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UN ig gam TTC a TT fi ba i fk as Un mundo huérfano GIUSEPPE CAPUTO aM ile LITERATURA RANDOM HOUSE “Tal: Ui mand dane Prira eli juo, 2016 mer reimpresin en Clombi agosto, 2016 ‘Segunda empresiom septiembre, 2016 “Tercera elpresi6: eer 2017 Gant eimpresi: 40,2017 © 2016, Giuseppe Cato ‘do Vieie Agnes Litera 19 206, dela present edcin en atelino para todo mundo: "Penguin Random House Grupo EAHA SAS {inh No HA ~ 09, Boots ~Clambia K(57-1) 74-0700 copy estila a reatividad defied a vera en lito de a easy concn, promucvels ibe expen fvorce wn cara a. rac po compe una el atrizada deste y or respea: lees ecg no reproduc ecinea dtu nogana te dee obra por ningin medio sin permis. AI hacerlo et respaldando alos autres _Ypeitedo que PRHGE contin pblcando bos ara lodstos tors presen Colombia vine Calon San 978.958-0979-05.2 CCompuct en caacteres Garamond Impreso en Editors GéminisS.AS, Random House Grupomaitorial Bajé uma mariposa a un lugar oscuros al parecer, de hermosos colores; no se distingua bien, MAROSA DI GIORGIO Nos cubre esta noche la luz negra. Por eso los hombres no pueden verse. Se ven mas que todo sus dientes, viole- tas, que por momentos se pierden en el humo, violeta, o en el encuentro con otros dientes, Entonces la luna, una bola, morada por la luz, morada como los dientes, apare~ ce. ¥ cuando aparece, salen del suelo unos rayos blancos, alumbrando los cuerpos, los rostros, con intermitencia. Asi los hombres, fragmentados por Ia luz, titilantes con Jos rayos, parecen como estrellas: vibran, brillan, las estre- llas, La nueva claridad del sitio es la clatidad del cielo con Juna lena, Los hombres se absazan, gritan, Se aglomeran, enlo- quecidos, para estar més cerca de la esfera. Alzan los bra- zo8, como intentando tocarla, “Tit también”, me dice uno. “Acétcate”, Le hago caso, convencido por su rapto, y me muevo hasta quedar debajo de la bola, que empieza a des- cender: la luna empieza a descender, Los rayos se vuelven verdes; y con los rayos, las caras. La mnisica cambia: mas alta ahora, mas lenta, La miisica gotea. Los hombres cambian también; se apagan al tiem- po, un tiempo. Miran la luna, entre el humo; se quedan mirando, Pero vuelve total la oscuridad e incluso la luna desaparece, sélo para aparecer de nuevo mas grande, blan- ca, mas cerca. Ya se notan los espejos de la bola: ya nos veo en sus ctistales. Los hombres se reinician, vuelven a bailar. Con ellos siento el desborde: el tiempo, burbujeante, saliéndo- se de mi; el espacio, conmigo, desmadejandose. Y sigue bajando la luna. Siguen bailando los hombres. Uno, que gira sin drbita, se detiene, confundido, y pregunta mientras me soba: “zPor qué tan vestido?, eno tienes calor?”, Me quita la camisa; la huele y comienza a ondearla, Entonces descubre mi estrella, pegada al pecho por el sudor. La mira; me mira. Y asi regresa el tiempo: aK Hace muchas noches, cien mil, mi padre me dio una es- trella, Viviamos morosos, al igual que hoy, en una casa triste, con pocos muebles. Y como era triste la casa, blan- ca, vacias sus paredes, mi padre decidié decorarla. Inspi- rado en los dibujos de las cuevas, tan vivamente anteriores —anteriores, por milenios, a esta historia—, inicié su em- presa pictorica dibujando en la cocina una vaca con cra- yola: dos circulos negros, uno encima del otro, y dos tridngulos como orejas. Agregé la cola, similar a un resor- te, y para hacer la cara hizo dos puntos, los ojos, y una curva sontiente, Mi padre dijo: “Falta la nariz”, y entonces hizo la nariz: dos puntos como los ojos, s6lo que mas grandes. Sefialé el garabato, una vez terminado, y dijo, pensativo: “Vaca” Después fue a mi cuarto y, como calculando las ne- cesidades de su creacidn siguiente, se quedé mirando el techo, Traté de aleanzarlo, encaramandose a la cama, pero seguia sin tocarlo, Me pidié que trajera una sila: queria subiela a la cama y luego subirse él en la silla. Le pedi, sin embargo, que olvidara el asunto: “Puedes caer- te, Papi. Partirte la cabeza, la cadera. Y se puede partir — 10 Ia sill andar partiéndolos”. Entonces él, molesto un tanto pot lo dicho, me dio la espalda y empez6 a dibujar en la pa- red, al lado de la puerta, un circulo, otra vez, y varias li- neas como palos haciendo las veces de tronco, brazos y 10 abundan los muebles en esta casa como para piernas. Encima del muiieco escribid: “Papi”, y ensegui- me dijo: “Te amo, mijito”, zados, nos fuimos a su cuatto: ahi dibujé otro cuer- diminuto, en el sitio exacto donde pegaba la nz —la luz ‘no apagaba nunca, temeroso, Papi, de verse en total suridad—, y con la crayola negra encerré al hombrecito in corazon, Dijo: “Tt, mi corazén”, y me bes6 la fren- te. Senti que era tiempo de hablar y de mostrar afecto, y de animarlo incluso en su emprendimiento artistico, asi que ‘me quedé mirando el retrato en silencio, imitando la mane- 12 como habfa mirado el techo, para después decir: “Me dan ganas de artancar ese pedazo de pared, enmarcarlo, y col- garlo ahi mismo, como un cuadro”. Mi padre me escuché, entre confundido y satisfecho, y sigui6 pintando. Viviamos en un barrio sin faroles, oscuro, es decir, en las, noches, al final de la Calle de las Luces. Nos cercaban tres jinmensidades: la ciudad a un lado—un bosque eléctrico—, el mar al otro, ennegrecido por la ciudad, y el cielo encima, como siempre, reventindose siempre, volviéndose