid las gachas especiales que llevaban bolitas de arroz glutinose porque estaban hechas con caldo de carne, A medida que pasaba el tiempo, la gente con- versaba, como si mi mujer no estuviera presente en esa reu- nién. Como si me tuvieran listima, me lanzaban de vez en cuando alguna pregunta, pero yo podia sentir que me man- tenian a una distancia respetuosa, como si me consideraran de la misma especie que ella. Cuando trajeron fruta coma postre, mi mujer camié un trozo de manzana y de naranja. -No tiene hambre? Casi no ha comido... —se preocupé nuestra anfitriona con un brillante tono de cortesia. Sin sonreir, sin ponerse colorada y sin dudarlo, mi mujer la miré sin responder nada. Esa mirada estaba horrorrizando 28 a todos los presentes. gSab/a mi mujer en qué reunién estaba- mos? ;Sabia quidn era la mujer madura que le habia dirigido la palabra? Por un instante, su cabeza, a la que nunca me habfa asomado antes, me parecié una profunda trampa sin fondo. Tenia que tomar alguna medida. Esa noche, en el trayecto de vuelta a casa en coche, pre- senti que todo se habia echado a perder, Ella se vela imper- turbable. Parecia no tener la menor idea de lo que habia hecho. Se quedé con la cabeza inclinada sobre el vidrio de la ventanilla, como si tuviera suefio o estuviera cansada. Si me hubiera comportado segtin mi cardcter de costumbre, me hubiera mostrado enfurecido. {Quieres que echen a tu mari- do de la empresa? ;Por qué diablos hiciste eso? Sin embargo, supe que nada de eso tendria efecto. Ninguna cdlera o persuasién lograrfa conmoverla. No estaba en un estadio en que yo pudiera hacer algo. Después de lavarse y ponerse el camisén, ella entrd en su cuarto en lugar del dormitorio matrimonial. Después de dar yueltas por el salén, tomé el teléfono, Mi suegra, que vivia en una pequefia y lejana cindad, respondié al otro lado de la linea. Aunque era una hora temprana para irse a dormir, su voz sonaba somnolienta: —;Estan bien? Hace rato que no tengo noticias. —Lo siento, ya sabe lo ocupado que estoy siempre. :El suegro estd bien? —Nosotros estamos siempre igual. ;Y tu trabajo va bien? Después de dudarlo un poco, respondi: —Si, bien. Pero Yeonghye... ; —;Qué pasa con ella? ;Le ocurre algo? —pregunté mi sue- gra con voz preocupada, Normalmente no mostraba un inte- 29 rés especial par su segunda hija, pero al parecer los hijos eran los hijos. —No come carne. —;Que? —No come nada de carne y sélo come verduras. Hace ya varios meses de esto. . ~;De qué me hablas? Para hacer dieta no es, me imagi- no. —Por mas que le hablo, no me hace caso. Por eso hace fato que yo tampoco pruebo un bocado de carne en casa. Mi suegra se quedo sin saber qué decir. Aprovechando la ocasién, le clavé la estocada: —No sabe lo débil que se ha puesto ella. —Esto no puede ser. Si estd al lado, dame con ella. —Enwé a dormir, Le diré que la llame mafana. -No, déjale. Yo misma la llamaré mafiana. No entiendo qué le pasa... Te pido disculpas. Después de colgar, busqué en mi agenda y llamé al numero de mi cufiada. Atendié gritando “hola” el sobrinita de mi mujer, que tenia unos tres afos. —Pasame con tu mama. Al rato atendié mi cufiada, que se parecia a mi mujer, pero era mis bonita porque tenia los ojos mds grandes y, sobre todo, era mds femenina. —:Hola? Las comunicaciones telefénicas con mi cufada, que hablaba con un ligero dejo nasal, siempre me provecaban una ligera tensién sexual. Como lo habia hecho con mi suegra, le hice saber del vegetarianismo de mi mujer. ¥ después de escu- char la misma estupefaccién y recibir las mismas disculpas y promesas, colgué. Por ultimo, pensé en llamar también a mi cufado, el hermano menor de mi mujer, pero lo dejé porque mie parecié demasiado. 30 He sattada otra vez. Alguien maté a una persona, otra lo oculté perfectamente, pero me olvidé de todo cuando me desperté. Quizd no fui la ase- sind o quizd fii yo la asesinada. Si fii la asesina, 3a quién habré matido? 7A ti tal vez? Era alguien miey cercano, O quizd fiaste ui ef que me mat... ;Entonces quién habrd sido la persona que ocnltd el crimen? Seguro que no era ni yo ni tt... Fue con ana pala. Es lo tinico que recuerdo. Murté de un golpe en la cabeza con tind pala grande para cavar la tierra, Resond sordamente. Se sintié el instante elistico en que el metal golped la cabeza... Recuerda claramente und sombra desplamdndose en la oscuridad. No es la primera vez que lo suefia. Lo soné infinidad de veces. Como cuando uno estd ebrio y se dcuerda de todas las veces que lo estuvo anteriormente, en ef suefta ya recuerdo todos mis sweitas anteriores. Innumerables veces alguien matd a alguien. Es borrese, confuse... pera to recuerdo con una sensacién palpable de escalafrio. Seguramente no lo puedes entender. Desde hace tiempo, a mi me da miedo ver a alguien trabajando con el cuchilla sobre una tabla de cortar. Aunque sea mi hermanao mt madre. No puedo explicar la razén. Séla puedo decir que es una sensactén que no soporte. Entonces me comporto amablemente con esa per- sand, Pero en el suetio de ayer, lat persona que mirid 0 que come- tid el asesinato no fueron ni mi madre ni mi bermana. Simple- mente es una sensactén parecida. Sélo me quedd la sensacién de algo espeluznante, sucio, terrible y cruel. Como si hubiera mata- do a alguien con mis manos 0 que yo hubiera sido muerta por alguien. Una sensactén impostble de sentir si no se ha pasado por 650... perentoria, frustrante, tibia como la sangre que ain no se ha enfriado. Por qué serd? Todo me parece ajeno. Me parece estar den- tra de algo, Como si estuviera encerrada detrds de una puerta sin zu pteaporte. No, quizé haya estado allé desde el principio y me haya dado cwenta de ella repentinamente. Estd oscuro. Todo estd escuramente aplastada, En contra de lo que habia esperado, las intervenciones de mi suegra y mi cufiada no ejercieron ninguna influencia en los habitos alimenticios de mi mujer. Los fines de semana, mi suegra me llamaba para preguntarme: —jYeonghye sigue sin comer carne? Hasta mi suegro, que nunca llamaba, la reprendid seve- ramente. Sus gritos encolerizados se escaparon del tubo del teléfono y Ilegaron hasta mis ofdos. —iQué diablos estas haciendo? Tu, vaya y pase, pero, zqué serd de tu marido que estd en plena juventud? Sin decir que si ni que no, mi mujer se quedé en silen- cio con el teléfono pegado a la oreja. —;Por qué no dices nada? ;Me estds escuchando? Come la olla de la sopa estaba hirviendo, ella dejd el teléfono sobre la mesa sin decir nada y se fue a la cocina. Y no volvié. Cogi el aparato por pena de mi suegro, que voci- feraba lastimosamente al otro lade de la linea sin que nadie lo escuchase. —Lo siento, suegro. —No, yo soy el que debe pedirte disculpas. Sus palabras me sorprendieron, pues mi suegro cra una persona sumamente autoritaria y nunca en los cinco afios de mi matrimonio le habia oido hablar con ese tono de