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EL DESTINO DEL EROS PERSPECTIVAS DE MORAL SEXUAL JOSE NORIEGA Coleccién: Peticano Director de la coleccién: Juan Manuel Burgos © José Noriega, 2005 © Ediciones Palabra, S. A., 2005 Paseo de ta Castellana, 210 - 28046 MADRID (Espafia) Disefio de ia cubierta: Carlos Bravo 1.S.B.N. 84-8239-942-X Depésito Legal: M. 31238-2005 Impresién: Graficas Rogar, S. A. Printed in Spain - Impreso en Espafia ‘Todos los derechos reservados. "No esta permitie ta reproducciin total 0 parcial de este Libro, n su tratamiento ‘nformética, ni a transmisién de ninguna forma o per cualquier medio, ya sea lectrnico, mecinico, por fotccopia, por registro u otros métodos, ‘sin el permiso previ y por escrito del editor. INTRODUCCION La sexualidad promete mucho, pero cosecha poco. ¢Por qué? Se nos promete placer. Mas, se nos promete una plenitud que embarga la persona, una felicidad en la compafifa gozosa de alguien que se nos des- cubre tan atractivo, tan agradable, tan amable. La experiencia amorosa que posibilita la sexualidad nos desvela un horizonte nuevo, donde todo: trabajo, amistades, aficiones, gustos... viene a recolocarse en una forma nueva. En el amor sexual experimentamos cémo la realidad de la persona nos atrae, nos fascina, nos obsesiona, nos saca de nosotros. El deseo de poseer esta realidad, de poseer la persona, de unirnos a ella, parece ahora acaparar la vida toda: el deseo de placer; el deseo de ser deseados. Pero, hemos de reconocerlo, la sexualidad cosecha poco. Lo que uno encuentra en ella no es lo que esperaba hallar. El placer que experimenta no Ilena la amplitud enorme del deseo que se desperté. La otra persona no colma con sus valores sexuales y afectivos el anhelo que gener6. ¢Qué escondfa, entonces, el amor entre el hombre y la mujer, el deseo sexual? Ciertamente, el amor nos descubre nuestra relacién con la realidad, hasta qué punto pertenecemos al mundo de los vivientes, porque en él se nos desvela lo que nos atrae, lo que nos seduce, lo que nos enriquece, lo que nos plenifica, lo que nos muestra el gozo de vivir. El amor nos une a Ja realidad. Pero ¢qué realidad? Es entonces cuando aparece la cromaticidad de la experiencia del amor. Porque nos une con una realidad personal, enormemente com- pleja, irreducible a alguna de sus dimensiones. La experiencia del amor sexual, mas alla de la atraccion corporal o afectiva, o precisamente en ella, reclama una alteridad: el misterio de otro diferente a mi, Y la alteridad de la persona no es algo controlable, manipulable. Aquf su drama. Reducir la sexualidad a algo meramente corporal o afectivo implica perder el misterio de la alteridad. El amor entonces uniré, sf, a la reali- dad sexual o afectiva de la persona, encontraré el deleite que busca; pero 10 El destino del eros desilusionar4, decepcionara. Porque la otra persona se hace cada vez més extrafia y ajena a lo que uno es. Entonces, la relacién sexual y afec- tiva se carga de una artificiosidad y vacfo que producen un hondo sen- tido de desaz6n, de aburrimiento. Y, sin embargo, ahf continua el deseo sexual, ante el vacfo de una re- lacion, reclamando siempre algo mas: reclamando la realidad del otro. Para encontrarla, las personas se entregan a experiencias cada vez mas excitantes. Y la realidad se les escapa atin mas. La descripci6n que al res- pecto realiza Alberto Moravia del amor desesperado y tedioso de Dino por Cecilia es una muesira de ello: cuanto mis la posefa, ella mas se le es- capaba, y entonces ms la deseaba, con una sed que aumentaba en la me- dida que era satisfecha: sed precisamente de su alteridad, de su realidad, y no simplemente de su sexo!. {Qué esconde el deseo sexual que el mismo sexo no es capaz de apagar? En la sexualidad se nos revela el enigma del hombre, su misterio. Por- que nos habla de su indigencia, pero a la vez de su plenitud; nos testimo- nia nuestra soledad, pero a la vez la compafifa gozosa que se nos ofrece; nuestra pertenencia al mundo de los animalia, pero, también, nuestra propia trascendencia. ¢Por qué querer reducir el misterio de la sexualidad a genitalidad? ¢Por qué reducir el misterio del amor a sentimiento? ;No supone esta re- ducci6n un verdadero cortocircuito de la experiencia del encuentro entre el hombre y la mujer en la atracci6n complementaria? Se trata de un cortocircuito que produce unas consecuencias desastrosas en la vida de las personas: porque desde esta reduccién el amor deja de ser principio de unidad en la conducta, para convertirse en principio de busqueda de satisfacci6n. Y asi fragmenta la vida en experiencias diversas. La sexualidad promete mucho, pero cosecha poco. Surge asf, inquietante, la pregunta: cpodemos seguir creyendo en el amor? Solo cuando se descubre su verdad, la verdad del amor, se hace posible creer en él. Solo entonces, el amor se convierte en un principio de cons- truccién de una vida que merece la pena ser vivida. Solo entonces, las per- sonas se empefian en la construccion de una comuni6n. La sexualidad ad- quiere ahora su sentido en algo que es mas grande que ella misma, en algo que la trasciende, pero que sin ella no puede realizarse ni vivirse. ¢Cudl es el destino del amor erético? Descubrir el sentido que encierra la experien- cia amorosa y saber interpretarlo se nos revela como una de las tareas principales en un mundo que ha perdido el sentido del amor, y a ella va en- focado el presente libro. ' CE A. Moravn,, La noia, Bompiani, Milano 2003. Introduccion W Pero no basta simplemente con desvelar su sentido. Precisamente porque revela un destino a construir, que implica la persona en su totali- dad, y