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EL PODER Y LA INCIDENCIA POLÍTICA1

El poder es una categoría que tiene larga historia en la discusión en las ciencias
políticas y la gerencia. Al mismo tiempo, desde la literatura feminista se reconoce
la centralidad del poder como tema crucial en el entendimiento de las relaciones de
género. Ambas consideraciones hacen que sea ineludible abordar una discusión de
este concepto y llegar a una definición, aunque sea tentativa, que nos sirva para
instalarnos en la discusión de la incidencia política. Para trabajar este concepto,
quiero tener como hilo conductor la idea de Rao, Stuart y Kelleher:
“Esquemáticamente, hay dos visiones acerca del poder, una, el poder es un bien
limitado, si yo tengo más, tú tienes menos. En la otra visión, el poder es infinito,
cuanto más tenemos, existe más”. Este será el marco ordenador que utilizaré para
presentar los dos otros aportes que he priorizado, de la amplia discusión que
existe sobre el tema: las tres “caras del poder” de Steven Lukes (1974) y las
diferentes formas de poder planteadas desde la discusión feminista. De ellas he
recogido sobre todo las reflexiones que plantean Naila Kabeer (1998)2 y Townsend
y otras (1999)3.

El cuadro siguiente resume el texto que será presentado en este capítulo

Formas de poder finito Formas de poder infinito

La cara abierta (poder


de / para)

Este es el La cara cerrada (poder El poder con


espacio sobre)
“tradicional”
para la La cara invisible (poder El poder adentro
incidencia sobre)
política
Este es el
nuevo
espacio
para la
incidencia
El poder como bien finito
1
Este texto ha sido elaborado por Rosa Mendoza y forma parte del módulo de Incidencia Política de la
Escuela Para el Desarrollo. Última modificación: enero 2006.
2
Naila Kabeer, Realidades Trastocadas. Las jerarquías de género en el pensamiento del desarrollo.
Paidos, México, 1998.
3
Townsend, Janet y otras, Women and Power. Zed Books, London – Nueva York, 1999.
La primera visión del poder es la más usada tanto en las ciencias sociales, como en
las ciencias políticas y la gerencia. Como veremos más adelante, lo que está a la
base de esta visión del poder es que el conflicto prima sobre la cooperación entre
individuos y grupos. La idea de persona está fuertemente vinculada al grado de
autonomía que consigue y dominio, agencia y control, serían los elementos que la
caracterizan.

Gareth Morgan (1990, 145)4, uno de los más reconocidos autores en la gerencia de
las organizaciones identifica la definición de Robert Dahl5 como la más usada por la
mayoría de teóricos de las organizaciones: “el poder implica una habilidad para
hacer que otra persona haga algo que de otra manera no habría hecho”. Morgan
continúa luego explorando las distintas fuentes de poder, tema al que
regresaremos más adelante.

La definición de Dahl es todavía bastante amplia y puede ser asumida de varias


maneras. Steven Lukes6 profundiza un poco más y en un texto bastante referido
por los científicos sociales, identifica tres caras del poder: la cara abierta, la cara
cerrada y la cara oculta. Veamos estas caras con más detalle.

La primera es la cara abierta o “el poder de/para” producir cambios. Aquí el poder
está definido como la capacidad de un actor de afectar el patrón de resultados
frente a los deseos de los otros actores. Nótese el vínculo entre esta definición y
la anteriormente planteada por Dahl. Esta forma de poder es fácilmente
observable cuando estamos en un conflicto abierto. En este caso, el poder se
obtiene o mantiene a través de la libre competencia entre personas o grupos que
tienen acceso a presentar ideas y argumentos basados en información válida.
Evidentemente esta cara del poder considera al poder como bien finito, aceptando
la idea de que en el proceso de conseguirlo habrá necesariamente ganadores y
perdedores. En esta lógica, los esfuerzos de la sociedad deben centrarse en
establecer los mecanismos para que desde una libre competencia, ganen quienes
tienen las mejores capacidades, ideas y argumentos. El manejo de esta visión
también implica que al ser el poder un bien limitado, el esfuerzo central estará en
como este se distribuye, de modo que los implicados tengan los recursos adecuados
para competir efectivamente, y como resultado, se sientan lo mejor posible con la
“cuota” de poder alcanzada. Como vemos, esta es la forma de poder que se resalta
en las acciones de incidencia política, que está centrada en la posibilidad de lograr
cambios. También en la más usada en la mayoría de los esfuerzos de muchos de
nuestros proyectos con enfoque de género. Naila Kabeer (1998, 236-237) dice al
respecto:

