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ORALIDAD, LECTURA Y ESCRITURA: APROXIMACIÓN A LOS CONCEPTOS

Si nos centramos en el Área del Conocimiento de Lengua es fundamental tener presente que el
proceso por el cual un niño domina la Lengua es muy complejo e intervienen en él multiplicidad
de factores. Este proceso de adquisición implica el hacer suyo un sistema simbólico que su grupo
cultural ha construido a lo largo de la historia. A través de la oralidad el individuo se expresa,
comprende ideas, transmite pensamientos, sentimientos, emociones y conocimientos. Cuando el
niño ingresa a la Institución Escuela trae consigo el lenguaje que utiliza con su familia y sus pares
en su vida cotidiana. Es justamente esta institución la que cumple el rol fundamental en el
desarrollo de la Lengua, tendiendo al uso de la lengua estándar, incorporación que permitirá
paulatinamente a los niños acceder a registros formales de la oralidad.
La lectura por su parte es un proceso de construcción de sentido, producto de un acuerdo entre el
lector, el texto y el autor, que pone en juego los conocimientos lingüísticos del lector con las pistas
del propio texto y el mundo de quien escribe. Este proceso, es de naturaleza cognitiva, cultural y
social. Leer requiere por parte del lector conocimientos previos, leer es comprender, para lo cual
es necesario desarrollar procesos cognitivos que implican: anticipar lo que dirá lo escrito, aportar
conocimientos previos, hacer hipótesis y verificar, elaborar inferencias para comprender lo que
sólo se sugiere, construir significados, etc.
A través de elementos icónicos, cromáticos y gráficos se intentará que anticipen aquello que
significa un texto.
La escritura es una actividad cultural compleja que nos permite producir sentido en base a signos
lingüísticos gráficos, lo cual no debe reducirse a la motricidad . A la lengua escrita se la vinculaba
con respuestas de orden psicológico-motriz, pero hoy sabemos que lo medular de la escritura es
la construcción de sentido.
El conocimiento de la lengua escrita implica por parte del niño un proceso en el cual va
planteándose interrogantes, para las cuales construye respuestas cada vez más próximas a la
realidad

 Caamaño, C 2006 “Los modos de leer: su conexión con los sistemas de escritura y con las
necesidades del poder” Revista de la Educación del Pueblo 101, Montevideo: 9-13

 Cassany, D. 2006 “Tras las líneas” Ed. Anagrama, Barcelona

 Garibaldi, L. Salvo, M. Villa, A. 2001 “Guía del maestro” Polo, Montevideo

 Martínez, M. C 2004 “Discurso y Aprendizaje” Cátedra UNESCO para la Lectura y la Escritura en América
Latina. Artes Gráficas de la Facultad de Humanidades. Universidad del Valle. Disponible en:
http://www.unescolectura.univalle.edu.co/pdf/dISCURSO_Y_APRENDIZAJE.pdf

 Martínez, M. C.1999 “Hacia un modelo de lectura y escritura: Una perspectiva discursiva e interactiva
de la significación” Revista Signos, Nº 45 – 46, Volumen 32. Disponible en: http://www.scielo.cl/scielo.php?
pid=S071809341999000100013&script=sci_arttext
LA PALABRA EN EL NIÑO