lluvia a veces, un trueno a veces, volviéndose estrellas, volviéndose luna, La Calle de las Luces atravesaba la ciudad. Ahi estaban Jos parques iluminados y las casas como castillos. Llama- ron asi a la calle por sus faroles, que eran comunes al ini- cio, abundantes en el centro y distanciados al final, cada vex mis distantes 2 medida que la calle se acercaba a nues- tro barrio, Iban apagindose los faroles, o quedandose atras, simplemente, como evitando el margen, 0 como si Ja calle fucra entristeciéndose a medida que se acercaba a Jas zonas de nuestra casa, Pero estaba el mar, cerca; etet- no, siempre, el mar, caduco, viejo, y a veces dejaba en la playa oftendas inverosimiles. Una noche, caminando por la playa, mi padre y yo vi- mos que las olas trajeron a la orilla un sof; y el sof, roji simo, y como encallado, tenia algas. “Si no esté podtido”, dijo Papi, “podemos llevarnoslo a casa. Nos hace falea un sofa”, Me acerqué, entonces, a inspeccionarlo, y el olor me embrutecié: grité, tuve arcadas, “Ast de grave?”, pre~ gunté él, burlda, curioso, a lo que dije: “No, ni tanto”, como volviendo en mi, Entonces cog’ las algas, unas cuan- tas, y me las puse en Ia cabeza, saltando, diciendo: “Mira mi pelo, verde y largo”. Bailé, desfilé; Papi rio, reimos, y seguimos por la orilla. Eta bella, de tan sorprendente, la suciedad del m: frecuencia dejaba relojes en la arena, activos muchos, cisos los minuteros y segunderos a Ja hora exacta. Y los relojes llegaban palos, algunos de coco y otros dk coba, pot lo que Papi a veces barria la espuma, devolvi dola al agua, El mar también trafa, entre sus olas, limpat Como llegaban apagadas, mi padre decia, cada vez vyefa una: “Ojalé una noche la luz sobreviva”. Con ese sen- timiento nos devolviamos a casa, abrazados, despacio, pensando muchas veces en las razones y sinsabores de nuestra pobreza. “Pstamos en la olla”, dijo mi padre la noche en que me dio la estrella, Se tio, como aceptando su suerte, mi suer- te, y lo miré preocupado: cansado, también, de estar preocupado, y molesto con él por haberse reido. Mientras yo pensaba qué hacer, cmo mantener la casa, mantener- gg ‘os, Papi recogié del suelo un cuadrado de carton: recor 16 las puntas y lo transforms en estrella; luego la perford ‘un poquito y metié por el hueco una cinta de lana; después amarré los extremos y me colgé del cuello la nueva cade- na, Dijo: “Para que recuerdes, luz, que hay carifio”, ex Y porque es negra la luz esta noche, lo blanco, decia, se ve violeta: los dientes, decfa, pero también los ojos, su parte blanca. Cuando los hombres se besan y empapan Jos labios de uno, los labios de otro, desaparecen sus dien- tes, iluminados de violeta. Y como cierran los ojos, se ocultan sus escleréticas violetas. Estos besos agravan la oscuridad. Mientras tanto, la luna sigue en su descenso. Cuanto mas, cerca de la tarima, més gritan ellos, mas bailan, De pronto cotta luz los detiene —no: los serena—: como si estuvieran en cimara lenta, los hombres siguen bailando, y su movi- miento enfebrecido parece inmévil, un segundo, inmévil el siguiente, lento, Cada hombre parece dos, parece uno, pa rece més, Hasta que al fin, en su cafda, la luna se detiene, Res- plandece la luna y estancada en el medio, entre nosotros, que brincamos, y la ctipula, empieza a partirse: vuelta un huevo se va pattiendo, y los hombres, encandilados, dejan de bailar 0 mirarse. Miran, si, a la luna; y la aplauden, es- plendentes por la luz y el sudor; esplendentes por la luna, que termina de abrirse en forma de concha. “Buenas noches”, oimos todos, y gritamos, felices: “Buenas noches!”. Sélo existe Luna, saliendo hermosa, hermoso, de la luna, saludando desde arriba, iluminada, 3 posando, iluminado, mientras canta: “No. Nunca mis me vuelvo a enamorar. Yo te di mis manos: las cortaste. Y mis pies, ay, mis pies: los pisaste. ¢C6mo hago para correr a ti con un dolor de pies que se me ha extendido hasta el alma? Cémo golpeatte la cara, amado estiipido, con ambas ma- nos rotas?”. Uno a mi lado dice: “Uy, grave, esté despechado”, como, adelantindose a la tanda de canciones que tendri que oft alo latgo de la noche. Luna se aleja del micr6fono y em- pieza a tomar: bebe a pico de botella, se olvida que esta- ‘mos, Unos la abuchean, dejamos de mirarlo, “Malparidos”, dice de repente. “Pénganme atencién”. Y de nuevo canta. Busco al hombre que me ha dejado sin camisa: lo en- cuentro bailando, brazos arriba, contra una columna. Son- rie, convencido de que estoy contemplindolo, y me sopla tun beso. As{ que me acerco, actuando indiferencia, y le digo que s6lo quiero la camisa. El sujeto me ensefia las ‘manos vacias, muerto de la risa. “Si la perdiste”, insisto, “vas a tener que darme la tuya, no me importa que esté sudada”. Lo miro con desgano, un momento, expectante luego, esperando una reaccién, pero el hombre me mues- tra el dedo al tiempo que se restriega absurdamente con- tra la columna, Le doy la espalda, pensando, farioso, que ‘no me sobran las camisas como para andar perdiéndolas, cuando siento que alguien me toca el hombro, “Amarga- do”, me dice el sujeto, “lichigo, tacafio. Te quedas solo, con tu estrella inmunda”. Apenas se da la vuelta le artojo, vengativo, un pedazo de hielo, que golpea a otro en la ca- beza. ¥ el otro, extraéiado primero y después molesto, me pregunta: “Pero qué te pasa?”