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Ciclo Académico- 2021- Cronograma y propuesta de trabajo

Cátedra: “Sistemas Psicológicos Contemporáneos”

Docente: Lic. Cecilia Ferrero

Equipo: Lic. Victoria Klocker y Ayudante Alumna Victoria Piva

Horario: Martes de 16 a 18

Metodología de Trabajo: AULA VIRTUAL DE PSICOLOGÍA (AVP)

El objetivo de los mismos es trabajar los contenidos de la materia desde una perspectiva
práctica, es decir se propone que el alumno pueda fortalecer la comprensión de los
problemas que los sistemas psicológicos contemporáneos nos plantean a través de
actividades didáctico pedagógicas y actividades de ejercitación específicas según lo
planificado por cada docente para las unidades de la materia.

Las Clases serán semanales, se realizarán de manera virtual y en directo a través del
programa MEET, a tal fin se subirá el enlace al foro unos minutos antes del horario del
práctico para que el alumno pueda ingresar a la reunión virtual.

Esta comisión de trabajos prácticos trabajará con dos grupos (1 y 2):

 Grupo 1: Alumnos con apellidos desde la letra A a la letra L inclusive


 Grupo 2: Alumnos con apellidos desde la letra M a la letra Z

Las dos primeras semanas por única vez se trabajará como consta en el cronograma que
se presenta a continuación para poder realizar la presentación y trabajar la consigna
correspondiente a la unidad 1. Luego se continuará trabajando semanalmente únicamente
con un grupo tal como se detalla:

FECHA ACTIVIDAD
11 de mayo 16:00 Grupo 1: Presentación de la modalidad de trabajo-Consignas
Unidad 1

17:00 Grupo 2: Presentación de la modalidad de trabajo-Consignas


Unidad 1

18 de mayo 16:00 Grupo 1: Trabajo Práctico sobre UNIDAD 1 ejes epocales

17:00 Grupo 2: Trabajo Práctico sobre UNIDAD 1 ejes epocales


25 de mayo FERIADO
1 de junio Grupo 1: Trabajo práctico sobre UNIDAD 2 Historia e Historiografía
8 de junio Grupo 2: Trabajo práctico sobre UNIDAD 2 Historia e Historiografía
15 de junio PARCIAL 1
22 de junio Grupo 1: Trabajo práctico sobre Unidad 4 Psicoanálisis
29 de junio Grupo 2: Trabajo práctico sobre Unidad 4 Psicoanálisis
6 de Julio FERIADO
17 de agosto Evaluativo TP 1
24 de agosto Grupo 1: Trabajo práctico sobre Psicología Cognitiva
31 de agosto Grupo 2: Trabajo práctico sobre Psicología Cognitiva
7 de Septiembre Grupo 1: Trabajo práctico sobre Psicología Hermenéutica
14 de septiembre Grupo 2: Trabajo práctico sobre Psicología Hermenéutica
21 de septiembre FERIADO
28 de septiembre Evaluativo TP 2
6 de octubre PARCIAL 2
16 de octubre RECUPERATORIO PARCIAL
19 de octubre Recuperatorio de Trabajo Práctico

Las consignas que se trabajarán en cada espacio sincrónico serán para resolver de manera
grupal, para tal fin en el espacio de la comisión se encuentra habilitado un documento drive
para la formación de grupos. Para ubicarte en un grupo, debes ir a ese documento y
anotarte, ya que es autoeditable. Los grupos serán de 6 personas.

Habrá 2 instancias de evaluaciones prácticas y 1 recuperatorio, la evaluación de los


espacios de trabajos prácticos será a través de la herramienta CUESTIONARIO en el AVP,
donde se evaluarán contenidos teóricos- prácticos de la bibliografía en la fecha que también
consta el cronograma. El horario será dispuesto por la docente y postulado con antelación.

En el Bloque del AVP correspondiente a esta comisión de trabajos prácticos, encontrarán


un Foro de consultas donde pueden preguntar aquellas cuestiones relacionadas al
funcionamiento del espacio de trabajo. Importante: las consultas no serán respondidas de
manera inmediata sino que al finalizar cada semana. Las consultas pueden ser respondidas
por Cecilia Ferrero, Victoria Klocker o Victoria Piva.

Esta comisión no utiliza redes sociales, sino que la vía de comunicación es a través del
Foro de consultas ubicado en el espacio de la comisión.
Emergentes problemáticos de la psicología en pandemia,

Bienestar Psíquico, Género, diversidad.

PARTE I

Patricia Altamirano

1. Introducción

Este texto tiene como objetivo trabajar la Ley de Salud Mental desde distintas

perspectivas. En un inicio presentamos la Perspectiva de Derecho, sobre la que está

construida la legislación. Luego, expondremos antecedentes a esta normativa, haciendo

especial énfasis en el modelo psiquiátrico tradicional que representa la matriz anterior

sobre la que discute e interpela la perspectiva de derechos. En el apartado siguiente

desarrollaremos la perspectiva crítica, que formula los límites, las complicaciones y

problemas de la ley. Revisaremos también cómo la pandemia ubica los problemas de

salud mental en primera línea de las políticas de estado. Y finalmente, analizaremos un

ejemplo de política de salud mental que esta siendo desarrollada desde la facultad de

psicología, que implica acciones de investigación, capacitación y servicios.

2. La Ley de Salud Mental y la Perspectiva de Derechos.

La sanción de la Ley de Salud Mental congratuló a toda la comunidad de

profesionales, trabajadores y usuarios que se vinculan con ámbito de la Salud Publica,

en general, y la Salud Mental, en particular. Esta legislación implica un progreso

relevante para la salud y tiene un impacto en la planificación de políticas adecuadas al

contexto de la pandemia y el aislamiento social obligatorio.


Para que esta adecuación se efectuara resultó indispensable que la promulgación

de la legislación nacional reforzara la atención en Salud Mental y la coloque en

términos de derecho humano fundamental para todas las personas; en concordancia con

normativas de referencia a nivel regional, internacional y de acuerdo a la Constitución

Nacional en vigencia desde 1994.

Los antecedentes de esta legislación son una serie de instrumentos jurídicos de

alcance nacional e internacional y recomendaciones de organismos como la

Organización Mundial de la Salud (en el marco de las Naciones Unidas) y la

Organización Panamericana de la Salud (en la Organización de Estados Americanos)

que a continuación repasaremos. En 1990 la Declaración de Caracas interpeló al modelo

manicomial y promulgó los derechos de las personas con padecimientos mentales. Lo

logró trascendiendo el plano meramente enunciativo sugiriendo efectivamente políticas,

estrategias y prácticas orientadas a garantizar efectivamente esos derechos. También, la

legislación del Derecho de Protección de las Niñas, Niños y Adolescentes, la

Convención Internacional de las Personas con Discapacidad, la Ley de Derechos del

Paciente y su posterior reglamentación anteceden como esfuerzos sistemáticos en

incorporar la perspectiva de derechos a los marcos reguladores.

Las infancias, personas con discapacidad y personas que están atravesando por

un padecimiento mental fueron los últimos colectivos en ser reconocidos como sujetos

de pleno derecho. Y la adopción de estas recomendaciones permitió construir un

modelo que avanzó en el abandono de prácticas paternalistas, individualistas y

autoritarias.

Aunque las modificaciones que proponen estas normativas en los sistemas

asistenciales, los hospitales monovalentes y las estrategias de atención en salud no


produjeron un cambio concreto en la vida cotidiana de esas instituciones, en el plano

institucional significó un replanteo importante.

La Ley y la perspectiva de derechos, entonces, rechaza los hospitales

especializados en psiquiatría y Salud Mental, indicando que los manicomios,

neuropsiquiátricos e instituciones de internación monovalentes, públicos o privados son

instituciones cuya forma de funcionamiento conduce a prácticas obsoletas e inoperantes,

estadías prolongadas injustificadamente y consecuencias de hospitalismo y anomia.

Esto queda explicitado en el Art. 27 donde se establece que serán “dispositivos

alternativos” los que sustituirán a las instituciones de internación monovalentes. Los

supuestos que subyacen al modelo de los hospitales especializados irían en detrimento

del planteamiento de la Ley, en tanto promueve sostener las instituciones de encierro y

no apelar al desarrollo dispositivos que tiendan a acciones de inclusión social, laboral y

de atención en Salud Mental comunitaria.

Es importante destacar que la transformación que la ley propone tiene

antecedentes importantes y una larga historia de críticas hacia las prácticas

tradicionales, autoritarias y paternalista, que suponen que los/as pacientes son actores

que carecen de derechos.

Estas críticas terminaron interpelando las propias políticas públicas de tal

manera que la Ley N°26.657 recoge distintas experiencias donde ya se había

comenzado, por ejemplo, con el cambio de denominación de los sujetos, de “pacientes”

a “usuarios” y de “enfermos” a “sujetos con padecimiento mental”. Así, se hizo

menester dejar de hablar de menores para comenzar a llamarlos/as niños, niñas y

adolescentes; mientras que el término adecuados para nombrar a los antes considerados

alienados, locos, pacientes sería personas usuarias de los servicios de Salud Mental. El

reconocimiento de otros determinantes trajo aparejada una redefinición de la persona


usuaria, que pasó de ser concebido como alguien incapaz y alienado para ser definido

como una persona jurídica con derechos y obligaciones (Barrenechea, Obermann y

Tallarico, 2011).

De esa forma, se instala una serie de cambios en la concepción de Salud Mental,

comprendida como, según el Art. 3 de la Ley, “un proceso determinado por

componentes históricos, socio-económicos, culturales, biológicos y psicológicos, cuya

preservación y mejoramiento implica una dinámica de construcción social”.

En ese sentido, la norma considera también que se trata de “un estado de

bienestar en el cual el individuo es consciente de sus propias capacidades y con

capacidad de hacer una contribución a su comunidad”.

También, la legislación interpela a las perspectivas tradicionales apuntando a la

causalidad prioritariamente psíquico-biológica de los padecimientos y su caracterización

ajena al contexto donde se desarrolló. Critica la naturalización de la locura, discute la

idea de tratar a las personas con padecimiento mental temporal como “enfermos

permanentes “e incluye en todas las problemáticas, las condiciones de vida, familiares,

sociales, económicas, y culturales vinculadas a la instalación y progreso de su

padecimiento.

La Ley de Salud Mental parte del reconocimiento de la autonomía de personas

con patologías psíquicas y sin que pierdan su condición de ciudadanía y sus derechos.

Además, ofrece recursos para la comprensión de la importancia de que el proceso de

curación se realice, preferentemente, fuera del ámbito de internación hospitalaria. Este

cambio de modelo deja de entender a las personas usuarias de los servicios de Salud

Mental como objeto de asistencia, para considerarlas personas con derecho.


Además, este proceso permitió visibilizar, no solo el vínculo del

condicionamiento sociales políticos culturales económicos con el dolor psíquico, sino

determinar que algunas “patologías “no son tales, sino que forman parte de las

condiciones de vida de las personas que padecen (pacientes sociales). Los pacientes

sociales son sujetos que han sido internados y que se transforman en usuarios habituales

del sistema no por tener padecimientos mentales, sino que no tienen red de contención

familiar comunitaria, ni una economía sustentable o cobertura social frente a la

adversidad.

Al respecto del reconocimiento de otros determinantes, la letra de la Ley

sancionada específicamente indica que la Salud Mental, tal como la define la OMS, es

un proceso multidimensional atravesado por componentes históricos, socio-económicos,

culturales, biológicos y psicológicos, cuya preservación y mejoramiento implica una

dinámica de construcción social vinculada a la concreción de los derechos humanos y

sociales de toda persona. En ese sentido, la norma establece específicamente que el

sufrimiento psíquico constituye un fenómeno que debe ser tratado de manera diferencial

por los órganos sanitarios y de legislación. Esta concepción permitiría pensar y

desarrollar políticas públicas adecuadas y específicas para su abordaje, que evitan la

patologización de la pobreza.

Según la ley, toda la trayectoria de las personas con padecimiento desde que se

convierte en usuario del sistema requiere, un enfoque interdisciplinario. En tanto las

afecciones psíquicas son parte de un complejo de determinantes, no es solo una

disciplina la que puede ser efectiva para su correcto diagnóstico, pronostico, tratamiento

y seguimiento. La ley enfatiza que el campo de la Salud Mental no es propiedad

exclusiva de una disciplina y es por ese motivo que establece que estas deben trabajar

conjuntamente en un abordaje interdisciplinario (Gorbacz, 2012). Esta perspectiva


considera complementarios e iguales en el plano las distintas profesiones: psiquiatría,

psicología, trabajado social, enfermería, comunicación social, acompañamiento

terapéutico y terapia ocupacional.

Así, la legislación propone y fomenta la participación de profesionales de

distintas disciplinas en todo el proceso de vinculación con los destinatarios, toma de

decisiones y conducción y gestión de equipos de Salud Mental. Si bien solo la

Medicina como profesión tiene las incumbencias profesionales para la medicación, esta

se encuentra incluida en una estrategia de abordaje más amplia para poder ser eficiente

con las personas de padecimiento psíquico.

Por otro lado, la perspectiva de derechos le retorna la decisión a la persona con

padecimiento de abandonar el tratamiento y la internación en el momento que desee. En

ese sentid, la Ley Nacional se inscribe en la postura de entender que el sujeto que

padece es sujeto de pleno derecho y por ese motivo, salvo en situaciones especiales, es

su decisión la que se tiene en cuenta para la permanencia o abandono del tratamiento.

La normativa procura proteger el derecho del usuario apelando a una adecuada defensa

técnica sometiendo a sus abogados a los criterios del equipo técnico tratante. Como

dijimos, rechaza el modelo tutelar en reemplazo del reconocimiento a la voluntad del

usuario. Con ese objetivo, quita de las competencias del Ministerio Público de la

Defensa la designación de la autoridad del órgano de revisión1 y la atribuye al

Ministerio de Salud de la Nación como entidad de revisión.

1
Ley de Salud Mental: Art. 38. - Créase en el ámbito del Ministerio Público de la Defensa el Órgano de Revisión con el objeto de
proteger los derechos humanos de los usuarios de los servicios de Salud Mental. Art. 39. - El Órgano de Revisión debe ser
multidisciplinario, y estará integrado por representantes del Ministerio de Salud de la Nación, de la Secretaría de Derechos Humanos
de la Nación, del Ministerio Público de la Defensa, de asociaciones de usuarios y familiares del sistema de salud, de los profesionales
y otros trabajadores de la salud y de organizaciones no gubernamentales abocadas a la defensa de los derechos humanos.
También, la Ley N° 26657 objeta los criterios de internación. Erradica la

“peligrosidad” como causa de internación para adjudicarla al concepto de “riesgo cierto

e inminente”2. Esta lógica propone que la persona que está en una situación de crisis

amerita esa internación, pero apenas cese y esté en condiciones de evitar los riesgos

para sí y para terceros, debe ser dada de alta y acompañada en el proceso de vivir en

comunidad. Es decir, promueve que los espacios de atención de patologías específicas o

de atención en crisis, solo sean utilizados en momento puntuales.

Otro elemento de importancia en esta perspectiva es la mirada comunitaria

direccionada hacia la atención primaria en Salud Mental. Esta propuesta prioriza que el

sistema se articule con los recursos que los colectivos y las comunidades tratando de

garantizar el derecho a la salud integral, donde los medicamentos son un medio

importantísimo, pero nunca un fin en sí mismo. Ciertamente, un sistema tan

acostumbrado a prácticas sencillas, vinculadas a un tipo exclusivo de tratamiento

(medicación), centrado en el aislamiento puede evidenciar resistencias y dificultades al

momento de adaptarse a una perspectiva que incorpore nuevas terapias, nuevas

disciplinas, vinculaciones con los contextos sociales, la utilización de recursos humanos

y de redes asistenciales de la comunidad. Se recupera la atención primaria y la

revinculación de las personas usuarias en sus comunidades, como las estrategias

centrales de un paradigma de derechos. Se trata de considerar la complejidad del campo

2
Art. 20. - La internación involuntaria de una persona debe concebirse como recurso terapéutico excepcional en caso de que no sean
posibles los abordajes ambulatorios, y sólo podrá realizarse cuando a criterio del equipo de salud mediare situación de riesgo cierto e
inminente para sí o para terceros. Para que proceda la internación involuntaria, además de los requisitos comunes a toda internación,
Debe hacerse constar: a) Dictamen profesional del servicio asistencial que realice la internación. Se debe determinar la situación de
riesgo cierto e inminente a que hace referencia el primer párrafo de este artículo, con la firma de dos profesionales de diferentes
disciplinas, que no tengan relación de parentesco, amistad o vínculos económicos con la persona, uno de los cuales deberá ser
psicólogo o médico psiquiatra; b) Ausencia de otra alternativa eficaz para su tratamiento; c) Informe acerca de las instancias previas
implementadas si las hubiera.
de la salud desde una perspectiva que contemple el contexto socio histórico y que

despliegue estrategias de abordaje que autoricen, que escuchen la palabra de quien

padece y que contribuyan a la constitución de redes que permitan le permitan

reinsertarse en la sociedad en la que vive.

La normativa argumenta que esta conformación es beneficiosa por los aportes

que pueden realizarse desde las distintas áreas en un contexto de avance de las ciencias,

de innovaciones tecnológicas, cada vez más importantes y de una constante renovación

de conocimientos médicos y psicológicos. Así visto, la asistencia en el campo de la

Salud Mental por un equipo garantiza los conocimientos de cada disciplina y procesos

de intercambio, interacción y síntesis.

