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Sinopsis

«Mírate dónde estás, Elena, desnuda mientras él te mira


a través de la lente de su cámara, tragándose sus
reproches, y tú intentas procesar lo que acaba de ocurrir.
¿Cómo piensas librarte de esto?».
Desde que rompí mi Te lo pierdes, mi vida es un caos sin
reglas ni orden. Stephan tiene todos los motivos para
odiarme y yo tengo las dudas y la confusión acampando en
mi cabeza.
Un beso… un simple beso me ha puesto a temblar.
Mis escudos me han abandonado. Si alguna vez creí que
podría evitar enamorarme, ahora es un salto inminente al
vacío. Alguna vez creí que era dueña de mí ahora siento
que dejé de ser fiel a mí misma.
Ya no sé si quiero seguir siendo Lena, si debo aceptarme
como Elena o si hay una tercera versión de mí que me pone
a la deriva.
Ahora lucho por resistirme a la tentación o caer en ella.
Y yo nunca me he resistido.
 
 

A MR, porque tomaste mis manos y las pusiste otra


vez en un teclado, por esas palabras que me
recordaron la primera vez con esta historia. Porque
tienes razón: solo cuando escribo soy yo misma.
 
 

«Cuando Dios cierra una puerta, te da otro portazo en la cara».

M K
 
1. No te vayas

C on las pocas fuerzas que soy capaz de reunir, camino


rumbo a los servicios más cercanos, el dolor que tengo
en el pecho me quema, no soy capaz de fingir que este
adiós no me está haciendo pedazos. He entrado al cubículo
y es cuando mi llanto se desborda. Estoy llorando por un
amor que pudo ser y no fue. Años y años tratando de ser la
dama de hierro para nada, ahora esa agua congelada se ha
derretido y se desborda por mis mejillas sin que la pueda
contener.
La voz de Stephan taladra en mi cabeza y yo solo deseo
que pueda perdonarme alguna vez por no ser lo que
merecía. Por ser tan cobarde.
Salgo del cubículo cuando consigo calmarme, apenas me
lavo las manos y limpio mi rostro, al darme vuelta para
salir, veo los zapatos de un hombre, mi mirada lo recorre y
descubro que es un oficial del aeropuerto.
—Debe acompañarme —espeta con voz grave e
impenetrable.
Un escalofrío me recorre el cuerpo, empiezo a pensar en
las razones por las que me detienen y, en realidad, solo
puedo suponer que la mala suerte no me abandona.
—¿Pasa algo? —me arriesgo a preguntar.
—No haga preguntas, solo acompáñeme —responde
reacio.
El hombre toma mi maleta y abre la puerta, afuera
esperan dos oficiales más. Las personas me observan y yo
deseo hacerme invisible. Les sigo por el pasillo hasta llegar
a una oficina, allí me dejan, se llevan mi equipaje y me
enfrento a la soledad del cuarto. Mi cabeza enciende las
alarmas, ya me veo desnudándome para que me revisen
el…
La puerta se abre y yo empiezo a temblar
—Hola, Lena.
¿Esa voz no es de…?
—Tú… ¿tú qué…?
—¿Qué hago aquí?
Afirmo suavemente con la cabeza, sigo paralizada.
—Siento que no he podido disculparme lo suficiente
contigo.
Da un paso al frente rumbo a la silla que está al otro lado
de la mesa. Viene vestido con vaqueros oscuros, Converse
rojas; una franela blanca con rayas delgadas color azul y un
suéter de cremallera. Se ve tan… ¿del común? Apenas
escondido tras una gorra de los Yanquis. Del cuello de la
camisa cuelgan unas gafas. Tiene las manos en los bolsillos,
me detengo al reconocer su barbilla, la forma de sus labios,
la expresión dulce de su boca.
¿Qué narices hace Evan Humphrey aquí?
Es más, ¿cómo sabía que yo estaba aquí?
Le veo moverse por el cuarto, se queda de pie, no saca
las manos de los bolsillos y me observa fijamente. Creo que
alucino.
—Lena, ¿no piensas hablarme?
Tengo toda la intención de al menos moverme, pero el
estado de shock en el que estoy me tiene de piedra. Evan
camina hacia mí, pone la silla a mi lado y me observa.
—Vine a disculparme, a eso vine.
—¿Justo ahora? —digo con voz apenas audible. Es que no
sé cómo le hablo en inglés.
—Sí, te ibas de regreso a tu país —sigue sereno, pero las
manos en los bolsillos indican un poco de nerviosismo.
—Me voy —aclaro.
—¿Y quieres irte?
Junto las cejas, mi cerebro está retomando y se me
aclaran las ideas.
—Debo irme. Es lo mejor para todos.
—Entonces nos vamos juntos.
—Pero ¿te has vuelto loco? Además, son las festividades
de Fin de Año y deberías; no sé, estar con tu…
Eleva una de sus cejas y su expresión se viste de ternura.
—Visité las tumbas de mis familiares antes de venir, es
todo lo que me obliga a quedarme en Estados Unidos.
—No recuerdo que te invitara a venir alguna vez a
Colombia, aunque borracha pude decir un millón de cosas
que no recordaré nunca, y, pues… tampoco soy muy buena
compañía en las fiestas.
—Eres donde debo estar.
Elena: —¡Oh, oh! ¿Y eso qué fue?
Lena: —No sé, pero no me gusta la seguridad que tiene y lo que
pueda significar.
—¿Porque necesitas tener limpia la conciencia?
Se me está pasando el atontamiento y me estoy poniendo
agria.
—Entre otras cosas… —eleva las cejas, sonríe de lado e
inclina la cabeza, todo al tiempo y sin anestesia.
E: —Ejem... hasta hace un momento estabas declarándote
enamorada de Stephan.
L: —Y lo estoy, pero Evan es un orgasmo visual, en cualquiera de sus
facetas.
E: —¿Qué es lo que quiere? No puedes confiarte, era el infiltrado
de la huesuda.
L: —Sé que no debería, pero no creo que venir hasta aquí tenga que
ver con ella. Hay que verle para saber que vino con otra actitud y
reconozco que, en las pocas veces que hablé con Evan, nunca
nuestras conversaciones fueron tan sinceras, tan maduras y sobre
todo, tan extensas.
—Tú no tienes la culpa de lo que me pasa, Evan. Julia
supo usarte para ayudar al destino a darme una lección.
Se anima a tocar mi mano. Instintivamente estiro el
cuello y elevo la mirada. Las manos me sudan un montón y
ya no sé qué hacer con ellas.
—Nunca debí dejarme acobardar por alguien como ella.
E: —En eso tiene razón, pero la maldita intimida ¿qué se puede
hacer? Sabe por dónde meterse, da justo en la yugular.
—Pues —me encojo de hombros—, te exonero de culpas,
Evan. En realidad no eres a quien señalo a dedo como
causante de mi desgracia. En este momento, yo me llevo
gran parte de la responsabilidad porque fui quien llevó a
cabo ese juego.
Su mirada me recorre entera, pero no es deseo, ni
agradecimiento menos una forma de juzgar. Es… no sé
¿ternura?
El caso es que el idiota sabe mirar muy bonito.
—No, Lena, lo que escribiste allí no era un juego. No lo
entendí todo, mi español no es tan bueno. Pero a mi modo
de verlo, fue la forma que hallaste para salvarte de una
decepción y no me parece que sea tan malo. Vamos, ¿quién
quiere un corazón roto? Fui yo quien no hizo la elección
correcta, tuve el tiempo suficiente para negarme o para
decir que no había encontrado nada comprometedor.
Elevo una ceja y de mis labios escapa un suspiro. Ahora
comparto secretos con él, ahora Evan sabe un montón de
cosas que no sabe nadie, que en el libro publicado no
salieron y que espero que la maldita Julia tampoco sepa o
tendré que ofrecerle mi alma en sacrificio para que no las
revele.
¿Cómo no pensé en esto antes?
Aunque en realidad ya ni me importa. Tampoco es un
diario de asesinatos, son mis pensamientos, la filosofía que
me ha regido y que me hace más interesante que a esa
arpía. Así que no me preocupo, estoy como hoja al viento.
Que haga lo que quiera, ya no tengo nada más para perder.
Me aventuro a mirarle. En sus preciosos ojos cubiertos
de oscuridad, se refleja el peso de la conciencia. Las manos
le sudan porque se las pasa por el pantalón. ¿Qué es lo que
te cuesta tanto, Evan? ¿Qué tantos secretos pueden
esconderse en las aguas claras de esos ojos azules?
Se lo piensa un poco antes de decir lo que vino a decir.
—No quiero que me digas que me perdonas.
—No te entiendo nada y te juro que no es por el idioma.
Sonríe levemente y me doy cuenta de que no ha sonreído
desde que llegó, y su sonrisa de idiota es de las cosas que
echaré en falta de Nueva York.
—Que de tu boca salga una indulgencia no quiere decir
que sea suficiente ni para ti ni para mí.
—Las indulgencias son del Papa, Evan. Los mundanos
nos perdonamos.
Sonríe más esta vez y yo le acompaño.
—Lo que intento decir, es que el verdadero perdón se
logra con actos y no con palabras. Así que lo que quiero y
lo que espero es que me digas cómo puedo ayudarte a que
recuperes lo que eras antes de todo ese escándalo que
ayudé a armar.
—Ni por un momento pienso volver a ser lo que era, fui
bastante ruin.
—Hablo de tu futuro, de tu profesión. Sé que no tienes
trabajo, ni editorial.
—Qué comunicativa es la huesuda… —digo entre dientes.
¿Quién más se lo iba a decir?
—Lo averigüé por mi cuenta —aclara.
—Hablas como si mi situación no te hubiese dejado
dormir.
—Pues no. No he dormido bien ni una sola noche
pensando en ti, en si te habrían entregado tus documentos
o te deportaron. O si estabas escondida en algún lugar de
la ciudad. Sonará estúpido, pero debiste ir a decirme que te
escondiera o te ayudara. Lo hubiese hecho.
Intenta acercarse, pero me muevo, incómoda. No logro
leerlo. No entiendo lo que quiere.
—Sí es muy estúpido, a ti no recurriría y no por rencor,
sino porque tampoco se me ocurrió.
—Aún puedo hacerlo. Por eso he venido a detenerte. No
tienes que irte, tu documentación está en orden, tu tía lo
arregló.
Se quita la gorra y me quedo viendo la forma en que se
entreteje su cabello, arremolinándose. En un gesto
mecánico, pasa la mano para acomodarlo y dejarlo
ligeramente en punta. El maldito es sexy por naturaleza.
—Tú no me debes nada, somos víctimas de nuestros
secretos y actos. Solo espero que ya te hayas librado de esa
mujer.
—Hay cosas más complicadas que revelar nuestros
secretos, Lena. Porque aunque algunos te juzguen y a otros
no les importe; siempre podrás vivir con los comentarios
pero no con tu conciencia —su tono es solemne, parece
viajar a algún recuerdo—. Pero no se trata de mí, ahora se
trata de ti.
Toma mis manos y su calidez me da un poco de temor y
comodidad a la vez.
—Evan…
—Voy a sonar a un loco, pero he venido a llevarte
conmigo, no voy a dejar que te vayas; tienes que dar la
pelea aquí.
—¿De qué pelea hablas? No hay algo por lo que deba
pelear.
—¿Estás segura? —cuestiona con intención.
—Stephan nunca fue para mí —musito para mis adentros.
Su sonrisa amable me anticipa que no se dará por
vencido tan fácil. Me ofrece su mano y me invita a ir con él.
—Es muy pronto para rendirte, Lena.
—No puedo confiar en ti, he pasado un susto de muerte
cuando vi al oficial.
—Ya tendrás oportunidad de vengarte.
Me guiña un ojo y un impulso me lleva a aceptar su mano
e ir con él.
No tengo nada más que perder.
 
2. ¿Arrepentida?

N oenhablamos en todo el recorrido hasta llegar a una casa


los Hamptons, entramos y me lleva directo a la
habitación de huéspedes, él se va a otra. Vuelvo al salón,
recojo la pizza y las cervezas que compramos por el camino
y me voy a la cocina. Como una autómata meto la pizza al
horno y las cervezas al congelador. No sé si es la música,
las fechas o que estoy hecha un pudín, que sin quererlo
vuelven las lágrimas a humedecerme los ojos con el
recuerdo de lo que imaginé para este final de año. Porque
estaría en alguna montaña rocosa y agreste tulléndome de
frío, pero feliz de tener a Stephan cerca, los dos haciendo
fotos, disfrutando de la vida salvaje y dejándonos llevar por
lo que nos late en el pecho.
—Lena, ¿sabes si…? —Evan ingresa en la cocina y yo me
giro abruptamente hacia las gavetas para darle la espalda
—. ¿Qué sucede?
Finjo que no lloro, como si eso pudiera hacerse.
—Nada —intento sonreír y, es tanto el esfuerzo que
pongo en mostrarme bien, que hasta me duele el rostro.
Evan no lo piensa, de sorpresa me toma por la cintura y
me gira para abrazarme. Esa sensación de que él es lo
único que tengo en el mundo me deja fuera de base y abre
de nuevo las compuertas de las lágrimas, me desahogo
gimiendo por todo ese maremoto de sensaciones tristes que
tengo dentro. Evan acaricia mi cabello y permite que le
llene de lágrimas y mocos su camisa, ya que se ha quitado
el abrigo. Tampoco es que me dure mucho el ataque de
llanto. De tajo dejo de lamentarme e inhalo lentamente ese
olor de Evan que es un poco dulzón y agradable, no puedo
negarlo.
—¿Estás mejor? —su pregunta incluye un tono muy
dulce.
Asiento y me separo. Voy al horno y abro la puerta.
—¿Te encargas de las cervezas? —le digo para disolver el
momento de debilidad por el que pasé
—Seguro.
Me pongo un par de guantes de protección térmica y me
aventuro a sacar la bandeja. Ya lo he dicho, soy pésima en
la cocina y eso incluye hasta fregar los trastes. Maniobro
con temor a quemarme y hasta creo que se tambalea, Evan
toma otro paño y me ayuda a llevarla hasta una encimera.
Le sonrío para agradecer y me dedico a poner los trozos en
la caja. Le doy las servilletas de papel y salimos para
sentarnos a la mesa. Tomo un trozo y Evan otro.
—Gracias por elegir la cena.
—Gracias por aceptarla.
Doy un mordisco y enseguida mi pobre estómago lo
agradece. Me deleito con su sabor y me doy cuenta de que
Evan va por un segundo trozo. Imagino que estará
hambriento.
—Una pizza familiar te pareció poco para dos, ¿verdad?
Termina de tragar y me sonríe, asintiendo.
—Puedo con la mitad sin ningún tipo de remordimiento.
—¡No te regodees! Yo no puedo pensar más que en las
calorías.
—¡Por favor! Llevas una dieta de té y galletas —abro los
ojos de par en par—. El fregadero seco y el refrigerador
desocupado de tu piso me lo dijeron.
—Ya… —me siento regañada.
—Lamento mucho haberte puesto en esta situación,
Lena.
—Elena —corrijo y bajo la mirada—. Mi nombre es Elena.
—Tu nombre no marca ninguna diferencia. No me
importa en absoluto. Eso no te define. Para mí siempre
serás Lena.
¡Qué dulce!
—Venga, quiero verte como un tragaldabas, acaba con tu
mitad.
Ya dije que no sé manejar los cumplidos.
Curva las cejas y me mira con reproche y diversión.
—Tengo modales… princesita
—¡No vuelvas a llamarme de ese modo! —le lanzo una
servilleta enrollada encima—. No me vas a ganar a mí…
—Te gusta jugar…
—Como no imaginas, y para hacerlo emocionante
debemos apostar.
—¡Oh man! Está bien —me mira desafiante—.
Apostemos.
—¿Qué pedirás si gano?
—¿Qué pedirás tú?
—Yo pregunté primero.
—¡Qué competitiva eres! Está bien. Si gano me contarás
una historia muy interesante que leí en tu diario…
—Entonces tendré que ganar porque no pienso hablar de
mi pasado con nadie.
—Estás advertida.
Bien… ¿Qué puedo pedirle a alguien como él? Sin duda
hay muchas cosas que podría darme y otras que ni él
lograría.
—Ahora mismo no se me ocurre nada… lo reservaré.
¿Puedo?
—Eso si ganas —pone el reto en su mirada y esa sonrisa
ladeada que haría combustionar mis bragas, eso si no
tuviese el corazón roto.
—Vamos a ello... —Evan me da una porción y toma la
suya.
—A la una —dice y la acercamos a los labios.
—A las dos —y casi la mordemos.
—¡Tres! —decimos y empezamos a tragar. De un solo
mordisco se lleva la mitad y yo mastico tan rápido como
puedo.
Termino la primera y lo veo acabar la segunda. ¡No
puedo perder! Tomo otra y la enrollo como un taco, me
llevo la mitad con la primera mordida mientras él bebe de
su cerveza y tose. Tomo otra y repito el proceso. Las
mejillas de Evan están abarrotadas, pero traga con
dificultad y sigue. Va a por más cerveza, yo también bebo y
retomo. Quedan dos porciones. Sin dudarlo, la agarro y
empiezo a comerla a toda prisa. A punto de acabar, veo a
Evan comer la suya despacio y degustando cada bocado.
—¡Gané! —grito y me levanto para bailar sobre el asiento
como si de fondo sonara We are the Champions.
Escucho la carcajada sonora de Evan y, un poco
avergonzada, vuelvo a mi lugar.
—Te he dejado ganar… —blofea.
Le muestro el dedo del medio y tomo la cerveza. La
choco con la suya y me la termino.
—Gané aunque tu ego te impida reconocerlo.
Le muda la sonrisa, parece que quiere decirme o
preguntarme algo, pero sigue bebiendo. Me levanto para
recoger lo que ha quedado y llevarlo a la basura.
Le digo a Evan que quiero dormir y él lo acepta, pero
antes me dice que tiene que ir a Nueva York por asuntos
del trabajo y que volverá para las festividades. Tengo la
casa a mi disposición y la prohibición de escapar porque él
me encontrará y me traerá de regreso.
 

Esta soledad me ha permitido pensar, con desesperación


y calma a la vez, porque primero lloro como una condenada
y me culpo, luego respiro profundo y pienso en que pude
hacerlo mejor y no ser tan cobarde. Enfrentar la situación
sería el camino correcto, pero yo no nací con ese gen
activado, a mí las confrontaciones me aterran y es por eso
que siempre huyo. No es nuevo, siempre he sido así y por
eso escribo, porque sigo siendo la niñata de diez años que
no se desprendía de ese diario que ocupaba más de la
mitad de las hojas con el nombre de un escurremocos igual
a ella que se burlaba de su cabello ensortijado y las pecas
sobre su nariz.
Sí, esa Elena enamorada de su peor pesadilla, porque las
mujeres traemos ese gen defectuoso que nos hace
amarrarnos con uñas y dientes a todo lo que nos haga
sufrir, con la falsa y tonta ilusión de que, con amor y
dedicación, obraremos el cambio de sapo a príncipe.
Aunque de príncipes no fui ni en un átomo y ahora no sé
qué tan bueno fue crecer sin ideales románticos. Porque
mientras mis amigas querían ser Rapunzel, Bella o Blanca
Nieves y se peleaban por obtener el mejor vestido y la tiara
más brillante; a mí me seducía más la idea de tener una
cámara, una grabadora y mi cuaderno e irme a preguntarle
a los vecinos sobre sus vidas, por el gato que apareció
misteriosamente muerto, o cómo llegaron a los cables de
energía ese par de zapatos que colgaban desde que yo
tenía memoria. Y volvía a casa a escribirlo todo, a leerle los
titulares de las noticias a mis muñecas y entrevistar al gran
oso creyendo que era el comandante de un grupo de
soldados en guerra. Mi sección favorita de la biblioteca era
la de los libros de historia que me hacían soñar con viajar y
conocer el mundo, pocas veces me sumergí en cuentos de
hadas y amores con príncipes que no destiñen, ya que los
consideraba (considero) imposibles.
Esa crudeza me ha caracterizado desde entonces.
No me he soñado casada con un príncipe y viviendo en
una esplendorosa mansión, Johanne culpaba a la falta de un
padre en mi vida porque el suyo fue su primer amor. El
único verdadero según parece.
Con el tiempo perdí un poco la emoción de esa vida
cazando la noticia y fue cuando me centré en que debía
agradarle a los chicos, en adelante, todo cambió, me pasé
al lado oscuro y al día de hoy está claro que soy periodista,
que tengo la vocación y el título, pero terminé tragando el
polvo luego de escupir a lo alto…, ahora escribo historias
de amor. Baah… soy la patética que inventa las historias
que no vive. Destrozo a los hombres como si fueran mi peor
enemigo, y vivo la vida como si habitara en una comedia
romántica.
Cambié el placer del amor por un armario repleto de
trajes de diseñador, y los mejores orgasmos de mi vida me
llegan con cada nuevo par de zapatos costosos que, ahora
mismo, me hacen sentir como la más hueca, materialista y
estúpida de las mujeres. Tengo veintiocho años y no soy
nada de lo que la pecosa de la espesa melena de león
soñaba ser. Entonces lloraba por las burlas, pero soñaba
con el día en que saliera en la tele por ser una gran
periodista, la que consiguió la noticia y que vivía para ello.
Supongo que hablarán de mí como la furcia confesa más
descarada del país.
 

Llevo una semana desde ese doloroso regreso a mi


tortuosa realidad. Ocho días en los que no han parado de
sonar en mis oídos las palabras de Stephan que me duelen
como puñales clavados en la piel. Tiene razón, tiene toda la
jodida razón al decir que soy yo la que pierde, la que ha
perdido todos estos años al romper corazones sin la más
mínima pizca de piedad. Pude ser feliz, pude disfrutar de
chicos increíbles, pude dejar que también me rompieran el
corazón un poco para probar de lo que estoy hecha. Tuve
tantas oportunidades para enamorarme y dejarme llevar…
Con Stephan pude reivindicarme, perdonarme y empezar
de cero, solo que ya era demasiado tarde para mí, y al
tener que dejarle, estoy pagando el precio de mis
desprecios.
Un estúpido cliché me tiene ahora en medio de la nada,
sin un nombre al que pueda rescatar porque ni siquiera
flota sobre el agua, está hundido como el Titanic. No podré
volver a la radio, no tendré credibilidad con historias que
venden amor y finales perfectos cuando he declarado creer
en todo lo contrario. Es que ni de periodista amarillista me
cogerían porque seguro que hago arder el periódico. Estoy
acabada y a punto de lanzarme por la ventana a ver si el
golpe seco contra el asfalto me hace despertar en otro
mundo, uno en donde Lena Roach jamás existió.
 
3. Tener esa noche

E ldereloj marca las nueve y media cuando hemos terminado


cenar, Evan llegó hace apenas una hora.
—¿Qué haremos esta noche? —pregunta él, mirando la
colección de la estantería, ya navegué por allí mientras
estuve sola y aprendí de asesinatos y psicópatas.
—¿Quieres ver una peli?
—No. Quiero que te des una ducha y que tengamos esa
noche…
—¿Qué noche? —pregunto desde la puerta de la cocina.
—La de hablar de nuestras vidas, tomar vino, bailar y
acompañarnos. Tendremos nuestra propia fiesta.
—En realidad no me apetece… —intento escaquearme
porque no estoy con ánimo de fingir.
—Nada de negativas, se acaba el año y debemos decirle
adiós. Vamos, no dejemos ganar a la tristeza.
—Está bien —dejo caer los hombros, resignada y un poco
más segura ¿para qué negarlo?—. Vuelvo en un rato.
Me voy directo al baño y me doy una ducha exhaustiva.
Media hora después estoy buscando en el armario lo que
voy a ponerme. Recuerdo una noche con un actor de mi
país, fui su cita a un evento de un canal, que no es lo
mismo, no me creo que una celebridad esté aquí por mí.
Elijo un vestido que adoro. Es negro de falda
acampanada con un par de golas, el corpiño es de talle
largo en terciopelo, pero lo que lo hace único es ese detalle
de cristalitos dorados en el escote strapless.
Lo complemento con unos stilettos dorados, delineo
suavemente mis ojos, un poco de color en las mejillas y
labios de un tono rosa delicado.
Una preciosidad.
Unas cuantas ondas en mi cabello con el rizador y estoy
casi lista. Un toque de Nina Ricci y Lena Roach vuelve a
estar en todo su esplendor.
Al menos en la fachada.
Salgo en busca de Evan, toco en su puerta y me invita a
seguir. Entro y lo encuentro abrochándose los botones de
una camisa blanca. Apenas si soy consciente de que
retengo el aire y me obligo a respirar. Ese pantalón a
medida le queda como un guante. No tengo idea de cómo lo
hace, pero con traje, o informal e incluso desnudo se ve
increíble. Es una obra de arte, un Rodin, suave y vigoroso.
—Te espero afuera.
Y salgo para encontrar más oxígeno, lo único que me
sigue funcionando a la perfección son los ojos y las
hormonas que complementan el equipo.
Busco en la pequeña vinoteca un par de botellas de pinot
y las meto en el congelador. En una jarra de cristal
improviso una hielera y tomo un par de copas para vino
tinto. Me lo llevo todo a la mesita de café del living y
escucho a Evan acercarse.
—Estás… preciosa.
Eso me sonroja, no me gustan mucho los halagos, en
realidad no me los creo.
—Tú… te ves bien —concedo casi apretando los labios
evitando decirle que se ve para morirse.
L: —Está como me lo recetó el médico…
E: —¿Te controlas, por favor?
L: —Por si no lo has notado, estoy controlada.
—Gracias —hace una inclinación de cabeza y se acerca
para servir las copas.
Luego de imponerse un poco, me ha pedido que pasemos
la noche en el porche que da al mar. Hay un sofá colgante
muy cómodo y algunas plantas. Llevo una manta de piel de
alpaca que encontré husmeando el otro día y estamos
sentados viendo hacia la oscuridad del mar y escuchando el
sonido de las olas. No supe en qué momento llegaron las
once de la noche.
—¿Ya llamaste a tu familia y amigos?
—Nop.
Evan se deshace de su saco y lo pone en mis hombros.
—Te va a dar a ti esa neumonía con la que me
amenazaste.
Me descojono. Fue lo que le dije para evitar sentarnos en
el porche. Porque con el clima que hace no se juega.
—No se te ocurra hacer tus famosos desnudos aquí. Es
por eso que lo dije.
Evan me abraza por los hombros, a pesar de que así nos
acomodamos mejor, yo me siento un poco rara.
—Llama a tu familia, Lena. No hay nada más importante
que estar bien con los que amamos. No importa la
distancia, ellos siempre estarán para ti y deben estar
preocupados.
—No sé si… además, mi teléfono está muerto.
Se remueve para buscar en el bolsillo interno del saco y
me entrega su móvil.
—Vamos, aunque sea una sola persona. Los demás se
enterarán por ella.
Exhalo un suspiro y empiezo a marcar.
—Vale, tú ganas.
Intenta levantarse.
—Quédate ahí, tampoco entenderás mucho de lo que
diré.
Me aprieta contra su pecho y empieza a gustarme ese
lugar.
El móvil de mi madre apenas si da el primer tono y ella
responde enseguida. Ya sé lo que me espera...
—¿Elena? Dime que eres tú —responde agitada.
—Sí, mamá.
—¡Ay, cariño! Necesitaba escucharte, saber que estás
físicamente bien porque supongo que emocionalmente no
lo estás. ¿Qué pasó? ¿Por qué te fuiste de ese modo? Ese
chico, el fotógrafo, está…
—No quiero saberlo, madre. Solo llamo para que estés
tranquila —la atajo antes de que la pinza con la que
sostengo mi maremoto emocional, se suelte y haga un
desastre.
—Pero no saliste del país, Maggie lo averiguó.
—No, sigo aquí y estoy bien.
—¿Por qué no te unes a mi gira en España y pasamos
estos días juntas?
—No, mamá, tengo que organizar mi futuro que en un
parpadeo se ha perfilado como un amplio desierto.
—Elena, me preocupas —susurra y entiendo que se ha
alejado un poco para poder hablarme.
—Estaré bien, mamá. —agrego con el típico rollo de Lena
Roach el iceberg—. Dile a Johanne que estoy bien y a la tía
Maggie.
—Como quieras. Que sea un gran año para ti, cariño.
—Ojalá, Gabriela.
Y no termino de despedirme cuando el corazón vuelve a
estrujarse. La voz de Stephan sonó al fondo saludando a mi
madre.
Dejo caer mi cabeza y las lágrimas se desbordan una vez
más.
—Lena ¿qué sucede? ¿Alguna mala noticia?
Lo abrazo como si él fuese mi tabla de salvación en el
mar en el que naufrago. En este momento quisiera
meterme dentro de él para no sentirme tan vacía y sola,
sentir que hago parte de algo o alguien.
Evan acaricia mi cabello y me besa en la frente. Sin
darme cuenta he activado el reproductor de música. La
melodía me hace prestar atención a la letra. Aunque me la
sé de memoria.
Evan acaricia mi mejilla limpiando mis lágrimas.
—Sé lo que sientes, he pasado por momentos
complicados. Esto no me enorgullece y por eso te busqué,
porque no soy yo. Porque no quiero dañar a nadie y me di
cuenta demasiado tarde de que estaba siendo un maldito
egoísta. No sé cómo arreglarlo. Sé que es muy pronto para
hacerte una promesa, pero prometo que siempre contarás
conmigo, porque siempre podrás contar conmigo.
Si me enamoro de ti, nunca más seré el mismo… quiero
amar a alguien, pienso en ti todos los días.
La letra de Love Somebody no puede ser más exacta. Me
enamoré y ya no soy la misma. Ni siquiera sé lo que soy.
La música y el sonido de los fuegos artificiales me
devuelven al lugar en el que me encuentro. Es medianoche.
El año se acaba.
—Por ti —dice Evan entregándome una copa.
—Y por ti —le ofrezco la mía para brindar.
Nos levantamos, él me abraza de nuevo por los hombros
y miramos hacia las luces. Los fuegos artificiales iluminan
el cielo y dentro se me arremolinan un montón de
sensaciones raras. Tengo un dolor que debe compararse al
del miembro fantasma. Eso que no tengo, que se ha
amputado, eso me duele. Y me hace valorar la presencia de
Evan como no he valorado antes la de nadie.
—Gracias por estar aquí, Evan.
Besa mi frente.
—Eres donde debo estar.
 
4. La realidad

A bro los ojos, no tengo idea de qué hora es. Solo sé que,
oficialmente, ha empezado el 2015 y yo estoy en la mitad
de la nada de mi vida. Mientras miro al techo y me voy
ubicando, me doy cuenta de que no estoy en mi habitación.
Me giro en la cama y veo a Evan al otro lado. Está dormido
y creo que tiene el dormir más adorable que he podido ver
jamás.
Su expresión es tranquila, dulce y se ve más guapo, si
eso es posible.
¡Vale! Es la segunda vez que despierto al lado de un
hombre, eso explica la fascinación del momento.
Está vestido, lleva el pantalón, la camisa desabotonada al
cuello y la corbata suelta. Yo también sigo vestida. Así que
no hay nada para preocuparme.
Lo sigo mirando y voy recordando que nos dormimos
como a las dos de la mañana luego de que intenté la hazaña
de enseñarle a bailar salsa y terminé con los pies
masacrados. Poco hablamos de él, más bien de mí. Pero sí
me dijo que era huérfano desde niño. No noté la expresión
que puso al decirlo porque bailábamos una lenta, solo que
le había pasado como a Bruce Wayne con un abuelo en
lugar de mayordomo y con menos ceros en la cuenta.
Le tomo la muñeca. Lleva un reloj de diseño minimalista
marca Tayroc. Me gusta al instante. Con un pulso de cuero,
tablero negro y manecillas rojas. Muy como lo describiría a
él: sencillo y elegante. Sofisticado y minimalista. Sigue
siendo el perfecto idiota, pero con lo que ha hecho, es un
idiota mejorado.
Ni rastro del que me vendió en Nueva York.
Son las diez de la mañana, el estómago me ruge de
hambre y la despensa está vacía.
Me levanto con delicadeza de la cama y me voy a mi
cuarto para vestirme un vaquero y una camisa de algodón.
Zapatillas deportivas, gafas oscuras y una gorra (de Evan).
Tomo el monedero y las llaves del auto. En cuanto llego al
comedor veo una bolsa con la compra. Entro para revisar el
contenido. Hay leche, una caja de cereal con el rostro de
Evan y vestido de superhéroe. Algunos huevos para
preparar, una botella de jugo de naranja y pan de centeno.
Al girar para irme, lo veo aparecer.
—Buenos días —me saluda mientras se pasa la mano por
el pelo.
L: —Se ve tan sexy… Debo cerrar la boca.
E: —Deberías hacer más que eso.
—Muy buenos para ti, superhéroe. Te han traído el
desayuno.
Evan se acerca y revisa la canasta.
—Perdona no te avisé, pero tengo contratado a un
repartidor.
—Bueno, mejor así, prepararé los huevos.
—¿No incendiarás la cocina?
Le golpeo con el paño de cuadros mientras camino a la
cocina.
Espero que no…
Hemos desayunado, limpiado y cada uno se dio una
ducha. Pasa del mediodía y estamos en el sofá de la sala.
Evan sentado leyendo un guion yo acostada con la cabeza
sobre sus piernas y viéndole en la tele como ese
superhéroe que tanta fama le ha dado.
Ya parecemos algo que no somos, pero que se siente
bien.
—No me gusta verme actuando —confiesa.
—¿Por qué no?
—Me siento extraño, no me acostumbro.
—¿De qué es el guion?
—Una pareja de agentes encubiertos que deben
encontrar al ladrón de un diamante.
—¿Dos hombres u hombre y mujer?
—Hombre y mujer.
Sale la escena del beso y me quedo viéndola.
—¿Cómo haces esas escenas?
—¿Qué escenas? —levanta la cabeza y enseguida se
queja. Me mira fastidiado.
—Parece que en serio te gustara la chica.
Sonríe tímidamente.
—La química fluye… supongo.
—Pues yo supongo que eres buen actor. Y en realidad,
tienes razón de que no te guste ver el resultado de lo que
haces, a mí no me gustaría que me grabaran dando un beso
es… asqueroso.
Me quita el mando de las manos y apaga la tele.
—¡Basta! Me está dando claustrofobia, Lena. Y creo que
empiezo a tener hambre otra vez. —Se queja, y esa forma
de fruncir las cejas me empieza a gustar más de la cuenta,
ya veo que no es solo de cuando actúa.
—¿Vamos a salir? Se supone que soy una fugitiva… —
declaro tan convincente como puedo.
—Un día como hoy nadie me reconocería ni a ti.
Me levanto de sus piernas y tomo el teléfono.
—¿Qué quieres comer?
Me observa desaprobando la idea de hacer un pedido.
—Quiero salir de aquí…
—¡Denegado! —Aprieto en los labios la sonrisa.
—Hablo en serio —rebate.
—Evan, eso no puede ser. —Intento un tono compasivo y
firme a la vez.
—Tú también necesitas salir de este encierro. Vámonos
lejos.
—¿Lejos? ¿A dónde?
—¡Hawái!
—No iremos a uno de los destinos turísticos más pedidos
de esta época.
—Mejor ¿no? Así nos mezclamos entre la gente.
—Prefiero las calles desiertas de algún pueblo cercano —
digo entre dientes.
—¡Hasta que al fin lo dices!
Y me levanta como a una caja para sacarme de la casa.
—¡Eh! Bájame de una vez. Evan no podemos salir.
—¡Por favor, por favor! —suplica mientras me baja.
Y la misericordia me golpea de frente. Estoy hecha un
bollito de panadería.
—¡Vale!
Sonríe y me besa en la mejilla.
¿Excusez moi? ¿Qué ha sido ese arranque besucón?
—¿Vamos?
—Espera, tengo reglas.
—Las que quieras.
—No te quitarás las gafas ni por error, no hablaras con
nadie y traeremos la comida, no nos quedaremos.
Hace un mohín, pero acepta.
Toma las llaves del auto y me coge de la mano para
llevarme hasta la entrada principal.
—Sube.
Conduce por unos veinte minutos hasta llegar a Sag
Harbor, estaciona frente a un local de comida
—Evan…. —digo antes de salir del auto, exhalo y cierro
los ojos. Me sorprende tomando mis manos.
—No vas a entregarme a los federales, Lena. Deja el
miedo.
—Es que mi reputación no está en su mejor momento y
no quiero que la tuya…
—No me interesa en lo absoluto lo que digan los medios
de mí. Nadie sabe dónde estamos y a mí nadie me busca.
¿Qué podrían decir si nos ven y luego desaparecemos, que
me asesinaste con un tenedor?
—No, de seguro dirían que follábamos como conejos.
No entiendo qué le causa tanta risa, pero se desata en
una carcajada esplendorosa.
Le acomodo las gafas, la gorra, el abrigo y la bufanda.
—Así me mirarán más, te lo aseguro. No soy el maestro
del disfraz.
—Y ¿si me esperas mientras pido algo de llevar?
—Estoy empezando a creer que me quieres para ti nada
más.
Me regala su zorruna sonrisa sesgada y pruebo de nuevo
el ardor en las bragas. Que puede ser que me estoy
curando la pena de amor, o que una cosa es enamorarse y
otra que el cuerpo pida sexo como catarsis.
Aunque lo del sexo con Evan no sucederá jamás.
Abro la puerta del auto resuelta a actuar como si él no
fuera Evan Humphrey.
Antes de que llegue a la acera, su mano toma la mía y de
algún modo me siento más tranquila. Se ha quitado la
bufanda y, si lo veo bien, con esa barba podría decirse que
un diablo se parece a otro. ¿Verdad?
Pasamos frente a un espejo y al fin reparo en cómo voy
vestida, un abrigo blanco de plumas, vaqueros y botas de
caña alta color tierra, cabello en una coleta y lo más
importante: gafas oscuras.
Y miro a Evan que ¡vamos! podría derretir los polos aun
con lo que lleva puesto, vaqueros claros, camisa tartán,
abrigo negro largo y Converse rojas. Tomamos una mesa,
las manos no dejan de sudarme y cuando llega el mesero
palidezco al notar que se fija demasiado en mi
acompañante. Nos deja la carta y se retira.
—¿Quieres una recomendación? —pregunta desinhibido,
el lugar tiene muy pocos comensales.
—Lo que sea está bien para mí.
—Elena —pone su tono de reproche—, hagamos esto
como personas normales. Si no te calmas notarán que algo
te sucede.
Asiento frenéticamente.
—Vale lo que tú me recomiendes.
—¿Quieres postre? El helado es delicioso.
—Me parece bien, decide por mí.
El camarero regresa y, prácticamente, le escribo el
pedido para que no haga preguntas. Deja un plato y se
aleja aún con la mirada clavada en Evan.
—Ese tío sospecha —mi tono es casi un chillido.
—Calma —se relaja sobre el espaldar de la silla.
Los minutos parecen horas, no está claro a lo que le
temo exactamente, pero sí lo está que estoy ansiosa y
nerviosa. Evan acerca su silla y me abraza.
—Esto sabe muy bien.
—¿Patatas fritas? Come y calla, Evan.
—Cálmate.
—¡No puedo!
—Voy a besarte si no te tranquilizas.
¿Besarme? ¿Por qué eso me supondría una amenaza?
Vamos, ni me disgustaría.
La comida llega.
—Disculpe, caballero —Evan eleva el rostro. ¡Ay no!—, no
nos queda cerveza rubia, solo oscura.
Noto los labios de Evan fruncirse. Luego afirma y el
joven se aleja sin decir nada más.
—¡Casi me da un infarto! —confieso más pálida que el
papel de las servilletas.
Evan sonríe.
Los sesenta minutos que permanecemos allí transcurren
un poco lentos para mi gusto, comer fue un desafío, no
podía desviar la mirada de la gente alrededor y Evan se
tomó el tiempo de masticar más de veinte veces cada
bocado.
¡Quiere causarme alguna apoplejía!
—Voy a pagar —resuelve mientras se acaba el helado. El
mío quedó a la mitad y él le hizo los honores finales.
¡A Evan le compro ropa, pero no le doy de comer!
—No me importa, en serio que no. —Busco mi cartera.
Toma mi rostro entre sus manos y se acerca tan despacio
que creo que me va a cumplir la amenaza. Todo se me
contrae, hasta que me besa la punta de la nariz y puedo
dejar de apretar las pompis.
—No va a pasar nada si me reconocen. Una foto que se
filtrará en los medios y ya, Lena. Estoy bastante
acostumbrado a esto.
Me rindo, ¡sí, me rindo! Con él no se puede. Es cierto
que cede ante mis exigencias, pero cuando se impone,
¡madre mía, ni Dios lo detiene!
Lo veo todo a cámara lenta. Entrega la tarjeta, sonríe,
asiente un par de veces, se acerca para teclear, recibe la
tirilla, agradece y regresa conmigo.
—¿Vamos?
Me levanto y él toma mi mano.
—Nadie dijo nada, te aseguro que no saben quién soy.
—Bueno, ya que estamos de suerte, vamos enfrente a
mercar. Tenemos las despensas vacías y tú tienes apetito de
león.
Me lleva contra su pecho y besa mi frente.
—Amo esa forma de hablar tan tuya.
Obviemos el «amo» por favor.
 
5. Poner orden

L aguardando
noche se nos pasó hablando de su nuevo papel,
en las despensas lo que compramos y viendo
una peli de las que sí le gustan: las clásicas. Me he
quedado con Evan, otra vez, debe estar pensando que estoy
secretamente enamorada de él y aprovecho la situación o
que planeo violarlo.
E: —No tendría de raro ni un pelo.
L: —Desquiciada ¿regresaste?
E: —Después de cómo me rompiste el corazón, me planteé no
volver. Pero no puedo dejarte sola o armarás un desastre.
Tampoco es que estemos en plan romántico y pegados
como lapas, compartimos la cama, la soledad. Porque he
podido darme cuenta de que es un tipo solitario, metido de
lleno en su trabajo y con un círculo de amigos muy
reducido. Me doy vuelta para salir de la cama y apenas
caigo en cuenta de que estoy sola.
¿Se ha ido?
Me levanto y, en cuanto abro la puerta, el olor a pan
tostado me despierta el estómago.
Sonrío como lela, porque ese idiota empieza a
enternecerme y es algo que debería preocuparme. Me voy
rapidito al baño, no quiero que me vea recién levantada.
Salgo para encontrar el desayuno servido en la mesa.
—Buenos días —dice Evan saliendo de la cocina, lleva un
par de platos en las manos y un paño al hombro—. Tú
siempre tan… guapa. —Me besa en la mejilla y yo me siento
extraña… muy extraña.
E: —Oh, oh… ¿eso fue un temblorcito de piernas o de bragas?
L: —Cállate que no ayudas.
Lo veo dejar los platos y correr la silla esperando a que
vaya al lugar que me ha preparado.
Camino en autómata con el ceño fruncido y un poco de
desconfianza que huelo en el ambiente.
—Evan, no era necesario.
—Lo era por dos razones. La primera: que debo
agradecer el voto de confianza que me has dado. La más
importante, la segunda: no expondré mi hígado a tus
experimentos culinarios.
Le arreo el brazo en un gesto de desaprobación.
—Come, es hora de que retomes tu vida.
—Así que todo esto va para darme el discurso de que es
dos de enero y tengo que empezar a organizar mi futuro.
—Va de muchas cosas, come por favor.
Y cómo me voy a negar si, en primer lugar, huele muy
bien tanto la comida como él y, en segundo, me lo pide de
esa manera en la que nadie le negaría nada.
Doy el primer bocado.
—Wao… ¿quién te enseñó a hacer este omelette? ¡Está
de vicio!
—Es la receta de mi abuela, que fue lo único que el
abuelo aprendió a hacer al pie de la letra.
Muy buenos, tanto como los de Rebecca. Y se me
atraganta el café, nada tortura tanto como un recuerdo.
Lo que me hace recordar…
—¿Alguna vez has tomado Kopi Luwak?
Evan frunce el ceño y acerca la taza para oler el café.
—Nunca tomaría semejante cosa.
Bueno saberlo.
—No eres el tipo de chico que toma riesgos…
—No. Soy del tipo de chico que prefiere estar cómodo y
tranquilo. Bueno, ahora lo soy.
E: —Son un mundo aparte, Lena. No los compares, además de que ni
siquiera tienes oportunidad con él.
L: —No estoy comparando ni buscando oportunidad, batracia. Solo
que… bueno sí. Es una comparación, pero sin dobles intenciones. Que conste
en acta.
Evan se levanta, va hasta su habitación y regresa. Deja
sobre la mesa un folio en blanco y un bolígrafo.
—Empieza a hacer una lista de opciones.
—Evan…
Vuelve a levantarse para recoger la mesa y, con la mano
me detiene, al ver que tengo toda la intención de ocuparme
de limpiar.
—La lista.
A regañadientes vuelvo a sentarme y tomo el boli, miro el
folio y empiezo con la primera y única opción que tengo:
1. Radio Mujer en Línea

Bueno, con ellos sigue el contrato porque yo hice la


excedencia por el viaje.
2. Rotar el último libro que escribí en las

editoriales.

Vale, no puedo autocensurarme; puede que sí haya algún


editor que se atreva a publicarme.
3. Llamar a Ariana
E: —¿Cómo se te ocurre pensar en ella?
L: —Cállate, Elena. Ella dirige un diario; es una periodista con
contactos, puede encontrarme algo.
E: —Y ¿a qué precio? Porque si no lo recuerdas, ella estuvo en Te lo
pierdes.
Es el final de la lista. Ella es mi última opción.
Evan regresa, reparo en su aspecto: un suéter de
algodón color azul noche y, como por decreto, unos
vaqueros desgastados con rotos en la rodilla y el muslo que
se le ajustan de forma demencial.
E: —Lena…
L: —No pasa nada, admiro el pedazo de deidad musculosa que
tengo enfrente.
E: —Más pareces el perro babeando delante de un trozo de carne.
—Veamos esa lista.
Toma el folio intentando leer.
—¿Radio, editorial y periódico?
Afirmo con la cabeza.
—Es todo lo que tengo.
—Empieza a llamar —eleva las cejas en un gesto de
mando que no me gusta nada.
—¿Por qué tanta prisa? —rebato, no me gusta que me
den órdenes.
—Porque tengo una propuesta que hacerte y, como veo
que no estoy en tu lista ni como última opción, tengo que
saber si al menos la escucharás.
Tomo el teléfono que está en la sala y me voy al porche a
hacer la primera llamada.
—Hola, Xime, con Lena. —Me tiembla la voz, lo mío no es
mendigar.
—Hola, querida… ¿cómo estás? —y me desinfla un poco
que suene tan reticente.
—Bien y ¿tú? ¿ocupada? —intento un tono más relajado.
—No, de hecho estoy de vacaciones.
—¡Maravilloso! ¿Punta Cana al fin?
—Sí, al fin pudimos viajar. ¿Dónde estás? —He logrado
que se relaje.
—Sigo en Estados Unidos, y no quisiera importunar,
Xime, supongo que estarás enterada de mi vida con puntos
y comas. Llamo para saber si seguirá el programa en la
emisora o si…
—Sabes que te tengo cariño, Lena y que no pienso
juzgarte por nada. Pero recibimos muchos mensajes, tanto
a favor como en contra, y los directivos decidieron que el
programa no va más. Al menos por los próximos seis meses.
—¿Y el contrato?
—No te preocupes. Lo damos por terminado.
—Entiendo.
—En verdad lo siento.
—No pasa nada. Es que tengo otras cosas y tal vez me
quede en Nueva York. Me preocupaba ese contrato.
—Me alegra que así sea, mucha suerte.
—Adiós.
Exhalo un suspiro y me agarro la cabeza a dos manos. Ya
sabía que no sería tan fácil, nadie dijo que también dolería.
De paso tuve que mentir para rescatarme el ego.
Evan aparece trayendo el guion en sus manos.
—¿Cómo te ha ido? —pregunta con su habitual ceja
enarcada.
—Primera opción descartada, me terminaron el contrato.
—Ve a por la segunda.
¡Como si fuera tan fácil!
—Evan, publicar para mí no es tan sencillo como llamar a
algunos editores y decirles que tengo una historia. No soy
la autora más querida actualmente gracias a la bruja
maldita, además, me he dedicado a la literatura romántico-
erótica en un mundo machista. En un país que prefiere leer
narco novelas y biografías de corruptos.
—¿Por qué no? Empieza por alguno, de seguro que
conoces a un par. Y deja de flagelarte. No seas tu propio
enemigo.
En eso tiene razón, soy la vara que me mide y no me
tengo piedad.
Conozco a un par de editores, quizá esté de suerte hoy…
quizá.
Vuelvo trayendo una libreta repleta de papeles y tarjetas.
La abro frente a Evan y él se sorprende porque se abre
justo donde he dedicado unas páginas a Adam.
—¡Ay, por Dios! Esto parece un culto satánico.
—Ey… un culto sí, pero a la belleza masculina, a la
música.
—Pobre Adam. Se horrorizaría de ver esto.
Toca con precaución cada foto que tengo de él.
—Doy miedo, ¿verdad? Quizá algo como esto sí le
saciaría el morbo a Julia.
—No debiste…
—¿Confiártelo a ti?
Asiente.
—Creo que, a pesar de todo, te tengo confianza o ya no
me importa quedar expuesta. Evan, hay mucho detrás de lo
que ves. Es lo que quiero que sepas, no es fácil para mí
pensar en el futuro porque estoy llena de pasados que se
niegan a dejarme.
Cierra mi libreta.
—No te tocarás viendo esa foto al desnudo de Adam
Levine —así corta el tema.
—¡Eh! —le golpeó en el pecho—, lo mío con él es algo
sagrado. Es espiritual y musical. No lo entenderías.
—Bueno, alguna vez creí estar obsesionado con Britney
Spears, pero se me pasó pronto.
Le miro ceñuda, es obvio que no lo entiende.
—¿Le conoces?
—¿A Adam? —asiento—. Le he saludado un par de veces.
—Lo dices como si se tratara de tu vecino.
Aprieta los labios y me observa inquisitivo.
—Para alguien que no está enamorado de él, es lo más
normal del mundo. Para alguien que tiene tan sobado ese
póster… no sé, te causaría una apoplejía siquiera verle de
lejos.
Le tiro un cojín encima, pero logra atraparlo.
—Sí le he visto de lejos en los conciertos. Algún día,
quizá, te cuente la historia completa.
—Y la del fotógrafo. Que, a propósito, me parece que lo
he visto antes… —frunce las cejas y enseguida sonríe—. Sí
te vi con él. ¿No es el mismo que…?
Su teléfono suena y el número al que he marcado
responde. Cada uno se toma el tiempo a solas con las
llamadas.
¡Salvada por la campana!
Mi saldo está en ceros… un solo editor dijo que me
compraba la historia real de lo sucedido. Quiere que hable,
quiere aprovechar el morbo que ha suscitado mi Te lo
pierdes. Y eso no está ni siquiera en las posibilidades de
cuando tenga que pedir limosna.
Evan regresa y por su gesto me doy cuenta de que algo
no va bien.
—¿Cómo te fue?
—Mal. Solo me quieren para vivir de la controversia.
¿Tú?
—Cancelaron la película. El director renunció al igual
que la productora.
Se sienta a mi lado y tira el guion por la ventana.
—¡Evan! —me levanto de un salto y me asomo para ver
cómo vuelan las hojas en distintas direcciones.
—No se ha perdido nada —afirma encogiéndose de
hombros.
—Somos un par de desempleados —me apoyo en su
brazo, mientras miro al cielo.
—Yo no. ¿Harás la última llamada?
—¿Para que puedas hacer tu propuesta?
Asiente. Me besa en el hombro y me deja a solas.
Exhalo profundo, tomo la libreta y paso las hojas
buscando ese teléfono.
E: —¡No, Lena! ¡Por favor! Acepta lo que te ofrezca Evan y no la llames.
L: —No seas tan cobarde.
E: —Y tú muy valiente ¿verdad? No te has puesto a pensar en el precio.
¿Estarías dispuesta a meterte de nuevo con ella? Porque yo no.
—Hola
—Hola, soy Elena.
—¡Cariño! ¿Cómo estás? —y enseguida se me eriza la
piel.
—Bien…
—Había perdido la esperanza de que llamarías de nuevo,
ha pasado tanto tiempo.
No te vayas por ahí que la voluntad me queda contra las
cuerdas.
—Sí lo sé, llamo porque recordé que alguna vez me
ofreciste trabajar en el diario. Quisiera saber si…
—Eres lo que estaba buscando, cariño. Te llamaré en
unos días para contarte de qué se trata, estoy de
vacaciones.
—Vale, te agradezco.
La llamada termina y me quedo con el eco de su voz
rebotando en los tímpanos.
Tengo trabajo, es lo que importa. O tentativamente lo
tengo.
Ingreso en busca de Evan y lo encuentro con mi laptop
encendida sobre la mesa del comedor.
—¿Qué haces?
—Reviso unas locaciones.
—¿Para qué?
—Para una película.
—¿Qué tan rápido consigues trabajo?
Acomodo una silla junto a él y apoyo mi cabeza en su
hombro, esto me gusta mucho y no por nada en específico.
—Tengo una productora, a eso me dedico cuando no
actúo para los grandes del cine.
—Vaya… ¿diriges?
—Sí, a veces.
—¿Cómo le va a tu productora?
—Bien, hemos producido quince películas. Todas son
adaptaciones de libros.
—Wao… ¿quieres nombrarme algunas?
—No por ahora. Te daré una lista.
Veo que se pasea por paisajes de Estados Unidos.
—¿Qué se supone que buscas?
—Un lugar en el país que refleje un poco el estilo de los
pueblos ingleses. Necesito un pueblo pequeño, de familias
aristocráticas que aún conserve el estilo de los cincuenta y
sesenta.
—¿Cómo se llama el libro? Puede que lo haya leído y así
te ayudo a buscar.
—La mujer de los cinco nombres.
¡Oh, my Dior!
Salto de mi silla y por poco me siento en sus piernas.
—¡¿Harás la película?! ¡¿Casilda cedió los derechos?!
¡¿Por qué no me lo dijiste antes?! —le suelto las preguntas
a bocajarro.
—Vale, de a una pregunta. Primero: no la haré todavía,
necesitamos crear la propuesta que enviaremos a los
estudios que compraron los derechos. Lo que responde a la
segunda pregunta. Y sí te lo dije, recuerda que te pedí ser
tu primera opción en la lista, no la última, porque quiero
que me ayudes con las ideas y porque sé que eres su
admiradora número uno. Y de paso, que le dijeras que, de
aceptarnos, podría hacer ella misma el guion, como lo ha
pedido.
—¡Debió ser lo primero que dirías antes de ponerme a
hacer una lista y llamar para mendigar un puesto! —silabeo
mientras le golpeo en el brazo—. No me habría negado…
—¿Y ahora te negarás? —Me toma por las muñecas luego
de mirarme como a un bicho raro por lo que hacía—.
¿Lena? —Evan se acerca y me eleva el rostro tomando mi
mentón—. ¿Conseguiste un trabajo?
Asiento con pesadumbre. Evan se levanta.
—Una periodista, que fue mi maestra en la universidad y
que ahora dirige un periódico muy influyente, me ha dicho
que tiene algo para mí, pero no sé aún de qué se trata. —
Finjo un tono muy animado ante la noticia.
Evan intenta mesarse el pelo, da un giro sobre sí mismo
y vuelve a sentarse. No era lo que esperaba que pasara,
que su grandiosa idea de las listas y llamadas diera
resultado.
—Felicidades. Es dos de enero y ya tienes trabajo. Saliste
airosa de esta situación.
Lo fulmino con la mirada. Es el peor mentiroso que
existe.
—Claro, como si no hubiese perdido uno mejor.
—Tampoco es que mi trabajo sea tan fácil, que disfruto
leyendo los libros, no lo niego. Pero a veces no conecto y es
frustrante hacer propuestas más mecánicas que
inspiradoras.
Bufo, estoy realmente cabreada. Era un trabajo increíble.
Algo en lo que estoy más curtida. De periodista no he
ejercido ni para el trabajo final de la facultad. Me voy a mi
cuarto, azoto la puerta y me acuesto bocarriba. Recuerdo el
cuadro sobre mi cama de Bogotá, una foto tomada por él…
Polaroid y rosa.
Stephan es el ejemplo de vivir de lo que se sueña. De lo
que se ama.
Y yo no sé qué amo más, no sé si escribo ya por
necesidad y costumbre o más por comodidad que por
pasión.
Estoy en el limbo…
Evan entra en mi habitación y pone la laptop en mi
abdomen
—Es allí —me señala unas fotografías y reconozco un
lugar que es el paraíso: Barnes & Nobles.
—¿Baltimore?
—Mira la mansión Clyburn y dime si no es perfecta para
el lugar del asesinato. Además de que muchas de sus calles
se prestan para la época en la que la chica llegó a Norte
América.
—Mary Claire —detesto que no se refieran a un
personaje por su nombre. ¿Para qué se devana uno lo sesos
buscando un nombre perfecto para un personaje si le van a
llamar de cualquier modo?
—Vale, Mary Claire. ¿Qué te parece?
Retiro la laptop y la dejo a un lado, Evan se toma el
permiso de acomodar su cabeza en el lugar que he
desocupado. Y mirarme intensamente.
¡Dios mío! Perdóname el pecado que me pasa por la
mente.
Si no supiera que es gay de seguro que mis hormonas
estarían convulsionadas y mi útero haciéndome un motín.
—Supongo que sí encaja, tampoco son demasiadas las
escenas en ese lugar, casi todo se centra en ella y en por
qué se convirtió en asesina.
Evan gira la cabeza mirando hacia la pantalla.
—¿No crees que es demasiado…?
—¿Desgarradora, creepy?
—Esa es la palabra. Ninguno de sus libros me contó una
historia así. Siempre eran frescas, divertidas, picantes,
crudas...
Y eso que no sabes que escribe thrillers para dejarte
pasmado de susto.
—Quizá quería variar un poco, ya sabes; demostrar que
su talento puede con otros géneros.
Lo medita mientras me doy cuenta de que mis dedos se
han metido entre sus cabellos rubios.
—Me voy el domingo, tengo que unirme a los demás en
Baltimore.
—Pues ya va siendo hora de que te vayas, los muertos y
las visitas a los tres días apestan.
Apenas si deja escapar un ruido de su boca.
—Evan
—Mmm…
—¿Estás durmiéndote?
—Quién no lo haría en este lugar tan cómodo. Eres como
una cama de plumas.
—¿Eso fue un cumplido?
—No, fue una declaración de amor —Se ríe—. Eh,
tranquila. Fue la manera de decirte que me haces sentir
cómodo.
—Hemos pasado casi tres semanas juntos y ya puedo
decir que te considero un amigo. No me rompas el corazón,
por favor.
—Si te rompo el corazón es buena señal —alardea.
—¿Te levaría el ego, machote? —pregunto sardónica.
—Digo que es buena señal porque, si un corazón tiene la
capacidad de romperse más de una vez, es porque sigue
vivo.
Vuelve a mirarme y hasta creo que me pierdo en ese mar
verdoso. Sé que me habla en ese lenguaje de miradas
indescifrable que tiene y que es tan suyo. Decido que es
hora de cortar el rollo y empezar a centrarme en la
realidad de que va a irse en dos días. Y que yo quisiera
irme con él.
—Evan, concédeme mi deseo ahora. —Se levanta, ladea
la cabeza, frunce las cejas y labios y me mira, queda
expectante a lo que diré—. Deseo irme contigo.
Exhala un suspiro y toma la computadora. Antes de
cerrar la puerta me dice:
—No malgastes tu deseo en algo pasajero. Resérvalo
para eso que querrías tener para siempre.
¿Siempre?
Siempre es el más grande engaño vestido de promesa.
6. Volver a empezar

V oy a saltarme los detalles del sábado porque


sinceramente al recordarlo me da por llorar. Acaba de
irse y saber que no está me hace sentir como el último
humano en el mundo. Tengo hasta la banda sonora para
este momento: When you’re gone de Avril Lavigne.
E: —¿Te gusta el perfecto idiota?
L: —No todo se trata de eso, Elena. Evan se portó como un amigo.
Es cierto, me puso en órbita con el mundo y, al ver que
ya estaba lista para empezar otra vez, se fue. Creo que me
estoy haciendo dependiente con mucha facilidad, cuando
nunca antes tuve apegos con nadie.
Me voy a la habitación que compartimos. Recuerdo la
pelea de almohadas que tuvimos ayer antes de dormir.
Estábamos acostados cada uno en su lado, oíamos el final
de la Casa del Lago y ambos parafraseamos un par de
estrofas de la canción de Paul McCartney. Esto no me pasó
antes… De repente la almohada me cayó sobre el rostro
—Cantas terrible.
Tomé mi almohada y la tiré en su estómago.
—Auch.
Se arrodilló a la par e iniciamos una batalla a muerte.
Yo morí de una estocada en las costillas, pero, al estar
agarrada de su camisa, lo hice caer sobre mí. La hermosa
mirada que me dedicó me hizo temblar las piernas. Estuve
a segundos de agarrarme a su cuello y darle un beso. Como
todo un caballero, se levantó, me tendió la mano y acomodó
la cama para que pudiéramos dormir. En la mañana del
domingo caminamos por la playa y volvimos para hacer la
comida. Después de eso preparamos su equipaje y, aunque
intenté bromear y hacerle creer que estaba feliz de que se
fuera, por dentro sentía un ardorcito que me quemaba.
Se despidió con un beso largo en mi frente y otro
pequeñito en la punta de mi nariz, sus manos acariciando
mis mejillas me hicieron estremecer. Cualquiera que pudo
habernos visto, de seguro juró que éramos la pareja de
novios más chachi del mundo y que despedirnos nos estaba
doliendo a rabiar.
Me acuesto en el lado de la cama que guarda su olor y se
me juntan sus recuerdos con los de Stephan.
Dos hombres: nunca he estado en medio de una elección.
Aunque no es el mismo sentimiento… quiero creer.
El móvil suena, una semana con el teléfono apagado,
pero Evan me ha pedido que espere su llamada cuando esté
en la ciudad y yo tan obediente lo encendí enseguida y lo
cargo encima como una segunda piel.
El nombre de Johanne aparece en la pantalla.
—Hola.
—¡Elena! ¿Por qué diablos no quieres que nadie te
encuentre?
—No me estoy escondiendo.
—Lo que quiero saber es ¿por qué lo hiciste? Stephan
solo dijo que te fuiste porque lo de vosotros no funcionó. Yo
no le creo ni media, ¿vas a explicármelo de una buena vez?
—Eso es lo que pasó, me acojoné con eso de mis
sentimientos expuestos y preferí salir corriendo, Ya sabes
cómo soy, libre como el viento.
—Ajá y tu padre es el jorobado de Notre Damme
—Ve tú a saber…
—¡Joder! Compórtate como un adulto y enfrenta la vida
como es. ¿No te cansas de dar vueltas como una noria?
Sienta la cabeza de una buena vez y enfócate en el futuro.
Te quedarás sola viviendo en una casa en la montaña más
perdida del mundo y rodeada de un millón de gatos.
—¿Terminaste con tu monserga de madre que no te
corresponde? —se me sube la sangre a la cabeza—. ¿Vienes
a decirme tú que siente la cabeza cuando te vas a la India
de retiro espiritual porque ni siquiera sabes lo que sientes
por los dos tipos con los que te has acostado? ¡Arregla tu
vida que yo me ocupo de la mía, coño!
—¡Que te den, Elena!
Pu, pu, pu…
Y mi mejor amiga acaba de terminar conmigo.
¡Al carajo mi vida!
Miro fijamente la pantalla del móvil con toda la intención
de llamarla y disculparme por decir, lo que no debía decir.
Pero de sobra sé que no es un buen momento para intentar
un acercamiento. Me levanto de mi nuevo lugar favorito y
busco un libro para leer. Al rato vibra mi móvil.
Es Evan y prácticamente me había olvidado de él por
pensar en Stephan, lo eclipsa todo solo con nombrarlo.
—¡Hola! —pongo cierto tonito de emoción.
—Hola, Lena, ¿cómo te va sin mí?
—Parece que me estás haciendo falta.
Escucho una risa.
—Es bueno saberlo. Bebe leche caliente, eso ayuda a
dormir.
—Preparo té.
—El té va a desvelarte y estás a horas de esa reunión
para el nuevo trabajo.
—No soy de tomar leche, me produce malestar
estomacal.
—Que sea poca y con miel, ayuda mucho.
—¿Cómo estás?
—Cansado, supongo. Acabo de entrar y me he tumbado
en la cama enseguida.
—¿Cómo va todo por allí?
—Igual que como lo recuerdes. Nadie nuevo que yo sepa.
—Yo creí que las celebridades eráis más del tipo: vivir en
una mansión en Los Ángeles-Hollywood.
Se ríe en tono cansado.
—Soy amante del cemento, adoro el ajetreo de las
ciudades. Pero L.A. me enferma, es la verdad. Tengo una
casa allí para quedarme cuando hay rodajes o eventos. No
me gusta mucho el calor. Y detesto vivir en lugares que
parecen urnas de cristal.
—Vaya…
—Crecí en Nueva Orleans… y aunque me gusta ir de
vacaciones, me aburro fácilmente.
—Mundano.
—Con cada letra.
Exhala un suspiro y yo me contagio
—Te echo de...
Nos descojonamos, lo hemos dicho a la vez. Qué cursis
somos.
—Vale, la somnolencia nos tiene tocados. Duerme y luego
me cuentas cómo estuvo tu entrevista. Y si hablas con
Casilda…
—Le diré, no prometo nada. Adiós.
Me dormí en el sofá y justo a las seis, con el sonido de
una alarma, abro los ojos, lo primero que me saluda es el
dolor en el cuello y la espalda porque adopté una pose tipo
trapecista de circo y creo que voy a necesitar que alguien
me vuelva a poner el cuello en su sitio.
Me levanto, con todo y que necesito un cuello ortopédico.
La ducha me ayuda a distender los músculos y ya me he
vestido como una casta mujer. Un pantalón bota campana a
la cintura y una camisa negra de pequeños lunares blancos,
mangas largas y cuello de anudar. El cabello recogido en
una coleta y, por escaso riesgo, una mano de gato para que
no se me note la palidez.
Es hora de volver a hablar con Ariana.
 

