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1. HISTORIA ECONÓMICA:
La historia económica es una disciplina económica (Ciencias Sociales) que estudia los hechos
económicos del pasado. La historia económica es una ciencia multidisciplinar, es decir,
necesita fundamentalmente la ayuda de varias disciplinas: historia, economía, pensamiento
económico, demografía, ciencias políticas, sociología y estadística. Su objetivo
fundamental es el estudio de los sistemas económicos del pasado y del presente en el largo
plazo.
Historia y teoría económica: La historia es la ciencia que analiza el pasado. Pertenece al grupo
de la Ciencias Sociales (como la economía) y utiliza una metodología basada en la observación
de hechos y su tratamiento empírico-estadístico. La teoría económica es una disciplina que, a
través de hipótesis y modelos, pretende explicar la realidad económica. Su fundamento
científico se basa en la macroeconomía y la microeconomía. Historia Social: es una
especialidad de la Historia que utiliza una metodología similar pero que sus objetivos
fundamentales son el estudio de la sociedad a lo largo del tiempo. Habitualmente, se basa en
la Historio Económica y en la Economía para explicar las categorías sociales del pasado
(estamentos sociales o clases sociales, por ejemplo).
Introducción y antecedentes de la historia de marketing: Evidentemente, la historia del
marketing participa de las definiciones anteriores (en lo referente a la Historia, la Historia
Económica y la Economía). El marketing es una disciplina que tiene gran importancia en la
actualidad, normalmente porque conduce la estrategia de las empresas. Tiene un fundamento
histórico que debe conocerse unido, lógicamente, al desarrollo económico de la humanidad:
sistema económico preindustrial y sistema económica industrio e incluso sistema económico
postindustrial (economías de servicios). El marketing como disciplina económica nace en
Estados Unidos (Edgar D.
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Jones, The distributive and Regulative Industries of the U. S. publicado en 1902) dentro del
sistema económico capitalista para potencial la importancia del “mercado” donde se pretende
la libertad de elección del empresario y del consumidor. Desde entonces la disciplina no ha
dejado de crecer y evolucionar, sin embargo, en todo este periodo se pueden diferencia tres
etapas (Nieto, 1998):
1ª: Desde 1902 a 1930: el marketing tiene como objetivo fundamental el estudio de la
producción.
2ª Desde 1930 a 1950: tiene como objetivo la venta y la distribución.
3ª Desde 1950 a nuestros días: el objetivo fundamental es la relación de los productos y
servicios con el consumidor.
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Los graduados en Ciencias económicas deben ser capaces de analizar y contextualizar los
contenidos específicos del Grado así como la realidad económica del pasado y del presente.
Historia Económica permite que los profesionales dedicados a la Economía sean capaces de
explicar las diferentes situaciones económicas en función de una serie de métodos conocidos
para el análisis y la interpretación de los datos económicos.
Con diferentes metodologías se conseguirá:
En este curso, nos vamos a centrar en los comentarios de textos, gráficos y cuadros
estadísticos.
En su mayoría son fuentes primarias (fuentes de la época: cartas, leyes, tratados, textos
literarios, escritos de economistas o viajeros, etc.) pero también pueden incluirse fuentes
secundarias (fragmentos de libros o artículos de historiadores escritos con posterioridad a los
hechos).
Algunos documentos históricos permiten la obtención de datos cuantitativos que pueden ser
recogidos en tablas estadísticas o representados en gráficas para su análisis. Muchas de las
tablas y gráficas históricas recogen como uno de los ejes el tiempo (normalmente en años), lo
que permite seguir la evolución de una o más variables en un determinado período.
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• La práctica no es un pretexto para “volcar de memoria” lo que sabemos de ese periodo
histórico. Hay que adaptar el comentario a lo que “dice” el texto, el cuadro estadístico y la
gráfica.
• Debemos observar con atención la práctica a comentar y, haciendo una lectura razonable y
crítica, advertir de la importancia económica de dicha práctica para que el lector del
comentario sea capaz de hacerse una idea de la importancia del texto, gráfico o tabla
estadística.
TEMA 2
LAS TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS EN LA EUROPA MEDIEVAL
INTRODUCCIÓN
Anteriormente, la dinastía Sui (580-618) unificó el territorio chino tras siglos de división.
La población china llegó a alcanzar los 50 millones de habitantes. Su economía se basaba
en la agricultura de cereales: trigo y mijo. Destaca durante el siglo VII el mayor peso
económico específico de la cuenca del Yangtzé con el cultivo del arroz a través de la
construcción de grandes canales de irrigación (1.500 km de longitud). El excedente de
producción pudo ser comercializado a través del Gran Canal y por vías marítimas hacia el
Golfo Pérsico y África Oriental.
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3. El peso abrumador de la agricultura como principal actividad productiva.
Un señorío tipo:
a. una reserva señorial, perteneciente al señor feudal y trabajada por los siervos a través
de prestaciones en trabajo (corveas, jornadas que los siervos debían realizar
forzosamente en las tierras del señor).
b. las parcelas de los siervos, denominadas mansos, que trabajaban para su subsistencia
y la de la familia.
Características:
a) Crecimiento económico en Europa entre los siglos XI y XIV debido a la extensión de los
cultivos, al surgimiento de ciudades especializadas en las manufacturas y el comercio.
Después del año 1000 se observa un crecimiento económico, que se prolonga por más de
dos siglos, y que muestra un intenso crecimiento de la población.
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- Las características de la expansión económica bajomedieval
- Otros sectores de actividad como los servicios y la construcción progresaron. Hay que
destacar, no obstante, que la mayor parte de las actividades manufactureras se
realizaban en los pueblos.
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Otro importante sector era el metalúrgico, destinado principalmente al suministro de
hierro, cobre, estaño, plata, etc. Las explotaciones mineras estaban diseminadas por
muchas regiones, pero el mineral debía pasar por un proceso de refinado y preparación
para la elaboración de útiles, objetos diversos o monedas, en forjas y talleres. El hierro
era el mineral más demandado en cantidad y su utilización era múltiple, desde los usos
agrícolas a los militares. Los principales yacimientos se encontraban en el centro de
Europa y la zona de los Alpes, así como en Suecia, desde donde se distribuía a centros
especializados como Milán. La concentración de artesanos facilitaba la innovación y el
aumento de calidad de los productos, aunque la novedad de este periodo estriba no
tanto en el terreno tecnológico como en el organizativo. Los artesanos del textil, cuero,
madera, metal, construcción, etc., se agrupan en corporaciones, los gremios, según el
oficio que desempeñan. La producción de los talleres está dirigida por un maestro, del
que dependen varios oficiales y aprendices. A través de los gremios, los maestros
artesanos controlan la actividad fijando los precios, el mercado y establecían
reglamentos sobre la calidad del producto. Impiden la competencia interna y la
intromisión de productos de otros lugares. El régimen gremial también marca las
condiciones de la formación y promoción profesional, el paso de oficial, normalmente un
asalariado, a maestro. Los gremios también tenían funciones de solidaridad entre sus
miembros, que garantizaban la cohesión e influencia en la vida urbana.
Los Países Bajos fueron el otro territorio en el que se desarrolló una red de ciudades. Una
agricultura muy productiva generó una diversificación y especialización que promovió
centros artesanales orientados al textil y otros oficios. Los tejidos flamencos, elaborados
con lana inglesa, adquirieron un gran prestigio en los mercados exteriores, destacando
los denominados paños gruesos, muy tupidos. Sobresalen Brujas, Gante e Ypres, desde
donde se extienden posteriormente a las regiones limítrofes de Brabante y Hainaut.
Por toda Europa se extendieron ferias especializadas, aunque las que cobraron más fama
fueron las de las localidades de Troyes, Provins, Bar-sur Aube y Lagny, en la región de
Champaña (Champagne), situadas en la ruta entre Flandes y el norte de Italia, a las que
los señores de la región dotaron de diversos privilegios de seguridad y exenciones fiscales
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para estimular la concentración de comerciantes, convirtiéndose en los principales
centros europeos de contratación durante los siglos XII y XIII. En estas ferias, escalonadas
a lo largo del año, se realizaban los intercambios y también se efectuaban operaciones de
cambio de moneda y la negociación de letras de cambio. La introducción de la letra de
cambio reducía los inconvenientes del transporte de moneda y permitía compensar los
saldos del comercio, al tiempo que suponía una vía de crédito que salvaba las
limitaciones de la legislación canónica, muy restrictiva hacia la usura. Desde la segunda
mitad del siglo XIII la apertura del estrecho de Gibraltar y la posibilidad de comunicación
directa por vía marítima entre Italia y el Atlántico norte, junto con la competencia Por
otra parte, desde fines del siglo XIII cobra auge un circuito comercial en el mar Báltico,
asociado a los efectos de la expansión agrícola alemana hacia el Este, que establece un
intercambio de productos entre las diferentes regiones del litoral, la costa rusa,
Escandinavia, y se extiende hacia el mar del Norte. Los productos son muy variados,
aunque predominan los cereales, madera, pieles, arenques, minerales y cera. Este
circuito se consolida a través de la formación de una liga de ciudades en la denominada
Hansa, que incluyó a mediados del siglo XIV entre 70 y 80 ciudades.