Desde un enfoque psicoanalítico diremos que cuerpo y lenguaje tienen la misma base, van juntos,
donde las palabras nos anteceden, afirmando así que desde antes de llegar al mundo estamos
en el lenguaje. Cuerpo y psiquismo están juntos en el lenguaje.
El niño es el producto del lenguaje de los padres y su cuerpo está marcado por el lenguaje, sea
por el susurro o por el grito. Las palabras nos eligen a nosotros. Para conocer a un niño hay que
escucharlo y para esto hay que darle participación a sus padres, ¿cómo?, básicamente
escuchándolos. Es así que desde el inicio el Sujeto está fundado en el lenguaje.
Nosotros somos discurso, estamos en la lalengua, y es allí donde está el significante, el cuerpo
está en el significante.
Lacan plantea que el lenguaje es estructurante, es sexualidad, la cual no está alojada en el
cuerpo sino que hace al cuerpo.
Desde que nuestros padres nos ponen un nombre, “nos llaman”, somos designados, pero la
construcción corre por nuestra cuenta, está en el centro de la cultura, en el lenguaje.
Es un imposible gobernar y educar, básicamente porque es imposible que uno haga que el otro
haga algo, es el aprendiz el que tiene que moverse. Pero junto a esto también es real que todos
pueden aprender, porque todos estamos en el conocimiento, la clave reside en saber escuchar al
otro y darle la palabra. El camino del aprendizaje es un camino hacia lo nuevo y se da cuando hay
un problema a resolver, aunque sea decir “no sé”.
El SER no está referido al saber, está referido al que tiene la palabra y acá comienza a tallar la
cultura. El que habla tiene vida, piensa, dice cosas, siente y por lo tanto… aprende. Los niños y
las niñas primero aprenden a hablar y en segundo lugar a leer y escribir. El que puede leer queda
por fuera de la letra, pero está involucrado en la letra, es empujado a la letra, queda concernido
en el problema, le interesa la letra y tiene que hacer algo con eso.
La naturaleza del ser humano está en el habla; si hay habla hay deseo. Pero siempre teniendo en
cuenta que en la enseñanza voy a saber qué pasó en el otro con ese momento, luego. Nada
garantiza los aprendizajes, en algún momento el efecto saldrá a la vista, pero no es “yo enseño y
el otro aprende”.
La lectura y la escritura es la entrada a la cultura por sí misma. El sujeto está hecho de palabras,
está inmerso en lalengua y el parentesco no tiene que ver con la herencia biológica, el parentesco
está en lalengua, dándose todo en lo social. Cada uno arma su propia lengua.

Serio, B. 2008 Material bibliográfico del “Seminario: La palabra en el Niño” Facultad de


Psicología, Montevideo
Leer en la voz materna
Alfredo Fressia recuerda la voz materna y su importancia como primer "soporte para los lectores de siempre.

MI INGRESO al mundo de los libros ocurrió muy poco a poco. Comenzó, tal vez hacia mis cuatro años,
mediado por la voz de mi madre, que me leía historias -y esto debe, o debería suceder con todos los niños-.
¿Las primeras historias que recuerdo? Respondo sin la menor vacilación: las del libro Corazón de Edmundo
de Amicis.

Recuerdo bien la última que me leyó en ese libro. Se llamaba "De los Apeninos a los Andes", y terminó en
desastre. El niño lloraba tanto que la madre paró la lectura, asustada. Y el niño lloraba más todavía porque
quería saber el desenlace de ese relato de un chico migrante.

De esas aventuras con libros, mediadas por la voz materna, saco dos conclusiones: 1) para el niño que fui, el
chico de De Amicis prefiguraba al migrante que yo sería un día (y entraba en diálogo con las migraciones de
mis ancestros). Y 2), tiendo a desconfiar, a priori, de la "literatura para niños" (y no ignoro que también es
un prejuicio). Pienso que los niños leen como pueden lo que todos leemos (como podemos también). La
"literatura para niños" parece haberse desarrollado como una invención post-freudiana, una proliferación
ocurrida una vez que se creó el sujeto "psi" llamado Niño, con sus características, sus etapas de evolución,
etc. Esto no vuelve esa literatura menos legítima y conozco admirables artistas que la practican. No creo que
Borges tenga razón cuando imagina que "Quien escribe para los niños corre peligro de quedar contaminado
de puerilidad" (en el prefacio a las Obras Completas de Lewis Carroll, Corregidor, Buenos Aires, 1976)
ni que en tiempos de Nathaniel Hawthorne "no había (sin duda felizmente para los niños) literatura
infantil". En cambio, pienso que si los niños conviven tan bien con esas historias casi de terror que vienen de
la tradición europea, Charles Perrault, Hans Christian Andersen y compañía, ¿por qué no deberían ser
expuestos a la literatura leída por los adultos?

Hablé de la literatura mediada por la voz materna. Me pregunto si yo "leía" cuando mi madre leía para mí.
Pienso que sí. Es verdad que a los tres o cuatro años yo no sabía descifrar las letras, pero "leer" es una
actividad que va más allá de un chato ejercicio exegético de vocales y consonantes.

