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| Andrés 36 8 Ls Una serie de cusnios de Las mil y una ‘Roches, en los que reinan ia. imagina- ida y la fantasia. Dice la fracicién que: durante mas de nueve siglos estos cuen: 10s se transmitleron por medio de recita. dores y de copistas, y asi han legado hasta nuestra época, en todos. los ido: mas y en Infiitas versiones, Junto a Sim- bag ef marin, | conocido personae que nara todas sus penalidaces y los numerosos. peligros suffides antes de disponer de una gran fortuna, apare- cen varios otros ‘Telatos maravilosos: EI mercader y @ genio, Codadad y sus hermanos, £1 cabatio de ébano, El pes cador y el genio. 2 -MAIR DED an MINEDUC iit ‘SWBAD BARING ¥ OTROS CUENTOS ELAS YUNINOGHE (> smo OEPoRho omen caber rollte! j SeM-1 SIMBAD EL MARINO y otros cuentos LAS MIL Y UNA NOCHES BIBLIOTECA Nitto Dios de Malloco SIMBAD EL MARINO Y OTROS CUENTOS DE “LAS MIL Y UNA NOCHES” Primer din, 506 Stunde ede, 1993 "Facer itn 1958 (aes cen 939 in et 2003 estate 6, WADUCCION Y ADAPTACION DEL ARABE DI. GERMAN SEPULVEDA oven ec, 209 HuuisrRactc HODOINO PROLIS ‘© EDITORIAL ANDRES BELO Amma 135 lo, Saag de Che nscipin 88975 ‘string de npn es noe eden de L500 empleo el es dese le 009 MPRESORES: nent Slesanos S.A ISON TADS. PDITORIAL ANDRES BELLO. INDICE uly una noches Simbad el Marino 1 mercader y el genio Codadad y sus hermanos Hi caballo de ébano PI peseador y el genio LAS MIL Y UNA NOCHES Para muchos, Lar mil y una noches —obra de la cual jrrovienen los cuentos incluidos en este volumen— es {iu de los libros més populares y difundidos de la Jnumanidad. Y la razén pata ello no seria otra que ‘cu telatos estan ditigidos al “reinado de la fantasia y \(c la imaginacion, patrimonio universal de colectivi- slades y pueblos" Un verdadero misterio rodea el origen de esta obra y se formulan diferentes teotias al respecto. Se- yun algunos, el libro habria nacido en la India, Oxros MNeyuran que pertenece a la literatura persa y habria io ttaducido pot los arabes, De acuerdo a una terce- fu tcorta, Las mail y sina noches seria “*una creacion ticlusivamence arabe, registrada como nacimiento {urdio,ya que su antigdedad no la remonca a més de (oattovientos afios'”, También se ha estimado que la Jha deberfa ser considerada como una simple colec- ion de natraciones de recitadores drabes, en.las que tcti presente la sabiduria otal que caracterizaba al Tela entze los siglos X y XVII, y a las cuales se han incorporado también cuentos de origen griego, indio y persa 5 LAS MIL Y UNA NOCHES, Se calcula que durante nueve siglos la obra circu- 1b por medio de recitadores y copistas. En Europa, muchos de los cuentos de Las may una noches fueron conocidos en plena Edad Media, probablemente transmitidos por los cruzados. Pero fue en el siglo XVIII cuando el francés Galland aleanz6 gran éxito traduciendo la obra y, en cierto modo, recreandola para adaptarla a la época de Luis XIV. Sobre Las mil y una noches y sobre su historia, Enrique Anderson imbert en su obra Los primeros cuentos del mundo— esctibe: “EL titulo (en arabe Alf laila wa-laila) no indica el niimero 1001 sino ‘una gran cantidad’. ¥ es impar porque para los musulmanes los ntimeros pares eran de mal agueto “Segtin algunos estudiosos, cuentos concebidos en la India pasaron a Persia, donde se form6 una co leccién que fue traducida al drabe (ca. 800 d.C.), Este primer niicleo se expandi6 por el aporte de anénimos Ecribas primero en Bagdad (ca. 800-1000) y despues cen Egipto y Siria (ca. 1200). También se afiadisron re- latos independientes de origen extranjero. Habtia, ues, cuatro grup: el peta (al que petenece Ia estratagema de Scherezada para ganar tiempo); el frabe (cuyo hétoe es el califa Hann Al-Rashid, que vivi6 entre los afios 766 y 809, cuando Bagdad era una ciudad de placer); el egipcio (con cuentos populates y desfachatados); ¥ el grupo independiente (con cuen- tos como cl de Simbad el Marino, que tiene episodios semejantes a algunos de la Odisea). A lo largo de esta evolucién muchos de los cuentos primitivos fueron reemplazados por nuevos. Las mil'y una noches debi6 LAS MIL Y UNA NOCHES 5 ‘Jc atmarse en el siglo XIV; y el libro sigui6 creciendo hhasta el siglo XVIL, Lo que hoy podemos leer tiene nis de 250 cuentos —desde anécdotas de diez lineas usta relatos de centenares de paginas—,donde reco: huovemas motivos que ya examinamos en las liceratu jus de la antigiiedad y conocemos motivos nuevos de tuna gran civiltzaci6n islamica.”” SIMBAD EL MARINO t eS OE] ed SEE ACE tiempo, un pobre hombre llamado 2) Himbad viva en la ciudad de Bagdad. Se sn unuenia con el duro trabajo de acattear pesadas cargas iI hombro, Un dia de gran calor, sino que iba a des lallecer bajo el enorme peso que conducla, Para descan- wv de Ta carga que lievaba sobre sus espaldas, se scmt6 (hla ealle junto a una casa muy geande y lujosa, Las \Chtanas del imponente edifcio estaban abiertas de par th pat. Por eso Himbad pudo sencr la fagancia de los {hut exquisits alimentos, a kx vez que Hlegafon a sus tiles lag nas bellas melodias que jamés habia excucha is, No conoefaesa parte de la ciudad; nunca habia esta ii alle Por eso sino una gran curiosidad de saber a “juica pertenecia ese ujoso palacio, Vio entonces 2 un sitviente que se encontraba frente la puerta. Se acerco y le pregunts quién era el tlueno de esa casa. Aquel le concesté: ” Simbad cl Matino, el viajero famoso. El pobre hombre a menudo habia oido hablar de Simbad el Mating, de sus maravillosas riquezas y de vis extrafia aventuras, Pero no sabia que Simbad era tin feliz. como él era infeiz, 12 SIMBAD EL MARINO ¥ OTROS CUENTOS, (Qué diferencia entre este hombre y yo! —exclami. Mientras pensaba en su miseria, vino un sirvien- te a decitle que Simbad deseaba hablarle. Trat6 de inventar una excusa; peto el sirviente, que ya habia encomendado a otro que se ocupara de la carga de Himbad, lo introdujo en el salon. A la cabecera de una mesa rodeada de gente, se enconttaba Simbad. Era_un hombre ya anciano, pero de rostro tan sontiente y de trato tan afable, que todo el mundo lo quetia. Oblig6 al mandadero a comer algo de la fina comida que cubria totalmente la mesa, y después le pregunté cual era su nombre y qué hacia. —Mi nombre, seor —dijo el pobre hombre— es Himbad, y solamente soy un mandadero. —Bien, Himbad —dijo el antiguo viajero—, of tus quejas y'envié por ci para decirce que yo adquiti mis fiquezas después de haber suftido muchas inco: modidades y de haber pasado muchos peligros dific les de imaginar. Te diré que mis penalidades han sido tan grandes, que el cemor de sufrirlas bastatia para desanimat a mis ambicioso cazador de riquezas. Te las contaré. La promesa de esta historia fue muy bien recibi- da por la concurrencia. Y, tras ordenar 2 un sitviente que llevata Ja carga de Himbad a su destino, Simbad empez6 su relato, SINBAD EL MARINO 8 EL PRIMER VIAJE Mi padre murié cuando yo era joven y me dejé una san fortuna, No tenfa a nadie que me vigilara, ast es ue empecé a gastar mi dinero sin ninguna medida, No s6lo malgasté mi tiempo, sino que también daié ini salud y casi perdi todo cuanto tenia, Cuando cai cnfermo, los amigos de mis aventuras me abandona- ton y tuve bastante tranquilidad para pensar en los tnalos habitos de mi juventud. Una vez mejor, junté li poco que me quedaba, compré algunas mercade- tias y con ellas me embarqué en cl puerto de Basora Durante el viaje tocamos tierta en varias islas, \londe, con otros mercaderes que iban conmigo en ei inurco, vendimos o cambiamos nuestras cosas. Un dia twos detuvimos junto a una isla pequefia. Como pare- va un lugar agradable para desembarcar, decidimos comer en ella, Pero mientras refamos y preparabamos iiuesttos alimentos, Ia isla empez6 a moverse. Al mis- mo tiempo, la gente de abordo se puso a gritar. En- tonces nos dimos cuenta de que estabamos sobre el lomo de una gigancesca ballena Algunos saltaron al bote y ottos nadaron hacia el Inurco, Antes de que yo me alejara, el animal se su. Inergi6 en el océano. Sélo cuve oportunidad de coger- ede ua trozo de