You are on page 1of 286

I

vz
4
JUAN MANUEL B LAÑES
La Paraguaya

(Galería Fernando García)


Dr. JOSÉ M. FERNÁNDEZ SALDAÑA
Del Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay
Ex Sub-Director del Archivo y Museo Histórico NacionaL— Ex Presidente del Círculo
de Bellas Artes

JUAN MANUEL

B LAÑES
SU VIDA Y SUS CUADROS

MONTEVIDEO

«Impresora Uruguaya», s. a.
Cerrito esq. Juncal
1931
4

Fernando García

Admirado r de Blanes y
entendido coleccionista de
sus cuadros, bajo cuyos aus­
picios se publica este libro
en forma digna de la ¿loria
del gran pintor uruguayo.

Elisa Sánchez de Fernández Saldaña

Colaboradora en mi trabajo
desde los dias en 4ue
éramos novios.
F. S.
Capítulo I

ORÍGENES Y JUVENTUD

UAN MANUEL BLANES era montevideano,


nacido en el Montevideo más viejo y colonial.
Ignoro la casa donde nació, sabiendo sólo que
daba frente al desaparecido Fuerte de San José.
Situando esta fortaleza en un plano moderno
de la capital, su centro vendría a coincidir más o menos con el
cruce de los ejes de la calle Guaraní, que todavía en los prime-
Tos años de la Patria tenía el mismo nombre que el Fuerte, y
la calle Piedras.
Al Fuerte sólo miraban dos cuadras del frente sur de la
calle Cerrito, y el frente este de la cuadra escasa, que tiene
por nombre Isla de Lobos.
Lo más probable, entonces, es que la casa fuera alguna
de la calle Cerrito, desde Maciel hasta el mar.

El padre del futuro pintor era un español, natural de An­


dalucía, llamado Pedro Blanes. La madre, argentina, nacida
en Santa Fe, llamábase Isabel Chilaber Piedrabuena.
Esta señora era viuda de Juan Andrés Tourné, uruguayo,
hijo de franceses, con quien había tomado estado en 1802,
cuando Tourné formaba parte del cuerpo de Voluntarios de
Caballería de Montevideo.
IO FERNÁNDEZ SALDAÑA

De este matrimonio hubo — cuando menos — un hijo de


nombre Saturnino, que se crió después junto con sus medio
hermanos.
De la unión de Pedro Blanes con Isabel Chilaber nacie­
ron seis hijos.
Los dos mayores, llamados Gregorio y Concepción, vie­
ron luz en la República Argentina.
Catalina, Mauricio, María Antonia y Juan Manuel, na­
cieron en Montevideo (i).
La pareja no regularizó su estado civil sino en 1818,
cuando volvió, a radicarse en esta capital, después de haber
permanecido en Buenos Aires cierto tiempo.
Juan Manuel nació, según la partida que asienta a fojas
172 del libro 19 de bautismos de la Iglesia Catedral, el 8 de
Junio de 1830.
No obstante, en unos apuntes autobiográficos, conserva­
dos en mi archivo, que Blanes envió al Dr. A. J. Carranza en
1872, el pintor dice haber nacido el i.° de Junio de 1830.
Es probable que nadie mejor que él supiese el día exacto
en que había venido al mundo, y supiera también si al bauti­
zarlo, se había consignado én la iglesia una fecha no verda­
dera, pero también puede tratarse de un error de Blanes, es­
capado al correr de la pluma.
Por eso, a pesar de la declaración del pintor, yo me aten­
dré, hasta nuevos esclarecimientos, a lo que manifiesta el
documento parroquial.
La situación económica de la familia Blanes no fué nunca
desahogada, y su principal apoyo en los días del nacimiento

(1) Gregorio Blanes casó en el Salto, en 1842, con Celedonia Ramos.


Pasó la mayor parte de su vida en aquella ciudad donde falleció el 15 de
Mayo de 1874. Concepción fué esposa de Pedro Nolasco Arzac, Catalina
se casó con Manuel Llamas.
Mauricio tuvo por mujer a Natalia Quiles. María Antonia contrajo
matrimonio con Angel Niíñez.
ORÍGENES Y JUVENTUD II

de Juan Manuel estaba en Gregorio, el hijo mayor, empleado


en la importante casa de Manuel Gradín.
El padre había abandonado su primitivo oficio, que era
flebótomo, en razón de faltarle la firmeza en la mano “por
efecto de alguna intemperancia en el beber” y trabajaba de
repartidor de pan.
Todos los detalles referentes a los primeros años de la
vida de Blanes me son desconocidos.
Sabía él por tradición familiar, que chiquito—sin cumplir
mes y medio—lo habían llevado a la plaza Matriz el 18 de Ju­
lio, día de la Jura de la Constitución.
Tuvo así delante de los ojos—porque no se podrá decir
que vió—el animado cuadro multicolor, brillante de sol mara­
villoso, que más tarde, en plena gloria artística, había de re­
cordar en un pequeño cartón precioso-

Sus primeras letras las aprendió en la escuela de Pedro


Vidal, pasando luego a la de Juan Cabral, donde don Ramón
de Santiago recordaba haber sido condiscípulo suyo.
Era un muchachito de natural serio y aplicado, que mos­
tró siempre mucha afición por el dibujo, dedicando a veces
las horas de recreo a diseñar figuras, paisajes y principalmente
los buques que le eran familiares y los veía desde su casa.
A los once años retiraron del colegio a Juan Manuel, para
que fuera aprendiendo a trabajar, colocado a mérito en el al­
macén de Alejo Mosquera, porteño establecido en la calle 18
de Julio.
Por suerte para el niño, Mosquera quebró antes de un
año y él tuvo que ir nuevamente a la casa paterna, en donde
como no había cosa de más provecho que hacer, fué enviado
otra vez al colegio, y tuvo otra vez tiempo para dibujar.
12 FERNÁNDEZ SALDAÑA

El más antiguo de los dibujos de Blanes que conozco


está ahora en el Museo Histórico Nacional, donado por el
señor Antonio Curci.
Representa la goleta inglesa “Comodoro Purvis” en la
bahía de Montevideo y está firmada, Juan Blanes, Noviem­
bre 19 de 1844.
Posee todas las características de los dibujos de mucha­
chos y vale la pena verlo aunque sólo sea a título de curiosidad.

En 1845, don Pedro y su esposa, no bien avenidos de


un tiempo atrás, se separaban.
El asedio de Montevideo por el ejército del general Ma­
nuel Oribe, principiado en Febrero de 1843, debió influir
ciertamente, en aquella lamentable determinación.
La vida era difícil, la miseria inminente, los tiempos
duros...
Doña Isabel, pensando que así mejoraría de suerte, atra­
vesó las líneas y se fué a residir al campo sitiador llevándose
consigo a las hijas y a los varones Mauricio y Juancito.
Gregorio, desde el comienzo de la guerra estaba en su
país, al frente de una casa de comercio, en la provincia de
Entre Ríos.
Don Pedro, que había conseguido un empleo subalterno
en la aduana, permaneció en la capital asediada.
Después de estar en el campo sitiador, Juan Manuel entró
como aprendiz de tipógrafo en la imprenta de “El Defensor
de la Independencia Americana”, periódico oficial del titulado
presidente Oribe.
Mauricio prestó servicio a la causa oribista en una espe­
cie de telégrafo óptico de señales, merced al cual comunicá­
banse los sitiadores de Montevideo con ciertos elementos afi­
ORÍGENES Y JUVENTUD ■3

nes, que permanecían en la ciudad, para suministrar clandes­


tinamente informes relacionados con las operaciones militares,
movimiento de buques, etc.
No tardó Blanes en aprender muy bien el oficio de tipó­
grafo, hallándose pronto en condiciones de contribuir también
al sostén de la casa.
No por eso abandonó el cajista sus aficiones artísticas.
He podido ver algunos de sus trabajos de estos años:
Varios dibujos coloreados, un álbum de acuarelas, tomadas del
natural, unos cuantos apuntes de figura y hasta un óleo que
pintó en 1851, representando un desfile militar de soldados de
Oribe, en el arroyo de la Virgen, interesantísimo documento
gráfico propiedad del señor Carlos Mac-Coll (1).

