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22. La moral y el ideal liberal Los progresistas liberales suelen poner orgullo en defender cosas con las que no estan de acuerdo, como la pornografia 0 ciertas opiniones que resulta generalmente impopulares, Dicen que cl Estado no deberia imponer un estilo de vida a sus ciuda~ danos sino que deberia darles la maxima libertad posible para elegie sus propios valores y fines, siempre que sean compatibles con una libertad similar para las demas personas. Este compro- miso con la libertad de elecci6n obliga constantemente a los libe- rales a distinguir entre lo permisible y lo loable: entre el fa auto~ rizaci6n y la aprobacién de una practica. Segiin ellos, una cosa es permitir la pornograffa y otra may distinta manifestarse a su favor Los conservadores sacan partido a veces de esa distincién a base de ignorarla. Asi, sostienen que los partidarios de permi- tir el aborto son partidarios del aborto en si, 0 que los contra- rigs a la oracién en la escuelas son contrarios a la oracién en si, 0 que los defensores de los derechos de los comunistas sim- patizan con su causa. Ante lo cual, y siguiendo un patrén de argumentacién ya familiar en nuestra politica, los progresistas liberales responden invocando principios més elevados: no es que la pornografia les desageade menos que a los conservado- res, sino que valoran mas la tolerancia, fa libertad de eleccién 6 los procedimientos justos y equitativos. Sin embargo, en el debate contemporanco, la réplica liberal parece cada vez mas fragil, y su base moral cada vez mas con- fusa, Por qué deben prevalecer la tolerancia y la libertad de eleccién cuando también estin en juego otros valores impor- tantes? Con frecuencia, la respuesta a esa pregunta implica un 204 UAMORAL Y EL IDEAL LIBERAL cierto telativismo moral, : s decir, la idea de que no es corsecto .'* El proyecto de Rawls consiste pues en preservar Ja doctrina moral y politica de Kant sustituyendo las oscurida- des getménicas por una metafisica domesticada que congenie mejor con el temperamento angloamericano. Esa es la funcion de la posicion original. UA REPUBLICA PROCEDIMENTAL Y EL YO DESVINCULADO. Del sujeto trascendental al yo desvinculado La posicién original trata de aportar lo que la argumenta- cién trascendental de Kant no puede ofrecer: una fundamenta~ cidn de lo correcto que sea previa a lo bueno, pero no deje de estar situada en el mundo. Cifiéndonos a sus elementos esen= . Soto egariamos a ser una democeacia mas propia- mente dicha si nos convertfamos «mds claramente en una nacién |...] en cuanto a ideas, instituciones y espiritu».!® Este proyecto nacionalizador se consumaria con el New Deal, y supondria un cambio decisivo para la tradicion demo~ cratica en Estados Unidos. Desde Jefferson hasta los populis- tas, el partido de la democracia en el debate politico nortea- mericano habia sido siempre, a grandes trazos, el partido de las provincias, el partido del poder descentralizado, el partido de la América de las pequefias localidades y la escala reduci- da. Y frente a él se habia situado el partido de la nacién —pri- mero los federalistas, luego los whigs, y finalmente los repur blicanos de Lincoln—, un partido que propugnaba la consolidacién de la unidn. E} logco histérico del New Deal consisti6, pues, en unir en un solo partido y en un tnico pro- grama politico lo que Samuel Beer ha denominado «el libera~ lismo y ta idea nacional»,"” Lo relevante para lo que aqui nos ocupa es que, en el siglo xx, el liberalismo hizo las paces con la concentracién de poder Pero, tal como se entendid en un primer momento, los tétmi- nos de esta paz exigian una marcada conciencia de comunidad MICHAEL J. SANDEL nacional que apoyara moral y pliticamente las mayores com pleidades del orden industrial moderno, Si ya no era posible una repiblica vietuosa de comunidades democraticas a peque- a escala, la mejor esperanza de la democracia parecia pasar por una repiiblica nacional. Esta seguiria siendo, al menos en principio, una politica del bien comin: tendria sus miras pues- tasen la acion, entendida no como un marco neural para el juego de intereses contrapuestos, sino como una comunida formativa, preocupada por dar forma a una vida comiin ade- cuada para la escala de las estructuras sociales y econdmicas contemporineas. Pero ése resultd ser un proyecto fallido. Entre mediados y finales del siglo xx, la repablica nacional habia agotado su recortido, Salvo en momentos extraordinarios, como la gue- tra, la nacién demostré ser una escala demasiado extensa para cultivar la clase de autointerpretaciones necesarias en una comunidad formativa o constitutiva. De ahi el giro gradual en nuestras practicas e instituciones desde una filosofia publica de fines comunes hacia otra de procedimientos imparciales, y desde una politica del bien hacia una politica de los derechos: de la repiiblica nacional a la repiblica procedimental. Nuestro problema actual Para dar plena cuenta de esta transicién se necesitaria un examen detallado de los cambios operados en las instituciones politicas, en la interpretacién constitucional y en los términos del discurso politico en el mas amplio de los sentidos. Pero sos- pecho que, en la prdctica de la repablica procedimental, halla- riamos dos tendencias generales ya prefiguradas en su filo~ sofia: en primer lugar, la tendencia a la supresion de posibilidades democraticas; en segundo lugar, la tendencia a socavat la clase de comunidad de lz que, a pesar de odo, depende. 232 LA REPUBLICA PROCEDIMENTALY EL YO DESVINCULADO Si en la fase inicial de la repGblica Ia libertad se entendia como derivada de las instituciones democraticas y del poder disperso,2? en la repaiblica procedimental la libertad se defi- ne por contraposicién a la democracia y se entiende como una garantia del individuo contra lo que la mayoria pueda disponer, Soy libre en la medida en que soy portador de de- rechos y esos derechos funcionan como «triunfos» en un juego de naipes.' A diferencia de la libertad de la repablica temprana, la versin moderna permite la concentracién de poder y, de hecho, incluso la requiere, Esto tiene que ver con Ja logica universalizadora de los derechos, Si yo gozo de un derecho —ya sea la libertad de expresién o un salatio mini- mo—, su cumplimiento no puede dejarse al albur de las pre- ferencias locales, sino que debe estar garantizado al nivel mds amplio posible de asociacién politica. No puede ser de un modo en Nueva York y de otro en Alabama. A medida que se expanden las garantias y los derechos, la politica se desplaza desde formas més reducidas de asociacidn hacia la forma més universal posible, que, en nuestro caso, es la na~ cidn. Pero en el momento mismo en que la politica fluye hacia la nacidn, el poder escapa de las instituciones mas pro- piamente democrdticas (como pueden ser los parlamentos y los partidos politicos) para refugiarse en instituciones como el poder judicial y la administracién piblica, ideadas para aislarse de las presiones democréticas y, por consiguiente, mejor preparadas para administrar y defender los derechos individuales. Estos fenémenos institucionales podrian brindarnos una explicacién inicial de esa extendida sensacién de impocencia que el Estado del bienestar no logra remediar ¢ incluso agudi- za en ciertos sentidos. Pero tengo la impresiin de que la dificil situaci6n del yo desvinculado —atrapado, como vimos, entre el distanciamiento y la implicacién— nos proporciona una pista adicional sobre nuestra problematica actual. Una de las caracteristicas mas sorprendentes del Estado del bienestar es MICHAEL }. SANDEL 233 que, al tiempo que ofrece una gran esperanza en forma de derechos individuales, exige de sus ciudadanos una elevada dosis de implicacién mutua, Pero tal implicacién no puede suse tentarse en la imagen de nosotros mismos sobre la que se fune damentan esos derechos. Como portadores de