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Cuentos para APRENDER a Jeer en la universidad Estrategias de comprensién lectora con enfoque constructivista Carlos Augusto Veldsquez ‘Seleccién, presentaci6n, notas y di* setio de actividades de comprensi6h Jectora ‘ec0_ediciones@yahoo.com Primera edicién, 2014 Segunds edicién, 2017 ‘Impreso en Guatemala Disofo de portada: Céear Quemé Revision: Cristina Fuentes de portadat Isabel Voldsques Fuentes Diagramaciéa® Carlos Augusto Velésques, Impfesibn: Miguel Guzman Indice Presentacién Carlos Augusto Velésquez, La piedra de la verdad Robert Louis Stevenson La joven Aurora y el nifio cautivo Dante Liano. La ptodigiosa tarde de Baltazar Gabriel Garcia Marquez. Exposicién de la carta del eané Bornardo Atxaga .. La puerta del cielo Luis de Lién La rama seca Ana Maria Matute, No hay elvido ‘Ana Maria Rodas. El ruido de un trueno Ray Bradbury. Presentacion Carlos Augusto Velisquez Quienes nos dedicamos a la docencia, cohoce- mos muy bien el fendmeno: recibimos alumnoé con capacidad lectora muy limitada. De acuerdo can los teéricos, muchos de los estudiantes universithrios son analfabetas funcionales: pueden decodificar le tras, palabras y pdginas, pero dificilmente sof ca~ paces de relacionar lo lefdo con su realidad, cohoci- mientos previos y expectativas de aprendizaje. Lo anterior cobra especial vigencia si se toma en cuenta el mundo hiper informado en el que vivi- mos. Cada vez los estudiantes “aprenden” mas de lo que reciben en las redes sociales o bajan de inter- net, aunque dificilmente disciernen entre lo bueno y lo malo de lo aprendido. El estudiante tiene més ‘acceso a fuentes infinitas de contenidos, por lo que el profesor ha dejado de ser ese viejo sabio, poseedor exclusivo del conocimiento. Bien encausado, el fenémeno resultaria de mu- cha ventaja: nunca antes tuvimos tantas bibliote- cas virtuales con acceso inmediato. Lo triste es que, hasta ahora, ha resultado el efecto contrario’ loé es tudiantes, con escasas herramientas intelectuales para seleccionar la informacién de calidad, se ¢on- forman con copiar y pegar el primer contenido que encuentren sin siquiera leerlo ni mucho menos di- gerirlo. No les hemos dados los instrumentos nece- sarios para distinguir entre los datos buenos y los malos; tampoco desarrollamos estrategias efectivas para que la informacién sea procesada adecuada- mente. Por otra parte, est4 generalizado el error de orger que la ensefianza de la lectura es exclusiva de Jog cursos de comunicacién, lenguaje o literatura. Com bien subemus, lu lectura es una actividad que acompaiia a todas las materias es la fuente primor- dial para la adquisicién de conocimientos en todos los dmbitos disciplinares. Gracias al ilimitado acceso a la informacién que el'alumno posee, el papel del docente, en cualquier ria, no debe ser ya el de transmitir los conte~ ‘dos curriculares. Por supuesto, ello no implica de- jay de desarrollar los temas establecidos. Ms bien, significa desplazar el énfasis de la transmisién de ‘conocimientos hacia el desarrollo de estrategias di- d§cticas que permitan a los alumnos adquirir los sqberes por su propia cuenta. El profesor debe ahora, més que nunca, ense~ figr a leer los contenidos de su curso. El cambio puede parecer sutil, pero es radical. Con tantas fuentes a su alcance, el estudiante necesita domi- nar estrategias lectoras efectivas que le permitan digcernir entre la informacién apropiada y la que nq, Se debe hacer énfasis especial en la investiga cign, la basqueda de fuentes, la seleccién de los da- top significativos, eteétera. Y esto, para todos los cursos. El sarcasmo implicito en el titulo de esta anto- logia no pretende ser una critica para los estudian- tes ellos solo son las victimas de un sistema educa- tivo obsoleto. Mas bien, busca invitar a la reflexién 8 profunda para que los profesores tomemos concien cia sobre la necesidad de superar el analfabetismo funcional aludido en pérrafos anteriores. Iniciaios con una cuidadosa selecci6n de cuen- tos. Para cualquier curso, el primer objetivo do- cente debe ser el de despertar el interés en el alumno, Por ello, en este caso nos dimos a la tarea de buscar, entre cientos de historias, aquellas que pudieran resultar atractivas para un lector poco adicto a la lectura. Ademas de ese primer criterio, se siguié el de la calidad estética de los cuentos se- leccionados, De ahi la presencia exclusiva de gran- des escritores en los ambitos nacional, hispanoame- ricano y niundial. “ Tras la seleccién de cuentos, siguié un riguroso proceso de redaccién de actividades de compren- sién. Para ello, en esta segunda edicién nos basa~ mos en las criterios emanados de la prueba PISA (Programa para la Evaluacién Internacional de Alumnos, por sus siglas en inglés). Se trata de una prueba ‘aplicada a estudiantes egresados del nivel media en los paises desarrollados. PISA evaliia tres niveles de comprensién lec- tora: obtener informacién; integrar e interpretar: y reflexionar y evaluar. En seguida explicamos en qué consiste cada uno de ellos. + Obtener informacién. Se trata de aprender a re- parar en los datos mAs relevantes de la respec” tiva historia. Las primeras actividades fueron di- sefiadas para que el lector repare en los datos fundamentales del cuento. + Integrar e interpretar. Persigue que el lector sea capaz de integrar la historia leida y ccastruir 9 una interpretacién valida. Las actividades de in- tegracién buscan evaluar si se ha comprendido la coherencia del texto y la concatenaci6n de las acciones narradas. Algunas, persiguen que el lector infiera la relacién que existe entre diferen- tes partes; otras, motivan la elaboracién de un. resumen; unas més, plantean el reto de inferir Similitudes ¥ diferencias entre elementos distin- + Roflexionar y evaluar. Este es el nivel més alto de la competencia lectora. Implica la-necesidad de recurrir a conocimientos que el lector debe po- seer antes de leer el cuento, de acuerdo con su nivel educativo. Las ltimas actividades para cada cuento plantean al lector el reto de confron- tar la lectura realizada con la realidad propia. De abi que se apele constantemente a la necesi- dad de investigar, externar un punto de vista, construir finales diferentes a partir de marcos de referencia distintos, eteétera. Esta antologia fue disefiada especialmente Para estudiantes de Derecho. Por ello, general- mente la tltima, actividad de cada historia plantea a necesidad de investigar o refrescar algunos prin- cipios generales desarrollados en los cursos de in- troduccién al derecho. El objetivo es que los estu- diantes sean capaces de vincular los conocimientos te6ricos adquiridos en dicho curso con las realida- des planteadas en cada cuento. Por suptiesto, lo an- terior no obsta para que esta antologia pireda servir en otros Ambitos académicos. 10 El gato negro + Edgar Allan Poe No espero ni pido que alguien crea en el ektraiio aunque simple relato que me dispongo a edecrit Loco estaria si lo esperara, cuando mis sentidos re~ chazan su propia evidencia. Pero no estoy loto y sé muy bien que esto no es un suefio. Mafiana voy a morir y quisiera aliviar hoy mi alma. Mi propésito inmediato consiste en poner de manifiesto, simple, sucintamente y sin comentarios, una serie de epi- sodios domésticos. Las consecuencias de esos bpiso- dios me han aterrorizado, me han torturado y, por fin, me han destruido. Pero no intentaré explicar- los. Si para mi han sido horribles, para otros resul- tarén menos espantosos que barrocos. M4é ade- lante, tal vez, apareceré alguien cuya inteligencia reduzca mis fantasmas a lugares comunes; uha in- teligencia més serena, més légica y mucho thenos excitable que la mia, capaz de ver en las cifcuns- tancias que temerosamente describiré, una vulgar sucesién de causas y efectos naturales. Desde la infancia me destaqué por la docllidad y bondad de mi cardcter. La ternura que abrigaba mi coraz6n era tan grande que legaba a conver- tirme en objeto de burla para mis compafieros. Me gustaban especialmente los animales, y mis padres me permitian tener una gran variedad. Pasaba a su lado la mayor parte del tiempo, y jamas me sentia més feliz que cuando les daba de comer y los acari- ciaba. Este rasgo de mi caracter crecié conmigo y, uw cuando Hegué a la virilidad, se convirtié en una de mis principales fuentes de placer. Aquellos que al- guna vez han experimentado carifio hacia un perro fiel y sagaz no necesitan que me moleste en expli- carlgs la naturaleza o la intensidad de la retribu- cién que recibia. Hay algo en el generoso y abne- gadg amor de un animal que lega directamente al coragén de aquel que con frecuencia ha probado la falsq amistad y la frégil fidelidad del hombre. Me casé joven y tuve la alegria de que mi esposa compartiera mis preferencias. Al observar mi gusto por lps animales domésticos, no perdia oportunidad de procurarme los més agradables deentre ellos. ‘Ten{amos pajaros, peces de colores, un hermoso pe- tro, ponejos, un monito y un gato. Este iiltimo era un animal de notable tamafio y hermosura, completamente negro y de una sagaci- dad psombrosa. Al referirse a su inteligencia, mi mujgr, que en el fondo era no poco supersticiosa, aludfa con frecuencia a la antigua creencia popular de que todos los gatos negros son brujas metamor- foseadas. No quiero decir que lo creyera seria- mente, y solo menciono la cosa porque acabo de re~ cordgria. Plutén tal era el nombre del gato- se habia convertido en mi favorito y mi camarada. Solo yo le daba de comer y él me seguia por todas partes en casa. Me costaba mucho impedir que anduviera tras de mien la calle. Nuestra amistad dur6 asi varios afios, en el cursa de los cuales (enrojezco al confesarlo) mi tem- Peramento y mi cardcter se alteraron radicalmente Por cplpa del demonio, Intemperancia. Dia a dia me 12 ee fui volviendo m&s melancélico, irritable e indife- rente hacia los sentimientos ajenos. Llegué, in- cluso, a hablar descomedidamente a mi mujer y ter miné por infligirle violencias personales. Mis favo- ritos, claro esté, sintieron igualmente el cambio de mi cardcter. No solo los descuidaba, sino que llegué a hacerles dafio. Hacia Plutén, sin embargo, con- servé suficiente consideracién como para abste- nerme de maltratarlo, cosa que hacia con los cone- jos, el mono y hasta el perro cuando, por casualidad ‘© movidos por el afecto, se cruzaban en mi camino. Mi enfermedad, empero, se agravaba -pues, {qué enfermedad es comparable al alcohol?-, y final- mente el mismo Plutén, que ya estaba viejo y, por tanto, algo enojadizo, empez6 a sufrir las conse- cuencias de mi mal humor. ‘Una noche en que volvia a casa completamente embriagado, después de una de mis correrias por la ciudad, me parecié que cl gato evitaba mi presen- cia. Lo aleé'en brazos, pero, asustado por mi violen- , me mordié ligeramente en la mano. Al punto se apoderé de mi una furia demoniaca y ya no supe lo que hacia. Fue como si la raiz de mi alma se cepa-(a) rara de golpe de mi cuerpo; una muldad m4s que diabélica, alimentada por la ginebra, estremecié cada fibra de mi ser. Sacando del, bolsillo del cha- leco ‘urr cortaplumas, lo abri mientras sujetaba al pobre animal por el peseuezo y, deliberadamente, le hice saltar un ojo. Enrojezco, me abraso, tiemblo mientras escribo tan condenable atrocidad. Cuando la razén retorné con la mafiana, cuando hube disipado en el sueiio los vapores de la orgia nocturna, sentf que el horror se mezclaba con el remordimiento ante el crimen cometido; pero mi 8 sentimiento era débil y ambiguo, no alcanzaba a in: teresar al alma. Una vez m4s me hundjen los exce- ‘808 y muy pronto ahogué en vino los recuerdos de lo sucedido. 