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Es una produccién de la DIVISION DE PUBLICACIONES INFANTILES Y PEDAGOGICAS DE SALVAT sORGANIZACION MUNDO DE LOS NINOS» Direccién: Juan Salvat Direccién de la Divisién: Ramén Nieto Edicion y Grabaciém: Jose Gaya Direccién Antistica: Francese Espluga Equipo Editorial: Isabel Gortazar, Camila Batlles, ‘José Luis Sanchez, Edistudio Canciones: Rosa Le6n y coro «La Trepa» Sonorizacién: Gritos y Susurros, S.A. Publicado por: SALVAT EDITORES, 8.4. Mallorca, 41-49. Barcelona, 29, Espatia. © SALVAT EDITORES, S.A., Barcelona, 1984 ‘© MARSHALL CAVENDISH, London, 1984 Impreso por Cayfosa Sta, Perpétua de Mogoda (Barcelona), 1984 Depésito legal: B. 2,956-1983 ISBN: 84-345.6148-4 Printed in Spain Distribucién: Mareo Ibérica, Distribucién de Ediciones, 8. A. Carretera de Inn, Km. 13,350 Variante de Fuencarral - Madrid (34) Direccién en Argentina: Salvat Editores Argentina, S.A. Corrientes, 2777. BUENOS AIRES, Distribuidor para la Capital Federal y el Gran Buenos Aires: Distribuidora RUBBO, Garay, 4226. Distribuidor para el interior: Distribuidora SADYE, S.A. Belgrano, 355, Direccién en Colombia: Salvat Editores Colombiana, S.A. Carrera, 10, N.* 19-65, 4.° piso, Edificio Camacol Apartado aéreo 6552. BOGOTA. Direccién en Chile: Salvat Editores Chilena, Ltda. Orrego Luco Norte 026, Providencia, SANTIAGO DE CHILE. Direccién en Ecuador. Salvat Editores Ecuatoriana, S.A, Carondelet 208, y 10 de Agosto Casilla 2957, QUITO. Direccién en México: Salvat Mexicana de Ediciones, S.A. de C.V ‘Mariano Escobedo, 438, MEXICO 5 DF. Direccién en Pert: Salvat Editores Peruana, S.A. Avda, Grau, 768. Miraflores, LIMA. Direccién en Puerto Rico: Salvat Editores de Puerto Rico, Inc. G.P.0. Box 4846 SAN JUAN DE PUERTO RICO Direccién en Venezuela: Salvat Editores Venezolana, S.A. Gran Avenida, Edificio Arauca. CARACAS. Titulo ustrador Narrador El viajero" John Holt José Ga; La Tarara (canci6n) José M2 Gimeno Coro infantil “La Trepa” Elhada Azucena John Lupton Marta Martorell sito pequeno y el castor’ Richard Hook José Gaya Gobolino y el caballito de madera® Francis Phillipps Marta Martorell Elbrujo® Claire Mumford Marta Angelat La canci6n de la babosa Nick Price Maria Luisa Sots (0 0 Htay Roberts 1985; 2) © Eveya Dvir 1973:0) © Urls Moray Was 1984 (4) © Rath Anson 160 Administra: in de suscripciones: Salvat, S.A. de Distribucién, Arrieta, 26 - Pamplona (Navarra) ” el pais, gandndose una comida aqui y un echo alla, y 4 veGes unfa.o dos moneda: Segaba e¥trigo, tocaba el violin, Anerraba alos caballos, escribia Cartas, Asquilaba el ganadovy cantaba canciones. Ninguno de esos menesteres hacia _bien, pero la gente se alegraba de verle” llegar y le daba trabajo. 7 Un dia, Nicolas se hallaba en una regién remota, en donde jamas habia posado sus pies. Estaba cansado y hambriento, y comenzaba a Ilover. En lontananza divis6 las torres y almenas de un castillo. —Seguro que alli encontraré trabajo —se dijo—. Los castillos estan habitados por reyes, y siempre hay mucho que hacer en las mansiones reales. Habra botas que limpiar, platos que lavar y caballos Mii” A il i is Z h sberei or tee. licolas que se dedicaba 4 viajar por gusta la musica, y mis canciones son s poy bonitas. ~ 7 Desfallecido dé hambre y cansancio, 7 el joven echo a andar hacia el castillo, Al fin, tras una larga caminata, [lego 4 sus‘fMuros, agotado y calado hasta los huesos. El puente levadizo estaba tendido sobre el foso, y como no habia centinela que le impidiera el paso, penetré en el patio de armas. En todas las ventanas habia