La etimología del verbo leer resulta significativa. Legere, en latín, quiere decir "escoger" -y también vienen
de esa raíz palabras hermosas como "inteligencia" y "elegancia", pero quedémonos en la idea de opción, de
elegir-. Elijo cuando leo y elijo cuando oigo. El chico que oye a su madre leer también lee. Yo sabía que leía
en la voz de mi madre.

Después vinieron las sopas de letras. Los libros para niños. Me aburrían. Recuerdo mejor las historias que
venían acompañadas de dibujos. Un libro sobre la vida cotidiana en China, los manuales de la escuela, jugar
a leer las propagandas en los carteles callejeros. Leía sin gran placer los relatos moralizantes de la escuela,
con niños ejemplares como los hermanos Tito y Ana, que tuvimos que soportar los que nacimos en el
Uruguay de los años ´40. Los libros sin ilustraciones, yo los descartaba, ni pensar en leerlos. Uno de Emilio
Salgari, grueso, ilegible. Lo usaba para escribir por encima, o hacer borradores de deberes escolares.

Para mí, el milagro sucedió con poemas. Era una Historia de la Literatura Española, y decía "con
Antología", un libro para normalistas argentinas que cayó en la casa de mis padres como un meteorito. Fue
una revelación. Primero la sorpresa de ver que el idioma podía tomar la forma de versos y organizarse en
grupos que se llamaban estrofas. Y que eran como música. Rimas, asonancias, una música que estaba en el
lenguaje, que entreoía a veces, y de la que los adultos no parecían ser muy conscientes.
Aquel chico empezó a leer sonetos clásicos. No importa lo que leía/elegía en los sonetos. Y es claro que
debía leer/elegir lo que un niño de edad escolar puede entender. Pero los leía, e iba más lejos, los
memorizaba. Si eran música, ¿cómo no guardarlos en la memoria? Las canciones se cantan, las poesías se
dicen. O se recitan, pero no siempre me gustaba una señora que "recitaba" poemas en la radio que mi madre
oía en aquel Montevideo de los primeros años `50. Era tarde en la noche. Después de la radionovela de las
10, con Juan Casanova y Violeta Ortiz, a veces venía esa recitadora, con sus poemas dichos con énfasis,
antes de un programa donde el locutor anunciaba "un piano en la noche", y durante el cual caía en el abismo
del sueño infantil.

Siempre pensé que, si después fui poeta, eso se debe a los poemas que leía, miraba, elegía, decía de niño.
Puede haber sido lo contrario, a saber, si aquel chico se sentía tan interpelado por los poemas que
aparecieron en la casa, eso se debió al hecho de que él era poeta. No sé. ¿Es posible ser poeta avant la lettre?
Pero si acepto que mi identificación con el chico migrante de De Amicis venía de las migraciones que me
cercaban y que yo mismo protagonizaría, ¿por qué no podía ser un niño poeta? Así: niño-poeta-que-todavía-
no-escribía. O escribía sin escribir.

Un último detalle. Se habla últimamente sobre la muerte del libro, su sustitución por la pantalla del
computador, por el ebook, etc. Es posible; aunque yo pertenezca al mundo analógico no me opongo a la idea
de nuevos "soportes" para la lectura. También me interesa la literatura oral y las experiencias de la oralidad
en poesía. Sólo querría que mi historia -la de tantos niños que oyeron libros- sirva para recordar ese viejo
"soporte", poco mencionado, definitivo y tan íntimo: la voz materna.

EL AUTOR.