discul- pa. No le cuadraban las palabras amables. Habia luchado en la guerra de Vietnam y su maximo orgullo era la medalla al mérito que habia ganado entonces. Su voz era sumamente estentérea y su obstinacién era tan fuerte como su voz. Ya habia escuchado un par de veces la historia que comenzaba Rp diciendo: “Yo en la guerra de Vietnam maté a siete comunis- tas...” Mi mujer habja crecido siendo castigada con golpes en las piernas hasta los diecisiete afios. —El mes que viene pensamos ir a Seuil, asi que hablaré largo y tendido con ella entances. En junio cumplia afios mi suegra. Como su casa estaba demasiado lejos, los hijos que vivian en Sel se lo celebraban simplemente enviindole regalos y llamandola por teléfono. Sin embargo, apravechando que a principios de mayo la familia de mi cufiada se habfa mudado a un apartamento mas grande, mis suegros iban a venir a Seu para conocer la nueva casa. La reunién, que se iba a hacer el segundo domingo de junio, prometia ser, pues, un gran evento que no se repetiria en muchos afios. Aunque nadie lo habfa expresado abierta- mente, estaba claro que habia preparada para ese dia una fuerte reprimenda para mi mujer por parte de su familia. Con conciencia de ello 0 no, mi mujer pasaba los dias con absoluta indiferencia. Salvo que seguia evitando mante- ner relaciones conmigo —incluso dorm/a con los pantalones puestos—, por fuera pareciamos un matrimonio normal, Lo iinico diferente era que estaba adelgazando mids cada dia que pasaba y que cuando me levantaba en la madrugada, después de apagar a tientas el despertador, ella estaba acostada tiesa y con los ojos bien abiertos en medio de la oscuridad. Después de lo ocurrido en la cena organizada por la empresa, me tra- taron durante un tiempo con cierta aprensién, pero después que el proyecto que yo dirigi dio atractivas ganancias, todo parecié ser olvidado. A veces pensaba que no era tan malo vivir con una mujer algo extrafia. Viviamos como si fuéramas extrafios 0, mejor dicho, como si fuera una hermana ‘o la empleada domestica que hacia la comida y limpiaba la casa. Sin embar- go, para un hombre como yo que estaba en la flor de la edad y habia mancenido hasta entonces una relacién marital, aun- 3b que sosa, me resultaba dificil de soportar la larga abstinencia sexual. Cuando volvia tarde a casa de alguna reunién, me abalanzaba sobre mi mujer ayudado por el alcohol. Incluso sentia una inesperada excitacién cuando le bajaba los panta- lones sujetando sus brazos forcejeantes. Lanzindole insultos en voz baja mientras ella se me resistia con todas sus fuerzas, lograba penetrarla en una de tres oportunidades. Entonces se quedaba mirando el techo con los ojos vacuos en medio de la oscuridad, como si fuera una esclava sexual forzada por los nipones. Apenas acababa, se ponfa de costado dindome la espalda y hundia la cara entre las sabanas, Mientras salia a ducharme, ella se limpiaba, y cuando yo volvia a la cama, estaba de nuevo acostada de frente y con los ojas cerrados como si nada hubiera pasado. Entonces me sentia asaltado por un extrafo y mal presentimiento. Aunque tenta un cardc- ter poco sensible y nunca me habia sentido inclinado a los presentimientos, la oscuridad y el silencio de nuestra habita- cin eran aterradores. A la mafiana siguiente, miraba con un aborrecimiento inocultable a mi mujer sentada de perfil a la mesa del desayu- no con la boca bien cerrada y con cara de que nada de lo que le dijera le haria mella. Me incomodaba y me era odiosa esa expresién de haber pasado por todas las desgracias y vicisitu- des de la vida. Ocurridé una tarde, cuando falraban cuatro dias de la reunién familiar. Ese dia hizo en Setil un calor excesivo para esa época temprana del afio y todas las tiendas y edificios grandes pusieron en funcionamiento el aire acondicionado. Después de un dia entero expuesto al aire gélido de la ofici- na, volvi a casa cansado de tanto frio. Cuando abri la puerta _del apartamento y vi a mi mujer, tuve que entrar y cerrar la puerta apresuradamente, pues tuve miedo de que alguien que pasara por el pasillo la viera. Con unos pantalones livianes de algodén de color gris claro y el torso desnudo, estaba sentada pelando papas con la espalda apoyada en el mueble de la tele- visién. Debajo de las claviculas claramente marcadas, se velan sus pechos, que ahora eran apenas unas ligeras protuberancias debido a la pérdida de peso. ~iPor qué te quitaste la ropa? -le pregunté, esforzando- me por esbozar una sonrisa. —Porque tenia calor —me respondis ella, sin levantar la cabeza de su labor de pelar papas. “Levanta la cabeza". Lo dije por dentro, con los dientes apretados. “Levanta la cabeza y sonrie. Muéstrame que lo que has dicho es una broma”. Sin embargo, ella no se sonrid. Eran las ocho de la tarde, la ventana del balcén estaba abierta y no hacia calor en el apartamento. Tenia la piel de gallina en sus hombros. Las cdscaras de papas se acumulaban formando un monticulo sobre el periddica. Mas de una treintena de tubér- culos se apilaban formando una pequefia colina. —Qué vas a hacer con eso? —le pregunté, aparentando indiferencia. —Voy a cocerlas al vapor. —;Tantas? Si. Me rei estudiando su expresidn y esperé que ella cam- bién se riera. Pero ella no lo hizo. Ni siquiera levanté su cara. Es que me dio hambre. Durante el sueno, cuando le corta la cabeza a alguien, cuande sosteniéndola por las pelos le doy el dltima golpe a la cabeza que pende oscilante, cuando deposito en mi mano las res- baladizos globos oculares y cuando me despierto... Durante la vigilia, cuando me dan ganas de matar a las palomas que cami- nan tambaleantes delante de mi, cuando tengo ganas de retorcer- fe el cuello al gato del vecino al que he venide observando hace 35 tiempo, cuando me tiemblan las picrnasy me corre un sudor frio, cuando me siento otra, cuando otra persona me surge desde den- wo y me devora... En todas estas ocastones... .. se me llena la boca de saliva, Cuando paso por delante de la carnicerta, me tape la boca, Es por la saliva que me brota de la base de la lengua y me maja los labios, por la saliva que se me escurre de la boca y se me derrama. Si pudiera dormir... Si pudiera dejar la conctencia aunque sea una hora... La casa esta fria mientras me despierto inconta- bles veces y vago de aqui para alld con los pies descalzas, Estd frta como el arroz o la sopa que se han enfriado. No se ve nada detrds de las ventanas negras. A veces se excuchaban sacudids en la oscu- ra puerta del vestibulo, pero no era nadie que lamara a la puer- ta. Cuando volvia y ponia la mano debajo del edredén, estaba ya fre. Ya no puedo dormir ni cince minutos seguidos, Apenas me abandona la conciencia, suetto. No, ni siguiera se puede decir que sean suenos. Escenas cortas me asaltan intermitentemente. Ojos feroces de bestias, formas sangrientas, crdneos abiertas y de nuevo ojos de fieras. Sow