para el que la persona se ve tan poco preparada y desvalida. ¢Por qué poco preparada? Porque es un destino mas grande que uno mismo: la comuni6n entre el hombre y la mujer. ¢Quién podra afirmar que es sencillo? ¢Basta la buena voluntad? El fracaso en tantas esperanzas y el dolor de tantas personas nos ayudan a entender que nos encontramos ante un verdadero desaffo. Mostrar en qué manera dentro de la experien- cia de amor se encuentra también una dindmica de crecimiento humano, de maduracién personal, de excelencia, incluso de amor divino, es vital para que se pueda asumir personalmente y en todo su protagonismo el camino del amor. Dos son, pues, las preguntas de fondo: comprender el sentido de la se- xualidad y aprehender en qué manera el hombre puede vivirlo. Si, la sexualidad encierra un misterio. Pero ¢cémo acercarnos a él? ¢Cémo intentar desvelarlo? ;Desde qué perspectivas? Nos interesa acla- rar el método que vamos a seguir. Quizé el mejor camino sea situarnos en la misma experiencia amo- rosa, dejarla hablar: ella tiene algo esencial que transmitirnos. El amor implica siempre una revelaci6n. Aquf se encuentra una de las novedades més significativas de la reflexi6n que Juan Pablo II ha ofrecido en su ma- gisterio sobre el amor humano. Mas que deducir la verdad del amor de un estudio abstracto de la naturaleza humana o de las consecuencias que produce, su interés ha sido situarse en la misma experiencia del amor y, desde ella, intentar descubrir su hondo significado humano, proyectando sobre ella la luz de la Revelacién. Dada la fecundidad de este enfoque, asf como la profundidad de los andlisis que realiza, las Catequesis sobre el amor humano en el designio de Dios, pronunciadas por Juan Pablo II en las audiencias de los miércoles entre 1979 y 1984, serén una de las fuen- tes principales de este estudio. Situarnos en la experiencia amorosa evita un peligro radical: conside- rar el amor y su obra desde fuera, como un mero observador. Si la refle- xién moral sobre la sexualidad ha sido acusada tantas veces de extrinse- cismo y de casuismo, ello se debe, precisamente, a olvidar que la persona se implica en sus experiencias y en su obrar. En un planteamiento en el que la persona se sittia ante circunstancias y actos, valorandolos como un juez imparcial por su conveniencia con la naturaleza, o por su confor- midad con las normas morales, o por sus consecuencias en la sociedad, se pierde lo esencial. Porque nuestras acciones no solo producen un efecto fuera de nosotros: ellas también nos construyen a nosotros mis- mos, 0 destruyen. El sujeto es su protagonista, su verdadero autor. Por 12 El destino del eros ello no pueden ser valoradas desde fuera; es preciso entrar en la perspec- tiva del sujeto que acttia, para, desde ella, intentar comprender el pro- ceso de construcci6n de la accién. Se trata de un proceso guiado por su propia raz6n en cuanto nace de un deseo, el deseo sexual y afectivo, esta pilotada por ese deseo, y busca construir una acci6én. La comprensi6n del modo como el hombre compone sus acciones nos puede arrojar una luz decisiva para desentrafiar el misterio del amor. Este es uno de los ele- mentos que més se han olvidado en la reflexién sobre la moral sexual. Por otro lado, para alcanzar una adecuada comprensién del misterio de la sexualidad es preciso ver la relacion que tiene con el misterio de Dios: de Dios creador y redentor. Es a la luz de la revelacién del amor de Cristo cuando se aprecia la grandeza tltima del amor entre un hombre y una mujer, por cuanto ese amor es participado en ellos gracias al don del Espiritu. Precisamente esta perspectiva teologica del obrar nos permitira superar el extrinsecismo teolégico con el que tantos estudios de moral han visto la sexualidad humana. La raz6n practica del cristiano, a la hora de construir sus acciones, contaré dentro de sf con una inclinacién nueva que es fruto de la presencia del Espiritu en él, y gracias a la cual podr no solamente construir una comunién humana, sino en ella, podré transmi- tir el don divino que recibe, dirigiéndola a la comunién con Dios. Son tres las perspectivas que se entrecruzan: la importancia de partir de la experiencia amorosa, el protagonismo del sujeto agente y la com- prensi6n teolégica del obrar humano. Su armonfa puede ayudarnos a desvelar el misterio de la sexualidad. E] libro esta dividido en cuatro partes, cuya secuencia viene determi- nada por una progresi6n. Se trata, en primer lugar, de comprender el sentido de la sexualidad. En ella se encierra la revelaci6n de una vocacién singular. ¢A qué nos llama? ¢Cual es su destino? El andlisis fenomenolégico, iluminado por la revelacién del principio de la creaci6n, nos ayudaré a descubrir la ri- queza de la experiencia amorosa y la imposibilidad de reducirla a alguno de sus factores. ¢Por qué Dios nos ha creado como hombre y mujer? La segunda parte, «Aprender a amar: pasion y eleccion», profundi- zaré en lo que es la realidad del amor, intentando comprender la relacion que existe entre el amor, como sustantivo, y el amar, como verbo, esto es, como accién. Un andlisis metafisico nos descubrira la densidad del evento amoroso y su capacidad de convertirse en el principio y motor de Ja construccién de una vida. La tercera parte, «Un amor excelente: castidad y caridad», quiere poner en evidencia cémo la dinamica amorosa implica en sf la llamada a una in- tegraci6n de los diversos dinamismos que comporta el amor. La misma di- Introduccién 13 ficultad de amar, que tantas veces experimentamos, es una muestra de la necesidad de esta integraci6n, y c6mo ella, mas que el fruto de nuestro