3. Modelo psiquiátrico tradicional

Hasta fines del Siglo XIX los considerados “enfermos mentales” eran recluidos

en asilos donde recibían tratamientos denominados morales con el fin de "restituir la

razón". Estas prácticas médicas controvertidas, incluyendo la inducción artificial de

convulsiones, electroshock, impacto de insulina, lobotomía o leucotomía que

caracterizaron la mirada psiquiátrica tradicional, siguen existiendo en algunos espacios

“terapéuticos”. Estas terapéuticas se usaron ampliamente en psiquiatría, pese a la

evidencia inapelable de los efectos nocivos y el deterioro sistemáticos de los usuarios.

Esta practicas parten de la existencia de asilos, hospitales psiquiátricos,

neuropsiquiátricos, que mantienen a las personas en un aislamiento obligatoria y que

son grandes centro de atención donde solo existen personas con este tipo de afecciones.

Con esa lógica, la psiquiatría desarrollo la concepción “manicomial” que imperó en los

sistemas asilares.
Esta perspectiva tradicional prioriza un modelo biologicista para explicar el

padecimiento y va en sintonía con las formas de afrontar los trastornos mentales

(psicofármacos). Antes de la aparición de la psicofarmacología, las estrategias de

cuidado de las personas con padecimiento eran el aislamiento, la laborterapia,

hidroterapia, terapia de shock eléctrico y otras, este nuevo formato llevó a otro nivel la

atención psiquiátrica. El desarrollo de psicofármacos con un mayor potencial

terapéutico y un mejor perfil de seguridad habilitaron nuevas formas de psicoterapia.

Así se comenzó a indagar la posibilidad de modelos de hospitalización parcial, que aún

hoy sigue vigente. Con la aparición de la psicofarmacología, la psiquiatría tradicional

incluyó diversos abordajes y permitió una humanización de la atención de estas

personas, consolidando lo que llamamos el “modelo psiquiátrico”. Dicho modelo se

caracteriza por la existencia de una primacía de la explicación biológica, la hegemonía

de la atención farmacológica y la consideración de los usuarios como personas que han

perdido sus derechos a manos del efector de salud. El sistema psiquiátrico es

hegemónico y por tanto predominante en el sistema de salud. Se encuentra consolidado

con sus prácticas asilares, asistenciales, farmacológicas y centradas en la mirada

biológica del usuario.

Avancemos sobre aquello que el modelo psiquiátrico tradicional plantea sobre

los determinantes biológicos de las enfermedades mentales. Esta línea afirma que los

procesos mentales y psicológicos son el reflejo de procesos biológicos que ocurren en el

cerebro. Esto implica que aquello que llamamos mente no es prioritariamente un

conjunto de funciones llevadas a cabo por el cerebro que produce las conductas,

acciones cognitivas y comportamientos. Por tanto, siguiendo esta lógica, los trastornos

de la conducta y de la mente, característicos de los trastornos psíquicos, son alteraciones

de la función cerebral, aún en aquellos casos que estas patologías tengan un origen
social, cultural y ambiental. El modelo señala a los desarrollos de la genética como una

de las principales explicaciones sobre los factores que influyen en la aparición de las

enfermedades mentales. La genética y la química del sistema nervioso determinan el

patrón de conexiones entre las neuronas cerebrales y su funcionamiento.

Ahora nos concentremos en la centralidad del medico en los tratamientos y la

prioridad a la terapéutica farmacológica, que es la segunda de las practicas que

caracterizan el modelo psiquiátrico tradicional. La evaluación, el diagnóstico

interdisciplinario e integral y la determinación de los motivos que justifican la

internación requieren de la firma necesaria de un psicólogo o médico psiquiatra. Sin

embargo, para la postura tradicional el médico psiquiatra es el efector de salud que no

debe faltar a la hora del diagnóstico y tratamiento. Las argumentaciones a favor de

dejar en manos de la medicina las más importantes decisiones sobre la persona que

padece están fundadas en que la psicología es una formación de grado y la psiquiatría es

una formación que se realiza luego de poseer la titulación vinculada a la medicina, es

decir de postgrado. Por ello, según esta postura, la psicología no dispondría de los

conocimientos para realizar un diagnóstico diferencial entre patologías generales y

psicológicas por su falta de formación somática de patologías orgánicas o problemas

neurológicos. Mientras que la psiquiatra como formación se encuentra en condiciones

para emitir un diagnóstico integrando conocimientos biológicos, psicológicos y sociales.

En el mismo sentido, el caso de la psicofarmacología deja en claro que solo las personas

que poseen el título de medicina están capacitadas para evaluar a una persona y

determinar si necesita medicación. La psicofarmacología es la base de la terapéutica en

tanto regula los neurotransmisores (dopamina, serotonina, noradrenalina, adrenalina,

histamina, etc.) que actúan sobre las proteínas que modulan la transcripción genética
nuclear, produciendo cambios neuronales estables en el tiempo. Por lo tanto, indicar,

examinar y registrar los efectos colaterales son competencias exclusivas del médico.

El tercer punto que detenta el modelo psiquiátrico tradicional, es la perdida de la

capacidad de decisión de las personas que padecen y que por ende deja en la familia y

allegados la responsabilidad de las formas de proceder. Por lo tanto, las personas que

ingresan a una institución de salud consienten por si mismas o por un familiar, por

escrito que abandonan la capacidad de decidir y se someten a las normas de la

institución. En tanto estas personas institucionalizadas no tienen derecho a decidir sobre

su vida cotidiana, pierden derechos de ciudadanía, mientras dura su hospitalización. La

medicina tiene la potestad de indicar internaciones, intervenciones y todo tipo de

tratamientos al respecto de poder abordar la patología y posibilitar que retorne la

situación de salud. Dependiendo del tipo de patología podría ocasionar la aparición de

conductas riesgosas por parte el paciente (riesgo contra otros o contra sí mismo) y que

atenten contra la terapéutica, si la medicina pierde la potestad de indicar acciones

terapéuticas por encima de las opiniones de las personas enfermas.

Otro aspecto en disputa es que la Ley incluye, dentro del apartado de derechos,

el padecimiento mental como un estado temporal y modificable. Si bien es cierto que en

principio ninguna enfermedad mental es inmodificable, es necesario advertir la

existencia de padecimientos que pueden ser crónicos e irreversibles. La práctica

asistencial, la terapia o el conocimiento de la ciencia todavía no pueden asegurar que las

enfermedades se modifiquen en favor de la calidad de vida del paciente en la totalidad

de los casos. Por lo tanto, incluirlo como un derecho a garantizar resulta difícil de

sostener. El servicio de salud metal debiera, dados los derechos que la normativa

establece, tener espacios exclusivos para la atención de diferentes patologías,

entendiendo que las problemáticas, los abordajes y sus terapéuticas difieren. Tal es el
caso de personas con consumo problemático de sustancias legales e ilegales, por

ejemplo.

Además, la perspectiva psiquiátrica rechaza la expresa prohibición tanto de la

creación de nuevas instituciones específicas de internación psiquiátrica como del

desarrollo de nuevos dispositivos específicos, no generales para las personas que

atraviesan un padecimiento mental. Es por ello que la mirada psiquiátrica, es crítica con

el entramado de la Ley de Salud Mental y muestra divergencia, discrepancias y

conflictos en aspectos sustanciales para su aplicación. Las criticas aceptan que la Ley

N°26657 implica un progreso en cuanto a la norma original, pero también genera

severos cuestionamientos y controversias en la comunidad médica, en general, y

psiquiátrica, en particular. Las asociaciones profesionales argumentan que la norma es

inaplicable debido a problemas conceptuales y prácticos. A la imprecisión de los

conceptos atravesados por una noción de Salud Mental que podría calificarse como

incomprensible, se suma un fuerte sesgo político e ideológico (Mega citado en

Maccagno y Vítolo, 2013).

4. Las perspectivas críticas sobre la ley de salud mental

La perspectiva crítica pone el foco en las actuales condiciones del sistema de

salud, donde el régimen de hospitales generales en los distintos niveles de atención

muestra falencias importantes en su actual función. Resulta difícil imaginar cómo

podrán tomar bajo su responsabilidad la inclusión de pacientes dentro de un sistema

colapsado. En este sentido, la desaparición del sistema de internación monovalente

podría incrementar las terribles condiciones que sufren las personas usuarias. Tampoco

hay claridad sobre los recursos humanos y materiales necesarios para que hospitales

generales recepten este tipo de casos y garanticen su bienestar.


La perspectiva critica se encuentra en las antípodas de la mirada psiquiátrica

tradicional, pero frente a la perspectiva de derechos con la realidad del sistema de salud

existente. En ese sentido, la Ley de Salud Mental, indica que en 2020 ya no debieran

existir instituciones cerradas y de aislamiento, en tanto deben promoverse las prácticas

en comunidad, a partir de nuevos dispositivos3 que eviten la necesidad de la internación

prologada y promuevan la inserción temprana de los usuarios en su contexto social.

Para esa época, según la Ley, los hospitales psiquiátricos, asilos, espacios de

confinamiento que probaban una mirada asilar, debían cerrar sus puertas o

reconvertirse.

Estamos en 2021 y claramente el sistema de salud se encuentra colapsado con el

sumatorio grave del impacto del coronavirus. En el caso del sistema público de atención

de los padecimientos de salud mental, los recursos para la readecuación del mismo no

existieron y los esfuerzos del sistema de salud para readecuarse con los recursos

preexistentes fueron voluntariosos pero ineficaces.

Desde una perspectiva crítica se entiende a la salud como un objeto de estudio

teórico, singular, indivisible, inmensurable, enmarcado en la dialéctica del proceso

salud-enfermedad. Así vista, la salud no puede ser diferenciada como mental, física o

comunitaria, ni es un concepto que representa un derecho.

La nueva Ley define a la Salud Mental como un proceso determinado por

componentes históricos, socioeconómicos, culturales, biológicos y psicológicos, todos

al mismo nivel. Además, utiliza el término sufrimiento o padecimiento mental para

definir el objeto de una legislación. Como consecuencia, desde esta perspectiva hay

3
Tales como, “consultas ambulatorias; servicios de inclusión social y laboral para personas después del alta institucional;
atención domiciliaria supervisada y apoyo a las personas y grupos familiares y comunitarios; servicios para la promoción y prevención
en Salud Mental, así como otras prestaciones tales como casas de convivencia, hospitales de día, cooperativas de trabajo, centros de
capacitación socio-laboral, emprendimientos sociales, hogares y familias sustitutas” (Artículo 11 de la Ley de Salud Mental).
riesgo de encasillar carencias sociales como una patología. En ese sentido, las

condiciones de carestía, indigencia, marginación, déficit económico, cultural o social,

pueden mostrarse y observarse en un padecimiento mental y un dolor subjetivo, pero no

necesariamente constituyen las razones de demanda de asistencia como padecimiento

mental (Hermosilla y Cataldo, 2012).

Por otro lado, la Ley adopta una posición anti psiquiátrica, haciendo responsable

a la psiquiatría de la situación de los manicomios, sin tener en cuenta factores

económicos y políticos. En la Ley se asimila una internación psiquiátrica a una

detención policial y se confunde el derecho a la libertad con el derecho a la salud

(Maccagno y Vitolo, 2013).

Si bien las personas que atraviesan por un padecimiento tienen ciudadanía, las

leyes y reglamentaciones no siempre pueden aplicarse por diversas situaciones (falta de

recursos materiales, humanos, organismo de contralor, desigualdades, etc.). El Estado

generalmente no garantiza el cumplimiento de las mismas para toda la población de

manera igualitaria. Por lo tanto, aunque exista la Ley y esta considere a la persona

usuaria como un sujeto de derecho, no advierte esfuerzos suficientes para poder

garantizar una atención adecuada. Tampoco, la eliminación de las condiciones sociales,

políticas, económicas y culturales que llevaron a las personas a ser usuarias del sistema.

Las situaciones de vulnerabilidad psicosocial que requerirán de apoyos diversos

por parte del Estado, son un limitante frente a la igualdad en el ejercicio de derechos.

En un sistema capitalista, caracterizado por la exclusión social que subsume a amplios

sectores de la población en la pobreza, las estrategias de desmanicomilizar y

desinstitucionalizar son el resultante de la sistemática irresponsabilidad del Estado,

donde la salud es concebida como un gasto.


Esta perspectiva advierte sobre la inexistencia de condiciones para el cierre

definitivo del hospital especializado en Salud Mental. Si bien mantienen las críticas a

las políticas de internación crónica y apoyan la necesidad de mejoras en los

establecimientos y estrategias para sostenerlos, indican que los hospitales generales no

tienen un espacio que permita contener a pacientes con estas patologías. En muchos

casos, estas limitaciones encubren una política de privatización de salud pública.

Afirmación que se asienta en el conocimiento de la desmantelación actual del sistema

de salud y en la imposibilidad estructural de enfrentar la desmanicomilización con un

responsable acompañamiento de prestaciones estatales. Sin una mejora en las

condiciones objetivas de las poblaciones vulnerables el padecimiento psíquico seguirá

creciendo, en particular en condiciones de aislamiento social, coronavirus y el impacto

de reducción de ingresos generales. A la actualidad de la pobreza estructural se le

suman poblaciones que, en situación de aislamiento, ven incrementada la falta de

trabajo que intensifica las condiciones. Esta situación genera un caldo de cultivo para

que aparezcan personas con padecimiento mental.

Las personas han visto cercenadas sus condiciones de vida por el aislamiento y

han sufrido la pérdida de lazos sociales que representan hoy un desafío mayor para los

sistemas de salud mental. Es importante destacar que la orientación de todo el sistema

de salud a la atención de coronavirus deja abandonadas a las personas con otras

patologías, algunas prevalentes, en sistemas generales que no atienden ni a su situación

de económica y de exclusión, ni su padecimiento. Los Estados encuentran limites

concretos para poder responder al incremento de padecimientos.

Si bien la perspectiva de derecho reconoce como principio general a la persona

usuaria de servicios de Salud Mental como un ser capaz y no como objeto tutelado de

protección, es necesario reconocer los límites de esta aseveración. Este punto debe ser
analizado considerando que los derechos de la ciudadanía obtienen sus restricciones

dependiendo del espacio social y económico que les toque transitar frente al

padecimiento mental, sus recursos y capital simbólico en relación a los abordajes del

Estado que son exiguos y restringidos. En la medida en que el equipo de salud trabaje

prioritariamente fuera del ámbito hospitalario, serán las personas que sufren quienes

deberán proveer los recursos básicos de subsistencias, que forman parte de los

problemas del contexto del padecimiento.

La locura cuestiona la lógica de racionalidad del sistema, mientras que la

estructura social está orientada a su exclusión. Son las mismas poblaciones, familias e

instituciones las que discriminan a estas personas. Los procesos de externación forzosa

ya han mostrado su déficit, inclusive en países del llamado primer mundo. Dada la falta

de políticas de inclusión comunitaria, los recursos inexistentes y las alternativas todavía

más costosas que la internación, se considera que el contexto no otorga un soporte

material a las estrategias de abordaje que plantea la Ley.

Desde 2010 a esta parte no existió un incremento del presupuesto en Salud

Mental que permita sostener la transformación y el cambio del sistema que la

legislación propugna. Queda entonces una ley que, sin financiamiento alguno, dejará

afuera a miles de pacientes actuales y potenciales en nombre de la desmanicomilización

y la perspectiva de derechos. Resulta difícil para una persona que proviene de sectores

vulnerables poder ejercer el derecho al trabajo, la cultura, la educación (derechos

económicos, sociales y culturales) y la participación ciudadana (derechos civiles y

políticos), si el Estado no está garantizando estos recursos para toda la población. Y,

sin duda, el trabajo, el hábitat, los lazos sociales, la ciudadanía, la educación y el acceso

a la cultura son factores de protección esenciales para evitar el deterioro de la Salud

Mental.
El problema es que en épocas donde no se interpelan las condiciones mínimas

requeridas en las instituciones de salud en todos sus niveles, tanto pública como

privadas y de la sociedad civil, resulta difícil creer que puedan sustentarse este tipo de

legislaciones. El sistema, tal cual se encuentra, no puede encarnar proyectos que, tal

como proclaman con insistencia, se proponen el logro de un ideal. Aunque loable y bien

intencionado, no puede garantizar los derechos del sujeto de padecimiento mental y la

igualdad de condiciones de acceso a la salud.

En paralelo y como si no hubiera sido advertido por los que generan el marco

regulatorio, aún se conservan políticas, condiciones y estilos de funcionamiento

autoritario, desfinanciado y paternalista. Es difícil concebir la intención de transformar

las políticas de Salud Mental orientadas a otorgar derechos e incluir cuando,

paradójicamente, la región toda estaba siendo impactada por la profundización de

lógicas de fuerte sesgo neoliberal que promovieron procesos de fragmentación y

exclusión social.

Dadas las complejidades inherentes a los procesos de transformación que la

aplicación de la ley implica, deberíamos pensar en cómo garantizar las condiciones de

su implementación. Esto será factible siempre que no sea solamente una estrategia de

simulación del Estado, que, por un lado, otorga derechos que aparecen en el papel, pero

por otro lo invalida con políticas que impiden la transferencia de recursos.

