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Untitled
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M K
1. No te vayas
A bro los ojos, no tengo idea de qué hora es. Solo sé que,
oficialmente, ha empezado el 2015 y yo estoy en la mitad
de la nada de mi vida. Mientras miro al techo y me voy
ubicando, me doy cuenta de que no estoy en mi habitación.
Me giro en la cama y veo a Evan al otro lado. Está dormido
y creo que tiene el dormir más adorable que he podido ver
jamás.
Su expresión es tranquila, dulce y se ve más guapo, si
eso es posible.
¡Vale! Es la segunda vez que despierto al lado de un
hombre, eso explica la fascinación del momento.
Está vestido, lleva el pantalón, la camisa desabotonada al
cuello y la corbata suelta. Yo también sigo vestida. Así que
no hay nada para preocuparme.
Lo sigo mirando y voy recordando que nos dormimos
como a las dos de la mañana luego de que intenté la hazaña
de enseñarle a bailar salsa y terminé con los pies
masacrados. Poco hablamos de él, más bien de mí. Pero sí
me dijo que era huérfano desde niño. No noté la expresión
que puso al decirlo porque bailábamos una lenta, solo que
le había pasado como a Bruce Wayne con un abuelo en
lugar de mayordomo y con menos ceros en la cuenta.
Le tomo la muñeca. Lleva un reloj de diseño minimalista
marca Tayroc. Me gusta al instante. Con un pulso de cuero,
tablero negro y manecillas rojas. Muy como lo describiría a
él: sencillo y elegante. Sofisticado y minimalista. Sigue
siendo el perfecto idiota, pero con lo que ha hecho, es un
idiota mejorado.
Ni rastro del que me vendió en Nueva York.
Son las diez de la mañana, el estómago me ruge de
hambre y la despensa está vacía.
Me levanto con delicadeza de la cama y me voy a mi
cuarto para vestirme un vaquero y una camisa de algodón.
Zapatillas deportivas, gafas oscuras y una gorra (de Evan).
Tomo el monedero y las llaves del auto. En cuanto llego al
comedor veo una bolsa con la compra. Entro para revisar el
contenido. Hay leche, una caja de cereal con el rostro de
Evan y vestido de superhéroe. Algunos huevos para
preparar, una botella de jugo de naranja y pan de centeno.
Al girar para irme, lo veo aparecer.
—Buenos días —me saluda mientras se pasa la mano por
el pelo.
L: —Se ve tan sexy… Debo cerrar la boca.
E: —Deberías hacer más que eso.
—Muy buenos para ti, superhéroe. Te han traído el
desayuno.
Evan se acerca y revisa la canasta.
—Perdona no te avisé, pero tengo contratado a un
repartidor.
—Bueno, mejor así, prepararé los huevos.
—¿No incendiarás la cocina?
Le golpeo con el paño de cuadros mientras camino a la
cocina.
Espero que no…
Hemos desayunado, limpiado y cada uno se dio una
ducha. Pasa del mediodía y estamos en el sofá de la sala.
Evan sentado leyendo un guion yo acostada con la cabeza
sobre sus piernas y viéndole en la tele como ese
superhéroe que tanta fama le ha dado.
Ya parecemos algo que no somos, pero que se siente
bien.
—No me gusta verme actuando —confiesa.
—¿Por qué no?
—Me siento extraño, no me acostumbro.
—¿De qué es el guion?
—Una pareja de agentes encubiertos que deben
encontrar al ladrón de un diamante.
—¿Dos hombres u hombre y mujer?
—Hombre y mujer.
Sale la escena del beso y me quedo viéndola.
—¿Cómo haces esas escenas?
—¿Qué escenas? —levanta la cabeza y enseguida se
queja. Me mira fastidiado.
—Parece que en serio te gustara la chica.
Sonríe tímidamente.
—La química fluye… supongo.
—Pues yo supongo que eres buen actor. Y en realidad,
tienes razón de que no te guste ver el resultado de lo que
haces, a mí no me gustaría que me grabaran dando un beso
es… asqueroso.
Me quita el mando de las manos y apaga la tele.
—¡Basta! Me está dando claustrofobia, Lena. Y creo que
empiezo a tener hambre otra vez. —Se queja, y esa forma
de fruncir las cejas me empieza a gustar más de la cuenta,
ya veo que no es solo de cuando actúa.
—¿Vamos a salir? Se supone que soy una fugitiva… —
declaro tan convincente como puedo.
—Un día como hoy nadie me reconocería ni a ti.
Me levanto de sus piernas y tomo el teléfono.
—¿Qué quieres comer?
Me observa desaprobando la idea de hacer un pedido.
—Quiero salir de aquí…
—¡Denegado! —Aprieto en los labios la sonrisa.
—Hablo en serio —rebate.
—Evan, eso no puede ser. —Intento un tono compasivo y
firme a la vez.
—Tú también necesitas salir de este encierro. Vámonos
lejos.
—¿Lejos? ¿A dónde?
—¡Hawái!
—No iremos a uno de los destinos turísticos más pedidos
de esta época.
—Mejor ¿no? Así nos mezclamos entre la gente.
—Prefiero las calles desiertas de algún pueblo cercano —
digo entre dientes.
—¡Hasta que al fin lo dices!
Y me levanta como a una caja para sacarme de la casa.
—¡Eh! Bájame de una vez. Evan no podemos salir.
—¡Por favor, por favor! —suplica mientras me baja.
Y la misericordia me golpea de frente. Estoy hecha un
bollito de panadería.
—¡Vale!
Sonríe y me besa en la mejilla.
¿Excusez moi? ¿Qué ha sido ese arranque besucón?
—¿Vamos?
—Espera, tengo reglas.
—Las que quieras.
—No te quitarás las gafas ni por error, no hablaras con
nadie y traeremos la comida, no nos quedaremos.
Hace un mohín, pero acepta.
Toma las llaves del auto y me coge de la mano para
llevarme hasta la entrada principal.
—Sube.
Conduce por unos veinte minutos hasta llegar a Sag
Harbor, estaciona frente a un local de comida
—Evan…. —digo antes de salir del auto, exhalo y cierro
los ojos. Me sorprende tomando mis manos.
—No vas a entregarme a los federales, Lena. Deja el
miedo.
—Es que mi reputación no está en su mejor momento y
no quiero que la tuya…
—No me interesa en lo absoluto lo que digan los medios
de mí. Nadie sabe dónde estamos y a mí nadie me busca.
¿Qué podrían decir si nos ven y luego desaparecemos, que
me asesinaste con un tenedor?
—No, de seguro dirían que follábamos como conejos.
No entiendo qué le causa tanta risa, pero se desata en
una carcajada esplendorosa.
Le acomodo las gafas, la gorra, el abrigo y la bufanda.
—Así me mirarán más, te lo aseguro. No soy el maestro
del disfraz.
—Y ¿si me esperas mientras pido algo de llevar?
—Estoy empezando a creer que me quieres para ti nada
más.
Me regala su zorruna sonrisa sesgada y pruebo de nuevo
el ardor en las bragas. Que puede ser que me estoy
curando la pena de amor, o que una cosa es enamorarse y
otra que el cuerpo pida sexo como catarsis.
Aunque lo del sexo con Evan no sucederá jamás.
Abro la puerta del auto resuelta a actuar como si él no
fuera Evan Humphrey.
Antes de que llegue a la acera, su mano toma la mía y de
algún modo me siento más tranquila. Se ha quitado la
bufanda y, si lo veo bien, con esa barba podría decirse que
un diablo se parece a otro. ¿Verdad?
Pasamos frente a un espejo y al fin reparo en cómo voy
vestida, un abrigo blanco de plumas, vaqueros y botas de
caña alta color tierra, cabello en una coleta y lo más
importante: gafas oscuras.
Y miro a Evan que ¡vamos! podría derretir los polos aun
con lo que lleva puesto, vaqueros claros, camisa tartán,
abrigo negro largo y Converse rojas. Tomamos una mesa,
las manos no dejan de sudarme y cuando llega el mesero
palidezco al notar que se fija demasiado en mi
acompañante. Nos deja la carta y se retira.
—¿Quieres una recomendación? —pregunta desinhibido,
el lugar tiene muy pocos comensales.
—Lo que sea está bien para mí.
—Elena —pone su tono de reproche—, hagamos esto
como personas normales. Si no te calmas notarán que algo
te sucede.
Asiento frenéticamente.
—Vale lo que tú me recomiendes.
—¿Quieres postre? El helado es delicioso.
—Me parece bien, decide por mí.
El camarero regresa y, prácticamente, le escribo el
pedido para que no haga preguntas. Deja un plato y se
aleja aún con la mirada clavada en Evan.
—Ese tío sospecha —mi tono es casi un chillido.
—Calma —se relaja sobre el espaldar de la silla.
Los minutos parecen horas, no está claro a lo que le
temo exactamente, pero sí lo está que estoy ansiosa y
nerviosa. Evan acerca su silla y me abraza.
—Esto sabe muy bien.
—¿Patatas fritas? Come y calla, Evan.
—Cálmate.
—¡No puedo!
—Voy a besarte si no te tranquilizas.
¿Besarme? ¿Por qué eso me supondría una amenaza?
Vamos, ni me disgustaría.
La comida llega.
—Disculpe, caballero —Evan eleva el rostro. ¡Ay no!—, no
nos queda cerveza rubia, solo oscura.
Noto los labios de Evan fruncirse. Luego afirma y el
joven se aleja sin decir nada más.
—¡Casi me da un infarto! —confieso más pálida que el
papel de las servilletas.
Evan sonríe.
Los sesenta minutos que permanecemos allí transcurren
un poco lentos para mi gusto, comer fue un desafío, no
podía desviar la mirada de la gente alrededor y Evan se
tomó el tiempo de masticar más de veinte veces cada
bocado.
¡Quiere causarme alguna apoplejía!
—Voy a pagar —resuelve mientras se acaba el helado. El
mío quedó a la mitad y él le hizo los honores finales.
¡A Evan le compro ropa, pero no le doy de comer!
—No me importa, en serio que no. —Busco mi cartera.
Toma mi rostro entre sus manos y se acerca tan despacio
que creo que me va a cumplir la amenaza. Todo se me
contrae, hasta que me besa la punta de la nariz y puedo
dejar de apretar las pompis.
—No va a pasar nada si me reconocen. Una foto que se
filtrará en los medios y ya, Lena. Estoy bastante
acostumbrado a esto.
Me rindo, ¡sí, me rindo! Con él no se puede. Es cierto
que cede ante mis exigencias, pero cuando se impone,
¡madre mía, ni Dios lo detiene!
Lo veo todo a cámara lenta. Entrega la tarjeta, sonríe,
asiente un par de veces, se acerca para teclear, recibe la
tirilla, agradece y regresa conmigo.
—¿Vamos?
Me levanto y él toma mi mano.
—Nadie dijo nada, te aseguro que no saben quién soy.
—Bueno, ya que estamos de suerte, vamos enfrente a
mercar. Tenemos las despensas vacías y tú tienes apetito de
león.
Me lleva contra su pecho y besa mi frente.
—Amo esa forma de hablar tan tuya.
Obviemos el «amo» por favor.
5. Poner orden
L aguardando
noche se nos pasó hablando de su nuevo papel,
en las despensas lo que compramos y viendo
una peli de las que sí le gustan: las clásicas. Me he
quedado con Evan, otra vez, debe estar pensando que estoy
secretamente enamorada de él y aprovecho la situación o
que planeo violarlo.
E: —No tendría de raro ni un pelo.
L: —Desquiciada ¿regresaste?
E: —Después de cómo me rompiste el corazón, me planteé no
volver. Pero no puedo dejarte sola o armarás un desastre.
Tampoco es que estemos en plan romántico y pegados
como lapas, compartimos la cama, la soledad. Porque he
podido darme cuenta de que es un tipo solitario, metido de
lleno en su trabajo y con un círculo de amigos muy
reducido. Me doy vuelta para salir de la cama y apenas
caigo en cuenta de que estoy sola.
¿Se ha ido?
Me levanto y, en cuanto abro la puerta, el olor a pan
tostado me despierta el estómago.
Sonrío como lela, porque ese idiota empieza a
enternecerme y es algo que debería preocuparme. Me voy
rapidito al baño, no quiero que me vea recién levantada.
Salgo para encontrar el desayuno servido en la mesa.
—Buenos días —dice Evan saliendo de la cocina, lleva un
par de platos en las manos y un paño al hombro—. Tú
siempre tan… guapa. —Me besa en la mejilla y yo me siento
extraña… muy extraña.
E: —Oh, oh… ¿eso fue un temblorcito de piernas o de bragas?
L: —Cállate que no ayudas.
Lo veo dejar los platos y correr la silla esperando a que
vaya al lugar que me ha preparado.
Camino en autómata con el ceño fruncido y un poco de
desconfianza que huelo en el ambiente.
—Evan, no era necesario.
—Lo era por dos razones. La primera: que debo
agradecer el voto de confianza que me has dado. La más
importante, la segunda: no expondré mi hígado a tus
experimentos culinarios.
Le arreo el brazo en un gesto de desaprobación.
—Come, es hora de que retomes tu vida.
—Así que todo esto va para darme el discurso de que es
dos de enero y tengo que empezar a organizar mi futuro.
—Va de muchas cosas, come por favor.
Y cómo me voy a negar si, en primer lugar, huele muy
bien tanto la comida como él y, en segundo, me lo pide de
esa manera en la que nadie le negaría nada.
Doy el primer bocado.
—Wao… ¿quién te enseñó a hacer este omelette? ¡Está
de vicio!
—Es la receta de mi abuela, que fue lo único que el
abuelo aprendió a hacer al pie de la letra.
Muy buenos, tanto como los de Rebecca. Y se me
atraganta el café, nada tortura tanto como un recuerdo.
Lo que me hace recordar…
—¿Alguna vez has tomado Kopi Luwak?
Evan frunce el ceño y acerca la taza para oler el café.
—Nunca tomaría semejante cosa.
Bueno saberlo.
—No eres el tipo de chico que toma riesgos…
—No. Soy del tipo de chico que prefiere estar cómodo y
tranquilo. Bueno, ahora lo soy.
E: —Son un mundo aparte, Lena. No los compares, además de que ni
siquiera tienes oportunidad con él.
L: —No estoy comparando ni buscando oportunidad, batracia. Solo
que… bueno sí. Es una comparación, pero sin dobles intenciones. Que conste
en acta.
Evan se levanta, va hasta su habitación y regresa. Deja
sobre la mesa un folio en blanco y un bolígrafo.
—Empieza a hacer una lista de opciones.
—Evan…
Vuelve a levantarse para recoger la mesa y, con la mano
me detiene, al ver que tengo toda la intención de ocuparme
de limpiar.
—La lista.
A regañadientes vuelvo a sentarme y tomo el boli, miro el
folio y empiezo con la primera y única opción que tengo:
1. Radio Mujer en Línea
editoriales.
¡Es Susie!
¡Dios, al fin aparece!
No lo pienso dos veces, llamo enseguida.
—Hola.
—¡Cariño! Estaba tan preocupada, te he buscado hasta
debajo de las piedras, ¿dónde estás?
—Lo lamento, soy tan cobarde…
—Tranquila, lo importante es que apareciste. ¿Cómo
estás?
—Estoy bien y con ganas de salir de este lugar, me han
internado en el NYS Psychiatric Institute.
¡Por favor, fue muy grave!
—¿Cuándo te darán el alta?
—No lo sé. Elena, mi hermano dijo que un amigo llamó
preguntando por mí. No tengo ningún amigo y solo se me
ocurre que tú hicieras que alguien le llamara,
Siento que me sonrojo.
—Guárdame el secreto.
—¡Mi hermano no come gente! Nada te costaba hacerlo a
ti.
—No te imaginas lo que me cuesta, pero ese no es el
punto. Gracias por dar señales de vida. Cariño debes ser
más constante esta vez, depende de ti, esta batalla es tuya.
Todos te apoyamos, pero no podemos hacerlo por ti.
—Lo prometo. Gracias por preocuparte, eres lo más
cercano a una amiga que tengo.
—Me tienes, cariño. Te veo pronto.
Me ha vuelto el alma al cuerpo, esta chica hizo algo de
extrema gravedad para que Stephan tomara esa
determinación. Siempre dijo que sería su última opción. Un
recurso desesperado. Tecleo en la aplicación de mapa, el
nombre del centro médico. Estoy a unos cincuenta minutos
de allí. Eso explica que Stephan pasara por su almuerzo.
Termino mi comida, me sabe a muchas cosas aparte de
las especias judías. Sabe a que volví a verlo y eso es un
poco agridulce, sabe a la voz de Susie y eso es totalmente
azucarado y sabe a que quiero irme enseguida a verla y es
una mezcla entre amargo y salado.
Busco un taxi, aunque prometí que aprendería a usar el
transporte público por mi nueva situación económica, esta
es una excepción. Por el camino le informo a Brian que la
he encontrado y de paso le digo que necesitaré de algunas
influencias para conseguirlo. Le dejo un mensaje a Evan
porque se suponía que se reuniría en la mañana con el
representante de Universal Studios y hasta el momento ni
señales de humo ha dejado, y me aventuro un poco con mi
Twitter donde encuentro un centenar de mensajes y
menciones. Leo por encima: «zorra», «furcia», «perra…»,
esos son los bellos adjetivos que han encontrado para
describirme. Uno que otro eufemismo del tipo: «chica de
bragas ligeras» o «la vengadora». Me causa risa no puedo
negarlo, aun así, hace dos semanas que no recibo un
insulto, más que nada son menciones donde preguntan si
algún ex herido me asesinó con uno de mis tacones y que
para cuando un libro con mi verdadera historia detrás de
tanto escándalo. Se me ocurre algo para picar el anzuelo:
Lena Roach
@lenaroach_oficial
E sagenda,
viernes. Dos días en los que me he organizado con la
he hecho algunas llamadas y tratado de
conseguir el objetivo más ansiado de Amy: llegar a las
mujeres latinas. Le he pedido ayuda a Ariana para que me
facilite el contacto con periodistas y medios latinos en
Estados Unidos.
Y tengo en mente una campaña mediática para lograrlo.
Desde la publicidad se da el primer paso.
No he salido ni una sola vez del piso y, gracias a que el
restaurante en Noho tiene servicio delivery, me he podido
alimentar. Ya luego buscaré algún lugar para aprender a
cocinar y tengo seleccionados algunos videos en YouTube.
Parece que todo está chachi piruli ¿verdad?
¡¡Pues no!!
Susie llamó y, como no respondí, dejo un mensaje
diciendo que me necesita.
¿Cómo voy a hacer para no abandonarla sin que Stephan
se entere?
Eso me tiene comiéndome la cabeza, eso y que Evan solo
vino ayer para preguntar si estoy bien y, al comprobarlo, se
despidió y se fue. Está muy raro desde ese día y no tengo
idea de qué diantres le pasa. No lo quiero así, distante y
serio conmigo.
Aparto la laptop y la agenda. Ya tengo todo preparado
para que el lunes muy temprano, mi trabajo de jefe de
prensa empiece. Ahora me puede el hambre y la emoción
de hacer algo para conquistar de nuevo la sonrisa de mi
vecino favorito.