es- fuerzo, es un don que Dios nos regala en el encuentro amoroso. La cuarta parte, «La consumacioén del amor: el don esponsal», pre- tende abordar la originalidad del amor entre los esposos, y, especial mente, de la accién que consuma su amor: la unién conyugal. Se trata de una accién que implica una plenitud singular cuyo dinamismo e inten- cionalidad es preciso apreciar para comprender su bondad y evitar una banalizacién o minusvaloracién de la misma. No se trata, por ello, de un libro que pretenda abordar en forma ex- haustiva todas las cuestiones de moral sexual. Su pretensién es mas hu- milde: mostrar cémo en la sexualidad humana se esconde un misterio, y este misterio hace referencia al amor conyugal y al don del Espiritu. Elorigen de este libro tuvo lugar en un ambiente directamente familiar. Se fue gestando poco a poco en los cursos impartidos a los matrimonios que segufan el Master de pastoral familiar que el Instituto Juan Pablo II ofrecia en Espafia. En el contacto con estas familias pude tener experien- cia de la belleza del don que habian recibido, la originalidad y grandeza de su vocacion, asi como las dificultades en Ilevarla adelante. Las lecciones y el didlogo con ellos supusieron para mi un verdadero estimulo en la refle- xi6n, asf como una confirmaci6n gozosa de la profunda verdad y humani- dad de la ensefianza que el magisterio de la Iglesia realizaba. Con el paso del tiempo tuve que dar una forma mas académica a estas lecciones, adap- tandolas a los cursos de licenciatura que en Valencia y en Roma me pe- dfan, asf como en Cotonov (Denin), Salvador de Bahia (Brasil), Chunjara- cherry (India) y Washington DC. No queria terminar sin agradecer especialmente la ayuda que algunas personas me han prestado en la elaboracién de este libro. A Prudencio Manchado y al profesor Juan de Dios Larra por las sugerencias que me han hecho. Al profesor Juan-José Pérez Soba, en cuya amistad y sabidu- rfa he podido asomarme un poco al misterio de la caridad; al profesor Livio Melina, por su estimulo y sus indicaciones a la hora de enfocar el li- bro. Al Seminario St. Paul y, especialmente, a la familia Laird, de Minne- sota, cuya hospitalidad me permitié poder concluir su redacci6n. A los Discipulos de los Corazones de Jesus y Maria, en cuya fraternidad he po- dido comprender la grandeza del seguimiento corporal de Cristo. Y, por timo, a mi propia familia, especialmente a mis padres. José NoriEGA Roma, 8 septiembre 2004 Festividad de la Natividad de Nuestra Sefora PARTE I LA VOCACION AL AMOR: SEXUALIDAD Y FELICIDAD En la vida de las personas, mucho depende de sus elecciones. Pero no todo. Hay cosas que no hemos elegido y que forman parte de nuestro propio ser e historia: nuestros padres, el lugar de nacimiento, nuestro cédigo genético, el color de la piel, nuestros hermanos... Y entre esas co- sas que no dependen de nuestra voluntad esta el hecho de ser hombre 0 mujer, con una estructura cromosémica determinada y una anatomia orgdnica precisa: se trata de un dato que precede toda posible eleccién por nuestra parte. No elegimos nuestro sexo: este, con todo lo que im- plica, se impone a nuestra conciencia como un dato previo a toda elec- cién. Pero ¢se trata de un dato neutro, al que cada uno pudiera dar el sen- tido que quisiese? Es cierto que la sexualidad afecta a la corporeidad de una manera muy profunda. Pero ¢llega a afectar también a la identidad misma del ser humano, a aquello en lo que la persona se identifica a si misma? En mu- chos aspectos de la propia corporeidad no hay una tal identificacin, ya que son vistos como datos puramente biolégicos: asf el color de la piel no determina la dignidad de una persona, ni la falta de un determinado miembro determina una personalidad concreta. ¢Es la sexualidad algo puramente biolégico cuyo influjo en la identidad personal dependiera de una posterior eleccién del sujeto? Ademis, la sexualidad no solo se impone como un hecho fundamen- tal, sino que hace posible una relacién nueva en la vida de las personas: la reaccién ante la persona de sexo diferente inaugurando una experien- cia relacional singular en la que el hombre y la mujer se experimentan a sf mismos en una forma nueva. Esta experiencia amorosa supone un nuevo situarse de las personas en la trama de sus relaciones, configuran- dola en una forma nueva. Pero {de quién o de qué depende esta configu- racién? ¢En donde se fundamenta? La novedad y la dramaticidad con que la experiencia amorosa se manifiesta en la vida de las personas re- clama una interpretacion de la misma experiencia que nos permita en- tender su sentido. Pero ¢cudl es el sentido de esta experiencia? La sexualidad se nos manifiesta as{ no como algo simplemente esté- tico en nuestra vida, sino como algo dinamico, que a través de la expe- riencia amorosa y las nuevas relaciones que genera, mueve a las personas 18 El destino del eros a actuar: mejor, a un interactuar mutuo. Para el ser humano, actuar no es simplemente moverse en la direccién que marcan los impulsos, como ocurre en el animal, cuyo instinto le sefiala los cauces y los fines de sus acciones. Actuar, para el ser humano, equivale a dar sentido, a fijar el sentido y los fines de sus acciones. Pero ¢qué sentido dar al mutuo actuar sexual? ¢Qué fin otorgarle? ¢Basta la simple espontaneidad de la inclina- cién corporal o afectiva? Si este fuera el sentido, ¢cémo explicar la expe- riencia de desilusi6n y fracaso de tantas experiencias amorosas? No nos encontramos ante cuestiones circunstanciales que afecten simplemente al modo como gestionar la experiencia amorosa, sino que nos encontra- mos ante una cuestién