Resultó que mi trabajo soñado era para ser editora de la


sección internacional de un periódico, y digo «era», tiempo
pasado, porque mi maravillosa reputación habló antes que
yo y estoy en ceros.
Soy la reina de la mala suerte.
 
7. La sal me persigue

D esbloqueo la pantalla y enseguida noto que tengo un


Whatsapp. Es de Evan. Me hace sonreír. No me creo que
yo tenga un mensaje de él en este plan, después de todos
nuestros desencuentros

PERFECTO IDIOTA: ¿Fue un buen día? Eso


espero. Por aquí todo silencioso.

También sé que debí hacer que se arrodillara y rogara


perdón por lo que hizo, o haber pedido su cabeza en
bandeja, pero él vive también bajo la sombra de la
inquisidora de Vil y con eso creo que tiene más que
suficiente. Además, estaba sola y vulnerable.
Estoy.
El móvil suena. En la pantalla aparece un número
desconocido, pero el indicativo del país me dice que es de
Estados Unidos. No es Evan, puede ser mi madre.
—Hola.
—¿Elena eres tú?
—¿Susie?
—Sí.
Su voz se oye entrecortada, pero no por la señal, está
llorando.
—¿Estás bien?
—No y perdona que te llamara, sé que ya no sales con mi
hermano, pero no tenía a quién más acudir.
—No te preocupes, sabes que puedes llamar siempre.
¿Qué pasa, cariño?
—Tengo una crisis, intento comer, te juro que lo hago.
Pero esas malditas voces en mi cabeza no paran de decirme
que parezco una cerda, que estoy a punto de reventar, que
mi trasero es un gran balón redondo y asqueroso y yo…
Se desata en llanto.
—Susan, tranquila, esto iba a pasar. Lo hablamos y
prometiste ser fuerte, esas voces no se van a callar solas,
debes luchar contra ellas.
—¡No puedo! ¿Por qué no me muero de una buena vez?
—No lo digas ni de broma ¿me oyes? Esas voces no son
más fuertes que tú, te lo aseguro.
—¿Tú qué hiciste para superarlo?
—Todas las personas no lo hacen igual, ni les funciona lo
mismo que a otras, cariño. Yo me aferré a la música e
intenté mantenerme ocupada mucho tiempo. Canalizar eso
tan negativo y usarlo en algo positivo. Debemos encontrar
algo en lo que puedas concentrarte
—Conseguiré un trabajo, eso puede ayudar.
—No sé si sea el momento para enfrentar a la sociedad,
puedes sentirte apabullada.
—¿Qué demonios puedo hacer para que se callen?
Su sufrimiento me traspasa. Por ella no debía irme, no
podía dejarla sola con todo esto.
—¿Tu hermano?
—¡No! Stephan está abstraído, últimamente parece un
fantasma. No sé mucho de él. Está con un nuevo trabajo.
No quiero molestarlo.
No me habla de Julia y su embarazo. ¿No lo sabe? ¿Lo
omite porque puede hacerme daño?
—Vas a concentrarte en las clases, sé que tienes pronto
ese examen de ingreso a la universidad.
—Elena, en este momento no hay dinero para pensar en
la universidad, soy una carga para mi familia…
—Nada de eso. Lo único que queremos todos es verte
feliz. Tú estudia, yo veré cómo consigo un benefactor o lo
que sea. No te dejaré sola.
—Lo hiciste, estás muy lejos —solloza.
Y eso me rompe en dos. Empiezo a experimentar ese
sentimiento de protección, de querer cuidar de alguien y
me odio por acceder a los chantajes de esa bruja.
—¿Aún confías en mí?
En medio de gimoteos me dice que sí.
—Entonces ponte a estudiar, pregunta en el instituto o a
algún profesor cómo ponerte al día. O se lo dices a tu
hermano para que él lo arregle. Ve a las bibliotecas, busca
alguna tutoría. Trata de estar muy ocupada, y aunque esto
que voy a decirte no es tan bueno, me funcionó al principio.
Cuando comas, lee alguna revista, un libro, mira la tele…
no mires al plato, que tu cabeza esté con otra cosa. ¿Vale?
—Gracias, Elena.
—A ti por seguir confiando en mí. Vamos a hacerlo
juntas.
Miro la hora y decido llamar a Evan, yo también necesito
de mi gurú de cabecera.
—Hola... Dame un momento —susurra a alguien.
—Lo siento, estás ocupado.
—Estoy con el equipo, pero acabamos de encontrarnos
así que no pasa nada. ¿Qué sucede?
—¿Por qué me sucedería algo? —intento mi voz: Don’t
worry be happy.
—Será porque dijiste que llamarías después de la
reunión virtual y porque en tu voz se siente que necesitas
desahogarte.
Soy la peor actriz o él es muy bueno con las emociones
reprimidas. Di con mi mentalista…
—Ni que me conocieras de toda la vida.
—No te conozco de toda la vida, pero sé perfectamente lo
que es necesitar de alguien. Vamos, dime qué pasa. Te
escucho.
—Me he quedado sin trabajo.
Se escucha su respiración, lo he dejado sin palabras. A
nadie le pueden pasar tantas desgracias juntas. Infortunata
debería llamarme.
—Vale, debo tener el récord de no poder conservar un
trabajo ni por una hora y pensarás que soy la reina de las
desgracias. Pero te aseguro que esta vez no es mi culpa, no
directamente, es mi reputación. O que en mi vida pasada
maté a mi madre y me lo están cobrando en esta.
—Eres tú la que llama la mala suerte. ¡Cierra esa boca!
Espero que no sea la excusa que necesitabas para regresar
a N.Y.
—¡Oye! Bájate de la nube de dios. Buscaré algo más. Si
tanto me quieres allí, tendrás que rogar.
Se carcajea y ya adoro ese sonido.
—Me alegra que no te des por vencida y que la única
opción que tienes, la dejes para el final. Eso habla de tu
perseverancia.
Error… habla de que mi ego es proporcional a mi
miedo...
—No necesito de los sabios consejos de Paulo Coelho
ahora, ¿vale? Solo quería decírselo a alguien y aunque
suene cursi, eres lo único que tengo.
E: —¡Ay, por Dios y lo dijiste!
—Me gustará oírlo el día que me digas que, en lugar de
lo único, soy todo lo que quieres tener.
E: —Hueeele a peligroooooo…
L: —¡Cállate!
—Ya está bueno, nos estamos poniendo idiotas. Te dejo
para que tú, que sí tienes trabajo, no lo pierdas. Mi mala
suerte puede pegarse como la peste.
—Te llamo luego, salty.
Cada vez que cuelgo, me quedo más allá que acá. Y eso
no debería estar pasándome.
 
8. Hora de volver

D os semanas, dos eternas semanas intentando encontrar


un trabajo decente que pague las cuentas y sirva para
comer. No puedo seguir aprovechándome de la generosidad
y la culpa de Evan.
Ariana me ha conseguido ocho entrevistas en distintos
diarios, revistas, blogs… nada ha salido porque no tengo
experiencia de periodista. Ya me duele el ego de tanto que
lo he expuesto. En ocasiones me reconocieron y, con un
poco de diplomacia, me dijeron que siendo quién era, no
podía suponer que me tomarían en serio como periodista.
Mi madre antes de irse a recorrer Europa me ofreció
servirle de asistente, pero de arte sé poco. Igual con su
trabajo, un par de ideas preconcebidas y punto. No me da
la cabeza para inventar cuando de sus estrafalarias
esculturas se trata.
La tía Maggie me perdonó, pidió que le contara la
verdadera razón de mi huida al estilo Novia Fugitiva, pero
le inventé una excusa de las típicas que siempre funcionan:
«No sirvo para enamorarme». y parece que se lo creyó. De
Johanne no sé nada, pero supongo que ya está en la India, y
Susie ya está tomando clases, le conseguí la beca. No hay
que ser adivino para saber que un tío político con mucho
dinero accedió a hacer la buena obra del año.
Otra cosa ha sido Evan, no ha rogado porque me vaya,
aunque le he soltado mis brillantes ideas y las ha tomado
en cuenta. Ya le tengo la factura de cobro por propiedad
intelectual. Me ha dicho que aún la plaza está abierta; yo
insisto con que debe implorar de rodillas, él suelta una
risotada de las suyas y yo me olvido de todo. No me
enamoré, no. Pero para mis hormonas es un hombre, un tío
tan angustiosamente guapo que duele verlo y no poder
imaginar una fantasía que acabe con empotramientos y
gritos rompe paredes en un desbordamiento que…
¡Joder! Mejor lo dejo ahí, que de sexo ni hablemos
porque la sequía está más que bien acomodada. Para
cuando vuelva a meter a alguien en mi cama, y entre mis
piernas, será como una expedición a las catacumbas.
El punto es que ese perfecto idiota sigue siendo lo único
que tengo y con quien hablo cada noche para contarle
cómo estuvo mi día, para que me ayude a restarle
importancia al hecho de que no me sirve para nada tener
un título y que acabo la jornada sintiéndome una perfecta
inútil.
Como hoy, que he tenido mi entrevista número nueve y
por primera vez he sido yo la que cree que el puesto era
una bajeza incluso para alguien sin experiencia. Tomo el
móvil y espero a que sea la hora de mi llamada nocturna.
Y suena la canción de la pantera rosa… porque me
confesó que era su caricatura favorita.
—Hola, inspector Clouseau.
Se carcajea
—Miss Hoodoo.
Ahora la que se ríe soy yo.
—¿Estuviste revolcando en el diccionario?
—Un poco sí, ya que lo tuyo parece un hechizo vudú. Esa
es la palabra perfecta.
—She's hoodooed me. ¿Eso puede conjugarse a sí? En
fin, Cruella de Vil es la causante de mi desgracia.
—Ella no hacía magia, yo creo que Voldemort le vendría
mejor, sobre todo por los huesos…
—Dejemos de tontear tanto que nuestras charlas son de
lo más insustanciales.
—Disculpe mi comportamiento reprochable, milady.
Permítame reivindicarme dándole toda mi atención a los
pormenores de su día. ¿Por qué no me pone al corriente de
sus actividades de mujer núbil? Deléiteme con su anodina
narrativa.
Y ese acento de caballero inglés sacado de alguna novela
de Jane Austen nos hace troncharnos de risa.
—Pude ser la reina de los obituarios, pero como que lo
mío no es la fama —confieso luego de recobrar la seriedad.
—¿Lo desechaste?
—¡Esa palabra es horrible! Digamos que, lo descarté
porque temo por mi salud mental. Es un trabajo de lo más
deprimente. A pesar de que me ofrecieron ser la directora
de la sección necrológica del periódico.
—Lena, pero era ser directora… —esconde una risita,
puedo notarlo.
—Pudo adornarlo con oro y tulipanes negros, pero no.
Hay que ser muy pagado de sí para presentarse a los
demás como especialista en la sección necrológica de un
diario, por más famoso que este sea, así le ponga los
adjetivos y sustantivos más rimbombantes, o te ganas las
burlas o el pésame a tu carrera. ¡Yo tengo dignidad, oye!
—¿Te envío ya el boleto de autobús?
—Que no, chico, que no.
—¿Qué más tiene que pasarte? No pienso rogar.
—Rogarás, pero antes me queda otra entrevista mañana,
solo que es directamente con Ariana y una amiga suya.
—Ya… ¿Ariana es la chica del Te lo pierdes?
Y enseguida me ruborizo, menos mal que no puede
verme.
—Oye, gracias por quitar la fotografía —tergiverso un
poco el tema—. Sé que lo hiciste para salvarme un poco la
reputación.
—En realidad, lo hice para que luego me dieras los
detalles. Algo de que me debes una y te la cobro con
información.
—¡Guarro manipulador! No pienso alimentar tu morbo.
—Algún día me lo contarás.
—Ni en mi lecho de muerte.
—Tengo que dejarte, trabajaré un poco en el argumento.
Luego empezaremos un rodaje para el clip y tenemos otra
película que empieza las grabaciones a finales de febrero.
—Vale, entendí, eso me deja como la desocupada de la
ecuación. Hablamos mañana. Un abrazo.
—Otro para ti, nena.
Y suena a través del auricular ese sonido de sus labios
juntos enviando un beso.
¡Omaigá!
He hablado todo el rato con él, sentada en el sofá
flotante del porche, tengo la oreja caliente y tortícolis, pero
sonrío como tonta. Esto es nuevo y no es amor, es que
nunca había permitido que un hombre cruzara la línea.
Somos amigos, otra de mis teorías que me estalla en la cara
como el Big Bang, que un hombre y una mujer no pueden
ser amigos, que a la larga tiene que haber sexo, que
sucede, solo es cuestión de tiempo.
Pues no, con Evan no.
E: —Porque es gay, eso es lo que te impide, al menos, batirle las
pestañas, tonta.
L: —¡Venga, Elena! ¿Qué te tiene tan resentida?
E: —Cómo si no lo supieras? En todos estos días ni una sola vez se
te ha cruzado Stephan por la cabeza.
L: —No necesito tenerlo en los pensamientos, Elena. Ese tipo de
personas se clavan en tu corazón para que en cada latido te duela la
distancia.
E: —Estás profunda.
L: —Más bien realista, contigo no tengo secretos. No voy a
engañarnos.
Stephan me duele en el cuerpo, porque ahí es donde
duele la ausencia. En el corazón porque es dónde duele el
amor. Y en la memoria porque es donde duelen los
recuerdos.
*

Es hora de mi entrevista y ya espero en Skype para que


empiece.
Me acomodo en la silla y miro a la pantalla y a Ariana
simultáneamente. Al instante aparece el rostro de una
chica muy mona, rasgos delicados, boca pequeña y unos
ojos verdes que hacen todo el trabajo. Lleva el cabello
trenzado alrededor de la cabeza. Su piel es muy clara y los
pómulos se marcan aún más con el colorete rosado que se
ha puesto.
—Hola, Amy, la guapa de la derecha es Elena Rocha.
Levanto la mano un poco pasmada.
La chica sonríe de una forma angelical y luego se
presenta.
—Hola, Elena, mi nombre es Amy Anderson y soy la
directora de la ONG Women’s Voices. Por cierto, muy
acertado el mensaje de tu camisa.
—Oh, te aseguro que no lo sabía, no es premeditado.
Todas sonreímos.
Estoy vestida de vaquero, una camisa de algodón que en
letras cursivas y rosadas dice Woman=Strong y una
chaqueta de cuero color negro. Mis Prada para atraer a la
suerte y el cabello muy liso y suelto.
Luego es Ariana quien toma la palabra.
—Elena, mi querida Amy es una activista social muy
importante en Estados Unidos, hace cinco años que lidera
esta organización que da voz a las mujeres que sufren
abusos, o en general, hacen acompañamiento a las mujeres
que necesitan ayuda. Nos conocimos en una marcha del
orgullo en N.Y., la entrevisté para una revista y nos hicimos
amigas. Hace unos días me comentaba que tiene en mente
llegar a las mujeres latinas, pero que necesita a alguien
que maneje los medios y, por supuesto, el idioma. Algo así
como un jefe de prensa. Enseguida pensé en ti y se lo
comenté. Por eso planeamos esta entrevista.
—Elena —retoma Amy—. Sé que eres escritora y que te
va bien, que has llevado un programa de radio y tienes un
buen número de seguidores en tus redes. Tu perfil me
parece interesante y es por eso que me cautivaste. Nuestra
organización recibe fondos de empresas importantes y un
fondo de dinero que viene directamente de un grupo de
padrinos. Con ello hacemos campañas, se sostiene el centro
en el que trabajamos y pagamos un salario a nuestro
personal. Si te interesa puedo enviarte una propuesta. Sé
que no es la gran cosa, pero puede mejorar a medida que
logremos más patrocinio. Tendrás todas las regulaciones de
ley y un contrato a término indefinido, nosotros nos
encargamos de los trámites ante inmigración. Incluye
vacaciones pagadas de seis semanas al año y un horario
flexible. Los viajes que tengan que ver con la organización
corren por nuestra cuenta y sus respectivos gastos.
¿Dónde está el truco? Porque la pinta que tiene…
—Y bien ¿qué dices? —pregunta Ariana.
Estoy un poco apabullada. Hace tanto que no me pasa
algo bueno, que empiezo a asustarme.
—Y ¿dónde está su sede?
Amy hace una mueca de burla.
—Empecé por el final. ¿A dónde ibas a llegar?
Más risas.
—Me has dicho que harás los trámites legales, así que
supongo que debo trasladarme a Estados Unidos…
—Claro que sí, a N.Y. exactamente.
Y la sonrisa se me borra. Es como si me hablaran de una
excursión gratuita al infierno, no puedo volver a esa
ciudad, por eso intenté irme. Es como un terreno vetado,
propiedad privada o que se yo. Cruella de Vil reina allí,
además de que Stephan vive allá…
—Es tentador, no lo niego. Pero acabo de volver de N.Y. y
no creo estar preparada para quedarme de lleno.
Siento sobre mi cabeza la mirada incrédula de Ariana.
Pensará que estoy siendo una gran tarada, pero tengo mis
razones. Que pesan en toneladas.
—Lo entiendo, Elena. Puedo dejar que te lo pienses pero
no por mucho tiempo. Tienes hasta el final de la semana, es
decir dos días. Porque de aceptar, empezarás el 16 de este
mismo mes.
—Claro que lo hará, Amy. Gracias por tu valioso tiempo.
Te comunicaré muy pronto su decisión.
Ariana da por terminada la entrevista y nos despedimos
de Amy.
Ella se me queda mirando en lo que al principio es un
silencio siniestro, luego el sonido de los dedos de Ariana
contra el escritorio me pone alerta, espera que le explique
la razón de mi estúpida negativa inmediata.
—Vale, entenderás que no puedo tomármelo tan a la
ligera. Es irme a otro país por mucho tiempo…
—Estoy segura de que no es eso lo que te detiene. Estoy
completamente segura de que tiene que ver con Julia
White. ¿Qué fue lo que te hizo o le hiciste?
Dejo caer los hombros, ella es terreno neutro.
—Sabes que está a la cabeza de BEAU, o estaba, no lo sé.
La sede principal está en Nueva York….
—¿Y? Eso nada tiene que ver con la propuesta de Amy.
Su ONG y la sede de esa revista están a unos buenos
kilómetros de distancia. Algo te hizo esa pécora y fue muy
malo, aparte de publicar tu diario, tus ojos destilan terror
desde que te nombraron Nueva York.
Dejo caer mi cabeza hacia adelante, ni fuerzas de mentir
y fingir tengo.
—Te dije que me metí con su novio, no sabía que lo era
hasta después. Aparte quiso vengarse de Casilda por otro
asunto, quiso usarme para ello y me negué. Eso me costó el
trabajo, mi pseudónimo, los derechos de mis libros. Cuando
robó mi diario también extrajo mis documentos y logró que
inmigración me pusiera en su lista para deportarme.
Bloqueó mis tarjetas… en fin. Me dejó de manos atadas,
pero yo seguía con el chico. Su jugada final fue un poco de
chantaje emocional; me devolvería mis documentos y
podría irme sin riesgo de la deportación, solo si dejaba a
«su chico». Y fue lo que hice. Es un pacto, una tregua. No
puedo volver.
Me cubro el rostro con las manos.
—Te enamoraste, Elena, lo noté desde el primer día,
tienes el corazón roto. No hubieses acudido a mí de no ser
así.
—Eso ya no importa.
—No puedes negarte, Elena, es una oportunidad única.
Ya que te niegas a escribir de nuevo ¿qué piensas ponerte a
hacer? Porque conozco a alguien y puedo recomendarte
para que sirvas tragos en un bar…
Levanto la mirada para chistar. Pero creo que su idea es
mejor.
—Dile que si me paga el…
—¡Eh! ¿El desamor te dejó bruta? Puede que necesites
un tiempo con la escritura, eso lo entiendo. Pero ponerte a
servir copas rechazando algunos miles de dólares al año…
¿qué es lo que te pasa?
—No puedo volver…
—Elena, piénsalo muy bien, coméntalo con alguien más.
Haz una de tus listas de pros y contras. Busca la dirección
de la sede de la ONG y compara la distancia con Julia
White. Además, con un contrato de trabajo y tus papeles en
regla, no hay riesgo de que pueda volver a hacerte lo
mismo. Tú puedes ser peor que ella si te lo propones —
entrecierra los ojos y esa mirada me indica que Ariana sabe
algo más—, confío en que serás inteligente y aceptarás.
—Lo pensaré, es todo lo que puedo prometer.
Decido salir en busca de una hamburguesa y en una
librería me encuentro con una revista de arte. Mi madre y
sus harapos hippies abarcan casi seis páginas. Habla de lo
que la inspira, de su vida, de su extravagancia e incluso me
nombra: «Mi hija es la mejor de mis obras. La única que es
realmente perfecta».
Me conmueve tanto que le hago una foto al texto y se la
mando en un WhatsApp.

Elena: Gracias Yoko (lo digo por la foto y esos ha-


ra-pos) me haces sentir orgullosa e importante.
Mientras camino, me quedo viendo las puntas de mis
zapatos. Es imposible que niegue ese poder de atracción a
lo bueno que tienen. De nuevo han hecho su magia. Me han
conseguido un buen trabajo y de paso, la posibilidad de
volver a N.Y.
 

Han sido dos días largos, no he dormido bien y, si lo


hago, tengo pesadillas horribles con Julia White como un
monstruo tipo Godzilla. De pura misericordia divina no me
he hecho pis encima. A Evan no se lo comenté porque
adivino que, de algún modo, me hará aceptar y no es lo que
quiero. En realidad, lo que parece es que estoy a la espera
de alguna epifanía, una premonición futurista de que volver
no me traerá problemas. Y así he pasado el día entero. Ya
sé dónde queda la sede de la ONG y no hay riesgo de
encontrarme con Cruella de Vil, sondeé un poco a mi tía
con el asunto del piso y me ha dicho que está ahí para mí,
solo que Rebecca y Alan están con ellos en L.A. Tampoco
podría tenerlos cerca después de que dejé a su hijo. Y
aunque está el auto disponible, no me atrevería a conducir
en esa ciudad.
Parece que todo se confabula para que regrese, los
astros se han alineado y todas esas cosas. Pero estoy siendo
la Elena cobarde que prefiere estar lejos y en paz.
¿Para qué dar guerra? ¿Para qué?
Me levanto y voy a por un vaso de yogur, le pongo cereal
y frutas y, cuando regreso, encuentro cuatro llamadas
perdidas y un mensaje.
El mensaje es de Susie:

SUSIE: Hoy me han dicho que soy una zorra


anoréxica con el culo gordo. Dime si no es motivo
suficiente para morirse.

¡Ay por Dios!


Enseguida llamo a su teléfono, pero no responde. Luego
se va directamente al buzón. Empiezo a desesperarme. Si
sus padres están en L.A. eso quiere decir que ella está con
Stephan en N.Y.
Llamo a la tía Maggie y promete hablar con alguien en la
ciudad para que se asegure de que Susan está bien. Hago
lo mismo, llamo a Eva del hogar donde estuvo Susie, y me
dice que ella se fue con Stephan desde el Año Nuevo.
Me queda él, pero no puedo llamarle. Tampoco debo.
Y me duele la garganta de tanto apretar las lágrimas allí.
Tengo miedo, no sé de qué, supongo que de perderla. En mi
cabeza se reproduce otra vez la visita con Stephan al hogar
de Abba, ese día que rompió en llanto en mis brazos,
desesperado e impotente porque su hermana no quería
seguir intentándolo.
Al irme actué como una maldita egoísta. No se me cruzó
por la mente Susan ni una sola vez. Solo hui como la más
cobarde, olvidándome de que le prometí estar para ella. Yo
lo sé muy bien, cuando vuelves a enfrentarte al mundo
necesitas de gente a tu lado que no permita que decaigas.
Una voz que te anime, una mano que te dé fuerza, y un
hombro para llorar y desahogarse. No importa lo que
sucediera con Stephan, no me importa la desalmada de
Julia White, solo me importa Susan y por ella, por el
recuerdo de Lauren, voy a regresar a Nueva York. Es
momento de que sea la amiga que no fui con Lauren,
porque al acolitarle sus desmanes no le demostré que la
quería, al callar como me lo pidió no fui leal. No. Fui una
maldita traidora. Y eso no me volverá a pasar.
Cojo el móvil, determinada.
—Hola, Ariana, espero que no sea muy tarde.
—Depende del motivo de tu llamada…
Sin insinuaciones que me da miedito del feo.
—Dile a Amy que acepto, que estaré allí cuando me lo
pida. Mañana mismo de ser posible.
La escucho reír.
—Sabía que no me defraudarías, cariño. El contrato y la
documentación te están esperando, dame una dirección y
allí lo tendrás.
—¿Cómo sabías que aceptaría?
—No era que lo diera por hecho, pero sé que eres muy
inteligente y sin un pelo de cobardía en las venas. Solo te
dejaste apabullar. Luego de que colgamos llamé a Amy y le
dije que lo organizara todo porque tú habías aceptado
Intento revirar.
—Sabes cómo soy, no te extrañe nada mis impulsos.
Actúo no sé, por cinemática… o algún tipo de fuerza
sobrenatural. Pero es que era imposible que pudieras
negarte a semejante oportunidad por miedo a una mujer
como ella.
—Ariana… gracias. Por todo, lo sabes. Has sido más
perseverante que yo al buscarme un trabajo.
—Solo hazlo bien, no te acojones por nada ni nadie. Y
llámame si esa pécora intenta algo en tu contra.
—Lo haré.

9. Hola otra vez, Nueva York

O rganicé mis maletas y compré un pasaje en línea en


autobús hasta Nueva York, debo enfrentar mi miedo y
avanzar, es una ciudad enorme, no hay riesgo de chocar
con las dos personas a las que quiero esquivar.
Evan ni se imagina que el lunes estaré allí. Me lo he
guardado muy bien, esos sí me ha tocado morderme la
lengua cada vez que me da la tentación de decírselo. Le
echo tanto de menos, que saber que estaré un piso debajo
de él me tiene emocionada. Nunca antes me ha emocionado
tanto ver a alguien, pero Evan ya no es nadie. Es un amigo
y se siente muy bien que lo sea.
No dormí mucho porque estaba muy emocionada y a la
vez preocupada. La tía Maggie no logró saber de Susie, y
ella no responde su teléfono. Le he dejado un millón de
mensajes.
E: —Llámale.
L: —Ya decía yo que estabas muy callada.
E: —Organizaba mi equipaje, estoy muy feliz de volver.
L: —No voy a buscarle.
E: —Pero estaremos más cerca y la casualidad te adora. Llámale,
tienes la excusa perfecta.
L: —No quiero que sea una excusa, es un motivo. Vuelvo por ella.
E: —Ahí está, pones tu voz de hierro y preguntas.
L: —No sé…
E: —¡Cobarde!
Tomo el móvil, tecleo hasta encontrar su contacto y me
quedo mirándolo tanto que hasta creo que me lo aprendo.
Un recuerdo fugaz de un beso me cruza por la
memoria… una noche juntos, su ronroneo en mis oídos.
Vale, le llamaré.
Da cinco tonos y, cuando está a punto de irse al buzón,
una voz femenina me responde. No es Cruella, lo que me
reconforta de alguna manera.
—¿Hola?
¡Habla, Lena!
—Hola, disculpa creo que me equivoqué.
—¿Llamabas a Stephan Bradley?
—Sí…
—Vale, lo que sucede es que dejó el móvil en el trabajo,
salió por una emergencia familiar.
¡Susie!
—¿Te ha llamado? ¿Sabes algo más?
—No, lo siento.
—Descuida. Gracias.
—¿Quién le digo que llamó?
Así que me borró de sus contactos…
—Llamaré después.
 

Estoy de vuelta en Nueva York. Hace un frío de muerte.


Hay nieve de esa que se pega como goma. Llevo un
vaquero grueso, suéter de lana, bufanda, botas de leñador
y un anorak inmenso. Aun así siento frío. Voy en un taxi de
regreso a Sessanta. No dejo de pensar en Susie y eso me
tiene el corazón en un hilo. He llegado una semana antes
de lo acordado, pero según Amy, me servirá para ponerme
al día.
Al llegar, pago el servicio, recibo mi equipaje e ingreso.
De la recepción me entregan un par de paquetes de los
Thompson, que no hay que ser adivino para saber que es
ropa de parte de mi tía y las llaves. Abordo el ascensor y
llego a casa. Llamadme ridícula, pero aquí sí me siento en
casa a pesar de que la soledad sigue a mi lado. Todo está
limpio y organizado, las alacenas abarrotadas y una nota
pegada con un imán en la puerta de la nevera.

Bienvenida de nuevo. Estás en tu casa. No escapes otra vez.


Maggie.
 

La tía estuvo aquí, ella siempre será un encanto. Llevo mi


equipaje al cuarto y me pongo enseguida con la
organización. No estoy cansada en lo absoluto, solo
necesito saber de Susie. Apenas abro las puertas del
armario se me cae la mandíbula al suelo, está totalmente
lleno de ropa nueva. Mi tía no entiende lo que es
austeridad y sencillez.
Lo que hago es hacerle espacio a mi ropa y dejar la
nueva al fondo. Acomodo las cuatro cosas que traigo y me
doy una ducha. Me visto con un vaquero grueso, las
mismas botas, camisa, suéter, bufanda, parka, gorro,
guantes y si pudiera una piel de oso.
Detengo un taxi y voy en busca de ayuda extra.
—¡Elena!
—Hola, Brian.
Nos damos un abrazo apretado y nos sentamos en una
mesa de la cafetería del hospital.
—¿Dónde estuviste? ¿Qué fue lo que pasó? Todos te
buscaban como locos.
—Ya sabes lo que hago cuando salgo con alguien y me
gusta más de la cuenta.
Hace un gesto triste con los labios.
—¿Qué pasó con mi hermana? Se fue diciendo que no
quería saber de ti nunca más.
Se lo conté con pelos y señales y no se sorprendió para
nada.
—Se me fue la olla.
—Nada de eso… lo dijiste mejor que yo. Creo que debí
usar las mismas palabras. No es hora de que se ponga con
esas cosas, ni siquiera ha tenido un trabajo estable desde
que terminó la universidad. Se le pasará, lo tuyo y esa
pollada de una relación tormentosa con ese tío que nadie
conoce.
¿Escuché bien? ¿Don doctor/papá ha dicho «pollada»?
Vaya que hay cosas que no te esperas.
—Bueno no vine a hablarte de mi excéntrica vida, sino a
pedirte un favor.
—Dime ¿cómo te ayudo? —entrelaza los dedos en un
gesto tan exquisito de ver, que juraría que así enamora a
más de una paciente.
—Estoy buscando a una chica. Ha sufrido trastornos
alimenticios, estuvo internada, salió a enfrentarse al mundo
y estaba pasándolo fatal. Me dejó un mensaje que me tiene
preocupada y hace una semana que no sé de ella. Necesito
encontrarla.
Se acaricia el mentón con el índice y pulgar derechos.
—¿Quieres que pregunte en algún centro de esos?
—No, creo que no estará en ninguno. Yo creería que en
los hospitales, algo me hace pensar que se dejó llevar y
cometió alguna locura.
—Dame unos minutos.
Se levanta y sale por entre las mesas. Miro la hora en mi
reloj. Evan llegará en tres horas a casa así que tengo
tiempo de buscar.
Pudo ser tan fácil como llamar a Alan directamente, pero
sé que, muchas veces, Stephan prefiere callar y
solucionarlo por su cuenta, así que evito hacerme
responsable de algún infarto. Me dedico a dejarle más
mensajes a Susie, entretanto, Brian regresa.
—Tengo el directorio con todos los hospitales, clínicas o
centros médicos de la ciudad. Así que dame su nombre y
nos dividimos para llamar.
—Susan Bradley —digo con la boquita pequeña.
Brian levanta la cabeza y para de escribir.
—Es la hermana de…
—Sí, lo es.
—Llámale a él, Elena. —Junta las cejas y luego lo hace
con los labios.
—Ya lo hice, había dejado su móvil en el trabajo.
—¿Hace cuánto llamaste?
—Unos días.
—¡Por Dios! —Se agarra la cabeza a dos manos—. Hazlo
de nuevo.
Parece un padre ofuscado ¿será que actúo muy
adolescente aún?
—No es tan fácil, no puedo ni oírle la voz.
Brian me observa.
—No sabes cuán familiarizado estoy con esa sensación…
—sonríe de lado y sé que se refiere a nosotros. Hasta
parece que disfruta con mi debilidad.
De repente se me ocurre una idea.
—Brian, llámale tú.
—¿Yo?
Es como pedirle que pacte con el diablo, porque a
Stephan no lo quiere ni en pinturas.
—Sí tú, Susie estaba tomando unas clases. Dile que la
conociste en una biblioteca, que estás preocupado por ella
y que fue quien te comentó que es su hermano y de algún
modo encontraste su número.
—Qué fácil mientes, te llevas la mención de honor.
Aquí está otra vez el padre enfurruñado.
—Es por una buena causa —y le encimo unos morritos de
esos que lo derriten. No quiero abusar de sus puntos
débiles, pero es lo que me queda.
—Vale… —exhala resignado—, dame su número.
Intento darle un abrazo y un beso en la mejilla. Brian se
aparta enseguida y el muy malvado se levanta para irse a
hablar lejos de mí, donde ni siquiera pueda escuchar el
murmullo de la voz de Stephan.
Se me hacen eternos los minutos, Brian está de espaldas
así que no veo sus expresiones. Me he comido una uña —
literalmente— y creo que he agotado las reservas de té del
hospital. Estoy a punto de hacerme pis, pero tengo que
esperar.
Al fin se gira, guarda su móvil en el bolsillo delantero de
su bata y regresa para sentarse.
—¿Y? ¿Hablaste con él?
—Sí, Elena, pasé el interrogatorio de hermano mayor
preocupado porque su hermanita no esté hablando con
algún yonqui, que ni el hermano de mi esposa me hizo
semejante examen.
—Eres médico, tienes la mitad del terreno ganado.
Sonríe orgulloso.
—Bueno, al final dijo que ella ahora está bien, sedada y
tranquila. Que no recibe visitas más que la suya y que no
sabe cuándo salga de allí.
—¡Dios! Pero ¿de dónde?
—No me lo dijo, es obvio que no quiere que la vean.
Además de que le di mi nombre y no tardará en atar cabos.
—¿Por qué no diste otro? —Me agarro la cabeza con las
manos, estoy en evidencia.
—Elena, soy médico no escritor. La imaginación la tengo
en ceros.
—Estoy peor que al principio…
Mi frente toca el metal frío de la mesa.
—Sabes que está bien.
Me levanto, le doy un beso en la mejilla que no puede
esquivar y tomo mi bolso.
—Gracias, Brian. Trataré de encontrarla —y recojo la pila
de hojas que contienen teléfonos de los centros médicos
para llevarlos a casa.
 

Llevo casi tres horas llamando en estricto orden


alfabético, a cada hospital de la ciudad y no la he
encontrado. Estoy considerando la idea de llamar a
Stephan de nuevo.
Mi teléfono suena, ya sé que es Evan.
—Hola, Hoodoo —su voz cálida y suave me enciende un
poco el pecho.
—Lo siento, ha marcado un número errado —imito la voz
de una operadora y Evan se carcajea.
—¿Cómo estás? ¿Cómo va tu búsqueda de trabajo?
—Está bien, de hecho hay algo… pero antes de darte
detalles; permíteme la cortesía de preguntar por ti y tu día,
¿ya estás en casa?
—Qué amable estás… fue un día muy productivo y ya
tenemos el clip para presentar al estudio. Acabo de llegar a
casa.
¡Bingo! Agarro las llaves y salgo enseguida. Me voy por
las escaleras ya que solo es un piso.
—¿Y me dejarás verlo?
—No puedo enviártelo por mail, corro el riesgo de un
ataque hacker.
Llego al piso.
—Qué lástima —y toco en su puerta.
—Dame un segundo.
Escucho sus pasos al acercarse y siento el corazón
bombear más rápido. Recibir sorpresas es increíble, pero
nada se compara con la sensación de dar la sorpresa.
Abre la puerta y su boca dibuja una enorme «O», eleva la
mano que tiene libre y la pasa por el pelo.
—Pensé que podría verlo contigo.
—¡Lena! —articula en medio de la preciosa sonrisa que
va apoderándose de sus labios.
Abre sus brazos de par en par y me arropa con ellos,
luego me eleva y planta un sonoro beso en cada mejilla.
—Me has extrañado, eh… —alardeo agarrada a su cuello
y llenándome de nuevo de su olor.
—¿Qué haces aquí? Dios… ¿no estoy soñando?
—No, tonto…
Y en un gesto totalmente fuera de mí, le acaricio las
mejillas y las orejas.
Me baja lentamente mientras nuestras miradas se
encuentran.
—Ven, pasa, por favor.
Y me arrastra dentro. La sala de estar es lo más ecléctico
que he visto en la vida. La pared más amplia está cubierta
por completo de alguna escena de un libro de cómics. Solo
es acompañado por un sencillo buró blanco con algunas
estatuillas encima, lámparas y una rama seca de un árbol
en una maceta. Una lámpara de pie y una silla de corte
modernista muy mullida y cubierta de cuero. Una alfombra
de piel de oveja y unos cuantos libros sobre ella. El
ventanal tiene unas amplias cortinas y un único sofá
Chesterfield con una manta encima y varios cojines color
azul noche.
Detrás, una especie de vitrina metálica en la que
sobresalen unas máscaras, el escudo del Capitán América,
cuadros de cómics. Una mano robótica que, diría yo,
pertenece a Iron Man, un par de bonsái, una colección de
lujo de libros con lomos antiguos en cuero y con herrajes,
unas cajas apiladas como las que usan los músicos y de una
pared aparenta irrumpir la mano de Hulk. ¡Qué locura!
Enfrente tiene una mesa de lo más rústica sin cajones ni
mayores lujos en la que hay una lámpara metálica y una
laptop abierta, la silla es una composición hecha de acero y
cubierta de una sencilla capa de algún cuero natural.
—Evan esto es… No sé ni cómo definirlo.
—¿Un poco fuera de lo común para un piso? —Y ahí está
de nuevo esa forma tan sexy de juntar las cejas. Este chico
me va a causar un aneurisma hormonal, que si no existe,
debería, porque me pone las hormonas en guerra.
—No lo sé, es como la guarida de algún superhéroe. Que
admira a otros superhéroes. Es decir, no son muchas las
cosas que decoran el salón, pero las que están le dan un
toque único.
—Te has ganado un pequeño tour —me tiende la mano.
—Nada de pequeño, quiero verlo todo.
Unos pasos adelante me doy cuenta de que tiene
reflectores altos y una puerta corredera de cristal que
separa el escritorio de la sala de estar. La cocina tiene
mesones de hierro, barras en acero, un mural de pizarra
donde están dibujados los órganos importantes del cuerpo
y algunos alimentos. Los estantes son de madera sencilla,
acabados en cemento. El lugar tiene aspecto industrial. La
habitación consta de una gran cama, la cubre un edredón
color azul noche con el armario enfrente y un gran cubo de
Rubik como mesita de noche. Pequeños detalles en verde
de las plantas. ¡El lugar me encanta!!
—Evan… acabo de descubrir que amo tu piso.
Me abraza contra su pecho.
—Bienvenida siempre, ¿quieres tomar algo?
—Vale.
Y se va hacia la cocina, no hay comedor, la barra del bar
sirve de encimera y es de rueditas. ¡No me lo creo! Parece
que al cruzar la puerta también lo hice a un portal cómic
donde el villano se esconde en las tuberías subterráneas de
la ciudad. Pero a la vez es agradable. No encuentro las
palabras para describirlo.
I love it!
—Cuéntame cómo se te ocurrió esto —me acomodo en un
taburete mientras le veo preparar té.
—Bueno, quise que el lugar al que llamara hogar
mostrara un poco de lo que me gusta, de los momentos
felices de mi infancia, de lo que quise ser y no fui… ya
sabes. De niño amaba los cómics y eso me dio la idea de
tener un lugar que reflejara esa pasión. Por eso los detalles
en hierro, las rejas retorcidas y detrás el escudo del
Capitán América, el puño de Hulk. Es mi baticueva, todo lo
que quiero y necesito en 92 metros cuadrados.
—No me imaginé jamás que vivieras en un lugar así.
—Tampoco es que sea muy distinto a un departamento
normal. Son los detalles en la decoración los que lo
cambian. A mí me agrada, hace que sienta a mis padres y al
abuelo cerca, y me conecta con el niño que siempre seré.
Me entrega una taza de lo más mona, con la forma de las
alas de Batman.
—Eres como un friki.
Sonríe.
—Bueno, al menos no tengo a Batman en bolas para
sobarlo y llenarlo de babas.
Ya vale… me lo restregará siempre.
Escondo la vergüenza tras la taza y le doy un sorbo al té.
—¿Aquí hiciste aquella fiesta? —cambio radicalmente de
tema.
—¡No! Aquí no entra cualquiera, te lo advierto. Esa fiesta
fue en el piso siguiente, bueno no quiero que sientas que
alardeo, toda esta planta es mía por cuestiones de
seguridad, así que el piso siguiente está decorado como
cualquier otro, algunos elementos que indiquen que puedo
vivir allí. Pero la verdad es que no me presta más servicios
que atender a mis visitantes.
—No me extraña, las celebrities tenéis excentricidades,
son muy respetables... Luego me lo enseñarás. Porque me
gusta aquí.
Chocamos las tazas y bebemos el té.
—Ahora sí dime cómo es que estás aquí… ¿de regreso?
—Conseguí un trabajo en la ciudad.
Eleva las cejas y vuelve a beber.
—¿Con…?
—La ONG Women’s Voices. Seré jefe de prensa —y lo
digo elevando el cuello de garza que tengo, eso me da
estatus.
—¡Maravilloso! Lena, me alegra mucho y ¿qué tal la
paga?
—Es buena, no te diré cuanto —amenazo con el índice—.
Lo bueno es que me ayudará a ganar experiencia con mi
profesión.
Su teléfono suena y me pide un momento, se va hacia la
sala y yo me levanto para husmear en las gavetas. Creo que
estoy como Colón cuando descubrió América. Hay cada
cosa extraña y de colección que en mis manos nunca verían
la luz, haría que me los incluyeran en el ataúd como
equipaje de mano.
Le escucho volver y simulo estar lavando mi taza.
—Casi no me doy cuenta de que metías tu nariz en mis
cosas.
Sonrío con inocencia, encojo los hombros y regreso a mi
silla.
—¿Me dejarás ver el clip?
—¡Claro! Ya mismo.
Me agarra la mano y me lleva hasta el sofá. Va a por la
laptop y regresa para sentarse conmigo.
—Junté tus ideas con las mías. Ese libro me ha tocado en
lo profundo… —confiesa mientras busca el archivo y le da a
reproducir.
La música de fondo es una melodía suave y lenta de
piano que muestra un paneo general de lo que sería el
pueblo inglés donde creció Casilda. Imágenes con efecto
desenfocado de hechos confusos que acaban con una mujer
cayendo al suelo luego de que un arma se dispara. Los pies
de una mujer aparecen, caminan arrastrando una maleta, y
con ella, el rastro de sangre. La pantalla se oscurece un par
de segundos y vuelve para mostrar la estación Grand
Central y una falda de un vestido de los setenta, las manos
de la chica que cargan una maleta. En cortos, la sonrisa de
un chico, la sonrisa de la chica, un vecindario en Queens,
unas manos unidas, una pareja que lee, unas manos
femeninas en una máquina de escribir y un incendio, luego
salen los pies de una mujer que usa tacones rojos, arrastra
una maleta con una mano y un cigarro en la otra y, en
apariencia, camina tranquila saliendo de la ciudad. El clip
termina.
Un nudo se me forma en la garganta, es cierto que di un
par de ideas, pero se nota que Evan le puso su ojo de
director de cine y quedó espectacular. Si yo fuera Casilda
no me negaría, pero hay que ver las otras propuestas.
—¿Qué dices? ¿Le gustará a Casilda?
—Para mí, describe el concepto y la esencia de la obra.
Pero con Casilda nunca se sabe.
—Lo peor que puede pasar es que le sumen un musical.
Estallamos en risas.
—Le gustará, no aseguro que te elija a la primera, pero
sé que le gustará. Le dije que tenías un par de mis ideas y
dijo que, por haber metido mi nariz allí, haría un poco de
deferencia.
Evan sonríe de lado y toca la punta de mi nariz con uno
de sus dedos.
—Gracias, Hoodoo.
—¡Ya no tengo el hechizo vudú! —me quejo puyándole en
el abdomen, que se siente como piedras.
Evan deja la laptop de lado y se gira cauteloso, lo miro
confusa, de repente me toma por sorpresa y empieza a
hacerme cosquillas en la cintura, sube y baja. Forcejeo, me
quejo y, en un extraño movimiento, quedo sentada a
horcajadas sobre él, ahora es su barba en mi cuello la que
me hace retorcer de cosquillas.
—¡Para, por favor! ¡Evan! Voy a hacerme pis encima de
ti.
Se carcajea, pero no cede ni un poco.
Hasta que…
¡No me hice pis! ¡No! Me quedo sin aire…
Otra de mis ridículas reacciones, digamos que, si me río
mucho, me quedo sin aire.
—¡Elena! —Me zarandea—. ¡Elena, por Dios! ¿Qué te
pasa?
Manoteo, intento explicárselo y no hallo la forma de
decírselo. Evan se calma un poco, me observa y lo capta.
—Te quedaste sin aire…
Y en cámara lenta veo cómo su boca se acerca a la mía.
No.
¡No, no, no, no y no!
Le pongo la mano en el pecho para detenerlo y con la
otra le hago señas de que abra la ventana. Me levanta en
sus fuertísimos brazos y me lleva hasta el gran ventanal,
corre el marco metálico y un frío de esos quiebra huesos
entra por ella. Al principio intento obtener oxígeno a
bocanadas, luego se va separando la presión en mi
garganta y la vía aérea se despeja. Mi nariz retoma el
control y ya respiro como humano y no como pez fuera del
agua.
—¿Estás mejor? —pregunta realmente preocupado.
Vuelvo a pasar mis dedos por sus mejillas para calmarle,
afirmo con la cabeza.
—Tengo unas condiciones bastante ridículas, aunque a
veces me da por creer que es la hipocondría —y al decirlo
siento que me ruborizo, de esas cosas que me hacen sentir
un bicho raro es mi genética defectuosa.
Evan cierra la ventana y me lleva hacia la habitación,
que no he aclarado que hay solo una habitación en el piso.
Me deja en la cama y me cubre con una manta.
—Es mejor que te vea un médico, para que certifique que
estás bien.
—No hace falta, estas cosas me pasan, créeme que estoy
familiarizada con mi genética defectuosa. Estoy bien.
Evan sonríe un poco.
—Traeré la cena, puedes ver la tele mientras regreso.
—Déjame acompañarte, no vine solo a meterme en tu
cama…
¡Ay, mi maldita lengua larga!
¿Se le acabó la batería a mi filtro verbal?
—Quédate aquí.
No dice nada, ni le hizo gracia. Mejor obedezco.
La cama huele a él, así como quedó oliendo la de los
Hamptons que de tanto dormir allí, y el paso de los días…
me abandonó esa cálida sensación de tenerlo más cerca.
Creo que voy a robarle el suéter que lleva hoy junto con un
frasco de su perfume y me los llevaré a mi piso.
E: —¡Stop grupee! Después no quieres que piense que estás
enamorada de este actorcito. Ni que fuera Adam Levine.
L: —¡Oye! ¿Por qué el diminutivo? Y si fuera Adam, a quien robaría
sería a él. Pero no me busques el lado psicótico.
E: —Evan nos traicionó y a Stephan le rompiste el corazón. ¿Eres
algún tipo de masoquista que se enamora de su verdugo?
¡Reacciona!
L: —¡No me he enamorado! Evan me cae bien, somos amigos.
E: —Sí, sí… amigo el ratón del queso. Después tú solita te sales de
este lío.
Evan regresa trayendo un plato con ensalada César y
pollo al vapor.
—No sabes lo que me avergüenza que tú sepas cocinar y
a mí se me queme el agua.
—Crecí con otro hombre, alguno de los dos debía hacerlo
o moriríamos de inanición, ataque al corazón o
envenenamiento.
Me carcajeo y recibo con gusto el plato. Lo que me hace
plantearme, que tengo que apuntarme a algún curso de
cocina, si no quiero morir de alguna de las causas que Evan
nombró.
 
10. Elena non grata

H ededormido en casa, contrario a lo que pudiera esperarse


que me quedaría compartiendo la mitad de su cama.
Pero no, en primer lugar porque Evan no me lo pidió, y es
su casa, y en segundo, que le he echado tanto de menos
que de seguro hubiésemos despertado ensortijados de
piernas y manos, y no…, yo no he despertado nunca en la
cama de otro hombre…
E: —Error: Despertaste en la cama de Stephan.
L: —Tienes razón, en su carpa y abrazada a él, pero no me quedé lo
suficiente para que me viera despatarrada, con look de Chewbacca y
la baba colgando.
E: —Qué mala memoria, Lena. Te vio con las manos en la almeja,
¿quieres más?
L: —Cállate ya.
El punto es que tampoco quería quedarme, estamos
cerca, en el mismo edificio y lo menos que espero que
suceda es que terminemos hastiados el uno del otro. Por
eso regresé a mi piso, me puse un pijama muy abrigado y
me metí bajo las sábanas. Llamadme loca, pero olía a Evan.
Y fue imposible no recordar el par de veces que durmió
aquí, en las circunstancias que fuera y con las malas o
buenas intenciones que trajera, el perfecto idiota ya había
mostrado que era de los míos.
Para resumir un poco esta mañana de martes, he
organizado mi agenda y ahora me doy un aire y he salido a
buscar algo para comer. Llego hasta Manhattan’s Noho y
me encuentro con el aviso de un delicatessen. El lugar se
llama Mile End y llega un olor tan exquisito que es mi
estómago el que me obliga a entrar.
Vale, estoy dentro, busco una mesa y encima tengo el
menú para leer, algo en la carta me llama la atención,
levanto el rostro para confirmarlo y sí, es un delicatessen
judío.
Adivinemos quién es judío.
Por supuesto que él.
No es tontería, pero se me ha cerrado el estómago y el
apetito ha desaparecido. Al fondo, junto a una columna hay
una de sus fotografías. La de la cuarta noche de Chanukah
con las velas encendidas. Lo que me hace suponer que
Stephan ha estado aquí más de una vez. Mis ojos ni
parpadean, quedo inmersa en la imagen, pertenece a una
exposición exprés que hizo para recaudar fondos para una
fundación de niños judíos enfermos de cáncer. Una voz
femenina me saca del ensimismamiento.
—Bienvenida a Mile End. ¿Qué desea ordenar?
Sacudo mi cabeza y miro vertiginosamente la carta. Mis
ojos leen rápidamente en la sección de lunch el Putine
Classic y es lo que pido, acompañado de un gran vaso de té
helado. La chica escribe y me hace un par de preguntas
más, una sensación de cosquilleo en mi espina dorsal, me
hace tensionar el cuello. La puerta del lugar se abre y, por
el reflejo del cristal de la ventana, veo su silueta. Y
simplemente siento que todo alrededor ha desaparecido, no
sé si girarme, si salir corriendo, si bajar la cabeza o
esconderla en la sopa del chico que está enfrente. Me
sudan las manos y me tiembla hasta el alma. La camarera
se va y, como soy buena para camuflarme, inclino un poco
los hombros, dejo que mi cabello caiga y cubra mi mejilla.
Finjo estar muy entretenida con lo que hay afuera.
¡Mentira!
Soy la reina de las masoquistas. Lo que hago es rascarme
la herida mientras observo por entre los mechones de mi
cabello cómo se saluda con otras personas y hace el pedido
en el mostrador. No se quedará.
Está un poco más delgado a pesar de que va muy
abrigado, lleva un gorro de punto, la barba dorada e
hirsuta… y a mí se me contrae el sexo. Mi frigidez despertó
como Tutankamón en La Momia y tengo una revolución
hormonal amotinándose. Mi comida llega y a él le entregan
un par de bolsas. Sale del lugar y ahora me obligo a girar la
cabeza para que no me vea en la ventana.
E: —¡Lena por qué serás tan cobarde!
L: —No necesito una de tus monsergas ahora.
Un mensaje entra a mi móvil.