Me llevo la computadora a la cocina y la dejo sobre el
microondas, me voy a la nevera y las alacenas y busco los
ingredientes que necesito para preparar mi primer plato:
Unos rollitos de jamón y queso.
Vale que no son la gran cosa, pero por algo se empieza.
Me pongo manos a la obra.
Llega lo difícil de este cuento, llevar los rollos al aceite
sin que se deshagan. A última hora, la cabeza me funciona
como debe ser y uso una de las espátulas para ponerlos
encima y llevarlos a freír
Es una ridiculez, pero me siento invencible.
Cuando su color es el adecuado, según la chica del vídeo,
los retiro y los pongo sobre las toallas absorbentes. Preparo
una ensalada de yogur, que en eso sí soy experta.
Sirvo en unos bonitos platos cuadrados los rollos y cubro
la ensalada. Todo a una bandeja y salgo a intentar mi
reconquista.
Subo la escalera cuidando cada movimiento, porque
tampoco es que sea la mejor mesera del mundo. Llego a su
puerta y lo que hago es usar la punta de mi nariz para tocar
el timbre. Pasan algunos minutos y las manos empiezan a
dolerme. Quizá no esté.
Y, desilusionada, me giro para irme. Es cuando escucho
que la puerta se abre.
—¿Sí? —pregunta la voz de una mujer.
Me giro despacio y frente a mis ojos, la fabulosa Brooke
Carter me sonríe. Las manos me tiemblan ahora. Y la voz se
me ha escapado por abrir tanto la boca.
—¿Quién es? —escucho una voz familiar. Es Evan. Se
asoma y me sonríe, pero no la sonrisa hermosa que me
daba antes. ¡No! Es la sonrisa de «todo está bien» que me
ha dado últimamente.
—Hola —intento decir—. Te traje algo de comer.
Le extiendo la bandeja y es Brooke quien la recibe.
—Gracias, cariño, muero de hambre.
Y se lleva dentro la que era nuestra cena de
reconciliación.
Le devuelvo el mismo gesto insulso a Evan
—Disculpa, debí preguntar si estabas ocupado.
Me giro escondiendo la cara de pánfila que debo tener y
casi de un brinco bajo los escalones hasta mi puerta. Busco
en mis bolsillos y ¡vamos, Lena! ¿Te dejaste las llaves
dentro?
¡Soy una… hija de mi madre!
Golpeo la puerta con uno de mis pies y enseguida siento
dolor en el meñique…
¡Ay, la madre que me parió! ¡Qué dolor tan…!
Digamos que el peluche que cubre mis pantuflas no es
una barrera anti golpes.
Mis ojos se humedecen mientras un cosquilleo punzante
me sube por la pierna. Doy brincos de un lado a otro y me
aprieto el dedo. Cuando me recupero, bajo cojeando hasta
la portería y pido prestado un teléfono. Necesito un
cerrajero. Que por obvias razones no saldrá en mi ayuda a
las nueve de la noche. Debo esperar hasta mañana.
Le pregunto al portero si tiene alguna manta que pueda
prestarme y si hay algún problema con que me acomode en
un sillón del lobby.
—No hay manta, pero el sillón está disponible.
¡Grandioso!
Paso media hora arremolinada y en una pose que junta
manos y piernas sin forma definida. El frío me está calando
hasta tres generaciones atrás.
De repente recuerdo que, cerca del ascensor está la
calefacción, y decido subir y sentarme contra mi puerta
intentando hallar un poco de calor artificial. Solo espero
que dentro todo esté en orden y que mi cabecita despistada
no se olvidara de apagar los fogones.
Encuentro un quicio bastante cómodo para mi posición,
entre la puerta de mi piso y la pared de enfrente, y reposo
la cabeza. Y ya que he trabajado sin parar el día entero,
lentamente me voy quedando dormida.
—Lena…
Una voz me llama y en mi sueño difuso, camino por una
habitación en blanco, vestida con un precioso vestido de
fiesta color negro y busco desesperadamente a quien me
llama.
—Lena, despierta. ¿Qué haces ahí?
Abro los ojos de golpe y la carita dulce de Evan me
recibe.
—Evan…
Me tiende una mano y me ayuda a levantar. El dolor que
tengo es indescriptible. Estoy tullida…
—¿Qué hacías durmiendo en el suelo?
Me toca el rostro e intenta revisarme.
—Dejé las llaves dentro —digo chasqueando la lengua.
Me regala una sonrisa sesgada. La complicidad de que
nos pasan esas cosas.
—Ven, sabes que tienes mi casa para ti.
—¡No, Evan! Tú estás ocupado, Brooke Carter está de
visita y yo…
—Brooke y los demás acaban de marcharse.
Y lo dice como si me nombrara a cualquier hijo de
vecino.
—Yo…
Me levanta en sus brazos.
—Estás helada.
—¡Evan, por favor! —chisto y la voz me sale como un
chillido muy de niñita.
—Por favor tú, Lena. Sabes que yo estoy arriba, que solo
debes llamar a mi puerta.
Y llegamos, a esa puerta. Adentro huele a comida y
suena de fondo alguna pieza de ópera.
—Pensé que aquí no entraba cualquiera.
—Ellos son mis amigos más cercanos del medio.
Teníamos una reunión de trabajo.
Me lleva hasta su cama, suavemente reposo sobre el
colchón y me cubre con los edredones. El ambiente es muy
cálido.
—Regreso enseguida.
Sale y se tarda diez minutos. En los que me quedo
mirando por una ventana la oscuridad de la noche. Evan
hace que mi mundo se convierta en una pared en blanco
para que yo la pinte del color que desee.
E: —¡Qué idiota te has vuelto!
Al volver, Evan trae mi bandeja.
—¿Quieres que haga la prueba para que estés seguro de
que no intenté envenenarte?
Niega con la cabeza apretando los labios.
—Los chicos han dicho que sabían muy bien —ahora sus
ojos me observan diciéndome algo que no descifro—. Tú y
yo sabemos que esto traía una doble intención. ¿Cuál era?
Me siento en la cama y él a mi lado. Me muestra tres
rollos y la mitad de la ensalada que había. También hay una
salsera con algún tipo de salsa.
—¿Por qué doble intención? —busco hacerme la inocente
—. Vine a mostrarte que empecé relaciones formales con
mi cocina.
—Lena…
Y ese tonito demandante y tierno a la vez me obligan a
confesar.
—Quería preguntarte ¿por qué estás enojado conmigo?
Vale, no era la intención, pero el tono de gata mimosa me
salió natural.
Le da un mordisco al rollo que previamente untó de salsa
y se toma unos segundos para masticar y tragar.
—No estoy enojado contigo… —adoro la forma en que
sus labios se mueven al pronunciar y la ternura con la que
habla…
—Sí lo estás. Desde el día en el hospital cambiaste tu
forma de tratarme y no entiendo la razón de poner
distancia.
Que intente engañar a otra que para «estoy bien, no pasa
nada», me he ganado el premio mayor. Como si yo no
llevara usándolos toda la vida…
Me acerca el rollo para que muerda un bocado.
Mmm… de veras que me han quedado buenos.
—Me siento fuera de lugar, eso es lo que pasa —dejo de
masticar y le miro, él no me corresponde, está incómodo
con el tema—. Sé que no debería y que es lógico que el
hermano de tu mejor amiga, y médico a la vez, sepa cosas
que yo no conozco acerca de ti. Eso y que ese fotógrafo
entrara en tu casa y te hiciera una reclamación tan
absurda. Con lo poco que escuché junté algunos cabos,
comprendí que tu salida del país, y la tristeza que aún
muestran tus ojos, no son por lo que Julia me hizo… bueno
lo que hice y las consecuencias que acarreó. Él es la causa
de tu tristeza. Y para eso no hay nada que yo pueda hacer.
Su voz melancólica me apretuja el corazón. Es
malditamente tierno y conmovedor que quiera hacer parte
de mi vida y saber más de mí. Y lo extraño que es sentirme
mal por ello.
Llevo mis manos a su rostro y escruto su mirada
cristalina que me invita a zambullirme.
—Lo siento, en este punto ya deberías saber más acerca
de mí. Pero soy como un recipiente hermético y las
personas que me conocen, no logran tampoco que yo hable
con facilidad sobre mis sentimientos y emociones. Es más
una cuestión de adivinar y suponer, luego el tiempo les da
la razón.
—Me gustaría ser la excepción…
Su confesión me avasalla.
—Ay, Evan… —me tomo la libertad de plantarle un beso
en la mejilla,
Tú no eres una excepción, Evan, eres el comienzo de algo
totalmente nuevo y excitante en mi vida. Y crear es mejor
que exceptuar.
Unto otro rollo con la salsa y lo llevo hasta su boca. Da
un bocado y yo doy otro. Nos miramos mientras
masticamos y un impulso, totalmente desconocido, me
envuelve, voy a contarle mi vida. Poco a poco, pero lo haré.
Terminamos de comer. Evan se lo lleva todo y yo me
escabullo hasta su baño para enjuagarme la boca.
Evan ingresa y en el reflejo del espejo me sonríe.
—En el cajón hay más cepillos, toma uno y déjalo para ti
junto al mío. Espero que vengas a quedarte muchas veces.
Le sonrío de vuelta mientras busco mi primer elemento
que estará en la casa. Evan pone la pasta dental en mis
cerdas y luego lo hace para él. Empezamos a lavarnos los
dientes en lo que pareciera la rutina de todas nuestras
noches. Al terminar y mirarle, noto que le ha quedado
espuma sobre la barba del mentón.
Me acerco para limpiarle.
—Podría acostumbrarme a esto —confiesa.
No le respondo, pero estoy de acuerdo. Evan me calienta
el alma.
Salimos para acomodar la cama.
—¿Tienes sueño? —pregunto metiéndome al lado
izquierdo.
—¿Cómo debo responder a eso?
—Sí o no, solo responde.
Se descojona.
A veces me gustaría saber qué es lo que pasa por su
cabeza. Debe pensar que soy un bicho raro.
—No mucho, pero parece que tú sí.
—Nec-nec Error. Luego de comer mi energía se carga y
es suficiente para un par de horas.
—¿Quieres ver una película, serie, jugar monopolio,
enseñarme a hacer los rollos?
Le clavo el índice en el abdomen y sus brazos me
agarran para llevarme hasta él y meterme entre sus brazos.
—Vamos a jugar a conocernos. Te hago una pregunta,
respondemos; luego tú la haces y ese es el ritmo. Con la
condición de que digamos solamente la verdad.
—Vale. Las damas primero.
Dejo caer mi cabeza en su hombro y su barbilla reposa
en mi coronilla.
—Frase manida, pero soy un caballero.
—Dime tu fecha de nacimiento, caballero.
—Febrero 14.
—¡No! ¿El día del amor?
—Sin burlarse —me puya en la cintura—. ¿Tú?
—Junio 20.
—Eres una brisa de verano.
—¿Qué soñabas ser de niño? —siempre me ha gustado
preguntar por los sueños de los demás.
—Mmm… bueno. Hasta los doce deseé ser Superman
para volar hasta el cielo y visitar a mis padres.
—Eso es muy triste ¿por qué hasta los doce?
—Porque a esa edad tuve mi primera audición para
televisión y, junto a mi abuelo, volamos de Nueva Orleans a
California. Cuando estuve en el cielo y no vi a mis padres ni
a toda esa gente y mascotas que los mayores te decían:
«están en el cielo», me di cuenta de que no era más que
una metáfora. Hasta ese día creí que al tomar un avión y
cruzar las nubes, todos los que sabía que estarían allí, me
saludarían y así los volvería a ver.
—Lo siento mucho —aprieto la mano que tiene en mi
cintura.
Él besa mi cabello.
—Fui un niño bastante crédulo. Te toca.
—Quería ser una periodista que iba tras la noticia y
conseguía las historias más difíciles.
—Eres periodista.
—Un remedo de aquella pecosa. ¿Por qué te hiciste
actor?
—Empecé desde niño y me gustaba poder ser otras
personas. Además de que me apasionaban los rodajes y
admiraba cómo al director le obedecían todos. Crecí
actuando, estudié para ello y luego para dirigir. Y, como
sabes, hago todo lo que me gusta. Ahora dime ¿por qué
escribir novelas de romance?
—Porque, a través de mis personajes, experimento todo
el romance, el amor y las sensaciones de un sentimiento
que no me he permitido vivir a plenitud. En ellas logro que
me amen tal cual soy, que un hombre me convenza de su
amor, que me enamore, que yo me sienta infinita en cada
beso… es un poco idealista y hasta desequilibrado, pero es
exactamente la razón que me mueve al romance —el
silencio se nos instala, se me han ido los recuerdos a todas
esas veces que, describiendo un beso, me he creído la
protagonista. Para que no se note tanto continúo la ronda
—. ¿Cuántas veces te has sentido enamorado?
—Eso ha sido una especie de espiral. En la escuela sentía
adoración por una chica, en realidad me quedaba sin habla
al verla y no podía tenerla muy cerca, siempre me alejaba
corriendo. Así pasé varios años. Luego la vi darle un beso a
mi mejor amigo y empecé a hacerle bromas muy pesadas,
Fue como mi venganza. En adelante nada relevante, hasta
la secundaria con una chica rebelde, dos años mayor, que
no usaba sujetador y pues ya te imaginarás lo que es
descubrir un par de pechos para un adolescente. Hice
muchas locuras y me metí en líos, acabó cuando me enteré
de que estaba embarazada. Luego vino mi época en la tele
y ya no asistía a la escuela sino que tenía clases
particulares. En adelante todo se fue dando con las mismas
chicas con las que compartía set. Tampoco me enamoré
como un loco. Y bueno, desde los dieciocho en adelante mi
vida cambió y no en positivo. La muerte del abuelo, la
soledad, ser un chico famoso y todo el dinero que tenía a mi
disposición me llevaron por otros caminos… pero esa
historia te la dejo para luego. Te toca.
—Yo tengo claro el número. Dos. De chiquilla sentía
mariposas en la panza por algún escurremocos y llenaba
hojas de cuaderno con sus nombres y corazones flechados,
pero nada memorable. Luego vino la secundaria y empezó
mi locura… el cambio de hormonas le atinaron al popular
del instituto. Nunca fui su tipo de chica y eso me causó
muchas noches de lágrimas. Luego conocí a Michael. Llegó
para el último año, me perseguía sin descanso, me buscaba
para hacerme cualquier pregunta, algunas eran de lo más
tontas. Empecé a acostumbrarme a él y nos enamoramos.
Me hizo vivir los meses más felices de mi vida. Amor de ese
bonito, dulce, que te hace doler las mejillas de tanto
sonreír. Ese donde solo escuchas palabras bonitas y cada
locura es una prueba de amor. Duró hasta la llegada de la
Navidad. Una mañana ya no supe más de él y no ha sido así
desde entonces. Cabe aclarar que lo habíamos hecho el día
anterior. Eso me dolió como nada antes o después. Los
primeros días creí que había sido mi culpa, luego opté por
el odio y al final me preocupé porque no encontré ni su
rastro. En adelante algo más pasó en mi vida y dio pie para
convertirme en la destrozahombres que ya conoces y nunca
más entregué el corazón. No hasta que Stephan Bradley
apareció en mi vida.
—¿El fotógrafo? —Sus dedos se enredan en mi pelo y eso
me relaja.
—El mismo —dejo escapar un suspiro.
—¿Por qué no funcionó? A ambos se os nota que el amor
sigue ahí o la atracción. Aunque también la contradicción.
Chasqueo la lengua, esto es un clavo enterrado.
—Él salía con Julia White. Nunca me lo dijo, tuve
oportunidad de suponerlo y evitar la desgracia, pero fue
más fuerte el deseo que la sensatez.
—¿Eso es cierto? ¿Salía con esa mujer? Pobre…
—Sí. Por eso hizo todo lo que hizo y también por eso iba
a regresar a Colombia
—¿Qué dijo él?
—Él no sabe todas las razones, es más, no creo que sepa
de mi libro porque Cruella De Vil se porta como gatita
mimosa cada que lo tiene cerca. Ella me propuso una
especie de trato, yo le dejaba y ella me regresaba mis
documentos y la posibilidad de salir de aquí sin ser
deportada. Y acepté.
—¿Por qué lo aceptaste? No tiene sentido que te fueras
solo por eso, de seguro que juntos lo habríais solucionado
aunque fuera con un matrimonio exprés.
Volteo la cabeza y le miro, su rostro espera por la verdad
y yo puse esa regla.
—No tienes que decirlo…
Me remuevo un poco y me quedo con la mejilla sobre su
corazón, me está gustando demasiado abrazarle…
—Evan, como te dije alguna vez, nada de lo que ves se
parece a lo que soy y lo que he vivido. Estoy llena de
temores, fantasmas, algunos vacíos que me hieren y,
bueno… el punto es que ella supo lograr el chantaje
emocional con el que sabía que no podía negarme
—¿El libro? Y lo…
—Shhh —le cubro los labios y niego con la cabeza—.
Antes escucha algo: cuando te digo que tengo un ADN
defectuoso y que soy muy rara es porque mi madre me dio
un padre de laboratorio. Es decir, para que el abuelo le
diera la herencia de la abuela debía casarse y darle un
heredero. Mi madre huye al matrimonio como el diablo a la
cruz y lo mejor que se le ocurrió fue una inseminación. Que
cómo se le ocurrió o si es la verdad, no tengo idea, pero lo
hizo. El abuelo no estuvo muy contento al principio, pero
era el heredero que esperaba. Mi madre, que vuela libre
como las águilas y nada la ata, eso me incluye, me tuvo y a
los tres meses siguió su vida de hippie. El abuelo fue mi
padre y mi madre. Aunque a ella la veía de vez en cuando y
siempre fue para mí como una hermana mayor. Crecí
creyendo que mi padre había muerto y, cuando pedí fotos,
me echaron todo este cuento. Ahí entendí que era un bicho
raro y también fui consciente del vacío que me acompaña
hasta hoy. ¿Quién es mi padre? Saber al menos quién es,
cómo se ve. Así que para responderte, de algún modo ella
lo supo o lo intuyó y me buscó para decirme que yo había
perdido y que ella se quedaba con Stephan por el simple
detalle de estar esperando un hijo suyo. Supongo que el
resto lo asimilas.
Evan guarda silencio, sus dedos siguen enterrándose con
suavidad en mi cabeza prodigando una caricia relajante.
—Entonces, todo se debe a tu padre.
—¿A qué te refieres con todo?
—A que la ausencia de tu padre ocasionó una temprana
desilusión por el género masculino y, de alguna forma, te
estás vengando de él.
—¿Qué dices, Evan? Yo amé al abuelo, fue la mejor figura
paterna que pude tener. Y no me vengué de quien quiera
que sea mi padre, porque estoy segura de que no es
culpable por donar sus genes a otras mujeres que buscan
alternativas de procreación.
—Te lo digo desde mi experiencia. Mi padre era la
persona que más admiré. Y, al quedarme con el abuelo, a
pesar de que lo hizo muy bien conmigo, nunca pudo ser lo
que fue mi padre para mí. Porque cada uno tiene una
misión distinta. Estoy seguro de que en cada hombre
siempre has buscado un poco de esa figura que te hizo
falta.