madera que habiamos traido desde «| velero para que nos sirviera de mesa. Sobre esta wuicha viga fui atrastrado pot la corriente, mientras los \lcmas habian subido a bordo. Y, debido al escallido Jc una tormenta, el barco se alej6 sin mi. Floté a la ‘lesiva esa noche ¥ Ia siguiente. Al amanecer, una ola tne lanad a una dimingra isa H-_ SIMBAD EL MARINO ¥ OTROS CUENTos. Ahi tuve agua fresca y fruta; encontré una cueva, me acosté y dormi varias horas. Después miré hacia los alrededores buscando sefiales de gente, peto no vi a nadie. Sin embargo, habia numerosos caballos pas tando juntos; pero no habia rastros de ottos animales, Al llegar el ctepisculo, comt algo de fruta y subi a ua ftbol para dormir seguro. A eso de la medianoche, un curioso sonido de trompetas y tambores atron6 en la isla hasta el ama- nnecet. Después parecié tan solitaria como antes. A la mafiana siguiente, descubri que la isla era muy pe- quefia y que no habia més tiefras ala vista. Enconces, me consideté perdido. Mis temores no fueron menos cuando me ditigi hacia la playa y vi que en ella abun- daban serpientes de gran tamaho y otras alimafas Sin embargo, pronto pude comprobar que eran timi. das y que cualquier ruido, incluso el mas insignifican- te, las hacia sumergirse en el agua, Cuando legé la noche, volvé a subir al arbol. Y como en la anterior, se escuché el sonido de tambores ¥ trompetas, Pero la isla continuaba siendo solicaria, Sélo al tercer dia tuve la alegria de ver a un grupo de hhombres montados 2 caballo, Estos, al deseabala quedaron muy somptendidos de encontrarme alli conté cémo habia llegado, y ellos me informaron que eran caballetizos del Sultan Mihraj. También me di jeron que la isla pertenecia al genio Delial, quicn la visitaba todas las noches ttayendo sus instrumentos musicales. Y, por tiltimo, me contaron que el genio habfa dado petmiso al Sultan para que amacstrara sus caballos en la isla. Ellos trabajaban en eso y cada seis SIMBAD EL MARINO 6 incses elegian algunos caballos; con ese propésito se enconttaban ahora en Ia isa Los caballerizos me condujeron ante el Sulkén Mia} y éte me dio hospedaje en su palcio, Como yo le contaba historias acerca de las costumbres y ma- heras dela gente de ottas tierras, patecié. muy ‘omplacido por mi presencia Un dia via varios hombres cargando un batco en cl puetto y noté que algunos de los bultos eran de los {que yo habia embarcado en Basora, Me dirigi al capi- tin del barco y le dije —Capitén, yo soy Simbad Sipuié caminando, —Ciertamente —dijo—, los pasajetos y yo vie mos a Simbad tragado por las olas a muchas millas de + Sin embargo, vatios ottos se acercaron y me reco- hnocieron. Entonees, con palabras de felicitacién por Ini regreso, cl capitan me devolvi6 los bultos. Hice un obsequio de cierta importancia al Sultan 16 SIMBAD EL MARINO Y OTROS CUENTOS. Mihraj, quien me dio un rico donativo en compensa- ion, Compré algunas mercaderfas mas y fui a Basora, Al llegar al puerto vendi mi embarque y me encontré con una fortuna de miles de dinares. Por so resolvi vivir en Ia comodidad y esplendidez EL SEGUNDO VIAJE Pronto me cansé de esa pacifica existencia en Basora Entonces, compré mas mercaderias y me hice de nuevo a [a mar con varios comerciantes. Después de haber tocado muchos puertos, desembarcamos un dia cen una isla solitaria, donde yo, que habia comido y bebido bastante, me acosté y me quedé dormido. Al despertar, me encontr€ con que mis amigos se habian marchado y el batco se habia hecho a la vela. Al co: mienzo me senti completamente abrumado y muy asustado; pero pronto empecé a conformarme y a per- der el miedo. Trepé a la copa de un arbol y, a la distancia, vi algo muy voluminoso y blanco. Bajé a tierra y corti hacia ese objeto de extrana apariencia. Cuando estuve cerca de él, descubri que era una gran bola de cerca de un mecro y cuatto de circunferencia, suave como el marfil, pero sin ningtin tipo de abercura. Era cast la hora de la puesta del sol, cuando repentinamente el ciclo cmpez6 a oscurecetse. Miré hacia arriba y vi un ijaro de gran tamano, que avanzaba como una enorme nube hacia mi. Recordé que habia oido hablar de un aye llamada Roc, tan inmensa que podria llevarse elefantes pequeiios. Entonces me di SIMBAD BL. MARINO v ‘uuenta de que ese enorme objeto que estaba mirando ra un huevo de este pajaro ‘A medida que él descendia, me estteché contea cl huevo de manera que una de las extremidades de tc animal alado qued6 delante de mi. Su enorme ppata.era tan gruesa como el tronco de un arbol y me ic firmemente a ella con la tela de mi turbance. Al umanecer, el pajaro se eché a volar y me sacd de la isla tlesierta. Tomé tanta altura que yo no podia ver la tictra y luego descendi6 tan velozmente que me des- mayé. Cuando volvi en mf, me encontré sobre suclo firme y con rapidex me desaté del pafio que me suje- \aba. Tan pronto como estuve libre, el ave, que habia cogido una enorme serpiente, emprendid de nuevo el wuelo, Me encontré en un valle profundo, cuyos cos- (ados eran demasiado escarpados para escalatlos. A medida que andaba angustiado de aca para alla, ad- verti que el valle estaba sembrado de diamantes de sian tamafo y belleza. Peto pronto contemplé algo nas que me caus6 temor: serpientes de tamatio gi jancesco acechaban desde unos agujeros que habia en todas partes. ‘Alllegar la noche, me guarect en una cueva cuya centrada certé con las mayores piedras que pude reco- jet Peto el silbido de las serpientes me mantuvo des- hucrto toda la noche. Cuando retorné el dia, las ser- picntes se metieron en sus agujeros y yo, com gran te- nor, sali de mi cueva. Caminé y caminé alejandome dlc las serpientes hasta sentirme seguro, y me eché a clormic. Fui despertado por algo que cay6 cerca de mi. [ira un inmenso trozo de carne fresca y, poco después, \i muchos otros pedazos 18 SIMBAD EL MARINO ¥ OTROS CUENTOS Tuve la certidumbre de que me encontraba en el Valle de los Diamantes, al cual los mercaderes attoja ban trozos de carne, Segtin ellos pensaban, las 4guilas acuditfan a llevarse la carne en sus garras, de seguro con diamantes adheridos a ella, Me apresuté a recoger la mayor cantidad de diamantes que pude encontrar, Jos que introduje en una bolsa pequetia que amarré & mi cinturén. Luego busqué el mayor pedazo de carne que habia caido sobre el valle. Lo amarré a mi cintura on la tela de mi tutbante y me tendi boca abajo, en espera de las Aguilas, Muy pronto, una de las més vigorosas hizo presi de la carne a mis espaldas y vol6 conmigo a su nido en la cumbre de la montafia. Los comerciantes empeza- ron a gritar pata asustar a las Aguilas y cuando consi- guieron que las aves abandonaran su presa, uno de ellos vino al nido donde yo estaba. Al comienzo el hombre se asust6 de verme ahi, pero, recobrandose, me pregunt® por qué estaba en ese lugar. Pronto les conté a él y a los demas mi historia, Quedaron muy sorprendidos de mi habilidad y valentia. Después abri mi bolsa y les mostr€ su contenido. Me dijeron ‘que jamés habian contemplado diamantes de ranto brillo y tanto tamaiio como los mios. Los metcaderes y yo juntamos el total de nuestros diamantes. A la maftana siguiente abando- ‘amos el lugar y atravesamos las montafias hasta Ile- gar a un puerto. Tomamos un barco y navegamos ha- Gia Ia isla de Roha, donde vendi algunos de mis diamantes y compré otras mercaderias. Regres€ a Ba sora y después vine a Bagdad, mi ciudad naral, en la SIMBAD EL MARINO » que vivi en la abundancia a causa de las grandes ga- hnancias que obtuve EL TERCER VIAJE Como todavia no me acostumbraba a vivir tranquila- tnente, pronto decid hacer un tetcer viaje. Provisto lc un cargamento de las mas valiosas mercaderias de I gipto, de nuevo tomé un barco en el puerto de Ba- sora. Después de unas pocas semanas de navegacién, ‘wos sobrevino una espantosa tempestad. Por tilkimo, ‘lebimos echat el ancla junto a una isla de la que el ca: pitan trat6 de alejarse con prontitud. Nos dijo que es- |u_y otras islas cetcanas estaban habitadas por enanos salvajes y peludos, quienes de repente nos atacarfan cn gran mmero. Muy