Por otra parte, desde fines del siglo XIII cobra auge un circuito comercial en el mar
Báltico, asociado a los efectos de la expansión agrícola alemana hacia el Este, que
establece un intercambio de productos entre las diferentes regiones del litoral, la costa
rusa, Escandinavia, y se extiende hacia el mar del Norte. Los productos son muy variados,
aunque predominan los cereales, madera, pieles, arenques, minerales y cera (mapa 3.6).
Este circuito se consolida a través de la formación de una liga de ciudades en la
denominada Hansa, que incluyó a mediados del siglo XIV entre 70 y 80 ciudades, de las
cuales las más importantes eran Hamburgo, Bremen, Lübeck, Rostock, Danzig, o Riga.
Esta asociación comercial contaba con centros de intercambio en Brujas, Londres,
Novgorod y Bergen, en donde los comerciantes gozaban del privilegio de venta y residían
en el mismo lugar. Esta liga tenía una asamblea o dieta, que servía para transmitir las
ordenanzas y la política a seguir.
Los comerciantes, aunque muchas ocasiones trabajaban de forma aislada, a medida que
los negocios se fueron haciendo cada vez más complejos y voluminosos, articularon
formas de asociación que tenía como objetivo la disminución de los riesgos o la
especialización en el desempeño de funciones. En algunos casos se formalizaban
préstamos donde uno de los partícipes era transportista y el otro, comerciante, corría
con el riesgo de aportar el producto o el dinero. A la vuelta el comerciante debía recibir
el valor de la mercancía o bien el dinero que había prestado al transportista, más un
interés. Esta fórmula derivó en la formación de la commenda o societas maris, la más
utilizada por los comerciantes italianos, por la que dos socios ponían partes del capital en
productos y uno de ellos se encargaba de su venta y la responsabilidad sobre el
producto. A la vuelta repartían los beneficios según el capital aportado.
También se generalizaron en el siglo XIII los instrumentos contables, como los libros por
partida doble, donde se asentaban los cargos y datas de los negocios, así como las
operaciones financieras en créditos y débitos. Las casas de préstamo florecieron sobre
todo en Italia, con una estructura familiar, como los Peruzzi o los Bardi, que diversificaron
sus actividades incluyendo el préstamo a las monarquías europeas.
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g) La reorganización del sistema feudal en la salida de la gran depresión bajomedieval, y
el fortalecimiento de monarquías nacionales que anuncian una nueva fase, donde la
apertura hacia otros continentes será el rasgo más novedoso.
A fines del siglo XIII se observó en Europa una tendencia decreciente en el ritmo de
expansión. Había finalizado el movimiento colonizador y, en un contexto de incremento
demográfico, la producción agraria comenzó a dar signos de debilitamiento por el
agotamiento progresivo de los terrenos de cultivo, derivado de la escasa dotación de
abono y la explotación de zonas marginales, al mismo tiempo que se producía el alza los
precios de los alimentos y de las rentas que debían pagar los campesinos a los señores. El
aumento de la renta feudal presionó sobre las economías campesinas, que redujeron sus
posibilidades de compra de manufacturas y por tanto la actividad artesanal. Además, el
exceso de población empobrecida en el campo salía a las ciudades buscando alguna vía
de ocupación, presionando a la baja los salarios urbanos. En consecuencia, la fragilidad
de las economías campesinas se trasladaba a la esfera de los intercambios, provocando
la inestabilidad de los circuitos comerciales internos, que además sufrían altos costes de
transacción, como las tasas señoriales sobre el tráfico y el comercio, los arbitrios fiscales
de las monarquías o las estrictas regulaciones urbanas, que dificultaban el avance de la
integración mercantil. El esquema ayuda a comprender esta dinámica. Estas
circunstancias empeoraban con coyunturas ocasionales provocadas por malas cosechas,
como las que sucedieron en Europa entre 1315 y 1317 por inclemencias climáticas
relacionadas con el inicio de una “pequeña edad de hielo”, que habría supuesto la
reducción de las temperaturas y la desaparición de algunos cultivos en el norte de
Europa, como el viñedo. En Asia el cambio de coyuntura a partir del siglo XIV se reflejó
por ejemplo en zonas del Sudeste, y en particular la decadencia del imperio khmer en
Camboya, y posteriormente la inestabilidad que atravesó China, con episodios de
hambrunas, como las que tuvieron lugar en torno a 1325 y en la década de 1340. A estas
condiciones económicas se añadía una extensa inestabilidad política, con el impacto de la
guerra de los Cien Años entre Inglaterra y Francia, que se extendió principalmente por
territorio francés, o las sublevaciones que en China acabaron con la dinastía Yuan en
1368, dando paso a la dinastía Ming. En el Mediterráneo oriental se consolida el poder
de los turcos otomanos, pueblo nómada originario de Asia central, que van ocupando
una zona cada vez más extensa a costa de los emiratos árabes y los restos del imperio
bizantino.
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China durante la década de 1330 y se trasladó a Occidente por las vías comerciales
controladas por los mongoles. Desde Caffa, enclave genovés del mar Negro famoso por
su mercado de esclavos, fue transferida a Sicilia a través de navíos genoveses en la
primavera de 1348 y desde aquí se fue extendiendo por Europa. Los principales centros
urbanos facilitaron la expansión debido a las malas condiciones de salubridad. La crisis
duró varios años y se produjeron episodios recurrentes en la segunda mitad del siglo.
El primer efecto de la epidemia fue la tremenda mortalidad que generó, lo que llevó a un
hundimiento de la actividad económica, tanto de la producción como del consumo, la
actividad industrial o las transacciones mercantiles, afectando a las bases del sistema
feudal. Los cálculos más moderados estiman en una caída de un 25% en la fuerza de
trabajo disponible, convirtiendo la mano de obra en un factor escaso. Ello afectó a las
bases de la renta feudal, anclada en los ingresos generados en la tierra, ya que la brusca
caída de campesinos hundió los ingresos de los señores feudales. Pero también
repercutió en una reordenación del espacio agrario, con el abandono de las tierras de
menores rendimientos. La caída de la demanda también afectó a los precios,
originándose una rebaja continuada de los mismos.
Las explicaciones de la crisis son diversas, y no hay acuerdo entre los historiadores sobre
cuáles fueran exactamente sus causas. Todas ellas tienen en cuenta que tanto la difusión
del bacilo de la peste bubónica (yersinia pestis, endémico en las estepas de Asia Central)
o bien factores climatológicos (el comienzo de la pequeña edad de hielo, que se prolongó
hasta el XIX) pueden explicar la mortandad. El contagio de la peste bubónica, bien a
través de las pulgas o por vía aérea es muy fácil, y la mortandad causada por el bacilo
oscila en torno al 75% de los afectados (llegando al 100% cuando el contagio es a través
de saliva). Igualmente, el descenso de las temperaturas podría explicar caídas muy
importantes en la producción agraria. De hecho, la peste de mediados del XIV fue una
pandemia, que afectó también de forma visible a amplias zonas de China y la India unos
años antes que a Europa (mapa 3.7; tabla 3.1.). Pero lo cierto es que tanto la peste como
el enfriamiento siguieron afectando a Europa varios siglos, sin que se produjera una
mortandad comparable a la de la Peste Negra. Por ello, hay que buscar explicaciones que
permitan entender por qué se produjo tal mortandad. Básicamente, hay tres tipos de
explicaciones:
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encontraría en el límite de sus posibilidades de producción, es decir, con los
rendimientos decrecientes. Actuarían entonces los “frenos positivos” de la mortalidad
catastrófica, desencadenados por la peste o el clima.