derechos que funcionan a modo de «triunfos» en un jucgo de naipes, nos concebimos a nosotros mismos como sujetos individuales que eligen libremente, sin atadura alguna en forma de obligacién que preceda a los derechos o a los acuerdos que suscribimos. Y, sin embargo, como ciudadanos de fa reptiblica procedimental que garan- tiza esos derechos, nos encontramos inmersos, nos guste 0 no, en una formidable trama de dependencias y expectativas que no hemos elegide y que rechazamos cada vez més acti- eee vida publica, estamos mas enmarafiados, Pero: también menos vinculados, que munca antes en fa historia. como si el yo desvinculado presupuesto por la ética liberal hubiera empezado a hacerse realidad, pero no tan liberado como desprovisto de poder y enredado en una trama de obli gaciones y compromisos no relacionados con ningan acto de su voluntad, y, al mismo tiempo, privado de la mediacién de aquellas identificaciones comunes o de aquellas autodefinicio nes expansivas que harian tolerables tales vinculaciones. A medida que se ha ido ampliando la escala de las organizacio- nes sociales y politicas, los téminos de nuestra identidad colectiva se han vuelto més fragmentados y las formas de Ja vida politica han superado y dejado atras el propdsito comin quc se necesitaba para sostenerlos. ‘A mi juicio, algo de este tipo es lo que ha venido des llandose en Estados Unidas mas 0 menos durante el ultimo medio siglo. Espero haber dicho lo suficiente como para, al menos, insinuar los rudimentos de la que seria una historia més completa y exhaustiva. En cualquier caso, espero también haber transmitido una cierta perspectiva sobre la politica y la sarro- 234 LA REPUBLICA PROCEDIMENTAL Y EL YO DESVINCULADO. filosofia, y sobre la relacidn entre ambas, que se resume en que ‘nuestras practicas ¢ instituciones son en si mismas encarnacio- nes de la teoria, y que desentraiiar sus problemas supone inda- gar también, al menos en parte, en la autoim época. igen de nuestra 24. La justicia como pertenencia a un colectivo Hay cosas que el dinero no puede comprar y otras que intentamos comprar con él cuando no deberiamos, como por ejemplo las elecciones 0, en otras épocas, la salvaci6n. Peto la compra de elecciones, igual que en su dia la compra de indul- gencias, suscita de inmediato peticiones de reforma para poner fin a esa clase de comportamientos. Qué tiene de malo com- prar ese tipo de cosas? ¢Y de qué otras esferas deberia estar excluido ef dinero? La manera correcta de distribuir las cosas buenas de la vida es el tema del libro Las esferas de la justicia, de Michael Walzer, donde se ofrece una alternativa imaginati- va al actual debate sobre la justicia distriburiva Ese debate suele enfrentar a los liberales libertarios, por un Jado, y a los liberales igualitaristas, por el otro. Los libertarios sostienen que el dinero, el medio por excelencia del libre incer- cambio, deberia poder comprar cualquier cose que quieran comprar quienes lo poscen: las personas deberian ser libres de usar su dinero como les plazca. Los igualitaristas reponen que cl dinero sélo podria llegar a ser un instrumento justo de dis- tribucién si todo el mundo dispusiera de él en igual cantidad. “Mientras algunas personas tengan més y otras menos, algunas de ellas negociardn desde una posicién de fuerza y otras lo haran desde la debilidad, por lo que el llamado libre mercado dificilmente puede ser justo e imparcial, Ahora bien, quienes critican el enfoque igualitarista responden a esto que, incluso aunque toda la riqueza estuviera repartida de forma igualita ria, la igualdad terminaria en el momento mismo en que empe- zaran las compras y las ventas. A los mas dotados por la for- 280 DOMINIC ¥ ORGULLO EN EL JUDAISMO del entretenimiento, que hoy ha adquirido ya aleance global, convierte a los famosos en idolos y promueve su culto a una escala que habria causado la envidia de los emperadores roma. nos. Por iltimo, en la exa del genoma la bioteenologia prome- te no sélo poner remedio a enfermedades devastadoras, sino también darnos el poder de escoger nuestras caracteristicas Benéticas y las de nuestra progenie. Resulta dificil imaginar tina posibilidad de fururo mas fascinante o una prueba mas exigente para la humildad y la contencién humanas. Si la ido- laisia es el pecado definitivo, y sila arrogancia y la bybris son las disposiciones personales més contrarias al caracter religio- so, entonces la antigua lucha contra la autodeificacion tiene todos los visos de repetirse en nuestro tiempo. 28. Liberalismo politico Rara es la obra de filosofia politica que provoca un debate sostenido. El hecho de que inspiraca no uno, sino tres debates distintos, nos da la medida de la grandeza de la Teoria de la justicia de John Rawis.' El primero de estos debates, convertido ya en punto de par- tida para los estudiantes de filosofia moral y politica, es el debate entre los utilitaristas y los liberales orientados a los derechos. :Debe fundarse la justicia sobre la utilidad, como argumentaban Jeremy Bentham y John Stuart Mill, 0 el respe- to por los derechos humanos exige que disponga de una base independiente de consideraciones utilitaristas, como han man- renido Kant y Rawls? Antes de que Rawls escribiera su obra, el utilitarismo era a perspectiva dominante en el seno de la filosofia moral y politica angloamericana. A partir de Teoria de la justicia, la posicién dominante ha pasado a ser el libera- lismo orientado a los derechos.* El segundo debate inspirado por la obra de Rawis se eamar- ca dentro del propio liberalismo orientado a los derechos. Una ver resuelto que determinados derechos individuales son tan importantes que no pueden ser anulados por consideraciones basadas en el bienestar general, todavia queda por ver cudles son esos derechos. Los liberales libertarios, como Robert Norick y Friedrich Hayek, sostienen que el Estado deberia res- petar tanto las libertades civiles y politicas basicas como el derecho a disfrurar de los frutos de nuestro trabajo, tal como vienen asignados por la economia de mercado; desde esa l6gi- ca, las politicas redistributivas que gravan a los ricos para ayu- dar a los pobres vulneran nuestros derechos.’ Los liberales 28 LIBERALISMO POLITICO igualitaristas como Rawls no estin de acuerdo, Ellos sostiem que no podemos ejercer realmente nuestras libertades civiles y Politicas si no tenemos satisfechas unas necesidades sociales 5 econémicas basics: asi pues, el Estado deberia parantizar 2 todas las personas, por derecho, un nivel digno de bienes co Ia educacin, la renta, Ia vivienda, la saniad, et El debate gaure lay versiones Hhertaria © igualitarista Ul iberaismo ado a los derechos, floreciente en el mundo académico en los afios setenta del siglo xx, se corresponde de mane aproximada con el debate ya conocido que habia venido prow dcindose en la politica estadounidense desde la época del ew Dea y que enirentabs a os paridarios de la economia ptsado Son quienes abogaban por el Estado del bienestar ‘cer debate provocado por la obra de Rawls se centra en tn supuesto compartido por igual por fos liberaleslbertariog igualitaristas, Se trata de la idea de que el Estadio deberis man, tenerse neutral ante la diversas concepeiones enfrentadas sobre ta vida buena. A pesar de las diversas relaciones de derechos Propuestas por libertarios e igualitaristas, los liverales orience, dos a los derechos coinciden en que los principios de la justicia en lor ue se epecican nuestas libertades ¥garantias no d an justificarse a partir de ninguna concepeiér TiC sobre la vida buena.