Alfredo Fressia (Montevideo, 1948) es poeta, periodista, traductor y colaborador habitual de este
suplemento. En su rol de poeta inauguró el ciclo "Los poetas dicen" en la edición online de El País Cultural.
LA LENGUA Y EL PODER
“La potencia del pensamiento está en función del dominio del instrumento que el que habla
o escribe posee: variedad, complejidad, flexibilidad. La pobreza del lenguaje no es un valor,
ni moral, ni ideológico, ni político, ni de clase social. Ninguna reivindicación social incluirá
jamás el empobrecimiento del lenguaje para nadie. Expresarse con dominio del habla y la
escritura propias, estar en condiciones de nombrar el mundo en que se vive, el pequeño y
el grande, son una dimensión de la libertad individual. La palabra, el conocimiento, el poder
y la riqueza mantienen vínculos estrechos. Las relaciones no son lineales, pero todos estos
aspectos entran en la ecuación, es decir, que no es seguro que el poder y la riqueza den
competencia lingüística…Pero adquirir conocimiento es, también, apropiarse del uso de la
palabra. El poder y la libertad, en sentido de dominio del mundo en que se vive, requieren
un manejo hábil del modesto material propiedad común a todos que es la palabra…. Entre
las libertades a conquistar debería siempre ubicarse la igualdad de oportunidades
lingüísticas. La libertad de expresión no vale nada si el ciudadano no tiene un dominio de la
lengua que le permita decir lo que piensa y siente de modo inteligible y bien organizado. La
igualdad de oportunidades económicas, donde exista, cuando exista, siempre estará
obstaculizada por la desigualdad de oportunidades en el dominio del idioma. La riqueza en
el manejo del idioma nada tiene que ver con la finura del hablante sino con el poder, las
oportunidades que el ciudadano tiene para ejercerlo, para describir el mundo, para
interrogarlo. Aún el silencio tiene distinto valor: el silencio del que calla teniendo una
respuesta , o una pregunta, no es el mismo silencio del que calla porque no entiende qué
pasa ni sabe cómo hay que interrogar para informarse. La libertad individual depende
mucho de la competencia (y la incompetencia) lingüística. Vivir en un mundo que uno no es
capaz de nombrar es estar condenado a la esclavitud ante las cosas, las noticias, y, sobre
todo, ante hablantes de un idioma desarrollado... No hay democracia mientras unos saben
expresar lo que piensan y otros no, mientras unos comprenden y otros no…La libertad de
expresión supone la capacidad de hacerlo de modo eficaz, y ha sido siempre atributo de la
clase social privilegiada, gente que tuvo posibilidades de desarrollar el idioma. Antes no se
cuestionaba el lenguaje de los poderosos. Uno podía someterse, envidiar, o intentar
apropiarse de la herramienta para acceder al poder, o disputarlo. Las cosas parecen haber
cambiado, y no sólo en Uruguay. La indiferencia, el rechazo y hasta la hostilidad por el
lenguaje complejo, matizado, flexible, se presentan a veces como forma de luchar contra el
poder. De prosperar esta “escuela” es seguro que se estaría condenando a los más débiles
a nunca compartir el poder”.

Liscano, C. “Lengua curiosa”, Ediciones del Caballo Perdido, Montevideo, 2003


Leer desde bebés, un proyecto afectivo, poético y político Yolanda Reyes 2008

Feria del Libro Infantil y Juvenil Argentina 2008, especialista colombiana en literatura.
Fundadora y directora de Espantapájaros Taller, una librería que con el tiempo se volvió un proyecto
cultural de formación de lectores dirigido a niños y mediadores adultos.

En la primera infancia es cuando suceden las dos cosas más importantes en términos de lenguaje:
aprendemos a hablar y, antes de hablar, aprendemos a comunicarnos: se da todo el cableado y toda la
estructura para tener una comunicación con otros seres humanos, y aprendemos a leer y a escribir. Todo eso
nos pasa más o menos antes de los seis años. Hasta hace poco la escuela tomaba el tema de la lectura recién
a partir de los seis. Sin embargo, la historia del ser humano como sujeto del lenguaje se inicia antes del
nacimiento. 

La impronta de la primera infancia, en términos del lenguaje, es definitiva para armar quiénes somos y
marca las relaciones con la cultura escrita y con el pensamiento. Yo creo que nosotros, los seres humanos,
somos construcciones fundamentalmente de lenguaje. Nuestra relación con el lenguaje hace que nuestros
embarazos sean embarazos que ya tienen preparativos simbólicos. Nada cambia más la estructura simbólica
de un ser humano que tener un papelito que dice: «Positivo». Nos lo dicen con palabras: «Positivo». En
largos meses de espera la madre inventa a su hijo. Casi todo pasa por las relaciones con las palabras,
relaciones simbólicas: «¿Qué nombre le pondremos?»; «Le pondremos Estrellita», «¡No!, ese nombre no
nos gusta»;?»; «¡Qué bonito!, será una nena»; «Yo no sé qué va a ser, lo sabré cuando nazca, será sorpresa».
Todas esas conversaciones crean redes simbólicas alrededor de los padres que van a tener un hijo.
Una vez que nacen, los niños son impacientes y no nos dan segundas oportunidades. No hay espera. Lo que
dejemos de hacer queda sin hacer; entonces, es un tema apremiante.