luces encendidas, pero no se oja el menor ruido en el interior. La gran puerta estaba abierta de par en par, y en vista de que nadie respondia a. su llamada, Nicolas franque6 el umbr: Entré en una amplia sala de cuyos muros coigaban valiosos tapices. En un extremo ardia un fuego en una inmensa chimenea, y en el centro habia una enorme mesa de roble cubierta con un rico paiio bordado en rojo y azul. En medio de la mesa habia un cojin de terciopelo rojo, y sobre éste una corona de oro engarzada con rubies grandes como nueces. Nicolas la contemplé pasmado. —Estoy tan cansado y hambriento, -que la imaginacién me engafia —pens6-—. Es preciso que halle ~. comida y un lecho, y si no hay nadie a quien pedirselo, “lo buscaré yo mismo. Cruzé6 todas las habitaciones del castillo, dando voces y buscando a alguien, pero no vio un alma, aunque las chimeneas y las luces estaban encendidas, y las mesas repletas de alimentos. Subié al piso superior y hallé un pequefio desvan, en el que no habia chimenea, la luz era escasa y el unico mobiliario consistia en un jergon en el suelo y una mesa rustica. Sobre ésta habia una jarra de agua y un mendrugo de pan seco. Nicolas ech un vistazo por la habitacién, pensando: “Puesto que no he trabajado a cambio de comida y alojamiento, tendré que conformarme con esto.” Tras comerse el pan y apurar el agua, se quedo profundamente dormido apoyado sobre la mesa. Entonces empez6 a sofiar que un cisne blanco A se acercaba a él y le decia suavemente: —La corona es tuya. Péntela y serds rey. A la mafiana siguiente Nicolas despert6 sintiéndose como nuevo y se rid al recordar el suefio. Volvié a cruzar todas las habitaciones del castillo, en cuyas chimeneas seguia ardiendo fuego, en tanto las luces permanecian encendidas y la comida intacta sobre las mesas. Por ultimo lego a la amplia sala, y al penetrar en ella un enorme cisne blanco se elevé en el aire, extendid sus alas y se pos6 sobre la mesa junto a la corona de rubies. Entonces, recordando el suefio que habia tenido, Nicolas tom6 la corona y se la cifid. En esto se oyé un ruido como de un millar de sabanas de seda al rasgarse, seguido de un aleteo y rumor de plumas. EI cisne desaparecié, y en su lugar aparecié una bella princesa ataviada con un vestido blanco recamado de perlas y adornado con cintas de satén. Se acercd a Nicolas y le tom6 la mano, diciendo: —En muchos ajfios has sido tu el unico viajero que s6lo ha tomado lo que merecia. Otros comian como cerdos y bebian como cosacos, se envolvian en mantos de seda y se metian con sus sucias botas entre las blancas sdbanas de seda. Tu honradez ha roto el hechizo por el que una bruja me mantenia dormida y me has liberado. Desde ahora seras el rey de este castillo y, si te place, yo seré tu reina. Tras decir esto, condujo de la mano a Nicolas por el castillo, que subitamente habia cobrado vida. Unas criadas trajinaban en las cocinas, los mayordomos entraban y salian de las habitaciones, unos mozos sacaban los caballos de las caballerizas, los jardineros atendian alos rosales y los muisicos tocaban y cantaban. Nicolas no podia dar crédito a su buena estrella, pues la princesa era encantadora y la corona no le pesaba demasiado, y ambos vivieron felices en el castillo el resto de sus dias. La tarara Tiene la Tarara un vestido blanco que sdlo se pone en el jueves santo. La Tarara si, la Tarara no, la Tarara madre que la bailo yo. Tiene la Tarara un dedito malo que no se lo cura ningun cirujano. La Tarara si, la Tarara no, la Tarara madre que la bailo yo. Tiene la Tarara un cesto de frutas