SUSIE: Lamento que estés tan preocupada. Perdí el


control y de paso lo poco que había logrado. Llama
en cuanto puedas.

¡Es Susie!
¡Dios, al fin aparece!
No lo pienso dos veces, llamo enseguida.
—Hola.
—¡Cariño! Estaba tan preocupada, te he buscado hasta
debajo de las piedras, ¿dónde estás?
—Lo lamento, soy tan cobarde…
—Tranquila, lo importante es que apareciste. ¿Cómo
estás?
—Estoy bien y con ganas de salir de este lugar, me han
internado en el NYS Psychiatric Institute.
¡Por favor, fue muy grave!
—¿Cuándo te darán el alta?
—No lo sé. Elena, mi hermano dijo que un amigo llamó
preguntando por mí. No tengo ningún amigo y solo se me
ocurre que tú hicieras que alguien le llamara,
Siento que me sonrojo.
—Guárdame el secreto.
—¡Mi hermano no come gente! Nada te costaba hacerlo a
ti.
—No te imaginas lo que me cuesta, pero ese no es el
punto. Gracias por dar señales de vida. Cariño debes ser
más constante esta vez, depende de ti, esta batalla es tuya.
Todos te apoyamos, pero no podemos hacerlo por ti.
—Lo prometo. Gracias por preocuparte, eres lo más
cercano a una amiga que tengo.
—Me tienes, cariño. Te veo pronto.
Me ha vuelto el alma al cuerpo, esta chica hizo algo de
extrema gravedad para que Stephan tomara esa
determinación. Siempre dijo que sería su última opción. Un
recurso desesperado. Tecleo en la aplicación de mapa, el
nombre del centro médico. Estoy a unos cincuenta minutos
de allí. Eso explica que Stephan pasara por su almuerzo.
Termino mi comida, me sabe a muchas cosas aparte de
las especias judías. Sabe a que volví a verlo y eso es un
poco agridulce, sabe a la voz de Susie y eso es totalmente
azucarado y sabe a que quiero irme enseguida a verla y es
una mezcla entre amargo y salado.
Busco un taxi, aunque prometí que aprendería a usar el
transporte público por mi nueva situación económica, esta
es una excepción. Por el camino le informo a Brian que la
he encontrado y de paso le digo que necesitaré de algunas
influencias para conseguirlo. Le dejo un mensaje a Evan
porque se suponía que se reuniría en la mañana con el
representante de Universal Studios y hasta el momento ni
señales de humo ha dejado, y me aventuro un poco con mi
Twitter donde encuentro un centenar de mensajes y
menciones. Leo por encima: «zorra», «furcia», «perra…»,
esos son los bellos adjetivos que han encontrado para
describirme. Uno que otro eufemismo del tipo: «chica de
bragas ligeras» o «la vengadora». Me causa risa no puedo
negarlo, aun así, hace dos semanas que no recibo un
insulto, más que nada son menciones donde preguntan si
algún ex herido me asesinó con uno de mis tacones y que
para cuando un libro con mi verdadera historia detrás de
tanto escándalo. Se me ocurre algo para picar el anzuelo:

Lena Roach

@lenaroach_oficial

Parece que se han olvidado de que la literatura existe


porque algunos sufrimos de exceso de imaginación.
Hierba mala no muere, se propaga.

Enviado y, como ser valiente no es lo mío por estos días,


cierro la sesión y me concentro en las calles y las quejas
del taxista por la nieve, el tráfico, la inflación…

Estoy en la recepción, a un paso de irme porque las


piernas me tiemblan y no solo por el frío. Aunque ayudan
los cuatro grados que hace afuera. Un vigilante se acerca
para preguntarme si necesito ayuda. Niego con la cabeza y
me obligo a acercarme al mostrador.
—Hola, estoy buscando a Susan Bradley.
—Permítame un momento.
La mujer sonríe afable y teclea en el ordenador varias
veces. Sonríe de nuevo, frunce el ceño y luego pregunta:
—¿Es la persona que viene a hacer la donación de
sangre?
¿Donación de sangre?
—¿Cómo dice?
—Lo que sucede es que la paciente no tiene permitida las
visitas, solo la de su acompañante. Esta mañana nos
informaron que vendría una persona con su tipo de sangre
para hacer la donación, ya que necesita ser de su mismo
tipo. No hay suficientes unidades en esta época del año y es
requerida con urgencia.
—Ah… —adoro esas fugas de información—, pues, algo
me comentaron, pero no sé si mi sangre le sirva. Además
de que le tengo un poco de pavor a las agujas y…
—¿Cuál es su tipo de sangre?
—AB negativo.
Como todo en mí, extraño y escaso.
La mujer sonríe complacida.
—¡Es usted! Le avisaré al médico. Por favor, aborde el
ascensor dos hasta la planta de hematología, piso 6.
E: —Lena… ¿qué pasa cuando te sacan sangre?
L: —Me broto como una mazorca.
E: —Si vas a hacer esto, avísale a Brian o al perfecto idiota. No
quiero que Stephan nos vea en ese estado.
Los ojos de la mujer me escrutan, ha de ser porque no
me muevo.
Donar sangre… yo no vine a eso.
—¿Sucede algo?
—No —forzó una sonrisa de labios cerrados y camino
hacia el infierno… primero le aviso a Evan.
Llego a la planta, sigo las flechas que me indican el
camino hacia el laboratorio mientras me tiembla el cuerpo
de terror. Como un mantra repito que es por Susie que lo
hago y, atando cabos, concluyo que lo que hizo fue
pincharse las venas. Cuando me asomo a una ventanilla de
atención, un médico muy amable me recibe y empieza a
hacerme preguntas sobre mi estado de salud. Me pesa,
toma mi temperatura y tensión arterial, hace una prueba
del estado de mi sangre y me pregunta si estoy preparada
para la donación. Afirmo con la cabeza porque si hablo me
echo a llorar.
Me llevan a una habitación con una camilla, me recuesto
y una enfermera ingresa para canalizar mi vena del brazo
derecho. El teléfono me vibra en el bolsillo del pantalón y,
como aún no ha empezado, me atrevo a responder.
—¿Estás bien? ¿Por qué estás en ese lugar?
—Vine a hacer mi buena obra del año.
—Acabo de llegar, iba de regreso a casa y me desvié al
leer tu mensaje. Joder. Llegué a asustarme. Estoy abajo.
—Gracias, espera a que salga y por favor no te
horrorices.
—¿Cómo que no me…?
La enfermera me pide que deje de hablar porque va a
empezar el procedimiento.
En cuanto la aguja ingresa, siento que me quema como si
fuera ácido. Un picor generalizado camina desde mi brazo
a mi cuello y ya empiezo a rascarme. Soy una mutación
humana, ya estoy segura de eso, las erupciones tardarán
un rato más, lo primero es que mi cara se enrojezca.
Unos quince minutos después, siento que me han
drenado.
—Ya hemos terminado, gracias por su donación.
La mujer no me voltea a mirar. Se acerca a una nevera
saca una caja pequeña de leche y unas galletas saladas. Las
deja en una mesa y me indica que puedo comerlas y que en
unos diez minutos intente levantarme.
—¿Puede entrar mi acompañante?
—Le diré que pase.
Tengo la boca seca, pero no pienso tomar leche. Me
rasco frenéticamente el brazo que usaron para extraer la
sangre y la parte trasera del cuello. Me giro hacia la pared
para esconderme un poco. Brian es el único que sabe de
todas mis alergias, de esta dice que debe ser al metal con
el que están hechas las agujas o puede que lo sea a los
hospitales. El caso es que, según él, puedo ser material de
investigación de algún equipo de científicos locos. Por cada
sistema que me compone tengo una alergia… vaya criatura
de la ciencia que soy, si fuese barro soplado por Dios otro
sería el cuento, pero no me hago ilusiones, con la madre
que tengo, y vaya uno a saber cuál padre me dio, por
fortuna no soy alguna deidad india de cuatro brazos.
—Lena…
—Evan, es hora de que veas a Hulk en la versión roja.
—No empieces con tus bromitas. ¿Qué pasa?
—Como ya sabes, tengo alergias muy extrañas, una de
ellas es a las agujas o a donar sangre… no lo sé. El punto es
que estaré un poco colorada por un buen rato y luego haré
erupción.
—¿Quieres ponerte seria por una buena vez en la vida…?
—Posa su mano en mi cintura y suavemente me hace girar.
No elevo la mirada porque la vergüenza se me camufla con
la alergia en el mismo tono de escarlata.
—No deberías verme así, jamás, pero es que eres….
—Quien estará contigo cuándo y dónde me necesites —
agarra mi rostro obligándome a mirarle—. Eso soy. Lo que
necesito saber es si esto se te pasará en un rato o si debo
llevarte al servicio de emergencias.
—Llévame a casa, por el camino llamaré a alguien.
—Aquí pueden verte y estamos a dos pasos del
Presbyterian…
—Solo llévame a mi cama —mi vocecita mimada es la que
lo dice.
Intento levantarme, el mundo me da vueltas y Evan con
él. Pongo los pies en el suelo y me apoyo en su mano. A
pasos lentos salimos de la habitación y caminamos por el
pasillo rumbo al ascensor.
—Me avisas si sientes que te vas a desmayar.
¡Ay, Evan, no seas tan dulce!
Las puertas se abren y mis ojos se posan en los de la
persona que espera por abordar. Ahora sí me voy a
desmayar. Me agarro del brazo de Evan, él también se ha
fijado en la misma persona. Sus manos van a mi abrigo y
me acomoda la capucha para que cubra por completo mi
rostro, me abraza por los hombros y me esconde debajo de
ese abrazo. Lentamente nos abrimos paso rumbo a la salida
mientras siento encima la mirada de Stephan.
¿Por qué la tierra no me traga?
En silencio, y sintiéndome cada vez peor, llegamos al
estacionamiento. Evan desactiva la alarma de su auto a
distancia, y previendo que me desplomaría; me levanta en
sus brazos. En unos cuantos pasos llegamos hasta una
camioneta de una marca común. Llegué a imaginar que
tendría un Ferrari o un tanque como el de Batman, me
equivoqué. Abre la puerta y me acomoda en el asiento, mis
ojos ruedan por el tablero hasta chocarme con el logo de
Ford. Evan sube, a prisa se ajusta el cinturón y enciende el
motor.
—¿A dónde?
—A casa. Ya te dije.
—Lena, no quiero decirte que estoy a punto de
descontrolarme, pero lo estoy. Esto se ve cada vez peor… y
deja de rascarte, por favor —me arrea las manos.
—¡Auch! Llamaré a alguien, tú, por favor, llévame a casa.
Evan toma mi mano y la aprieta, su rostro me trasmite
esa preocupación que le hace verse afligido.
—¿De qué planeta vienes? —sonríe de lado y sé que
intenta ponerle humor a esta situación.
—De Kriptón o Asgard. Lo más seguro es que soy
producto de alguna mutación científica, pero lamento no
saber el laboratorio. Aunque si estoy de suerte fue Lex
Luthor.
Me acaricia la mejilla y me mira tiernamente.
Le envío un texto a Brian. Solo tengo que decir que hice
una donación de sangre para que no haga preguntas.
Esto no me pasaba antes… mientras tuve control sobre
mí, los episodios de alergia fueron bastante aislados.
Evan aparca en el estacionamiento subterráneo. Sé que
puedo caminar e intento decírselo, pero se adelanta a mis
quejas y vuelve a levantarme. Nos metemos al elevador y se
recuesta en una pared, yo escondo mi cabeza en la curva
de su cuello llenándome de su olor. Apenas abro los ojos
cuando se mueve para llevarme hasta mi piso, busca en mis
bolsillos las llaves, abre y cierra sin soltarme. Es todo un
caballero fortachón. Me lleva a mi habitación y,
suavemente, me baja hasta el colchón. Instintivamente
encojo las piernas en posición fetal. Me pica el cuerpo
entero y hasta la ropa parece lija.
—Ven —dice Evan sentándose al borde de la cama, toma
uno de mis pies y empieza a soltar los cordones.
—Evan —murmuro.
—Tranquila... solo voy a quitarte las botas.
Lo dejo hacer porque sinceramente no tengo alientos
para nada.
Al terminar, estira el edredón sobre mi cuerpo y me
cubre. Se acerca para besarme la frente y me informa que
preparará un poco de té.
La garganta la tengo como una estopa y me cuesta
salivar, solo espero que la sangre le haya servido a Susie,
eso me hace soportar este malestar.
Escucho el timbre, ha llegado Brian. Luego hay voces y
murmullos. Enseguida ingresan juntos en la habitación,
Evan trae una taza de té y Brian, su maletín y un botiquín
de mano. El primero se acerca y me ayuda a levantar la
cabeza acercando la taza para que pueda beber. El segundo
se dedica a abrir su maletín sin decir una palabra.
Evan se levanta para irse y enseguida agarro su mano.
—Este doctor me da miedo.
Brian levanta la mirada, es un poco escéptica y a la vez
inquisidora.
—Pensé que habías vuelto a ver a… —mira a Evan—,
bueno, ya sabes a quién eres alérgica en realidad.
No me hace gracia, es su forma de reprenderme porque
se cree mi padre. Le veo preparar una vía y viene otra
aguja, paradojas de la vida.
—Te la pondré en la mano. Debiste negarte.
Se aproxima al otro lado de la cama, me observa con un
gesto paternal y dulce y acaricia mi frente. Empiezan a
salirme las erupciones cutáneas.
En cuanto la siento entrar aprieto la mano de Evan,
porque la ha incrustado en la vena directamente y eso
duele hasta las entrañas de mis dos generaciones pasadas.
Percibo enfriarse un poco mis venas con el líquido que
ingresa y también una sensación placentera al reducirse el
ardor y el picor.
—¿Valió la pena?
Sus ojitos me matan.
—Espero que sí.
A ese nivel está mi esperanza.
Brian bufa, no entiendo por qué no le cae en gracia que
haga cosas que directamente ayudan a Stephan.
—Ahora, en unos diez minutos te das un baño con este
jabón, eso ayudará a frenar un poco las erupciones. Debes
consumir toda la solución salina.
—Y ¿cómo pretendes que me bañe con esa cosa en el
brazo?
—Evan te ayudará, yo tengo que irme.
—¡Brian!
Me voltea a mirar y con mis ojos desorbitados intento
decirle que no me acuesto con Evan y que él único que me
ha visto desnuda y con mis cicatrices es él. Bueno, Evan
también pero ahora mismo no quiero que me vea desnuda
y… frágil.
Junta las cejas y parece que lo capta.
Deja caer los hombros como si acabara de tomar una
decisión que le cuesta.
—Vale, yo lo haré.
Trago saliva con dificultad. ¿Por qué no fui al hospital?
Una enfermera lo hubiese hecho.
Evan besa mi frente y sale de la habitación.
—No tienes que…
—Soy tu médico, conozco tus alergias, tu pasado, tus
miedos, tus agujeros negros y hasta el hecho de que estás
colgada como el ahorcado por Stephan Bradley, aparte de
que por él eres un kamikaze —intento chistar, me detienen
sus palabras—. Te quiero, Elena, te vi crecer. Sí me
enamoré de ti y de algún modo siempre logras que me
sienta nervioso porque eres una mujer imponente capaz de
hacer polvo a quien quieras con apenas un guiño. Y aunque
ese tipo no me guste nada, me gustabas tú sonriéndole y
siendo libre a su lado. Solo por eso es que me quedo
callado y evito hacer comentarios. Estaré para ti en
cualquier momento como mejor me requieras: médico,
amigo, hermano, el macarra que le rompa la cara luego de
romperte a ti el corazón y el hombro para que llores y te
remiendes el alma. No has logrado curarte de ese fantasma
del pasado, de ese miedo a que alguien más vea tus
cicatrices y aun así se enamore de ti. Te aseguro que es
posible porque yo lo hice. Heridas tenemos todos, algunas
más grandes, otras imposibles de ocultar, pero que nos han
hecho fuertes y tú eres ejemplo de fuerza, de
perseverancia, de amor a la vida. Me alegra que quieras
salvar a esa chica con tu ejemplo, pero no dejes el alma por
el camino al involucrarte con alguien como él que solo vive
en su función. Es cierto que lo vimos un poco abstraído,
que tu ausencia le caló, pero siguió su viaje, va y viene y
tan siquiera te ha llamado para saber la verdadera razón de
tu huida. Le quieres y espero no sonar despiadado, pero
puede que no pasara lo mismo con él y sí contigo. Estás
aquí por ella y a la vez por él, porque sabes que le duele la
situación de su hermana y deseas verlo feliz. Estás
enamorada te lo confirmo, pero que el amor no te haga
perder la sensatez que siempre te ha caracterizado.
Bajo la cabeza, no tengo mucho para decir ya que no me
esperaba semejante discurso de su parte. Me acaba de
decir que me quiere y lo hará siempre y que puedo usarlo
de hermano si lo deseo.
¡Qué miserable me siento por lo que le hice!
Me ayuda a levantar y nos vamos hacia el baño, me
desnudo a medias mientras él prepara la bañera. Me quedo
en ropa interior y, cuando me mira, lo hace con ternura,
con admiración incluso. Me levanta para meterme en la
bañera y, allí sentada, Brian, el hermano de mi mejor
amiga, mi médico y el único que ha visto mis cicatrices,
empieza a lavarme el cuerpo y a la par, el alma.
Cuando ya me he secado y vestido con un pijama
abrigado, me levanta de nuevo para llevarme a la cama. La
bolsa de suero se ha acabado, con delicadeza retira todos
los artilugios y los mete en una bolsa de residuos biológicos
para luego dejarlos en su maletín.
—Debes comer algo sólido y consistente para recuperar
fuerzas. Sigues siendo muy delgada para tu talla.
Le sonrío de vuelta.
El timbre de casa suena y yo frunzo el ceño.
—¿Evan se fue? —pregunto.
—No lo sé.
Y se acerca para abrir la puerta de mi cuarto, se oye la
voz de Evan al fondo, intenta detener a alguien que entra
como un tsunami en la habitación, apenas le da tiempo a
Brian de moverse.
Y me enfrento de nuevo a esos ojos que me ponen a
temblar.
—Elena… —su voz suena controlada, pero sus ojos me
gritan que está iracundo, y que esté aquí indica que soy la
culpable.
—Elena necesita descansar —espeta Brian con un tono
de hermano mayor que no le conocía.
Evan ingresa y me mira, luego a Brian.
—¿Quieres que…? —silabea Evan.
Niego con la cabeza
—Hablaré con él.
Brian pone los labios en un rictus serio y creo que hasta
da miedo, Debe pensar que lo que me dijo me entró por un
oído y me salió por el otro.
—Estaré afuera —advierte Evan.
—Y yo —apoya Brian.
Intento sentarme en la cama, me siento exhausta y, aun
así, supongo que lo que me espera no es poco.
—Tú dirás…
Sus ojos en azul frío me observan como si estuvieran por
congelarme, su ceño está fruncido y su mandíbula parece
que va a desmoronarse de tanta presión que ejerce sobre
ella. Tiene cara de estar debatiéndose entre la ira y algo
más.
Su cara tan opresivamente bella.
—¿Cómo y por qué te enteraste de que mi hermana
estaba internada en ese lugar y fuiste a donarle sangre? —
dice con el gesto tan tenso que me extraña que pueda
articular palabra sin hacerse daño.
Wao… es una pregunta larga, compleja y acusativa a la
vez.
Exhalo un suspiro hondo y hasta herido.
—Verás…
—¡¿Intentas volverme loco?! —eleva la voz y, aparte de
sentirme apabullada, noto un poco de lucha interna para
ser consecuente con su reacción inicial—. Te vi irte del país
y resulta que sigues aquí, hablas con mi hermana y te crees
con el derecho de suplantar a otra persona con tal de hacer
tu voluntad. ¿Cuándo vas a crecer? ¡Maldita sea!
Se agarra la cabeza y se quita el gorro de punto, pasa
sus manos por esa espesa barba y a mí se me estremece la
piel. Que no debería, no. Pero es mi fantasía, el dueño de
mis sueños más húmedos parado frente a mí luchando por
decirme que le deje la vida en paz, lo que traduce que: «ni
siquiera nos choquemos por casualidad en la calle». Porque
sé que, a su modo, egoísta o no, le duele mi presencia y esa
distancia que yo misma impuse.
—Stephan, solo quería ayudar.
—¡No ayudas! No me ayudas en nada, Elena. Si quieres
ayudarme de verdad, aléjate de mi vida y de las personas
que me rodean.
Me ha golpeado en el hígado.
Vuelve a mirarme quedamente y sale de la habitación
porque no lo soporta más y porque ya ha dicho lo que venía
a decir.
Que ni dijo gracias y mira todas las penurias por las que
tuve que pasar.
 
11. Avanzar

B rian no pasó a despedirse y Evan me regaló una hora de


soledad y discusiones mentales. Cuando ingresó, traía
una bandeja con sopa, puré de patatas y pollo. En silencio
acomodó la mesa plegable para que pudiera comer y volvió
a salir. Luego regresó con su laptop y se puso a trabajar.
Cuando le pregunté por su comida dijo que había cenado
mientras cocinaba. No habló más conmigo y ese silencio
denso me hizo sentir culpable. No sé de qué pero culpable.
Al terminar se llevó los platos y tardó otra hora en
volver, cuando lo hizo, yo ya había ido al baño, cepillado
mis dientes y mi cabello. Estaba por apagar la luz. Le
pregunté si todo estaba bien y respondió secamente con un
«sí», añadiendo que se quedaría para monitorearme. Le
hice espacio en la cama y, con su olor y calidez, me dormí
casi instantáneamente.
Así que ahora que he abierto los ojos, noto que Evan me
tiene abrazada y no tengo idea de cómo me hace sentir eso
con respecto a él. Porque si hablamos de confortabilidad le
doy un cien.
Su móvil suena y él se remueve, finjo estar dormida y
escondo mi cara con una de mis manos. Se levanta, camina
con pasos suaves y se acerca para besarme la coronilla.
Luego escucho la puerta cerrarse y vuelvo a dormirme.
El sonido de mi teléfono me despierta de un sueño donde
Stephan vuelve para disculparse y agradecer que haya
donado mi sangre.
E: —Sueña, que no nos queda más.
L: —¿Te has resignado, batracia?
E: —No lo sé, prefiero no opinar.
Vuelve a sonar el móvil. Lo tomo de la mesita de noche y
en la pantalla aparece el nombre de Brian.
—Hola, papá.
Escucho una sonrisa.
—¿Cómo estás?
—Creo que bien, me siento mejor.
—¿Las erupciones?
—No me he visto al espejo. Pero no creo que se hayan
reproducido como peste.
—¿Qué harás hoy?
—Iré a visitar mi nuevo trabajo, a conocer a mi jefa y a
buscar unas clases de cocina para dummies porque no
quiero morir de inanición o envenenamiento por exceso de
óxidos y ácidos.
Brian se carcajea.
—Elena, llamaba para saber cómo estabas y, de paso,
decirte que el reclamo de ese imbécil está totalmente fuera
de lugar. Ni siquiera se detuvo a ver que quedaste
realmente mal después de hacer la donación. E insisto en
que es un egoísta. Pero te pido que no te des por vencida
con su hermana, ella te necesita y confía en ti. Hazlo por
Lauren…
No había pensado en renunciar, pero sí necesitaba que
alguien me recordara el verdadero propósito que me hace
estar en Nueva York.
—Gracias, Brian.
Luego de prepararme para enfrentar el día, me
encuentro el desayuno en el microondas. Evan se está
ganando el cielo.
Salgo en busca de un taxi rumbo a la sede de Women’s
Voices. Tampoco voy tan lejos de casa, a unas cuantas
calles rumbo a Central Park está la oficina. Está justo
enfrente a una de las entradas al famoso parque y al final
de la calle de ABC Studios. Me gusta el lugar, con tiendas y
restaurantes alrededor. Abro la reja de entrada y en un
tablón me encuentro las indicaciones para llegar al piso, es
el quinto tomando el elevador de la derecha.
La planta es amplia y muy iluminada, de paredes blancas
y suelo en madera. Predominan los colores pastel y en una
pared yace el logo de la ONG. A la derecha está el
mostrador de la recepción y una chica sonriente me saluda.
—Bienvenida ¿en qué puedo ayudarte?
Me acerco y le devuelvo la sonrisa.
—Soy Elena Rocha y vengo a…
—¡Eres la nueva jefa de prensa! —Se levanta y se
remueve con dificultad para bajar de la plataforma. La sigo
con la mirada mientras rodea el mostrador y llega a mí
ayudada de un bastón. Una de sus piernas permanece
inmóvil, pero prefiero sostener la mirada en su rostro hasta
que uno de sus brazos se enreda en mi cuello y me lleva
hasta ella en un abrazo apretado y caluroso. Es más baja
que yo y un poco robusta, pero huele muy bien, una mezcla
de dulzura y amabilidad.
—Soy Jackie. Amy dijo que vendrías antes para ponerte
al día.
Me insta a seguirla y empiezo a sentirme mal por haber
elegido ponerme unas botas de tacón. Por el camino me va
señalando las diferentes direcciones y me presenta parte
del personal. En su mayoría mujeres, unas más jóvenes que
otras, pero con una característica en común, los saludos
efusivos. Llegamos al final del gran rectángulo donde se
encuentran los ventanales y la vista de Central Park, un
primer plano del Bridle Path. A la derecha una puerta
blanca de madera con un aldabón dorado que me llama la
atención. Un letrero modesto dice: «Solo debes tocar una
vez y encontrarás un motivo».
Es inspirador, no dice nombres, no tiene grandes
pretensiones. Sin embargo, es como si la solución a tus
problemas estuviera tras la puerta.
—Aquí es donde todas hemos encontrado nuestro motivo
—sonríe con dulzura, toca suavemente con los nudillos y
gira el pestillo en cuanto una voz, que ya he oído, le pide
pasar.
La puerta se abre, otro lugar lleno de luz. Una pared
repleta de fotografías en polaroids y un sofá rosa
completan esa primera impresión. En cuanto pongo un pie
dentro, un olor a canela y vainilla me entra por la nariz y de
momento me embriaga. Al mirar hacia la ventana
encuentro un escritorio de base metálica y encimera de
cristal templado grueso.
Tiene encima una Mac de escritorio y peonías rosas a un
lado metidas en un jarrón blanco. A la izquierda un librero,
algunos dibujos pegados en la pared, obras abstractas con
el nombre del autor debajo y enfrente del escritorio una
pantalla de televisión.
—Debe estar en el baño —informa Jackie, yo elevo las
comisuras y me dirijo a las pinturas.
Escucho la puerta abrirse y miro hacia allí, le toma
varios minutos estar fuera y, cuando al fin la veo, una
corriente eléctrica me recorre la espina dorsal
tensionándome por completo. Es Amy, es su rostro dulce y
sus hermosos ojos, su trenza a un lado y esa sonrisa que me
regaló la primera vez que nos vimos. Pero solo faltó un
detalle, la fuerte mujer que lidera una ONG para darle voz
a las mujeres, está en silla de ruedas y, además, le han
amputado de la mano izquierda hasta el codo.
—¡Bienvenida! —Estira su único brazo—. Perdona que no
me levante, pero ando perezosa este día.
Sonreímos las tres y me inclino para saludarla. Otro de
esos abrazos rompecostillas, luego me pide tomar asiento.
Ella sola dirige la silla eléctrica hasta su lugar frente a mí
en el escritorio y le pide a Jackie que nos traiga un buen
capuchino para espantar el frío.
Mentalmente me pregunto cómo hará la chica para
llegar con los vasos llenos. Y no es que ponga en entredicho
sus capacidades, pero la he visto andar con mucha
dificultad.
—Eres mucho más guapa de lo que se ve en la pantalla.
Me sonrojo y le dedico una sonrisa tímida.
—Espero que el clima no te tenga apabullada, yo soy de
California, de esa zona en la que nunca se va el sol de
vacaciones y créeme que falta ser muy valiente para
soportar estos inviernos.
—Soy más de los climas templados, así que, aunque haga
un poco de frío, puedo soportarlo.
Ingresa una chica en la oficina, lleva la mirada baja y ni
siquiera habla. Deja las tazas en la mesa y enseguida sale.
—Gracias, cariño —dice Amy antes de que desaparezca
—. Es Emily, intenta sobreponerse a los terribles ataques
de bullying que ha sufrido por años en el instituto. Por su
peso, como debes suponer. Le cuesta socializar y está aquí
ayudando en tareas varias, a la par acude a terapias y los
talleres que dictamos.
—Entiendo. Será cuestión de tiempo y de confianza.
Cuando aprenda a aceptarse y amarse tal como es, ese día
sonreirá como lo hacen todos aquí.
—Me alegra que lo notaras —da un sorbo a su café—,
todas estas chicas se han recuperado de abusos y excesos.
En estos cinco años manejamos un número muy positivo,
pero también están las que no lo lograron y siguen
sufriendo, están entregadas a las drogas o tristemente han
fallecido.
Su mirada se ensombrece.
—Lo lamento. Sé que quisieras salvarlas a todas.
—No lo hago yo, son ellas las que deben salvarse.
Me animo con un sorbo porque el olor a café es una de
esas cosas que me produce antojos. Y sabe muy bien.
—¿Cómo funciona la ONG?
—Pregunta interesante. Tendrás en tu oficina toda la
información para que nos ayudes con la renovación de los
datos que aparecen en internet y también un vistazo al
diseño de la web que nos está pareciendo muy anticuado.
Eso sí, solo pedimos que se rescate la feminidad en todo lo
que a nuestro nombre se refiere.
—Como lo demuestra la decoración de toda la planta.
—¡Exacto! Pero respondiendo a tu pregunta, nuestra
organización se dedica a rescatar mujeres. ¿De qué tipo o
con cuáles características? Bueno, hay muchas formas de
maltrato como sabes, físico, psicológico, sexual, moral,
religioso, de género, de raza. Es decir, lo que atenta en
contra de su integridad. Así que, si hay una chica a la que
su novio maltrata físicamente con golpes, es alguien a
quien debemos ayudar, si hay una mujer que recibe insultos
por su color de piel o su forma de vestir, de igual modo. Si
tiene alguna condición física o si sufre algún tipo de
enfermedad… todas tienen voz aquí. Esa es nuestra misión.
—Y ¿cómo las encuentras?
—Algunas son traídas por otras chicas que ya han
empezado su proceso curativo. Pero también tenemos
trabajadoras sociales en centros y hospitales que les dan
seguimiento y, literalmente, las rondan para que se decidan
a buscar ayuda. No es que estemos esperando a que
vengan a nosotras, nuestro deber es encontrarlas para que
sepan que no están solas, que no deben sentirse miserables
o repudiarse, que valen mucho más de lo que puedan creer.
Su teléfono suena y yo me tomo un momento para beber
otro par de sorbos de café y admirar la habilidad de Amy
para responder el teléfono, escribir en una libreta y revisar
en la computadora. Todo con un brazo. Me mata la
curiosidad por saber su historia. ¿Qué le sucedió, por qué
está en situación de discapacidad? Pero no me atrevo, soy
de las que actúa según el dicho de que no trates a los
demás como no quieran que te traten. Pues eso, que si no
estoy abierta a hablar de mi historia con cualquiera
tampoco voy de cotilla.
Ahora mismo diría que esa necesidad por ahondar según
lo dicte mi curiosidad no es mi mejor virtud periodística.
Soy un tanto recelosa con el asunto de la privacidad así que
no preguntaré. Además de que no tardaré en saberlo,
supongo.
—Disculpa, asuntos con el banco. Créditos que no
quieren darnos… en fin, la caridad no es tan sencilla
cuando te cierran las puertas —se mueve saliendo de
detrás del escritorio—. Pero llegará ese dinero, estoy muy
segura de que sí. Acompáñame a conocer tu lugar de
trabajo.
Me apresuro a levantarme e ir a abrir la puerta. Ella sale
y me pide cerrar. La alcanzo y, dos puertas adelante dice:
«Solo toca una vez si el miedo ha quedado atrás».
Lo he captado. Al principio me pareció un tanto curioso
que en el suelo hubiese una alfombra gigante de un reloj.
El reloj tiene las manecillas marcando las cero horas en la
recepción Pero cada puerta tiene un mensaje distinto.
La primera puerta dice: «Solo toca una vez si quieres
empezar».
La segunda: «Solo toca una vez cuando sientas que no
puedes hacerlo».
La tercera: «Solo toca una vez y encontrarás un motivo».
La cuarta: «Solo toca una vez y cumple tu deseo».
La quinta: «Solo toca una vez si el miedo ha quedado
atrás».
La sexta: «Solo toca una vez para volver a empezar».
Cada oficina lleva a un momento distinto, a una etapa
vivida y superada.
—Este será tu lugar —abre la puerta y me encuentro una
oficina con dos escritorios casi juntos solo separados por un
metro de distancia. Recortes de periódicos enmarcados en
la pared y un tablón con algunas fotografías. Una pared en
la que están escritos en número los 31 días del mes y en la
parte superior, el espacio para escribir el nombre del mes.
Justo dice febrero y algunos pósits cubren días de las dos
últimas semanas. Archivadores, un par de impresoras,
marcadores de colores y mucho papel. Algunas repisas
vacías y dos cámaras profesionales de fotografía.
—Es un lugar agradable a la vista y muy organizado.
—Así es, Emma lo ha dejado al día. Ella se mudó al otro
lado del país. Pero te ha dejado la agenda lista y su número
de teléfono por si tienes alguna duda. La próxima semana
ya volverá la otra parte de tu equipo para que empecéis a
trabajar. Debéis acompañaros a todos los eventos; los que
son por la zona y que se pueda ir en auto, os acompañaré.
Los demás solo vosotros.
—¿Qué eventos?
—Todo tipo de eventos, cenas, cócteles, charlas
informativas, eventos de caridad… te aseguro que tu
agenda es muy movida y creo que por eso el par anterior se
enamoraron ¡es que no se despegaban para nada!
¿Enamorarme?
Solo espero quitarme del corazón a Stephan.
—¿Cómo puedo adelantar trabajo?
—Me gusta tu entusiasmo. Te dije que, formalmente y
por cuestiones del contrato empezarías el dieciséis. Pero
hay varios asuntos que requieren tu atención, así que es
mejor que te pongas en ello.
Asiento con la cabeza y me acerco al calendario. Busco
en mi bolso la agenda y escribo en ella lo que está
señalado. Son algunos teléfonos para llamadas que deben
hacerse y un evento en Miami.
Amy agarra una agenda del escritorio de la derecha y me
la entrega.
—Aquí está todo lo que dejó Emma, las prioridades y
demás.
La recibo y le doy una ojeada.
Sí que tendré trabajo.
Salimos y me entrega unas llaves que cuelgan de un
llavero con el número 5.
—¿Esto es…?
—Las llaves de tu oficina, debes tenerlas. A veces el
personal se queda más horas de lo reglamentario o incluso
llega más temprano. Tenemos un par de políticas
importantes. Manejamos un «nosotros» en todo momento.
La cafetera está junto a la recepción y puedes tomar de allí
lo que quieras cuantas veces quieras. Tenemos unos
pastelitos deliciosos que nos traen las chicas del taller de
repostería.
»Los baños están al final de esta fila de oficinas, y en el
piso de abajo se dictan las clases. Si debes salir por alguna
emergencia se lo dices a Jackie, quien se encargará de lo
demás. También maneja las llaves de repuesto. Pedimos
mantener un ambiente cordial con todo el personal y
sonreír sinceramente. Lo lógico es que demos ejemplo de
fraternidad. Podrás asistir a las sesiones de iniciación y
tomar algunas notas, pero no podrás publicar testimonios o
fotografías sin autorización. Las reuniones de los pacientes
con los psicólogos y orientadores son privadas y no se
puede tener acceso a ningún caso. Manejamos la política
de puertas cerradas para que las mujeres que lleguen no se
sientan observadas, muchas no quieren ser reconocidas así
que es mejor darles espacio y tiempo.
»Poco a poco, ellas tocarán a cada una de nuestras
puertas, no hay un código de vestuario establecido por
respeto a la diversidad. Y, por último, ya que esto se nos ha
hecho muy largo; si tienes la oportunidad de traer a
alguien, no lo dudes ni un momento.
Le sonrío de vuelta y repito la ronda de abrazos para
despedirme y que sea hasta el lunes. 
 
12. Juguemos a conocernos

E sagenda,
viernes. Dos días en los que me he organizado con la
he hecho algunas llamadas y tratado de
conseguir el objetivo más ansiado de Amy: llegar a las
mujeres latinas. Le he pedido ayuda a Ariana para que me
facilite el contacto con periodistas y medios latinos en
Estados Unidos.
Y tengo en mente una campaña mediática para lograrlo.
Desde la publicidad se da el primer paso.
No he salido ni una sola vez del piso y, gracias a que el
restaurante en Noho tiene servicio delivery, me he podido
alimentar. Ya luego buscaré algún lugar para aprender a
cocinar y tengo seleccionados algunos videos en YouTube.
Parece que todo está chachi piruli ¿verdad?
¡¡Pues no!!
Susie llamó y, como no respondí, dejo un mensaje
diciendo que me necesita.
¿Cómo voy a hacer para no abandonarla sin que Stephan
se entere?
Eso me tiene comiéndome la cabeza, eso y que Evan solo
vino ayer para preguntar si estoy bien y, al comprobarlo, se
despidió y se fue. Está muy raro desde ese día y no tengo
idea de qué diantres le pasa. No lo quiero así, distante y
serio conmigo.
Aparto la laptop y la agenda. Ya tengo todo preparado
para que el lunes muy temprano, mi trabajo de jefe de
prensa empiece. Ahora me puede el hambre y la emoción
de hacer algo para conquistar de nuevo la sonrisa de mi
vecino favorito.
Me llevo la computadora a la cocina y la dejo sobre el
microondas, me voy a la nevera y las alacenas y busco los
ingredientes que necesito para preparar mi primer plato:
Unos rollitos de jamón y queso.
Vale que no son la gran cosa, pero por algo se empieza.
Me pongo manos a la obra.
Llega lo difícil de este cuento, llevar los rollos al aceite
sin que se deshagan. A última hora, la cabeza me funciona
como debe ser y uso una de las espátulas para ponerlos
encima y llevarlos a freír
Es una ridiculez, pero me siento invencible.
Cuando su color es el adecuado, según la chica del vídeo,
los retiro y los pongo sobre las toallas absorbentes. Preparo
una ensalada de yogur, que en eso sí soy experta.
Sirvo en unos bonitos platos cuadrados los rollos y cubro
la ensalada. Todo a una bandeja y salgo a intentar mi
reconquista.
Subo la escalera cuidando cada movimiento, porque
tampoco es que sea la mejor mesera del mundo. Llego a su
puerta y lo que hago es usar la punta de mi nariz para tocar
el timbre. Pasan algunos minutos y las manos empiezan a
dolerme. Quizá no esté.
Y, desilusionada, me giro para irme. Es cuando escucho
que la puerta se abre.
—¿Sí? —pregunta la voz de una mujer.
Me giro despacio y frente a mis ojos, la fabulosa Brooke
Carter me sonríe. Las manos me tiemblan ahora. Y la voz se
me ha escapado por abrir tanto la boca.
—¿Quién es? —escucho una voz familiar. Es Evan. Se
asoma y me sonríe, pero no la sonrisa hermosa que me
daba antes. ¡No! Es la sonrisa de «todo está bien» que me
ha dado últimamente.
—Hola —intento decir—. Te traje algo de comer.
Le extiendo la bandeja y es Brooke quien la recibe.
—Gracias, cariño, muero de hambre.
Y se lleva dentro la que era nuestra cena de
reconciliación.
Le devuelvo el mismo gesto insulso a Evan
—Disculpa, debí preguntar si estabas ocupado.
Me giro escondiendo la cara de pánfila que debo tener y
casi de un brinco bajo los escalones hasta mi puerta. Busco
en mis bolsillos y ¡vamos, Lena! ¿Te dejaste las llaves
dentro?
¡Soy una… hija de mi madre!
Golpeo la puerta con uno de mis pies y enseguida siento
dolor en el meñique…
¡Ay, la madre que me parió! ¡Qué dolor tan…!
Digamos que el peluche que cubre mis pantuflas no es
una barrera anti golpes.
Mis ojos se humedecen mientras un cosquilleo punzante
me sube por la pierna. Doy brincos de un lado a otro y me
aprieto el dedo. Cuando me recupero, bajo cojeando hasta
la portería y pido prestado un teléfono. Necesito un
cerrajero. Que por obvias razones no saldrá en mi ayuda a
las nueve de la noche. Debo esperar hasta mañana.
Le pregunto al portero si tiene alguna manta que pueda
prestarme y si hay algún problema con que me acomode en
un sillón del lobby.
—No hay manta, pero el sillón está disponible.
¡Grandioso!
Paso media hora arremolinada y en una pose que junta
manos y piernas sin forma definida. El frío me está calando
hasta tres generaciones atrás.
De repente recuerdo que, cerca del ascensor está la
calefacción, y decido subir y sentarme contra mi puerta
intentando hallar un poco de calor artificial. Solo espero
que dentro todo esté en orden y que mi cabecita despistada
no se olvidara de apagar los fogones.
Encuentro un quicio bastante cómodo para mi posición,
entre la puerta de mi piso y la pared de enfrente, y reposo
la cabeza. Y ya que he trabajado sin parar el día entero,
lentamente me voy quedando dormida.
—Lena…
Una voz me llama y en mi sueño difuso, camino por una
habitación en blanco, vestida con un precioso vestido de
fiesta color negro y busco desesperadamente a quien me
llama.
—Lena, despierta. ¿Qué haces ahí?
Abro los ojos de golpe y la carita dulce de Evan me
recibe.
—Evan…
Me tiende una mano y me ayuda a levantar. El dolor que
tengo es indescriptible. Estoy tullida…
—¿Qué hacías durmiendo en el suelo?
Me toca el rostro e intenta revisarme.
—Dejé las llaves dentro —digo chasqueando la lengua.
Me regala una sonrisa sesgada. La complicidad de que
nos pasan esas cosas.
—Ven, sabes que tienes mi casa para ti.
—¡No, Evan! Tú estás ocupado, Brooke Carter está de
visita y yo…
—Brooke y los demás acaban de marcharse.
Y lo dice como si me nombrara a cualquier hijo de
vecino.
—Yo…
Me levanta en sus brazos.
—Estás helada.
—¡Evan, por favor! —chisto y la voz me sale como un
chillido muy de niñita.
—Por favor tú, Lena. Sabes que yo estoy arriba, que solo
debes llamar a mi puerta.
Y llegamos, a esa puerta. Adentro huele a comida y
suena de fondo alguna pieza de ópera.
—Pensé que aquí no entraba cualquiera.
—Ellos son mis amigos más cercanos del medio.
Teníamos una reunión de trabajo.
Me lleva hasta su cama, suavemente reposo sobre el
colchón y me cubre con los edredones. El ambiente es muy
cálido.
—Regreso enseguida.
Sale y se tarda diez minutos. En los que me quedo
mirando por una ventana la oscuridad de la noche. Evan
hace que mi mundo se convierta en una pared en blanco
para que yo la pinte del color que desee.
E: —¡Qué idiota te has vuelto!
Al volver, Evan trae mi bandeja.
—¿Quieres que haga la prueba para que estés seguro de
que no intenté envenenarte?
Niega con la cabeza apretando los labios.
—Los chicos han dicho que sabían muy bien —ahora sus
ojos me observan diciéndome algo que no descifro—. Tú y
yo sabemos que esto traía una doble intención. ¿Cuál era?
Me siento en la cama y él a mi lado. Me muestra tres
rollos y la mitad de la ensalada que había. También hay una
salsera con algún tipo de salsa.
—¿Por qué doble intención? —busco hacerme la inocente
—. Vine a mostrarte que empecé relaciones formales con
mi cocina.
—Lena…
Y ese tonito demandante y tierno a la vez me obligan a
confesar.
—Quería preguntarte ¿por qué estás enojado conmigo?
Vale, no era la intención, pero el tono de gata mimosa me
salió natural.
Le da un mordisco al rollo que previamente untó de salsa
y se toma unos segundos para masticar y tragar.
—No estoy enojado contigo… —adoro la forma en que
sus labios se mueven al pronunciar y la ternura con la que
habla…
—Sí lo estás. Desde el día en el hospital cambiaste tu
forma de tratarme y no entiendo la razón de poner
distancia.
Que intente engañar a otra que para «estoy bien, no pasa
nada», me he ganado el premio mayor. Como si yo no
llevara usándolos toda la vida…
Me acerca el rollo para que muerda un bocado.
Mmm… de veras que me han quedado buenos.
—Me siento fuera de lugar, eso es lo que pasa —dejo de
masticar y le miro, él no me corresponde, está incómodo
con el tema—. Sé que no debería y que es lógico que el
hermano de tu mejor amiga, y médico a la vez, sepa cosas
que yo no conozco acerca de ti. Eso y que ese fotógrafo
entrara en tu casa y te hiciera una reclamación tan
absurda. Con lo poco que escuché junté algunos cabos,
comprendí que tu salida del país, y la tristeza que aún
muestran tus ojos, no son por lo que Julia me hizo… bueno
lo que hice y las consecuencias que acarreó. Él es la causa
de tu tristeza. Y para eso no hay nada que yo pueda hacer.
Su voz melancólica me apretuja el corazón. Es
malditamente tierno y conmovedor que quiera hacer parte
de mi vida y saber más de mí. Y lo extraño que es sentirme
mal por ello.
Llevo mis manos a su rostro y escruto su mirada
cristalina que me invita a zambullirme.
—Lo siento, en este punto ya deberías saber más acerca
de mí. Pero soy como un recipiente hermético y las
personas que me conocen, no logran tampoco que yo hable
con facilidad sobre mis sentimientos y emociones. Es más
una cuestión de adivinar y suponer, luego el tiempo les da
la razón.
—Me gustaría ser la excepción…
Su confesión me avasalla.
—Ay, Evan… —me tomo la libertad de plantarle un beso
en la mejilla,
Tú no eres una excepción, Evan, eres el comienzo de algo
totalmente nuevo y excitante en mi vida. Y crear es mejor
que exceptuar.
Unto otro rollo con la salsa y lo llevo hasta su boca. Da
un bocado y yo doy otro. Nos miramos mientras
masticamos y un impulso, totalmente desconocido, me
envuelve, voy a contarle mi vida. Poco a poco, pero lo haré.
Terminamos de comer. Evan se lo lleva todo y yo me
escabullo hasta su baño para enjuagarme la boca.
Evan ingresa y en el reflejo del espejo me sonríe.
—En el cajón hay más cepillos, toma uno y déjalo para ti
junto al mío. Espero que vengas a quedarte muchas veces.
Le sonrío de vuelta mientras busco mi primer elemento
que estará en la casa. Evan pone la pasta dental en mis
cerdas y luego lo hace para él. Empezamos a lavarnos los
dientes en lo que pareciera la rutina de todas nuestras
noches. Al terminar y mirarle, noto que le ha quedado
espuma sobre la barba del mentón.
Me acerco para limpiarle.
—Podría acostumbrarme a esto —confiesa.
No le respondo, pero estoy de acuerdo. Evan me calienta
el alma.
Salimos para acomodar la cama.
—¿Tienes sueño? —pregunto metiéndome al lado
izquierdo.
—¿Cómo debo responder a eso?
—Sí o no, solo responde.
Se descojona.
A veces me gustaría saber qué es lo que pasa por su
cabeza. Debe pensar que soy un bicho raro.
—No mucho, pero parece que tú sí.
—Nec-nec Error. Luego de comer mi energía se carga y
es suficiente para un par de horas.
—¿Quieres ver una película, serie, jugar monopolio,
enseñarme a hacer los rollos?
Le clavo el índice en el abdomen y sus brazos me
agarran para llevarme hasta él y meterme entre sus brazos.
—Vamos a jugar a conocernos. Te hago una pregunta,
respondemos; luego tú la haces y ese es el ritmo. Con la
condición de que digamos solamente la verdad.
—Vale. Las damas primero.
Dejo caer mi cabeza en su hombro y su barbilla reposa
en mi coronilla.
—Frase manida, pero soy un caballero.
—Dime tu fecha de nacimiento, caballero.
—Febrero 14.
—¡No! ¿El día del amor?
—Sin burlarse —me puya en la cintura—. ¿Tú?
—Junio 20.
—Eres una brisa de verano.
—¿Qué soñabas ser de niño? —siempre me ha gustado
preguntar por los sueños de los demás.
—Mmm… bueno. Hasta los doce deseé ser Superman
para volar hasta el cielo y visitar a mis padres.
—Eso es muy triste ¿por qué hasta los doce?
—Porque a esa edad tuve mi primera audición para
televisión y, junto a mi abuelo, volamos de Nueva Orleans a
California. Cuando estuve en el cielo y no vi a mis padres ni
a toda esa gente y mascotas que los mayores te decían:
«están en el cielo», me di cuenta de que no era más que
una metáfora. Hasta ese día creí que al tomar un avión y
cruzar las nubes, todos los que sabía que estarían allí, me
saludarían y así los volvería a ver.
—Lo siento mucho —aprieto la mano que tiene en mi
cintura.
Él besa mi cabello.
—Fui un niño bastante crédulo. Te toca.
—Quería ser una periodista que iba tras la noticia y
conseguía las historias más difíciles.
—Eres periodista.
—Un remedo de aquella pecosa. ¿Por qué te hiciste
actor?
—Empecé desde niño y me gustaba poder ser otras
personas. Además de que me apasionaban los rodajes y
admiraba cómo al director le obedecían todos. Crecí
actuando, estudié para ello y luego para dirigir. Y, como
sabes, hago todo lo que me gusta. Ahora dime ¿por qué
escribir novelas de romance?
—Porque, a través de mis personajes, experimento todo
el romance, el amor y las sensaciones de un sentimiento
que no me he permitido vivir a plenitud. En ellas logro que
me amen tal cual soy, que un hombre me convenza de su
amor, que me enamore, que yo me sienta infinita en cada
beso… es un poco idealista y hasta desequilibrado, pero es
exactamente la razón que me mueve al romance —el
silencio se nos instala, se me han ido los recuerdos a todas
esas veces que, describiendo un beso, me he creído la
protagonista. Para que no se note tanto continúo la ronda
—. ¿Cuántas veces te has sentido enamorado?
—Eso ha sido una especie de espiral. En la escuela sentía
adoración por una chica, en realidad me quedaba sin habla
al verla y no podía tenerla muy cerca, siempre me alejaba
corriendo. Así pasé varios años. Luego la vi darle un beso a
mi mejor amigo y empecé a hacerle bromas muy pesadas,
Fue como mi venganza. En adelante nada relevante, hasta
la secundaria con una chica rebelde, dos años mayor, que
no usaba sujetador y pues ya te imaginarás lo que es
descubrir un par de pechos para un adolescente. Hice
muchas locuras y me metí en líos, acabó cuando me enteré
de que estaba embarazada. Luego vino mi época en la tele
y ya no asistía a la escuela sino que tenía clases
particulares. En adelante todo se fue dando con las mismas
chicas con las que compartía set. Tampoco me enamoré
como un loco. Y bueno, desde los dieciocho en adelante mi
vida cambió y no en positivo. La muerte del abuelo, la
soledad, ser un chico famoso y todo el dinero que tenía a mi
disposición me llevaron por otros caminos… pero esa
historia te la dejo para luego. Te toca.
—Yo tengo claro el número. Dos. De chiquilla sentía
mariposas en la panza por algún escurremocos y llenaba
hojas de cuaderno con sus nombres y corazones flechados,
pero nada memorable. Luego vino la secundaria y empezó
mi locura… el cambio de hormonas le atinaron al popular
del instituto. Nunca fui su tipo de chica y eso me causó
muchas noches de lágrimas. Luego conocí a Michael. Llegó
para el último año, me perseguía sin descanso, me buscaba
para hacerme cualquier pregunta, algunas eran de lo más
tontas. Empecé a acostumbrarme a él y nos enamoramos.
Me hizo vivir los meses más felices de mi vida. Amor de ese
bonito, dulce, que te hace doler las mejillas de tanto
sonreír. Ese donde solo escuchas palabras bonitas y cada
locura es una prueba de amor. Duró hasta la llegada de la
Navidad. Una mañana ya no supe más de él y no ha sido así
desde entonces. Cabe aclarar que lo habíamos hecho el día
anterior. Eso me dolió como nada antes o después. Los
primeros días creí que había sido mi culpa, luego opté por
el odio y al final me preocupé porque no encontré ni su
rastro. En adelante algo más pasó en mi vida y dio pie para
convertirme en la destrozahombres que ya conoces y nunca
más entregué el corazón. No hasta que Stephan Bradley
apareció en mi vida.
—¿El fotógrafo? —Sus dedos se enredan en mi pelo y eso
me relaja.
—El mismo —dejo escapar un suspiro.
—¿Por qué no funcionó? A ambos se os nota que el amor
sigue ahí o la atracción. Aunque también la contradicción.
Chasqueo la lengua, esto es un clavo enterrado.
—Él salía con Julia White. Nunca me lo dijo, tuve
oportunidad de suponerlo y evitar la desgracia, pero fue
más fuerte el deseo que la sensatez.
—¿Eso es cierto? ¿Salía con esa mujer? Pobre…
—Sí. Por eso hizo todo lo que hizo y también por eso iba
a regresar a Colombia
—¿Qué dijo él?
—Él no sabe todas las razones, es más, no creo que sepa
de mi libro porque Cruella De Vil se porta como gatita
mimosa cada que lo tiene cerca. Ella me propuso una
especie de trato, yo le dejaba y ella me regresaba mis
documentos y la posibilidad de salir de aquí sin ser
deportada. Y acepté.
—¿Por qué lo aceptaste? No tiene sentido que te fueras
solo por eso, de seguro que juntos lo habríais solucionado
aunque fuera con un matrimonio exprés.
Volteo la cabeza y le miro, su rostro espera por la verdad
y yo puse esa regla.
—No tienes que decirlo…
Me remuevo un poco y me quedo con la mejilla sobre su
corazón, me está gustando demasiado abrazarle…
—Evan, como te dije alguna vez, nada de lo que ves se
parece a lo que soy y lo que he vivido. Estoy llena de
temores, fantasmas, algunos vacíos que me hieren y,
bueno… el punto es que ella supo lograr el chantaje
emocional con el que sabía que no podía negarme
—¿El libro? Y lo…
—Shhh —le cubro los labios y niego con la cabeza—.
Antes escucha algo: cuando te digo que tengo un ADN
defectuoso y que soy muy rara es porque mi madre me dio
un padre de laboratorio. Es decir, para que el abuelo le
diera la herencia de la abuela debía casarse y darle un
heredero. Mi madre huye al matrimonio como el diablo a la
cruz y lo mejor que se le ocurrió fue una inseminación. Que
cómo se le ocurrió o si es la verdad, no tengo idea, pero lo
hizo. El abuelo no estuvo muy contento al principio, pero
era el heredero que esperaba. Mi madre, que vuela libre
como las águilas y nada la ata, eso me incluye, me tuvo y a
los tres meses siguió su vida de hippie. El abuelo fue mi
padre y mi madre. Aunque a ella la veía de vez en cuando y
siempre fue para mí como una hermana mayor. Crecí
creyendo que mi padre había muerto y, cuando pedí fotos,
me echaron todo este cuento. Ahí entendí que era un bicho
raro y también fui consciente del vacío que me acompaña
hasta hoy. ¿Quién es mi padre? Saber al menos quién es,
cómo se ve. Así que para responderte, de algún modo ella
lo supo o lo intuyó y me buscó para decirme que yo había
perdido y que ella se quedaba con Stephan por el simple
detalle de estar esperando un hijo suyo. Supongo que el
resto lo asimilas.
Evan guarda silencio, sus dedos siguen enterrándose con
suavidad en mi cabeza prodigando una caricia relajante.
—Entonces, todo se debe a tu padre.
—¿A qué te refieres con todo?
—A que la ausencia de tu padre ocasionó una temprana
desilusión por el género masculino y, de alguna forma, te
estás vengando de él.
—¿Qué dices, Evan? Yo amé al abuelo, fue la mejor figura
paterna que pude tener. Y no me vengué de quien quiera
que sea mi padre, porque estoy segura de que no es
culpable por donar sus genes a otras mujeres que buscan
alternativas de procreación.
—Te lo digo desde mi experiencia. Mi padre era la
persona que más admiré. Y, al quedarme con el abuelo, a
pesar de que lo hizo muy bien conmigo, nunca pudo ser lo
que fue mi padre para mí. Porque cada uno tiene una
misión distinta. Estoy seguro de que en cada hombre
siempre has buscado un poco de esa figura que te hizo
falta.
—Pero…
—Shhh… basta de confesiones por hoy, vamos a dormir y
dejar que tu cabecita vire un poco.
Se estira para apagar la lámpara y yo me escabullo hasta
mi lado de la cama. Con la piel triste por retirarla de esa
maravillosa fuente de calor humano. Bueno, hasta que uno
de sus brazos atrapa mi cintura y a una distancia prudente
se acerca para reposar su nariz en mi nuca.
Un escalofrío me sube de los pies a la cabeza, mis
hormonas ya no hacen distinción por orientación sexual y
eso empieza a preocuparme.
 
