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gica, politica, cultural, jet formula algunas cuestiones€n relaciGn con Peet ee ee Ce Lee et Ran a ee eC ee Ce EU UC Ucn tk a tees Oren cular t ne ae cn oc a eee Pees OL Ret ee Pecan a pee Ct te de «ser de otro» en detrime Drom Clam Ce need Ses URE mem Nacional de esa ciudad y 3 recibid de psc loga elinica en 1969. Es pfofesora titular de Seer RR oi kc RCE erent Penge eR inacién compiladora, Buenos Aires, Paldés (1992) ‘Masa, grupos e institucic Caer ene Ce Can La mujer de Fea ea ne de la thision COR aT AULA MLA aL} squeda de gar par con los hombres; pero esta circy cién se realiza no sélo arrastrando las tensiones, las limitacio. nes ¥ los abaticulos del doble pasicionamiento sino también las dificultades subjetivas de la autonomfa; en tal sentido, la des. igualdad de oportunidades y logros es muy marcada. Curiosamente, el espgjismo de la eredencial universitaria aleja a las mujeres de una conciencia eritica de su situacion. La falta de esa conciencia critica las lleva a naturalizar este estado de cosas, encontranda limitaciones importantes para inventar eatrategias que reviertan su condicién, Entonces, més alld de las limitaciones cbjetivas que el ejer. cicio de sus précticas en el mundo puiblico y en el mundo pri- vado imprime a las actividades de las mujeres, pueden obser varse limitaciones que operan desde su subjetividad, Estas “ci. catrices” de ia subordinacién, sin bien son mayores 0 menores sogiin el estilo de profesionalizacién logrado, en el Grupo I no desaparecen sino que se mantienen en determinadas Areas, aunque sin inundar el conjunto de su profesionalizacién De todo lo expuesto, una ultima reflexién: aquella que per- mite cuestioner ciertos supuestos evolucionistas —la nociéa de progreso lineal— para el andlisis de la historia social de las mujeres, ; 31, Bonder, Gloria, ob. cit 238 Capftalo 10 LA MUJER DE LA ILUSION Poder e Imaginario Social’ La cuestién de lo imaginario social en tanto universo de significaciones que inshituyen una soeiedad, es inseparable del problema del poder.? La historia de los repartos del poder, la distribucién de sus jerarguias, las précticas y los sistemas de valores que ha legitimado como los lazos sorales que genera en Giferontes estrocturas matereles,ceupan un Tuger central en la vide social. : os dhaotines sociales han encontrado importantes difi. cultades al intentar. teorfas unitarias y sisteméticas de tan complejo fenémeno y de eu funcionaniento en las sociedades, Jas dificultades no son menores cuando su indagacién se focaliza en conjuntos humanos de escala restringida como grupos, fa- milias, institueiones. Sin embargo, la mirade microfisica puede considerarse un instrumento que ha permitide un avance vo en estas cuestiones. SwiSficar le naturaleze social de poder supone interrogar go- bre la inseripeién de sus dispositivos no s6io en la organizacién de una sociedad y sus instituciones sino también su inseripcign en la subjetivided de hombres y mujeres; supone, por ejemplo, + dos primenes puntos d este capitlefimsan pare de la Introd sion de bas meres en La imaginacin calcio, A.M Perodndes (emp), nos Aiea, Paid 1992 ae Set poder yl imaginario esl’, Le Cadad Futura N® 3, ‘Buenos Aires, junio 1988. 239 émo operan en tal registro las tecnologias sociales do pulacién de los deseos, temores, esperanzas, anh: menzzas, eteétera? jones de macro como de micropoderes, pensar el poder mo dispositive permite articular cuestiones generales de su jercicio (cardcter social de su estructura, modos como opera, tdcticas y estrategias que ponen en acto los grupos que lo controlan) con anglisis més particularizados o més puntuales sin perder de vista sus ramificaciones en el conjunto del universa social. Es decir que la incorporacién de una mirada microfisica’ del poder permite abrir visibilidad a estrategias especificas de sun microcampo, pero también exige el andlisis de las conjuncio- nes, de las articulaciones, de las complicidades y mediaciones, entre macropoderes y micropoderes. ; _ Si los netos de fuerza producen poder, a partir de alli ol iscurso del orden y el imaginario social consolidan les condi- ciones reproductivas del poder producido; es decir, garantizan la continnidad del poder conquistade o instituido. Discurso del orden ¢ imaginario social en realidad transforman la fuerza en verdadero poder en tanto cohesionan las tensiones sociales y aseguren la presencia del poder aun cuando la fuerza esta ausente, Los dispositivos de poder exigen como condicién del funcio- namiento y la reproduecién del poder no s6lo sistemas de le- gitimacién, enunciados, normativas y reglas de justificacién, senciones de las conductas no deseables (diseursos del orden) sino también prdcticas extradiscursivas; necesita de soportes mitolégicos, emblemas, rituales que hablen a las pasiones y, en consecuencia, disciplinen los euerpos. Este universo de signifi- caciones (Imaginario Social) hace que el poder marche provo- cando que los miembros de une sociedad “enlacen y adecuen sus deseos al poder” y que sus instituciones se inseriban en el espiritu de'los hombres y mujeres; hace que “los conscientes € inconscientes se pongan en fila” Mas que a la razén, el ima~ Maxi, B., ob. cit Foucault, Mi, La microfsiea del poder, azeslona La Piqua, Mari, E., ob, cit. . : Serereaeeeeee 240 ginario social interpela a las emociones, voluntedes, senitimien- tos; sus rituales promueven las formas que adquirirdn los ¢ portamientos de agresién, de temor, de amor, de seduccién que fon las formas como el deseo se anuda al poder. Tal vex seria mas apropiado decir que eon lee formas como los desens se anu- dan a los poderes, de manera. de desustancializar ambos concep- tos y aludir con mas propiedad a la multiplicidad do los focos deseantes y de poderes que pueden entrar en juego en une situa: cién dada. Suministra esquemas repetitivos, crea marcos de pre- ceptos y pone en conexién regularidades de los comportamientos con los fines y las metas del poder; la funcién del iraginario social es “fundir y cincelar las Haves de los cuerpos pera e! acceso a la ley, y la continuidad y reproduceién del poder”, Si se recurre a la diferenciacion que estoblece Castoriadis entre imaginario social efectivo (instituido) e iraginario social radical o instituyente® puede inferirse que las connotaciones que da E, Mari del imaginario social pertenecerian @ las signi- ficaciones imaginarias que consolidan lo instituide y, en tanto tal, anudan los deseos al poder;en esta dimensi6n, los universos de significaciones imaginerias sociales operan como organiza- dores de sentido de los actos humanos, estableciendo las Ineas Ge demareacién de lo licito y lo ilfeito, de lo permitido y lo prohibido, de lo belio ¥ lo feo. Silo imaginario efectiva es lo que mantiene unida una so- ciedad, entonces queda abierta la cuestion histériea por exce- Yencia: la génesis de