ojos que parecen nacidos de mis entra- jas. Cuando abro los ojos temblando, me miro las manos. Reviso si mis uhas son todavia blandas, si mis dientes son toda- pia suaves. Sélo confia en mis pechos. Me gustan mis pechos. Pues con ellos na pueda matar a nadie, ;Acaso las manos, los pies y los dientes, ¢ incluso la lengua y la mirada, na son armas con las que se puede matar y herir cualquier cosa? Pero los pechas na. Mientras posed estos pechos redondos, estoy segura. Todavta estoy 36 segura. :Pero por qué se me estén adelgazando? Ya no son redon- dos, :Por qué serd? :Por qué me estoy poniendo tan flaca? :Qué es lo que cortaré que me estoy poniendo tan afilada? Era el piso diecisiete de un apartamento bien soleado que daba al sur. El edificio de adelante le cerraba la vista, pero por detras se veian a lo lejos las montafias. -Ya no tengo per qué preocuparme de ustedes. Estin completamente encaminados —dijo mi suegro, antes de empezar la comida. Habian comprado e! aparcamento con las ganancias que habia dado la tienda de cosmeticos que llevaba mi cufiada desde antes de casarse. Mientras todavia estaba embarazada, habia triplicado las dimensiones del local, y después de dar a luz, sdlo se daba una vuelta por las tardes. Como hacia poco el nifto habia cumplido wes aftos ¢ iba al preescolar, habia comenzado de nuevo a trabajar en la tienda todo el dia. A mi me daba envidia mi concufiado. Habia estudiado arte y se las daba de artista, pero no aportaba nada a la econo- mia familiar. Decian que tenia una herencia, pero no duraria mucho si solo gastaba y no ganaba dinero. Coma su mujer habia vuelto al trabajo, mi concufado podia dedicarse al arte el resto de la vida y vivir sin preocupaciones. Ademds, mi cufiada era muy buena cocinera, como lo habia sido mi mujer. Cuando vi la mesa puesta y llena de deliciosos platos, se me hizo agua la boca. Mirando el cuerpo proporcionadamente relleno de mi cufiada, su amable manera de hablar y sus ojos grandes, lamenté las muchas cosas que me habja perdido en la vida sin darme cuenta. Sin siquiera comentar a modo de saludo que le gustaba la casa o que seguramente habfa pasado mucho trabajo pre- parando tanta comida, mi mujer se puso a comer arroz y a7 kimchi en silencio. Salvo eso, no habia nada que ella pudiera comer, Como no comfa mayonesa, puesto que se hacia con huevos, ni siquiera’acercé los palillos a la ensalada que se vela fan apetitosa. Debido al largo insomnio, la cara de mi mujer estaba renegrida como un carbén quemade. Cualquier desconocido la hubiera confundido con una enferma grave. Como siem- pre, no llevaba sujetador y se habia puesto una camiseta blan- ca, asi que se traslucian sus pezones como si fueran manchas. Hace un rato, cuando cruzamos la puerta de entrada de la casa, mi cufiada se la habia llevado a su habitacién, pero por la cara de desaliento que tenia ésta cuando salié al cabo de un rato, se podia inferir que mi mujer se habfa negado a poner- se el sostén. :Cudnto les costé la casa? =;En serio? Ayer entré a un sitio inmobiliario de Internet y estuve viendo un poco. Entonces esta casa ya ha subido cincuenta millones.de wones. Y subird mucho mis el afio que viene cuando terminen de construir la Ifnea del metro. —Eres un hombre muy habil. ~Yo no he hecho nada. Todo lo ha hecho mi mujer. Mientras un didlogo convencional, amable y practico salpicaba la comida, los nifios charlaban en voz alta, se pega- ban y comfan a carrillos llenos. ~,T i sola has preparado toda esta comida? —le pregunté a mi cufiada. —La fui haciendo de a poco desde anteayer. Estas ostras las fui a comprar y las hice por Yeonghye, que sé que a ella le gustan, pero hoy ni siquiera las ha tocado... Ahogué la respiracién. Habla comenzado lo que se esta- ba por venir. —Espera un poco. Oye, Yeonghye, creo que ya te hablé con suficiente claridad. 38 Después de la amonestacién de mi suegro, mi cufiada la con buenas palabras: -iA donde quieres llegar? Las personas necesitamos ingerir determinada cantidad de nutrientes... Si quieres ser vegetariana, clabora una dieta adecuada, Fijate qué mala cara tienes, —Yo casi no la reconozco, Me lo habian contado, pero no sabia que se habla hecho vegerariana hasta el punto de perju- dicarse la salud -afadié mi cufiado. . —Hoy se acabé tu vegetacianismo, Come esto, esto y esto, Ni que viviéramos en una época de necesidades. Mira la pinta que tienes -dijo mi suegra, poniendo delante de mi mujer la carne de ternera a la sartén, el guiso de pollo y los fideos con pulpo. —iQué estas haciendo? jCome de una vez! —insistié mi suegro con voz de trueno. —Yeanghye, come, Si comes, te nacerdn las fuerzas. Una persona normal tiene que vivir con cnergias. Los monjes aguantan porque practican una vida contemplativa y viven solos -la persuadié mi cufiada con palabras suaves. Los nifios observaban a mi mujer con los ojos grandes. Como si no entendiera a qué venia repentinamente tanto barullo, mi mujer miré de hito en hito la cara arrugada de mi suegra que costaba creer que alguna vez hubiera sido joven, sus ojos Ilenos de preocupacidn, e! cefo fruncido y lleno de inquietud de mi cufiada, la actitud de mero espectador de mi concufiado y la expresién de disgusto, si bien comedido, del matrimonio de mi cufiado. Esperé que mi mujer dijera algo. Sin embargo, mi mujer dejé los palillos sobre la mesa y con este tinico gesto respondio a los mensajes mudas que le lan- zaban todas esas caras. Se levanté un murmullo sordo. Esta vez mi suegra tomé con los palillos un trozo de carne de cerdo agridulce y le dijo tendiéndoselo cerca de la boca: 39 —Venga, abre la boca. Come. Con la boca cerrada, mi mujer miré a mi suegra con cara de no entender qué estaba ocurriendo. ~Abre la boca. ;No te gusta esto? Entonces come esto dijo mi suegra, levantando esta-vez un poco de carne de ter- nera a la sartén. Como mi mujer continuaba con la boca cerrada, dejé la carne y cogié esta vez una ostra—. Esto te gusta desde que eras pequefia. Alguna vez me dijiste que te gustaria comer ostras hasta hartarte... —Si, yo también lo recuerdo. Por eso siempre que veo ostras, me acuerdo de Yeonghye —la secundé mi cufiada, como si el hecho de que rechazara las ostras fuera lo mas preocupante. Cuando los palillos que sostenian la ostra se acercaron cada vez mds a su boca, mi mujer eché hacia ards el cuerpo. —Comételo de una vez, que me duele el brazo... Y en verdad le temblaba el brazo a mi suegra. Mi mujer opté por levantarse de la sila. —No voy a comer —hablé por primera vez mi mujer, con voz firme, ué?! —gritaron al unisona mi suegra y mi cufiado, que tenfan el mismo cardcter explosivo. La mujer de mi cufia- do lo tomé répidamente del brazo. {Ya no puedo soportar ver esto! ;Te crees que estoy de broma? ;Come de una vez! Imaginé que mi mujer le responderia: “Lo siento, padre, pero no puedo comer”, pero en su lugar hablé con calma, sin el menor dejo de disculpa: —Yo no como carne. De la frustracién, mi suegra bajé los palillos. Su rostro avejentado parecfa a punto de echarse a llorar. Fluyé un silen- cio tenso.a punto de explotar en cualquier momento. Enton- ces mi suegro tomé los palillos y cogié un trozo de cerdo agri- dulee, Dio yuelta a la mesa y se puso delante de mi mujer. 