Crisis del sistema feudal: otros autores, entre ellos Guy Bois, señalan que las caídas en los
rendimientos agrarios habían generado una presión de los grupos dominantes de la
sociedad feudal (señores y eclesiásticos), que reforzaron la presión sobre los campesinos,
lo que colocó a estos en el límite de la subsistencia. En esta situación, las economías
campesinas se hallaban muy debilitadas ante el avance de la epidemia o las inclemencias
del clima.
Lo cierto es que la crisis del siglo XIV supuso una reorganización del sistema feudal. Los
campesinos de Europa occidental habían mejorado sensiblemente su situación, logrando
que desapareciera la servidumbre, y convirtiéndose en arrendatarios de las
explotaciones que cultivaban. La nobleza reordenó su estrategia de obtención de renta,
acercándose a las nuevas fuentes proporcionadas por la consolidación de monarquías
centralizadas que ponían en marcha un aparato fiscal del que podían obtener jugosas
vías de ingresos. Por otra parte, la caída de la población rural permitió a los señores
controlar la tierra abandonada para dedicarla a actividades como la ganadería, que
requería menos mano de obra. Pero en cualquier caso, los campesinos y trabajadores de
muchas zonas de Europa occidental conocieron una fase de elevación de los ingresos
reales. En Europa oriental, sin embargo, la crisis no supuso la mejora de los campesinos,
sino que fortaleció las condiciones de servidumbre. En otras zonas del mundo el impacto
también fue importante, como en Egipto, donde la escasez de mano de obra desarticuló
el sistema agrario basado en el trabajo intensivo y el mantenimiento de los sistemas de
irrigación, originando una caída de productividad que repercutió negativamente sobre
los ingresos campesinos y llevó a un paralelo reforzamiento del poder de los
terratenientes, apoyados por el Estado mameluco.
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volcaba hacia el exterior por vía marítima, mientras que China, hasta entonces primera
potencia en la expansión naval, concluyó su expansión ultramarina en la década de
Introducción
Un vistazo a los mapas que concibió el gran historiador francés Fernand Braudel
permite hacerse idea de cómo había cambiado el mundo en los dos siglos y medio
que van de 1500 a 1750. Un cambio que resulta aún más notable si lo comparamos
con el que representa los grandes circuitos del comercio en el siglo XIII (ver mapa
3.8). Entonces, hacia 1250, la Europa feudal recogía una parte mínima de las
corrientes de los tráficos internacionales. Apenas era un apéndice lejano y mal
conectado de la gran columna vertebral asiática de las caravanas de ruta de la Seda.
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Pero hacia 1750 la situación era del todo distinta. No sólo se había multiplicado el
volumen de los tráficos hasta constituir una red comercial que alcanzaba las economías de
los cinco continentes –aunque desde luego aún no las integraba, faltaba mucho para eso–.
Sobre todo, había cambiado el significado de ese comercio: en gran medida Europa había
dejado de ser una región periférica para colocarse en el centro de los flujos, el gran nodo o
intercambiador del comercio mundial. Todo este proceso de intercambios internacionales
se consolidó en el siglo XVI.
Estos tráficos conforman lo que se llamó comercio triangular del océano Atlántico. De
Oriente, la fábrica del mundo por entonces, llegaban a Europa grandes cantidades de
textiles –seda y algodón, sobre todo–, especias, té y café, salitre, loza (la famosa porcelana
china)...etc. Estas mercancías gozaban de gran aceptación en Europa, pero además
resultaban bastante baratas para los europeos si las pagaban en plata, de modo que el
déficit comercial se saldaba en dinero. Cerca del 75 por 100 de toda la plata americana
acabó en Asia, necesitada de volúmenes cada vez mayores para alimentar un sistema
monetario que crecía al ritmo que lo hacían la agricultura y la industria.
Así pues, la región más avanzada del mundo, hacia donde fluía el dinero, la “locomotora”
económica en terminología actual, era Asia. Los datos sobre la evolución del PIB mundial
muestran el crecimiento de los distintos continentes, donde el comercio internacional
constituyó un importante papel.
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Cuadro 1. Evolución del PIB mundial por continentes (millones de $ internacionales de
1990)
Antes de llegar a América europeos llevaban décadas explorando el mundo, gracias a los
avances en la navegación y el armamento. La imprecisión de los métodos e instrumentos
de navegación (necesarios para determinar la posición, el rumbo y la velocidad en alta
mar) hacían que buena parte de la navegación en la Antigüedad y la Edad Media se
realizara sin perder de vista las costas (cabotaje). Ya en la edad media se habían ido
adoptando innovaciones importantes para la navegación: la brújula (c. 1100) que permitía
determinar el rumbo, lo que unido al astrolabio (conocido desde la antigüedad) que
permitía conocer la latitud (siempre que se pudiera ver el sol a mediodía) hacía viable la
llamada navegación por estima, es decir, alcanzar la latitud buscada y luego tratar de
navegar hacia el Este o el Oeste, según conviniera. Existía además el problema de la
tracción: buena parte de la navegación en el Mediterráneo desde la antigüedad (y también
los barcos chinos) se basaban en combinación de la tracción humana (remo), mucha más
precisa para la maniobra o en ausencia de viento, y velas triangulares (latinas). En general,
la navegación a remo predominaba, incluso en la edad moderna, en los buques militares,
mientras que las naves e pesca o comerciales solían depender de la vela. El problema es
que este tipo de naves no eran aptas para la navegación en el Atlántico.
Los avances de la navegación y el armamento son los que explican el éxito de los
europeos. Gracias a ellos desde mediados del siglo XV los portugueses abrieron nuevas
rutas marítimas hacia el Índico circunnavegando África.
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protagónico holandeses e ingleses. Fueron los avances en la guerra naval los que marcan
la diferencia entre la Europa medieval –incapaz de resistir las sucesivas embestidas de los
pueblos nómadas de las estepas– y la Europa moderna.
La explotación de las tierras recién conquistadas resultó difícil, dado el escaso número de
conquistadores, la tremenda mortandad de la población indígena, y los problemas
derivados de la enormidad de los territorios y la diversidad cultural de los pobladores
indígenas. Por ello, la economía de la América española se basó en tres pilares: una
agricultura de subsistencia llevada a cabo por los indígenas, basada en los
aprovechamientos tradicionales (maíz, batata); una ganadería extensiva de las especies
introducidas por los europeos (equinos y bóvidos, sobre todo); y la minería de la plata.
Ésta última fue la clave de la economía colonial. En una primera etapa los españoles
pudieron apropiarse de los tesoros acumulados por los Estados indígenas, básicamente
formados por objetos de oro. Los españoles también pusieron en explotación algunos
yacimientos áureos en las Antillas; que también se agotaron pronto. En realidad, la
verdadera arribada de metales preciosos llegó con la minería propiamente dicha. En
particular, a partir de 1545 con el descubrimiento y explotación de las minas de plata de
Potosí, y poco después, Zacatecas. La producción total de estas minas (y sobre todo la
primera) significó una auténtica riada de plata sobre Europa; aunque buena parte de ella
acabó marchando hacia Asia para saldar los déficit comerciales.
La minería de la plata era muy intensiva en mano de obra. Entre otros motivos, porque la
supervivencia de los mineros era reducida. El trabajo en la mina era duro y arriesgado; no
sólo por la propia excavación, sino también porque la obtención de la plata empleaba un
procedimiento muy insalubre, la amalgama, que requería el uso de mercurio.
Casualmente, los españoles contaban con una provisión abundante de este metal. En
Almadén, Ciudad Real, estaban las principales minas de mercurio de Europa; y, además,
encontraron otras en Huancavelica, Perú. La peligrosidad e insalubridad del proceso de
extracción de mineral de plata, y de la misma plata, llevó a los españoles a imponer un
sistema de reclutamiento forzoso de trabajo, los repartimientos, que tenían sus orígenes en
una institución inca, la mita. Básicamente consistía en que cada pueblo era obligado a
aportar un determinado número de jóvenes, y durante cierto tiempo, para el trabajo en las
minas. Por lo demás, los repartimientos también fueron empleados en otras actividades
económicas.
Hasta aquí hemos hecho un repaso rápido, sin prestar la debida atención al orden
cronológico, de los cambios ocurridos en la economía internacional y las innovaciones
tecnológicas e institucionales que los impulsaron. Conviene ahora examinar los grandes
movimientos de la coyuntura, y comparar lo que estaba ocurriendo en Asia y en Europa.