. —Hiasta que por fin me miras —e digo, improvisando, y doy un beso. ea Desde afuera, la casa parecia despelucada, corridas que estaban las tejas, Desde adentro, parecia que siguiera en construccién: muchas baldosas del suclo —blaneas, ne- ‘gras, como un tablero de damas— se habfan despegado y, cuando las pisdbamos, se bamboleaban. Se vefan, aqui y alld, cables y tubos, Habia en nuestra sala un ventanal: daba ala calle yjamas, Je pusimos cortinas; no habia plata para eso. “zPor qué ha- briamos de tapar la vista con telas”, decia mi padre, “si ahi, de pared a pared, tenemos un cuadro?”. Y entonces Papi se quedaba horas, a veces, mirando la calle, el ventanal, en perpetuo descubrimiento, comentando los titulos que in- ventaba para cada uno de los cuadros que se iban forman- do: “Natutaleza muerta con botes de basura”, “Cinturén de estrellas”, “Pajaros en el cable eléctrico”, “Ladron y vic- tima”, “Gato atropellado”, “Hombre solitario recogiendo un cigarsillo”, “Los amantes de la noche”, “Cielo sin luna”, “Autorretrato en silencio”, “Desnudo nocturno”. Cuando centraba a la sala, de repente, y me vefa reflejado en la ven- tana, mi padre titulaba el cuadro: “La aparicién del hijo”. Yo también me asomaba por abi. Y desde el otro lado se asomaban vecinos, o caminantes, que al ver la sala sin muebles, con un par de sillas apenas, golpeaban el vidrio para preguntar sila casa estaba en venta. “Fuera, fuera”, les decia, “No molesten”. También pasaban misicos, dirigiéndose a la zona de los bares, 0 alejandose de alla, y cuando vefan la casa empezaban a reitse: “Uy, uy”, gri- taban, “Una ventana serenatera”. Tocaban una cancidn, burlones, y se quedaban ahi, asi, hasta que les echaba orines Y ocurrié que Papi, una noche, asomado a la ventana, dijo, como iluminado: “Ya sé, tengo una idea. Vamos al bar y ganemos dinero”. Le dije que en el bar ibamos a terminar gastando plata, seguramente, y que me daba pena seguir fiando, a lo que respondié molesto: “No seas tetco, vamos”. Le recordé que cada vez iba menos gente a El Baboso, que ibamos a ser, una vez més, los mismos con las mismas, cada uno con menos plata que el otro, alo que alz6 la voz, harto de oftme, para pedirme lo de siempre: “No me contradigas”. Salimos, entonces, de la casa —yo, limitando el desaliento, el desespero— y en la calle me dijo Papi que al bar iban muchos hombres tristes que ne- cesitaban consejo. A donde entra la plata abi? —e pregunté, genuina- mente intrigado, y anticipando, ademas, un mal rato. —Pues muy ficil: daré consejo a quien lo quiera. El pti- mero sera gratis y ya después cobraré. Generalmente, el borracho valora mi experiencia Me hizo reir mi padre y pensar, también, que aunque su plan eta pésimo, me harfa bien cambiar de aires. Nos abrazamos y caminamos asf, abrazados, hasta llegar a El Baboso. Alli en la puerta, el guatdia, un novato, nos dijo: “Adelante, felicidades”, lanzando corazones dimi- autos de cartulina. Lo miré pasmado —mis ojos, dos preguntas— y el hombre agreg6: “Hoy es noche de aniversarios”. “Permiso”, le dijo mi padre, impaciente, quizas ined modo, y vimos, al entrar, dos parejas: la primera bebia sin mirarse, la otra discutia, En Ia barra, y como si nunca se hubieran ido de ahi, estaban Ram6n-Ramona, atendiendo, y Los Tres Peluquines: Alitio, Simén y Garbanzos. Los llamabamos asi, Peluquines, porque usaban todos tres, y oe 16 — a pesar de su avanzada calvicie, unos cortes de pelo que podian ser extravagantes o desesperados: no sabfamos si pretendian resaltar su calva 0, en la medida de lo posible, esconderla, Ramén-Ramona, por su parte, llevaba la pin- ta de siempre: sombrero y pantalones, y un chaleco bor- dado de distintos colores. Sobre el bozo, un lunarcito maquillado. Mi padre se acercé a la pareja que discutfa: mientras, se sentaba los salud6, como si hubiese sido invitado, y les, dijo: “Hablando se entiende la gente”. Ambos lo miraron, estupefactos, y antes de que pudieran decirle algo, agreg mirindola a ella: “Esta bien que lo escuches, pero tam- poco tienes que volverte su caneca de basura, No tienes que aceptar su mierda. No te vuelvas nunca un bote de basura”. ‘Me aparté de la escena, los ojos en blanco, y me senté nla barra, entre Simén y Garbanzos, Ramén-Ramona me puso al frente un vaso de agua y dijo, con severidad y cari- fio, que no podia seguir fidndonos alcohol. Le dije que no habia problema, que gracias, que yo entendia, y picindome el ojo, respondié: “Pero ti sabes: bienvenidos siempre”. Después le comenté que el guardia nos haba lanzado co- razones a mi padre y a mi, —Feliz aniversario —se rio—, mi pareja preferida, —2¥ qué pasé con el otro? —Nada, mijito, Lo apufialaron, ‘Mi padce llegé en ese momento: —2Nacla? Dices que nada? Imagina la soledad de ese guatdia si pudiera escucharte, Ramén-Ramona. Recibe mi consejo: cuida al otro, Est bien que sepas cuidar de ti, tratarte con cuidado, pero también el otro merece ese trato. Pignsalo, —Le decia a tu hijo que no puedo fiatles trago —con- test6, indiferente, mientras limpiaba la barra—. Te pongo agua. : —Otro consejo —siguid Papi—. Un ejercicio que te quiero proponer: cmprate un huevo y tritalo como aun hijo. Dibijale, si quieres, una catita, Mételo en una canas- ta, arropalo con servilletas. Y Ikévalo a todas partes. El reto es que no se te caiga, —2Y yo para qué quiero andar para arriba y para aba- jo con un huevo, sin comérmelo? —volvié a reirse Ramén- Ramona—. En esta escasez. —Para