40 Con su cuerpo robustecido y endurecido por el trabajo de toda la vida, pero con la espalda inevitablemente encorva- da por los afios, mi suegro le puso el cerda agridulce delante de la cara. —Come, hazme caso que soy tu padre. Te lo digo por tu bien. ;Qué hards si te enfermas por seguir asi? Se podia sentir un eternecedor paternal en sus palabras y se me humedecieron los ojos sin darme cuenta. Seguramente todos los que estaban allf sintieron lo mismo. : Padre, yo no como carne —dijo mi mujer, apartando con una mano |os palillos de mi suegro que temblaban silen- ciosamente en el aire. Repentinamente la recia palma de mi suegro cruzé el aire. Mi mujer se llevé la mano a la cara. ~(Padre! —grité mi cufiada, al mismo tiempo que le afe- traba el brazo a mi suegro. Como si todavia no se hubiera aplacado su excitacién, sus labios estaban temblorosos. Sabia que tenia un cardcter que habia sido terrible de joven, pero era la primera vez que veia pegarle a alguien. —Tu, yerno, y ti, Yeongho, venid aqui. Vacilante, me acerqué a mi mujer. El golpe habla sido tan fuerte que le haba dejado una marca de sangre, Como si recién entonces se hubiera quebrado su serenidad, mi mujer respiraba a grandes bocanadas. ~jSujétenla de los brazos! —;Qué —Una vez que empiece a comer, comerd como antes. ¢Dénde se ha visto que alguien no coma carne en estos dfas? Mi cufiado se levanté de su asiento con cara de contra- riedad. —Vamos, hermana, come de una vez. Di que si y haz que comes. No compliques las cosas, ;Tienes que llegar a este punto delante de papa? at —:Quién te mandé hablar? ;Sostenla del brazo! jY ui también, yerno! -;Papd, por favor! —suplicé mi cuftada, sujetindolo del brazo derecho, Esta vez mi suegro tiré los palillos y tomando el cerdo agridulce con las manos, se acercé a mi mujer. Vacilante, ella comenzé a dar pasos hacia atrds, pero mi cufiado la detuvo. —Vamos, come de buena gana. Cégelo vi misma y cémetelo. —Papa, no hagas eso ~le suplicé mi cufiada. Como la fuerza con que mi cufiado sostenia a mi mujer era mds fuerte que la fuerza con que mi cufiada sostenia a su padre, éste se desasié de sui hija y acered el cerdo agridulce a la boca de mi mujer. Con los labios firmamente cerrados, ella lanzé un quejido. Parecia que queria decir algo, pero que no podia hacerlo por miedo a que la carne entrara en su boca, —;Papal -grité mi cufiado, disuadiendo a su padre, pero sin atinar a soltar a mi mujer. —Mmm... ;Mmm! Mi suegro le estampé el cerdo agridulce en la boca de mi mujer, que se agitaba penosamente. Con los dedos recios, le aparté los labies, pero no pudo hacer nada para entreabrir los dientes fuertemente cerradas. Ciego de célera, mi suegro vol- vid a pegarle otra boferada. —jPapal Mi cufiada se abalanz y lo abrazé por la espalda, pero en el instante en que se aflojé la presidn de la boca de mi mujer, le introdujo a la fuerza el trozo de cerdo agridulce. Ante la embestida, mi cuftado aflojé el brazo con que aferra- ba a mi mujer y ésta escupié la carne lanzando un bramido. Fue un alarido de bestia el que salié de su boca: —jjDéjamel!! 42 Se agazapé como si fuera a salir corriendo por la puerta, pero en lugar de eso se dio la vuelta y tomé el cuchillo de la fruta que estaba sobre la mesa. Yeo... Yeonghye... La voz quebrada de mi suegra corté temblorosamente el brutal silencio, Los nifios estallaron en el llanto que habian estado conteniendo, Apretando los dientes y mirando a los ojos a cada uno de los presentes, mi mujer alzé el cuchillo: —jlmpedidselo! ‘ —jCuidado! Un chorro de sangre broté de la mufeca de mi mujer. La roja sangre llavid sobre los platos blancos. La persona que le quité el cuchillo a mi mujer, que se habia desplomado con las rodillas dobladas, fue mi concufiado, que hasta entonces se habia quedado sentado sin hacer nada. —;A qué esperas? {Trae una roalla! Haciendo gala de su experiencia en las fuerzas especiales de asalro, contuvo con destreza la hemorragia de la mufieca y luego alzé a mi mujer sobre sus espaldas. {Baja rapide y pon en marcha el coche! Busqué a tientas mis zapatos. Después de equivocarme dos veces, pude calzdrmelos y salir por la puerta del aparta- mento. ..el perro que me mordié estd atada a la motocicleta de papd. Quemaron los pelos de ste cola y me lo pusieron en la hert- da de la pantorrilla, aténdometo con una venda. Tengo nueve afios y estoy de pie delante de la puerta de casa. Es un caluroso dia de verano. Aunque esté quieta, me corre el sudor por el cuer- po. El perra estd con la lengua fuera colgando de la mandibula y respira agitado. Es un perro blanca mds grande que yo y bien 43 parectdo, Antes de que mordiera a la hija de i dueiio, era cono- cido en el barrio por su inteligencta. Papd dijo mientras lo chamuscaba colgado de un drbol que no le pegaria. Habla esctechado en alguna parte que la carne de las perros que mueren corriendo es mds rierna. Papd pone en marcha el motor y la motocicleca comienza a carrer. El perro también, Da vueltas por et barrio, siempre por el mismo cami- no. Sin maverme, sigo de pie ante la puerta viendo como el perro se agota dea poco, resollando fiterte y con los ojos desorbitados. Cada vex que mi mirada se encuentra con stes ojos centelleantes, mis ojos se agrandan fiertasos, “Perro malo, scdmo pudtste morderme?” Al dav la quinta vuelta, sale espuma de la boca del perro, Se escurre un bilo de sangre de la cuerda que amarra su cuello, Gime de dolor y corre arraserdndose. A la sexta vuelta, el perra vomita und sangre negruzca. Sangra del cuella vy la boca. Con la espalda bien derecha, observo la sangre mezclada can la espuma J las ojos centelleantes. Esperando verla aparecer en la séptima suelta, veo en st lugar a papd que lo trae todo estirado en la parte de atris de la motocicleta. Miro sus patas que cuelgan iner- tes y sus ojos abiertos y sanguinolentos, Esta noche hubo un banquete en casa, Se reunieron todos los hombres conocidas del mercado. Como decian que debla comer para que se me curara la herida, yo también cami un bacado, No, en realidad, me comi un ewenco entero del guiso mezelade con arvoz. El olar a perra que las semillas de pertlla no lograban tapar ime lend la nariz. Recuerdo sus ojos temblorosos sobre la sopa, los ojos con los que me miraba cuando vomitaba sangre con espuma. No me importd. De verdad, no me importé en absoluto. Las mujeres se quedaron en casa calmando a los nifios y el hermano de mi mujer se quedé cuidando de mi suegra que 44 se desmayé, mientras mi concufiada y yo llevamos a mi mujer a la sala de urgencias del