5 El gato, entretanto, mejoraba poco a poco. Cierto que la érbita donde faltaba el ojo presentaba un horrible aspecto, pero el animal no parecia sufrir ya. Se paseaba, como de costumbre, por la casa, aungue, como es de imaginar, huia aterrorizado al verme. Me quedaba atin bastante de mi antigua manera de ser para éentirme agraviado por la evi- dente antipatia de un animal que alguna vez me habia querido tanto. Pero ese sentimiento no tard6 en ceder paso a la irritacién. Y entonces, para mi cafda final e irrevocable, se presenté el espfritu de la porversidad. La filosofia no tiene en cuenta a este espiritu; y, sin embargo, tan seguro estoy de que mi alma existe como de que la perversidad es uno de os impulsos primordiales del coraz6n humano, una de las facultades primarias indivisibles, uno de esos sentimientos que dirigen el cardcter del hombre. éQuién no se ha sorprendido a si mismo cien veces en momentos en que cometia una accién tonta o malvada por la simple razén de que no debia come- terla? {No hay en nosotros una tendencia perma- nente, que enfrenta descaradamente al buen sen- tido, una tendencia a transgredir lo que constituye 1a Ley por el solo hecho de serlo? Este espiritu de perveraidad se present6, como he dicho, en mi caida final. Y el insondable anhelo que tenia mi alma de vejarse a s{ misma, de violentar su propia natura- leza, de hacer mal por el mal mismo, me-incité a continuar y, finalmente, a consumar el suplicio que habfa infligido a la inocente bestia. Una mafiana, 5 “4 obrando a sangre fria, le pasé un lazo por el pes- cuezo y lo ahorqué en la rama de un arbol fo ahor~ qué mientras las légrimas manaban de mis ojos y el més amargo remordimiento me apretaba el cora- z6n; lo ahorqué porque recordaba que mé habia querido y porque estaba seguro de que no me habia dado motivo para matarlo; lo ahorqué porque sabia que, al hacerlo, cometia un pecado, un pecatlo mor- tal que comprometeria mi alma hasta Ievarla -si ello fuera posible més all4 del alcance de 1a infi- nita misericordia del Dios mds misericorlioso y mis terrible. La noche de aquel mismo dia en que contet{ tan cruel accién me despertaron gritos de: “iIndendio!” Las cortinas de mi cama eran una llama viva y toda la casa estaba ardiendo. Con gran dificultad pudi- mos escapar de la conflagracién mi mujer, un sir- viente y yo. Todo quedé destruido. Mis bienes terre- nales se perdieron y desde ese momento tuve que resignarme a la desesperanza. No incurriré en la debilidad de estableter una relacién de causa y efecto entre el desastre y mi cri- minal accién. Pero estoy detallando una cadena de hechos y no quiero dejar ningtin eslabn incom: pleto. Al dia siguiente del incendio acudi a visitar as ruinas. Salvo una, las paredes se habian desplo- mado. La que quedaba en pie era un tabique divi- sorio de poco espesor, situado en el centré de la casa, y contra el cual se apoyaba antes la cabecera de mi lecho. El enlucido habia quedado a salvo de la accién del fuego, cosa que atribui a su reciente aplicacién. Una densa muchedumbre habiase reunido frente a la pared y varias personas pare- cfan examinar parte de la misma con gran atencién 15 a y detalle. Las palabras “jextrafio!, jcurioso!” y otras similares excitaron mi curiosidad. Al aproximarme vi que en la blanca superficie, grabada como un ba- jorrelieve, aparecia la imagen de un gigantesco gato. Elcontorno tenia una nitidez verdaderamente maravillosa. Habia una soga alrededor del pes- cuego del animal. Al descubrir esta aparicién ~ya que no podia congiderarla otra cosa— me senti dominado por el asombro y el terror. Pero la reflexién vino luego en mi ayuda. Recordé que habia ahorcado al gato en un jardin contiguo a la casa. Al producirse la alayma del incendio, la multitud habia invadido in- mediatamente el jardin: alguien debié de cortar la soga y tirar al gato en mi habitaci6n por la ventana abigrta. Sin duda, habfan tratado de-despertarme en gsa forma. Probablemente la caida de las pare- des omprimié a la victima de mi crueldad contra el enlycido recién aplicado, cuya cal, junto con la ac: cién de las Hamas 'y el amoniaco del cadaver, pro- dujq la imagen que acababa de ver. i bion en esta forma quedé satisfecha mi ra- z6n, ya que no mi conciencia, sobre el extraiio epi- sodip, lo ocurrido impresioné profundamente mi imaginacién. Durante muchos meses no pude li- branme del fantasma del gato, y en todo ese tiempo domjné mi espiritu un sentimiento informe que se paracia, sin serlo, al remordimiento, Llegué al punto de lamentar la pérdida del animal y buscar, en lgs viles antros que habitualmente frecuentaba, algan otro de la misma especie y apariencia que pu: diera ocupar su lugar. . ‘Yna noche en que, borracho a medias, me ha- Iaba en una taberna més que infame, reclamé mi 16 atencién algo negro posado sobre uno de los enor- mes toneles de ginebra que constitufan el principal moblaje del lugar. Durante algunos minutos lrabia estado mirando dicho tonel y me sorprendié no ha- ber advertido antes la presencia de la mancha ne- gra en lo alto. Me aproximé y la toqué con la mano. Era un gato negro muy grande, tan grande como Plutén y absolutamente igual a este, salvo un deta Ue. Plutén no tenfa el menor pelo blanco en el cuerpo, mientras este gato mostraba una vasta aunque indefinida mancha blance que le cubria casi todo el pecho. Al sentirse acariciado se enderezé pronta mente, ronroneando con fuerza, se froté contra mi mano y parecié encantado de mis atenciones. Aca~ baba, pues, de encontrar el animal que precisa mente andaba buscando. De inmediato, propuse st compra al tabernero, pero me contesté que el ani- mal no era suyo y que jamés lo habia visto antes ni sabia nada de él. Continué acariciando al gato y, cuando me dis ponia a volver a casa, el animal parecié dispuesto a acompafiarme. Le permiti que lo hiciera, detenién- dome una y otra vez para inclinarme y acariciarlo. Cuando estuvo en casa, se acostumbré a ella de in- mediato y.se convirtié en el gran favorito de mi mu- jer Por mi parte, pronto senti nacer en mi una an- tipatia hacia aquel animal. Era exactamente lo con- trario de lo que habia anticipado, pero -sin que pueda decir emo ni por qué~su mareado cariiio por m{ me disgustaba y me fatigaba. Gradualmente, el sentimiento de disgusto y fatiga crecié hasta alcan- zar la amargura del odio. Evitaba encontrarme con 17 el animal; un resto de vergitenza y el recuerdo de mi crueldad de antafio me vedaban maltratarlo. ‘Durante algunas semanas me abstuve de pegarle o de hacerlo victima de cualquier violencia; pero gra~ dualmente -muy gradualmente- legué a mirarlo con inexpresable odio y a huir en silencio de su de~ testable presencia, como si fuera una emanaci6n de la peste. Lo que, sin duda, contribuyé a aumentar mi odio fue descubrir, a la mafiana siguiente de hax berlo traido a casa, que aquel gato, igual que Plu- t6n, era tuerto. Esta circunstancia fue precisa” mente la que lo hizo més grato a mi mujer, quien, ‘como ya dije, poseia en alto grado esos. sentimientos humanitarios que alguna vez habian sido mi rasgo distintivo y la fuente de mis placeres més simples y més puros. El carifio del gato por mi parecia aumentar en el mismo grado que mi aversi6n. Seguia mis pasos ‘con una pertinencia que me costaria hacer entender al lector. Dondequiera que me sentara venia a oviv arse bajo mi silla o saltaba a mié rodillas, pro gandome sus odiosas caricias. Si echaba a caminar, se metia entre mis pies, amenazando con hacerme caer, o bien clavaba sus largas y afiladas ufias en mis Topas, para poder trepar hasta mi pecho. En ‘esos momentos, aunque ansiaba aniquilarlo de un solo golpe, me sentia paralizado por el recuerdo de mi primer crimen, pero sobre todo ~quiero confe~ sarlo ahora mismo- por un espantoso temor al ani- mal. ‘Aquel temor no era precisamente miedo de un mal fisico y, sin embargo, me seria-imposible defi- nirlo de otra manera. Me siento casi avergonzado 18 $$$ de reconocer, sf, atin en esta celda de crimindles me siento casi avergonzado de reconocer que el terror, el espanto que aquel animal me inspiraba, era in’ tensificado por una de las més insensatas quimeras que seria dado concebir. Mas de una vez mi mujer me habia llamado la atencién sobre la forma de la mancha blanca de la cual ya he hablado, y que cons” tituia la tinica diferencia entre el extrafio ahimal y el que yo habia matado. El lector recordaré que esta ‘mancha, aunque grande, me habia parecido al prin” cipio de forma indefinida; pero gradualménte, de manera tan imperceptible que mi raz6n luch6 du- rante largo tiempo por rechazarla como fantéstica, Ja mancha fue asumiendo un contorno de rigurosa precisién. Representaba ahora algo que me estre: jmezco al nombrar, y por ello odiaba, tem{a y hu: biera querido librarme del monstruo si hubiese sido capaz de atreverme; representaba, digo, la imagen de una cosa atroz, siniestra..., jla imagen del pati: bulo! jh ligubre y terrible maquina del horror y del crimen, de la agonia y de la muerte! Me senti entonces mas miserable que todas las miserias humanas. jPensar que una bestia, cuyo se° mejante habia yo destruido desdefiosamehte, una bestia era capaz de producir tan insoporthble an gustia en un hombre creado a imagen y semejanza de Dios! jAy, ni de dia ni de noche pude ya gozar de Ia bendici6n del reposo! De dia, aquella criatura no me dejaba un instante solo; de noche, despertaba hora a hora de los mas horrorosos suefios, para sen” tir el ardiente aliento de la cosa en ‘mi rostro y su torrible peso ~pesadilla encarnada de la que no me era posible desprenderme- apoyado eternamente sobre mi corazin. 19 Bajo el agobio de tormentos semejantes, su- cumbié en mi lo poco que me quedaba de bueno. Solo los malos pensamientos disfrutaban ya de mi intimidad: los mas tenebrosos, los m&s perversos Pensamientos. La melancolfa habitual de mi humor ¢recié hasta convertirse en aborrecimiento de todo Jo que me rodeaba y de la entera humanidad; y mi bre mujer, que de nada se quejaba, Ilegé a ser la Rabitual ypaciente vietime ae les repentinos y fre- fuentes arrebatos de ciega célera a que me abando- naba. Cierto dia, para cumplir una tarea doméstica, ‘me acompaiié al sétano de la vieja casa donde nues- ra pobreza nos obligaba a vivir. El gato me siguié mientras bajaba la empinada escalera y estuvo a punto de tirarme cabeza abajo, lo cual me exasperé hasta la locura. Alzando un hacha y olvidando en mi rabia los pueriles temores que hasta entonces abfan detenido mi mano, descargué un golpe que hubiera matado instanténeamente al animal de ha- herlo alcanzado. Pero la mano de mi mujer detuvo u trayectoria. Entonces, levado por su interven: qién a una rabia més que demonfaca, me zafé de su abrazo y le hundi el hacha en la cabeza. Sin un solo quejido, cayé muerta a mis pies. Cumplido este espantoso asesinato, me entre- gué al punto y con toda sangre fria a la tarea de opultar el cadaver. Sabfa que era imposible sacarlo de casa, tanto de dia como de noche, sin correr el resgo de que algiin vecino me observara. Diversos Rroyectos cruzaron mi mente. Por un momento pensé en descuartizar el cuerpo y quemar los peda- 79s. Luego se me ocurrié cavar una tumba en el piso del sotano. Pensé también si no convenia arrojar el 20 cuerpo al pozo del patio o meterlo en un cajén, como si se tratara de una mercaderia comén, y amar a un mozo de cordel para que lo retirara de casa. Pero, al fin, di con lo que me parecié el mejor expe" diente y decidi emparedar el cadaver en el s6tano, tal como se dice que los monjes de la Edad Media emparedaban a sus victimas. El's6tano se adaptaba bien a este propésito. ‘Sus muros eran de material poco resistente y esta- ban recién revocados con un mortero ordinario, que la humedad de la atmésfera no habia dejado endu- recer. Adems, en una de las paredes se veia la sa liencia de una falsa chimenea, la cual habia sido re Meniada y tratada de manera semejante al resto del sétario. Sin lugar a dudas, seria muy facil sacar los ladrilos en esa parte, introducir el cadaver y tapar el agujero como antes, de manera que ninguna mi- rada pudiese descubrir algo sospechoso. No me equivocaba en mis célculos. Fécilmente saqué los Jadrillos con ayuda de una palanca y, luego de colocar cuidadosamente el cuerpo contra la pared interna, lo mantuve en esa posici6n mientras aplicaba de nuevo la mamposteria en eu forma ori- ginal. Después de procurarme argamasa, arena y cerda, preparé un enlucido que no se distinguia del anterior y revoqué cuidadosamente el nuevo enla- drillado. Concluida la tarea, me sent{ seguro de que todo estaba bien. La pared no mostraba la menor sefial de haber sido tocada. Habia barrido hasta el menor fragmento de material suelto. Miré en torno, triunfante, y me ‘Aqui, por lo menos, no he tra- bajado en vano”. Mi paso siguiente consistié en buscar a la bes- tia causante de tanta desgracia, pues al final me 21 habia decidido a matarla. Si en aquel momento el gato hubiera surgido ante mi, su destino habria quedado sellado, pero, por lo visto, el astuto. animal, alarmado por la violencia de mi primer acceso de célera, se cuidaba de aparecer mientras no cam- biara mi humor. Imposible describir 0 