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Prefacio Saber desde un comienzo que el didlogo es la via privilegiada para el ejercicio de la filosofia es la fortuna de quienes se iniciaron en esta discipli- na leyendo la obra de Platén. Quienes se iniciaron leyendo a Descartes su- pieron tempranamente, en cambio, que la filosofia es un ejercicio solitario, y que el privilegio lo tiene la conciencia cuando se relaciona consigo misma para pensarse a propésito de esa misma relacion. Seguramente en estas pocas lineas hay mas de una falsa dicotomia, pero no viene mal plantear la cuestién de este modo cuando se trata de justificar un libro de entrevistas que, como su titulo lo indica, pretende poner la filosofia en didlogo. ;Hay filosofia en estas entrevistas? Son realmente didlogos filosoficos? Y mas generalmente, ge puede filosofar dialogando o la filosofia acaece realmente en la reflexion solitaria e intima y, entonces, no se vuelca sin pérdidas en las sinuosas aguas de la comunicacion? Pensemos en el caso de Descartes. Segiin narran sus bidgrafos, Des- cartes no huy6 de Francia para evadir una posible censura eclesiastica; huyo porque, viéndose rodeado de amigos en Paris, se supo incapaz de encontrar el silencio, el reposo y la tranquilidad de espiritu que, segun a, se necesitan para descubrir los principios de toda ciencia solamente a partir de la raz6n y sus evidencias. Instalado en los Paises Bajos, el padre de la filosofia moderna se concentra en sus estudios, elude la vida social y, segin cuenta en una de sus cartas, se niega a perder el tiempo escribiendo para los demas porque piensa que se burlarén de él si escribe mal y sentiran en- vidia si lo hace bien. Descartes confiesa que siente una inclinacion natural u Filosofia en dilogo en contra del oficio de hacer libros; y durante afios se debate entre escribir y publicar los resultados de sus investigaciones o dedicar todo su tiempo a la reflexion filosdfica y al estudio de la fisica. También desea estudiar medicina. ;Son tantas las cosas que le quedan por conocer, y la vida es tan efimera! Segun Descartes, escribir un libro significa lidiar con los criticos y gastar el tiempo explicando los inevitables malentendidos. No deja de ser curioso, entonces, que en el sexto capitulo del Discurso del método, su primera publicacién, les pida a quienes tengan objeciones que hacerle que, por favor, se tomen la molestia y se las hagan llegar por escrito mediante su editor. Durante dos afios, Descartes se esmera en responder las cartas de sus lectores e, incluso, proyecta la publicacién de un libro con una seleccién de las criticas registradas en esos didlogos epistolares. Aunque finalmente la idea no prospera, un par de afios més tarde, cuando termina de escribir las Meditaciones metaftsicas, Descartes se niega a publicar el li- bro sin antes enviarle copias a ciertos tedlogos y fildsofos para que lean el texto, escriban sus criticas, y su editor las alcance a adicionar en el texto definitivo. Entre otros, Céterus, Hobbes y Amnauld le devolvieron sus ob- jeciones y, como se sabe, las Meditaciones metafisicas se publicaron con las Tespuestas de Descartes escritas en latin. {No hay tanta filosofia alli, entre las preguntas de sus criticos y las respuestas de Descartes, como la hay en el cuerpo tedrico de sus libros o en su propia reflexion solitaria e intima? 4No acontece la filosofia también allf donde el pensador dialoga con otros incluso acerca de ciertas intuiciones dificilmente comunicables? ;No es la filosofia la incesante perpetuacién de s{ misma mediante el didlogo que enlaza a los fildsofos con sus contemporaneos y con sus posibles interlo- cutores del futuro? Quienes participaron en las entrevistas contenidas en este libro poseen una larga trayectoria en el campo de la filosoffa, y sus obras son ampliamen- te reconocidas, estudiadas, y debatidas; nuestros entrevistados, qué duda cabe, han sabido filosofar; pero que nuestros entrevistados sean reconoci- dos filésofos y filésofas no implica, por cierto, que en nuestras entrevistas haya filosoffa. La filosofia puede acontecer en los libros que escriben, en los congresos a los que asisten, en sus clases universitarias 0 en sus meditacio- nes més intimas, pero no necesariamente en las conversaciones registradas en este libro, ;Hay filosofia en este libro? ;Son realmente didlogos filosofi- cos? Tendrfamos que saber cudndo y dénde comparece auténticamente la filosofia y, por supuesto, no pretendemos aqui arrebatarle las coordenadas a una disciplina que ha sobrevivido mas de veintiséis siglos. Pero si es 12 Prefacio verdad que la filosofia es una larga secuencia de preguntas y respuestas, y toda entrevista no es mas que una secuencia de preguntas y respuestas, si nada mas hay en ellas, acaso nuestro libro pueda reclamar para