Yo creo que hay que descubrir por qué es tan importante acceder a las palabras y qué es lo que uno se juega
ahí. Trabajando en lectura en primera infancia, si algo he aprendido es que se ven muy rápido los resultados.
Incluso se puede trabajar con madres analfabetas que mientras cantan y cuentan historias, empiezan a leer
junto con los niños.

El papel de los mediadores, aquellos que acercan la literatura a los bebés


Los libros para los más chiquitos necesitan alguien en el medio, no sólo que estén el libro y el niño: para
leerlos es necesario lo que yo llamo el triángulo amoroso. Por eso es tan importante el trabajo con adultos en
la primera infancia. Un proyecto de literatura para la infancia es necesariamente un proyecto que involucra
muchos actores: padres, niños, maestros y cuidadores, muchas instancias culturales, como la librería, la
biblioteca, que son muy importantes, y también muchas disciplinas, desde la economía y la política hasta la
psicología, la música, etc.
Lo bueno en la primera infancia es que se lee de todo, se leen libros, se leen cuerpos, se leen voces. Las
madres siempre creen que no saben, que son desafinadas, tienen miedo a hacer el ridículo. La tarea pasa por
devolverles la autoestima. Cuando una madre empieza a ver que lo que hace con su chiquito tiene efectos
insospechados por ella, eso resulta un elemento muy poderoso.

¿Cómo leen los bebés? ¿Qué cosas aprenden los más chiquitos explorando libros y literatura? 

Lo primero que hay que hacer es despreocupar a los adultos de que los niños se van a comer los libros y los
van a romper. Sacar los libros de las vitrinas. Si uno solo trabaja dotando libros y no forma a la gente no
hace nada. En Espantapájaros tenemos una sección que se llama «los más mordidos». En una canasta de
libros ponemos un letrero que dice: «Estos son los más mordidos del mes». En la librería los ofrecemos con
descuento porque son libros que han sido tocados, mirados por los niños. Implícitamente, cuando la gente
compra libros usados está apoyando que la librería sea distinta, que destape los libros, que los libros no estén
con plásticos encima, y eso tiene un costo. Los más mordidos son libros que deberían ser valorizados, que
han sido probados, que están avalados por una cantidad de lectores, tienen las marcas de que van a gustar, y
por lo tanto tienen un valor agregado.
Los primeros libros que escribimos en los pliegues de la memoria de los bebés son libros sin páginas. Libros
profundamente poéticos, rítmicos, onomatopéyicos, ese lenguaje especial dirigido a los bebés, que hace
énfasis en los perfiles rítmicos de las palabras. Los bebés están oyendo, incluso desde antes de nacer.
Expulsado del cuerpo de su madre, el bebé necesita aferrarse a un orden distinto para estar con ella, y ese
orden es el lenguaje. El bebé aprende a reconocer esa voz en las entrañas, y la mamá pronto empieza a leer
los movimientos de su hijo, a leer su llanto, su mirada.

Hay canciones de cuna muy elementales, de madres que casi no saben decir mucho, y balancean un pie
diciendo «Ea, ea, ea, ea»: es eso, ese encantamiento de las palabras. En ninguna otra etapa de la vida
estamos más cerca de la poesía que en ese momento, en el sentido más profundamente connotativo; va más
allá de lo que dicen las palabras, sino cómo suena su música. Y también es la época de los cuentos
corporales, la madre escribe cuentos corporales para el bebé. Esos son los primeros materiales de lectura.

Cuando los bebés se sientan, a los ocho meses, más o menos, salen de esa contemplación exclusiva de la
madre, la madre y el niño que han establecido una relación, ya pueden empezar a mirar cosas que no son
mamá ni él mismo, que están por fuera de ellos. Por ejemplo, la mamá o el papá y el bebé miran un móvil
que da vueltas, miran un sonajero, los niños se sientan en las rodillas de sus padres y miran el mundo
simbólico de los libros. No hay nada más hermoso que esos padres leyendo con sus hijos.