&

La paz del 8 de Octubre de 1851, que puso fin al sitio


de Montevideo, comenzado en 1843, permitió que los Blanes
regresaran a la capital.
El viejo Pedro no existía desde 1848.
Juan Manuel, que contaba 21 años, obtuvo una plaza de
tipógrafo en la imprenta de “La Constitución”, diario recién
fundado bajo la dirección del Dr. Eduardo Acevedo, antiguo
redactor de “El Defensor” en el campo de Oribe.
Por poco propicio que para las actividades artísticas
pudiera ser Montevideo a la mitad del siglo pasado, debía su­
perar en mucho al ambiente de la villa de la Unión, el Migue-

(1) La inclinación al dibujo parecía ser común a los dos hermanos,


con la diferencia de que Mauricio no se dedicó nunca en serio, ni pasó de
un simple aficionado. Pueden verse dibujos suyos, de mucho valor docu­
mentarlo, en el Museo Histórico de Buenos Aires, en poder de la señora
María Cantero y en algunas colecciones iconográficas.
14 FERNÁNDEZ SALDAÑA

lete y el campamento del Cerrito, donde Blanes había pasado


tanto tiempo.
Varias personas capacitadas que tuvieron ocasión de
conocer los trabajos pictóricos del aficionado tipógrafo, con­
vinieron en darle su mérito, tratándose de las obras de un
joven que no había tenido nunca maestro, ni conocido direc­
ción de ninguna especie.
Los progresos de Blanes, por otro lado, eran manifiestos,
siendo incuestionable que poseía un don natural, servido por
una dedicación a toda prueba.
Animado por unánimes estímulos Blanes se atrevió a
abordar el retrato, única rama pictórica de provecho inmediato.
Hay varios retratos suyos ejecutados en esta época. Ellos
permiten comprobar lo duro de las poses, los rostros con pa­
recido tal vez, pero todavía sin expresión ni vida interior, pin­
turas de un verdadero primitivo.
Pero en esos mismos retratos, en esas figuras mal pues­
tas y mal interpretadas, muchas ajenas aún al secreto de la
posición de tres cuartos, ya se vislumbra algo que los salva de
la vulgaridad y no deja catalogarlos entre las cosas simple­
mente mal hechas (i).

En el año 1855, un acontecimiento de naturaleza pasional


vino a influir decisivamente en la vida de Blanes.
Con fecha 31 de Mayo escribía a su hermano residente
en Toledo, localidad cercana a Montevideo, estas breves
líneas:

(1) Reproduzco uno de esos retratos, eligiendo el de Don Rudecindo


Canosa, por ser de los que tienen fecha cierta. En la parte superior, a la iz­
quierda del lienzo se lee: Noviembre 1853.
ORIGENES Y JUVENTUD 15

Retrato del señor Rudecindo Canosa, pintado en 1853


(Propiedad del señor Noé Canosa)
16 FERNÁNDEZ SALDAÑA

Querido Mauricio:
Hoy, día 31, es mi viaje para el Salto. Si quieres-que nos
comuniquemos, el correo está muy bien servido hoy. No dejes
de hacer lo que puedas en favor de la Señora (aludía a la
madre) que yo tampoco no me he de descuidar. Dá mis afec­
tos a Natalia y demás, y ordena a tu hermano affmo.,
Juan

Después de esta carta reveladora de una ingrata dispo­


sición de espíritu, la correspondencia entre los dos hermanos
parece sufrir un prolongado paréntesis.
Capítulo II

BLANES EN LA VILLA DEL SALTO

N 1854 Blanes se enamoró apasionadamente de


la italiana María Linari de Copello, mujer ca­
sada, vecina suya.
La señora era natural de Chiavari, población
de la rivera de Génova, y tenía 31 años de edad,
con lo que le aventajaba en siete años.
Casada en su pueblo, en 1843 con José Copello su paisano,
tenía una niña de 6 años llamada Ana María.
No era la italiana, ni con mucho, una mujer linda, ni era
tampoco mujer inteligente, o cuando menos, de cierta cultura.
De instrucción rudimentaria, nunca llegó a escribir pasa­
blemente en español, como no perdió nunca, tampoco, cierto
dejo dé pronunciación italiana.
Nada impidió, sin embargo, que Blanes se encariñara
con su vecina a punto de ultrapasar toda conveniencia.
Sentía el pintor profundamente las mujeres, y llevado el
idilio hasta donde lo conducía su temperamento, los resultados
no tardaron en plantearle un violentísimo estado de cosas.
Copello al corriente de lo que pasaba los amenazó con su
venganza.
Blanes — Don Juan incompleto — carecía de suficiente
valor personal para enfrentar a Copello, y optó por irse de
Montevideo, esquivando al agresivo marido.
2
i8 FERNÁNDEZ SALDAÑA

El i.° de Junio de 1855 embarcó en una goleta que salía


para la villa del Salto, llevando consigo la amiga, un hijo va­
rón nacido diez días antes, y la pequeña Ana María.
En Salto, desde 1849, vivía Gregorio, el hermano mayor
de Blanes. Por eso, contando con una casa donde ampararse
el primer momento, eligió aquella lejana villa litoral como pun­
to de su nueva residencia.

La aventura amorosa con una mujer casada, primero, y


después la repentina resolución de abandonar Montevideo,
produjeron malísimos efectos en la familia de Blanes.
Doña Isabel, privada del amparo de Juan Manuel, se vió
obligada a dejar Montevideo para vivir con Mauricio, que
era alcalde ordinario en Toledo.
La carta escrita por Blanes a su hermano la víspera de
su marcha, releva de cualquier comentario.

Tal es el capítulo de la vida de Blanes que él tuvo particu­


lar esmero en ocultar siempre, despistando en las ocasiones
que no podía eludirlo.
Emprendió el camino de Salto, primera etapa del camino
de Entre Ríos a consecuencia tan sólo de aquel asunto de
amor.
No importa que más tarde no mencione esta etapa, y hable
de que marchó a Entre Ríos en busca de algo que no hallaba
en su país, sabiendo que si allí no había escuela, en cambio
había público.
Ni escuela, ni público tampoco: en Entre Ríos donde
luego iría a parar, no contó, ni podía contar razonablemente,
BLANES EN LA VILLA DEL SALTO 19

con nadie que no fuera el general Justo José de Urquiza, pre­


sidente de la Confederación Argentina.

Gregorio Blanes que era en Salto empleado de la Jefa­


tura y un conocido vecino, recibió cariñosamente a Juancito,
según acostumbraba a llamar al hermano menor, a quien vol­
vía a abrazar después de prolongada ausencia.
A pocos meses de estar instalado en casa de Gregorio,
recibió Blanes la visita de Ramón de Cázeres, uno de los más
buenos y consecuentes amigos de toda su vida.
Aprovechando la estada del viejo camarada, bautizaron
el 14 de Diciembre al hijo llevado de Montevideo, poniéndole
de nombre Juan Luis.
Traía el compadre Cázeres impresiones frescas de Entre
Ríos, donde había vivido cierto tiempo, y él, presumo, debió
de sugerirle a Blanes la idea de hacer algún trabajo de pintura
capaz de interesar la atención del Presidente, Urquiza, el
hombre más poderoso, entonces, en el Río de la Plata.
Mientras tanto, gracias a las vinculaciones de Gregorio,
consiguió Blanes algunos trabajos de encargo.
Para muestra de sus capacidades, había comenzado re­
tratando a su hermano y a su cuñada doña Celedonia Ramos.
Don Antonio Thedy y don Francisco Llobet, comercian­
tes ricos, le encargaron seguidamente los suyos, y don Fran­
cisco Vidiella el retrato de su señora (1).