imaginar el Profundo, el maravilloso alivio que la ausencia de Ja detestada criatura trajo a mi pecho. No se pre- senté aquella noche, y asi, por primera vez desde su llegada a la casa, pude dormir profunda y tranqui- Jamente; si, pude dormir, aun con el peso del crimen sobre mi alma. Pasaron el segundo y el tercer dia y mi ator: mentador no tolvia. Una vez mas respiré como un hombre libre. jAterrado, el monstruo habia huido de casa para siempre! jYa no volveria a contem: plarlo! Gozaba de una suprema felicidad, y la culpa de mi negra accién me preocupaba’ muy poco. Se Practicaron algunas averiguaciones, a las que no me cost6 mucho responder. Incluso hubo una per: quisicién en la casa; pero, naturalmente, no se des- cubsié nada. Mi tranguilidad futura me parecia asegurada. Alcuarto dia del asesinato, un grupo de policias se presenté inesperadamente y procedié a una nueva y rigurosa inspeccién. Convencido de que mi escondrijo era impenetrable, no senti la mas leve inquietud. Los oficiales me pidieron que los acom- Pafiara en su examen. No dejaron hueco.ni rincén sin revisar. Al final, por tercera o cuarta vez, baja- ron al sétano. Los segui sin que me temblara un solo misculo. Mi coraz6n latia tranquilamente, como el de aquel que duerme en Ia inocencia. Me paseé de un lado al otro del sétano. Habia cruzado * 22 los brazos sobre el pecho y andaba tranquilamente de aqui para alld. Los policias estaban completa- mente satisfechos y se disponian a marcharse. La alegria de mi corazén era demasiado grande para reprimirla, Ardia en deseos de decirles, pot lo me~ nos, una palabra como prueba de triunfo y confir- mar doblemente mi inocencia. —Caballeros ~dije, por fin, cuando el grupo subja la escalera-, me alegro mucho de haber disi- pado sus sospechas. Les deseo felicidad y un poco més de cortesia. Dicho sea de paso, caballerés, esta casa est4 muy bien construida... (En mi frenético deseo de decir alguna cosa con naturalidad, casi no me daba cuenta de mis palabras). Repito que es una casa de excelente construccién. Estas paredes... iva se marchan ustedes, caballeros?... tienen uda gran solidez, YY entonces, arrastrado por mis propias brava- tas, golpeé fuertemente con el bastén que llevaba en la mano sobre la pared del enladrillado tras de la cual se hallaba el cadaver de la esposa dé mi co- razén. iQue Dios me proteja y me libre de las garras del archidemonio! Apenas habia cesado el eco de mis golpes cuando una voz respondié desde dentro de la tumba. Un quejido, sordo y entrecortado al co- mienzo, semejante al sollozar de un nifio, que luego crecié rapidamente hasta convertirse en un largo, agudo y continuo alarido, anormal, como inhu: mano, un aullido, un clamor de lamentaci6n, mitad de horror, mitad de triunfo, como solo puede haber brotado en el infierno de la garganta de los tonde- nados en su agonia y de los demonios exultanites en la condenacién. 23 Hablar de lo que pensé en ese momento seria locura. Presa de vértigo, fui tambaleandome hasta la pared opuesta. Por un instante el grupo de hom: bres en la escalera quedé paralizado por el terror. Imego, una docena de robustos brazos atacaron la Ppred, que cayé de una pieza. El cadaver, ya muy corrompido y manchado de sangre coagulada, apa recié de pie ante los ojos de los espectadores. Sobre su cabeza, con la roja boca abierta y el tinico ojo como de fuego, estaba agazapada la horrible bestia cuya astucia me habia inducido al asesinato y cuya voz delatadora me entregaba al verdugo. jHabia emparedado al monstruo en la tumba! Prueba de comprension lectora Elgato negro {Nombre Clave / carné + Seccién_ 1. Localice, a lo largo del cuento, seis pérrafos que puedan resumir lo que ocurre en la historia. * -Asigne una letra, (a, b, ¢, e, fg, h, i,j) segdn el orden en que ocurrieron los sucesos. Colo- que cada letra en el margen externo del res- pectivo parrafo, tal como muestra el ejemplo de la pagina 13. * Asigne un nombre que exprese lo narrado en cada parrafo. El primero puede servirle de ejemplo. a. Elgato quedatuertp be © a e. rpms ope " + i. 25 2, A continuacién encontraré algunas frases, toma das directamente del cuento. Localice y subraye cada fragmento. Basado en el contexto de cada frase, explique qué quiso expresar el narrador. a. Maiiana voy a morir y quisiera aliviar hoy mi alma. = a ————— Bb. cuando Hegué a Ia virilidad, se convirtié en una de mis principales fuentes de placer. ee a ©. mi temperamento y mi cardcter se alteraron radicalmente por culpa del demonio. i 4. su marcado caritio por mf me disgustaba y me fatigaba ee ¢. alia en esta celda de criminales me siento casi avergonzado se a 26 3. Dibuje una escona en donde se aprecie el final. 4. Investigue acerca de los efectos del alcoholismo en quienes padecen dicha enfermedad. a. Escriba acd una sintesis de lo investigado. b. Las reacciones del protagonista se deben di- rectamente al consumo del alcohol o puede influir algdn otro aspecto paranormal? 27 5. Consulte el Cédigo Penal, Basado en los datos ofrecidos por el narrador, complete o conteste. a. Delito b. Supuesto juridico ¢. Consecuencia juridica d. Entreviste a dos abogados. Pregiinteles si po- dria existir atenuantes que favorezcan al pro- tagonista. Grabe la entrevista y copie ense- guida lo medular de la respuesta tbogado A Nombre Respuesta ra Nombre Respuesta, 28 La piedra de la verdad Robert Louis Stevenson + Elsoberano era un hombre respetado en todo el mundo; su sonrisa apacible mostraba que vivia, efectivamente, a cuerpo de rey; pero en su interior su alma era pequefia y mezquina como tina arve- jita, Tenia dos hijos: el menor era de su agrado, pero temia al mayor. Una mafiana sonaron los tambores en el castillo, y el rey partié con sys hijos a caballo, seguido por una importante escolta. Marcharon por dos horas hasta llegar al pie de una montafia os- cura, zhuy escarpada y casi sin vegetacién. —iHacia dénde vamos? —pregunté el hijo ma- yor. —Atravesaremos esa montafia —dijo el rey, y sonrié para sf. . —Mi padre sabe lo que hace —replicé el hijo menor. Cabalgaron dos horas més, hasta legar a ori- Ilas de un rio negro qué era increfblemente pro- fundo. —iAdénde vamos? —pregunté el mayor. —Cruzaremos el rio negro —dijo el rey, y oculté una sonrisa. i padre sabe lo que hace —dijo el menor. 29 Luego de cabalgar todo el dia, con las tiltimas Juces del atardecer, legaron al borde de un lago, dgnde se alzaba un castillo. —Ese es nuestro destino —dijo el rey—, es la morada de un rey que también es sacerdote; en esa casa aprenderdn cosas muy importantes. El sefior de la casa —que era rey y también sa- cerdote—los aguardaba en la entrada. Era un hom" bre de aspecto solemne. A su lado estaba su hija? tenia la belleza del amanecer, la sonrisa suave y los p&rpados entornados con recato. —Estos son mis dos hijos —dijo el primer rey. —Y esta es mi hija dijo el rey que era también sacerdote. —Es una doncella muy hermosa y delicada. — continué el primer rey—, y me agrada la manera como sonrie, —Tus hijos son gallardos —respondié el se- gundo rey—, y me gusta su seriedad. Los dos reyes se miraron y se dijeron: “Puede que esto resulte bien”. Entretanto, ambos jévenes contemplaban a la doneella. Uno de ellos palidecié y el otro se ruboriz6, mientras ella miraba hacia abajo y sonreia. —Esta es la doncella con la que me voy a casar —dijo el hermano mayor—, pues creo que me ha sonreido. 5 Pero el menor tomé al padre del brazo. —Padre —dijo—, permiteme decirte una pala- bra al ofdo* si cuento con tu apoyo y aprobacién, {no 30 podria ser yo quien se casara con la doncella, puesto que me parece que es a mia quien sonrie? —Y yo te digo —contesté el rey, su padre—: la paciencia asegura una buena caceria, y guardar si- lencio es signo de prudencia. Entraron en el castillo y fueron agasajadds con un festin. La casa era hermosa e imponente y los jévenes quedaron maravillados. El rey que e#a sa- cerdote estaba sentado en la cabecera de la mesa y permanecia en silencio, asi que los jévenes mantu- vieron una actitud reverente. La doncella les servia con su discreta sonrisa, de modo que el corazbn de Jos jévenes se colmaba de amor. Cuando el mayor se levanté al amanecer, en- contré a la doncella hilando, puesto que la joveh era habil y diligente. —Doncella —le dijo—, quiero casarme conttigo. —Debes hablar con mi padre —respohdié, mientras miraba hacia abajo sonriendo, y lucia como una rosa. "Su corazén me pertenece”, se dijo el hijo mayor y, cantando, se encaminé hacia el lago. Poco después llegé el hijo menor. —Doncella —le dijo—, si nuestros padrés lo aprueban, mucho desearia casarme contigo. —Puedes hablar con mi padre —respondié ella. Miré hacia abajo, sonrié y florecié como una rosa. "Es una joven respetuosa de su padre", se dijo el menor. "Sera una esposn obediente”. Y entohces pens6: "ZQué debo hacer?”. 31 Recordé que el rey, su padre, era sacerdote, asi jue se dirigié hacia el templo y sacrificé una coma Uejay una licbre. Répidamente se propagaron las noticias: los os jévenes y el primer rey fueron convocados ante gl rey que también era sacerdote, quien los aguar- daba sentado en su trono. —Poco me importan bienes y posesiones —dijo el rey que también era sacerdote—, y poco el poder. Pues nuestra vida transcurre entre las sombras de Jas cosas y el corazén esté hastiado del viento. Pero hay una cosa que amo, y esa es la verdad. ¥ solo por yna cosa entrogaré a mi hija, y esa es la piedra de Ip verdad. Porque al reflejarse en esa piedra, las gpariencias se esfuman y se ve la esencia del ser, y todo lo demas carece de valor. Por lo tanto, jévenes, gi desean desposar a mi hija, vayan en busca de esa Biodra y tréiganmela porque ese es el precio por q —Padre, permiteme decirte una palabra al oido dijo el menor a su padre—. Creo que podriamos 4grreglarnos muy bien sin esa piedra, —Y yo te digo—respondié el padre—: comparto tu idea, pero guardar silencio es lo més prudente — y le sonrié al rey que también era sacerdote. Pero el hijo mayor se dispuso a partir y se diri- aa al rey que era sacerdote con el nombre de “pa- —Ya sea que despose o no a tw hija, me permi- tiré amarte con ese nombre por amor a tu sabidu- xfa, y de inmediato saldré a recorrer el mundo en busca de esa piedra. 32 Se despidié y se lanzé a cabalgar por los cuatro vientos.. —Creo que yo haré lo mismo, padre, si tengo tu permiso, pues esa doncella esté en mi corazén. —Ti vendrés a casa conmigo —respondié el pa- dre. De modo que cabalgayon de regreso a su hogar: al egar al castillo, el rey guio a su hijo hacia la estancia donde guardaba sus tesoros. —He aqui —dijo el rey—la piedra que muestra la verdad, pues no hay otra verdad que la simple verdad, y si te miras en ella, te verds tal como eres. EI hijo menor se miré en ella, y vio su rostro como el de-un joven imberbe, y se sintié muy com: placido, ya que la piedra era también un espejo. —No se trata de algo tan especial que merezca un gran esfuerzo —dijo—, pero si me permite des- posar a la doncella, bienvenido sea. {Qué tonto es mi hermano! jSale a recorrer el mundo buscando algo que esté en su propia casa! Y asi fue que cabalgaron de regreso hacia el castillo y le mostraron el espejo al rey que era sa cerdote. Cuando se hubo mirado en el espejo y se vio a si mismo como rey y a su castillo y a su trono tal como eran, comenzé a bendecir a Dios a viva voz, y dijo: —Ahora sé que no hay otra verdad més que la simple verdad, que soy en realidad un rey, aunque mi corazén me lenaba de dudas. 