13. La tentación está rondando

¿Cómo se despierta en brazos de una celebridad? Bueno,


ya lo había hecho un par de días atrás. Solo que esta vez no
solo su brazo está sobre mí, no, sus brazos los míos, sus
piernas, las mías, su cuerpo y el mío metidos unos debajo
de otros como si quisiera ser parte del cuerpo que tienen al
lado formando una masa anodina y caliente. Estoy
completamente presa, apenas si puedo elevar la cabeza
para ver su rostro tranquilo y esa expresión al dormir tan
dulce y hasta angelical.
Perdonad lo cursi, pero es que a esta hora las neuronas
todavía no se han despabilado.
El punto es que no tengo idea de cómo me voy a soltar. Y
es que me tengo que soltar. 1. porque necesito ir al baño y
es de vida o muerte; se me sale por los ojos y 2. es mejor
que no tengamos la misma visión de nuestro despertar o
quién sabe cómo termine todo esto.
Me muevo, intento que mis piernas se zafen y cuando
parece imposible, Evan se mueve. Eso es bueno y muy malo
a la vez. Sus manos apresan mi cintura, me acarician y
vertiginosamente suben hasta mis senos donde, como es de
suponerse, acampan. Ahí no acaba la cosa, ¡no, señor! Evan
está soñando y parece que el sueño es de todo menos
angelical. Mis pechos empiezan a ser masajeados con un
anhelo tan vehemente que enseguida me enciende las
revoluciones. Que no debería porque de seguro no soy la
dueña de sus fantasías, pero es Evan Humphrey, son sus
manos y es mi cuerpo reaccionando a él como un camino
hecho de gasolina luego de tirar el cerillo.
La pis se ha ido…. No está. Otra situación parece más
importante para mi cuerpo enterito. ¡Obvio! Yo soy fuego,
candela… y me gusta quemarme.
La cabeza me dice que lo detenga, no la batracia que no
emerge con él porque lo considera su enemigo. Mi
verdadera conciencia, la que está cuerda me dice que no
intente meterme en este viaje que será peor que el de
Odiseo.
Las manos de Evan no se detienen y ahora es su boca la
que se aproxima a mi cuello y el pequeño roce que le
permito a su barbilla me hace temblar el ombligo y un
palmo más abajo.
¡No!
No es algo que pueda pasar
No entre nosotros.
No con él.
No así.
Me remuevo con fuerza para soltarme de su agarre y le
escucho gruñir, quejarse. Está en la línea entre el sueño y
la realidad, es mejor que salga de aquí y no sepa lo que
hizo.
Sí, mejor que no lo sepa. Yo puedo vivir con ello, puedo
sacrificarme.
De un brinco salgo de la cama y me meto al baño, la
puerta se me va de las manos y retumba el sonido al
cerrarse bruscamente.
¡Lo siento!
Abro las llaves del lavabo y colmo de agua mis manos
para tirarla a mi cara, las gotas que se resbalan y bajan por
mi cuello hasta mi pecho, me saben a pena y gloria.
Refrescan y a mi piel no le gusta. No le gusta nada…
¡Maldita sea!
Ahora mismo no estoy segura de que aquella noche que
me metió en la cama, y todo lo demás que ya sabemos…, no
pasara nada. El cuerpo guarda recuerdos y aunque no creo
que lo de Evan sea la necrofilia, no me explico esta maldita
catálisis de mis hormonas.
Debe ser la falta de sexo… de amor, de vida social.
¡Eso es, sí!
E: —¿Es un punto de vista objetivo o de lo que quieres
convencerte?
L: —No estoy para tu filosofía profunda, Elena.
E: —¡Claro que no, estás para calentones en la cama con una
celebridad gay! ¿Perdiste los ovarios? Vete a casa y busca a Rodolfo,
necesitamos un orgasmo no cometer incesto.
L: —¡Que te calles!
¡Maldición y mi vida!
Me largo de aquí.

Asalté a Rodolfo, sí. Necesitaba sentirme como esa mujer


que no requiere de un hombre para satisfacer todas sus
necesidades.
¿Funcionó?
Sirvió para calmar los calambres en el toto, la revolución
loca de hormonas y recuperar los ovarios. Pero no puedo
decir que no pensé en las caricias de Evan porque me
crecería la nariz como a Pinocho. Intenté recordar los
mejores revolcones de mi vida, los besos de Stephan y, en
general, me permití fantasear con él, con Brad Pitt en
Troya o Cavill en Los Tudors en un intento por olvidarme
de lo sucedido esa mañana, cosa que no funcionó del todo
porque a mí, a mí me gustó.
¡Estoy maldita!
Y no sé cómo voy a tenerlo cerca después de eso…
Por eso pasé la tarde y parte de la noche caminando por
Manhattan. Aprendiendo a usar el metro y tomando
algunas fotografías. La soledad empieza a calarme otra vez.
Extraño a la desubicada de mi mejor amiga y también un
poco de esa vida que llevaba antes, que era organizada,
estricta y, por sobre todo, libre de culpas. Terminé en
Magnolia Bakery comiendo cupcakes Red Velvet con unas
chicas de Japón que estaban haciendo una guía a lo Sex in
the city. Recorriendo los lugares más renombrados y
emblemáticos en la serie.
Son casi las diez, camino cansada y con algunos
paquetes en las manos. Me he reído con estas chicas y sus
ocurrencias y aprendí a saludar y despedirme en su idioma.
Hace mucho frío y cae una especie de lluvia, es extraña,
pegajosa y hace que me rasque la nariz. No quiero llegar a
casa porque sé que Evan estará esperándome. Me fui sin
despedirme y no respondí a sus llamadas y mensajes, No es
tonto, sabe que le estoy evitando, aunque será mejor que
piense que encontré al amor de mi vida y estamos follando
como conejos.
E: —Es algo que sí quisieras estar haciendo, pero con él.
L: —Ahora no ¿vale? Solo quiero que mi compañero de trabajo sea
muy guapo, sexy y divertido, que tengamos empatía desde el primer
choque de miradas y, por sobre todo, que le gusten las mujeres. Creo
que será el único contacto masculino con el que pasaré el día.
E: —¡Loser!
En la calle que vivo nada es de otro mundo, tenemos una
preparatoria enfrente, veterinarias y lavanderías en los
locales del mismo edificio y, unos pasos adelante, una
escuela de arte y música para chicos. Es una calle angosta
y si elevas la mirada solo te ves rodeado por rascacielos
que te hacen sentir un pitufo. No me quejo de nada, me
gusta la ciudad y el cemento, pero empieza a
desagradarme caminar sola.
No hay paquetes ni mensajes para mí, así que abordo el
ascensor. Tendré dieciséis pisos para alivianarme como una
pluma y no hacer ruido al entrar. No quiero que Evan me
escuche llegar a casa.
Bueno, una cosa piensa Sancho y otra hace el Quijote…
En la puerta hay pegada una nota.
¿Adivinamos?
El mismo, el único.
Mi vecino de arriba.
La retiro y me detengo a mirar primero su caligrafía, es
bonita de letras cursivas y levemente inclinadas a la
derecha.

Pasa por casa, la de las visitas.


E.
¿Va a presentarme a su visita?
Entro, dejo mis artilugios en el sofá y paso al baño para
darme un vistazo, peinarme un poco y lavarme los dientes.
Mi vestuario está bien, un gran suéter de esos que parecen
heredados de la tía Tronchatoro tejido por la abuela en
croché y en color granate. Un pantalón pitillo negro y unas
botas a la rodilla del mismo tono en gamuza. Me pienso dos
veces si debo llevar algo, vino, comida… un recipiente para
recoger las babas. Una nunca sabe si adentro se encuentre
a George Clooney.
Salgo, no sin antes asegurarme de llevar las llaves y el
móvil. Subo las escaleras lenta y pesadamente y me dirijo
al 1822 aunque mi favorito es el 1820. Doy un toque
educado al timbre y dos pasos atrás.
No tarda en responder a mi llamada, Evan aparece
vestido con un suéter tejido en el mismo color que el mío y
vaqueros negros.
¡Ídem!
Me mira y sonríe agachando la cabeza, es su gesto para
los momentos de burla.
—¡Vaya! —dice luego de rascarse la nariz—. Ni que
estuviésemos enamorados.
Enseguida se me sube el calor a las mejillas. Sus intensos
ojos me miran esperando que destrabe la mandíbula y le
diga algo, una de mis brillanteces. Pero no, nada atino a
decir porque tengo las hormonas trastocadas y verlo las
empeora. Me señala que puedo pasar y yo solo aprieto las
piernas porque siento que hay algo que se me quiere
escapar.
E: —La vergüenza.
Tres pasos adentro y estoy en un lugar totalmente ajeno
a lo que es él. Paredes blancas y nada de decoración
minimalista. Fotografías suyas con gente del cine y la tv,
estantes con premios y menciones y urnas que guardan los
trajes de sus personajes más icónicos. Algo así como un
museo suyo.
Esto me hace comprender que Evan se vende como un
egocéntrico, así como se comportó conmigo las primeras
veces y que hizo que le diera el título de Perfecto Idiota.
—Es por aquí —me toma de los hombros y me hace girar
hasta un gran arco que da acceso a un salón. Me siento
perdida en algún piso del Palacio de Buckingham
Un olor que reconozco enseguida hace antesala a su
presencia. La inigualable Casilda Watts se levanta y,
añadiendo su sonrisa de diva, se acerca para saludarme.
Luce de maravilla, lleva el cabello más corto, la piel más
tersa y un abrigo piel de oso que me recuerda a Sofía
Loren.
—¡Mi querida Elena! —me da dos besos en las mejillas y
se aleja para mirarme.
—Hola, Casilda ¿cómo estás? —le doy una sonrisa y
busco un lugar para sentarme.
—Bien, querida.
Y me sonríe maliciosa, algo se trae.
Evan ingresa y pregunta.
—¿Quieres tomar algo, Lena?
—No, así estoy bien.
—Más té para mí, cariño.
Eso me hace sonreír, parece que le ha echado el ojo.
Evan sonríe y desaparece.
—¿Qué haces aquí?
—Eso lo hablamos después, ahora dime cómo es que este
dios vive tan cerca de ti y no me lo habías dicho. Si te lo
estás follando…
—¡Casilda! —chisto y explayo los ojos—. Evan es…
—¿Pero qué haces perdiendo el tiempo, niña? Ya quisiera
tener tu suerte. —Ella como mi profesor Higgins del
follisqueo.
—Aquí está el té —anuncia Evan—. ¿Dónde estuviste
todo el día? —me pregunta frunciendo un poco las cejas.
—Estuve de compras…
—O con algún amante, dulzura. A esta chica no le falta
quien le haga mimitos.
Vuelve el calor a subirme a las mejillas y la mirada de
Evan se fija en la mía, curvando una ceja esta vez, y
expectante a mi respuesta.
—¿Cuándo regresaste, Casilda?
Que si me pasé el día con un tío o no, no pienso
aclararlo. Prefiero que piense que sí. O mejor empezaré a
imaginarlo yo.
—Esta mañana, vine para asegurarme de que sea este
bombón el que se encargue de la producción de la película
basada en La mujer de los cinco nombres —sobajea sin
rastro de recato el brazo de Evan
Esa es ella, la bienamada comehombres.
—¡Eso es maravilloso! Felicidades, Evan.
—Te lo debo también a ti.
Y sonríe con esa dulzura que me haría derretir como
crema de helado.
Casilda se levanta y Evan con ella.
—Ha sido un placer —se acerca para besarlo en las
mejillas.
—Todo mío —adula él.
Me pongo de pie.
—También me voy —anuncio—, te acompaño fuera.
Evan junta de nuevo las cejas y luego los labios. Huele
que estoy evitando quedarme con él a solas.
—Tranquila, mi taxista me espera —también me besa—.
¿Desayunamos mañana?
Que no es pregunta, es orden de esas que con el tono
usado al decirlo, uno ya sabe que tiene un tema para tratar.
—Claro, me dejas un mensaje.
Sonríe y es acompañada por Evan hasta la puerta.
Cuando intento hacer lo mismo y escabullirme, porque en
realidad siento que no puedo con los recuerdos y él
mirándome como lo hace, sus brazos me atrapan
elevándome por los aires, me carga como un fardo y me da
un par de giros. Me deja en lo alto.
—¡Bájame! ¡Por favor, Evan!
—No hasta que me digas por qué has estado huyendo de
mí todo el día.
—No estaba huyendo, quería comprar algunas cosas
antes de que empiece en el trabajo. ¡Bájame ya!
Al fin obedece, llevándome de a poco contra una pared y
apoyando su frente contra la mía. El corazón me bombea en
la boca y vibra en mis oídos. ¡Malditas hormonas! Yo trago
saliva y me contengo.
Que nunca me he resistido tanto en mi vida.
—¡Hay algo más! ¿Qué es?
Ahora es adivino. ¡Válgame Dios!
—Nada, eso es todo ¿Qué más podría ser? —intento que
no se note que titubeo, no por mentir, sino porque puedo
sentir su respiración sobre mi piel.
—Dímelo —sus ojos brillan con algún tipo de maldad o
placer, y lo disfruta. Luego frunce un poco los labios
creando una sonrisa tan sexy que creo que si no me
calcino, me echaré a llorar—. Si no me lo dices, voy a tener
que besarte.
¡¿Qué cosa?!
¿Cómo que besarme?
¿Por qué vuelve a amenazarme con eso?
Y ahora mismo ya no me daría gusto, sería el acabose. Si
él me toca como lo hizo esta mañana, si se acerca un poco
más… estaré perdida, en el más profundo foso del infierno.
Soy una mujer de sensaciones, siempre me dejo llevar por
ellas y me gusta jugar de ese modo, seducir e intimidar.
Pero no con Evan.
¡Es mi amigo!
E: —¡Es gay!
L: —Eso es, desquiciada, sácame de esta. Haz que me corra un poco
de veneno en la sangre para librarme de él.
—Si me besas, Evan. Juro que destruyo todas tus tazas
frikis de superhéroes.
—Juegas sucio —entrecierra los ojos y ya siento las
llamas.
—Tú más.
Se separa y me toma de la mano. Apaga las luces y
salimos de allí para entrar en el que sí es su hogar. Y en el
que no quiero estar porque la piel se me estremece con
solo mirar hacia la alcoba.
—Siéntate —pide—. Donde gustes.
Me animo a ocupar su silla del estudio y pongo los codos
en la madera para apoyar mi cabeza en las manos y mirarle
atentamente, esperando por lo que sé que me va a decir.
—Te creí más valiente —manifiesta un poco más serio,
apoya la derecha en el escritorio y con ella el cuerpo. Me
observa directo a los ojos. Yo solo levanto una ceja—. Creí
que lo de esta mañana no era el motivo de tu huida y que,
al volver a verte, serías la Lena de siempre.
¿Esta mañana?
Así que no estaba tan dormido…
—Antes de que te imagines lo peor, sí estaba dormido.
Bueno no del todo, soñaba… contigo —inclina la cabeza
hacia adelante para confirmar.
—¿Cómo que conmigo? Si tú eres… —empiezan a
fundirse mis neuronas.
—Que sea lo que he dicho que soy, no quiere decir que
no admita que una mujer es sensual, hermosa y que me
pueda sentir atraído hacia ella.
—¡No deberías si estás tan seguro! —Se acerca despacio,
se me nota en la cara el horror—. ¡Deja de mirarme así!
¡No estás filmando una escena de seducción conmigo!
Se lo piensa, me siento como la mamá de Bambi… y no,
no quiero ser cazada.
—Y tú deja esa cara de tragedia —se aleja enseguida—.
Nada pasó ni va a pasar. Podemos prometer no dormir
juntos nunca más si eso te incomoda, que no veo la razón
ya que somos adultos, y tú, además, estás enamorada del
fotógrafo.
¿Eso sonó a reproche?
—No viene al caso.
—Claro que sí. Prometo que no pasará de nuevo. Puedes
ponerle alambre de púas y electrificar tu mitad de la que ya
es nuestra cama, o dejar de hablarme si eso te hace sentir
a salvo de mí.
—¿Por qué estás enojado?
—Porque no confías en mí, no pienso involucrarnos en
una historia sórdida y escabrosa. Eso lo dejamos para las
novelas. Tú y yo somos amigos y humanos. Sentimos cosas
y también necesitamos. Ambos estamos urgidos de un poco
de… ¡qué sé yo! ¿Contacto sexual?
—Confío en ti, gruñón —adoro su ternura—, no en mis
hormonas histéricas.
Suelta una de sus sonrisas espontáneas y niega con la
cabeza.
—Ven —me tiende los brazos—. Promete no enamorarte y
seré tuyo por siempre.
Me levanto y me acerco para permitirle esconderme en
él.
—Promete que no harás nada para que me enamore de
ti.
Deja escapar un suspiro y me besa la coronilla
—Enamorarse depende más de la cabeza que del
corazón. Así que cuando estés conmigo no pienses, déjate
llevar.
 
14. No puede ser

N inguno selló la promesa pero quedó por ahí, en el aire y,


aunque no será fácil no pensar en que Evan me
revoluciona el sistema hormonal, estoy un poco más
tranquila con su: «prometo que no pasará nada». Eso no
quiere decir que nos fuimos a dormir juntitos y
entrelazados. No. Vimos la trilogía de Batman abrazados en
el sofá y casi a las tres de la mañana, que acabó la
maratón, me permitió irme a casa. Decidimos que
dormiremos juntos solo cuando yo quiera.
Y como tenía una cita matutina, espero a Casilda en
Ralph’s, un distinguido café sobre la Quinta Avenida en el
Upper East Side. De ese Ralph que debéis imaginaros ya.
Mi teléfono vibra sobre la mesa. Dejo la taza de la que
bebo sobre el plato y lo recojo para responder. Es Susie.
—Hola, cariño
—¿Por qué no me lo dijiste?
Otro Bradley enojado…
—¿El qué?
—Qué sigues en New York y me donaste tu sangre.
Quedo de piedra, su voz suena a reproche y es porque,
de seguro, Stephan le dio la versión equivocada.
—Susie…
—¿Por qué me mientes? Sabías que te necesitaba.
—Me fui, te juro que lo hice, me quedé un mes fuera de
la ciudad y regresé esta semana. No te he mentido solo que
no he podido ir a verte. Tengo trabajo.
—¡No es cierto! Sé que mi hermano está enojado contigo
y te ha prohibido verme. Yo tampoco he querido verlo
desde que supe que me donaste sangre.
—¿Cómo te enteraste?
—La transfusión la hicieron antes de que él llegara y
discutió con el médico porque no se le avisó del
procedimiento. Además, quien haría la transfusión era un
amigo suyo que venía de Londres. Exigió saber los datos
del donante y, antes de irse, revisó mi teléfono. Estaba
como loco. Supongo que fue a verte, aun con lo que debió
costarle calmarse, e hizo su advertencia de hermano
sobreprotector.
—Está en su derecho. No pedí su autorización.
—Lo entendería si tú fueras alguien en quien vea una
amenaza. Pero fuiste su chica, ¿cómo podrías dañarme tú?
«Su chica».
—Parece que tiene sus razones. Es mejor que no lo
cuestiones.
—Sí lo haré, tú eres mi única amiga y estando aquí
necesito verte, hablar contigo, contarte cosas que solo se le
cuentan a las chicas. Mi hermano parece un policía, no un
amigo.
—Stephan te adora. Trata de entenderlo.
No quiero ser la manzana de la discordia.
—Ven a verme, no importa si él te lo prohibió. Por favor.
Exhalo un suspiro. Quizá debo ser un poquito rebelde si
quiero ayudar a Susie.
—Haré lo que pueda para zafarme del trabajo y te aviso.
—¡¡Gracias!!
Su voz suena tan emocionada que me contagia y me hace
sentir un poquito más fuerte.
Termina la llamada y con ella mi taza de café. La dama
inglesa que siempre es puntual, lleva treinta minutos de
retraso y su móvil me manda al buzón.
Bip-bip

PERFECTO IDIOTA: ¿Comemos?

Es Evan
Le llamo enseguida.
—¿No interrumpo?
—A mi soledad, Casilda aún no llega y el móvil está
apagado.
—¿Estará bien?
—Supongo que tuvo una noche movida. Es a ella a quien
no le falta quién la mime.
—Tú me tienes a mí ¿te parece poco?
—Mejor no me toques ese disco. ¿Dónde será el
almuerzo?
—Cerca de donde estés para no hacerte volver. Dame la
dirección.
—Espera un segundo.
Me voy a WhatsApp y le envío mi ubicación.
—¿Yap?
—Mmm… el lado del Upper que menos me gusta.
—¿Cómo que no te gusta si es perfecto?
—Porque allí hay más paparazzi que en cualquier otro
lugar de la ciudad.
—Puedo irme a otro lugar.
—No, déjalo. Dame una hora.
—Caminaré, te estaré dando pistas.
—Vale
Y corta.
Vuelvo a intentar con Casilda antes de irme.
Empiezo mi recorrido dando un vistazo por Polo que está
en el primer piso del edificio y luego salgo en dirección a la
torre Trump. Que no es mi destino sino un referente. La
Quinta Avenida es como un centro comercial. Hago parada
técnica en GUCCI porque acabo de recordar que hay
alguien que cumple años en una semana y no sé si el
tiempo me alcanzará para volver a pasarme por aquí en los
próximos días. Soy consciente de que voy a gastarme el
salario que no me he ganado, pero ahorros tengo y no
puedo darle a Evan cualquier fragancia del Walmart. El
asunto es que no pensaré en el precio sino en que sea algo
que nos defina a los dos.
Aunque eso no lo encontraría ni en Harry Winston que
está cruzando o Tiffany’s al final de la calle. Al salir y no
encontrar lo que buscaba, recuerdo aquella vez que
Stephan se ganó un viaje en patrulla hasta el departamento
de policía. Sí, aquí justo donde espero por cruzar y decidir
si hacia Louis Vuitton o a BVLGARI
Prefiero seguir en recto. Antes le envío una foto a Evan
con una leyenda cliché:
Estoy en el paraíso.
Él me devuelve a la realidad.

PERFECTO IDIOTA: Cuidado, es una zona para que


Cruella de Vil pueda chocar contigo.

Una corriente eléctrica me recorre la columna.


Enseguida miro a todos lados y me pongo en alerta máxima
Otro bip-bip

PERFECTO IDIOTA: Espero que no te asustaras, no


es la dueña de la ciudad.

¡Idiota!
Cruzo y apenas le hago ojitos a Yves Saint Laurent, ya
me están doliendo los pies. He andado y entrado a tiendas
sin encontrar nada que me cautive de flechazo y me hable
del perfecto idiota.
Un nuevo bip.

PERFECTO IDIOTA: ¿Dónde estás? Yo en la entrada


al zoo.

ELENA: Cerca Espérame allí.

Voy a resumirlo a lo siguiente: Pasamos el resto del día


en Central Park, recorrimos el Zoo y patinamos en una
pista de hielo. Comimos hot dogs atestados de salsas y
terminamos dando un recorrido en carruaje por el parque
cuando ya oscurecía. Mientras le oía hablar de sus lugares
favoritos en la ciudad, apoyé mi cabeza en su hombro
mirando a la Luna, la que tanto observan los enamorados
exhalando suspiros. Y enseguida se me antojó dormir con
Evan, en mi cama.
La cuerda se suelta un poco más…

Llevaba más de un mes sin despertar tan temprano una


mañana. En invierno salir a correr no se me hace la idea
más inteligente y, últimamente, poco me importa si las
nalgas me tiemblan como gelatinas o si se me escurren las
lonjas por el borde de los pantalones. Que no es que me
esté pasando, lo que digo es que ya no es una de las
prioridades de mi nueva vida. Pero me estoy saliendo un
poco de la ruta inicial.
Justo a las cinco treinta suenan nuestros teléfonos. Sí, los
de ambos, uno en cada mesa de noche a lado y lado de la
cama. Abro los ojos y la oscuridad me saluda. Así es más
complicado desprenderse de la cama cuando aún parece
que está de noche. Una pierna se mueve a mi lado y se
enreda en las mías. Un brazo me aprieta con más fuerza
hasta que toco su pecho fuerte y calentito. Estamos en
cucharita.
—Buenos días —digo con la voz oscura.
Evan gruñe y se acerca para morderme el lóbulo de la
oreja.
—¡No hagas eso!
Vuelve a gruñir.
La mitad peluda de su rostro se acerca y llega hasta mi
mejilla. Sus labios me besan y las cosquillas que me
produce me hacen reír.
—Córtate esa mata de pelos… me hacen daño.
Gruñe de nuevo y se empeña en restregármela por la
cara.
—¡Evan! —me remuevo para intentar hacerle cosquillas.
Él es más ágil y me sube a horcajadas. Abre sus ojos, en la
oscuridad se ven grises y las pupilas están dilatadas. Yo
abro bien las piernas para sentarme en su abdomen.
—Hola —no creo que esa voz sonara oscura sino sensual.
Demasiado y a mí me vibra el sexo enseguida.
Debo estar en fecha de ovulación porque esta revolución
de hormonas no es sana.
—Sabes que no…
—Que no pasará nada. Es un modo de jugar, hay que
hacer que despertar sea agradable, diferente.
Intento bajarme, sus manos me apresan
—Lena —intenta que le sostenga la mirada—. Confía en
nosotros.
—No puedo confiar en mí cuando te tengo debajo y una
protuberancia que amenaza con romper la tela de tu
pantalón de pijama, me toca las nalgas.
—El noventa por ciento de los hombres despierta
empalmado.
—El noventa por ciento de las mujeres se excita con eso.
Y creo que las mejillas se me incendiaron. No porque no
sepa decir estas cosas y quedar fresca, sino porque con él,
hablar de sexo me avergüenza. En realidad es mitad ganas,
mitad frustración.
El silencio parece que puede cortarse. Le oigo suspirar.
—Tendrás que acostumbrarte…
Estira un brazo para encender una lámpara.
¿Ah? Y lo dice así, tan relajado…
—No es justo —protesto puyándole el abdomen.
—Lo es, es lo que exige confiar en el otro. Ahora vete a la
ducha mientras te preparo el desayuno. Te espero a las
siete en la puerta para llevarte al trabajo.
Sus manos van a mis piernas, le miro fijamente, y es que
recién levantado se ve mejor que en otro momento del día.
Voy a sugerirlo para la próxima sesión de fotos que le
hagan. Se sienta y yo me estiro. Las mantas quedan atrás.
Instintivamente me agarro a su cuello al notar que va a
levantarse.
Lo hace. Hunde su barbilla en la curva de mi cuello y
deja un beso allí.
—Tú me tienes a mí para llenarte de mimitos.
Muerde delicadamente esa piel y me baja.
Me atrevo a arrearle el trasero con mi mano. Gira, me
guiña un ojo y sale.
E: —¡El que juega con fuego, siempre termina quemado!
L: —Me declaro pirómana.
15. Algo estoy pagando

J uguemos a un juego. Yo me dejo mimar por Evan pero me


imagino que es otro.
Es suicida.
Es cruel.
¡Es horrible!
Pero no tengo otra opción. No cuando en mi radar no hay
quién lo reemplace, no hay ningún candidato follable en mi
EPF (Escala de Posible Follabilidad ) con el que pueda
quitarme todo este fuego que me arde dentro. Y no porque
no me sienta en capacidad de conseguirlo, sino, porque por
primera vez, en ocho años, no me apetece montármelo con
cualquiera una noche y desaparecer en la mañana con el
rímel corrido a lo Soldado de Invierno y las sábanas
envueltas intentando taparme las vergüenzas, huyendo por
el vecindario con mis prendas en la mano.
Y mientras pienso en eso, termino de pasar la plancha
por mi melena de león, que me está volviendo loca. Un día
de estos me voy a hacer un corte pixie y acabo con tanto
drama. Hoy he optado por abandonar el glamur y los trajes
de it-girl. Me he puesto una camisa de denim, unos skinny
jeans negros, botas camel y un abriguito suelto tejido en
ochos y color crema. Una pashmina alrededor del cuello y
un tote bag con lo indispensable. Llevo las agendas, mi
iPad, cosméticos de emergencia, una manzana, unas
galletas integrales y una botella de agua. Guardo las llaves,
el móvil y me aseguro de que todo quede en orden. Estoy
emocionada con mi primer día y a la expectativa por
conocer a mi compañero.
Justo a las siete abro la puerta y Evan desciende del
último escalón.
¡Por los dioses del Valhalla!
¡Por Thor y mis fantasías!
Evan se ha puesto un gorro de punto del que se le
escapan unos mechones en la frente. Juro que es
intencional para verse más pretty boy/dirty boy Y bueno,
lleva un gran abrigo gris y bufanda azul navy, veo abajo
unos jeans lavados y botas de leñador. De su hombro cuelga
un maletín de cuero color café.
Se ve de catálogo.
—¿Vamos? —ofrece el brazo para que lo tome.
Termino de asegurar mi puerta y engancho mi mano a él
para abordar el ascensor.
—¿Adónde vas tan temprano?
—Al trabajo, debe empezar el casting. ¿Has pensado en
alguien en específico? Casilda lo dejó en nuestras manos.
—Bueno… Marie Claire es un personaje oscuro. Pero es
hermosa. Yo pensaría en Jennifer Lawrence.
—No, esa chica está por todos lados.
—Piensa en alguien con una belleza clásica, a lo diva de
los cincuenta.
—Buen punto. Y ¿para Frank?
—Lo pensaré.
Tomamos un taxi.
—¿Te queda por el camino? —pregunto confusa, pensé
que usaría el auto.
—No, pero a donde voy no me gusta llevar el auto, es una
odisea estacionar.
Evan me lleva abrazada y yo miro por la ventana, el
paisaje en grises de la ciudad al despertar. Es imposible no
amar Nueva York.
—Llegamos.
Besa mi coronilla y yo me incorporo. Evan abre su puerta
y sale, luego abre la de mi lado. Le hace una seña al taxista
para que le espere. Me toma de la mano y me acompaña
hasta el ascensor.
—Que tengas un buen día, hormonitas locas.
Hago un puchero de reproche. Se acerca para besar mi
frente.
Me lleva un minuto llegar al piso de Women’s Voices.
La alegre Jackie me saluda y me indica que dejará un
capuchino en mi mesa, pero que pase primero por la puerta
número cuatro.
Le agradezco, y muy decidida atravieso el lugar. Llamo y
me piden pasar. Amy está dentro y junto a ella una chica
morena muy guapa. Es la encargada de las finanzas y el
personal. Me muestran mi contrato a término indefinido,
pero con una cláusula mínima de un año ya que, antes de
venir, me hicieron el depósito inicial y firmé la aceptación.
No me detengo a leer más a fondo. Firmo y recibo la copia.
Todo en orden. Es bueno sentirse financieramente tranquila
con un contrato.
Enseguida, Amy me anuncia que mi compañero ya está
en la oficina y que es hora de conocerle. Hacia allá vamos…
—De seguro que haréis un magnífico trabajo juntos. Es
un chico muy amable y guapo.
Amy da dos toques en la puerta antes de girar el pestillo.
Empuja para que se abra y, el hombre que está de pie tras
el escritorio de la izquierda, levanta la cabeza con una
sonrisa en los labios, que se desvanece al verme. Nuestras
miradas se enfrentan y su cuerpo queda totalmente rígido.
Veneno…
dame veneno que quiero morir.
Dame veneno
que antes prefiero la muerte
que estar aquí…
—Stephan, ella es Elena tu compañera de equipo —
anuncia Amy como si estuviera dando la noticia del año.
Yo me quedo en el umbral de la puerta. No me muevo.
No parpadeo. No hablo. Respiro sí, eso debo hacerlo,
aunque parece que no, porque de repente le hace falta
ventilación al lugar. Mientras yo no consigo disimular mi
desmesurada sorpresa, él se queda ahí,       mirándome con
esos glaciales ojos azules.
Amy gira la cabeza y nos observa uno a uno por un
momento.
—¡Chicos! ¿Qué pasa?
Stephan lo hace primero.
—Bienvenida.
No pronuncia mi nombre y la sonrisa que me da se lleva
el título de la más fingida.
—Gracias —son las improvisadas palabras que
finalmente salen de mis labios luego de aclararme la
garganta.
—Genial. Así es que se empieza. Elena se encargará del
tema publicitario, de los medios y de lograr el
acercamiento con la comunidad latina.
—Supongo que tiene experiencia en ello. No es una
principiante, a eso me refiero.
Y su comentario es como una patada en el hígado porque
él lo sabe muy bien. Yo solo tengo el bendito diploma
enrollado en una caja. Pues que lo traigo y lo pongo donde
pueda verlo.
Tarado.
—Claro que sí, hasta tuve que convencerla de dejar su
país. Una amiga me la ha recomendado y esa amiga dirige
un periódico, es suficiente para nosotros. Ahora os dejo
para que os pongáis al día. Estaréis deseando empezar con
el curro.
Sí, deseandito estoy.
Me alejo lo suficiente para permitirle a Amy salir.
El sonido de la puerta al cerrarse me sobresalta. «Lo
siento», dice desde afuera la jefa.
Esto es una tortura medieval. De todos los fotógrafos del
mundo justo tenía que ser él. Haría muy bien renunciando,
aunque ya firmé el contrato. Qué conveniente, como si lo
supieran. Ahora no podré dar un paso atrás y tampoco sé
cómo dar uno hacia adelante.
No quisiera mirarlo, pero los ojos se me van, está vestido
como siempre, con ese estilo de «soy un tipo común» y esa
bendita barba que le queda tan bien. Siento que las piernas
me tiemblan. Él sigue con su mirada clavada en una tableta
que está sobre su escritorio. Apoyando las manos en la
mesa y con los nudillos blancos por la fuerza que ejerce. No
le ha caído en gracia la noticia.
¡Obvio que no!
Si lo único que dejó claro era que no volviera a cruzarme
en su vida.
Soy la reina de las casualidades desastrosas.
—¿Piensas moverte o te quedarás sembrada como un
árbol?
Incluso con ese enojo que le emana por los poros, siento
un poco de ternura en el tono.
Me muevo, sí.
Salgo de la oficina directo al baño. Me lavo las manos y
mojo levemente mi frente, el agua tibia me causa
escalofríos. Necesito calmarme, buscar los ovarios que
alguna vez tuve y volver a entrar en esa oficina sin
sentirme como un insecto a punto de ser aplastado.
La puerta se abre. Es Jackie.
—¿Estás bien?
Asiento.
Se acerca para verme de cerca y nota que mis manos
tiemblan.
—¿Seguro? —pregunta de nuevo.
—Sí, Jackie, no pasa nada.
Me sonríe, aunque se nota que no la he convencido. Me
acomodo el cabello, limpio los restos de agua en mi rostro y
me dispongo a salir.
—¿Quieres un café?
Café, té, cianuro, una lobotomía, un trasplante de
corazón…
—Un expreso.
Y salgo de allí para volver a entrar, ahora como la mujer
de hielo.
Sigue mi temblor de manos, al tomar el pomo, inhalo
hondo y cierro los ojos, exhalo y giro el pestillo. Elevo la
mirada, el mentón frunzo los labios, ingreso, cierro la
puerta y me voy a mi lugar.
La oficina huele a él, lo que no ayuda para nada. Cuelgo
el bolso en un perchero y saco todo lo que necesito. ¡Eso
es, ocuparme! Pongo las libretas juntas. La botella de agua
al rincón junto a un cactus y enciendo la computadora.
Trato de ser una pluma al sentarme y abro mi agenda para
ver las notas que he hecho y lo que tengo por puntualizar.
Busco mi teléfono, encajo los audífonos en mis orejas y le
doy a reproducir en aleatorio.
Ingreso enseguida al sistema y me concentro en revisar
el email de la empresa.
Siguen las casualidades…
Your silence is slowly killing me…
Me permito darle un vistazo de reojo. Está revisando las
lentes de las cámaras. Sigo con lo mío, me han respondido
de un canal mexicano y debo devolver el mail.
Siento un toque en el hombro y enseguida brinco del
asiento, horrorizada, sí. Ya sabemos que es experto en
alterarme los nervios.
Me retiro los auriculares.
—¿Sí? —carraspeo.
—Necesito acceso a los archivos de tu equipo. En el mío
hacen falta unas descargas.
Quito las manos del teclado y ruedo mi silla para atrás.
Me levanto y le señalo la silla. Con precisión de cirujano
agarro la agenda y una tiza evitando incomodarle, y me voy
a la pared calendario para actualizarlo.
Un bip-bip.
Un mensaje me ha entrado.
¿Lo tomo?
Me giro y la mirada de Stephan ya ha pasado por mi
pobre iPhone que debió sufrir algún tipo de muerte por
mirada asesina.
Mejor lo leo después.
Termino con el calendario a la par que mi compañero se
levanta y sale dando un portazo. Al sentarme de nuevo y
ver el mensaje, me doy cuenta de que lo que Evan escribió,
de seguro le provocó un ictus a Stephan.

PERFECTO IDIOTA: Espero que los mimitos


mañaneros te estimulen en el trabajo. Cuando
quieras puedes repetir.

Sí, yo también estoy pensando que es un mensaje con


dobles intenciones.
Evan va a volverme loca.
Vale, no solo él.
La mañana se me va en medio de llamadas, mensajes y
citas confirmadas. Stephan no aparece hasta la tarde.
Supongo que ha ido a ver a Susie o simplemente necesitaba
respirar porque soy nociva para él. Yo salí con Jackie a
sentarme en Central Park. Me comí una ensalada con pollo
que pedí a mi nuevo restaurante favorito en la ciudad. La
chica aprovechó para contarme su historia.
Haré un resumen: Jackie es de Texas y adora Texas de
una forma apasionada. Allí se enamoró de un chico guapo,
heredero de un rancho importante en su pueblo y con algo
de dinero en las cuentas. La relación se dio muy bien,
salían regularmente y la conquistó al estilo vaquero
(palabras textuales).
Luego de que pasaron juntos la primera noche, el dulce
chico se transformó en un ogro celoso y sobreprotector. La
perseguía, si saludaba a algún chico o le hablaba, la llevaba
a empellones y la subía al auto. En una ocasión la encerró
en su casa por una semana y le dijo a sus padres que se
había ido de vacaciones. Cuando intentó escapar de él, la
golpeó e, infortunadamente, cayó por la ventana. Estuvo en
recuperación por muchos meses, pero no logró recuperar la
movilidad de una pierna.
Denunció al agresor y ahora tiene una caución. Se mudó
tan lejos como pudo para empezar a estudiar y, en una
charla, se enteró de la existencia de Women’s Voices.
Siguió cada paso para recuperarse y ahora está a punto de
graduarse, trabaja en la fundación hace cinco años, y un
chico maravilloso le ha pedido matrimonio. Es uno de los
testimonios más importantes de la ONG.
Son las tres. Le estoy dando unos sorbos a mi agua
mientras leo los cambios que he hecho para la página de
información de la web. Tengo a mi amado Adam sonando
bajo y hasta muevo un pie rítmicamente.
Eso hasta que la puerta se abre y se cierra de golpe.
Stephan ingresa, tira el maletín sobre la mesa y a las malas
extrae lo que lleva dentro. Me pilla mirándole y vuelvo mi
cabeza a la pantalla.
Saca las memorias de la cámara y las conecta a la
computadora. Se siente en el aire que tiene ganas de darse
contra una pared. En serio me gustaría desaparecer ahora.
Todo parece impregnado de energía negativa, mi pobre
cactus morirá hoy tratando de repelerlo, porque cada
elemento que hay parecen objetos de odio, como armas
improvisadas en una guerra invisible.
Las dos horas que pasamos encerrados son de tanta
tensión que hasta me duele el cuello de no poder moverlo a
la derecha. Me como mi manzana despacio e intentando no
hacer tanto ruido, y voy tecleando la traducción al español
de la información de la web.
Amy pasa a despedirse.
—¿Mucho trabajo, chicos? Dejad un poco para el resto
del año.
—Aún tengo algo pendiente —responde Stephan.
—Yo salgo en unos minutos, reviso una propuesta del
nuevo diseño.
Nos sonríe y se marcha.
El sonido constante de un lápiz golpeando el cristal, me
hace mirar hacia Stephan. Está de pie apoyado en el
escritorio y mirándome fijamente.
—¿Pasa algo? —me aventuro con un tono
deliberadamente prudente.
Creo que lo que hice fue invocar al demonio.
—¡¿Qué puede pasar, Elena?! Te digo que pongas
distancia y resulta que ahora te tengo a un metro de mí.
¿Me estás persiguiendo? ¿Quieres vengarte por algo?
Mal empezamos.
Exhalo profundo, para pelear se necesitan dos.
—No sabía que eras el fotógrafo. Ni siquiera sabía que
compartiría la oficina. Acepté el trabajo porque… porque lo
necesitaba.
Sonríe irónico.
—¿Necesitar? Si tú eres demasiado cobarde para admitir
necesidad.
Defiéndete, Lena, que nadie te amedrente, por más culpa
que sientas.
—Mira, Stephan —me levanto e imito su posición—,
tampoco es que sea tan fácil para mí soportar tu careto de
bulldog, bufando como toro el día entero y moviéndote
como un ciclón por la oficina. No pienso soportar tus
ofensas, ni tu mal humor y menos tus escenas. Si no puedes
comportarte como un adulto, renuncia.
—¿Adulto? ¿Quién lo dice, tú? La valiente que sale
corriendo porque teme a ir un paso más adelante en una
relación, la que no me da una explicación y se comporta
como una irracional, una mujer manipuladora que me hace
sentir la peor basura del planeta porque no estoy a su nivel.
Si eso es ser adulto, pues prefiero quedarme donde estoy.
—¡Supéralo de una vez! Además, debes tener cosas más
importantes que enojarte conmigo porque terminé contigo.
—¿Claro! Así como tú lo superaste con la estrellita de
cine con la que ahora sales —golpea el escritorio—.
¡Imbécil! Fui un imbécil al creer que no recordabas lo que
pasó con él.
Uno, dos, tres… ocho, nueve y diez.
Me giro y empaco mis cosas. Esto ya ha ido muy lejos y
es el primer día.
—Revisa el calendario para que traigas la ropa necesaria
para los viajes y las entrevistas. Que tengas buenas noches.
Con cuidadito intento pasar por ese metro de distancia
sin rozarlo y alcanzo mi abrigo. En dos segundos siento una
presencia densa detrás de mí.
¡Madre del amor hermoso!
Me apresuro a abrir la puerta y su mano la detiene
tocando la mía. No exagero si digo que he visto chispas. Su
cuerpo me pone contra la puerta y su boca queda junto a
mi oído izquierdo.
—No puedo tenerte tan cerca y reprimir las ganas de
besarte, aunque en realidad debería desear apretarte el
cuello, no puedo ser de hielo, Elena. Dime cómo lo haces
tú. —Su voz parece una súplica y a la vez una confesión
dolorosa.
Stephan, por favor, no hagas esto. Puedo defender el
trabajo aquí, pero no puedo involucrarme o esa arpía me
mandará al SWAT.
—Solo respira muy profundo y cuenta hasta mil. Eso
funciona. —Mis palabras salen desde algún lugar donde se
crean los suspiros porque son de lo más íntimas.
Yo tampoco puedo con esto.
Me toma por la cintura y nos deja frente a frente.
Endurece la expresión de su cara. Sus ojos están cubiertos
por una capa oscura y me hacen sentir culpable. Se ve
demacrado, delgado y triste. Lo de Susie ayudó, pero hay
algo más. Además de que una oficina nunca ha sido su
lugar favorito.
Está a diez centímetros de mí. Mi corazón es ahora un
tamborileo in crescendo, contengo el aliento e intento que
mi cabeza traspase la pared y yo pueda estar más lejos de
él porque está a una distancia peligrosamente morreable.
—Elena ¿por qué? Dime la verdad, dame paz.
¡Dios! Esto no, por favor, a mí no.
—Stephan, es un poco complicado… yo no estoy hecha
para el amor.
Su expresión se contrae. He dicho una blasfemia, eso
debe estar pensando. No le calan mis prosaicas
explicaciones.
—Todos estamos hechos para enamorarnos, al menos una
vez, y yo me ena…
—Shh… no lo digas, es mejor.
—¿Qué tan poco soy para ti? ¿Ni siquiera vale la pena
intentarlo conmigo?
Esto ya parece una tragedia shakesperiana. El amor es
un drama.
Intento hablar, pero no me fluye nada, no quiero herirle
más.
—Elena… sé mi Elena y responde, por favor.
Eso me quiebra, no puedo asegurar que sea un lugar en
específico dentro de mí, solo que me pone en la línea entre
la crueldad y la sensibilidad. «Su Elena», la que arriesga, la
que no teme, la que es una adolescente enamorada de sus
hoyuelos y sus ojos dulces. La que ama su sonrisa y quiere
morir en su boca.
—Te mereces algo mejor que yo.
Y abro la puerta para salir corriendo de allí.
Camino, camino y sigo caminando. No sé dónde estoy.
Solo abandoné el lugar y empecé a andar intentando huir.
Ser su Elena. Si lo hago, regreso, me lo como a besos y le
confieso que mi vida sin él no tiene sentido. Pero no puedo.
Así él no mencione a esa mujer, sé que está en el aire el
tema. Puede que no quiera casarse con ella y vivir juntos,
pero se hará responsable. Esa es la razón que le doy a que
trabaje encerrado en una oficina y no esté recorriendo el
mundo. Eso y lo de Susie.
No tengo idea de lo que haré para ir a verla si a donde
vaya, él debe ir. Tampoco sé cómo sobreviviré a tenerlo
cerca, a viajar junto a él. Esto parece un castigo divino
¿castigo por qué, Dios? Si no sabía que tuviera novia
cuándo le vi la primera vez. Nunca lo dijo, yo no lo
pregunté. Vivimos lo que vivimos sin preocuparnos por ello.
Y ahora se derrumba, suplica que le devuelva a la tonta,
dulce y enamorada. La que nunca pensaba en las
consecuencias, esa que hizo su sueño realidad en él. La que
tocó el cielo con sus besos aunque le hicieran perder el
aire.
Quizá sea tan fácil como preguntárselo, que me aclare lo
de Julia. No tengo que decirle lo demás. Si no está con ella
yo puedo…
Bip-bip.

PERFECTO IDIOTA: ¿Quieres que vaya a buscarte?

Elevo las comisuras en un gesto de amargura. En


realidad solo me apetece tumbarme en mi cama y llorar
sobre mi almohada confesándole lo que me duele el pecho,
la piel y los labios por tenerlo tan cerca y poner en medio
una barrera invisible gruesa y pesada. Quizá y hasta la
bese soñando que es él, como cuando tenía trece años y el
hermano de Lauren me alborotaba las hormonas. En las
noches me imaginaba que la almohada era ese imbécil y la
abrazaba, la besaba…
E: —Estamos demasiado mayores para esto.
L: —Estamos demasiado solas para no intentarlo.
Llego a una bahía que no lleva a ninguna parte, me doy
cuenta de que me he perdido y, por la hora y la oscuridad
de la noche, no tengo idea de dónde estoy. Doy vuelta y
regreso hasta hallar una calle más concurrida, en menos de
diez minutos ya me mezclo con la multitud que se mueve
afanosamente por las aceras. Elevo la mirada y me doy
cuenta de que he vuelto a la Quinta Avenida. He andado
cerca de una hora pensando en él y en la disyuntiva que me
pone la vida.
¿Que si le quiero?
Mentiría si digo que no me tiembla la vida teniéndole al
lado.
Pero yo no he llegado a casi veintinueve años de vida
dejándome llevar por sentimentalismos. Elena Rocha se fue
y Lena Roach instauró su régimen. Es ella la que lo ha
logrado todo, la que sabe usar el traje de piedra que le
ajusta bien las curvas. Elena solo se dio unos días de
concesión para permitirse probar un poco de romanticismo.
Lo hizo, ya está. Y sucedió lo que era previsible: que
terminaría enamorada y rota.
Nunca más.
¿Quién dijo que solo de amor vive el hombre?
 
16. Huele a peligro

E ssí,martes y hace un frío de glaciar. Anoche dormí sola, y


agarré la almohada a besos porque «soy muy cobarde
para admitir necesidad». Vamos, que se ha hecho mi frase
del mes.
Evan me ha hecho el desayuno, ah, es que no he dicho
que nos intercambiamos llaves el domingo en caso de
alguna emergencia de las que nos suceden a nosotros.
«Cosas de losers» decidimos llamarle. Hoy tuvo que salir
más temprano para revisar las primeras audiciones, le dije,
antes de irse y dejarme un beso mojado en la mejilla, que
me parecía que Scarlett Johansson era perfecta para ser
Marie Claire y alcanzó a sonrojarse, supongo que algún
recuerdo en los rodajes cruzó su mente.
Voy llegando, son las siete veinticinco, he caminado para
aprenderme el camino y tomado café mientras escucho a
Adam, no he dicho que mi canción favorita de V es Sugar y
la estoy evitando porque me lleva a la petición de la noche
anterior.
Sabe Dios lo que me va a costar mantener la careta que
me he puesto, no los labios rojos que llevo hoy, no. La de
hacerme pasar por muy enamorada de Evan. No me matéis,
fue lo único que se me ocurrió para combatirlo. Solo espero
que no me salga el tiro por la culata.
Ingreso, llego al elevador y llamo para subir. Antes de
que las puertas se cierren conmigo dentro, un pie las
detiene y un cuerpo aparece. Es él, huele a él y se ve mejor
que él a diario. Hoy tenemos una reunión de propuesta
publicitaria con los enviados de un par de agencias y
debíamos ponernos elegantes. No se le nota lo de debajo,
pero el abrigo de encima, la barba recortada y el cabello
peinado hacia atrás dicen que se lo ha tomado en serio.
Demasiado y con lo que me ponen los hombres en traje…
Este día incendiaré mi silla.
Me escabullo por un café, reviso que mi coleta esté
perfecta y que no tenga restos de labial en los dientes.
Aunque si quiero alejarlo debería verme de espanto,
ayudaría. Sin embargo, mis inseguridades no me lo
permiten, ni cuando intento estar cara lavada porque mis
pecas quedan debajo de la BB cream.
Ingreso en mi oficina y enseguida se me incineran las
bragas. Stephan está de espaldas, se ha quitado el abrigo y
está en pantalón y camisa… blanca. No es eso lo que me
tiene mal, es el hecho de que está tomando una fotografía,
quién sabe a qué, en el escritorio y tiene las piernas
abiertas y el trasero respingón. Aparte de cómo se marca la
tela en sus brazos flexionados. Es para calcinarse.
Me aclaro la garganta y emito un profesional buenos días
que reciproca en un tono más agrio que el de ayer. Se hace
a un lado y me deja pasar a mi lugar. Me quito el abrigo
para dejarlo en el espaldar de la silla y sus ojos ruedan
para recorrerme desde las piernas hasta el cuello. Puede
que no haya hecho la elección correcta, como ya es
costumbre, pero se lo copié a una chica de un blog. Un
vestido negro a la mitad del muslo, sin escote profundo, un
círculo que se acopla a mi cuello, mallas y unas botas
negras de gamuza que llegan hasta más arriba de la rodilla.
So sexy. Oh yeah!
Me apresuro a organizar mis artilugios y sentarme a
empezar el día.
E: —Huele a peligroooooo....
L: —¡Lo que me faltaba!
La mañana corre, literalmente lo hace porque hay mucho
que adelantar para la reunión. Amy nos da total libertad en
cada departamento, así que no debo consultarle la
propuesta que tengo en mente para la publicidad. Stephan
ha revisado el folio que le he pasado y solo emitió un:
«Veremos».
No soy publicista, soy periodista, pero a falta de uno, yo
puedo encargarme.
A la hora de la comida, un emparedado de un Subway
caminando con Jackie por Central Park; me dice que le
gusta mi estilo y que me pedirá consejo con respecto a su
boda. Y seguro que tendremos un problema porque a mí ni
me gustan las bodas y menos asisto a matrisuicidios.
Susie llamó para informarme que, esa tarde, su hermano
estaría en una reunión y sería el momento perfecto para ir
a verla. La pobre no sabe que yo estaré en la misma
reunión. Tuve que decir que el trabajo no me da tiempo,
pero que prometía ir el domingo.
Stephan hará unas fotos con Amy en el Bronx.
Eso explica mi seguridad.
El reloj marca las dos treinta cuando Stephan ingresa. Se
ve enojado y abatido a la vez. Parece que ha estado
discutiendo con alguien. Sigo con mi plan de invisibilidad y
silencios para que no se moleste y me concentro en mi
maravilloso plan publicitario. Que no es mi área, insisto,
pero a Amy le gusta que las ideas salgan de aquí, dice que
salen del corazón.
El teléfono interno suena, solo hay uno para ambos. Sin
mirar, alargo la mano para agarrarlo y Stephan hace lo
mismo. Enseguida mi piel reacciona y quema. No puedo
soltarme porque él no lo hace.
No me la pongas difícil, Bradley.
El aparato suena y suena y su mano no se mueve. Me
aventuro a levantar la mirada para encontrar la suya
clavada en mí.
—¿Me permites? —pregunto y él sonríe lobuno
Así que lo que quería era hacer que lo mirara. Si por mí
fuera lo subía a un pedestal y lo contemplaba el día entero.
Solo que de ver y no comer…, volteo el rostro porque yo
estoy sin reservas.
Respondo y Jackie me informa que el auto ya está
aparcado afuera y listo para usarlo. Es hora de irnos.
—Sabes conducir ¿verdad?
Él afirma con la cabeza.
Lo de hoy no son las palabras sino las miradas.
Estamos involucionando.
—Es hora de salir.
No le oigo decir nada, se mueve tomando sus cosas. Me
quiere matar con el silencio porque sabe que lo detesto. Y
porque tampoco es ético usar la hipocresía dadas las
circunstancias que nos rodean. No sé si eso es madurez o
estupidez, pero con el traje le combina.
Eso de que un hombre al volante arma fuego entre las
piernas, no lo pongo en duda. Pero Stephan al volante es un
arma de destrucción masiva. Que yo me enamoré andando
en bicicleta por el puente de Brooklyn y no tuve la
oportunidad de ver este espectáculo. Pero atención a esto:
el tío abre la puerta y se mete como si estuviera haciendo
la promo de algún deportivo. Se sienta con la espalda muy
recta y las piernas estiradas. Al abrirlas, la entrepierna se
le tensa y ya tengo razones para sentirme muerta y en el
infierno sin derecho a redención. Posa sus manos al volante
y gira la llave. Su mandíbula se tensa y, con los lentes
oscuros que se ha puesto, se ve hasta inalcanzable.
Puedo estar que me escurren las babas y él incómodo de
que le mire tanto, pero no puedo mandar sobre mis locas
hormonas cachondas enamoradas. Contrario que con Evan
que son solo las cachondas.
Llegar hasta Soho nos llevó cuarenta minutos. Ni una
palabra, ni una mirada, ni música siquiera, y yo solo me
centré en repasar mi discurso. Para no hacer largo el
cuento, después de muchas risitas mal fingidas y miradas
entre ellos pensando en que mi idea era demasiado
absurda, me dijeron que pensarían en algo más
contundente que sensibilizara y que, en una semana, nos
reuniríamos de nuevo. Eso solo quiere decir que van a
hacer escarnio y no hay nada que deteste más que, en una
publicidad con fines sociales, usen a las pobres víctimas, su
dolor y sus lágrimas para exponerlas ante el mundo
intentando que este se conmueva.
Que sí, que hay que hablar con la realidad de las cosas,
pero los humanos nos acostumbramos, hoy nos escandaliza
una mujer golpeada y violentada, pero mañana ya pasamos
de largo la noticia en el periódico porque ignorar el mundo
que nos rodea se nos da mejor que la caridad.
Salgo cabreada, Stephan tuvo que terminar y despedirse
por ambos, y de regreso tuvimos una hora de tráfico lento
hasta volver a la oficina. Pero Lena Roach nunca se da por
vencida y ya hay un plan B para lograr la idea que tengo en
mente.
Subimos y la planta ya está vacía, solo se escuchan
ruidos de la planta de abajo donde se dictan talleres, hay
música porque es martes de baile. No nos molestamos en
encender las luces. Stephan abre la puerta y me deja pasar.
Sigue siendo un caballero a pesar de todo. Oigo un clic al
cerrarse y otro más que indica que ahora tiene pestillo.
Oh, oh…
El ambiente enseguida se pone denso y la luz sigue sin
encenderse. Me quedo quieta en mi lugar esperando, con
los sentidos alerta como en una peli de miedo y juro que
tengo miedo del que moja las bragas… ejem, empapa.
—¿Enciendes la luz, por favor?
No, nada.
Me volteo y, entonces, lo veo recargado en la puerta con
los brazos cruzados.
Eso supongo que quiere decir que hay que hablar.
¡Enciende la luz, odio la oscuridad!
—¿Pasa algo? —Es lo que musito.
—¿Es tu mejor pregunta?
Ay, mi madre y ¿ese tono qué?
—No actúes como psicópata porque me aterran y no
traigo mi gas pimienta.
Le oigo exhalar como en una sonrisa.
—Me alegra que aún lo recuerdes.
—No ha pasado mucho tiempo.
—Exacto, no pudiste dejar de quererme de un día para
otro a menos que cambies de parecer como de zapatos.
—Fue más un cambio de corazón.
Calla. Le he dado en el clavo.
—¿Te place enamorar y luego romper corazones? ¿Te
gusta ese juego?
—No enamoro, no juego. En tres meses nadie se
enamora.
E: —¡Falsa! Aquí donde estás no sabes dónde esconder todo el amor
que le tienes.
—Para enamorarse solo basta un minuto.
Le gustan ese tipo de canciones…
—Y el resto de la vida para arrepentirse.
Elena: 2 Stephan: 0
Descruza los brazos y en dos pasos lo tengo frente a mí.
—Dime qué fue lo que pasó, es todo lo que necesito
saber. Porque salí de viaje y te dejé en casa con planes para
el final del año, y regreso un día antes de lo acordado para
darte la sorpresa, y resulta que el sorprendido soy yo.
Luego me dices que no di la talla, que no supe complacerte.
¡¿Qué narices fue lo que falló?! —Su voz suena a
desesperación.
—Stephan, las relaciones no siempre se dan…
—Tú y yo íbamos muy bien, ni lo que pasó con tus libros
ni tu situación legal logró alejarnos, y de la nada aparece
un motivo para que te marches. ¡Dime la maldita razón! —
Se mesa el pelo con impotencia.
—Me di cuenta de que quería estar con alguien más… —
miento como una bellaca.
—¡Mentira! No… —me toma a la fuerza por la cintura y
posa su frente contra la mía—. No podías pensar en alguien
más y mirarme como lo hacías… como lo haces. —Su
aliento me golpea el rostro como una bofetada. Él lo sabe,
se me nota demasiado.
—Yo…
Hagas lo que hagas, Lena, evita el contacto visual.
Resiste, Lena, resiste. Si le miras, estás perdida.
Pero mi soliloquio motivacional se ve derrumbado
cuando su boca me calla.
¡Su boca!
Choca bruscamente con la mía y me lastimo con mis
propios dientes. No puedo controlar la necesidad que me
exige mover mis labios y ajustarme a él, a su urgencia, a su
misma agonía. Y el beso crece y es hambriento y, cuando su
lengua me avasalla, me veo entrando al purgatorio de mis
pecados. Sus manos toman mis mejillas con tanta
necesidad, que las mías van a su cuello y me abandono. Me
dejo llevar por la ruta prohibida.
Unos minutos después, o toda una vida, nos separamos
buscando un poco de aire. Todavía cerca de mi boca,
confiesa:
—El maldito insomnio se instauró desde que te fuiste y se
me van las horas pensando en tus razones. No puedo,
Elena, no puedo no tenerte.
—Stephan, trata de no cuestionarme con esto, pero es
que no puede ser.
—¡No puedes besarme de ese modo y negarme lo que
hay entre los dos!
Acaricio sus mejillas, puede que sea el momento para
hacer mi pregunta, pero algo dentro me dice que es algo
que debe nacer de él. Que me diga lo de Julia.
—Eres… —suspiro—, eres eso que no es mío, que no
puede serlo, pero tampoco quiero que sea de nadie más.
—Soy tuyo —me besa—, nunca he sido mío —otro beso—.
Desde que te vi por primera vez fui tuyo, Elena.
Como yo he sido suya, sin saberlo, desde ese primer
contacto con su modo de ver el mundo. Como desde el
momento en que su sensibilidad al apretar el obturador me
hizo considerarlo el hombre de mis sueños.
—Por favor…
—¿Qué te detiene? Dime qué es lo que te frena.
Afuera se escucha una voz
—¡Lena! Cariño, ¿estás aquí?
Es mi salvador… justo a tiempo, Evan.
Stephan se separa de golpe, enciende la luz y me mira
esperando una explicación o mejor una elección. Toma sus
cosas y, antes de irse, su mirada de decepción es todo lo
que queda.
Evan ingresa, debo parecer el Joker con el lápiz labial en
toda la cara.
Saca un pañuelo de su bolsillo.
Sí lo soy, no creo que le falte imaginación, ni sentido
común, para saber que acabo de besar a Stephan.
—¿Todo bien? —pregunta mientras termina de
limpiarme.
Asiento, estoy sin fuerzas, recojo mis cosas y me aferro a
su brazo para salir sin sentir que el mundo ha desaparecido
bajo mis pies.
 