# Esta idea, fundamental ce al thereon de Kant, Rawls y numerosos liberales contemporancos, se rene. me en la afirmacion de que lo correcto es previo a lo bueno. La prioridad de lo correcto sobre lo bueno, en entredicho afte Rawls, como para Kant lo eorreta precede a lo eno en dos sentidos y es importante diferenciarlos. En pri. ‘mer lugar, porque ciertos clerechos individuales «triunians imponen sobre cualquier consideracin acer del bien comin, i en segundo lugar, porque lajustfieacion de los prinipios de a justicia sobre los que se establecen nuestros derechos no MICHATL J. SANDEL, 283 depende de ninguna concepcién particular de te vida buena. Esta segunda motivacién de 1a prioridad de lo correcto es la que ha propiciado la oleada de debates més reciente sobre liberalismo rawlsiano: una argumentaci6n cruzada que se ha vendo desatrollando a lo largo de la pasada década bajo la eti- queta un tanto engafiosa del «debate liberal-comunitarista». En diversos trabajos publicados en la década de los ochenta, vatios filésofos politicos mostraron su diserepancia con la idea de que fa justicia pueda separarse de las consideraciones acerca del bien. Hay quien describe los planteamientos que pueden encon- trarse en los escritos de autores como Alasdair Macintyre Charles Taylor” Michael Walzer y yo mismo,” donde se enestio- nan diversos aspectos del liberalismo orientado a los derechos contemporineo, como una critica “comunitarista” al liberalismo, Sin embargo, el rérmino “comuniarista” puede resultar engazo- 50 si por él se entiende que los derechos deberian descansar sobre los valores o las preferencias preponderantes en una comunidad y tun momiento dados. Pocos (0 ninguno) de los que han cuestiona- do la prioridad de lo cotrecto son comunitaristas en ese sentido." La cuestién no es si deben respetarse los desechos, sino si esos derechos pueden ser identificados y justificados de un modo que no presuponga la existencia de ninguna concepcién particular del bien. Lo que esta en juego en esta tercera oleada de debate en tomo al liberalismo de Rawls no es el peso relativo de las preten= siones individuales y las comunirarias, sino los términos de la rela- cidn entre lo correcto y lo bueno." Quienes discuten la prioridad de 1o conrecto sostienen que la justicia no es independiente sino relativa al bien, Desde el punto de vista filos6fico, nuestras refle- xiones sobre la justicia no pueden separarse en ningtin sentido nimamente razonable de nuestras reflexiones sobre la naturale- za de la vida buena y de los fines humanos mis elevados. Desde cl punto de vista politico, nuestras deliberaciones acerca de la jus- ticia y los derechos no pueden progresar sin haces referencia a las concepciones del bien que se manifiescan en las multiples culturas y tradiciones dentro de las que tales deliberaciones tienen lugar. 284 LIBERALISMO poLITICO Gran parte del debate sobre la prioridad de lo correcto se ha centrado en las diversas concepciones confrontadas sobre la persona y sobre el modo de entender muestra relacién con nuestros fines. Como agentes morales que somos, znos vincu- {an tinicamente los fines y los roles que elegimos por nuestra Propia cuenta o podemos estar obligados también en ocasio- nes por fines que no hemos escogido (fines asignados por la naturaleza 0 por Dios, por ejemplo, o por nuestras identida- des como miembros de una familia, un pueblo, una cultura 0 una tradicién)? Cada uno a su modo, quienes han criticado la Prioridad de lo correcto se han opuesto a la idea de que sea- mos capaces de dar sentido a nuestras obligaciones morales y Politicas en términos puramente voluntaristas o contractuales, En su Teoria de la justicia, Rawls vinculaba la prioridad de los derechos a una concepcién voluntarista —o kantiana, en sentido amplio— de la persona. Segiin esta concepcidn, no nos definimos simplemente por la suma de nuestros deseos, contra Jo que asumen los utilitaristas, ni tampoco somos seres cuya perlecci6n consista en hacer realidad ciertos propdsitos o fines dados por la naturaleza, como sostenia Arist6teles, Somos, mas bien, sujetos libres e independientes, no vinculados por atadu. ras morales precedentes, capaces de elegir nuestros. propios fines, Esta es la concepcidn de la persona que se expresa en ol ideal del Estado como marco neutral. Precisamente porque somos sujetos libres ¢ inclependientes, capaces de escoger nues. {0s propios fines, necesitamos un marco de derechos que sea neutro entre diversos fines, Basar los derechos en una concep- ion determinada del bien significari imponer sobre algunas personas los valores de otras y, por consiguiente, no respetaria {a capacidad de cada ana de ellas pata elegir sus propios fines, Esta concepcién de la persona, y su conexién con la defen- sa de la prioridad de lo correcto, encuentra expresién a lo largo y ancho de Teoria de Ja justicia. Su enunciacién mas explicita aparece en la parte final del libro, cuando Rawls explica en qué consiste «el bien de la justician. Rawls sostiene, MICHAEL }. SANDEL 235 ‘ nas teleologicas ado- siguiendo las tesis de Kant, que las doctrinas te! (eo he aces ace porque establecen una relacion equivocada entre lo correcto y lo bueno: famos intentar dar forma a nuestra vida bus Shndo ants que tad un bien definido de mane independiente. Nuestra naturaleza no se revela prima- riamente en funcidn de nuestros fines, sino de los prin= cipios que estarfamos dispuesos a amit com ree tores de las condiciones de fondo de acuerdo con las cuales han de formas eos fines yet modo en el. gue ban de peseguirse. Pus l yo es anterior a ls fins aque suscribe; hasta e} mas dominante de los fines del set escogdo eats otras aumnerosts pos idades. (4 erfamos, pues, iavertr Ja relacion entre lo correc- wl bhueno que proponen las doctrinas tleogics y considerar que lo primero es previo a lo segundo, En Teor iusticia, la prioridad de Jo correcto sobre lo eee are prioridad del yo sobre sus fines. Una yna moral es un sujeto con unos fines que ella misma ba Prcopido, y su prcferencia fundamental concierne a aquellas ontliciones que le permiten defiir un mod de vida, que exprese su naturaleza como set tacional ibe egal tan pena aaa ees bts inlependenes no vineulados por Ios morals previos garantie gulp consieasont sobre la justicia siempre pesaran mas que otras finalida cs pare riculares. En una elocuente manifestacién de liberal ait aa tiano, Rawls explica la importancia moral de ls prioridad de Jo cotrecto en los términos siguientes: BL ico modo de sate e deseo de expres nus 4 naturaleza como seres racionales libres ¢ iguales es fetuar como s los prineipios de la justiia twvieran riotidad absoluta.[...] Al actuar conforme a esa prece- Tens expresamos esa ead respect # I com 286 LIBERALISMO PaLiTICO tingencia y Ia casualidad, Asi pues, para realizar nues- fra natucaleza no tenemos mas opcién que tomar medi- das que garanticen que nuestro sentido de Ja justicia siga gobemando nuescras otras metas. Este deseo no puede cumplirse si es sometido a compromisos y equili- brios con otros fines, como si fuera un deseo mas entre santos. [| La medida en que logremos expresar nues- tra naturaleza dependeré de nuestea capacidad de actuar sisteméticamente de acuerdo con nuestro sentido de la justicia come criterio regulativo iltimo. Lo que no podemos hacer es expresar nuestra naturaleza siguien- do un plan que entienda el sentido de la justicia como uun deseo mas que haya que ponderat con respecto a otros, porque este sentimiento revela lo que la persona es y al comprometerlo, lejos de contribuir a la libertad del sujeto individual, 1o que hacemos es ceder a las con- tingencias y los accidentes del mundo.'* Quienes discutian la prioridad de lo correcto diserepaban, cada uno a su manera, de la concepcién rawlsiana de la perso. ra como un sujeto libre e independiente, no vineulado por ata, duras morales previas.!* Todos ellos sostenian que’ ciertos aspectos importantes de nuestra experiencia moral y polit exan imposibles de entender desde una concepcién del sujeto individual que viniera dada con anterioridad a sus objeivos y sus compromisos, Hay determinadas obligaciones morales politicas cominmente reconocidas por nosotros como por ejemplo los deberes religiosos 0 de solidaridad-— que se hos mponen por motivos que no tienen que ver con eleccién algu- na, Son obligaciones que dificilmente pueden desecharse como tuna mera confusion, a pesar de lo cual no son faeiles de expt car si nos concebimos como sujetos libres e independientes, no Jigados por vinculos motales que nosotros mismos no haya. mas escogido."