que aprendas el cuidado, ni més ni menos. ¥ pet- dona, pero te voy a tener que cobrar: el primer consejo es gratis, el siguiente cuesta cien. —Y yo voy a tener que sacar mi libreta de deudas le respondié a mi padre con las cejas alzadas—. Aparecen ustedes dos en cada pagina. —Y es muy probable que también aparezca Garbanzos —se entrometié Simén. —Garbanzos aparece menos. —Seguramente los va a aleanzar—se acereé Alitio— Con ese despecho que carga... Ya se ha tomado tres cuar- tos de botella. —2Qué te pas6? —le pregunté a Garbanzos. —Cuéntame —dijo Papi—. El primer consejo es gta- tis, el siguiente cuesta cien. —Yo pensaba que mi vecino estaba muerto —empez6 Garbanzos. comido a mi perro Patas. —Tremendo —comenté Simén, —No, no, no —lo interrumpié Ramén-Ramona—. Cuéntanos bien, zqué pas6? , pero esta mas vivo que til y que yo, y se ha —Aqui hay dos cosas—resumié Papi—: Ia muerte y el perro. —Hombre —siguié Garbanzos—, llevaba semanas sin vet a mi vecino, Nos saludébamos siempre, de ventana a ventana, cuando prendiamos la luz. Una noche dejé de verlo, —La cordialidad entre vecinos es importante —obser- v6 mi padre—. ¥ también, claro, el respeto. Pero no hay que respetar a todo el mundo. No todos merecen respeto. —iGracias! —grité a la barra el hombre que discutia ‘Te debo cien, jviejo pendejo! —No estés mis con él—se defendié mi padre, miran- do ala mujer. |Olvidalol La soledad no es un problema, Elhombre siguié gritando; la mujer, entretanto, le daba golpes. —iMe estiis espantando a los clientes? —se preocupé Ramén-Ramona—, Te tengo fichado. La pareja salié del bar, agitada; el guardia, alcancé a ver, les artojé corazones. Garbanzos tomé un trago y sigui6 hablando: —Pasaron noches y segui sin ver a mi vecino, Cuando paseaba a Patas me asomaba a su ventana: vefa siempre la mesa puesta, sin comida. Un vaso, un plato, un juego de cubiertos, Jamas un pedazo de pan, —No suena bien —dije yo, mas que todo para inte grarme a la chaela —Mi vecino pensé que Patas, jayl, estaba bien alimen- tado. “Lo tienes gordo”, me grité una noche que lo saqué 4 paseat. Pero era el pelo, que lo hacia ver rellenito. —A los animales hay que amarlos —coment6 Alirio, y Papi lo miré furioso, como si acabara de quedar en des- ventaja, o como si estuviera Iucrindose con su idea. a - 18 19 —— —A veces Patas se salia por la puerta —continué Gar- banzos—, pero regresaba al rato, juicioso, como extrafiin- dome. Yo lo recibia en la sala, jugabamos a la bolita. —Qué belleza —volvié Simén, y noté que Ramén- Ramona tefa, tapandose la boca y mirando fijamente el lavaplatos. —Desde anoche no veo a mi chiquito —lament6 Gar- banzos—. Hace unas horas, camino al bar, me asomé a la ventana del vecino: ahi estaba, después de tantas noches sin estar, tecostado sobre la mesa, consintiéndose la ba- triga y con cara de haberse hartado de perro. —Grave —dijo Alirio—. Ahi no hay nada que hacer. —Un consejo —se adelanté Papi—. Necesitas flores en tu casa, —2Para qué? —pregunté Garbanzos. —Pueden animarte, —Un momento, un momento —pidié Ramén-Ramo- na, los ojos lorosos de tanto aguantar Ia risa—. Dudo que el vecino se haya comido a Patas. Seguro el petrito aparece. —Yo no creo —afirmé Garbanzos, y abrazado a la botella, empez6 a lorar. Mi padre tomé aliento y, justo cuando iba a darle otro consejo, Ramén-Ramona sefialé los vasos, la vitrina, y dijo: “Pidan lo que quieran, la casa invita”. Aplaudimos, impro- visamos un canto. Estando en esas se acercé un borracho. “Yo te miro y me confundo. ¢Qué eres?” Ramén-Ramona le pregunté: {No ves?”, pero el sujeto insistié: “Es que por eso, no veo. ¢Etes hombre o mujer?”. Ramén-Ramona le dij “Ven y te muestro”, y se al26 el delantal. El borracho abrié Ios ojos; después salié con la cabeza gacha. Bsa noche salimos del bar tomados: al despedirnos, el guardia, otra vez, nos lanz6 corazones. Fuimos a la playa, mi padre y yo: las olas trafan piedras y conchas solamente. Seguia encallado el sof, no tan rojo ahora, y atin irrespi- rable su rededor. Papi, agotado, se sentd en él. “Yo te pro- meto”, dijo, “que vamos a salir de ésta”. Le pedi que no pensara més en eso, que no se preocupara, que yo nos iba mantener. Le dije: “Papi, algo inventaremos”. ‘Mis tarde las olas, en silencio, moribundas, desplegadas como mantas, regresaron a la orilla los cuerpos desnudos de tres ancianos. “Quizas eran jovenes”, pensé, “y estu- vieron mucho tiempo en el agua”. x “Suéltame ya”, le digo a quien me besa. El sujeto, obsti- ‘nado, me mira un momento: calcula mi impaciencia y vuelve a besarme, Le aprieto la verga, entonces, como re alzando el beso. “:Ves?”, me dice, “Ves que ti quieres?” Y lo sigo apretando, mas fuerte ahora, gélido; y més fuer- te ahora, fuerte, Fuerte, hasta que pega un grito y se va, Mientras tanto Luna, sentada en la bola, empieza a lan- zarnos trocitos de hielo, “La peor audiencia que he tenido en afios”, nos reclama, “Creen que soy una pifiata?”. Y canta otra vez, como ultrajado: “Estiipido indolente, ay, oh, amado esttipido”. Los hombres rien, le arrojan vasos de icopor: a medida que van cayendo, los recojo del suelo para tirérselos a ellos de vuelta. “Pesados”, le grito a un par, y me amplifico: “Matones”. Decido irme, harto de buscar mi camisa; espanto bra- z0s, bocas, camino a la puerta. “Por qué tan arisco?”, me reta uno. “Quédate”, Miro al fondo, antes de salir; esta — 1 Luna arriba, elevandose mas y més, sola ella, é, sobre una luna que bajé y se partié como un huevo, Y sube ahora, vva subiendo: cada vez son menos los vasos que logean al- canzatla, La soledad, Luna, no es un problema. “Afuera se estrellan, parece, dos noches: una negra y otra amoratada. Al verme sin camisa, un hombre me pre- gunta: “Pero zqué pasé alld adentro?”