33 Y mandé destruir su templo y construir uno nuevo, y el hijo menor del primer rey se cas6 con la doncella. . Mientras tanto, el hijo mayor recorria el mundo en busca de Ja piedra de la verdad; cada vez que Iegaba a un paraje habitado, preguntaba a los lu- garefios si habfan ofdo hablar de aquella piedra. Yen todas partes le respondian: —No solo hemos ofdo hablar de ella, sino que somos los iitlicos, entre todos los hombres, que la poseemos, y desde siempre cuelga a un lado de nuestra chimenea. - Entonces el hijo mayor sentia gran alegria y ro- gaba que le permitieran verla. Algunas veces se tra taba de un trozo de espejo, que reflejaba las cosas, tal como se veian, y el joven decia: > —No puede ser esta, porque tiene que haber algo ms que la apariencia. Otras veces se trataba de un tozo de carbén, que nada reflejaba, y 61 decia: : —Es imposible que sea esta, pues ni siquiera muestra las apariencias. En mis de una ocasién encontré una piedra de toque real, de bellos matices, lustrosa y resplande- ciente; en tal caso, rogaba que se la dieran, y la gente asi lo hacia, pues todos los hombres eran ge- nerosos de aquel obsequio, hasta que, por fin, su saco estuvo tan leno de tales piedras que chocaban y resonaban entre s{ mientras cabalgaba. Cada tanto se detenia a la vera del sendero, sacaba las 84 piedras y las ponia a prueba hasta que la cabeza le giraba como aspas de molino. —jMaldito sea este asunto! —exclamé el hijo mayor—. {No percibo su fin! He aquf la piedra roja, alld la azul y la verde, todas me parecen excelentes, y sin embargo, una empalidece a la otra. {Maldito sea el trato! Si no fuera por el rey que es un sacer- dote, y al que he Hamado padre, y si no fuera por la hermosa doncella del castillo, que endulza mis la bios y colma mi coraz6n, arrojaria todas las piédras al agua salada, y regresaria a mi hogar para sér un rey como cualquier otro. Pero él era como el cazador que ha visto un ciervo en las montafias, y aunque caiga la noche y se encienda el fuego y las luces brillen en su hogar, no puede arrancar de su coraz6n las ansias de po- seer aquel ciervo... Y bien, después de muchos aiios, el hijo mayor lleg6 a Ja orilla del mari la noche era oscura y el lugar desolado. Se sentia el clamor de las olas. Por fin divis6 una casa y a un hombre sentado a la luz de una vela, pues no tenia fuego. El hijo mayor se acercé a él y el hombre le ofrecié agua para beber, pues no tenfa pani y movié la cabeza cuando le ha- bi, pues carecia de palabras. —iTienes ti la piedra de la verdad? —pregunté el hijo mayor, y cuando el hombre asintié con la ca- beza, exclamé—: ;Debi haberlo imaginado! ;Tengo conmigo un saco Ileno de piedras! —y rio, aunque su corazén estaba exhausto. El hombre rio también, y con el aliento de su risa apagé la vela. . 35 . —Duerme —le dijo el hombre—, porque creo que has legado muy lejos, tu bisqueda ha con- eluido y mi vela ya no tiene luz, Entonces, por la mafiana, el hombre puso un simple guijarro entre sus manos. Carecfa de belleza y de matices. El hijo mayor lo miré con desprecio, meneé la cabeza y se fue, porque aquello le parecia muy poca cosa. Cabalgé durante todo el dia, tranquilo de mente, y aliviado su deseo de cazar. —2Y si este pequefio guijarro fuera la piedra de Ja verdad, después de todo? —murmuré para sfi se apeé del caballo y vacié su saco a un lado del sen- dero. Unas junto a otras, todas las piedras parecian desprovistas de matices y de fuego, y empalidecian como las estrellas del amanecer, pero a la luz del guijarro mantuvieron su belleza, aunque el guijarro era, entre todas, la mds brillante. El hijo mayor se golpeé la frente: —iY siesta fuera la verdad? —exclamé—. {Qué todas ellas encierran un poco de verdad? ‘Tomé el guijarro y dirigié la luz hacia el cieloy el cielo abismé su alma: dirigié la luz hacia los ce- rros, y las montaiias eran frias y escarpadas, pero la vida corria por sus laderas de modo que su propia vida renaci6; dirigié la luz hacia el polvo, y lo con: templé con alegria y temori dirigié la luz hacia si mismo, y cayé de rodillas y elevé una oracién. —Gracias a Dios —susurré el hijo mayor—, he encontrado la piedra de la verdad, y ahora puedo 36 regresar all castillo del rey y de la doncella que en- dulza mis labios y edlma mi corazén. Pero cuando legé al palacio vio a unos nifios jugando delante de la puerta donde el rey lo habia recibido en los viejos tiempos, y se desvanecié su placer, pues dentro de su corazén pens6: "Mis pro- ios hijos deberian estar jugando aqui”. Cizando entré en el castillo su hermano estaba sentado en el trono y la doncella a su lado. Sintié ira, pues dentro de su corazén pens6: "Yo deberia estar sentado en ese trono, con la doncella a mi lado. juign eres ti? —dijo su hermano—. {A qué has venido a mi castillo? —Soy tu hermanomayor —le respondié— y he venido a tomar por esposa a la doncella, he traido conmigo la piedra de la verdad. El hermano menor, rio a careajadas. —iCémo dices? Yo encontré la piedra de la ver- dad hace afios y me casé con la doncélla y los nifios que viste jugando son nuestros hijos. — Ante estas palabras, el rostro del hermano mayor adquirié el tono gris del alba? —Ruego que hayas obrado con justicia, porque pereibo que he malgastado mi vida. —{Con justicia? —dijo el hermano menor—. No es digno de ti, que eres un préfugo y un vagabundo, dudar de mi justicia o de la del rey, mi padre, pues ambos somos sedentarios y conocidos en toda la co- marca, —No —dijo el hermano mayor—, posees todo lo demés, pero ten paciencia también, y permiteme 37 decirte que el mundo esta leno de piedras de la ver~ dad, y no es facil saber cudl es la auténtica. —No me avergiienzo de la mia —dijo el her- mano mas joven—. Aqui la tienes, {rate en ella. Entonces el hermano mayor se mir6 en el es- pejo y se asombré de pena, porque ya era un an- ciano de cabellos blancos. Se senté en la sala y lord. —Ah —dijo el hermano mas joven—, Fuiste un tonto} recorriste el mundo buscando lo que se en- contraba en el tesoro de nuestro padre, y regresaste como un pobre viejo infeliz al que ladran los perros, sin mujer y sin hijos. ¥ yo, que cumpli con mi deber y fui cauto, estoy aqui, sentado en mi trono, coro- nado de virtudes y placeres, y feliz a la luz de mi hogar. —Creo que tu lengua es cruel—dijo el hermano mayor, y sacé del bolsillo su simple guijarro y dirigié su luz sobre su hermano. jAh!, el hombre mentia, su alma se habia encogido hasta el tamafio de una ar- vejita, y su corazén era una bolsa lena de pequefios temores parecidos a escorpiones, y él amor habia muerto en su pecho. Entonces el hermano mayor lanzé un grito, y dirigié la luz hacia la doncella. Oh! Noera sino una méscara dé mujer, y estaba muerta en su interigr, y sonreia como hace tictac el reloj, sin saber siquiera por qué. —iQué vamos a hacer! —dijo él hermano ma- yor—. Veo que existe tanto lo bueno como lo malo. Espero que les vaya bien en él palacio. Yo iré por el mundo con mi guijarro en el bolsillo. [ Prueba de comprensién lectora La piedra de la verdad Nombre __ [Clave / carné Seccién. 1. Describa la piedra de la verdad. 2. Realice las inferencias necesarias para explicar lo que simboliza lo siguiente. a. El protagonista encontré el guijarro cuando ya era un anciano b. Quien le dio el guijarro no tenia fuego hi pan, y carecia de palabras. ¢. Lo que vio cuando dirigié el guijarro hatia su hermano y la esposa de este d. La decisién de ir por el mundo con el guijarro en el bolsillo 39 8. Localice cinco frases breves en las que se indique el paso del tiempo en el cuento. Cépielas. Localice los diez parrafos que contengan la infor- macién més importante. Marquelos con una le- tra, de la “a” a la ‘j’, segiin el orden en que apa- rezcan. Asigne un titulo a cada parrafo y andtelo en Ja linea que corresponda. Al final, debe tener un resumen claro del cuento. a. b. © a. 40 5. Complete el esquema: sintetice las dos concep" ciones de la verdad descubiertas por ambos. Hijo mayor 6. Busque, en un libro dé filosofia, cn qué consiste el criterio pragmético de la verdad. Analice la postura de ambos hermanos y explique quién de ellos podria estar més préxime al criterio prag- matico. 41 7. Investigue, en un libro sobre literatura, las ca” racteristicas de la corriente literaria a la que pertenece el autor. Explique dos de dichas carac: teristicas presentes en este cuento. Corriente a Ia que pertenece i un libro de introduccién al dere~ * area de las diferentes definiciones del con- cepto “justicia”. Explique a cual de ellas se re- fiere el hijo mayor cuando dice a su hermano “Ruego que hayas actuado con justi Mr. Taylor Augusto Monterroso —Monos rara, aunque sin duda mas ejetaplar —dijo entonces el otro—, es la historia de Mr. Percy ‘Taylor, cazador de cabezas en la selva amazéniica. Se sabe que en 1937 salié de Boston, Massa- chussets, en donde habia pulido su espiritu hasta el extremo de no tener un centavo. En 1944 aphrece por primera vez en América del Sur, en la régién del Amazonas, conviviendo con los indigends de una tribu cuyo nombre no hace falta recordar. Por sus ojeras y su aspecto famélico ptonto Megé a ser conocido alli como "el gringo pobre", y los, nifios de Ja escuela hasta lo sefialaban con el dedo y le tiraban piedras cuando pasaba con su Warba brillante bajo el dorado sol tropical. Pero esto no afligia la humilde condicién de Mr. Taylor porque habja lefdo en el primer tomo de las Obras comple- tas de William G. Knight que si no se siente envidia de los ricos la pobreza no deshonra. En pocas semanas los naturales se acostumbra- ron a él y a su ropa extravagante. Ademds, domo tenia los ojos azules y un vago acento extranjero, el Presidente y el Ministro de Relaciones Exteriores lo trataban con singular respeto, temerosos de provo- car incidentes internacionales. Tan pobre y misero estaba, que cierto dia se interné en la selva en 43 busca de hierbas para alimentarse: Habfa cami- nado cosa de varios metros sin atreverse a volver el rostro, cuando por pura casualidad vio a través de la maleza dos ojos indigenas que lo observaban de- cididamente. Un largo estremecimiento recorrié la sensitiva espalda de Mr. Taylor. Pero Mr. Taylor, intrépido, arrostré el peligro y siguié su camino sil- bando como si nada hubiera visto. De un salto (que uv hay para qué lamar felino) el nativo se le puso enfrente y exelamé: —Buy head? Money, money. A pesar de que el inglés no podia ser peor, Mr. ‘Taylor, algo indispuesto, sacé en claro que el indi- gena le ofrecia en venta una cabeza de hombre, cu- riosamente reducida, que traia en la mano. Es innecesario decir que Mr. Taylor no estaba en capacidad de comprarla; pero como aparenté no comprender, cl indio sc sintié terriblemente dismi- nuido por no hablar bien el inglés, y se la regalé pi- diéndole disculpas. Grande fue el regocijo con que Mr. Taylor regresé a su choza. Esa noche, acostado boca arriba sobre la precaria estera de palma que le servia de lecho, inte rrumpido tan solo por el zumbar de las moscas acalo- radas que revoloteaban en torno haciéndose obscena- mente el amor, Mr. Taylor contempll con deleite du- rante un buen rato su curiosa adquisicién. El mayor goce estético lo extraia de contar, uno por uno, los pe- Jos de la barba y el bigote, y de ver de frente el par de ojillos entre irénicos que parecian sonrefrle agradeci- dos por aquella deferencia. 44 Hombre de vasta cultura, Mr. Taylor folia en- tregarse a la contemplaci6n; pero esta vez en se- guida se aburrié de sus reflexiones filos6ficas y dis- puso obsequiar la cabeza a un t{o suyo, Mr. Rolston, residente en Nueva York, quien desde la m4s tierna infancia habfa revelado una fuerte inclinacién por las manifestaciones culturales de los pueblos hispa- noamericanos. Pocos dias después el tio de Mr. Taylor le pidié —previa indagacién sobre el estado de eu impor- tante salud—que por favor lo complaciera con cinco més. Mr. Taylor accedié gustoso al capricho de Mr. Rolston y—no se sabe de qué modo—a vuelta de co- rreo "tenfa mucho agrado en satisfacer sus deseos". Muy reconocido, Mr. Rolston le solicité otras diez. Mr. Taylor se sintié “halagadisimo de poder ser- virlo". Pero cuando pasado un mes aquél le rogé el envio de veinte, Mr. Taylor, hombre rudo y barbado pero de refinada sensibilidad artistica, tuvo el pre- sentimiento de que el hermano de su madre estaba haciendo negocio con ellas. Bueno, si lo quieren saber, asi era. Con toda franqueza, Mr. Rolston se lo dio a entender en una inspirada carta cuyos términos resueltamente co- merciales hicieron vibrar como nunca las cuerdas del sensible espiritu de Mr. Taylor. De inmediato concertaron una sociedad en la ‘que Mr. Taylor se comprometia a obtener y remi cabezas humanas reducidas en escala industrial, en teinto que Mr. Rolston las venderia lo mejor que pudiera en su pais. 45 Los primeros dias hubo algunas molestas dif cultades con ciertos tipos del lugar. Pero Mr. Tay- lor, que en Boston habia logrado las mejores notas con un ensayo sobre Joseph Henry Silliman, se re velé como politico y obtuvo de las autoridades no sélo el permiso necesario para exportar, sino, ade més, una concesién exclusiva por noventa y nueve afios. Escaso trabajo le costé convencer al guerrero Ejecutivo y a los brujos Legislativos de que aquel paso patriético enriqueceria en corto tiempo a la co- snunidad, y de que luego luego estarian todos los sedientos aborigenes en posibilidad de beber (cada