Los primeros siglos de la Edad Moderna en Europa tienen dos grandes periodos: uno de
expansión económica, que arranca desde mediados del siglo XV, tras la gran crisis
bajomedieval, y llega hasta la última década del siglo XVI. Entre esta fecha y 1620-1650
(la cronología varía mucho según las distintas regiones) se inicia el segundo período, de
crisis –demográfica y económica, pero también con origen en la guerra– que se prolonga
en una depresión extendida a la mayor parte de Europa hasta las primeras décadas del
siglo XVIII.
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Sin embargo, dos países escaparán a la depresión por causas que analizaremos más
adelante: las Provincias Unidas de los Países Bajos (Holanda para abreviar) y Gran
Bretaña.
Asia, por su parte, muestra una evolución en cierto modo paralela. Afectada también
seriamente por una crisis en el siglo XIV (ligada a la Peste Negra y techos maltusianos),
en los siglos XV y XVI experimenta un fuerte crecimiento, que sin embargo se salda con
una crisis que afecta duramente a China; pero de la que Japón y la India, por razones
distintas, salen mejor libradas. La comparación de estas evoluciones aparentemente
paralelas (aunque distintas en sus causas) ofrece algunas lecciones de interés.
La expansión europea arranca, como siempre en las economías de base agraria, en los
campos, como resultado de la recuperación de la crisis bajomedieval. Aunque las fechas
varían según las zonas, en la segunda mitad del siglo XV la población volvía a crecer en
buena parte de Europa, otra vez por debajo del techo maltusiano, y con ella la producción
y el consumo. La crisis, además, había dejado como herencia la abolición de la
servidumbre, la forma de trabajo prototípica del feudalismo, en casi toda la Europa
occidental, así como un mayor peso político de los Estados y las ciudades. En los campos,
buena parte de la producción no se obtenía de los dominios feudales, como en la Edad
Media, sino de un nuevo tipo de organización que solemos denominar economías
campesinas. Entendemos por economía campesina (concepto fformulado por A.
Chayanov), que no es sinónimo de economía agraria, sino un tipo específico de ésta. Sus
características:
INTRODUCCIÓN
Hemos comparado hasta aquí la situación de Europa y Asia en los primeros siglos
de la Edad Moderna, digamos entre 1450 y 1600. A partir de esta fecha, en Europa
se va a producir un agotamiento del modelo de crecimiento extensivo que
desembocará en la llamada crisis general del siglo XVII, en un período que va de
1620 a 1650 y que afecta a toda Europa, aunque de modo muy distinto según las
regiones. Los mecanismos de la crisis son los habituales en las sociedades de base
agraria. Las vías extensivas de crecimiento se habían agotado y los rendimientos
decrecientes aparecieron en muchas áreas. En economías campesinas frágiles, la
especialización del período anterior (fuente del llamado crecimiento “smithiano”)
podía resultar contraproducente, de forma que se retornó a formas de actividad y
producción de subsistencia. El cereal avanzó en detrimento de los cultivos
comerciales, y con ello cayó la capacidad adquisitiva del campesinado. Las rentas
de la tierra que habían crecido en le periodo de expansión se resistían a bajar en
época de crisis; lo mismo sucedía con los impuestos por el ascenso de los Estados.
Consecuentemente, el excedente en manos de las familias apenas alcanzaba a
cubrir su subsistencia, y se resentía la demanda de productos no imprescindibles.
De este modo, la crisis agraria se trasladó a la actividad comercial y
manufacturera, básicamente del campo a las ciudades. Pero no en todas partes del
mismo modo ni con la misma intensidad.
-Guerras continuas entre distintos países (la Guerra de los Treinta Años, guerras
anglo-holandesas), guerras internas de religión, a veces con tintes sociales o de
guerra civil (aunque venían del siglo XVI) una primera revolución burguesa en
Inglaterra (con la decapitación de Carlos I en 1649 y la instauración de la
República -Commonwealth- de Cromwell), y en Holanda, propiciada en la lucha
contra los Austrias españoles.
Precisamente por la diferencia en las repercusiones de la crisis no existe acuerdo entre los
historiadores económicos sobre su naturaleza, causas e importancia. El debate se remonta
a más de 50 años, desde que Eric Hobsbawm planteó en 1954 una interpretación que veía
en ella las raíces del capitalismo moderno y el antecedente imprescindible de la revolución
industrial. La crisis expropió al campesinado a favor de los terratenientes, fortaleció a las
burguesías mercantiles, y generó acumulación de capitales, asegurando a Inglaterra las
condiciones para el crecimiento posterior, aunque sus efectos en otras economías fueran
más negativos. La diferencia, sostenía Hobsbawm, es que sólo en Inglaterra y Holanda las
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burguesías mercantiles y manufactureras tuvieron fuerza suficiente para promover un
cambio de régimen político y de sistema económico. Sólo allí estallaron revoluciones
burguesas que dieron paso al capitalismo. En el resto de Europa siguió imperando el
feudalismo y la hegemonía nobiliaria.
Europa, volcados hacia los mercados internacionales, y cada vez más escorados hacia el
tráfico ultramarino. Inglaterra importaba volúmenes crecientes de materias primas, como
seda en bruto, con las que diversificar su producción. El consumo de carbón mineral para
uso doméstico y diversos procesos industriales se incrementó notablemente, anunciando
futuros cambios en el modelo energético.
En primer lugar, hubo un evidente componente maltusiano: la población creció por encima
de los recursos y el ajuste acabó produciéndose mediante el retroceso demográfico (los
llamados frenos positivos de Malthus. La recurrencia de malas cosechas y epidemias
avalan este argumento.
Así pues, la divergencia en los modos en que se gestó y se gestionó la crisis del XVII debe
tener explicaciones institucionales y sociales. Las más convincentes tienen que ver con la
distribución social del poder y de la riqueza; el ascenso de la burguesía en Holanda e
Inglaterra frente al predominio de la nobleza terrateniente (el feudalismo) en el resto.
La transición al capitalismo
Vemos de este modo que, por diversas vías, van ganando lugar en Europa unas nuevas
reglas de juego económicas que identificamos con el ascenso del capitalismo. Recordemos
que éste se caracteriza por:
Hemos examinado muchos indicios de este ascenso: la importancia que cobra el comercio
internacional (básicamente, capital), el peso de los grandes banqueros internacionales, el
avance de las relaciones de producción capitalistas en la agricultura (sustitución de
comunales por enclosures, de trabajo campesino por trabajo asalariado) y en la industria
(verlagsystem), el ascenso de las burguesías al poder en Holanda e Inglaterra. Si se
piensa bien, incluso los ejércitos de la Europa moderna, a diferencia de los medievales,
responden al modelo capitalista no feudal: están basados en soldados de infantería, bien
armados (capital), bien artillados (capital) y que cobran por su trabajo, algo que hubiera
sido impensable para los guerreros feudales (una elite selecta de caballeros) o incluso los
jinetes mongoles o los hunos de Atila. Las causas de la expansión del capitalismo son
debatidas: factores religiosos/intelectuales para Landes, las presiones introducidas por el
desarrollo de un nuevo arte de la guerra, el papel de los Estados como promotores de la
reducción de costes de transacción (North), el ascenso económico y político de la
burguesía comercial (Marx), el “milagro” inducido por la competencia entre Estados
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2
europeos (Jones). La complejidad de la cuestión hace que el debate esté lejos de
resolverse.
Para terminar, introduciremos una interpretación más, la de Earl J. Hamilton sobre las
repercusiones de la llegada de plata de América, expuestas en un artículo de 1929 ("El
florecimiento del capitalismo y la revolución de los precios") aunque luego no la recogió
en sus libros sobre el tema. La revolución de los precios a la que se refiere Hamilton fue el
alza general de precios en la Europa del siglo XVI, que afectó a todo tipo de productos y a
todas las regiones. Hasta entonces habían sido habituales las bruscas oscilaciones anuales
o estacionales, fruto de las variaciones de las cosechas. Lo nuevo era una inflación
sostenida. Aunque muy pequeña si se mide con parámetros actuales (un 1,4 por 100 anual
acumulado), a los coetáneos les pareció catastrófica. De ahí lo de “revolución de los
precios”.
Hamilton trató de demostrar lo que los autores del XVI ya habían señalado: que la
inflación se debía a las llegadas de metales preciosos desde América. Para ello aplicó la
teoría cuantitativa del dinero, según la cual, los aumentos de la masa monetaria o de la
velocidad de circulación, sin incrementos equiparables en la oferta, deben producir
inflación. Hamilton sostenía además que ésta permitió a mercaderes y fabricantes
acumular unos beneficios cruciales para el nacimiento del capitalismo, ya que el
diferencial entre precios y salarios fue mucho mayor en Inglaterra que en otras partes.