. Lo ignoro, y acer- candose veloz, deseante, y también resentido, también con dolor, me dice: “Se ve que no pierdes el tiempo” —2A culinto la cadena? —se burla otro, y saca una mo- neda—: Ven, te la compro, Aspiro cl aire, que es sucio y espeso, y camino por el centro de la acera, siguiendo una linea recta, imaginada. Dos hombres conversan, sentados en un bordillo; calculo que tienen mi edad. Sonrien, sonrio. Uno abre la boca, preparado para hablar, pero le digo adiés con la mano y sigo caminando sobre mi linea invisible. Atrés quedan, Entro, suave, a la casa, zapatos afuera para no desper- tarlo, Pero Papi esti despierto, lleva noches asi, Dice: “La aparicién del hijo”, los ojos fijos en la ventana, Lo abrazo, lo beso. Y mira la estrella. Dice: “Salié bueno ese carton”. Me dejo en calzoncillos y vamos a la cama. —alo pasaste bien? —pregunta. —Si, si, Te eché de menos. —Tienes que aprovechas, mijito, tu edad no vuelve. Nos quedamos sin hablar, mirando el techo. Silencios, después, y como la noche que me dio la estrella, mi padre dice: “Estamos en la olla”. Me mira preocupado: cansado, también, de estar preocupado, como yo, esa noche que me dijo: “Luz”, y recordé que hay cariiio, u _ La casa babladora Asi viviamos, mi padte y yo, en ese barrio gris, a veces humo, a veces negro, no del todo tranquilos por nuestto ciclo de cescasez: cada vez que empezaba a vaciarse la despensa (hue vos era lo que mas comfamos); cada vez que los billetes se volvian monedas y las monedas, menos monedas; cada vez, que empefiabamos un mueble, ropa, utensilios domésticos, mi padre dejaba de dormir, y se quedaba asi, vatias noches, hhasta que ideaba un plan para recuperar nuestras cosas, convertir las monedas en billetes y llenar la despensa. En una ocasi6n quiso ser sastre, pero cuando traté de remendar sus propias prendas, noté que escasamente po- dia arreglar los dobladillos. “Tenemos que aprender”, le dije. “Eso toma tiempo”. Y aunque intent6 hacerlo, perdi pidamente la paciencia. “Esto no es lo mio”, juzgd, y s Papi decidié vender, otra noche, empanadas que re los dos preparibamos, Pero la gente Llegaba a la casa plata y él eta incapaz de cobrarles, o no sabia como “Coman, coman, después me pagan”, les decia, diligente, atendiéndolos por la ventana, El negocio de em- panadas fracas6, aun antes de que empezara formalmen- tc, més que todo porque Papi empez6 a sentir que los vecinos del barrio se aprovechaban, “Algunos tienen pla- ta y se hacen los locos”, concluyé una noche. Y asi, el ci- clo de escasez recomenzaba: miraba la despensa, dejaba de dormir, salia con una ocurtencia, intentaba ejecutatla, fracasaba, miraba la despensa, dejaba de dormir, salia con oo 3 una ocurrencia, intentaba ejecutarla, fracasaba... Entre fracaso y fracaso fidbamos algo, a veces, o empefiébamos algo, a veces, hasta que la plata se agotaba, de nuevo, y llegaba la hora de conseguit mas. Cierta noche, mi padre me llamé urgido mientras fri- taba un huevo. “:Ves?”, me dijo. “Dime que lo ves”. Yo le dije: “Si, me dijiste que comeriamos huevo”. Volte6 los ojos, impaciente, y me regané: dijo que sélo pensaba en comida, Papi Ilevaba dias sin dormir y la falta de suefio lo estaba haciendo cada vez més irascible: decidi, por ello, no llevarle la contratia, Me dijo que el huevo parecfa un len y que, por el ruido de la estufa, daba la impresién de que estaba ru- giendo, “Encargate ti de Ia cena”, continus, “Se me aca- ba de ocurtit una idea”. Se dio la vuelta y, crayola en ‘mano, empez6 a hacer sus dibujos en la par lo con flechas —tal vez un reloj— y algo parecido a una ventana 0 a una puerta. Encima de todo escribié: “Bla, bla, bla”. Después traz6 un espejo yal lado, una sartén. También cescribid, encima de ambos: “Bla, bla, bla”. Entonces toqué el huevo con la cuchara: sobre el blanco se regé el amari- llo y le dije a Papi que faltaba poco pata la cena: Casi nada, la yema se esti endureciendo, —Pero ami me gusta aguadita —grité desde la sala. —No, no. Es mas fécil partitlo si esti duro. —A mi me gusta aguadita —insistié Papi, haciéndose el que no escuchaba, Duro, al fin, el huevo, lo intenté partir en dos mitades. Puse en un plato el pedazo mas grande y se lo llevé a mi padre, que miraba sus dibujos con expresién meditabunda, —Aguado —Ie dije— es mis dificil diviitl. in cireu- aS 24 —Bsté bien, qué rico —y siguié concentrado en sus dibujos Habia en esa pared unas curvas como olas rodeando, un sillén gigante. Me parecié entender que era el mar, nuestro mar, dejando en la orilla el sofa. Y aunque me costaba descifear los garabatos de mi padre, esa noche di- bbujé un tridngulo encima de un cuadrado, y de inmediato centendi que se trataba de una casa. Hizo la puerta, las ven- tanas, y escribid otra vez: “Bla, bla, bla”. —Lo que estoy pensando —dijo Papi— es hacer de cesta casa una atraccién y abritla después al ptiblico, Ast seguro salimos de la olla. —zCémo que una atraccién? —le pregunt que me comia el huevo. —Se llamar La Casa Habladora —me explieé Papi, como pensando en voz alta— y seri la primera maravilla del