—Pero…
—Shhh… basta de confesiones por hoy, vamos a dormir y
dejar que tu cabecita vire un poco.
Se estira para apagar la lámpara y yo me escabullo hasta
mi lado de la cama. Con la piel triste por retirarla de esa
maravillosa fuente de calor humano. Bueno, hasta que uno
de sus brazos atrapa mi cintura y a una distancia prudente
se acerca para reposar su nariz en mi nuca.
Un escalofrío me sube de los pies a la cabeza, mis
hormonas ya no hacen distinción por orientación sexual y
eso empieza a preocuparme.
13. La tentación está rondando
Es Evan
Le llamo enseguida.
—¿No interrumpo?
—A mi soledad, Casilda aún no llega y el móvil está
apagado.
—¿Estará bien?
—Supongo que tuvo una noche movida. Es a ella a quien
no le falta quién la mime.
—Tú me tienes a mí ¿te parece poco?
—Mejor no me toques ese disco. ¿Dónde será el
almuerzo?
—Cerca de donde estés para no hacerte volver. Dame la
dirección.
—Espera un segundo.
Me voy a WhatsApp y le envío mi ubicación.
—¿Yap?
—Mmm… el lado del Upper que menos me gusta.
—¿Cómo que no te gusta si es perfecto?
—Porque allí hay más paparazzi que en cualquier otro
lugar de la ciudad.
—Puedo irme a otro lugar.
—No, déjalo. Dame una hora.
—Caminaré, te estaré dando pistas.
—Vale
Y corta.
Vuelvo a intentar con Casilda antes de irme.
Empiezo mi recorrido dando un vistazo por Polo que está
en el primer piso del edificio y luego salgo en dirección a la
torre Trump. Que no es mi destino sino un referente. La
Quinta Avenida es como un centro comercial. Hago parada
técnica en GUCCI porque acabo de recordar que hay
alguien que cumple años en una semana y no sé si el
tiempo me alcanzará para volver a pasarme por aquí en los
próximos días. Soy consciente de que voy a gastarme el
salario que no me he ganado, pero ahorros tengo y no
puedo darle a Evan cualquier fragancia del Walmart. El
asunto es que no pensaré en el precio sino en que sea algo
que nos defina a los dos.
Aunque eso no lo encontraría ni en Harry Winston que
está cruzando o Tiffany’s al final de la calle. Al salir y no
encontrar lo que buscaba, recuerdo aquella vez que
Stephan se ganó un viaje en patrulla hasta el departamento
de policía. Sí, aquí justo donde espero por cruzar y decidir
si hacia Louis Vuitton o a BVLGARI
Prefiero seguir en recto. Antes le envío una foto a Evan
con una leyenda cliché:
Estoy en el paraíso.
Él me devuelve a la realidad.
¡Idiota!
Cruzo y apenas le hago ojitos a Yves Saint Laurent, ya
me están doliendo los pies. He andado y entrado a tiendas
sin encontrar nada que me cautive de flechazo y me hable
del perfecto idiota.
Un nuevo bip.
Lunes
Una nueva semana, se supone que el invierno empieza a
despedirse pero yo estoy a punto de congelarme, bueno, es
lógico cuando decides ponerte una falda de lápiz y no llevar
medias.
La vanidad duele…
Evan me lleva al trabajo, como ya parece costumbre, sale
del coche para acompañarme hasta la entrada.
—Vete ya que si Stephan te ve, voy a tener un día de
tortura infernal.
—¿En realidad crees que yo pueda darle celos? —
pregunta como si, a estas alturas, no supiera el nivel de
intensidad que maneja Stephan.
—¿Te has visto en un espejo? Hasta tu reflejo debe
tenerte celos.
Niega con la cabeza y me observa.
—La belleza es accidental.
Entrecierro los ojos y me voy desembarazando de él.
—Debiste caer de un avión a mil pies de altura.
Se ríe con ganas y me da un beso en la frente antes de
irse.
—Suerte hoy —le deseo y su figura desaparece al
cerrarse las puertas.
La mañana ha estado tranquila porque Stephan ha
estado en trabajo de campo tomando las fotografías,
mientras yo me encargo de las notas para los informes de
prensa. Amy ha venido a impartir una charla a jóvenes de
secundarias públicas apoyada por testimonios de las chicas
que han acudido a la ONG.
Llega el momento del cierre, Amy se acerca para dar la
última frase:
«Puede que lo más feo de nosotros, sea lo que más
mostramos».
Profundo.
—Ahí te hablan —dice Stephan pasando por mi lado, sé a
lo que se refiere. Soy esa mujer hueca y sin sentimientos
que se esconde detrás de un buen traje y un cabello
perfecto para no mostrar lo que es.
Es lo que piensa ahora de mí, me lo he ganado, en parte
porque es lo que soy y en parte por idiota.
Eso me enseñará.
Me ubico en mi lugar junto a una mesa con folletos
informativos y me dedico a responder a las interesadas.
De día no tengo permitido dejarme llevar por
sentimentalismos.
Martes
Es martes y hoy la nostalgia me gobierna. He soñado con
Michael y eso solo puede significar que mi corazón solitario
está triste. Cada vez que despierto sintiéndome la
abandonada de Cupido, él se ha paseado por mis sueños.
Es muy ilógico si lo pienso mejor, tal vez se lo adjudico a
que ha sido el único amor que he disfrutado a plenitud y
extraño esa locura romántica de vivir deseando un beso,
una mirada y un abrazo de alguien. Tengo a Evan, no puedo
ser malagradecida, pero no es lo mismo porque es como si
fuera Johanne con barbas y chichi. Además, si esta mañana
hubiese amanecido manoseador, seguro que lo habría
violado. Estoy necesitando afecto sexual y es lo único que
él no puede darme.
E: —¿No puede?
L: —¡Ya vale! Poder puede… pero no debe(mos).
Llueve y yo camino con mis botas hunter llegando a
destino, hoy ni ganas de colores vivos tenía, que lo diga la
parka verde militar que cubre un suéter gris y unos
vaqueros. Doy vuelta a la esquina y Stephan frena de golpe
su bicicleta para no chocar con un auto, lo que sí sucede es
que ese auto no puede esquivar un charco y termino con
parte de la cabeza y el cuello empapados. Y, por cerrar los
ojos, no me doy cuenta del truño de perro que hay y lo piso.
Venga ya…
Si fuera yo en mis días de gloria, a ese imbécil no le
habría quedado estirpe por salvar, pero como estoy en plan
Lena la Magdalena, me meto a toda prisa y busco un rincón
en el elevador para no ser vista. Stephan ingresa y me
ofrece un pañuelo, que no acepto porque soy muy cobarde
para admitir necesidad.
Las puertas se abren.
—Al menos por hoy, lucirás como tú.
Y me voy al baño a llorar la desgracia de que Stephan se
dé el lujo de ser un capullo conmigo, porque fui tan imbécil
de mostrarle mi fragilidad.
Una hora más tarde ingreso a la oficina con el cabello
cubierto por un gorro que me ha prestado Jackie, solo las
puntas de la melena de león pueden verse. Los ojos de
Stephan enseguida van a mi cabeza y su expresión se
contrae.
—Una hora de trabajo perdida porque no puedes ser tú.
¿Cuándo piensas crecer? —continúa con sus menosprecios,
matándome poco a poco.
¡Ah, no! Hoy no estoy para aguantar a nadie… si ni me
aguanto yo misma.
—¡Mira, Stephan! Si lo que buscas es fastidiarme y
hacerme la vida de cuadritos para que salga de aquí, el que
pierde tiempo eres tú. No me iré, no voy a renunciar y que
te quede claro que no pienso soportar tus ataques. Esta es
una empresa y puedo quejarme y hacer que te impongan un
memorando. Tampoco es fácil para mí y no me estoy
quejando. Te aguantas o te jodes.
—Vaya… si lo que te sobra es cinismo.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco…
Suena el teléfono.
Él toma la llamada, dice dos palabras y yo ya estoy
poniéndome en mi lugar.
—Era la agencia de publicidad, tienen una propuesta y
preguntan si podemos verla esta tarde.
—Que la envíen al correo o la manden aquí, no he traído
cambio de ropa.
Encoge los hombros y se limita a transmitir el mensaje.
—Lo dejarán en la bandeja de entrada.
—Bien.
Las horas se me hicieron siglos, subí mis notas a la web y
le pedí a Stephan algunas imágenes para soporte visual. Él
se pasó la mañana tarareando una canción que lo que hizo
fue rascarme la herida y ponerme peor.
Todos salieron a su hora de almuerzo menos yo, puse la
canción para mí, no por masoquismo sino como catarsis, no
creo que aún me duela Michael, lo que me está matando es
estar enamorada de Stephan y que el universo conspire
para que, tratar de dejarlo ir, sea imposible.
Porque nada dura para siempre, incluso la fría lluvia de
Noviembre…
Termina y creo que es la décima vez que suena. Estoy
sentada en el suelo pensando en todos los pasos seguros
que creí haber dado y que resultaron ser en falso. Me
sostengo no sé en qué, pero esa base está por quebrarse.
No por lo de Stephan, es por todo, mis vacíos, mis miedos,
mis silencios, mis amigas que ya no están, mi familia, mis
sueños rotos…
La puerta se abre y enseguida me levanto.
Stephan me observa, yo solo busco la salida.
—Elena…
—Ahora no, hoy no.
Y recojo mis cosas, le digo a Jackie que son los dolores
del mes y me voy.
Lo que me duele este mes es la vida.
Miércoles
Evan está de viaje firmando un contrato, se va de rodaje
la próxima semana y yo me quedo con Rufus. Anoche lo
necesité tanto que también empantané la almohada por
ello, por convertirme en alguien tan dependiente. Me bebí
todo lo que tenía y vomité la alfombra.
Soy el peor ejemplo para Rufus que se limitó a
acompañarme el pedo y despertarme en la mañana a
lametones para que no llegara tarde. Bueno, lo alertó el
sonido del móvil.
El punto es que me levanté, lo llevé a la clínica de
mascotas del primer piso, que es donde Evan paga para
que lo cuiden y lo entrenen, y luego dejé la alfombra en la
recepción para que la mandaran al lavado.
Culpé a Rufus, para algo me servirá ese perro en mis
desmanes de soltera con hormonas cachondas, enamoradas
y sentimentales.
Tripolares que no es poco.
Pero hoy he llegado al límite que nunca imaginé que
cruzaría: mi melena de león.
La lavé, la sequé, le puse hidratantes y cremas y la dejé
al viento, bueno con un sombrero redondo de ala ancha
color vino que los obliga a quedarse quietos. Mas debo
parecer Slash… aun así no pienso permitir que se
aprovechen de mi debilidad.
En la oficina no hay nadie, pero sí hay margaritas y un
vaso de café de Starbucks con un pósit encima.
—¡Elena!
—Hola, Alan ¿Qué tal California?
—Caluroso, mucho tráfico y más contaminación.
—Y yo que estaba pensando en hacer una visita de fin de
semana.
—Los señores no están.
—A ellos no, a ti y a Rebecca.
Escucho un suspiro.
—Sería grandioso, hace días que no sé de mis hijos y ella
empieza a verse triste.
—¿Stephan no os ha llamado?
—Sí lo hace, pero ahora que tiene un trabajo con horario
no dispone de mucho tiempo, dice que Susan está
estudiando y que va muy bien, pero creemos que nos oculta
algo.
—¿Siempre ha sido tan distante?
—Mi hijo ha sido muy independiente, pero sé que esa
distancia de los últimos años no es gratuita, él nos culpa.
—¿De lo de Susie? Eso es algo que no se puede prever.
—Susie, Stan… las deudas
—¿Stan?
—Stan era…
—Elena, necesito que me hables de la campaña
publicitaria.
Irrumpe Amy en la oficina.
—Claro
—Te llamo luego, cariños a Rebecca.
Preparo la pantalla de televisión para mostrarle la
propuesta que han enviado, no me equivoqué es escarnio.
Le doy a reproducir y me pide parar antes de que acabe.
—¿Qué opinas?
Lo pienso un poco, no porque no tenga claro el concepto,
sino porque no sé qué debería decirle a ella.
—Sinceramente, lo considero escarnio y…
—Apesta.
Juntas sonreímos.
—Eso es. No me gusta para nada.
—¿Tienes otra idea en mente?
—La tengo puedo trabajar en ella y traerte un borrador.
—No hay tiempo, hazla y ponla a rodar enseguida. Confío
en tu criterio.
—Gracias.
Gira su silla para irse, Stephan ingresa luego.
—Elena, hay dos chicas que grabarán sus testimonios
para el congreso de la ONU, ¿qué día puedo citarlas?
Busco en la agenda los pendientes de la siguiente
semana.
—Tienes copada la semana con Amy en las demás
escuelas y no creo que confíes en mis dotes de
camarógrafa.
—Tienes razón.
—Claro ¿por qué confiarías en mí?
Dejo mis ojos fijos en las letras y un segundo después ya
lo tengo junto a mí.
—Te confiaría mi corazón, otra vez, incluso si supiera,
que lo romperás en mil pedazos más.
—No seas tan cruel.
—Mírame —su mano eleva mi mentón y le sostengo la
mirada, con todo y lo que me cuesta hacerlo—, me he
portado como un gilipollas, tengo que reconocerlo. Estaba
muy dolido contigo, pero estos días, verte tan triste y a la
vez tan entregada a tu trabajo, me comprueban que mi
Elena sigue allí en algún lugar, esperando por ser
rescatada. Puedes contarme lo que pasa ¿es tu relación
con...?
—No salgo con él, Stephan, ni con nadie.
Juré que haría el teatro de fingirme enamorada de Evan,
pero es algo inútil y cruel negarme a la realidad, cuando lo
obvio es que no puedo ocultar que, cada vez que veo a
Stephan, de los ojos me salen chispitas. Ese imbécil que
tengo enfrente me ilumina la vida porque estoy colgada por
él.
—¿Por qué me dejaste?
Y llueve sobre mojado.
—Stephan, de corazón te lo digo, pasa la página por
favor.
—¡No puedo, Elena! ¿Cómo te lo hago entender?
Necesito una razón, la verdad. Porque esta situación me
está volviendo loco. Hay días que quisiera no tener que
venir porque verte… ¡joder! ¡Verte es una puta tortura!
¡Venga! Si por allá llueve, por aquí no escampa.
—Yo…
¡Ay, mi madre! Me duele el estómago, me sudan las
manos, las confesiones no son lo mío.
—¿Qué puede ser tan difícil?
Sus dedos acarician mi mejilla y trago con dificultad,
apenas si le sostengo la mirada. Stephan no lo piensa dos
veces, se acerca, su respiración se agita y siento sus labios
apretar los míos. Abro la boca porque simplemente me
muero de sed y bebo de un trago. Enseguida me separo, me
levanto y recojo mis cosas.
—Elena…
Su mano me detiene y me suelto, no le miro, huyo…,
huyo porque lo que estoy sintiendo es más fuerte que yo y
porque no estoy segura de que, en realidad, quiero dar el
siguiente paso.
Lo que no pasa en cien años me ha pasado en una
semana. He vuelto a ser humana, he vuelto a probar el
sabor de las lágrimas, de la soledad y por mi alma que
duele el paso de los años y las malas decisiones, pero más
duele el miedo a entregar el corazón.
19. El borde del abismo
L lego al edificio, voy con Rufus que no hace otra cosa más
que lamerme la cara y morderme las orejas. Es un
heredero de Boyero de Berna mezclado con alguna raza
gigante, hay que verle las patas… me he metido en la
grande.
En casa me bebo dos tragos de lo único que me queda,
un orujo de dudosa procedencia que dejó Johanne y que me
destroza el hígado enseguida.
—¡Joder! —exclamo mientras mi esófago arde como si
entrara en el infierno—. No te atrevas con esto nunca,
Rufus. Aunque debería decirte que nunca te enamores, eso
evitaría tanto drama.
Drama que no soportaba y hay que verme ahora, más
desubicada que el Corredor del Laberinto y con ganas de
lanzarme a un tren a ver si se lleva mi estupidez. Si
Johanne estuviera aquí, o al menos pudiera hablarle,
seguro me sacaba del foso, pero a la muy tarada se le
ocurrió montarse en un amor prohibido y ponerse digna
porque le dije la verdad. Con lo que me cuestan las
verdades. Eso comprueba la teoría de que es mejor mentir
por comodidad.
Los labios me vibran, tengo frío y ansiedad, conozco este
tipo de ansiedad. Lo que necesito ahora es otro beso de
Stephan y otro y otro…
Tomo el teléfono y marco.
—Dime que no estás dormido, dime que no estas
dormido.
—No estoy dormido —responde con voz gutural.
—¡Qué entusiasmo al oírme!
—Es medianoche aquí ¿lo has notado?
—Tampoco te duermes tan temprano.
—En eso te doy la razón, acabo de llegar, hoy tuve tomas
nocturnas porque hizo buen tiempo.
—No quería molestar, pero hay algo que tengo que decir
y no pensé en nadie más.
—Ya me había olvidado de que soy tu nueva mejor amiga.
—Sin vagina.
—Consideraré lo de una reasignación de género.
—¡Genial, podríamos compartir fechas de ovulación!
—¡Guarra!
—¡Qué fina!
Evan se descojona y me contagia su risa.
—¿Qué es lo que te pasa? Habla porque parece que vas a
estallar si no lo dices.
—Porque me voy a estallar si no lo digo —me lleno los
pulmones de aire antes de decirlo—. Creo que estoy
sufriendo de fobia a la soledad. He tenido la semana más
melodramática de mi vida. Soy un zombi en busca de
corazones en lugar de cerebros y me hacen falta tus
mimitos.
—Ajá… —suelta con cierta pesadez.
—¡No te enojes!
—¿Por qué me enojaría? ¿Porque no has querido
hablarme en toda la semana a pesar de que mil veces te he
dicho que te siento diferente y me dices que estoy
paranoico?
—¡Ya sabes cómo soy!
—¿Un avestruz? Lena, puedes decirme cualquier cosa,
¿por qué te cuesta tanto confiar?
—Porque…
—Mejor dime qué te pasa, ya discutiremos luego sobre
tus abstracciones.
—Tiene que ver con Stephan.
—¿Hay algo en tu vida que no tenga que ver con él?
Supongo que al fin te diste cuenta que Julia te engañó con
el truco más viejo.
—¿Cómo lo sabes?
—¿Por qué también la vi en el hospital? No lo dijiste,
pero se notaba a leguas que tu cabreo era por eso. Además,
con un poco de ayuda supe que, hace unos días, se sometió
a una reducción de abdomen… las embarazadas no se
hacen eso ¿o sí?
—¿Por qué no me lo dijiste?
—¡Vaya! ¡Si no te daba la gana de hablarme! Dime qué te
hizo esta vez, porque creo que ya calcinaste todas tus
bragas.
—Qué gracioso, ja, ja. Esta vez… me besó ¡me besó!
—¿Y? No es la primera vez que lo hace. La última vez
quedaste como el Joker.
—¿Por qué no te emocionas conmigo?