y si se las pido me las da maduras. La Tarara si, la Tarara no, la Tarara madre que la bailo yo. Tiene la Tarara un cesto de-flores que si se las pido me las da mejores. La Tarara si, la Tarara no, la Tarara madre que la bailo yo. 1 hada Azucena contemplé su imagen reflejada en las claras y profundas aguas de la charca. —iPor qué no tendré alas? —sollozaba—. (Por qué seré un hada tan mala? Con los ojos arrasados en lagrimas, no pudo ver la figura que se reflejaba en el agua. Sdlo cuando la reina de las hadas le habl6, alz6 la mirada. —No eres un hada mala, Azucena. Pero todavia te quedan algunas cosas por aprender. Anda, sécate los ojos y dime qué ves reflejado en la charca. —Veo a una reina bellisima y... aun hada fea y desesperada. HADA. AZUCENA. Al —Aqui no hay un hada fea, Azucena, sino un hada muy bonita que frunce el cefio. Las hadas no deben fruncir el cefio, sino sonreir. Es mucho mis facil, te lo aseguro. Azucena contempl6 su enfurrufiada imagen y sonrid; luego fruncié de nuevo el cefio y volvio a sonreir. —Tienes raz6n. Es muchisimo mas facil —Otra cosa que deben hacer las hadas —dijo la reina— es escuchar siempre con mucha atencion. Nunca se sabe quién puede { Iamarnos pidiendo ayuda, ni cuando. Ahora vete a casa y recuerda mis palabras. A primeras horas del dia siguiente, Azucena se despertd con el canto alegre del mirlo. —Gracias, mirlo —dijo, al salir de su casa. Sonrié a las flores y escucho los murmullos matutinos. En esto oy6 un ruido extrafio que procedia de la charca. Avanz6 de puntillas y miré por entre los juncos. En la orilla habia una nifia sentada, llorando desconsoladamente. —Hola, iqué te sucede? La nifia dejé de llorar y la mird. —Soy un hada, un hada de verdad, y quiza pueda ayudarte. La nifia cogié la mufieca que yacia sobre la hierba, y dijo entre sollozos: —Se me ha roto Lucinda. Tiene la cara toda sucia y el vestido roto. —Veamos. iPobrecita, esta hecha una pena! Pero no te apures, creo tener la solucién. Azucena sacé del bolsillo una cajita de polvos magicos y mientras echaba unos pocos sobre el rostro de Lucinda, canté: Polvitos magicos, yo os imploro que deis a Lucinda un nuevo rostro. Se produjo entonces un resplandor plateado y al instante Lucinda tuvo un nuevo rostro limpio y bello. —iOh, gracias, muchas gracias! Lucinda es atin mas bonita que antes. Iré a casa a ensefiarsela ami mama. ae Y la nifia se fue corriendo, més contenta casa, y en su habitacién se miré al espejo para comprobar si aun sonreia. Al darse la vuelta, noté algo que la llené de alegria: en su espalda empezaban a nacer dos mintsculas y hermosas alas. —Son muy pequeiias, pero ya creceran. Al dia siguiente, cuando estaba en el jardin, oyé un fuerte ladrido seguido de un gemido y el estrépito de latas arrastradas por el suelo. que unas pascuas. Azucena salié precipitadamente a ver si podia prestar su ayuda, y junto al camino vio a un perro que intentaba desprenderse de unas latas atadas a su cola. —1Pobrecillo! {Quién te ha hecho eso? —Esos endiablados chiquillos que viven cerca de aqui —se Jamento el perro—. Ellos se han divertido mucho, pero maldita Ja gracia que me hace a mi. —Te comprendo. No te muevas mientras intento deshacer los nudos. Pero estaban atados muy fuertes y Azucena no conseguia deshacerlos. Eché, pues, unos polvitos magicos sobre la cola del perro, cantando: Polvitos mdgicos, desprended al momento estas latas de la cola del perro. las latas. El Tere igs? B expresd su agradecimiento con un ladrido ry: meneando i la cola muy contento, prosiguidé su camino. Azucena fue a sentarse