(1) Los retratos de Gregorio Blanes y su esposa se hallan en poder


de la señora Teresa Della Celia de Blanes, viuda de Francisco Blanes,
hijo de Gregorio, que reside en Concordia (R. A.). El de Don Antonio
Thedy lo conserva en Montevideo la familia Martínez Thedy. En cuanto
al de la señora de Vidiella fué destruido a raíz de una incidencia a la vez
desagradable y cómica, surgida entre el pintor y Vidiella que no lo encontró
de su total agrado.
20 FERNÁNDEZ SALDAÑA

Un señor Mauricio Dufour vecino pudiente de Con­


cordia, población situada frente a Salto, también quiso ser
retratado junto con su señora Doña Genara Ramos, que era
hermana de la de Gregorio Blanes.
En vez de agrupar las figuras, las pintó de busto, en el
mismo bastidor, en forma de díptico.
He visto estos dos retratos y estimo que sean de los más
buenos e interesantes del período inicial de nuestro artista.
Lástima que la tela, abandonada larguísimos años, no sea res­
taurada enseguida por una mano experta.
El retrato de Llobet—propiedad del Dr. Felipe Ferreiro
en Montevideo—es característico por su color y la manera
de obtener las tonalidades de la carne, particular en todos
los Blanes de ese tiempo.
No fueron estos, por cierto, los únicos retratos hechos
por Blanes durante su residencia en Salto, pero hasta hoy,
no obstante mis diligentes investigaciones en esa mi ciudad
natal, no he logrado descubrir ningún otro.
Don Baltasar Olives, cura párroco de la entonces villa,
encomendó al pintor unas figuras destinadas a la iglesia del
Carmen. Blanes pintó dos imponentes soldados, recortados en
madera, con grandes cascos, especie de legionarios romanos
los cuales, lamentablemente retocados, hacían guardia hasta
no hace mucho, junto al monumento del Jueves Santo.
Siguiendo, después, los consejos de su amigo Cázeres.
adaptó Blanes a la glorificación del general Urquiza una tela
bastante grande, que había pintado en Montevideo en 1854,
con un motivo inspirado probablemente en la paz del 8 de
Octubre.
El cuadro que mide 1 metro 52 de alto por 0.90 de ancho,
contiene tres figuras de mujer, rodeadas de angelitos o genios.
Las figuras, representando la República, la Justicia y la
Fuerza, fueron, según todas las probabilidades, tomadas de
BLANES EN LA VILLA DEL SALTO 2I

Alegoría del Pronunciamiento de Urguiza contra Rosas


l.° de Mayo de 1851
(Palacio de San José. Entre-Ríos)
22 FERNÁNDEZ SALDAÑA

grabados o láminas antiguas, y superan a los ángeles, alguno


de los cuales, pintado sin copiar, es peor que los otros.
En el tercio superior del cuadro nótase que el cielo ha
sido retocado, variándosele el color y colocando entre nubes
dos angelitos portadores de una corona de laurel y del cuerno
de la abundancia. Ambos extienden en lo alto una ancha cinta
con los colores de la bandera argentina, en la cual va escrita en
latino una leyenda alusiva al i.° de Mayo de 1851, fecha del
pronunciamiento de Urquiza contra el tirano Rosas, de Buenos
Aires.
Esta alegoría, audaz por sus dimensiones y la amplitud
de la composición, denota en conjunto una insuficiente valo­
ración de la armonía cromática, y además muchísimas defi­
ciencias de dibujo. Puesta en manos de Urquiza, como homena­
je del novel pintor uruguayo, se conserva esta tela en el Pala­
cio de San José, cerca de Concepción del Uruguay, donde me
fué permitido estudiarla y fotografiarla.
Nadie, hasta hoy, que yo sepa, se ha ocupado de ella, ni
creo que se haya reproducido nunca.
Lleva la firma J. M- Blanes, 1854, y además en la parte
inferior derecha, raspada la pintura con una punta aguzada
léese la data Concordia, que no alcanzo a explicarme bien.

J?

Ya en relación con el Presidente, tal vez mandado llamar


por él, Blanes dejó la villa del Salto, donde había vivido un año
y medio lejos de las asechanzas de Copello, en Diciembre de
1856, y pasaba a radicarse a Concepción del Uruguay, pobla­
ción entrerriana, favorita del vencedor de Caseros.
Allí tenía Urquiza. su residencia habitual y el centro de
sus actividades de político y de hombre de negocios.
Era el momento para que un pintor o un escultor se acer­
BLANES EN LA VILLA DEL SALTO

case al Presidente, que en el apogeo de prestigio veía recién


terminada la nueva casa señorial de San José, edificada en
una de sus principales estancias, a 35 kilómetros de la ciudad
de Concepción.
Verdadero castillo, cuya primera piedra se había coloca­
do en 1849, aquella mansión—según afirma el coronel Du
Graty—había costado más de un millón y medio de francos,
cerca de 280,000 pesos de nuestra moneda.
Poseía, por entonces, el general Urquiza—ateniéndome
al mismo testimonio—estancias bien pobladas de hacienda que
abarcaban cerca de doscientas leguas cuadradas, de las mejo­
res tierras de Entre Ríos, encerradas entre el Uruguay y el
Gualeguaychú.
Y todo esto, con ser tanto, constituía sólo una parte de su
colosal fortuna, vigilada personalmente por él, con minucioso
cuidado de comerciante, y a despecho de las constantes exi­
gencias de la guerra o de los asuntos políticos.
Capítulo III

EN CONCEPCIÓN DEL URUGUAY

A etapa entrerriana de la carrera artística de


Blanes está dividida en dos períodos, separados
por un año que pasó repartido entre Montevi­
deo y Buenos Aires.
Abarca el primer período desde la llegada de
Salto, en Diciembre de 1856, hasta su partida para Montevi­
deo en Marzo del 57.
La solución de continuidad está comprendida entre esta
lecha y Marzo de 1858.
Comenzaría el segundo período en este último mes para
terminar en Enero del 59, fecha en que el pintor se ausenta
definitivamente de Entre Ríos.
La primera estada en Concepción del Uruguay se caracte­
riza por una labor sin trégua: fueron cuatro meses de trabajo
empleados en pintar las batallas de Urquiza para el Palacio
de San José y, alrededor de esta obra central un número con­
siderable de retratos.
Los ocho cuadros de las batallas nunca, hasta ahora, ha­
bían sido vistos con mira de estudiarlos y comentarlos como
integrantes de la obra de nuestro gran pintor.
Los escasos visitantes uruguayos llegados accidental­
mente al Palacio de San José, pasaron ignaros y festinantes
por delante de aquellos lienzos resecos, dos veces históricos.
26 FERNÁNDEZ SALDAÑA

Pero también, pienso, ¿qué podría interesarles Blanes o


unos cuadros de Blanes, a casi todos ellos, personajes políti­
cos de una hora, universitarios rasantes o turistas ricos, todos
con su tiempo medido, que iban al Palacio nada más que para
contar luego que habían ido, o por ver—cuando mucho— el
cuarto donde mataron a Urquiza?