También, la posición crítica indica que los dispositivos alternativos, como el

acompañamiento terapéutico, no se encuentran en estado de desarrollo como para ser

una opción. Y aun cuando morigerarían el impacto del cierre de los hospitales

específicos, tampoco el Estado está dispuesto a invertir recursos para hacerlo posible.

Por lo tanto, los profesionales críticos advierten el peligro que conlleva esta ley al

clausurar instituciones hospitalarias monovalentes, sin otras alternativas sustentables en


la red asistencial. Como establecimos antes, los hospitales generales de ninguna manera

cuentan con los recursos necesarios ni las estructuras apropiadas y específicas para

contemplar las internaciones en Salud Mental, así como tampoco pueden garantizar la

seguridad del usuario ni la de terceros. Asimismo, el servicio social debería estar en

condiciones de garantizar la atención efectiva de la demanda en los hospitales generales.

Esto es, localizar y promover el contacto con los familiares de los pacientes, sobre todo

cuando no se presenten espontáneamente y facilitar la integración de estos al medio

social de origen.

5. Salud mental, coronavirus y aislamiento social obligatorio.

La pandemia despliega transformaciones cruciales de características nunca vistas

para individuos, grupos, instituciones y sociedades. Esta catástrofe masiva genera un

daño para las poblaciones, extendido en múltiples niveles que impacta en la salud en

general y salud mental específicamente. El surgimiento del COVID-19 trajo consigo

valoración y reconocimiento por la salud, la salud pública y también la salud psíquica.

Los fuertes cambios de contextos económicos (pérdida del ingreso, perdida del

trabajo, dificultades de sustentabilidad), políticos (pérdida de derechos, ciudadanías

restringidas, normas de difícil cumplimiento), culturales (ajuste en las rutinas,

aislamiento social, desaparición de lugares de ocio y esparcimiento, teletrabajo),

sociales (colectivos aislados, disminución de la solidaridad).

Desde lo individual, varios son los fenómenos a destacar entre los que puede

mencionarse: confusión, temor, incertidumbre y la probabilidad de la muerte de seres

queridos, se vinculan con estresores sociales. Además, se ha evidenciado el incremento

contundente de algunos trastornos psicológicos: ansiedad, depresión, insomnio y


temores frente a la muerte. También, nos indican que la tasa de trastornos mentales es

más alta aún en personas contagiadas y en los trabajadores de salud que se enfrentan día

a día al virus.

El emergente de una pandemia mundial, según diversos estudios, reveló un

incremento de las emociones negativas (ansiedad, depresión e indignación) y una

disminución de las emociones positivas (felicidad y satisfacción). Por otro lado, el

aislamiento social posterga e imposibilita el poder recurrir a espacios de escucha

contención y asesoramiento y cada uno debe generar estrategias de afrontamiento en

soledad o con poco acompañamiento colectivo. El sistema de salud está orientado casi

exclusivamente a las patologías vinculadas al coronavirus. Esta condición desanima el

acceso a los servicios de salud por problemas asociados, por ejemplo, a la salud mental.

Al incremento de padecimientos psíquico vinculados al momento de la pandemia, se le

suma la intensificación de enfermedades prevalentes. Estas ultimas se vinculan con el

riesgo de infecciones debido a un deterioro cognitivo, poca conciencia del riesgo y

escasos esfuerzos de protección personal. La pandemia también ocasiona síntomas

(estrés, depresión y ansiedad) que, potencialmente, pueden agravar a personas que se

encontraban atravesando un padecimiento mental.

Resulta de interés no perder de vista la demanda de los servicios de contención

en la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Córdoba. Los fenómenos

referidos de más relevancia fueron ansiedad, angustia, tristeza y preocupación por

terceros. Le siguen otro tipo de fenómenos, tal como muestra el grafico, que evidencian

cómo este contexto impactó en términos de salud mental sobre la población de Córdoba.
6. Tareas de la Facultad de Psicología de la Universidad

Nacional de Córdoba

La Universidad se puso en marcha frente a los múltiples requerimientos de salud

de la población. La Facultad de psicología, en alianza con el Ministerio de Salud de la

Provincia y la Facultad de Ciencias Médicas, la Secretaría de Asuntos Estudiantiles de

la UNC, Municipalidad de Córdoba, Facultad de Ciencias Económicas UNC y

Ministerio de Trabajo de la Provincia de Córdoba ha desarrollado diferentes tareas de

investigación, capacitación y servicios dirigidos a responder a necesidades diversas de

la población. Paralelamente, se ayudó a la creación de dispositivos se contención y

acompañamiento psicológico frente a la pandemia, similares a los realizados localmente

en Catamarca, Tucumán, Neuquén y Chile.

Asimismo, derivado de estas experiencias, la Facultad de Psicología ofreció una

Diplomatura Universitaria en Intervenciones en Crisis, Emergencias y Desastres y una

Diplomatura Universitaria en Teletrabajo, junto con una extensa oferta de

intervenciones de extensión vinculadas a la pandemia.


Como política de salud mental, comenzamos antes del aislamiento social

obligatorio, con el servicio de Contención y acompañamiento virtual a personas y

familiares de contagios de coronavirus y/o en cuarentena, puesto en funcionamiento en

marzo y dirigido a proveer un espacio de escucha e información fiable que permita el

tránsito saludable de esta situación de emergencia, fomentando tranquilidad y bienestar

en la población. Esta propuesta se amplió como servicio a las personas que estudian y

trabajan en la UNC.

En el mismo sentido y atentos a las demandas del sector salud, se creó un

dispositivo de servicio dirigido a los efectores de salud que logró generar un espacio de

escucha y contención integral, promotor del bienestar emocional de las personas que se

encuentran permanentemente atendiendo situaciones de riesgo de contagio y

experiencias de muerte. Finalmente, el servicio de Trabajadores esenciales, tuvo como

objetivo el acompañamiento y orientación virtual sobre condiciones laborales actuales y

teletrabajo saludable para quienes trabajan en cuarentena.

Todos los servicios son gratuitos y son conformados por profesionales de la

salud, mayormente de la psicología y el acompañamiento terapéuticos, entrenados

especialmente para las diferentes tareas y constantemente supervisados por la

coordinación de los mismos. En total, considerando los tres servicios mencionados, a lo

largo de estos meses se atendieron casi 3000 consultas referidas a los diferentes campos

de intervención.

Los centros, nodos, equipos, grupos, programas de investigación, han

desarrollado una tarea incansable para poder aportar conocimiento sensible frente a

unos problemas creados, en espera en poder ofrecer y crear insumos para las decisiones

de política públicas.
7. Conclusiones

Hemos visto que, si bien la Ley de Salud Mental N°26657 constituye un avance

en la materia, ha generado diversas reacciones que intentan establecer los aspectos

limitantes de su implementación. Esta legislación inaugura nuevos debates respecto a la

sanción de normativas, por parte del Estado, inaplicables en las condiciones que este

provee. Sin embargo, el avance de nuevas perspectivas más integrales,

interdisciplinarias, complejas y dirigidas a la perspectiva de derechos suscitan

discusiones que echa luz sobre problemas teóricos y metodológicos que subyacen; a la

vez que promueve una oportunidad para esbozar una reflexión continua que apoye los

cambios de perspectiva de cara a solucionar los problemas teóricos-prácticos existentes.

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Emergentes problemáticos de la psicología en pandemia,

bienestar psíquico, género y diversidad.

PARTE II

Patricia Altamirano

Introducción

Mediante el presente texto planteamos la emergencia de las teorías de

genero vinculada a las reflexiones de los problemas psicológicos. El objetivo

es señalar que, mientras las reflexiones de la academia habían naturalizado un

sujeto del conocimiento hetero patriarcal, blanco, varón y de clase media alta

sobre el que versaban las construcciones problemáticas de la psicología, fue la

presión del movimiento feminista la que introdujo perspectivas criticas al

respecto de los objetos y conceptos teóricos de la psicología.

El texto induce definiciones sobre conceptos centrales- sexo, genero, rol,

estereotipo-, al tiempo que hace un recuento de los distintos abordajes de la

psicología en torno al tema de la mujer y las diversidades. También, introduce

las miradas dilemáticas desde los dos principales sistemas explicativos en

psicología (cognitivismo y psicoanálisis) al respecto del género. Además,

incluye conceptos referentes a la diada género-poder y sistemas de dominación.

Finalmente se presentan posturas de vanguardia que impactan en problemas

centrales de la psicología, se incluye la posición de Judith Butler, Paul Preciado

y Helen Hester.

1. Perspectivas y discusiones actuales sobre género.


Los avances en las teorías y debates de género y el crecimiento notorio de los

movimientos feministas- que se multiplican cada vez más- han suscitado nuevos

interrogantes, tanto en el área académica de la psicología como en la práctica.

La presión de los colectivos feministas y de comunidades diversas, interpelan

los marcos de referencias de las sociedades y también, su generación de conocimiento.

De hecho, hasta la consolidación de esos movimientos – que insisten en la urgencia de

cambiar determinadas prácticas y costumbres sociales- la academia tenía una actitud

cautelosa y desinteresada por los problemas vinculados a mujeres y diversidades. Sin

embargo, la reflexión y construcción de conceptos en el ámbito de la investigación fue,

y todavía es, cada vez más presionadas por las problemáticas actuales de la sociedad.

La disciplina y la práctica psicológica no queda exenta de este proceso.

La historia de la psicología como profesión ha mostrado que el sesgo de género

ha impregnado en las intervenciones psicológicas. En esta área se esgrimieron

perspectivas prejuiciosas sobre actitudes, comportamientos y subjetividades

diferenciadas para hombres y mujeres. Incluso se generalizó esta mirada también a las

concepciones de patologías que parecían incluir cualquier tipo de comportamiento

vinculado a la sexualidad que se saliera de la norma o que no estuviera vinculado con la

reproducción. La psicología mostró en sus teorías y sistemas explicativos una

confluencia con las cosmovisiones sociales de las épocas, impregnando toda sus

intervenciones clínicas y sociales. Estas eran realizadas desde preconceptos fuertemente

implicados en una mirada heteronormativa que invisibilizaba mujeres y diversidades.

Las mujeres y las diversidades, son miradas elaboradas desde la experiencia

universal, que resulta ser la de los hombres. Por este motivo, los conceptos y prácticas

de investigación y de intervención no incluyen perspectivas integrales y no colocan a


mujeres ni diversidades como sujetos protagonistas. Esta perspectiva sesgada termina

desprestigiando y prejuzgando sus formas de conocer e incluso modifican las

representaciones expresándolas en términos de sensibles, inferiores, locas o toxicas.

Las miradas estereotipadas, que están excelentemente descriptas por los

micromachismos, se materializan en actitudes que, en lo cotidiano, indican que el lugar

de la mujer es inferior al hombre.

En numerosas ocasiones estas posturas permean en la labor científica. Ese tipo

de prácticas no solo son sutiles y pasan inadvertidas, sino que además gozan de la

autoridad y el poder de ser parte de la “ciencia”. Hasta hace poco tiempo, la sola

indicación de que algunos datos estaban sesgados desde el género, como el peso del

cerebro, la predisposición femenina a ciertas patologías o su facilidad para realizar

algunas tareas, eran vistas como generalizaciones o exageraciones. No era sencillo

advertir que en el ámbito científico también se reproducía un esquema de poder donde

los masculinos gozaban de algunos derechos y ventajas que evidenciaban desequilibrios

de poder. Estas elaboraciones subyacían a un modelo androcéntrico normativo

imperante en una sociedad patriarcal. Las teorías psicológicas que de allí se desprenden

posibilitaban invisibilizar el desbalance en los fenómenos psicológicos y esconder las

desigualdades que se reproducen en una matriz de poder heteronormativo. En el mismo

sentido, y a pesar que el ámbito de la psicología es una de las disciplinas con más

presencia de mujeres, los espacios de toma de decisión continúan siendo ocupados

predominantemente por varones. Además, las estructuras persisten en ubicar a algunas

personas en posiciones subalternas reforzando las distintas jerarquías sociales

(Andersen, 2010). En síntesis, la psicología tradicional contiene sesgos sexistas que

legitiman un discurso opresor para las mujeres y otros colectivos (Harding, 2004; 2008).
La teoría Feminista ha criticado la idea de neutralidad y objetividad de las

categorías científicas. La forma heteronormativa de construir la ciencia va desde los

criterios para seleccionar los tipos de problemas relevantes, hasta los conceptos, las

hipótesis, el diseño, la consideración de qué es un dato y su interpretación

predominante. Las miradas críticas y la epistemología feminista, han expuesto que los

métodos, axiomas, parte de las concepciones y prácticas dominantes de atribución,

adquisición y justificación del conocimiento o bien invisibilizan, o bien perjudican

sistemáticamente a las mujeres y a otros grupos subordinados. Los criterios utilizados

por la ciencia están basados en normas masculinas de relacionarse con el mundo, que

específicamente excluyen a las mujeres (Rosser, 1989) y que responden a una

‘masculinización’ histórica. Además, constituyen un proyecto masculino de

distanciamiento y dominación de la naturaleza femenina (Mies & Shiva, 1997).

La mirada universal presenta a la ciencia como hecha para un sujeto universal y

eso constituye una falacia, en tanto está fuertemente orientada desde estereotipos

masculinos.

2. Definiciones de género y sexo.

a. El concepto de sexo, ¿es psicológico, biológico o social?

La definición de sexo es bastante ambigua ya que incluye diversas acepciones:

“división entre macho-hembra”, “conjunto de seres pertenecientes a un mismo sexo”,

“órganos sexuales” y “elemento biopsicosocial que le da identidad a un individuo”

(RAE, 2008).

Fernández (2010) y Álvarez-Gayou (2011) plantean que el sexo es una

interacción entre componentes biológicos, genéticos, hormonales y respuestas

cerebrales que originan expresiones diferenciales en el ámbito psicosocial.


El sexo, entre otras cosas, categoriza dos tipos de anatomías y fisiologías

distintas: “hombre” y “mujer”. Si bien la palabra “hombre” puede ser indicativa del

animal primate que se distingue por su lenguaje, el término “mujer” tiene un origen

etimológico incierto. Al parecer proviene del latín mulier, quizá de la misma familia que

mollis (suave, delicado), y se le ha definido como la hembra humana (RAE, 2008). Así,

mujer y varón están diferenciados sexualmente por características biológicas,

anatómicas, fisiológicas y cromosómicas.

Inicialmente, el sexo era entendido como una característica con las que se nace,

inmodificable y universal, es decir, común a todas las sociedades y culturas. En la

actualidad, los avances de la genética, el transexualismo ponen en duda una definición

solo anatómica del sexo.

b. Construyendo la definición de Genero

¿De dónde proviene la palabra género? El termino aparece históricamente para

nombrar el fenómeno de las infancias hermafroditas e intersexuales en Estados Unidos,

donde la demanda desde la psicología y la medicina clínica se refería a la reasignación

sexual. Este emergente y su solicitud subsecuente a las disciplinas del campo de la

salud, constituyó en sí mismo una reflexión que posibilitó una serie de debates hasta ese

momento desconocidos.

Los fenómenos que hoy llamamos “de género”-transexualismo,

homosexualidad, trastornos de hipersexualidad, etc.- eran entendidos como un

alejamiento de la norma, como una patología. A partir de este hecho el debate se

instituyó y comenzaron los planteos sobre la diferencia entre sexo y género. Pero estas

perspectivas no incluían lo que hoy entendemos como la mirada psicológica del género,

es decir: división jerárquica, lazos sociales, sexualidad, entre otros. Todas estas
problemáticas entraron a la disciplina psicológica de la mano de los movimientos

feminista los cuales habían experimentado la invisibilización de muchos fenómenos y

fueron evitados o incluidos en los bordes de la patología o la desobediencia social.

De las diversas definiciones existentes de la palabra género, elegimos aquella

que designa una serie de procesos de naturaleza biopsicosocial, que tiene como

particularidad la vinculación sexo/género, la categorización social-normativa (el sistema

sexo-género como un criterio categorizador básico en todas las culturas), la

construcción subjetiva ( en tanto reflexión y significados personales atribuidos al

género, constituyendo varios enfoques interpretativos: el género como un rasgo estable,

como proceso psicológico, como sistema de clasificación social, como proceso

psicosocial), el sistema dinámico e interactivo (el género como un sistema abierto

caracterizado por la estructuración de los elementos que lo constituyen y por las mutuas

relaciones que se establecen entre sus componentes) y la contextualización histórica

política y cultural (tanto la dimensión temporal como la espacial resultan

necesarias para contextualizar y dotar de significado al concepto de género)

(Bertalanffy, 1978 citado en Barberá, 1998).

A la par de las diversas definiciones del término, aparecen sucintamente

paradigmas que intentan interpretar los fenómenos que hoy denominamos “de género”.

Se advierten diferencias de las perspectivas políticas en su intercesión con la sociología

y la psicología. Entre estos paradigmas conceptuales interpretativos, puede distinguirse

el de la psicología diferencial. Este modelo entiende al género como un rasgo, es decir

como una característica básica de la personalidad.

Desde el paradigma cognitivo, por otro lado, se entiende al género como un

proceso psicológico, un esquema que se construye evolutivamente y que conforma el


autoconcepto, vinculado a la autoestima. Los autoesquemas de género intervienen

activamente en el procesamiento de la información, tanto propia como ajena,

convirtiéndose en guías descriptivas y prescriptivas del comportamiento (Barberá,

1998).

