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Discurso 

y Espacio de la Mujer en la República Dominicana, 1880 y 1961.

En 1880, la poetisa dominicana Salomé Ureña juró no volver a escribir un verso a menos qu


e su país se viera abrumado por las luchas políticas en curso que la acosaban. Pero el 17 d
e abril de 1887, Salomé rompió el silencio con un poema dedicado a su país, las primeras jó
venes que egresaron del colegio de niñas bajo su dirección, seis de las cuales dedicó a su p
atria y nación como persona digna. . por la patria. Arregla esta pobre comunidad dominicana.
En los discursos, las seis aceptaron el desafío y establecieron en su documento conjunto có
mo darán forma al futuro del país y se convertirán en parte de una visión poderosa. Llegaro
n a la conclusión de que el sufragio femenino siempre se escuchó dondequiera que los asun
tos públicos condujeran a un camino oficial o legal hacia el sufragio. Ureña les advierte cuid
adosamente que para que se escuchen las voces de las mujeres, debe usar su mente y su ll
amado como escudo. Para inculcar estas cualidades en la nueva generación de mujeres, fu
ndó la Academia de Mujeres Jóvenes, también conocida como el Centro para la Objetividad
y la Educación Mental.
¿Qué tipo de educación es apropiada para las mujeres dominicanas? Preguntó el hombre m
ás cercano al poder, pero en realidad no se trataba solo de las instrucciones que esta hipoté
tica mujer debía aceptar, sino de los trabajos y carreras que se les permitía a las grandes m
ujeres de la república.
Desde sus inicios, el Instituto de Mujeres Jóvenes ha sido parte de una discusión profunda s
obre la educación laica, su contenido, proveedores y destinatarios. En República Dominican
a, al igual que en otros países latinoamericanos, el movimiento de reforma propiciado por la
nacionalización ha trascendido el campo de la educación, y sus manifestaciones cotidianas
se han trasladado a los debates de poder.
Estas reformas llevaron a enfrentamientos entre el Estado, la Iglesia Católica y los grupos d
e la clase media alta de la sociedad sobre el papel de estos actores en la creación de la rep
ública moderna. Una parte importante del debate es la participación de las mujeres en la esf
era pública fuera del hogar.
La autora intenta analizar los debates sobre la normalización desde una perspectiva de gén
ero y rastrear cómo los hombres y mujeres liberales de la época crearon nuevos espacios p
ara la movilidad social de las mujeres. Los argumentos en contra de la normalización incluy
en el sexismo y un discurso de clase que en última instancia busca controlar las capacidade
s productivas de las mujeres al limitar el acceso de las mujeres a la educación superior. Con
vertirse en maestro no fue un gran desafío para la imaginación colectiva en ese momento, p
ero tal vez instruir a los maestros para que se convirtieran en farmacéuticos, contadores o a
bogados en instituciones educativas donde pudieran supervisar o pasar a la educación supe
rior ya era un gran nombre. Sin mencionar a las niñas que están bajo una presión social mo
derada para obtener una licenciatura o una licenciatura regular. Hay indicios de que la ense
ñanza puede conducir al celibato de los jóvenes de clase media oa la movilidad social de los
niños de clase baja. En las últimas décadas del siglo XIX, la normalización buscó definir nue
vos espacios y discursos, especialmente para las mujeres jóvenes de clase media, amplian
do sus oportunidades económicas y brindándoles formas de relacionarse con el Estado.
Gracias a sus logros en el sistema educativo, las no profesionales se convirtieron en las pri
meras mujeres del país en romper el modelo tradicional de que una docente debe trabajar e
n materias que no requieren habilidades especiales. Además de ampliar las oportunidades d
e empleo para un pequeño grupo de jóvenes, la normalización los ha obligado a desarrollar 
nuevas relaciones fuera del hogar y el aula.
El pensamiento de estas mujeres crea una conexión entre sus talentos y la escritura y las co
rrientes liberales de la época. Las mujeres jóvenes que se gradúan de universidades para m
ujeres y otras instituciones de educación superior abogan por la creación de espacios, escu
elas de celebración, clubes y comunidades donde puedan forjar nuevas identidades femenin
as.
Su propuesta utiliza el mismo lenguaje moral, racional y patriótico que su facultad para abog
ar por el acceso de las mujeres a la educación superior. A partir de la década de 1880, el di
scurso de género en las escuelas formales presentaba a las mujeres como guardianas del h
ogar y agentes de unidad en las Antillas.
El normalismo como principio promueve la capacidad de las mujeres para adaptarse a estas
emociones superiores, justificando su presencia activa en la política no partidista.

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