En Junio de 1925, el Dr. Carlos M. Prando, entonces Mi­


nistro de Instrucción Pública, obedeciendo a sugestiones de mi
amigo y colega de Instituto Raúl Montero Bustamante, formu­
ló un proyecto según el cual debía realizarse un completo estu­
dio histórico artístico de las pinturas de Blanes existentes en él
Palacio de Urquiza.
Llevado el proyecto al Consejo Nacional de Administra­
ción, este cuerpo frustró la feliz iniciativa, sin que esa fuera
tal vez la intención de la mayoría de sus miembros (1).
En Mayo próximo pasado me dispuse a efectuar aquel
estudio. Poco antes había vuelto de un viaje a Chile, donde

(1) Según el proyecto del Ministro Prando, yo era la persona que


debía hacer el estudio en San José.
Considerado el asunto en el Consejo, bajo la presidencia del Dr. Luis
A. de Herrera, el consejero doctor Alfonso Lamas, sin penetrarse, estimo, del
alcance del proyecto ministerial, observó que la persona indicada para la
misión era el pintor técnico del Museo Histórico.
El consejero Julio María Sosa, manifestó a punto seguido, que habiendo
en las reparticiones públicas correspondientes varias personas tan preparadas
como yo para una labor de esa índole, no veía razón para recurrir a un ex­
traño-
Participó el Consejo de esas ideas y el Ministro sólo obtuvo la autori­
zación necesaria para disponer de cien pesos, que se le darían, para gastos,
al funcionario encargado de sustituirme..
De lo atinado de las observaciones del Dr. Lamas y del optimismo del
señor Sosa sobre la eficiencia de los servicios de tantos empleados de ca­
pacidad idéntica a la mía, responden seis años largos transcurridos sin
hacerse nada, y al fin de los cuales el trabajo lo tuve que realizar yo.
EN CONCEPCIÓN DEL URUGUAY 27

había ido sobre el rastro de Blanes y sus obras en aquella re­


pública hermana, y la única laguna en mis investigaciones bla-
nísticas era la de las pinturas de Entre Ríos.
Merced a la buena voluntad decisiva de mi ilustre amigo
el Dr. Baltasar Brum, presidente de la Comisión Nacional del
Centenario, esta corporación patrocinó mi gestión y la hizo
posible sin demoras.

En dos días que estuve en San José, unos días otoñales de


infinita calma y gran sol, como los de mis amadas tierras sal-
teñas, pude examinar con detalle aquel conjunto de pinturas
desconocidas.
Todas las batallas, así como los retratos y cuadros más
interesantes, fueron fotografiados bajo mi dirección inmedia­
ta, por un hábil operador, que procuró obtener todo lo más que
dieran las telas resecas y oscurecidas, obstadas casi todas por
verdes y rojos preponderantes-
Las batallas que, en número de ocho, decoran aquel in­
menso caserón, son otros tantos óleos apaisados, de 2 metros 30
de ancho por 0.60 de alto, a los cuales 75 años de exposición
al aire ambiente y a la humedad de la atmósfera, aunque al
reparo del sol, han perjudicado mucho.
Los cuadros están colocados dos a dos en cada uno de los
cuatro extremos de la galería de estilo toscano que rodea el
primer patio.
Demasiado altos para el tamaño de las figuras y el modo
como están tratados los asuntos, algunos pormenores acaso no
pueden apreciarse bien.
Entrando al patio por el gran zaguán del frente, que mira
al levante, se ven a derecha e izquierda los dos cuadros que
tratan de la batalla de Caseros, donde las fuerzas aliadas de
28 FERNÁNDEZ SALDAÑA

Entre Ríos, Uruguay y Brasil, al mando de Urquiza vencieron


al ejército que obedecía al tirano Rosas el 3 de Febrero de
1852.
La tela de la derecha representa la acción en conjunto,
pero vista del lado entrerriano, bajo el título de Batalla de
Caseros.
La de la izquierda es un momento de la acción, con la le­
yenda Batalla de Caseros.—Ataque de la Caballería.
Pese a todo lo que tiene de original, el primer cuadro hace
recordar algo a las litografías de la batalla, corrientes en la
época.
Si no la estilizada y elegante que dibujó en París Víctor
Adam, las bonaerenses de Penuti, estuvieron a la vista de
Blanes, sin duda alguna (1).
Ese cuadro—por lo mismo— es el que menos interesa del
conjunto.
El “Ataque de la Caballería”, ya es otra cosa, por su
originalidad y su colorido.
Los entrerrianos en filas demasiado compactas, cargan
al enemigo en derrota.
Ciertas figuras aisladas, como la del caballo encabritado
volteando al jinete, a la izquierda, prueban la facilidad natu­
ral que se hermanaba a la audacia de un principiante incapaz
de retroceder ante las mayores dificultades.
Siguiendo siempre por la derecha, viene luego la batalla

(i) Las litografías, hechas en Buenos Aires en la litografía de C. Pe­


nuti y J. Alejandro Barnheim, (Director de la Imprenta Volante del Ejér­
cito) forman una serie de cuatro. Las hay coloreadas, como las de nuestro
Museo Histórico, y en negro. Debajo de cada una se lee, “Sacada en la acción
por Carlos Penuti”.
Víctor Adam, pintor francés, conocido por su lápiz habilísimo y su es­
tilo particular, hizo en París, en la oficina de J. Arrout y V. Adam, la li­
tografía que llamaré brasilera, y que lleva por título “Batalla dos Santos
Lugares (perto de Buenos Aires) 3 de Fevereiro de 1852”.
EN CONCEPCION DEL URUGUAY
Batalla de Pago Largo
(Palacio de San José. Entre-Ríos)

K)
Batalla de Vences O
(Palacio de San José. Entre-Ríos)
30 FERNÁNDEZ SALDAÑA

de Sauce Grande, librada en 1840, en un campo plantado leja­


namente de palmas.
Urquiza no mandó en aquel día, pues iba a las órdenes del
general Pascual Echagüe, pero como los cuadros debían pro­
clamar su gloria personal antes que otra cosa, Blanes lo puso
en primer plano, a caballo, en el momento de atravesar un
arroyo, con el agua a media pierna.
Lleva galera blanca, luciendo un apero recargado de pla­
ta, que Blanes procuró que fuese bien visible.
Delante de Urquiza, un escuadrón de caballería va a en­
trar en pelea desplegando guerrillas montadas conforme está
desplegado el enemigo.
La distribución de las figuras, los detalles del vestido del
jefe, todo proclama que el artista iba colocando los personajes
y pintando cada cosa según las indicaciones del capitán gene­
ral, por lo cual el valor histórico y documentario de esta serie
de cuadros, es inapreciable.
Haciendo frente a Sauce Grande, en el corredor norte,
hállase el combate de Laguna Limpia, que si bien tiene para
los uruguayos limitado interés de historia, es buena muestra
de lo que el pintor era capaz de hacer en punto a colorido-
Permite apreciar lo crudo de los verdes y la carencia de
una armonía de conjunto, que desnaturaliza los planos del
monte.
Después viene la jornada de Venees—27 de Noviembre
de 1847—fatal para las armas de los correntinos.
Abarca la escena una gran extensión de terreno. En pri­
mer plano se ve un estero que Urquiza vadea con su indefectible
galera clara, pero en la ocasión con poncho colorado. A la de­
recha del general un grupo de ayudantes. A la izquiérda a nado
el perro Purvis.
La pelea abarca los límites de la tela, viéndose soldados
por todas partes entre grandes nubes de humo.
EN CONCEPCIÓN DEL URUGUAY 31

Frente a Vences en el corredor del oeste, está la batalla


de India Muerta, dada en el departamento de Rocha el 27 de
Marzo de 1845.
Puestas asi al acaso, no se hubiera hallado mejor corres­
pondencia buscada exprofeso.
Dos victorias de Urquiza en daño de la causa nacional y
dos triunfos ensombrecidos por el sacrificio de los prisioneros
de guerra. . .
Se guardaría mucho Blanes de pintar cualquiera de se­
mejantes horrores.
Eso quedaba para el italiano Baltasar Verazzi, en su te­
rrible cuadro inconcluso. . .
Además aquellos cuadros los dictaba Urquiza.
Horizonte recortado por alturas, más acá una planicie
palustre; en el centro en término bastante secundario, un ran­
cho y el ombú famoso.
La tela no tiene conjunto y más bien deja la impresión
de una serie de episodios aislados, puestos uno al lado del
otro.
Una de estas escenas, en el rincón de la izquierda, es
hondamente sugestiva. Los bonetudos rosistas cortan la re­
tirada, rodeándolo por todos lados, a un gallardo y joven ofi­
cial de los nuestros, de uniforme azul y van a ultimarlo.
Blanes, uruguayo al fin, insinúa la tragedia inminente e
irremediable.
Los cuadros del corredor del sud recuerdan las jornadas
de San Cristóbal y Pago Largo.
Son estos cuadros, a mi juicio, los mejores de la serie,
probablemente los que pintó último.
Las figuras, muy en primer plano, parecerían denotar
un evidente progreso de factura dentro de la serie.
En la batalla de San Cristóbal la figura ecuestre que
da vuelta cara es movida y hasta hermosa- El caballo que se
32 FERNÁNDEZ SALDAÑA