4
Gareth Morgan, Imágenes de la Organización, Coedición Alfaomega y Ra-ma, México, D.F. – Madrid,
1990.
5
Morgan se refiere al texto de Robert Dahl: “The concept of Power” en Behavioral Science, 2: 201-215,
1957.
6
Steven Lukes, Power: A Radical View. Macmillan, Londres, 1974.
“Esta noción de poder como una capacidad interpersonal de toma de decisiones es
la que apuntala gran parte de las publicaciones de MED. Por ejemplo, es evidente
en los intentos de medir la frecuencia estadística con que mujeres y hombres
toman decisiones en diferentes áreas de la actividad doméstica y de demostrar
que las mujeres tienen más posibilidades de ejercer un mayor poder en la toma de
decisiones en los hogares en donde tienen acceso al ingreso. Estos hallazgos se
han utilizado para reforzar la promoción por parte de MED de un mayor acceso de
las mujeres al desarrollo. Pero en la práctica, aunque estos intentos tal vez hayan
sido fructíferos en la generación del acceso a proyectos generadores de ingresos
para las mujeres, pocos de ellos han transformado su posición dentro del hogar”

Sin embargo, como veremos, limitarnos a mirar el poder sólo en su “cara abierta”,
no permite acercarnos a los conflictos en los que las decisiones no son siempre
visibles y transparentes. Otra cara del poder identificada por Lukes es la cara
“cerrada”. Kabeer identifica esta manera de entender el poder como “poder
sobre”, es decir en la capacidad de control, de ejercer autoridad sobre otros
basada en el dominio explícito, la desinformación, la discriminación en conflictos
cubiertos pero observables. Esta es la forma de poder más obvia y es la primera
manera como nos imaginamos el poder (Townsend, 1999, pag. 26). Este tipo de
poder es evidente en procesos de toma de decisión o en conflictos en los cuales una
parte no tiene las mismas posibilidades de ganar, sea porque la otra parte es
favorecida por las leyes, o por temor ante represalias. Cuando las estructuras
políticas están marcadas por esta cara cerrada, las acciones de incidencia política
requieren muchas veces procesos que denuncien estas inequidades.

El “poder sobre” se ejercita también de maneras ocultas. Esta es la última


dimensión de poder identificada por Lukes como la cara “invisible”. Este poder se
refiere a las tensiones latentes cuando los “intereses reales” de un grupo están
siendo negados, hasta el punto que ni el mismo grupo los reconoce como suyos, y
acepta la situación existente como hecho divino, incambiable. Esta noción de poder
se basa en la idea de que el comportamiento de los grupos es esencialmente
estructurado y modulado por los patrones culturales y por las prácticas
institucionales. Saskia Wieringa7 destaca la importancia de esta dimensión del
poder en cuanto “señala aquellos procesos que no son discernibles en la superficie
pero que, no obstante, constituyen un elemento predominante en la insatisfacción
latente de la cual surgió la presente fase del movimiento de mujeres”. Este poder
está tan difuminado en la sociedad que sus formas de acción están ocultas en el
inconsciente colectivo de modo que no es evidente para unos ni otros, está oculto
en la ideología. La cara invisible del poder es, por lo general, uno de las mayores
retos para llevar a cabo acciones de incidencia política. Trabajar sobre ella
requiere muchas veces de procesos educativos de largo plazo que ayuden a
visibilizar los elementos opresivos de los que no son conscientes.

7
Saskia Wieringa: “Una reflexión sobre el poder y la medición del empoderamiento de género del
PNUD”. En: Magdalena León (comp.) Poder y Empoderamiento de la Mujeres. Santafé de Bogotá,
Tercer Mundo Editores, 1997.
El poder como bien infinito

La segunda definición de poder considera al poder como categoría


multidimensional, algo fluido que se recrea y negocia a través de la interacción
entre los seres humanos (Dominelli y Gollins, 1997). En esta visión del poder, las
relaciones e interdependencias aparecen como los valores centrales a la
experiencia humana.

La definición de Hanna Arendt8 se enmarca en los orígenes de esta vertiente. Para


ella el poder: "Corresponde a la capacidad humana no sólo de actuar sino de actuar
concertadamente. El poder no es nunca la propiedad de un individuo; pertenece a
un grupo y está presente sólo y en la medida que el grupo se mantiene como tal.
Cuando decimos que alguien está en el poder, nos referimos en realidad a que ha
sido empoderado por un cierto número de personas para actuar en su nombre".

Esta conceptualización de poder fue considerada de escaso valor por Lukes9. Sin
embargo, años después aparece como una nueva tendencia en los discursos y las
prácticas de la nueva gerencia como en el texto de Margaret Wheatley que discute
las implicancias de la ciencia del siglo 20 para organizaciones del siglo 21: “El poder
en una organización es la capacidad generada por las relaciones”10. En esta mirada,
el poder como energía es producto no sólo de la posición sino también de
información, relaciones y espíritu. Esta mirada asume una situación ganador –
ganador, enfocada en construir relaciones y capacidades tanto de individuos como
de grupos para responder a realidades cambiantes tanto a nivel organizacional
como externo.