Desde la perspectiva del psicoanálisis la cuestión del género toma relevancia

como un campo de debate desde sus inicios, vinculado al concepto de sexualidad y al

complejo de Edipo. En este marco, es posible hallar la construcción de Freud de la

sexualidad en tanto concepto vinculado al inconsciente, la pulsión, el deseo, la

sexualidad infantil -esta última comprendida como perversa y polimorfa- y el complejo

de Edipo- en tanto espacio donde se posicionan hijos e hijas, vinculado a la castración,

el falo y la envidia del pene-. Esta perspectiva hizo foco en las problemáticas que en la

actualidad llamaríamos “de género” y propone miradas que deben ser consideradas en

el contexto de la época que las vio nacer. Miradas que el mismo psicoanálisis a

reformulado de diversas formas.

El género no es una noción psicoanalítica y para el psicoanálisis lacaniano

¨hombre¨ y ¨mujer¨ son significantes/semblantes. Por el contrario, el fenómeno del

género se entiende desde esta teoría, como una posición subjetiva al respecto del cuerpo

y el lenguaje. La sexuación es, para el ser hablante, un debate sobre las opciones de

goce que se vinculan al cuerpo y por sobre todo al lenguaje. Estas miradas tienen

impacto directo y significativo en las practicas “sexuales” y en el cuerpo. El género es,

entonces, una invención singular de las personas sexuadas, que conlleva un saber hacer

con eso que siempre es único, diferente, singular y -sobre todo- más allá de las normas.

Desde la sociología y la psicología social, se define el genero como un sistema

de clasificación social, marcador de roles, normas y valores. También, constituye un


proceso constructivo en el que los fenómenos psicológicos interaccionan con los

contextos sociales (Martin & Malversan, 1983; Lott & Maluso, 1993 citados en

Barberá, 1998)

El discurso sexual instituido está en jaque, en tanto cada vez más personas

descreen de las normas sociales y de los roles previamente asignados. El género deviene

asunto colectivo y político trastocando los diversos campos de saber. Así, el género

implica una forma de explicar, argumentar, interpretar el destino sexual, hormonal y

biológico de las personas. El género se expresa a través de pensamientos, fantasías,

deseos, creencias, actitudes, valores, actividades, prácticas, roles, relaciones y es

construido por el individuo en su interacción con la sociedad (Gotwald & Holtz, 1983;

OPS/OMS, 2000). En ese sentido, en 1968 Robert Stoller definió que genderidentity, la

“identidad de género”, no es determinada por el sexo biológico sino por el hecho de

haber vivido desde el nacimiento las experiencias, ritos y costumbres atribuidos a cada

género. Así, los fenómenos de identificación con algún género están vinculados a los

mandatos sociales, a las atribuciones que le son supuestas a las personas y las

expectativas que la sociedad les imputa.

Adelantándose a estos debates académicos, el feminismo anglosajón impulsó el

uso del concepto género para enfatizar las desigualdades y visibilizar que las mismas

son socialmente construidas y no “naturales”. Además, señalaron cómo la diferencia

biológica se convierte en desigualdad económica, social y política, colocando en el

terreno simbólico, cultural e histórico los determinantes de la desigualdad entre los

sexos.

Desde algunas psicologías feministas el género es una variable categórica de

poder, es decir jerárquica, que da a los hombres mayores beneficios y derechos que a las
mujeres. Se basan en los roles naturalizados a los géneros y los procesos de

socialización que influyen en la conducta y que tienen características culturales,

políticas, vinculadas a los conceptos de “raza” y “clase social” (Hyde 1995).

c. Aportes sobre genero desde la sociología

El rol es un concepto empleado en las ciencias sociales, que presenta diversas

acepciones. Una de ellas, considera al rol como un conjunto de funciones, normas,

comportamientos y derechos definidos social y culturalmente que se esperan que una

persona cumpla, de acuerdo con su estatus social1. Siguiendo esta definición, es una

persona quien desempeña el rol y la conducta de los otros influye en la manera que esta

se desarrolla.

Las características de rol no son excluyentes, es decir una persona puede

desempeñar simultáneamente diversos roles y encontrarse en distintos espacios de la

misma estructura, ocupando desiguales posiciones. Esos roles van cambiando a lo largo

del tiempo y del ciclo vital por ejemplo, una persona puede ocupar el rol de hijo y de

padre a la vez, de estudiante y jefe, entre otros. El rol es público y privado, es decir, hay

expectativas comunes a los colectivos y otras individuales.

El rol internalizado, remite a que el rol no siempre se juega de la misma forma.

Incluye todo aquello que se pone en funcionamiento al responder a la expectativa de los

otros respecto de algo, es decir, nuestra huella personal en la manera de actuar. En

cuanto al rol de género puede definirse como el conjunto de expectativas y

disposiciones acerca de los comportamientos sociales apropiados para las personas que

poseen un sexo determinado. Estas estructuran las relaciones sociales -las relaciones de

1Estatus social es la posición social que un individuo ocupa dentro de una sociedad o en un grupo social de personas,
que puede estar determinado por ejemplo por la edad, el género, características físicas, la situación económica, la
actividad laboral, etc.
género- y determinan las interacciones de los seres humanos, en tanto personas

sexuadas. Por ejemplo, al varón se le asignan tareas que se desarrollan en el ámbito

público, allí se le reconoce la capacidad de tomar decisiones, de proveer recursos, de ser

sustento de la familia. Estas tareas son consideradas productivas y están valoradas

económica, cultural y socialmente. A la mujer, por el contrario, se le asignan tareas que

se desarrollan en el ámbito doméstico y privado, cuyos fines se fundamentan en

la reproducción, la crianza y los cuidados, determinando su rol y la conducta esperada.

Los roles de género, o lo que anteriormente se denominaba como roles vinculados a las

diferencias sexuales, son un conjunto de expectativas compartidas por unos colectivos,

que tienen carácter normativo en la conducta de quienes ocupan posiciones especificas

dentro de la estructura social.

Estas expectativas implican que los miembros del grupo compartan las

percepciones sobre las posiciones que cada persona ocupa dentro del sistema social. De

esta manera, el desempeño de esos colectivos se advierte en las acciones,

comportamientos y también en una psiquis característica (porque las personas allí

incluidas comparten la misma percepción o visión de cómo se organiza la estructura

social). Las expectativas proporcionan una referencia normativa y son compartidas con

carácter de obligatoriedad, es decir, no sólo se espera que las personas se comporten de

una determinada forma, sino que también se les exige un determinado comportamiento.

Por ejemplo, se espera que la mujer en algún momento de su vida desee ser madre; o en

los varones que no lloren o que sean activos sexualmente a edades mucho más

tempranas que las esperables en una mujer.

Otros de estos mecanismos coercitivos se dan cuando se conoce el “sexo” del

bebé. Por ejemplo, si es “varón” se espera que tenga ciertas características como

“inquieto”, “inteligente”, “vivaz”, “agresivo”, “fuerte”. Se le pondrá ropa celeste, se le


comprarán juguetes relacionados a la acción (armas, autos, camiones, ladrillitos y a lo

sumo muñecos que tendrán que ser héroes). Por otra parte, quienes nacen con atributos

sexuales “femeninos” se les escogerá ropa rosa, se les comprará juguetes como bebés,

muñecos, pinturas, collares, pulseras, cocinas, mesas, sillas, osos de peluche, todo

relacionado al rol materno, la belleza y cuidado del hogar. Se esperará que sea

“tranquila”, “relajada”, “bella”, “pasiva”, que sea una “princesa”. Las expectativas de

rol pretenden reducir la incertidumbre de los comportamientos, facilitando la

interacción al dar medios de predicción de la conducta. Nos resulta difícil prever hasta

qué punto estos aspectos anticipatorios y normativos de las expectativas respecto al

género son importantes en las relaciones sociales.

También, hay otro concepto importante en psicología que se ha utilizado para

determinar el lugar de los roles femeninos y masculinos: el estereotipo. En la vida

cotidiana efectuamos un sinnúmero de juicios y expectativas estereotipadas. En muchos

casos, son facilitadores de la vida social y tendemos a incluir a las personas en

determinadas categorías. Los estereotipos son categorías culturales con que tipificamos

a las personas, vale decir, establecemos juicios previos que, al ser repetidos, conforman

una constante. Cuando no tenemos un conocimiento más amplio la gente y sólo

sabemos su pertenencia a determinadas categorías culturales, aparece el estereotipo.

Por ejemplo, en la serie norteamericana “Los Simpson”, al padre de Homero se

le asignan características estereotipadas para su edad, como ser “quejoso”, una “carga”

para la familia, dependiente e incapaz por sí mismo. Estas ideas se suelen asociar a la

tercera edad, aunque existan tantos comportamientos como personas. Otros personajes,

como Marge, por el solo hecho de ser “mujer” es mostrada como una madre que se

ocupa de las tareas del hogar, no participa de lo público sin el apoyo de su marido o en

momentos puntuales, atiende las preocupaciones del resto, es compresiva y


conciliadora. Una vez más la mujer es vista como sensible, pacífica, amable,

responsable y madre.

Otro concepto que también se vincula a los ya mencionados, es el de sí mismo.

Se trata de una construcción histórica-conceptual que determina cómo nos percibimos a

través de los demás. Esta concepción se basa en la idea de que nuestros pensamientos,

conductas y sentimientos están influidos permanentemente por los marcos de referencia

compartidos con otros. La mayoría de los comportamientos de género son flexibles y

históricos, por lo que cambian a través del tiempo. Un ejemplo de ello es el “piropo”

que se puede definir como una frase dicha, en general por un sujeto identificado como

“masculino” a otra identificada como “femenina”, en el ámbito público, de alto

contenido sexual. Una conducta que en muchas ocasiones incomoda a quien la recibe.

En cambio, en la actualidad el campo cultural ha modificado su mirada sobre esto y

entiende que el piropo es una acción de acoso en todo tiempo y lugar. Así, comienza a

ser problematizado como una forma de agresión que, lejos de agradar a las mujeres y ser

un método de seducción, representa la acción sistemática de violentar, generando un

refuerzo en las jerarquías de poder predeterminadas en el ejercicio de los roles de

género.

Además, estas diferencias de género varían en relación con los momentos

históricos y como dijimos, establecen relaciones de poder. Las primeras instituciones

donde se aprenden son la familia y la escuela que reproducen y configuran espacios

diferenciales para el hijo, la hija, el niño, la niña, el estudiante, la estudiante. Son

instituciones que enseñan y promueven estas expectativas, donde se aprenden y definen

progresivamente los roles de género. Estos roles aparecen en el resto de las instituciones

donde socializamos: trabajo, educación, salud, las fuerzas de seguridad y aún Estado.
3. Psicología con perspectiva de género, conceptos y temas que aborda.

La psicología es una de las disciplinas que más reflexiones ha traído a la teoría

de género porque el cambio en el comportamiento, la subjetividad y lo mental, ha sido

interrogado y leído históricamente por la disciplina. Así, se ocupó de problemas como:

las relaciones vinculares, las formas de entender las relaciones de pareja, las nuevas

sexualidades, las diversas categorizaciones de los géneros vinculados a los objetos de

amor y objetos de deseo, entre otros. Estas temáticas delimitan espacios de abordaje que

atañen a la psicología de manera reiterada. Fernández (2010) recoge algunos de los

temas que ocupan a la Psicología y a la Perspectiva de género en la actualidad:

 El sexo como variable. Emergen cada vez más estudios que distinguen entre

“sujeto varones y sujetos mujeres”. Señalan semejanzas y diferencias, así como delimitan

distintos tipos de abordaje y temáticas. Por ejemplo: procesos psicológicos básicos,

agresividad, dominio de ejecución motora, cierto tipo de disfunciones (anorexia, bulimia,

tartamudeo, trastorno de Asperger, etc.).

 Identidades de género construidas a lo largo de la vida. Las nuevas

perspectivas distinguen un proceso identitario que se genera en el interjuego entre la

subjetividad, el cuerpo individual y el colectivo.

 Roles de género. Concepto mediante el cual se establecen distintos papeles

predeterminados a cumplimentar, tanto en lo público como en lo privado, en la esfera

laboral como doméstica. Están determinados en función de diferencias de género que

están preestablecidas por los estereotipos y que generan fenómenos como el techo de

cristal o el efecto tijeras2.

2 En los estudios de género, se denomina techo de cristal a la limitación velada del ascenso laboral de las mujeres al
interior de las organizaciones. Se trata de un techo que limita sus carreras profesionales
 Estereotipos de género. Se trata de sistemas de creencias fundadas en la

tradición y mecanismos que los vuelven naturales y los transmiten de generación en

generación, dificultando su transformación. La naturalización de lo dado socialmente

transforma un estereotipo en una esencia.

 Asimetrías. Este término implica al patriarcado, el capitalismo asimétrico y la

feminización de la pobreza. Se refiere a la división sexual del trabajo productivo (la

esfera laboral masculina) y reproductivo, a la invisibilización del trabajo doméstico

(esfera doméstica como femenina); trabajo o roles comunales, el barrio, el espacio local

como trabajo cívico.

 Políticas de igualdad. Este constructo surge como acción que intenta paliar esas

asimetrías. Se trata de estrategias de discriminación positiva, tales como: agenda de

paridad de género, igualdad de oportunidad de mujeres y varones. Designa alternativas

donde la psicología social puede crear acciones y técnicas para llevar adelante prácticas,

políticas de igualdad, tareas e intervenciones.

 Educación de género. Este punto procura poner de manifiesto las

desigualdades, practicando mecanismos encaminados a su reflexión y cambios

comportamentales. Niveles de actuación: individual, grupal y comunitario.

 Las nuevas masculinidades. Se trata de una temática cada vez más en vigencia

que designa crisis de la masculinidad hegemónica. Incluye la transformación y los

cambios tendientes a compartir derechos y obligaciones en las esferas públicas y

privadas, laborales y domésticas. El objetivo último es generar procesos igualitarios.

 Epistemologías feministas. Distinguen metodologías tendientes a reflexionar

sobre la centralidad epistémica. Tiene gran relevancia en tanto explicita o expone puntos

de vista de personas antes no tenidas en cuenta. Procura desarrollar criterios de elección


de los asuntos a investigar o de poner de manifiesto la utilización de la ciencia para evitar

legitimación de las desigualdades.

 Tensión entre factores condicionantes y determinantes del desarrollo de

género. Aquí se abordan genes, hormonas, cerebro, variables psicológicas, sociológicas y

culturales y su evolución biopsicosocial, planteando el cuerpo como performance,

espacio donde se juega el ser sexuado.

 Género y salud. Aquí se definen diferencias sobre las condiciones de salud. Se

explicitan situaciones de sobrecarga que viven las mujeres constantemente quienes tienen

a su cargo tareas maternales, de cuidado, labores en el ámbito doméstico y la subsecuente

subordinación en la esfera pública. Aparecen aquí sesgos en los diagnósticos y

tratamientos, violencia de género, machismo en todas sus expresiones, androfobia,

misandria, misoginia, sexismo, antifeminismo entre otras.

 Historia teórica de género y los feminismos. Aquí aparece un análisis que

recoge discusiones sobre las distintas olas de feminismos y los diferentes enfoques:

ilustrado, liberal, marxista, cultura, ecofeminismo, estructuralista, pos estructuralista, pos

feminismo, feminismo de la igualdad, feminismo de las diferencias. Se recupera la

historia de los movimientos de liberación de mujeres, los estudios de género en las

universidades y los desarrollos de las teorías feministas.

Los estudios de género no se reducen a postular la noción de identidad femenina

si no, más bien, de designar un espacio de sinergia permanente. Esta perspectiva se

articula en un territorio donde se desarrollan procesos de cambio y reconstrucción a

través del trabajo colectivo. Esta tarea conjunta vincula lo que está pasando en la

sociedad con esta sensación individual, identitaria de hombres y mujeres en relación con

la realidad y con los postulados de la academia.

4. El sistema sexo /genero desde la perspectiva de las relaciones de poder.


La relación de poder puede definirse como una respuesta humana a la

incertidumbre existencial de la vida. Surge de la necesidad de crear la ilusión de que

cada quien controla su destino a través de la toma de decisiones. Aparece fruto de una

demanda constante y humana de sentirse libres en los gobiernos de la vida. Una de las

estrategias que contribuyen a reducir la ansiedad y darnos la sensación que tenemos

control sobre nuestro destino es esa idea de estamos protegidos por una fuerza

omnipotente. En ese sentido, las grandes religiones generan un marco explicativo del

“deber ser”. Lo “natural” está vinculado a las relaciones de poder que se establecen

entre los seres humanos, los dioses -en los cuales uno cree- y las organizaciones que son

capaces de indicarnos lo que ese Dios tiene como modelo para nosotros. En ese sentido,

las prácticas religiosas dan un lugar a la mujer que, por lo general sigue un patrón de

subordinación, lo ejerza no sólo en lo que refiere a quienes dirigen las organizaciones y

son más valorados al interior de estas instituciones, sino también en las prácticas

naturalizadas que se esperan de varones y mujeres.

Por el contrario, las instituciones laicas (el Estado, el sistema económico,

incluso el sistema familiar) proporcionan otro contexto para estas expresiones de la vida

social, pero en relación a las mujeres muestran una mirada sesgada desde la perspectiva

heteronormativa. Es característico de estas relaciones de poder que los hombres ocupen

los puestos altos, de gran escala y las mujeres lo hagan en los lugares más pequeños.