cae, sirviendo de reparo al soldado que parece disparar su pis­


tola contra Urquiza, tiene dibujo preciso y propiedad de acti­
tud. Un oficial en el suelo, en escorzo, a la izquierda, es una
figura bien estudiada y conseguida. Batalla librada entre par­
cialidades mezcladas de argentinos y uruguayos, de un lado
aparece una bandera nuestra y un poco más allá, una bandera
provincial entrerriana.
Lástima que esta pintura, de las mejores del conjunto,
como dije antes, sea una de las que más haya sufrido por el
rigor del tiempo y el ennegrecimiento de los colores.
En la batalla de Pago Largo, donde fué vencido e inmo­
lado Berón de Astrada, gobernador de Corrientes, Blanes hizo
un violento y movimentado choque de caballerías, pintado con
una valentía de intención que no aparecerá nunca en sus cua­
dros de gran artista.
Batalla en que mandaron Echagüe y Urquiza, el primero
no se vé. Urquiza montado en un brioso caballo tordillo, lanza
en mano y con poncho blanco a listas coloradas, acude en au­
xilio de los suyos trenzados en duelo con los jinetes corren-
tinos.
Todas estas telas fácilmente portables, las pintó Blanes
en su estudio de Concepción del Uruguay, después de oir los
relatos y las indicaciones del general Urquiza que lo visitaba
casi a diario.
Apreciando ahora la serie de las batallas, admira desde
luego la enorme magnitud de la labor representada por esos
ocho lienzos, donde se aglomeran varios centenares de figuras
de todo tamaño.
Buscar en las batallas de San José obras de arte, no se
le podría ocurrir, razonablemente, a nadie.
Las figuras son siempre las figuras que puede pintar un
principiante autodidacta, pero—entiéndase bien— con mucho
mérito sustantivo.
EN CONCEPCIÓN DEL URUGUAY 33

Los cuadros tienen cierta perspectiva lineal, intuitiva, pero


que no alcanzan a resolver los problemas. En la perspectiva
aérea sucede otro tanto porque no hay ajustado valor en los
tonos. Cabe pensar, sin embargo, en que estos cuadros pueden
ser hoy bien distintos en color, de los que pintó Blanes.
Pero, por sobre toda crítica, campea en los ocho lienzos,
un soplo de encantador realismo primitivo, sencillo y expre­
sivo, y en todos, también, palpita la fuerza de un gran talento
larvado.

Entre las personas que conocieron a Blanes en Concep­


ción del Uruguay y viven todavía, sólo doña Cantalicia Echa-
niz de Allende, a quien visité en Buenos Aires, conserva re­
cuerdos nítidos e interesantes del pintor y de los suyos.
Por ella supe que Blanes tuvo por habitación y estudio
una casa de Eulogio Redruello, situada a dos cuadras de la
plaza Ramírez en la calle 9 de Julio.
Esta casa, completamente reformada en la actualidad,
sólo conserva, de aquella época, los hierros espesos y bien tra­
bajados de la sobrepuerta o banderola del zaguán, señalado
hoy con el número 825.
Allí nació el 10 de Enero de 1857 el segundo de los hijos
al que impusieron el nombre de Nicanor (1).

(1) Del nacimiento y bautizo de este hijo entrerriano de Blanes, al que


se le puso Nicanor, no hay duda ninguna. La cuestión estaría en saber si
el Nicanor Blanes, pintor, desaparecido misteriosamente en Europa siendo
ya un hombre, es el mismo que nació en Concepción del Uruguay.
La duda se me presentó leyendo los párrafos que transcribo, de una
carta del pintor a su hermano Mauricio, fechada en Florencia el 14 de
Agosto de 1879.
“Tengo un asunto urgente, y para poderlo realizar me es indispensable
tener la partida de bautismo de Nicanor J. que fué cristiano en la iglesia
del Cordón en el año 1862 a 20 de Abril, siendo padrino mi compadre Cáze-
3
34 FERNÁNDEZ SALDAÑA

La señora Echaniz de Allende, que tiene más de ochenta


años y posee una envidiable memoria, recordaba claramente
a Blanes pintando en el taller, con su barba cuadrada y un go­
rro turco punzó en la cabeza, tal como lo vemos en el cuadro
familiar, pintado por él mismo y existente en el Museo Nacio­
nal de Bellas Artes.
La entonces niña Cantalicia, era en esos años condiscípula
de Ana María Copello, y con tal motivo frecuentaba la casa
de Blanes, por cuyo patio—llamando mucho su atención de chi­
ca—paseaba en libertad una pesada tortuga.. .

res y madrina nuestra querida madre. Como tú recordarás, por ausencia


mía tu interveniste en . todo.’Espero no confundas con el Nicanor que per­
dimos tan inesperadamente. Enviáme, pues, ese papel con la brevedad que
puedas’’.
Sin embargo la partida bautismal no he conseguido hallarla en la igle­
sia del Cordón. Además en 1862, año que menciona Blanes, él y su familia
estaban en Italia.
Por otro lado ¿ cómo el padre iba a llamar la atención de Mauricio
para que no confundiese Nicanor, a secas, con Nicanor J.; cómo iba a
hablar de un hijo inesperadamente perdido?
Yo me atrevo a creer que el pintor desaparecido en Europa es Nicanor
J., el segundo del mismo nombre, no habiendo podido conseguir la partida
de bautismo de la Iglesia del Cordón, anotada en un papel suelto o en un
libro cualquiera, según era tan frecuente que sucediese en aquellas épocas,
recurrió a la documentación del hermano entrerriano “inesperadamente per­
dido” y la utilizó por comprobante de su estado civil.
Esta hipótesis, única que atino a formular, quedaría muy robustecida
si se lograse hallar la partida de óbito del hijo nacido en Concepción del
Uruguay, lo que no he conseguido hasta ahora.
Capítulo IV

BLANES EN BUENOS AIRES

IN que pueda precisar por qué, las relaciones en­


tre Blanes y Urquiza, sufrieron un entibiamien-
to que dió lugar a que, en Marzo de 1857, el
pintor se ausentara de Concepción del Uruguay.
Aludiendo a esta incidencia, Blanes habla,
pocos meses más tarde “de la torpeza que lo llevó a proceder
así sin causa que mereciera la pena”.
Regresaba a Montevideo después de dos años de ausen­
cia interrumpida solo por una corta escapada hecha en Agosto
de 1856, que le proporcionó ocasión para reanudar la antigua
cordialidad con los suyos.
Mal momento había tocado al pintor para volver a su
ciudad nativa.
Montevideo era víctima de una espantosa epidemia de
fiebre amarilla, traída del Brasil y desconocida entre nosotros
hasta entonces, que ocasionó 180 defunciones en Marzo, 533 en
Abril y 152 en Mayo, para desaparecer recién en Junio, ma­
tando todavía 23 personas.
Espantado por los estragos de la peste, Blanes huyó para
Buenos Aires en el mes de Mayo.
Iba a conocer recién la capital porteña, cuyos aires no
le fueron propicios, pues enfermó de cierto cuidado a poco de
estar allí.
36 FERNÁNDEZ SALDAÑA