Invierten sobre todo capitales propios o de familiares y amigos, pues los mercados
formales de capitales (banca, bolsas) aún están muy poco desarrollados.
Aprovechan redes de paisanos (como los burgaleses en Flandes), parientes o
correligionarios (judíos en Europa y el Islam). Los lazos personales en
comunidades pequeñas mejoran la información y reducen los riesgos, minorando
los costes de transacción.
Actúan sobre todo en la manufactura, el comercio y las finanzas, sectores en las
que las reglas del juego capitalistas están más avanzadas.
Asumen personalmente la dirección de los negocios, delegando rara vez en
gestores o administradores profesionales.
La estructura dominante es el “escritorio de comercio”, formado por el empresario,
y uno o más secretarios y contables que asumen las tareas de control de la
correspondencia (el medio básico de información) y llevan una tosca contabilidad
por partida doble (debe y haber, o gastos e ingresos).
La especialización en una rama de negocios es escasa: lo mismo arriendan el cobro
de impuestos, que hacen préstamos, dirigen expediciones comerciales, organizan la
producción de manufacturas o explotan una mina.
La forma jurídica de las empresas sigue las fórmulas desarrolladas en la edad
media: compañías de responsabilidad ilimitada, de tipo commenda o
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compagnia. No obstante, surgen las primeras compañías por acciones, con
responsabilidad limitada de los accionistas: la pionera es la Compañía de las Indias
Orientales Holandesas, cuyas acciones se cotizan en la bolsa de Ámsterdam.
Hasta aquí la recapitulación de los indicios del ascenso del capitalismo, pero no
debemos olvidar que éste era aún minoritario incluso a escala europea. Aunque
avanzaba en todos los países, la crisis del XVII lo hizo retroceder en amplias
regiones del Mediterráneo y muy claramente en el Este de Europa. El sistema
económico dominante en Europa seguía siendo el feudalismo. De ahí que este
período se describa a veces como de transición al capitalismo. Veamos algunos
datos al respecto:
El siglo XVIII marca una nueva fase cíclica de crecimiento general en casi todo el mundo,
dentro del antiguo régimen biológico o de las economías de base orgánica. Ya desde las
últimas décadas del siglo XVII se observa por doquier un ambiente de recuperación, al
que también puede haber contribuido la mejora del clima, recuperándose las temperaturas
de la pequeña edad de hielo que domina en la etapa anterior. En Europa, la paz de
Westfalia en 1648 había puesto término a un largo periodo de campañas militares que
habían sacudido Europa central, configurando el equilibrio de poder entre los distintos
Estados. Rusia creció extraordinariamente, de la mano de las políticas modernizadoras de
Pedro I y Catalina II, extendiéndose hacia el Báltico, el mar Negro y Siberia. En Europa
central se consolidan nuevas potencias, como Prusia. En Asia persistían grandes imperios,
aunque con dinámicas muy diferentes: en la parte occidental, el Imperio Otomano que
también se extendía por los Balcanes y el norte de África, conoció una fase de estabilidad
que permitió recuperar el crecimiento económico y el aumento de intercambios entre las
distintas zonas del territorio. En la India, el imperio mughal sufrió un progresivo
debilitamiento tras la muerte de Aurangzeb (1707) que redundó en la fragmentación
territorial y la progresiva influencia de Inglaterra en el subcontinente. En China, el ascenso
de la dinastía Qing (1644- 1911), de origen manchú, había supuesto el fin de un largo
periodo de convulsiones y crisis que acabó con la dinastía Ming. Por otra parte, América,
bajo el dominio europeo, estaba en plena expansión de la mano de diferentes economías
regionales y de la llegada de personas de otros continentes.
En resumen, se puede considerar el XVIII como una especie de siglo bisagra entre una
época, la del mundo preindustrial, que tiende a dar sus últimos coletazos y una nueva fase
de la historia marcada por la transformación de la economía y la sociedad. Este mismo
carácter de bisagra se plasma en el cambio fundamental de los polos de crecimiento, pues
anuncia el ascenso de Europa como principal región industrial, hecho que se da en el siglo
siguiente, relegando el papel de Asia, que había sido durante siglos el taller manufacturero
del mundo. Con ello, Europa de la mano de Inglaterra como pionera, sentaría en este siglo
las bases de la divergencia frente a Asia, como región más dinámica del mundo.
En Asia, las zonas de agricultura más productiva, es decir, las tierras irrigadas que
producen arroz, con el principal foco en el valle del Yang-tzé o el noreste de India,
seguían siendo las que presentaban mayores densidades de población, apoyadas en la alta
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productividad de los cultivos y en la intensificación del trabajo campesino. China se
encontraba en el primer lugar de la expansión, con un régimen político, la dinastía manchú
(Qing), que estabilizó el país y amplió notablemente su territorio, poniendo o
intensificando para el cultivo un área equivalente a la extensión de México. La adopción
de cultivos americanos como el maíz y la patata incrementó la base productiva. Además,
las políticas de control del comercio y abastecimiento mejoraron la seguridad alimentaria.
Todo ello propició el espectacular salto de la población china, que según distintas
estimaciones pudo crecer entre el triple y el quintuplo a lo largo de todo el siglo . Sin
embargo, no se trataba de un crecimiento descontrolado: el modelo familiar tendía a
controlar los nacimientos, por lo que el número de hijos por pareja estaba en niveles
similares a los europeos. La India contaba también con una fase de crecimiento donde se
distinguía la zona norte y occidental, donde el cultivo básico es el trigo, de la costa
oriental, orientada principalmente al cultivo de arroz. No obstante, la agricultura asiática
también dedicaba una extensa área para cultivos comerciales, como el té, el algodón, la
morera, o la caña de azúcar, junto a las tradicionales especias de las áreas del sureste.
América creció globalmente, tanto por el rápido crecimiento natural, como por la llegada
de inmigración, tanto libre como forzada (principalmente debida al tráfico de esclavos
africanos), y por ello África se resiente durante este siglo de la actividad generada por el
comercio triangular, que estima en más de seis millones de personas las que llegaron a
América durante el Setecientos.
En la mayor parte de Europa, que comprendía buena parte de las regiones mediterráneas,
del centro y el este, regía el modelo extensivo de crecimiento agrario. La recuperación de
tierras baldías y campos abandonados durante la crisis el siglo XVII, o la desecación de
marismas permitieron la extensión de los sembrados. La introducción de cultivos
americanos, como el maíz primero y más tarde la patata, ayudaron al alza de la producción
agraria, gracias a sus mayores rendimientos por hectárea. En Flandes, los nuevos cultivos
acaparaban el 40% a fines del siglo XVIII. El aumento de la población animó la demanda
de alimentos y estimuló la tendencia alcista de la renta agraria, que beneficiaba a los
propietarios de la tierra. Estos se vieron beneficiados por la mayor orientación comercial
de la agricultura y la reducción de controles al comercio interior de cereales que se
produce en los distintos Estados. Sin embargo no hay una tendencia generalizada hacia el
aumento de productividad. En la mayor parte de Europa, la escasa disponibilidad de renta
de los cultivadores directos (familias campesinas), que deben dedicar una parte importante
del producto agrario a las rentas pagadas al propietario, los derechos feudales (incluido el
diezmo) y los impuestos estatales impedían mejoras en las técnicas y métodos de cultivo,
que tampoco resolvían los propietarios por su escasa orientación empresarial. Tampoco
ayudaba la escasa dotación de ganado en las explotaciones, que reducía las posibilidades
de un laboreo adecuado y el empleo de abono en cantidad suficiente. En muchas zonas,
sobre todo en las regiones mediterráneas, los condicionantes ecológicos y climáticos eran
otra limitación importante: la escasez de lluvias y la aridez de los suelos impedía reducir el
periodo de barbecho sin poner en peligro la recuperación del terreno. En Europa del Este,
el modelo feudal de explotación agraria, que mantenía las relaciones de servidumbre,
arrojaba muy bajos índices de productividad. Las grandes extensiones se cultivaban con
escasos medios técnicos, y a través de prestaciones personales de los siervos, o se dejaban
para el pasto de una ganadería extensiva orientada a la exportación.