Estas normas, estructuras, jerarquías, sanciones y controles sociales nos forman

para que hombres y mujeres ocupemos espacios diferentes en la vida cotidiana. En

cualquier tipo de institución aparecen las relaciones de poder desigual entre mujeres y

hombres. Esta construcción de diferencias a partir del género no es la única, también

hay otras asociadas a la edad, el color de tez, el capital cultural o social, la belleza, entre

otros elementos que se utilizan para crear segregaciones.


El poder se hace presente en el nivel más individual y las mujeres aquí también,

de manera naturalizada, entienden que deben ponerse bajo el protectorado de otro

individuo más poderoso, la más de las veces varón. Un ejemplo lo constituyen el

vínculo en la familia en la infancia. También, es evidente en la elección de un protector

individual dentro de una institución. En ese contexto jefes o amigos varones son

depositarios de expectativas según las cuales deben comprender su lugar de cuidar,

estableciendo una relación diferencial con las mujeres. Desde una perspectiva de

dominación, los varones aceptan su espacio de igual manera que las mujeres,

reproduciendo un modo de sumisión a un controlador humano masculino. El acto de

controlar a alguien es una estrategia característica de los varones para tener el dominio

de la situación. Así, toman decisiones sin consultar, deciden en una organización qué es

bueno o malo, válido o inválido, se centran en los intereses que tienen naturalizados a

partir de su género.

Si hay un campo donde el poder normaliza es en la sexualidad. El cuerpo es

normalizado a través del sistema sexo-género-deseo sexual que rige la sociedad. Las

teorías esencialistas consideran que hay una unidad entre estas categorías, es decir,

quien nace con genitales “masculinos” tendrá una identidad de género de aquello que se

conoce como varón y su deseo será hacia las mujeres, adecuándose a la

heteronormatividad. Desde algunas teorías de género se busca romper con esto

postulando que el género es, en realidad, una categoría diferenciada del sexo natural.

Sin embargo, el sexo visto como una consecuencia de la disposición genital es un

primer problema, como consecuencia se genera una construcción reducida a un

pensamiento binario -varón o mujer-. A su vez, la unidad que ha sido creada entre sexo-

género y deseo ha hecho que, entre otras cosas, reduzcamos el placer sexual a los

órganos genitales a los cuales, además, le ha sido asignada una asimetría de poder. Esa
reducción o circunscripción del placer a la genitalidad no es inocente ya que se asocia a

la idea de reproducción. Entonces, el sexo aparece como algo natural, inmodificable,

una ficción dada porque no se nace mujer ni varón, se construye como perteneciente los

colectivos de varones o mujeres.

5. Perspectivas y conceptualizaciones desde Judith Butler

Hasta la década del 90 en la reflexión sobre sexo y género, las posiciones y

debates se fragmentaban en un continuo desde las posiciones que entendían al género

como la interpretación cultural del sexo y las posiciones que insistían en la

inevitabilidad de la determinación del género por la diferencia sexual (biológicamente

esencialista). El aporte de Butler fue poner en cuestión la idea que el “sexo”, en

términos de la anatomía, era algo “natural” que no dependía de las configuraciones

sociohistóricas.

Butler sostiene que se ha construido un régimen normativo opresor, la

heteronormatividad o heterosexualidad obligatoria (Butler, 1990/2007; Femenías,

2002). Este régimen define cuáles son las identidades de género inteligibles y correctas,

que mantienen una coherencia y continuidad entre sexo, genero, práctica sexual y deseo.

Castiga así, a todas las otras que no tienen esa relación de contigüidad. La

heteronormatividad es violenta, en tanto no muestra su condición de construcción social

y culpabiliza a las personas que no se encuentran en sintonía con la norma

arbitrariamente establecida (Butler, 1990; 2007).

Como establecimos antes, las posiciones de genero son instituidas como

naturales por la hetonormatividad y hay un mandato respecto a lo que ha sido

obligatoriamente indicado pasa a ser natural aséptico, racional. De ese modo, se pierde
de vista la propia reflexión al respecto de este tema y estamos obligados a seguir el

régimen normativo heterosexista.

El cuerpo performativo es una definición introducida por Judith Butler y refiere

a que esa construcción cultural que es el género produce efectos en las personas.

Actuamos, nos movemos, hablamos, caminamos de determinadas maneras que

consolidan la impresión de “ser un hombre o una mujer”. Un juicio performativo es

aquel que provoca una transformación en la realidad, se instala y atraviesa el cuerpo,

mostrándonos dentro de un esquema de género.

La hipótesis de Butler crítica los estudios de género que hasta ese momento han

permitido naturalizar una línea entre sexo y género. La autora permite con el concepto

de performatividad del cuerpo desnaturalizar lo anatómico. Estas reflexiones

permitieron a la perspectiva feminista ampliar sus miradas en el sentido de que “las

mujeres”, más que un sujeto colectivo dado por hecho -biológicamente fundado-, era un

significante político.

Desde la perspectiva de Butler el “sexo” entendido como la base material o

natural del género, como un concepto sociológico o cultural, es efecto del sistema

social. Un sistema social ya ordenado, que normativiza según la idea del “sexo” binario

como algo natural. Y, aunque el género hubiera posibilitado las cuatro diversidades

(mujer en cuerpo de varón o varón en cuerpo de mujer, mujer en cuerpo de mujer y

varón en cuerpo de varón), esta marcación es anterior al nacimiento de los cuerpos e

impacta sobre ellos generando una perfomance. Gestos, conductas, acciones, practicas

repetidas generan un efecto que Butler llama estilización del cuerpo, va formando el

cuerpo a partir de un estilo definido dando lugar a un habitus naturalizado.


Por ello los cuerpos se van desarrollando, en apariencias, en detalles, que nos

hacen parecer varones mujeres diversos y constituyen apariencia de sustancia (Butler,

1990/2007). Sin embargo, la crítica establecida por la autora es que precisamente estos

caracteres no son la “sustancia” y no es el cuerpo lo que nos define como masculino o

femenino. Así, Butler compara estos rituales repetitivos con una puesta en escena

permanente del cuerpo sobre un escenario teatral. A esas prácticas le llamara actos

performativos. Lo que llamamos identidad de género posee una estructura dramática

donde el actor no es un personaje, interpreta a un hombre o a una mujer. Pero el guion

sobre el cual aparecen estas repeticiones rituales performativas está ordenadas desde la

heteronormatividad. En este contexto el rol determina lo esperado para los actores

según interpreten hombres o mujeres. No somos libres de elegir y lo que interpretamos

no aparece de manera creativa, es el contexto el que va indicando lo que se espera y

vamos adecuando esa performatividad, que finalmente deja huella en el cuerpo.

Obtenemos cuerpos que han sido generados a través de una vigilancia, signados por las

convenciones sociales que moderan los actos de género a través de un aparato regulador

que impone castigos a performance que se salen del guion hetero-patriarcal.

Por lo tanto, la heteronormatividad –guion– y los actos de género –actuación–

es la performance donde se constituye el cuerpo. La mirada de Butler realiza aportes

significativos para poder incluir las diversidades y perspectivas feministas vinculadas a

las nuevas masculinidades.

6. Aportes y debates desde Preciado.

Para pensar la subjetividad y el género,Paul Preciado propone un modelo

alternativo que apunta a la construcción de la identidad de género, en disputa con la

concepción de performatividad de Butler. Aunque no se refiere específicamente a la


identidad, apunta más bien a la reacción frente a una identidad preformateada, que ya

está configurada previamente por la sociedad. Su principal crítica hacia Butler se centra

en la imposibilidad de pensar procesos de transición y transiciones permanentes que

permitan intervenir sobre los cuerpos, tanto anatómica como socialmente.

Para Preciado la influencia de la sociedad es definitoria al momento de revisar

los problemas de género. Según el autor nos encontramos en un momento que denomina

la era capitalista farmacopornográfica. Propone un modelo “biodrag” a partir del

momento que atraviesa el capitalismo, que logra la identificación de genero acorde a los

mandatos sociales.

Un marco de referencia política nos indica que durante la posguerra las

sociedades empiezan a otorgar valor a la gestión de la vida. Lo que llamarán muchos

autores (Foucault, Rose, Agambe, Bhun Chul Han) bioética o, según Preciado, la

gestión de biotecnológica de la sexualidad como elemento central del gobierno y de la

economía mundial. Desde esta perspectiva la gestión de la vida, el cuerpo, el sexo y la

sexualidad es el negocio más influyente del capitalismo. Dicho sistema trabaja mediante

mecanismos biomolecular[es], a través de la utilización cada vez más intensiva de

estrategias semiótico-técnico[s](denominaciones) y fármacos. La socialización de las

prácticas sexuales se logra a través del aprendizaje temprano sobre esa práctica

mediante la pornografía.

Así, sus industrias más apreciadas son: la farmacéutica y la pornográfica. La

industria farmacéutica y la audiovisual del sexo son los dos pilares sobre los que se

apoya el capitalismo contemporáneo vinculado al sexo, género y a la sexualidad. Se

trata de los dos tentáculos de un gigantesco y viscoso circuito integrado (Preciado,

2007). De acuerdo con la autora, el vínculo entre ambas industrias se expresa en el


programa de acción del farmacopornocapitalismo definido en términos de control de la

sexualidad de los cuerpos codificados como mujeres y hacer que se corran los cuerpos

codificados como hombres. La autora nos propone la metáfora de control sobre el

macho viril mediando las revistas pornografías, los videos XXX y el Playboy como

emblemas; y sobre las mujeres utilizando las píldoras anticonceptivas que permite el

control técnico de la reproducción.

Preciado propone técnicas de ruptura con las clínicas médicas y psicológicas.

Postula prácticas trans, basadas en la testosterona o el chamanismo como herramientas

de producción de conciencia y subjetividad que crean espacios de libertad para pensar

nuestra sexualidad, alejados de la industria farmacología (del viagra y otros) y de la

industria de la pornografía (que supuestamente nos enseña sobre nuestra sexualidad).

En tanto las personas seguimos necesitando ayuda para nuestros problemas,

resulta necesario recrear las nuevas técnicas de producción de conciencia y de

subjetividad. Las técnicas del saber popular han estado relegadas a un lugar inferior,

negadas por la llegada de la colonización y de las religiones occidentales. Preciado las

aborda desde la perspectiva fármaco-pornográfica que introdujimos antes, centrada en

generar un cortocircuito o una ruptura entre la conciencia, la subjetividad actual y otras

tradiciones de resistencia a la normalización colonial.

Las practicas psicológicas tienen que aportar a esta ruptura descolonizante. La

intervención desde esta área debe instalar una práctica trasformadora no binaria

disidente que permita superar la epistemología de la diferencia sexual, en un

movimiento que va Preciado a llamar reencantar. Este proceso consiste en reanimar

entrando en un tecno–animismo cósmico que pueda evitar que estemos en esta relación

de destrucción sistemática del planeta. El planteo se basa en la consideración de que


naturaleza y humanidad, si bien son sagradas, deben ser intervenidas y transformadas en

una ruptura que permita la desnaturalización y des automatización, como un proceso de

deshabituación.

La transformación trans que Preciado experimentó, vista desde la medicina

neoliberal, implica que ser transexual puede ser un proceso cuasi administrativo de

cambio de sexo avalado jurídicamente, que le otorga derechos y permite la

autopercepción. Estos fenómenos, desde la norma binaria y heterosexual, no tienen

interés en tanto no expresan discurso anatómico, político ni legal para dar cuenta de la

complejidad de lo que sucede en ese proceso. Ese proceso de transformación es

irrepresentable. La mirada jurídica y la perspectiva de derechos siguen siendo formas

heteronormativas de intervenir en nuestros cuerpos.

Los discursos que lo tratan de representar, en tanto discursos de poder (la

perspectiva medico psiquiátrica psicológica, la perspectiva de derechos, incluso dentro

de feminismo blanco y posturas hetero-liberales), lo que pretenden es minimizar la

potencia disruptiva de esa experiencia, de la que es imposible dar cuenta dentro de un

sistema binario. Por ello, expresa que la paradoja del capitalismo es que, por un lado,

legaliza y posibilita hacer una transición de hombre a mujer o visceversa y que, por

otro, evita e impide la proliferación de la vida fuera del sistema binario. Otra paradoja

viene determinada por algunos discursos de resistencia (izquierda anticapitalista, el

feminismo liberal etc.) que se han transformado en dispositivos de control patriarcal,

racista, lesbofobia transfobia y colonial.

En síntesis, Preciado propone rechazar toda normalización que opere como freno

a la transformación singular, proponiendo la reacción frente a la identificación y a la

identidad generada por normas, pautas o cánones. Por este motivo plantea la necesidad
de resistir y dar respuesta política a los intentos de especialización del género, mujer y

diversidad. Propone reconectarnos, reinsertándonos como potencia de vida.

Sin embargo, para Preciado, esta transformación es política y colectiva. En esa

línea, habla de que este impulso a la transformación colectiva que llama transfeminismo

sirve a las veces de subrayar la transformación del sujeto político y para defender la

abolición de la diferencia sexual como código cultural asignado que permite a un cuerpo

integrar una comunidad humana. Se trata de afirmar el cuerpo y el deseo como lugares

centrales de un feminismo cuyo sujeto político no es sólo la mujer. De lo que se trata es

de la emancipación, la transformación de las personas que luchan, en nombre de las

cuales no solo hay que pensar en un cambio a nivel de la sociedad, sino también en lo

individual.

7. Hester y el Xenofeminismo.

En 2015 el grupo Laboria Cuboniks publicaba el manifiesto Xenofemino: una

política por la alienación. En él se motivaba la utilización crítica e intensiva de las

tecnologías. El prefijo xeno (del griego, ajeno, extraño) no sólo es una apertura a la

diferencia uniendo tradiciones feministas muy diversas, sino que indica extrañeza.

Desde esta perspectiva la transformación sólo puede producirse en el encuentro con lo

desconocido, con lo extraño.

“Nada debe ser aceptado como fijo, permanente o "dado", ni

condiciones materiales ni formas sociales ... Cualquiera que haya sido

considerado "antinatural" ante las normas biológicas reinantes, todo aquel

que haya experimentado injusticias cometidas en nombre del orden natural,

se dará cuenta que la glorificación de la 'naturaleza' no tiene nada que

ofrecernos” (Hester,2018).
Este texto resalta la importancia de la tecnología en el contexto actual, haciendo

alusión a cómo impacta directamente en las personas. Propone una utilización crítica de

esta, alejada de los intereses del sistema capitalista y dirigida hacia objetivos

progresistas de emancipación de género. La propuesta es proyectar un mundo y un

futuro más allá de las nociones de género, sexo, raza, especie y clase. Naturaleza y

cultura son espacios atravesados por la tecnología que deben ser repensados

permanentemente, alejados de la idea esencialista que impacta en “mandatos de género”

como los de procrear en el caso de las mujeres. Al respecto de esto el Xenofeminísmo

indica que es imprescindible para la desaparición del género un proceso de justicia

reproductiva, donde las personas puedan optar por procrear o no, sin que su sexo o

género sea un aspecto determinante en esta decisión.

La reproducción es central en esta perspectiva dado que es un punto neurálgico

dentro del planteo de género y el establecimiento de roles o expectativas ligadas a una

noción de cierta naturaleza inherente a éste. El derecho de las personas a no procrear es

determinante, tanto como lo es que quien opte por ello pueda hacerlo en condiciones

cuidadas. Ambas opciones no se han distribuido socialmente de manera uniforme y el

Xenofeminísmo avanza en propuestas concretas dirigidas a la creación de espacios

culturales que permitan descentrar la familia biológica y la dinámica hegemónica que

insiste en establecer formas correctas e incorrectas de formar unidades sociales

reproductivas. Se trataría de promover instituciones alternativas para la reproducción

social que incluyan diferentes maneras de disfrute de la intimidad y la solidaridad, pero

también de ampliar el papel del Estado y la acción pública para reconocer y cuidar a las

personas que no quieren ni forman parte de unidades familiares tradicionales.


No se trata de un planteo utópico. El Xenofeminísmo, se plantea un mundo

donde el género no sea un fenómeno de discriminación y efectivamente tiene ideas

concretas que lo harían posible. Estas teorías se sostienen sobre el antinaturalimo, el

tecnomaterialismo y el abolicionismo de género. Orientada al problema de la

reproducción, la gestión de la vida y el estado de nuestro planeta como medio ambiente

y recursos naturales, esta perspectiva busca modelos no normativos de reproducción

social basados en la autonomía de los cuerpos y la diversidad sexual, capaces de

promover lazos afectivos y de cuidado más allá de la construcción de la familia de

filiación sanguínea como ahora la conocemos, o la reproducción en un solo tipo de

cuerpos.

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Desde la biopolítica hacia la psicopolítica

La psicología, la medicina, la biología son disciplinas del cuerpo, la subjetividad, la mente, el


comportamiento. Estas intentan regular a la población y despliegan los mecanismos de poder sobre
la vida, los cuerpos y la felicidad.

Biopolítica es un concepto utilizado para nombrar una serie de fenómenos vinculados al intento de
intervenir, orientar y controlar los cuerpos y las mentes. Se de una forma específica de gobierno
que aspira a la gestión de los procesos biológicos de la población. Tal como en la antigüedad, los
soberanos tenían derecho a la vida y a la muerte sobre sus súbditos, en las democracias existen otra
serie de comportamientos que, aspira a convertir la vida en objeto de gestión de los estados y los
poderes. Las tecnología, por medio la constitución de relatos sobre el deber ser de los individuos,
sus comportamientos y sus cuerpos, pretenden, controlar las voluntades corporales y mentales.