decisiva en la vida de la persona y que afecta a su propia identidad y destino: en ella se juega la plenitud de una vida. Pero atin es preciso apreciar otro aspecto decisivo en esta primera aproximacion a la experiencia que la sexualidad posibilita. Si la sexuali- dad es un dato previo a nuestra elecci6n y forma parte de la constitucion ontolégica de la persona, significa que su autor es el Autor de la misma naturaleza del ser humano. Ha sido Dios quien ha creado al ser humano como var6n y mujer. Pero ¢por qué lo ha creado asf, varén y mujer? ¢En qué estaba pensando cuando plasmé al hombre como un ser sexuado? Mas alld de una interpretacién parcial del sentido de la sexualidad, la cuestién planteada pretende abordar en qué manera la sexualidad entra dentro del designio de Dios sobre la persona humana. Surge ante esta serie de interrogantes una cuestion metodolégica: ecémo conocer el sentido, la verdad de la sexualidad? Este sentido, y el designio de Dios sobre ella, se nos anticipa no en una reflexi6n tedrica, sino en la misma experiencia humana de la sexualidad. En la reflexién teérica es decisiva la comunicacié6n o transmisién de determinados principios de los que deducir sus consecuencias o que aplicar a las di- versas situaciones. Este modo de aprendizaje es valido para aquellas realidades que no afectan directamente a la persona. Pero, en el caso de la sexualidad, nos encontramos ante una realidad que en si misma toca la misma esencia humana: ella no es «algo» ante lo cual se enfrente la persona y que, por lo tanto, pueda objetivar y conceptualizar. En la misma experiencia que posibilita se presenta ante nuestra conciencia como una realidad misteriosa, que escapa a una conceptualizacién in- mediata y directa. El camino adecuado para desvelar su sentido ser, entonces, el dejar hablar a la experiencia: que sea ella la que nos revele el sentido que esconde. Porque toda experiencia humana, precisamente por ser humana, estA cargada de un sentido, de una verdad, que puede guiar nuestra biisqueda. ¢Cusl es, entonces, la verdad que esconde la ex- periencia er6tica? ¢Qué nos revela ella sobre la identidad y el destino de la persona? Capitulo I LA INTERPRETACION DEL SENTIDO DE LAS EXPERIENCIAS Situarnos en el camino de la experiencia para encontrar el sentido y la verdad de la sexualidad humana puede suscitar una cierta perplejidad: no implicarfa este camino un deslizarse en el relativismo de la experien- cia que, por ser tal, es siempre personal e individual? ¢No se acabarfa asf en el subjetivismo? Esto serfa verdad si «la experiencia humana» de la que se habla fuese equivalente a lo que normalmente se entiende con «he tenido una expe- riencia» o «he sentido tal experiencia», refiriéndose a una vivencia ais- lada y parcial, enteramente personal y propia del individuo, cuyo sentido y valoracién solo él puede realizar. La vida serfa vista como una suma de diversas experiencias. Es cierto que, muchas veces, las personas se atrincheran en un «expe- riencialismo» que es visto como el unico criterio de sentido y actuaci6n. Pero entonces reducen la experiencia que viven a momentos aislados, sin conexi6n y unidad, cuyos contenidos son meramente emotivos y directa- mente sentidos. Se trata de una reducci6n que hace una verdadera vio- lencia a la propia raz6n, que quiere siempre descubrir la profundidad de lo que le aparece, su porqué. Se hace, por lo tanto, necesario, clarificar qué se entiende por «experiencia». 1. LA EXPERIENCIA HUMANA DEL AMOR El concepto «experiencia humana» o «vivencia humana» quiere indi- car un hecho primario en la vida de las personas: esto es, el hecho de que la realidad impacta al sujeto, se impone a él, se hace consciente en él, ge- nerando una respuesta, una acci6n!. Nos impacta la belleza de un paisaje ' CE, J. Mouroux, Liexpérience chrétienne. Introduction a une théologie, Aubier Mon- taigne, Paris 1952; A. ScoLA, Questioni di antropologia teologica, Ares, Milano 1996, 113-127. 20 El destino del eros cuando lo contemplamos desde la cima de una montajia, nos impacta el coraje que muestra un amigo luchando contra una enfermedad grave, nos impacta la peticién de ayuda que nos dirige un familiar ante el dolor por el fracaso de su hijo. Se trata de experiencias que conllevan una com- plejidad de fenémenos diversos en los que intervienen distintas dimen- siones del hombre: sus sentidos, su afecto, su inteligencia, su voluntad, su historia. Y en ellas se experimenta la realidad en cuanto nos toca, nos impacta, nos transforma en cierta manera, y en cuanto, sobre todo, nos llama a interpretar su sentido: el sentido de la belleza, el sentido del co- raje, el sentido de la amistad. ¢Qué significa interpretar su sentido? Significa situar tal experiencia, que tiene siempre una valencia concreta, particular y temporal, en un marco global de sentido de la vida en el que aparezca un principio de unidad capaz de explicar su diversidad en relacion al mismo sujeto agente. Este principio de unidad se descubre cuando se comprende la fi- nalidad Ultima, esto es, la plenitud a la que se refiere la experiencia, ya que desde ella puede explicar la diversidad de factores que conlleva. El sentido de la belleza no es simplemente el placer estético que genera, sino descubrirnos la armonfa de la creaci6n y el papel de la contempla- cién en la vida humana: no todo en la vida es fruto de nuestro «hacer», ya que de esta manera reducirfamos la realidad a nuestra propia capacidad. El sentido del coraje no es simplemente la capacidad de luchar, de afron- tar dificultades, sino la grandeza del motivo por el que luchar y resistir: ante algo que