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Laurens van der Post reparó en la contradicción mientras se

preparaba para despedirse de sus amigos los Bosquimanos


salvajes:
Este asunto de los regalos nos costó a muchos de nosotros
un momento de ansiedad. Nos sentíamos humillados por la
comprobación de lo poco que podíamos darles a los Bosqui-
manos. Según todas las apariencias, era probable que casi todos
nuestros presentes les hicieran la vida más difícil, aumentando
el desorden y la carga de su vida cotidiana. Ellos mismos
no tenían prácticamente pertenencias: una correa a la espalda,
una manta de piel y una bolsa de cuero. No había nada que
no pudieran reunir en un minuto, envolverlo en sus mantas y
llevarlo sobre los hombros durante toda una jornada en la
que recorrieran cientos de millas. No tenían sentido de la
posesión (1958, pág. 276).
Una necesidad tan obvia para el visitante casual debe
ser secundaria para las gentes de que se trata. La modestia
de los requerimientos materiales queda institucionalizada:
se convierte en un hecho cultural positivo que se expresa
en una variedad de disposiciones económicas. Lloy Warner
informa con respecto a los Murngin, por ejemplo, que el
ser transportable es un valor decisivo dentro del esquema
local de las cosas. Las cosas pequeñas son, en general, me-
jores que las grandes. En última instancia prevalecerá «la
relativa facilidad de transporte del artículo» sobre su rela-
tiva escasez o la dificultad de su fabricación, siempre que
sea necesario establecer un orden. Porque el «más alto va-
lor —escribe Warner— es la libertad de movimiento».
Y a este «deseo de estar libres de cargas y responsabilidades
de objetos que interferirían con la existencia itinerante del
grupo» atribuye Warner el «subdesarrollado sentido de la
propiedad» de los Murngin y su «falta de interés por des-
arrollar su equipo tecnológico» (1964, págs. 136-137).
Aquí tenemos, entonces, otra «peculiaridad» económi-
ca; no digo yo que sea general, y quizá sea explicable tanto
por su escasa preocupación por su atavío como por un ejer-
citado desinterés por la acumulación material: algunos ca-
zadores, por lo menos, muestran una notable tendencia
al descuido en lo que se refiere a sus pertenencias.
Hacen gala de un aplomo que parecería propio de un
pueblo que ha dominado los problemas de la producción
que tanto trastornan a los europeos:
No saben cuidar de sus pertenencias. Nadie se preocupa por
ponerlas en orden, envolverlas, secarlas o limpiarlas, colgarlas o
apilarlas prolijamente. Cuando llega el momento de Buscar algo
en especial lo revuelven todo sin poner el menor cuidado,
desordenando todas las pequeneces contenidas en las canas-
tillas. Los objetos más grandes apilados dentro de la choza
son arrastrados de un lado para otro sin preocupación por el

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