La cuestión psicológica y médica de las ‘poblaciones’ humanas, con sus condiciones de existencia y
de reproducción incluye el hábitat, la alimentación, la regulación de la natalidad y mortalidad, y la
designación de los fenómenos patológicos (depresión, suicidio, epidemias, endemias, mortalidad
infantil). Al investigar las relaciones entre el poder y el conocimiento, Foucault quiere mostrar cómo
el poder influye en la producción de verdad en las prácticas científicas. Además, alega que la
importancia política del análisis histórico se encuentra, exactamente, en sacar a la luz las
condiciones por las cuales ciertas verdades son producidas y de cómo los que creen y practican
estas verdades realizan sus efectos en la realidad.

Las ideas de Foucault conectadas a la biopolítica incluyeron, de forma avanzada, la biopolítica de


género (Repo, 2011), de gobernanza o estudios gubernamentales (Burchell et al.1991; Lemke 2001),
manipulación de lo biológico (Bliss 2009; Levina 2009; Rose 2001), violencia (Oksala 2010b), raza
(Stoler 2006; Macey 2009; Repo2011), economía. Al analizar el poder sobre la vida, Foucault expresa
muy explícitamente que esta forma de poder opera esencialmente dentro de los marcos de
disciplina y bio-poder, se intersectan a través de normas, sexualidad y raza.

Su objetivo es mostrar que distintos tipos de instituciones, rituales y procedimientos están


vinculados a formas específicamente modernas de poder. Las técnicas penetran a los seres humanos
a través de prácticas y discursos y de cómo el poder es esencialmente capilar, fluye de abajo hacia
arriba y se incorpora a las prácticas en todos los niveles de relaciones sociales. Para Foucault los
cuerpos humanos son siempre parte del campo político donde las relaciones de poder tienen un
control sobre el mismo, en formas que no son necesariamente violentas.

El objetivo del poder disciplinario es hacer que los individuos internalicen ciertos roles y prácticas y
el propósito de las técnicas disciplinarias es hacer que se sientan como parte de la identidad de los
sujetos como procesos propios de individualización y subjetivación.

Para que la disciplina sea efectiva cada ser humano debe distinguirse entre sí en su propia
singularidad y los efectos del poder disciplinario se producen especialmente a través de jerarquías,
divisiones, control del ritmo diario, presencia constante de castigo o recompensas, normas y reglas
que los individuos deben cumplir. Sobre esta base ciertas subjetividades son más legítimas, más
normales y son mostradas como ideales mientras que otras son marginadas.

Norma es una dimensión a través de la cual la vida y el comportamiento pueden ser valorados
socialmente y corregidos en relación a la utilidad.

El poder sobre la vida dirige a las personas a internalizar ciertas normas y aparatos regulativos, tales
como instituciones médicas y administrativas. El poder se manifiesta esencialmente en el impulso
humano de controlar y modificar la vida.

Éste se lleva a cabo en dos niveles distintos: a nivel de los individuos por medio de medidas
disciplinarias y a nivel de la población mediante el bio-poder y sus técnicas, la biopolítica.

La sexualidad es el resultado de una compleja red de relaciones de poder y conocimiento. Bio-poder


y sexualidad se vincula en este autor, en una tensión: inclusión/marginación, legitimidad/
ilegitimidad. Las políticas, las prácticas “correctas” “aceptadas” oficiales desarrolladas en torno a
una reproducción a partir de las ideas eugenésicas. La predominancia de las explicaciones sobre lo
marginal, lo legitimo, lo verdadero vinculada a la emergencia disciplinar de la eugenesia (del griego
eu-genes, de buen linaje), impactan sobre la psicología. La naciente disciplina y práctica, permitía
ordenar las conclusiones de los académicos y las prácticas de los estados, sobre la sexualidad, a
partir de estas tensiones. De esa forma, hasta hace pocos años, la orientación sexual, el color de la
piel, la clase social, explicaban conductas marginales, patologías y control social y sexual.

La sexualidad produce cierta verdad y por ello es una herramienta de la producción disciplinaria de
las subjetividades. En este sentido es parte importante en la producción de la verdad sobre uno
mismo como un sujeto categorizado como normal o anormal.

Para Foucault, fue la medicina la que asumió el papel de "poder de conocimiento" que puede
aplicarse tanto al cuerpo como a la población, tanto al organismo como a los procesos biológicos, y
en consecuencia tiene efectos disciplinarios y regulatorios (Foucault, 2003). La medicina se convirtió
en un discurso científico cuyo objetivo consistió en crear las demarcaciones de lo normal y lo
anormal y, precisamente debido a su status de ciencia, fue capaz de generar las normas médico-
biológicas. Cabe recordar que la norma construida tiene el poder de aplicarse tanto a un cuerpo que
se desea disciplinar como a una población que se desea regularizar.

La medicina se orientó a ser el espacio donde se podía distinguir con claridad entre lo normal y lo
patológico y, en términos de políticas de estado, también entre lo que “debe vivir y lo que debe
morir”. La eugenesia generalizada que se aplicó en la mayoría de los países occidentales (Rose 2001,
Macey 2009) y se establecieron los mecanismos por los cuales aquellos que no encajan en el
sistema, se convierten en los rangos más bajos de la sociedad. Las políticas de estado se
correspondieron con intervenciones directas sobre poblaciones, que luego de la incorporación de
estas normas fueron concebidos como anormales (por ejemplo: los pobres, los locos, los criminales,
los perversos, etc.).

La comunidad normalizadora explica el bien estar y lo esperable, a partir de factores biológicos


deseables y sexualidad normal. Es por ello que la sexualidad ha tenido una enorme importancia
como eje constitutivo de las técnicas utilizadas por el poder sobre la vida, ya que permite a partir
de una relación del sujeto con su propio cuerpo, una acción de sujeción individual y desde allí genera
un ámbito más amplio a nivel de población.

El sexo es para Foucault un significante único universal que permite agrupar, en una unidad artificial,
elementos anatómicos, funciones biológicas, conductas, sensaciones y placeres, y posibilita a uno
hacer uso de esta unidad ficticia como un principio causal, un omnipresente.

Según Foucault (2007, 49) el liberalismo es una tecnología de poder que posibilita la administración
de individuos libres con una racionalidad gubernamental. Los colectivos humanos, plantean
problemas a los gobiernos: salud, higiene, natalidad, esperanza de vida, raza, etc. Que son de
importancia creciente, sin embargo no es esto a lo que Foucault pretende orientarse. Le interesa lo
gubernamental como nivel de análisis con respecto a las conductas colectivas, orientado hacia las
técnicas por las cuales se dirige la conducta humana.

Los conceptos de bio-poder y biopolítica de Foucault se dirigen a estudiar tres modos que
constituyen al sujeto: conocimiento, poder y gobierno del yo. En este marco la raza y la sexualidad
son pilares fundamentales y puntos de referencia por los cuales la medicina, las ciencias humanas
(psicología, antropología, sociología, etc.) y las técnicas liberales de gobierno pueden realizar sus
efectos de poder en la vida humana.

La biopolítica es una forma de interpretar la sociedad como un cuerpo que es sometido a control, y
con la idea de “inmunización” de auto conservación del individuo y la sociedad (Espósito,
2004/2006, pp. 17-18). El poder entra dentro del campo de la vida y, por medio de un esquema
inmunológico, trata de preservarla mediante mecanismos de control. La inmunización cuida,
protege al organismo, individual o colectivo. Las instituciones, las reglas y las normas están para
preservar la vida del sistema político y de los individuos, para proteger al normal de lo patológico,
al cuerdo de los locos, a los decentes de los criminales. Protege vacunando a la sociedad contra el
otro que infecta el cuerpo social.

Para mantener el sistema, los órganos de poder, el estado “inmuniza” el cuerpo (individual y
colectivo) de la sociedad frente a los enemigos externos o internos (virus o bacterias) mediante un
mínimo de control y negatividad represiva que permite preservarlo. El poder para Foucault requiere
de una fase negativa, algo que el sujeto quiere hacer pero sabe que no debe. Se trata de un
imperativo sobre los individuos y los colectivos de deber hacer. El poder dictamina: “Usted, para
estar ordenado y ser aceptado debe hacer esto y si hace algo que se salga de la norma, usted sabe
que le traerá consecuencias”. En ese sentido el poder necesita reprimir.

El espacio panóptico (basado Bentham) se constituye como un espacio cerrado. En la modernidad,


según Foucault, aparecen nuevas formas de control, más limpias y racionales, como método de
castigo disciplinario y un nuevo sistema de poder político para la sociedad, que permite controlar
sus actos en los diferentes contextos y situaciones. Este modelo de sociedad que tiene en su centro
el panóptico se organiza desde las mismas formas de poder, tanto para las cárceles como para las
escuelas, las fábricas, los hospitales, etc. Foucault interpela sobre los sistemas de control y vigilancia
de la sociedad contemporánea criticando la abundancia de estas herramientas empleadas por los
gobiernos y el Estado.
Byung Chul Han ha forjado recientemente los términos “panóptico digital”, ampliando el concepto
de la sociedad de control de Foucault. Ya no existe un ojo vigilante con la capacidad de mirar sin ser
visto mientras los moradores de las celdas se saben observados y sin posibilidad de comunicarse
entre sí. La iluminación en el mundo digital viene de todos los puntos posibles, cada sujeto observa
en calidad de observador/observado, la hiper comunicación como forma de vigilancia y auto
vigilancia introyectada se ha hecho ilimitada. Los sujetos del panóptico se sabían vigilados y eran
conscientes de las reglas, mientras los habitantes del panóptico digital se creen en libertad.

Los sujetos del panóptico represivo, se escondían, evitaban y se revelaban ante las reglas y la
autoridad, en tanto los sujetos del panóptico digital colaboran de manera activa a través de su
necesidad de exhibicionismo y voyeurismo, hacen de la transparencia su forma de vida. No tienen
que esconder sus deseos más abyectos, ni asociales, sino que colaboran mostrando su intimidad,
porque esta exposición es la que supone valor.

En las redes sociales resulta indispensable mostrarse en momentos que se suponen de interés, con
emoticones, selfies y videos se exponen cumpleaños, eventos felices y hasta desgracias
catastróficas. Esta exposición, finalmente, tiende a la uniformidad y a reducir la libertad de acción,
sin que tengamos ninguna conciencia nos conducimos a una nueva forma de totalitarismo que toma
el nombre de psico política.

Mientras la bio política como concepto trata los fenómenos de la incidencia del poder en los
cuerpos, la psico política se centra en el moldeamiento de los valores, las creencias, las actitudes y
las conductas, de la deformación de la moral, la conciencia, la ética.

Transformaciones sociales y políticas que atraviesan las sociedades


contemporáneas.

El multitasking, el atracón de series, la ingesta de redes, los videojuegos nos llevan a un estado
de atención superficial (Sistema rápido). Para Byung Chul Han prima el estado de vigilancia rápido,
mientras los sistemas contemplativos y de atención profunda, se reducen a espacios específicos.
Este estado de contemplación es difícil de alcanzar en el mundo del multitasking y la hiperatención.

La idea de la construcción de la identidad a través de la exclusión del otro, el otro como enemigo,
muestra un paradigma inmunológico fundado en el concepto de “negatividad”, propio de la
biopolítica. Frente a la globalización, la disolución de las fronteras, la sociedad de la transparencia,
el modelo del foucaultiano del panóptico, da lugar a un nuevo panóptico que se vincula con la
transparencia, todo debe ser mostrado.
La sociedad disciplinaria de Foucault, que constaba de hospitales, psiquiátricos, cárceles, cuarteles
y fábricas, ya no se corresponde con la sociedad de hoy en día. En su lugar se ha establecido otra
completamente diferente, a saber: una sociedad de gimnasios, torres de oficinas, bancos, aviones,
grandes centros comerciales y laboratorios genéticos. La sociedad del siglo XXI ya no es disciplinaria,
sino una “sociedad del rendimiento” (p. 25).

El sujeto del rendimiento no sufre una explotación externa: es dueño de sí mismo y se auto-explota.
El sujeto auto-explotado hace del multitasking una práctica que “modifica radicalmente la
estructura y economía de la atención. Debido a esto la percepción queda fragmentada y dispersa”.

La idea de la libertad, para Han es una construcción donde creemos ser seres libres que tomamos
decisiones, pero en cambio estamos obligados, auto-obligados. Se trata de la búsqueda del
rendimiento personal (orientado a cualquier ámbito de la vida). Estamos frente a una libertad de un
sujeto que se pretende libre, pero es esclavo de sí mismo. Aún sin nadie que lo obligue, el trabajo
es una condición de la vida en sociedad y si no se consigue es parte de lo que la sociedad
responsabiliza a los sujetos.

Byung Chul Han sostiene que el modelo “viral” y la metáfora de la invasión bacterial ya no son
relevantes, sino que han sido reemplazados por otras metáforas y enfermedades. Según el filósofo
surcoreano enfermedades como la depresión, el trastorno por déficit de atención con
hiperactividad (TDAH), el trastorno límite de la personalidad (TLP) o el síndrome de desgaste
profesional (SDO o Síndrome de Burnout) “definen el panorama patológico de comienzos de este
siglo”. De la misma forma que la patología más importante en la actualidad, que es la depresión, es
explicada como el movimiento que realiza la agresión. Como no es posible ser violento, contra otros,
la agresión se dirige hacia uno mismo y transforma a los sujetos en depresivo. En dirección
contraria, pero fruto del mismo fenómenos, se encuentran los Haters. Aquellos que orientan su
agresión a poder incluirse en las comunidades de alguna forma.

La era inmunológica ha sido abandonada en favor de otro paradigma donde ha desaparecido “la
otredad y la extrañeza” y sólo reina la “diferencia”. La sociedad que exige la exposición de la
intimidad de manera sistemática es pornográfica, los sujetos se muestran, se desvisten, construyen
su subjetividad renunciando a la particularidad y singularidad de las cosas.

El sistema social ejerce una “coacción de transparencia”, un empuje a eliminar la negatividad y a


obtener lo igual. La transparencia es una relación entre igualdades, la negatividad es lo que traba el
libre flujo de lo transparente, es lo otro, lo extraño.

La actual “sociedad de la transparencia” exige positividad y ausencia de negatividad (rechazos,


ambigüedades, ocultamientos y vacío), lo que implica el rechazo a la alteridad. La sociedad positiva
o transparente también produce consecuencias en los vínculos y las relaciones amorosas. Se
priorizan los vínculos que permiten la ausencia de conflicto, de angustia, se trata de un arreglo de
sensaciones agradables y de excitaciones constantes, multitasking con complejidades decrecientes
y abstención de responsabilidades, evitando las consecuencias y los compromisos emocionales. En
el sentido de la generación del mismo como un objeto de mercado, como consumo y goce que evita
el sufrimiento, el vacío y la negatividad.
En lo vincular el cuerpo es un objeto de exposición. Han nos habla de la sociedad pornográfica,
donde a pesar que se muestra todo, el deseo tiende a desaparecer. En la pornografía se aniquila el
eros y la sexualidad se disuelve en la ejecución femenina del placer y en la ostentación de la
capacidad masculina.

Para que algo se torne transparente debe aniquilar su singularidad, a partir de la coacción, la
imposición y de la vigilancia y el control ilimitados. La dificultad del sujeto social para escapar de
este determinante es máxima, siendo que además el núcleo duro del poder no es visible y el sujeto
se cree auto determinado.

Google y las redes sociales se presentan como espacios de libertad, pero se han convertido en un
gran panóptico y el consumidor transparente es el nuevo morador de este panóptico digital. En este
espacio no hay comunidad sino una sumatoria de Yo que no prevén acción común.

Todos nos acomodamos a la auto vigilancia. La vigilancia no se realiza como un ataque a la libertad,
sino que está naturalizada como la acción social que permite la conjunción social, más bien, cada
uno se entrega voluntariamente desnudándose y exponiéndose a la mirada panóptica. El valor de la
exposición y de la imagen se impone a los yo consumidores y nos vemos absorbidos por convertirnos
en imagen. Aquello que no se somete a ser visible y transparente se convierte inmediatamente en
sospechoso.

El incremento de imágenes, su proliferación infinita en pantallas reproductoras tanto de imágenes


como de panópticos de vigilancia, así como todo tipo de dispositivo de recolección y captura está al
servicio de taponar el vacío de la no existencia de un proyecto social, político o de vida, o falta. Y la
ética es reemplazada por la transparencia y el control permanente.

Han refiere que en cuanto al trabajo existe una sociedad del rendimiento, donde a falta de una
instancia dominadora el sujeto se explota a sí mismo. Esta ausencia de conciencia moral y su
desplazamiento hacia la auto exigencia ilimitada, donde el sentimiento del deber ser es reemplazado
por la auto exigencia ilimitada de producción. Extrañamente, cuando trabajamos en casa, de lunes
a lunes y prácticamente veinticuatro horas frente a pantallas, no nos alcanza el tiempo para hacer
otra cosa. A ese fenómeno le llamamos una situación elegida y va acompañada de un sentimiento
de libertad y de elección voluntaria.