—No soy tu mejor amiga, necesito progesterona para
poder ver arcoíris, purpurina y unicornios.
—¡No seas ridículo! Emociónate, da grititos y salta sobre
tu cama.
—Mejor adelántame la cinta y dime qué es lo diferente
esta vez.
—¡Que salí corriendo! Que me pidió la verdad y
enseguida me congelé. No pude hablar, aun sabiendo que
nada puede interponerse ahora, soy yo el obstáculo más
grande en todo esto, porque no sé cómo enfrentar y
afrontar lo que siento por él.
—¿Le quieres, Novia Fugitiva?
—Sabes que sí. Pero tratar de contenerlo en una sola
palabra de cuatro letras siempre va a resultar
problemático.
—Eso debe pesar más en tu balanza, porque el miedo no
es más que humo. Piénsalo, piensa en lo que quieres de
verdad para ti y hazlo, hoy pasó y seguirá pasando si le
sigues viendo cada día. O le dices lo que sucede o te
planteas ser menos débil e impones distancia, una que le
demuestre que le dejaste porque no le quieres.
—¡Qué fácil! No creo estar preparada para ser la novia
de alguien, menos sin mis reglas.
—No importa si lo estás o no. A veces hay que romperse
un poco el corazón para saber lo que es el amor. Y si
necesitas reglas, créalas, para ti, para establecer tus
límites. No es tan malo, te lo repito. Pero no dejes de ser tú
por nadie. Ese es el error, querer ser lo que la otra persona
quiere que seas.
—Muy bien, Coelho, entonces le digo que le quiero pero
que tengo miedo y olvido lo de Cruella de Vil.
—Tú decides si se lo dices o no, por lo que creo, el tío
tampoco lo sabe.
Exhala un hondo suspiro.
—¿Te aburro?
—No, es solo que… me gustaría tener el consejo que
necesitas. Pero soy el menos indicado. Solo, ya sabes,
díselo y si él te quiere sabrá qué hacer. Supongo…
—Lo pensaré bien. Y te lo cuento.
—Ojalá y sea antes de que te lances al abismo y no te
pueda rescatar.
—Seguro que si puedes. Ya lo hiciste una vez, eres
experto en eso, mi superhéroe. Descansa, besos y
lengüetazos de Rufus.
—Intenta descansar, hormonitas.
Hablar con Evan de amor es otro nivel. Tiene un punto
más objetivo, supongo que por ser hombre le resta la mitad
del drama, Johanne sí habría gritado, dado saltitos y dicho
que me aventara de cabeza, que la vida es una sola y que
ella después me repararía el corazón.
Impulso es la palabra que mejor define a una mujer. Y
estando juntas el desastre sería inminente.
Camino dando vueltas por el salón.
Elena quiere salir corriendo a casa de Stephan, llamar a
su puerta y colgarse a su cuello para llenarlo de besos.
Lena opina que es mejor detenerse a pensar en todas las
consecuencias que podría tener en nuestra vida, lanzarse
de cabeza, y sin paracaídas, al abismo.
—¡Muy bien! —Me tumbo en el sofá junto a Rufus y él me
mira con atención, sabe que estoy por declarar la decisión
más importante de mi vida sin mí Te lo pierdes—. Iré, se lo
diré, que el miedo me tiene acojonada, pero que le quiero y
ya… es lo que hay. ¡No me mires así! ¿Qué esperabas, una
declaración de amor bajo la lluvia a grito herido hasta su
ventana? Pues no, Rufus, esto no es una película.
Le doy una caricia en su cabeza y con un temblorcito
instalado hasta en las células de mi defectuosa genética,
salgo de mi piso rumbo a él, a Stephan y a enfrentar de una
vez todo ese maremoto sentimental que me hace sentir.
Elena da saltitos de felicidad en su cuarto, mientras yo
siento que me congelo, es 27 de Febrero, un día para que el
mes acabe. Sesenta días debatiéndome entre el amor y el
miedo. Sufriendo de úlceras y combustiones espontáneas
pretendiendo ser una mejor versión de mí. Sin mi libro de
supervivencia soy un náufrago a la deriva. No tengo la
menor idea de cómo se hace una declaración de amor. Va a
abrir su puerta y empezaré a gaguear como el Pato Donald.
¡Soy un desastre!
Debería llamarle primero… ¿con cuál excusa? Si salí
corriendo luego de que me besara.
Estoy parada en una esquina esperando que pase un taxi,
tiemblo de frío y una delgada capa de nieve, mezclada con
lluvia, me cae encima.
El teléfono vibra en el bolsillo de mi abrigo.
—Diga
Un gemido ahogado, y la respiración agitada, un mínimo
sonido me da una pista.
—¿Susie eres tú?
El gemido es más fuerte, algo grave sucedió.
—Susie ¿qué pasa? ¿dónde estás?
La llamada termina.
¡Madre de Dios!
—¡Taaxi!
En el hospital no me permiten entrar, solo a los
familiares y tampoco pueden darme información.
Camino por el estacionamiento hacia la salida, se me
ocurre preguntarle a Brian si conoce a algún policía que
pueda ayudarme y el Presbyterian no está muy lejos.
—¿Elena? —es la voz de Stephan.
Me giro hacia su dirección, sus ojos están enrojecidos y
con la expresión desajustada. Eso me quiebra, volver a
verle así es imposible de soportar.
Llega a mí y le abrazo, se abandona, solloza… alguna vez
dije que quería ser su bastón, su fuerza y aquí estoy.
—¿Por qué estás aquí?
Se separa lentamente y me atrevo a limpiarle las
lágrimas y acariciarle las mejillas.
—Recibí una llamada suya.
La esperanza vuelve a brillar en sus ojos tristes.
—¿Te dijo dónde está?
Niego con la cabeza. La suya cae hacia adelante, está tan
abatido que me roba hasta el aliento.
—Solo escuché sus sollozos. No habló y ahora no
responde ¿sabes qué pasó?
—No lo sé, me llamaron para decirme que había
escapado —se agarra el rostro a dos manos y se deja caer
por la pared hasta el suelo de la acera.
—Stephan —me agacho y le elevo el rostro—, ¿tienes
alguna idea de dónde pueda estar… piensa un poco, alguna
persona…?
—¡No! Aquí no conoce a nadie, estuvo visitando algunas
bibliotecas. ¡No lo sé!
—¡Cálmate por favor! ¿Ya está la policía al tanto?
Asiente con la cabeza.
—Ella me culpa por la muerte de Stan —confiesa en
medio de su dolor.
¡Por Dios! ¿Qué parte de la historia no conozco?
No voy a preguntar qué sucedió. Pero ahora algo encaja
y esa es la razón que lo hace protegerla del modo en que lo
hace.
—Empecemos a preguntar por ella con una foto, no
sabemos dónde buscar.
Me da la razón, es nuestra única opción y Stephan está
aferrado de pies y manos a ella.
Solo deseo que Susan esté bien
Algunas calles más adelante, mi teléfono vuelve a sonar
y, al responder, escucho al portero del edificio.
—Señorita Rocha, soy Hans.
—¿Pasa algo con Rufus? —pregunto angustiada porque lo
dejé solo.
—No, no lo sé. Es una chica, acaba de llegar y preguntó
por usted, se ve… ansiosa. Me pidió llamarla.
—Es Susan, pásale el teléfono, por favor.
Stephan me mira ilusionado, pero yo le pido que guarde
silencio.
—¿Elena?
—Cariño ¿qué ha pasado?
—¿Puedes venir? Necesito tu ayuda.
—Claro, enseguida voy. Espérame.
—No le avises a Stephan, por favor.
No soy capaz de decirle algo, solo hago un ruido y
cuelgo, informo a Stephan y buscamos un taxi, cuando
llegamos, apenas consigo detener a Stephan.
—Me ha pedido que no te avise. Deja que hable con ella
primero.
—No, Elena. Los asuntos de mi hermana los soluciono yo.
Se abre paso dentro del edificio y yo le sigo, al fondo está
ella sentada en uno de los sillones del recibidor. Lleva un
abrigo. Su cabeza gacha y sus sollozos son algunos más
fuertes que otros. Hans me observa y con un gesto le indico
que todo está bien.
La intención de Stephan es salir corriendo a abrazarla.
No sé por qué, pero me adelanto y lo freno. Con la cabeza
me concede ir primero.
—¿Susie? —digo en voz alta para que me oiga. Mueve la
cabeza al instante y se levanta para intentar huir.
—¡No! No me llevaréis de nuevo a ese maldito lugar.
—No lo haremos… —me voy acercando despacio, las
piernas me tiemblan.
—Susan…
—¡No hables, maldito traidor! Dijiste que hoy era el
último día, claro que lo era porque me llevarías a una casa
de reposo con un montón de locos enfermos.
—¿Qué dices? Yo no…
—¡Cállate!
Susie grita y se agarra la cabeza a dos manos, está fuera
de sí, se deja caer al suelo y empieza a gemir, es un dolor
desgarrador. Llego a ella y la aprieto tan fuerte como
puedo.
—¡Quieres hacerme lo mismo que a Stan! —vocifera llena
de dolor.
—Susan, no te atrevas…
La voz de Stephan se corta y se deja caer sobre otro
sillón, ahora no sé a quién consolar
—¡Te fuiste detrás de ese maldito sueño y te olvidaste del
suyo, lo dejaste aquí, solo, lo que le pasó es tu culpa!
—¡Era mi trabajo! ¿Cómo más le podía pagar sus clases?
Estoy perdida, no sé lo que sucedió, pero es evidente que
a ambos les duele.
—¡Pero no estuviste cuando enfrentó a nuestros padres!
Tú lo abandonaste y quieres hacer lo mismo conmigo,
dejarme en algún lugar donde no estorbe a nadie, y si
muero todos felices.
—Cariño —intento calmarla—, no sé lo que sucedió, pero
creo que estás siendo un poco injusta. He visto todo lo que
hace Stephan para que te recuperes, no puede estar
siempre a tu lado, hace lo mejor que puede.
—¡No lo sabes, Elena! Ese que ves ahí con carita de dolor
e injusticia, es un maldito egoísta…
Stephan se levanta y se aleja hacia la salida.
—Susan, subamos. Te quedarás aquí y juntas vamos a
trabajar en tu recuperación ¿te parece?
—Él no lo aceptará, aún no tengo veintiuno.
—Aceptará, créeme que lo hará.
20. Un paso atrás
L aganas
primera semana fue de silencios, miradas furtivas y
contenidas de matarme. La segunda volvió con los
ataques y esta tercera… bueno, esta apenas empieza, y
creo que no voy a soportarlo ni un día más. Es cierto que
nadie sabe lo que sucede en las cuatro paredes que nos
rodean, afuera somos la fachada del equipo perfecto y
hasta nos sonreímos, dentro es el averno donde Stephan es
el mismo Lucifer.
¿Por qué?
Porque me llevé a Susan a mi piso luego de que ella le
recriminara un montón de cosas, yo me puse de su lado y le
dije que era mejor que estuviera conmigo por su voluntad a
que la llevara a otro sitio y volviera a escapar.
Ahora soy su peor enemiga, el punto en la mira para
destruir. Aunque suene a exageración, esa es la verdad.
Susan en realidad necesitaba poner distancia o las ofensas
serían peores y necesitaba de alguien en quién apoyarse,
tuve que vestirme de villana, me puse enfrente de él como
la dama de hierro y le dije que conmigo estaría mejor, que
yo sabría manejarlo.
Pues eso… no solo me gané su desprecio eterno y las
ganas de aplastarme como a un mosquito, también Rebecca
y Alan se han molestado y mi tía me dijo las palabras que
no sopesé antes: «Tú no te rehabilitaste del modo común,
solo pusiste tierra encima… no eres el mejor ejemplo para
esa niña».
Me dolió, joder, me repateó que me crea incapaz de
ayudarla, tampoco es que yo esté tan mal, me repuse y aquí
sigo de pie como los robles. Y sí que tengo miedo de que
ella se haga mi clon y que se erija en las bases
equivocadas, pero es que ella espera más de mí que de
cualquiera y no quiero decepcionarla. Yo también puedo
recomponerme a partir de ella. Espero.
Camino al trabajo, el clima ya ha mejorado un poco y he
podido deshacerme de tantas capas abrigadas que me
estaban apabullando, eso y mi hostil compañero de trabajo.
Os preguntaréis por Evan, pues regresó hace una semana
de Europa y luego de una noche, voló de nuevo para unas
escenas en la nieve porque vuelve a encarnar al superhéroe
que lo ha hecho tan famoso en los últimos años. No pasó
por casa, ya estaba al tanto de todo y solo mencionó que
hice exactamente lo contrario a lo que prometí. Pero no es
así, no me lancé de cabeza, di un paso atrás y elegí algo
totalmente diferente al amor, que no sé lo que es, pero que
me hace pensar que fue lo correcto.
Me da su apoyo y también espera que sepa lo que hago,
aunque no conoce mi historia, de lo contrario se uniría al
resto de mis detractores.
Ingreso al edificio e inhalo profundamente para llenarme
los pulmones de aire y el cuerpo de paciencia. No sé lo que
me depare la semana en ese infierno en que se ha
convertido mi oficina. Giro el pestillo y lo que veo solo me
confirma que sí, que estoy entrando al infierno. La maldita
huesuda de Julia White está sentada a horcajadas en las
piernas de Stephan intentando seducirlo. Aunque parece
que él opone resistencia, es hombre, y si no hago algo,
sucederá. Durante un delirante segundo creo que estoy
alucinando.
—¡De puta madre! Estoy en cine porno. Espero que esto
no ocurra todo el día —digo con aire cansado, entrando y
buscando mi lugar—, lo de voyeur se me da fatal.
La cara de Julia se desencaja en cuanto me ve, obvio no
me esperaba a mí, se le arruga la cara de ira de inmediato,
y la de Stephan, la de Stephan la ignoro porque no quiero
ver placer en su rostro o lo agarro a tortazos.
—¿Qué demonios haces tú aquí? —vocifera.
La animadversión es compartida, querida.
—Trabajo aquí —resoplo y sin un rastro de miedito en
este cuerpo de sirena maltratada por las olas, debería estar
orgullosa de mí.
Se levanta y se recompone el vestido negro, siempre usa
blanco o negro. Es como Henry Ford, o Cruella de Vil,
nunca mejor dicho.
Bruja extravagante.
Nos mira a ambos y lo que parece es que espera por una
explicación. Yo no se la debo, no sé el chico de la derecha.
Tampoco me importa, no es mi asunto. Lo sería si fuera yo
la que estuviese encima hace un momento, pero ahora
mismo que los parta un rayo.
Algo se dicen, es como un molesto zumbido en mis oídos
así que me abandono en la voz de Adam y hasta empiezo a
cantar. Mis ojos en la pantalla y mis manos en las teclas. La
cabeza en lo que tengo que hacer y así pasan los minutos,
unos quince porque suena la cuarta canción de la playlist.
Cuando mi silla es girada abruptamente, me doy cuenta
de que Stephan salió, regresó y ahora viene otro de sus
ataques. Pero no he hecho nada, yo llegué a mi oficina, era
horario laboral y trabajamos aquí ¿dónde queda el respeto?
Y lo que me pone negra es que he intentado no chocar
con ninguno y me los mandan en manada a la misma
oficina.
Karma ¿ya vale, no?
De un tirón retira los audífonos de mis oídos y veo que
uno de ellos se desprende… ¡Es un animal!
—¿Qué demonios te sucede? —espeto realmente enojada,
se ha metido con mi música.
Su respuesta es agarrarme el rostro y, a la fuerza, junta
sus labios con los míos. Los aprieto, no me apetece
compartir gérmenes con la huesuda. Forcejeo para que me
suelte y le empujo al otro lado.
—¿Te has vuelto loco? ¿Qué es lo que crees que soy,
imbécil?
Se levanta, respira pesadamente.
—Si te dejaron iniciado ve y desquítate con la
calientapollas que metiste a la oficina y a mí déjame en paz.
—Elena.
—¡Elena nada! Puedo soportar que me odies por
llevarme a Susan, que te repatee el hígado que Evan lidere
la campaña de publicidad y que todos sus amigos a los que
llamaste «riquillos oportunistas» se prestaran para el
primer teaser de lo que será la campaña central de este
año para la recaudación de fondos. Que te duela el
desprecio de tu hermana y que me eligiera precisamente a
mí después de lo que pasó entre nosotros. Pero no pienso
soportar que…
Me calla con solo fruncir las cejas.
—Tienes un problema, Stephan —estoy totalmente
confundida—, eso de morrearte con cualquiera te deja muy
mal parado.
Se acerca de nuevo y empiezan a temblarme las piernas.
No, esa mirada no.
—No me conoces, no sabes lo que ha sido mi vida, no
tienes idea de lo que ha sido tratar de ser fuerte por mí y
por mi familia y tan siquiera puedes suponer lo que la
muerte de mi hermano me afectó. En mi vida todo son
pérdidas, siempre, por eso elegí irme y esperaba nunca
volver, pero lo hice por Susan, para que no se repitiera la
historia, y te conocí, si tú ves sensibilidad y dolor en mis
fotografías es porque has visto dentro de mí más que
cualquiera y por eso me enamoré de ti. Porque al fin creí
que había alguien para mí. Y ahora te conviertes en el peor
de mis verdugos… aunque no ame a Julia, es la única que
no me deja.
—¿Te estás oyendo? ¡Es ridículo! Es cierto que no sé de
tu vida, pero eso no justifica que mendigues ni por mí ni
por nadie. Yo… Stephan —y he empezado a sudar, un
temblor se me instala en las manos y gagueo… nunca podré
con las confesiones sentimentales.
—¿Tú?
¡Ay, mi madre!
—No es el momento ¿sabes? Lo mejor es que yo renuncie
y que pongamos más metros de distancia. Tú y yo no vamos
hacia ninguna parte.
Me giro para tomar mis cosas y él me agarra por el
brazo.
—¿Por qué vuelves a huir de mí? Acabo de confesarte lo
que siento y tú prefieres darte la vuelta.
Dejo la vista fija al suelo.
El móvil suena.
—Debo responder —y me escabullo para hablar afuera.
—Hola, Susie ¿ya vienes a tu terapia?
—No —su voz suena cortada por el llanto.
—¿Qué sucede? ¿Dónde estás?
—Intenté comer, lo hice. Fue una buena porción… pero la
gente me miraba y las voces no se callaban, y yo… yo solo...
—¿Vomitaste?
Rompe en llanto y enseguida me arde el estómago.
—Dime dónde estás y juntas lo solucionaremos ¿está
bien?
Gime intentando recuperarse y buscando el aliento.
—En Central Park
—Te veo allí, en Bow Bridge.
La llamada termina y yo corro a por mis cosas.
—¿Pasó algo? ¿Es Susan?
—No, es de Evan… urgente.
Y le dejo allí, ahora soy la que miente para protegerlo.
Cruzar el parque estando tan preocupada como estoy se
me hace eterno, el camino es tres veces más largo. La veo
escondida en un gran abrigo que me pidió prestado esta
mañana para ir a la biblioteca y recargada a un árbol a la
entrada del puente. Corro hasta ella, se arrulla como me
arrullaba yo para ejercer autocontrol y pelear con las
malditas voces. La abrazo tan fuerte como puedo y le
acaricio el cabello.