* MICHAEL J. SANDEL 287 En defensa de la prioridad de lo correcto sobre lo bueno En Liberalismo politico, Rawls defiende la prioridad de lo correcto sobre lo bueno. Prescinde casi totalmente de las cues- tiones planteadas en los dos primeros debates (entre la utilidad y los derechos y entre las concepciones libertaria e igualitaria de la justicia distributiva). Liberalisnno politico se centra en los temas que plantea el tercer debate, centrado en la cuestion de la precedencia de lo correcto. En la controversia provocada por la concepcién kantiana de la persona, sobre la que se apoya la prioridad de lo correcto sobre lo bueno, hay al menos dos fineas de argumentaciéa posibles. Una de ellas consiste en defender la concepcién kantiana de la persona; la otra, en defender el liberalismo pero sin vincularlo a dicha concepcién kantiana, En Liberalismo politico, Rawls toma ‘este segundo camino. En lugar de justifiar la concepeién kantia- na de la persona como un ideal moral, argumenta que desde su punto de vista el liberalismo no depende de esa concepci6n de la persona. La ptioridad de lo correcto sobre lo bueno no presupo- ne ninguna concepcidn particular de la persona, ni siquiera la que se proponia en la Tercera Parte de Teoria de la justicia. Liberalismo politico frente a liberalisrso comprehensive La defensa del liberalismo, argumenta ahora Rawls, ¢s polit cay no filoséfica ni metafisica, por lo que no depende de afirma- ciones controvertidas sobre la naturaleza del sujeto individual (pp. 29-35). La prioridad de fo correcto sobre lo bueno no es Ia aplicacion a la politica de ta filosofia moral kantiana, sino una respuesta prictica al hecho, bien conocido, de que en las socieda- des democraticas modernas las personas normalmente diserepan acerca de aquello en que consiste el bien. Dada la improbabilidad de que se produzca una convergencia en las convicciones mora- les y religiosas de las diversas personas, es més razonable buscar acuetdos acerca de unos principios de la justicia que sean neutra- les con respecto a tales controversias (pp. xvi-xvii). 288 LIBFRALISMO POLITICO En este enfoque revisado, es fundamental la distincién entre el liberalismo politico y el liheralismo como parte de una doctrina moral comprehensiva (pp. 154-158). El liberalismo comprehen- sivo justifica el ordenamiento politico-lberal habitual en nombre de determinados ideales morales, como la autonomia, la indivie dualidad 0 Ia independencia, Entre los ejemplos de liberalismo entendido como una doctrina moral comprehensiva se incluyen las perspectivas liberates de Kane y de John Stuart Mill” Como admite el propio Rawls, la versidn de liberalismo presentada en su Teoria de la justicia constituye también un ejemplo de libera- listo comprehensivo, «Un rasgo esencial de una sociedad bien ordenada asociada con la justicia como equidad es que todos sus ciudadanos respaldan esta concepeién sobre la base de lo que ahora denomino una doctrina filosofica comprehensivas (p. xvi), Ese es el rasgo de su teoria que Rawls revisa ahora para reformu, Jarla como una «concepcién politica de la justicia» (p. xvi) Frente al liberalismo comprehensivo, el liberalismo politico rechaza tomar partido en las controversias morales y religiosas ue generan las doctrinas comprehensivas, incluidas las polémicas «en torno a las concepciones del sujeto individual. «Determinar 4ué jnicios morales son verdaderos es algo que, bien mirado, no corresponde al liberalismo politico» (p. xx). «Para mantener la imparcialidad entre doctrinas comprehensivas, no aborda de forma especifica los temas morales sobre los que tales doctrinas se hallan divididas» (p. xxvii). Ante la dificultad de llegar a un acuerdo sobre alguna concepcién comprehensiva, no resulta razo- able esperar (ni siquiera en una sociedad bien ordenada) que todas las personas apoyen las instituciones liberales por un mismo motivo, como podria ser, por ejemplo, el de expresar la prioridad el sujeto individual sobre sus fines. El libetalismo politico aba dona esa esperanza por irreal y contraria al objetivo de basar la iusticia en principios aceprables para personas que suscriben con= cepciones morales y religiosas distinras. En lugar de buscar una fundamentacién filosética para los principios de la justicia, el libe- zalismo politico persigue el apoyo a un «consenso entrecruzado» a HAEL J. SANDEL 289 [overlapping consensus] (p. 134). Quiere esto decir que es posible convencer a personas diferentes para que respalden los divetsos elementos del ordenamiento politico liberal, como la igualdad de libertades basicas, por motivos diferentes que reflejan las diversas concepciones morales y religiosas comprehensivas propugnadas, por cada individuo. Como la justiicacién del liberalismo politico no depende de ninguna de esas concepciones morales 0 religiosas, se presenta como una perspectiva sindependiente», que «aplica el principio de la tolerancia a la filosofia misma» (p. 10). Por mas que el liberalismo politico renuncie a toda depen- dencia de la concepcién kantiana de la persona, no carece ente- ramente de concepeisn de la persona, Como bien admite el pro- pio Rawls, tal concepei6n es necesaria para la idea misma de la posicion original, el contrato social hipotético que da origen a los principios de la justicia. La manera apropiada de reflexio- nar sobre la justicia, sostenia Rawls en Teoria de la justicia, es preguntarse sobre qué principios se pondrian de acuerdo unas personas que se hallsen reuidas en una stain iil de igualdad y de ignorancia temporal de su raza, su clase, su rel gidn, su género, sus metas y sus logros respectivos.'* Pero para que este modo de pensar sobre la justicia se sostenga, el disefio de la posicién original debe reflejar en cierta medida qué tipo de personas somos 0 al menos seriamos en una sociedad justa Un modo posible de justificar el disefto de la posicién original consistiria en apelar a la concepcidn kantiana de la persona que Rawls avanz6 en la Tercera Parte de su Teoria de Ta justicia. Si nuestra capacidad para elegir nuestros fines es més fundamental para nuestra naturaleza como personas morales que los fines con- ereros que escogemos, si «lo que revela primordialmente nuestra naturaleza no son nuestros objetivos sino lo que estariamos dlis- puestos a admitir como principios rectores de las condiciones ori~ ginales en las que es0s objetivos habrén de formarse»," si «el sui to es previo a los fines que afirma»,¥* tiene sentido reflexionar sobre la justicia desde el punto de vista de unas personas que deli- beran sin conocimiento previo alguno de los fines que perseguitdn, 290 LIBERALISMO POLITICO Si euna persona moral es un sujeto con unos fines que ella misma hha escogido y su preterencia fundamental concierne a aquellas con- diciones que le permiten definir un modo de vida que exprese st naturaleza como ser racional libre e igual tan plenamente como lo permitan las citcunstancias»,2! entonces la posicidn original puede justificarse como una expresién de nuestra personalidad moral y de Ja «preferencia fundamental» que se desprende de ella. Sin embargo, desde el momento en que Rawls niega toda dependencia de la concepcidn kantiana de la persona, pierde tam bién esa posible justficacién de la posicién original. Lo cual nos plantea un dificil interrogante: zqué motive nos queda, entonces, para insistir en que nuestras reflexiones sobre la justicia no deben hacer referencia alguna a nuestros propdsitos y fines? ¢Por qué debemos «dejar de lado» [bracket] nuestras convicciones morales y religiosas, asi como nuestras concepciones de la vida buena? ePor qué no