un rato junto a la charca. Se habia levantado viento y el agua se agitaba entre los juncos. Cuando volvié a calmarse, Azucena vio su imagen reflejada en ella. —iMis alas! Casi han crecido del todo. iQué hermosas son! Entonces oy6 una voz que se lamentaba: —Pepito, idénde te has metido? YY aparecié una anciana que Ilevaba en la mano una jaula vacia. —iAy de mi! Olvidé cerrar la ventana y mi loro se ha escapado. Ojala no le haya sucedido nada malo. —No se aflija, yo daré con él. Siéntese y descanse un rato. Azucena silb6 una determinada nota y espero, pero no obtuvo respuesta. Entonces echo a andar por el bosque, deteniéndose de vez en cuando para silbar. Al fin oy6 un débil silbido y siguiéd la direccién del sonido hasta llegar al lugar donde se encontraba Pepito, prendido en una zarza. Azucena echo unos polvitos magicos sobre la zarza y canté: Polvitos magicos, liberad al pobre Pepito de la zarza en que se halla prendido. Se produjo un resplandor, y al instante Pepito volvid a su jaula. La anciana se puso muy contenta. Pero Azucena estaba tan cansada que deseaba regresar a casa cuanto antes para meterse en la cama. —éPor qué no intentas volar? Azucena se volvid y vio a la reina de las hadas. —Te felicito, querida. Como todas Jas hadas buenas, has aprendido a sonreir y ser amable con los demas. Te has merecido tus hermosas alas. iVuela, querida! Azucena jamis se habia sentido tan feliz. iPor fin era un hada como las demas! Wis 4). T odos los dias, Osito Pequefio se dirigia al roble que crecia en el lindero del bosque para practicar el tiro con arco. Practicaba y practicaba hasta que los brazos le dolian de sostener el arco y los dedos se le entumecian de agarrar las flechas. Pero por mas que se esforzaba, apuntando con gran cuidado, no lograba hacer blanco en el inmenso roble. Entonces hizo una pequefia trampa y se aproximé més, pero ni aun asi consiguié acertar, Se aproxim6 todavia més, cada vez més, hasta que estuvo tan cerca que ya no podia fallar, y todas las flechas, una detras de otra, dieron en el tronco del arbol. Osito Pequefio se sentia un poco avergonzado de si mismo, y también cansado de practicar todo el dia. Se echo, pues, el arco al hombro, metié las flechas en su cinto y se adentré en el bosque, atento a divisar las huellas de algun bufalo, algun lobo o algun ciervo. Pero lo unico que vio fueron las diminutas huellas de los ratones de bosque y las vacilantes pisadas de los conejos. Osito Pequefio se arrodillé y aplicé el oido a tierra. iAtenci6n! (Seria aquel estrépito el de las patas de un bufalo? éUna manada de ciervos brincando por el bosque? £Un lobo avanzando con paso sigiloso? No. Solo podia ser una pareja de chimpancés caminando sobre las hojas, un lagarto verde deslizAndose por entre la hierba y un topo, deslumbrado por la luz, abriéndose paso torpemente por entre los helechos. age te @ aa SV \] 2 sg Comenzé a dar gritos y a batir el agua con su arco. Al instante, el Aguila remonto el vuelo y el castor, libre ya de su pesadilla, se ; precipité hacia su refugio. J Las ondas en el agua se extendieron en torno a la pequefia isla y se desvanecieron lentamente. Osito Pequefio aguardé. Nada ; se movia, y él se alegr6, porque ya no deseaba cazar al castor. No queria Jastimarle para obtener ‘una gorra o una aljaba para 4 sus flechas. Le alegraba 2 saber que el castor > * habia conseguido iy Subitamente, surgida del cielo, sobre el agua aparecié un dguila gigantesca que se abalanzé sobre el desprevenido castor, con las poderosas garras extendidas para atrapar al animal. El castor