vez que hicieran una pausa.en la recoleccién de ca" bezas) de beber un refresco-bien fro, cuya formula mégica 61 mismo proporcionaria. Cuando los miembros de a Camara, después de un breve pero luminoso esfuérzo intelectual, se die ron cuenta de tales ventajas, sintieron hervir su amor a la patria y en tres dias promulgaron un de- creto exigiendo al pueblo que acelerara la produc: cién de cabezas reducidas. Contados meses més tarde, en el pais de Mr. ‘Taylor las cabezas alcanzaron aquella popularidad que todos recordamos. Al principio eran privilegio de las familias més pudientes; pero la democracia es la democracia y, nadie lo va a negar, en cuestién de semanas pudieron adquirirlas hasta los mismos maestros de escuela. ‘Un hogar sin su correspondiente cabeza teniase por un hogar fracasado. Proitto viriieron los colec- cionistas y, con ellos, las contradicciones: poseer diecisiete cabezas llega ser considerado de mal gusto; pero era distinguido tener once. Se vulgari- zaron tanto que los verdaderos elegantes fueron 46 perdiendo interés y ya solo por excepeién adquirian alguna, si presentaba cualquier particularidad que la salvara de lo vulgar. Una, muy rara, con bikotes prusianos, que perteneciera en vida a un geheral bastante condecorado, fue obsequiada al Instituto Danfoller, el que a su vez doné, como de rayo, tres millones y medio de délares para impulsar el désen- volvimiento de aquella manifestacién cultural, tan excitante, de los pueblos hispanoamericanos. Mientras tanto, la tribu habia progresado en tal forma que ya contaba con una veredita alrede- dor del Palacio Legislativo. Por esa alegre verédita paseaban los domingos y el Dia de la Independéncia los miembros del Congreso, carraspeando, luciendo sus plumas, muy serios riéndose, en las bicicletas que les habia obsequiado la Compafiia. Pero, gqué quieren? No todos los tiempos son buenos. Cuando menos lo esperaban se presenté la primera escasez de cabezas. Entonces comenzé lo mas alegre de la fiesta. Las meras defunciones resultaron ya inbufi- cientes. E] Ministro de Salud Publica se sintié'sin- cero, y una noche caliginosa, con la luz apagada, después de acariciarle un ratito el pecho como por no dejar, le confesé a su mujer que se considetaba incapaz de elevar la mortalidad a un nivel grato a Jos intereses de la Compaiiia, a lo que ella le con- testé que no se preocupara, que ya veria cémo todo iba a salir bien, y que mejor se durmieran. Para compensar esa deficiencia administrativa fue indispensable tomar medidas heroicas y se es- tablecié la pena de muerte en forma rigurosa. 47 Los juristas se consultaron unos a otros y ele~ varon a la categoria de delito, penado con la horca o el fusilamiento, sogiin su gravedad, hasta la falta més nimia. Incluso las simples equivocaciones pasaron a ser hechos delictuosos. Ejemplo: si en una conversacién banal, alguien, por puro descuido, decia "Hace mucho calor", y posteriormente podia comprobéreole, tormé- metro en mano, que en realidad el calor no era para tanto, se le cobraba un pequefo impuesto y era pay sado ahf mismo por las armas, correspondiendo la ca~ beza ala Compania y, justo es decirlo, el tronco y las extremidades a los dolientes. La legislacién sobre las enfermedades gané in- mediata resonancia y fue muy comentada por el Cuerpo Diplomatico y por las Cancillerias de poten- cias amigas. De acuerdo con esa memorable legislacién, alos enfermos graves se les concedian veinticuatro ho- ras para poner en orden sus papeles y morirse: pero sien este tiempo tenian suerte y lograban contagiar a la familia, obtenian tantos plazos de un mes como parientes fueran contaminados. Las victimas de en- fermedades leves y los simplemente indispuestos merecian el desprecio de la patria y, en la calle, cualquiera podia escupirles el rostro. Por primera vez en la historia fue reconocida la importancia de Jos médicos (hubo varios candidatos al premio No- bel) que no curaban a nadie. Fallecer se convirti6 en ejemplo del més exaltado patriotismo, no soloen elorden nacional, sino en el més glorioso, en el con: tinental. Con‘el empuje que alcanzaron otras industrias subsidiarias (la de atatides, en primer término, que florecié con la asistencia técnica de la Compaiifa) el pais entr6, como se dice, en un perfodo de gran auge econémico. Este impulso fue particularmente com- probable en una nueva veredita florida, por la que paseaban, envueltas en la melancolia de las dora- das tardes de otofio, las sefioras de los diputados, cuyas-lindas cabecitas decian que si, que si, que todo estaba bien, cuando algiin periodista solicito, desde el otro lado, las saludaba sonriente sacdndose el sombrero. ‘Almargen recordaré que uno de estos periodis- tas, quien en cierta ocasién emitié un Iuvioso es- tornudo que no pudo justificar, fue acusado de ex- tremista y levado al paredén de fusilamiento. Solo después de su abnegado fin los académicos de la lengua reconocieron que ese periodista era una de las més grandes cabezas del pais; pero una vez re~ ducida quedé tan bien que ni siquiera se notaba la diferencia. ~ &Y Mr. Taylor? Para exe tiempo ya habia sido designado consejero particular del Presidente Constitucional. Ahora, y como ejemplo de lo que puede el esfuerzo individual, contaba los miles por miles} mas esto no le quitaba el sueiio porque habia leido en el dltimo tomo de las Obras completas de William G. Knight que ser millonario no deshonra sino se desprecia a los pobres. Creo que con esta seré la segunda vez que diga que no tédos los tiempos son buenos. Dada la prosperidad del negocio Hegé un mo- mento en que del vecindario solo iban quedando ya 49 . las autoridades y sus sefioras y los periodistas y sus sefioras. Sin muché esfuerzo, el cerebro de Mr. Tay- lor discurrié que el tinico remedio posible era fo- mentar la guerra con las tribus vecinas. {Por qué no? El progreso. Con la ayuda de unos cafioncitos, la primera tribu fue limpiamente descabezada en escasos tres meses. Mr. Taylor saboreé la gloria de extender sus dominios. Luego vino la segunda; después la ter- cera y la cuarta y la quinta. El progreso se extendié con tanta rapidez que llegé la hora en que, por més esfuerzos que realizaron los técnicos, no fue posible encontrar tribus vecinas a quienes hacer la guerra. Fue el principiodel fin. Las vereditas empezaron a languidecer. Solo de vez en cuando se vela transitar por ellas a alguna sefiora, a algiin poeta laureado con su libro bajo el brazo. La maloza, de nuevo, se apoderé de las dos, haciendo dificil y espinoso el delicado paso de las damas. Con las cabezas, escasearon las bicicletas y casi desaparecieron del todo los alegres saludos op- timistas. El fabricante de atatides estaba més triste y fi hebre que nunca. Y todos sentian'como si acabaran de recordar de un grato suefio, de ese suefio formi: dable en que tii te encuentras una bolsa repleta de monedas de oro y la pones debajo de la almohada y sigues durmiendo y al dia siguiente muy temprano, al despertar, la buscas y te hallas con el vacfo. Sin embargo, penosamente, el negocio seguia sosteniéndose. Pero ya se dormia con dificultad, por el temor a amanecer exportado. 50 i i | En la patria de Mr. Taylor, por supuesto, la de- manda era cada vez mayor. Diariamente apatecian nuevos inventos, pero en el fondo nadie créfa en ellos y todos exigian las cabecitas hispanoanterica- nas. Fue para la iiltima crisis. Mr, Rolston, desespe- rado, pedia y pedia més cabezas. A pesar de que las aceiones de la Compafiia sufrieron un bruscb des censo, Mr. Rolston estaba convencido de que 81 so brino haria algo que lo sacara de aquella situaéion. Los embarques, antes diarios, disminuyéron a uno por mes, ya con cualquier cosa, con cabezas de nifio, de sefioras, de diputados. De repente cesaron del todo. Un viernes aspero y gris, de vuelta de la Bolsa, aturdido atin por la griteria y por el lamentable es" pectaculo de pénico que daban sus amigos, Mr. Rolston se decidié a saltar por la ventana (en vez de usar el revélver, cuyo ruido lo hubiera Lenato de terror) cuando al abrir un paquete del correo se en- contré con la cabecita de Mr. Taylor, que le sonreia desde lejos, desde el fiero Amazonas, con una son- risa falsa de nifio que parecia decir: "Perd6n, per- én, no lo vuelvo a hacer” 61 Prueba de corfiprensién lectora Mr. Taylor Nombre Clave / carné Seccién 1. Defina, en una palabra, la actitud de cudu unu de los siguientes personajes: a. Mr. Rolston. b. Jefe de la tribu ¢. Diputados 4. Pueblo norteamericano 2. Deseriba la evolucién de los sentimientos y va" lores de Mr. Taylor en los tres momentos. a. Alprincipio b. Después 53 8. Escriba siete oraciones simples qué resuman cuento. 5. Augusto Monterroso escribié este cuento mbti- vado por la furia e impotencia que le causé la in~ vasién de Estados Unidos a Guatemala, en 1954. En ese caso, si analizamos el final, jel cuentd es optimista o pesimista? Argumente su respuesta. e 4. El cuento es una critica a Estados Unidos y el sistema capitalista. Averigiie sobre Jas principa- les criticas que se hacen.a dicho sistema desde la Perspectiva de los paises Jatinoamericanos. Con esa base, indique qué simbolizan a. Mr. Taylor y Mr. Rolston b. Las tribus amazénicas ¢. Las cabezas reducidas d. La Coca Cola e. Las Obras completas, de G. Knight 6. La invasién de Estados Unidos a Guatemala puso fin a la Revolucién de Octubre. Investigue Jo que ocurrié en esa ocasién y los pretextos que utilizé Estados Unidos para derrocar a un go- bierno democrético en nuestro pais. 7. En el cuento se menciona varios elementos juri- dicos relacionados con la promulgacién de leyes, y con el derecho internacional. Consulte en un libro de introduccién al derecho y explique lo si guiente: a. Los procesos legislativos internos que se ne~ cesitaban para hacer préspero el negocio de Mr. Taylor. b. Los elementos de derecho internacional nece sarios para obtener ms cabezas de las tribus vecinas. 56 La joven Aurora y el nifio cautivo Dante‘Liano. Siempre que regreso a Guatemala, voy a visitar Ja avenida Bolivar, con la misma reverencia dol que visita un cementerio. El trénsita avorazado, las ca~ sas anules, verdes, coloradas, ‘cuyas:puertas se abren y cierran dejando salir gentes activas y san- guineas, solo son como sombras, porque dentro de mi surgen otras gentes mas vivas, més consisten- tes. Me vienen ganas de gritar, pero callado, y si alguna vez yo hubiera lorado, seria delante dé fo- rreterias, tiendas, electrodomésticos, cines, dentis- tas, depésitos de azticar, abarroterias, farmacias, tortillerias, ventas de ropa, impermeables y auto- buses dolientes. Antes venia contento. Pero cuando has cum- Plido 36 afios y los Estados Unidos solo te han dado el privilegio de un salario alto desparramado inme- diatamente en automéviles de lujo, televisor a colo- res, 1a humillacién de ser latino, la paranoia de la migra y la creencia de que la vida es un trabajo odioso del que urge descansar, entonces regresas a tu pats, haces el inventario de los amigos que ya no tenés, constatas que también alli sos extranjero y se te vacian estémago y cerebro. Hay un voledn, Pero ya noes el mismo: es menos verdadero. ~ 87 La primera vez que regresé de Nueva‘ Orleans fue en el 60. Hicieron una gran fiesta en la casa. Mi hermana Nicolasa me dijo: "Vamos a alquilar ma- rimba". Pasamos la tarde vaciando habitaciones y + amontonando muebles en el tiltimo cuarto. Luego, mientras mi madre, sudorosa, cocinaba los tamales en el viejo poyo, nosotros regébamos pino en el piso y colgébamos papel de china y vejigas de una pared a otra. La fiesta fue igual a todas: sudor, embria- guez y deseo circulaban entre las conversaciones enloquecidas de los que alzaban la voz para ser of- dos sobre el ruido de la marimba. Parecia todo de mentiras: parecia un espacio creado solo para sub- sistir mientras durasen la marimba, el ron, la Coca~ Cola. Fue en esa fiesta cuando conoci a la joven Au: rora. Era pequefia, vestia bien, pero fuera de moda y_8e peinaba como si los afios cuarenta hubieran sido definitivos. Me la presenté Nicolasa: "Es la hija de la duefia de esta casa", me dijo. Yo vi las moldu- ras de oro de los anteojos, los dientes blancos e in- tachables, la minucia de sus manos, la breve nariz, os ojos miopes. Vi la irresolucién, el ansia de estar contenta, la infelicidad mordida a solas. Debo de ser un degenerado, porque esos atributos inocentes me lahicieron deseable. Cuando acepté que baildéramos