deberiamos basar los principios de la justicia que gobiernan la estructura bisica de la sociedad en lo que nosotros entendamos que deberian ser los fines humanos més elevados? La concepcién politica de la persona El liberalismo politico responde del modo siguiente: la raz6n por la que debemos reflexionar sobre la justicia como si faéramos personas que se abstraen de sus propios fines no es que de ese modo estemos expresando una naturaleza que nos define como sujetos libres e independientes y que nos ha veni- do dada con anterioridad a nuestros fines. En realidad, esa forma de razonar sobre la justicia se justifica porque, a efec- tos politicos, aunque no necesariamente a todos los efectos morales, deberiamos entendernos @ nosotros mismos como ciudadanos libres e independientes, no ligados por deberes u obligaciones anteriores (pp. 29-35). Para el liberalismo politi- 0, lo que justifica el disefio de la posicién original es una «concepei6n politica de la persona» (p, 29). La concepeién politica de la persona encarnada en la posiciGn original guar- MICHAEL J. SANDEL 2 da un estrecho paralelismo con la concepcién kantiana de la persona, aunque con la importante diferencia de que su alcan- ce se limita a nuestra identidad pitblica, es decir, a nuestra identidad como ciudadanos. Asi, por ejemplo, nuestra liber- tad como ciudadanos implica que nuestra identidad publica no esté comprometida ni definida por los fines que podamos propugnar en un momento dado, En su calidad de personas libres, los ciudadanos se consideran a si mismos «indepen- dientes y no identificados con ninguna concepcién particular ni con su esquema propio de fines» (p. 30). Nuestra identidad puiblica no se ve afectada por los cambios que puedan produ- Cirse a lo largo del tiempo en nuestras concepciones del bien, En nuestra identidad personal o no piiblica, Rawls conc de que podamos considerar nuestros «fines y compromisos de un modo muy distinco al que supone la concepcidn politica» {p. 31). En ese ambito, es posible que las personas se vean reclamadas por lealtades y obligaciones de las que «crean que no pueden ni quieren distanciarse y que no consideran posible evaluar con objetividad. Podrian juzgar sencillamente incon- cebible verse a si mismas separadas de ciertas convicciones religiosas, filosdficas y morales, 0 de determinadas lealtades y vinculos duraderos» (p. 31). Pero por muy anclados que este- mos en nuestras identidades personales, por mucho que nues- tras convicciones morales o religiosas reclamen de nosotros, debemos dejar de lado esas cargas en piiblico y considerarnos, cen cuanto sujetos puiblicos, como independientes de roda leal- tad, vinculo o concepcién particular del bien (p. 31). Un aspecto de la concepcién politica de la persona relaciona- docon el anterior es que somos «fuentes autoautentificadoras de exigencias validas» (p. 32). Las pretensiones que formulamos como ciudadanos, sean cuales sean, tienen peso por el simple hecho de que somos nosotros quienes las formulamos (siempre que no sean injustas). Que algunas de ellas reflejen elevados ide- ales morales o religiosos, o bien ciertas naciones sobre el patrio- tismo y el bien comin, mientras otras expresan meros intereses an LIBERALISMO poLiTiCo © preferencias personales, no es relevante desde la perspectiva del liberalismo politico. Desde un punto de vista politico, las rei- vindicaciones fundadas sobre deberes y obligaciones de ciudada- nia, solidaridad o fe religiosa son tnicamente cosas que quieren las personas, ni més ni menos. Su validez como reivindicaciones politicas no tiene nada que ver con la importancia moral de los bienes que afirman, sino que se sustenta exclusivamente en el hecho de que alguien las formule. Incluso los mandamientos divinos y Jos imperativos de conciencia cuentan como exigencias «auroautentificadoras», politicamente hablando? Con esto se garantiza que incluso quienes se consideran llamados por obli gaciones morales, religiosas o comunitarias sean, a pesat de todo ¥ a efectos politicos, sujetos desvinculados. ‘Semejante concepcién politica de la persona explica por qué, segiin el liberalismo politico, deberiamos reflexionar sobre la justicia tal como la posicién original nos invita a hacerlo: desde ja abstraccién de todos nuestros fines, Ahora bien, esto nos lleva a plantearnos una nueva pregunta: gpor qué debemos adoptar la perspectiva de la concepcién politica de la persona, para empe- zat? {Por qué no deben expresar nuestras identidades politicas Jas convicciones morales, religiosas y comunitarias que afirma- ‘mos en nuestra vida personal? :Por qué insistir en la separacion entre nuestra identidad como ciudadanos y nuestra identidad como personas morales en sentido més amplio? ;Por qué, a la hora de deliberar sobre la justicia, deberfamos dejar a un lado os juicios morales que inspiran el resto de nuestras vidas? La respuesta de Rawls es que esta separacién 0 «dualismo» entre nuestra identidad como ciudadanos y nuestra identidad ‘como personas «tiene su origen en la naruraleza especial de la cultura politica democratica» (p, xxi). En las sociedades tradi- cionales, las personas trataban de modelar la vida politica a ima- gen de sus ideales morales y religiosos comprehensivos. Pero en una sociedad democratica moderna como Ja nuestra, marcada por una pluralidad de visiones morales y religiosas, distinguimos normalmente entre nuestras identidades puiblica y personal. Por MICHAEL J. SANDEL 293 muy seguro que esté de fa verdad de los ideales morales y celi- giosos que suscribo, no insisto en que estos ideales se vean refle~ jados en Ia estructura bisica de ls sociedad. Como en otros aspectos del liberalismo politico, la concepcién politica de ta persona como sujeto libre e independiente se halla vimplicta en la cultura politica publica de una sociedad democratica» (p. 13). Pero supongamos que Rawls tiene razén y que la imagen liberal de nosotros mismos que nos atribuye se encuentra impli- cita en nuestra cultura politica. ¢Seria eso motivo suficiente para afirmarla y adoprar la concepcidn de justicia que susten- ta? Hay quien ha interpretado que los escritos recientes de Rawls sugieren que la justicia como equidad, aun siendo una concepcién politica de la justicia, no precisa de ninguna justifi- cacién moral o filosofica mas all de una apelaciGn a las inter pretaciones compartidas implicitas en nuestea cultura politica, Rawls parecia hacer una inviracién a esa interpretacién cuan- do, en un articulo publicado después de Teoria de la justicia pero antes de Liberalismo politico, escribié lo siguiente: ‘Lo que justifica una concepcidn de a justicia no es que sea Gierta conforme a vn orden precedente a nosotros ¥ que nos ha venido dado, sino que sea congruente con auestra forma més profunda de entendernos @ nosotros mistnos y de entender nuestras aspiraciones, y que nosotros misimos nos demos cuenta de que, a la vista de nuestra historia y de la tradiciones inscritas en muestra vida publica, se trata de la doctrina mas razonable para nosotros. Richard Rorty, en un inspirado articulo, interpreta (y acoge favorablemente) la perspectiva revisada de Rawls calificandola de srigurosamente historicista y antiuniversalista».”