se volvié y la inmensa ave remonté el vuelo, para luego descender nuevamente. El aterrado animal se encaram6 en la rama mientras las inmensas alas se abatian sobre él. El castor estaba paralizado por el terror, indefenso ante la feroz Aguila que pretendia atraparle. Osito Pequefio no podia apartar la vista del castor. De pronto, se sintié leno de indignacién. Aquel castor era suyo. is. i GOBOBIONEE volvieran y penetraran en la iglesia. jubieron la empinada De Piitto, uno de los mu xclan las campanas aeeE {timo rincén del edificio. Abrumados por el espantoso estrépito y revolotear de los murciélagos, Gobolino y el caballito de madera se refugiaron junto a la pared. Hecha, al fin, la calma, los dos amigos, exhaustos tras tantas aventuras, se quedaron dormid: Al despertar, observaron asombrados que los murciélagos habian regresado en silencio. Tras bostezar y desperezarse, Gobolino se volvié hacia ellos para dirigirles la palabra: —Caballeros, ino os dais cuenta del éscandalo que organizais todas las noches al dejar que las campanas Tepiquen sin parar? Los aldeanos estén convencidos de que la iglesia esta encantada. éNo prefeririais trasladaros a otro lugar? —Si, si—dijeron los | murci¢lagos—, esto es muy Tuidoso y hay poco espaci —Pues en el Monte Huracan, donde yo vivia antes, hay os estaré agradecido, mis buenos amigos. cientos de cuevas vacias. Conque ambos emprendieron el iHay sitio para miles de camino hacia Monte Huracén en busca murciélagos! de Salima, la hermana de Gobolino. El No nos engafias? éEstas seguro? camino era largo y fatigoso, pero al fin Desde luego! Pero tendréis que divisaron la inmensa montafia carmesi. rar en las cuevas con gran sigilo, No se apercibieron de una nubecilla que alli, en la cueva més alta, vive negra que se formaba sobre los picos, una bruja, la cual, sila hacéis enfadar,os una nube que giraba y oscilaba a medida cofivertira en cualquier cosa horrible. que aumentaba de tamafio. La nube # De dos en dos, los murci¢lagos flieron solténdose de las cuerdas y partieron en el temprano amanecer hacia Monte »Huracan. Mas tarde, aquella misma maifiana, el sacerdote se despidié muy satisfecho de Gobolino y el caballito de madera. —Apenas puedo creerlo. éQuién iba a pensar que el encantamiento que tenia al pueblo atemorizado no era otra cosa que murciélagos que se sujetaban y se soltaban |f de las cuerdas de las campanas? Siempre empez6 a avanzar hacia ellos, al tiempo que se ojan unos chillidos. El caballito de madera alzé la vista y vio la nube que descendia cada vez mas, hasta situarse justo a ras de la Ilanura. En seguida comprendié que eran los murciélagos que regresaban. |A por ellos! iVenganza, venganza! —chillaban los murciélagos lanzéndose contra los dos amigos. Estos agacharon 20 instintivamente la cabeza, y al instante se vieron rodeados de garras y dientes que les atacaban por doquier. Gobolino repartia mordiscos y arafiazos a diestro y siniestro, mientras el caballito la emprendia a coces. Hirieron a varios murciélagos, pero seguian apareciendo mas. Al fin hubo un alto en la batalla, que el caballito de madera aprovecho para levantarse sobre sus patas traseras y gritar: —iBasta! iBasta! éA qué viene que estéis tan furiosos? —iPromesas! iPromesas! No son mas que palabras vanas y mentiras. Tan pronto como instalamos a nuestras familias en su nuevo hogar, la malvada gata de la bruja nos oblig6 a marcharnos. Ahora tendremos que regresar a la iglesia. —iEsperad, por favor! —suplicd Gobolino—. Me dirijo a Monte Huracan para ayudar a mi hermana Salima, la gata de la