—Todo va a salir bien, tú eres más fuerte te prometo que
eres más fuerte y encontrarás la fuerza.
Está tan arraigado lo que siente que parece ida,
entregada a un estado de dolor y agonía. Pero solo ella
puede ayudarse, nadie más que ella puede hacerlo.
—Maltratada, fuera de lugar, incomprendida. No hay
forma de que todo esto esté bien todo eso no me detuvo.
Equivocada, siempre dudando, menospreciándome… mira,
aún sigo aquí. Preciosa, preciosa, por favor, nunca sientas
que eres algo menos que perfecta, eres perfecta para mí.
Su rostro se eleva, las lágrimas han parado de fluir y una
tímida sonrisa se dibuja en sus labios, no dejo de cantarle,
quiero que se grabe en la cabeza, en el corazón y la piel
que es perfecta. Es una terapia doble, a mí también me
toca las fibras y se me escapan las lágrimas.
—Esa canción es…
—Es un himno y debe ser nuestro lema para lograrlo. No
puedes dejarte vencer, debes pelear muy duro, como
Rocky, caer y levantarse pero no rendirse nunca, porque el
que se rinde pierde y nosotras no somos losers.
Le tiendo la mano y me la llevo a casa.
—Quítate la ropa —le digo al entrar en el armario. Abro
la puerta que oculta un espejo de pie y se lo pongo
enfrente. Es nuestro peor enemigo porque es el juez
inquisidor, pero debe llegar a ser nuestro mejor amigo.
Tímidamente se retira la ropa, confía en mí y cree que
sabe lo que hago. No lo sé, no me enfrento desnuda al
espejo, pero ahora se trata de ella y no de mí.
Su mirada no se eleva del suelo. Es momento de hacerlo,
paso a paso.
—Mira tus pies… cada uno de tus dedos, su forma, su
largo… te hace falta una buena pedicura.
Sonríe. Vamos por buen camino se enfoca en ellos.
—A mí me parece que son bellos, con sandalias en el
verano deben verse como de catálogo. ¿Qué crees tú?
—Me gustan, siempre me han gustado mis pies.
—Muy bien, ahora mira tus piernas, son largas y de
buena forma, dignas de mostrarse ¿no crees?
—Supongo…
—¿Qué me dices de tus muslos? A mí me encantan, unos
buenos vaqueros y pararás el tráfico ¿no?
Titubea, su mirada no se eleva lo suficiente, eso quiere
decir que nos acercamos a la zona de fuego. Las personas
que sufrimos trastornos alimenticios no siempre estamos
inconformes con todo nuestro cuerpo, puede ser una zona
en específico la que nos desagrada, la que quisiéramos
borrar.
—Desde aquí se te ve un buen trasero, con un bikini muy
colorido te llevarías todas las miradas en la playa. ¿Por qué
no te das un vistazo?
Sus manos tiemblan, sus labios también, las lágrimas
caen al suelo y sin embargo sigue mis instrucciones.
—¿No te gusta tu trasero?
—Es que…
—Te dijeron que era el trasero de una cerda asquerosa.
Afirma con la cabeza, está por desmoronarse.
—Mira lo que les importa a la Kim Kardashian o JLo.
Sonríe de nuevo y he salvado el momento. No la presiono
más, le pido que se vista y nos acomodamos frente al
espejo.
—Este señor existe para decir la verdad así como el
espejo de Blancanieves —le digo señalándolo—. Creemos
odiarlo pero no dejamos de usarlo junto con la báscula. No
podemos eliminarlos y hacer de cuenta que no están, hay
que luchar junto a ellos esta batalla. Quiero que te mires al
espejo y que te ames, tú eres tu peor enemiga si dejas que
esas voces cobardes te gobiernen. Mírate mucho al espejo
y, a la par, debes decirte cosas bonitas, que te gustas, que
eres hermosa, que tienes unos ojos preciosos, que tus
labios merecen un poco de color de vez en cuando y, que si
comes mejor, podrás ponerte un montón de ropa que te
envidiarán las malditas brujas que empezaron a
maltratarte.
—¿Fue lo que hiciste tú?
—Entre otras cosas eso hice, levantarme de la cama y
jurar que nadie me haría daño nunca más. Y me enamoré
de las canciones de M5. En la música encontré mi terapia,
acallaba esas malditas voces con She will be loved. Si no
tenía los cascos puestos, la cantaba tan alto como podía y
las mandaba al infierno.
Susan me abraza y, aunque es doloroso revivir de nuevo
esa experiencia, no dejo de sentir que hago lo correcto por
ella y Stephan.
Vuelvo a mi trabajo en la tarde, Susie comió muy bien y
se quedó decorando mi piso, parece que quiere pintar y no
puedo decirle que no lo haga. En la oficina, Stephan me
informa de un viaje a Miami, una cadena latina quiere
unirse a la campaña que llamé «Te presto mi voz». Hace
dos semanas le pedí a Evan que grabara un vídeo corto
diciendo esa pequeña frase y que, de ser posible, lograra
que otros de sus amigos famosos le siguieran. En menos de
una semana ya eran más de cien y los medios se llenaron
de ese hashtag al que se unieron personas de todo el
mundo. La campaña central se lanzará en Mayo con la que
se espera llegar a muchas más mujeres. Debemos irnos en
la noche para una reunión a primera hora y aprovechar el
viaje para reunirnos con mujeres latinas activistas. Lo
único que me preocupa es dejar a Susan sola una semana
completa.
Y no solo a mí.
—¿Con quién se quedará Susan? —Es la primera
pregunta de Stephan, de hecho la única.
—No lo sé, acabo de enterarme, veré qué puedo hacer. O
la llevo conmigo.
Eleva una ceja y sigue con lo suyo. Tiene una forma de
ser que ni él entiende.
Salimos antes de las cuatro para empacar y tomar el
vuelo de las ocho. En casa me reciben Susan y Rufus llenos
de pintura. De fondo suena música alegre y se me contagia
la alegría.
—Tengo que viajar esta noche a Miami y regreso el
jueves en la noche —voy revisando mis paredes que están
llenas de dibujos a lápiz y algunos colores.
—Te estarás preguntando qué hacer conmigo.
—Vendrás conmigo, bueno con nosotros. Tu hermano
también va.
—Con él ni a la esquina.
—Susie…
—Confía en mí, estaremos bien ¿o te llevarás también a
Rufus?
—¡Qué problema eso de cuidar hijos ajenos! —bromeo—.
¿Seguro que no pasará nada en mi ausencia?
—Te lo prometo —eleva la derecha pintada de rojo—.
Quiero hacer esto bien y ayudarte un poco para que no sea
solo tu esfuerzo. Iré a estudiar, a las terapias y cuidaré de
Rufus.
—Evan llega el miércoles, se quedará el fin de semana.
—¡Dios santo! Ese chico es tan guapo ¿tendré que
hablarle?
—Claro, eres la niñera de su hijo.
Simula tragar con dificultad. Evan no puede pasar
desapercibido para ninguna mujer, eso es innegable.
—¿Qué le dirás a mi hermano? No viajará si sabe que me
quedo sola.
—Le diré que Brian cuidará de ti, porque él te dará un
par de rondas.
—¿El médico?
—El mismo.
Asiente en silencio y me voy a hacer mi maleta, no quiero
imaginar la discusión con Stephan.
21. Caer al abismo
22. Confusión
¿En la terraza?
Salgo y abordo el ascensor. Presiono el botón que me
lleva a la terraza y mi viaje se tarda unos cinco minutos.
Al llegar, abro la puerta y, por primera vez, estoy en la
terraza de Sessanta. Nada del otro mundo, excepto por un
colchón inflable en el que Evan, Susan y Rufus permanecen
acostados bocarriba.
Silbo de nuevo y Rufus se levanta y sale corriendo en mi
dirección, me inclino para recibirlo y levantarlo. No puedo
decir cuánto extrañé sus lametones a pesar del asco que
me da. Eso es amor de madre, creo.
—¡Hola!
Llego hasta el colchón y me meto en medio. Rufus salta
de mi panza a la de su padre y allí se acuesta. Alguien se ha
robado mi lugar.
—¿Cómo te fue? —pregunta Susan pasándome un bol con
gomas dulces en forma de oso.
Meto la mano al fondo y luego me las engullo. Evan es
experto en crear vicios en la gente que conoce. Es a él a
quién le gustan más las gominolas que la comida.
—Y ¿a mí no piensas saludarme?
Miro a Evan y sonrío.
—Hola, idiota —clavo mi índice en su costado y se queja.
—Ya sabes cómo te lo cobraré —me amenaza.
Susan se ríe.
—Vosotros sois peor de lo que imaginé.
—¿Qué hacéis aquí? —me engullo otro puñado de ositos.
—Nada.
Y ambos estallan en risas.
Los observo con expresión de estar en medio de un par
de locos. Evan habla:
—Ninguno quería cocinar, ni ver una película o hablar.
Pero queríamos compañía, así que propuse subir aquí,
mirar al cielo y aclararnos las ideas.
—Cuidado, Susan, Evan está medio chiflado, intenta no
creer todo lo que te diga.
—Hormonitas… —refunfuña.
—¿Hormonitas? —Susie se troncha de risa.
—Larga historia —zanjo enseguida.
Rufus cambia de almohada y vuelve a mi panza, Evan
levanta el brazo y me rodea llevándome hasta él.
—¿Cómo estuvo el viaje con tu tinieblo?
—Shhh… es su hermano.
—Es un imbécil, pierde cuidado.
—Susan, tu hermano te quiere y, pues, no ha hecho las
cosas muy bien. Dale una oportunidad.
—Está enamorada, no le hagas caso —replica Evan
burlándose de mí.
Ellos se descojonan y yo aprieto los puños.
—¿Pedimos china?
—Sí —responden.
Susan se adelanta para hacer el pedido. Evan y yo nos
quedamos desinflando el colchón.
—¿Qué pasó en Miami?
Empezaré a creer que es algún tipo de vidente.
—¿Qué pasó de qué? Tuve algunas conferencias,
reuniones…
Evan pone los brazos en jarra y me reta con la mirada.
Dejo caer los hombros, no sé porque a él no le puedo
chistar.
E: —¿Porque te conoce?
L: —Ahora estás bipolar, lo que me faltaba.
—Solo me sentí mal. Stephan se preocupa por Susan y yo
respondí altanera. Pedí la cena y se la llevé a su cuarto.
Evan curva las cejas y aprieta los labios escondiendo una
sonrisa.
—Vale, qué bonito acto de misericordia por tu parte. Pero
si algo he aprendido muy bien, es que las mujeres no sois
de visitar a un hombre de noche, y si lo hacéis, solo puede
ser por venganza o para sexo.
—¿Y si es amor?
—El amor y la venganza se sienten igual —sus ojos me
acusan, debo tener cara de follada culpable—. ¿Qué hiciste
allí?
—Pues, el que quiere besar busca la boca y fui con la
intención de hacer las paces. Terminé siendo el postre —
confieso mientras bajo la cabeza—. Antes de la cena, claro.
Evan exhala un suspiro.
—Os reconciliasteis. Es lo que sucede cuando dos
personas se ven mucho. Es la ley de gravedad.
—Es el karma que me ha hecho su blanco favorito.
—Noto arrepentimiento en esa voz...
Me siento en el suelo y escondo la cabeza entre mis
manos.
—Odio que mi vida se haya convertido en un montón de
absurdas casualidades. ¿Por qué tenía que ser Stephan?
Unos fuertes brazos me apresan y me abandono a su
pecho, dejo escapar un par de lágrimas de frustración
porque no me gusta tener tanto miedo.
—Tranquila, Lena, estás llena de miedo. Pero vosotros os
queréis o es lo que esperáis hacer, y el amor es casualidad,
una muy bonita porque encuentras la otra mitad de tu
corazón —acaricia mi cabello y me da un beso en la
coronilla—. No tengas miedo, hormonitas, vive el momento.
No pienses.
De fondo se oye el viento y el latido del corazón de Evan.
No tengo las palabras correctas que explicarían por qué
con él no existe el miedo. Con Evan no soy yo y tampoco me
interesa ser alguien en concreto.
Tengo la cabeza y el corazón hecho nudos.
Después de un rato, bajamos a mi piso para cenar. Evan
me recuerda que mañana se harán las fotos en el estudio
de su productora y un cuchillo se me clava en la garganta.
—¿Pasa algo, Elena? —pregunta Susan, no he comido
mucho y se supone que tengo que darle ejemplo.
—Nada, cariño —finjo una sonrisa—, solo que olvidé
preparar algunas cosas para mañana y creo que debo irme.
—¿Ahora?
—Sí, Evan —me levanto y me voy al cuarto, allí me
alcanza la voz de mi conciencia.
—¿A dónde vas?
—Dale una ronda a Susan, por favor.
Meto un par de prendas en mi cartera. No sé para dónde
voy, o sí, a la oficina porque no tengo llaves de otro lugar.
Salgo del cuarto, me despido de Susan y Rufus.
—Lena —me detiene Evan—. Voy contigo.
—No tienes que…
—Es tarde, vas sola —se acerca y susurra a mi oído—, y
sé que algo pasa.
—Descansa, preciosa —se despide de Susie con un beso
en la mejilla y me toma de la mano.
Johanne te necesito aquí
23. Esto no puede estar pasando
L aManhattan,
productora de Evan está ubicada en el corazón de
una calle al sur del edificio Chrysler. Nos
hemos sentado en el suelo del estudio donde se harán las
fotos, estoy abrazada a él, me tiembla el cuerpo y me arde
el esófago. Nadie me ha obligado a hacerlo, ni siquiera lo
saben, fue una de mis brillanteces inspirada en el caso de
Susan. Ninguna de las chicas que posará para la cámara de
Stephan ha sufrido desórdenes alimenticios. Ninguna
aceptó hacerlo, imagino que por vergüenza. Entonces, un
cosquilleo extraño en la nuca me dio el impulso para
decidir que sería la última y la única que mostraría sus
cicatrices para decir que la anorexia y la bulimia no
pudieron conmigo.
El impulso de valentía me duró hasta que Amy pidió
adelantar la sesión. Esperaba que, a la par con la
recuperación de Susan, también mis demonios se
espantaran y, para el día de las fotos, yo estuviera confiada
y segura.
Hemos pasado un largo rato escuchando música,
hablando de su trabajo y de todo menos del motivo que nos
tiene aquí. Debe ser de madrugada porque afuera todo está
en relativo silencio.
Ahora tiemblo como si estuviera sentada desnuda sobre
la nieve y no me siento capaz de hacerlo, tampoco voy a
romper mi promesa. No es solo por mí, Susan o Lauren es
por las que no han hablado, las que lo están padeciendo y
las que perdieron la batalla. Es hora de que me libere de
todos los fantasmas que me persiguen, es hora de ser la
verdadera Elena que se escondió tras el armario el día que
le dijeron, por primera vez, que era un saco de huesos
insípido y sin gracia. Que tenía cabeza de micrófono y que
mis pecas eran horribles.
—¿Qué te tiene tan apabullada? Empiezo a preocuparme.
Tenemos las manos entrelazadas, nos hemos quitado los
zapatos para no ensuciar la alfombra de piel de oveja.
Tengo que decírselo, Johanne no aparecerá por arte de
magia para ayudar con mi problema de confianza y Evan
es… todo lo que tengo, lo reconozco. Porque Stephan puede
ser el tipo que me calienta y me pone cachonda con un
beso, un roce o esa mirada de lobo al acecho; pero no
confío en él del modo en que lo hago con Evan.
—Tengo miedo porque también voy a ser retratada por
Stephan.
Espero por la pregunta que no llega.
—Es realmente admirable que decidieras posar. Pero si
eso, de alguna forma te hiere, no lo hagas.
—¿Cómo lo sabes?
—¿Cómo sé qué cosa?
—Que tengo un motivo para decir que sobreviví.
Besa mi cabeza con tanta ternura que por un momento
me olvido del miedo.
—Te desnudé para eso que… ya sabes —asiento—. No te
miré con morbo, fui respetuoso, lo prometo. La cicatriz de
tu abdomen me dijo más que las otras marcas y me armó la
teoría. He visto y vivido muchas cosas, Elena, las cicatrices
siempre tienen una historia. Ahora, ese afán por cuidar de
Susan es solo la confirmación de que quieres salvarla y
estoy muy orgulloso de ti.
Gimoteo contra su pecho. Me siento débil, frágil y con
ese terrible sentimiento de exposición que nunca me
abandona. Eso que me obliga a cubrir mis pecas, a alisarme
el cabello o a no permitir que me vean desnuda. Que ha
sido todo un desafío cuando de relaciones se trataba. Solo
que con esa personalidad dominante lograba lo que quería.
Aun así, lo que me ha dicho Evan solo significa que todos lo
han notado y ninguno me ha juzgado. Que soy la tirana
inquisidora de mi propia vida.
—Gracias por abrirte en banda conmigo.
—Te he dado todos los secretos que ya no me sirven,
Evan.
—Y prometo que sabré llevarlos conmigo —besa la cima
de mi cabeza—. Te quiero, hormonitas.
—También te quiero, perfecto idiota.
Nos quedamos abrazados, hasta que tomo una decisión.
—¿Tienes un espejo de pie? —pregunto con un hilo de
voz.
—Sí tengo uno, está del otro lado.
—¿Podrías traerlo?
—Por supuesto. ¿Para algo en especial? —pregunta
confuso.
—Por favor, traelo.
Evan se levanta y va hasta el otro lado del salón, carga el
espejo que está cubierto por una tela y lo pone frente a mí.
—Vuelvo en un momento.
Salgo hacia el baño, me retiro la ropa y me humedezco el
cabello, lavo mi rostro y, a pesar de que creo que me voy a
desmoronar, camino de regreso vestida con una bata de
baño.
—Lena —advierte Evan con un tono dubitativo—, no te
tortures de ese modo.
—Tengo que hacerlo, tengo que volver a verme en un
espejo para sentir que no me erigí sobre arenas movedizas.
Doy un par de pasos atrás hasta tocar el borde de la
ventana. Las lágrimas me brotan como catarsis. Es una
sanación que viene de adentro. Mis manos van a la
cinturilla para desanudarla. Tiemblan y están heladas.
—No te hagas esto, por favor. No te presiones —Evan se
pone frente a mí, toma mis manos y busca mi mirada—.
Eres hermosa y confieso que me gusta mirarte, si llegara a
enamorarme otra vez serías la primera en la lista.
Sonrío levemente.
—Quita la tela, por favor.
—¿Segura?
—Sí.
E: —No lo hagas, Lena.
L: —Tenemos que superar esto de una buena vez.
E: —Sabes que no nos gusta vernos al espejo.
L: —¿Y seremos cobardes para siempre?
E: —No soy tan fuerte como tú.
L: —Ve a esconderte, lo haré yo.