barrio: la casa que habla, saluda y cuenta a sus habi- tantes cémo se siente. No fue sino escucharlo para que perdiera interés en la idea: anticipé que no funcionaria y que no sélo no sal- al tiempo driamos de la olla sino que terminariamos atin mas des- gastados si llegabamos a ejecutarla. Pero mi padre sigui hablando: mencioné grabadoras, cambios de voz. Dijo que no era mucho lo que necesitébamos y que podiamos pedir prestado en la bodega un casete. —Y si nos lo quieren cobrar —agregé—, ya les paga- remos con lo que nos dieron por tu cama. O incluso con Jo que nos paguen a nosotros. —2Con lo que nos paguen quiénes? —le pregunté, a sabiendas de que mi padre se explayaria ahora en cuentas alegres. —Nuestros clientes, quién més? Pagarén gustosos su entrada a La Casa Habladora, —2Y pagarin para ver qué exactamente? —Pero qué preguntas... —me regafid, y empez6 a co- mer su parte del huevo—. :No pagarias ti por hablar con ésta, tu casa? c¥ por saber qué piensa, cémo se sienten sus objetos: los muebles, la estufa? Calculo que a las pocas semanas de abrir las puertas tendremos que conteatar ayu- dantes. Pensé, entre burlén y agobiado: “Esto suena peor de Jo que me estaba imaginando”. ¥ lo pensé, también, con- movido por las ocurrencias de mi padre, quien hablaba ahora de las conversaciones posibles que podrian tener los objetos entre si, la casa con los objetos, los objetos con las personas y las personas con la casa: “Me parece quela silla”, dijo, “podria pedirle a un cliente que se sien- te en ella, y pedirlo encarecidamente, primero, y luego con tono coqueto, como deseando encima las nalgas de a persona”, Solté una tisa y mi padre también rio, Le dije: “No sé si estas siendo loco o tierno, pero hagamoslo: preparemos la casa, manos a la obra”, Y empezamos a pensar juntos cémo harfamos para datles voz y vida a los escasos obje- tos que tenfamos. ae 2Cudntas noches han pasado desde que abrimos las puer- tas de La Casa Habladora? Pienso, estupefacto: “Dos”. Solamente dos. Siento, sin embargo, que afin no termina esa noche, Sigue ocurriendo: esa noche, esta noche, Sigue ocurtiendo, Intento pensasla en pasado: en un pasado le- 26 ~— jano, para alejarla de mi, Pero sigue ocurriendo. Escucho las voces: “Terrible, terrible”, y: “Dios mio, Dios mio”. Sigo saliendo de casa, caminando entre los cuerpos. Eso es: los cuerpos. Los sigo viendo. €Y cudintas horas han pasado desde que Papi salié? Lo espero afuera, enroscado en mi, mientras juego con la estre- Ila: huelo el cartén, chupo la cinta de lana. Me dijo: “No sal- ‘828, que es peligroso. Te han podido matar”. Pasa un bus repleto y como a punto de vararse: hay cajas, y maletas en el techo (algunas, enclenques, estin a punto de caerse), y adentro lleva gente sentada y gente de pie—gen- te, también, sentada encima de la gente—. Me patece ver, con rodachinas, la que fue mi cama: va sujeta al bus con cuerdas gruesas, como si fuera un remolque. Encima hay bolsas negras, un oso de peluche. ‘Miro la cama y miro el cielo: lamento que no parezea eterno, atestado de luz. ‘Tanto fuego que no se ve.. —La otra noche —me sorprende un hombre— te vi en la discoteca, Sontio, sin ubicarlo, —¢Por qué tan solito? —me pregunta. ‘Vuelvo a sonreis. Busco a mi padre en la esquin: Lo busco en la otra: tampoco. —Me voy del barrio —me explica el hombre, y noto que ha usado una sdbana para improvisar su tula—, Des- pideme, equieres? Esto es muy duro. —Espero a alguien, lo siento. —No nos demoramos. Al menos dame un beso. —No. —Por favor —No. —A la mierda, entonces. 10 esta, 2 El hombre se va. Le digo: “Mucha suerte”, pero no responde; tampoco se voltea. Al bus y a la cama les sigue ahora una fila de carros: estin todos tan cerca que parecen Jos vagones de un tren. Sus luces, esta noche, hacen de faroles, Alumbran por fin esta parte de la calle la calle que va alumbrindose mas y mas a medida que se aleja del battio, como alegrindose, decfa, de dejarnos lejos— Mi padre aparece, finalmente, cargando una caja; la abraza como a un bebé. Lo beso, le digo: “Qué demora, me tenias preocupado”. Me dice: “Sorpresa”. Saca, enton- ces, un pan, y agrega, scfialando cualquier carro: “Todavia esta tibio, lo dejé encima de un motor, rato largo”. Su ex- presidn ¢s la de alguien que tiene abiertos los ojos, en es- cndalo, s6lo que él no ha abierto los suyos: estin asi, simplemente, en perpetuo asombro, pienso, 0 en continua alerta, pienso, como mirando el terror, Y el bus, los cartos, siguen sin moverse... —Todos se estin yendo —le muestro a mi padre, en lugar de preguntarle lo que quiero: “zNos vamos también? Qué hacemos ahora>”, —Veras que vuelven —me dice, y suena el pito de un carro—, Nosotros nos quedamos, ‘Ase pito le siguen otros, y ottos mis, y el ruido, como antes la oscuridad, se vuelve un paisaje. xk ‘Noches antes de que inauguritamos La Casa Habladota, mi padre quiso hacer un inventario de nuestras pertenencias. Como si fuera imprescindible contarlas —o como si hubiera posibilidad alguna de que una u otra se perdiera 0 confun- diera entre la escasez—, me dijo, mandén: “Toma nota”, Cogf, entonces, la ctayola y escribi en un cart6n: “Una era- yola, un pedazo de cartén”, Mi padre observé criticamente élinicio de la lista, Me dijo: “Muy bien, pero hay que ser mas especificos. Agrega el color de la crayola”, Bntonces escribi ‘gra, justo al lado de enpola, y segui atento a su dictado, —Un