* Aunque, segiin Rorty, Teoria de la justicia parecia fundamentar la justicia sobre una concepcién Kantiana de la persona, el liberalismo de Rawls «ya no parece estar ligado a una caracterizaci6n filosofica del suje- to humano, sino solamente a una deseripcién histérico-sociol6g: ca de] modo en que vivimos actualmente»."' Desde este punto de LiBERALISMO POLITICO vista, Rawls no trata de «proporcionar unos cimientos filoséficos para las instituciones democraticas, sino simplemente de sistema- tizar los principios y las intuiciones tipicos de los liberales estadou- nidenses». Rorty respalda lo que en su lectura es el giro pragmé- tico de Rawls: un giro que lo aleja de la idea de que los elementos del ordenamiento politico liberal precisan de una justificacién filoe séfica o de un «fundamento extrapolitico» en una teoria del suje- to humano. «Desde e] momento en que la justicia se convierte en la primera virtud de una sociedad, escribe Rorty, «es posible que vaya dejando paulatinamente de sentirse la necesidad de una legix timacién de ese tipo, Una sociedad asi acabara acostumbrandose a la idea de que la politica social no necesita mas auroridad que el acuerdo efectivo entre individuos, unos individuos que se sienten herederos de unas mismas tradiciones historicas y que se saben enfrentados a unos mismos problemas.” En Liberalismo politico, sin embargo, Rawls se niega a dar el aso a esa visi6n puramente pragmatica. La justicia como equidad comiienza «fijindose en Ia propia cultura piiblica como fondo comiin de ideas y principios bésicos implicitamente reconocidos» {p. 8), pero no afitma estos principios alegando simplemente que son generalmente compartidos. Aunque Rawls argumenta que sus rincipios de justicia podrian recabar el apoyo de un consenso entrecruzado, ese consenso «no es un mero modus vivendiv (p. 147) ni un compromiso entre visiones contrapuestas. Los partidarios de las diferentes concepciones morales y religiosas comienzan respal- dando los principios de la justicia por motivos extraidos de sus pro= pias concepciones, Pero, si todo va bien, acaban apoyando esos principios por considerar que expresan valores politicos importan- tes. A medida que las personas aprenden a vivir en una sociedad plaralista gobernada por instituciones liberales, adguieren virtudes Que fortalecen su compromiso con los principios liberales. Las viceudes de la cooperacién politica que hace posible tun régimen constieucional [..] son grandes vircudes. Me refiero, por ejemplo, a las virtudes de la tolerancia, la disposicién a hacer concesiones para alcanzar puntos de MICHAEL |. SANDEL 2s encuentro, y la capacidad de ser razonables y equitati- vos. Cuando estas virtudes son generalizadas en la sociedad y sustentan su concepcién politica de la just cia, constituyen un gran bien pablico. (p. 157) Rawls pone especial énfasis en que afirmar las virrudes libera- Jes como un bien puiblico y promover su cultivo no significa que esté proponiendo la implantacién de un Estado perfeccionista basado en una concepcién moral comprehensiva, pues no contra- viene la prioridad de lo correcto sobre lo bueno, El motivo es que el liberalismo politico afirma las virtudes liberales con fines exclusivamente politicos: por el papel que dichas virtudes desem- pefian a la hora de sostener un régimen constitucional que prote- ja los derechos de las personas. Si esas virtudes deben luego figue rar en las vidas morales de las personas entendidas en un sentido mis general, y hasta qué punto deban hacerlo, es una incognita gue dl liberalismo politico no pretende responder {pp. 194-195), Valoracién del liberalismo politico @Hasta qué punto es convincente la defensa que propone Liberalismo politico de la prioridad de lo correcto sin apelar a la concepcién kantiana de la persona? Como trataré de expli- car a continuacién, Liberalismo politico rescata la prioridad de lo correcto de las controversias en torno a la naturaleza del sujeto individual, pero lo hace a costa de aumentar su vuinera~ bilidad en otros aspectos. Concretamente, intentaré mostrar que el liberalismo entendido como una concepeién politica de la justicia es susceptible de tres objeciones. : En primer lugar, y pese a la importancia de los «valores politi cos» invocados por Rawls, no siempre resulta razonable dejar de lado a efectos politicos aquelias exigencias surgidas del seno mismo de las doctrinas morales y seligiosas de caracter compre- hensivo. En lo que atafic a cuestiones morales de especial grave- dad, prescindir de las polémicas morales y religiosas en aras del 296 LIBERALISMO POLITICO acuerdo politico sera razonable o no dependiendo en parte de cual de las doctrinas morales o religiosas en disputa sea verdadera, En segundo lugar, para el liberalismo politico, la defensa de la prioridad de lo correcto sobre 1o bueno depende de que se cumpla la condicién de que las sociedades democraticas modernas estén caracterizadas por «el hecho del pluralismo razonable» en lo que se refiere a la cuestidn del bien (p. xvii). Pero aunque es innegablemente cierto que las personas que viven en las sociedades democraticas modernas tienen una amplia diversidad de opiniones y puntos de vista morales y religiosos confrontados, no se puede decir que ese «pluralismo razonable» en cuanto a la moral y la religin no se traslade igualmente a las cuestiones relacionadas con la justicia. En tercer lugar, segtin ef ideal de raz6n publica propuesto por el liberalismo politico, los ciudadanos no pueden remititse legitimamente a sus propios ideales morales y religiosos al debatir cuestiones politicas y constitucionales fundamentales, Pero ésta es una restriccién indebidamente severa que empo- breceria el discurso politico y excluiria dimensiones importan- tes de la deliberacion publica, La exclusién de cuestiones morales de especial gravedad El fiberalismo politico insiste en que, a efectos politicos, dejemos a un lado nuestros ideales morales y religiosos com. prchensivos y separemos nuestras identidades politicas de rnuestras identidades personales. El motivo es sencillo: en las sociedades democraticas modernas como la nuestra, donde las personas normalmente discrepan acerca de cudl es la vida buena, es necesario que prescindamos de nuestras convieciones morales y religiosas para logear una cooperacién social sobre ta base del respero mutuo. Pero esto plantea un interrogante que el liberalismo politico no puede responder de acuerdo con sus propios tétminos. Aun reconociendo la importancia de lograr la cooperacin social sobre la base del respeto mutuo, MICHAEL J. SANDEL 27 gqué nos garantiza que este interés sea indefectiblemente mas importante gue cualquier otro que pudiera surgir desde una perspectiva moral o religiosa comprehensiva? Una forma de asegurar la prioridad de la concepcién politica de la justicia (y, por consiguiente, la precedencia de lo correcto) es rnegar que ninguna de las concepciones morales o religiosas que aquélla deja de lado pueda ser cierta* Pero esto no haria més que involucrar al libecalismo politico en la clase de tess filos6fica que trata de evitar, Rawls se encarga de recalear una y otra vez que el liberalismo politico no implica ser escéptica con respecto a las ase- veraciones de las doctrinas morales y religiosas comprehensivas. Por consiguiente, si el liberalismo politico deja margen para que algunas de esas doctrinas puedan ser verdad, zqué impide que alguna de ellas pueda generar valores suficientemente convincen- tes como para recuperar el centro del escenario, por asi decirlo, y superar en peso moral a los valores politicos de la colerancia, la ‘equidad y la cooperaciGn social basada en ef respeto muruo? Se podria responder que los valores politicos y los valores surgidos de las doctrinas morales y religiosas comprehensivas abordan temas distintos. Los valores politicos, podria angiirse, se refieren a la estructura basica de la sociedad y a los principios. es, mientras que los valores morales y constitucionales esenc religiosos se refieren a la conducta personal y a las asociaciones voluntarias. Pero sila diferencia fuera slo de ambito de aplica- jn, jams surgiria conflicro alguno entre los valores politicos y los valores de tipo moral y religioso, y no habria necesidad de aseverar, como hace Rawls de forma reiterada, que en una democracia constitucional regida por el liberalismo politico, «los valores politicos normalmente pesan mas que cualesquiera valores no politicos que se les contrapongan» (p. 146). La dificultad de afirmar la prioridad de los «valores poltti- cos» sin referencia alguna a las pretensiones de la moral y Is eli gidn puede