En la línea del pensamiento de Foucault la sociedad del vigilar y castigar, la existencia de la regla y
de su posible violación, la presencia del carcelero y el que ejercía la dominación posibilitaba que la
sociedad fuera consciente de que estaba siendo dominada. En contraposición el pensamiento de
Han postula que en la actualidad no tenemos consciencia de dominación puesto que la diferencia
ha sido expulsada. La transparencia que obliga a la autenticidad implica la expulsión de todo lo
diferente. Las personas se muestran como auténticas porque “todos quieren ser distintos de los
demás”, lo que fuerza a “producirse a uno mismo”. Y es imposible serlo hoy auténticamente porque
“en esa voluntad de ser distinto prosigue lo igual” donde las únicas diferencias posibles son aquellas
que no constituyen un problema.
Han habla de la dictadura de la transparencia y de internet como supuesto espacio de libertad. La
red no da libertad sino que da transparencia. El panóptico digital fomenta la interacción hasta el
punto de hacernos visibles hasta la transparencia.

Somos los internautas los que mostramos nuestros datos sin coacción. La transparencia es un
dispositivo neoliberal que convierte todo en información, producimos información de manera
ilimitada. La sociedad de la transparencia es la que se nos impone a todos y la información es
riqueza.

La otredad, absolutamente necesaria para el esquema de Foucault, para Han es reducida a


transparencia. La sociedad intenta reducir todo límite de la comunicación entre las personas,
eliminar el secreto, la posibilidad de no mostrar algo de nuestra vida. En tanto la información es
valorada, ordenada por la maquinaria, el BIG DATA que como un nuevo panóptico permite que todo
esté a la vista de todos. A través del big data vamos hacia la psicopolítica, el poder puede hoy
pronosticar sobre el pensamiento y la persona es transformada en un sujeto cuantificable.

El concepto de infarto del alma es la saturación completa del individuo. El sujeto del rendimiento se
vincula con el concepto de libertad, de pérdida de libertad. Sus actividades laborales, son casi toda
la vida y se propone una serie de tareas autoexigidas que lo obligan a abandonar el tiempo libre, a
tomar medicamentos y a descuidar los amigos y la familia, para poder rendir en la actividad laboral.
El sujeto de rendimiento es su propio dueño y en la estrategia de explotación, el cansancio lo
conduce a la autodestrucción.

¿Por qué los sujetos llegan a este punto? El autor usa la metáfora del sistema inmunológico. La
violencia neurológica, significa que la sociedad no permite otra cosa que ser sujetos de rendimiento.
Cuando no se puede lidiar con todos los problemas y de los cuales nos culpabilizamos, desde las
dificultades personales, las grietas familiares, los requerimientos cada vez más alto a los individuos,
hasta las problemáticas sociales (como las agresiones al ambiente, la sociedad cada vez más
fragmentada, la pobreza, la inflación, etc.), ante la impotencia de no poder enfrentarlos con
soluciones concretas nos pone en una situación de colapso. La autoexigencia no nos lleva a
satisfacciones trascendentales sino que infarta el alma. El impulso de vivir en paz, de placer, de
disfrute se elimina.

Desde Foucault, hasta aquí, las formas de ejercer poder han evolucionado desde un poder coercitivo
que supone la exclusión del otro distinto con una violencia importante, hasta la idea de que el poder
más efectivo se ejercita cuanto menos se nota su presencia. Un poder ejercido desde la fuerza
supone un sometimiento que requiere de mucho esfuerzo para mantenerse en el tiempo.

Un colectivo, una sociedad o un grupo de individuos que asumen ciertas conductas, rituales,
creencias y hábitos que “se” suponen verdades, el poder ocurre de manera natural y significa un
horizonte de sentido, una forma de explicar sobre el por qué esas cosas que hacemos son razonables
y aceptadas de manera naturalizada. El imperativo del “se” es un poder impersonal, se acepta como
propio, como parte de la tradición, como las cosas que no se critican: lo que “se” piensa, lo que “se”
dice, lo que “se” hace.

Esta afirmación no tiene por qué consistir en un dominio negativo sobre el otro, sino que se ve
reforzada, ante todo, en la medida en que hay mediación: “La afirmación de sí no tiene que darse
con la fuerza o la negación del otro. Depende más bien de la estructura de mediación. Con una
mediación intensa no está negando o excluyendo, sino más bien integrando” (Han, 2005, p. 78). El
espacio del poder que se crea en las sociedades del rendimiento podría parecer un espacio positivo
de acción, pero en realidad no lo es. Precisamente porque la comunicación se vuelve mera
información positiva (transparencia de datos), no hay auténticas intermediaciones, ni tampoco un
espacio de libertad consciente.

En realidad, la sociedad de rendimiento no aumenta la capacidad de acción individual, sino que la


hace colapsar. Vivimos en una fase histórica especial en la que la libertad misma da lugar a
coacciones. La libertad del poder hacer genera incluso más coacciones que el disciplinario deber. El
deber tiene un límite, el poder hacer, por el contrario, no tiene ninguno. Es por ello que la coacción
que proviene del poder hacer es ilimitada (Han, 2014, p. 12). Un mero poder hacer sin
intermediaciones no genera un verdadero poder comunitario, precisamente porque el poder hacer
individual anula la cooperación y el sentido global de la acción en común. Cuando desaparece un
esquema de sentido que agrupa las acciones individuales en torno a un fin, el poder individual se
torna en una coacción contra sí mismo.

La transparencia que se exige hoy en día a las personas (familiares/empresarios/políticos) no es una


demanda política, no se pide que exista claridad en los procesos de decisión sino que el objetivo es
generar un escenario donde construir un espectáculo, donde se pueda desenmascarar o
escandalizar.

La demanda de transparencia presupone la posición de un espectador propenso a indignarse o


irritarse frente a un hecho, más que un ciudadano informado y comprometido se trata de un
espectador pasivo. La participación se realiza en forma de reclamaciones y quejas y estas exigencias
acompañadas de la idea de que el mundo es un mercado, y no una comunidad, hace que no se
preste atención a lo que se hace, a lo que ocurre, sino al formato en que aparece y al lugar que
ocupan en la escena. “La pérdida de la esfera pública genera un vacío que acaba siendo ocupado
por la intimidad y los aspectos de la vida privada”.

La transparencia suprime la confianza, sólo se pide transparencia insistentemente en una sociedad


en la que la confianza ya no existe como valor. Confianza significa, aún sin saber, construir una
relación positiva con el otro. La confianza hace que la acción sea posible a pesar de no saber, si lo
sé todo la confianza sobra. La transparencia es un estado en el que el no saber ha sido eliminado,
donde rige la transparencia, no hay lugar para la confianza.

También se ha diluido la “verdad”, porque en la sociedad de la transparencia lo que importa es la


apariencia. Resulta más importante la máscara que la subjetividad, la propia subjetividad depende
de la construcción de la apariencia, puesto que a partir de ella se generan los vínculos sociales. Para
capturar la atención y para que se reconozca un valor hay que exhibirse. Hay que estar capacitado
para mostrar lo que se es o lo que se tiene por las vías sociales (redes) donde no se controla si
alguien miente.
Pensar rápido, pensar despacio y sesgos cognitivos

La diferencia entre el pensar rápido y el pensar despacio es un concepto que se vincula a la psicología
de la percepción, que plantea una gran diferencia entre el saber, conocimiento que exige reflexión,
tiempo, lectura, voluntad y trabajo y el conocer (pensar rápido) que aporta un tipo de saber breve.
La psicología cognitiva (Kahneman, 2014) detalla una serie de experimentos que arrojan luz sobre
áreas en las que el sistema rápido parece dominar frente a un sistema lento. Este último requiere
de mayor gasto energético y tiempo para ser desarrollado. Estos estudios indican que el sistema
rápido trabaja a partir de sesgos cognitivos tales como confundir causalidad con casualidad, llega a
conclusiones precipitadas, exagera el efecto de las primeras impresiones y confía en exceso en los
datos conocidos, sin tomar en cuenta otros datos también disponibles.

El sistema rápido, es el responsable de la generación de preconceptos y prejuicios, es


profundamente intuitivo y es de uso automático, frecuente y estereotipado. En comparación, el
sistema lento sólo se aplica a situaciones específicas, implica un gasto energético importante y
requiere esfuerzo lógico.

Estos sesgos cognitivos son frecuentes en los procesos de toma de decisiones, se ubican en el
sistema rápido e impiden, dada la confianza que generan, que podamos repensar las cosas. Dentro
de lo más importante, vinculado a los procesos de toma de decisiones situamos el “Efecto marco”
donde los puntos de referencias que tenemos nos lleva a conclusiones rápidas y esos puntos de
referencias se vinculan con los que tenemos por trayectoria, es decir que creemos que los mismos
eventos ocurrirán siempre o, en su defecto, son puestos para orientarnos a decidir en algún sentido.
Las decisiones que tomamos dependen de puntos iniciales de referencia. El efecto marco también
está presente cuando decidimos comprar un objeto, si creemos que el precio de referencia es de
$10 y lo encontramos a $9 es muy posible que nos apuremos a comprar sin evaluar ningún otro
dato, pensando que es una buena oportunidad

En el sesgo llamado Anclaje se otorga un valor mayor a la primera información o evidencia que se
tiene sobre algo, a la hora de tomar una decisión.

Heurística de la disponibilidad, es un atajo mental que ocurre cuando las personas emiten juicios
acerca de la probabilidad de que un hecho ocurra. A veces, esta heurística toma decisiones
correctas, pero frecuentemente no es así.

Ilusión de control o sesgo optimista. El optimismo nos protege de la aversión a la pérdida, la


tendencia de las personas a temer más a una pérdida que a valorar la obtención de un beneficio.
La acumulación de información no garantiza conocimiento, es más, cuanto mayor es la información
que nos llega, más complicado nos parece el mundo y se nos hace más difícil tomar decisiones, en
consecuencia es mayor la probabilidad de equivocarnos.

Neoliberalismo: capitalismo cognitivo o capitalismo de plataformas

El valor de las prácticas, de los objetos y de las personas dependen de que sean previamente
“expuestas” y de “su valor de exposición” en el mercado. Con ello la sociedad expuesta se convierte
también en pornográfica. La exposición en exceso lo convierte todo en mercancía.

El neoliberalismo explota la libertad de manera más eficiente que el modelo de vigilar y castigar
descripto por Foucault. La explotación más eficiente es la que se hace voluntariamente, es la que
está presente cuando nos obligamos y nos exigimos de manera individual y personal a emprender,
a gozar, a pasarla bien, a explorar los límites de la sexualidad. Esta mirada supone concebir la
decisión de libertad como algo personal.

La sociedad que sostiene y promueve estos cambios concretó la transición que va desde el
capitalismo de acumulación (etapa del imperialismo) hacia una sociedad neoliberal de capitalismo
cognitivo o capitalismo de plataformas. Este último requiere de la adecuación de los sujetos desde
una perspectiva de sujeción individual.

Mientras que el capitalismo de acumulación, concibe la existencia de obreros con derechos,


seguridad social, marcos regulatorios y normativos y los percibe como sujetos que generan
producción, el capitalismo neoliberal, instaura obreros con menos derechos, con poco trabajo y con
marcos regulatorios que se estrechan. Estos últimos trabajadores desdibujan su espacio como
ciudadanos resignando derechos y asumiendo personalmente obligaciones que antes se
encontraban reguladas por el Estado.

En el capitalismo de plataforma, las formas de ordenamiento requieren la sumisión cuasi total de


los sujetos, de sus propias vidas y de sus cuerpos. En la creencia de la libertad individual nos
convertimos en trabajadores y somos nuestros propios vigilantes (al decir de Foucault), el sistema
queda eximido de responsabilidades.

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Psicología de los discursos de odio. La virtualidad del mal.
Raúl Ángel Gómez
Introducción
Lo que algunos denominan revolución digital implica que el acceso a Internet,
fundamentalmente mediante dispositivos móviles que están al alcance de cada vez
mayores franjas de la población, ha modificado radicalmente nuestra forma de
comunicarnos.
Atravesamos una época en que la fragmentación de fuentes de noticias ha creado un
mundo atomizado en términos de información, en el que mentiras, rumores, chismes se
distribuyen con una velocidad increíble mediante las redes sociales. Mentiras compartidas
en las redes cuyos miembros confían entre sí más que a los grandes medios, adquieren la
apariencia de verdad (Moser, 2017)
El surgimiento de redes sociales ha coincidido con el contexto global de crisis de la
política-institucional tradicional y de un creciente cuestionamiento a las fuentes
periodísticas clásicas. Esto ha posibilitado la aparición y circulación de noticias e
informaciones que suelen no ser verdaderas, y en muchas ocasiones son difundidas
intencionalmente (Fernández-Montesinos, 2018)
Es evidente que asistimos a un cambio en lo que se denomina regímenes de verdad
(Rowinski, 2020). La crisis del sistema capitalista que pegó un salto en 2008
profundizando la desigualdad de los ingresos, el desencanto masivo con los organismos
de representación tradicionales, se expresan también en una creciente desconfianza en
todas las instituciones, las que cada vez son más cuestionadas. Los medios de
comunicación masivos no escapan a esto y la información compartida por quienes están
en contacto con nosotros/as nos resulta más “confiable” que la de los medios de
comunicación instituidos (Rowinski, 2020).
En este sentido, la crisis generada por la pandemia del COVID-19 puso en evidencia
como varios líderes políticos construyen su propia realidad y la confrontan a los
argumentos con sustento científico. Este recurso es fundamentalmente usado para
justificar su propia gestión de la crisis sanitaria suscitada por la pandemia. Presidentes
como Donald Trump y Jair Bolsonaro son claros ejemplos de toma de decisiones que
apelan a la emoción y las creencias, descalificando las opiniones médicas de
especialistas y epidemiólogos, poniendo en riesgo la vida de las personas (Neiburg, 2020).
Es evidente que la eficacia de los discursos negacioncitas se apoyan en la ruptura del
pacto social implícito en la sociedad, donde el Estado no puede cumplir con su papel de
protector de la salud ni de las libertades democráticas. En esas condiciones es cuando
tiene terreno fértil la estrategia de construcción de un relato propio donde se obtura y
restringe el espacio para el debate y la multiplicidad de ideas (Ahen, 2019).
Es así como vemos a Trump no siguiendo las indicaciones del Centro de Control y
Prevención de Enfermedades (CDC por sus siglas en inglés), a Bolsonaro minimizando
los efectos mortales de la pandemia comparándola con un “simple resfriado”. Lo que en
otros momentos hubiera provocado un profundo estupor y quizás desencadenado una
crisis política hoy parece volverse frecuente (Neiburg, 2020).
A este panorama en la súper estructura política se le suma lo que se ha definido, por la
Organización Mundial de la Salud (OMS), con el término infodemia, que hace referencia al
aumento y la propagación descomunal y acelerada de la información relacionada al brote
de la pandemia por COVID-19 en un periodo corto de tiempo. Es así que, la circulación
apresurada de grandes cantidades de información ha dificultado la búsqueda y el uso de
fuentes de información veraces y fidedignas lo que a su vez incrementa la falta de rigor en
el uso de las fuentes de información, la exclusión del pensamiento crítico y las noticias
falsas (Guarín Núñez & González Lasso, 2020)
No es el objetivo de este escrito desarrollar los fenómenos relacionados a la postverdad y
su devenir en el contexto de la actual pandemia del COVID 19. El propósito de este
ensayo es describir analíticamente la estructura de la posverdad y su relación con el
pensamiento autoritario y la rigidez cognitiva, sobre todo en el abordaje científico de lo
que se denomina “discursos de odio” (Ver más abajo).
A los fines de una aproximación más conceptual a la temática se desarrollan a
continuación algunos términos considerados centrales.

La posverdad
La posverdad es un concepto que señala que entre la verdad y la mentira hay un territorio
difuso que escapa a esas dos categorías. La palabra posverdad sirve para señalar una
tendencia a la hora de crear argumentos y discursos en la que la veracidad no importa y
el objetivo es que el mensaje refuerce el sistema de creencias y valores preexistente
apelando más a la emoción que al razonamiento (Perez Garcia, 2018). La posverdad
apunta a la fabricación inventada de una verdad configurada al gusto de un segmento de
la población, determinada por las postura social o política, y aceptada como la propia
verdad de los hechos (Keyes, 2004).
El término posverdad (post-truth en inglés) fue designado la palabra del año en 2016 por
el Diccionario de Inglés de Oxford, tras haber experimentado un “incremento de uso de un
2000% en 2016, comparado con el año anterior, en el contexto del referéndum en Reino
Unido y las elecciones presidenciales en Estados Unidos” (Oxford Dictionaries, 2016;
Flood, 2016).
La posverdad se basa en falsas ideas, creencias y convicciones no respaldadas por datos
ni fuentes confiables. Esta se define como un contexto cultural e histórico en el que la
contrastación y la búsqueda de la objetividad son menos importantes que la creencia en sí
misma y las emociones que la sostienen.
La expresión posverdad fue puesta en circulación en 2004, con la publicación del libro
The post- truth era: Dishonesty and Deception in Contemporary Life (Keyes, 2004),
aunque el propio autor reconoce que “lo leyó por primera vez en un ensayo de Steve
Tesich de 1992” (Ramirez-Hurtado, 2017).
En el texto citado Keyes (2004) analiza la pérdida del sentido de la honestidad y de la
confianza: “aunque la mentira ha existido siempre, ahora tiene carta de naturaleza social y
nos parece que no puede ser de otra manera” (Ramirez-Hurtado, 2017).
Algunos autores han señalado como una característica de la posverdad el uso de un estilo
de argumentación en la que los hechos objetivos tienen menor influencia que las
apelaciones a las emociones y a las creencias personales (Aza Blanc, 2018). Parte de la
eficacia de este estilo argumentativo se sostiene en el desencanto político y el
descontento social (Rowinski, 2020).
Las condiciones socioculturales para la emergencia de este tipo practicas pueden
rastrearse en las corrientes filosóficas de la denominada posmodernidad, las cuales ha
puesto el énfasis en el relativismo y en la razón débil, lo que ha devenido en un
distanciamiento de la infalibilidad de los hechos; la posverdad construye una realidad
paralela que no necesita ajustarse a los hechos (Perez Garcia, 2018).
Es evidente que la posverdad como fenómeno cultural, histórico, político y económico ha
existido desde siempre, ligado al ejercicio del poder, en estos momentos su emergencia
adquiere más relevancia por la importancia que tienen las redes sociales en el mundo
hiperconectado en el que vivimos. En otras palabras, la posverdad adquiere otros
funcionamientos complejos, porque con la cultura digital, que abarca el ciberespacio,
produce y reproduce la hiperrealidad en que vivimos cotidianamente (Haidar, 2018).
Ahora bien, la posverdad no es sólo una palabra de moda que se usa para denominar la
supuesta superación de un estado previo en el que, la verdad era la norma, sino que
remite a una práctica discursiva política, cultural y social donde la distorsión, ocultación o
contradicción de lo verdadero por parte de algún actor social tiene como objetivo potenciar
o generar corrientes de opinión pública al servicio de intereses parciales (Aza Blanc,
2018).
El periodista Martín Caparrós considera al término posverdad un mero sinónimo del viejo
uso de la propaganda, las relaciones públicas y la comunicación estratégica como
instrumentos de manipulación y control social (Escajadillo Saldías, 2017).