Después de una larga convalecencia, ya en condiciones


de volver a sus trabajos, el espectáculo de la peste asolando
nuestra ciudad, seguía tan impreso en el espíritu de Blanes, que
le inspiró una composición alegórica titulada “La fiebre ama­
rilla en Montevideo”.
El cuadro fué expuesto para ser rifado, en el café de la
Armonía, a fines de Agosto del 57, mereciendo altos califica­
tivos de la prensa bonaerense.
He hallado en uno de esos diarios la descripción del cua­
dro, hoy desconocido de todos y cuyo destino ignoro.
“Montevideo personificada en una bellísima mujer eleva
sus miradas al cielo. Una figura pálida, infernal, descarnada,
inyectadas sus pupilas de sangre, oprime su cintura hincan­
do en ella sus huesosos dedos. La víctima con angélica expre­
sión de angustia y mansedumbre, apoya el brazo en una
especie de zócalo”.
En el zócalo estaban inscriptas varias fechas fatídicas
para Montevideo.
“Se ven del otro lado, continúa el periodista porteño, los
meses de la epidemia cubiertos con un velo negro. Destácase
al fondo la bahía en la que se divisa un solo buque anclado y
un vapor que da la espalda (textual) y huye de la infeliz Mon­
tevideo. Un cielo tétrico y sombrío con nubes de color plomi­
zo que encapotan el horizonte, derrama sobre todo el cuadro
sus tintas fúnebres y melancólicas”.
El tono general de este cuadro y la chispa de inspiración
que revela, dice otro periódico, hacen honor a su autor.
Ingenua alegoría vulgar, que lejano estaba todavía ese
cuadro bien de principiante, del cuadro que Blanes, bajo la
influencia de una peste idéntica debía pintar catorce años más
tarde, para convertirse de golpe en una celebridad rioplatense!
Mencionan los papeles públicos de esos mismos días un
San Pedro, obra de Blanes “que fué tan admirado” pero del
cual no he podido lograr otra noticia.
BLANES EN BUENOS ATRES 37

<5*

Comentando los éxitos artísticos de Buenos Aires, decía


“La Nación” de Montevideo, que “sería sensible que el cuadro
de la fiebre amarilla, no adornase nuestro Museo”, añadiendo
“que las personas pudientes, el Gobierno, la Junta E. Admi­
nistrativa o la Sociedad Filantrópica, podían poner los medios
necesarios para traer aquí la obra de nuestro compatriota”.
Y concluía preguntando si habría para Blanes el patrio­
tismo y generosidad recomendables, demostrados no hacía mu­
cho, respecto a una obra del señor Besnes e Irigoyen.
No hubo, no, generosidad semejante y tampoco debió te­
ner éxito, a lo que parece, la tentativa de rifar el cuadro en
Buenos Aires porque a poco de exponer su tela, la falta de tra­
bajo remuneratorio y su inadaptación al ambiente, le crearon
un insoportable estado de cosas.
Es así como le escribe a Mauricio, con fecha 21 de No­
viembre de 1857.
“Comenzaré por decirte primero que en seis meses hace
resido en esta tierra bendita, toda mi suerte se ha reducido
a la falta completa de salud, de trabajo y de la esperanza de
mejorar posición en un país en que, como este, es indispensa­
ble ser charlatán entrometido, muy quijote y entregarse com­
pletamente a la ostentación, cosas todas para las que no he
nacido, ni mi carácter y posición me lo permiten”.
“Al contrario, aquí no he hecho más que vivir escondido
y huyendo de las personas para quienes traje recomendacio­
nes”.
No todo esto, por suerte, era verdad. El disgusto de la
hora lo arrastraba a formular injustas absolutas.
Más tarde él mismo reconocería lealmente, en otra carta
que obra entre mis papeles, que en aquellos días aciagos fué
38 FERNÁNDEZ SALDAÑA

muy bien servido por los señores Bartolomé Mitre, Tomás


Guido y Wenceslao Paunero.
Existía en Buenos Aires, en esa fecha, un núcleo de pin­
tores extranjeros, buenos, mediocres y malos, que, según Bla­
nes, era capaz de proveer a las demandas de las ciudades de
Londres y París, reunidas.
“La consecuencia de esta multitud—seguía diciendo el
pintor—es que la mayor parte de ellos no tienen que hacer;
pero hay una diferencia, y es que el que más, el que menos de
ellos posée algo con que vivir, mientras yo poseo ooo...

Estando Blanes en Concepción del Uruguay se había da­


do comienzo a la construcción de un oratorio en el Palacio
de San José.
Era una pequeña capilla de estilo jónico, coronada por
una cúpula, y situada al noroeste de la casa, junto al gran por­
tón del jardín de los fondos.
Urquiza le había hablado a nuestro pintor de encomendar­
le la decoración de esa capilla.
Al finalizar el año 1857 el oratorio estaba terminado y
Blanes no vió más salida para su angustiada existencia que
volver a Concepción del Uruguay, obteniendo del capitán ge­
neral aquel trabajo.
Pero, al mismo tiempo, dudaba de su situación personal
ante Urquiza, después de lo pasado, recelando de la acogida
que su protector de la víspera podría dispensarle.
No sabía si su ausencia no habría causado olvido.
Es en la duda que pide al hermano que recabe de los ami­
gos de aquí, influyentes en política, como José Agustín Itu-
rriaga, antiguo secretario del general Manuel Oribe, o el doctor
Joaquín Requena, una recomendación para Urquiza y otra
BLANES EN BUENOS AIRES 39

(Colección Fernández Saldaña)


40 FERNÁNDEZ SALDAÑA

para el presbítero Domingo Ereño, únicos hombres que podían


serle útiles “y cuyo aprecio importa, para cualquiera que allí
vaya, una verdadera fortuna” (i).
Iturriaga o Requena eran más que suficientes para el ob­
jeto y mucho más “si el Dr. Requena se dignaba escribirle
directamente a don Justo”.
Pero existía un peligro más grave que el olvido o la des­
viación posible de Urquiza. Ese peligro lo constituían ciertos
trabajos que se venían haciendo desde Buenos Aires tendien­
tes “a ofrecer a don Justo la habilidad de un carcamán” al
que “hasta le habían pedido un dibujo o proyecto de lo que
haría”.
Por eso recomendaba que sus amigos hicieran valer y
resaltaran sobre su calidad de artista americano. .. “argumen­
to harto poderoso para Urquiza”.
Los empeños, sea directamente ante el Presidente mismo,
sea ante el canónigo Ereño, movieron el ánimo de aquel a fa­
vor del pintor americano.
En Marzo de 1858 Blanes recibía una carta del señor
Juan Coronado, llamándolo a San José de parte del general
Urquiza, para que tomara a su cargo la decoración del Orato­
rio, que entonces era conocido por la Capilla de la Estancia.

(i) El canónigo Ereño, era un antiguo párroco ele la iglesia de San Agus­
tín de la Unión. Alejado de nuestro país en 1853 a causa de la exaltación de
sus ideas políticas, y establecido en Entre Ríos, llegó a ser persona del
consejo y la mayor intimidad de Urquiza. Agente confidencial de los go­
biernos blancos ante el capitán general, procuró obstar o neutralizar cual­
quier influencia entrerriana que pudiera perjudicarles. Blanes lo vió de paso
para Paysandú en 1865. Falleció en Buenos Aires el 23 de Marzo de 1871.
Capítulo V

EN EL PALACIO DE SAN JOSÉ

O perdió Blanes un momento en trasladarse a


San José para estar a las órdenes del presidente
de la Confederación.
De acuerdo con Urquiza sobre lo que había
que hacer, el pintor volvió a Buenos Aires a
proveerse de los útiles y materiales necesarios para iniciar la
decoración, al fresco, del Oratorio.
De regreso a Concepción del Uruguay, dejó allí su mujer
y sus dos hijos y él fué a instalarse en el mismo Palacio, vas­
to como un cuartel.