bruja. Puede que a cambio de mi ayuda permita que os quedéis en Jas cuevas. Los murciélagos, apaciguados, convinieron en que aquello era mejor que volver a la iglesia. Algunos de ellos enlazaron sus alas para formar dos hamacas voladoras, sobre las que se subieron Gobolino y el caballito, y volaron hasta legar al pie de Monte Huracan. Tras dejar a los murciglagos instalados en unas conejeras para pasar la noche, ambos amigos iniciaron el escarpado camino de ascenso a la cumbre del monte. El sendero era tortuoso. El sol se puso y las montafias aparecieron sombrias y amenazadoras. Los dos amigos Ilegaron a.una cueva vacia y decidieron quedarse a dormir alli hasta que amaneciera. Cuando despertaron, la cueva estaba inundada de luz. En el centro de Ja misma habia una pequefia gata negra con aspecto receloso y feroz y unos ojos verdes que lanzaban chispas. —iHermana! iMi hermana Salima! iSi eres tu! Ambos gatos se abrazaron, lamiéndose y ronroneando de alegri —Vine tan pronto como el biho me entregé tu recado. éPor qué me mandaste llamar, hermana? Los ojos verdes de Salima se llenaron de lagrimas. —Deseo ser una gata faldera —sollozé—. Estoy mas que harta de ser la gata de una bruja y de pasarme la vida cometiendo fechorias. Eso ya no me divierte. Quiero ser buena como tu. —éPero dejard la bruja que te vayas? —Oh, no, jamas. Me iré al amanecer, aprovechando que = duerme tras haberse pasado toda ~ la noche vagando por ahi. —Pero dy si se despierta y ve que te has marchado? —Pues saldra en mi busca —contest6 Salima con una carcajada y secdndose los ojos—. Pero si atravieso una corriente de agua no podra atraparme. Las brujas no pueden atravesar las corrientes de agua, ipero los gatos de las brujas si pueden! Si de veras quieres ayudarme, esto eslo que % debes hacer: mi ama es muy vieja y esta casi ciega, de modo que no se dara cuenta si ti ocupas mi lugar durante unas horas, las suficientes para darme tiempo a alcanzar el arroyo y atravesar la Ilanura. Gobolino se eché a temblar ante aquella proposicién. Pero écémo iba a negarse a ayudar a su hermana? Ademis, tenia que pensar en los murciélagos. Si ayudaba a Salima a escapar, los murciélagos se instalarian en las cuevas y dejarian en paz la iglesia. No habia otra solucién. ‘A la majiana siguiente tendria que regresar a la temible cueva de la bruja. Y/, nei estado plan de Sakina? Lo striae ene admero 34) E nuna cueva en medio del bosque vivia un brujo que practicaba las artes magicas. La gente le temia y le hacia regalos para congraciarse con él: un racimo de platanos maduros, unas ciruelas o pescado fresco del rio. Pero los regalos no ablandaban al brujo, quien se los comia y esperaba a que le Ilevaran mas. En el bosque vivia también una nifia llamada Lali. Cuando no tenia otra cosa que hacer, se escondia entre los matorrales y observaba la cueva donde vivia el brujo, pues le gustaba verle salir con su escoba de hojas secas para ponerse a barrer. Siempre que barria la cueva, sacaba fuera todas sus pertenencias, para poder barrer los rincones. Tenia tantas cosas, que Lali suponia que debia ser muy rico. En el interior de la cueva habia més cosas que en todo el bosque. Una tarde, mientras Lali miraba desde su escondrijo, paso frente a la cueva un tigre listado. El brujo se asomo a la puerta y dijo amablemente: —Buenas tardes, tigre. No quieres entrar y cenar conmigo? Tengo comida suficiente para los dos. —Gracias —contest6 el tigre. Y penetré en la cueva. Lali espero y esper6, pero el tigre no volvid a aparecer. Cuando el brujo salié de la cueva, Lali vio que