pronto una inmensa cantidad ic estos temibles salvajes, de cerca de sesenta centi- mictros de alto, subid a bordo. Su ataque fue inespe- tudo, Dertibaron nuestras velas, cortaron nuestros 20 SIMBAD EL MARINO Y OTROS CUENTOS. cables, remolearon el batco a tierra ya todos nos obli- garon a ira la playa. Fuimos hacia el centro de la isla y Hegamos a un. enorme edificio. Era un palacio majestuoso con una puerta de ébano, que empujamos y abrimos. Empe- Zamos a recorret las grandes salas y habitaciones, y pronto descubrimos un cuarto donde habia huesos humanos y restos de asados. Al instante apareci un rnegto horrible y alto como una palmera. Tenia un so- lo ojo, sus dientes eran largos y afilados, y sus ufas patecian las gatras de un pajaro. A mi me tomé como sifuera un gatito, pero al encontrarse con que yo sélo era piel y huesos, me puso de nuevo en tierra. El capi- ‘an, por ser el mas gordo del grupo, fue el primero en set devorado. Cuando el monsttuo termind su comi- da, se tendi6 sobre un gran banco de piedra existente en Ia habitacion, y se qued6 dormido, roncando mas sonoramente que un ttueno. Ast durmi6 hasta el amanecer, en que se marché. Entonces dije a mis amigos —No perdamos tiempo en quejas inttiles Apresurémonos a buscar madera para hacer botes. Encontramos algunas vigas en la playa y trabaja- mos firme pata hacer los botes antes de que el gigante regeesara, Por falta de herramientas, nos somprendio el creptisculo sin que nosotros hubiéramos tetminado de fabricarlos. Mientras nos preparabamos para ale- jamnos de la playa, apareci6 el horrible gigante y nos condujo a su palacio como si fuésemos un rebafo de ovejas. Lo vimos comerse a otro de nuestros compafie- tos y luego tendetse a dormir. Nuestra situacion de- sesperada nos infundis coraje. Nueve de nosottos nos SIMBAD EL MARINO a levantamos sin hacer ruido y pusimos las puntas de los asadores al fuego hasta que enrojecieron, Después lus introdujimos al mismo tiempo en el ojo del mons- tuo, Profitié un alarido espantoso y ttat6, en vano, tle coger a alguno de nosotros. En seguida, abrié la puerta de ébano y abandond el palacio. No permanecimos mucho rato en nuestro en- Uietro, sino que nos apresuramos a ira la playa. Al Laclos los botes, solo esperamos la luz del dia para uparejatles las velas. Peto al romper el alba vinios a ‘nuestro eruel enemigo que venta acompanado de dos frigantes de su mismo tamafio y seguido por muchos ditos de la misma clase. Saltamos sobre nuestros botes y 110s alejamos de la playa a fuerza de temos y ayuda- «los por la matea. Los gigantes, viéndonos a punto de ‘capar, desprendieron grandes trozos de roca y, me licndose en el agua hasta la altura de sus cinturas, las uirojaron en contra nuestra con una fuerza incre‘ble. Hundlieron todos los botes, con excepcién de uno, en el que yo me encontraba. Asi, el cocal de mis amigos se alog6, salvo dos. Remamos tan rapidamente como {uiimos capaces, y nos pusimos fuera del alcance de los Peimanecimos dos dfas en el mar y, por fin, en- contramos una isla agtadable en la cual desembarca mos. Después de comer algo de fruta, nos acostamos 1 «lormir. Sin embargo, pronto fuimos despertados por el silbido de una serpiente, y uno de mis compa- Nietos fue engullido de inmediato por la terrible ciiatura, Subi-@ un arbol tan yelozmente como pude y alcancé las ramas mas altas. Mi otto compaiiero me si- {ui0, pero el terrible animal rept6 por el arbol y lo co- 22, SIMBAD EL MARINO Y OTROS CUENTOS. 4gi6. Entonces, la serpiente bajé y se escurrié alo lejos. Esperé hasta el dia siguiente antes de abandonar mi tefugio. Al llegat el atardecer, amonton€ Palos, 2at- zas y espinas en unos hatillos que coloqué alrededor del rbol hasta donde empiezan las ramas. Después subj a las mas altas, Por la noche la serpiente regres6 foura vez, pero no pudo acercarse debidamente. Se arrastr6 én vano alrededor del vallado de zarza y espi- rnas hasta el amanecer, instante en que se alejo. Al otro dia yo estaba en tal estado de afiebra- miento que decidi artojarme al mar. Peto en e] mo- ‘mento en que me disponia a saltar, vi las velas de un arco a cietta distancia. Con el lienzo de mi curbante hice una especie de bandera blanca como sefial, la que agité hasta que fui visto por la gente del barco. Me llevaron a bordo y ahi conré todo lo que me habia sucedido. capitan fue muy amable y me dijo que tenia tunos fardos de mercaderias que habian pertenecido a tun comerciante al que, por casualidad, habia dejado SIMBAD EL MARINO 3 shandonado en la isla. Como este hombre ahora esta- Ja muerto, querfa vender las mercaderias y dar el di- wero a los amigos del comerciante. El capitan agregs {jue yo podefa tener la oportunidad de venderlas y asf janar un poco de dinero. Descubri que éste era el ca- }ptin con quien habia navegado en mi segundo viaje Vronto lo hice recordar que yo era realmente Simbad, « quien él creia perdido, Se alegr6 de ello y de inme- wiato dijo que las mercaderias eran_mfas. Continué Ini viaje, vendi mis existencias, reuni una gran forta- tna y retorné a Bagdad ELCUARTO VIAJE (6n a viajar por paises extrafios pronto desperts hhuevamente, pues me senti aburrido de los placeres ‘lel hogar. Entonces puse codo en orden y me fui por licrra a Persia. Alli compré una gran cantidad de mer- ‘ancias, cargué un batco y navegué de nuevo. El vele~ to choc6 contra una roca y el cargamento se perdi6 Varios viajeros y yo fuimos llevados por la corriente hasta una isla habitada por negros salvajes. Estos nos conxlujeron a sus chozasy nos dieton yerbas pars co- er. Mis compaferos las aceptaron de inmediato, porque tenfan hambre. Pero el malestar que yo sentia ne impidié comer. Muy pronto observé que las yer- has hacfan perder la raz6n a mis amigos. Luezo nos ‘ofrecieron arroz mezclado con aceite de cocos y mis umnigos lo engulleron en gran cantidad. Todo esto los hizo sabrosos para el gusto de los negros, que fueron 24 SIMBAD EL MARINO ¥ OTROS CUENTOS.. comiéndose uno tras otto a mis infelices amigos, Pero yo estaba tan enfermo que ellos no pensa ron en prepararme para ser comido. Me dejaron al cuidado de un viejo, de quien, por Gltimo, me esca- pé. Tuve la precaucion de tomar un rumbo diferente al que los negros utilizaban, y no me detuve hasta el ‘anochecer; dormi un poco y luego continué mi viaje Al cabo de siete das avisé I playa, donde enone a cierto nimero de personas blancas que recogian pi mienta, Me preguntaron, en lengua arabe, quién era y de dénde venia. Les conté la historia de mi naufra- gio y de mi escapada de los negros salvajes. Me trata- fon muy amablemente y me llevaton ante su Rey, que fue muy bueno conmigo. Durante mi permanencia entre esa gente vi que cuando el Rey y sus nobles iban de caza, cabalgaban sin tiendas y sin sillas de montar, de las cuales nunca habian ofdo hablar. Con la ayuda de algunos artesa- nos hice unas bridas y una montura, se las coloqué a tuno de los caballos del Rey y le entregué el animal. Se pase fan contento, que subié inmediatamene y cx alg6 casi todo el dia por Jos alrededores. Los mi- nistros de Estado y los nobles me pidieron que tam- bien les hiciera sillas y riendas para sus caballos. Me dieron tan costosos regalos pot ellas, que pronto lle- gué a ser muy rico. Por ailtimo, el Rey quiso que me casara y fuese un miembro de su nacién. Por miltiples razones, yo ‘no podia rchusar su peticion. Entonces me asigno una de las damas de su Corte, la cual era joven, rica, her mosa y buena. Vivimos con la mayor de las felicidades ‘en un palacio perteneciente a mi esposa SIMBAD EL MARINO 2» También habia hecho amistad con un hombre \nuy digno de este lugar. Un dia supe que su mujer hhubia muerto y me apresuré a darle mi pésame por cos sensible pérdida. Nos quedamos a solas y parecia ‘star en la més profuinda angustia. Después de que le huablé por un rato de lo induil de su tristeza, me dijo ue era ey del pas que el matida debia ser enterrado vivo con fa esposa muerta. Por lo tanto, dentro de tuna hora deberfa morir, Temblé de miedo ante esa nortal costumbre. En un momento, la mujer fue