s{ al menos una aproximacién a lo que tan solemnemente denominamos «filosofta». Que no hay filosofia sin preguntas, que las preguntas filoséficas tie- nen que seguir latiendo incluso entre sus respuestas mas convincentes lo asumimos sin problemas: la filosofia no se perpetua en el tiempo si todas sus respuestas se nos muestran inconcusas, si no hay una lucha razonable contra toda respuesta que se pretenda indiscutible y definitiva. Sin embar- go, no por ello se puede afirmar -como se hace frecuentemente- que las auténticas preguntas filos6ficas carecen de respuestas; porque, en rigor, las obras de los fildsofos son un enorme legado de respuestas, con sus obras, los fildsofos responden a las més profundas interrogantes alojadas en el espiritu humano, y sus respuestas casi siempre son agudas, penetrantes, convincentes; no son meras tentativas que solo imitan las formas de una respuesta contundente. Mas aun, negarle respuestas a la filosofia podria, incluso, rozar el agravio, pues se estaria menospreciando el enorme esfuer- zo de quienes no se detienen ante las preguntas significativas de la vida a pesar de que el intelecto humano sea rico en recursos para eludirlas. Pero una cosa es dar respuesta a una pregunta filosofica, y otra muy distinta es zanjar toda interrogante con la palabra definitiva. Lo que hace al fildsofo no es solo el arte de responder preguntas, sino también el saberse siempre en deuda frente a la riqueza de ciertas preguntas, saberse en deuda después de responderlas, después de elegir palabras en desmedro del silencio. Es que no cualquier pregunta es filos6fica; entre las innumerables preguntas que tienen sentido, son relativamente pocas las que no se agotan cuando les encontramos una respuesta, y aunque algunas solo parecen preguntar por un asunto filos6fico, y otras, en cambio, alcanzan a preguntar incluso por la cosa misma, sera filos6fica aquella que esté formulada de tal modo que nos deje pensando después de haber dado con una respuesta precisa. Al parecer, solo con ese después quedan puestas las condiciones para que se pueda ejercer la filosofia, porque si la auténtica pregunta filos6fica es aque- lla que pervive en su respuesta y nos hace pensar porque no termina nunca de preguntar, entonces, tarde o temprano, silenciosa o publicamente, la Tespuesta precisa mostrara también sus fragilidades, y el filosofo auténtico se tendra que hacer, a la fuerza, autocritico. La filosoffa podria acontecer, entonces, en la reflexion que nos concede la satisfaccion de dar respuesta a una pregunta y en la autocritica que es valiosa porque apunta a esa misma 13 Filosofia en didlogo respuesta que otrora nos satisfacia. Siempre se vuelve a la filosoffa. Nadie se puede sentir honestamente satisfecho con una respuesta y, simultanea- mente, tan insatisfecho como para hacerse de inmediato una autocritica; siempre habra un lapso, un intervalo estabilizador que, una y otra vez, ser interrumpido por la pregunta filosofica para que emerja nuevamente el tiempo y el espacio de la filosoffa. Hablamos, por cierto, del tiempo y del espacio de un pensador en su reducida condicién de individuo. His- toricamente, en cambio, los tiempos y los espacios de la filosoffa se van desplegando por el ininterrumpido devenir de las respuestas que siguen hospedando a sus preguntas, devenir que es movido colectivamente por las criticas de los filésofos que se van sucediendo unos a otros en cualquier lugar donde preguntas y respuestas renueven los animos reflexivos. La filo- sofia aconteceria alli donde se perpettia a sf misma haciendo preguntas que no pueden ser del todo respondidas. Pero puestas asi las cosas pensara con justo derecho el reticente a la filosofia-, no parece sensato dedicarse a una disciplina que consiste en res- ponder preguntas que no se pueden responder conclusivamente para que otros las critiquen y ast la disciplina nunca desaparezca. Quien asi piensa no ha escuchado a Sécrates decir que una vida sin examen no merece la pena ser vivida, y que este examen se ha de compartir con otros dialogan- do, filosofando y, como no, discutiendo. Es que el conflicto es inevitable cuando preguntas y respuestas tratan sobre un mundo que se comparte y que no se deja describir de una sola manera: el mundo, con toda su vejez, nunca aprendié a presentarse a si mismo, nunca nos dijo desde si mismo qué es, cOmo es y por qué es; siempre fueron otros sus representantes, ¥ los primeros fueron aquellos que nos mostraron con un dedo los obje- tos del mundo para ensefiarnos el uso de nuestro lenguaje materno. Ellos fueron los primeros, los que deseaban ensefiarnos lo que estimaban mas simple y nos ensefiaron, sin querer, el portento, el peligro, el inquietante acto de preguntar y responder que nos dejé abiertos a la complejizacion de todo lo que en el