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Contra la censura.

La censura es una práctica común que hace que lo indeseable no sea reproducido. El
problema es que quien decide que es “indeseable” está en manos de quien tiene el poder
y por regla general recae en todo aquello que puede hacer que su poder tambalee.

Durante la dictadura argentina Jorge Rafael Videla se encargó de crear una lista de textos y
autores prohibidos por el régimen, Cortázar y sus obras fueron parte de esa lista. Uno de los
autores más importantes de la literatura argentina estaba prohibido por causa de un “fama”
que tenía el poder de prohibir libros.
Así también otros grandes casos de censura son famosos a lo largo de la historia,
textos como El amante de lady Chatterley, Los viajes de Gulliver, La comedia humana,
Fahrenheit 551, La metamorfosis, La colmena, Madame Bovary, entre otros. La censura ha
sido una constante en la historia de la humanidad, un elemento que se ha empleado por
regímenes autoritarios de derecha y de izquierda, por líderes religiosos y padres de familia.
Pero bien, es necesario precisar a qué se refiere puntualmente censurar y si existe una
razón lo suficientemente válida para que se dé la censura. Para responder a esta cuestión
tomaré la categoría de lo indeseable presentada por J. M. Coetzee en su compilación de
ensayos titulado Contra la censura. Para el sudafricano censurar no es otra cosa que evitar
que lo indeseable sea deseado por otros a partir de eliminar su divulgación. Es necesario
precisar que eso indeseable está en una constante reevaluación y tiene mucha tela de donde
cortar.
Coetzee también menciona que, aunque el ejercicio de censura tiende, en lo teórico, a
argumentar desde diversas perspectivas, es diferente censurar una obra estética que la censura
ejercida como parte del control a medios de comunicación. En la práctica, la censura termina
siendo ordenada y ejecutada por los mismos encargados y no existe en últimas un aparato de
censura particular para lo uno y lo otro.
Este asunto de la censura me ha venido rondando por diferentes motivos, el gran
detonante que me llevó a escribir esta columna es el caso de un académico con el que de vez
en cuando cruzamos mensajes por algunas redes sociales, se trata de una persona que realiza
investigaciones serias sobre temas de conflicto y que tras una ardua investigación de un caso
que no referencio para evitar afectaciones hacia él, terminó siendo censurado. Se trata de un
artículo que luego de ser escrito fue presentado a una revista de una institución del Estado
colombiano cuya respuesta fue que no se publicaría porque “no era conveniente hablar de ese
tema”. Un tema escandaloso ocurrido hace más de sesenta años atrás y que hoy es conocido
por buena parte de los colombianos. Lo censuraron, lo callaron.
Cuando me contó, luego de indignarme, se me ocurrió centrar este escrito en ese caso
y dar detalles. Sin embargo, el directamente implicado depende económicamente de la
institución que lo censura y por ende, no se pueden dar mayores detalles. Muchas veces,
quizá en la mayoría de las ocasiones, la censura viene acompañada de una cierta dependencia
del censurado frente a la institución que lo censura, se trata de una posición en la que el
censurado termina acogiendo la censura, por las buenas o por las malas, y quien censura se
encarga por ese medio de sostener una postura (una verdad) incuestionable, una “verdad
oficial”.
La censura, es en última medida, una actitud común que se da al preferir esconder
debajo del tapete todo aquello que supuestamente atenta contra la buena reputación de la
institución, contra el status quo. Ojalá cada vez se den más personas que comprendan que el
buen nombre institucional o personal no depende de lo que se esconde, sino de la forma en
que se afronta la realidad y los errores que se pueden haber cometido en la historia. No se
puede seguir normalizando el eufemismo como defensa de lo indefendible.
Coetzee menciona un dato que no es menor y por el contrario, puede brindar luces al
proceder ante la censura, se trata de la posición de la academia y más precisamente del
quehacer del maestro. “Si bien el poder de los escritores en general es escaso sin el efecto
multiplicador de la imprenta, la palabra del maestro de la literatura posee un poder de
diseminación que va más allá de los medios de difusión puramente mecánicos” afirma el
nobel. Es el ejercicio docente, bien preparado y ejercido de forma responsable, una fuga ante
la represión que puede traer la censura.
En mi opinión, la censura no es justificada bajo casi ninguna circunstancia, quizá la
única censura posible sería la censura frente a lo que afecte directamente la dignidad humana,
sin justificar por esta vía la corrección política anacrónica tan de moda hoy en día. Frente a
esta apuesta de ir contra la censura hay una gran ventaja, quien censura no tiene más que
poder, por lo general carece de argumentación y en el mundo de la interconexión cada vez se
le cae más la posibilidad de ejercer su paranoica labor de censurar.
Ojalá aquel que se ha tomado la molestia de llegar hasta este último párrafo se haga la
siguiente pregunta: ¿ejerce usted (ejerzo yo) censura alguna? Si la respuesta es sí, no se
angustie, más bien procuré dejar de ejercerla y ábrase a la posibilidad de perder la idea de
tener la razón absoluta. Es tiempo de atrevernos a dialogar con la diferencia, un diálogo real
que nos lleve a cuestionarnos e incluso, a cambiar nuestra postura en caso de ver la necesidad
de cambiarla.

Apuntaciones.
● Bien ido el general Sanabria, la inoperancia y el fanatismo no pueden gobernar una
institución que requiere operatividad y democratización.
● Terminó la Semana Santa y como creyente les deseo un saludo de Pascua a todos los
creyentes que quizá lean estas líneas. Ojalá comprendamos, a propósito de la
columna, que nuestra vivencia cristiana debe defenderse a partir de los valores del
evangelio y no del silenciamiento de quienes no crean en Jesús.
● La salud mental no puede seguir siendo un tema ajeno a la salud pública.

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