hospital mds cercano. Recién cuando mi mujer pasé la situacién de emergencia y fue trasladada a una habitacién para dos personas, nos dimos cuenta de que llevabamos las ropas manchadas con sangre endurecida. Mi mujer dormia con una aguja de solucién intraveno- sa clavada en el brazo derecho. Mi concufiado y yo nos que- damos viendo su rostro dormido, como si alli estuviera escri- ta la respuesta a esta situacin, como si fuera posible descifrar una respuesta si nos quedabamos mirdndola. —Vete a casa. —... estd bien. Mi concufiado parecia querer decir algo, pero se calld la boca. Saqué un par de billeres de diez mil wones que pesqué del bolsillo y se los cendi, —No te vayas asi, cémprate una camisa en la tienda. —:¥ ui? ..Ah, cuando luego venga mi mujer, le diré que te traiga algo de mis cosas. Hacia al anochecer, llegaron mi cufiada y mi cufiado con su mujer. Dijeron que mi suegro todavia estaba tratando de calmar su dnimo. Mi suegra insistid en venir, pero se lo impi- dieron terminantemente. ~{Cémo pudo suceder esto tan terrible? ;Y delante de los nifos! dijo la mujer de mi cufiado, Parecia que hubiera llo- tado, pues se le habia borrado el maquillaje y tenia los ojos hinchados. Y siguié diciendo-: El suegro también se pasd. {Cémo le va a pegar a su hija delante de su marido? ¢También le pegé antes? ~Ya sabes el cardcter que tiene... :No es igual Yeongho a papa? Y eso que con la edad estaba mds tranquilo... le res- pondié mi cufiada. —jQué tengo que ver yo con esto? —protesté mi cufiado. ~Ademas que Yeonghye jamds le alzé la voz en su vida. Eso debié hacerle perder los estribos. 45 —Se pasé queriendo hacerle comer carne a la fuerza, pero, jtenia ella que rechazarlo de ese modo? ;Y por qué tomé el cuchillo? Nunca vi algo semejante. No sé cémo podré mirarla a la cara de ahora en mds. Mientras mi cufiada se quedé cuidando de mi mujer, me cambié con la camisa de su marido que me trajo y me fui a local de sauna que estaba cerca. La negra sangre coagulada se borré con el agua tibia de la ducha. Era una situacién asqueante. No parecia ser real. Mas que susto 0 embarazo, senti un fuerte odio hacia mi mujer. Después que se fueron todos, en la habitacién nos que- damos la estudiante de preparatoria que habia sido internada por una ruptura intestinal, sus padres, mi mujer y yo. Me quedé en la cabecera de la cama, sintiendo como ellos me echaban miradas de soslayo y cuchicheaban entre si. Pronto acabaria este largo domingo y seria lunes. Entonces ya no ten- drfa que ver mas a esta mujer. Mafiana se quedaria mi cufiada a su lado y pasado mafiana le darian el alta. Eso significaba que tendria que quedarme en casa a solas con esta extrafia y aterradora mujer. Me resultaba dificil aceptar aquello. Volvi al hospital al dia siguiente a las nueve de la noche. Mi cufiada me recibié con una sonrisa. —Estards cansado... —Estd con su padre, pues hoy no salié y se quedd en casa. Si hubiera tenido la oportunidad de irme de copas, no hubiera vuelto a esa hora al hospital. Sin embargo, era lunes y la ocasién no se presenté, Ademds, hacfa poco habiamos terminado un proyecto importante, asi que tampoco habia por qué hacer horas extras. —?¥ mi mujer? -Ha dormido todo el tiempo. Pero no ha respondido cuando le he hablado. Eso sf, ha comido bien... Crea que se repondra pronto. 46 Su particular modo considerado de hablar, que siempre me conmovia, calmé en buena medida mi estado de animo exaltado. Después que ella se marché y pasé un rato, me aflo- jé la corbata y estaba pensando en lavarme, cuando alguien tocd a la puerta de la habitacién. Era mi suegra, a quien no esperaba. no sé camo pedirte disculpas... fue lo primero que me dijo al acercarse. -No diga eso. ;Cémo esta usted? Mi suegra exhalé un largo suspir Las cosas que tenemos que sufrir a nuestra edad... ndo esto, me tendié una bolsa de compras. iQue es esto? —Lo preparé antes de venir a Setil, Pensé en lo desnutri- dos que estarian después de meses sin comer carne... Comedlo juntos. Es caldo de cabra negra. Lo he traido a escondidas para que no se entere mi otra hija, que seguro me lo hubiese impedido. Piensa que es medicina y daselo a Yeonghye. Le han puesto muchas hierbas medicinales, asi que seguramente no olerd mal. Con lo delgada que estd, parece un fantasma, y encima ha perdido mucha sangre... Su obstinada amor maternal me exasperd. ~Aqui no hay un horno microondas, jno? Voy a pregun- tar a la sala de enfermeras —dijo ella, saliendo con uno de los muchos sobres de plastico que traia en la balsa y en los que estaba envasado el caldo. Sintiendo que mi dnimo, que se habia apaciguado gra- cias a mi cufada, volvia a exalearse, estrujé con fuerza la corbata. Un rato despues se desperté mi mujer. Al pensar que era mejor que se hubiera despertado ahora y no estan- do a solas con ella, me alegré de que hubiera venido mi suegra. Antes que en mi, que estaba sentado a los pies de la cama, mi mujer fijé la vista en su madre. Mi suegra, que esta- Al 7 ba entrando a la habitacién, hizo un gesto de alegria, pero la expresién de la cara de mi mujer era inescrutable. Como habia dormido todo el dia, se vela apacible y, quiz4 gracias a la solucién intravenosa o quiza por simple hinchazén, su ros- tro se veia sano ¥. sonrosado. Mi suegra le tomé la mano, mientras sostenia en la otra mano un vaso de papel con caldo humeante. Hija... -exclamé mi suegra con los ojos llenos de ldgri- mas.— Toma un poco de esto. Mira la cara que tienes. Mi mujer tomé el vaso obedientemente. -Es medicina. Lo mandé a preparar para que te fort ques. Te acuerdas? Lo tomaste una vez anves de casarte. —No es medicina —dijo mi mujer sacudiendo la cabeza, después de acercar la nariz al vaso, Con una expresién sere- na y triste, y con los ojos llenas de algo que parecia ser lasti- ma, mi mujer le devolvié el vaso a mi suegra estirando el brazo. —De verdad ¢s medicina. Tapate la nariz y tomatelo de un trago. —No quiero. ~Témalo. Te lo pide tu madre. Hasta se les hace caso a los muertos, no le vas a hacer caso a tu madre? Y diciéndole esto, le acercé el vaso a la boca. —;De verdad es medicina? igo que si. Después de dudarlo un poco, mi mujer se tapé la nariz y tomé un sorbo del liquide negro. Con la cara llena de ale- gria, mi suegra la animé diciendo “un poco mas, un poco mas’. Dentro de sus pdrpados arrugados, brillaban sus ojos. —Lo tomaré mas tarde dijo mi mujer, tendiéndose de nuevo en la cama. ~;Qué quieres comer? ;Quieres que vaya a comprar algo dulce para quitarte el sabor amargo de la boca? —No, esta bien. —Te 48 Sin embargo, mi suegra me pregunté dénde estaba la tienda del hospital y salié precipitadamente de la habitacién. Mi mujer se quité la manta y se levanté. —jA donde vas? —Al bajo, Segui a mi mujer sosteniendo la bolsa de solucién intra- venosa. Hizo que colgara la bolsa dentro del bafto y cerré la puerta. Después de exhalar unos quejidos, vomité