Sin embargo, hay algunas islas de progreso agrario. En Europa noroccidental y algunos
focos del centro y el sur se siguen observando cambios apreciables, caracterizados por su
creciente orientación hacia el mercado. La demanda de productos agrícolas y ganaderos
generaba importantes incentivos para animar la producción. En Inglaterra, la aplicación de
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técnicas procedentes de los Países Bajos con los sistemas de drenaje y ocupación de
nuevos terrenos se combinaban con los métodos de cultivo convertibles (que combinan
rotaciones más complejas de alimentos, forrajes y pastos), que permitían en las fincas
sustentar un mayor número de cabezas de ganado, lo que aportaba una mayor cantidad de
fertilizante, haciendo posible la reducción o eliminación del barbecho. Esto se producía,
además, por la incorporación de plantas forrajeras y leguminosas que fijaban el nitrógeno
y permitían mantener la fertilidad del terreno. El sistema Norfolk, difundido a partir de
fines del siglo XVII en aquella región británica, consistía en aplicar una rotación
cuatrienal, eliminando el barbecho y permitiendo la incorporación, además de los cereales,
de plantas forrajeras como el nabo, y de leguminosas y trébol, que ayudaban a fijar el
nitrógeno y recuperar la fertilidad en la tierra. Todo ello, además de acrecentar la
producción de cereales, conseguía una producción de alimento para el ganado que
permitía su estabulación y una ganancia sustancial de peso.
El sistema Norfolk
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La población urbana siguió una tendencia creciente durante todo este periodo. A pesar de
que el saldo vegetativo era negativo en las ciudades, ya que las tasas de mortalidad
superaban a las de natalidad, la llegada de emigrantes desde el mundo rural nutrió de
efectivos las actividades artesanales y comerciales que se concentraban en estos núcleos,
cuando no se empleaban como criados domésticos. El porcentaje de la población europea
en ciudades de más de 5.000 habitantes creció del 11,4 al 13% entre 1650 y 1800. El
crecimiento más notable se plasma en los puertos, donde se producían los movimientos
más dinámicos asociados al crecimiento mercantil. Y de entre ellos, destacaban los
relacionados con los tráfico intercontinentales atlánticos.
Hasta el siglo XVII buena parte de las manufacturas, que tenían como destino preferente
los mercados internos y en menor medida el comercio internacional, se desarrollaban bajo
el esquema productivo de la organización gremial de la producción, basada en talleres
artesanales urbanos. Todavía en el siglo XVIII los gremios cuentan con alguna fuerza en
sectores concretos, como la fabricación de objetos de lujo, o con oficios muy
especializados, e incluso disponen del apoyo de las autoridades en algunos territorios,
como en Alemania o el imperio Otomano. No obstante, la mayoría de los sectores va
cayendo progresivamente en la órbita del capital comercial (es decir, serán los
comerciantes y no los maestros gremiales los que controlen las empresas manufactureras).
Por otra parte, en muchos países el Estado se implicó directamente en la actividad
industrial, desarrollando instalaciones (como las manufacturas reales en Francia o España)
con objeto de fortalecer su ejército y armada mediante el establecimiento de astilleros
navales y fábricas de armamento, que concentraban un gran número de trabajadores. Pero
también se dedicó a la promoción de manufacturas, como en el caso de la de paños en
Linz, en el imperio austrohúngaro, las que promovió el Estado prusiano o las fábricas
reales de porcelana, tejidos o cristales, establecidas en distintas ciudades por los Borbones
españoles.
Pero por encima de los gremios o las manufacturas reales, el rasgo más notable de este
periodo es el desarrollo de la protoindustrialización, denominada también verlagssystem,
putting out system o producción rural de manufacturas, financiada y organizada por
comerciantes con objeto de cubrir las demandas crecientes de los mercados lejanos y que
se extiende por numerosas regiones europeas a partir de mediados del siglo XVII.
Aprovechando que en muchos sectores la dotación de capital fijo (maquinaria,
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instalaciones) era escasa, algunos comerciantes (verleger) contratan con los campesinos y
sus familias la realización de tareas artesanales (textiles principalmente),
proporcionándoles la materia prima y pagándoles por tarea acabada, eludiendo así los
reglamentos y restricciones que establecían los gremios. Esto supuso, en muchos casos, la
incorporación de la familia campesina a la elaboración de productos manufacturados, con
la inclusión de mujeres y niños en distintas fases del proceso. Para estos hogares, esto
supuso una entrada de ingresos en el hogar que complementaban las rentas agrarias,
aunque bastante inferiores a los percibidos por los artesanos urbanos. En definitiva, el
capital comercial aprovechaba las situaciones de baja actividad en el medio rural (con
muchos tiempos muertos entre las faenas del campo) para emplear a los campesinos como
mano de obra flexible y barata. El aumento consiguiente de los ingresos de los hogares
campesinos proporcionó un estímulo para el aumento de la natalidad, con la rebaja de la
edad del matrimonio de las mujeres y el consiguiente incremento de la fertilidad marital
(más hijos por familia). Sin embargo, en zonas de Inglaterra y otros países las actividades
protoindustriales afectaron a una población rural que se estaba proletarizando
progresivamente como resultado de las transformaciones agrarias, que habían obligado a
vender las tierras a muchos pequeños campesinos. Por ello, una parte de la población rural
quedó fuera de las actividades agrarias, insertándose en estas manufacturas como
asalariados (ver tabla 4.12 y gráfico 5.1). En torno a 1800 la población no agraria de los
núcleos rurales era del 36% en Inglaterra, 29% en Alemania y Bélgica, 28% en Francia o
25% en Holanda.
En el siglo XVIII se produce el estadio maduro del capitalismo comercial, que se ha ido
configurando paulatinamente desde que en el siglo XVI se abren los océanos a la
expansión europea. Europa se convierte en el pivote de una economía mundial en
formación: por una parte actúa como eje de la economía atlántica, y como tal explota los
territorios y mares sin más oposición que la competencia entre los propios europeos;
asimismo se introduce cada vez más en el comercio asiático, que drenaba un importante
flujo hacia Europa y, para cerrar el círculo, las manufacturas asiáticas también llegaban
directamente a América a través del Pacífico mediante el galeón de Manila.
El comercio asiático
El espacio del comercio asiático suponía el de mayor volumen y diversidad del comercio
mundial. Comprendía el área tradicional del Índico, desde la costa oriental africana y el
mar Rojo pasando por el subcontinente indio llegar al estrecho de Malaca y acceder por
las islas de las Especias, Filipinas y el mar de China hasta el Pacífico. Los europeos
habían sido tradicionalmente demandantes de especias, textiles, tintes, sedas y porcelanas
como principales productos. Pero el incremento de los viajes y las actividades comerciales
europeas llevó a diversificar los productos de comercio, alentado por el incremento y
diversificación de la demanda.
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Los ingleses también aumentan las exportaciones de productos asiáticos hacia Europa.
También eran los textiles y seda en bruto el primer capítulo, aunque casi todo el tejido
asiático se destinaba a su reexportación, nutriendo en buena medida el comercio triangular
atlántico, ya que las medidas proteccionistas habían prohibido su consumo en la
metrópoli. El déficit comercial de este tráfico se saldaba hasta mediados del siglo XVIII
con el envío de metales preciosos, en una media que superaba el 70% de las exportaciones
totales. Sin embargo, a fines del siglo XVIII se reduce sustancialmente las necesidades de
numerario procedente de Europa, debido a los efectos de la ocupación británica de la India
y el nuevo régimen fiscal que establece. Las compañías privilegiadas europeas se habían
introducido progresivamente en el circuito intrasiático, debido a las oportunidades de
beneficio que representaba sus enormes mercados. La compañía holandesa, la única
potencia que comerciaba con Japón a través del puerto de Nagasaki, activó una corriente
provechosa con la India suministrando cobre japonés para las acuñaciones de las monedas
de uso corriente, a cambio de seda en bruto y textiles indios. Otro producto con un
comercio creciente es el opio, que se comercializa principalmente entre la India como
centro proveedor y China e Indonesia como clientes. Los ingleses comenzarán a introducir
cobre en la India a partir de la década de 1730 y a partir de 1773 la compañía inglesa de
las Indias Orientales convierte en monopolio el comercio de opio, que se utilizará para
comerciar con China y así compensar el saldo de las importaciones de té y otros productos
comprados en Cantón.