amenaza la posibilidad de vivir en comunién con los seres queridos se nos revela la grandeza de un ideal ante el cual se es capaz de sacrificar otros bienes. El sentido de la amistad no es simplemente la uti- lidad que posibilita o el consuelo que ofrece, sino la comunién que ge- nera en la que ambos amigos alcanzan su plenitud. El impacto que estas experiencias producen en el sujeto le mueven a buscar su sentido, a inter- pretarlas en referencia a algo que en ellas se esconde y que es mas grande que el placer, o la admiracién, o la compasi6n que suscitan. Nuestras ex- periencias estén habitadas por una verdad que las desborda en su parti- cularidad. Ahora bien, es preciso entender que, entre la experiencia y la inter- pretaci6n, se da una interrelacién mutua: porque interpretar las expe- riencias no es alcanzar un conocimiento puramente objetivo de algo que se da sin que intervenga la propia subjetividad, a modo de algo preconsti- tuido. En la experiencia, la propia subjetividad est4 implicada. Pero, a la vez, esta implicacién de la subjetividad no significa que la interpretaci6n sea una pura creaci6n del sujeto sin relacién a la realidad que impacta: se da un elemento que es constitutivo a la interpretaci6n del hombre, y que por ello tiene una originalidad radical ante toda iniciativa y actividad hu- La interpretacién del sentido de las experiencias 2 mana: la armonfa del paisaje es constitutiva a mi interpretaci6n, como lo es el valor de la lucha o la necesidad de ayuda que tiene un amigo. Con ello no me refiero, simplemente, a la originalidad de la realidad con res- pecto al sujeto, pues, como hemos visto, la propia subjetividad tamiza toda experiencia segun la propia historia: no se trata de descubrir algo que fuera simplemente previo al sujeto, a modo de un conjunto de valo- res que tuvieran su consistencia al margen de la persona. Me refiero, mds bien, al hecho de que en la misma experiencia de la realidad se da una actividad compositiva de la razén que busca la armonfa interna de los as- pectos que implica y que, solo cuando la encuentra, comprende verdade- ramente, y experimenta de un modo humano. Asi podemos apreciar que, en toda experiencia, existe una dimensién elemental que configura mi interpretaci6n y que la condiciona radical- mente, porque hace posible la intuicion de la relacién de tal experiencia con la plenitud que encierra, mostrando asi su significado humano. Esta dimensién elemental, constitutiva de la actividad consciente humana que interpreta la experiencia, se llama «experiencia originaria», y en ella se encuentra germinalmente la posibilidad y las lfneas a seguir de toda i terpretacién. «Experiencia originaria» expresa la intuicién del signi! cado humano de la experiencia, en cuanto es algo que en sus contenidos no depende de la propia eleccién del hombre, sino de la armonja 0 inte- gracién de los elementos en juego. Entre tantas experiencias que puede vivir una persona, la experiencia amorosa, esto es, la experiencia del impacto que una persona de sexo di- ferente suscita en el sujeto y la seduccién que implica, por la riqueza e in- tensidad que contiene, se nos revela de una importancia singular. En esta experiencia coinciden diversas dimensiones que son intrinsecas a ella misma, como son la dimensién de belleza, de bondad y de verdad que conlleva. Se trata ahora de la admiracién ante la contemplacién de la persona en su corporeidad sexualmente diferente, que nos indica una ar- monfa singular; de una atraccién ante sus cualidades personales que complementan, mostrandosenos como convenientes; de un sentido de esta belleza y conveniencia que hace relacién a un sujeto personal libre. Estas dimensiones son originarias respecto de la interpretacién que se pueda ofrecer, hasta el punto que la fundan. De entre ellas, interesa resaltar especialmente la dimensi6n de verdad y de bondad, ya que, gracias a ella, es posible una comprensi6n antropo- légica y moral del hombre. Antropolégica, porque en la experiencia del amor es posible responder de una forma nueva a la pregunta sobre la identidad del hombre, su unidad substancial y su libertad, ya que en ella se experimenta a sf mismo como sujeto de amor en la unidad de cuerpo y alma. Y moral, porque en la experiencia amorosa, al ofrecer una finaliza- 22 El destino del eros ci6n que transforma interiormente a la persona, puede captarse la bon- dad de los actos en la esfera sexual por la conveniencia que implican de- terminadas acciones?. Ante esta riqueza que manifiesta la experiencia, se aprecia cémo no es posible reducirla a algo meramente empirico, ni a algo puramente emotivo, ni tampoco a algo tinicamente racional, ni menos atin a una re- laci6n sujeto-objeto. Veamos por qué. a) La experiencia amorosa con la reaccién que genera no es algo me- ramente empfrico, al modo de otras reacciones que suceden en el sujeto como simples procesos naturales de los que podemos tener mas o menos conciencia: la respiracién, la digestién... Estos procesos suceden en el sujeto en un modo independiente de su libertad, sin llegar a tocar su sub- jetividad. La experiencia amorosa, por el contrario, toca de lleno la subjetividad de la persona, pidiendo en su origen mismo una respuesta, la cual no se limita simplemente a una contemplaci6n de la belleza, sino que requiere una implicacién del sujeto: por ello, la experiencia amorosa provoca la li- bertad de la persona. E] hombre no es un mero observador de lo que su- cede en la experiencia de amor, sino que, experimentando el amor, se convierte en verdadero actor de sus experiencias. La experiencia amo- rosa implica en sf misma la