sentido; es decir, la produccién de nuevos sistemas de significacién 0, dicho de otra manera, la transfor- macién, en el plano de las significaciones, de una sociedad. Una de las caracteristicas mas profundas de lo simbélico —dice Castoriadis— es su relativa indeterminacién; se diferencia en este aspecto de los planteos estructuralistas que ubican el sen- tido como combinatoria de signos. ‘.Qué inventa una sociedad cuando se instituye conto tal? Taventa significaciones; estas producciones de sentido, de sen- ido organizador, no estén para representar otra cosa sino que 6, Castoriadis, C., Le institucién imoginaria de la sociedad, Barcelona, ‘Tusquets, 1983, edd jaemas organizadores son condici de representabi d puede darse, Lo que mantiene unida ® sociedad es su institucién, dice Castoriadis, es decir st proceso por el cual la sociedad se instituye como totalidad: las normas, los valores y el lenguaje instituidos no son sélo’h, rramientas o procedimientos para hacer frente a las cosas sing mds bien son los instrumentos para hacerlas; en particulas para hacer individuos. Se alude aqui a la construceién ques partir de la materia prima humana, da forma a los indidves de una sociedad, a los hombres y las mujeres en quienes oo fraguan tanto las instituciones como sus mecanismos de perpe De conformidad con sus formas, la institucion prodnes individuos quienes, a su vez, estan en condiciones de reprodue la instituciin de la sociedad, En tal sentido, la institueién de In sociedad esta hecha de miltiples instituciones particulares que, fancionando en eoherencia, hacen que, aun en erisis, una’ eo ciedad sea esa misma sociedad. Le urdimbre inmensamente compleja de significaciones orien ta y dirige toda Ia vida de les individuos coneretos que corporalmente constituyen una sociedad. Dios, dioses, polis, cindadanos, esclavos, nacién, Estado, dinero, tabit, virtud- hombre, mujer, padre, hijo hay son los que son en virtud de lag significaciones imaginarias sociales que los hacen ser. Fstas significaciones son imaginarias porque estan dadas por crea. cion 9 invencisn, es decir, no eorresponden a elementos es. trictamente reales, y son sociales porque sélo existen, siendo objeto de participacién de un ente colectivo o andnimo. Es importante distinguir le nocién de imaginario social —el uso en ella de la palabra imaginario— de ta nocién de “imagi- nario” en psicoandlisis. Dentro de esta teorfa, la acepeion de imaginario refiere a lo especular, imagen de, imagen reflejada, reflejo, Le idea de lo imaginario, como la imagen en el espeio 9 en la mirada del otro, es tributaria de aquella acepeién de lo ilusorio como ficcién} en tal sentido, para Castoriadis trae como rémora una ontologia Jor la cual, desde la famosa platénica 7. Castoriadis, C., Los dominios del hombre: las enerucijadas del laberin 10, Gadisa, Barcelona, 1988 8, Feméndez, A. M., "Lo ilusorio en los grupos", Seminario Cétedra Teo- ria y Técnica de Grupos, Facultad de Psicologia, UBA, Buenus Aires, 1989. 242 undo, sean ime, caverna, es necesar otra cosa. : En la expresién “imaginar' 9 que Jo imaginario remite otro orden de sentido: ya no como imagen de, sino come casee cidad imaginante, como inveneién 9 ereacién incesante socal. histériea-psiquica de figuras, formas, imdgenes; en sintesig. produccién de signifieaciones colectivas. Una sociedad es también un sistema de interpretacién dg] mundo. Es decir, de construcci6n, creacién, invencién de su proe pio mundo, En tanto tal, pu r eomo peligro cualquice desmentida a su sistema de interpretacién del mundo; estas sic tuaciones suelen ser vividas como ataques a sa identidad y jag diferencias son entonces imaginadas camo amenazantes, Cuando las diferencias se instituyen como peligro, puede decirse que el principio de conzervacin de esa sociedad es conservacién de sus “atributos arbitrarios” y especificos, o sex es conservacién de sus significaciones imaginarias sociales, Po, lo tanto, las transformaciones de sentido lo instituyen y operan siempre con la resistencia de aquello consegrado, instituido. que hasta tanto no sea trastrocado acta como regimenes q2 vee ay sociedad sin mito, pero lo esencial para Castoriadis no es, como quiere el estructuralismo, que la sociedad organi, za el mundo légicamente por medio del mito, El mito es para este autor un modo por el cual la sociedad catectiza como significacién el mundo y ou vida en este mundo: de otra may pera, sus “individuos” estarfan privados de sentido, Los mires que una sociedad instituye son cristalizaciones de significa. cién que operan como organizadores de sentido en el acciona pensar y sentir de los hombres y las mujeres que conformay, esa sociedad, sustentando a su vex la orientacién y la legit; de sus instituciones. me “ historico-cocial no erea o inventa de una aola ver y para siempre significaciones imaginarias; el desorden social sy Gespliega cuando aparecen nuevos organizedores de sentido, asi, por ejemplo, en el desmoronamiento del mundo roman tardio aparecié un nuevo principio unificador, el cristianisms, que crea o inventa nuevas significaciones imaginarias, 243 movimiento ecolégico. Todos ellos ponen en tela de juicio sig- aciones imaginarias centrales de la sociedad instituida y movimiento de mujeres tiende lucha de los individuos de sexo fomedino para al- anger su autonome y, como las relaciones entre los sexos son nucleares en toda sociedad, el movimiento afecta tode la vida social y sus repercusiones resultan incelculables. Lo mismo ourre en lo que $e refiere al cambio de las relaciones entre rraciones. Y al mismo tiempo mujeres y jévenes (y por lo tanto tambiga hombres y padres} se ven cbligades a eontinuer viviendo de otra manera, a hacer, a buscar, a crear algo. Verdad es que lo que hacen permancee necesariamente integrado en el sistema mientras el sistema existe. Pero al mismo tiempo el sistema es socavado en sus puntos eeenciales de sostén: en as formas concretas de dominacién y en ja idea. misma de dominacién! a guma, no combaten —por lo menos de forma dire un orden econémico sino un orden de significacién. Por otra parte expresan la configuracién paulatine y despareja de nue- vas significaciones imaginarias sociales que si se instituyen pueden configurar nuevos organizadores de sentido de lo feme- nino y lo masculino, de las velaciones entre generaciones, con la naturaleza, etcétera. Es decir que los nuevas organizadores de sentido y las préc- ticas sociales que los hacen posibles refieren a lo imaginario social no institwido, radical, instituyente siempre, utdpico a veces, que da cuenta de las existencia de deseas que no se anudan al poder, que desordenan las préctices, desdisciplinan los euerpos, deslegitiman sus instituciones y, en algiin momento, instituyen nueva sociedad. 