La India es en este siglo la gran productora de textiles para los mercados exteriores. Sus
bajos costes de producción eliminaban cualquier competencia y constituía el primer
capítulo de las compañías comerciales europeas. Los principales focos eran Gujarat en la
costa oeste, especializada en la fabricación de prendas de algodón, y tejidos de seda de alta
calidad, y Coromandel y Bengala en el este. La producción de Bengala estaba
especializada en tejidos de seda, aunque también se exportaba seda en bruto y salitre. El
opio se cultiva primordialmente en la región limítrofe de Bihar y su producción crecerá
notablemente con destino al resto de los mercados asiáticos, China principalmente. El
subcontinente indio, más abierto a los intercambios que China, era el primer socio
comercial con las compañías europeas durante todo este periodo. Los enclaves europeos
en distintos puntos de la costa india, constituían los focos del intercambio de los productos
domésticos con destino a Europa o al comercio con otras regiones de Asia. La India entró
a comienzos del siglo XVIII en una crisis política derivada de la debilidad y
fragmentación del imperio mughal surgida a la muerte Aurangzeb, que debilitó el poder
centralizado en el subcontinente y provocó una fase de inestabilidad en muchas regiones.
Esta situación fue aprovechada por los Estados europeos para incrementar su influencia.
Primero fue Holanda y posteriormente Gran Bretaña, que desde mediados del siglo XVIII,
sobre todo tras la batalla de Plassey (1757), elimina la rivalidad francesa en el continente,
desplaza progresivamente a los holandeses y promueve su dominio directo en las regiones
más ricas, entre ellas Bengala, de la mano de la administración de la Compañía Inglesa de
las Indias Orientales.
Ya vimos en un apartado anterior cómo había sido el crecimiento europeo a lo largo del
siglo XVIII: más tierras en cultivo, más cantidad de productores, y más tiempo dedicado a
labores, tanto agrarias como artesanales. Los datos del comercio nos revelan a la vez que
estaban teniendo lugar cambios
importantes en las pautas de consumo, con la incorporación cada vez mayor de productos
coloniales a la dieta (te, azúcar, café) pero también de productos locales o europeos. Pero
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en el siglo XVIII, la tendencia alcista de los precios tenía un fuerte impacto sobre los
niveles de vida de la población. Esta tendencia alcista afectaba más a los precios de los
alimentos que a los productos manufacturados, debido al diferencial de productividad de
ambos sectores. La protoindustrialización, además, aceleró el crecimiento demográfico
superando el ritmo de la producción agraria. Las familias que contaban con una sola
fuente de renta tuvieron que enfrentarse a una tendencia secular de empeoramiento de los
salarios reales. Eso ocurría en zonas con estructuras agrarias muy rígidas, donde la baja
productividad había comprimido la demanda, y el aumento de la población se había
traducido en una caída de los niveles de vida. El aumento de las rentas agrarias
beneficiaba solo a los propietarios, nobleza y clero principalmente, y en las ciudades la
estructura gremial dominante dejaba escaso margen para la innovación y el aumento de la
productividad. El resultado en estas zonas fue un escaso crecimiento y un creciente índice
de desigualdad. En algunas regiones, esta situación llevó a una precariedad notable y un
aumento del número de pobres entre familias dedicadas a la industria doméstica o a
pequeños campesinos y jornaleros agrícolas y urbanos. Sin embargo, en otras zonas,
principalmente en las economías urbanas de Europa noroccidental (Inglaterra, Países
Bajos, norte de Francia, oeste de Alemania), los datos muestran una mejora de los niveles
salariales que se refleja en una mejora de la dotación de bienes de consumo en los hogares
familiares que afectan tanto a los bienes perecederos como a los bienes semiduraderos y
duraderos.
Aunque es verdad que del incremento del producto resultaban más beneficiados unas
clases sociales (comerciantes, propietarios) que otras, las tendencias de mejora fue
también difundiéndose a las escalas más bajas de la sociedad. La estructura productiva de
muchas economías no se basaba en el trabajo del cabeza de familia, sino en la del hogar en
su conjunto, ya que se contaba con la incorporación a la actividad de muchos de sus
miembros. En consecuencia, aunque el salario individual fuera inferior, globalmente los
ingresos del hogar eran mayores. Estos ingresos fomentaban nuevas pautas de consumo,
que se dirigía tanto a nuevos productos alimenticios como vestidos y otros bienes de
consumo que comenzaban a incorporarse en la vivienda (loza para la vajilla, instrumentos
de metal en la cocina, adornos domésticos, etc.), así como al acceso a servicios como el
café o la taberna. Es en este sentido en que algunos autores hablan de una revolución del
consumo en la Europa del siglo XVIII.
Pero el acceso a nuevas pautas de consumo exigía aumentar los ingresos de la unidad
familiar, y ello era posible (aunque no en todas partes de Europa) por nuevas vías: bien
especializando la producción agraria para dirigirla a los productos que demandaban los
mercados, bien aprovechando las oportunidades que ofrecía el verlagssystem para
aprovechar los tiempos muertos de las tareas agrícolas, bien aumentando el número de
miembros de la unidad familiar que contribuían a su sustento (el trabajo de niños o
mujeres). Todas estas soluciones exigían trabajar más: más días, más horas, más personas.
Las nuevas rotaciones de cultivos exigían más tareas (drenado de tierras, abonado, labor,
mejora de la tierra con la adición de margas), y el trabajo doméstico en la manufactura
permitía aprovechar las horas de oscuridad (aunque exigía gastar en iluminación y
calefacción). Es a estos cambios, ligados a actividades más intensivas en trabajo, a los que
Jan de Vries ha denominado “revolución industriosa”. La orientación de la actividad hacia
los mercados abría la puerta a mayores niveles de consumo, y creaba claros incentivos
para intensificar la actividad de los hogares. Así, la revolución industriosa desbroza el
camino hacia la revolución industrial, creando un nuevo tipo de hogares, con nuevos tipos
de trabajadores y consumidores.
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La expansión, por ejemplo, del consumo de nuevos productos coloniales fue de la mano
de la inserción de la economía mercantil a todos los niveles, facilitados por la reducción
progresiva de los precios de los productos, y la mejora en los sistemas de distribución –
buhoneros, pero también tiendas especializadas o almacenes de ultramarinos– con una
gran expansión del comercio minorista y las prácticas de crédito. Productos como el
azúcar, el té o el café experimentan una difusión extraordinaria durante este siglo,
alcanzando a extensos grupos de trabajadores, como es el caso de Inglaterra u Holanda.
En los últimos años, los trabajos sobre historia económica de China han descartado las
visiones de un territorio caracterizado por el estancamiento tecnológico, un crecimiento
demográfico descontrolado, pobreza extrema y la inexistencia de relaciones de mercado
que pudieran preparar la economía para el crecimiento. En realidad en muchas zonas
existía una economía especializada apoyada en una agricultura muy productiva y el
desarrollo de actividades manufactureras con una gran orientación mercantil. El
comportamiento demográfico de las familias se orientaba a controlar la natalidad,
limitando el número de hijos. Comparando los niveles de vida con los existentes en
Europa, se observa que todavía durante el siglo XVIII no hay excesivas diferencias en los
niveles de consumo de la población. Y con respecto a la preparación técnica, los niveles
de China eran comparables a los de Europa. Por otra parte Asia seguía siendo en la
primera mitad del siglo XVIII el taller del mundo, la región con el producto industrial más
elevado.
Kenneth Pomeranz es el autor del término Gran Divergencia para referirse a esta
alteración radical de los equilibrios entre Asia y Europa (representados por China e
Inglaterra) a partir de 1800. Hasta entonces, como hemos repetido a menudo, era Asia el
continente más rico, más poblado (en número y densidad), más productivo y a menudo
más avanzado tecnológicamente. La tesis de Pomeranz, que compara la situación de China
e Inglaterra, sostiene que hubo dos mecanismos que permitieron a Inglaterra dar la vuelta
a la tortilla: en primer lugar, a través del dominio colonial, con el control de una extensa
superficie (bancos pesqueros, plantaciones) que le proporcionaba una mayor flexibilidad
en la disponibilidad de alimentos (pescado, azúcar, etc.) y materias primas (algodón), así
como una gran oferta de trabajo a costes muy bajos (esclavos, trabajadores forzados). El
notable aumento de la superficie dedicada al cultivo de algodón en las colonias de
América sentó una de las bases para el despegue del sector textil. Hasta aquí se trataría de
un crecimiento de tipo extensivo. El segundo mecanismo, en cambio, era de tipo intensivo,
al incorporar el uso creciente de un recurso energético que superaba las limitaciones
impuestas por el combustible vegetal: la disponibilidad de carbón mineral en grandes
cantidades permitía aplicar con éxito las innovaciones tecnológicas desarrolladas en
distintos sectores productivos y que preparaba el paso a la economía de tipo inorgánico, en
la terminología de E.A. Wrigley. En 1810 el carbón mineral que se extraía en Inglaterra y
Gales equivalía a la energía que de haberse tenido que producir con madera hubiera
requerido una superficie forestal equivalente al total de ambas regiones. Colonias y carbón
permitían superar las limitaciones de la economía orgánica inglesa para dar el salto hacia
la industrialización.