y mientras a codazos nos abriamos paso hasta un claro cerca de la marimba, ella sabia, yo sabia tam- bién, que un gran amor se iniciaba, Nunca lo alean- zariamos. Mientras bailébamos un 6x8, traté de empujar su cuerpo contra el mio: Al dia siguiente, la Nico me interrogé acerca de mis avances con Aurorita. Yo fingi cinismo, la alta- neria del que siente préximo el sentimiento de una 58 mujer débil: sentia, en cambio, una ternura qué era casi compasién por la mujercita antigua. Esad va- caciones, que habia pensado pasar junto a mi fami- lia, las inverti, con gran pérdida de dinero, en cor: tejar a Aurorita. Yo recuerdo que llegamos a bésar- nos. Pero muchas veces, en mis suefios, he beaado a Aurorita y su saliva tiene un amargo sabor a ro- sas. Asi que ahora no puedo distinguir entre el re- cuerdo de un suefio y el recuerdo de la realidad. Al final de las vacaciones, nos despedimos arrebata- dos, como a tirones, como en las peliculas habiamos visto que se separan los amantes, Yo regresé d los. Estados Unidos dispuesto a acumular un capital para casarme con ella. Una primera carta de la Nico me dejé sobrésal- tado. Me hablaba de “extrafios rumores” que co- rrian en el barrio acerca de Aurorita. Como era evi- dente que mi hermana estaba esperando mi autori- zacién para soltarme el chisme, le escribi una carta urgida y apremiante, en donde le suplicaba que me contara todo, "hasta en los minimos detalles". La respuesta, cuyo volumen mostraba cuan feliz era Nicolasa en contarme esas cosas, con su mucho de~ cir no revelaba mayores cosas. En ella, la Nico me decia que la sefiora de la tienda de la esquina la ha bia advertido de que yo debia de tener cuidado "con esa mosquita muerta". El carnicero le desvié la con- versacién, pero la viejita de la panaderia le habia dicho que Aurorita ya tenia novio, Ese conocimiehto fue, para mi, el mas brutal de todos, porque, si bien Jo que sabria después era abundantemente péor, ese primer hecho significaba la lejania de Aurorita, de sus manos anilladas, de su piel pélida, de su aliento tembloroso. 59 En la segunda carta, Nicolasa me contaba que habia averiguado algo més: la sefiorita Aurora no tenia novio. La historia era més delicada® habia te nido un amante y por eso habia sido desheredada. Respondi a mi hermana que la estancia en los Es- tados Unidos habia modificado mi mentalidad. Re- afirmaba mis intenciones hacia la sefiorita Aurora y revelaba mi propésito de casarme con ella, en las préximas vacaciones. La tervera carta de mi hermana estaba aplanada por un estilo policial. Acuciada por mis deseos, eumena a sol tar, en Jos negocios Ilenos de gente oen las salas de apaci- bles sillones de mimbre, la afirmacién del probable matri- moni, kin medho de rostros inexpresivos, demasiado ocur pados en verificar la exactitud del vuelto, ella somreia y de~ cia "tal vez, "es probable". El carnicero mordid el anzuelo. ‘Esperé que se vaciara el local y le anuncié su formal visita esa noche. Cuando lef lo que el earnicero dijo, sent prov fundo, tuve la sensacién de que mis pies realmente exis: ‘éan, de que mi cerebro era mas pequefio que mis euerdas vocals, de que mis ojos giraban en blanco, Segtin e! hom bre de las sangres, la historia de la sefiorita Aurora era mucho més compleja. Dijo que revelaba todo eso por mi bien, por el carifio que le tenfa a mi familia desde que ha~ ‘biamos emigrado de Chimaltenango. Yoloodié esa vez por ‘un motivo diferente al que me hace odiarlo ahora. Lo odié porque me pusoen vergiienza, porque su historia me hacia parecer tonto, cornudo e ingenuo. Yo lo era, en verdad, pero dicho por otra persona me hizo infeliz. La joven Au- rora, dijo el carnicero, no era sefiorita’ tenia un hijo, fruto de una relacién con un pariente. No me pude conformar. Le escribi a mi hermana suplicdndole que "averiguara la verdad hasta el fondo". 60 SS eee ae . La cuarta carta de mi hermana fue definitiva. Habia corregido y pulido la versién del carnicero a través de francos didlogos entre ella y los tenderos del barrio. Aunque variaban en la apariencia, todos coincidian en la sustancia® la sefiorita Aurora habia tenido un hijo con un-desconocido; el nifio existia, escondido en el segundo patio, sin ms contacto hu- mano que con el manso perro que siempre se ofa ladrar en el fondo de la casa. Todos fingian ignorar su existenciai engafiaban a la joven Aurora que creia engafiarlos. Con esto, decidi romper con Aurorita. Noe res: pondi sus cartas y me dediqué a beber. La siguiente vex que regresé a Guatemala, no me fue dificil en- contrar al hombre que todos sefialaban como el amante de la joven Aurora. Quien nos hubiera oido hablar tranquilamente acerca de una mujer que ha- biamos amado y, luego, perdido, pensaria que éra- ‘mosspoco hombres. Tal vez. Pero hay una edad, debs de haberla, en que las pruebas de virilidad pa recen torneos de cansancio, fiestas de tors para animales domésticos. Asi que una noche, acepté ir conmigo a una cantina, a beber y a contar su histo- ria, de menuda infelicidad, como la mia. Esa noche fui otro; a través de las palabras de aquel hombre vivi otras vidas, no la mia. En parte, mi solitaria mansedumbre se debe a esa conversacién. Elhombre que, delante de mi, se miraba y estrujaba Jos dedos como si recitara un rosario, era ya maduro, muy moreno y con los labios gruesos, cubiertos de un bigote graso y negro. Alguien ponia, obsesivamente, la misma cancién en la rockola. La cancién salia, girando, del apa rato y se retorefa entre las mesas, entre los ojos del hom 61 bre leno de calvicie y presbicia que me.tomaba como pre- texto para recordar. Yo debia hacer un gran esfuerzo para ponerle atenciGn, pues el ruido, su lengua pastosa y mi ce- ebro leno de alcohol eran una masa de grumo sobre lo ‘que yo queria ofr. Puede ser que la memoria me falle; es ms pro bable que la misma atencién haya nublado mi inte- ligencia alli, en el momento preciso de escuchar. Re- cuerdo esto: el hombre me. dijo cémo se lamaba. Luego me conté su historia. “Nacf en la costa", comenzé. "Cerca de Retalhu- leu, hay ua pueblo en donde las indias andan des- nudas de la cintura para arriba. Al naci yo. Es un pueblo tan atrasado que todavia ahora el agua la van a traer al rio en cubeta, y la luz eléctrica viene alas seis de la tarde y se va a las nueve de la noche. ‘Yo odiaba ese hoyo en el que habia nacido, asi que me apliqué en la escuela, hasta eer el primero de la clase. No contento con eso, me fui a Retalhuleu, en donde fui el abanderado del instituto. Usted sabe que los retaltecos dicen que su ciudad es la capital del mundo. Para mi, ese mundo de déspotas vacu- nos era el suceddneo de otro que.yo habia creado en mi imaginacién y que todavia busco. Para no ha- cerla larga, me gané una beca y me vine a estudiar ala capital. "Y aqui es donde entra la joven Aurora, que es como le decian a mi prima hasta después de muerta. Mi tia habia enviudado de un comerciante rico de la capital y mi familia no ignoraba que vivia encerrada con dos hijas y un Cadillac en su casa enorme. Mis padres le escribieron una carta servil, en donde, en resumidas cuentas, le pedian que me diera posada. 62. "Qué iba a saber mi tia que al respondet afir- mativamente se estaba desgraciando la vida? No podia saberlo y menos viéndome Iegar, como me vio, entre las risas de ella y de mis primas, car- gando una valija que olia a cuero crudo y un traje que era elegante en Reu, pero triste en la citidad. Me dieron un cuarto cerca del segundo patio y poca confianza. Yo seguia siendo el pariente pobre, mientras ellas se echaban encima, en perfuthes y joyas, las ventas del comerciante muerto. Tenia diecisiete afios. Mis primas eran apenas menores. Aurora tenia dieciséis; Margot, quince. Como ibaa pensar en elas? Yo era estudioso, pero también inquieto. Ya hacia pequefios trabajos para, el partido comunista y viajaba los viernes a ld die cisiete calle, antes de que sacaran de alli a laé pu- tas. Yo enamoraba a otras muchachas, perd con distraccién, un poco por feo, otro poco porqué me parecian tontas de boca pintada. "Seria un roce, una mirada, una equivocatién. No me acuerdo, para serle sincero. Lo cierto ed que un dia, mientras oiamos las noticias del radid, mi brazo se quedé junto al de Aurora y se me fue el aliento. La vi que estaba colorada y lo ltimo en que Pensé es que fuera mi prima. Todo fue jugarle las vueltas a la vieja. Sé que le contardn también cosas de mi con Margot. No las crea. "Creamos, en esa casa, un aire caliginoso, como las pegajosidades de las cantinas de la costa en donde se soban las gentes. Yo no supe que habia embarazado a la Aurora. Solo me acuerdo que mi tia me grit6, me insulté como ee debe insultar a un malagradecido, y me puso en la calle. No me pre- gunte cémo supe que Aurora esperaba un hijo. No 63 me acuerdo. La tia mandé a mis primas a la Anti- gua, en vacaciones de nueve meses. "Recuerdo que un dia reun{ todas mis fuerzas y me presenté a mi tia. Ella me escuché la propuesta de matrimonio y lo mismo me eché a la calle, entre insultos y vociferaciones. Ya no volvi. Fue un jura” mento y lo he cumplido. Mi tia ha seguido endure- cida, Lo que hizo fue infame. Obligé a la joven Au- rora a mentir, a seguir fingiéndose sefiorita. Y lo peor, lo que yo no les perdono, es haber tenido es- condido a ese nifio durante tantos afios, pudriéu- dose en mi habitacién del ecgundo patio, hablando solo con el perro". Quién sabe qué otras cosas me dijo. Ahora no quiero recordarlas, porque he vuelto a la Avenida Bolivar y me he parado frente a la casona donde funciona un pequefio comercic. El joven que lo atiende tiene todos los tics de In mozquindad del pe- queiio comerciante. Yo entro y lo veo igual a mi y sionto un asco profundo, como si ese muchacho fucra una cucaracha repetida’ pienso que su cabeza estaré lena de los dias vacios que pasé aislado en su infoncia. Lo veo y mi semilla me repugna. Debia de ser diferente. {Pero qué decirle, si lo dnicu que me recuerda esta cuadra, esta casona llena de clo- res marrones, es a la joven Aurora, blanca, con las manos cruzadas sobre el vestido de primera comu- nién, después de que la encontraron flotando en la tina, donde se bafiaba con esencia de rosas, en un agua tibia cuyo vapor empaiiaba los espejos, los frascos de medicina, los potes de cosméticos, los cjos, pequefios y cerreros de la madre que murmuraba: "Asi debia de ser, perra, asi” 64 [ ; | Prueba de comprension lectora * La joven aurora y el niio cautivo Nombre Clave /carné Seccién 1. Complete las oraciones que faltan para que la historia quede ordenada. a. El primo Iega a vivir a casa de Aurora ld Antigua Guatemala a tener unas “vacacior nes” de nueve meses. pe 2 EI protagonista conoce a Aurora. iif 2. Describa la personalidad de la mama de Aurora, 8. Con los datos expuestos por el narrador, narre lo que pudo haber pasado desde que encerraron al nifio, hasta el final del cuento. s Explique cémo pudo haber ocurrido la muerte de Aurora. 5, Narre témo evolucionaron los sentimientos del protagonista con respecto a Aurora. a. Cuando la conocié b. Cuando supo, por medio de cartas, que Aurora tenia un hijo ¢. Cuando se enteré, de parte del primo de Au- rora cémo habia quedado embarazada d. Al final, cuando la evoca, viendo al depen- diente de la tienda. 9. Consulte un libro de psicologia e imagire los sentimientos que pudo experimentar el hijo de Aurora en dos momentos. Argumente sus res- puestas, con base en el libro consultado. Teoria psicologica en la que se basa Cautivo Ena tienda 10.Tomando en cuenta la edad de Aurora, a.iqué delito pudo haber cometido el primo, se~ gin la legislacién guatemalteca actual? b.gQué castigo le corresponderia? 68 La prodigiosa tarde de La jaula estaba terminada. Baltazar la colg6 en el alero, por la fuerza de la costumbre, y cuando scabérde almarzar ya se decia por todos lados que era la jaula més bella del mundo. Tanta gente vino a verla, que se formé un tumulto frente a la casa, y Bullavar tuvo que descolgarla y cerrar la carpinte- ria, —Tienes que afeitarte —le dijo Ursula, su mu- jer—. Pareces un capuchino. —Es malo afeitarse despuég del almuerzo — dijo Baltazar. : Tenia una barba de dos semanas, un cabello corto, duro y parado como las crines de un mulo, y una expresién general de muchacho asustado. Pero era una expresién falsa. En febrero habia cumplido 80 afios, vivia‘con Ursula desde hacia cuatro, sin casarse y sin tener hijos, y la vida le habia dado muchos. motivos para estar alerta, pero ninguno para estar asustado. Ni siquiera sabia que para al- gunas personas, la jaula que acababa de hacer era Ja més bella del mundo, Para é1, acostumbrado a hacer jaulas desde nifio, aquél habia sido apenas un trabajo més arduo que los otros. 