17. Happy Valentine's Day

E van no preguntó, parece que es de los que sabe cuando


alguien no quiere hablar de algo en específico. Me
cuenta del casting y de la posibilidad de que Henry Cavill
sea Frank, ni saber que podré conocerlo me hace
emocionar. Stephan tiene la capacidad de debilitarme el
corazón, es superior a mí lo que me hace sentir y contra lo
que me hace pelear.
Al llegar a casa, me meto en la cama y Evan es el
encargado de quitarme las botas, soltarme el cabello y
remover mi maquillaje. Él me ha visto peor así que no me
molesto por ello. Me deja en la habitación y yo solo observo
un espacio blanco enfrente que sería el lugar perfecto para
poner el portrait de Stephan. Claro, si verlo no me causara
úlcera nerviosa.
Revivo el beso una y otra vez y me prometo ser más
fuerte y canalizar mi amor por él hacia Evan, para que me
crea que no le quiero y no le quise.
Patético, pero es lo que tengo.
Evan regresa y trae una sopa, me obliga a comerla
dándome una por una cada cucharada y hasta limpiando mi
boca. Me aprovecho, soy consciente de ello. Pero ahora
mismo todo lo que quiero es sentir y saber que alguien más
puede quererme tanto como yo a Stephan y que entiende
que, el verdadero amor es sacrificarse, aunque se pierda
más de lo que se gane.
Evan es esa persona, o por lo menos lo más parecido. Se
mete en la cama conmigo y me abraza en cucharita
mientras me acaricia el pelo y me pide que duerma y deje
de pensar. Él sabe que algo me duele, sabe que Stephan es
el sueño de amor que no he materializado en nadie más
desde Michael y que me puede más la moral o la fidelidad a
un precepto, que el amor y las ganas.

¡Es viernes trece y hoy nos recibe el amo Grey!


Debería estar dando saltos de felicidad, como sí lo están
las Greysessed que me tienen las redes colapsadas con
imágenes y recordatorios. Pero llevo una semanita que más
parece un siglo de tortura. Stephan me acribilla con la
mirada cada vez que se obliga a verme y le ha dado por
recibir muchas llamadas y salir a citas que no tienen que
ver con el trabajo, aunque él diga lo contrario.
Ayer me hizo treparme en las paredes luego de que se
despidió de la chica diciéndole: «Te espero en casa,
dulzura».
¡¡¡Yo era su dulzura!!!
Y hoy viene muy arreglado, sin barba y el tarro de
perfume encima. Que por cierto me tiene con jaqueca.
Evan está muy ocupado con su nuevo proyecto y una
audición que presentó.
Todos con la vida solucionada ¡y a mí que me coma el
tigre!
Me paso el día entero con llamadas y organizando la
agenda, correos y subiendo noticias a la web. Agradezco
que no me tocara encargarme de las redes sociales porque
eso del mercadeo no es lo mío. Me hace tanta falta escribir
alguna historia pícara, caliente y cursi que me parece un
recuerdo borroso la época en la que solo vivía para ello.
Y ahora mismo me dedico a limar mis uñas porque
estaban muy largas y, para el curso de cocina que empieza
a las cinco en la planta de abajo, las exigen cortas.
¿Cuándo me imaginé que saber cocinar era importante
en mi vida?
Nunca.
Hasta que Evan me cambió el concepto y me sentí inútil
por eso de ser mujer y bla, bla, bla…
Extraño a la estúpida desubicada de mi mejor amiga.
Hoy era nuestro día esperado. Se suponía que, sin importar
el lugar del planeta en que estuviéramos, hoy iríamos a ver
al amo Grey. Saldríamos de allí más calientes que una sopa
y nos iríamos a un bar por mojitos y algún fuck buddy.
Todo un plan VIP.
Así que lo obvio es que no me iré a un cine sola como un
hongo a sufrir de quién sabe cuál síndrome de excitación
masoquista para llegar a casa a bajarme la calentura con
Rodolfo y agua fría. Mejor me pido una pizza y me adelanto
los capítulos que no he visto de True Detective.
Son las cinco, el día ha terminado y mi compañero sale
como una exhalación. No se despide, solo sonríe y esa
sonrisa me duele.
Soy de lo más patética.
Además de que debe estar muy aliviado, al fin puede
librarse de mí. Trabaja el fin de semana, pero no conmigo y
hoy se va de citas.
Ojalá ese jodido café exilie a la chica en el baño toda la
noche.
Recojo mis agendas y demás y me pongo mi abriguito de
pelo gris. Hoy estoy muy girly, de vestidito acampanado y
cuello bebé. Por aquello de marcar territorio, la verdad sea
dicha. Pero es que Stephan tiene la culpa, la tiene. Que no
me provoque porque soy mala y puedo llegar a ejercer la
tortura visual.
Cierro mi puerta y, antes de girarme, unas manos me
abrazan por la cintura.
Ese olor es familiar.
—¿Qué haces aquí, Evan?
—Vine a por mi chica —responde en un susurro cerca de
mi oído. Su vocecita de gemido me hace erizar la piel.
—Tengo clase.
—Hoy no.
Me suelta y volteo el cuerpo para poder verlo. Cada día
con más barba.
Paradojas de la vida.
—¿Pretendes interpretar al lobo feroz en Broadway?
Sonríe y se ve tan dulce detrás de esa pelusa.
—Serás la señora de Feroz.
Esta vez me carcajeo. Ya le conté mi plan para hacerle
creer a Stephan que estoy muy enamorada de él y por eso
me trae al trabajo o me recoge. No lo considera crueldad,
dice que es un modo de permanecer fuerte ante la
tentación y que para él es válido.
—¿Me acompañas a clase?
—Nop. Vamos al cine ahora mismo.
Junto las cejas.
Él imita mi gesto y eleva una, es su mueca de malicia y
desafío.
Y no me doy cuenta cuando me levanta como a una caja y
me saca hasta el ascensor.
—Dejaste de ser feroz para ser salvaje. ¡Bájame!
Justo al cerrarse las puertas, obedece.
—Vamos al cine.
—¿A qué?
—¿Cómo que a qué? Te gusta esa trilogía y me la
contaste con pelos y señales todas estas noches. Ya quiero
ver el cuarto rojo del dolor y a Dornan como un dominador.
Pongo mi gesto de incredulidad.
—Es una peli para chicas.
Las puertas se abren y salimos, afuera cae una delgada
capa de nieve pegajosa. El auto espera enfrente.
—Piensa que soy tu mejor amiga —se encoge de
hombros.
—Sinceramente prefiero una con vagina. Por aquello de
que alguna escena pueda…
—¿Excitarte? No es un filme porno, es erótico…
—No has leído los libros.
Deja caer los hombros. No dice nada se limita a abrir la
puerta para que ingrese y yo, yo me limito a obedecer.

La peli acabó… dos horas ¡dos horas!


¡Acabo de rendirme a los pies de Jamie!
—¿Quieres cenar?
Niego con la cabeza. Salimos del cine buscando el
estacionamiento.
—¿Por qué estás tan callada? ¿Te decepcionó?
—Necesito una gran barra de chocolate.
Evan se detiene, me agarra por los hombros intentando
que le explique mi petición y mi mutismo.
—Elena, no sé qué te sucedió allá dentro…
—Mira —me rindo a la realidad—, ver la película y revivir
el libro me han despertado las ansias, más que cuando me
despierta cierta protuberancia tuya pegada a mi trasero.
Así que, antes de abalanzarme sobre ti, necesito comer
mucho chocolate.
Evan se burla, no puedo creer que no entienda lo que es
necesitar sexo.
¿Quién es el raro en esta relación?
—Mejor vamos a un bar, te relajas y haces tú conquista
de la noche. Ya si quieres dejarte amarrar o azotar, es tu
asunto —intenta ponerle humor.
A mí no me divierte. Le golpeo en el pecho.
—¡No necesito que seas mi proxeneta!
Me ha dolido ¡joder! Y se supone que era lo que hacía
antes, pero ahora que no quiero montármelo con
cualquiera, me ofende que lo mencionen.
¡Estoy maldita!
—Lo siento, vale. Me he pasado.
No respondo, subo a mi lugar en el auto y abrocho el
cinturón.
—Lena, por favor…
—Shhh… no pasa nada, estoy susceptible. Tener a
Stephan cerca y luchar con la histeria hormonal se lleva
mis fuerzas. Al abjurar de mi Te lo pierdes renuncié
también a esa vida de sexo por placer…
—¿Porque probaste el sexo con amor?
—Porque me enamoré y dejó de ser solo sexo. Ahora
estoy entre el amor y el sexo.
Evan me revuelve el pelo y enciende el auto.
—¿Qué quieres hacer?
—Quiero una gran taza de chocolate caliente, mientras
me lees el libreto de La mujer de los cinco nombres.
—Sí, ama.
Y dicho de sus labios me hace sonrojar.
Dormí abrazada a mi nuevo superhéroe favorito. Evan es
como un oso de felpa para dormir en invierno. Abro los ojos
de golpe por la vibración del teléfono sobre el cubo de
Rubik. Estiro la mano para tomarlo, es el de Evan.
Enseguida suena el timbre.
Él sigue dormido, no lo nota.
Me suelto de su agarre suavemente y abandono la cama.
Dando un par de tumbos llego hasta la puerta. Y, al otro
lado, la cara de un chico moreno me sonríe. Luego de ver
mi pijama, off course, que es de Batman. No preguntéis
quién me la ha prestado.
—¿Hola?
—Hola. ¿Lena?
Me conoce.
—Depende de quién la busque.
El chico sonríe, es igual de alto que yo y lleva el cabello
en corte años cuarenta, viste gabán, zapatos de cordones y
corbatín en el cuello de la camisa.
¿Hípster?
Bueno, lo que debe importarme es su nombre.
—Soy Francis, el representante de Evan.
¡OMG!
—Pasa, por favor —despabilo enseguida—. Evan aún
duerme ¿quieres té, café…?
—No te preocupes, cariño. Evan rara vez despierta
temprano un sábado, por eso se parte el trasero toda la
semana. Pensé que estaría solo y que lo raptaría a una
barbacoa que le hemos preparado por su cumpleaños.
¡¡¡Cumpleaños!!!
¡La madre que me parió!
Lo olvidé. Se me fue la semana entera con mis tonterías
y me olvidé de comprarle un regalo.
Francis me observa fijamente, la expresión me ha
cambiado.
—¿Pasa algo? ¿Tenéis planes? Puedo posponerlo…
—No, no es eso. Es que recordé que tengo algo que
hacer.
Me muevo buscando mi móvil y el abrigo.
—¿En San Valentín?
—¡Justo para San Valentín! Estás en tu casa, supongo
que sabes dónde está todo. En una hora le llegará el
desayuno, he pedido para dos. Disfrútalo y que paséis un
buen día.
—Pero, también estás invitada.
Muy tarde ya he cerrado y bajo las escaleras a toda
velocidad.
Entro como una bala, paso a la ducha. Unos vaqueros,
zapatillas y una sudadera de Mickey Mouse, me hago una
dona con el pelo y unas Prada en mis ojos para que no se
noten las ojeras. Pido un taxi y me voy a Soho, me han
dicho que allí hay un lugar donde puedo conseguir
colecciones de cómics y artículos muy valiosos. Por el
camino intento lograr una reservación para cenar en
Mark’s. Es su favorito y como es de suponerse no hay
mesa.
Navego en una guía de un blog sobre cenas en San
Valentín. Me dan opciones en Brooklyn o en uno de esos
cinco estrellas que no podría pagar ni ofreciendo mi alma.
Y Brooklyn no es una opción.
Solucionaré el regalo.
El lugar es una cripta, tal cual os lo podáis imaginar.
Paredes de ladrillo gastado, tuberías, puertas metálicas con
efecto de disparo, pisos de gravilla y estanterías de cristal
con libros de cómics perfectamente protegidos, al igual que
disfraces, réplicas, muñecos, tazas, camisetas…
Doy vueltas y vueltas buscando algo que me enamore,
pero no consigo nada. Además de que lo que veo aquí, Evan
ya lo tiene y en una calidad máxima. Salgo decepcionada,
hambrienta y sintiéndome fatal por ni siquiera haberle
dado un beso en la mejilla deseándole un feliz cumpleaños.
Es hora de llamarle, no quiero que piense que lo olvidé.
Me paro en una acera junto a un quiosco de revistas y
una chica que tiene una camada de cachorros a los que les
busca hogar.
—Hola.
Saluda con la voz oscura, parece que lo he despertado.
—¡Feliz cumpleaños, idiota!
Se carcajea.
—¿Hoy es el día del idiota?
—Pero no de todos los idiotas enamorados, solo del
perfecto idiota, tú.
—Estoy un poco decepcionado… esperaba despertar y
verte usando unas orejas de conejo, lencería transparente y
dándome el desayuno en la boca.
—¿Te creíste Hugh Hefner?
—¿Por qué no estás aquí?
—Lo lamento, en serio. Pero tuve que salir de
emergencia. El desayuno te espera en la cocina y tu
mánager también.
—Y yo que pensé que este día nos iríamos de picnic a
Riverside. Tendré que verle la cara a un montón de gente
que no conozco y que me harán creer que me adoran.
—¿Siempre es así?
—Infortunadamente sí, esté donde esté, siempre llega
Francis y una pandilla de amigos suyos, porque míos no
son, y tengo que hacerme el gracioso, emocionado y
agradecido de tenerles.
—No seas injusto con él.
—No lo soy, solo que no entiende que no necesito de
mucha gente fingiéndome amor para sentirme bien. No voy
a suicidarme porque solo cenemos juntos o veamos un
juego de la NBA en su piso. Mis amigos me llaman, me
envían mensajes o se burlan con memes y ya está. Nos
vemos luego y celebramos juntos sin tanta parafernalia.
—Lamento no haberlo hecho diferente esta vez.
—Lo es, estás en mi vida y eso hace que este año sea
diferente y mejor, hormonitas.
—Te veo al rato.
—En cuanto puedas salvarme, no lo dudes. Te enviaré la
dirección.
Y hago resonar mis labios en un beso que es
correspondido.
Fijo mis ojos en la publicación de BEAU para febrero, lo
que me recuerda que nunca vi la de VOGUE que hicimos
con Casilda.
¡Casilda!
Llevo una semana sin saber de ella.
Antes de que pueda sacar el móvil, la voz de la chica de
los perros me alerta, uno de ellos se ha hecho pis en mis
zapatos.
¡My fu**ing life!
—Lo lamento tanto.
—Yo más, créeme.
La pobre se sonroja, está realmente avergonzada y me
ofrece una toalla para limpiarme, tampoco es para tanto.
¿Cuánto daño puede hacerme tres gotas de un cachorro?
Sin embargo, la acepto, miro a un lado y al otro y no tengo
idea de lo que puedo regalarle a Evan. Descarté los cómics,
no colecciona música ni películas, no es mucho de leer así
que un libro no me salvaría, nada de prendas de vestir
porque tiene un buen surtido, relojes solo le he visto el
mismo…
Le daré una estilográfica para que firme autógrafos.
—¿No le gustaría adoptar uno?
Eso me causa gracia, si en realidad quisiera un perro
habría reparado en ellos.
—No, gracias. Lo que necesito es encontrar el regalo
perfecto y no tengo opciones.
Lo digo más para mí que para ella.
—Le aseguro que un cachorrito en San Valentín es el
mejor de los regalos.
—No. No es porque hoy sea ese día, es para un
cumpleaños.
—¡Aún mejor!
—No, gracias.
Y me voy de allí tan rápido como puedo porque si me
quedo no solucionaré mi dilema. Vuelvo a las tiendas de la
Quinta Avenida en busca de una revelación con música
celestial incluida.
Le pregunto a Brian que me propone algo menos
material, una cena hecha por mí, o una tarta. Olvida que no
sé de repostería ni cocina en general, por eso prefiero
acudir al dinero.
Me siento frente a Apple Store, podría ser el nuevo
iPhone salvo que ya lo tiene, o una cámara de esas
antiguas…
Casilda lo sabría.
Le llamo pero todas las veces me manda al buzón,
empieza a preocuparme su silencio. El reloj dice que pasa
de las dos y el estómago me ruge.
Podría salir de una tarta de cartón vestida de conejita
playboy…
Neee… me falta cuerpo para eso…
Además de sus preferencias.
E: —Si fuera Stephan ¿qué le darías?
L: —¡Batracia! Ayúdame.
E: —Ya te estoy ayudando, responde.
L: —Con él es diferente, su piso ni siquiera tiene muebles, podría
darle un jarrón y quedaría como una reina.
E: —Bueno, entonces piensa en un par de palabras que nos dijo: «El
niño que siempre seré».
L: —Y ¿ese cambio con respecto a Evan?
E: —Es momentáneo, no te acostumbres.
Me voy a por un emparedado porque ya no puedo
aguantar más, espero que luego de comer se revelen las
respuestas.

PERFECTO IDIOTA: Esto está matándome, Lena.


¿Quisieras aparecer y salvarme?

Un mensaje desesperado y una fotografía. En primer


plano una cerveza y una mano que es suya y al fondo un
montón de gente hablando en grupitos.
Pobre, está aburrido. En eso lo entiendo, ambos somos
repelentes sociales.
Me doy por vencida, no encontraré el regalo perfecto así
que dejaré mis ahorros y la mitad de mi alma en un reloj
Cartier.
E: —¿Un niño sería feliz con un reloj Cartier?
L: —Evan no es un niño.
E: —¿Ah, no? Vaya, yo creí que vivir en la cueva de Batman ya lo
dejaba claro.
L: —Vale, un poco infantil, lo reconozco. Pero no puedo darle un
juguete.
E: —Prepara la cena, algo especial y luego lo sabrás. Así como
cuando pierdes un poco de inspiración al escribir y sigues el consejo
de Agatha Christie siendo ama de casa.
L: —Está bien, eso suena más inteligente. Veamos qué puedo hacer.

El reloj marca las cinco de la tarde, compré una lasaña


lista para hornear y dos botellas de vino tinto del bueno.
Que no es que yo sepa de vinos, pero creo que el precio
influye en la calidad… espero.
Con mis manitas preparé un postre de esos extra rápidos
y fáciles que encontré en Pinterest y está en la nevera. El
piso limpio y la mesa puesta, en la pared he colgado
serpentinas brillantes en dorado y rosa para hacer alusión
a ambas fiestas y un letrero que dice «Feliz día».
Y ¿el regalo?
Bueno hay algo que no le he visto y es una consola de
videojuegos. ¿Qué más puede hacer feliz a un niño que eso?
Me voy a buscarla porque le dije que estaría a las seis en
casa, no le salvé el día, pero puedo hacerlo en la noche.
Podemos pasarnos las horas con algún torneo gamer…
Vale, pues mi plan no ha funcionado tan bien porque la
dichosa consola está agotada y las nuevas llegan para el
final del mes. Tengo quince minutos para llegar a casa y
estoy en Soho.
Vuelvo a la misma esquina donde la chica de los
cachorros está recogiendo la jaula que en la mañana estaba
llena.
—Se los han llevado todos… —comento mientras espero
a que pase un taxi.
—No a todos, me queda uno y es triste porque es el
primero en salir a saludar, quizá no es tan guapo, o puede
que sea porque tiene mucho pelo.
—Y ¿dónde está?
—Allí —me señala una caja.
—¿No pensarás…?
—No puedo tenerlos en casa, mi padre me dio hasta hoy
para conseguirles un lugar y casi he cumplido. Por esta
calle pasa mucha gente, puede que…
—¡No!
Y me hallo totalmente desconcertada, angustiada, no sé
cómo explicar lo que siento. Pero es como si yo fuera ese
pobre perro abandonado en una caja. Camino hasta allí y la
recojo, unos ojos color miel en medio de una pelusa negra
de trompa blanca me saludan y enseguida se levanta y bate
su cola. Se para en dos patas para llegar hasta mi rostro y
darme un lametón.
—¿Ha cambiado de opinión? —La chica me entrega un
kit de comida y nuggets junto a un carné de vacunación.
—Me lo llevo, si no sirve como regalo al menos me hará
compañía.
Y ya puedo irme a casa.

Las puertas se abren y Evan espera en las escaleras.


—¡Cierra los ojos! —ordeno enseguida y escondo al
cachorro.
—¿Vienes con tu traje de conejita?
Idiota.
—No, solo que debo entrar primero que tú y hacer que,
lo que iba a hacer, funcione como si no hubieras llegado
antes que yo.
—Bueno… esperaba un abrazo, pero si es lo que
quieres...
Él y sus simplezas.
Me meto en casa, agradezco que no usara su llave para
esperarme dentro.
Dispongo el postre en la mesa, las copas y una de las
botellas. Solo tengo que pasarle un paño al regalo por el
pelo y estaremos listos. Lo dejo en el sofá y voy a abrirle la
puerta.
No me escucha, está recostado en la pared con los
audífonos puestos y concentrado en lo que escucha. Tomo
mi móvil y le envío un texto.

ELENA: Espero detrás de ti para poder


abrazarte.

En cuanto lo lee se gira y allí estoy yo con los brazos


extendidos y regalándole una amplia sonrisa.
Me levanta y me da un par de giros.
—¡Feliz cumpleaños, idiota! —Le doy un beso en la piel
arriba de la mejilla, es que con tanto pelo ya ni le queda
espacio—. ¿O feroz?
Hace un rugido y le tomo la mano para llevarlo dentro.
—¡Sorpresa!
Y como si lo hubiésemos practicado, el cachorro se lanza
del sofá y llega corriendo a los pies de Evan.
—¡Lena!
Se inclina para recogerlo y noto en sus ojos un brillo
distinto, el del niño que siempre será.
—¿Te gusta?
—Es la cosa más peluda que he visto…
—¿Después de ti?
Se descojona y lo baja para tomarme por la cintura y
mirarme con sus ojos bellos llenos de felicidad.
—Gracias, hormonitas, este creo que es el mejor regalo
que me han podido dar.
Le abrazo por el cuello y me quedo allí un buen rato
mientras el corazón me late distinto, como con otro
compás. Por primera vez me siento alguien diferente,
alguien que no sigue un libreto, alguien que sí tiene
corazón.
 
18. Elena la Magdalena

Esta ha sido la semana más larga que he tenido. Sin


descanso ni un día y el domingo no podría ser la excepción
¿verdad? El plan de mis pies era quedarse en la cama el día
entero porque ayer caminaron mucho, pero hoy tengo una
cita que no puedo postergar por nada en el mundo, así que
luego de despertar en brazos del lobo feroz y desayunar el
mejor omelette de la galaxia, hemos llegado al hospital
para visitar a Susie. Evan tiene la misión de vigilar y hacer
de campanero. No sabe las razones reales que la mantienen
aquí, lo que sí sabe es que vengo como mercenaria y tan
siquiera compré flores, pero lo que menos necesita Susan
es un jardín en su habitación.
Susie lo ha organizado todo, se ha hecho amiga de una
enfermera y ella es la que me permite pasar sin tener que
registrarme. Estoy frente a la puerta preparándome para
ver a la versión femenina de mi tinieblo.
—Toc-toc
La puerta se abre enseguida
—¡Elena!
Y Susie se lanza a mis brazos, la siento tan delgada y
frágil que parece que se va a desmoronar.
—¿Cómo estás? —paso mis manos por su cabello, escaso
y frágil.
Nos acomodamos en unas sillas que están al lado de la
ventana.
—Contando los días que faltan para salir de este infierno.
Acaricio su rostro, es tan parecida a Lauren…
—Eso depende de ti ¿no? Debes hacerlo bien esta vez,
ser más constante y luchar contra todo.
Desvía la mirada hacia el exterior, se nota que ha tenido
tiempo para pensar en su vida y las decisiones que ha
tomado.
—¿Cómo lo hiciste tú? Solo alguien que lo ha logrado
puede dar un buen consejo.
Exhalo un suspiro.
—El comienzo fue desastroso, no te lo puedo negar. Solo
quería encerrarme y dormir, así acallaba las voces.
—¿Hiciste algo como esto?
Me enseña las muñecas vendadas.
Ahora soy yo la que mira a la ventana.
—Al inicio solo fue el silencio y convencerme de que
tenía la culpa de todo, terminé odiándome y solo había un
camino…
Su mano toma la mía.
—¿Qué hiciste?
—Es mejor que no lo sepas —sonrío melancólica.
—¿Por qué no?
—Te lo diré, lo prometo. Pero cuando hagas las paces con
la comida.
Sonríe con timidez, como si lo viera muy lejano e
imposible. Es la etapa de la comida abundante, de las
calorías y carbohidratos necesarios. Ahí se empieza la
verdadera rehabilitación.
—Hemos tenido suerte, mi hermano trabajará todo el día.
—Lo sé, trabajo con él.
—¡¿Qué dices?! ¿En esa ONG a la que quiere llevarme?
Asiento con la cabeza.
—Empezamos esta semana y te juro que ha sido un
martirio. Tenemos que compartir la misma oficina y ya te
imaginarás el ambiente que se respira allí.
Susie tuerce la boca y me da la razón.
—¿Qué fue lo que pasó entre vosotros? Os veíais tan bien
juntos, mi hermano estaba más relajado respecto a mí y
lejos de esa chupa sangre.
—¿La conoces?
—¡Por favor! Se pasa los días aquí, intenta que Stephan
regrese con ella y es tan... mira no debería decirlo, pero es
una arpía lameculos. Con él se vende como un alma de
Dios, pero luego saca las uñas. Me tiene hasta la…
coronilla, ¡no la soporto! Y no entiendo por qué mi hermano
es tan idiota, debería mandarla a tomar viento fresco de
una vez.
—Tranquila…
—Elena. ¿Qué pasó? —insiste, confundida.
—Susie es complicado, no hablemos de eso ahora.
—Debemos hablarlo, porque mi hermano escucha tu
nombre y enseguida se pone como toro de lidia. No quiero
pensar en que tú hiciste algo tan malo, Stephan no suele
ser tan cascarrabias.
Un bip-bip

PERFECTO IDIOTA: Acaba de llegar tu tinieblo.

La piel se me pone de gallina enseguida y empiezan a


sudarme las manos.
—Tengo que irme, Stephan acaba de llegar.
—Dijo que tardaría.
—Es mejor que no me vea aquí —me levanto y le doy un
abrazo—, sabes que me tienes al otro lado de la línea,
siempre. Cuéntamelo todo ¿vale?
—No, si tú no lo haces.
—Haremos un pacto de amigas en cuanto salgas de aquí.
Beso su mejilla y salgo de la habitación, doy dos pasos y
escucho su voz, apenas si tengo tiempo de esconderme en
la estación de enfermería.
¡Y viene con esa víbora!
La sangre se me sube a la cabeza, me encantaría usarla
de trapeador, la muy zorra no tiene ni pinta de estar
embarazada.
¡Hija de su…!
Porque me llamo Elena Rocha que esta se la cobro.
E: —Eso me gusta… alguien te lo dijo y solo faltaba ponerte un poco
de carnada: «puedes ser peor si te lo propones».
L: —Lo soy, Elena, sabes muy bien que lo soy.
Salgo del hospital a zancadas, necesito respirar,
canalizar mi ira y pensar en cada movimiento antes de dar
el primer paso. Tengo que estar segura de que esta partida
la gano yo antes de mostrar las cartas.
—Hola ¿cómo estuvo? —pregunta Evan, sentado en la
vereda mientras le rasca la tripa al cachorro. Enseguida se
levanta con él en brazos.
—Bien y ¿vosotros?
Evan apoya un brazo en mi hombro mientras caminamos
hacia el estacionamiento.
—Hemos tenido tiempo para discutir un nombre…
nuestro hijo se llamará Rufus.
—¿Nuestro hijo? —inquiero irónica.
—Sip, eso es lo que somos ahora, una familia de dos
humanos y un perro. Nos turnaremos para cuidarle, porque
ya sabes que no podré llevarlo siempre conmigo.
—Evan…
—Yo pago por todo, tú… sé su madre.
Me carcajeo y le abrazo con más fuerza, Evan puede
conmigo cómo y dónde sea. No he podido decirle que no a
nada, ni una sola vez.
Al subir al auto, deja al cachorro conmigo, se toma un
momento para responder el teléfono, le observo a distancia
y es innegable que tiene mucho sex appeal, pero lo que más
sobresale es su ternura, sus ojos, la forma de sonreír y
juntar las cejas… es perfecto, lástima por lo demás.
Perfecto idiota.
 
 

Lunes
Una nueva semana, se supone que el invierno empieza a
despedirse pero yo estoy a punto de congelarme, bueno, es
lógico cuando decides ponerte una falda de lápiz y no llevar
medias.
La vanidad duele…
Evan me lleva al trabajo, como ya parece costumbre, sale
del coche para acompañarme hasta la entrada.
—Vete ya que si Stephan te ve, voy a tener un día de
tortura infernal.
—¿En realidad crees que yo pueda darle celos? —
pregunta como si, a estas alturas, no supiera el nivel de
intensidad que maneja Stephan.
—¿Te has visto en un espejo? Hasta tu reflejo debe
tenerte celos.
Niega con la cabeza y me observa.
—La belleza es accidental.
Entrecierro los ojos y me voy desembarazando de él.
—Debiste caer de un avión a mil pies de altura.
Se ríe con ganas y me da un beso en la frente antes de
irse.
—Suerte hoy —le deseo y su figura desaparece al
cerrarse las puertas.
La mañana ha estado tranquila porque Stephan ha
estado en trabajo de campo tomando las fotografías,
mientras yo me encargo de las notas para los informes de
prensa. Amy ha venido a impartir una charla a jóvenes de
secundarias públicas apoyada por testimonios de las chicas
que han acudido a la ONG.
Llega el momento del cierre, Amy se acerca para dar la
última frase:
«Puede que lo más feo de nosotros, sea lo que más
mostramos».
Profundo.
—Ahí te hablan —dice Stephan pasando por mi lado, sé a
lo que se refiere. Soy esa mujer hueca y sin sentimientos
que se esconde detrás de un buen traje y un cabello
perfecto para no mostrar lo que es.
Es lo que piensa ahora de mí, me lo he ganado, en parte
porque es lo que soy y en parte por idiota.
Eso me enseñará.
Me ubico en mi lugar junto a una mesa con folletos
informativos y me dedico a responder a las interesadas.
De día no tengo permitido dejarme llevar por
sentimentalismos.
Martes
Es martes y hoy la nostalgia me gobierna. He soñado con
Michael y eso solo puede significar que mi corazón solitario
está triste. Cada vez que despierto sintiéndome la
abandonada de Cupido, él se ha paseado por mis sueños.
Es muy ilógico si lo pienso mejor, tal vez se lo adjudico a
que ha sido el único amor que he disfrutado a plenitud y
extraño esa locura romántica de vivir deseando un beso,
una mirada y un abrazo de alguien. Tengo a Evan, no puedo
ser malagradecida, pero no es lo mismo porque es como si
fuera Johanne con barbas y chichi. Además, si esta mañana
hubiese amanecido manoseador, seguro que lo habría
violado. Estoy necesitando afecto sexual y es lo único que
él no puede darme.
E: —¿No puede?
L: —¡Ya vale! Poder puede… pero no debe(mos).
Llueve y yo camino con mis botas hunter llegando a
destino, hoy ni ganas de colores vivos tenía, que lo diga la
parka verde militar que cubre un suéter gris y unos
vaqueros. Doy vuelta a la esquina y Stephan frena de golpe
su bicicleta para no chocar con un auto, lo que sí sucede es
que ese auto no puede esquivar un charco y termino con
parte de la cabeza y el cuello empapados. Y, por cerrar los
ojos, no me doy cuenta del truño de perro que hay y lo piso.
Venga ya…
Si fuera yo en mis días de gloria, a ese imbécil no le
habría quedado estirpe por salvar, pero como estoy en plan
Lena la Magdalena, me meto a toda prisa y busco un rincón
en el elevador para no ser vista. Stephan ingresa y me
ofrece un pañuelo, que no acepto porque soy muy cobarde
para admitir necesidad.
Las puertas se abren.
—Al menos por hoy, lucirás como tú.
Y me voy al baño a llorar la desgracia de que Stephan se
dé el lujo de ser un capullo conmigo, porque fui tan imbécil
de mostrarle mi fragilidad.
Una hora más tarde ingreso a la oficina con el cabello
cubierto por un gorro que me ha prestado Jackie, solo las
puntas de la melena de león pueden verse. Los ojos de
Stephan enseguida van a mi cabeza y su expresión se
contrae.
—Una hora de trabajo perdida porque no puedes ser tú.
¿Cuándo piensas crecer? —continúa con sus menosprecios,
matándome poco a poco.
¡Ah, no! Hoy no estoy para aguantar a nadie… si ni me
aguanto yo misma.
—¡Mira, Stephan! Si lo que buscas es fastidiarme y
hacerme la vida de cuadritos para que salga de aquí, el que
pierde tiempo eres tú. No me iré, no voy a renunciar y que
te quede claro que no pienso soportar tus ataques. Esta es
una empresa y puedo quejarme y hacer que te impongan un
memorando. Tampoco es fácil para mí y no me estoy
quejando. Te aguantas o te jodes.
—Vaya… si lo que te sobra es cinismo.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco…
Suena el teléfono.
Él toma la llamada, dice dos palabras y yo ya estoy
poniéndome en mi lugar.
—Era la agencia de publicidad, tienen una propuesta y
preguntan si podemos verla esta tarde.
—Que la envíen al correo o la manden aquí, no he traído
cambio de ropa.
Encoge los hombros y se limita a transmitir el mensaje.
—Lo dejarán en la bandeja de entrada.
—Bien.
Las horas se me hicieron siglos, subí mis notas a la web y
le pedí a Stephan algunas imágenes para soporte visual. Él
se pasó la mañana tarareando una canción que lo que hizo
fue rascarme la herida y ponerme peor.
Todos salieron a su hora de almuerzo menos yo, puse la
canción para mí, no por masoquismo sino como catarsis, no
creo que aún me duela Michael, lo que me está matando es
estar enamorada de Stephan y que el universo conspire
para que, tratar de dejarlo ir, sea imposible.
Porque nada dura para siempre, incluso la fría lluvia de
Noviembre…
Termina y creo que es la décima vez que suena. Estoy
sentada en el suelo pensando en todos los pasos seguros
que creí haber dado y que resultaron ser en falso. Me
sostengo no sé en qué, pero esa base está por quebrarse.
No por lo de Stephan, es por todo, mis vacíos, mis miedos,
mis silencios, mis amigas que ya no están, mi familia, mis
sueños rotos…
La puerta se abre y enseguida me levanto.
Stephan me observa, yo solo busco la salida.
—Elena…
—Ahora no, hoy no.
Y recojo mis cosas, le digo a Jackie que son los dolores
del mes y me voy.
Lo que me duele este mes es la vida.
 
Miércoles
Evan está de viaje firmando un contrato, se va de rodaje
la próxima semana y yo me quedo con Rufus. Anoche lo
necesité tanto que también empantané la almohada por
ello, por convertirme en alguien tan dependiente. Me bebí
todo lo que tenía y vomité la alfombra.
Soy el peor ejemplo para Rufus que se limitó a
acompañarme el pedo y despertarme en la mañana a
lametones para que no llegara tarde. Bueno, lo alertó el
sonido del móvil.
El punto es que me levanté, lo llevé a la clínica de
mascotas del primer piso, que es donde Evan paga para
que lo cuiden y lo entrenen, y luego dejé la alfombra en la
recepción para que la mandaran al lavado.
Culpé a Rufus, para algo me servirá ese perro en mis
desmanes de soltera con hormonas cachondas, enamoradas
y sentimentales.
Tripolares que no es poco.
Pero hoy he llegado al límite que nunca imaginé que
cruzaría: mi melena de león.
La lavé, la sequé, le puse hidratantes y cremas y la dejé
al viento, bueno con un sombrero redondo de ala ancha
color vino que los obliga a quedarse quietos. Mas debo
parecer Slash… aun así no pienso permitir que se
aprovechen de mi debilidad.
En la oficina no hay nadie, pero sí hay margaritas y un
vaso de café de Starbucks con un pósit encima.

Perdón, me he comportado como un imbécil por segunda


vez.
Eso me hace sonreír, lo recuerda…
Stephan me quiere o algo que se le parezca, pero tiene
orgullo y no lo doblegará de nuevo, lo que me deja a mí
como la única que puede salvar la historia y ahora mismo
no considero que se pueda construir sobre verdades a
medias.
—Buen día.
Y su tono cordial me pone a temblar.
No seas tan tú, Bradley que eso me acojona.
—Buenos.
El teléfono suena y debo responder. Salgo al pasillo y me
voy hasta la cocina.
—Hola, hormonitas, lamento no haberte llamado al
despertar, pero ya sabes cómo va lo del horario aquí.
—No pasa nada, ¿regresas hoy?
—No, Lena, necesitaba ir y abrazarte un poco, quitarte la
tristeza que tu voz me transmite y hacer que me hables de
lo que pasa, pero debo volar en unas horas a Rusia, el
protagonista de la película tuvo un accidente y me han
elegido como reemplazo, el rodaje ya ha comenzado así que
no pueden perder más tiempo.
—Estoy bien, idiota. Hasta puedo insultarte con gracia.
Vete que yo cuido de Rufus.
—¿Seguro? Estaré un mes, quizá dos…
—Soy un adulto casi responsable, me las apañaré sin ti.
Lo único que voy a secuestrar son tus pijamas.
—Tontita… haz lo que quieras que también es tu casa. Te
llamaré. Buscaremos un horario para que puedas
contármelo todo. Te quiero.
Vuelve el agua a rodar por mis mejillas, esta vez se trata
de otra cosa, de que, nunca, a nadie que no sea Johanne, le
he dicho:
—También te quiero.
 
Jueves
Hay días en los que uno despierta y quisiera poder
morirse un poco y volver cuando se sienta mejor. Este
jueves es de esos. Mi vida parece una goma a la que ya no
le queda elasticidad y empieza a desintegrarse. No es el
mejor símil, es cierto, últimamente no estoy tan lumbrera
porque me he dedicado a ingerir alcohol como si se tratara
de beber o vivir. No es fácil para mí lidiar con los
sentimientos, no puedo, ya no puedo ponerme la careta y
parecer de piedra, estoy sensible y vulnerable, no hallo
felicidad en nada de lo que tengo y lo que hago y eso me
hace sentir un ser hostil, egoísta. Antes era alguien, vivía a
un ritmo, me exigía, cumplía mis reglas y nada fallaba.
La noche se me ha pasado pensando en la última vez que
di un beso de verdad, un beso con amor y no logro
recordarlo. Fue a Michael y fue el último antes de que se
fuera, pero su sabor y su recuerdo fueron quedando
enterrados bajo besos vacíos, usados, prestados y robados.
Ninguno verdadero, ninguno propio y mientras termino mi
comida y camino por Central Park, solo pienso en que no
quiero perder a Stephan o la esperanza de tener amor en
mi vida se habrá ido para siempre.
 
Viernes
«El viernes es un buen día para enamorarse».
Así me ha dado Evan los buenos días. Me pide que salga
con las chicas del trabajo a algún bar, me tome una copa,
flirtee y me sienta coqueta, mujer... Lena Roach.
Estoy tan lejos de mí misma…
Y no es por culpa de la hostilidad de Stephan, intenta ser
cordial, pero le cuesta porque yo clavé el puñal primero,
tiene razón en querer hacerme sentir un microbio. La culpa
es mía, son mis años y el pasado. Para ser sincera, ver a
Susie me recuerda mi propia batalla y ese es un recuerdo
que siempre va a doler, pero si se lo comento a la tía
Maggie dirá que lo que tengo es una réplica, una recaída
porque no quise hablarlo con nadie y me erigí sobre arenas
movedizas. Es cierto, hablar de que lo superé o de cómo
pasó no es fácil, pero puedo hacerlo, de lo que no hablo es
de cómo me dejé caer en ese agujero negro, de todas las
locuras que cometí, de Lauren o de lo que siento. Con todo
me atraganté y, un día, me levanté decidida a ser otra, a
dejar atrás a Elena Rocha y desde entonces nada parecía
poder romperme, calarme, traspasarme…
Pero es que el amor no es nada
Y nada es como el amor…
Y este viernes, necesito amor.
 

—¡Elena!
—Hola, Alan ¿Qué tal California?
—Caluroso, mucho tráfico y más contaminación.
—Y yo que estaba pensando en hacer una visita de fin de
semana.
—Los señores no están.
—A ellos no, a ti y a Rebecca.
Escucho un suspiro.
—Sería grandioso, hace días que no sé de mis hijos y ella
empieza a verse triste.
—¿Stephan no os ha llamado?
—Sí lo hace, pero ahora que tiene un trabajo con horario
no dispone de mucho tiempo, dice que Susan está
estudiando y que va muy bien, pero creemos que nos oculta
algo.
—¿Siempre ha sido tan distante?
—Mi hijo ha sido muy independiente, pero sé que esa
distancia de los últimos años no es gratuita, él nos culpa.
—¿De lo de Susie? Eso es algo que no se puede prever.
—Susie, Stan… las deudas
—¿Stan?
—Stan era…
—Elena, necesito que me hables de la campaña
publicitaria.
Irrumpe Amy en la oficina.
—Claro
—Te llamo luego, cariños a Rebecca.
Preparo la pantalla de televisión para mostrarle la
propuesta que han enviado, no me equivoqué es escarnio.
Le doy a reproducir y me pide parar antes de que acabe.
—¿Qué opinas?
Lo pienso un poco, no porque no tenga claro el concepto,
sino porque no sé qué debería decirle a ella.
—Sinceramente, lo considero escarnio y…
—Apesta.
Juntas sonreímos.
—Eso es. No me gusta para nada.
—¿Tienes otra idea en mente?
—La tengo puedo trabajar en ella y traerte un borrador.
—No hay tiempo, hazla y ponla a rodar enseguida. Confío
en tu criterio.
—Gracias.
Gira su silla para irse, Stephan ingresa luego.
—Elena, hay dos chicas que grabarán sus testimonios
para el congreso de la ONU, ¿qué día puedo citarlas?
Busco en la agenda los pendientes de la siguiente
semana.
—Tienes copada la semana con Amy en las demás
escuelas y no creo que confíes en mis dotes de
camarógrafa.
—Tienes razón.
—Claro ¿por qué confiarías en mí?
Dejo mis ojos fijos en las letras y un segundo después ya
lo tengo junto a mí.
—Te confiaría mi corazón, otra vez, incluso si supiera,
que lo romperás en mil pedazos más.
—No seas tan cruel.
—Mírame —su mano eleva mi mentón y le sostengo la
mirada, con todo y lo que me cuesta hacerlo—, me he
portado como un gilipollas, tengo que reconocerlo. Estaba
muy dolido contigo, pero estos días, verte tan triste y a la
vez tan entregada a tu trabajo, me comprueban que mi
Elena sigue allí en algún lugar, esperando por ser
rescatada. Puedes contarme lo que pasa ¿es tu relación
con...?
—No salgo con él, Stephan, ni con nadie.
Juré que haría el teatro de fingirme enamorada de Evan,
pero es algo inútil y cruel negarme a la realidad, cuando lo
obvio es que no puedo ocultar que, cada vez que veo a
Stephan, de los ojos me salen chispitas. Ese imbécil que
tengo enfrente me ilumina la vida porque estoy colgada por
él.
—¿Por qué me dejaste?
Y llueve sobre mojado.
—Stephan, de corazón te lo digo, pasa la página por
favor.
—¡No puedo, Elena! ¿Cómo te lo hago entender?
Necesito una razón, la verdad. Porque esta situación me
está volviendo loco. Hay días que quisiera no tener que
venir porque verte… ¡joder! ¡Verte es una puta tortura!
¡Venga! Si por allá llueve, por aquí no escampa.
—Yo…
¡Ay, mi madre! Me duele el estómago, me sudan las
manos, las confesiones no son lo mío.
—¿Qué puede ser tan difícil?
Sus dedos acarician mi mejilla y trago con dificultad,
apenas si le sostengo la mirada. Stephan no lo piensa dos
veces, se acerca, su respiración se agita y siento sus labios
apretar los míos. Abro la boca porque simplemente me
muero de sed y bebo de un trago. Enseguida me separo, me
levanto y recojo mis cosas.
—Elena…
Su mano me detiene y me suelto, no le miro, huyo…,
huyo porque lo que estoy sintiendo es más fuerte que yo y
porque no estoy segura de que, en realidad, quiero dar el
siguiente paso.
Lo que no pasa en cien años me ha pasado en una
semana. He vuelto a ser humana, he vuelto a probar el
sabor de las lágrimas, de la soledad y por mi alma que
duele el paso de los años y las malas decisiones, pero más
duele el miedo a entregar el corazón.
 
19. El borde del abismo

L lego al edificio, voy con Rufus que no hace otra cosa más
que lamerme la cara y morderme las orejas. Es un
heredero de Boyero de Berna mezclado con alguna raza
gigante, hay que verle las patas… me he metido en la
grande.
En casa me bebo dos tragos de lo único que me queda,
un orujo de dudosa procedencia que dejó Johanne y que me
destroza el hígado enseguida.
—¡Joder! —exclamo mientras mi esófago arde como si
entrara en el infierno—. No te atrevas con esto nunca,
Rufus. Aunque debería decirte que nunca te enamores, eso
evitaría tanto drama.
Drama que no soportaba y hay que verme ahora, más
desubicada que el Corredor del Laberinto y con ganas de
lanzarme a un tren a ver si se lleva mi estupidez. Si
Johanne estuviera aquí, o al menos pudiera hablarle,
seguro me sacaba del foso, pero a la muy tarada se le
ocurrió montarse en un amor prohibido y ponerse digna
porque le dije la verdad. Con lo que me cuestan las
verdades. Eso comprueba la teoría de que es mejor mentir
por comodidad.
Los labios me vibran, tengo frío y ansiedad, conozco este
tipo de ansiedad. Lo que necesito ahora es otro beso de
Stephan y otro y otro…
Tomo el teléfono y marco.
—Dime que no estás dormido, dime que no estas
dormido.
—No estoy dormido —responde con voz gutural.
—¡Qué entusiasmo al oírme!
—Es medianoche aquí ¿lo has notado?
—Tampoco te duermes tan temprano.
—En eso te doy la razón, acabo de llegar, hoy tuve tomas
nocturnas porque hizo buen tiempo.
—No quería molestar, pero hay algo que tengo que decir
y no pensé en nadie más.
—Ya me había olvidado de que soy tu nueva mejor amiga.
—Sin vagina.
—Consideraré lo de una reasignación de género.
—¡Genial, podríamos compartir fechas de ovulación!
—¡Guarra!
—¡Qué fina!
Evan se descojona y me contagia su risa.
—¿Qué es lo que te pasa? Habla porque parece que vas a
estallar si no lo dices.
—Porque me voy a estallar si no lo digo —me lleno los
pulmones de aire antes de decirlo—. Creo que estoy
sufriendo de fobia a la soledad. He tenido la semana más
melodramática de mi vida. Soy un zombi en busca de
corazones en lugar de cerebros y me hacen falta tus
mimitos.
—Ajá… —suelta con cierta pesadez.
—¡No te enojes!
—¿Por qué me enojaría? ¿Porque no has querido
hablarme en toda la semana a pesar de que mil veces te he
dicho que te siento diferente y me dices que estoy
paranoico?
—¡Ya sabes cómo soy!
—¿Un avestruz? Lena, puedes decirme cualquier cosa,
¿por qué te cuesta tanto confiar?
—Porque…
—Mejor dime qué te pasa, ya discutiremos luego sobre
tus abstracciones.
—Tiene que ver con Stephan.
—¿Hay algo en tu vida que no tenga que ver con él?
Supongo que al fin te diste cuenta que Julia te engañó con
el truco más viejo.
—¿Cómo lo sabes?
—¿Por qué también la vi en el hospital? No lo dijiste,
pero se notaba a leguas que tu cabreo era por eso. Además,
con un poco de ayuda supe que, hace unos días, se sometió
a una reducción de abdomen… las embarazadas no se
hacen eso ¿o sí?
—¿Por qué no me lo dijiste?
—¡Vaya! ¡Si no te daba la gana de hablarme! Dime qué te
hizo esta vez, porque creo que ya calcinaste todas tus
bragas.
—Qué gracioso, ja, ja. Esta vez… me besó ¡me besó!
—¿Y? No es la primera vez que lo hace. La última vez
quedaste como el Joker.
—¿Por qué no te emocionas conmigo?
—No soy tu mejor amiga, necesito progesterona para
poder ver arcoíris, purpurina y unicornios.
—¡No seas ridículo! Emociónate, da grititos y salta sobre
tu cama.
—Mejor adelántame la cinta y dime qué es lo diferente
esta vez.
—¡Que salí corriendo! Que me pidió la verdad y
enseguida me congelé. No pude hablar, aun sabiendo que
nada puede interponerse ahora, soy yo el obstáculo más
grande en todo esto, porque no sé cómo enfrentar y
afrontar lo que siento por él.
—¿Le quieres, Novia Fugitiva?
—Sabes que sí. Pero tratar de contenerlo en una sola
palabra de cuatro letras siempre va a resultar
problemático.
—Eso debe pesar más en tu balanza, porque el miedo no
es más que humo. Piénsalo, piensa en lo que quieres de
verdad para ti y hazlo, hoy pasó y seguirá pasando si le
sigues viendo cada día. O le dices lo que sucede o te
planteas ser menos débil e impones distancia, una que le
demuestre que le dejaste porque no le quieres.
—¡Qué fácil! No creo estar preparada para ser la novia
de alguien, menos sin mis reglas.
—No importa si lo estás o no. A veces hay que romperse
un poco el corazón para saber lo que es el amor. Y si
necesitas reglas, créalas, para ti, para establecer tus
límites. No es tan malo, te lo repito. Pero no dejes de ser tú
por nadie. Ese es el error, querer ser lo que la otra persona
quiere que seas.
—Muy bien, Coelho, entonces le digo que le quiero pero
que tengo miedo y olvido lo de Cruella de Vil.
—Tú decides si se lo dices o no, por lo que creo, el tío
tampoco lo sabe.
Exhala un hondo suspiro.
—¿Te aburro?
—No, es solo que… me gustaría tener el consejo que
necesitas. Pero soy el menos indicado. Solo, ya sabes,
díselo y si él te quiere sabrá qué hacer. Supongo…
—Lo pensaré bien. Y te lo cuento.
—Ojalá y sea antes de que te lances al abismo y no te
pueda rescatar.
—Seguro que si puedes. Ya lo hiciste una vez, eres
experto en eso, mi superhéroe. Descansa, besos y
lengüetazos de Rufus.
—Intenta descansar, hormonitas.
Hablar con Evan de amor es otro nivel. Tiene un punto
más objetivo, supongo que por ser hombre le resta la mitad
del drama, Johanne sí habría gritado, dado saltitos y dicho
que me aventara de cabeza, que la vida es una sola y que
ella después me repararía el corazón.
Impulso es la palabra que mejor define a una mujer. Y
estando juntas el desastre sería inminente.
Camino dando vueltas por el salón.
Elena quiere salir corriendo a casa de Stephan, llamar a
su puerta y colgarse a su cuello para llenarlo de besos.
Lena opina que es mejor detenerse a pensar en todas las
consecuencias que podría tener en nuestra vida, lanzarse
de cabeza, y sin paracaídas, al abismo.
—¡Muy bien! —Me tumbo en el sofá junto a Rufus y él me
mira con atención, sabe que estoy por declarar la decisión
más importante de mi vida sin mí Te lo pierdes—. Iré, se lo
diré, que el miedo me tiene acojonada, pero que le quiero y
ya… es lo que hay. ¡No me mires así! ¿Qué esperabas, una
declaración de amor bajo la lluvia a grito herido hasta su
ventana? Pues no, Rufus, esto no es una película.
Le doy una caricia en su cabeza y con un temblorcito
instalado hasta en las células de mi defectuosa genética,
salgo de mi piso rumbo a él, a Stephan y a enfrentar de una
vez todo ese maremoto sentimental que me hace sentir.
Elena da saltitos de felicidad en su cuarto, mientras yo
siento que me congelo, es 27 de Febrero, un día para que el
mes acabe. Sesenta días debatiéndome entre el amor y el
miedo. Sufriendo de úlceras y combustiones espontáneas
pretendiendo ser una mejor versión de mí. Sin mi libro de
supervivencia soy un náufrago a la deriva. No tengo la
menor idea de cómo se hace una declaración de amor. Va a
abrir su puerta y empezaré a gaguear como el Pato Donald.
¡Soy un desastre!
Debería llamarle primero… ¿con cuál excusa? Si salí
corriendo luego de que me besara.
Estoy parada en una esquina esperando que pase un taxi,
tiemblo de frío y una delgada capa de nieve, mezclada con
lluvia, me cae encima.
El teléfono vibra en el bolsillo de mi abrigo.
—Diga
Un gemido ahogado, y la respiración agitada, un mínimo
sonido me da una pista.
—¿Susie eres tú?
El gemido es más fuerte, algo grave sucedió.
—Susie ¿qué pasa? ¿dónde estás?
La llamada termina.
¡Madre de Dios!
—¡Taaxi!
En el hospital no me permiten entrar, solo a los
familiares y tampoco pueden darme información.
Camino por el estacionamiento hacia la salida, se me
ocurre preguntarle a Brian si conoce a algún policía que
pueda ayudarme y el Presbyterian no está muy lejos.
—¿Elena? —es la voz de Stephan.
Me giro hacia su dirección, sus ojos están enrojecidos y
con la expresión desajustada. Eso me quiebra, volver a
verle así es imposible de soportar.
Llega a mí y le abrazo, se abandona, solloza… alguna vez
dije que quería ser su bastón, su fuerza y aquí estoy.
—¿Por qué estás aquí?
Se separa lentamente y me atrevo a limpiarle las
lágrimas y acariciarle las mejillas.
—Recibí una llamada suya.
La esperanza vuelve a brillar en sus ojos tristes.
—¿Te dijo dónde está?
Niego con la cabeza. La suya cae hacia adelante, está tan
abatido que me roba hasta el aliento.
—Solo escuché sus sollozos. No habló y ahora no
responde ¿sabes qué pasó?
—No lo sé, me llamaron para decirme que había
escapado —se agarra el rostro a dos manos y se deja caer
por la pared hasta el suelo de la acera.
—Stephan —me agacho y le elevo el rostro—, ¿tienes
alguna idea de dónde pueda estar… piensa un poco, alguna
persona…?
—¡No! Aquí no conoce a nadie, estuvo visitando algunas
bibliotecas. ¡No lo sé!
—¡Cálmate por favor! ¿Ya está la policía al tanto?
Asiente con la cabeza.
—Ella me culpa por la muerte de Stan —confiesa en
medio de su dolor.
¡Por Dios! ¿Qué parte de la historia no conozco?
No voy a preguntar qué sucedió. Pero ahora algo encaja
y esa es la razón que lo hace protegerla del modo en que lo
hace.
—Empecemos a preguntar por ella con una foto, no
sabemos dónde buscar.
Me da la razón, es nuestra única opción y Stephan está
aferrado de pies y manos a ella.
Solo deseo que Susan esté bien
Algunas calles más adelante, mi teléfono vuelve a sonar
y, al responder, escucho al portero del edificio.
—Señorita Rocha, soy Hans.
—¿Pasa algo con Rufus? —pregunto angustiada porque lo
dejé solo.
—No, no lo sé. Es una chica, acaba de llegar y preguntó
por usted, se ve… ansiosa. Me pidió llamarla.
—Es Susan, pásale el teléfono, por favor.
Stephan me mira ilusionado, pero yo le pido que guarde
silencio.
—¿Elena?
—Cariño ¿qué ha pasado?
—¿Puedes venir? Necesito tu ayuda.
—Claro, enseguida voy. Espérame.
—No le avises a Stephan, por favor.
No soy capaz de decirle algo, solo hago un ruido y
cuelgo, informo a Stephan y buscamos un taxi, cuando
llegamos, apenas consigo detener a Stephan.
—Me ha pedido que no te avise. Deja que hable con ella
primero.
—No, Elena. Los asuntos de mi hermana los soluciono yo.
Se abre paso dentro del edificio y yo le sigo, al fondo está
ella sentada en uno de los sillones del recibidor. Lleva un
abrigo. Su cabeza gacha y sus sollozos son algunos más
fuertes que otros. Hans me observa y con un gesto le indico
que todo está bien.
La intención de Stephan es salir corriendo a abrazarla.
No sé por qué, pero me adelanto y lo freno. Con la cabeza
me concede ir primero.
—¿Susie? —digo en voz alta para que me oiga. Mueve la
cabeza al instante y se levanta para intentar huir.
—¡No! No me llevaréis de nuevo a ese maldito lugar.
—No lo haremos… —me voy acercando despacio, las
piernas me tiemblan.
—Susan…
—¡No hables, maldito traidor! Dijiste que hoy era el
último día, claro que lo era porque me llevarías a una casa
de reposo con un montón de locos enfermos.
—¿Qué dices? Yo no…
—¡Cállate!
Susie grita y se agarra la cabeza a dos manos, está fuera
de sí, se deja caer al suelo y empieza a gemir, es un dolor
desgarrador. Llego a ella y la aprieto tan fuerte como
puedo.
—¡Quieres hacerme lo mismo que a Stan! —vocifera llena
de dolor.
—Susan, no te atrevas…
La voz de Stephan se corta y se deja caer sobre otro
sillón, ahora no sé a quién consolar
—¡Te fuiste detrás de ese maldito sueño y te olvidaste del
suyo, lo dejaste aquí, solo, lo que le pasó es tu culpa!
—¡Era mi trabajo! ¿Cómo más le podía pagar sus clases?
Estoy perdida, no sé lo que sucedió, pero es evidente que
a ambos les duele.
—¡Pero no estuviste cuando enfrentó a nuestros padres!
Tú lo abandonaste y quieres hacer lo mismo conmigo,
dejarme en algún lugar donde no estorbe a nadie, y si
muero todos felices.
—Cariño —intento calmarla—, no sé lo que sucedió, pero
creo que estás siendo un poco injusta. He visto todo lo que
hace Stephan para que te recuperes, no puede estar
siempre a tu lado, hace lo mejor que puede.
—¡No lo sabes, Elena! Ese que ves ahí con carita de dolor
e injusticia, es un maldito egoísta…
Stephan se levanta y se aleja hacia la salida.
—Susan, subamos. Te quedarás aquí y juntas vamos a
trabajar en tu recuperación ¿te parece?
—Él no lo aceptará, aún no tengo veintiuno.
—Aceptará, créeme que lo hará.
 