todo lo que tenia en el estémago. . Mi mujer salié del baito con pasos vacilantes. Olia a éci- dos estomacales, a comida rancia. Como no le sujeté la bolsa de solucién intravenosa, lo trafa en la mano izquierda, que tenia vendada y, como no lo llevaba lo suficientemente en alto, la sangre habia comenzado a refluir. Caminando con pasos titubeantes, tamé del suelo la bolsa que contenia los sobres de caldo de cabra negra. Lo hizo con la mano derecha, en donde tenfa clavada la agua de solucién intravenosa, pero no parecié importarle. Salié de la habiracién, pero no quise comprobar lo que haria con la bolsa una vez que saliera con ella afuera. Un rato después, entré precipitadamente mi suegra, abriendo tan violentamente la puerta que hizo fruncir el cefia a la estudiante ya su madre, En una mano trafa un paquete de galletas y en la otra sostenia la bolsa de papel que estaba visi- blemente manchada con el liquido negro que habia explotado. {Por qué te quedaste miranda? ;No sabias lo que ella iba a hacer? Me dicron ganas de salir corriendo de esa habitacién para irme a mi casa. —gSabes cudnto cuesta esto? zY lo has tirado? jEs dinero ganado con el sudor de la frente de tus padres! ;¥ ta eres mi hija? Mi mujer estaba de pie en el umbral con la espalda encorvada. Vi la sangre roja que refluia y entraba a la bolsa de solucién intravenosa. 49 =Mira el aspecto que tienes. Si no comes carne, todo el mundo te devorard. Mirate al espejo. ;Mira la cara que tienes! La voz estridente de mi suegra se quebré en un sollozo contenido, Sin embargo, como si estuviera viendo el rostro de una mujer desconocida, mi mujer pasé de largo y se subid ala cama. Se subid la manta hasta el pecho y cerré los ojos. Recién entonces colgué la bolsa de solucién intravenosa que estaba llena hasta la mitad de sangre escarlata. Na sé par qué tora esa mujer. No sé por qué me mina tan fijamente, como si fuera a tragarse mi cara. No sé por qué me acaricia con manos temblorosas la venda de mi muiieca. Mi muiieca esté bien. No me duele, Lo que me duele es el pecho... Tengo algo atragantado en la boca del estémaga. No sé qué es, Siempre estd abi, Abora siento la masa a todas horas, aunque no lleve el sostén. Por mds que respire profundamente, no se me libera el pecho. Son gritos, alaridos apretujados, que se han atascado allt. Es por la carne. He comido demasiada carne, Todas esas vidas se han atarado en ese lugar. No me cabe la menor duda, La sangre y la carne fueron digeridas y diseminadas por todos los rincones del cuerpo y los residuos fueron excretados, pera las vidas se abs- tinan en obstruirme el plexo salar. Por una vez, una sola vez, quisiera gritar con todas mis fuerzas. Quisiera salir corriendo por la ventana oscura. ¢Enton- ces podré desembarazarme de esa masa? ;Serd eso posible? Nadie puede ayudarme. Nadie puede saluarme. Nadie puede hacerme respirar. Cuando volvi después de acompafiar a mi suegra a tomarse un taxi, la habitacién estaba a oscuras. Exasperadas por el escandalo, la estudiante de preparatoria y su madre habfan apagado temprano la televisién y la luz, y habian extendido la cortina entre las camas. Yo me tendi encogido en la cama suplementaria e intenté dormir. No sabia como ni desde dénde desenredar el embrollo. Una cosa estaba clara. Esto ne podia estar sucediéndome a mi. En un instante en que cai dormido, tuve un suefo. Yo, estaba matando a alguien, Después de clavarle el cuchillo, le rajaba el vientre y le sacaba los largos y sinuosos intestinos. Como a un pescado, le quitaba la carne y los musculos gela- tinosos y le dejaba sdlo los huesos. Sin embargo, en el instan- te de despertame olvidé a quién habia matado. Era todavia madrugada oscura. Llevado por un extrafio impulso, levanté la manta con la que se cubria mi mujer. La toque a tientas en medio de la negra oscuridad. No estaba empapada en sangre ni tenia las entrafias revueltas, De la cama de al lado se escuchaba una respiracion fuerte y sisean- te, pero mi mujer estaba extrafamente en silencio. Con un extrafio temblor, extendi el dedo {indice y lo puse debajo de su nariz. Estaba viva. Cuando volvi a despertarme, la claridad inundaba la habitacién. —Estaba tan profundamente dormido que ni se enteré de que traian la comida -comenté la joven madre de la estudian- te. Habia un dejo de preocupacién en su modo de hablar. ~Dénde se habia ido mi mujer, sin abrir la tapa de la bandeja ni probar bocado? Hasta se habia sacado la solucién intravenosa y la aguja manchada de sangre colgaba del largo tubo de plastico, ~jA dénde se ha ido mi mujer? —pregunté, limpidndome la marca de saliva de la comisura de los labios. —Cuando nos despertamos, ya no estaba. §t —;Cémo? Me hubiera despertado... —Es que dormia usted tan profundamente... Pensamos que alguna razén tendria... dijo la joven madre, poniéndose roja, como si estuviera perpleja o algo irritada. Me arreglé un poco la ropa y salf corriendo. Eché répi- dos vistazos aqui y alld a toda prisa mientras cruzaba el largo pasillo y pasaba junto al ascensor, pero mi mujer no se veia por ninguna parte. Me inquieté. Habia avisado en la compa- fifa que llegaria dos horas mds tarde para tramitar en ese tiem- po la salida del hospital. En el camino de vuelta a casa, pen- saba decirle a mi mujer, y a mf mismo, que todo habia sido un mal suefio. Tomé el ascensor y bajé a la planta baja. Mi mujer tam- poco estaba en el vestibule. Cuando sali sin resuello al jardin después de mirar por todos lados, habia pacientes paseando después del desayuno. Habian salido a tomar el fresco de la mafiana. Parecian cansados y tristes, como si fueran pacientes de larga data, pero también se vefan apacibles. Cuando me acerqué a la fuente que estaba seca, vi que habia un cropel de personas reunidas murmurando entre si. Me adelanté hacien- do a un lade los hombros. Mi mujer estaba sentada en el banco contiguo a la fuen- te. Se habia sacado la bara y se la habfa puesto sobre las rodi- las, sacando al aire sus delgadas claviculas y sus escudlidos senos con los pezones de color marrén claro, Se habfa quita- do las vendas de su mufieca izquierda y se lamia la herida len- tamente, como si se le escurriera la sangre. El sol bafiaba su rostro y su torso desnudo. —jDesde cudndo esta asi? -jDios mio! Debe haberse escapado de la unidad psi- quidtrica, {Tan jovencita! —;Qué tiene en la mano? —No tiene nada. —No, sostiene con fuerza algo. ~jAh, miren alli! [Era tiempo de que vinieran! Cuando giré la cabeza, venian corriendo hacia nosotros un enfermero y un guardia de seguridad con las caras muy serias. Me quedé mirando la escena como si fuera un descono- cido, como si fuera uno de los tantos curiosos alli reunidos. Miré el rostro cansado de mi mujer, sus labios manchados de sangre como si se le hubiera escurrido el rouge. Sus ojos que miraban fijamente a la muchedumbre y que centelleaban como si estuvieran