La explicación de Pomeranz enlaza con las tesis de E.A. Wrigley, que sostiene que en
vísperas de la revolución industrial Inglaterra había alcanzado un estadio que ha
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denominado de economía orgánica avanzada mediante la mejora en la productividad
agraria interior. Pero este estadio chocaba con las limitaciones de la superficie agraria
disponible. Como sucedía en China, las mejoras de productividad podían alimentar más
población, pero ello chocaba con la disponibilidad de tierra para el suministro creciente de
alimentos, materias primas y combustible. La salida del atolladero se encontraba en el
carbón mineral y el paso a una economía de tipo inorgánico.
Los datos de Paolo Malanima sobre el consumo de energía confirman también esta idea.
Malanima ha observado que la economía china era mucho menos intensiva en el consumo
de energía que la europea. En 1750, Europa gastaba unas 14.000 calorías per cápita, en
tanto que China a fines del siglo XVIII no alcanzaba las 5.000. De éstas, el trabajo
humano era el principal capítulo de aportación energética en China, en tanto que en
Europa una mayor cabaña ganadera y unos recursos forestales más amplios habían
diversificado las fuentes de energía, a lo que se sumaba un incremento sustancial de la
navegación a vela , los molinos hidráulicos o de viento. El resultado fue reducir la
aportación (en porcentaje) de la fuerza de trabajo humano en el total. La evolución de la
economía china a fines del siglo XVIII nos ofrece la visión de un territorio que estaba
alcanzando los techos en la economía orgánica: un crecimiento demográfico apoyado en la
producción de alimentos y la explotación de combustible vegetal, recursos que competían
además entre sí por la disponibilidad un mismo recurso: la tierra. Además, la producción
de textiles (cáñamo, algodón), o productos comerciales (caso del té) se basaba también en
la utilización de los campos sin recurrir a importaciones. La agricultura china había
alcanzado impresionantes cotas de productividad con la utilización de técnicas de cultivo
muy depuradas y la intensificación del trabajo en las explotaciones que habían tendido a
ser cada vez más pequeñas. En algunas zonas del bajo Yang tzé y el río de la Perla en el
sur, las densidades de población eran las mayores del mundo. Pero los efectos se advertían
por doquier: deforestación extrema para conseguir combustible, minifundismo agudo que
exponía a las explotaciones campesinas a los riesgos de las malas cosechas y rentas en
descenso que llevaron a una creciente inestabilidad con varias revueltas a fines del siglo
XVIII.
Otros autores, como Van Zanden, explican la divergencia en relación con las diferencias
de productividad y los salarios reales. En Inglaterra, durante el siglo XVIII, a pesar de que
la agricultura era bastante productiva, las mayores ganancias de productividad se estaban
dando en la industria y el comercio, donde se concentraban los salarios más altos, hecho
que hacía posible trasvases de mano de obra desde la agricultura y con ello el cambio
estructural en la economía. Sin embargo, en China la agricultura seguía siendo el sector
más productivo, manteniendo a la población activa en dicho sector, mientras que no había
modificaciones que alteraran la productividad en el resto de sectores.
Esta creciente mercantilización fue facilitada por la mejora de los sistemas de transporte y
comercio. Inglaterra era un país donde el desplazamiento de mercancías se hacía
principalmente por vía acuática, favorecido por su condición insular y su escasa masa
continental. El sistema de cabotaje entre puertos de la costa se combinaba con los cursos
fluviales que resultaban fácilmente navegables gracias a las favorables condiciones
orográficas. Ello impulsó además su conexión a través de canales de navegación, de modo
que el grueso del transporte de las mercancías más voluminosas podía ser desplazado sin
los grandes costes del desplazamiento terrestre. Por otra parte, la red terrestre había
mejorado sustancialmente de la mano de la expansión de las carreteras de peaje y el tráfico
de pasajeros se triplicó a lo largo del siglo. Las ciudades portuarias se vieron beneficiadas
con tales conexiones interiores y exteriores. Puertos como Bristol, Liverpool y en especial
Londres conocen un fuerte crecimiento, creando nudos de actividad en sus alrededores con
el fomento de diferentes instalaciones, almacenes e industrias de transformación
orientadas al comercio exterior: refinerías (azúcar), destilerías (ron), astilleros, etc., y
servicios como seguros marítimos e intermediación mercantil.
El sistema colonial inglés había logrado, durante el siglo XVIII, crear para su propio
beneficio un enorme mercado mundial. En ningún caso este modelo se construye sobre las
bases de la especialización y el libre comercio, sino sobre un aparato de medidas
proteccionistas que, como en otros países europeos, se habían ido estableciendo siglos
atrás, con el fin de consolidar su dominio frente a sus rivales. Si las Leyes de Navegación
habían sido el baluarte para fortalecer la marina británica y la reserva del mercado colonial
desde la segunda mitad del siglo XVII, durante las primeras décadas del siglo XVIII se
añadieron a ellas varias medidas sobre promoción y subvención para las exportaciones
británicas (venta al exterior de textiles de lana), el aumento de los derechos sobre
importaciones de manufacturas extranjeras, o el estímulo para la importación de materias
primas. Las leyes de los calicós, promulgadas entre fines del siglo XVII y 1721 no
impedían comerciar con los textiles de algodón indios, con enormes beneficios para los
comerciantes ingleses e ingresos fiscales para la Corona, sino introducirlos en la
metrópoli. Los distintos conflictos bélicos ayudaron a consolidar el dominio del comercio
exterior inglés. Las guerras navales con Holanda, propiciadas por los efectos de las Leyes
de Navegación en la segunda mitad del siglo XVII terminaron con el agotamiento del
poder naval holandés y el aumento espectacular del tonelaje de la marina inglesa, que se
triplica entre 1686 y 1788 (tabla 5.3). Tras la guerra de Sucesión española (1701-1713), el
tratado de Utrecht concede a Inglaterra la soberanía sobre Terranova, un privilegiado
caladero para las flotas pesqueras, y concesiones de monopolio en el comercio de esclavos
–asiento de negros– en el imperio español. Además, el tratado de Methuen de 1703 le abre
los mercados portugués y brasileño. Tras la guerra de los Siete Años, a mediados del siglo
XVIII, se consolida el control británico sobre Canadá, territorios del Caribe y
posteriormente sobre la India, en detrimento de las aspiraciones francesas. A fines del
siglo XVIII comenzaría la explotación de Australia. La excepción a su predominio será la
independencia de las trece colonias norteamericanas, origen de los Estados Unidos,
aunque seguirá manteniendo importantes relaciones comerciales. En la India, el régimen
fiscal de la Compañía Inglesa en sus dominios y el monopolio del comercio asiático de
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opio invirtió los saldos de la balanza comercial: ahora ya no se importaba numerario de
Europa para compensar el déficit. La monarquía británica invirtió cantidades crecientes en
apoyar este dominio militar, negociando el esfuerzo fiscal con el Parlamento y dando
lugar a una mayor eficiencia en la gestión de los recursos públicos, buena parte de los
cuales procedían de impuestos indirectos sobre el comercio. En este sentido, Gran Bretaña
obtenía muchos ingresos fiscales de gravámenes sobre los productos comerciales, parte de
los cuales procedían del importante tráfico de reexportación que representaba en 1699-
1701 el 30,9% del total de las exportaciones y creció en 1772-74 hasta el 37,1%. Los
puertos ingleses actuaban como importantes redistribuidores de manufacturas europeas
hacia ultramar y de materias primas y alimentos americanos hacia Europa. De igual modo,
las manufacturas y alimentos asiáticos arribaban a Inglaterra antes de ser distribuidos por
Europa, África o América (tabla 5.7),. Por ejemplo, a fines del siglo XVIII una décima
parte de los ingresos del Estado procedía de los derechos que gravaba la importación de té,
producto que en parte se reexportaba a otras zonas.
Inglaterra, en definitiva, había sentado algunas condiciones para llevar a cabo el salto
como primer país con una economía moderna. En 1800 el peso de la agricultura en el
producto interior bruto sólo representaba un 26% del total. Y estas condiciones se
combinaron con otras de carácter institucional que permitieron iniciar el desarrollo
industrial.
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