20. Un paso atrás

L aganas
primera semana fue de silencios, miradas furtivas y
contenidas de matarme. La segunda volvió con los
ataques y esta tercera… bueno, esta apenas empieza, y
creo que no voy a soportarlo ni un día más. Es cierto que
nadie sabe lo que sucede en las cuatro paredes que nos
rodean, afuera somos la fachada del equipo perfecto y
hasta nos sonreímos, dentro es el averno donde Stephan es
el mismo Lucifer.
¿Por qué?
Porque me llevé a Susan a mi piso luego de que ella le
recriminara un montón de cosas, yo me puse de su lado y le
dije que era mejor que estuviera conmigo por su voluntad a
que la llevara a otro sitio y volviera a escapar.
Ahora soy su peor enemiga, el punto en la mira para
destruir. Aunque suene a exageración, esa es la verdad.
Susan en realidad necesitaba poner distancia o las ofensas
serían peores y necesitaba de alguien en quién apoyarse,
tuve que vestirme de villana, me puse enfrente de él como
la dama de hierro y le dije que conmigo estaría mejor, que
yo sabría manejarlo.
Pues eso… no solo me gané su desprecio eterno y las
ganas de aplastarme como a un mosquito, también Rebecca
y Alan se han molestado y mi tía me dijo las palabras que
no sopesé antes: «Tú no te rehabilitaste del modo común,
solo pusiste tierra encima… no eres el mejor ejemplo para
esa niña».
Me dolió, joder, me repateó que me crea incapaz de
ayudarla, tampoco es que yo esté tan mal, me repuse y aquí
sigo de pie como los robles. Y sí que tengo miedo de que
ella se haga mi clon y que se erija en las bases
equivocadas, pero es que ella espera más de mí que de
cualquiera y no quiero decepcionarla. Yo también puedo
recomponerme a partir de ella. Espero.
Camino al trabajo, el clima ya ha mejorado un poco y he
podido deshacerme de tantas capas abrigadas que me
estaban apabullando, eso y mi hostil compañero de trabajo.
Os preguntaréis por Evan, pues regresó hace una semana
de Europa y luego de una noche, voló de nuevo para unas
escenas en la nieve porque vuelve a encarnar al superhéroe
que lo ha hecho tan famoso en los últimos años. No pasó
por casa, ya estaba al tanto de todo y solo mencionó que
hice exactamente lo contrario a lo que prometí. Pero no es
así, no me lancé de cabeza, di un paso atrás y elegí algo
totalmente diferente al amor, que no sé lo que es, pero que
me hace pensar que fue lo correcto.
Me da su apoyo y también espera que sepa lo que hago,
aunque no conoce mi historia, de lo contrario se uniría al
resto de mis detractores.
Ingreso al edificio e inhalo profundamente para llenarme
los pulmones de aire y el cuerpo de paciencia. No sé lo que
me depare la semana en ese infierno en que se ha
convertido mi oficina. Giro el pestillo y lo que veo solo me
confirma que sí, que estoy entrando al infierno. La maldita
huesuda de Julia White está sentada a horcajadas en las
piernas de Stephan intentando seducirlo. Aunque parece
que él opone resistencia, es hombre, y si no hago algo,
sucederá. Durante un delirante segundo creo que estoy
alucinando.
—¡De puta madre! Estoy en cine porno. Espero que esto
no ocurra todo el día —digo con aire cansado, entrando y
buscando mi lugar—, lo de voyeur se me da fatal.
La cara de Julia se desencaja en cuanto me ve, obvio no
me esperaba a mí, se le arruga la cara de ira de inmediato,
y la de Stephan, la de Stephan la ignoro porque no quiero
ver placer en su rostro o lo agarro a tortazos.
—¿Qué demonios haces tú aquí? —vocifera.
La animadversión es compartida, querida.
—Trabajo aquí —resoplo y sin un rastro de miedito en
este cuerpo de sirena maltratada por las olas, debería estar
orgullosa de mí.
Se levanta y se recompone el vestido negro, siempre usa
blanco o negro. Es como Henry Ford, o Cruella de Vil,
nunca mejor dicho.
Bruja extravagante.
Nos mira a ambos y lo que parece es que espera por una
explicación. Yo no se la debo, no sé el chico de la derecha.
Tampoco me importa, no es mi asunto. Lo sería si fuera yo
la que estuviese encima hace un momento, pero ahora
mismo que los parta un rayo.
Algo se dicen, es como un molesto zumbido en mis oídos
así que me abandono en la voz de Adam y hasta empiezo a
cantar. Mis ojos en la pantalla y mis manos en las teclas. La
cabeza en lo que tengo que hacer y así pasan los minutos,
unos quince porque suena la cuarta canción de la playlist.
Cuando mi silla es girada abruptamente, me doy cuenta
de que Stephan salió, regresó y ahora viene otro de sus
ataques. Pero no he hecho nada, yo llegué a mi oficina, era
horario laboral y trabajamos aquí ¿dónde queda el respeto?
Y lo que me pone negra es que he intentado no chocar
con ninguno y me los mandan en manada a la misma
oficina.
Karma ¿ya vale, no?
De un tirón retira los audífonos de mis oídos y veo que
uno de ellos se desprende… ¡Es un animal!
—¿Qué demonios te sucede? —espeto realmente enojada,
se ha metido con mi música.
Su respuesta es agarrarme el rostro y, a la fuerza, junta
sus labios con los míos. Los aprieto, no me apetece
compartir gérmenes con la huesuda. Forcejeo para que me
suelte y le empujo al otro lado.
—¿Te has vuelto loco? ¿Qué es lo que crees que soy,
imbécil?
Se levanta, respira pesadamente.
—Si te dejaron iniciado ve y desquítate con la
calientapollas que metiste a la oficina y a mí déjame en paz.
—Elena.
—¡Elena nada! Puedo soportar que me odies por
llevarme a Susan, que te repatee el hígado que Evan lidere
la campaña de publicidad y que todos sus amigos a los que
llamaste «riquillos oportunistas» se prestaran para el
primer teaser de lo que será la campaña central de este
año para la recaudación de fondos. Que te duela el
desprecio de tu hermana y que me eligiera precisamente a
mí después de lo que pasó entre nosotros. Pero no pienso
soportar que…
Me calla con solo fruncir las cejas.
—Tienes un problema, Stephan —estoy totalmente
confundida—, eso de morrearte con cualquiera te deja muy
mal parado.
Se acerca de nuevo y empiezan a temblarme las piernas.
No, esa mirada no.
—No me conoces, no sabes lo que ha sido mi vida, no
tienes idea de lo que ha sido tratar de ser fuerte por mí y
por mi familia y tan siquiera puedes suponer lo que la
muerte de mi hermano me afectó. En mi vida todo son
pérdidas, siempre, por eso elegí irme y esperaba nunca
volver, pero lo hice por Susan, para que no se repitiera la
historia, y te conocí, si tú ves sensibilidad y dolor en mis
fotografías es porque has visto dentro de mí más que
cualquiera y por eso me enamoré de ti. Porque al fin creí
que había alguien para mí. Y ahora te conviertes en el peor
de mis verdugos… aunque no ame a Julia, es la única que
no me deja.
—¿Te estás oyendo? ¡Es ridículo! Es cierto que no sé de
tu vida, pero eso no justifica que mendigues ni por mí ni
por nadie. Yo… Stephan —y he empezado a sudar, un
temblor se me instala en las manos y gagueo… nunca podré
con las confesiones sentimentales.
—¿Tú?
¡Ay, mi madre!
—No es el momento ¿sabes? Lo mejor es que yo renuncie
y que pongamos más metros de distancia. Tú y yo no vamos
hacia ninguna parte.
Me giro para tomar mis cosas y él me agarra por el
brazo.
—¿Por qué vuelves a huir de mí? Acabo de confesarte lo
que siento y tú prefieres darte la vuelta.
Dejo la vista fija al suelo.
El móvil suena.
—Debo responder —y me escabullo para hablar afuera.
—Hola, Susie ¿ya vienes a tu terapia?
—No —su voz suena cortada por el llanto.
—¿Qué sucede? ¿Dónde estás?
—Intenté comer, lo hice. Fue una buena porción… pero la
gente me miraba y las voces no se callaban, y yo… yo solo...
—¿Vomitaste?
Rompe en llanto y enseguida me arde el estómago.
—Dime dónde estás y juntas lo solucionaremos ¿está
bien?
Gime intentando recuperarse y buscando el aliento.
—En Central Park
—Te veo allí, en Bow Bridge.
La llamada termina y yo corro a por mis cosas.
—¿Pasó algo? ¿Es Susan?
—No, es de Evan… urgente.
Y le dejo allí, ahora soy la que miente para protegerlo.
Cruzar el parque estando tan preocupada como estoy se
me hace eterno, el camino es tres veces más largo. La veo
escondida en un gran abrigo que me pidió prestado esta
mañana para ir a la biblioteca y recargada a un árbol a la
entrada del puente. Corro hasta ella, se arrulla como me
arrullaba yo para ejercer autocontrol y pelear con las
malditas voces. La abrazo tan fuerte como puedo y le
acaricio el cabello.
—Todo va a salir bien, tú eres más fuerte te prometo que
eres más fuerte y encontrarás la fuerza.
Está tan arraigado lo que siente que parece ida,
entregada a un estado de dolor y agonía. Pero solo ella
puede ayudarse, nadie más que ella puede hacerlo.
—Maltratada, fuera de lugar, incomprendida. No hay
forma de que todo esto esté bien todo eso no me detuvo.
Equivocada, siempre dudando, menospreciándome… mira,
aún sigo aquí. Preciosa, preciosa, por favor, nunca sientas
que eres algo menos que perfecta, eres perfecta para mí.
Su rostro se eleva, las lágrimas han parado de fluir y una
tímida sonrisa se dibuja en sus labios, no dejo de cantarle,
quiero que se grabe en la cabeza, en el corazón y la piel
que es perfecta. Es una terapia doble, a mí también me
toca las fibras y se me escapan las lágrimas.
—Esa canción es…
—Es un himno y debe ser nuestro lema para lograrlo. No
puedes dejarte vencer, debes pelear muy duro, como
Rocky, caer y levantarse pero no rendirse nunca, porque el
que se rinde pierde y nosotras no somos losers.
Le tiendo la mano y me la llevo a casa.
—Quítate la ropa —le digo al entrar en el armario. Abro
la puerta que oculta un espejo de pie y se lo pongo
enfrente. Es nuestro peor enemigo porque es el juez
inquisidor, pero debe llegar a ser nuestro mejor amigo.
Tímidamente se retira la ropa, confía en mí y cree que
sabe lo que hago. No lo sé, no me enfrento desnuda al
espejo, pero ahora se trata de ella y no de mí.
Su mirada no se eleva del suelo. Es momento de hacerlo,
paso a paso.
—Mira tus pies… cada uno de tus dedos, su forma, su
largo… te hace falta una buena pedicura.
Sonríe. Vamos por buen camino se enfoca en ellos.
—A mí me parece que son bellos, con sandalias en el
verano deben verse como de catálogo. ¿Qué crees tú?
—Me gustan, siempre me han gustado mis pies.
—Muy bien, ahora mira tus piernas, son largas y de
buena forma, dignas de mostrarse ¿no crees?
—Supongo…
—¿Qué me dices de tus muslos? A mí me encantan, unos
buenos vaqueros y pararás el tráfico ¿no?
Titubea, su mirada no se eleva lo suficiente, eso quiere
decir que nos acercamos a la zona de fuego. Las personas
que sufrimos trastornos alimenticios no siempre estamos
inconformes con todo nuestro cuerpo, puede ser una zona
en específico la que nos desagrada, la que quisiéramos
borrar.
—Desde aquí se te ve un buen trasero, con un bikini muy
colorido te llevarías todas las miradas en la playa. ¿Por qué
no te das un vistazo?
Sus manos tiemblan, sus labios también, las lágrimas
caen al suelo y sin embargo sigue mis instrucciones.
—¿No te gusta tu trasero?
—Es que…
—Te dijeron que era el trasero de una cerda asquerosa.
Afirma con la cabeza, está por desmoronarse.
—Mira lo que les importa a la Kim Kardashian o JLo.
Sonríe de nuevo y he salvado el momento. No la presiono
más, le pido que se vista y nos acomodamos frente al
espejo.
—Este señor existe para decir la verdad así como el
espejo de Blancanieves —le digo señalándolo—. Creemos
odiarlo pero no dejamos de usarlo junto con la báscula. No
podemos eliminarlos y hacer de cuenta que no están, hay
que luchar junto a ellos esta batalla. Quiero que te mires al
espejo y que te ames, tú eres tu peor enemiga si dejas que
esas voces cobardes te gobiernen. Mírate mucho al espejo
y, a la par, debes decirte cosas bonitas, que te gustas, que
eres hermosa, que tienes unos ojos preciosos, que tus
labios merecen un poco de color de vez en cuando y, que si
comes mejor, podrás ponerte un montón de ropa que te
envidiarán las malditas brujas que empezaron a
maltratarte.
—¿Fue lo que hiciste tú?
—Entre otras cosas eso hice, levantarme de la cama y
jurar que nadie me haría daño nunca más. Y me enamoré
de las canciones de M5. En la música encontré mi terapia,
acallaba esas malditas voces con She will be loved. Si no
tenía los cascos puestos, la cantaba tan alto como podía y
las mandaba al infierno.
Susan me abraza y, aunque es doloroso revivir de nuevo
esa experiencia, no dejo de sentir que hago lo correcto por
ella y Stephan.
Vuelvo a mi trabajo en la tarde, Susie comió muy bien y
se quedó decorando mi piso, parece que quiere pintar y no
puedo decirle que no lo haga. En la oficina, Stephan me
informa de un viaje a Miami, una cadena latina quiere
unirse a la campaña que llamé «Te presto mi voz». Hace
dos semanas le pedí a Evan que grabara un vídeo corto
diciendo esa pequeña frase y que, de ser posible, lograra
que otros de sus amigos famosos le siguieran. En menos de
una semana ya eran más de cien y los medios se llenaron
de ese hashtag al que se unieron personas de todo el
mundo. La campaña central se lanzará en Mayo con la que
se espera llegar a muchas más mujeres. Debemos irnos en
la noche para una reunión a primera hora y aprovechar el
viaje para reunirnos con mujeres latinas activistas. Lo
único que me preocupa es dejar a Susan sola una semana
completa.
Y no solo a mí.
—¿Con quién se quedará Susan? —Es la primera
pregunta de Stephan, de hecho la única.
—No lo sé, acabo de enterarme, veré qué puedo hacer. O
la llevo conmigo.
Eleva una ceja y sigue con lo suyo. Tiene una forma de
ser que ni él entiende.
Salimos antes de las cuatro para empacar y tomar el
vuelo de las ocho. En casa me reciben Susan y Rufus llenos
de pintura. De fondo suena música alegre y se me contagia
la alegría.
—Tengo que viajar esta noche a Miami y regreso el
jueves en la noche —voy revisando mis paredes que están
llenas de dibujos a lápiz y algunos colores.
—Te estarás preguntando qué hacer conmigo.
—Vendrás conmigo, bueno con nosotros. Tu hermano
también va.
—Con él ni a la esquina.
—Susie…
—Confía en mí, estaremos bien ¿o te llevarás también a
Rufus?
—¡Qué problema eso de cuidar hijos ajenos! —bromeo—.
¿Seguro que no pasará nada en mi ausencia?
—Te lo prometo —eleva la derecha pintada de rojo—.
Quiero hacer esto bien y ayudarte un poco para que no sea
solo tu esfuerzo. Iré a estudiar, a las terapias y cuidaré de
Rufus.
—Evan llega el miércoles, se quedará el fin de semana.
—¡Dios santo! Ese chico es tan guapo ¿tendré que
hablarle?
—Claro, eres la niñera de su hijo.
Simula tragar con dificultad. Evan no puede pasar
desapercibido para ninguna mujer, eso es innegable.
—¿Qué le dirás a mi hermano? No viajará si sabe que me
quedo sola.
—Le diré que Brian cuidará de ti, porque él te dará un
par de rondas.
—¿El médico?
—El mismo.
Asiente en silencio y me voy a hacer mi maleta, no quiero
imaginar la discusión con Stephan.
 
21. Caer al abismo

Ú ltimamente llego al trabajo en plan tortuga, la verdad


me dan pocas ganas de llegar al trabajo, pero esta
mañana llegué con él ánimo arriba y así mismo me desinflé.
Olvidé que trabajo con el ogro malhumorado de la comarca.
—¿En qué estabas pensando, Elena? Susan no puede
quedarse sola.
—Confía un poco en ella, en estos días ha estado bien
¿no es buena señal?
—Conozco esos días buenos que solo se anticipan a los
malos.
—Ella no quiere verte así que no podía traerla. Prometió
cuidarse y Brian estará al pendiente.
—¡Claro! El tipo que me mira con cara de asesino a
sueldo cuidará de mi hermana.
—¡Es médico!
—Señores ¿podéis bajar la voz? —interviene un agente
del aeropuerto—. No quiero deteneros por escándalo
público.
—Por supuesto —sonrío afable—, y la que lo saca de esos
lugares soy yo.
El agente junta las cejas.
—Solo os pido estar tranquilos y subir al vuelo en calma,
por favor.
Volamos en asientos diferentes y sillas diferentes ¡por
misericordia divina! Pero en cuanto salí del aeropuerto de
Miami, me exigió llamar a Susan, la pobre ya dormía.
Me abandoné a mi cama y caí dormida enseguida, hasta
que la alarma me despertó. Llamé a casa y a Evan. Con
todo en orden me preparé para el día.
Asistimos a la reunión inicial y salimos satisfechos de
que se mostraran tan interesados. Quieren que la campaña
se estrene en simultáneo con América Latina y han pedido
los derechos de televisarlo. Eso lo definen con Amy. La
tarde la pasamos en una fundación de mujeres maltratadas
que lidera una mexicana muy guapa y amable, allí les hablé
de la ONG, de su misión y de todo lo que ha logrado en la
vida de muchas mujeres. Volvimos en la noche, yo muerta
de cansancio y con ganas de dormir
—¿Cómo está mi hermana?
—Está perfectamente según dijo hace cinco minutos que
le llamé. Ha comido bien este día, estuvo en clases, en
terapia y ahora está en mi casa, pintando las paredes y
luchando contra sus demonios, ¿es suficiente para ti?
Asiente con la cabeza y se va a su cuarto.
¡Argh!
En el mío, el remordimiento me ataca, he sido demasiado
dura con él y no lo merece. Solo se preocupa por ella…
Luego de una ducha, me voy a ofrecer una disculpa.
Un texto de Amy me informa que la campaña va a
adelantarse y que para mi regreso haremos el photoshoot,
que fue mi idea, publicar en una de las revistas de moda
más importantes, las fotografías de las verdaderas heroínas
del mundo actual, de las sobrevivientes del maltrato y el
abuso.
Se acerca una hora muy difícil para mí.
Pedí cena para dos y voy con el carrito rumbo a la
habitación del fondo. El reloj marca casi las diez de la
noche.
Toco un par de veces con un golpe firme.
—¿Quién?
—Room service —finjo otra voz.
Pongo mi mejor sonrisa y la puerta se abre.
—¿Cenamos?
Él se encoge de hombros, desinflado, y me permite pasar.
—¿Ahora merezco que me traigas la cena?
—Stephan, no quiero seguir discutiendo contigo, es
desgastante. Seamos un par de adultos serios y
responsables. Cenemos y hagamos las paces.
—Es un trato —me ofrece la mano y yo la estrecho con la
mía.
—¿Qué has traído?
—Pasta, pasta de reconciliación.
—Y ¿si no quiero reconciliarme?
—¿Cuál es tu problema conmigo? ¿Acaso disfrutas
poniéndome contra las cuerdas?
—La que parece tener un problema conmigo eres tú,
¿cuál es?
Me regala una preciosa sonrisa y a mí se me desata la
boca.
—Lo que me preocupa, es la forma en la que puedes
hacerme agua solo con mirarme.
Me cubro la boca ante la confesión que he hecho, a él
también se le borra la sonrisa. Pero no pone cara de
espanto, lo que hay ahora es esa mirada lobuna que me
recuerda lo que mencionó Evan de mis bragas calcinadas.
La pasta queda a un lado, Stephan se levanta, se acerca
y, sin dejar de mirarme, literalmente se abalanza sobre mí,
que estaba sentada en la cama, ahora quizá hago parte de
los tendidos y de su objetivo. El corazón me late en toda la
piel, el sexo me vibra y los labios me duelen de necesidad,
necesito y quiero que me bese ahora.
—Bésame el alma aunque no sepamos si la tengo.
Juntamos las bocas en un choque salvaje y poco
acertado. Mis manos van a su cuello y las suyas por debajo
de mí apretándome la cintura, abro las piernas y el resto de
su peso me cae encima. Va a mi cuello para llenarlo de
lametones y sus manos a mi ropa que parece que va a
quitar a jirones. Mis manos tiran de su cabello y mi boca se
encapricha con una de sus orejas. Gime de placer y me
hace retorcer de excitación.
Baja mis vaqueros a la mitad de los muslos y empiezo a
deshacerme en gemidos sintiendo las yemas de sus dedos
dibujando espirales en una zona cercana a mi sexo.
Reclamo su camisa y la dejo caer en cualquier parte,
acaricio su pecho como si estuviera volviendo a casa ¡al fin!
Le sujeto la cara con las manos y busco su rostro, el brillo
de sus ojos azules, llenos de lujuria, atraviesa mis iris
caramelo y noto la presión de su erección. Joder, es ahora o
nunca.
Lo atraigo y, mientras nos devoramos la boca, creo que
va a penetrarme por encima de las bragas. Y eso me pone a
mil. Vamos llenándonos la boca de deseo y ganas, nuestras
lenguas se atreven a danzar y mis manos van por debajo de
su pantalón. Me ayudo con los pies para quitarme los
vaqueros, tirarlos lejos y enredarle las piernas en las
caderas. Emite un gruñido delicioso antes de que sus
manos aprieten mi trasero.
—Elena… Elena me vuelves loco.
Meto mi mano dentro acariciando la piel que sea posible.
Stephan se separa de golpe para quitarse el pantalón. Sus
ojos no se apartan de mí ni un segundo hasta que su cuerpo
vuelve junto al mío. Suave y comedidamente va colando sus
dedos bajo mi camisa clavando un poco sus uñas. Me eleva
los brazos y los encajo sobre sus hombros, me mira, le miro
y nada más importa.
Nada.
Me quita la camisa y mis senos se muestran desnudos
irguiéndose a plenitud mis pezones, enseguida su boca se
abalanza sobre ellos y yo caigo sobre el colchón. Inserto los
dedos en su cabello, el placer me recorre cada milímetro
del cuerpo en un escalofrío que me sabe a gloria. Tengo las
hormonas desatadas y libres. Busca de nuevo mis labios y
nos besamos como un par de animales hambrientos,
sedientos… agarro su erección y la aprieto con tantas
ganas, que Stephan gruñe y me da vuelta dejándome
encima.
—Ahora sí —dice jadeante—, soy lo que quieras hacer de
mí.
Elevo las caderas y, sinuosamente, le seduzco, beso sus
labios, sus mejillas, muerdo los pliegues de sus orejas y
bajo por su cuello dejándole mis besos húmedos. Nos
vamos rozando, es una lenta y delirante masturbación. Mis
labios saborean su piel, sus manos acarician mis muslos,
suben a mi trasero haciendo que me mueva más rápido y
robándome un par de gemidos ahogados. Me toma por el
pelo para poder besarme y la cabeza dura de su pene toca
mi clítoris.
—Stephan… —suplico.
—Lo sé —dice sonriente junto a mi boca.
Lleva una de sus manos a su polla para ubicarla a la
entrada de mi cavidad. De un respingo me incorporo.
—Un condón. Dime que tienes uno.
Junta las cejas
—Joder, Elena no traje… yo no creí necesitarlos aquí.
No puedo quedarme así.
—Júrame que no lo has hecho con esa mujer.
—No, Elena, desde que te fuiste no lo he hecho con
nadie.
¡Oh, Dios!
Me acomodo a horcajadas de nuevo y soy yo la que toma
la erección y la deja justo a la entrada.
—Quiero saber cuánto me has echado de menos.
Stephan eleva una de sus cejas y en sus ojos brilla un
poco de maldad. Me embiste en un solo movimiento, tan
preciso y fuerte que creo que me parte en dos. Me muerdo
el labio mientras mi cuerpo asimila que he vuelto a tener
sexo. Cada poro del cuerpo se ha erizado, Stephan toma
mis piernas y me deja sentada en las suyas. Sus yemas
hundidas en mi trasero se encargan de llevarme más cerca
y a él más dentro. Gruño y entierro los dientes en su
hombro. No puedo resistirlo más, me corro como tal vez no
lo he hecho nunca. Con Stephan todo parece sentirse nuevo
y diferente. Él me hace agua, me deshace entre sus manos.
Aprieta mi cintura y damos un giro, ahora queda sobre
mí, me eleva las piernas a la altura de sus hombros y me
penetra una y otra vez. Todavía no me recupero de las
sensaciones que me dejó el primer orgasmo y ya siento
arremolinarse el siguiente en mi centro, Stephan me
embiste fuerte, me deleito con su rostro, sus dientes que
castigan el labio inferior, sus ojos cerrados, el ceño
fruncido. Desata su frustración, quiere liberarse, está por
hacerlo.
Busca mi boca, me mira y le miro, hago colisionar su
cadera contra mi pelvis generando una penetración más
profunda que nos hace gritar a los dos. Siento la piel
totalmente despierta, erizada. Mi vientre emana calor y una
sensación pulsante. Gimo y me retuerzo poco a poco,
Stephan me asalta la boca recorriendo cada rincón con su
lengua. Quiere que también allí se desate el placer. Mis
manos se dejan caer pesadas sobre el colchón y las suyas
las atrapan apretándolas con fuerza, en dos estocadas más
nos corremos.
¡Madre mía! Esto ha sido caer de cabeza al abismo y lo
peor es que lo volvería a hacer.
Su peso reposa en mi cuerpo, respiramos con dificultad.
Su sudor se mezcla con el mío y por un momento solo se
oye el sonido de nuestros jadeos de recuperación.
—Me ha encantado la cena —eleva el rostro para
mirarme, al fin ha vuelto esa expresión pasiva que le
conocí.
—Parece que esta es mi mejor receta.
Se mueve para ponerse a un lado.
—No dejes de cocinar para mí —pide.
Me carcajeo y doy la vuelta para verle. Se nos acaban las
palabras, ambos queremos decir algo, algo como que lo que
acaba de pasar nos pone al inicio o la continuación de lo
que teníamos.
Y como ya sabemos lo cobarde que soy, me levanto y
huyo hacia el baño para ponerme las bragas y la camisilla
que llevaba.
E: —Valió la pena la espera, quedamos totalmente satisfechas.
Aunque no será por mucho tiempo…
L: —Cállate, ninfómana, no creas que lo que pasó significa algo,
pasó porque tenía que pasar. Ninguno de los dos iba a soportar estar
toda la noche comiendo pasta en una habitación con una cama hecha.
No, batracia, es la ley de gravedad, las cosas caen por su peso y
bueno, ya sabes.
E: —Se trata de Stephan Bradley, el chico de nuestros suspiros…
L: —No quiero romperle el corazón otra vez, pero tengo un miedo
aterrador de no dar la talla.
E: —Tarada.
—¿Elena? —Stephan toca la puerta del baño—. ¿Estás
bien? Llevas mucho rato ahí.
—Sí, salgo en un momento.
Me lavo el rostro y busco sosegar la ansiedad. Él no se va
a quedar esperando que hable, si en impulsos Stephan me
quita la corona.
¿Qué le voy a decir?
Abro la puerta y lo encuentro vestido solo con el bóxer.
Empuña su cámara intentando hacer una foto a través de la
ventana del hotel. Esos fotógrafos cursis…
Voy hasta él y le abrazo por la espalda, reposando la
cabeza en su hombro derecho.
—Me voy a mi cuarto, mañana tenemos que…
Se gira y se queda viéndome.
—Duerme aquí, conmigo.
—Stephan…
—Elena —inclina la cabeza—. No huyas de mí, por favor
no lo hagas otra vez, me haces sentir una persona horrible.
—No eres una persona horrible. La persona horrible soy
yo porque me cuesta afrontar lo que me pasa contigo.
Deja la cámara de lado y me toma el rostro con ambas
manos.
—¿Y qué es lo que te pasa conmigo?
Una cosa maldita llamada amor que me pone tonta, bruta
y cobarde.
—Pues… ya sabes.
Niega con la cabeza.
No juegues sucio, Bradley.
Acaricia mis mejillas y me guiña un ojo.
—Esa boquita me dirá: Te quiero. Lo sé.
Sonrío a medias y me doy vuelta. Me agarra y me levanta
para llevarme sobre la cama y ponerse encima de mí.
—Te quiero, te quiero, te quiero, te quiero… te lo diré un
millón de veces hasta que te lo aprendas, lo sientas y sobre
todo… me creas.
E: —¡Ay, ay, ay… voy a hacerme Fondue!

 
22. Confusión

E ly,viaje ha terminado, estamos de regreso en Nueva York


aunque decidáis torcerme el cuello por lo que voy a
decir, yo solo quiero irme a casa y pasar tiempo con mi
soledad. Un día de besos, miradas, caricias, roces y manitas
agarradas me tienen literalmente exhausta. El amor me
desgasta, sinceramente soy un bicho raro, rarísimo y el
amor es mi más terrible alergia.
Como pude inventé una excusa y me escabullí a casa.
Necesito pensar y hablarlo con mi Love Coach de cabecera.
Y con más ganas quiero un abrazo suyo, un par de sus
mimitos y un plato de omelette que me haga olvidar mis
miedos.
—¡Hola! Rufus, Susie estoy de regreso…
Adentro las luces están apagadas, la penumbra me
asusta.
—¿Rufus? —empiezo a silbar como me enseñó Evan para
que venga.
Dejo mis maletas en el salón y me voy a las habitaciones.
No hay muestra de ninguno, qué raro.
Saco el móvil y le envío un texto a Evan.

ELENA: ¿Estás en casa? ¿Sabes de Susan y


nuestro hijo?

PERFECTO IDIOTA: Estamos en la terraza.

¿En la terraza?
Salgo y abordo el ascensor. Presiono el botón que me
lleva a la terraza y mi viaje se tarda unos cinco minutos.
Al llegar, abro la puerta y, por primera vez, estoy en la
terraza de Sessanta. Nada del otro mundo, excepto por un
colchón inflable en el que Evan, Susan y Rufus permanecen
acostados bocarriba.
Silbo de nuevo y Rufus se levanta y sale corriendo en mi
dirección, me inclino para recibirlo y levantarlo. No puedo
decir cuánto extrañé sus lametones a pesar del asco que
me da. Eso es amor de madre, creo.
—¡Hola!
Llego hasta el colchón y me meto en medio. Rufus salta
de mi panza a la de su padre y allí se acuesta. Alguien se ha
robado mi lugar.
—¿Cómo te fue? —pregunta Susan pasándome un bol con
gomas dulces en forma de oso.
Meto la mano al fondo y luego me las engullo. Evan es
experto en crear vicios en la gente que conoce. Es a él a
quién le gustan más las gominolas que la comida.
—Y ¿a mí no piensas saludarme?
Miro a Evan y sonrío.
—Hola, idiota —clavo mi índice en su costado y se queja.
—Ya sabes cómo te lo cobraré —me amenaza.
Susan se ríe.
—Vosotros sois peor de lo que imaginé.
—¿Qué hacéis aquí? —me engullo otro puñado de ositos.
—Nada.
Y ambos estallan en risas.
Los observo con expresión de estar en medio de un par
de locos. Evan habla:
—Ninguno quería cocinar, ni ver una película o hablar.
Pero queríamos compañía, así que propuse subir aquí,
mirar al cielo y aclararnos las ideas.
—Cuidado, Susan, Evan está medio chiflado, intenta no
creer todo lo que te diga.
—Hormonitas… —refunfuña.
—¿Hormonitas? —Susie se troncha de risa.
—Larga historia —zanjo enseguida.
Rufus cambia de almohada y vuelve a mi panza, Evan
levanta el brazo y me rodea llevándome hasta él.
—¿Cómo estuvo el viaje con tu tinieblo?
—Shhh… es su hermano.
—Es un imbécil, pierde cuidado.
—Susan, tu hermano te quiere y, pues, no ha hecho las
cosas muy bien. Dale una oportunidad.
—Está enamorada, no le hagas caso —replica Evan
burlándose de mí.
Ellos se descojonan y yo aprieto los puños.
—¿Pedimos china?
—Sí —responden.
Susan se adelanta para hacer el pedido. Evan y yo nos
quedamos desinflando el colchón.
—¿Qué pasó en Miami?
Empezaré a creer que es algún tipo de vidente.
—¿Qué pasó de qué? Tuve algunas conferencias,
reuniones…
Evan pone los brazos en jarra y me reta con la mirada.
Dejo caer los hombros, no sé porque a él no le puedo
chistar.
E: —¿Porque te conoce?
L: —Ahora estás bipolar, lo que me faltaba.
—Solo me sentí mal. Stephan se preocupa por Susan y yo
respondí altanera. Pedí la cena y se la llevé a su cuarto.
Evan curva las cejas y aprieta los labios escondiendo una
sonrisa.
—Vale, qué bonito acto de misericordia por tu parte. Pero
si algo he aprendido muy bien, es que las mujeres no sois
de visitar a un hombre de noche, y si lo hacéis, solo puede
ser por venganza o para sexo.
—¿Y si es amor?
—El amor y la venganza se sienten igual —sus ojos me
acusan, debo tener cara de follada culpable—. ¿Qué hiciste
allí?
—Pues, el que quiere besar busca la boca y fui con la
intención de hacer las paces. Terminé siendo el postre —
confieso mientras bajo la cabeza—. Antes de la cena, claro.
Evan exhala un suspiro.
—Os reconciliasteis. Es lo que sucede cuando dos
personas se ven mucho. Es la ley de gravedad.
—Es el karma que me ha hecho su blanco favorito.
—Noto arrepentimiento en esa voz...
Me siento en el suelo y escondo la cabeza entre mis
manos.
—Odio que mi vida se haya convertido en un montón de
absurdas casualidades. ¿Por qué tenía que ser Stephan?
Unos fuertes brazos me apresan y me abandono a su
pecho, dejo escapar un par de lágrimas de frustración
porque no me gusta tener tanto miedo.
—Tranquila, Lena, estás llena de miedo. Pero vosotros os
queréis o es lo que esperáis hacer, y el amor es casualidad,
una muy bonita porque encuentras la otra mitad de tu
corazón —acaricia mi cabello y me da un beso en la
coronilla—. No tengas miedo, hormonitas, vive el momento.
No pienses.
De fondo se oye el viento y el latido del corazón de Evan.
No tengo las palabras correctas que explicarían por qué
con él no existe el miedo. Con Evan no soy yo y tampoco me
interesa ser alguien en concreto.
Tengo la cabeza y el corazón hecho nudos.
Después de un rato, bajamos a mi piso para cenar. Evan
me recuerda que mañana se harán las fotos en el estudio
de su productora y un cuchillo se me clava en la garganta.
—¿Pasa algo, Elena? —pregunta Susan, no he comido
mucho y se supone que tengo que darle ejemplo.
—Nada, cariño —finjo una sonrisa—, solo que olvidé
preparar algunas cosas para mañana y creo que debo irme.
—¿Ahora?
—Sí, Evan —me levanto y me voy al cuarto, allí me
alcanza la voz de mi conciencia.
—¿A dónde vas?
—Dale una ronda a Susan, por favor.
Meto un par de prendas en mi cartera. No sé para dónde
voy, o sí, a la oficina porque no tengo llaves de otro lugar.
Salgo del cuarto, me despido de Susan y Rufus.
—Lena —me detiene Evan—. Voy contigo.
—No tienes que…
—Es tarde, vas sola —se acerca y susurra a mi oído—, y
sé que algo pasa.
—Descansa, preciosa —se despide de Susie con un beso
en la mejilla y me toma de la mano.
Johanne te necesito aquí
23. Esto no puede estar pasando

L aManhattan,
productora de Evan está ubicada en el corazón de
una calle al sur del edificio Chrysler. Nos
hemos sentado en el suelo del estudio donde se harán las
fotos, estoy abrazada a él, me tiembla el cuerpo y me arde
el esófago. Nadie me ha obligado a hacerlo, ni siquiera lo
saben, fue una de mis brillanteces inspirada en el caso de
Susan. Ninguna de las chicas que posará para la cámara de
Stephan ha sufrido desórdenes alimenticios. Ninguna
aceptó hacerlo, imagino que por vergüenza. Entonces, un
cosquilleo extraño en la nuca me dio el impulso para
decidir que sería la última y la única que mostraría sus
cicatrices para decir que la anorexia y la bulimia no
pudieron conmigo.
El impulso de valentía me duró hasta que Amy pidió
adelantar la sesión. Esperaba que, a la par con la
recuperación de Susan, también mis demonios se
espantaran y, para el día de las fotos, yo estuviera confiada
y segura.
Hemos pasado un largo rato escuchando música,
hablando de su trabajo y de todo menos del motivo que nos
tiene aquí. Debe ser de madrugada porque afuera todo está
en relativo silencio.
Ahora tiemblo como si estuviera sentada desnuda sobre
la nieve y no me siento capaz de hacerlo, tampoco voy a
romper mi promesa. No es solo por mí, Susan o Lauren es
por las que no han hablado, las que lo están padeciendo y
las que perdieron la batalla. Es hora de que me libere de
todos los fantasmas que me persiguen, es hora de ser la
verdadera Elena que se escondió tras el armario el día que
le dijeron, por primera vez, que era un saco de huesos
insípido y sin gracia. Que tenía cabeza de micrófono y que
mis pecas eran horribles.
—¿Qué te tiene tan apabullada? Empiezo a preocuparme.
Tenemos las manos entrelazadas, nos hemos quitado los
zapatos para no ensuciar la alfombra de piel de oveja.
Tengo que decírselo, Johanne no aparecerá por arte de
magia para ayudar con mi problema de confianza y Evan
es… todo lo que tengo, lo reconozco. Porque Stephan puede
ser el tipo que me calienta y me pone cachonda con un
beso, un roce o esa mirada de lobo al acecho; pero no
confío en él del modo en que lo hago con Evan.
—Tengo miedo porque también voy a ser retratada por
Stephan.
Espero por la pregunta que no llega.
—Es realmente admirable que decidieras posar. Pero si
eso, de alguna forma te hiere, no lo hagas.
—¿Cómo lo sabes?
—¿Cómo sé qué cosa?
—Que tengo un motivo para decir que sobreviví.
Besa mi cabeza con tanta ternura que por un momento
me olvido del miedo.
—Te desnudé para eso que… ya sabes —asiento—. No te
miré con morbo, fui respetuoso, lo prometo. La cicatriz de
tu abdomen me dijo más que las otras marcas y me armó la
teoría. He visto y vivido muchas cosas, Elena, las cicatrices
siempre tienen una historia. Ahora, ese afán por cuidar de
Susan es solo la confirmación de que quieres salvarla y
estoy muy orgulloso de ti.
Gimoteo contra su pecho. Me siento débil, frágil y con
ese terrible sentimiento de exposición que nunca me
abandona. Eso que me obliga a cubrir mis pecas, a alisarme
el cabello o a no permitir que me vean desnuda. Que ha
sido todo un desafío cuando de relaciones se trataba. Solo
que con esa personalidad dominante lograba lo que quería.
Aun así, lo que me ha dicho Evan solo significa que todos lo
han notado y ninguno me ha juzgado. Que soy la tirana
inquisidora de mi propia vida.
—Gracias por abrirte en banda conmigo.
—Te he dado todos los secretos que ya no me sirven,
Evan.
—Y prometo que sabré llevarlos conmigo —besa la cima
de mi cabeza—. Te quiero, hormonitas.
—También te quiero, perfecto idiota.
Nos quedamos abrazados, hasta que tomo una decisión.
—¿Tienes un espejo de pie? —pregunto con un hilo de
voz.
—Sí tengo uno, está del otro lado.
—¿Podrías traerlo?
—Por supuesto. ¿Para algo en especial? —pregunta
confuso.
—Por favor, traelo.
Evan se levanta y va hasta el otro lado del salón, carga el
espejo que está cubierto por una tela y lo pone frente a mí.
—Vuelvo en un momento.
Salgo hacia el baño, me retiro la ropa y me humedezco el
cabello, lavo mi rostro y, a pesar de que creo que me voy a
desmoronar, camino de regreso vestida con una bata de
baño.
—Lena —advierte Evan con un tono dubitativo—, no te
tortures de ese modo.
—Tengo que hacerlo, tengo que volver a verme en un
espejo para sentir que no me erigí sobre arenas movedizas.
Doy un par de pasos atrás hasta tocar el borde de la
ventana. Las lágrimas me brotan como catarsis. Es una
sanación que viene de adentro. Mis manos van a la
cinturilla para desanudarla. Tiemblan y están heladas.
—No te hagas esto, por favor. No te presiones —Evan se
pone frente a mí, toma mis manos y busca mi mirada—.
Eres hermosa y confieso que me gusta mirarte, si llegara a
enamorarme otra vez serías la primera en la lista.
Sonrío levemente.
—Quita la tela, por favor.
—¿Segura?
—Sí.
E: —No lo hagas, Lena.
L: —Tenemos que superar esto de una buena vez.
E: —Sabes que no nos gusta vernos al espejo.
L: —¿Y seremos cobardes para siempre?
E: —No soy tan fuerte como tú.
L: —Ve a esconderte, lo haré yo.
Evan obedece y luego se pone tras el espejo. Repito los
pasos tal cual lo hizo Susan. Me voy mirando lentamente al
espejo hasta que llego a mi abdomen. Esa es la zona que
odié, porque no tenía cintura porque no me lucían las
camisillas ajustadas y el bikini nunca fue la prenda que más
me favorecía. Tenía trece años cuando el mundo se me vino
abajo y, desde ese día en adelante, me odié más que nadie
por no ser perfecta.
Me inunda un inmenso sentimiento de tristeza y
nostalgia, y lucho por reprimir las lágrimas. Pero esa
batalla la perdí desde el primer momento.
El llanto que derramo es doloroso, verme de nuevo no
me refleja a la mujer que soy sino la que fui. Recuerdo cada
vez, cada error, cada paso en falso, cada caída y cada
lágrima, y me abisma el peso de los años, del silencio, de
esconderme tras un disfraz para que nadie más me dañe.
Pero no me he recuperado, sigo rota, sigo vacía… las
lágrimas se desbordan por mis mejillas y saboreo de nuevo
el miedo y la inseguridad.
Evan me saca del ensimismamiento tarareando una
canción que habla de una chica que no le gustan los
pliegues que se forman en sus ojos al sonreír, a la que no le
gusta su abdomen, sus muslos, sus pecas. Pero que para él
son solo pequeñas cosas. Camina hacia mí mientras sigue
diciendo, que esa chica no se ama tanto como él a ella, que
no se trata bien y que él desea que lo haga, que estará
siempre ahí… que ha dejado escapar esas pequeñas cosas,
porque está enamorado de esa chica.
Se quita el suéter y me lo pone encima. Acaricia mi
cabello y me mira con tanta adoración que me pone a
temblar el alma. Uno de sus índices baja por mi nariz y mis
labios en forma lenta y sus ojos siguen la ruta de sus dedos,
atraviesa el centro de mis senos y llega a mi abdomen que
se contrae enseguida, es mi límite infranqueable. Ahora es
su mano la que toca esa piel como si intentara sanarla.
Parece que vuelve a abrirse la cicatriz que me divide en
este y oeste.
Vuelve a mirar mis ojos, los suyos no muestran deseo,
lujuria o morbo, muestran algo tan puro y sublime que me
recuerda la forma en que Brian me mira. Su mano me
acaricia, esa herida está sanando, se está borrando la
marca de la desesperación, de la noche en que tomé un
frasco de un veneno que acabara con la tortura. Esa fue mi
locura, casi me destrozo el estómago y por eso tuvieron que
abrirme el abdomen y salvarme la vida. Luego de abrazar la
muerte, me levanté y hasta hoy no me vi desnuda en un
espejo; no porque no lo intentara sino porque sabía que, de
hacerlo, jamás le ganaría la batalla a ese monstruo.
El sol empieza a colarse por las ventanas y no tardará en
llegar el personal, las chicas fueron citadas a las siete.
—Sonríe, Lena, hazle ese favor al mundo.
Mis manos se elevan para tomar sus mejillas, me deleito
con el color de sus ojos y la luz del día que juega con los
matices de verdes y azules. Esos ojos vuelven a hablarme
aunque no entiendo lo que me dicen.
Evan se inclina hacia mí, y mis pupilas vacilan. Algo no
va bien aquí. Algo en el ambiente cambió. Mi respiración se
precipita y una de mis manos siente el palpitar acelerado
del corazón de Evan. Creo que ya no respiro, el cuerpo se
me paraliza y cierro los ojos, lo siguiente que percibo son
los labios húmedos de Evan sobre los míos. Así pasan
segundos o siglos, ni él reacciona ni yo me muevo. Su mano
abarca mi cintura y con eso tengo para apretarme contra él
y abrir la boca. A ambos se nos escapa un suspiro antes de
que resbalen nuestros labios en una danza lenta. Aquí no
hay hambre, no hay necesidad. Es un beso dulce, suave,
medido. Es una caricia. Es Evan Humphrey besándome
como solo lo he visto besar en el cine y creo que me estoy
derritiendo.
Sus labios se deslizan sobre los míos y soy consciente de
que es la primera vez, desde Michael, que recibo un beso
dado con el corazón, un beso de amor que me tiene todo el
sistema revolucionado. Los oídos me zumban, en la cabeza
siento una opresión y en la garganta un nudo. Me
cosquillea desde la primera cervical hasta la última y se me
hielan los pies.
Un sonido del exterior de mi burbuja me sobresalta.
Alguien aplaude.
Aturdida y casi cegada de tanto apretar los ojos, veo a
Stephan en el marco de la puerta, aplaude y sonríe como
psicópata.
—¡Maravilloso! ¡Una toma de puta madre! —Da un par
de pasos—. ¡Corte director, la tenemos! —se ríe de nuevo
esta vez con burla y mira a todos los lados—. ¿No es una
actuación?
—Stephan —titubeo.
—¡Tú! —me señala con el índice, Evan se pone delante
como barrera protectora.
—Ten cuidado con lo que dirás —advierte Evan.
Stephan aprieta la mandíbula.
—No te confíes, galancete, lo de esta chica no es el amor.
En un par de días te dirá que no diste la talla, ¡tú tampoco!
—le hace un paneo de arriba abajo—. Y que, te lo pierdes.
Ahora tú te lo pierdes —sentencia señalándome con el
índice, otra vez.
 
24. S.O.S

S tephan se da vuelta y sale sin mediar palabra, he podido


ver en sus ojos la bruma de los sentimientos que lo
ahoga y lo sé porque algo igual pasa conmigo.
Evan se ha quedado en silencio, no sé si procesa las
palabras de Stephan, si lo hace porque entre ambos ahora
hay un tema que no tengo idea de cómo abordar, o si está
esperando que sea yo la que hable primero y rompa con la
tensión del momento.
El jaleo colma el estudio, en un parpadeo hay gente por
todas partes dando órdenes, alguien se lleva a Evan y yo
me quedo allí, viendo cómo todo se mueve sin que yo sea
capaz de hacerlo.
¿Qué acaba de pasar?
Y no hablo del beso exactamente, hablo de todo el
maremoto emocional que me azotó el cuerpo y el alma,
hablo de que estoy temblando y no encuentro una razón
lógica para esto. Hablo de que siento que cada una de mis
murallas está desplomándose.
E: —Te gusta el idiota, ya te lo dije.
L: —¿No estabas escondida?
E: —No cuando casi me provocas un terremoto, Lena. ¿Qué pasó?
L: —No sé, pero ese simple beso me ha puesto a temblar. Y no
puedo dejar de pensar en que quiero repetirlo.
E: —¡No! Evan no, es Stephan el que nos hace temblar.
Llegan las chicas de la oficina y me llevan con ellas, pero
yo sigo absorta en lo ocurrido. Pregunto por Evan a alguien
y me dice que le ha visto salir, no pregunto por Stephan
porque no es a quien quiero ver ahora. Así que me ocupo
de mi trabajo, vuelvo a vestirme, hablo con las chicas e
intento darles el apoyo y la confianza que ahora mismo no
tengo, le comento a la maquilladora lo que se planificó para
cada una de ellas y elegimos el vestuario.
Es una campaña compleja, sabemos que la crítica será
fuerte, pero es lo que esperamos, que el mensaje haga eco.
No se trata solo de hacer fotos de catálogo, se trata de que
las chicas llevarán medio cuerpo maquillado y vestido de
diseñador y el otro medio mostrará sus cicatrices, sus
heridas. El claro ejemplo de maquillar la realidad porque
nos incomoda ver la maldad que nos resta humanidad.
Cuando el director del set da la orden, las chicas
empiezan a moverse, sé que estarán bien con Stephan,
sabe lo que hace aunque sea especialista en otro campo de
la fotografía.
Tomo mi móvil, tengo un mensaje de Susie avisando de
su rutina.
Decido escribirle a Evan.

ELENA: Tenemos que hablar.

La respuesta llega casi de inmediato.

PERFECTO IDIOTA: Sé que quieres hablar.

ELENA: ¿Tú no?

PERFECTO IDIOTA: No sé qué decirte.

ELENA: No sabes lo que voy a preguntar.


PERFECTO IDIOTA: Apuesta que lo sé.

Sonrío levemente, Evan es alguien tan fácil de llevar.

ELENA: ¿Dónde estás?

PERFECTO IDIOTA: Donde no puedes verme, pero


yo a ti sí.

ELENA: Eso es un poco acosador.

PERFECTO IDIOTA: No voy a dejarte a merced de


ese patán.

ELENA: Milord, qué lenguaje más apropiado.

PERFECTO IDIOTA: Agradecido, milady.

ELENA: Gracias por quedarte,

PERFECTO IDIOTA: Eres donde debo estar.

Mi suspiro se queda a mitad de camino cuando la


maquilladora llega para prepararme.
—El vestido que te han asignado es una locura.
—Es un Gucci, no esperaría menos.
—¿Estás muy acostumbrada a usarlos? —pregunta con
un tinte de sorna.
—Sí, más de lo que crees.
Tomo mi estuche de maquillaje y se lo entrego, no estoy
tan desubicada como para olvidarme de mis alergias.
—¿Quién eres para llevar Prada y Chanel en un mismo
outfit? —me pregunta mientras examina mis cosas. Sonrío
al ver mis Prada preparados para la sesión, ellos siempre
están detrás de todo lo bueno que me pasa…
Sonrío y niego con la cabeza.
—Nadie. Una chica más.
Ella me escanea con su mirada verdosa y aprieta en los
labios una sonrisa.
—Algo me dice que mientes, pero sé que lo averiguaré
pronto.
Una hora después me están poniendo el impresionante
vestido Gucci verde aqua que me han asignado, con cauda,
bordados, plisados, plumas y un escote infinito que acaba
debajo de mi ombligo y que muestra perfectamente mis
cicatrices del abdomen. Nunca me habría puesto algo
semejante si no se tratara de una causa social.
Me maquillaron los ojos con los mismos tonos del vestido
y agregaron purpurina y piedrecillas, mis labios en color
burdeos y mis pecas plenamente expuestas, pero el toque
final lo llevo en la cabeza, mi pelo al natural, incluso con
más volumen, y un tocado con plumas de pavo real.
Me miro al espejo y lo que veo no me emociona, me hace
temblar. Es una versión «mejorada» de mí, pero no la que
quiero mostrarle al mundo. No estoy preparada para ser la
Elena de las pecas y la melena de león, pero aquí vamos…
Llego al set acompañada de dos chicos que me ayudan
con la cauda del vestido y los accesorios que me pondrán.
Me subo a mis Prada y paso el nudo en la garganta, me
preparo para enfrentar a mi verdugo detrás de la cámara.
Elevo el mentón y dejo escapar el aire, entonces veo a
Evan al fondo, con las manos en los bolsillos, me observa
fijamente y a mí me aletea la piel, su expresión es neutra,
parece que está atento a mis señales. Como si esperase que
con un gesto le indicase alguna orden.
—¡Luces bajas! —grita alguien—. ¡Iluminación central!
—¿Elena? —pregunta Stephan con voz trémula.
Ahí es cuando me estremezco por completo, elevo el
rostro para chocar con los ojos de Stephan, leo la
fascinación y el deleite en ellos y empiezo a temblar. Sé que
mi aspecto le agrada, soy la que él quiere que sea. Pero
también hay confusión en ellos.
Me acomodo en el lugar que me indican, mis manos se
aferran al escote del vestido tratando de cerrarlo, porque
no estoy preparada para mostrar mi debilidad. Stephan da
un paso al costado y se acerca, Evan se remueve y con mis
ojos le indico que todo está bien.
—No mencionaste que harías parte de la campaña…
Exhalo lentamente y niego con la cabeza.
—Ya lo verás.
—No comprendo…
—Haz tu trabajo, Bradley —le digo con la fuerza que soy
capaz de reunir.
Él me observa un par de segundos y vuelve tras la
cámara, por un momento deja de existir el ruido y la gente
y solo somos tres en este lugar.
—A mi orden, Elena —dice Stephan.
Sigo las instrucciones de Stephan mientras lucho por
mantenerme firme en mi lugar.
E: —Mírate dónde estás, Elena, desnuda mientras él te mira a
través de la lente de su cámara, tragándose sus reproches, y tú
intentas procesar lo que acaba de ocurrir. Con el corazón haciendo un
motín y los sentimientos revueltos. Esos dos hombres te miran, Lena
o Elena, para ellos eres la misma mujer y no sabes hacia cuál ir.
¿Cómo piensas librarte de esto?
—¡Corpiño fuera! —grita una voz y vuelvo a la realidad.
Suelto las manos del vestido y mi cicatriz es plenamente
visible, mis rodillas tiemblan. Los ayudantes se encargan
de exponer mi torso cubierto por un bustier de pedrería. Mi
labio inferior no para de moverse, hay muchas personas
mirándome y es como si estuviese desnuda delante de ellos.
Mis ojos vuelven a la cámara y es cuando Stephan parece
comprender lo que ocurre, le veo titubear y moverse sin
hallar el ángulo. Finalmente habla:
—Última —dice.
Apenas la luz del flash se dispara, mis lágrimas escapan
copiosamente por mis mejillas. Un último rayo de luz me
ciega momentáneamente y es cuando me doy cuenta de
que me he derrumbado, las personas a mi alrededor se
mueven y sus voces son un eco lejano, veo a Evan llegar y
en un momento estoy en sus brazos.
—Sácame de aquí —suplico en medio de las lágrimas.
—Ya estás a salvo, cariño. 
25. La oscuridad

M isdificultad
latidos han aumentado, me duele el pecho
para respirar. Intento calmarme,
y siento
pero la
ansiedad se dispara y tiemblo sin control.
Me remuevo angustiada y Evan me acomoda en un sofá,
estamos en una oficina. Mis manos no paran de temblar, mi
cuerpo entero lo hace y siento el rostro mojado.
—Recuéstate, trata de respirar profundo.
Sigo sus indicaciones, pero no consigo estar cómoda en
mi piel, me siento expuesta y vulnerable. Tengo frío.
—No puedo.
Evan me cubre con algo, no sé lo que es porque
mantengo los ojos cerrados, no quiero ver tantos rostros a
mi alrededor, tantas miradas que me señalen.
—Es un ataque de pánico, solo respira y pasará pronto.
Pero no lo siento así, me remuevo en el sofá y abro los
ojos, me incorporo y me veo descalza y con parte del
vestido suelto, creo que lo he roto y eso incrementa mi
angustia.
—¿Se ha estropeado? —pregunto ansiosa.
—No importa, yo me hago cargo.
—Quítamelo.
Se acerca y me quita la falda, me cubre con su suéter y,
con delicadeza, apunta los botones hasta cubrirme por
completo, me ofrece agua, pero no soy capaz de tragarla.
Me desgañito a llorar y acabo en el suelo hecha un ovillo.
Mi pecho arde y he vuelto a escuchar las voces que
acallé hace tantos años. Aprieto los ojos intentando
eliminarlas y concentrarme en algo más.
Entonces lo escucho:
—Sweet Caroline. Good times never seemed so good…
Evan empieza a cantar una canción muy vieja que apenas
reconozco, se ha tumbado a mi lado en el suelo y sus dedos
acarician los míos suavemente. Su voz es dulce, cálida y
profunda
—Look at the night, and it don't seem so lonely. We fill it
up with only two…
Aprieto su mano y las voces se van, solo es su voz
llenándolo todo.
—¿Estás mejor? —pregunta con mucha dulzura y mi
respuesta es abrazarme a él.
Recuerdo la canción. Es Sweet Caroline de Neil
Diamond, y cuando Evan vuelve a cantar, la letra me
arponea el pecho: ¿Cómo podría sufrir cuando te estoy
abrazando?
—Todo es mejor cuando tú estás —confieso, avasallada.
Besa la cima de mi cabeza y poco a poco la angustia se
aleja, mi cuerpo para de temblar y mi pecho se ralentiza.
Evan sigue cantando y ahora sé que una canción tiene el
poder misterioso de juntar a dos personas con lazos
irrompibles.
Ha pasado un largo rato, la voz de Evan es ahora un
tarareo suave que me arrulla y me da paz. Su olor colma
mis sentidos y parece que vuelvo a ser dueña de mí.
—Tenías razón, no debí hacerlo, no estaba lista para
exponerle al mundo mis heridas de guerra.
—Ya no importa lo que dije, fuiste muy valiente y te veías
impresionante.
—No exageres.
—Exagerar es mi trabajo —bromea.
—¿Qué hora es?
Le veo levantar la mano para revisar su reloj.
—Pasa de las cinco.
—Supongo que ya se fueron todos. Hice una escena
allá…
—Nada de eso, no te preocupes por ellos ni por nadie,
solo tú o quien ha pasado por lo mismo puede entender lo
que significó para ti ponerte frente a esa cámara.
Me siento y desde allí veo a Evan. Parece irreal que
estuviera tumbado a mi lado calmando mi ataque de
ansiedad. Haciéndose eco de mi miedo para enfrentarlo por
mí.
—¿Por qué me besaste, Evan?
Suspira y se levanta.
—Porque era un buen momento para hacerlo —me mira
fijamente y no comprendo su actitud.
Le miro como si me lo hubiera dicho en latín, bueno en
latín me habría resultado más claro, fue como en árabe, de
derecha a izquierda.
—No entiendo.
—Sabes que cuando alguien está angustiado hay que
hacerle pensar en otra cosa, y, vale, un beso vuelve locas a
las mujeres porque entre las dudas y los planes, su cabeza
no deja de girar. Así que funcionó la distracción.
—No me calas, mentiroso.
—No querrás saber la razón —se sincera.
—Ni tú lo que opino al respecto.
Afirma con la cabeza y me ayuda a ponerme de pie.
Observo el vestido en el suelo y recuerdo que la encargada
de vestuario de la revista hizo hincapié en que debía
cuidarlo como un tesoro.
—Si está roto he firmado mi sentencia de muerte.
Evan lo levanta y lo revisa, parece intacto.
—Después nos preocupamos de esto, ¿quieres irte a
casa?
—Sí, por favor.
Me sonríe, dulce como solo él sabe y me ofrece su mano
para salir de la oficina, vamos hasta el área de vestuario
donde están mis cosas, no hay nadie por allí, pero hay una
nota en mi cartera con indicaciones sobre la devolución del
vestido, Evan la toma y se la entrega a uno de los asistentes
que aparece por allí y le pide hacerse cargo. Yo paso a
vestirme y recoger mis cosas. Cuando vamos camino a casa
recuerdo que no llevo mis Prada.
—Perdí mi suerte.
—¿De qué hablas?
—Mis Prada, unos zapatos que me han acompañado por
muchos años, no los vi entre mis cosas.
—Haré que alguien pregunte —Evan aprieta mi mano
mientras esperamos en un semáforo—, ¿cómo te sientes?
—Hecha polvo.
—Te haré algo de cenar mientras te das un baño. Luego
puedes dormir.
—¿Te quedarás?
Sonríe sutilmente y afirma.
En casa me reciben Rufus y Susan, ella lleva la mitad de
la pared con un mural impresionante que mezcla flores,
hojas, animales y toques de dorado. Su arte es maravilloso,
me deshago en elogios y me escabullo pronto porque
necesito un momento a solas, no me siento moralmente
capacitada para darle apoyo cuando acabo de tener una
crisis.
Me meto en la bañera y abrazo mis rodillas mientras
pienso en mi vida, en que todo lo que di por seguro ahora
se tambalea y que no me siento fuerte y suficiente para
enfrentarlo. No puedo dar un paso hacia ninguna parte, le
temo a una relación con Stephan, no puedo seguir cuidando
de Susan, no me siento capaz de volver a poner alguna
palabra en el papel sin cuestionarme si soy buena en lo que
hago, y no paro de pensar en ese beso con Evan, en que no
fue una simple distracción y que hay una absurda
necesidad recorriendo mis sistema que me pide repetirlo.
E: —Te dije que no lo hicieras, Lena.
L: —Sé que estás rota, es mi culpa por creerme muy valiente.
E: —Eres muy valiente, Lena, pero yo soy tu debilidad. Están
pasando muchas cosas en nuestra vida.
L: —Parece que mis escudos me han abandonado. Alguna vez creí
que podría evitar enamorarme, ahora es un salto inminente al vacío.
Alguna vez creí que era dueña de mí y que nadie volvería a tocar mi
amor propio… ahora siento que dejé de ser fiel a mí misma. Te fallé,
Elena.
E: —No me has fallado, solo tienes miedo, estás siendo un poco
como yo… te estás ablandando.
—Elena —Evan me habla desde la puerta—, llevas mucho
rato en el agua.
—Pasa.
Me he puesto la bata de baño y me enfrento al espejo,
tengo que quitarme el maquillaje que el agua no sacó. El
tren de mis pensamientos traquetea hacia su inevitable
destino y termino preguntándome ¿qué viene ahora?
—¿Qué pasa? —pregunta Evan al verme.
Dejo caer los hombros y de mi boca escapa un suspiro.
—Tengo miedo, Evan. No sé qué hacer con mi vida ahora.
Las lágrimas me surcan de nuevo las mejillas y él llega a
mi lado para evitar que acabe de nuevo en el suelo. Con sus
dedos eleva mi mentón y sus ojos preciosos me miran con
adoración. Toma uno de los paños con desmaquillador y lo
pasa suavemente por mis ojos.
—Las perlas han sido una de las joyas más apetecidas y
costosas de la historia… —dice sin detener su labor—, pero
es algo especial lo que ocurre para que exista una perla. Es
una infección, una herida, cuanto más grande es esa herida
más grande es la perla, más valiosa.
Toma otro pañuelo y ahora lo pasa por mis labios en una
caricia abrumadora e íntima.
—Tú eras la ostra, estabas protegida, tranquila, pero un
día, un parásito se coló dentro y formó una herida, una
infección. Dolía, penetró tu protección y te marchitó, pero
poco a poco te cubriste de nácar, estabas creando tu propio
escudo protector. Surgió esa perla preciosa, brillante,
única. Esa perla la llamaste Lena Roach, sobresalía por
encima de las demás, era el escudo que resguardaba a
Elena de otro ataque invasor.
Le miro conmovida por sus palabras, Evan ha tomado un
cepillo para peinarme el cabello.
—Ahora tienes miedo, crees que has soltado el escudo y
que Elena será vulnerable, pero no es así, lo que hiciste fue
mostrar la cicatriz, la herida, la perla. Mostrar que, aunque
pasaste por una situación muy complicada, estás aquí
poniendo el pecho a la vida y brillando como esa perla
peregrina, única en tamaño y forma, valiosa como ninguna
y apetecida por muchos.
Sus dedos atajan mis lágrimas y besa mi frente antes de
esconderme en sus brazos.
—Toma el tiempo que necesites para volver a cubrirte de
nácar.
 
