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La felicidad estúpida Por Javier Chiabrando

Se ha hablado largamente del mandato de ser feliz. La “happycracia” la llaman. Claro que para ser todos (o muchos)
felices habría que eliminar demasiadas cosas del planeta. Y después cambiar nosotros. Y después… Ante la
imposibilidad de esa tarea, nos focalizamos en lo posible: construir una felicidad aparente, estúpida pero nada
desdeñable. ¿Habrá que bajar demasiadas banderas? No importa ante la esperanza de ser tontamente felices.

Hacer desaparecer películas y canciones con contenidos supuestamente racistas o misóginos apunta a eso. A borrar
el síntoma, lo visible, aunque no el problema. Es tener una enfermedad grave y atenuar el dolor. Parece una
solución, pero el cáncer sigue ahí.

Al censurar podemos creer que el problema, cual sea, ha desaparecido y que el mundo mejoró. ¿Mejoró? No, no
mejoró, pero se ve menos y pareciera que se sufre menos. El mundo no mejoró porque los generadores de
desigualdad, sea económica, racial o de género, es decir el capitalismo y la oligarquía, siguen ahí, vivitos y coleando.

¿Va a cambiar algo porque nuestros hijos y nietos no vean Los Aristogatos? ¿Habrá menos explotación en África,
menos latinos queriendo saltar alambradas? Obvio que no. ¿Entonces, Chiabrando, por qué lo hacemos? Es un
intento de construir un mundo ideal en las palabras aunque siga siendo tan injusto como siempre en los hechos.

Creer que porque los chicos no ven Dumbo no serán racistas es creer que decirle a un chico que el agua es peligrosa
equivale a enseñarle a nadar. Un intento idiota de hacerlos inocentes, incontaminados, como parte de una tribu que
vive alejada del mundo. Justo ellos, que mientras uno duerme, se conectan con marcianos y esquimales para jugar
on-line. Sí, Chiabrando, pero no vieron Dumbo… Ah, bueno…

Y una vez descartado el sistema capitalista como generador de los problemas del mundo, el problema pasamos a ser
nosotros. Porque lo que nos están diciendo es que el libre albedrío (nuestro libre albedrío) nos ha llevado a la
perdición. No el neoliberalismo. No el imperialismo. No la acumulación obscena de la riqueza. No. Lo que nos ha
puesto en esta encrucijada es que ustedes y yo, lectores y espectadores, somos pavotes, ¿vio?, tanto que no
sabemos manejar correctamente el contenido de ¡Los Aristogatos! El problema no es la CIA, el FMI, el Banco
Mundial, las multinacionales. El problema es que usted es un ganso.

¿Y quién decide qué películas sacar de los catálogos por inconvenientes? ¿Los dueños de los estudios? ¿Los fanáticos
religiosos? ¿Los antivacunas y los terraplanistas? ¿Gente de derecha o de izquierda? Seguro que los que deciden ni
siquiera son víctimas sino típicos progresistas bienpensantes (y blancos) que saben muchas cosas pero siempre de
teoría. Ni siquiera dejan que decidan las verdaderas víctimas.

Y ahora ya me veo venir los coaching y los talleres para “No caer en las garras de Los Aristogatos”. Ya sucede con el
sexo de tantos jetones que dan cátedra, de tanta necesidad de autopercibirse y libros que te tiran la posta de todo lo
que tenés que saber antes de coger. Si seguimos así habrá que llenar un formulario para entrar a un cine, como
cuando en el medioevo la gente le pedía autorización al cura para leer un libro.

Lo peor es la gente que se atribuye ser el dueño de la moral, una moral difusa, tanto que no se sabe bien a qué
apunta. Así te pueden correr tanto por izquierda como por derecha. Y muchas focas complacientes aplauden.
Nosotros, sin ir más lejos. Que vivimos avergonzamos del mundo que creamos pero sin saber bien por qué. Y nos
sumamos a esta ola de censura sin saber bien qué beneficio podría haber detrás.

¿A qué distancia estamos de que alguien nos diga qué contenidos podemos ver según la cantidad de tetas y culos
que se vean? ¿A qué distancia de pedir los guiones de las películas y las letras de las canciones para “aprobarlas”
antes de producirlas? Lamento decirle, tonto pero feliz amigo mío, que eso ya está sucediendo. Y el que no lo acepta
será desplazado al rincón de los renegados, machirulos, salvajes, groseros o bobadas del estilo.
El acto creativo está bajo la lupa y puesto en duda. Ya no se puede escribir y crear sin atenerse a esta nueva
inquisición. A la Rowling se le ocurrió crear un asesino que se “traviste” para matar y se ligó puteadas en todos los
colores. ¡Saquen Harry Potter de los catálogos ya!

Hace cuatro años (no décadas, años) nos reímos porque autoridades italianas habían cubierto estatuas de desnudos
de un museo por la visita de una delegación iraní. Ahora nosotros somos esos iraníes que pedimos borrar los rastros
de la cultura porque a un intolerante se le ocurrió ofenderse. Y a la vez somos esos italianos que cubren tetas de
mármol para no ofender a uno que justo pasaba caminando por la calle.

Todo adobado de una cobardía demoledora. Basta que cualquier salame diga que una muestra o un cuadro ofende a
un colectivo para que los directores de museos y los curadores y los programadores abjuren de lo que están
haciendo. No sea cosa que algún progresista que vive en Groenlandia ponga un emoticón de carita enojada en
Twitter. ¿Y si prueban con mandarlos a la mierda? ¿Y si ponen un cartel que diga: “Si no le gusta vaya a ver otra
cosa”?

Somos tan vivos que cavamos la trampa y caemos en ella. Nosotros nos sometemos a nosotros. Mientras, los hijos
de puta que se quedan con todo bailan y beben a cuenta nuestra.

El enemigo leyó a los pensadores mejor que nosotros. A los de ellos y a los nuestros. Y aprendió a hacernos sentir
vergüenza de nuestros errores tontos mientras ellos bombardean, invaden y se quedan con el mundo sin que nadie
les diga nada. Ah… pero Los Aristogatos “estigmatizan”… bla… bla. Y para colmo compramos ese discurso como si
fuera un éxito.

Parecerá un mundo mejor pero no lo será. Será la derrota definitiva. El negrero, el explotador, el colonialista seguirá
adelante como si nada, sabedor de que nosotros vemos el síntoma pero no el problema. La fiebre pero no la
enfermedad. Estamos cada vez más lejos de la búsqueda de los cambios revolucionarios. En lugar de revoluciones,
cosmética. Y dejamos que otros (que no sabemos quiénes son) piensen y actúen en nuestro nombre. Para
protegernos, dirán. Para que seamos felices, dirán. Estúpidamente felices.

javierchiabrando@hotmail.com

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