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Cuestiones estilísticas

1 Generales

Es muy importante ser consciente de algunas cuestiones estilísticas a la hora de


redactar y darle formato al trabajo. En general, vale la pena optar por una
presentación sobria, sin añadirle muchos ornamentos; en caso contrario, se podría
transmitir la impresión de querer esconder faltas de contenido con un formato
demasiado elaborado. Tanto la presentación como el lenguaje tendrían que ser claros,
lo qual no necesariamente significa optar por frases cortas tipo “sujeto – predicado –
objeto”, ni tampoco a estructuras repetitivas al estilo de “tell them what you are going
to tell them – tell them – tell them what you told them”, como se afirma en algunos
manuales estilísticos anglosajones.

Además, se tendría que evitar un lenguaje ofensivo, a nivel tanto de la forma como del
contenido. Eso puede parecer una evidencia, pero dado que el mundo académico
también está marcado por discusiones entre defensores de ideas a menudo opuestas,
y que, a veces, es inevitable articular críticas, se tendría que aspirar a una expresión
neutral y objetiva (sobre el tema de la objetividad, cf. infra), la misma que también se
desearía a la hora de recibir una crítica. Por supuesto, el lenguaje tiene que ser
inclusivo; sería una gran incoherencia reclamar el lugar de los temas de género en los
contenidos de un trabajo científico, pero mantener un lenguaje exclusivo a nivel de la
forma. A veces, esto puede llevar a romper con algunas tradiciones aceptadas (como
por ejemplo, no citar una autora a partir de la segunda vez como “idem” ‘el mismo’,
sino como “eadem” ‘la misma’, cf. infra). En caso de dudas, nunca está de más
explicitar las decisiones tomadas en una nota a pie de página – un consejo válido para
cualquier polémica y/o problemática que se puede dar a lo largo de un trabajo.

Finalmente el trabajo tendría que respirar una actitud humilde. Por más que se puedan
defender propuestas nuevas con contundencia, o criticar otras, hace falta una
consciencia de las propias limitaciones y un respecto ante el trabajo hecho por otras
personas. Esto, sin embargo, no significa que no se deba articular las propias
afirmaciones con la convicción que resulta de un trabajo previo bien hecho. El estudio
sistemático de las fuentes y de la literatura secundaria confiere al/la autor(a) un
estatus de experto del cual también hay que ser consciente.

2 Lingüísticas

Es muy importante cuidar el lenguaje también más allá de la cuestión lingüística. No se


puede aceptar que haya errores ortográficos en un trabajo académico, y los recursos
de autocorrección disponibles actualmente representan una gran ayuda en este
sentido. No se puede olvidar que el/la autor(a) normalmente está tan concentrad@ en
el contenido que es muy fácil que se le escapen errores ortográficos; por lo tanto, vale
la pena pedirle, por ejemplo, a compañer@s de estudio que lo lean (lo cual también
resulta muy provechoso para otras cuestiones, como la comprensibilidad).

Si eso es cierto para el idioma en que se redacta el trabajo, lo es más todavía para
palabras o nombres en lenguas extranjeras. De entrada, todas las palabras
provenientes de otras lenguas tienen que estar marcadas en cursiva, a no ser que ya
estén integradas como préstamo en el idioma principal (en caso de duda, ¡consultar
diccionario!). Si los errores ortográficos en el propio idioma dan una impresión de
dejadez o, en casos extremos, de faltas de formación, en el caso de las lenguas
extranjeras revelan, además, una falta de autoridad. Alguien que escribe sobre, para
poner un ejemplo, las cantatas de J. S. Bach y no reproduce correctamente las palabras
alemanas, ¿qué acceso podrá tener a las fuentes, y, consecuentemente, con qué
autoridad podrá hablar? Además, se trata también de un acto de respeto ante otras
culturas y las personas que pertenecen a ellas. Un tanto más difícil puede resultar la
ortografía correcta de términos provenientes de lenguas que utilizan sistemas de
escritura diferentes, como el ruso, el árabe, el griego, etc. En todos estos casos se da la
dificultad que los diferentes idiomas europeos tienen sistemas diferentes de
transliteración (por ejemplo, Пётр Ильи́ ч Чайко́ вский se transcribe Pjotr Iljitsch
Tschaikowski en alemán, Piotr Ilitx Txaikovski en catalán, Piotr Ilich Chaikovski en
castellano y Pyotr Ilyich Tchaikovsky en inglés), por lo cual hay que buscar la
transliteración correcta dentro del idioma principal del trabajo. Un problema que
dificulta todavía más la situación es el hecho que, en algunos casos, hay una gran
cantidad de literatura (tan divulgativa como científica) que no cuida este aspecto, de
manera que se han establecido ortografías equivocadas como prácticas aceptadas. Así,
el laúd árabe, ‫دال عو‬, al-ʿūd, se encuentra a menudo como al-ud, al-´ud, etc.