26. Levantarse

G racias a que es fin de semana, no tengo que verle la cara


a nadie en la oficina, especialmente al ogro con el que
comparto pantano, pero tampoco tengo alientos para
levantarme de la cama. He pasado el sábado y el domingo
en cama, comiendo poco y durmiendo mucho. Evan se hizo
cargo de Susan y Rufus y me excusó con algún tipo de virus
estacional. Yazgo tendida sobre la cama como una estrella
de mar, durmiendo sola.
Pero no podré mantenerme en esa mentira para siempre.
Menos cuando me han llamado de la revista para recopilar
mi testimonio que acompañará mi fotografía. He dicho que
luego lo envío por mail, y espero que en algún momento me
sienta capaz de confesarme.
Hago el esfuerzo de levantarme, darme una ducha y
cambiarme el pijama, otro de seda que me hace sentir una
diva, dramática, pero diva al fin de cuentas. Creo que nadie
puede creer en mi depresión cuando uso una prenda tan
costosa y parezco sacada de una peli de los 60’s, pero es mi
camuflaje y Dios sabe que sin él no me podría ni levantar.
Superficial. Ya lo sé.
Vuelvo a la cama porque no me apetece nada más, hasta
que la luz cala mis párpados y mi rostro es adornado por
una capa de baba que Rufus me aplica.
—Quiero dormir… —me quejo con voz ronca.
—Hora de levantarse, son las diez de la mañana. ¿No se
supone que trabajas?
—Jo-der… —musito sin alientos.
—Lena, arriba.
—No quiero.
Las mantas son arrancadas de mi cuerpo y mi respuesta
es un gruñido.
—Te odio.
—Vale, ódiame más cuando te saque de la cama y te meta
debajo de la ducha.
—No te atrevas.
—No me retes.
Noto el colchón ceder a su peso, se ha tumbado a mi lado
y me acomoda el pelo que me cubre la cara.
—Vamos, Lena. Es hora de que plantes cara al mundo. Es
otra de cal.
Mi respuesta es abrazarme a él y enterrar la nariz en el
hueco de su cuello. ¡Dios, ¿por qué tiene que oler tan
bien?!
—Te quiero, Elena. Pero no voy a mimarte. Voy a
presionarte para que levantes el culo de una buena vez.
—No quiero que…
De un momento a otro soy arrebatada de la cama,
porque Evan me arrastra por los pies y abro los ojos
cuando voy llegando al borde, es cuando me levanta y me
carga al hombro como un fardo.
—¡Bájame, loco! ¡Evan ¿qué haces?
No se detiene, entra de lleno conmigo debajo de la ducha
y la abre. El agua está fría y yo me empapo enseguida.
—¡Vete al diablo, Evan! —grito histérica y plenamente
despierta.
—Pues nos vamos juntos, Lena.
El agua nos cala a ambos, mi rabia en ebullición cambia
a lujuria cuando observo que la camisa se le pega a la piel,
la boca se me hace agua y mis dedos viajan a su pecho, él
me detiene antes de que pueda tocarlo.
—No —jadea, apartándose para coger aliento.
Elevo la mirada, me mira por entre las pestañas mientras
el agua cae por su rostro.
—Necesito tocarte, Evan o voy a calcinarme.
La nuez de su garganta sube y baja, su pecho se eleva y
sus labios exhalan un hondo suspiro.
—Se me están acabando las fuerzas para resistirme —
confieso, agitada y frustrada.
Parece algo desconcertado, confundido por lo siguiente
que debería decir.
—Te prepararé algo de comer, te esperan en la tarde en
la oficina.
Sale de la ducha empapado, no tanto como yo lo estoy y
eso me hace estremecer. Porque no es posible que un
maldito beso me tenga las hormonas tan revolucionadas.
Como no estoy de ánimo para mostrarme como la dulce e
ingenua Elena, me voy al armario, directamente a la
sección que había descartado estos meses, paso a las
prendas que mi tía me dejó y elijo un conjunto de dos
piezas de Karl Lagerfeld para Chanel. Camisa blanca
manga larga con un sobrepuesto que asemeja una capa, un
estilo inspirado en la artesanía austriaca, y un short de
raya blanca delgada. Unos Manolo Blahnik blancos y los
labios rojos, el cabello tan liso que se deslice cualquier cosa
en él y unos pendientes de perlas cultivadas. Cartera
Chanel, lentes Prada y Lena Roach vuelve a estar de pie.
Cuando llego al comedor, hay un pequeño brunch
dispuesto para mí, pero sin señales de Evan.
—Wao… —dice Susan al verme—. Te vestiste para
matar…
Sonrío levemente y tomo lugar en la mesa, ella me
acompaña y Rufus se sube a sus piernas.
—¿Te sientes mejor?
—Algo… pero el trabajo me espera.
—Hoy hablé con alguien en un café… —menciona tímida.
—Eso es maravilloso ¿quién era?
—Un chico… el lugar estaba lleno y en mi mesa había
espacio, me preguntó si podía sentarse, le dije que sí y
seguí leyendo, pero mis manos empezaron a sudar.
—Estabas ansiosa.
—Sí, no suelo hablar con nadie…
—¿Te dijo algo?
—Me preguntó si iba aún al instituto, le dije que estaba
preparándome para terminar y graduarme. Me dio su
tarjeta, va a la universidad, pero gana dinero extra dando
clases particulares y creo que podría…
La observo fijamente mientras llevo un bocado a mi boca.
—Tendría que hablar con él —atajo su impulso.
—Pero es que es…
—Cuando le conozca te lo digo.
—¡Elena, pensará que soy una cría!
—Lo eres, Susie y estás bajo mi responsabilidad, si es un
loco y algo te pasa, tu hermano se hará una capa con mi
piel.
—No puedo decirle que mi tutora quiere conocerlo.
—Te estás armando una película, no voy a hacerle un
interrogatorio. ¿Quieres que te de clases? Vendrá a casa,
donde pueda verle, voy a presentarme como tu roomie,
seré dulce, lo prometo.
—Me parece más informal vernos en el café, es un lugar
neutral.
—Vale, lo veremos en el café, pero debo conocerlo, Susie
y no hay discusión.
Me levanto y paso al baño para refrescarme antes de
irme al trabajo.
Creo que me he convertido en mi tía Maggie.
 
27. ¿A dónde me llevan?

C uando vuelvo al salón, Susan ya no está por allí, se ha


encerrado en su cuarto como la adolescente que es y
que me recuerda tanto a mí. La puerta se abre y entra Evan
vestido de vaqueros y camisa negra. Paso saliva y lo miro.
—¿Lista para irte?
—Sí, qué otra opción tengo.
—Ninguna. Te llevo.
Su tono serio me confunde, ¿es por lo que no pasó en la
ducha o porque juega al tío duro para meterme en vereda?
Bajamos en silencio hasta el estacionamiento y subimos a
su auto.
—¿Estás enojado?
—No, pero ya te dije que voy a presionarte.
—No funciono bajo presión.
—No me conoces, Lena, puedo ser una pesadilla para ti
si me lo propongo.
Ya eres una pesadilla, Evan, una que me calienta las
bragas y luego desaparece.
Decido que evitaré el tema, tengo que pensar en lo que
haré con Susan, en que tengo que verle el careto de
estreñido a Stephan y que no sé qué decirle a la revista
para cancelar la publicación de mi foto, siento que es un
punto máximo y un paso para el que no estoy preparada.
—¿Cómo va la película?
—Tengo el casting, Blake Lively será Marie Claire.
—Me gusta esa chica. ¿Y Peter?
Exhala y me mira de reojo.
—Seré yo.
Un cosquilleo extraño me camina por la espina dorsal.
No sé si es emoción, celos o indignación, porque 1. Él es
perfecto para el papel. 2. Se va a besar muy mucho con
Blake. 3. ¡No me lo había dicho!
—Vale, qué bien.
—Ya sé que no te lo dije antes…
Ahora resulta que él sí sabe por qué me he mosqueado.
—No lo dijiste, pero supongo que no tenías que hacerlo
porque no hago parte del proyecto.
—Lena…
Elevo mi voz por encima de la suya callando las
explicaciones que no quiero escuchar porque de repente
estoy muy cabreada con él.
—Tampoco es para tanto, Evan. Espero que todo vaya
bien con el rodaje.
—¡Casilda me lo ha pedido!
Eso consigue callarme.
—¿Cuándo hablaste con ella?
—Hace unos días me envió un mail, dijo que quería
ayudar con la producción, ya sabes, poner dinero, para que
se rodara lo antes posible y que la adaptación sea muy fiel
al libro. Parece que tiene fijación con ello.
—No te haces una idea…
—¿No has hablado con ella?
—No, desde la cita que me puso no ha aparecido,
supongo que sus razones tendrá.
Nos acercamos a la puerta del edificio de la ONG.
—¿Me ayudarás a preparar el personaje? —dice al
estacionarse, sus ojos de mar me observan y encienden la
llama en mí.
—Lo que necesites, idiota.
Abro la puerta y salgo, antes de cerrarla me grita:
—Brilla, perla peregrina.
Me estremezco entera porque sus palabras tienen un
significado muy profundo.
Tomo aire varias veces mientras voy en el ascensor, he
llegado media hora antes de la hora de entrada en la tarde,
y es mejor, así nadie podrá verme y mi ansiedad estará a
raya.
Pero al abrir la puerta, todas mis barreras se derrumban
porque la cara de Bradley es lo primero que veo. Sus ojos
son como dagas, por eso desvío la mirada y me voy a mi
lugar.
Mi escritorio tiene una pila de carpetas y la pantalla de
la computadora está adornada por pósits de todos los
colores con tareas, mensajes y recordatorios. Enseguida me
siento abrumada, y eso que solo me ausenté una mañana.
Abro mi libreta para consultar las notas mientras espero
que la computadora encienda, cuando me doy vuelta hacia
la pared para encender la impresora, veo una rosa roja
solitaria. Dudo en agarrarla, pero al final lo hago.
—Debemos hablar, Elena —dice Stephan.
No se necesita ser adivino para saber que la rosa es
suya, que es una ofrenda de paz y a la vez un precedente
de guerra. No creo salir entera de esta oficina hoy.
—¿Debe ser ahora?
—Hay dos conversaciones pendientes entre nosotros,
Elena. Son dos grietas que necesito curar.
Me lleno los pulmones de aire, quiero acabar con esto
porque me desgasta fingirme fuerte delante de él, siento
que siempre que estoy a su lado me visto del personaje que
él quiere que sea.
—Besé a Evan, supongo que porque estaba nerviosa, y
estaba nerviosa porque no le dije a nadie que también me
uniría a la campaña, y me uní a la campaña porque…
—Porque eres una sobreviviente —sentencia en un
susurro trémulo que me obliga a mirarlo.
Afirmo con la cabeza y paso el nudo en mi garganta. Ya
está, se lo dije.
—¿Por qué no me lo habías dicho, Elena? Nunca imaginé
que fuera tan difícil para ti. Cuando Susan mencionó que
habías pasado por lo mismo, supuse que no había sido tan
grave.
—Porque creí tenerlo bajo control, porque es un demonio
contra el que lucho a diario y no es necesario que los
demás carguen con él, me juzguen o me compadezcan.
Llámalo orgullo, pero es mi frente de batalla.
Apenas soy consciente de que las lágrimas vuelven a
rodar por mis mejillas y las limpio con premura. El poco
orgullo que me queda, me grita que no puedo parecer
vulnerable frente a él o será el final.
—Merecía saberlo antes, Elena, apenas fui capaz de
apretar el obturador, no podía evitar sentir que cada toma
era una flecha que te lanzaba.
—Estoy bien —me apresuro a envararme.
—¿Estás segura?
—Fue un momento de debilidad, Stephan, no es que vaya
por la vida mostrando mis cicatrices con mucho orgullo, en
realidad me avergüenzan, no por vanidad sino por
dignidad, son el recordatorio de una historia que desearía
borrar.
—Te veías preciosa, Elena, eras tú por completo. Sé que
no quieres hablar de ello, pero me gustaría que pudieras
hablarme de lo sucedido, que confíes en mí un poco y te
muestres como eres. No voy a juzgarte ¿cómo podría? Si
incluso intentas ayudar a mi hermana. He sido un completo
patán.
Cuando sus manos tocan las mías siento el impulso de
quitarlas, por alguna inexplicable razón su tacto me quema
ahora, y no en el mejor sentido. Es mi vulnerabilidad que se
expone a él y me deja sin defensas. Pero no retiro mis
manos, entiendo que se siente culpable.
—No sé si quiero que salgan mis fotos, Stephan. No estoy
preparada para esto. Creí que sí, pero es demasiado para
mí, desde el escándalo de mi Te lo pierdes, no consigo
recuperarme…
—¿Qué escándalo, Elena? ¿Qué fue lo que pasó en
realidad? Porque dijiste que te demandaron por plagio,
pero aún no sé lo que pasó.
Mi piel se estremece y siento ardor en la garganta, él no
sabe lo que pasó, no sabe de mi Te lo pierdes y lo que me
hizo la arpía de Julia White.
—Yo llevaba un diario, no como el de las niñatas, era un
diario muy íntimo, alguien lo robó y lo publicó y eso me
desató muchos problemas. Desde ese momento me siento
vulnerable y no quiero hacer algo que pueda romperme
otra vez.
—¿Sabes quién lo hizo? Podrías denunciarle.
—No. —Reacciono al instante porque Evan no tiene la
culpa de nada y una demanda solo lo perjudicaría a él y no
a la bruja maldita—. Ya eso no importa, el asunto es que no
quiero que salga mi foto, al menos por ahora, si puedes
ayudarme con ello…
—Esta mañana lo entregué todo al editor, Elena, lo
siento.
Un escalofrío me azota por completo.
—Hablaré con ellos —digo resuelta y me pongo de pie,
tomo mi cartera y busco la salida, Stephan me detiene por
la muñeca.
—No lo hagas, deberías ver las fotos, si tan solo pudieras
verte con mis ojos entenderías mi fascinación… te ves tan
natural, tan sencilla, tan real.
—¡Pero esa no soy yo! —estallo ante su presión—. No soy
esa mujer, Stephan, soy la que tienes enfrente, la que ves
ahora. Ni natural ni sencilla ni real. Soy Lena Roach y
lamento decepcionarte, pero no puedo ser alguien que no
soy para que seas feliz. No puedo ver esas fotos y ver lo
que tú ves porque solo me veo a través de mis
inseguridades y mis miedos. No veo belleza o perfección,
veo a la que escondo cada día, así que no insistas porque
esa mujer no existe más que en tu cabeza.
Salgo de la oficina sobrepasada por mis emociones y más
vulnerable que nunca al comprender que no puedo ser lo
que Stephan quiere que sea y ese es un abismo que nos
separa. Apenas saludo a Jackie que va llegando a su puesto
y me escabullo al ascensor, haré que esas fotos no se
publiquen y no me importa el modo en que lo consiga.
Cuando llego a la salida, veo una camioneta negra
estacionada y un par de hombres esperando. No les presto
mayor atención, voy ensimismada pensando en mi
argumento, necesito un taxi…
—¿Lena Roach? —dice uno de los hombres y me
sobresalto.
Le observo cauta, esto ya lo viví en el aeropuerto.
Ay, no.
Intento esquivarlo, pero me toma del brazo y me lleva
hasta la puerta de la camioneta.
—Debe acompañarnos.
—Pero ¿qué pasa? ¿Quiénes son ustedes? ¿A dónde me
llevan?
Me mira fijamente alimentando mi expresión, que cambia
de forzada compostura a puro pánico.
Ladea la cabeza.
—No haga preguntas, no le va a pasar nada —dice el
hombre y el coche empieza a andar.
Intento tomar el móvil y el hombre me lo quita.
—No tenga miedo, no está en problemas.
—Deme el móvil, me están secuestrando.
—No es así, cálmese y pronto sabrá de qué se trata.
Sé que no tengo más opciones que esperar a saber qué
pasa, empezaré a gritar en cuanto vea oportunidad.

E: —¿Y si es Cruella de Vil?

L: —¡Elena, estás aquí!

E: —¿A dónde me iría, tarada? Pero desde ese día he decidido


esconderme en mi caparazón.

L: —Lo siento, sé que debí escucharte y no hacerlo.

E: —Si evitas que salgan las fotos será suficiente. Pero ahora mismo
estoy aterrada.

L: —Lo sé yo también tengo miedo y si esto lo orquestó la maldita


Julia te juro que le arranco las extensiones una a una.

E: —Yo te ayudo.
El recorrido es corto, mi sistema entra en alarma cuando
veo que nos internamos en un estacionamiento
subterráneo, mi cuerpo empieza a picar, otra de mis
reacciones absurdas, cuando tengo mucho miedo me
aparece un sarpullido… que ahora diga Gabriella que su
elección de la probeta fue la mejor. Me rasco un brazo y el
cuello mientras busco una ruta de escape. Pero los gorilas
que me acompañan saben hacer muy bien su trabajo. Me
interceptan antes de que pueda hacer cualquier
movimiento y me llevan a la fuerza hasta el elevador. Busco
el botón de pánico y el hombre a mi lado se pone de
barrera.
—Ya le dije que no debe preocuparse, no le haremos
daño.
—Claro, porque estoy aquí por mi voluntad.
Disimula una sonrisa que me dan ganas de borrar con el
tacón de mi zapato en sus cojones, es ahora cuando extraño
llevar el gas pimienta. Estoy totalmente desubicada, ni
rastro de la Lena que fui. Claramente está preparando el
terreno para algo, disponiéndolo todo para dar el golpe de
gracia.
Cuando las puertas se abren siento que entro a la gloria
celestial. Es un impresionante pent-house decorado al
mejor estilo art déco, es como un viaje a los años 20’s. Los
muebles son preciosos, detalles en dorado, negro,
turquesa, el suelo brilla como un espejo, pinturas,
esculturas, fotografías de las divas del cine. ¡Cuadros de
Tamara de Lempicka! Me acabo de morir bien muerta.
Estoy extasiada y creo que se me escapan los suspiros. No
puedo dejar de mirarlo todo con fascinación y temor. ¿Será
que me ha raptado un capo de la mafia?
—Sígame, la esperan.
Despabilo porque mi Obi-Wan (la consciencia) me pide
que aterrice de mi estado de alucinación post mortem y me
enfoque en que no sé dónde estoy y mucho menos quién me
trajo a este lugar.
Llegamos hasta una puerta con dos hojas, el diseño es
exquisito, blanco con paneles plateados. Si adentro hay un
harem estaré segura de que morí en algún momento.
El interior es decoración maximalista en todo su
esplendor. Paredes cubiertas con un tapiz de paneles
geométricos en tonos burdeos y dorados, muebles de
madera blanca y refuerzos metálicos, alfombra de piel de
oveja, sillas de terciopelo y una enorme cama con un
espaldar capitoneado en terciopelo rosa.
Y en la cama ella.
Casilda Watts.
—Cierra la boca, querida, que me estropearás la
alfombra.
Pestañeo para cerciorarme de que no estoy soñando y
doy un paso hacia ella.
—Así que no encontraste mejor manera de traerme que
mandando a un par de gorilas para que me raptaran.
—¿Qué sería de la vida sin algo de emoción, Lena?
Necesitas sentir un poco de adrenalina.
—Ya. Pues preferiría sentirla de otro modo —Casilda toca
su cama invitándome a sentarme—. Creí que era obra de tu
mejor amiga. O un capo de la mafia.
Casilda baja los lentes que usa, hasta la mitad de su
nariz, y me observa inquisitiva.
—Compárame con quien quieras, menos con esa hija de
Satán.
La observo, se ve más delgada, poco maquillada, pero el
pelo perfectamente peinado, pijama de seda, como debe
ser, la manicura perfecta y de fondo algo de música. Parece
Jazz. ¿Kenny G? Esta mujer no para de sorprenderme.
—¿Qué esperabas? Pudiste llamar y citarme.
—Lo hice, y ese guapo Adonis, por quien suspiras ahora,
me dijo que estabas enferma. Pero… vestida así, no parece
que algo pueda inquietarte. —Ella tan sabia y vidente, no
será la más compasiva, pero es mejor así a que sea
hipócrita.
—Las penas combinan mejor con Chanel.
Ella asiente y me concede una mínima sonrisa.
—Somos como el camaleón, Lena. La piel que nos cubre
se adapta a las adversidades.
Mi curiosidad me lleva hasta la pila de documentos que
revisa, veo el logo de una firma de abogados y de la
editorial que la publica.
—¿Algún contrato?
—Sí, algo parecido. Por eso te he llamado, querida.
—No estoy escribiendo últimamente.
—Una pena, pero no voy a juzgarte por ello. Te llamé
porque necesito pedirte algo —deja los documentos de lado
y se retira las gafas para mirarme a los ojos, mi piel se
estremece antes de oír sus palabras—: Quiero que prepares
mi funeral.
 
28. El legado de Casilda

M eante
he quedado como una estatua de mármol, pálida y fría
sus palabras. Casilda niega con la cabeza y le hace
una señal a alguien, los demás salen de la habitación y nos
dejan a solas. Yo solo espero haber escuchado mal.
—Despabila, Lena. No tengo tiempo para perder.
—Es que no sé si te oí bien.
—Lo hiciste, querida, no te hagas la tonta. Todos
debemos morir.
—Sí, pero es que tú… ¿por qué me dices esto?
—Porque es la realidad que estoy enfrentando y ya me
cansé de luchar contra la muerte. Mi cuerpo ha dicho basta
y debo aprovechar cada minuto que tengo.
La miro sin saber qué decir, ya sabemos que las
emociones no son mi fuerte y menos si se trata de alguien a
quien admiro tanto como a ella. Quisiera poder hallar las
palabras que le brinden consuelo, pero sé que no es lo que
espera de mí.
—¿Qué debo hacer?
Sonríe satisfecha, eso es lo que ella espera, la muralla y
no el río de lágrimas.
—Pasaré mis últimos días en este lugar, tanto como sea
posible, he decidido quedarme en este país porque aquí
estuvo todo lo que alguna vez amé y fue importante para
mí. Quiero que mis cenizas se mezclen con las de Frank, ya
está dispuesto el lugar y la urna, luego debes ir a Grecia y
dejar nuestras cenizas en el mar. Siempre quisimos ir, yo lo
hice sola pero ahora quiero que estemos juntos allí.
Un nudo se aprieta en mi garganta y disimulo la
humedad en mis ojos al ponerme de pie e ir a por agua.
—Hay una lista selecta de personas que pueden asistir al
funeral, no quiero prensa y el féretro cerrado, usaré un
vestido negro de Balmain que pedí exclusivamente, los
labios rojos y el cabello bien peinado. No sé lo que haya del
otro lado, pero debo verme perfecta. Y un toque de Chanel
N° 5.
—Casilda —digo con la voz estrangulada—, esto es muy…
—No puedo confiar en nadie más, Lena. Eres mi
heredera, en sentido figurado y literal, pero debo pedirte
una cosa: no te conviertas en una copia de mí. Encuentra tu
camino y entrega el corazón, no hay sensación más plena
que esa, te lo aseguro.
Unos toques en la puerta me sobresaltan, Casilda da la
orden de entrar.
—Querido, al fin llegaste.
Me fijo en el hombre, es alto, algo robusto, cabello
castaño bien peinado, barba recortada y traje impoluto,
huele muy bien y usa lentes. No es el tipo de compañía que
suelo ver con Casilda, parece más un abogado. De aspecto
no es que sea un fuera de serie, la verdad.
—Casilda, querida. Tuve unas reuniones antes. —Con
cariño se acerca a ella y besa su mano.
—Lena, te presento a Jake Hartnett.
Abro los ojos de par en par. ¿El editor?
—Lena Roach —le ofrezco mi mano y él se acerca
sonriente a saludarme.
—¿Es la escritora de la que me hablaste? —le pregunta a
Casilda.
Yo empiezo a sudar. ¡Casilda le habló de mí a uno de los
mejores editores del país!
—Exacto. La bella Lena es mi apuesta para ti. No quiero
que sientas que te estoy abandonando.
La expresión de Jake cambia, se nota que le entristece la
noticia y no se toma tan bien el humor ácido de Casilda.
—Casilda, tú eres irremplazable. No menosprecio a Lena,
pero para mí, no habrá nadie como tú.
En eso concuerdo.
Casilda me observa.
—He firmado mi testamento hace algunas horas, eres mi
heredera en bienes y en regalías editoriales hasta los
próximos veinte años. Cuando ese tiempo haya pasado, y si
estás viva, mis libros quedarán libres de derechos
intelectuales. He escrito la segunda parte de mis memorias,
y como el primero lo publicaste tú, el segundo tiene que ser
igual.
—Ya no tengo mi pseudónimo.
—De algo tendrá que servir el dinero que te dejo, y si no
es así, te autorizo a usar alguno de los míos o buscar otro.
Seguro que encuentras el adecuado.
—Casilda esto es demasiado para mí, yo no… ¿por qué
yo?
Extiende su mano pidiendo que me acerque y, por
primera vez, veo en ella algo que nunca creí ver, su mano
acaricia mi mejilla con ternura y me sonríe. Es una
expresión genuina y dulce y yo no puedo contener más las
lágrimas en el borde de mis ojos.
—Porque no fuiste capaz de traicionarme y venderle mi
historia a esa furcia, a pesar de las consecuencias. No hay
algo que tenga más valor para mí que la lealtad.
Tiemblo por dentro y por fuera porque Casilda sabe que
yo era la espía que Julia infiltró en su taller de escritura.
—¿Cómo lo sabes?
—Eres transparente, querida. Sí, usas un escudo para
protegerte de los ataques, pero dentro de ti habita una
mujer tan emocional y auténtica que brilla por donde va. Si
esa bruja no consiguió que me traicionaras, ni bajo
amenazas, eso significa que eres de las buenas. No pierdas
tu autenticidad jamás.
Por su mejilla rueda una lágrima solitaria que limpia
pronto y me sonríe con todo el garbo y elegancia que la
caracteriza.
—Haremos los ajustes pertinentes para que la
documentación se firme pronto y el nombre de Lena
aparezca en los documentos legales —interfiere Jake, me
ofrece su mano y agrega—: quiero leer pronto lo que
escribes, Lena.
—Lo harás —responde Casilda—, y prepara los pañuelos.
Él se despide sonriente llevando los documentos que
Casilda le ha entregado.
Yo me doy un momento para respirar y calmar la
agitación de mi pecho.
—¿Qué pasó con el chico de Brooklyn?
Ella es de las que aprieta y no suelta.
—No me pongas ese disco…
Mueve sus cejas con desdén y se acomoda en la cama.
—Será mejor que me lo cuentes, ahora que no puedo
vivir mis aventuras necesito regodearme con las de alguien
más.
Y aquí me tiene, hablándole de todo lo que ocurrió con
Stephan, con Julia y ahora con Evan, mientras cenamos un
excelente filete de salmón a las finas hierbas. Su expresión
no se inmuta, me escucha y bebe té sin que algo parezca
emocionarla o turbarla demasiado.
—Julia no puede tener hijos, lo intentaron por años con
Trevor, ella estaba obsesionada, probaron todos los
métodos, menos los que no incluyeran su útero. Incluso lo
culpó a él. Estaba tan hastiado del tema que fue fácil
seducirlo y ya lo demás lo sabes. La relación conmigo solo
le dio el impulso de pedir el divorcio y ahora tiene otra
esposa e hijos. No culpo a Julia, yo también deseaba un par
de hijos que hicieran mi vida menos solitaria, pero luego
del aborto espontáneo mi útero quedó inservible. No lo
intenté, solo me resigné.
—Esa fue su excusa y yo decidí irme.
—Entiendo que tienes una razón moral, pero ahora que
sabes que no fue así, debes hablar con el chico de
Brooklyn, eso le ayudará a entender tu huida.
—¿Me creerá la historia de Julia?
Se encoge de hombros.
—Eso ya no es tu problema. En cuanto a Evan…
—Nada pasa con Evan, además, es gay —lo digo bajito
porque sé que es un secreto.
Casilda curva una ceja, inquisidora.
—Evan no es gay, Lena. Y apuesto mi mano derecha. Que
sea la excusa que te repites para no saltarle encima, vale,
supongo que es válido, pero sé de machos y este… querida,
este es de los que saben empotrar.
Empiezo a sufrir calores porque los recuerdos vuelven a
mí en ráfaga.
—Él me lo dijo, no le he visto salir con muchas mujeres
tampoco y…
—Tendrá razones de peso para haberte mentido, y que
no salga en los tabloides cada semana con una conquista
diferente no es garantía de nada. Así que ya sabes cómo
quitarte la duda.
—¡Casilda!
Se carcajea y enciende un pitillo de mariajuana del que
toma una calada y luego me ofrece. Niego y miro la hora en
su reloj de pulsera, son casi las nueve de la noche y creo
que Evan estará como loco buscándome.
—Tengo que irme, tu gorila me quitó el teléfono y Evan
debe estar buscándome.
—Te llevarán a casa, querida, perdona las molestias.
—Nada de eso. ¿Te veré de nuevo?
—No, Elena. Esta fue nuestra despedida.
El impulso me obliga a abrazarla y quedarme unos
segundos allí.
—Eres y serás la mejor, Casilda. Gracias por tu arte y por
tu vida, siempre serás una inspiración para mí —expreso
con la voz apretada.
—Adiós, Lena. Espero verte brillar.
 
29. Corruptora

D eocurrido
camino a casa tuve tiempo para reflexionar sobre lo
esta tarde. Sobre las implicaciones y
consecuencias de ser la heredera de Casilda y sobre mi
propio legado. ¿Quiero seguir siendo una sombra o quiero
brillar con luz propia?
Casilda nunca fue amiga de los medios, pero tampoco
tuvo reparos en mostrarse como era y enfrentar la crítica y
los comentarios. Siempre hizo de su vida una primera
plana, e incluso decidió que ella misma hablaría de sus
secretos y daría su versión oficial de la historia de su vida,
aunque esa no fuese la verdad.
Así que yo también lo haré, hablaré de mí, daré la
versión de mi historia que quiero que conozcan y mostraré
solo lo que soporte mostrar.
Apenas bajo del auto me regresan el móvil, tengo
mensajes y llamadas de Evan, Susan y Stephan. En cuanto
entro al edificio, la voz de Evan me sobresalta.
—¡Lena! —llega hasta mí y me abraza, besa la cima de mi
cabeza una y otra vez—. ¿Dónde estabas? Me estaba
volviendo loco.
Sonrío agradecida de tenerlo en mi vida y lo agarro de la
mano rumbo al ascensor.
—Estaba con Casilda.
—¿Por qué no me avisaste?
—Te lo cuento ahora, quiero darme un baño e irme a la
cama, y necesito que te quedes esta noche porque no
quiero estar sola.
—Sí, ama.
Ambos nos reímos y llegamos a mi piso. Adentro me
recibe Rufus, luego sale Susie de su cuarto.
—Ya sé, estabas preocupada. No pasó nada.
—Mi hermano dijo que habíais discutido.
—¿Hablaste con tu hermano? —pregunto sorprendida.
—Yo lo hice —confiesa Evan, me volteo para verle—. Fue
la última persona que te vio, dijo algo de una discusión por
unas fotos, estuve en la revista y dijeron que nunca
llegaste.
Dejo caer los hombros, lo abrazo y beso sus mejillas
tratando de que se relaje la presión de su ceño fruncido.
—Gracias por preocuparte, no volverá a pasar. Ahora voy
a darme una ducha.
—¿Cenaste?
—Sí, daddy.
Paso a la ducha porque me siento exhausta y me regalo
algunos minutos de limpieza facial, tratamientos y cremas,
a la par, mi cabeza procesa algunas frases que van dando
forma a un texto. Dejaré madurar las ideas antes de irme a
la computadora.
Cuando llego a la habitación encuentro una nota sobre la
almohada.

Te espero en casa, no quiero que Susan piense cosas que, no


son, y tu tinieblo se entere.
Sonrío como tonta. No hay nadie tan preocupado por
salvar mi reputación como Evan, es un caballero. Uno que
parece que me ha dicho mentiras y debo averiguar por qué.
Pero no será hoy.
Cuando llego, la puerta está sin seguro y entro sin
problema. Todo sigue igual y mi superhéroe favorito
aparece vestido con un pijama de Batman, yo llevo uno de
Robin y, al vernos, nos echamos a reír.
—Creo que conozco ese pijama —sonríe pícaro antes de
atraparme en sus brazos.
—Puedes incluirlo en la lista de pérdidas.
Me levanta como a un saco de patatas y aterrizo en su
cama, lo observo desde abajo y fantaseo con verlo quitarse
la camisa y acercarse lentamente a devorarme los labios,
mi sexo se contrae y decido acomodarme en mi lado de la
cama.
Evan apaga las luces y solo deja encendida una lámpara
de mesa que es el reflector con el logo de Batman que se
proyecta en parte de la pared y el techo.
—¿Qué pasó con Stephan? —pregunta a quemarropa.
—Creí que empezarías con Casilda, a propósito, no me
dijiste que ella te había llamado preguntando por mí.
—Quise darte espacio, y ella dijo que volvería a llamar.
—Pues no fue lo que hizo, mandó una camioneta con
cuatro gorilas que me raptaron y me llevaron hasta su piso.
Evan se ríe y yo aprovecho para meterme en sus brazos y
sentirme segura.
—Fiel a su estilo. Esa mujer es única.
—Sí, lo es. Me mandó a buscar porque me ha nombrado
su heredera. Por la premura de sus actos atino a pensar
que morirá pronto.
El silencio se acomoda entre ambos por varios minutos,
la muerte es un tema sensible para cualquiera, pero creo
que en el caso de Evan es más profundo. Mi mano alcanza
la suya y empezamos a jugar con los dedos, silencios que
nos hacen cómplices y nos atrapan en sus hilos.
—¿Qué pasó con las fotos? —pregunta luego de un rato,
ha cambiado de tema así que es mejor no contarle los
detalles de mi conversación con Casilda.
—Estaba considerando que no se publicaran, no me
sentía preparada.
—¿Y ahora qué cambió para que estés considerando
hacerlo?
Evan el vidente.
—Creo que hablar con Casilda me puso la vida en
perspectiva y no quiero arrepentirme luego.
Baja sus brazos y me abraza con fuerza, mi rostro queda
prendado a su pecho e inhalar su olor me acelera el
sistema y me revoluciona las hormonas. No puedo controlar
los impulsos, soy como un vagón descarrilado de un tren.
Mis manos se cuelan debajo de su camisa y con el simple
tacto de su piel ambos nos estremecemos.
—Lena… —suplica con la voz ahogada.
—Evan necesito tocarte, dirás que soy una loca
acosadora, y lo soy ¿vale? Pero es que me estoy volviendo
loca. Esto que hacemos es enfermizo.
—Es peligroso y debemos parar.
—¿Luego todas las enfermedades no son peligrosas?
Mis manos viajan camino arriba y tengo la convicción de
besarlo, de comerle los morros y calmar estas ansias. El
deseo viaja por mi sangre y la calienta como una hoguera.
—Elena piensa en Stephan.
Su comentario me patea el hígado porque ni por un
jodido instante me ha pasado Stephan por la cabeza y no sé
si eso es bueno, si mis ganas no combinan con el amor o
una cosa es lo que se siente en la piel y otra en el corazón.
—Acabas de patearme el útero.
Se carcajea y me contagio de su risa.
—Estás confundida, aquí no pasa nada.
—¿Seguro de eso? Yo como que ya no te creo ese
discurso.
—Estás vulnerable, Lena, pero recuerda que te
enamoraste de un fotógrafo irascible que se hace agua
cada vez que te ve y por quien luchas incluso contra ti
misma.
—No pongas eso en mi biografía o me llevarán a un
psiquiátrico.
—Sabes que no puedes enamorarte de mí porque lo
único cuerdo entre los dos estaría completamente demente.
Y no quiero que lo que tenemos se corrompa.
—Ahora soy una corruptora.
—No, hormonitas. Estás confundida y necesitas dar un
paso en alguna dirección. Si Stephan nos viese como
estamos ahora, estoy muy seguro de que no habrá sacrificio
o promesa que hagas, se dará vuelta y no sabrás de él
nunca más.
—¿Por qué siento que me presionas hacia su bando?
—No hay bando, yo no estoy en tu ecuación, esto no es
una regla de tres. Así que organiza tus sentimientos y
busca ese norte. Ya si luego decides pasar tu vida en esta
cama… durmiendo conmigo —enfatiza—, eres bienvenida.
—Pues si lo de follar se reduce a Rodolfo, prefiero
hacerme con un suministro de baterías solo si puedo
dormir y despertarme entre tus brazos.
—Elena… ¿eso es una declaración de amor?
—De intenciones —me da un beso en la frente y se
acomoda poniendo una almohada entre ambos para evitar
roces accidentales—. Es muy patético ¿verdad?
—Somos los reyes en esto. Ya duérmete.

Despierto muy temprano, la almohada se dio a la fuga en


algún momento y acabó en el suelo porque la protuberancia
con vida propia que vive en la zona sur del cuerpo de Evan
es la que presiona contra mi muslo y yo siento que, si no
huyo de esta cama, voy a terminar cometiendo un delito.
Y no, no soy de esas.
Salgo de la cama y llego al piso, apenas me doy cuenta
de que Rufus no se ha quedado con nosotros y que ahora es
el guardián de Susie. Paso a la cocina por agua y la veo
salir del baño. Luce más pálida de lo común.
—Perdona si te desperté —dice aún adormilada.
—¿Estás bien, cariño?
—No lo sé, hace meses que no tengo la menstruación,
pero acabo de tener un sangrado doloroso.
Dejo la cafetera a medio poner y me apresuro a llegar
junto a ella. Sé muy bien que los trastornos alimenticios
afectan el sistema hormonal. Acaricio su cabeza y la llevo a
la cama.
—Llamaré a Brian, te preparo una tisana. Quédate hoy
en la cama.
—Me gusta tu pijama.
—Lo sé, es una reliquia.
Salgo con el móvil en la mano y le envío un texto a Brian,
me llama y paso los siguientes minutos hablando con él de
la situación de Susan. Me dice que tiene un colega que
puede ayudarnos y que le pedirá atendernos hoy mismo.
¿Ahora qué excusa le doy a Stephan?
Me preparo para el día y le digo a Susan que vamos a
salir porque necesitamos que la revise un ginecólogo. Estoy
tan absorta en mis problemas que no me he fijado en su
historial o en los médicos que la están tratando. Y aunque
ella no lo quiera, debemos incluir a su hermano en esto.
Preparo un desayuno que tenga proteínas y
carbohidratos, para ambas porque nos hace falta. Tengo
que divorciarme un rato del muesli. Evan me envía un
mensaje donde pone que nos veremos más tarde porque
debe ocuparse de algunas cosas y que deje a Rufus en la
clínica.
—Susie, creo que debemos decirle a Stephan lo que está
pasando.
El bocado que iba a su boca se queda a mitad de camino.
—Ya sabes que no quiero verle.
—Vale, pero él sabe más de tu caso que yo, y si el doctor
exige a un familiar tendremos que avisarle y su cabreo
acabará derribando las paredes. Es mejor avisarlo a
tiempo.
—Lo que yo siento es que también quieres deshacerte de
mí.
—No digas eso, cariño. Yo… mira, sé que dije que yo te
ayudaría, pero la verdad es que no soy el mejor ejemplo
para ti, hace unos días tuve un episodio de ansiedad que
me puso las cosas en perspectiva.
—¿Por qué dices que no eres buena para mí? Elena, eres
una inspiración para mí, eres fuerte, decidida, exitosa,
hermosa. Quiero ser como tú, intento y lucho contra todo
porque no quiero decepcionarte, porque si tú lo hiciste,
entonces yo también podré hacerlo.
Susan empieza a llorar y a mí la culpa me apuñala.
—Ven, cariño. No voy a dejarte, tienes todo mi apoyo,
vamos a salir de esto juntas, ya lo verás.
—Sé que una vez enfrentas esta enfermedad lo tendrás
que hacer para siempre, y mira, tuviste esa crisis, pero
sigues de pie como las palmeras en las tormentas. Son
razones suficientes para mí.
—Gracias por confiar en mí, Susie. Vamos a ver a ese
doctor y le avisaré a tu hermano. No quiero que me odie un
poco más.
—Vale. Supongo que también tengo que bajar los
escudos.
—Tu hermano es un gran hombre, pero tiene que lidiar
con muchas cosas.
Ella me da la razón, se termina el plato y pasa a la
ducha. Yo la sigo y cuando salgo lo hago vestida de Dior de
la cabeza a los pies. Por alguna razón necesito ponerme mi
piel de camaleón.
La situación con Stephan sigue tensa y en el consultorio,
con Brian rondando, pues se tensó un poco más. Pero me
agradeció que lo incluyera en la visita al médico y se
ofreció a hacerse cargo de los gastos, le dije que lo
haríamos fifty fifty, se ofendió, pero al final cedió.
Ahora estamos de regreso, el doctor nos explicó que el
sangrado se debe al tratamiento de sustitución hormonal, y
que seguirá ocurriendo hasta que se normalice. Pero ahora
debemos conseguir otros especialistas para establecer una
dieta que evite la anemia por la pérdida de sangre, más
cuando pasó por una transfusión.
Me he convertido en madre en un parpadeo. Antes de
irme a la cama paso por la computadora para escribir el
texto que acompañará mi foto en la revista. Tomé la
decisión de mostrar lo que soy capaz de soportar.
 
30. Cicatrices

S oy Elena Rocha, me he dedicado por algunos años al


mundo editorial como autora. Me he vestido con la piel
de mis personajes para no mostrarle al mundo mis heridas,
mis cicatrices y lo que me hace vulnerable. Cuando creo un
personaje femenino siempre busco que sea fuerte,
determinada, apasionada, sincera y con coraje. Aunque por
dentro esté llena de marcas, inseguridades y secretos.
En el mundo literario esos son los personajes
memorables, una mujer débil no brilla, una mujer sumisa es
juzgada, una mujer sencilla es invisible. Algunos dirán que
es parte de la ficción que ha calado a la realidad y por eso
las mujeres nos escondemos detrás de miles de capas de
maquillaje y tela, encarnando ese personaje. Pero lo cierto
es, que ha sido la realidad la que se ha colado en la ficción,
no son las mujeres de ficción vendiendo un ideal, son las
mujeres reales las que llevamos a la ficción. Porque es la
forma de normalizar y estandarizar los cánones de belleza y
dignidad de nuestra sociedad. Y así seguirá siendo hasta el
día en que dejemos de llamar imperfección a aquello que
nos compone y nos hace únicos. Es verdad, no soy la mujer
de esa foto al cien por cien, el tiempo, los insultos y los
ataques me llevaron a crear mi personaje, la versión
perfecta de mí. La que creo que le gusta al mundo y que
con el paso de los días me he acostumbrado a ver. Ahora,
cuando por descuido me veo como en realidad soy, no me
reconozco y me siento vulnerable. Porque eso ha hecho la
sociedad de mí.
Me han dicho muchas veces que enseñe mis heridas de
guerra, y ahora puedo enseñar las cicatrices de mi cuerpo,
pero las más grandes batallas las he peleado dentro,
conmigo misma, y esas cicatrices jamás las podré mostrar
y, lo que es peor, nunca las podré borrar.
Soy Elena Rocha y sobreviví a la anorexia.
 
31. Maldita casualidad

H an pasado dos semanas algo tranquilas, en la tensa


calma de mi oficina que, en ocasiones, hasta creo que el
pladur me caerá encima en cualquier momento, gracias a
mi compañero el ogro. No hemos hablado desde el día de
mi abrupto escape y acaba de llegar la revista con las fotos
de la campaña. Todo muy chachi, ¿verdad? Un éxito
rotundo ha dicho Amy, donaciones, patrocinadores, toda la
exposición que deseábamos… hasta que llegas a la sección
de sociales y encuentras una foto de página completa
donde aparecen dos personas que, se quieren mucho, que
están abrazados y bailando…
Lo captáis, ¿verdad?
Érase una vez el after party de una famosa gala de
recaudación que se realiza en un museo de la ciudad de
Nueva York. Una cenicienta moderna vestida de atelier
Versace, llega al lugar del brazo de un impresionante
príncipe hollywoodiense y se roban las miradas y acaparan
los cuchicheos.
Fin.
Eso ocurrió la semana pasada.
Ahora, el ogro ha visto la foto y bufa como un toro de
lidia. Y yo, pues, por mí que se lo coma un tigre porque ya
estoy harta de su bipolaridad. Si algo no le gusta pues que
lo diga, si tan interesado está en mí que me lo demuestre.
Me cansé de estar de rodillas y tratando de cuidar mis
pasos para que el caballero no se incomode.
—Lena ¿vienes un momento? —dice Jackie desde la
puerta—. Amy quiere que conozcas a alguien.
—Voy enseguida.
No es que lleve toda la mañana mirando el reloj
deseando que llegue la hora de la comida para descansar
de Stephan. Pero sí. No quiero discutir con él en el trabajo,
ya tenemos suficiente con el asunto del tratamiento de
Susan y los nuevos médicos que Brian nos recomendó. O
sobre el guapo tutor que le da clases todas las tardes… y al
que he visto en fotos nada más. Así que, como no tengo
razones para escabullirme, me piro enseguida.
Llego a la oficina y tengo un momentáneo estado de
extravío porque el Adonis que se me ha puesto enfrente es
capaz de causarme un ictus. Joder, me vibra la piel entera.
Ojos galácticos y leoninos, aire de galantería, el mentón
brillante, despejado, tan angulado y afilado como un
diamante.
—Elena, quiero presentarte a Marc Shannon, el abogado
que ofrece sus asesorías gratuitas a las chicas en casos de
familia, divorcios, herencias, custodias… un hombre con
muchas virtudes —subtítulo: «folla que no veas». El hombre
le sonríe modesto y eso me causa un incendio en el sur—.
Marc, ella es Elena Rocha, nuestra jefe de prensa y la
encargada de la campaña Te presto mi voz.
—Encantado, señorita Rocha —me ofrece su mano.
Mon Dieu, creo que se podría sonar los mocos ahora
mismo y mojaría las bragas igualmente. Qué pedazo de
maromo.
—Elena… un placer —digo tan profesional como puedo.
—Es posible que tengáis que veros algunas veces, por
algún tipo de intercambio de información.
L: —Ya te digo yo el intercambio que quiero tener con este bombón.
E: —¿Quieres calmarte? Dos puertas al fondo está Stephan.
L: —Aguafiestas.
—Claro, lo que necesites, Marc.
Su mirada verdosa me escruta, pero no puedo descifrar
ni una sola emoción, es cauto, medido, reservado… uff pero
me imagino que cuando no es abogado se le olvidan los
modales.
—Espero que podamos reunirnos pronto, Elena —sus
ojos brillan y no sé cómo interpretarlo.
Se despide de Amy con un beso en la mejilla y a mí me
besa la mano. Si mi Te lo pierdes siguiera vigente y esto
hubiese ocurrido hace un año, habría usado mis armas.
Pero no, estamos en el presente donde tengo sentimientos
por dos hombres. O ganas. O una posesión demoníaca.
Cuando vuelvo a la oficina no hay rastro del ogro. Busco
mi móvil porque quiero que Google me cuente todo lo que
sabe de Shannon ya que ha despertado mi curiosidad. No
por dobles intenciones, solo por curiosidad.
Pero antes de que pueda hacerlo, me encuentro dos
mensajes en la bandeja, uno de Evan, el otro… de Johanne.
Un temblorcito me recorre las piernas porque las cosas con
mi mejor amiga no acabaron bien la última vez, me mandó
al infierno y pues aquí sigo, así que si viene a rescatarme
seguro que se lo agradeceré. Además, ahora que soy casi
heredera de Casilda, necesito la asesoría de un abogado…
El recuerdo fugaz de cierto abogado me seca la boca.
E: —¡Ni se te ocurra!
L: —Se me ocurre, pero es mejor no encender ese fuego. Se ve que
el enigmático Shannon es de los que envician y, para problemas, yo
ya tengo dos. En la EPF tiene un 10 cerrado.
Abro el mensaje de Evan.
PERFECTO IDIOTA: Necesito que me ayudes con
algo y es urgente.

LENA: ¿Todo bien en casa?

PERFECTO IDIOTA: Sí, pero no conmigo y necesito


que vengas.

LENA: Vale, salgo enseguida. Pero si incluye


sangre o un cadáver debes avisarme.

PERFECTO IDIOTA: ¡Ven ya, joder!