Evan obedece y luego se pone tras el espejo. Repito los
pasos tal cual lo hizo Susan. Me voy mirando lentamente al
espejo hasta que llego a mi abdomen. Esa es la zona que
odié, porque no tenía cintura porque no me lucían las
camisillas ajustadas y el bikini nunca fue la prenda que más
me favorecía. Tenía trece años cuando el mundo se me vino
abajo y, desde ese día en adelante, me odié más que nadie
por no ser perfecta.
Me inunda un inmenso sentimiento de tristeza y
nostalgia, y lucho por reprimir las lágrimas. Pero esa
batalla la perdí desde el primer momento.
El llanto que derramo es doloroso, verme de nuevo no
me refleja a la mujer que soy sino la que fui. Recuerdo cada
vez, cada error, cada paso en falso, cada caída y cada
lágrima, y me abisma el peso de los años, del silencio, de
esconderme tras un disfraz para que nadie más me dañe.
Pero no me he recuperado, sigo rota, sigo vacía… las
lágrimas se desbordan por mis mejillas y saboreo de nuevo
el miedo y la inseguridad.
Evan me saca del ensimismamiento tarareando una
canción que habla de una chica que no le gustan los
pliegues que se forman en sus ojos al sonreír, a la que no le
gusta su abdomen, sus muslos, sus pecas. Pero que para él
son solo pequeñas cosas. Camina hacia mí mientras sigue
diciendo, que esa chica no se ama tanto como él a ella, que
no se trata bien y que él desea que lo haga, que estará
siempre ahí… que ha dejado escapar esas pequeñas cosas,
porque está enamorado de esa chica.
Se quita el suéter y me lo pone encima. Acaricia mi
cabello y me mira con tanta adoración que me pone a
temblar el alma. Uno de sus índices baja por mi nariz y mis
labios en forma lenta y sus ojos siguen la ruta de sus dedos,
atraviesa el centro de mis senos y llega a mi abdomen que
se contrae enseguida, es mi límite infranqueable. Ahora es
su mano la que toca esa piel como si intentara sanarla.
Parece que vuelve a abrirse la cicatriz que me divide en
este y oeste.
Vuelve a mirar mis ojos, los suyos no muestran deseo,
lujuria o morbo, muestran algo tan puro y sublime que me
recuerda la forma en que Brian me mira. Su mano me
acaricia, esa herida está sanando, se está borrando la
marca de la desesperación, de la noche en que tomé un
frasco de un veneno que acabara con la tortura. Esa fue mi
locura, casi me destrozo el estómago y por eso tuvieron que
abrirme el abdomen y salvarme la vida. Luego de abrazar la
muerte, me levanté y hasta hoy no me vi desnuda en un
espejo; no porque no lo intentara sino porque sabía que, de
hacerlo, jamás le ganaría la batalla a ese monstruo.
El sol empieza a colarse por las ventanas y no tardará en
llegar el personal, las chicas fueron citadas a las siete.
—Sonríe, Lena, hazle ese favor al mundo.
Mis manos se elevan para tomar sus mejillas, me deleito
con el color de sus ojos y la luz del día que juega con los
matices de verdes y azules. Esos ojos vuelven a hablarme
aunque no entiendo lo que me dicen.
Evan se inclina hacia mí, y mis pupilas vacilan. Algo no
va bien aquí. Algo en el ambiente cambió. Mi respiración se
precipita y una de mis manos siente el palpitar acelerado
del corazón de Evan. Creo que ya no respiro, el cuerpo se
me paraliza y cierro los ojos, lo siguiente que percibo son
los labios húmedos de Evan sobre los míos. Así pasan
segundos o siglos, ni él reacciona ni yo me muevo. Su mano
abarca mi cintura y con eso tengo para apretarme contra él
y abrir la boca. A ambos se nos escapa un suspiro antes de
que resbalen nuestros labios en una danza lenta. Aquí no
hay hambre, no hay necesidad. Es un beso dulce, suave,
medido. Es una caricia. Es Evan Humphrey besándome
como solo lo he visto besar en el cine y creo que me estoy
derritiendo.
Sus labios se deslizan sobre los míos y soy consciente de
que es la primera vez, desde Michael, que recibo un beso
dado con el corazón, un beso de amor que me tiene todo el
sistema revolucionado. Los oídos me zumban, en la cabeza
siento una opresión y en la garganta un nudo. Me
cosquillea desde la primera cervical hasta la última y se me
hielan los pies.
Un sonido del exterior de mi burbuja me sobresalta.
Alguien aplaude.
Aturdida y casi cegada de tanto apretar los ojos, veo a
Stephan en el marco de la puerta, aplaude y sonríe como
psicópata.
—¡Maravilloso! ¡Una toma de puta madre! —Da un par
de pasos—. ¡Corte director, la tenemos! —se ríe de nuevo
esta vez con burla y mira a todos los lados—. ¿No es una
actuación?
—Stephan —titubeo.
—¡Tú! —me señala con el índice, Evan se pone delante
como barrera protectora.
—Ten cuidado con lo que dirás —advierte Evan.
Stephan aprieta la mandíbula.
—No te confíes, galancete, lo de esta chica no es el amor.
En un par de días te dirá que no diste la talla, ¡tú tampoco!
—le hace un paneo de arriba abajo—. Y que, te lo pierdes.
Ahora tú te lo pierdes —sentencia señalándome con el
índice, otra vez.
24. S.O.S
M isdificultad
latidos han aumentado, me duele el pecho
para respirar. Intento calmarme,
y siento
pero la
ansiedad se dispara y tiemblo sin control.
Me remuevo angustiada y Evan me acomoda en un sofá,
estamos en una oficina. Mis manos no paran de temblar, mi
cuerpo entero lo hace y siento el rostro mojado.
—Recuéstate, trata de respirar profundo.
Sigo sus indicaciones, pero no consigo estar cómoda en
mi piel, me siento expuesta y vulnerable. Tengo frío.
—No puedo.
Evan me cubre con algo, no sé lo que es porque
mantengo los ojos cerrados, no quiero ver tantos rostros a
mi alrededor, tantas miradas que me señalen.
—Es un ataque de pánico, solo respira y pasará pronto.
Pero no lo siento así, me remuevo en el sofá y abro los
ojos, me incorporo y me veo descalza y con parte del
vestido suelto, creo que lo he roto y eso incrementa mi
angustia.
—¿Se ha estropeado? —pregunto ansiosa.
—No importa, yo me hago cargo.
—Quítamelo.
Se acerca y me quita la falda, me cubre con su suéter y,
con delicadeza, apunta los botones hasta cubrirme por
completo, me ofrece agua, pero no soy capaz de tragarla.
Me desgañito a llorar y acabo en el suelo hecha un ovillo.
Mi pecho arde y he vuelto a escuchar las voces que
acallé hace tantos años. Aprieto los ojos intentando
eliminarlas y concentrarme en algo más.
Entonces lo escucho:
—Sweet Caroline. Good times never seemed so good…
Evan empieza a cantar una canción muy vieja que apenas
reconozco, se ha tumbado a mi lado en el suelo y sus dedos
acarician los míos suavemente. Su voz es dulce, cálida y
profunda
—Look at the night, and it don't seem so lonely. We fill it
up with only two…
Aprieto su mano y las voces se van, solo es su voz
llenándolo todo.
—¿Estás mejor? —pregunta con mucha dulzura y mi
respuesta es abrazarme a él.
Recuerdo la canción. Es Sweet Caroline de Neil
Diamond, y cuando Evan vuelve a cantar, la letra me
arponea el pecho: ¿Cómo podría sufrir cuando te estoy
abrazando?
—Todo es mejor cuando tú estás —confieso, avasallada.
Besa la cima de mi cabeza y poco a poco la angustia se
aleja, mi cuerpo para de temblar y mi pecho se ralentiza.
Evan sigue cantando y ahora sé que una canción tiene el
poder misterioso de juntar a dos personas con lazos
irrompibles.
Ha pasado un largo rato, la voz de Evan es ahora un
tarareo suave que me arrulla y me da paz. Su olor colma
mis sentidos y parece que vuelvo a ser dueña de mí.
—Tenías razón, no debí hacerlo, no estaba lista para
exponerle al mundo mis heridas de guerra.
—Ya no importa lo que dije, fuiste muy valiente y te veías
impresionante.
—No exageres.
—Exagerar es mi trabajo —bromea.
—¿Qué hora es?
Le veo levantar la mano para revisar su reloj.
—Pasa de las cinco.
—Supongo que ya se fueron todos. Hice una escena
allá…
—Nada de eso, no te preocupes por ellos ni por nadie,
solo tú o quien ha pasado por lo mismo puede entender lo
que significó para ti ponerte frente a esa cámara.
Me siento y desde allí veo a Evan. Parece irreal que
estuviera tumbado a mi lado calmando mi ataque de
ansiedad. Haciéndose eco de mi miedo para enfrentarlo por
mí.
—¿Por qué me besaste, Evan?
Suspira y se levanta.
—Porque era un buen momento para hacerlo —me mira
fijamente y no comprendo su actitud.
Le miro como si me lo hubiera dicho en latín, bueno en
latín me habría resultado más claro, fue como en árabe, de
derecha a izquierda.
—No entiendo.
—Sabes que cuando alguien está angustiado hay que
hacerle pensar en otra cosa, y, vale, un beso vuelve locas a
las mujeres porque entre las dudas y los planes, su cabeza
no deja de girar. Así que funcionó la distracción.
—No me calas, mentiroso.
—No querrás saber la razón —se sincera.
—Ni tú lo que opino al respecto.
Afirma con la cabeza y me ayuda a ponerme de pie.
Observo el vestido en el suelo y recuerdo que la encargada
de vestuario de la revista hizo hincapié en que debía
cuidarlo como un tesoro.
—Si está roto he firmado mi sentencia de muerte.
Evan lo levanta y lo revisa, parece intacto.
—Después nos preocupamos de esto, ¿quieres irte a
casa?
—Sí, por favor.
Me sonríe, dulce como solo él sabe y me ofrece su mano
para salir de la oficina, vamos hasta el área de vestuario
donde están mis cosas, no hay nadie por allí, pero hay una
nota en mi cartera con indicaciones sobre la devolución del
vestido, Evan la toma y se la entrega a uno de los asistentes
que aparece por allí y le pide hacerse cargo. Yo paso a
vestirme y recoger mis cosas. Cuando vamos camino a casa
recuerdo que no llevo mis Prada.
—Perdí mi suerte.
—¿De qué hablas?
—Mis Prada, unos zapatos que me han acompañado por
muchos años, no los vi entre mis cosas.
—Haré que alguien pregunte —Evan aprieta mi mano
mientras esperamos en un semáforo—, ¿cómo te sientes?
—Hecha polvo.
—Te haré algo de cenar mientras te das un baño. Luego
puedes dormir.
—¿Te quedarás?
Sonríe sutilmente y afirma.
En casa me reciben Rufus y Susan, ella lleva la mitad de
la pared con un mural impresionante que mezcla flores,
hojas, animales y toques de dorado. Su arte es maravilloso,
me deshago en elogios y me escabullo pronto porque
necesito un momento a solas, no me siento moralmente
capacitada para darle apoyo cuando acabo de tener una
crisis.
Me meto en la bañera y abrazo mis rodillas mientras
pienso en mi vida, en que todo lo que di por seguro ahora
se tambalea y que no me siento fuerte y suficiente para
enfrentarlo. No puedo dar un paso hacia ninguna parte, le
temo a una relación con Stephan, no puedo seguir cuidando
de Susan, no me siento capaz de volver a poner alguna
palabra en el papel sin cuestionarme si soy buena en lo que
hago, y no paro de pensar en ese beso con Evan, en que no
fue una simple distracción y que hay una absurda
necesidad recorriendo mis sistema que me pide repetirlo.
E: —Te dije que no lo hicieras, Lena.
L: —Sé que estás rota, es mi culpa por creerme muy valiente.
E: —Eres muy valiente, Lena, pero yo soy tu debilidad. Están
pasando muchas cosas en nuestra vida.
L: —Parece que mis escudos me han abandonado. Alguna vez creí
que podría evitar enamorarme, ahora es un salto inminente al vacío.
Alguna vez creí que era dueña de mí y que nadie volvería a tocar mi
amor propio… ahora siento que dejé de ser fiel a mí misma. Te fallé,
Elena.
E: —No me has fallado, solo tienes miedo, estás siendo un poco
como yo… te estás ablandando.
—Elena —Evan me habla desde la puerta—, llevas mucho
rato en el agua.
—Pasa.
Me he puesto la bata de baño y me enfrento al espejo,
tengo que quitarme el maquillaje que el agua no sacó. El
tren de mis pensamientos traquetea hacia su inevitable
destino y termino preguntándome ¿qué viene ahora?
—¿Qué pasa? —pregunta Evan al verme.
Dejo caer los hombros y de mi boca escapa un suspiro.
—Tengo miedo, Evan. No sé qué hacer con mi vida ahora.
Las lágrimas me surcan de nuevo las mejillas y él llega a
mi lado para evitar que acabe de nuevo en el suelo. Con sus
dedos eleva mi mentón y sus ojos preciosos me miran con
adoración. Toma uno de los paños con desmaquillador y lo
pasa suavemente por mis ojos.
—Las perlas han sido una de las joyas más apetecidas y
costosas de la historia… —dice sin detener su labor—, pero
es algo especial lo que ocurre para que exista una perla. Es
una infección, una herida, cuanto más grande es esa herida
más grande es la perla, más valiosa.
Toma otro pañuelo y ahora lo pasa por mis labios en una
caricia abrumadora e íntima.
—Tú eras la ostra, estabas protegida, tranquila, pero un
día, un parásito se coló dentro y formó una herida, una
infección. Dolía, penetró tu protección y te marchitó, pero
poco a poco te cubriste de nácar, estabas creando tu propio
escudo protector. Surgió esa perla preciosa, brillante,
única. Esa perla la llamaste Lena Roach, sobresalía por
encima de las demás, era el escudo que resguardaba a
Elena de otro ataque invasor.
Le miro conmovida por sus palabras, Evan ha tomado un
cepillo para peinarme el cabello.
—Ahora tienes miedo, crees que has soltado el escudo y
que Elena será vulnerable, pero no es así, lo que hiciste fue
mostrar la cicatriz, la herida, la perla. Mostrar que, aunque
pasaste por una situación muy complicada, estás aquí
poniendo el pecho a la vida y brillando como esa perla
peregrina, única en tamaño y forma, valiosa como ninguna
y apetecida por muchos.
Sus dedos atajan mis lágrimas y besa mi frente antes de
esconderme en sus brazos.
—Toma el tiempo que necesites para volver a cubrirte de
nácar.
26. Levantarse
E: —Si evitas que salgan las fotos será suficiente. Pero ahora mismo
estoy aterrada.
E: —Yo te ayudo.
El recorrido es corto, mi sistema entra en alarma cuando
veo que nos internamos en un estacionamiento
subterráneo, mi cuerpo empieza a picar, otra de mis
reacciones absurdas, cuando tengo mucho miedo me
aparece un sarpullido… que ahora diga Gabriella que su
elección de la probeta fue la mejor. Me rasco un brazo y el
cuello mientras busco una ruta de escape. Pero los gorilas
que me acompañan saben hacer muy bien su trabajo. Me
interceptan antes de que pueda hacer cualquier
movimiento y me llevan a la fuerza hasta el elevador. Busco
el botón de pánico y el hombre a mi lado se pone de
barrera.
—Ya le dije que no debe preocuparse, no le haremos
daño.
—Claro, porque estoy aquí por mi voluntad.
Disimula una sonrisa que me dan ganas de borrar con el
tacón de mi zapato en sus cojones, es ahora cuando extraño
llevar el gas pimienta. Estoy totalmente desubicada, ni
rastro de la Lena que fui. Claramente está preparando el
terreno para algo, disponiéndolo todo para dar el golpe de
gracia.
Cuando las puertas se abren siento que entro a la gloria
celestial. Es un impresionante pent-house decorado al
mejor estilo art déco, es como un viaje a los años 20’s. Los
muebles son preciosos, detalles en dorado, negro,
turquesa, el suelo brilla como un espejo, pinturas,
esculturas, fotografías de las divas del cine. ¡Cuadros de
Tamara de Lempicka! Me acabo de morir bien muerta.
Estoy extasiada y creo que se me escapan los suspiros. No
puedo dejar de mirarlo todo con fascinación y temor. ¿Será
que me ha raptado un capo de la mafia?
—Sígame, la esperan.
Despabilo porque mi Obi-Wan (la consciencia) me pide
que aterrice de mi estado de alucinación post mortem y me
enfoque en que no sé dónde estoy y mucho menos quién me
trajo a este lugar.
Llegamos hasta una puerta con dos hojas, el diseño es
exquisito, blanco con paneles plateados. Si adentro hay un
harem estaré segura de que morí en algún momento.
El interior es decoración maximalista en todo su
esplendor. Paredes cubiertas con un tapiz de paneles
geométricos en tonos burdeos y dorados, muebles de
madera blanca y refuerzos metálicos, alfombra de piel de
oveja, sillas de terciopelo y una enorme cama con un
espaldar capitoneado en terciopelo rosa.
Y en la cama ella.
Casilda Watts.
—Cierra la boca, querida, que me estropearás la
alfombra.
Pestañeo para cerciorarme de que no estoy soñando y
doy un paso hacia ella.
—Así que no encontraste mejor manera de traerme que
mandando a un par de gorilas para que me raptaran.
—¿Qué sería de la vida sin algo de emoción, Lena?
Necesitas sentir un poco de adrenalina.
—Ya. Pues preferiría sentirla de otro modo —Casilda toca
su cama invitándome a sentarme—. Creí que era obra de tu
mejor amiga. O un capo de la mafia.
Casilda baja los lentes que usa, hasta la mitad de su
nariz, y me observa inquisitiva.
—Compárame con quien quieras, menos con esa hija de
Satán.
La observo, se ve más delgada, poco maquillada, pero el
pelo perfectamente peinado, pijama de seda, como debe
ser, la manicura perfecta y de fondo algo de música. Parece
Jazz. ¿Kenny G? Esta mujer no para de sorprenderme.
—¿Qué esperabas? Pudiste llamar y citarme.
—Lo hice, y ese guapo Adonis, por quien suspiras ahora,
me dijo que estabas enferma. Pero… vestida así, no parece
que algo pueda inquietarte. —Ella tan sabia y vidente, no
será la más compasiva, pero es mejor así a que sea
hipócrita.
—Las penas combinan mejor con Chanel.
Ella asiente y me concede una mínima sonrisa.
—Somos como el camaleón, Lena. La piel que nos cubre
se adapta a las adversidades.
Mi curiosidad me lleva hasta la pila de documentos que
revisa, veo el logo de una firma de abogados y de la
editorial que la publica.
—¿Algún contrato?
—Sí, algo parecido. Por eso te he llamado, querida.
—No estoy escribiendo últimamente.
—Una pena, pero no voy a juzgarte por ello. Te llamé
porque necesito pedirte algo —deja los documentos de lado
y se retira las gafas para mirarme a los ojos, mi piel se
estremece antes de oír sus palabras—: Quiero que prepares
mi funeral.
28. El legado de Casilda
M eante
he quedado como una estatua de mármol, pálida y fría
sus palabras. Casilda niega con la cabeza y le hace
una señal a alguien, los demás salen de la habitación y nos
dejan a solas. Yo solo espero haber escuchado mal.