Un tema espinoso y en ocasiones cargado de emociones es el de las traducciones de


nombres propios. Aunque en la mayoría de publicaciones, al menos las académicas, se
ha abandonado la vieja práctica de traducir los nombres de personajes famosos (por
ejemplo, Juan Sebastián Bach, Luis de Beethoven, etc.) – una práctica no exenta de
connotaciones de apropiación cultural – el problema persiste en el caso de nombres
de, por ejemplo, compositores catalanes: ¿Felip Pedrell o Felipe Pedrell? ¿Pau Casals o
Pablo Casals? Si bien es que la lógica tendría que llevar a utilizar el nombre según el
nombre de la cultura a la cual pertenece el personaje, también se encuentran
argumentos para una solución contraria (por ejemplo, que una gran parte de la
documentación use la forma castellana). Reconociendo el carácter polémico de esta
discusión, parece imprescindible explicitar y explicar la decisión que se tome, como ya
se ha mencionado con anterioridad. Una situación muy particular de la sociedad prova,
además, que ciertos nombres de personajes extranjeros se citen en su forma
castellana incluso dentro de un texto escrito en catalán: no es difícil hallar textos
catalanes donde aparecen “Martín Lutero” o “Juan Calvino”. Ahora bien, puestos a
traducir los nombres (que, como se ha dicho más arriba, no se tendría que hacer), se
deberían traducir al catalán como idioma principal del texto (es decir, “Martí Luter” i
“Joan Calví”); más justo y elegante, por supuesto, quedaría “Martin Luther” en alemán
y “Je(h)an Cauvin” en francés (la ortografía por la cual el propio Cauvin optaba
conscientemente a finales de su vida).

En la bibliografía y las referencias bibliográficas, los nombres se deberían reproducir


tales como salen en las fuentes utilizadas; si hay más de una publicación del/la mism@
autor(a) que divergen en la ortografía del nombre, hay que tomar una decisión y, en su
caso, justificarla.

Además de la perspectiva ortográfica, también conviene tomar decisiones respecto a


las citas textuales. Éstas se pueden citar en la lengua original, o ya traducidas a la
lengua del trabajo. De entrada, el criterio central es que el/la lector(a) pueda entender
la cita, con lo cual parece recomendable que la cita conste en el idioma del trabajo.
Aun así, se pueden encontrar excepciones en función de la distancia entre los dos
idiomas (un trabajo en catalán puede integrar una cita en francés sin traducir, pero no
en japonés, porque se puede suponer que un(a) catalano-hablante sabe leer una frase
en francés) y del peso del idioma para el tema (un trabajo en inglés sobre el flamenco
puede contener citas en castellano porque se puede suponer que el/la lector(a) tienes
unos conocimientos mínimos del castellano. Si se ofrecen las citas tanto en la lengua
original como traducidas (sin duda la mejor opción), hay dos opciones: o bien se pone
la cita traducida en el cuerpo del texto (la opción que contribuye más a la fluidez de la
lectura) y el original en una nota a pie de página; o bien al revés. En este segundo caso
se respecta uno de los principales valores metodológicos de la historiografía: la
consulta de las fuentes en su lengua original.

Más allá de la cuestión de la localización de la cita original y su traducción (cualquiera


de las dos opciones es válida), este tema tiene más importancia de lo que parece.
Considerando que, en humanidades, el objeto de estudios a menudo consiste de
textos (para una discusión de este término, cf. infra), muchos de los cuales son
lingüísticos, y añadiendo la particularidad de los estudios musicales donde una gran
parte de los objetos de estudio provienen de áreas lingüísticas distintas de la del/la
autor(a), surge una pregunta: ¿en qué idioma hace falta consultar las fuentes y la
literatura secundaria? Ante la comodidad de leer traducciones se encuentra la
conocida frase italiana Traduttore – traditore, ‘traductor – traidor’, que sugiere una
enorme dificultad a la hora de verter un texto de una lengua a otra conservando su
sentido (incluso en ausencia de segundas intenciones). En este sentido, el/la
investigador(a) tendría que aspirar a consultar, siempre que pueda, los textos en su
versión original.

3 Objetividad – subjetividad – intersubjetividad

No es este el ligar para volver a abrir el debate filosófico sobre la objetividad y la


subjetividad; aun así, hasta cierto punto es un tema inevitable, dado que diferentes
corrientes académicas todavía esgrimen estos términos desde posturas radicales.
Frente a disciplinas y círculos más conservadores que aún mantienen el ideal de la
objetividad tal cual, se levantan otros que defienden de forma beligerante la
subjetividad del/la investigador(a). Ahora bien, reconociendo por una parte que la
objetividad, últimamente y desde un punto de vista filosófico, es inalcanzable – una
idea que incluso ha penetrado las ciencias de la naturaleza como baluarte de una
metodología objetiva – y por la otra, que la subjetividad in extremo destruye la
posibilidad de comunicación dentro de una comunidad académica y,
consecuentemente, el sentido de un trabajo académico, quizá la solución está en la
idea de la intersubjetividad, es decir, una subjetividad consciente de su relación con
otros sujetos y la necesidad de establecer diálogos con estos sujetos dentro de una
comunicad. No se debe olvidar que un trabajo académico no se escribe sólo para un@
mism@, sino como una contribución a un colectivo con que hay que asegurar una
serie de códigos que permitan una comprensión mutua.

A nivel formal, el estilo tendría que reflejar esta actitud: así, una postura
marcadamente subjetivista usará la primera persona del singular (o, menos
frecuentemente, del plural), donde otras posturas la evitarían en favor de
construcciones impersonales, es decir, pasivas o reflexivas (por ejemplo, en lugar de
“hemos encontrado” “se ha encontrado”).

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