En esta categoría de poder infinito podemos identificar lo que Kabeer y Townsend


identifican como el “poder con”. Se refiere a la capacidad de lograr metas con
otros, que no podrían lograrse solos. Este poder hace alusión al poder colectivo y
muchas veces se lo ha identificado como parte de la ideología socialista.
Recordemos sino la frase “Proletarios de todo el mundo, uníos” o “la unión hace la
fuerza”. Experiencias de organizaciones que llegan a conseguir transformaciones
en base a la unión, son abundantes en la lucha feminista y sindical, por citar algunos
ejemplos. También tienen una base importante en las sociedades colectivistas, de
origen rural. Por eso, por ejemplo, la palabra quechua “huaccha” significa al mismo
tiempo huérfano y pobre, porque no tener familia es no tener vínculos y sin esos
vínculos no se puede vivir. En los últimos años, hemos visto como este tipo de
poder se empieza a reconocer en los escritos sobre Capital Social, en los que se
reconoce la habilidad de la gente para asociarse con otros como un factor crítico
para la vida económica.

8
Arendt, Hannah Sobre la violencia Mexico : J. Mortiz, 1970.
9
Ver Lukes (op. cit. pag. 30)
10
Margaret J. Whealthey, Leadership and the New Science (San Francisco, Berret-Koehler, 1992).
El actuar con “poder con” permite ver que el todo es más que la suma de las partes,
especialmente cuando el grupo asume un problema colectivamente. Junto a esto,
está la sensación de colectividad y comunión con otros semejantes. Es lógico
entonces entender como esta forma de poder está en el ámbito del poder infinito.
Trabajar alrededor de esta concepción de poder es una de las garantías que tiene
la incidencia política a largo plazo. Cuando las acciones de incidencia política se
hacen sólo y directamente con las autoridades y la ciudadanía no está involucrada,
es mucho más factible que estas medidas puedan revertirse sin mayores problemas
en la sociedad.

Otra dimensión del poder infinito se refiere al “poder adentro”. Esta forma de
poder es crucial pues parte de reconocer que todos tenemos poder, un poder
muchas veces inexplorado y que podemos desarrollar nosotros mismos. Esta forma
de poder es el reconocimiento de las propias capacidades y es la base para el
autorespeto, la autoaceptación y la autoestima. El desarrollo del mismo tiene que
ver con el proceso de empoderamiento. Por esto no es algo que puede brindarse de
afuera, sino debe crecer de adentro. Emma Zapata, dice al respecto11 “Estar
empoderada es descubrir cuándo el problema está fuera de nosotras mismas, dejar
de sentirse culpable, pero aprender de los propios errores, aceptar
responsabilidad” . La sensación de que “yo puedo hacer la diferencia” es la que
muchas veces ha alentado a líderes y colectivos en acciones de incidencia política
que se consideraban casi imposibles, como por ejemplo, la lucha por los derechos
civiles en Estados Unidos.

¿Y con cual nos quedamos?


Según Rao, Stuart y Kelleher: “Ninguno de estos dos puntos de vista acerca del
poder es verdadero o falso. Cada uno representa un conjunto de supuestos que
tiende a evocar una conducta implícita en la visión del mundo que tenemos. En
otras palabras, cada uno es una profecía autocumplida”.

Sin embargo, vivimos en un mundo en el que se ha instalado el poder finito como


única manera de ver y actuar. Reducir nuestra visión del poder a los ámbitos de
poder finito, nos dejan poco espacio creativo para trabajar y probablemente nos
lleve a una actitud ingenua de movilización sólo en el plano de la participación
formal, o a luchar denodadamente por quitarnos unas a otros las migajas del poder
finito que tenemos a nuestro alrededor.

El reto en nuestras campañas de incidencia política es contrarrestar expresiones


de poder finito, desarrollando espacios de poder infinito y promover experiencias
de equidad entre actores diversos (en cuanto a género, cultura, clase, entre otros)
en las cuales se pueda ir virando de manifestaciones de poder finito a
manifestaciones de poder infinito.

11
Emma Zapata (1997) Nuevas formas de Asociación: Mujer Campesina – Iniciativa Privada: Estudio de
caso (citado por Townsend, 1999)
Por ejemplo, cuando en nuestros análisis de poder encontramos que la “cara
cerrada” del poder actúa de manera tan significativa que impide que podamos
disputar nuestras ideas en un marco deliberativo, probablemente es necesario
orientar nuestras acciones de modo que podamos ampliar formas de “poder con”,
por medio de las cuales podamos abrir espacios para el diálogo que antes estaban
cerrados, estableciendo un nuevo balance de fuerzas.

Igualmente, si observamos una presencia muy marcada de la “cara invisible” del


poder, que impiden que quienes están siendo vulnerados en sus derechos se den
cuenta de ello, es necesario que nuestros esfuerzos se orienten a acciones que
permitan que se desarrollen formas de “poder adentro”. Desde este proceso será
posible que quienes desarrollen estas formas se pueda pasar a percibir las formas
de poder de “cara cerrada” que antes no percibían y se organicen colectivamente
para acrecentar su poder.

No será fácil seguramente, pero la transformación de la sociedad bien vale el


esfuerzo.

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