vestida con sus jo- us y sus trajes mas costosos, y colocada en un atatd «hietto, La marcha finebre comenz6 y el marido ca- ‘niné siguiendo el cuerpo de la muerta, El cortejo lle- no ala cumbre de una alta montafa, donde la gente ‘emovi6 una gran piedra que cubria la boca de un po- 20 muy profundo. El féretro fue deslizado hacia abajo y cl matido, después de despedirse de sus amigos, fue puesto dentco de otro atau abietto; en él haba tam- pica un céntaro de agua y siete panes. En seguida, es- te segundo atatid fue deslizado hasta el fondo del po- yo. Volvieron a colocar la piedra en la boca de la eva y todos retornaton a sus hogares. El horror de esta escena atin estaba fresco en mi mente, cuando mi esposa cay enferma y murid. El Key y la Corte entera, a pesar de su carifio por mi, co- mmenzaton a preparar el mismo tipo de funeral. Ocul- \¢ mi sentimiento de horror hasta que Hegamos a la cumbre de la montafia. Ahi me eché a los pies del Rey y le pedi me hiciera gracia de la vida. Todo lo que dije {ue indil y después de enterrada mi esposa cambién {ui depositado en el pozo hondo, sin que nadie hi- 26 —_SINBAD EL MARINO ¥ OTROS CUENTOS. ciera caso de mis gritos. Desperté el eco de la cueva con mis alatidos Vivi algunos dias con el pan y el agua que ha: bian sido puestos en mi atadid. Pero estas provisiones rapidamente se acabaron. Entonces, caminé hacia un exttemo de esta horrorosa cueva y me tendi para mo- tir. Asi estaba, deseando solamente que la muerte vi niera pronto, cuando de tepente of algo que camina: bay jadeaba mucho. Me levanté de golpe, la cosa ja- deo aun mas y luego huy6. La persegui; a veces pare- cia detencrse, pero, al acercarme, de nuevo avanzaba delante de mt. La segut hasta que, @ lo lejos, vi una luz débil como una estrella. Esto me hizo persistit en ‘mi avance hasta que, por fin, encontré un agujero lo bastante ancho para permititme escapar. Me atrastré 2 través de la abertura y me enconeré sobre la playa. Supe entonces que la criatura era un ‘monstruo marino que tenfa la costumbre de entrar a la cucva y alimentarse de los cadaveres. La moncafa, segtin noié, cortia muchos kilémettos ene la ciudad y el mar. Sus costados cubiertos me ponian a salvo de cualquier arma en manos de quienes me habian en- tetrado vivo. Me puse de rodillas y agradect a Dios por haber- me librado de la muerte Después de comer algunos matiscos, regresé a la ccueva y reuni todas las joyas que pude encontrar en la oscutidad. Lis levé a la playa, las puse dentro, de tunas bolsas y las amarré con las cuerdas con que se ba- jaban los atatides. Luego petmanect junto a la playa en espera de algtin barco que pudiera pasar. Al cabo de un par de dias un veleto salié del puerto y paso SIMBAD EL MARINO a cerea de ese lugar. Hice una sefal y fui levado a bor- «lo, Me vi obligado a decir que habia naufragado. Si hhubieran conocido mi verdadera historia, yo habria sido enviado de vuelta, pues el capitan era un nativo del pais. Tocamos tierra en varias isla, y en el puerto dde Kela hallé un batco listo para zarpar hacia Basora. 1Di algunas joyas al capitiin que me condujo hasta Ke- lay navegué para arribar finalmente a Bagdad EL QUINTO VIAJE Ya olvidado de los peligros de mis primeros viajes, construi un velero a mis expensas, lo cargué con ticas metcaderfas y, Hevando conmigo a otros comercian tes, me hice una vez més a la vela, Después de haber- hnos extraviado a causa de una tormenta, desembarca ‘mos en una isla desierta en busca de agua fesca. Ahi cnicontramos un huevo de pajaro Roc, igual en tama- ‘io al que yo habia visto antes. Los metcaderes y mati- nos se teunieron a su alrededor. Aungue les recomen- dé no tocarlo ni hacer nada con él, fo partieron con sus hachas; extrajeron el potluelo de Roe y lo asaron. \penas habjan terminado, vimos venic volando hacia inosottas dos grandes pajatos. Nos apresuramos a su bir a bordo y nos pusimos a navegar. No habfamos svanzado macho cuando vimos las dos enormes aves que nos seguian y que pronto estuvieron volando sbbre Ia embarcacont Una dej6 caer una gigantesca piedra al mar, muy junto al barco. La otra solté una pied similar, que dio medio a medio de la cubierca La embarcacién se hundi6. SIMBAD EL MARINO Y OTROS CUENTOS, Me asia una viga librada del naufragio y, condu- cido por la corriente y 1a marea, llegué a una isla de otilla muy escarpada. Toqué tierra seca y me refrcs- qué con fruta fina y agua pura. Camin€ un poco hacia cl interior de la isla y vi a un débil anciano sentado cerca de la ribera, Al preguntarle cémo habia llegado hasta ahi, sélo respondi6 pidiéndome, por medio de sefiales, que lo trasladara al otro lado del arroyo para poder comer algo de fruta. Lo tomé sobre mis hhombros y atravesé. Pero, en vez de bajarse, aprei6 con tanta firmeza sus piernas alrededor de mi gargan- ta que llegué a temer que me estrangulara. Dolorido y asustado, me desmayé de repente. Al volver en mi, fl anciano’ atin estaba en su primera posicion. Me oblig6 @ levantarme répidamente y 2 caminar bajo los SIMBAD EL MARINO » uvboles, mientras él cogia frata a su gusto. Esto duré tun largo tiempo. in dia, conduciéndolo por los contornos, arran- \jué una enorme calabaza, la limpi€ y exprimi dentro «lc ella el jugo de algunas uvas. La llené y lo dejé fer- tnentar por varios dias, hasta que, a la larga, el jugo « transformé en un vino excelente. Bebi de él y por lunos momentos olvidé mis suftimientos y empecé a untat animadamente. El anciano me hizo darle la ca- lsbaza y, al gustar el sabor del vino, tomé hasta em- veracharse, cay6 de mis hombros y murié al fondo de un precipicio. Me aptesuré a marchar hacia la playa y pronto yn enconiré con la tripulacién de un barco. Me dije- fon que habia estado en poder del Viejo del Mar y que eta el primer individuo que lograba escapar de Jus manos. Navegué con ellos, y cuando desembarca- thos, el capitin me presents a ciertas personas cuyo \abajo era reunit cocos. Todos cogiamos piedras y las |nnzibamos contra los monos situados en las copas de 30 SINBAD EL MARINO Y OTROS CUENTOS. los cocoteros. Estos animales nos respondian arrojan= donos infinidad de cocos. Una vez obtenida una can: tidad que podiamos llevar con nosotros, regcesdba- mos a la ciudad. Pronto tuve una buena suma de dix nero, derivada de la venta de los cocos que habia jun- tado y, por ditimo, navegué hacia mi terra naval ELSEXTO VIAJE Al cabo de un aflo, estuve prepatado para el sexto viaje. Este result6 muy largo y lleno de peligros, pues el piloto perdi6 el sumbo y no supo hacia donde con= ducir el barco. Por fin nos dijo que, seguramente, nos hariamos pedazos contra unas rocas cetcanas, hacia las ‘cuales ibamos con rapidez. En unos pocos instantes, cl velero habia naufragado. Salvamos nuestras vidas, algunos alimentos y nuesttas mercadetias —Ahora —dijo cl capitan—, cada hombre puede cavar su propia tumba La playa a fa que habjamos sido lanzados estaba al pie de una montafia imposible de escalar. Asi las cosas, muy en breve vi a mis compafieros morit uno tras otro. En la toca habia una cueva de temible as ppecto en la que penetraba un rio. Yo ya habia perdi- do toda esperanza asi es que decid intentar salvarme a través de ese rfo, Me puse a trabajar ¢ hice una bal- sa. La cargué con fardos de ricas telas y grandes trozos de cristal de roca, de los cuales la montafia estaba for- mada en su mayor parte, Subi a bordo de la balsa y ‘me arrastt6 la corriente. Luego desaparecié todo vesti- gio de luz, durante muchos dias me deslicé en la os- SIMBAD EL MARINO a wwuad y, por Gkimo, me quedé totalmente dormi- Cuando desperté, me encontré en un pais en: tnvador, Mi alsa estaba atada Ia ori y algunos hiejos me dijeron que me habian encontrado flotan- {lo en el fio que regaba sus tierras. Me alimentaron y Jcspués me preguntaron cémo habia llegado hasca shi, Me condujeron, juntamente con mis mercade~ flay, a presencia de su Rey Una vez, que estuvimes en la ciudad de Sende Jib, narré mi historia al Rey y éste dio Grdenes de ‘ibiela en letras de oro, Obsequié al soberano algu twos de los trozos mas bellos