Fake News o Noticias falsas


Las noticias falsas (Fake News en inglés) han existido durante tanto tiempo como las
verdaderas. Pero un elemento diferenciador del momento contemporáneo es la existencia
de una infraestructura de información con una escala, un alcance y una horizontalidad en
los flujos informativos sin precedentes en la historia (Boczkowski, 2016).
Las noticias falsas hacen referencia a un contenido pseudo-periodístico difundido a través
de portales de noticias, prensa escrita, radio, televisión y, fundamentalmente, redes
sociales cuyo objetivo es la desinformación. Las noticias falsas tienen la intención
deliberada de engañar, inducir a error, manipular decisiones personales, desprestigiar o
enaltecer a una institución, entidad o persona u obtener ganancias económicas o rédito
político (Valero & Oliveira, 2018). Algunos analistas afirman que, en Brasil, por ejemplo, la
difusión de noticias falsas a través de grupos de Whatsapp fue una herramienta
fundamental para el triunfo electoral del ultraderechista Jair Bolsonaro (Mariano & Gerardi,
2019).
Una diversidad de condiciones ha producido una “democratización” de la información, por
lo cual casi cualquier persona puede recibir, producir y compartir contenidos. De manera
casi inmediata se puede replicar una información a miles de usuarios a través de grandes
distancias geográficas. Todo esto colabora con una de las características centrales del
fenómeno de las noticias falsas, la viralidad (Boczkowski, 2016).
La viralidad, se basa en el hecho de que los receptores de la información pueden a su vez
transmitirla a sus respectivas audiencias; los miembros de éstas a su vez a las suyas, y
así sucesivamente. De modo que, en un corto espacio de tiempo, cuando algo resulta
especialmente impactante o entretenido, o llama especialmente la atención, es posible
que se produzca esta transmisión en cadena de forma expansiva. La viralidad debe su
nombre a la forma en que se multiplican y se transmiten los virus biológicos (como el
COVID 19), con la que se establece una analogía (Fernández- Montesinos, 2018).
La pérdida de centralidad de la fuente y la posibilidad de viralización disminuyen a
menudo el interés por la veracidad de la noticia y las capacidades críticas de lectura para
identificar lo falso. En la medida en que grandes proporciones de la población se informan
mediante las redes, estas cuestiones tienen consecuencias políticas y sociales concretas
(Fernández-García, 2017).
Otro de los fenómenos que permiten la eficacia y propagación de las noticias falsas es lo
que algunos denominan “Burbujas de filtros”. Este fenómeno se da como resultado de la
personalización de los mecanismos de los algoritmos, que seleccionan los resultados de
las búsquedas según la información previamente proporcionada por el usuario. A través
de predicciones se selecciona la información que al usuario le gustaría ver, basado en
información acerca de él mismo (en base a su localización, historial de búsquedas,
elementos a los que les dio “click”, etc). El resultado es que los usuarios son alejados de
la información que no coincide con sus puntos de vista, aislándolos efectivamente en
“burbujas” ideológicas, políticas y culturales propias; creando un ecosistema personal de
información que ha sido provisto por algoritmos (Muñoz Sanhueza & Montero Sánchez,
2017).
De esta manera los usuarios de redes están cada vez menos expuestos a puntos de vista
conflictivos con los propios y son aislados intelectualmente en su propio mundo
informativo, el cual se ira retroalimentado y reforzando sus creencias, alimentado la ilusión
de que sus opiniones e ideas son mayoritarios (Muñoz Sanhueza & Montero Sánchez,
2017).

Pensamiento autoritario
El fenómeno del autoritarismo ha sido tema de estudio tanto para el pensamiento político,
la sociología y desde la perspectiva de la ciencia psicológica, en particular la psicología
social y la psicología política. En el siglo XX es posible diferenciar tres grandes líneas de
investigación que se han ocupado del autoritarismo desde una perspectiva psicológica
(Adorno et. al., 1950; Rokeach, 1960; Altemeyer, 1996).
En la década del ´50 del siglo pasado el pensador alemán Theodor W. Adorno encabezó
en la Universidad de Berkeley una indagación acerca de la personalidad autoritaria.
Dichos estudios tenían como particularidad la utilización de la investigación empírica
mediante instrumentos psicométricos (Adorno, Frenkel-Brunswik, Levinson & Sanford,
1950).
La primera línea de investigación, iniciada por este grupo, denominado Berkeley (Adorno,
Frenkel- Brunswik, Levinson & Sanford, 1950), se ocupó del estudio de la personalidad
autoritaria, desarrollando el primer estudio con base empírica a gran escala sobre
autoritarismo.
El principal objetivo de esta investigación fue el estudio de los individuos potencialmente
antidemocráticos o fascistas, particularmente susceptibles a la propaganda política de
derecha. Sustentaba este objetivo el supuesto de que las creencias y actitudes
sociopolíticas de las personas constituyen una constelación coherente en torno a una
mentalidad común, expresada por determinadas características de personalidad. De esta
manera, existiría un síndrome que conformaría la personalidad autoritaria,
operacionalizado para su evaluación a través de la California F Scale (o escala F), el cual
era un test psicométrico de personalidad.
Los supuestos previos que sustentaban la construcción de la escala se afincaban en los
desarrollos teóricos de la época sobre Personalidad. De acuerdo a Adorno y sus
colaboradores: “Cuando hablamos de personalidad autoritaria debemos saber que esta se
caracteriza por unos rasgos tales como: disposición a la obediencia esmerada a los
superiores, respeto y adulación de todos los que detentan fuerza y poder, disposición a la
arrogancia y al desprecio de los inferiores jerárquicos y, en general, de todos los que
están privados de fuerza o de poder. También aparecen rasgos como la aguda
sensibilidad por el poder, la rigidez y el conformismo. La personalidad autoritaria tiende a
pensar en términos de poder, a reaccionar con gran intensidad ante todos los aspectos de
la realidad que afectan las relaciones de dominio: es intolerante frente a la ambigüedad,
se refugia en un orden estructurado de manera elemental e inflexible, hace uso marcado
de estereotipos en su forma de pensar y de comportarse; es particularmente sensible al
influjo de fuerzas externas y tiende a aceptar todos los valores convencionales del grupo
social al que pertenece” (Adorno, Frenkel-Brunswik, Levinson & Sanford, 1950).
Desde su conceptualización inicial hasta el presente, el autoritarismo ha sido estudiado
desde diferentes perspectivas, según las diferentes etapas de su evaluación empírica.
Inicialmente, con los estudios del Grupo de Berkeley (Adorno e col., 1950), la escala “F”
permitió la distinción de nueve características que en su conjunto constituían una
personalidad autoritaria. Sin embargo, este enfoque recibió fuertes críticas referidas a
aspectos tanto teóricos como metodológicos (Shills, 1954).
Posteriormente, la segunda línea corresponde a los trabajos de Rokeach (1960)
sugirieron desplazar el foco de atención hacia el concepto de Dogmatismo, plausible de
ser evaluado a partir de la denominada escala “D” por él desarrollada, con el objetivo de
zanjar los inconvenientes que acarreaban los desarrollos del Grupo de Berkeley y la
Escala F. El autor propuso distinguir dos componentes de los sistemas ideológicos: el
contenido (las creencias) y la estructura (el continuo mentalidad abierta-cerrada); por
ejemplo, un individuo puede poseer creencias democráticas, pero defenderlas de modo
intolerante o autoritario frente a quienes no las comporten. En este sentido, Rokeach
propone que la estructura de un sistema de creencias se ubica en el continuo mentalidad
abierta-cerrada, siendo el dogmatismo el polo correspondiente a la mentalidad cerrada.
Finalmente, la conceptualización del autoritarismo con mayor consenso en la actualidad
(Duckitt & Fisher, 2003) es la propuesta por Altemeyer (1981, 1996, 1998) acerca del
“autoritarismo de alas derechas” (RWA por sus siglas en ingles). Este autor (Altemeyer,
1981, 1996) considera al autoritarismo como una dimensión de personalidad, compuesta
por tres conglomerados actitudinales: sumisión autoritaria, agresión autoritaria y
convencionalismo.
El primero refiere a la tendencia a someterse a las autoridades percibidas como
plenamente legítimas en el gobierno de la sociedad. El segundo evalúa la predisposición
a la hostilidad hacia las personas y grupos considerados como potenciales amenazas al
orden social. Por último, el tercero, refiere a la aceptación general de las convenciones
sociales.
En este sentido, la conceptualización del fenómeno desde una perspectiva psicológica
permite analizar el comportamiento político de los individuos, la tolerancia hacia quienes
piensan diferente, así como la convivencia democrática (Lima, Ciampa, & Almeida, 2009).
Hay un relativo consenso para afirmar que la psicología puede estudiar científicamente el
autoritarismo. Siempre que pueda superar los problemas que se plantearon desde 1950
en adelante, debido a una interpretación errónea de la personalidad Autoritaria. Es
necesario insistir en que la obra de Adorno y colegas no pretendía estudiar el
autoritarismo, sino los motivos psicológicos de la conducta autoritaria.
Hoy el pensamiento autoritario se entiende como como variable predictiva por excelencia
de diversas formas del prejuicio por ejemplo la homofobia, sexismo, racismo en sus
diferentes manifestaciones, etnocentrismo, etc (Etchezahar, 2012).
Centralmente el consenso científico plantea que la personalidad autoritaria y el
autoritarismo no son sinónimos, aunque la psicología puede estudiar científicamente el
pensamiento autoritaritario, entendido como paradigma psicológico, en cambio no puede
estudiar la personalidad autoritaria (Etchezahar, 2012).

Los discursos de odio


El discurso de odio es la acción de comunicación que tiene como objetivo promover y
alimentar una creencia dogmática y de hostilidad. Se presenta con referencias o
connotaciones discriminatorias y su contenido atenta contra la dignidad de una persona o
de un colectivo. Dicho discurso (en inglés: hate speech) es propagado con intención de
daño, para incitar al interlocutor, o lector, a que lleve a cabo acciones agresivas en contra
de un grupo, por lo general, históricamente discriminado (Isasi & Juanatey, 2017).
Recientemente en los ámbitos académicos los discursos de odio han generado varios
debates referidos a los límites de la libertad de expresión y a las posibilidades para la
protección de las personas que son objeto de dichos discursos hostiles (Herrera, 2014).
Las redes sociales en particular e Internet en general parecen desbordadas de contenido
xenófobo, con mensajes de odio por motivos de género, de ideología, de orientación
sexual o de nacionalidad. Así, proliferan vídeos en los que se muestra cómo perpetrar
acciones violentas o en los que se incita a ejecutarlas; y las redes sociales se han
convertido en terreno abonado tanto para la difusión de mensajes denigrantes y
despectivos contra personas o contra colectivos concretos o indeterminados, como para
la incitación, bien genérica o bien específica, a la perpetración de acciones violentas en
campos tan diversos como la violencia deportiva, la violencia sexista o la violencia política
(Isasi & Juanatey, 2017).
Es importante destacar que no hay una definición universalmente aceptada de discurso
del odio. En primer lugar, porque las definiciones con implicaciones éticas y jurídicas
siempre son objeto de debate. En segundo lugar, porque el propio término “odio” lo
convierte en un concepto emocional y abierto a la subjetividad. El común denominador de
cualquier definición de discurso del odio sería cualquier expresión de opinión o ideas
basada en el desprecio y la animadversión hacia personas o colectivos a los que se
desea el mal. Sin embargo, esta definición simple englobaría un rango demasiado amplio
de expresiones para que el concepto tuviera alguna utilidad para el análisis (Isasi &
Juanatey, 2017).
Para algunos autores, el concepto se extiende también a aquellas expresiones que
fomentan los prejuicios o la intolerancia, ya que este tipo de expresiones contribuyen
indirectamente a que se genere un clima de hostilidad que pueda propiciar, eventualmente,
actos discriminatorios o ataques violentos (Gagliardone et al. 2015).
El discurso de odio en el universo virtual, conocido como ciberodio, incorpora una serie de
particularidades que lo convierten en un fenómeno incontrolable con la capacidad de
producir mayor daño. Esto se debe en primer lugar, a la abundancia de información que
circula por redes. De manera que la comunicación de mensajes que antes estaban
limitados al ámbito privado, se ha convertido en pública y absolutamente masiva. En
segundo lugar, como dijimos al principio de este texto, la descentralización de la
comunicación, que “democratiza” las comunicaciones, en el sentido de cualquiera puede
emitir un mensaje con un enorme potencial de audiencia. Y finalmente el efecto
multiplicador de las redes sociales permite convertir un determinado mensaje en un
fenómeno de trasmisión exponencial, dando lugar a lo que se denomina “viralizaciones”,
como vimos anteriormente (Isasi & Juanatey, 2017).

Rigidez cognitiva
Algunos estilos cognitivos han sido asociados al pensamiento autoritario y por ende a la
producción y, fundamentalmente, la replicación de los discursos de odio. Un estilo
cognitivo involucra una serie de habilidades cognitivas que influyen en la capacidad
humana de procesar información compleja (Van Hiel, Onraet & De Pauw, 2010)
Puntualmente se señalado que las ideas autoritarias se asocian a la Rigidez Cognitiva,
entendida como una forma particular de procesar la información y que expresa una
preferencia por los estímulos estructurados, ordenados, sencillos y carentes de
ambigüedad (De Rojas, 2102).
Se ha verificado que las personas más etnocéntricas y prejuiciosas son, a la vez, más
rígidas cognitivamente y menos tolerantes a la ambigüedad.
La intolerancia a la ambigüedad incrementa la necesidad de las personas por encontrar
certezas (Jost et ál., 2003a) y por ello se relaciona con una predisposición hacia “… las
conclusiones prematuras, la sobre-generalización y simplificación, y, por lo tanto, el
prejuicio” (Jost y col., 2003, p. 346).
La intolerancia a la ambigüedad se relaciona directamente con la intolerancia a la
incertidumbre, esta asociación suele ser de tal intensidad que incluso se ha propuesto que
pueden ser entendidas como lo mismo (Jost et ál., 2003; Rottenbacher, Espinosa &
Magallanes, 2011)
Así, De Rojas (2012) propone que los individuos que presentan altos niveles de
intolerancia a la incertidumbre, reaccionan o tienden a reaccionar de forma defensiva
apoyando el conservadurismo político y social, el dogmatismo religioso, el etnocentrismo,
el militarismo, el autoritarismo, el convencionalismo y la poca flexibilidad moral.
Este autor también afirma que diversas investigaciones han encontrado correlaciones
directas entre la necesidad de cierre cognitivo y el autoritarismo de alas derechas (RWA),
la orientación hacia la dominancia social (SDO, por sus siglas en inglés), el racismo
explícito, el racismo encubierto, actitudes políticas de derecha y el conservadurismo
cultural (De Rojas, 2012)
En el mismo sentido, citado por Rojas (2012) Jost (2003) sostiene que autoritarismo
presente en los discursos de odio se expresaría a través de dos conjuntos actitudinales
centrales: un deseo general por reducir la incertidumbre presente en el mundo social y la
justificación de la inequidad entre los diversos grupos que la conforman.
Uno de los procesos asociados a la rigidez cognitiva es el denominado sesgo de
confirmación, definido como la tendencia de una persona a favorecer la información que
confirma sus suposiciones, ideas preconcebidas o hipótesis, independientemente de que
éstas sean verdaderas o no. El sesgo de confirmación o “recolección selectiva de
evidencias”: es el mecanismo por el cual tendemos a seleccionar información de manera
que satisfaga nuestras propias expectativas y, sobre todo, que refuerce nuestras
creencias y la opinión previa (Zollo et al., 2015).
Este último dato permite ligar algunos procesos cognitivos a los fenómenos de la
posverdad (Noticias Falsas, etc), el pensamiento autoritario y los discursos de odio.
Sentado las bases para una psicología de la época.

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