8. Castoriadis, C., ob. cit, signifleaciones que Io imaginario social ins- tituye con rnidad en relacin con la familia se encerna en lo cotidiano de esta institucién y sostiene las nuevas formas que lo pa privado adquieven con la modernidad, deli- n mitando el conjunto de atribuciones, prescripciones y prohibi- ciones de lo femenino y lo masculino en ese periodo histérico. Son tres los mitos muy enlazedos entre sf aunque con nerrati- vas particularizades para cada uno, Son el mito de le mujer- madre, el mito de la pasividad erétien femenina y el del amor méntieo, Bn su conjunto y particularizadamente darén forma al universo de significaciones imaginarias que instituyen la familie y que inventan lo femenino y lo masculino de la moder- nidad, haciendo posible a su vex la institucién de un espacio publico “racionalizado” y un espacio privado “sentimentalizado Producen las narrativas que configuran los cirevites de circula- cién para unos y de enclaustramiento para otres, el grado y tipo de escolarizacién “necesario” para cada génevo, ete. Autonomias y heteronomfas, actividades y pasividades, libertades y tutelajes y alin més organizen las formas de conyugelidad propias de un periods historiea determinado. Por la tanto, tales mitos (imaginario efectivo o instituide) constituyen piezes clave en el disciptinamiento de una socie- dad. Permiten que “conscientes o inconscientes se pongan en fila anudando sus deseos al poder”: apelan asi a les pasiones; estimulan y promueven las formas propias de los comporta- mientos y posicionamientos en relacién con la agresién, el te- mor, el amor y @ la seduccién, que serfan las formas como los desees se anudan a los poderes. ‘La “institueién” de la familia moderna y su continuidad es posible no sélo por las condiciones materiales econémicas que la producen sino por Ja eficacia simbélica de sua mitologias, em- blemes y rituales que Ja sostienen y reproducen, En tal sentido es importante diferenciar, pero también ar- ticular, un orden de determinaciones y un orden de significacio- nes. La institucién de una sociedad y las significaciones incor- poradas a elle se despliegan en ambas dimensiones en forma indisociable. 10. Mari, E., ab, cit 12, Castoriadls, C., ob. cit Los mitos sociales; violence’ A partir de los criterios generales planteados por Castoriadis con respecto a la nocién de imaginario social, se intentard en este apartado puntualizar algunos mecanismes a través de los cuales los mitos sociales logran su eficacia en el disciplinamiento social y, en consecuencia, en la legitimacion y el orden de las instituciones que involueran. En primer lugar, operan por la repeticién insistente de sus navrativas. Esta repetieién tiene como caracteristica primerdial que se gestiona a través de formas reticulares y difusas, pro- duciendo discursos que con pequefias variaciones de enunciabilidad, segiin los focos institucionales, sostienen al infinito una misma trama argumental. Repeticién argumental y miiltiples focos en Ia gestién de sus enunciados crean los caminos de su eficacia simbélica, Asi, discursos cientificos, politicos, religiosos, juridicos, medios de comunicacién social, escuelas, novelas, eine, teatro, artes plasticas producen y repro: ducen los argumentos que instituyen, por ejemplo, lo femenino y lo masculine en nuestra sociedad, En segundo lugar, so instituyen como tniversos de signifi- caciones de formas molares, totalizadoras, esencialistas que estipulan no sélo lo que debe ser una mujer o un hombre sino Jo que es. En tal sentido, esta voluntad totalizadora opera violencia simbélica ya que no da lugar, se apropia, tritura, invisibiliza las diferencias de sentido, la diversidad de précticas ¥ posicionamientos subjetivos de los actores sociales; homogeiniza ¥, por lo tanto, violenta lo diverso Esta invisibilizacién de lo diverso no sélo deja sin lugar ala singularidad sino que, 2 través de estos diseursos molares, universalistes, se invisibiliza el proceso sociohistérico de su construecién y aparece como realidades naturales y ahistéricas —y por lo tanto inmodificables— aquello que es producto, efec- to de su eficacia, En tanto construyen “un real”, que se presen- ta como la realidad objetiva, organizan desde ja “fuerza de la evidencia”, la “evidencia de los hechos”, regimenes de verdad de gran poder de sancidn o enjuiciamiento de cualquier préctica, pensamiento o sentimiento que transgreda, dude o cuestione sus verdades, Otra de las caracteristicas de lo totalizador de sus enuncia- 246 on este eee sy las mujeres, donjs, gan las estrategias biopoliticas que, bueno es recohocerio, ape. ran de forma muy diferente segin las clases sociales o grupos éinicas o culturales que conforman wna sociedad. Por ejem ply una mujer de sectores populares debe dejar muchas veces des’ atendidos a sus hijos pars salir e trabajar, frente a un Estado 0 empresa que al mismo tiempo que ponen en discurso Js sacralizacién de la maternidad no ofrecen guarderiss ni ning tipo de proteccién para esos hijos. Por otra parte, operan por deslizamientos de sentido que vuelven equivalentes cuestiones muy distmiles, En el mito Mujer = Madre, no es lo mismo decir “para ser madre se necesita sop mujer”, que “para ser mujer se necesita ser madre”; sin embargo, esta ecuacién de gran eficacia simbélica en nuestra cultura he yuelto equivalentes ambos términos de la ecuacién. ‘Asimismo instituyen exaliaciones y negaciones articuladas: sus narrativas pondran un acento superlativo sobre ciertos as, peotos de una realidad y denegardn o invisibilizarén otros, que al no ser objeto de enunciacién quedarén como inexistentes, He decir que en un mismo acto semAntico delimitan superia: tivamente sus visibles y vuelven inexistente por denegado, innominado, todo posicionamiento o practica que desdiga algun aspecto del mito. Invisibilizan, por lo tanto, toda contradiceign posible entre la realidad y el mito. 7 Estas cristalizaciones de sentido, los mitos sociales, al ing. tituir un ‘real”, pero vivide por los actores sociales como Jp realidad objetiva, organizan las formas de los laz0s sociales, es decir que institucionalizan tanto las relaciones materiales come Jos subjetivas de las personas, Por lo tanto, preseriben de forma explicita e implicita cémo deben ser desde los contratos laboraleg hasta las relaciones sentimentales entre géner0s soxuales; son, por ende, una verdadera fuerza material del campo social” En tanto organizadores de sentido, los mitos sociales go inscriben en una dimensién socichistérica de gran releyancia, ja produecién de los sistemas de significacién que hacen posible Ja produceidin de consensos de una sociedad. De tel forma, go. neran los anclajes econdmicos, sociales, politicos, simbélicos, pero también eréticos y subjetivos de los actores sociales en lag Instituciones, haciendo posible el disciplinamiento y poli. Ba ciamiento de la sociedad. He aquf otra v de Grarasci, la “astucia de 1a hegemonia’, esa capacidad de les grupos de poder de prosentar, al conjunto de la sociedad, aus intereses corporatives como de