tenia un nuevo objeto: una alfombra a rayas. Y Lali se pregunto de donde la habria sacado. Jamas habia visto una alfombra igual. Otra tarde pasé frente a la cueva un mono gris con un rabo muy largo. El brujo se asomé a la puerta y dijo amablemente: —Buenas tardes, monito. No quieres entrar y cenar conmigo? Tengo comida suficiente para los dos. —Gracias —dijo el mono gris. Y penetr6 en la cueva. Lali esperé y esperd, pero el mono no volvié a aparecer. La proxima vez que el brujo salié para barrer su cueva, Lali vio que tenia un nuevo objeto: un sombrero de piel gris con una larga borla. Lo Ilevaba puesto mientras barria y la borla se balanceaba de un lado a otro. Lali nunca habia visto un sombrero semejante. Y otra tarde paso frente a la cueva un papagayo rosa. EI brujo se asomé a la puerta y dijo amablemente: —Buenas tardes, papagayo. No quieres entrar y cenar conmigo? Tengo comida suficiente para los dos. —Gracias —dijo el papagayo. Y penetro en la cueva. Lali esperd y esperé, pero el papagayo no volvié a aparecer. La proxima vez que el brujo salié para barrer su cueva, Lali vio que tenia un nuevo objeto: un abanico hecho de plumas rosas. Esta vez la nifia adivin6 lo ocurrido. Comprendié que el brujo habia hecho un abanico con las plumas del papagayo. Y adivino también lo ocurrido al tigre listado y al mono gris. Se habian convertido en una alfombra y en un sombrero gris con una borla. Lali decidié que no permitiria que el brujo, con sus artes magicas, | la convirtiera a ella en un objeto. Pero un dia, mientras estaba oculta, vio que el brujo dormia y entré de puntillas en la cueva para contemplar los artilugios magicos que el brujo empleaba para hechizar a la gente. Vio un hueso en un rincén, y pensd que acaso fuera un hueso magico. Cuando iba a cogerlo, el brujo se incorporé y la agarré con fuerza. —Hola, negrita —dijo amablemente—. éNo quieres quedarte a cenar conmigo? Tengo comida suficiente para los dos. —No, gracias. Ya he cenado. iNo importa! Quédate a compartir mi cena. Si no aceptas voluntariamente, tendré que obligarte. —Muy bien —dijo Lali, sabiendo que no podia escapar del brujo, que era muy fuerte y astuto. EI brujo empezé a remover el caldo que tenia al fuego. —iQué cosas tan bonitas hay en su cueva! Debe tener todo cuanto necesita. —Hay una cosa que me falta: un taburete para sentarme. —iQué clase de taburete? —Un pequeiio taburete negro. Lali comprendié en seguida que debia andarse con mucho cuidado si no queria acabar convertida en un taburete negro. Cuando el caldo estuvo listo, el brujo lo sirvié en dos cuencos. Y cuando creyé que Lali no le observaba, eché una pizca de polvos en uno de los cuencos y mascullé unas palabras magicas. Dio a Lali aquel cuenco y él se quedé con el otro. Pero mientras iba a buscar dos cucharas, dando la espalda a Lali, ésta cambié de sitio los cuencos, y dio al brujo el que tenia los polvos mégicos. —iT6mate el caldo! iAnda, sé buena chica! —Es que esté muy caliente. —Pues sopla. Lali soplé el caldo. —iAhora toma la cuchara y cémetelo! —dijo el brujo, moviéndose alrededor. —Es que no sé utilizar la cuchara, porque en mi casa no tenemos. Por favor, enséfieme cémo debo manejarla. —Fijate en mi. Sostienes el mango asi y metes el otro extremo de esta manera. Luego te la llevas a la boca y te tomas el caldo. EI brujo tomo una cucharada y ella traté de imitarlo. Pero las manos le temblaban tanto que derramé el caldo en el suelo. —iApresurate, apresurate! Haremos una carrera a ver quién se lo acaba primero. Lali comia tan deprisa como podia, pero el brujo