—Despabila, Lena. No tengo tiempo para perder.
—Es que no sé si te oí bien.
—Lo hiciste, querida, no te hagas la tonta. Todos
debemos morir.
—Sí, pero es que tú… ¿por qué me dices esto?
—Porque es la realidad que estoy enfrentando y ya me
cansé de luchar contra la muerte. Mi cuerpo ha dicho basta
y debo aprovechar cada minuto que tengo.
La miro sin saber qué decir, ya sabemos que las
emociones no son mi fuerte y menos si se trata de alguien a
quien admiro tanto como a ella. Quisiera poder hallar las
palabras que le brinden consuelo, pero sé que no es lo que
espera de mí.
—¿Qué debo hacer?
Sonríe satisfecha, eso es lo que ella espera, la muralla y
no el río de lágrimas.
—Pasaré mis últimos días en este lugar, tanto como sea
posible, he decidido quedarme en este país porque aquí
estuvo todo lo que alguna vez amé y fue importante para
mí. Quiero que mis cenizas se mezclen con las de Frank, ya
está dispuesto el lugar y la urna, luego debes ir a Grecia y
dejar nuestras cenizas en el mar. Siempre quisimos ir, yo lo
hice sola pero ahora quiero que estemos juntos allí.
Un nudo se aprieta en mi garganta y disimulo la
humedad en mis ojos al ponerme de pie e ir a por agua.
—Hay una lista selecta de personas que pueden asistir al
funeral, no quiero prensa y el féretro cerrado, usaré un
vestido negro de Balmain que pedí exclusivamente, los
labios rojos y el cabello bien peinado. No sé lo que haya del
otro lado, pero debo verme perfecta. Y un toque de Chanel
N° 5.
—Casilda —digo con la voz estrangulada—, esto es muy…
—No puedo confiar en nadie más, Lena. Eres mi
heredera, en sentido figurado y literal, pero debo pedirte
una cosa: no te conviertas en una copia de mí. Encuentra tu
camino y entrega el corazón, no hay sensación más plena
que esa, te lo aseguro.
Unos toques en la puerta me sobresaltan, Casilda da la
orden de entrar.
—Querido, al fin llegaste.
Me fijo en el hombre, es alto, algo robusto, cabello
castaño bien peinado, barba recortada y traje impoluto,
huele muy bien y usa lentes. No es el tipo de compañía que
suelo ver con Casilda, parece más un abogado. De aspecto
no es que sea un fuera de serie, la verdad.
—Casilda, querida. Tuve unas reuniones antes. —Con
cariño se acerca a ella y besa su mano.
—Lena, te presento a Jake Hartnett.
Abro los ojos de par en par. ¿El editor?
—Lena Roach —le ofrezco mi mano y él se acerca
sonriente a saludarme.
—¿Es la escritora de la que me hablaste? —le pregunta a
Casilda.
Yo empiezo a sudar. ¡Casilda le habló de mí a uno de los
mejores editores del país!
—Exacto. La bella Lena es mi apuesta para ti. No quiero
que sientas que te estoy abandonando.
La expresión de Jake cambia, se nota que le entristece la
noticia y no se toma tan bien el humor ácido de Casilda.
—Casilda, tú eres irremplazable. No menosprecio a Lena,
pero para mí, no habrá nadie como tú.
En eso concuerdo.
Casilda me observa.
—He firmado mi testamento hace algunas horas, eres mi
heredera en bienes y en regalías editoriales hasta los
próximos veinte años. Cuando ese tiempo haya pasado, y si
estás viva, mis libros quedarán libres de derechos
intelectuales. He escrito la segunda parte de mis memorias,
y como el primero lo publicaste tú, el segundo tiene que ser
igual.
—Ya no tengo mi pseudónimo.
—De algo tendrá que servir el dinero que te dejo, y si no
es así, te autorizo a usar alguno de los míos o buscar otro.
Seguro que encuentras el adecuado.
—Casilda esto es demasiado para mí, yo no… ¿por qué
yo?
Extiende su mano pidiendo que me acerque y, por
primera vez, veo en ella algo que nunca creí ver, su mano
acaricia mi mejilla con ternura y me sonríe. Es una
expresión genuina y dulce y yo no puedo contener más las
lágrimas en el borde de mis ojos.
—Porque no fuiste capaz de traicionarme y venderle mi
historia a esa furcia, a pesar de las consecuencias. No hay
algo que tenga más valor para mí que la lealtad.
Tiemblo por dentro y por fuera porque Casilda sabe que
yo era la espía que Julia infiltró en su taller de escritura.
—¿Cómo lo sabes?
—Eres transparente, querida. Sí, usas un escudo para
protegerte de los ataques, pero dentro de ti habita una
mujer tan emocional y auténtica que brilla por donde va. Si
esa bruja no consiguió que me traicionaras, ni bajo
amenazas, eso significa que eres de las buenas. No pierdas
tu autenticidad jamás.
Por su mejilla rueda una lágrima solitaria que limpia
pronto y me sonríe con todo el garbo y elegancia que la
caracteriza.
—Haremos los ajustes pertinentes para que la
documentación se firme pronto y el nombre de Lena
aparezca en los documentos legales —interfiere Jake, me
ofrece su mano y agrega—: quiero leer pronto lo que
escribes, Lena.
—Lo harás —responde Casilda—, y prepara los pañuelos.
Él se despide sonriente llevando los documentos que
Casilda le ha entregado.
Yo me doy un momento para respirar y calmar la
agitación de mi pecho.
—¿Qué pasó con el chico de Brooklyn?
Ella es de las que aprieta y no suelta.
—No me pongas ese disco…
Mueve sus cejas con desdén y se acomoda en la cama.
—Será mejor que me lo cuentes, ahora que no puedo
vivir mis aventuras necesito regodearme con las de alguien
más.
Y aquí me tiene, hablándole de todo lo que ocurrió con
Stephan, con Julia y ahora con Evan, mientras cenamos un
excelente filete de salmón a las finas hierbas. Su expresión
no se inmuta, me escucha y bebe té sin que algo parezca
emocionarla o turbarla demasiado.
—Julia no puede tener hijos, lo intentaron por años con
Trevor, ella estaba obsesionada, probaron todos los
métodos, menos los que no incluyeran su útero. Incluso lo
culpó a él. Estaba tan hastiado del tema que fue fácil
seducirlo y ya lo demás lo sabes. La relación conmigo solo
le dio el impulso de pedir el divorcio y ahora tiene otra
esposa e hijos. No culpo a Julia, yo también deseaba un par
de hijos que hicieran mi vida menos solitaria, pero luego
del aborto espontáneo mi útero quedó inservible. No lo
intenté, solo me resigné.
—Esa fue su excusa y yo decidí irme.
—Entiendo que tienes una razón moral, pero ahora que
sabes que no fue así, debes hablar con el chico de
Brooklyn, eso le ayudará a entender tu huida.
—¿Me creerá la historia de Julia?
Se encoge de hombros.
—Eso ya no es tu problema. En cuanto a Evan…
—Nada pasa con Evan, además, es gay —lo digo bajito
porque sé que es un secreto.
Casilda curva una ceja, inquisidora.
—Evan no es gay, Lena. Y apuesto mi mano derecha. Que
sea la excusa que te repites para no saltarle encima, vale,
supongo que es válido, pero sé de machos y este… querida,
este es de los que saben empotrar.
Empiezo a sufrir calores porque los recuerdos vuelven a
mí en ráfaga.
—Él me lo dijo, no le he visto salir con muchas mujeres
tampoco y…
—Tendrá razones de peso para haberte mentido, y que
no salga en los tabloides cada semana con una conquista
diferente no es garantía de nada. Así que ya sabes cómo
quitarte la duda.
—¡Casilda!
Se carcajea y enciende un pitillo de mariajuana del que
toma una calada y luego me ofrece. Niego y miro la hora en
su reloj de pulsera, son casi las nueve de la noche y creo
que Evan estará como loco buscándome.
—Tengo que irme, tu gorila me quitó el teléfono y Evan
debe estar buscándome.
—Te llevarán a casa, querida, perdona las molestias.
—Nada de eso. ¿Te veré de nuevo?
—No, Elena. Esta fue nuestra despedida.
El impulso me obliga a abrazarla y quedarme unos
segundos allí.
—Eres y serás la mejor, Casilda. Gracias por tu arte y por
tu vida, siempre serás una inspiración para mí —expreso
con la voz apretada.
—Adiós, Lena. Espero verte brillar.
29. Corruptora
D eocurrido
camino a casa tuve tiempo para reflexionar sobre lo
esta tarde. Sobre las implicaciones y
consecuencias de ser la heredera de Casilda y sobre mi
propio legado. ¿Quiero seguir siendo una sombra o quiero
brillar con luz propia?
Casilda nunca fue amiga de los medios, pero tampoco
tuvo reparos en mostrarse como era y enfrentar la crítica y
los comentarios. Siempre hizo de su vida una primera
plana, e incluso decidió que ella misma hablaría de sus
secretos y daría su versión oficial de la historia de su vida,
aunque esa no fuese la verdad.
Así que yo también lo haré, hablaré de mí, daré la
versión de mi historia que quiero que conozcan y mostraré
solo lo que soporte mostrar.
Apenas bajo del auto me regresan el móvil, tengo
mensajes y llamadas de Evan, Susan y Stephan. En cuanto
entro al edificio, la voz de Evan me sobresalta.
—¡Lena! —llega hasta mí y me abraza, besa la cima de mi
cabeza una y otra vez—. ¿Dónde estabas? Me estaba
volviendo loco.
Sonrío agradecida de tenerlo en mi vida y lo agarro de la
mano rumbo al ascensor.
—Estaba con Casilda.
—¿Por qué no me avisaste?
—Te lo cuento ahora, quiero darme un baño e irme a la
cama, y necesito que te quedes esta noche porque no
quiero estar sola.
—Sí, ama.
Ambos nos reímos y llegamos a mi piso. Adentro me
recibe Rufus, luego sale Susie de su cuarto.
—Ya sé, estabas preocupada. No pasó nada.
—Mi hermano dijo que habíais discutido.
—¿Hablaste con tu hermano? —pregunto sorprendida.
—Yo lo hice —confiesa Evan, me volteo para verle—. Fue
la última persona que te vio, dijo algo de una discusión por
unas fotos, estuve en la revista y dijeron que nunca
llegaste.
Dejo caer los hombros, lo abrazo y beso sus mejillas
tratando de que se relaje la presión de su ceño fruncido.
—Gracias por preocuparte, no volverá a pasar. Ahora voy
a darme una ducha.
—¿Cenaste?
—Sí, daddy.
Paso a la ducha porque me siento exhausta y me regalo
algunos minutos de limpieza facial, tratamientos y cremas,
a la par, mi cabeza procesa algunas frases que van dando
forma a un texto. Dejaré madurar las ideas antes de irme a
la computadora.
Cuando llego a la habitación encuentro una nota sobre la
almohada.
No del todo.
Mi teléfono suena como loco y creo que sé de quién se
trata.
Decido ignorarlo y me quedo en la sala privada que tiene
el piso de habitaciones, los recuerdos de mi adolescencia
me llegan en ráfaga, los besos, las sonrisas, el sudor de las
manos, los papelitos que me pasaba en clase, las notas en
mis cuadernos. Michael ha sido el único amor de mi vida,
se marchó sin despedirse y nunca más supe de él. Mi
montaña rusa de cinco segundos. Él único al que le dije «te
quiero».
Ella me vio llorar, odiarlo, amarlo… ¿y ahora es su
prometida?
¿Pero qué cosa estoy pagando?
—¿Elena? —escucho a Brian a mi espalda—. ¿Estás bien?
Limpio mis lágrimas con rapidez y afirmo.
No pasa nada. A mí nada me rompe.
—Sí, ¿cómo está Evan? —respondo con falsa naturalidad.
—Estará bien, si mejora en unas horas le darán la salida
en la noche.
—Me alegra. ¿Puedo verle?
Me levanto porque necesito huir antes de mostrarme
débil, pero Brian me detiene.
Su teléfono suena y lo revisa. Luego su mirada me dice lo
que ya sé y no necesito hacer preguntas.
—Los viste.
No sé cómo responder, quisiera vestirme de piedra ahora
mismo y lanzar algún misil que los dejara hechos polvo,
pero no se me ocurre una sola cosa.
—Dijiste que nunca más supiste de él —recrimino con la
voz apretada en la garganta.
—No mentí. Hoy me he enterado, Elena. Lo lamento.
—No hay nada para lamentar, Brian. Elena Rocha ya no
existe, Michael se la llevó.
Me doy vuelta y camino a paso apresurado hacia la
habitación de Evan, necesito mirarlo, necesito que me
abrace y me diga que él siempre estará para mí y que no va
a juzgarme, que no me exigirá ser alguien que no soy, que
no me traicionará, que a su lado hay una roca de la que me
puedo aferrar porque ahora mismo me siento
completamente sola, vulnerable y herida.
Lo veo en su cama, Francis sale porque está al móvil y
Evan me observa angustiado, creo que se me nota
demasiado que algo me pasa.
—Lena…
Me precipito a sus brazos, apoyo la cabeza en su
hombro, rompo a llorar acompañando las lágrimas por algo
así como gemidos y balbuceos de autocompasión.
Transcurren unos dos minutos. No consigo disimular que
esto no me duele, ni siquiera puedo fingir indiferencia.
—¿Qué pasa, Lena? ¿Qué ha pasado? —pregunta Evan
con idolatrada preocupación.
No puedo responderle, me aprieto a él como queriendo
que me meta dentro y nunca más me deje salir.
Transcurren unos cinco minutos; mientras, Evan me
acaricia la cabeza delicadamente.
Cuando mi teléfono vuelve a sonar con una llamada, lo
lanzo al suelo desatando mi rabia. ¡Me cansé de fingir que
soy un témpano de hielo!
El silencio nos cubre a ambos, Evan debe estar
mosqueadísimo y yo apenas empiezo a conseguir el
sosiego. Su mano me acaricia la espalda y vuelve a tararear
Sweet Caroline es como una nana que me hace regular la
respiración y parar de gimotear.
—¿Ya puedes hablarme? —pregunta en un susurro, su
voz es todo lo que necesito para volver a enfocarme.
—No quiero, Evan. Acaban de clavarme un puñal en el
pecho.
—No me digas que Stephan te hizo algo porque…
—No fue él, Stephan es el más inocente en esta historia.
El día que se la cuente pensará que la saqué de un libro.
—Entonces fue Julia…
—No, a la pécora esa no la he vuelto a ver, gracias al
cielo.
—¿Pasó algo con tu familia?
La garganta se me cierra, porque siempre he
considerado a Johanne como mi familia. Quisiera que
hubiera una forma de decirlo sin hacer que me sangre el
pecho.
—Se trata de…
—Elena, debemos hablar.
Cuando su voz retumba en la habitación, las lágrimas me
surcan de nuevo las mejillas y el fuego arde en mi pecho.
—No quiero hablar contigo ahora, Johanne.
—No me iré hasta que me escuches.
—Pues te saldrán raíces.
—Vamos, Johanne, no es momento —dice Brian y escucho
cerrarse la puerta.
—Así que fue ella…
Elevo el rostro y la mirada de Evan me cala, es tan dulce
que me estremezco.
—Creo que leíste la introducción de mi Te lo pierdes —
Evan afirma—, en las primeras páginas había unas cartas
dirigidas a un chico, al único que no haría parte de ese
libro.
—Lo recuerdo, tenías una regla secreta: Ni tu primer
amor ni tu One and only harían parte de Te lo pierdes.
Me lleno los pulmones de aire y tomo su mano, él la
presiona con cariño instándome a decirlo.
—Acabo de ver a ese chico después de casi quince años,
choqué con él en la cafetería. No supe quién era enseguida,
no hasta que dijo que estaba con su prometida y señaló a
Johanne. Mi mejor amiga se ha comprometido con el único
chico al que he amado y no tuvo los ovarios de decírmelo a
tiempo.
—Vaya, que fuerte. ¿Era el mismo que veía cuando
estuvo aquí?
—No lo sé, supongo que sí. Desde el principio actuaba
rara, a la defensiva y, cuando intentó decírmelo, pues sí
confesó que era alguien con quién había salido, pero creí
que era alguien de mi cuaderno, no él. Precisamente él.
—¿Por qué no te lo dijo entonces?
—Le dije que no lo hiciera y que viviera ese romance sin
importar nada más.
—¿No te contradices ahora? Hizo lo que le pediste.
—Intentas que minimice su traición y no es justo, ella es
mi mejor amiga, Evan, hay límites, pero más que eso existe
la lealtad. Vale, se enamoró y eso puedo entenderlo, pero
las cosas pudieron ser distintas, si en lugar de esconderse
se hubiera puesto delante de mí y me hubiera dicho: «Elena
tienes que saber que volví a ver a Michael, coincidimos,
hablamos y lo hemos hecho por un tiempo. Quiero que te
enteres de que me gusta mucho y llevo una relación con él,
¿tienes algún problema con ello?». No debía pedirme
permiso porque no sigo enamorada de él, pero es que
nosotras siempre nos hemos dicho todo. Y es poco
honorable que una amistad de toda la vida se venga abajo
por un hombre.
—Sin ánimo de ser juez, esa filosofía no la aplicas
contigo. Han pasado seis meses desde que dejaste a
Stephan y es la hora que él no sabe las razones y tú no le
has dicho que Julia está detrás de esa ruptura.
Golpe bajo.
—Es distinto.
—No lo es, la lealtad aplica igual para cualquier relación,
incluyendo la nuestra. A mí me increpaste, me golpeaste y
luego me perdonaste, ahora te robas mis pijamas, te metes
en mi cama, tenemos un perro y me causas erecciones
involuntarias que no se bajan. Hemos pasado por varias
tormentas y aquí seguimos.
—¿Yo te causo las erecciones involuntarias, Evan?
Supongo que hay algo que no sé y que me has ocultado —
increpo con bríos porque él solito ha tocado el tema.
—Lo hay, te mentí —confiesa—, no soy gay, nunca lo he
sido. Me encantan las mujeres y me haces sentir cosas,
despiertas… ya sabes qué; me pones a cien y no puedo
seguir manteniendo ese teatro o acabaré siendo un eunuco.
Por alguna inexplicable razón, su confesión no consigue
molestarme, creo que una parte de mí siente alivio.
—¿Por qué mentiste?
—No podía decirte en ese momento la razón por la que
accedí al chantaje de Julia, así que opté por lo fácil.
—¿Ahora sí me lo dirás?
Su expresión se ensombrece y reconozco el temor en la
forma en que vacilan sus pupilas.
—No es el lugar, tampoco el momento, pero prometo que
te lo diré.
—Tampoco estoy de ánimo para otra revelación.
Tomo su mano y medito en silencio lo que me dijo sobre
la lealtad, tiene razón, en varios puntos, aunque eso no me
borra el dolor de la traición de Johanne, no es porque sea
Michael eso es claro, es porque se trata de ella.
—¿Te sientes mejor, hormonitas?
—No hables de hormonas que las tuyas… pues ya ves.