Más de nueve meses invertiría el pintor en los trabajos


de la capilla, meses aprovechados a punto de pasarse veinti­
cinco y treinta días sin ir a Concepción.
El interior del templete, en cuya entrada se lee en carac­
teres dorados “Oratorio de San José.—Fundado en 1857”, es
octogonal y no desprovisto de elegancia.
Después de. conversar con los dueños de casa respecto al
motivo más aparente para la decoración, se convino, honrando
a la patrona celestial de doña Dolores Costa, esposa de Urqui­
za, en que el tema fuese los Dolores de la Virgen María.
Una serie de siete episodios ajustaba bien en la disposi­
ción de los lienzos interiores del Oratorio.
42 FERNÁNDEZ SALDAÑA

Sobraba un lado libre, para otra composición de tema


independiente, que debía ir sobre el altar mayor.
La serie de los Dolores de la Virgen, pintados en sendos
medallones, se abre con “La Presentación de Jesús al templo”
y termina con una escena de soledad en el Calvario.
Reveladoras del progreso técnico de Blanes esas pinturas
no añaden nada a la gloria del pintor, ni aún en aquella época.
Son unas pinturas insignificantes, que parecen elegidas
entre las ilustraciones de un libro de misa, compuestas con un
limitado número de personajes.
Blanes, ni entonces ni nunca sentiría los temas religiosos.
Pintaría vírgenes, santos o escenas bíblicas, pero al modo
que los pintaron Velázquez y Goya, vale decir carentes de
unción, exentos de verdadero espíritu religioso.
Las madonas, pintadas en Europa, serían nada más que
mujeres—las italianas lindas de sus modelos.
La Virgen María del Oratorio de San José, María Mag­
dalena, y las demás figuras femeninas de la Pasión, dejan de
ser estilizadas hebreas, envueltas en paños convencionales y
propios, para ser criollas de cara simple, un poco gordas
vestidas con la sencillez habitual de las mujeres de San José o
de Concepción del Uruguay, a permanencia delante de sus ojos.
Por lo general, además, es flojo en los desnudos como
que era ignorante de la anatomía.
Reservó para el octavo lienzo una composición titulada
“El Sueño de San José”.
El excelente carpintero se ha dormido sentado junto a
su banco. Viste un sayal amarillo, medio cubierto por una
capa verde, qüe denuncia un prolijo estudio de paños.
Un ángel—bastante humano—con túnica celeste, revela
al anciano dormido el extraordinario secreto.
Completan la escena, elementos de taller, un baúl, unas
tablas, unas cuantas virutas esparcidas por el suelo.
EN EL PALACIO DÉ SAN JOSÉ 43

Estas virutas, enruladas, muy destacadas por efecto de


claro oscuro, fueron la admiración de Urquiza y, en general
del público sencillo de la época.
Todavía hay gentes, por allá, que le hablan a uno, ponde­
rativas, de aquellas virutas, refiriendo el caso de un señor
que trepó a una escalera para convencerse que no eran viru­
tas de verdad.. .
Intercaladas entre un medallón y otro, hay unas cartelas
donde figura un angelito en oración y letras que, en conjunto
vienen a formar, siguiendo la curva de la capilla el nom­
bre J M B L A N E S.
Varios elementos ornamentales de gusto clásico como án­
geles, coronas, paños y leyendas en latino, ligan el decorado
de las paredes, sobre un fondo celeste desvanecido.
La bóveda vendría a significar la noche, tachonada de es­
trellas grandes y chicas, repartidas con simetría.

||

Debía estar listo el Oratorio para el 6 de Octubre cuan­


do viniese Urquiza a San José para festejar el 18, su 57 ani­
versario.
Blanes hacía proyectos de futuro.
Después de concluida la Capilla, creía tener seguros otros
trabajos de decoración en el mismo Palacio.
El trabajo de la Capilla calculaba que podría dejarle una
ganancia de tres o cuatro mil patacones.
Concepción del Uruguay, le dice a Mauricio, iba a ser la
capital de la provincia y con la vecindad del general Urquiza,
la prosperidad y ventura del pueblo no serían dudosas.
Entonces llegaría la oportunidad de traer a su lado a la
madre y al hermano, con el cual trabajarían juntos en una casa
de pinturas que abarcase el ramo en general, “porque era pre­
44 FERNÁNDEZ SALDAÑA

ciso hacer como los extranjeros y reirse del pomposo título


de artista, sin perjuicio, por supuesto, de hacer también re­
tratos”.
En toda la temporada de Entre Ríos el pintor no había
desperdiciado este remunerativo género.
El primero a mencionarse es el retrato en grupo de la
familia de Urquiza, que corresponde a la primera época. Se
le debe juzgar como un documento de gran valor para la his­
toria artística de Blanes, que acreditará siempre la confianza
que abrigaba, en sí mismo, a la vez que la serenidad—un poco
inconsciencia de profano—con que abordaba los motivos más
árduos.
Figuran en el lienzo, Urquiza y su señora sentados, y sus
hijos Justo, Justa y Lola, todavía niños.
Las fisonomías de doña Dolores y de la hija que está a
su lado, son vivas y expresivas, Urquiza alcanza a tener un aire
reconcentrado, pero todo denuncia el pincel inexperto, chocan­
do de primera intención la rigidez de los sujetos y la falta de
dibujo en los brazos y en las manos, tan difíciles siempre.
Un retrato que no vi hasta ahora, fué pintado en Setiem­
bre de 1856, sobre datos que tomó ante el cadáver del modelo.
Este era un estudiante de jurisprudencia del Colegio del Uru­
guay, de nombre Benito Marichal, cuya familia vivía en Gua-
leguaychú.
En 1857, un día que Blanes estaba en el Palacio de San
José, el general Urquiza recibió la extraña visita de un caudi­
llo indio auténtico, el Indio Cristo antiguo jefe de Rosas, el
cual, según refiere Andrés Lamas, “después de hacerse nota­
ble por sus raptos y malones en la frontera”, se presentaba a
Urquiza “con una propuesta para arrasar a Buenos Aires y
degollar los unitarios de dicha provincia”.
Usaba el indio, el chaleco y la divisa colorada rosistas, y
con ellos vivió y murió.
EN EL PALACIO DE SAN JOSÉ 45

Blanes, a solicitud del general su amigo, retrató al indio


Cristo.
Más tarde el óleo de Blanes fué a parar a la colección del
Dr. Lamas (i).
Otro óleo, hecho sobre la mascarilla que el mismo Bla­
nes sacó, es el de la señora María Vilches de Echaniz, nona­
genaria que figura con un pañuelo en la cabeza según acostum­
braba a usar.
Retrató al coronel Martiniano Leguizamon, trabajo fina­
mente ejecutado sobre una chapa metálica de 0.15 x 0.08, que
tiene su hijo el historiador argentino del mismo nombre.
También hizo los retratos del coronel Cristóbal Warlet
y el de Miguel Gerónimo González, que siendo sargento había
salvado la vida a Urquiza al vadear un río.
El primero está en Buenos Aires, el segundo se conserva
en San José.
No hace mucho, según mis noticias, fué destruido en Con­
cepción del Uruguay, un retrato de doña Sofía Salvetti de Ur-
quijo.
Los trabajos enumerados no son sino una parte de las
obras de Blanes en Entre Ríos, dispersa ahora quién sabe por
donde. La tarea de ir averiguando de esos cuadros para com­
pletar el inventario de los trabajos del maestro montevideano,
la dejo para los que quieran proseguir mis pesquisas, sin que
esto implique una declaración de que yo no haya de ocuparme
ya de tan interesante asunto.

El presidente no llegó a San José sino en Noviembre y


Blanes aún tenía trabajo para unos 15 ó 20 días.

(1) Catálogo de los objetos que se encuentran en la Exhibición de las


Damas de Caridad. Buenos Aires. 1878.
4Ó FERNÁNDEZ SALDAÑA

Los frescos del oratorio estuvieron terminados en Diciem­


bre, por lo cual el pintor calculaba que el año nuevo podría
festejarlo en Montevideo con los suyos, para luego pasar a
Buenos Aires comenzando a poner en planta sus proyectos.
Pero Urquiza no pudo ajustarle cuentas, en letras paga­
deras en Montevideo, sino en Enero de 1859.
Blanes recibió del capitán general, por manos de Vicente
Montero intendente de Palacio, el saldo necesario para hacer
en total la cantidad de 330 onzas de oro, equivalente a 5.280
patacones de entonces, que venían a ser 5.068.80 pesos de
nuestra moneda legal (1).