Ese papá que le cuenta esa historia a ese bebé le está mostrando que esas ilustraciones bidimensionales, ese
conjunto de trazos no son como en la realidad, representan un «como si». Además le muestra que las
ilustraciones están organizadas en el espacio de izquierda a derecha, cuentan una historia, lo que estaba aquí
se va hilando con otra cosa que sigue por allá. Esas hilaciones que le lee el adulto le dan a ese bebé el
sentido de que ahí hay un mundo simbólico que guarda el tiempo en el espacio de los libros. Esto es algo
que no lo descubre un chiquito solo.

Poco a poco los niños aprenden a hablar y a nombrar la ausencia, a reemplazar con palabras lo que no está.
Cuando los niños aprenden a hablar, aprenden a pedir cosas que desean y adquieren un poder inusitado al
descubrir que con las palabras se pueden hacer cosas.

Un niño de dos o tres años ya sabe cuándo se está hablando de la vida real, cuándo ese lenguaje sirve para
recibir instrucciones y obedecer, y cuándo cuenta cosas que pasaron en otro mundo, en un mundo otro. Los
niños al pasar a esos mundos de la ficción aprenden que no todo en la vida es el lenguaje de la vida
cotidiana: «¡Siéntate!, ¡párate!, ¡no toques!, ¡ten cuidado!, ¡obedece!, ¡sé un niño bueno!, ¡hay que querer a
los hermanitos!».

Más allá de la poesía


He descubierto que hay asuntos que van —más allá de la poética— hacia la política, pues creo que leer es un
asunto de poética, pero también en nuestros países es un asunto de política. Cada vez tenemos que tener más
claro que todos nosotros somos parte de cosas que se pueden cambiar en países como los nuestros.
He trabajado mucho con gente que está en instancias de planeación en Latinoamérica y me ha sorprendido
que los que más claro tienen que hay que invertir en primera infancia son los economistas, y no por razones
altruistas precisamente, sino porque está demostrado que hay un costo remedial muy alto en las cosas que se
dejaron de hacer cuando eran fáciles y baratas.
Un niño a los seis años que ha sido criado casi en una cajita, con una madre que se va a trabajar y un padre
que ni siquiera existe, una madre adolescente, o una madre que tiene que trabajar mucho, con muchos
hermanos de todas las edades, un niño que no está escolarizado y que está por ahí, tiradito, al que solo le
dicen: «¡Levántese!, ¡súbase!, ¡coma!», y otro niño de seis años que se sienta en el banco de al lado, que ha
comido libros y ha gateado y al que le han cantado, lo han arrullado, la mamá , el papá, una abuela, una
educadora le han contado cuentos, y que han hojeado libros, y que poco a poco ha empezado a leer sin darse
cuenta, son como dos galaxias distintas. Muchas causas de deserción escolar relacionadas con el mundo
escrito podrían subsanarse con una adecuada intervención en los primeros años.

La literatura es subversiva porque se atreve a nombrar nuestras zonas monstruosas, conflictivas, ambiguas o
secretas, por eso a los niños les gusta la literatura. Yo creo que leemos para poder irnos de viaje, como Max,
en un barco particular, a Donde viven los monstruos, para mirar fijamente sus ojos amarillos, sin pestañar ni
una sola vez y convertirnos por un rato en el Rey de Todos los Monstruos.

Yo creo que lo único que debemos hacer es dar de leer a los niños, ofrecerles todos los géneros literarios y
todas las posibilidades de lectura, para mirar, probar, crear... Saber que, además de los libros, los adultos
somos el texto por excelencia de los pequeños: un cuerpo que canta, una mano que señala caminos, una voz
que encanta y que ayuda a construir la propia voz. Permitir lecturas imprevistas y espontáneas, y
sencillamente darles la posibilidad de elegir libros, dejar los libros allí. No es necesario hacer millones de
actividades. Miren a los niños, lean lo que ellos escogen, léanlo cuando están escogiendo y van a aprender
muchísimas cosas sobre la condición humana.

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