mundo se nos muestra. Podemos enfrentarnos al mundo asintiendo a lo dicho por otros, podemos resignarnos a las categorias de lo dado, pero ya desde temprano se nos ha concedido el don de formular més y més preguntas para mostrarnos inconformes y reintroducir en el lenguaje la posibilidad de la critica. Los fildsofos —quienes nunca dejaron de pre- Suntar porque nunca se dejaron de asombrar- son los maestros del asom- peti. «QY para quel» —podra preguntar de nuevo nuestro reticente a la Cel las pre gu losOficas y todas sus respuestas son 14 Frelacio solo palabras y mas palabras que no buscan mis que interlocutores para impedir que se las lleve el viento?». Nosotros preguntamos, en cambio, «jcémo habra surgido ese asombroso deseo humano de emitir palabras con la esperanza de recibir, a cambio, solo otras palabras?». Podemos su- poner que en los albores de la humanidad y en plena lucha por la super- vivencia, las certezas basicas se tuvieron que adelantar necesariamente a toda vacilacion e interrogante; nuestro repertorio intelectual y conductual ha de haber sido muy acotado, muy limitado; ‘no podian proliferar, enton- ces, formas alternativas de ver y de enfrentar el mundo; y el lenguaje -otra herramienta- solo podia prestar sus servicios a la acci6n y al cuidado de la materia. Las necesidades practicas de comunicacién retrasaron, asi, la aparicion de la conversacién y del mero didlogo; pero en algun momento, con el urgente intercambio lingiiistico entre unos y otros, con ese ir y venir de las palabras como acto iniciatico en lo humano, se ha de haber generado el inquietante deseo de emitir palabras para recibir, a cambio, solo otras palabras. Quizas es el deseo mas humano, 0 es el deseo que, precisamente, nos hace humanos. Por supuesto, entre el simple intercambio de palabras y el debate de ideas filosoficas han de haber mediado siglos; pero el acto aparentemente infértil de dar y recibir palabras puede ser el precedente mas lejano del preguntar y responder filos6fico, ese modo de discutir acerca del mundo que, se sabe, no tendra consecuencias inmediatas en los dominios de la vida practica. No hay aqui nada de qué avergonzarse. Las obras valen mas que mil palabras solo cuando a la ret6rica le preceden los motivos del engafio; cuando se busca comprender algo, en cambio, las palabras no siempre pue- den ser reemplazadas por un movimiento pragmatico. Ademés, jhay algo mis inhumano que no escuchar al otro cuando solo desea hablarnos? {No dafia tanto el silencio como la accién mas despiadada? No nos engafiemos: necesitamos las palabras incluso cuando no sepamos bien qué hacer con ellas ni cual es el proximo paso después de escucharlas. Las palabras, a ve- ces, valen por s{ mismas, y esto corre incluso cuando uno mismo es quien se oftece la palabra. Asf, en medio del ajetreo de nuestras labores diarias © justo antes de entregarnos al descanso nos podemos preguntar ¢y para qué?, y comprenderemos que esta pregunta solo acepta palabras a cam- bio, que no podemos responder con mas acciones a todo lo que pregunta por el sentido de las acciones. La pregunta filoséfica, aunque pregunte por otro asunto, siempre porta implicitos todos los «gpara qué?», incluido, por cierto, el que se vuelca sobre ella misma. La filosofia no deberta, entonces, 15 Filosofia en didlogo tuborizarse porque solo ofrece palabras sobre palabras; pero acaso deberta hacerlo cuando no escucha la palabra del otro y, aun asf, pretende mostrar- se como fruto de un didlogo universalmente valido. Con todo, el presente libro de preguntas y respuestas solo tiene como propésito acercar al lector de habla hispana al pensamiento de filésofos y filésofas de distintas inclinaciones tedricas y diversas nacionalidades. De ahi que, entre tantas preguntas posibles, el autor intent6 formular aquellas que promuevan el interés del lector por conocer mas a fondo la obra de los entrevistados. Si ademds las preguntas dejan pensando después de las respuestas —es decir, si este libro pone a la filosofia en didlogo, como reza el titulo— y no solo pone por escrito una transcripcién de opiniones, acla- raciones y anécdotas que apuntan hacia la filosofia, pero nunca la hacen acontecer, es algo que tendré que decidir el lector a medida que intervenga en él pensando criticamente las preguntas y las respuestas. En este sentido, contamos con la insatisfaccién del lector. Por su parte, el autor se vera sa- tisfecho si contribuyé a perpetuar el didlogo filoséfico y, al mismo tiempo, acerco al lector a la obra de los fildsofos y fildsofas que con tan buena dis- posicién accedieron a participar en estas entrevistas y a revisar posterior- mente sus respuestas para que puedan ser vertidas con mayor precision a la palabra escrita. La Serena, mayo de 2019

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