de cristal de roca y le 10: jjuc que me permitiera retornar a mi pais, lo que con: Sintio de inmediato. Mas atin, me entregé una catta y j|unos regalos ditigidos a mi propio principe, el cali In Hatin ar Rashid. Estos cran un rubiconvertid en lina copa y cubierto_de perlas; a piel de una serpiente {jue patecia de oro puro y podia curar todas las enfer- Inevlades; madera de aloe y alcanfor; y, ademés, una 32 SINBAD EL MARINO ¥ OTROS CUENTOs. esclava de admirable belleza. Regresé a mi pi entregué los regalos al califa y éte me dio las gracias y tuna recompensa, EL SEPTIMO Y ULTIMO VIAJE Un dia, el califa Hartin ar-Rashid envi6 pot mi y me dijo que debfa llevar un obsequio al rey de Senderib, ‘A.catisa de mi edad y de los riesgos antes pasados, t1a- t€ de rehuir el encargo del califa. Le resumt los graves peligros de mis otros viajes, pero no pude persuaditlo de que me dejar permanccet en mi hogat En suma, arribé a Senderib y solicté ver inme- diatamence ai Rey. Fui conducido al palacio con mucho respeto y puse en manos del monarca la carta y-el obsequio del califa. Este consistfa en ciettas obras de arte de gran belleza y extraotdinariamente va liosas. El Rey, muy complacido por este regalo, expre- s6 su agrado y cambién se refirié extensamente a lo mucho que estimaba mis servicios. Cuando me des- pedi, me dio algunos ricos regalos. A poco de hacer- nos a la mar, ef barco fue atacado pot unos piratas, gqienes se apoderaton del veer ys aljaon, levi lonos a nosotros como esclavos. Fui vendido a un mercader que, descubriendo, que manejaba con cierta habilidad el arco y la flecha, me hizo subir tras de sf en un clefante y me llev6 a tuna inmensa foresta del pais. Mi amo deseaba que yo me subiera a un Arbol muy alto y alli esperara cl paso de alguna manada de elefantes. Entonces debia dis- pararles flechas a cuantos pudiera y, si uno de ellos SINBAD EL MARINO 3 cafa, debetia corer a la ciudad y avisar al comercian- te. Después de estas instrucciones, me entrego una bolsa con alimentos y me dej6 solo. En la mafana del segundo dia, avisté un gran nimero de elefantes y heti a uno de ellos mientras los demas hufan. Regresé cottiendo a la ciudad y di cuenta a mi amo. Qued6 muy contento de mi y me alabé durante un buen ra- to, Regresamos al bosque y cavamos un hoyo en el cual el elefante debia permanecer hasta el momento dle matalo y, principalmente, de extraerle los col- millos, Desemperié ese mismo trabajo, con el arco y la fecha, por casi dos meses. En verdad, cada dia que pasaba yo daba muerte @ un elefante. Pero, una ma- ftana, todos estos vinieron hacia el arbol sobre el que me encontraba y lo sacudieron hortiblemente. Uno de ellos todes el tronco con su trompa y lo arrancé de fz. Caf junto al arbol y el animal me puso encima de su lomo. Luego, a la cabeza de la manada, me llev6 a un sitio donde me deposité nuevamente en tierra y, n seguida, todos se marcharon Me di cuenta de que me encontraba en una amplia y enorme colina, enteramente cubierta de uesos y colmillos de elefantes. Era su cementerio. Ua vex mas regret a udad a dar la moda 2 mi amo, que pensaba que yo habia perecido, porque ha- bia visto el drbol detribado, mi arco y mis lechas, Le conté lo que cn realidad habia sucedido y lo conduje « la colina del cementerio. Cargamos el elefante que tnos transportaba con todos fos colmillos que nos fue posible, y tuvimos tantos como un hombre puede re- ‘olectar en su vida entera. El comerciante dijo que no 34 SINBAD EL MARINO Y OTROS CUENTOS. sélo él sino que toda la ciudad me debia mucho. Por esto, deberia regresar a mi pais con bastante riqueza pata tener una vida feliz. Mi amo cargé un barco con ano y os otros comerciantes me heron costo mos regalos. Litgué a Basora y desembarqué mi marfil, que valia todavia mucho mas dinero de lo que yo habia pensado. Inicié un viaje por tierra con varios mercade- tes hasta Bagdad, donde fui a ver al califa y le infor- mé de cémo habia cumplido sus drdenes. Qued6 tan sorprendido de mi historia de los elefantes, que man- dé escribirla en letras de oro y ponerla en su palacio —Ahora que he terminado de contarte mis viajes —dijo Simbad—, yo te preguntaré, éno ¢s jus- to que, a su término, yo pueda gozar de una vida quieta y pacifica? Himbad bes6 la mano del antiguo viajero y dijo: —Yo pienso, sefior, que mereces todas las ti- muezas y comodidades de que gozas. ;Ojalé puedan Aitatee por una larga vida! Simbad le dio ricos presentes, le reomend6 que abandonara su trabajo de mandadero y le ordené que todos los dias viniera a comer con él EL MERCADER Y EL GENIO ACE tiempo exista un metcader que poscia 3} muchos bienes en tierras, mercancias y dine- to. Un dia, necesitando hacet un largo viaje por un negocio de importancia, ensill6 su caballo y catgé unas alfa eg bizcocoy dies, pues debia ara vesar un gran desierto, donde no podrfa adquirir pro- visiones. Lleg6 sin ningtin inconvenient al final de su viaje y, después de despachar sus asuntos, cabalg6 de nuevo, para volver a casa Al cuatto dia de marcha, molesto por el calor del sol, abandon6 el camino y fue a reftescatse bajo unos arboles donde encontt6 un manantial de agua clara. Descabalg6, at6 su caballo a una rama y, sentandose junto al manantial, extrajo algunos bizcochos y dati- les de sus alforjas. Mientras comia sus datiles, artojaba los cuescos descuidadamente en diferentes direc- ciones. Cuando terminé su comida, como buen mu- sulmén, lavé sus manos, rostro y pies, y dijo sus ora- ‘Antes de que terminata y mientras atin estaba de todillas, vio que un Genio de enorme corpulencia avanzaba hacia él con gran furia, blandiendo una ci- 36 SIMBAD EL MARINO ¥ OTROS CUENTos. mitarra en su mano, El Genio le hablé con una vor tettible: —Alzate, pues te mataré con esta cimitarra, asi ‘como tG has matado a mi hijo —y acompais estas pa- labras con un espantoso rugido. El mercader, muy alatmado por la espantosa fi- gura del monstruo y por sus amenazas, le respondi6 temblando: —jAy! ¢Cémo podria yo matar a tu hijo? No lo conozco ni nunca lo he visto —Cuando Hlegaste hasta aqui —pregunté el Ge- niio—, ¢no sacaste datiles de tus alforjas? Y, a medida jue los ibas comiendo, gno arrojaste sus cuescos en liferentes direcciones? —Hice lo que té afirmas —contest6 el merca- der—. No puedo negarlo, —Cuando estabas esparciendo los cuescos au alrededor —continué el Genio—, mi hijo pasaba por ahi y td le arrojaste uno a los ojos, lo que lo mat6. Por tanto, yo debo matarce, iAy, sefior mio!, perdéname —exclamé el mercader. —No hay perdén ni clemencia —gritd el Ge- nio—, 2No ¢s justo matar a uno que ha muerto a otro? Estoy de acuerdo en que es asi —replicd ef mercader—, pero ciertamente yo no he matado a tu hijo. Si lo hubiera hecho, setia sin saberlo y, enton- ces, yo seria inocente. Te fuego, pues, que me perdo- nies y me dejes vivir. —No, no —tepiti6 cl Genio, persistiendo en su EL MERCADER Y EL GENIO ” resolucion—. Yo debo matarte, pues has muerto ami hijo. Entonces, tomando al metcader del brazo, lo «croj6 de cara al suelo y al26 la cimitatra para cortarle incabers : Cuando el mercader vio que el Genio iba a cor- tale fa cabeza, le grit —Por los cielos, haz el favor de detener tu ma- no! Permiteme una palabra. Ten la bondad de darme un plazo de un afio, para despeditme de mi mujer ‘le mis hijos y repartir mis bienes entre ellos. Pues ce juto que de hoy a doce meses regresaré junto a estos irboles y pondré mi cabeza en tus manos. — Tomas a los cielos por testigo de tu juramen- to? dijo el Genio —Lo hago —contesté el mercader—, y puedes confiar en mi. Entonces, el Genio lo dejé6 cerca del manantial y lesapareci6, ‘Cuando el mercader relat6, al llegar a casa, lo cocurrido entre él y el Genio, su mujer profiti6 los pri tos mas lastimosos, golped su rostro y tironed su pelo. Los hijos, sumidos en lagrimas, hacfan retumbar la ‘a con sus gemidos. Y el padre, incapaz de resistir un impulso natural, mezclo sus lagrimas con las de ellos Los dias transcutrieron rapidamente y, muy pronto, se cumplis el aio. El mercader se vio obliga- dlo a partir. Puso sus ropas