actuacién amorosa, sea por cuanto se acepta, sea por cuanto se niega. b) Tampoco es algo puramente emotivo, por cuanto fuera una mera pulsién o emoci6n que en la sola intensidad y riqueza que implica mueva e impulse la persona a actuar. Es cierto que la experiencia amorosa sus- cita una riqueza afectiva, en la que la persona experimenta una alegria singular. Pero esta riqueza afectiva tiene un sentido y puede ser valorada y juzgada en la verdad que conlleva, por lo que, para vivirla humana- mente, requiere el trabajo compositivo de la raz6n, que juzga de la pleni- tud a la que hace referencia. En la experiencia del amor se da un contacto absolutamente original con una realidad personal que atrae y seduce, y que, al poner en juego la totalidad de nuestra persona, interroga sobre su sentido, reclamando una respuesta sensata que haga referencia a su relacién con la persona y su plenitud. La experiencia verdaderamente humana reclama la posibilidad de dar razén de ella: solamente entonces es la experiencia de un sujeto personal. c) Ni es algo tinicamente racional o consciente, por cuanto se pueda explicar por las razones de similitud 0 conveniencia que las cualidades 2 Cf. J.-J. PEREZ-Sowa, La experiencia moral, Publicaciones de la Facultad de Teologia San Démaso, Madrid 2002 La interpretacion del sentido de las experiencias 2B de otra persona tienen con respecto a las del sujeto. La experiencia amo- rosa no se da sin unas razones, pero las razones que implica no pueden por sf solas causarla, como se aprecia en el drama de tantas personas, que queriendo enamorarse, y encontrando muchas razones para amar a una persona determinada, sin embargo no viven un impacto amoroso con ella: esto es, no tienen una experiencia de amor. La novedad del afecto es un ingrediente intrinseco de la experiencia humana. Ademis, es preciso tener en cuenta que, si bien somos conscientes de lo que acontece, sin embargo somos inmediatamente conscientes real- mente de poco de lo que implican nuestras experiencias. Es en el tiempo cuando vamos paulatinamente desgranando la riqueza humana que tal impacto generé: el impacto que genera la muerte de un amigo puede ser «sentido» en forma muy pobre en el momento en que nos lo comunican, quiz porque nuestra atencién estaba en esos momentos mas centrada en otras cosas, pero con el paso del tiempo descubrimos cuanto era pro- fundo esa noticia y cémo nos afect6. Lo mismo acontece ante el impacto de la atraccién amorosa: de lo que somos capaces de explicar es poco con relacién a lo que verdaderamente implica y que el tiempo nos va mos- trando. Pero entendimos algo, intuimos un principio de unidad, porque se nos revel6 un fin nuevo sumamente atrayente, en el que creimos. La reduccion experiencialista, que se basa en lo que uno simplemente siente, elimina un hecho decisivo de nuestras experiencias, y es la fe en un sentido que se vislumbra pero que atin no se acaba de comprender del todo. d) La experiencia amorosa, en cuanto impacto de la realidad en el su- jeto, no puede reducirse a una relacién sujeto-objeto. Ciertamente, en la experiencia amorosa se nos descubren muchos aspectos de nuestra pro- pia subjetividad que nos eran desconocidos previamente. Pero este des- cubrimiento es posible porque la realidad que impacta no es «algo», un objeto, un cuerpo con determinadas cualidades capaces de excitar nues- tro organismo, sino «alguien», que en su corporeidad, transparente en su rostro, en sus ojos, se dirige a nosotros y nos mira y nos habla. En la ex- periencia amorosa se descubre el encuentro de dos subjetividades, la re- Jaci6n sujeto-sujeto, irreducible a una mera relacién sujeto-objeto. Apreciando estas caracteristicas, podemos entender que la experiencia humana y, mas en concreto, la experiencia del amor, al provocar e incluir la misma libertad e inteligencia, es una experiencia que no solamente re- vela al hombre su propia subjetividad, sino que también la configura en un modo determinado, lo cambia. ¥ ello es asf porque en ella recibimos algo que se nos comunica, algo que nos enriquece y transforma. La expe- riencia de amor cambia al hombre y a la mujer que la viven. 24 El destino del eros La originalidad de la experiencia de amor se refiere no solo al hecho de que incluya una dimensién elemental que la constituye, sino también porque implica la novedad de un acontecimiento: el acontecimiento de un encuentro singular que es vivido no solo como algo exterior a la per- sona, como un simple encuentro entre tantos, sino, sobre todo, como algo interior, ya que el encuentro exterior afecta al interior de la persona y en éles vivido y recreado. Un encuentro, sin embargo, que no es dedu- cible de intereses ni posibilidades previas, aunque sf sea previsible. La ex- periencia de amor tiene, por lo tanto, una dimensi6n existencial intrin- seca, en virtud de la cual incluye una dimensién dramatica: en el impacto amoroso, el hombre se ve ya en la escena representando un papel que no ha elegido y que ni siquiera conoce. Se descubre asi como verdadero ac- tor, de cuyo papel es ahora él mismo su autor, pudiendo ganarse o per- derse en la representaci6n que haga. Por Ultimo interesa notar otra caracteristica de la interrelaci6n entre «experiencia» e «interpretacion», ya que, si, por un lado, la experiencia reclama la interpretacién, por otro, encuentra en tal interpretacién una posibilidad nueva de crecimiento, de expansién, de plenitud. La interpre- tacién de las experiencias que vive una persona le lleva més alld de lo que inicialmente encontraba. Ast, al hacerse consciente de lo que la experien- cia implica, es posible una personalizacién de la misma y una vivencia ms plena3. En conclusi6n, en nuestras experiencias se da una interrelacién sin- gular entre el impacto de la realidad y la interpretacién que genera, gra- cias a la cual es posible alcanzar una verdad decisiva sobre la identidad de la persona y sobre su destino. Nuestras experiencias nos revelan quié- nes somos y a qué somos Ilamados: en ellas nos reconocemos a nosotros mismos. Interpretar las experiencias es reconocerse en ellas. 