interés general. En sintesis, en estilos narratives que recurren persis- tentemente a la naturalizacién y a la atemporalidad, los mitos sociales obtienen su eficacia simbdlica a través de la repeticién- insistencia de sus tramas argumentales, que se multiplican en imnumerables focos del tojideo social A través de enuneiaciones totalizadoras y totalizantes, deslizamientos de sentido, produccién de invisibles (exaltaciones y negaciones concomitantes) y eliminacién de contradicei gestionan su violencia simbélica. Los “tres érdenes imaginarios de la familia burguesa”: la mujer-madre, la pasividad erdtica femenina y e) amor romén- tied instituyen la legitimacién de précticas determinadas de poder masculino, a través de la figura social del marido que posiciona en dependencia econémica, subjetiva y erética a la esposa y articula un relativo contrapoder femenino a través de Ja figura social de la madre. El poder del marido instituye la heteronomia de la esposa; las mujeres, ya sea en tanto tales o en tanto madres, configuran sus estrategias de resistencia y contrapoder que fisuran la hegemonia masculina y han hecho posibles diferentes formas de practicas instituyentes y producciones de sentido que des- dicen, cusndo'no son reapropiadas por los procesos hegem6nicos, Ja narrativa de estas mitologias. ‘Los tipos y grados de violencia fisica y simbélica varian considerablemente en cada pacto sexual entre hombres y mu- Jeres, por lo que cualquier generalizacién en tal sentido correria el riesgo de totelizaciones apresuradas. Pero lo que af puede afirmarse es que la violencia para sostener tal poder se produce siempre a través de multiples, difusas y permanentes estrategias, de alli que pueda afirmarse que la violencia es necesarie y no contingente en las relaciones entre los géneros. De todas farmas, los procesos de violentamiento no produ- cen sometimientos masivos; cada mujer se inscribe en cierto grado de sometimiento pero también organiza consciente o in- nes, 248 formes de resistencia, de contraviolencia y contrapoder, siempre en el marco de relaciones generales de subordinacién material, subjetiva y erdtica en que se encues tra, Desde alli es que tendrén lugar los sistemas de pactos y alianzas, las confrontaciones sutiles o abiertas que earacterizan jos avatares de cada historia conyugal y familiar. La necesidad de eolecar la cuestién politica en el marco de la vida privada no privatiza, no intimiza su andlisis; por el contrario, posiciona esta dimensién politica de lo privado como parte de estrategias mds globeles por las cuales se produce y reproduce un particular erdenamiento de lo privado y lo publi- co, Public racionalizado-privado sentimentalizado, piezas cla- ve en el ordenamiento de lo social moderno, Al mismo tiempo que desile este enfoque se amplia la nocidn de la politica, mas alld de ia polis, se abre como espacio de indagacidn la dimen sién politica en la produecién de subjetividades La fragilizacién de las mujeres 1. El erotisme de mujeres y hombres se constituye no solo desde los posicionamientos psicosexuales de cada uno sino desde un conjunto de significaciones imaginarias sociales, Los euerpos de ambos géneros no sélo sostienen la constitucién de la dife- rencia sexual sino que también soportan-sostienen los mitos sociales de lo femenino ¥ lo masculino; éstos configuran desde ja imaginarizacién de sus respectivas anatomias hasta las imagenes y prdcticas de si desde donde juegan su “identidad” sexual En lo que respecta a las mujeres, la jerarquizacién de su lugar maternal he privilegiado su aspecto reproductor en de- trimento de su erotismo, Al mismo tiempo, hombres y mujeres han imaginado el lugar del placer sexual de las mujeres mas como acompafiante que como protagonista en la puesta en escena del encuentro sexual, Esto es parte importantisima de Ja construceiéa de la Mujer de la Tusién, esencia femenina, més madre que mujer, mds objeto que sujeto erdtico, mas pa- siva que activa, mds partenaire que protagonista. Si bien ex la actualided se atraviesa un momento de gran- des cambios sociales respecto del lugar erético de las mujeres, 249 dichos cambios sociales operan a una ver. uy contrapuesta con la lentitud de los procesos subjetivos de sus actores/as. Seguramente es en esta diferencia entre tiempo socisl-his- t6rieo y tiempo subjetivo que se inscriben algunas lineas de la produccién de erotismo sintomatizado de tantas mujeres, En este juego de transacciones sintomaticas, de avances y retro. cesos, de transformaciones y resistencias, se crean algunas condiciones de desnaturalizacién de esa sexualidad femenina imaginada —particularmente con la modernidad— como pa. Hombres y mujeres fundan sus practicas eréticas en un perpetuo baile de disfraz. El uno, mascara ilusoria y comple- mentaria del otro... Parece ser que este juego de’ilusiones complementarias se funda desde un mito: lé Have del erotismo Ge le mujer esté “en manos” del hombre, Virilidad puesta en escena desde juegos de asalto y conquista. Virginidad que ha- bré que quebrar de wna vez. Virilidad sostenida por una cierta distraccion de la mujer respecto de sus signos corporales de excitacién, de una cierta amnesia de sus juegos autoeréticos, La feminidad ast fundada opera como garante de la virilidad en ese juego ilusorio que ambos reproducen cada vez que el deseo los convaca 2, {Como se constituye ese estilo de erotismo “tipicamente” femenino? Freud supuso que el clitoris cederia su finfsima sensibilidad ala vagina, En la economia de los cuerpos esto no es asf; en cuanto a la significacién, allt la cuestién es mds compleja por cuanto la institucién de las significaciones de una y otra zona depende de un complejo entramado de significaciones ya dadas por la cultura y de efectos de sentido instituidos desde la sin- gulsridad de las practicas de si de cada sujeto. Que una mujer o muchas mujeres “cedan total o parcialmente su sensibilidad” —y con ella su significacién— a la vagina es algo que el psieoandlisis en vez de normativizar hubiera debido interrogar en tanto efecto de violencia sobre el erotismo de tales mujeres. 