apreciarse con mayor claridad cuando consideramos dos controversias politicas que incicen en cuestiones morales y religiosas de especial seriedad, Una de ellas es el debate contem- 298 LIBERALISMO POLITICO porineo en toro al derecho al aborto. La otra es el famoso debate que enfrenté a Abraham Lincoln y a Stephen Douglas a propésito de la soberania popular y la esclavitud. En vista del profundo desacuerdo existente en toro a la per- misibilidad moral del aborto, la posibilidad de buscar una solu ién politica que deje de lado los asuntos morales y religiosos conflictivos —es decir, que sea neutra con respecto a estos iilti- mos— pareceria especialmente atractivo, Pero que sea o 110 raz0- nable prescindir, a efectos politicos, de las coctrinas morales y religiosas comprehensivas que pueda haber en juego depende en gran medida de que alguna de esas doctrinas sea o no verdadera, Sita doctrina de la Iglesia Catélica es cierta, sila vida humana en el sentido moral relevante se inicia en el momento de la concep- cién, dejar de lado la cuestion teolégico-moral de cudndo comienza la vida humana resulta mucho menos razonable de lo que resultaria desde otros supuestos morales y religiosos. Cuanto més seguros estemos de que, en el sentido moral relevante, los fetos no son lo mismo que los bebés, con més seguridad podre- ‘mos afirmar una concepcién politica de la justicia que excluya la controversia moral sobre el estarus moral de los fetos. El liberal politico podria responder que los valores politicos de la tolerancia y la igualdad de derechos de ciudadania para las mujeres son motivos suficientes para concluir que las mujeres deben ser libres de elegir por si mismas si abortan o no; el Estado no deberia tomar partido en la controversia moral y religiosa sobre ef momento inicial de la vida humana.” Pero i la iglesia Catélica tiene razén acerca del estatus moral del feto, si el abor- 10 equivale moralmente a un asesinato, ya no estaria claro pot qué deben prevalecer los valores politicos de la tolerancia y la igualdad para las mujeres, aun siendo importantes como son, Si la doctrina catdlica es verdadera, el argumento del liberal polit co a favor de la prioridad de los valores politicos debe convertie- se en un ejemplo de teorfa de la guerra justa: tendr que demos- trar por qué deben prevalecer estos valores aun a costa de los 1,5 millones aproximados de victimas civiles anuales que provocan. MICHAEL J, SANDEt 29 Sugerir la imposibilidad de dejar de lado la cuestidn reolégie co-moral de eusndo da comienzo la vida no equivale obviamen- te a argumentar en conta del derecho al aborto. Simplemente, es mostrar que la defensa de ese derecho no puede ser neutral con respecto a esa otra controversia moral y religiosa. Debe enfrentarse a las doctrinas morales y religiosas implicadas, en lugar de cludirlas, Los liberales suelen resistirse a esa implicacion porque infringe la precedencia de lo correcto sobre lo bueno. Pero el debate sobre ef aborto muestra que esa prioridad n0 es sostenible. La defensa del respeto del derecho de una mujer a decidir por si misma si abortar o no depende de que se llegue a demostrar —como me parece posible hacer— que existe una diferencia moral relevante entre abortar un feto en una fase rela- tivamente temprana de desarrollo y asesinar a un nino. ‘Un segundo ejemplo de la dificultad que entrafia una concep- cién politica de la justicia que intente dejar a un lado las cuestio- nies morales controvertidas es el que nos ofrecen los debates de 1858 entre Abraham Lincoln y Stephen Douglas. El argumento de Douglas a favor de la soberania popular constituye la que tal ver sea la mas famosa defensa en la historia estadounidense de la exclusién de una cuestion moral controvertida en aras de alcan- zar un acuerdo politico. Dado que era inevitable que hubieca des- acuerdos en cuanto a la moralidad de la esclavitud, argumentaba Douglas, la politica nacional debia mantenerse neutral en esa cuestién. La doctrina de la soberanfa popular que propugnaba no entraba a juzgar si la esclavitud estaba bien o mal, sino que deja- ba libertad a la poblacién de cada territorio para llegar a sus pro- pias conelusiones. «Poner el peso del poder federal para inclinar el fiei de la balanza, ya sea a favor de los estados libres o de los esclavistas», violaria los principios fundamentales de la Constitucion y aumentaria el riesgo de guerra civil. La unica esperanza de mantener el pais unido, sostenia, era coincidir en la discrepancia: dejar a un lado la controversia moral acerca de la esclavitud y respetar «el derecho de cada estado y de cada terri- torio a decidir sobre estas cuestiones por sf mismo». ——- 300 UBERALISMO POLITICO Lincoln por su parte se oponta a la concepcién politica de !a justicia que defendia Douglas, Las politicas estatales debert. an expresar un criterio moral sustantivo sobre la esclavitud en lugar de etudicio. Aun no siendo abolicionista, Lincoln rela que el Estado debia tratar la esclavitud como el mal moral que era y prohibir su extensidn a los nuevos territorios. «El proble- 1a teal de esta controversia el que sienten todos los espirt tus— es que hay toda una clase para la cual la institucién de la esclavitud es wnt mal, y luego hay toda otra clave para la cual no lo es» Lincoln y su Partido Republicano entendian la esclavitud como un mal einsistian en que fuese «tratada com {all mal, y uno de ox métodos de atria como mal es tomar fos melas ovortanas para que no se extonda msde lo gut Con independencia de sus propias opiniones morales, Douglas afirmaba que, al menos a efectos politicos, era un Aagndstico en la cuestin de la esclavitud; no le importaba si la esclavitud era «aprobada o rechazada en voracién».. Lincoln respondia a eso que s6lo seria razonable dejar de lado la cues. tién de la moralidad de la esclavitud si se suponia que ésta no era el mal moral que él consideraba que era. Cualquier hom. bre puede abogar pot la neutralidad politica si no aprecia nada malo en la esclavitud, pero ningun pucde afemar coherentemente tal cosa ive un mal en ella; orgue wingin hombre puede declarer con un aninimo de logica que no le importa si un mal sale apro- bado 0 rchasado en votacion Poeia dee aus sec afecta si algo que le resulta indiferente es aprobado o rechazado en votacién, pero es logicamente inevitable «que tenga una elecci6n formada entre algo que esta bien y algo que est4 mal, El sostiene que si una comunidad ‘quiere tener esclavos, tiene derecho a tenerlos. Y sin duda lo tienen si eso no es un mal. Pero si es un mal, no puede decir que el pueblo tiene derecho a hacer el mal." MICHAEL J, SANDEL 301 El debate entre Lincoln y Douglas no tenia como tema prin- cipal la moralidad 0 no de la esclavitud, sino la necesidad 0 no de dejar a un lado una controversia moral en beneficio del acuerdo politico. En este sentido, su debate sobre la soberania popular es anélogo al debate contemporineo sobre el derecho al aborto. [gual que algunos progresistas liberales contempora- neos, para quienes el Estado no deberia posicionarse respecto ala moralidad del aborto, sino dejar que cada mujer decida esa cuestién por si misma, Douglas argia que las politicas nacio- nales no debian adoprar una posicion u otra a propésito de la moralidad de la esclavitud, sino dejar que cada territorio deci- dicra la cuestion por si mismo. Existe la diferencia obvia de que, en el caso del derecho al aborto, quienes proponen dejar de lado Ja cuestién moral sustantiva suelen dejar la eleccién en. manos del individuo, mientras que, en el caso de la esclavitud, la forma de exclusion que propugnaba Douglas era dejar la clecciGn a criterio de los territorios. Pero el argumento de Lincoln contra Douglas era un argu- mento contra el hecho mismo de “dejar de lado” los temas morales que pudiera haber en juego, al menos aquellos de més especial gravedad. Lo que Lincoln venfa a decir era que la plau- sibilidad de la