le sacaba ventaja. Tan pronto como el brujo termindé de tomarse el caldo, empez6 a encogerse, haciéndose su cabeza cada vez mas plana y sus piernas cada vez més cortas. Y en menos que canta un gallo se habia convertido en un taburete negro. Lali echo un vistazo por la cueva y halld el bote de los polvos magicos que el brujo habia echado al caldo. Derramé un poco de aquellos polvos sobre la alfombra, el sombrero y el abanico, y éstos se transformaron. de nuevo en un tigre, un mono y un papagayo. Lali y los animales se pusieron a bailar de alegria y luego corrieron a sus casas para contarselo a sus madres. Y a pesar de que el brujo ya no era sino un taburete negro de lo mis inofensivo, jamas volvieron a acercarse por su cueva. © comprendo —decia la babosa con tristeza— por qué nadie quiere a las babosas. No huelo mal, no hago ruido, soy educada y muy atractiva, aunque esté mal que lo diga yo. Entonces aparecié una mariquita. divertir a los nifios. Les gusta cantar para mi. La mariquita se alejé cantando un bello estribillo: “Mariquite, mariquita, corre a tu nido. Tu casa esté ardiendo y tus hijos se han ido.” 28 —Hola, babosa. Porque ti eres una babosa, éverdad? —Claro que si. No sé por qué pones esa cara, —iUFl Sera porque eres muy pringosa. Bueno, me voy volando. Tengo que ir a La babosa se sentia mds triste que nunca. Deseaba que los nifios cantaran para ella. =Nadie quiere a la babosa —dijo con un suspiro, mientras se deslizoba por el sendero del jardin. En aquel momento un mirlo se pos6 delante de ella. —IUF! —exclamé el mirlo—. Pensaba comerte, babosa, pero tienes un aspecto tan repelente que se me han quitado las ganas. —iMenos mall El caso es que yo me encuentro muy guapa. —IQué ocurrencia! —se mofé el mirlo—. Bueno, me voy volando. Yo les canto a los nios y luego ellos Yel mirlo se alejé cantando: “En lo alto de los tilos, cantan alegres los mirlos.” | La babosa estaba muy triste. Deseaba que los nifios cantaran para ella. —Nadie quiere a las babosas —suspiré. 29 2Qué son esos bultos tan horribles que te salen de la cabeza? =No son bultos, sino mis antenas. Y me son muy tiles. —iBah! Bueno, me voy volando. Yo les canto a los nifios y luego ellos cantan para mf esta cancién: “Todos los péjaros de! universo manifestaron gran desconsuelo al saber que el petirrojo habia muerto.”” La babosa estaba desesperada. Deseaba —Estoy de acuerdo contigo —dijo una voz. que los nifios cantaran para ella. La babosa alzé la vista y vio a un apuesto —Nadie quiere a la babosa —suspiré—. No caracol apoyado en el tallo de un repollo—. me lo explico. No huelo mal, no hago ruido, Te vengo observando atentamente y no soy educada y muy atractiva, aunque esté creo que exista criatura mds encantadora mal que lo diga yo. que 10, aparte de los caracoles, claro esté. 30 —Sies asi, explicame por qué nadie ha dedicado una cancion a las babosas. —Pues porque esas canciones son horribles y ti muy guapa —contesté el caracol—. &No te has fijado en lo estépidas que son las letras de esas canciones? —Bueno, si, pero me encantaria que alguien me dedicara una cancién. por dondequiera que vas. Y la babosa se sintié més feliz que nunca. En el préximo nimero de LA CASITA DE PAPEL vuela hasta los jardines de un rey. no lo hi por culpa de un inoportuno aetiate del director ni porque los quedaran dormidos tocando. in EL SABELOTODO un hombre que se cree muy listo cambia su condicién por el de mujer durante un dia. La popular cancién UNA TARDE FRESQUITA DE MAYO completara el nimero 34.

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