250 La eultura musulmana, ante la amenaza de una autonomia erética de sus mujeres, instituye prdctieas rituales de mul cién dlitoridea; la cultura occidental obtiene similares efectos través de estrategias y dispositivos que no por simbélicos son menos violentos. Destrucciones o mutilaciones operan desde Ja violencia fisiea directa sobre las mujeres infibuladas del Medio Oriente. En cambio, para las mujeres cccidentales se ha inven- tado una anatomia imaginaria castrada. ; Este es uno de los ejemplos mas elocuentes de la eficacia de la violencia simbélica en tanto apropiacién de sentido. Una significacién imaginaria colectiva que actia como organizador de sentido logra, al igual que el cuchillo ritual musulman, que muchas mujeres occidentales action, piensen y sientan como sino tuvieran clitoris. (Tal vez habria que decir que no actian ni plensan ni sienten como si Jo tuvieran.) Otras, aunque in- cluyen dicha zona en sus prdcticas placenteras, construyen una imagen de sf mismas como réplica castrada del varén. ‘Aguf no puede ignorarse que el psicoandlisis es hoy uno de los dispositivos de pasivizccién, en tanto sus narrativas sobre la sexuacién femenina otorgan eategoria de universales —ya no naturales, pero si inconscientes— a aquello que en realidad es precipitado de complejos procesos de violentamiento histérico Gel erotismo de las mujeres. En realidad, el pasaje hacia el “cambio de zona” ha cons- tituido uno de los principales soportes de la monogamia uni- lateral; tiene, por lo tanto, gran importancia estratégica en Ja reproduccién de la familia patriarcal, siendo sin duda una do us consecuoncias la “pasividad” femenina. Pero, asf plan- teada la cuestidn habré que repensar eriticamente esta no- cin de pasividad como caracteristica de Ja feminidad —y por Jo tanto un rasgo universe! de la “normalidad”—. Seria més pertinente hablar de pasivizacidn como efecto de la violencia Simbélico-institueional sobre el erotismo de las mujeres en el patriareado; desde alli serfa enteces posible analizar sus marcas en la produccién de la subjetividad y el erotismo de tantas mujeres gestadas en ese régimen social. He ‘Atal efecto, seria de gran utilidad la indagacién genealdgica de las categorfas “pasivo-activo"; una reflexién sobre cémo, cudndo y por qué se originaron y cémo se significaron en di. ferentes tiempos histéricas permitirfa quebrar el habito de 251 pensar dichas categorias como ahistéricas y universales y, al mismo tiem encontrar los puentes entre sus narrativas tedricas y los dispositivgs politico-sociales que sostienen, Como se sefialé en el capitulo 7, active y pasivo —en lo que respecta a las pricticas erdticas no esta en sus origenes referi- do a los géneros sexuales— demarca relaciones de poder: domi- nador/deminado/a, Le ecuacién dominador = activo, dominadof a = pasivo/a es reemplazada por varén = activo, mujer = pasiva cuando hist6ricamente se consolida 1a moral sexual heterosexual y conyugal. Este se sostendra produciendo durante dos mil afios ‘Giferentes discursos que dan cuenta de las caracteristicas esen- ciales de la pasividad femenina y la actividad masculina; ras- gos que serén explicadas con fundamentos divinos, biolégicos, psiquicas, segtin el dispositive productor de discursos mas ca. racteristico ce cada momento histérico, Cambiaran asi las argamentaciones segiin las estrategias biopoliticas en que se inscriban tanto los discursos como las instituciones religiosas, culturales o cientificas que tengan la principal responsabilidad de producir los consensos del control social en cada forma his- rica de gobernabilidad Sin duda han trabajado bien; si quedara alguna duda de su eficacia, bastaria con considerar lo impensable-invisible que resulta —atin hoy— atribuir una dimensién politiea a los lugares pasivo-activo de la puesta en juego del “encuentro” erdtico. Hasta ahora, aquello que se presenta como un erotismo fe- menino sélo da cuenta del exilio de las fujeres de su cuerpo erético; en ese sentido, el tan mentado “goce mistico" de las mujeres no es otra cosa que el precipitado histérico de dicho exilio El hecho de que hombres y mujeres hayan pensado que el erotismo de estas ultimas es “naturalmente” pasivo no es me- ramente una narrativa ni concierne siricto sensu a los juegos privados del placer. Esta cuestién se inscribe en una serie de complejas articu- laciones; en'principio, pueden sefialarse dos: parte de les na- rrativas que la cultura instituye como el erotismo de las muje- 12, Lacan, J., Seminaire Encore, Paris, Ba. du Seuil, 1975, 252 res opera como principal sostén de la familia monogémica, Al mismo tiempo, hace posible el despliegue de un tipo particular de erotismo masculino en clave féliea, que en nuestra cultura suele considerdrselo como la esencia de lo masculino. Si una mujer no organiza su imagen de sf como “ser de otro", como pasiva, si no cree que e! placer se lo genera ese hombre, por qué mantiene una fidelidad mas allé de la pasién? {Por qué es fiel si sabe que no lo serdn con elle? Esta fidelidad, ina vez que la pasién ya no implica fuertemente los cuerpos, suele ser, hasta ahora, una actitud mucho més frecuente en las mujeres que en los hombres de nuestro medio. Entonces, un mito —la pasividad erstica de las mujeres— que forma parte de los dispositivos de sostén de una institucién: le familia. Con respecto a la segunda afirmacién —Ja pasividad fome- nina sostiene la actividad masculina— se plantean algunas preguntas: {por qué los hombres que organizan su erotismo desde esta forma particular de “ser activos” presentan tantas restricciones en la exploracién placentera de su propio cuerpo? {Bn qué amenaza a su virilidad la actividad de ella? Este estilo pasivo supone que ella sdlo se excita “en manos” de él, La clitorectomfa simbélica —esto es, Ja ignorancia por parte de muchas mujeres de Ia excitabilidad de la zona clitoridea, de cémo estimularla, le inhibieién y/o el desconccimiento de précticas autoeréticaS, de su posibilidad de orgasmos multiples, Ia sancién como “inmaduro” de todo orgasmo produsido con pres- cindencia de genitales masculinos— es una pieza fundamental de la pasivizacién erdtica de las mujeres. ‘Un erotismo que estereotipa los lugares pasivo y activo en mujeres y hombres respectivamente netesita de mujeres que se posicionen de una manera heterdnoma, esto es que depen- dan de las iniciativas de su companero, para iniciar y desple- ger sus juegos eréticos, que él descubra, adivine e induzea placer en ella Necesita de mujeres cuyo placer erdtico siga el ritmo del erotismo masculino, que al estar en nuestra cultura tan estruc- turada en clave félica aleja, exilia, a tantas mujeres del des- cubrimiento de sus potencislidades de placer. (Hay un erotismo propio de las mujeres? Si lo hay, pocas tiene el espacio “politico” para desplegarlo. Es decir, pocas lo- 253 gran un partencire dispuesto a explorar y disfrutar, por ejem- plo, los piaceres de su propia pasividad. Como podra observarse, alrededor de esta zona del cuerpo de las mueres se juega algo muy diferente de una discuss anatémica. {Qué cuestién politica so juega alrededor de este pene ineeaspicus", como lo lamaba Freud? Mas all do que Freud munca pudo pensar la economia deseante propia de esta zona sino que sélo pudo “verlo” como versién minima del pene. ipor qué se volveré tan amenazante en la cultura musulmana gue deben corterla? Por qué en Ia cultura occidental en este imo siglo se ha sostenido la sancid amadure eee ieee aoe incién de inmadurez para el Sin duda, las significaciones colectivas son imaginarias. Si, pero no azarosas. Mientras en los primeros tiempos de la mo. dernidad el placer sexual de les mujeres no era digno de ser tenido en cuenta, mientras