concepcién politica de la justicia detendida por Douglas dependia de una respuesta particular a la cuestidn moral sustantiva que pretendia exeluir. Esta objecién es aplica- ble con la misma fuerza contra los argumentos en defensa del derecho al aborto de quienes aseguran no tomar partido algu- no en la controversia sobre el estatus moral del feto. Aun enfrentado a una amenaza tan funesta para la cooperacién social como la posibitidad de una guerra civil, Lincoln sostenia {gue no tenia sentido moral ni politico dejar a un lado la contro- versia moral que mayor division generaba en aquel momento. Y digo yo, zqueé filosofia 0 arte de gobernar es éste que se basa en el supuesto de que tenomos que dejar de hablar de esa cucstion fou] ¥ de que la opinidn piiblica ha de dejar de estar agitada por esa cuestiGn? Pues ésa es la politica 302 LIBERALISMO POLITICO [1 que propone Douglas: jla de fe ave gla: jla de que no nos tiene que impor en absolute ¥ so preg 0c un si 2No es una concepcidn falsa del gobierno {gue propone construir rodo un sistema de decision pol- tica sobre la base de que no ha de importarnos nada aque. lo mismo que mis le importa a todo el mundo?" Los liberales de nuestros compariia de Douglas y querri ias rebuirian con toda seguridad la ian que la politica nacional sierg vi ee jis 2h esa, presmiblemene som el argument de que vullera los derechos de las La cuestis si el liberalismo entendid oncepeign polite de m1 lo desde una concepei macepci6n politica iustcia puede hacer esa reivindicacion sin dear de vor cohen go euanto a sus props restrcciones conta la invocaion de icales mores comprehensvos. Un liberal katian, plo, puede oponerse a la esclavitud porque no trata g nas como fines en si mismos, dignos de respeto. Pero argumento que al descansat sobre a coneepeion kantana dela persona, no esta dsposcin de beralsmo poco. Tmpeco lo estén, por motivos similares otros argumentos conta la ala {ita ue taveron gran imporanca historca en sa momento {es abolicionistas estadounidenses de las decadas de 1830 $40, por eempl, solian planter sus axgumentos en teminoy ‘ligiowos algo gue a iberalmo poltco no pede mvocae conan cme puede exapar al bali patio del ‘ lc Douglas y oponerse a la escla witud sin presuponer una perspectiva moral compechensiva de ninguna, clase? Se pest responder que Douglas se eqivocaba social ier prec “ofits cual precio aur no rods los ecerds policon 1. Asi, rendida como una concepcién polit : in politica, la justi- cia como equidad no es un mer oe mn mero modus vivendi. Dados | cipios y las concepciones de nosot ese hallan impli, ‘ e nosotros mismos que se hallan impli- gies on musta cura pole, slo un ase en einen in raten a las personas deforma equitativa, co : como ciudadanos libres € lguales, puede proporconar wna base razonabe de cooperacion Social. Para los estadounidenses del siglo XX, al menos, el reche, por ejem- fas perso- ée es un al buscar Ia paz MICHAEL |. SANDEL 303 20 de la esclavitud es un asunto zanjado. El declive histérico de la postusa de Douglas es ya un hecho de nuestra tradicién politi cca que cualquier acuerdo politico debe tomar como dado. Esta apelacién a la concepcion de la ciudadania implicita en nuestra cultura politica podria explicar cémo puede oponerse hoy el liberalismo politico a la esclavituds a fin de cuentas, nues- tra cultura politica presente quedé radicalmente influida por la guerra de Secesién, cl posterior periodo de Reconstruccién, la adopcién de la Decimotercera, la Decimocuarta y la Decimoquinta Enmiendas, la sentencia del Supremo en el caso Brown v. Board of Education, el movimiento de defensa de los derechos civiles, la Ley de Derechos de Sufragio,” etc. Pstas experiencias y Ia interpretacién compartida de la igualdad racial y ciudadana que han acabado conformando proporcionan una amplia base para argumentar que la esclavitud va en contra de la practica politica y consticucional estadounidense segiin ésta se ha venido desarrollando a lo largo del iltimo siglo. Pero esto no explica como podia oponerse el liberalismo politico a la esclavitud en 1858. Es posible que kas nociones de ciudadania ¢ igualdad implicitas en la cultura politica estadou- nidense de mediados del siglo XIX no fueran adversas a Ia ins- titucién de la esclavitud. La Declaracin de Independencia proclamaba que todos los hombres han sido creados iguales y han sido dotados por su Creador de determinados derechos inalienables, pero Douglas argumentaba, de forma no del todo implausible, que los signatarios de la Declaracién pretendian proclamat con ella el derecho de los colonos a quedar libres del dominio briténico, no el derecho de sus esclavos negros a gozar de la misma ciudadania que ellos en igualdad de condi- Ciones.* La propia Constitucién no prohibia la esclavitud, sino que, muy al contrario, le daba cabida al permitir que los estados incluyeran a sus respectivas poblaciones esclavas con tuna ponderacion de tres quintos a efectos de la determinacién de los escatios federales que les correspondian a cada uno,” al disponer también que el Congreso no pudiera prohibir el 308 LIBERALISMO POLITIC? comercio de esclavos hasta 1808," y al ordenar la 6 de los eslavos fugiivos a sus entadawde seen Mie el tristemente famoso caso judicial de Dred Scott.” el Tribyoal Supremo ratifieé los derechos de propiedad que ios dueiios de esclavos renian sobre éstos y fallé que los afroamericanee eran cludadanos de los Estados Unidos.” En la medida en one el liberalism politico se niega a invocar ideales morales exe Prehensivos y opta por fundamentarse sobre noviones de ene dadania implicitas en la cultura politic labri sido muy dificil explicar, en 1858, por ¥ Douglas estaba equivocado. a imperante, le habria qué Lincoln tenia razon El becho del pluralismo razonable EI debate actual sobre el aborto y el debate Lincol Douglas de 1858 ilustran la necesidad de tode concemion Politica de la justcia de presuponer una respusstaa acannon cuestiones morales que pretende dejar de lado, al menos en i Que respecta a las cuestiones morales de més’ peso. En cas como éstos, no es posible sostener la prioridad de le .0 sobre lo bueno. Pero el liberalismo politico da pie cultad adicional, que tiene que ver con la rav6n cee justificar la precedencia de lo correcto sobre lo bueno, Pave cl liberalismo kantiano, la asimettia entee fo correcto y lo bueno se deriva de una determinada concepeién de la persona. Puesto que debemos concebirnos como sujetos morales dedos con amerioridad a nuestras metas y logros, debemos concideret au lo correct jee un papel regulativo en elaion con lon rarticn que afirmamos; lo correcto es previo a lo bueno porque el yo es anterior a sus fines. Sin embargo, cl liberalismo politico no basa la asimetria em 4o correcto y fo bueno en una concepcién kantiana de la perso, na, sino en un rasgo caracterstco de ls sociedades democrat modemas. Rawls describe ese elemento como “el hecho dell zalismo razonable» (p. xvii). «Una sociedad democritice mover, lo correcto a una difi- ofrece para mocriticas MICHAEL |. SANDEL 305 na no se caracteriza sitaplemente por un pluralismo de docerinas religiosas, filosdficas 0 morales comprehensivas, sino también por un pluralismo de doctrinas comprehensivas incompatibles aunque razonables. Ninguna de estas doctrinas es suscrita por el conjunto de los ciudadanos» (p. xvi). Tampoco es probable que ese pluralismo desaparezca en el futuro inmediato. La falta de acuerdo en torno a cuestiones morales y religiosas no es una situacién temporal, sino «el resultado normal del ejercicio de ka raz6n humana» en el marco de unas instituciones libres (p. xvi). Si el «pluralismo razonable» es un «hecho», el problema estriba en hallar principios de Ia justicia que puedan ser afir- mados por unos ciudadanos libres e iguales a pesar de fas dife~ rencias morales, filoséficas y religiosas que los separan.

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