sepulerales en las alforjas Pero cuando fue a dar el adids a su mujer e hijos, su \risteza super6 todo lo imaginable. Abrumado por Ia separaci6n. de sus setes queridos, el mercader viaj6 38 SIMBAD EL MARINO Y OTROS CUENTOS. hasta el lugar donde habia prometido encontratse con el Genio, Sentado junto af manantial espero su lle gada invadido por una inmensa’ pesadumbre. Mientras languidecia en esta penosa espera, aparecio tun viejo que guiaba a una cierva y que se ditigio hacia donde estaba él, Después de que se siludaron, el Viejo le pregunts por qué estaba en ese lugar solitario, i metcaler le contd su encom Con Pe asombro, el anciano exclamé: _—iEsta es la cosa mas sorprendente del mundo! Y 6 estas atado pot el mis solemne de los juramen- tos. No obstante, seré testigo de tu entrevista con el Genio Después se sent6 junto al mercader y empezaron a conversar. En ¢s0 estaban cuando de pronto vieron 2 oo viejo, que venta caminando hacia ellos, seguido por dos pettos negros, Cuando el recién legado seit formo de la aventura del mercader, declar6 que iba a permanecer ahi para ver en qué terminaba este asunt, Al poco rato, petcibieron un vapor espeso, como una nube de polvo levantada por un torbellino que avanzaba hacia ellos, En cuanto hubo Ilegado ante los tes, se desvanceié repentinamente y apatecié cl G fio. Sin saludarlos, se dirigi6 al mercader con una ci mitarra desnuda y'tomandolo por el brazo, dijo: Levantate, porque debo mararte, asi como tt mataste a mi hijo, El mercader y Jos dos viejos empezaron a Jamen- tatse ya Ilenar el aire con sus gritos. Cuando el viejo que conducia a la cierva vio al Genio que levantaba al mercader y estaba a punto de BL MERCADER Y EL GENIO » imatarlo, se attoj6 a los pies del monstruo, se los bes6 y le dijo: —Principe de los Genios, muy humildemente te rego detener tu enojo y hacerme el favor de oit la Istria de mi vida y de fa leva que aqut ves. Y sila cncuentras mas maravillosa y sorprendente que la aventura del mercader, te tucgo que al desdichado le petdones la mitad de su ofensa. El Genio se tomé un tiempo para deliberar sobre ‘sta proposicién y, por Gltimo, respondié: —Bien, estoy de acuerdo. En seguida, el viejo de la cierva conté su historia: “Esta cierva que ves es mi esposa, con quien me asé cuando ella tenia doce afios de edad. Vivimos juntos veinte afios, sin tenet hijos, Mi desco de te- hierlos me indujo a adoprar el hijo de una esclava. Mi mujer, celosa, aliment6 odio contta el nifio y su inadre, Pero oculté su aversi6n tan bien, que yo no la conoct hasta que fue demasiado tarde. Mientras yo es- tuve lejos, por un largo viaje, se dedicé a la magia y mediante sus encantamientos, transformé al nifio en teeta ya la madre en vaca, incrporindolas 2 mi hacienda. “*A mi regteso, pregunté por la madre y el nifio. Ella me informé que la esclava habfa muerto y que a ii hijo adoptivo no se lo habia visto desde hacia me- ses. Lamenté la muerte de la esclava; pero como mi hijo s6lo habia desaparecido, tenfa ia esperanza de que pronto regresaria. Sin embargo, pasaron ocho meses y nada supe de él. Cuando debia celebrarse la fiesta del Gran Bairam, envié a mi granjero por una de las vacas mis gordas para sactificarla. Me trajo una 49 SIMBAD EL. MARINO Y OTROS CUENToS. y yo la até para darle muerte. Al ir a sactificarla, dio mugidos muy lastimosos y hasta lagrimas brotaron de sus ojos. Esto me parecis extraordinario y me lleno de compasién. Como no tuve animo de darle el golpe de racia, mandé a mi pastor que me crajera otra "Mi esposa, que estaba presente, se enfurecié por mi blandura’y mi repugnancia para dar una or- den, con la que ocultaria su maldad. Me insult6 por tno querer sactificar la vaca para la fiesta. Para compla- cet a mi mujer, ordené al pastor, menos compasivo que yo, que la’ sacrificara. Cuando despellej a esa pobre vaca, que nos parecfa tan gorda, no enconttd sino huesos. Ordené entonces al pastor que la botara © la dieta de limosna, 0 que hiciera lo que gustara con ella, y que, si tenfa un ternero bien gordo, me lo tra- jera'en su lugar. Volvi6 con un hermoso terneto; éste, en cuanto me vio, se esfor26 tanto en acercarseme que corté la cuerda y'se attojé a mis pies, con su cabeza contra el suelo, Parecia como si hubiera querido des- pertat mi compas ¢ implorarme que no cuviera la crueldad de quitarle la vida. “Estaba mas sorptendido ¢ impresionado atin con esta actitud que con las lagrimas de la vaca y dije ‘4 mi esposa que no mataria a este temero, a pesar lo que ella dijera. La malvada mujer no tuvo conside- racién de mis deseos y me urgié hasta que cedi. Acé a la pobre criatura y, comando el cuchillo fatal, me pre- paré para enterratlo en la garganta del ternero. Pero &te volvié hacia mi sus ojos llenos de lagrimas con tal languidez que su mirada me afect6 hasta el punto de no tener fuerzas para matarlo. Dejé caer el cuchillo y dije enérgicamente a mi mujer que buscaria otro ter- EL MERCADER Y ELGENIO a nero, Para uanquilizatla un poco, le prometi que lo sacrificaria durante el Bairam del afo siguiente “AL oro dia, mi pastor fue a buscarme para hablar conmigo a solas. Me dijo que su hija, algo en- tendida en magia, deseaba verme. Al recibirla, me inform6 que, mientras yo estaba de viaje, mi mujer habia transformado a la esclava en vaca y al muchacho cn ternero. No podria restituirme la esclava, porque cera la vaca que habia sido sactificada. Pero si podria devolverme a mi hijo adoptivo, con la condicién de {que el joven se casara con ella y' si castigaba,como se lo merecia, a mi mujer. En cuanto di mi consentimiento a esta proposi- cidn, la doncella tomé una vasija Hlena de agua, pro- nuncio sobre ella unas palabras que no entendi, y va- 6 el liquide sobre ef ternero. Este recobr6, en un instante, su forma natural 42 SIMBAD EL MARINO Y OTROS CUENTos. “De inmediato lo abracé y le conté cémo la don cella Jo habia liberado de su encantamiento y que yo le habia prometido que él seria su esposo. Consintié alegremente; pero, antes de casarse, ella transformé a ‘mi mujer en’ una cierva. Y es la que ves aqui. "Hace un tiempo, mi hijo quedé viudo y se ha ddedicado a viajar. Han pasado vatios aos, y como no he tenido noticias suyas, marcho al extranjero para sa- ber de él. No quise pedir a nadie que se hiciera cargo de mi esposa hasta mi regreso a casa, pues pensé que era mas conveniente llevarla a todas partes conmigo. Esta es mi historia y la de esta cierva. ¢No es algo ma- ravilloso y sorprendente?” —Yo ditfa —replicé el Geni supera a la de la cierva. A continuacién, el segundo viejo empexs a hablar de esta manera “'Gran principe de los Genios, wi debes saber gue nosotros somos tres hermanos: estos dos perros rncgros y yo, Al morir, nuestro padre nos dej6 mil se- quies a cada uno. Con esta suma, todos podiamos convertirnos en mercaderes, pero mis hermanos resol- vieton viajar y recorter tiertas extrafias, “Al cabo del afio, regtesaron en vergonzosa pobreza, pues lo habian perdido todo en empresas jesafortunadas, Les di la bienvenida y los recibi en mi casa. Como mi situacién era prospera, di a cada uno de ellos mil sequies para que volvieran a empezar co- mo mercaderes. Después de un tiempo, vinieron a roponerme que me uniera a ellos para hacet un viaje de negocios. Inmediatamente dije que no, Pero des- que tu historia [EL MERCADER Y EL GENIO “6 pués de haberme negado durante cinco afos, ellos in- sistieron tanto que vencieron mi resolucién. “Sin embatgo, cuando lleg6 el momento de ad- quitie mercaderias para iniciar el negocio, descubri que mis hermanos se habian gastado todo el dinero. No les quedaba nada de los mil sequies que yo habia obsequiado a cada uno. Pero no les reproché lo currido. Por lo contratio, como tenia ahorrados scis mil sequies, volvi a darles mil a cada uno y dejé otros mil pata mi; y enterré los tres mil sequies restantes en un tincén de mi casa. “Adquirimos mercaderias, las embarcamos en tun velero que nosotros tres habiamos contratado y nos hicimos a la mar con viento favorable, Tras una nnavegacién de dos meses, artibamos felizmente a puerto