69 —Entonces repésate un rato —dijo la mujer—. Con esa barba no puedes presentarte en ninguna parte. Mientras reposaba tuvo que abandonar la ha- maca varias veces para mostrar la jaula a los veci- nos. Ursula no le habia prestado atencién hasta en- tonces. Estaba disgustada porque su marido habia descuidado el trabajo de la carpinteria para dedi- carse por entero a la jaula, y durante dos semanas habia dormido mal, dando tumbos y hablando dis- parates, y no habia vuelto a pensar en afeitarse. Pero el disgusto se disipé ante la jaula terminada Cuando Baltazar despert6 de la siesta, ella le habia planchado los pantalones y una camisa, los habia puesto en un asiento junto a la hamaca, y habia lle- vado la jaula a la riesa del comedor. La contem: plaba en silencio. —éCuénto vas a cobrar? —pregunté. —No sé —contest6 Baltazar—- Voy a pedir treinta pesos para ver si me' dan veinte. —Pide cincuenta —dijo Ursula—; Te has tras- nochado mucho en estos quince dias. Ademés, es bien grande. Creo que es la jaula mas grande que he visto en mi vida. Baltazar empezé a afeitarse. —iCrees que me darén los cincuenta pesos? —Eso no es nada para don Chepe Montiel, y la jaula los vale —dijo Ursula—. Debias pedir sesenta. La casa yacia en una penumbra sofocante. Era la primera semana de abril y el calor parecia menos soportable por el pito de las chicharras. Cuando 10 acabé de vestirse, Baltazar abrié la puerta del patio para refrescar la casa, y un grupo de nifios entré én. el comedor. La noticia se habia extendido. El doctor Octavio Giraldo, un médico viejo, contento de la vida pero cansado de la profesién, pensaba en Ja jaula de Bal- tazar mientras almorzaba con su esposa invalid. En la terraza interior donde ponian la mesa en lds dias de calor, habia muchas macetas con flores y dos jaulas con canarios. su esposa le gustaban los péjaros, y le gusta- ban tanto que odiaba a los gatos porque eran capd- ces de comérselos. Pensando en ella, el doctor Gi- raldo fue esa tarde a visitar a un enfermo, y al ré- greso pasé por la casa de Baltazar a conocer la jaula. Habia mucha gente en el comedor. Puesta eh exhibicién sobre la mesa, la enorme cdpula de alambre con tres pisos interiores, con pasadizos compartimientos especiales para comer y dormir, ¥ trapecios en el espacio reservado al recreo de los pa Jaros, parecia el modelo reducido de una gigantesch fabrica de hielo. El médico la examiné cuidadosa- mente, sin tocarla, pensando que en efecto aquella jaula era superior a su propio prestigio, y mucho mAs bella de lo que habia sofiado jams para sumu- jer. —Esto es una aventura de la imaginacién — dijo. Buscé a Baltazar en el grupo, y agregé, fijos ert é1sus ojos maternales—: Hubieras sido un extraor+ dinario arquitecto. Baltazar se ruborizé. n —Gracias —dijo. —Es verdad —dijo el médico. Tenia una gor- dura lisa y tierna como la de una mujer que fue her~ mosa en su juventud, y unas manos delicadas. Su voz parecia la de un cura hablando en latin—. Ni siquiera ser4 necesario ponerle pajaros —dijo, ha- ciondo girar la jaula frente a los ojos del piblico, como si la estuviera vendiendo—. Bastaré enn onl garla entre los arboles para que cante sola, —Volvié a ponerla en la mesa, pens6 un momento, mirando Ja jaula, y dijo: —Bueno, pues me la levo. Eota vendida —dijo Ursula. —Es del hijo de don Chepe Montiel —dijo Bal- tazar—. La mandé a hacer expresamente El médico asumié una actitud respeluble. —iTe dio el modelo? —No —dijo Baltazar—. Dijo que queria una jaula grande, como esa, para una pareja de turpia- Tes. El médico miré la jaula. —Pero esta no es para turpiales. —Claro que si, doctor —dijo Baltazar, acercn- dose a la mesa. Los nifios lo rodearon—. Las medi- das estan bien calculadas —dijo, sefialando con el indice los diferentes compartimientos. Luego gol- peé la cipula con los nudillos, y la jaula se lené de acordes profundos. 12 —Es el alambre més resistente que se puede encontrar, y cada juntura est soldada por dentro y por fuera —dijo. —Sirve hasta para un loro —intervino uno de Jos nifios. ’ —Asi es —dijo Baltazar. EI médico movié la cabeza. —Bueno, pero no te dio el modelo —dijo—. No te hizo ning cnenrgo preciso, aparte de que fuera una jaula grande para turpiales. {Noes asi? —Asf es —dijo Baltazar, —Entonces no hay problema —dijo el médico—. Una cosa es una jaula grande para turpiales y otra cosa es esta jaula. No hay pruebas de que sea esta Ja que te mandaron hacer. —Es esta misma —dijo Baltazar, ofuscado—, Por eso la hice. El médico hizo un gesto de impaciencia. —Podrias hacer otra —dijo Ursula, mirando a su marido. Y después, hacia el médico—: Usted no tiene apuro. —Se-la prometi a mi mujer para esta tarde — dijo el médico. —Lo ‘siento mucho, doctor —dijo Baltazar—, pero no se puede vender una cosa que ya esté ven: dida. E] médico se encogié de hombros. SecAndose el sudor del cuello con un paiuelo, contemplé la jaula ensilencio, siri mover la mirada de un mismo punto indefinido, como se mira un barco que se va. 3 —i{Cuénto te dieron por ella? Baltazar bused a Ursula ain responder. —Sesenta pesos —dijo ella. El médico siguié mirando la jaula. —Es muy bonita —suspiré—. Sumamente bo- nita. Luego, moviéndose hacia la puerta, empezé a abanicarse con energia, sonriente, y el recuerdo de aquel episodio desaparecié para siempre de su me- moria. * —Montiel es muy rico —dijo. En verdad, José Montiel no era tan rico como parecia, pero habia sido capaz de todo por llegar a serlo. A pocas cuadras de alli, en una casa atibo- rrada de arneses donde nunca se habia sentido un olor que no se pudiera vender, permanecia indife- rente a la novedad de la jaula: Su esposa, torturada por la obsesién de la muerte, cerré puertas y venta: nas después del almuerzo y yacié'dos horas con los ojos abiertos en la pénumbra del cuarto, mientras José Montiel hacia la siesta. Asf la sorprendié un alboroto de muchas voces. Entonces abrié la puerta de la sala y vio un tumulto frente a la casa, y a Bal- tazar con la jaula en medio del tumulto, vestido de blanco y acabado de afeitar, con esa expresin de decoroso candor con que los pobres legan a la casa de los ricos. —Qué cosa tan maravillosa —exclamé la es- posa de José Montiel, con una expresién radiante, conduciendo a Baltazar hacia el interior—. No ha- 4 bia visto nada igual en mi vida —dijo, y agreg6, in- dignada con la multitud que se agolpara ef la puerta—: Pero Ilévesela para adentro que nos van a convertir la sala en una gallera. Baltazar no era un extrafio en la casa de José Montiel. En distintas ocasiones, por su eficacia y buen cumplimiento, habia sido lamado para hacer trabajos de carpinteria menor. Pero nunca se sinti6, bien entre loa ricos. Solia pensar en ellos, en sus mujeres feas y conflictivas, en sus tremendas ope- raciones quirdrgicas, y experimentaba siempre un sentimiento de piedad. Cuando entraba en sus ca~ sas no podia moverse sin arrastrar los pies. —{Esta Pepe? —pregunté. Habia puesto la jaula en la mesa del comedor. —Esta en la escuela —dijo la mujer de José Montiel—. Pero ya no debe demorar —Y agrego— Montiel se esta bafiando. En realidad José Montiel no habia tenido tiempo de bafiarse. Se estaba dando una urgehte friccién de alcohol aleanforado para salir a vet lo que pasaba. Era un hombre tan prevenido, que dor- mia sin ventilador eléctrico para vigilar durante el suefio los rumores de la casa. —Ven a ver qué cosa tan maravillosa —grité su mujer. José Montiel —corpulento y peludo, la todlla colgada en la nuca— se asomé por la ventana del dormitorio. —{Qué es eso? —La jaula de Pepe —dijo Baltazar. La mujer lo miré perpleja. 15 —¢De quién? —De Pepe —confirmé Baltazar. Y después di- rigiéndose a José Montiel— Pepe me la mandé a hacer. Nada ocurrié en aquel instante, pero Baltazar se sintié como si le hubieran abierto la puerta del baiio. José Montiel salié en calzoncillos del dormi- torio. —Pepe —grit6. —No ha llegado —murmuré su esposa, inmévil. Pepe aparecié en el vano de la puerta. Tenia unos doce afios y las mismas pestafias rizadas y el quieto patetismo de su madre. —Ven aca —le dijo José Montiel—. {Té man- daste a hacer esto? El nifio bajé la cabeza. Agarrdndolo por el eabe- Ilo, José Montiel lo oblig6 a mirarlo a los ojos. —Contesta. El nifio se mordié los labios sin responder. —Montiel —susurré la esposa. José Montiel solté al nifio y se volvié hacia Baltasar con una ex- presién exaltada. —Lo siento mucho, Baltazar —dijo—. Pero has debido consultarlo conmigo antes de proceder. Solo a ti se te ocurre contratar con un menor. —A me- dida que hablaba, su rostro fue recobrando la sere~ nidad. Levanté la jaula sin mirarla y se la dio a Bal- tazar—. Llévatela en seguida y trata de vendérsela a quien puedas —dijo—. Sobre todo, te ruego que 16 no me discutas. —Le dio una palmadita en la es- palda, y explicé—: El médico me ha prohibido coger rabia. El nifio habfa permanecido inmévil, sin parpa- dear, hasta que Baltazar lo miré perplejo con la jaula en la mano. Entonces emitié un sonido gutu- ral, como el ronquido de un perro, y se lanzé al suelo dando gritos. José Montiel lo miraba impasible, mientras la madre.trataba de apaciguarlo. —No lo levantes —dijo—. Déjalo que se rompa la cabeza contra el suelo y después le echas sal y Timén para que rabie con gusto. El nifio chillaba sin lagrimas, mientras su ma- dre lo sostenia por las mufiecas. —Déjalo —insistié José Montiel. Baltazar observé al nifio como hubiera obser- vado la agonia de un animal contagioso. Eran casi Jas cuatro, Acsa hora, en su casa, Ursula cantaba una can cién muy antigua, mientras cortaba rebanadas de cebolla. —Pepe —dijo Baltazar. Se acereé al nifio, sonriendo, y le tendié la jaula. E] nifio se incorporé de un salto, abrazé la jaula, que era casi tan grande como él, y se quedé mirando a Baltasar a través del tejido metélico, sin saber qué decir. No habia derramado una ldgrima. —Baltazar —dijo Montiel, suavemente—. Ya te dije que te la lleves. : 7 —Devuélvela —ordené la mujer al niiio. —Quédate con ella —dijo Baltazar. Y luego, a José Montiel—: Al fin y al cabo, para eso la hice. José Montiel lo persiguié hasta la sala. —No seas tonto, Baltazar —decia, cerrandole el Paso—. Llévate tu trasto para la casa y no hagas més tonterias. No pienso pagarte ni un centavo. —No importa —dijo Baltazar—. La hice expre- samente para regilérsela a Pepe. No pensaba co- brar nada. Cuando Baltazar se abrié'pago a través de los curiosos que bloqueaban la puerta, José Montiel daba gritos en el centro de la gala. Cataba muy pa: lido y sus ojos empezaban a enrojecer. Estipido —gritaba—. Llévate tu cacharro. Lo tiltimo que faltaba es que un cualquiera venga a dar 6rdenes en mi casa. jCarajo! En el dalén de billar recibieron a Baltasar con una ovacién. Hasta ese momento, pensaba que ha- bfa hecho una jaula mejor que las otras, que habia tenido que regalérsela al hijo de José Montiel para que no siguiera lorando, y que ninguna de esas co- s tenfa nada de particular. Pero luego se dio cuenta de que todo eso tenia una cierta importancia para muchas personas, y se Sintié un poco excitado. —De manera que te dieron cincuenta pesos por la jaula. —Sesenta —dijo Baltazar. 