el eje de la unién conyugal no tuvo como uno de sus prineipales referentes el erotismo de ambos integrantes de la pereja, estas euestiones no aleanzaban un nivel de preocupacién moral o cientifica, En el mundo musulmén la infibulacién es uno de los ritw les estratézicos qute hacen posible nada menos que la existencia del harén.'' El gran senor sostiene eu virilidad sobre mujeres enclaustradas, elitorotomizadas y vigiladas por eunucos. Cudn- ta gente sacrificada para que algiin sefior puede sentirse posee- dor de una virilidad sin Hmites, _ é¥ en Oscidente? {Qué sostiene la no existencia o las desea- lifleaciones de dicha zona, tanto en las précticas eréticas, en las significaciones en la produceidn “eientifica”? Qué se evita con estas estrategias? ZQué se deniega con estos mecanismos de lo imaginario sociel? También aqui la pasivizacién de las mujeres sostiene un tipo de virilidad masculing; garantize un protago- nismo erético de los varones en tanto hace posible que el “en- cuentro” erdtico entre un hombre y una mujer se despliegue al ritmo monofésico de una partioulsr forma —féliea— del. placer Ni él ni ella se encontrardn de este modo con la potencialidad, por ejemplo, de orgasmos multiples de ella. Habré un solo or- gasino “compartido” que si bien limita muchos placeres para 19, Ferndndea, A. M. y Sikos, G., La fobia el placer mening, Buenos aires, 1980. f placer fe s, Bd. CEM, 254 ambos, garantiza un poder, un plus de gece para el varén en cuestidn frente al cual él mismo abandona, exilia, el juego in- finito de sus placeres. Como ya se sabe, el estilo de erotismo “tipicamente” feme- nino suele ser compiementario de un estilo de erotismo “tipi- camente” masculine. Esta complernentariedad no da cuenta mas. que de ciertas consecuencias que el disciplinamiente de los cuer- pos de hombres y mujeres ha producido en el plano de las estereotipias de género. Podria pensarse que un hombre reprimido sexualmente es aquel que tiene dificultades de ereccién, eyaculacion precoz o retardada, desgano sexual, ete.; sin duda éstas son formas que cuando se vuelven frecuentes o estables, es decir, cuando se transforman en sintomas, merecen Ja consulta a un especialista Pero pueden encontrarse formas mucho mds encubiertas de inhibicién del erotismo; son aquellos varones que paraddjica- mente tienen més y variadas relaciones sexuales. Esta gran productividad en las précticas semuales —cuando se organizan én clave félica— suele disimular, aun para el eaballero en cues- tién, sus Testricciones erdticas. “Qué se entiende por erotismo en clave félica? Un hombre que esta “siempre listo”, que confunde o no diferencia los signos fisicos visibles de la exeitacién eon la pasidn sexual, Bse profundo deseo de un otro —otra a quien yo complete... por un instan- te... ¥ que me complete... por un instante. Los signos fisicos son, sin duda, condicién necesaria, pero no suficiente, para la pasién, climax del erotismo. Muchos varones pasan por la vida acumulando experiencias sexuales, cada vee més experiencias, todas las posibles; cada yez més mujeres, pero Ia pasién no llega, Sélo han tenido “relaciones sexuales”; Solo han tenido aproximaciones con el otro sexo, basadas en Ia excitaciSn sexual. Suelen ser, la mayoria de las veces, relaciones que —més alld de le gimnasia desplegada— dejan en ellos, frecuentemente, sensaciones de vacio, de soledad o indiferent frente a su partenaire —sea ésta su mujer de toda la vida o la mas excitante jovencita; see una mujer ala que se ama o una compafiera ocasional Son varias las estrategins que un varn pueds emplear —sin, propanérselo— para no implicarse. Porque de eso se trata. En primer lugar, él dirige la accién. Semejante responsabilidad 255 inspira contra el sbandono necesario para que el erotismo apasionado advenga. Por otra parte, como es coqueto, y le importa mucho la opinién que ella tenga de é en cada performance, estard ms atento a buscar las placeres de ella, distrayéndose de los propios, confiando en ia estimulacién que le produce percibir cdmo ella se excita con las habilidades que sabe poner en juego; confiando también en que su propio placer estard en la penetracién y eyaculacién posterior; sin duda, ésta Jlegard, pero algo falta en esa descarga, También, y en la misma linea, su partencire es registrada coms el objets de sus juegos, casa que no esté nada mal; el problema radica en que si ella busca invertiz la situacién —por un ratito— posicionarlo a él como objeto de las bisquedas y juegos de ella, como él es gentil, ia deja, pero se pone tensa, no se abandona, algo lo inquieta; no puede dejar de dirigir. Dirigir: ejercicio de ‘un poder que genera tal plus de goce que hace perder a quien lo ejerce el camino de su propia pasion, ‘Los “beneficios” de estas restricciones son principalmente dos: el ya mencionado plus de goce del ejercicio de oder —en el sentido de capacidad de afectar al otro mas de Jo que uno es afectado— y la garantfa de-que podré entrar y sclir euantas veces quiera sin quedar implicado, es decir, sin ét “compromiso” que la pasisn genera en el enlace de los cuetpes, sin la intimidad que la complicidad de la entrega sin reparos instituye El postergar tantas cuestiones en funcién del ejercicio del poder, el vivir como amenazante ser objeto de los juegos de ella, el pensarse atrapade si el cuerpo de una mujer Io implica, so también marcas que los mandatos culturales han dejado en las subjetividades y en los cuerpos de los varones 3, La conyugalidad, més all de las diversas caracteristicas que ha adoptado a lo largo de la historia de Occidente, ha sido secularmente la forma instituida del control de la sexualidad de las mujeres. No sélo, como sefialé Engels, para controlar su descendencia legitima, sino para producir su propia percepeién de inferioridad. Una pieza clave en la gestion de sus fragilidades ha sido la pasivizacién de su erotismo, Debe pensarse que el matrimonio monogamico —esto es, el derecho exclusive del 256 marido sobze la esposa— edlo puede sostenerse a través de proceso histérico-social de produccién de una particular form de subjetividad, la pasividad femenina, por la cual la mujer se aliena de la propiedad y exploracién de su cuerpo, registro de sus deseos, btisqueda activa de sus placeres, etcétera Si bien cada vez en mds amplios sectores sociales el acceso a las teenologias anticonceptivas ha revertide sustancialmen. te la alienacién de su propio cuerpo como cuerpo reproductor aunque no s2 subestime su importancia—, no podria afirmar- se lo mismo on Jo que respecta a la heteronomfa del cuerpo erético femenino, donde su pesivizacién sostiene, axin hoy, tan- to la “actividad” del erotismo masculino como la conyugalidad monogdmica unilaterel Este mantenimiento de le pasivizacién del erotisao de las mujeres se inscribe en un cireuito més amplio de la produc- cidn histérica de su subjetividad, uno de cuyos anclajes prin- cipales