Se ríe y yo me contagio, Evan tiene el poder mágico de
minimizar todos mis dramas.
—Hablaré con ella, y también con Stephan. Aunque eso
no significa que corra a sus brazos.
—Y ¿por qué no? Lena deja de mentirte, quieres estar
con él pero tienes miedo. Deja de intentar convencerte de
que estás confundida. Antes de la amenaza de Julia estabas
dispuesta a vivir con él como una aventurera agreste de las
montañas ¿qué ha cambiado ahora?
Ahora estás tú, perfecto idiota.
—Que antes no le había hecho daño, ahora está herido,
prevenido y te tiene celos.
—Eso es fácil de arreglar. Habla con él y dile lo que
sientes así como me lo dices a mí.
—Es que no es tan fácil.
—Lo es, ve e inténtalo, tienes que saber si vale la pena o
no, pero si no das el paso, nunca lo sabrás.
33. Cerrar un ciclo
N osimplemente
sé si hay un momento en la vida en el que
todo se junta y te golpea con fuerza, si son
los astros o el karma, o para los menos supersticiosos, la
ley de Newton, que por cada acción hay una reacción. En
mi caso no importa qué lo causa sino cómo me golpea. Y me
ha dado para matar, pero gracias a Evan la bala apenas
pasó rozando.
No quiero pensar que mi reacción inicial fue desmedida y
apresurada, porque me ha dolido con ganas. Es cierto que
le dije a Johanne que viviera ese romance y que no
importaba nada más, pero que ella supiera que debía
decírmelo es un punto a mi favor, ella sabía que Michael
era mi herida sin sanar.
Le digo a Evan que me iré a casa y que, si me necesita
me llame, él dice que estará bien y que trate de pensar en
todo, con calma y con perspectiva.
Todo lo que no soy, básicamente.
De regreso al piso le envío un mensaje a Johanne,
diciéndole que estaré en casa. Evito leer los demás.
Pasa de las cuatro de la tarde, no he comido desde el
desayuno, pero tampoco me apetece hacerlo. Sé que no
debo dejarme absorber por las emociones y que negarme a
la comida es un acto de irresponsabilidad dadas mis
condiciones. Solo espero que no vuelva a ese momento en
que comía por obligación y me distraía con otras cosas para
engañar a mi cerebro.
Llego a casa, Rufus me recibe lanzándose sobre mí, ha
crecido tanto que ya tiene la capacidad de tumbarme. En el
suelo me llena de lametones y acaba encima de mi tripa.
—Vas a matarme, Rufus.
—Hola, Elena.
—Hola, Susie. ¿Cómo van los deberes? —pregunto
mientras bajo a Rufus y me incorporo.
—Lo intento… las matemáticas no me gustan.
Ella me ofrece su mano y me levanto.
—No sabes cómo te comprendo.
—¿Estás bien? —pregunta con expresión preocupada. Me
he quitado las gafas.
—No mucho, cariño. Hay cosas pasando que tengo que
procesar.
Camino a la cocina y decido preparar un emparedado
con jamón queso y aguacate, no podré comer más.
—¿Pasó algo con mi hermano?
—Debéis parar de culpar a Stephan de todo lo que me
pasa, ¿vale? El pobre paga los platos que no ha roto.
—¿Ahora estás de amores con él? —pregunta socarrona
evidenciando mi cambio de actitud.
—No estamos de amores, de hecho, no estamos de nada
y sé que tengo gran parte de culpa en ello. Tendremos que
hablar de algunas cosas que han pasado.
—Como la razón por la que te fuiste, ¿no?
—Sí, como de esa razón —digo apretando los dientes
recordando lo ingenua que he sido. Y yo que me creía muy
arpía. Me han dado lecciones.
—¿Puedes decirme por qué te fuiste? Sé que algo pasó,
las cosas cambiaron de inmediato entre vosotros, Stephan
se convirtió en un ogro y cuando vuelves lo haces con Evan,
causando que mi hermano se convierta en Hulk cada que
os ve juntos.
—Un resumen de temporada impecable —ironizo, pongo
el pan a tostar un poco y luego lo unto de queso.
—Fue Julia, ¿verdad? —afirma con una certeza que me
abisma.
—¿Por qué dices que fue ella?
—La conozco, la detesto y la quiero lejos de Stephan.
—Vaya, las mismas tres cosas que opino yo. Pero resulta
que tu hermano piensa que ella es la única persona que lo
apoya y no lo deja.
—¡Es una loca manipuladora y él no lo ve! —rebate
airada y siento que hay algo más detrás de ese tono
agresivo.
Le doy dos bocados al emparedado cuando escucho el
interfono. Susan se levanta y responde.
—Dicen que Johanne está abajo.
Muevo la cabeza afirmando y me resigno a la situación,
aunque por dentro siento una pequeña llama arder.
—Cariño, necesito hablar con ella de cosas que… puede
que haya gritos y no es bueno para ti. ¿Puedes darte un
paseo con Rufus?
Me mira ceñuda.
—¿Me lo contarás después? —afirmo—. ¿Y lo de la chupa
sangre?
—También… vete ya. No desvíes el camino…
Encoge los hombros y sonríe maliciosa.
Creo que estoy creando un monstruo.
Acabo el emparedado y escucho un par de golpes en la
puerta. Inhalo profundo y, como sé que nunca estaré
preparada para esto, decido enfrentarlo de una vez. Abro la
puerta y avanzo hasta el sofá. No sé si llevarlo como una
entrevista o un interrogatorio. Si ser Lena o Elena.
En realidad no quiero hacer esto.
—Hola, Elena —dice Johanne con tono serio.
—Pasa y siéntate —empiezo por decir y es algo más
brusco de lo que me esperaba.
La observo y ella a mí. Sé cómo me veo, no llevo
maquillaje y no me escurre el rímel porque es waterproof
pero seguro que hay unas bolsas rojas bajo mis párpados y
otra mancha roja en mis mejillas y nariz. Con ella no
necesito fingir, sabe tanto de mí que atinó a golpearme
donde estaba segura que dolería más.
—Supongo que tienes muchas preguntas…
—No las tengo, Johanne —suspiro cansada y lo evito
porque temo a la respuesta; temo a escuchar más
información de la que quiero oír—, no puedo recriminarte
porque yo misma te dije que fueras a vivirlo y que volvieras
para contármelo cuando estuvieras segura. Creo que por
eso estás aquí.
—Pero sí hay algo que quieres decirme.
La detallo un poco, su cabello rubio ondulado al natural,
rubio de bote porque tiene el toto morenote. Sus labios
finos, los ojos brillantes y coquetos. Está un poco
bronceada y con más carnes en las mejillas. Una belleza
supina. Se ve muy bien, tiene el brillo del amor, no
preguntes cómo lo sé, pero lo sé. Cuando alguien está
enamorado, y es correspondido, brilla con una luz única
que emerge desde su interior y es lo que veo aquí.
—Me duele, y me va doler un rato, que no me dijeras las
cosas a tiempo. Cuando llegaste a esta ciudad, lo hiciste
con una intención, pero te arrepentiste por el camino. No
puedo juzgarte por ello, soy una drama queen que se traga
las cosas y prefiere huir. Supongo que lo aprendiste de mí.
Pero entre los amigos existen situaciones, asuntos que
tienen más peso que otros. Entre nosotras hay bastantes
temas sensibles, mi anorexia, mi vida sexual, mi intento de
suicidio, mi padre y Michael. Son mis zonas débiles,
Johanne, y siempre pudiste tocar esos temas y respetar la
vulnerabilidad que causan en mí. Esta reacción que tuve y
mis emociones no tienen que ver con que Michael sea el
hombre del que te enamoraste, pudo ser Stephan, pudo ser
cualquier otro. Mi dolor es por ti, porque no sé qué hice
para que no pudieras confiar en mí y decirme la verdad
desde la primera vez.
—Elena… yo no pude controlarlo. Las cosas se dieron tan
pronto que…
—Eso lo comprendo bien —imprimo algo de burla en mi
voz porque esa ha sido mi vida—, Stephan es el ejemplo
más claro de que no se pueda controlar un sentimiento,
porque el amor es impalpable, no puedes agarrarlo,
moldearlo o meterlo en algún lugar, no, es libre, loco,
arriesgado… suicida.
—Le quiero de verdad.
Paso el nudo en la garganta y cierro mis ojos, mis
lágrimas resbalan.
—Lo sé y no es difícil de creer. Michael es un buen chico,
es inolvidable.
—Te juro que quise decírtelo desde la primera vez.
Incluso se lo dije a él y por eso vino a buscarme, quería
hablar contigo, explicarte por qué se fue y nunca más
supiste de él. Pero lo persuadí porque tenía miedo de
perderte, Elena. Tú eres mi hermana del alma, eres mi
ídola, eres la mujer más fuerte y tonta que conozco.
Ahora ambas estamos llorando.
—Te quiero, Johanne. Pero necesito tiempo —musito en
medio del llanto—. Llevo una temporada complicada,
intento encontrarme a mí misma y creo que estoy en el
bosque de la China porque no me encuentro en ninguna
forma. Ya no sé si quiero seguir siendo Lena, si debo
aceptarme como Elena o si hay una tercera versión de mí
que me pone a la deriva, como en una balsa a merced de la
marea. No sé quién soy o lo que quiero.
—Lamento no haber estado contigo cuando más me has
necesitado…
—Estuviste en las peores, pero me ha llegado el
momento de poner los pies desnudos en el asfalto y crecer.
Ya no soy Lena Roach, ya no veo el mundo encima de unos
Prada edición limitada.
—¿Qué ha pasado con Stephan? ¿Y por qué estabas en el
hospital con el perfecto idiota?
Suspiro y el pecho me duele.
—Con Stephan no hay ni por dónde cogerlo. Si te lo
resumo, ahora trabajo en una ONG como jefe de prensa y él
es mi compañero de oficina.
—Jo… ¿pero cómo es que pudo pasar?
—Ya sabes que soy el blanco favorito del karma.
—¿Entonces no ha pasado nada entre vosotros?
—Ha pasado todo. El amor, el odio, las ganas, los
reproches, los celos… ahora Susan vive conmigo luego de
una crisis en la que se pinchó las venas. Y él le tiene celos a
Evan, que ha resultado ser un héroe de carne y hueso. No
es tan malo como creímos. —De repente, sin razón alguna,
empiezo a escupir todo lo que llevo dentro y las palabras
fluyen sin control.
—Entonces hay tema con él…
—No hay tema, tenemos un perro.
—Perdona ¿un perro? ¿Desde cuándo te gustan las
mascotas? —Me mira como si en un pispás me hubiera
salido otra cabeza.
—No lo sé. Ah y nos dimos un beso.
—¡Pero qué dices, si el tío es gay! —Se cubre los labios,
sorprendida.
—No, resulta que no… —La imagen de Stephan en el
hospital, en rodinesca postura, me pasa cálidamente por la
cabeza.
Ella curva las cejas socarrona. Yo me apresuro a atajar
sus pensamientos anodinos.
—Nos estamos conociendo…
—Ajá, claro. ¿Con o sin pantalones?
Ambas nos echamos a reír porque es una respuesta que
no puedo darle luego de lo visto esta tarde. Este momento
de romper la tensión entre ambas es la prueba de que lo
nuestro es más fuerte, solo debemos curar esta herida.
—Siento que me perdí una temporada completa de una
serie. Te ha pasado de todo. Pero, lo que me sorprende, y
sobremanera, es que no lo hayas hecho con Evan
Humphrey. Es que yo me lo pensaría mucho menos que tú y
estoy enamorada, ciega perdida.
Miro al horizonte, melodramática.
—Estoy en rehabilitación, supongo —miento con la
boquita pequeña, porque hasta esta tarde en el hospital me
lo estaba comiendo con los ojos.
—¿Tú, Elena Rocha? Pero si follar es tu segundo nombre.
—Ya sabes cómo es mi carnavalesca vida amorosa.
Muda el gesto divertido y adopta la postura de abogada
en interrogatorio, ya me imagino por dónde irán los tiros.
—¿Por qué abandonaste a Stephan? ¿Qué pasó luego de
que te dejé en su casa? Y no me digas que por miedo al
compromiso porque no es así.
—Sabes que le temo al compromiso.
—No mientas, le dedicaste una canción de Maroon 5 así
que el asunto no iba de miedo al compromiso. ¡Te ibas a
vivir con él a una montaña, por Dios! Eso no lo haría Elena
Rocha nunca si no estuviera enamorada hasta las trancas.
Muevo la cabeza, debo reconocerlo, estaba y estoy
enamorada de Stephan Bradley. Le quiero aunque tenga
estados de humor que cambien con la Luna o intente
hacerme creer que mi estado natural de leona salvaje es la
mejor versión de mí. Lo cierto es que, aunque siento miedo
de no ser lo que él quiere, me muero por comerle los
morros. No del mismo modo que al idiota. O ya no sé.
Tengo que bajarme de esta mesa de tres patas y pronto.
—Fue Julia, llegó al piso y me propuso un trato, si volvía
a Colombia lo tendría todo de regreso, pero nunca más
podría ver a Stephan.
—¿Y aceptaste así de fácil?
—No, fue lo otro que dijo lo que me hizo tomar la
decisión de irme y cuando lo sepas entenderás por qué.
Ella se acerca, toma mis manos y no puedo explicar
cuánto eché de menos tenerla a mi lado y contarle todo lo
que ha pasado.
—No voy a juzgarte y lo sabes.
—Ella dijo que estaba embarazada y yo nunca separaría
a un hijo de su padre.
Johanne me abraza y yo me desahogo en sus brazos,
poder decírselo a alguien más que a Evan, me libera un
poco de todas las veces que me he recriminado por mi
decisión.
—Elena… dices que solo te guías por tus instintos, pero
en realidad te mueve el corazón.
Nos separamos y limpio mi rostro, ya me duelen los ojos
de tanto llorar.
—Han sido tantas cosas, necesito respirar. Necesito
pensar y necesito hablar con Stephan. Tengo la cabeza en
estado de putrefacción, de aquí a la camisa de fuerza.
—Lo comprendo. Toma el tiempo que necesites, pero no
me abandones. Yo no lo haré más. Estaré aquí, te lo
prometo. Además, necesito a la tonta de mi vida para todo
lo que vendrá ahora.
—¿Vas a mudarte a la ciudad?
Afirma.
—Tengo una propuesta de trabajo en una prestigiosa
firma y Michael ha pedido el intercambio en su compañía.
—Y vas a casarte —menciono sonriente. Es bueno que al
menos una de las dos tenga un final feliz.
—Sí, pero la boda tendrá que esperar un poco.
Se levanta y puedo ver a plenitud la razón de que brille
más que el sol de la Toscana. Está embarazada.
La abrazo y dejo ir un poco mis penas porque me hace
infinitamente feliz que al fin pueda tener todo lo que
siempre ha querido. Amor, pasión, un trabajo exitoso y una
familia.
Ella y yo empezamos un viaje, el mío tiene más rutas y
paradas porque no sería mi vida sin una buena dosis de
drama. Pero el suyo estuvo como la Luna, con fases que la
fueron vaciando y, al acabar, la llenaron nuevamente.
34. Golpe mortal
U ndiscernir
día eres un ser
entre lo
humano racional y normal capaz de
bueno y lo malo del mundo que te
rodea y, de repente, pasas a comportarte como si te
hubieran lobotomizado el cerebro.
Todo estuvo bien hasta que me enamoré. También para el
amor debería existir un anticonceptivo.
Y este soliloquio barato no responde al tema de Johanne
y Michael, aunque no puedo negar que me ha puesto las
cosas en otro ángulo. Ellos han dado los pasos, saltado al
abismo y enfrentado al miedo por estar juntos mientras yo
me sigo cuestionando si lo que siento por Stephan es amor
o efectos del Prozac. He pasado la noche en blanco dándole
vueltas y vueltas a mis sentimientos, esos que tenía en una
mazmorra con grilletes y bajo siete llaves, han escapado y
no consigo controlarlos.
Por el otro lado está Evan, nada en el universo es de una
sola cara. Tenemos hemisferios, polos, ventrículos, lóbulos,
derecha e izquierda, el bien y mal… Evan se ha acomodado
en mis días, ya no me imagino sin él. Somos dos piezas que
han encajado a la perfección. No es lo mismo que siento
por Stephan, con él todo me drena, me supera, me
acorrala. Con el idiota es sencillo, mis emociones bajo
control… aunque las hormonas son la inmensa excepción,
pero es que no puedo evitarlo. Ya conocéis a mi madre y a
mi tía, la calentura me viene de herencia.
Y en este punto debo darles la razón a todos, el miedo es
el que me frena, pero le quiero y debo elegir una ruta.
Ambos tenemos capítulos inconclusos que necesitan
resolverse si queremos pasar las páginas y contar una
historia.
Por eso he decidido que es hora de abrirme en banda con
él, decirle quién he sido, por qué me fui y lo más
importante, lo que siento por él. Stephan merece la verdad
y yo merezco algo de compasión en mi golpeada dignidad.
Salgo de la habitación preparada para el día. Dar un
paso hacia él no significa que llegaré vestida con los
harapos de mi madre, el pelo ensortijado y la cara lavada,
muy a lo Ana Bolena, a ponerme en el degolladero en
espera de que ruede mi cabeza. Que una tiene orgullo. Me
pondré delante como la que conoció. Aunque espero que
pueda ver más allá y en el fondo, a su Elena.
E: —Hasta que por fin escuchas razones.
L: —Elena, tengo miedo. No sé cómo se hace esto.
Ser por primera vez en mi vida (adulta) parte de una
existencia en duplicado, es una de las tareas,
psicológicamente más difíciles que podría enfrentar. Tengo
todas las alarmas puestas en mi cuerpo porque esto me
cuesta, más allá del hecho de decirle lo que siento, es
desnudar mi pasado y mis pecados en espera de que no me
juzgue y me acepte como soy. Como estoy trabajando en
ser.
Cojo el móvil y le envío un texto, no me siento tan
valiente para escucharle la voz.
Isaquintin.com
La primera parte
TÚ, TE LO PIERDES
Lena: —Es guapo, bueno... demasiado guapo y está muy cerca de mí.
NO TE LO ESPERABAS
Serie: El Diario de Lena
Volumen: Libro 2
©2022, Isa Quintín.
©2022 de la presente edición en castellano para todo el
mundo.
Registro de la obra: 1-2022-52100
Dirección nacional de derechos de autor.
Ministerio del interior.
Colombia
Edición, diseño de portada y dirección de arte: ©Tulipe
Noire Studio
www.tulipenoirestudio.com
Primera edición: Junio de 2022
Sello: Independently Published
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procedimiento. Historia original, no es adaptación, ni
traducción.
Contenido
Sinopsis
1. No te vayas
2. ¿Arrepentida?
4. La realidad
5. Poner orden
6. Volver a empezar
7. La sal me persigue
8. Hora de volver
11. Avanzar
22. Confusión
24. S.O.S
25. La oscuridad
26. Levantarse
29. Corruptora
30. Cicatrices
32. Lealtad
Gracias
Isa Quintín
La primera parte
Sigue en…
Créditos
Contenido