2. LA DIFICULTAD DE LA INTERPRETACION DE LA EXPERIENCIA AMOROSA. Interpretar las experiencias quiere decir situarlas dentro de un marco global de sentido. Sin embargo, es preciso tener en cuenta que este marco global no es algo que se posea con anterioridad, sino que se va fi- jando paulatinamente a rafz de las mismas experiencias que se van ad- quiriendo con el madurar de la persona. En esta interrelacién entre sen- tido global y experiencia parece que hubiera como un circulo vicioso, ya 5 CE, G. MADINIER, Conscience et amour. Essai sur le «nous», Presses Universitaires de France, Paris 1947; J. LEAR, Love and its Place in Nature. A Philosophical Interpretation of Freudian Psychoanalysis, Yale University Press, New Haven-London 1998, 12-15. La interpretacién del sentido de las experiencias 25 que, por un lado, para interpretar la experiencia se precisa un marco glo- bal, y, por otro, este marco global se adquiere en las mismas experien- cias. ¢Cémo es posible entonces? Para comprender esta mutua influencia es preciso tener en cuenta dos nuevos factores: en primer lugar, toda experiencia humana toca de- terminadas fibras de la persona, esto es, determinadas inclinaciones cuya estructura y finalidad vienen originalmente dadas en la misma na- turaleza. La experiencia del hambre, por ejemplo, puede interpretarse de muchas maneras, pero siempre transmitir4 algo esencial al hombre: la necesidad de alimentarse para seguir viviendo; la experiencia de la ale- grfa ante el éxito de un amigo puede interpretarse de muchas maneras, pero siempre reflejara la empatfa que posibilita la identificacién de la amistad. Por otro lado, toda interpretacién de las experiencias se da dentro de un entorno cultural que ha plasmado ya una determinada inter- pretaci6n del sentido de las experiencias en el modo de vida de tal sociedad, en la organizaci6n politica, econémica, familiar... y que lo transmite de generaci6n en generaci6n a través de las narraciones de acontecimientos histéricos o ficticios en donde tales experiencias ad- quieren un valor simbélico indudable, resaltando la excelencia humana que contienen, o la degradacién que implican. El nifio y el joven que en tal cultura crece recibe asf una primera mediacién cultural que le per- mite entender la experiencia que est viviendo a la luz de la experiencia y de la respuesta que a ella han dado otros sujetos reales o imaginarios. Es asf como el nifio podré ir interpretando qué respuesta dar a la expe- riencia de dolor que vive, o el joven a la experiencia de amor ante una mujer, o a la experiencia de ira ante la agresién de enemigos... Estas narraciones ayudan a la persona a darse cuenta de dimensiones de la experiencia que, en un principio, no parecian tan evidentes, ya que la atencién se fijaba simplemente en la inmediatez del dolor o del placer 0 de la rabia experimentada. La persona ahora, en la experiencia que vive, podra entender la co- rrespondencia del sentido y de los valores narrados en tales historias con las propias fibras de su ser, las inclinaciones humanas que se han desper- tado en la respuesta al impacto que una determinada realidad ha provo- cado en relacion a la excelencia que esconde, al bien humano. Pero la mediacién cultural no solo presenta en sus narraciones una primera interpretacién, sino que ofrece también, en el modo de organiza- cién social, una primera encarnacién practica de su sentido. De este modo ofrece un cauce de realizacién de su significado. Ahora bien, evidenciar la importancia de la mediaci6n cultural no comporta afirmar que toda interpretacié6n sea relativa a cada sociedad, 26 El destino del eros cayendo en la dificultad de una antropologia cultural incapaz de valorar y juzgar los modos como las diferentes culturas han vivido la experiencia del dolor, del amor o de la muerte. Ni las narraciones ni la misma organi- zaci6n social crean el significado de las experiencias, porque tal signifi- cado pertenece intrinsecamente a la misma experiencia. Lo que ellas fa- vorecen es que la persona, al ver en otros representada simbélicamente una experiencia similar, pueda reconocer el sentido humano de lo que est viviendo, la excelencia de respuesta a la que esta llamado y el peligro de una degradacién de su misma dignidad. Es asi como el nifio, ante las experiencias de dolor, de miedo, de soledad, de esperanza, de amor, de vergiienza encontrara en las historias narradas por sus padres un hori- zonte donde situar lo que esta experimentando, pudiendo dar una res- puesta adecuada. La dificultad que surge ante este hecho obvio del modo como el nifio va personalizando y adquiriendo su madurez estriba en que la me- diaci6n cultural puede tanto ayudar como dificultarle para situar ade- cuadamente la experiencia vivida en el marco de un horizonte ultimo y global. Un hecho patente es la poligamia, en la que la atraccién entre hombre y mujer es interpretada no principalmente como una cuestién de relacién de amor entre dos personas de igual dignidad, sino como una posibilidad de fecundidad para el varén en orden a adquirir poder y prestigio en la sociedad. Para un nifio que crezca en una cultura polt- gama, la experiencia de