espejo, ovalado y sin marco, regalo del océano, —Muy largo —le dije—. Voy a escribir directamente espe. —No, sefior. ¥ ageega, al{ mismo: “Incluye cuerda re- sistente para colgatlo”. —Bueno, ey qué mas? El reloj —Un reloj de pared, sin alarma, con forma de casita. Manccillas rojas, con animales en las puntas: un bitho, un pez y un gatico. —No cabe todo eso. —Aprieta la letra. —No se puede, la crayola es muy gruesa, —Claro que se puede. ¢Cémo no se va a poder? ‘Y asi estuvimos, un rato més, hasta dar por termina do el inventario: agregamos el ventilador, la cama de mi padre (con su respectivo colchén), la grabadora y su ca sete (que mi padre compré con parte de la plata que le dieron por mi cama), la sartén, la mesa, dos vasos y dos sillas. Todo lo demis estaba vendido, empefiado 0 nunca lo habjamos tenido, —Falté algo —me dijo Papi. 2 Qué? —El jabén, Escribe: “Detergente en polvo para la ropa de colores. Util, también, para baiiarse y lavar los platos”, Agregué, molesto: “Produce rasquifia¢ irtitacién de la piel”. 4K ‘Me rasco el pecho, asomado a la ventana, Siguen pasando catros y buses. Se dirigen todos a la ciudad. De vez en cuando vemos caballos: unos corren por Ia acera, desbo- cados (y luego vemos a un hombre persiguiéndolos); otras veces jalan carretas y coches, todos llenos de cajas, male- tas 0 personas, También muchos pitos... Mientras voy a la cocina, escucho a mi padre decir: “Naturaleza mucrta con animales y llantas”, Desde el corredor veo a un hom- bre afuera, que empieza a acercarse haciendo sefias. — Qué dice? —salta Papi—. No le entiendo. Abre, entonces, la ventana, y camino a la sala para estar con él, El sujeto pregunta: —iMe puede decir dénde esta la zona de los bares? —Todos yéndose y usted llegando le digo yo. —2Todavia estin ahi? Los cuerpos, quiero verlos. —Ahi siguen, si, vaya derecho por esta acera, —Cuidado con los eaballos —le recomienda Papi. —Grracias, gracias. Regreso a la cocina cuando el hombre se despide. ‘Ocutrié entonces que para anunciar la apertura de la casa- matavilla, escribimos en una cartulina: “Muy pronto en el barrio, gran atraccién”. Ubicamos el cartel en el ventanal de la sala y ensayamos, como si estuvieran los visitantes en la puerta, la dinémica que daria voz y vida a la casa y sus objetos: consistia basicamente en reproducir una geabacion ‘que mi padre habia hecho, afectando la voz, para cada ob- jeto y esquina de la casa, El truco era ocultar la grabadora 0 en uno de nuestros bolsillos (preferiblemente el trasero del pantalén) y sincronizar cada momento de la cinta con el recortido que harfamos por el espacio. Asi, estando en la entrada, escuchariamos a la puerta —es decig, a la voz de mi padre en la cinta— dar la bienvenida a la casa, y cuando pasaramos a la sala escucharfamos alas sillas hablar. “Sin- cronizar”, dijo mi padre, “es la clave, Recuérdalo”. —Si, si. Peto la noche que abrimos las puertas al piiblico no habia nadie en la cuadra. Fuimos, entonces, a El Baboso, en busca de nuestros primeros visitantes, “Seguro cazamos a varios”, dijo Papi. Y, sin embargo, notamos al llegar que no estaba el guardia (ni el que fue apufialado ni el lanzador de corazones). Al entrar, vimos solamente a Los Tres Pe- luguines. —Dénde esté Ramén-Ramona? —les pregunté, —En el baiio —contesté Garbanzos—. Ya vuelve, —2¥ cémo has estado tii? —Muy triste —dijo, y se tomé un trago—. Muy triste con mi vecino, Qué pasé ahora? —Lo de siempre, hermano: se estii comiendo a los pe- ros de la cuadra, uno a uno. No va a parar hasta que aca- be con todos. —2Otra vez con ¢s0?—salié Ramén-Ramona—. Yo creo que el que se esti comiendo a los perros eres tt —Pero qué dices? —se indigné Garbanzos. —Ay, catajo —dijo Alitio—. Yo creo lo mismo, —Te voy a comer a ti si sigues con eso. —Ojo, ojo —se metid Simon—. Cuidado, que es ca- paz. —Claro que lo soy. Mi padre, mientras tanto, miraba el bar. Miraba, supon- g0, lo vacio que estaba, como enterindose apenas de la ‘mala situacién del barrio, 0 como si ahora el espacio lo obligata a dimensionarla. Yo lo miraba a él y me pregun- taba cuanto lo afectarian esas mesas vacias —cudnto mas dejatia de dormir—. Y me preguntaba cémo iba a reac- cionar: si se alarmatia o paralizaria o si seguiria tal cual estaba, Me preguntaba qué hariamos, qué podfamos hacer. —He estado pensando —nos coments Ramén-Ramo- ‘na—que seria bueno cambiatle el nombre al bar. De pron- to asi, con aire de novedad, vuelven los clientes. —2Y cémo le pondrias? —pregunté Simén, —La Arrancapelos —solt6—. O El Limpiaestémagos. —Me gusta més Bl Baboso. —Pero el nombre nuevo estarfa en letras fosforescen- tes... Aloitlos mi padre tio y, como animado por la conver- sacién, decidié invitarlos a casa. “Han estado pasando cosas muy extrafias”, coment, intentando picarme el ojo con disimulo, aunque muy obvio en su intento. “Se escu- chan voces”, —Grave —dijo Alitio—. Los fantasmas son cosa seria. —No son fantasmas —le expliqué, y mi padre me dio un codazo. “Déjalo que piense lo que quiera”, me dijo. “Mayor el asombro”. —Yo sélo escucho a Patas en mi cabeza —lamenté Garbanzos—. :Cudnto habra ladrado ese pobre petto? 