humedos, se encontraron con mis ojos. Pensé que no conocia a esa mujer. Era verdad. No era mentira, Sin embargo, por la inercia de la responsabilidad, me acerqué a clla moviendo a la fuerza mis piernas yertas. —2Queé estds haciendo? le susurré en voz baja y, coman do la bata que estaba sobre sus rodillas, le tapé su pecho esmi- ado, —Tenia calor... -respondié mi mujer sonriendo ligera- mente. Era [a sonrisa simple que la caracterizaba y que yo creia conocer bien—. Me lo quité porque tenia calor, Levanté la muiieca izquierda que mostraba a las claras el tajo del cuchillo y se lo puso en la frente, tapdndose del sol: . he hecho m: Extendi los dedas apretujados de su mano derecha. Un pdjaro que tenia sujeto del cuelle cayé al banco, Era un pequeno ojiblanco que estaba desplumado en diversas partes. ‘Tenfa una feroz marca de dientes, como si hubiera sido mor- dido por un depredador, de la que emanaba claramente la sangre roja. LA MANCHA MONGOLICA Las CoRTINAS DE color morado intenso se cerraron sobre el escenario. Los bailarines con el tarso desnudo agitaron enér- gicamente la mano hasta que se perdieron de vista, Las aplau- sos de la platea sonaron fuertes y hasta se escucharon algunos gritos de jbravo!, pero los bailarines no volvieron a salir al escenario. Las aclamaciones desaparecieron en un instante y los espectadores recogieron sus cosas y sus Topas y salieron al pasillo. El también descruzé las Piernas y se levanté, Durante los cerca de cinco minutos que duraron las aclamaciones, no aplaudié una sola ver. De brazos cruzados, se limité a mirar én silencio los labios y los ojos sedientos de ovacién de los bailarines, Sintid compasién y respeto por el esfuerzo realiza- do por éstas, pero no quiso que su aplauso llegara al cored- grafo, Mientras cruzaba el vestibulo del teatro, le eché una mirada a los afiches de la funcién, que ahora ya no tenian ninguna utilidad. Habia visto el afiche por casualidad en una libreria del centro y un estrecimiento habia recorrido'su cuer- po. Temiendo no poder ver la tiltima funcién que acababa de terminar, habia llamado nervioso por telefono para reservar a toda prisa una entrada. En el afiche, un hombre y una mujer desnudos estaban sentados de costado mostrando [as espal- das. Tenian dibujados flores azules y rojas, ramas y abundan- tes hojas desde el cuello hasta las nalgas. Habia sentido edo, se habla excitado y se habfa sentido avasallado. No podia creer que la imagen que lo cautivaba desde hacfa un abo pudiera salir de un completa desconocido —el coreégra- 57 fo-. ;La imagen sofiada se desplegaria como esperaba? Hasta que se apagaron las luces y comenzé la funcidn estuvo tan nervioso que no pudo tomar ni siquiera un sorbo de agua. Sin embargo, no fue asi. Evitando a las personas relacio- nadas con la danza que llenaban el vestibulo, Ilenas de fasto y extroversién, se dirigié a la salida que se comunicaba con la estacién del metro. En la musica electrdnica, el deslumbran- te vestuario, los desnudos excesivos y los gestos obscenos que hasta hace unos minutos habian llenado la sala, no encontré nada de lo que buscaba. Lo que él buscaba era algo mds sose- gado, mas intimo, mas subyugante y mas profundo. Era domingo por la tarde y el metro estaba casi vacio. Con el programa de la funcién, que tenia la misma foto del afiche impresa en la primera pagina, se quedé cerca de la puerta de acceso, En su casa estaban su mujer y su hijo de cinco afios. Aunque sabia que su mujer deseaba que pasaran juntos los domingos, habia sacrificado medio dia por este especticulo. ;Le habia reportado algtin beneficio? Si asf era, era el haber experimentade de nuevo la desilusion, el haber- se dado cuenta que tendria que ponerlo en prictica él mismo. zCémo podia otra persona hacer realidad su sueno? Era la misma sensacidn amarga que sintié hace poco cuando vio un trabajo de video similar en una obra de instalacién de un artis- ta japonés. En esa cinta, que contenia escenas de una orgia, una decena de hombres y mujeres desnudos y pintados de todos colores se buscaban los cuerpos con frenesi en medio de una musica psicodélica. Se agitaban incansablemente como peces sedientos sacados fuera del agua. Por supuesto que él sentia la misma sed, pero no expuesta de ese modo, De eso no habia duda. El metro ya estaba pasando por la urbanizacién de apar- tamentos donde vivia. Desde un principio, no habia tenido la intencién de bajarse. Metié sin cuidado el programa del espectdculo en la cartera que llevaba al hombro, introdujo los 58 pufios en los bolsillos de la chaqueta y observé el interior del coche del metro que se reflejaba en la ventanilla. Sin mucho esfuerzo, acepté que era él el hombre de mediana edad que ocultaba los cabellas que comenzaban a ralear bajo la gorra de béisbol y la panza desbordante debajo de la chaqueta. La puerta del estudio estaba cerrada. Los domingos por la tarde era el tinico momento de la semana que podia traba- jar solo en el taller, En ese espacio de unos veintiséis metros cuadrados que proporcionaba una corporacién en el subsue- lo del edificio de la oficina matriz, en el marco de la campa- fia de mecenazgo artistico que desplegaban las compafifas, trabajaban cuatro artistas del videoarte, provisto cada uno de ellos de una computadora, Ya era de agradecer que se pudic- ran utilizar gratis los costosos equipos, pero debido a su cardcter susceptible que podfa concentrarse solamente cuan- do estaba solo, no pasaba pocas molestias. La puerta se abrié con un sonido alegre. Tanteando la pared en la oscuridad encendié la luz. Cerré la puerta, se quité la gorra de béisbol y la chaqueta, dejé la cartera en el suelo y con las dos manos puestas sobre la boca se quedé un rato de pic en medio del angosto pasillo del estudio. A conti- nuacién, se senté frente a la computadora y se sostuvo la frente con las manos, Abrié la cartera y saco cl programa del espectdculo, el cuaderno de bocetos y la cinta maestra. Esta tenia pegada una etiqueta con su nombre, direccién y mime- to de teléfono, y contenia todas los trabajos originales de videoarte que habia hecho en los ultimos diez afios. Ya hacta dos afios que habia guardado en esa cinta su tiltima obra. Dos aftos no era un intervalo de descanso que se pudiera llamar fatal, pero era suficiente tiempo para poner ansioso a cual- quier artista, Abrié el cuaderno de bacetos. Habia decenas de dibujos, que si bien eran completamente diferentes en atmdsfera y estilo al afiche del espectdculo, compart/an la misma idea. En los cuerpos desnudos de hombres y mujeres habia pintados flores suaves y rendondas y sus poses de unién eran bastante provocativas. Muslos con los misculos tensos, nalgas contrai- das... Si no fueran torsas escudlides como de bailarines, hubieran sido confundidos con meros dibujos pornogrdficos. Sus cuerpos —los rostros no estaban dibujados— eran tan fir- més y