y cuvimos muy buena clientela para nuestras mereaderias, Vendi tan bien las mfas, que gané el mil pot uno. “Cuando ya estabamos preparados para iniciar cl viaje de regreso, encontré en Ia playa a una dama muy hermosa, aunque pobremente vestida. Avanz6 hacia mi de manera muy geaciosa, besé mi mano y me suplicé que me casara con ella, Puse un poco de difi- ulead antes de aceprar esta proposicién, La dama me ‘lio tantos argumentos para convencerme de que 90 lebia rechazatla por su pobreza y de que yo tendria todas las razones del mundo para estat satisfecho de su conducta, que, por altimo, yo ced a sus instancias “Mande a hater algunos vestidos apropiados pa- raella. Y, después de haberla desposado de acuerdo a las formalidades, la llevé a bordo y nos hicimos a la vela. Descubri que mi esposa tenia tan buenas cuali- 44 SINBAD EL MARINO ¥ OTROS CUENTOS. dades que mi amot por ella aumentaba dia tras dia Mientras tanto, mis dos hermanos, que no habian -manejado sus negocios tan exitosamence como yo, en- vidiaban mi prosperidad. Sus malos sentimientos los dominaron hasta tal punto que una noche, cuando mi esposa y yo dormiamos, nos lanzaron a ambos al mar. “‘Apenas caf al agua, ella me rescaté y me con- dujo a una isla, Al amanecer, mi esposa me conté que, en realidad, clla era un hada que se me habia presentado disfrazada para probar mi bondad. Y co- ‘mo yo siempre habfa sido amable, ella decidié que se comportatia_gencrosamente conmigo. Peto agreg6 que mis hermanos deberian pagar su traicién con sus vidas ““Escuché las palabras del hada con admiracién y le agradeci, de la mejor manera que pude, la gran bondad que habia tenido conmigo. En cuanto a mis, hetmanos, le rogué que los perdonara. Yo no era tan cruel como para deseatles la muerte. Entonces, le con- t€ todo lo que habia hecho por ellos, pero esto solo aument6 su indignaci6n. Afitmé que inmediatamen- te debia castigar a esos ingratos traidores y tomar t4pi- da venganza de ellos. “Ta tranquilicé lo mejor que pude. Tan pronto como terminé de hablar, ella me transport en un momento desde Ia isla hasta la azotea de mi propia casa, Descendi, abri las puertas y desenterré los tres mil sequies que anteriormente habia ocultado. Des- pués fui a mi tienda, y también la abri, Mis vecinos, los mercaderes, llegaton 2 saludarme, alegrandose de mi feliz regreso, Al volver a mi casa, enconuré en ella EL MERCADER Y EL GENIO 6 «estos dos perros negros, que vinieron a mi de mane- Taimuy sumisa, Yo no podiaadivinae cl significado de este hecho, que me asombré grandemente. Pero el hada, que aparecié de inmediato, me dijo que no me sorptendiera pues ellos eran mis hermanos. Entonces, ella me conto que los habfa convertide en perros, al mismo tiempo que hundia su barco. Ellos deberan permanecer con esta forma durante cinco afios. Des- pues de decitme dénde la encontraria transcurtido ese lapso, ella desapareci6. Habiéndose cumplido hace jpoco los cinco afios, voy en su baisqueda. —Esta es mi historia, joh principe de los Ge- nigst dijo el mercader, después de una pausa— eNo ctees que es muy extraordinaria? —Reconozco que lo es —respondié el Genio—: vjcen este eso, perdong al mereader la otra mitad del Uimen que ha cometido en mi contra. Tras escas palabras el Genio ascendi6 en el aire y 4 SIMBAD EL MARINO Y OTROS CUENTOS. desapareci6 en una nube de humo, con gran contento del mercader y de los dos viejos. El metcader lament6 no poder conversar més con sus libertadotes. Ellos se regocijaron de verlo fuera de peligro y, diciéndole adi6s, cada uno prosiguié su ca- fnino. BI mercader regres junto 2 su esposty a sus hijos, y pasé el testo de sus dias en paz con ellos. CODADAD Y SUS HERMANOS 3 ‘UBO una vez un Sultan del teino de Harrin \ ‘que habia sido bendecido con todos los bienes verrenales, Era rico, poderoso y amado por muchas es- posas que Je habia dado cincuenta hijos, todos legit- ‘mos herederos y aspirantes al trono. Los queria a todos por igual, con la sola excepeién de uno llamado Coda- dad, al que odiaba tan profundamente que, el mismo dia de su nacimiento, lo envi, junto con su madre, Pi- ruza, a la corte del principe Samer, un monarca muy amig suo, pero gue viva muy les EL principe Samer puso mucho cuidado en la cecucacién del joven Codadad y le ensefié a cabalgar y lirar al arco, ademas de muchas ottas habilidades ne- cesatias para un hijo de Sultén. Asi, a los dieciocho anos de edad, Codadad era considerado como un ver- dadero prodigio. El joven principe, inspirado por la valentia ptopia de su alto nacimiento, un dia dijo a su madre: —Sefiora, siento un desco ardiente de conquis- lur gloria. Permiteme buscatla en medio de los pe- ligros de la guerra. Mi padre, el Sultén de Harrén, ‘iene muchos enemigos. He resuelto oftecerle mis ser- 48 SINBAD EL MARINO Y OTROS CUENTOS, vicios como extranjero y no tevelarle quién soy hasta haber ejecutado alguna accion gloriosa, La princesa Pituza aprobé la generosa resolucién de su hijo. Codadad cabalgo hacia Samatia como si fuese de caza, sin decitle su intencién al principe Sa- mer. Temfa que éste pudiera prevenir al Sultan. Iba montado sobre un caballo blanco, con freno y herta- duras de oro. Su alhajamiento era de seda color azul, bordada de perlas. La empufiadura de su cimitarra fa un gigantesco diamante, su vaina era de madera de sindalo incrustada de esmeraldas y rubies, y sobre su espalda Hevaba su arco y su carcaj de flechas Apenas llegé a la ciudad de Harran, oftecié sus servicios al Sultan quien, encantado de su buena apa- riencia, lo recibi6 cordialmente y le pregunt6 su nombre. —Majestad —respondié Codadad—,soy hijo de un emir del Gran Cairo y, sabiendo que estabas comprometido en una guerra, he venido a ofrecerte mis servicios, EI Sultan quedé muy complacido y le dio un mando en su ejército El joven principe pronto se distinguis por su bra- vura y subi mucho en la estimacién del Sultan. Este lo retenia constantemente junto a su persona, y como prueba de su confianza, le encomends el cuidado de los otros principes. De'este modo, Codadad fue re- gente de sus propios hermanos. Molestos por ello, los principes concibieron un odio implacable en su'contea. —Ha Ilegado esto —decian ellos— hasta tal punto, que el Sultan, nuestro padre, no slo quiere a CODADAD ¥ SUS HERMANOS *° este extranjero mas que a nosotros, sino que lo ombra regente para controlar cada accién nuestra sto no puede durar. Debemos deshacernos nosotros mismos de este extranjero. —Matémoslo —dijo uno de los hermanos. No, no — lj otro usemos una exratage ma, Le pediremos permiso para ira cazar, en cambio, tos ines a una Ciudad distante y nos quedaremos ahi, Cuando el Sultin descubra nuestra ausenci censurard al extranjero, lo mandara a buscarnos, y quizis podtemos darle muerte 0, al menos, des- cerrarlo, ‘Todos los Principes estuvieron de acuerdo en es- toy el plan fue puesto en practica de inmediato. Des- pues de que los hermanos estuvieron ausentes tres lias, el Sultan se alarmé. Y cuando supe que Coda- ddad les habia dado petmiso para ir a cazar, no pudo contener su ira —¢Por qué dejaste ir a mis hijos sin acompa- inarlos? Ve, biscalos inmediatamente y traelos ante mio tu vida pagara en prenda. Ante estas palabras, Codadad sintié las angustias del més profundo teproche a si mismo jAy! Mis hermanos —se dijo—, qué podra currirles por mi culpa. gHe venido a’ la corte de Harran s6lo para acrecentar la ansiedad del Sultan? Pari de la ciudad y, como pastor que ha perdi- «do su rebafio, recorti6 todo el pais en busca de sus hermanos, preguntando en cada aldea si los habian visto. Después de varios dias de basqueda infructuosa, lleg6 a una gran llanura, en medio de la cual habia un 30 SINBAD EL MARINO ¥ OTROS CUENTOS, palacio de marmol negro. Al acercarse, vio, asomada a una ventana, a una mujer muy hermosa, pero con, vestidos rotos y cabellera despeinada. A la vista de Codadad, le grits desde lejos: —iJoven, huye de inmediato, te lo ruego. Este palacio esta habitado por un monstruo que captura, aprisiona y devora a toda infortunada persona que asa por este camino! —Sefiora —contesté Codadad—, yo no tengo miedo. Pero, equién eres y cémo puedo ayudarte? Soy una princesa del Gran Cairo —respondio la dama—. Ayer yo viajaba hacia Bagdad, cuando el monsttuo mat6 a mis sitvientes, me trajo a este cas- tillo y ahora amenaza mi vida, porque no quiero ser su esposa. Pero, una vez mas, te ruego que escapes mientras todavia haya tiempo. ‘Apenas habia terminado de hablar, cuando el Gigante apareci6. Era de gran tamafo y de terrible aspecto. Cabalgaba un enorme corcel tartato y llevaba tuna cimitarra tan pesada que nadie sino él mismo po- dia manejatla. El Principe, aunque asombrado de su colosal estatura, desenfunds su propia cimitarra y es- perd firmemente su aproximacin. El Gigante, profi- Fiendo un poderoso rugido y echando espumaraos de rabia, se alz6 sobre sus esttibos y cabalg6 con la cabe- za gacha hacia Codadad, blandiendo su tettible ar ma. El Principe evité el golpe mediante un repentino ro de su caballo, La cimitarra hizo un horrible soni- lo sibilante en el aire. Pero antes de que el Gigante tuviera tiempo para un segundo golpe, Codadad lo atacé con su cimitatra con tal fuerza que le corté el brazo derecho. Ambos, brazo y cimitarra, cayeron CODADAD ¥ SUS HERMANOS 1 juntos a tierra. Mientras tanto el Gigante, ladeindose bajo la violencia del golpe, perdi6 su estribo y ro- do por el suelo. El Principe desmonté y le conté la cabeza. Después de esto, la dama, que habia visto el combate, Janz6 un grito de alegria y lamé a Coda- dad. Principe —le dijo—, termina el trabajo que hhas empezado. Toma las Haves de este castillo, que cstin en poder del Gigante, y librame de esta prision. Registrando las ropas de su enemigo ya muerto, cl Principe encontré las Haves, abrié la puerta del cas- illo y entré al patio, donde’ se encontraba la dama que avanzaba a encontrarlo. Ella alabé la valencia del Principe, exaltandolo por encima de todos los hétoes del mundo. El correspondié generosamente & sus umplidos, porque ella le parecta mucho mas encan- tadora atin que lo que imaginaba desde lejos. Repen~ Linamente, la conversacién fue interrumpida por ttis- tes llantos y gemidos. —eQué oigo? —pregunts Codadad—. ¢Qué son es0s penosos sonidos que traspasan mis ofdos? —Principe —dijo la dama—, ésas son las lamen- tuciones de muchas desdichadas personas que estan cacadenadas y prisioneras en los calabozos del cas- illo. Aprestirate a darles libertad. De inmediato el Principe descendi6 por una em- ppinada escalera hasta encontrar un calabozo subtérra- nico donde habia alrededor de un centenar de cauti- vos, encadenados de pies y manos. —Desafortunados viajeros —dijo—, den gracias, 52 SIMBAD EL MARINO Y OTROS CUENTOS, al ciclo que hoy los ha librado de una muerte cruel He muerto al Gigante y he venido a libetatlos. Al escuchar estas palabras, los prisionetos dicron. agritos de alegria y de sorpresa, mientras Codadad y la dama se apresuraban a quitatles sus hierros. Cuando todos salieton del calabozo al patio, el Principe tuvo, ala luz del dia, una sorpresa tan grande como grata, al ver entre los prisioneros a aquellos a quienes estaba buscando. —iLos Principes! —grit6; y dirigiéndose a ellos, pregunté—: cLos estoy viendo a ustedes, realmente? @Puedo llevarlos ance el Sultan vuestro padre, que es: 4 inconsolable por vuestra pérdida? ¢Escin todos aqui y vivos? Los cuarenta y nueve Principes se dieron a cono- cer uno tras otro a Codadad. A la ver, juntamente con los demas cautivos, le expresaron su ilimitada gra- titud por su liberaciéa. Ayudado por ellos, Codadad registt6 todo el castillo y encontré un gran almaccna- miento de tesoros ocultos, telas raras, brocados de oro, alfombras persas, sedas chinas y una infinita va- Fiedad de otras mercadetias. Era todo lo que el Gi- gante habia quitado a las caravanas, algunas de las cuales percenecian a los prisioneros recientemente li- berados. El Principe devolvi6 a cada uno lo suyo y di- Vidis el resto de las riquezas en porciones iguales para todos. Yendo del castillo a los establos, encontraron muchos camellos y caballos robados, entre los que es taban los corceles de los hijos del Sultan de Harran Los mercaderes, entusiasmados al recobrar sus merca- derias y camellos, al igual que habjan recuperado su libertad, se apresttaron a seguir sus diferentes cami- CODADAD Y SUS HERMANOS 8 nos. Después que se fueron, volviendose hacia la da ma, Codadad dijo: s —¢Puede decitnos, sefiora, a dénde desea it des- die agui? Los Principes 'y yo estaremos contentos de atenderla. gNo nos honrara con la historia de sus aventuras? doi De inmediato la dama empezé cl siguiente rela- “Yendo un dia de caza, mi padre extravi6 su ca- nino y cabalg6 hasta lo profundo del bosque, siendo ‘orprendido por la noche. Anduvo hacia una débil luz que brillaba bajo un cobertizo levantado entre los atboles. Vio a un negro gigantesco sentado sobre una xlfombra, con un inmenso jatto de vino ante él y un huey entero asindose al fuego. Para mayor sorpresa, habia también una hermosa mujer en. el cobertizo. Ella parecia abrumada por la aflicci6n, y a sus pies se cacontraba un nifiito que lloraba sin cesar. Mi padre ubsetvaba desde fuera del cobertizo. Después de un ‘ato, ttas haber vaciado el jatto y comido casi la mitad ticl buey, el Gigante cogié a la infeliz dama por el ca- hello y, desenvainando su cimitarra, se disponta a cor- tarle fa cabeza. Mi padre disparé una flecha que al- in26 al Gigante en el pecho y lo dej6 muerto en el “Mi padre enti6 al cobertizo, desat6 las manos dle la dama, le pregunt6 quién era y c6mo habia llega- dlo-aese lugar. Sefior mfo —dijo ella—, mi marido es tun principe sarraceno y rige a ciertas tribus de la cos- ta, Un dia que viajabamos a través de nuestros domi- nios, mi nifio y yo nos separamos del principe. Este Gigante nos sorptendié y nos condujo al interior del 54 SIMBAD EL MARINO Y OTROS CUENTOS, bosque. Estuvo a punto de matarnos porque me ne- gué a ser su mujer.” "Mi padre compadeci6 a la dama en su aflicci6n y.le dijo que, al dfa siguiente, podrfa levarla a la ciudad de Detyabar, de la cual era el Sultin. Y que ahi serfa bien alojada hasta que su marido viniera a reclamarla, La dama sarracena acept6 el ofrecimiento y al otro dia acompaiié a mi padre, quien encontrs a todo su s€quito esperindolo a la orilla del bosque, ‘despues de haber pasado Ta noche buscandolo infu: tuosamente. “Al Megat al palacio, mi padre asigné un apo- sento a la hermosa dama sarracena y dispuso que su hijo fuera cuidadosamente educado. Durante el transcurso del tiempo el nifio creci6, haciéndose alto, hermoso ¢ inteligente. Mi padre se aficioné mucho a 1. Todos los cortesanos lo advirtieron y_predijeron que el joven podia aspirar a ser mi esposo. Envalento- nado por tal mutmuracién, el joven olvid6 la distan- cia entre nuestras posiciones ¢ inttépidamente pidid ‘mi mano al Sultin. Mi padre le dijo que tent ottos planes para mi. El joven se puso tan furioso por esta negativa que, con la més ruin de las ingratitudes, ase~ sind a mi padre y se hizo proclamar Sultén de Derya- bar. A continuacién, a la cabeza de los conspiradores, vino a mis aposentos para quitarme la vida u obligar- me a casarme con él. Sin embargo, el gran Visit, s.empre leal a mi padre, me sac6 del palacio para po: netme a salvo, y corti llevandome, hasta que en- ‘contré un barco en el cual ahora nos hemos escapado de Ia isla “'Habiamos estado unos pocos dias navegando ‘CODADAD Y SUS HERMANOS ” por el mar, cuando se levant6 una furiosa tempestad y nuestro bajel fue arrojado contra las rocas, despeda- vandose. El gran Visir y todos mis sirvientes fueron tragados por el agua. Por qué milagro yo me salvé, lo ignoro; peto cuando recobré mis sentidos me en- contré sobre la playa. Estaba tan abrumada por el pe- so de mi triste soledad, que resolvi volver a lanzarme al mar, cuando senti detrés de mf un gran ruido de hombres y caballos. Al volverme, vi varios caballeros armados, uno de los cuales sobresalia del resto por su lraje y actitud. Montaba un caballo arabe, sus vesti-

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