2Cuinto habrit suftido? ‘Mientras Ramén-Ramona cerraba el bar, notamos que cerca, en la siguiente esquina, haba hombres en fila para entrar a Luna, “Son los tinicos que vienen por aca”, dijo alguno, quizis Sim6n, Mi padre mir6 el tumulto, supongo 32 -o que vido de conseguir clientes para La Casa Hablado- sa. Pero esos hombres habfan venido hasta el barrio para bailar y ver a Luna: dudaba que quisieran acompafiarnos, 'Y dudaba, sobre todo, que fueran a pagar un peso pot en- tar a ln casa y oft la grabacion, ‘Mi padre seguia mirindolos, y al intuir lo que estaba pensando —completamente decidido a evitarle un mal sato—, le propuse que primero llevaramos a la casa a Ra- mé6n-Ramona, como retribucién de todo el trago que nos habia fiado. Y cuando le dije: “Ya somos muchos con Los Peluquines, luego podemos regresar por otros visitantes”, mi padre respondié sin mirarme: “Bueno”. Acostumbra- do a que se molestara silo contradecia, quedé sorprendi do por lo ficil que resulté convencerlo, —¢Estas bien? le pregunt —Si, si. —2Seguro? Si Entonces caminamos a la casa mirando, alli en el fondo, el bosque eléctrico. Me gustaba mirarlo sin despabilar: a veces, de esa manera, atestiguaba el momento en que al- guien, lejos, prendia una luz. Y cuando eso ocurria, parecia ue el bosque crecia ante mis ojos. Después se apagaba otra luz, 0 la misma, y asi muchas veces, hasta que el bosque cambiaba de manera, un momento, y de altura, un momen- to, alumbrando la noche, oculto en la noche, estrellado un momento, titilante el bosque, titilando eléctrico, estrellado ‘un momento, un momento, un momento. 4k Echo un huevo en el agua, que ya esti hirviendo: miro el huevo, el agua, con una angustia adolorida (los pitos al fondo, los pitos) y sin poder sentir algo distinto a una in- minencia: como si el mar, a partir de ahora, no fuera a dejarnos regalos sino terrores, o como si las olas fueran a llegar hasta acé, llevindose consigo los objetos que alguna vez nos dieton, y a nosotros después. —No me digas que ti también te vas —escucho a mi padre gritar—. Eso s{ que me pone triste. —Me voy amafiando —le dice Ramén-Ramona desde lotto lado de la ventana—. Peto ganas no me faltan. —Nosotros también nos quedamos —me acerco yo. —Los Peluquines no, parece —agrega mi padre—. Garbanzos ya se fue. —Mira, un favor —nos interrumpe—. Guirdenme esta maquina, Usenla, si quieren, Estoy tratando de ven- dela, —Uy, pero nosotzos no tenemos con qué pagarte eso, —me adelanto, antes de que a mi padre se le ocurra gas- tarse la plata que no tenemos. —a¥ melo dices a mi? —se tie Ramén-Ramona—. Yo sé, mijito, no te preocupes. Necesito solamente que me la ‘guarden: es una computadora que quiero vender. —éTuya? —le pregunta Papi. in. eae eee ce mona se va pero nos deja la caja. Cuando salgo a entratla, veo a Luna: lleva puesto un vestido de lentejuelas, como siempre que la veo, y llora. Luna llora, sentado en el bordillo, y su lanto radical, su alarido, me escandaliza. —2T ii fuiste esa noche a bailar? No, Lunita. No fui. —Yo iba a presentarme. Me amarraron —dice, y se soba las mufiecas—. Me golpearon, Me dijeron: “Denos gracias por dejarla viva”. Luna sigue lorando y... ¢Cudntas noches han pasado? Dos, solamente dos. Pienso en pasado, sin embargo: en pa- sado lejano, para alejar esa noche de mi. aK Ta noche en que el barrio se llené de cuerpos —tantos, que nos parecié de inmediato un bosque de cuerpos— invitamos a Ramén-Ramona y a Los Tres Peluquines a conocer, en palabras de mi padre, “las virtudes y extrava- gancias de La Casa Habladora” “Saluden”, ordené cuando legamos a la entrada, y de inmediato prendié la grabadora. Obedientes, Alisio y Si- mén dijeron: “Buenas noches”, y segundos después, mu- chos, a mi parecer, soné la voz de Papi, cantarina, exclamando: “Buenas noches, bienvenidos. Soy la puer- ta”, Garbanzos mir6 a mi padre (que tenfa, en ese ins- tante, la boca cerrada con fuerza, supongo que para demostrarle que no era él quien hablaba), me mir6 a mi y después mir6 la cerradura; entonces alz6 las cejas y suspir6, como rindiéndose. “Apenas me abran”, siguié la grabacién, “descubririn, un mundo alocado. Pasen y conozcan a la gran, a la éni- ca, casa habladora”. Entonces Papi sacé las llaves para entrar, pero sin culpa las dejé caer: me hizo sefias, de- sesperado, para que las recogiera del suelo, y asi lo hice, pero antes de que pudiera abrir ya estibamos escuchan- do a la puerta quejarse: “Ciérrame, por favor. No me gusta quedar abierta”. —Pero ni siquiera te han tocado —dijo Ramén-Ramo- 1a, mirando la manilla con sobreactuada seriedad, un mo- mento, y después burlonamente. “:Qué miras?”, volvié a sonar la grabacién (se suponia que iban a ser las palabras del espejo, en el pasillo, pero seguiamos afuera), “Te ests mirando té o me estis mi- rando a mi?”, —Abre —se irrité Papi; la cerradura no cedfa—. Abre ya. “No te quedes ahi”, continué la voz, el espejo. “Sigue caminando, no te distraigas miréndote en mi”. —Yo no entiendo —confes6 Simén—. ;Se supone que Ja casa esta hablando? —Mis bien parece que estuviera hablando su ojete—se butlé Garbanzos, fijindose en la grabadora de Papi, oculta torpemente en el bolsillo trasero de su pantaln—. Ahi tie- nes otra idea, amigo: el ojete que habla, jo, jo, jo... Fl ojete parlanchin, —Dame eso —se enfurecid Papi, arrancindome las laves—. Lo primero que te dije y lo primero que haces. Mil veces te advert: sincronizar es la clave de todo. —Pero las Haves se te cayeron a ti... —2Qué tan dificil es abrir una puerta? —No peleen —medié Ram6n-Ramona—. No peleen. Si pelean, me voy. —Yo sigo sin entender —regres6 Simén—.

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