es justamente la conyugalidad, lazo social para el cual tai subjetividad se configura —min en la actualidad— sobre la premisa de otra desigualdad, ya que habré de celebrarse entre un stjeto que despliega tanto su relacién con el mundo como Su relacién cofsigo misino, desde una posicidn, ser de si,” y otro sujeto que estructura sus relaciones desde otra posicion, ser de otro. Este “ser de otro”, desde donde las mujeres se posicionan, es —hasta ahora— la nica posibitidad de sostener tal contrato conyugal. Y es exactamente en este punto donde opera el mito del amor roméntico. ; Una consecuencia esperable de la institucién dicotémica de tun puiblico racionalizado y un privado sentimentalizado es que quienes habitan el privado y estructuran sus vides en cédigo sentimental tengan una especial facilidad para vivir y sofar historias de amor, Esto en sf no tendria nada de ‘preocupante; quello que merece ser subrayado en este punto no es la existen- cia de historias de amor sino la presencia de una subjetividad organizada en clave sentimental —por lo tanto fragilizada—, donde Lt, Stolke, Verena, “Los trabajos de las mujeres”, en Sociedad, subordi nacién y feminism, tomo 11, Bogoté, Magdalena Leén, 1882, 45. En ef eentido astilistien y politico dado por los griagos al “dominio de i” ORT Si esta atirmacién pudiera ser materia de dis se habla de una pareja constituida, los procesos actuales de divorcio ponen en evidencia el costado brutal que el mito ibilize. El despojo econémico que muchas mujeres obti en estos pleitos, e] desentendimiento econémico y afectivo que muchos hombres despliagan en relacién con la crianza cote. na de los hijos no hacen més que poner en evidencia cuestiones que, si bien estaban presentes on ei matrimonio antes de disol. verse, eran encubiertas por un plus de iplicacién de sus ex. mujeres," El mito del amor roméntieo —como todo mite~ exelta algu- has cuestiones y deniege otras. Se intonta problematizar aqu 1a invisibilizacién que se produce en el proceso donde para que el ideal amoroso se realice en algo, es necesaria la fragilizacion de la subjetividad de las mujeres. ise Antes de avanzar en este punto, es pertinente distinguir 63a maravillosa enajenacién y dependencia mutua que suele ser el amor, de los procesos de apropiacisn y violentamiento de géne- ro que el mito deniega. Esta subjetividad en clave sentimental —presente aun en muchas mujeres con independencia econémica o protagonismo publico— crea condiciones para un tipo particular de depen. dencia por la cual ella espera tal vez demasiadas cosas del amor de un hombre. En ese deseo desesperado de reconodi- miento vive angustiada, se deprime, sufre todo tipo de enfer- medades psicosomatices.”” Si es “moderna” ostentard algin amanie, pero nada evitard ese estar siempre al borde de un ataque de nervios. 16, Phas de divorei 258 40, que pasados los primeros tiem. te Hegard: una palabra, un gesto, una mirada anhelante a través de la cual él confirme y reconfirme a cada instante ese amor, y la confirme. Pero, en oy vacio de palabra, de gesto, de mirada, el colapso. fee {Por qué esa espera angustiosa? {Por qué esa busqueda azarosa de seliales de amor, que por otra parte hay que re. conocer— gon generalmente escatimadas? {Por qué cuando ta. Jes signos del amor no legan se producen verdaderos derrumbeg nareisistas on gran niimero de mujeres? ; Confluyen aqui muchas cuestiones enlazadas. Para sislar una —tal vez no la més importante, pero sin duda signi ficativa—, sefialaremos que en tanto muchos varones pueden organizar gif sexualidad en clave filica y por lo tanto cireulan por diversos a veces simulténeos objetos eréticos y/o amorosos, esta entrada y salida de enlaces erdticos diferentes no pone en juego su velo. racién personal” ya que son los otros hombres, y no les mujeres, los que les otorgan sus reconocimientos narcisistas. Pero en el caso de tantas mujeres, el hombre en cuestién no es séle su objeto amoroso sie tambien quien suministra sus reeonacimienios; por lo tantb, al quedar unidas ambas inston- cias, ellas permanecen. aisladas en enlaces subjetivos en fuert cependencia, Esto susle dificultar su eireulacién por objetos eréticos simulténeos, y el panico frente al sbandono guiarg muchas de sus conductas insensatas.” Si él no la mira, mira a otra, ls abendona para siempre o por un instante, s0 pierde mucho mas que un objeto de amor, esta en juego su valoracién, su reconocimiento, su narcisismo. ¥ en el vacio de palabra, de sto, de mirada, e} colapso. 7 Foe erage caltaetes suelen inferirse carscteritieas de la condicén femenina, E} problema os de qué eondiecn fe. mening hablamos, Suele pensarse la existencia de algo inhe. renie al ser femenino, a universales edipio-estruetiriles por los eneles “le mujer” queda envuelta en esta bssqueds en gy deseo de reconocimienta, mas que en el reconocimiento del deseo, Si el criterio es descriptivo puede decirse que muchas muje- 18, Ms bien La estimula «son desare 10. Por ejemplo, subordinar al pacto de la pareja sux des: mundo en el “reconocerse” en esta narrativa, pero si el eriteric ativo es importante hacer una advertencia No otorgar al ser aquelle que es el preeipitado de una historica ertinaz fragilizacién, aquella que es el resultado politico dal 1¥é algo tan obvio como que si histériea- nte se nos ha deseonocido, denegado, invisibilizado, necesa riamente habremos de buscar —con avidez, a veces incluso in- sensatamente— un reconocimiento que no llega? De todas formas queda una pregunta abierta; gpor qué las mujeres seguimos esperando tal reconocimiento de quienes pareciera que no pueden otorgarlo? Tal vez la ilusién de que el amor dé un hombre puede Gimir los exilios y destierros sea uno de los resortas a través de los cuales el mifo del amor rozéntico mantiene su eficacia — y su violencia— simbslica, Desde a modernidad, el discurso de la naturaleza femen na, los mitos mujer = madre, de la pasivided sexual de las eres (con su correlato necesario, In doble moral sexual) y el “so heroico del amor moderno, trabajé eficaz y productiva- mente, gestando sus’significaciones imaginarias sociales para garantizar el claustro hogarefia de la mujer burguesa y la pro- duccién dela fragilizacién de dichas mujezes en él “ser de otro”. ‘Dales operadores también gestaron dos cuestiones que, si bien complejizan el andlisis, permiten eludir planteos maniqueos. La primera es que las contradicciones producidas por la tension entre los discursos liberales ¢ igualitarios de la moder- nidad, y las instituciones, las practicas y los valores del enclaus- tramiento y la desigualdad femeninos crearon las condiciones para las importantes transformaciones en las exposiciones de género que se pueden observar ya comenzado el siglo XX. La segunda es qiie el mismo proceso de sentimentalizacién del espacio privado familiar c.org6 una forma de poder a la mujer-madré.” (Qué poder? Obviamente, no sobre los bienes cise 20, Set en Socie 1952 rukler, B., “Familia y dominacién patriareal en el eapitalisma”, ‘bordinacién y ferainismo, Vol, Il, Bogetd, Magdalena Leén, 260 bi de los hijos, anto productora de sentido, nomi- sus actos y sentimientos, produetora de mandatos y xdas que por sirabélicas no serdn menbs opresivas, La fami- a nuclear “necesita” de una figura sobreinvestida de la Madre, a ta cual pagarén fuertes tributos tan 0 sélo las mujeres, sino bién Ios hijos y el marido. Pasividad erética en la conyugalidad, balanceada no sélo con histerias y diversas sintomatologias y rechazos sexuales. Balanceada con précticas maternales que no pueden ni quieren escapar de un sospechoso plus de actividad. 