8 —Hay que hacer una raya en el cielo —dijo al- guien—. Eres el tinico que ha logrado sacarle ese montén de plata a don Chepe Montiel. Esto hay que celebrarlo. Le ofrecieron una cerveza, y Baltazar cortes pondié con una tanda para todos. Como era la pri- mera vez que bebia, al anochecer estaba compléta- mente borracho, y hablaba de un fabuloso proyécto de mil jaulas de a sesenta pesos, y después de un millén de jaulas hasta completar sesenta millohes de pesos. —Hay que hacer muchas cosas para vendétse- Jas a los ricos antes que se mueran —decta, ciego de Ja borrachera—. Todos estén enfermos y se van a morir. Cémo estarén de jodidos que ya ni siquiéra pueden coger rabia. Durante dos horas el tocadiscos automatico es tuvo por su cuenta tocando sin parar. Todos brin- daron por la salud de Baltazar, por su suerte y su fortuna, y por la muerte de los ricos, pero a la hora de la comida lo dejaron solo en el salén. Ursula lo habia esperado hasta las ocho, con un plato de carne frita cubierto de rebanadas de cebo- la. Alguien le dijo que su marido estaba en el salén de billar, loco de felicidad, brindando cerveza a todo el mundo, pero no lo creyé porque Baltazar no se habia emborrachado jamas. Cuando se acosté, casi a la medianoche, Baltasar estaba en un salén ilu- minado, donde habia mesitas de cuatro puestos con sillas alrededor, y una pista de baile al aire libre, por donde se paseaban los alearavanes. Tenia la cara embadurnada de colorete, y como no podia dar un paso més, pensaba que queria acostarse con dos 9 mujeres en la misma cama. Habja gastado tanto, que tuvo que dejar el reloj como garantia, con el compromiso de pagar al dia siguiente. Un momento después, despatarrado por la calle, se dio cuenta de que le estaban quitando los zapatos, pero no quiso abandonar el suefio més feliz de su vida. Las muj res que pasaron para la misa de cinco no se atrevi ron a mirarlo, creyendu que estaba muerto. Prueba de comprension lectora La prodigiosa tarde de Baltazar Nombre Clave / carné Seccién 1. Realice las inferencias necesarias para completar las siguientes oraciones. a. Alprincipio, Baltazar estaba barbado porque b. La casa se Iené de curiosos porque ¢. El médico se interesé en la jaula porque d. Montiel salié en calzoncillos porque _* ¢. Montiel rechazé la jaula porque 2. Describa, en dos oraciones simples, cada uno de los tres lugares indicados. a. Casa de Baltazar . b. Casa de Montiel 81 ¢. Salén de billar 8. Describa a Baltazar. Rasgos fisicos | Personalidad 4. Indique en cudnto tiempo transcurren las accio- nes narradas. Localice cinco oraciones que evi- dencien su respuesta. Cépielas literalmente en el espacio respectivo. La primera le servird de ejem- plo. Las acciones transcurrieron en ___ horas porque a. Cuando acabé de alinorzar, va se decia... 5. Consulte, en un libro de teoria literaria, acerea de las clases de narrador que existen. Indique a cual de ellas corresponde el narrador de este cuento. Sefiale tres elementos que le permitén demostrar su eleccién. El narrador es porque a b. os 6. La propuesta del doctor plantea un dilema éti¢o para Baltazar. Consulte en un libro de filosofla en qué consiste un dilema ético. Con la informa: cién obtenida, complete el esquema. ‘Vender al médico No vender al médico uy Soluci6n, J 7. Con base en la teoria filos6fica lefda, anote un comentario sobre el proceder ético de Baltazar. 8. José Montiel rechaza la jaula escuddndose en un argumento legal. Investigue en un libro de intro duccién al derecho para poder responder a las si- guientes preguntas. a. gCuél fue el acto juridico por medio del cual Baltazar construyé la jaula? b. {Cudles serian los argumentos legales de José Montiel para alegar la invalidez del acto juri- dico? 84 > Exposicién de la carta _ del canonigo Lizardi Bernardo Atxaga_ Se trata de una carta que ocupa once hojas de Ja clase-que Haman holAndesa, ilegible en alguna de sus partes debido a la humedad del sétano donde, al no haber sido enviada en su dia, ha per- maneeido durante muchos afios. La primera hoja, que es la que ha estado en contacto directo con el suelo, se encuentra particularmente deteriorada, y tiene tantas manchas que apenas si es posible en- tender algo de lo que el canénigo decia en ese co mienzo. El resto, con la salvedad hecha de alguna que otra linea de las de arriba, se halla en muy buen estado de conservacién. Aurique la carta no lleva fecha, podemos supo- ner que fue escrita en mil novecientos tres, ya que al final de ella, en la despedida que precede a la firma, su autor declara Ievar tres afios en Obaba; y todo parece indicar —ast lo afirma al menos el clé- igo que ahora ocupa su puesto— que fue a princi- pios de siglo cuando Camilo Lizardi se hizo cargo de Ja rectorfa del lugar. Debié de ser un hombre culto, tal como lo de~ muestra su elegante grafia, muy barroca, y la forma, perifrdstica, lena de similes y citas, con que aborda el delicado asunto que le llevé a coger la 85 pluma. Lo mas probable es que se tratara de un dis- cipulo de Loyola que, abandonando su orden, se ha bia decidido por la clerecia comin. En cuanto al destinatario, fue sin duda un an- tiguo amigo o familiar suyo, aun cuando no nos sea Posible, por el citado mal estado de la primera hoja, conocer su nombre y'circunstancias. No obstante, parece Iicito suponer que se trataba de una persona con gran autoridad eclesidstica, capaz de actuar como maestro y guia incluso.en una situacién tan dificil como la que, de creer los hechos narrados en a carta, se dio por aquella época en Obaba. No hay que olvidar, ademas, que Lizardi,se dirige a él con 4nimo de confesién, y que su tono es siempre el de un hombre acorralado que necesita el consuelo, algo triste, de un superior. En la primera hoja, segiin lo poco que es posible leer al final de ella, Lizardi habla de la pesadumbre que le embarga en ese momento, y declara sentirse incapaz de soportar la prueba. En su poquedad, es- tas palabras nos ayudan a situar la historia que el canénigo desarrolla en las diez hojas siguientes, e impiden que malinterpretemos las niuchas vueltas y cireunloquios de su estilo. Veamos, ahora, cudles pudieron ser las caracteristicas de esa prueba a la que se refiere en el comienzo mismo de la carta. Dice asi Lizardi en la segunda hoja, en texto que transcribo sin afiadir ni quitar nada’ ~-pero déjame antes, querido amigo, fablar ‘una pizca acerca de los astros, pues encuentro que es en los libros de astronomia donde mejor se describe este errar diario, este misterio de ir viviendo que casino cabe en ningana metéfora. Pues dicen (os discipulos de Laplace que nuestro 86 universo nacié de la destruccion de una muy ex- tensa bola o nicleo que vagaba por el espacio, y que vagaba, ademas, solitaria, sin otra compa- hia que (a del Creador que (o construyé todd y estd en eC origen de todas (as cosas; y que de ésa destruccion provienen asi las estrellas como fos planetas y ios asteroides, trozos de una mishha materia expuGados de aquella su primera casa xy abocados desde entonces alalejamiento y a la separacién. Los que, como yo, fiemos avanzado en la edad lo suficiente como para poder divisar ya fa oscura frontera de la que nos habla Soliko, quedamos abatidos al eer esa descripcion que con tanta frialdad nos ofrece (a ciencia. Pues ho ‘vemos, al mirar atrds, aquel mundo que en un tiempo nos acogia por entero, tal como acoge el manto al nifto recién nacido. Aquel mundo ya no estd con nosotros, y nos faltan, por ello, todas fas queridas personas que nos ayudaron a dar fos primeros pasos. AL menos a mi me faltan: fiace quince aos murié mi madre; fiace dos, (a fiermana que vivia conmigo. Nada sé, por otra parte, de mi tinico hermano, ef cual marché a ultramar siendo todavia adolescente. Y ti mismo, querido amigo, estas lejos; en esta época en que tanto te necesito, estas lejos. Siguen a este pasaje unas lineas borrosas qué, por lo que he podido descifrar, aluden al salmo en que los hebreos desterrados a Sién se quejan de su suerte. Luego, ya en la tercera hoja, el canénigo completa su larga introduccién y entra de Heno eh el tema central de la carta: - porque, tii lo sabes tan bien como yo, fa vida nos golpea con esa misma tenacidad y fuerza que emplea el mar para destruir (a roca. ‘Pero me estoy desviando del camino, y ya te-veo impaciente y preguntdndote qué es fo que me su- cede, a qué se deben estas quejas y estos prolegs- ‘menos mios. Pues recuerdo muy bien cuan in- quieto y apasionado eras, y fo muy poco que te gustaban las dilaciones. Mas acuérdate tii de fa querencia que yo tenia por (a retorica, y perdé- name: ahora mismo paso a explicar los sucesos que han motivado esta carta. Espero de todo co- razén que me escuctes con buen dnimo, y que tengas presente, mientras tanto, aquel lamento del Eciesiastés: ;Vae soli! Si, es muy amarga (a suerte del hombre que esta solo, y ain mds amarga la del que, ademds, y al igual que fos tidtimos mosquitos del verano, se ve incapaz dé levantarse y vive trastabillando. Pero no sigo con mis males; vuefvo mi atencién facia (0s he- chos que fie prometido contar. Afiora. hace nueve meses, en enero, un mu- chacho de once atios desaparecié en los bosques de Obaba; para siempre, segin ahora sabemos. Al principio, nadie se inquieté por su falta, ya que Javier pues éste era el nombre que levaba el muchacho, el de nuestro martir mas que- rido— tenia esa costumbre: (a de fuir de casa y permanecer en ef bosque durante dias. Fra, en ese sentido, especial, y nada tenian que ver sus fiuidas con las rabietas que empujan a todo mu- chacho a hacer de vez en cuando fo mismo; como aquella vez que ti y yo, en protesta de un cas- tigo escolar injusto, nos escapamos de la vigilan- cia de nuestros padres y pasamos (a noche a fa 88 intemperie, escondidas en un campo de maiz. pero, como te refiero, el caso de Javier no era dé esta indole. Llegado a este punto, debo decirte que Ja- vier era de padres desconocidos; 0 para expre- sarlo con fas mismas burlonas palabras con que aqui tantas veces (6 calificaron, un hijo de las rarzas. Vivia, por esa razon, en (a fasteria de Obubu, dime ie -vestian y fe dahan de comer a cambio de los duuros de plata que —vox popull dixcit— sus verdaderos progenitores facian Mle- gar a los duetios. ‘No es mi intento, en esta carta, aclarar el misterio de las continuas fiuidas del pobre mu- chacho, pero tengo por seguro que el comporta- miento de Javier obedecia al mismo instinto que fiace aun perro moribundo escapar de sus amos xy correr hacia (os ventisqueros; pues, siendo del ‘misnio origen que los lobos, alli es donde se en- cuentra con sus verdaderos fiermanos, con su ‘mejor familia. Del mismo moda, y segiin mi con- sideracion, Javier se marchaba al 6osque en busca delamor que sus cuidadores no le ofrecian en casa, y mas de una razén hay para creer que era entonces cuando, caminando solitario entre arboles.y felechos, se sentia Gienaventurado. Las ausencias de Javier a casi nadie fama- ban, a casi nadie hacian suspirar o padecer; ni siquiera a sus cuidadores, los cuales —con esa maldad que casi siempre acompatia a la falta de fecturas— se desentendian de él afirmando que ya regresaria cuando tuviera hambre. En ver- dad, solamente yo y otro le buscdbamos, siendo 89 ese otro Matias, un anciano que, por ser nacido fuera de Obaba, vivia también en la fosteria De todos modos, no sucedié asi (a viltima vez, pues tanto empenio puse én que lo buscarai que una cuadrilla entera de hombres se decidi a ello. Pero, tal como te he referido antes, el po- bre Javier no.aparece, y ya va para nueve me: $05. No hay, pues, esperanza. Piensa ahora, querido amigo, en el tierno co- razin de los nifios, y en la inocencia con que, por ser ellos tan queridos de Dios, actian siempre. Pues deesta naturaleza son también los que te- nemos en Obaba, y da alegria’verlos siempre funtos y siempre corriendo; corriendo alrededor de la iglesia, ademds, ya que tienen el convenci- ‘miento de que, una vez dadas once vueltas alre- dedor de ella, (a gérgola de (a torre romperd a cantar. Y cuando ven que a pesar de todo no canta, pues entonces ellos, sin perder (a ilusién, atribuyen ef fracaso a un error de cuentas, 0 a * lo répido 0 a lo lento que se ian movido, y por- fian en su empresa. Sin embargo, Javier riunca (os acompariaba. Nienesa hora ni en ninguna otra. Vivia al lado de ellos, pero apartado. Quizd losrehuyera por su cardcter, demasiado serio y silencioso para su edad; quizd, también, por el temor de ser bur- lado, ya que una mancha violdcea le cogia me- dia cara y lo afeaba mucho. Fuera como fuese, fa conclusion... Ahi termina la tercera hoja. La cuarta y si- guiente se halla, desgraciadamente, muy enmohe- cida por la parte superior, y todos los esfuerzos que 90 he hecho por limpiarla no han dado gran resultatlo. Unicamente he podido salvar un par de lineas. Leyéndolas, se tiene la impresién de que el ta- nénigo Lizardi abandona el relato y recae en las tristes reflexiones del comienzo. Eso deduzco yo, al menos, de la presencia en ellas de una palabra como santateresa, nombre vulgar de la mantis réli- giosa: un insecto que, segiin la guia de campo que he consultado, resulta excepcional en todo el reino de la naturajeza por cémo se ensafia con sus vidti- mas. Las devora lentamente y procurando que no mueran enseguida; como si su verdadera necesidad fuera la tortura, y no el alimento, comenta el autor de la guia.

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