atraccién sexual recibiré esta primera media- ci6n cultural, con lo que tendra dificultad en descubrir su verdadero sentido personal. La experiencia amorosa ha recibido siempre una mediaci6n cultural. Es preciso tener en cuenta esta realidad del amor, que es siempre vivido en una forma encarnada, en un tiempo y en un lugar, sirviéndose de la mediaci6n simbélica que es relevante en tal sociedad. Ello no implica que la cultura lo determine, pero si que lo influya en un modo mas o me- nos decisivo segtin sean las personas. Histéricamente se aprecian asi di- versos modos culturales que han configurado la experiencia amorosa dentro de una sociedad, como pueden ser el amor cortés en el medioevo, o elamor romantico y el amor puritano en el siglo xix, 0 el amor liberado en el siglo xx, 0 el amor funcional en otras épocas... Percibir esta media- cién cultural en la propia experiencia de amor nos ayuda, por un lado, a relativizar la absolutez con la que se defienden determinadas dimensio- nes de la experiencia de amor y, por otro, a purificar y buscar con mds ahinco una adecuada y verdadera realizacién. 4 CE. la obra ya clasica de D. pz RouceMoNT, Lamour et l'oecident, Plon, Paris 1956. La interpretacion del sentido de las experiencias 27 ¢Cudles son las configuraciones culturales que median hoy la inter- pretaci6n de la experiencia amorosa?®. a) Interpretacion funcionalista Esta interpretacién ha vivido diversas formas a lo largo de la historia, pero en todas ellas comparte un mismo dato: el amor erético importa no por lo que es en s{ mismo, sino por la funcién que desarrolla de cara a la vida personal, 0 a la vida de la sociedad o de la especie. Se considera asf como esencial la dimension «transitiva» del amor, esto es, aquella dimen- sién que produce un efecto, una consecuencia, sea para la vida de la per- sona, sea para su entorno. La experiencia amorosa se valora, entonces, por cuanto sea concorde con la biologfa del ser humano y el natural de- sarrollo de sus funciones y procesos naturales, o por cuanto permita el desarrollo de la especie, o si favorece la vida social. El sentido del amor y de la sexualidad se encontraria asi en el fruto que produce: se justifica sea por la fecundidad, sea por la posibilidad de mantener unidas personas que desarrollen una funci6n en la sociedad, en la economfa, etc. Lo que es esencial es que el sexo, porque en esta vi- si6n se da un empobrecimiento de mirada concentrandose en lo genital, es visto como facultas generativa y el placer que la acompafia es la recom- pensa a la gravosa tarea de engendrar y educar los nifios. En la historia de la teologfa, durante el perfodo inmediatamente pos- terior al Concilio de Trento (siglo xvi), se configura una reflexién de la se- xualidad singular, ya que los libros que surgen para formar a los confeso- res, los manuales de teologfa moral, consideran el comportamiento sexual desde el punto de vista de su relacién con la ley divina, la cual tiene su equivalente humano en la ley bioldgica. Es as{ como, desde una vision biologicista, se atribuye el fin de la sexualidad a la generaci6n. Por otro lado, dentro de esta misma perspectiva, es necesario resaltar la interpretacién puritana, con sus rafces en el calvinismo y en el janse- nismo, y que va a excluir de la experiencia amorosa toda relaci6n al pla- cer, configurando una vivencia de la sexualidad marcada por un rigido sistema de normas morales en relacién con la funcionalidad de la sexua- lidad, teniendo fuerte valencia social. 5 Véase G. ANGELINI, «La teologia morale ¢ la questione sessuale. Per intendere la si- tuazione presentes, en C.LF, Uomo-donna. Progetto di vita, UECI, Roma 1985, 47-102; E. Ortiz, «Etica de la sexualidad y sociedad pluralista», en G. MARENGO-B. OGNIBENI, Dialoghi sul mistero nuziale, Studi offerti al Cardinale Angelo Scola, LUP, Koma 2003, (229.237. 28 El destino del eros Ahora bien, si es cierto que la sexualidad tiene una dimensié6n transi- tiva y que produce efectos fuera del sujeto, no es menos cierto que el amor y la sexualidad tienen en sf mismos un sentido también «inma- nente», por cuanto permanece en el sujeto y lo trasforma. Y lo tienen porque la experiencia amorosa implica a la persona, su interioridad y su libertad, y de esta manera no es solo el entorno el que se transforma, sino la persona como tal. Esto es, el acto de amor que implica la sexualidad supone una perfeccién intrinseca del sujeto que lo hace crecer como tal: Jo hace una buena persona o, al contrario, una mala persona. Por otro lado, es preciso entender que el sentido de la sexualidad y del impulso que conlleva no viene dado por su mera funcionalidad organica, ya que implica también una dimensién psicolégica, en la que su signifi- cado viene descubierto por la representacién mental y simbélica que de ella se hace el sujeto y que, en cierta manera, la constituye y configura, como ha mostrado la corriente psicoanalitica. La experiencia amorosa implica una funcionalidad con una estructura biolégica y fines precisos, pero no es esta funcionalidad la que configura solamente su sentido. Si bien es cierto que, en la actualidad, esta corriente de pensamiento no influye decisivamente en la mayorfa de la sociedad, sin embargo se aprecia su influjo en un tipo de argumentacién sobre el tema de la sexua- lidad que solo atiende al problema de la natalidad o, en otro orden de co- sas, al problema de la Cf. V. SoLoviEy, II significato dell’amore, La Casa di Matriona, Milano 1988, 93-95, © Cf. A. Sco1a, Identidad y diferencia. La relacién hombre-mujer, Encuentro, Madrid 1989.

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