serenos que neutralizaban lo provocativo de las situa- ciones La imagen lo asalté de pleno. Fue el invierno pasado, cuando presintié que se estaba por acabar un afio entero de vacio creative, cuando sintidé que una energia se removia en su vientre y comenzaba a subir dentro suyo. Entonces no imagind que seria una imagen tan demoledora. Los trabajos que habia hecho antes, habfan sido sumamente realistas. A él, que habia expresado con graficas de tres dimensiones € imagenes documentales la vida cotidiana gastada y desgarra- da de los hombres en la sociedad del capitalismo tardio, esa imagen yoluptuosa, meramente voluptuosa, le parecié al principio monstruosa, La imagen podria no haberle venido nunca, si su mujer no le hubiera pedido ese domingo por la tarde que bafiara a su hijo. Si después que salié del bafio cubri¢ndolo con una toalla grande, cl no le hubiera preguntado a su mujer que le Todavia tiene la mancha mon- ponia los calzoncillos al nifto: gélica bastante grande, ;Cudndo le desaparecera?” Si su mujer no hubiera respondido sin pensar: “Pues, no lo sé exactamen- te. Yeonghye, por ejemplo, la tenfa todavia a los veinte”. Si cuando él pregunté: “;A los veinte?”, ella no le hubiera res- pondido: “Si, del tamano del dedo pulgar y de color verdosa. La tenfa entonces, asi que debe renerla todavia”. La imagen de una flor verdeazulada floreciendo en medio de las nalgas de una mujer lo asalté en ese instante, El hecho de que su cufiada tuvicra todavia la mancha mongdlica en el trasero yla imagen de un hombre y una mujer copulando desnudos yeon los cuerpos pintados de flores se le quedaron grabados en la cabeza €n una incomprensible, pero exacta y clara relacién de causa y efecto, La mujer de sus bocetos no tenia fostro, pero era su cufiada. Mejor dicho, tenfa que ser su cufiada, Cuando los habia dibujado por primera vez, imaginando su cuerpo des- nudo que nunca habia visto y estampando en medio de sus nalgas una pequefia mancha verdosa coma un pétalo, habia experimentado un ligera estremecimiento, al mismo tiempo que una ereccién. Era un fuerte deseo sexual hacia un objeto definido que no sentia desde que se habia casado. En. parti- cular, era casi la primera vez que que experimentaba algo semejance desde los treinta y tantos afio: Entonces, gquién era el hombre sin rastro que abrazaba a la mujer auto sila ahorcara y la penetraba sentado? El sabia que era ¢l, que no podia ser otro que él mismo. Cuando sus pensamientos lo Ile- varon a esa conclusién, su cara se retorcid. Durante mucho tiempo bused una respuesta. ;Cémo escapar de esa imagen? Sin embargo, no habia salida alguna. No existia en el mundo otra imagen tan intensa y subyugan- te. No sentia deseo alguno de trabajar en otra cosa que no fuera eso, Todas las exposiciones, Peliculas y espectaculos le parecian sosos. Sélo porque no eran eso. Meditaba sofiando despierto en la manera de hacer rea- lidad esa imagen. Pediria prestado el atelier de un pintor amigo, instalaria la iluminacién Y prepararia las pinturas para pintar los cuerpos y una sdbana blanca para cubrir el piso... Cuando sus pensamientas lo llevaban hasta alli, se daba cuen- 61 ta de que le faltaba lo mas importante, que era el convencer asu cufiada. Durante mucho tiempo se habja atribulado con la idea de reemplazarla por otra mujer, cuando de repente se le habfa ocurrido tardiamente la pregunta de cémo seria capaz de dirigir y filmar lo que no habia duda de que era lisa y llanamente pornografia. No sélo su cufiada sino que ningu- na mujer accederia a ello. Entonces, ;contraria a una actriz profesional pagindole altos honorarios? Aunque lograra fil- mar aquello después de muchas concesiones, ;podria poner- lo en exposicién? Alguna vez habia imaginado que podia pasar por un mal momento debido a una obra suya que se convirtiera en abjeto de polémica social, pero no habfa pen- sado nunca que podria ser catalogada como creador de mate- rial pornografico. Siempre hab/a trabajado con total libertad, asi que nunca habia sentido de manera cabal que quizd no le estaria permitido trabajar con una libertad ilimirada. Si no fuera por esa imagen, no tendrfa por qué estar suftiendo toda esta ansiedad, incomodidad, nerviosismo, lacerante duda y censura de si mismo. No habria experimen- tado el miedo que habfa sentido pensando que por un solo paso en falso que diera por su eleccidn, podria perder todo lo que habia logrado hasta entonces aunque no fuera mucho-, incluyendo a su familia. Muchas cosas se estaban resquebra- jando en su interior. ;Era un ser humano normal? jEra un ser moral? ;Era un ser humano lo suficientemente fuerte para tener control de si mismo? Ya no podia decir que conocia las respuestas a estas preguntas que antes habia creido conocer tan bien. Se escuché el sonido de la cerradura abriéndose, asi que cerré el cuaderno de bocetos y lo atrajo hacia si. No deseaba que quedara expuesto a las miradas de nadie. Era otra expe- riencia desconocida para él, que nunca habia sido reacio a mostrar sus bocetos e ideas. ~jHola! 62 La persona que habia entrado era un colega joven llama- do J., que llevaba el cabello largo y recogido en la nuca. —iVaya! Cre{ que no iba a haber nadie —dijo J. ri¢ndose, echando hacia atrds la espalda aparentando desenfado-. 2Quieres tomar un café? —pregunté luego, sacando una moneda del bolsillo. El asintié con la cabeza, Mientras J. iba a sacar los cafés de la méquina expendedora, eché un vistazo al estudio que habia dejado de ser un espacio para él solo. Preocupade de que se le viera la coronilla rala, se calé la gorra de béisbol. Sintié que algo semejante a un grito que llevaba reprimido hace tiempo estaba por explotarle en forma de tos. Metié en la cartera sus cosas y salié del estudio a toda prisa. Para no encontrarse con J., camind presuroso hacia el ascensor, que estaba en el lado opuesto a las escaleras de emergencia. Al ver su cara reflejada en la puerta lustrosa como un espejo del ascensor, sus ojos enrojecidos le parecicran los de una perso- na que habja llorado. Por més que lo pens no recordaba haber Ilorado en el estudio. Entonces le dieron ganas de escu- pirse a esos ojos Ilenos de grietas rojas. De pegarse cn las meji- llas de barba crecida hasta que le aflorara la sangre y de piso- tear con los zapatos esos labios sucios y crecidos por el deseo. —Llegas tarde e dijo su mujer, esforzindose por escon- der que se sentia dolida. El nifio lo recibié sin mucho entu- siasmo y valvid a concentrarse en la griia de plastica con la que estaba jugando. . Su mujer tenia una tienda de cosméticos en las inmedia- ciones de una universidad. Desde que habia tenido al nido, habia delegado el trabajo en los empleados y sélo habla ido de noche para ocuparse de la caja. Sin embargo, desde el afio anterior, en que el nifio habla comenzado a ir al preescolar, 63

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