4, Hay una relacién intrinseca entre la pasivizacién de la actividad erética de las mujeres y ciertas formas de abnegacién maternas, Granoff y Perrier hen sefialado al respecto que la maternidad seria la perversién femenina propiamente diche. ‘Luego de afirmar que en las mujeres no puede identificarse la presencia de perversiones al estilo de] fetichismo en los bom- bres, dicen: Hs cierto que, on tanto ausente o imaginario, tal como es aprehendide el fantasma, el ijo podré ser uno de los clomen- ths significativos centrales de la neurosis maternal. Pero en Ia medida que también es objeto real manipulable, se presta de modo wnico @ Ia vertiente perversa de las aptitudes femeni nas Si hay una relacién intrinseca entre manipulacién y préeti- ca pervarsa, por qué son los hijas y no los hombres los cbjetos eréticos que las mujeres tienen “al aleance de la mano”? {Por qué estos autores sefialan la ausencia de perversiones ‘al estilo fotichista en las mujeres? 21, Granoff, W. y Perrier, F., El problema de fa perversi Barcelona, Grijalbo, 1980, La bastardilla mo pertenece en la mujer, 261 's@ como sujsto de alguna nerversidn hay que posi- er lugar, como sujeto, Las mujeres en nuestra ra en tanto con mayor frectencia se posicionan —9 son madas— mas como objeto que como sujeto erético no cnstituirian “verdaderas” perversiones, salyo la maternidad, éPor qué algo tan sacralizado en esa misma cultura como maternided constituiria para estos autores una perversién tipi camente femenina? La razén de esta posibilidad estaria dad en lo manipulable y en lo real del objeto hijo/a. En rigar de verdad, el maternaje es la unica practica social-erético-amerosa donde la Mujer-Madre puede instituir prdcticas eréticas activo. manipuladoras sin condena moral. Es interesante observar que en la base del plus de activismo caracteristico, por ejemplo de la sobreproteccién materna, estos autores sefialarfan un resgo perverso. En igual sentido, si se toma como referente el trabajo clinico con mujeres; puede ob- servarse una frecuente correlacién en la que aquellas madres “excesivamente madres”, sobreprotectoras, en un uso arbitrario de su posesién de los hijos/as, suelen ser mujeres que presentan un tipo de erotismo en-el que predomina el franco rechazo o la evitacién disimulada de précticas erdticas con su compafiero: negerse, buscar excusas, eceptar relaciones sin excitarse; sue- len expresar que no las atrae la vida sexual, y suelen decir también que nunca o rara vez obtienen orgasmtos en précticas de penetracién peniana. Obviamente, tanto ellas como sus marides y lamentable. mente con frecuencia sus psicoanalistas, suelen considerar es- tos rasgos como la evidencia de una patologia sexual. Serfan mujeres sexualmente inmadurgs, o infantiles® Bs interesante agui observar cuanto del exilio erétieo de las mujeres so silen- cia en esta particular nomenclatura. Cudntos dolores se silen- clan para mantener le casa en orden. rat, E., BI feminismo espontdneo de la histeria, Madrid, 262 no $e Pi duos fragilizados? Sin ducia, través de miltiples focos de fragilizecién, en innumerables pi gues de! plano social. En la actualidad, en la fragilizacion qo Jas mujeres pueden lovalizarse estrategias centrales on ache cuestién ye no sélo en las diseriminaciones en el mundo pir. co, denunciadas incansablemente por los movimientos feminis. tus, sino también en las instituciones del mundo privado, en ts privacia, en la intimidad amorosa de los enlaces y desenlacos con el otro género. La trilogta Mujer = Madre, mito del amor romantico y de Ja pasividad erética femenina, inscrita en un perticular crdeng” mento dicotémico de lo puiblico y lo privado, he hecho posihig la construceidn histérica de una forma de subjetividad “propia= de las mujeres entre cuyos rasgos se ha mencionado un posieig. namiento “ser de otro” en detrimento de ua “ser de sf gus vuelve posible su fagilizacin a través de diversas formas’ de tutelajes objetivos y subjetivos. EE tividad no es algo inherente @ un ser femenino sino que cons. tituye el previpitado histérico de su lugar subordinado en 1a sociedad. En tal sentido es que en capitulos anteriores se hha otorgado a la cuestién de Ia produccién de subjetividad una iimensién politica Sintra mir ilesorig, pero més reel qu Ias mujeres, ergy condiciones para un doble movimiento; por un lado coarta, pone diversos techos al movimiento histérico de autenomizacign’ eo, némica, simbélica, erética y subjetiva de las mujeres que 1, intontan, pero, por otro lado, el malestar de estas interdicciones produce el fermmento revulsivo indispensable para inventar esa imaginacién radical, instituyente de aquellos deseos que, al ne anudarse al poder, imprimen en cada geste cotidiano Jag micraviolencias necesarias de esta transformacién social 263 DDE! LA POBREZA ¥ LA MATERNIDAD ADOLESC! i ‘Tanto la nocién de maternidad como la de adolescencia dan cuenta de complejos procesos socioculturales. Ambas compar- ten una particular significacién social por Ia cual se les atribuye hina inscripcién biolégiea. Pero, en rigor de verdad, tanto una ‘come La otra con construcciones histérico-sociales y, como tal tienen ua gran variabilidad « través de los tiempos de-una jnisma cultura, o dentro de ella en diferentes clases sociales. Lo mismo puede decirse si se comparan diferentes culturas y/o sociedades Con respecto ¢ la matemnidad, en primer lugar es necesario distinguir fa reproduccién —hecho biolégico— de fa maternidad hecho cultural—. Si echamos una mirada hist6rica podremos observa que si bien en nuestra cultura Ins mujeres son quienes Jlevan adelante el maternaje, muy diferentes han silo tanto las prdcticas como la significacién social y subjetiva que la erianza ha tenido a lo largo de la historia. 1. Ponencia presentada en la Jornada Mujeres Adolescentes: Embarazo ¥y Matemnidad, Presidencia de le Nacién, Consejo Nacional de la Mujer, Ho- ¥ Mable Camara de Diputedos de la Naciin, Buenos Aires, mayo de 1992. DH desarrollado esta cuestién con mayor extensién en “Los mitos so- lee de ta maternidad’, Revista Argentina de Psicologia N° 35, Buenos AS es, 3984, Véase el capitulo 7 de este Hbro. 265

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