Uy, ese «joder» suena a desesperación. Será mejor que


salga enseguida. El mensaje de Johanne se queda sin abrir
y es mejor así. Creo que no estoy preparada para que me
tire los trastos a la cabeza. Hace cinco meses le dije que
era una inmadura que no sabía de quién estaba enamorada
en realidad y cinco meses después la desubicada soy yo.
Busco un taxi y llego a casa unos cuarenta minutos
después, el tráfico es terrible a mediodía. Antes de ver a
Evan me aseguro de que Susan está bien, pero no está en
casa y me empieza a preocupar que sea una suicida
emocional con ese chico que le da clases.
Luego me ocuparé de ese asunto.
Subo las escaleras y llamo a la puerta, pero nadie abre.
Le envío un texto a Evan y me responde que entre. Esto
cada vez suena peor.
—¡Hola!
—En el baño.
—¿Te quedaste sin papel de baño?
—No estoy para tus bromas.
Llego hasta su habitación y veo la cama sin hacer,
pañuelos arrugados en el suelo, algunos sin usar…
—¿Qué pasa, Evan? ¿Estás bien?
Llamo a la puerta del baño antes de entrar. Lo que me da
la bienvenida es una imagen muy suya y muy erótica…
Evan en la bañera, pero, hay bolsas rotas de hielos y en sus
manos sostiene un paño que cubre su… como si fuera una
hoja de parra.
—No estoy bien, tengo una erección que no me baja…
coño.
Cubro mi boca con mis manos haciendo enormes
esfuerzos por no soltar una carcajada, pongo cara de
compasión. Sé que no es para reírse, pero me parece tan
irreal que no puedo evitarlo.
—¿Y ya probaste…? —No soy capaz de terminar la frase
con mi voz tranquila.
—Me la he pelado cuatro veces ya… baja por un rato y
vuelve. Tengo la polla dolorida y sensible.
Muerdo mi mano para no reírme.
—¿Qué es lo que esperas que haga, Evan?
Se me queda mirando fijamente, como si hubiera niebla y
creo que si me lo pide me será muy difícil negarme.
—¡No, Lena, por Dios! Pero es que apenas si puedo
andar, esto es horrible.
Noto su sufrimiento y entiendo que necesita opciones, a
mí no se me ocurre otra que llamar a Brian.
—Le diré a Brian que venga a verte y quítate ese hielo
que se te va a congelar la picha.
Salgo del baño en busca del móvil, llamo a Brian y me
contesta un poco tenso.
—Brian, necesito de tu ayuda y toda tu discreción.
—¿Qué ocurre?
—Evan tiene… una situación peculiar.
—¿El actor?
—Sí. El actor.
—¿Qué le pasa? No hago encubrimientos.
—Pero qué dices, es una enfermedad o yo qué sé. El caso
es que necesita un médico y yo solo te conozco a ti.
—Tráelo por emergencias y lo reviso.
—Es que resulta que no puede andar bien… porque su
amiguito le duele.
—¿Qué cosa? Pero, Elena ¿qué estabais haciendo?
—¿Y por qué me culpas a mí?
—No hay que ser adivino para saber que algo os traéis.
Estás con él día y noche.
—¿Y eso significa que me acuesto con él y hacemos cosas
raras?
—No hay que hacer cosas raras para que ocurran
accidentes. Pero si le has roto el pene me temo que no soy
el indicado para salvarlo.
—Mira, tarado, si me acuesto con él no es tu asunto. Pero
para que sepas, no le he roto el pene, solo tiene una
erección que no le baja. ¿Vas a ayudarme o no?
Guarda silencio por unos segundos.
—Debe venir al hospital, no puedo tratarlo en casa,
además, debe valorarlo el urólogo.
—¿Cómo diantres lo llevo al hospital si el que conduce es
él?
—Estaré allí en un rato, que se ponga compresas frías y
ropa cómoda.
—Gracias.
Vuelvo a la habitación y empiezo a recoger las
evidencias. Cuando regreso al baño, Evan está de pie en la
ducha, y agradezco al cielo que me da la vista posterior,
aunque no puedo decir que sea desagradable… en absoluto.
Los glúteos son una maravilla de la ingeniería; sólidos,
respingones, de forma perfecta. Los hoyuelos de los
músculos parecen esculpidos a pulso y tacto… Con Evan se
te cae la baba con apenas mirarlo, ahora imagina lo que
produce verlo en pelota picada.
Madre del amor…
—Brian viene, pero ha dicho que debes ir al hospital para
que te valoren. Y que te pongas ropa cómoda.
—Te agradezco, ya no sabía qué más hacer.
—Te prepararé una maleta con elementos básicos por si
debes quedarte.
Vuelvo al cuarto y me concentro en la tarea, cuando Evan
sale usa un conjunto deportivo de pantalón y sudadera,
gorra y zapatillas. También lleva unas gafas colgando del
cuello y camina muy… cómico.
Un mensaje me llega al móvil y es Brian avisando de su
llegada, le digo que lo veo en mi apartamento.
—Brian ya está aquí, debemos bajar a mi piso.
Asiente y toma la maleta para cubrirse el frente. Yo lucho
por desviar la mirada aunque la curiosidad me puede más.
Y no es que no imagine lo que hay debajo, lo he sentido,
pero… jamás lo he visto.
Llegamos al piso casi a la par con Brian. Su mirada
reprobatoria es la misma que usa cuando se trata de
Stephan, ahora cree que soy algún tipo de pecadora lista
para ser lapidada. Porque pasé del fotógrafo al actor en
menos de seis meses.
Si él supiera.
—Debo revisarte antes de irnos, traje una silla de ruedas
y una ambulancia espera afuera.
—Lena, llama a Francis —Evan me entrega su teléfono—,
avísale que me llevan al Presbyterian para que evite que se
filtre a los medios.
Muevo la cabeza y recibo el móvil, es de esos que no usa
claves, se desbloquea con apretar el botón. El mío tiene
más seguridad que un código soviético. El fondo de
pantalla me causa ternura, es una foto de Rufus dormido en
su cama.
Me voy a la sección de llamadas y, cuando veo un nombre
que se repite más que el mío en la lista, siento un pequeño
ardor en el esófago.
E: —Se llaman celos, Lena.
L: —Nada de eso, es acidez porque no he comido.
¿Quién será Kiki?
Espabilo y toco el nombre de Francis.
—Iba a llamarte, Evan, quieren que hagas…
—Hola, Francis, soy Lena. Evan me ha pedido que te
llame.
—¿Pasa algo? ¿Estáis bien?
—Sí, sí. Solo que Evan… mira no sé cómo decirlo, pero le
llevarán al Presbyterian porque necesitan tratarle allí. No
es nada grave… pero no quiere que se filtre.
—Comprendo, me haré cargo. Os veré allí.
Al colgar, Evan está de regreso y Brian le ofrece la silla.
—Es Priapismo, pero debe verlo el especialista y decidir
el tratamiento.
Le entrego el móvil a Evan mientras Brian llama al
ascensor. Evan se cubre con el maletín luego de sentarse.
—¿Qué dijo Francis?
—Que se hará cargo y que te verá en el hospital.
El viaje en ambulancia es una experiencia única, se
tambalea mucho y no hay de dónde agarrarse, menos si
usas una falda corta e intentas no mostrar el secreto de
Victoria.
Observo a Evan que lleva los ojos cerrados y a Brian con
una ceja curvada, sé que algo quiere decirme y no creo que
se lo guarde para más tarde. En cuanto pueda lo dejará
caer.
La llegada se hizo con la mayor discreción, tanto que me
obligaron a bajar e ir a hacer el ingreso mientras ellos
buscaban una ruta menos concurrida. Pero no alcancé a
decir una palabra a la enfermera cuando Francis estuvo
conmigo.
—Yo me encargo —me dice con una sonrisa que indica
que debo quitarme porque estuve a punto de hablar de
más.
Escucho que da un nombre muy diferente al de Evan y
me pregunto si es el real. Y también entrega una
documentación para firmar sobre la confidencialidad.
Cuando ha terminado se acerca satisfecho de haber hecho
su trabajo.
—¿Quieres un café, Lena? No veremos a Evan hasta en
un rato.
—Claro.
Francis me pide el maletín que cargo con las cosas de
Evan y me invita a seguirlo. No puedo evitar mirarlo, tiene
un look hípster muy cool, sé que es planificado, pero le
sienta de maravilla.
—Y dime, Lena. ¿Sabes algo? ¿Qué es lo que le ocurre?
Pedimos dos cafés y vamos a sentarnos. Le da un sorbo
al vaso.
—Priapismo.
Francis escupe enseguida y agradezco que estoy a su
lado y no enfrente.
—Esto sabe a cañería.
Me echo a reír por su comentario.
—¿Seguro de que tu reacción es por el café?
Esconde una sonrisa detrás del pañuelo que usa para
limpiarse.
—No me juzgues, Lena, pero es que es una situación…
—Cómica, lo sé. No sabes cómo he luchado para no
reírme delante de él.
—¿Y es que vosotros ya…?
Me atraganto con el café, porque está terrible y porque
no es la pregunta que esperaba.
—Claro que no, pero si sabes que entre los dos no puede
pasar nada.
—¿No puede? —pregunta sorprendido.
Mi teléfono suena, un mensaje de Brian.
—Debes subir, ya está con el especialista —le muestro las
indicaciones.
—¿No vienes? —Su expresión es curiosa.
—No, creo que no soy la persona indicada para estar allí.
Nunca podría sentir empatía.
Él me da la razón y se aleja hacia la salida.
Mi teléfono suena otra vez. Miro el nombre en la pantalla
y vuelvo a estremecerme, decido que abriré los mensajes,
pero antes debo saber de Susie.

ELENA: Reporte de actividad.

Responde unos segundos después.

SUSIE: Llegando a casa con Rufus, comí con Simon


y me ha dejado muchos deberes.

ELENA: Buena chica.

SUSIE: Himen intacto.

Niego con la cabeza porque creo que esta chica está


aprendiendo de mí lo que no debe.
Abro los mensajes de mi mejor amiga:

JOHANNE: Elena tenemos que hablar y es urgente.


Estoy en Nueva York, dime si vives todavía en casa
de tu tía.

JOHANNE: Coño, responde el maldito mensaje,


Elena. Sé que las cosas no están bien, pero necesito
que hablemos. Si no respondes iré a buscarte.

Voy a responderle, pero veo el maletín en una silla,


Francis lo ha dejado. Me levanto con la firme intención de
ir a llevarlo, y mientras avanzo hacia la salida y escribo la
respuesta, choco con una persona.
—Perdona —decimos al tiempo.
Elevo el rostro y un cosquilleo muy raro me recorre el
cuerpo, es como cuando juntas las dos partes de cobre de
un mismo cable y, aparte de que fluye la energía, saltan
chispas. Pues eso acaba de pasar. Me quedo prendada de
esa mirada color de miel y esos labios de bizcocho que
pronuncian otra disculpa. Ya sé que puedo pasar por loca,
pero siento que le conozco, esto no es serendipia.
—Iba distraída —le enseño el móvil—, tengo que ir a un
lugar.
—Claro, perdona. Espero no haberte hecho daño.
Su acento es algo peculiar, habla inglés, uno más
británico, pero noto esa cadencia italiana tan especial al
pronunciar ciertas sílabas.
—No, todo perfecto.
—Es que me he perdido aquí, mi prometida me pidió
llevarle algo de la cafetería y no daba con las indicaciones.
—Pues ahí la tienes —le señalo la puerta.
—¡Michael Di Lorenzo espérame…! —dice una voz muy
familiar.
No es que me suene el nombre, más bien se me rompe el
tímpano al oírlo. Un aleteo intenso se instala en mi pecho.
E: —¿Es él? ¿Es nuestro Michael?
Y, al darme vuelta, siento que el piso cede bajo mis pies.
Él se gira y le sonríe de un modo tan especial que parece
incorpóreo.
—Es ella —puntualiza y es cuando escucho que algo se
rompe en mi interior.
—¿Elena? —pregunta Johanne tan pálida como un papel.
L: —Sí, pero ya no es nuestro Michael.
Los miro a ambos, la comprensión me abofetea y
enseguida me falta el aire, los miro de nuevo y no
encuentro más camino que el de huida.
—Elena, espera, por favor —dice Michael y su voz
diciendo mi nombre es como esa frase de Sylvia Platt:
«Dijo mi nombre y de un soplo barrió el desierto que
ocultan mis ojos».
Resulta irónico ¿verdad? No importa cuántas veces
pienses que has dejado atrás el pasado, siempre vuelve,
pronunciando tu nombre.
Subo las escaleras porque en estas circunstancias no
soporto encerrarme en un cubículo. Cuando llego al piso
indicado estoy sin aliento, por el esfuerzo y por la
impresión de lo que acaba de pasar. Si es otro ataque de
pánico, Evan no está para salvarme.
Veo salir a un par de médicos y me cuelo en el cuarto en
busca de la única persona en la que parece que puedo
confiar, pero la imagen gloriosa que me recibe es la de
Evan, completamente en pelota picada como el live action
de la estatua de Adonis y mis ojos se clavan en su
inmaculado amigo del sur.
La madre que me parió.
 
32. Lealtad

M enos mal que tengo la habilidad de ser invisible de vez


en cuando, los chicos no se dieron cuenta de mi
presencia gracias al biombo que me protegió, así que fue
muy fácil salir de la habitación. Ahora busco una máquina
expendedora que tenga una botella de agua porque de
pronto tengo sed, ansiedad y una nube de ira subiendo por
mi sangre. Me hierven las venas y no precisamente por la
revelación de Evan.

No del todo.
Mi teléfono suena como loco y creo que sé de quién se
trata.
Decido ignorarlo y me quedo en la sala privada que tiene
el piso de habitaciones, los recuerdos de mi adolescencia
me llegan en ráfaga, los besos, las sonrisas, el sudor de las
manos, los papelitos que me pasaba en clase, las notas en
mis cuadernos. Michael ha sido el único amor de mi vida,
se marchó sin despedirse y nunca más supe de él. Mi
montaña rusa de cinco segundos. Él único al que le dije «te
quiero».
Ella me vio llorar, odiarlo, amarlo… ¿y ahora es su
prometida?
¿Pero qué cosa estoy pagando?
—¿Elena? —escucho a Brian a mi espalda—. ¿Estás bien?
Limpio mis lágrimas con rapidez y afirmo.
No pasa nada. A mí nada me rompe.
—Sí, ¿cómo está Evan? —respondo con falsa naturalidad.
—Estará bien, si mejora en unas horas le darán la salida
en la noche.
—Me alegra. ¿Puedo verle?
Me levanto porque necesito huir antes de mostrarme
débil, pero Brian me detiene.
Su teléfono suena y lo revisa. Luego su mirada me dice lo
que ya sé y no necesito hacer preguntas.
—Los viste.
No sé cómo responder, quisiera vestirme de piedra ahora
mismo y lanzar algún misil que los dejara hechos polvo,
pero no se me ocurre una sola cosa.
—Dijiste que nunca más supiste de él —recrimino con la
voz apretada en la garganta.
—No mentí. Hoy me he enterado, Elena. Lo lamento.
—No hay nada para lamentar, Brian. Elena Rocha ya no
existe, Michael se la llevó.
Me doy vuelta y camino a paso apresurado hacia la
habitación de Evan, necesito mirarlo, necesito que me
abrace y me diga que él siempre estará para mí y que no va
a juzgarme, que no me exigirá ser alguien que no soy, que
no me traicionará, que a su lado hay una roca de la que me
puedo aferrar porque ahora mismo me siento
completamente sola, vulnerable y herida.
Lo veo en su cama, Francis sale porque está al móvil y
Evan me observa angustiado, creo que se me nota
demasiado que algo me pasa.
—Lena…
Me precipito a sus brazos, apoyo la cabeza en su
hombro, rompo a llorar acompañando las lágrimas por algo
así como gemidos y balbuceos de autocompasión.
Transcurren unos dos minutos. No consigo disimular que
esto no me duele, ni siquiera puedo fingir indiferencia.
—¿Qué pasa, Lena? ¿Qué ha pasado? —pregunta Evan
con idolatrada preocupación.
No puedo responderle, me aprieto a él como queriendo
que me meta dentro y nunca más me deje salir.
Transcurren unos cinco minutos; mientras, Evan me
acaricia la cabeza delicadamente.
Cuando mi teléfono vuelve a sonar con una llamada, lo
lanzo al suelo desatando mi rabia. ¡Me cansé de fingir que
soy un témpano de hielo!
El silencio nos cubre a ambos, Evan debe estar
mosqueadísimo y yo apenas empiezo a conseguir el
sosiego. Su mano me acaricia la espalda y vuelve a tararear
Sweet Caroline es como una nana que me hace regular la
respiración y parar de gimotear.
—¿Ya puedes hablarme? —pregunta en un susurro, su
voz es todo lo que necesito para volver a enfocarme.
—No quiero, Evan. Acaban de clavarme un puñal en el
pecho.
—No me digas que Stephan te hizo algo porque…
—No fue él, Stephan es el más inocente en esta historia.
El día que se la cuente pensará que la saqué de un libro.
—Entonces fue Julia…
—No, a la pécora esa no la he vuelto a ver, gracias al
cielo.
—¿Pasó algo con tu familia?
La garganta se me cierra, porque siempre he
considerado a Johanne como mi familia. Quisiera que
hubiera una forma de decirlo sin hacer que me sangre el
pecho.
—Se trata de…
—Elena, debemos hablar.
Cuando su voz retumba en la habitación, las lágrimas me
surcan de nuevo las mejillas y el fuego arde en mi pecho.
—No quiero hablar contigo ahora, Johanne.
—No me iré hasta que me escuches.
—Pues te saldrán raíces.
—Vamos, Johanne, no es momento —dice Brian y escucho
cerrarse la puerta.
—Así que fue ella…
Elevo el rostro y la mirada de Evan me cala, es tan dulce
que me estremezco.
—Creo que leíste la introducción de mi Te lo pierdes —
Evan afirma—, en las primeras páginas había unas cartas
dirigidas a un chico, al único que no haría parte de ese
libro.
—Lo recuerdo, tenías una regla secreta: Ni tu primer
amor ni tu One and only harían parte de Te lo pierdes.
Me lleno los pulmones de aire y tomo su mano, él la
presiona con cariño instándome a decirlo.
—Acabo de ver a ese chico después de casi quince años,
choqué con él en la cafetería. No supe quién era enseguida,
no hasta que dijo que estaba con su prometida y señaló a
Johanne. Mi mejor amiga se ha comprometido con el único
chico al que he amado y no tuvo los ovarios de decírmelo a
tiempo.
—Vaya, que fuerte. ¿Era el mismo que veía cuando
estuvo aquí?
—No lo sé, supongo que sí. Desde el principio actuaba
rara, a la defensiva y, cuando intentó decírmelo, pues sí
confesó que era alguien con quién había salido, pero creí
que era alguien de mi cuaderno, no él. Precisamente él.
—¿Por qué no te lo dijo entonces?
—Le dije que no lo hiciera y que viviera ese romance sin
importar nada más.
—¿No te contradices ahora? Hizo lo que le pediste.
—Intentas que minimice su traición y no es justo, ella es
mi mejor amiga, Evan, hay límites, pero más que eso existe
la lealtad. Vale, se enamoró y eso puedo entenderlo, pero
las cosas pudieron ser distintas, si en lugar de esconderse
se hubiera puesto delante de mí y me hubiera dicho: «Elena
tienes que saber que volví a ver a Michael, coincidimos,
hablamos y lo hemos hecho por un tiempo. Quiero que te
enteres de que me gusta mucho y llevo una relación con él,
¿tienes algún problema con ello?». No debía pedirme
permiso porque no sigo enamorada de él, pero es que
nosotras siempre nos hemos dicho todo. Y es poco
honorable que una amistad de toda la vida se venga abajo
por un hombre.
—Sin ánimo de ser juez, esa filosofía no la aplicas
contigo. Han pasado seis meses desde que dejaste a
Stephan y es la hora que él no sabe las razones y tú no le
has dicho que Julia está detrás de esa ruptura.
Golpe bajo.
—Es distinto.
—No lo es, la lealtad aplica igual para cualquier relación,
incluyendo la nuestra. A mí me increpaste, me golpeaste y
luego me perdonaste, ahora te robas mis pijamas, te metes
en mi cama, tenemos un perro y me causas erecciones
involuntarias que no se bajan. Hemos pasado por varias
tormentas y aquí seguimos.
—¿Yo te causo las erecciones involuntarias, Evan?
Supongo que hay algo que no sé y que me has ocultado —
increpo con bríos porque él solito ha tocado el tema.
—Lo hay, te mentí —confiesa—, no soy gay, nunca lo he
sido. Me encantan las mujeres y me haces sentir cosas,
despiertas… ya sabes qué; me pones a cien y no puedo
seguir manteniendo ese teatro o acabaré siendo un eunuco.
Por alguna inexplicable razón, su confesión no consigue
molestarme, creo que una parte de mí siente alivio.
—¿Por qué mentiste?
—No podía decirte en ese momento la razón por la que
accedí al chantaje de Julia, así que opté por lo fácil.
—¿Ahora sí me lo dirás?
Su expresión se ensombrece y reconozco el temor en la
forma en que vacilan sus pupilas.
—No es el lugar, tampoco el momento, pero prometo que
te lo diré.
—Tampoco estoy de ánimo para otra revelación.
Tomo su mano y medito en silencio lo que me dijo sobre
la lealtad, tiene razón, en varios puntos, aunque eso no me
borra el dolor de la traición de Johanne, no es porque sea
Michael eso es claro, es porque se trata de ella.
—¿Te sientes mejor, hormonitas?
—No hables de hormonas que las tuyas… pues ya ves.
Se ríe y yo me contagio, Evan tiene el poder mágico de
minimizar todos mis dramas.
—Hablaré con ella, y también con Stephan. Aunque eso
no significa que corra a sus brazos.
—Y ¿por qué no? Lena deja de mentirte, quieres estar
con él pero tienes miedo. Deja de intentar convencerte de
que estás confundida. Antes de la amenaza de Julia estabas
dispuesta a vivir con él como una aventurera agreste de las
montañas ¿qué ha cambiado ahora?
Ahora estás tú, perfecto idiota.
—Que antes no le había hecho daño, ahora está herido,
prevenido y te tiene celos.
—Eso es fácil de arreglar. Habla con él y dile lo que
sientes así como me lo dices a mí.
—Es que no es tan fácil.
—Lo es, ve e inténtalo, tienes que saber si vale la pena o
no, pero si no das el paso, nunca lo sabrás.
 
33. Cerrar un ciclo

N osimplemente
sé si hay un momento en la vida en el que
todo se junta y te golpea con fuerza, si son
los astros o el karma, o para los menos supersticiosos, la
ley de Newton, que por cada acción hay una reacción. En
mi caso no importa qué lo causa sino cómo me golpea. Y me
ha dado para matar, pero gracias a Evan la bala apenas
pasó rozando.
No quiero pensar que mi reacción inicial fue desmedida y
apresurada, porque me ha dolido con ganas. Es cierto que
le dije a Johanne que viviera ese romance y que no
importaba nada más, pero que ella supiera que debía
decírmelo es un punto a mi favor, ella sabía que Michael
era mi herida sin sanar.
Le digo a Evan que me iré a casa y que, si me necesita
me llame, él dice que estará bien y que trate de pensar en
todo, con calma y con perspectiva.
Todo lo que no soy, básicamente.
De regreso al piso le envío un mensaje a Johanne,
diciéndole que estaré en casa. Evito leer los demás.
Pasa de las cuatro de la tarde, no he comido desde el
desayuno, pero tampoco me apetece hacerlo. Sé que no
debo dejarme absorber por las emociones y que negarme a
la comida es un acto de irresponsabilidad dadas mis
condiciones. Solo espero que no vuelva a ese momento en
que comía por obligación y me distraía con otras cosas para
engañar a mi cerebro.
Llego a casa, Rufus me recibe lanzándose sobre mí, ha
crecido tanto que ya tiene la capacidad de tumbarme. En el
suelo me llena de lametones y acaba encima de mi tripa.
—Vas a matarme, Rufus.
—Hola, Elena.
—Hola, Susie. ¿Cómo van los deberes? —pregunto
mientras bajo a Rufus y me incorporo.
—Lo intento… las matemáticas no me gustan.
Ella me ofrece su mano y me levanto.
—No sabes cómo te comprendo.
—¿Estás bien? —pregunta con expresión preocupada. Me
he quitado las gafas.
—No mucho, cariño. Hay cosas pasando que tengo que
procesar.
Camino a la cocina y decido preparar un emparedado
con jamón queso y aguacate, no podré comer más.
—¿Pasó algo con mi hermano?
—Debéis parar de culpar a Stephan de todo lo que me
pasa, ¿vale? El pobre paga los platos que no ha roto.
—¿Ahora estás de amores con él? —pregunta socarrona
evidenciando mi cambio de actitud.
—No estamos de amores, de hecho, no estamos de nada
y sé que tengo gran parte de culpa en ello. Tendremos que
hablar de algunas cosas que han pasado.
—Como la razón por la que te fuiste, ¿no?
—Sí, como de esa razón —digo apretando los dientes
recordando lo ingenua que he sido. Y yo que me creía muy
arpía. Me han dado lecciones.
—¿Puedes decirme por qué te fuiste? Sé que algo pasó,
las cosas cambiaron de inmediato entre vosotros, Stephan
se convirtió en un ogro y cuando vuelves lo haces con Evan,
causando que mi hermano se convierta en Hulk cada que
os ve juntos.
—Un resumen de temporada impecable —ironizo, pongo
el pan a tostar un poco y luego lo unto de queso.
—Fue Julia, ¿verdad? —afirma con una certeza que me
abisma.
—¿Por qué dices que fue ella?
—La conozco, la detesto y la quiero lejos de Stephan.
—Vaya, las mismas tres cosas que opino yo. Pero resulta
que tu hermano piensa que ella es la única persona que lo
apoya y no lo deja.
—¡Es una loca manipuladora y él no lo ve! —rebate
airada y siento que hay algo más detrás de ese tono
agresivo.
Le doy dos bocados al emparedado cuando escucho el
interfono. Susan se levanta y responde.
—Dicen que Johanne está abajo.
Muevo la cabeza afirmando y me resigno a la situación,
aunque por dentro siento una pequeña llama arder.
—Cariño, necesito hablar con ella de cosas que… puede
que haya gritos y no es bueno para ti. ¿Puedes darte un
paseo con Rufus?
Me mira ceñuda.
—¿Me lo contarás después? —afirmo—. ¿Y lo de la chupa
sangre?
—También… vete ya. No desvíes el camino…
Encoge los hombros y sonríe maliciosa.
Creo que estoy creando un monstruo.
Acabo el emparedado y escucho un par de golpes en la
puerta. Inhalo profundo y, como sé que nunca estaré
preparada para esto, decido enfrentarlo de una vez. Abro la
puerta y avanzo hasta el sofá. No sé si llevarlo como una
entrevista o un interrogatorio. Si ser Lena o Elena.
En realidad no quiero hacer esto.
—Hola, Elena —dice Johanne con tono serio.
—Pasa y siéntate —empiezo por decir y es algo más
brusco de lo que me esperaba.
La observo y ella a mí. Sé cómo me veo, no llevo
maquillaje y no me escurre el rímel porque es waterproof
pero seguro que hay unas bolsas rojas bajo mis párpados y
otra mancha roja en mis mejillas y nariz. Con ella no
necesito fingir, sabe tanto de mí que atinó a golpearme
donde estaba segura que dolería más.
—Supongo que tienes muchas preguntas…
—No las tengo, Johanne —suspiro cansada y lo evito
porque temo a la respuesta; temo a escuchar más
información de la que quiero oír—, no puedo recriminarte
porque yo misma te dije que fueras a vivirlo y que volvieras
para contármelo cuando estuvieras segura. Creo que por
eso estás aquí.
—Pero sí hay algo que quieres decirme.
La detallo un poco, su cabello rubio ondulado al natural,
rubio de bote porque tiene el toto morenote. Sus labios
finos, los ojos brillantes y coquetos. Está un poco
bronceada y con más carnes en las mejillas. Una belleza
supina. Se ve muy bien, tiene el brillo del amor, no
preguntes cómo lo sé, pero lo sé. Cuando alguien está
enamorado, y es correspondido, brilla con una luz única
que emerge desde su interior y es lo que veo aquí.
—Me duele, y me va doler un rato, que no me dijeras las
cosas a tiempo. Cuando llegaste a esta ciudad, lo hiciste
con una intención, pero te arrepentiste por el camino. No
puedo juzgarte por ello, soy una drama queen que se traga
las cosas y prefiere huir. Supongo que lo aprendiste de mí.
Pero entre los amigos existen situaciones, asuntos que
tienen más peso que otros. Entre nosotras hay bastantes
temas sensibles, mi anorexia, mi vida sexual, mi intento de
suicidio, mi padre y Michael. Son mis zonas débiles,
Johanne, y siempre pudiste tocar esos temas y respetar la
vulnerabilidad que causan en mí. Esta reacción que tuve y
mis emociones no tienen que ver con que Michael sea el
hombre del que te enamoraste, pudo ser Stephan, pudo ser
cualquier otro. Mi dolor es por ti, porque no sé qué hice
para que no pudieras confiar en mí y decirme la verdad
desde la primera vez.
—Elena… yo no pude controlarlo. Las cosas se dieron tan
pronto que…
—Eso lo comprendo bien —imprimo algo de burla en mi
voz porque esa ha sido mi vida—, Stephan es el ejemplo
más claro de que no se pueda controlar un sentimiento,
porque el amor es impalpable, no puedes agarrarlo,
moldearlo o meterlo en algún lugar, no, es libre, loco,
arriesgado… suicida.
—Le quiero de verdad.
Paso el nudo en la garganta y cierro mis ojos, mis
lágrimas resbalan.
—Lo sé y no es difícil de creer. Michael es un buen chico,
es inolvidable.
—Te juro que quise decírtelo desde la primera vez.
Incluso se lo dije a él y por eso vino a buscarme, quería
hablar contigo, explicarte por qué se fue y nunca más
supiste de él. Pero lo persuadí porque tenía miedo de
perderte, Elena. Tú eres mi hermana del alma, eres mi
ídola, eres la mujer más fuerte y tonta que conozco.
Ahora ambas estamos llorando.
—Te quiero, Johanne. Pero necesito tiempo —musito en
medio del llanto—. Llevo una temporada complicada,
intento encontrarme a mí misma y creo que estoy en el
bosque de la China porque no me encuentro en ninguna
forma. Ya no sé si quiero seguir siendo Lena, si debo
aceptarme como Elena o si hay una tercera versión de mí
que me pone a la deriva, como en una balsa a merced de la
marea. No sé quién soy o lo que quiero.
—Lamento no haber estado contigo cuando más me has
necesitado…
—Estuviste en las peores, pero me ha llegado el
momento de poner los pies desnudos en el asfalto y crecer.
Ya no soy Lena Roach, ya no veo el mundo encima de unos
Prada edición limitada.
—¿Qué ha pasado con Stephan? ¿Y por qué estabas en el
hospital con el perfecto idiota?
Suspiro y el pecho me duele.
—Con Stephan no hay ni por dónde cogerlo. Si te lo
resumo, ahora trabajo en una ONG como jefe de prensa y él
es mi compañero de oficina.
—Jo… ¿pero cómo es que pudo pasar?
—Ya sabes que soy el blanco favorito del karma.
—¿Entonces no ha pasado nada entre vosotros?
—Ha pasado todo. El amor, el odio, las ganas, los
reproches, los celos… ahora Susan vive conmigo luego de
una crisis en la que se pinchó las venas. Y él le tiene celos a
Evan, que ha resultado ser un héroe de carne y hueso. No
es tan malo como creímos. —De repente, sin razón alguna,
empiezo a escupir todo lo que llevo dentro y las palabras
fluyen sin control.
—Entonces hay tema con él…
—No hay tema, tenemos un perro.
—Perdona ¿un perro? ¿Desde cuándo te gustan las
mascotas? —Me mira como si en un pispás me hubiera
salido otra cabeza.
—No lo sé. Ah y nos dimos un beso.
—¡Pero qué dices, si el tío es gay! —Se cubre los labios,
sorprendida.
—No, resulta que no… —La imagen de Stephan en el
hospital, en rodinesca postura, me pasa cálidamente por la
cabeza.
Ella curva las cejas socarrona. Yo me apresuro a atajar
sus pensamientos anodinos.
—Nos estamos conociendo…
—Ajá, claro. ¿Con o sin pantalones?
Ambas nos echamos a reír porque es una respuesta que
no puedo darle luego de lo visto esta tarde. Este momento
de romper la tensión entre ambas es la prueba de que lo
nuestro es más fuerte, solo debemos curar esta herida.
—Siento que me perdí una temporada completa de una
serie. Te ha pasado de todo. Pero, lo que me sorprende, y
sobremanera, es que no lo hayas hecho con Evan
Humphrey. Es que yo me lo pensaría mucho menos que tú y
estoy enamorada, ciega perdida.
Miro al horizonte, melodramática.
—Estoy en rehabilitación, supongo —miento con la
boquita pequeña, porque hasta esta tarde en el hospital me
lo estaba comiendo con los ojos.
—¿Tú, Elena Rocha? Pero si follar es tu segundo nombre.
—Ya sabes cómo es mi carnavalesca vida amorosa.
Muda el gesto divertido y adopta la postura de abogada
en interrogatorio, ya me imagino por dónde irán los tiros.
—¿Por qué abandonaste a Stephan? ¿Qué pasó luego de
que te dejé en su casa? Y no me digas que por miedo al
compromiso porque no es así.
—Sabes que le temo al compromiso.
—No mientas, le dedicaste una canción de Maroon 5 así
que el asunto no iba de miedo al compromiso. ¡Te ibas a
vivir con él a una montaña, por Dios! Eso no lo haría Elena
Rocha nunca si no estuviera enamorada hasta las trancas.
Muevo la cabeza, debo reconocerlo, estaba y estoy
enamorada de Stephan Bradley. Le quiero aunque tenga
estados de humor que cambien con la Luna o intente
hacerme creer que mi estado natural de leona salvaje es la
mejor versión de mí. Lo cierto es que, aunque siento miedo
de no ser lo que él quiere, me muero por comerle los
morros. No del mismo modo que al idiota. O ya no sé.
Tengo que bajarme de esta mesa de tres patas y pronto.
—Fue Julia, llegó al piso y me propuso un trato, si volvía
a Colombia lo tendría todo de regreso, pero nunca más
podría ver a Stephan.
—¿Y aceptaste así de fácil?
—No, fue lo otro que dijo lo que me hizo tomar la
decisión de irme y cuando lo sepas entenderás por qué.
Ella se acerca, toma mis manos y no puedo explicar
cuánto eché de menos tenerla a mi lado y contarle todo lo
que ha pasado.
—No voy a juzgarte y lo sabes.
—Ella dijo que estaba embarazada y yo nunca separaría
a un hijo de su padre.
Johanne me abraza y yo me desahogo en sus brazos,
poder decírselo a alguien más que a Evan, me libera un
poco de todas las veces que me he recriminado por mi
decisión.
—Elena… dices que solo te guías por tus instintos, pero
en realidad te mueve el corazón.
Nos separamos y limpio mi rostro, ya me duelen los ojos
de tanto llorar.
—Han sido tantas cosas, necesito respirar. Necesito
pensar y necesito hablar con Stephan. Tengo la cabeza en
estado de putrefacción, de aquí a la camisa de fuerza.
—Lo comprendo. Toma el tiempo que necesites, pero no
me abandones. Yo no lo haré más. Estaré aquí, te lo
prometo. Además, necesito a la tonta de mi vida para todo
lo que vendrá ahora.
—¿Vas a mudarte a la ciudad?
Afirma.
—Tengo una propuesta de trabajo en una prestigiosa
firma y Michael ha pedido el intercambio en su compañía.
—Y vas a casarte —menciono sonriente. Es bueno que al
menos una de las dos tenga un final feliz.
—Sí, pero la boda tendrá que esperar un poco.
Se levanta y puedo ver a plenitud la razón de que brille
más que el sol de la Toscana. Está embarazada.
La abrazo y dejo ir un poco mis penas porque me hace
infinitamente feliz que al fin pueda tener todo lo que
siempre ha querido. Amor, pasión, un trabajo exitoso y una
familia.
Ella y yo empezamos un viaje, el mío tiene más rutas y
paradas porque no sería mi vida sin una buena dosis de
drama. Pero el suyo estuvo como la Luna, con fases que la
fueron vaciando y, al acabar, la llenaron nuevamente.
 
34. Golpe mortal

U ndiscernir
día eres un ser
entre lo
humano racional y normal capaz de
bueno y lo malo del mundo que te
rodea y, de repente, pasas a comportarte como si te
hubieran lobotomizado el cerebro.
Todo estuvo bien hasta que me enamoré. También para el
amor debería existir un anticonceptivo.
Y este soliloquio barato no responde al tema de Johanne
y Michael, aunque no puedo negar que me ha puesto las
cosas en otro ángulo. Ellos han dado los pasos, saltado al
abismo y enfrentado al miedo por estar juntos mientras yo
me sigo cuestionando si lo que siento por Stephan es amor
o efectos del Prozac. He pasado la noche en blanco dándole
vueltas y vueltas a mis sentimientos, esos que tenía en una
mazmorra con grilletes y bajo siete llaves, han escapado y
no consigo controlarlos.
Por el otro lado está Evan, nada en el universo es de una
sola cara. Tenemos hemisferios, polos, ventrículos, lóbulos,
derecha e izquierda, el bien y mal… Evan se ha acomodado
en mis días, ya no me imagino sin él. Somos dos piezas que
han encajado a la perfección. No es lo mismo que siento
por Stephan, con él todo me drena, me supera, me
acorrala. Con el idiota es sencillo, mis emociones bajo
control… aunque las hormonas son la inmensa excepción,
pero es que no puedo evitarlo. Ya conocéis a mi madre y a
mi tía, la calentura me viene de herencia.
Y en este punto debo darles la razón a todos, el miedo es
el que me frena, pero le quiero y debo elegir una ruta.
Ambos tenemos capítulos inconclusos que necesitan
resolverse si queremos pasar las páginas y contar una
historia.
Por eso he decidido que es hora de abrirme en banda con
él, decirle quién he sido, por qué me fui y lo más
importante, lo que siento por él. Stephan merece la verdad
y yo merezco algo de compasión en mi golpeada dignidad.
Salgo de la habitación preparada para el día. Dar un
paso hacia él no significa que llegaré vestida con los
harapos de mi madre, el pelo ensortijado y la cara lavada,
muy a lo Ana Bolena, a ponerme en el degolladero en
espera de que ruede mi cabeza. Que una tiene orgullo. Me
pondré delante como la que conoció. Aunque espero que
pueda ver más allá y en el fondo, a su Elena.
E: —Hasta que por fin escuchas razones.
L: —Elena, tengo miedo. No sé cómo se hace esto.
Ser por primera vez en mi vida (adulta) parte de una
existencia en duplicado, es una de las tareas,
psicológicamente más difíciles que podría enfrentar. Tengo
todas las alarmas puestas en mi cuerpo porque esto me
cuesta, más allá del hecho de decirle lo que siento, es
desnudar mi pasado y mis pecados en espera de que no me
juzgue y me acepte como soy. Como estoy trabajando en
ser.
Cojo el móvil y le envío un texto, no me siento tan
valiente para escucharle la voz.

ELENA: Hola… ¿podemos hablar hoy?

STEPHAN: ¿Todo bien con Susan?

ELENA: Sí, Es sobre algo más. ¿Vienes a casa?


STEPHAN: Tengo una cita en un rato ¿te parece si
vienes a la hora de la comida? También quiero que
hablemos.

ELENA: Sí, vale. Te veo más tarde.

Llego a la cocina con intención de preparar el desayuno y


me encuentro a Susan acompañada de su protector canino,
terminando un tazón de muesli. Se ve arreglada y huele un
poco a una fragancia dulce, con miel, sándalo y canela.
Alguien empieza a preocuparse por su aspecto. Aunque
usa una chaqueta vaquera holgada y pantalones cargo.
—Hola, Elena. Te ves muy guapa hoy.
—Y tú, preciosa. ¿Te verás con Simon hoy?
—Sí —responde ruborizada—, iremos al acuario. Resulta
que nos encanta la vida marina.
Me muerdo los labios para no decirle tres cosas sobre
que aún no le conozco, pero me detengo para no robarle el
brillo de ilusión que centellea en sus ojos.
—Vale… pues diviértete y no llegues muy tarde. Y come
bien.
Tomo el bolso porque quiero ir a ver a Evan antes de mi
reunión con Stephan. Le han dejado un rato más en el
hospital.
—Espera. Simon está al llegar. Dijiste que querías
conocerle y le he pedido que venga.
Noto enseguida el rubor en sus mejillas y comprendo que
está nerviosa.
—Cariño, no te preocupes que seré amable. Me alegra
que aceptara venir, habla muy bien de él.
—Es un gran chico —confiesa más sonrojada aún y me
obligo a ser brutalmente honesta.
—Susie —tomo sus manos y busco que me mire—. Estoy
feliz con los enormes progresos que estás dando. Adoro
verte reír, cantar, pintar, jugar con Rufus y asistir a la
sesiones del grupo de apoyo y con los terapeutas. Estás
tomando tu vida con valentía y estoy muy orgullosa. Pero,
en cuanto a Simon, debes irte con cuidado.
—¿Por qué? —pregunta temerosa.
Me lleno los pulmones de aire.
—Os estáis conociendo y ahora mismo todo vuela en
nubes de algodón. Pero si lo que quieres es que las cosas
lleguen más lejos, debes ser sincera con él, desde el
principio. No quiere decir que por estar en esta fase de
recuperación nadie vaya a fijarse en ti o quererte; pero él
necesita saber lo que puede enfrentar; la ansiedad, algún
episodio complicado, el llanto, una descompensación, un
pico… y tú necesitas saber si él va a ser capaz de ponerle el
pecho y quedarse hasta el final.
Me impresiona la autoridad de mi propio consejo, porque
no es exactamente lo que yo haya hecho nunca jamás.
—Pero es que… si le digo la verdad y sale corriendo me
voy a morir de dolor —musita con la voz apagada y me
acerco para abrazarla.
—No debes decírselo de golpe y tampoco hoy, pero a
medida que vuestro vínculo se afiance, es sano y necesario,
que tengáis esa conversación donde expones tus demonios.
El sonido del telefonillo nos sobresalta a ambas.
—Debe ser él.
Agita la cabeza. Y se levanta para responder.
—Dile que le veremos abajo, así resultará un poco más
informal.
Ella me sonríe agradecida y lo comprendo bien, no
quiere espantarlo. Ni yo.
Agarro mis cosas y le pongo la correa a Rufus para
llevarlo a la clínica, cuando Evan llegue, seguro que se lo
llevará con él.
Salimos juntas y por el camino me va diciendo que el
examen final será en unas semanas, si aprueba se graduará
y podrá empezar la universidad. Cuando llegamos al lobby,
la dejo ir primero a saludar, y también porque quiero darle
un escrutinio al chico. Pero Rufus escapa de mi control y
sale a encontrarlo, se lanza sobre él y lo saluda muy fiel a
su estilo.
Eso me hace pensar que Rufus le conoce y, le conoce,
porque esta pilluela ha aprovechado los paseos para verse
con él.
L: —Ay, Elena… me recuerda tanto a ti.
E: —Tienes razón, pero ella no ha tenido que trepar el techo y
escapar por detrás de la casa del abuelo.
—Elena, este es Simon, el chico que me ayuda con los
deberes.
—Ah sí, sí. Me dijiste algo —finjo desinterés—. ¿Qué tal,
Simon?
El chico me observa con las pupilas vacilantes de sus
ojos color miel, está nervioso. Es muy joven y guapo,
cabello castaño y piel morena. Dale unos años y será un
arma de seducción masiva. Saca su mano del bolsillo y me
la ofrece. Vaya, muy formal.
—Simon Robinson —dice profesional aunque con un deje
de nerviosismo.
—Elena Rocha —correspondo a su gesto.
—Bueno, pues ya nos vamos —se apresura Susan.
—Espera —dice Simon—. Quisiera hablar con Elena un
momento.
Quiero poner mi careto de sorpresa, pero es mejor que
siga en mi papel de tía chaperona.
Los ojitos de Susie me suplican piedad y yo solo muevo la
cabeza para concederle el espacio que me ha pedido. No
niego que esto me hace sentir mayor…
—Te escucho…
Le veo mojarse los labios y tomar una honda inhalación.
—Sé que eres una persona importante para Susie, y que
no quiere que tengas razones para desconfiar. Así que te
doy mi palabra de que mis intenciones son limpias.
Curvo una ceja y le veo tensarse, disculpadme, pero
disfruto un poco esto.
—Vale, Simon. Me alegra saberlo. Susie es una chica
dulce y sensible, espero que lo sepas valorar —él afirma—,
y confío en tu palabra, no me decepciones.
Me sonríe y yo también lo hago, luego los despido
mientras Rufus batalla conmigo por escapar y seguirles.
—¿Qué opinas de esto, Rufus? —le pregunto y avanzamos
hacia la salida. Su respuesta es un par de ladridos.
—Sí, también me cae bien. Se ha ganado unos puntos
hoy.
Luego de ver a Evan y de que, prácticamente me
empujara fuera del cuarto, voy camino al piso de Stephan.
Me dijo algo muy bonito: «tu final feliz está ahí fuera, a un
trayecto en taxi de distancia».
Si esto fuera una película, sonaría de fondo una canción
melodramática que refleje mis emociones y determinación,
se me ocurre Venus as a boy de Bjork. Pensándolo mejor,
esa canción la dejaría para después, para el momento en
que me coma los morros y me esté quitando la ropa.
Le envío un mensaje para saber si está en casa, no me
responde, pero en la entrada veo su bicicleta así que
parece que llegó hace un rato, de lo contrario la tendría
arriba.
Subo la escalera y me estremezco al recordar la última
vez que estuve aquí, o las otras veces intentando ser dos en
una historia hecha a trompicones. Cuando llego al último
escalón, me detengo un momento sobre la moqueta y me
reviso un poco, me lo curré bastante para que no se notara
que quería verme arrebatadora y sencilla a la vez. Una
camisa blanca Carolina Herrera combinada con unos
vaqueros negros de talle bajo y mis adorados Louboutin de
tacón afilado. Pido perdón si menciono con extravagante
adoración a mis zapatos, pero es que no son solo piezas de
calzado, son piezas de una historia, de un estilo de vida.
Me acomodo el pelo detrás de la oreja y llamo a la
puerta.
En este momento tengo el corazón a pleno galope.
La puerta se abre y decido entrar, aunque nadie ha
pronunciado una invitación, cuando estoy en el salón me
sorprendo al ver algunos muebles y cuadros en la pared.
Ruedo mis ojos por la estancia hasta que choco con la
imagen de Stephan, de espaldas y usando vaqueros y una
camisa azul cielo, de esas que se le ajustan de vicio.
—Hola —digo en un tono cordial. No quiero que piense
que he venido a discutir.
Pero él no me responde.
Doy un paso y es cuando se da vuelta, parece algo
desconcertado y confundido. Algo no, mucho. Su expresión
está desencajada.
—Stephan, ¿qué ocurre? —pregunto cauta.
Parece incapaz de explicarme de qué va todo esto, pero
sus gélidos ojos azules se han congelado y me dicen que
hay algo que pasa y que, de algún modo, tiene que ver
conmigo.
—Todo fue una prueba, Elena. Fui tu conejillo de Indias.
—Sus honestos y amplios rasgos han adquirido una
expresión sombría.
—¿De qué hablas?
Mi alegría inicial se va difuminando.
—Tú me usaste como a una maldita rata de laboratorio
para comprobar tus teorías. —La frase parece haber
terminado incluso antes de haber comenzado. Demasiado
rápida para asumirla. Veo en sus manos un ejemplar del
libro editado de mi Te lo pierdes y es como si me hubieran
dado una puñalada, es un golpe brutal, confusión, después
nada y, por fin, el dolor.
Stephan sabe de mi Te lo pierdes y se ha visto en él.
—No es como crees —mi voz suena ajena, distante, como
si estuviera grabada.
—¿No es como creo? ¿Y qué se supone que es lo que
creo? Tienes un libro con tus amantes y a cada uno nos
dabas un tiempo determinado y una puntuación. ¿Qué clase
de persona eres, Elena?
La boca se me abre y se me cierra en plan pez , pero no
consigo que me salga alguna palabra. Estoy temblando de
miedo y de vergüenza porque no es la manera en la que él
debía enterarse de esto, es más, nunca creí que tuviera que
decírselo de forma tan detallada.
Él tiene los nudillos blancos de agarrar el libro con
frustración.
—Es lo que significo para ti ¿verdad? —pregunta en un
tono algo agresivo—. Siempre lo supiste, me diste tres
meses para comportarme como el idiota enamorado que
incluso quería casarse contigo para evitar que te
deportaran. Otra mentira. Solo escapabas porque tu
experimento había terminado. ¿Y lo del trabajo qué es?
¿Parte de una segunda recopilación de datos?¿Aún no has
acabado conmigo y quieres seguir la tortura?
Mientras habla, respiro profunda y silenciosamente,
tratando de armarme de valor.
—Pues te felicito, lo conseguiste. ¡Eres la famosa Lena
Roach, destrozahombres! La número uno en ventas. Vacía,
arrogante y superficial.
Cuando se detiene para tomar aliento, me decido y se lo
suelto de golpe:
—No eras un experimento, Stephan. Fuiste la excepción
a cada una de mis reglas —gorjeo al decirlo.
Tiene su mirada de tristeza posada en el libro que ha
dejado en la mesada de la cocina.
—Yo te quería, Elena. Eras mi alegría y mis motivos.
No puedo evitar notar el tiempo verbal que ha elegido.
Joder, esto duele un huevo.
—Stephan…
Me mira de nuevo y su expresión me aguijonea el alma,
estoy viviendo en primera fila la crudeza y lo despreciable
de mis actos. En su expresión bailan las preguntas, una en
especial flota y decido darle vida:
—Te preguntas si fue real y lo fue, te prometo que lo fue.
—Ya no importa, Elena. Seguro que ahora puedes darle
un giro a tu carrera y escalonarte en la cima, no tienes
ningún obstáculo. —La voz de Stephan corta el aire y me
parte en mil pedazos.
Las palabras permanecen flotando en el aire durante un
instante entre los dos, como si esperaran a que alguien las
recogiera, al igual que las dos tazas vacías de café que
acabo de notar sobre la encimera.
—Has dejado de quererme. —La inflexión de mi voz se
eleva al final de la frase haciendo que suene un poco
interrogativa.
No es capaz de mirarme enseguida, pero lo hace.
—Ahora tienes otra historia para contar, Lena —hace
hincapié en mi seudónimo para marcar la abismal
diferencia que hay ahora entre ambos, ya no soy su Elena,
soy la despreciable Lena Roach—. Espero darte la misma
suerte en ventas con ese ejemplar, no escatimes en
detalles, creo que te di suficientes para regodearte —
finaliza asegurándose de que todos y cada uno de los clavos
de mi ataúd estén bien clavados.
Comprendo que es el momento de rendirme, de aceptar
la realidad de mis actos, se siente herido, aunque mi
intención inicial fue ponerlo allí para mantener mis reglas,
pronto se perfiló como el único capaz de romperlas. Pero
eso ya no le importa.
Es mi retirada.
—Si pudiera hacerlo otra vez lo haría diferente —le
suelto a bocajarro.
—Pero no puedes —sentencia finalmente—. Se acabó,
Elena.
Bajo la escalera tan rápido como puedo y evitando
romperme el cuello en el camino, siento el pecho en una
hoguera, porque me acaban de dar el peor golpe de mi
vida. El único hombre que me hizo bajar mis escudos me
desprecia porque ha descubierto que soy un ser ruin,
oscuro y manipulador que se regodea con el sufrimiento de
los demás.
No es lo que soy, es lo que cree que soy.
Salgo en busca de aire y aliento porque no sé cómo
enfrentar que me haya desnudado frente a él de la peor
manera.
Cuando salgo me encuentro una limusina afuera.
Una sonrisa ladeada e insolente se regodea en mi
desgracia.
¡Archidesgraciada pellejuda!
—Hola princesita —escupe con su habitual veneno.
Vestida de blanco como si fuera un ángel, pero por más que
use los atributos de la pijinización, su aspecto dice muchas
cosas sobre ella, en especial las que empiezan por B—. No
creo mucho en los déjà vu, pero tengo la sensación de que
esto ya lo viví. Qué desvalida te ves, ¿ha pasado algo?
E: —¡Fue la maldita huesuda, ella se lo dijo!
—Fuiste tú —la acuso apenas mi cabeza hace la conexión
con los hechos.
No despinta su sonrisa de villana y me mira con
suficiencia, como la única ganadora.
—Te dije que te alejaras y no quisiste oírme. Te crees
muy capaz de vencerme porque tienes una tía zorra y
millonaria, porque Casilda te puso bajo su ala o porque
tienes a tus pies al estúpido Humphrey —se acerca
lentamente y me señala con su uña pintada de rojo—, tú,
una simple escritorcita de quinta. Pero voy a repetirte algo,
esta partida la gano yo. Y si es por puntos, vamos dos a
cero —vocaliza lenta y calculadoramente.
Vamos a ver, se ha metido con tres personas importantes
para mí, me ha llamado escritorcita de quinta.
E: —Yo la derribo.
L: —Y yo le arranco las extensiones
La miro a la cara con determinación, el fuego me recorre
las venas y va surgiendo una sensación de evidente enfado,
ella reacciona y puede notar el veneno en mis ojos.
Titubea y empieza a caminar hacia atrás, su reacción me
da poder, me da bríos porque ahora todo lo veo rojo como
los toros.
—Elena ¿qué vas a hacer? —pregunta mansa, como
capoteando.
Sonrío maliciosa, en mis sueños siempre acabo con su
inmaculado pelo de mazorca en mis manos, o su cabeza
dentro de una sopa hirviendo.
—Puedes ir ganando, maldita bruja extravagante… pero
no me conoces ni un poco.
—Elena… sé que tenemos un conflicto de intereses,
pero…
—¿Un conflicto? —pregunta retórica, obvio—. Lo de
Galileo y el Papa se quedará como un conflicto de intereses,
maldita chupasangre, esto es la guerra.
Se da vuelta con intención de correr.
—Loca maldita ¿qué haces? —grita aterrada.
Y me abalanzo sobre ella sin pensar en nada más que
agarrarla del pelo y arrastrarla por las calles de Brooklyn
como se lo merece .
—¡Aaaah!
La agarró de la coleta y la tironeo como una titiritera
satánica, ella se remueve y lucha por soltarse.
La mando al suelo y la golpeo como puedo, no soy
peleadora callejera, pero puedo ser una gata salvaje si me
lo propongo. Estoy sobre ella, le tiro el pelo, y la ropa, no
sé cómo le rasgo la manga de la americana y observo
satisfecha, mi trofeo en mi mano. Eso le da la oportunidad
de forcejear y ponerse sobre mí. Me asesta una hostia, que
no vi venir, en una mejilla, a la desgraciada se le sale el
demonio y me da unos cuantos tortazos hasta que su chofer
llega para separarnos y a ella le da tiempo para correr,
cojeando porque ha perdido uno de sus zapatos, a
refugiarse en la limusina. Lleva su traje arrugado, roto,
descompuesto y sucio.
Una imagen digna de tabloide. No hay un paparazzi
cuando lo necesitas.
—¡Maldita zorra te voy a destruir! —vocifera desde la
puerta tratando de componerse la ropa. Empiezo a buscar
algo, una piedra, lo que sea que le cause un daño
permanente y la amedrente lo suficiente para dejarme la
vida en paz. Entonces me quito uno de mis inmaculados
zapatos, ella es la expresión del terror—. No te atrevas…
La venganza me enfría la sangre y lo lanzo dispuesta a
clavárselo en la frente, pero la maldita cierra la puerta a
tiempo y se incrusta en el cristal como una estrella ninja.
Mi tacón en el cristal de su limusina… es justicia poética.
Le haré un altar a Louboutin por esto.
—¡Estás loca, Elena, y acabada! —grita luego de bajar el
cristal a la mitad y mirarme desde allí.
—¡A que esto no te lo esperabas, zorra cobarde! —Le
grito victoriosa.
Dios salve mis tacones.
—Elena ¿pero qué narices ha pasado aquí? —pregunta
Stephan, horrorizado.
Suena la sirena de una patrulla y creo que mi suerte está
echada.
 
 

No, no, no. Esto no ha acabado


Y lo sabes.
 
Gracias

Me gusta volver la mirada a mis historias y fundirme en


ellas para retomar las emociones de esas primeras veces.
Lena nunca deja de sorprenderme y de hacerme sonreír,
por eso era justa una revisión, un cambio de look más digno
de ella y, por supuesto, una decisión: la de terminar su
historia que quedó a la mitad.
Esto no ha terminado, apenas es el comienzo.
Cinco años han pasado desde que di por terminada esta
primera parte y me ha costado volver a ella, pero siempre
estaré agradecida con las personas que fueron parte
importante de este proyecto desde antes, los que en algún
punto me han dado su apoyo, sus ideas, sus opiniones y su
compañía.
Siempre agradecida con Fernanda y Celinés.
Con mis lectores del primer borrador de Lena.
Con mis chicas del Reiki por su apoyo infinito.
Mi familia y mis amigos cercanos.
Con los que están ahora y los que se han ido.
Con Odessa y sus invaluables aportes a todo lo que he
escrito hasta el momento. Siempre hay razones para
agradecerte lo que haces por mí.
Con Andrea y Danilo que me siguen pidiendo que escriba
y que me ofrecen sus ojos y sus conocimientos sin pedir
nada a cambio.
A Maite porque le ha puesto ojos y lupa a este volumen,
gracias por darle más chispa a Elena con tus frases
especiales.
Y a Mateo.
 
Isa Quintín

(Colombia, 1991) Enamorada de su labrador Sabas,


adicta a la música, el cine y los libros, diseñadora gráfica
de profesión y escritora por afición. Estudiante de
literatura, confesa fan del universo Marvel.
Autora de literatura romántica, sus títulos más
destacados son Lady Killer (Serie Bad Romance) y Amor de
Invierno.
Síguela en sus redes sociales y enamórate de sus novelas
disponibles en Amazon.

Isaquintin.com

 
La primera parte
TÚ, TE LO PIERDES

Esto me lleva a recordar a Hugo, el último chico que hizo


parte de Te lo pierdes. Era lindo, besaba bien, callado,
sonrisa tímida, buen amante... ojos azules...
¡Ojos azules! ¿De quién son esos ojos?
Me giro abruptamente. Frente a mí, un chico me observa
divertido e intrigado.
¿Tengo sapos en la cara?
¡Por Dios! Casi me mata de un infarto...
—Un dólar por tus pensamientos...
¡Qué cliché́!
—¿Perdón? —respondo, aturdida. El corazón me va a mil
por hora.
—¡Oh! Lo siento, ¿te asusté?
¡No, idiota! Suele ocurrirme que cuando miro mi reflejo
en un cristal me encuentro a alguien detrás.
—Eso parece, quedaste muda y estás pálida. Bueno
más... —y sonríe, a medias.
Elena: —Responde algo, Lena.

Lena: —Es guapo, bueno... demasiado guapo y está muy cerca de mí.

—Y también parece que ya estás mejor, te volvió́ el color


a las mejillas.
E: —¡Mierda! Solo a ti se te ocurre mirar lo bueno que está después de que casi se anota tu primer
infarto.
L: —Calla, Elena.
—Sí, estoy bien —balbuceo, intentando girarme y volver
la vista al ventanal.
L: —Cierra la boca o empezará a escurrirte la baba.

E: —Después te cobro, batracia.

—Perdona si te asusté, es que estabas tan concentrada


que pensé que veías algo interesante ahí afuera y me
acerqué para saber qué era.
—No te preocupes, solo pensaba en algunas cosas que
tengo que hacer.
 
Sigue en…
SI TE ENAMORAS, PIERDES

Los recuerdos de la noche anterior siguen vivos en mi


cabeza, cómo olvidarlos si la piel no ha dejado de vibrarme.
Es cierto, tengo el pedo vivo, he venido a trabajar porque
debo hacerlo, pero ganas de quedarme no me hicieron
falta.
Ingreso a la oficina con la mirada gacha y mis Prada en
los ojos porque no soporto mucho la luz. Mi cabeza es el
eco de algún tambor ahora mismo.
Dejo mis artilugios como puedo y me derrumbo en la
silla, necesito un par de aspirinas y un café muy cargado.
Me escabullo a la cafetería aprovechando que el ogro no
ha llegado. Jackie me da la enhorabuena por el evento y el
discurso que me gasté.
Vuelvo a la oficina y… patapún.
El ogro ha llegado y, como ya sabéis, no quiere verme.
Aunque creo que anoche le di más razones.
Que se lo coma un tigre.
Me acomodo en mi lugar sin quitarme las gafas, no
soporto el brillo.
—¿Te divertiste anoche? —suelta de mala gana luego de
poner en mi mesa las fotos del evento.
Curvo una ceja y le miro sin responder.
No te va a gustar la respuesta, Bradley, no la que tengo
en los labios.
—No te interesa —espeto en su mismo tono.
—Te vi muy contenta con el extranjero.
No me lo recuerdes, porque esa deidad escandinava
tomó mi cuerpo en sacrificio y no lo soltó hasta que estuvo
satisfecho.
—¿Algún problema con eso? —pregunto en tono
insolente. Esa es la Lena que él ha invocado.
Pone sus manos en la mesa y se acerca lentamente a mí,
desafiándome con sus zafiros congelados.
—Tú eres mi problema, Elena —vocaliza contenido, es
una mezcla de ira y deseo, lo veo bien.
Mi historia nunca fue un enemies to lovers, pero ahora es
un Lovers to enemies.
Pues que empiece la guerra.
 
Créditos

NO TE LO ESPERABAS
Serie: El Diario de Lena
Volumen: Libro 2
©2022, Isa Quintín.
©2022 de la presente edición en castellano para todo el
mundo.
Registro de la obra: 1-2022-52100
Dirección nacional de derechos de autor.
Ministerio del interior.
Colombia 
Edición, diseño de portada y dirección de arte: ©Tulipe
Noire Studio

www.tulipenoirestudio.com
Primera edición: Junio de 2022
Sello: Independently Published
©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.
Queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita
del titular del Copyright, bajo las sanciones establecidas en
las leyes, la reproducción total y/o parcial, adaptación,
distribución, en cualquier medio impreso y/o digital, de las
obras en este perfil compartidas por cualquier medio o
procedimiento. Historia original, no es adaptación, ni
traducción.
 
Contenido
 

Sinopsis
1. No te vayas

2. ¿Arrepentida?

3. Tener esa noche

4. La realidad

5. Poner orden

6. Volver a empezar

7. La sal me persigue

8. Hora de volver

9. Hola otra vez, Nueva York

10. Elena non grata

11. Avanzar

12. Juguemos a conocernos

13. La tentación está rondando

14. No puede ser

15. Algo estoy pagando


16. Huele a peligro

17. Happy Valentine’s Day

18. Elena la Magdalena

19. El borde del abismo

20. Un paso atrás

21. Caer al abismo

22. Confusión

23. Esto no puede estar pasando

24. S.O.S

25. La oscuridad

26. Levantarse

27. ¿A dónde me llevan?

28. El legado de Casilda

29. Corruptora

30. Cicatrices

31. Maldita casualidad

32. Lealtad

33. Cerrar un ciclo


34. Golpe mortal

Gracias

Isa Quintín

La primera parte

Sigue en…

Créditos

Contenido

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