Es probable—si juzgamos por estos pequeños entorpeci­


mientos en las finanzas de Urquiza—que Blanes al dejar la ca­
sa de su protector, no estuviera tan cierto de obtener de él los
nuevos trabajos que eran la base para establecerse de firme
en Concepción del Uruguay-
Una vez en su capital, después de conversar largamente
con Mauricio y sobre todo, cuando estuvo en posesión de cier­
tos datos relativos a sus asuntos privados, aquellos planes con­
cluyeron por esfumarse.
Su hermano, por lo pronto, no tenía interés en dejar el
país.
En lo que tocaba a sus cuestiones íntimas, Copello, que
ya no vivía en Montevideo, estaba muy enfermo, casi inútil en
Rosario de Santa Fe.

(1) Véase apéndice A.


Capítulo VI

LA PENSIÓN EN EUROPA

LAÑES volvía a la República aureolado con la


nombradla de pintor del Presidente Urquiza y
con un notable adelanto en su carrera artística.
Aún sin principios, pero a precio de obser­
vación, de trabajo y de buen sentido, había
conseguido vencer una serie de dificultades que para otro que
no tuviese sus condiciones naturales, hubieran sido insalvables.
No se sabe de ningún cuadro histórico o de género pin­
tado por Blanes en el tiempo que siguió a su regreso a Mon­
tevideo.
Seguramente su ocupación fué pintar retratos, pero no
solo los pequeños retratos de antes, sino grupos de familia co­
mo el que pintó para Don Santiago Sayago, y figuras del ta­
maño natural, como la del coronel Marcos Rincón.
Este retrato, por la corrección del dibujo—sin negar los
errores de que adolece—y el gusto con que está dispuesto, es
una buena prueba del talento artístico de Blanes.
Se conserva en la familia Rincón y, aunque muy enne­
grecido, deja apreciar una técnica propia, típica en el modo
de tratar los blancos.
Fué hecho en Junio de 1860, y le pagaron por él 30 onzas
de oro.
48 FERNÁNDEZ SALDAÑA

Entre los retratos pequeños que se sitúan por esta época,


ninguno he hallado más interesante que el poseído por mi
querido amigo el Dr. Asdrúbal E. Delgado, que representa a
su señor abuelo don José María Delgado.
Emana el gran interés de esta tela (de 0.55 de alto por
0.40 de ancho) donde el personaje aparece de pié, de cuerpo
entero y en pleno aire, de que en ella se alcanza a vislumbrar,
no solo el colorido que más tarde debía distinguir los cuadros
de costumbres de Blanes, sino, y muy particularmente, su
paisaje peculiar. Un paisaje inconfundible en sus luces, y
con una especie de orientación cardinal que lo lleva a destacar
sus figuras tal como si fueran vistas siempre del Cerrito, y
en el cual, porción de veces, se alcanza—como en el retrato de
Delgado—un detalle lejano de la ciudad o el perfil, a contra
luz, de la falda del Cerro.
En el Museo Histórico hay un autoretrato de Blanes que
corresponde a estos años. Es una tela chica, de 0.45 x 0.37. El
pintor está de brazos cruzados, con la barba corta, cuadrada,
que usaba entonces.

La ocasión para obtener una beca de estudios en Euro­


pa—idea que acariciaba desde mucho tiempo—era propicia.
Se interesó por el pintor, el presidente de la Cámara de
Diputados, Julio Pereyra, merced a los oficios de Francisco
X. de Acha, director del diario que prestigiaba su candidatura
para sustituir en la presidencia de la República, a su padre
Gabriel A. Pereyra en el período 1860-64.
Blanes presentóse al cuerpo legislativo en Marzo de 1860,
solicitando se le otorgara una pensión a fin de trasladarse a
Italia y estudiar la pintura, tres años en Florencia y dos en
Roma, perfeccionándose.
LA PENSIÓN EN EUROPA 49

Proponía en su petitorio, y como primer arbitrio, “que


la Nación le facilitara la cantidad de 6,000 pesos que el soli­
citante garantizaría, en el caso improbable de mala inversión,

Blanes en 1859 (Auto-retrato)


(Museo Histórico Nacional)

con un banco o con una firma “cualesquiera de ambas cosas a


satisfacción del Gobierno”.
Si eso no era posible—y razonablemente no podía serlo
—el suplicante aceptaba una pensión mensual de 60 patacones,
pagaderos en Europa por término de 5 años.
4
5o FERNÁNDEZ SALDAÑA

Pero en seguida, como si el suplicante hubiera desapare­


cido, condicionaba la aceptación añadiendo “con tal que la pen­
sión no cesara cuando menos pudiera esperarlo” y más lo
necesitase. Para esa eventualidad “se reservaba el derecho de
elegir, en Montevideo, la casa o firma que más seguridades
le diera” contra tal riesgo.
Era—desde luego—pedir el favor y pedir la garantía del
mismo.
Por lo que decía a obligaciones, Blanes comprometíase,
un año después de estudiar rigurosamente, a enviar copias
tomadas gradualmente de los cuadros de la historia sagrada
o profana de mayor importancia, según el gusto del Gobier­
no. Este recibiría en Montevideo las copias, y según tasación,
hecha por peritos nombrados uno por cada parte, se le acre­
ditaría el importe en su cuenta “hasta cubrir el todo de la
cantidad con que hubiera sido favorecido por la Nación”.
No se hacía responsable—seguía exponiendo el peticio­
nante—de los extravíos legalmente probados y, en tal caso,
se obligaba a enviar certificados que atestiguasen el hecho
de. la copia, su mérito y la importancia del original.
Terminaba su extraña y tal vez incongruente solicitud, con
el ofrecimiento de establecer, a su vuelta de Europa, una aca­
demia de pintura “en que propendiera gratuitamente a favor
de algunos jóvenes compatriotas amadores desgraciados”.
Pero esta misma oferta final no era pura y simple sino
que dependía, primero, de que el mismo Blanes se considerara
en un grado de adelanto suficiente para regentear la escuela,
y segundo, de que el Gobierno proveyera de útiles a la aca­
demia.
La Cámara de Diputados, haciendo a un lado todo aquel
conjunto de cosas raras, le votó sencillamente una pensión de
72 pesos antiguos mensuales o sea el equivalente de los 60 pa­
tacones pedidos, que forman $ 57.60 moneda nacional.
LA PENSIÓN EN EUROPA 51

Pasado el proyecto al Senado, éste le dió su voto favora­


ble convirtiéndolo en ley y el presidente de la República, recién
electo, Bernardo P. Berro, le puso el cúmplase.

Mientras tanto el marido de doña María, había fallecido


en Rosario de Santa Fe, el 26 de Octubre de 1859.
El 23 de Agosto de 1860, Blanes se casó con la madre
de sus hijos.

La ley que le acordaba pensión no hablaba nada de los


gastos de viaje.
Erá necesario dejar que pasaran aquí, perdidos, unos
cuantos meses para reunir el dinero de los pasajes.
Pero Blanes no fiaba sólo en la modestísima pensión cuan­
do en sus anotaciones autobiográficas dice: ... “con ella y
algo que había ganado en Entre Ríos pude hacer mi viaje”.
Todavía en 1861 el viaje corriente a Europa era en barco
de vela.
Los buques empleados en la carrera llamábanse “paque­
tes de la línea”.
Blanes tomó pasaje en la fragata francesa “La Plata”,
al mando del Capitán Carlos Tallibart, que debía dejarlo en
El Havre.
Era una fragata clavada y forrada en cobre, justamente
conocida por velera, que ofrecía además, bastantes comodi­
dades y el trato de abordo pasaba por muy bueno.
El pintor, llevando consigo a su señora y dos niños, es­
taba obligado a tener en cuenta todas esas cosas.
Levada el ancla en la mañana del 3 de Octubre, no tar­
52 FERNÁNDEZ SALDAÑA

daron, gracias a un pampero fresco que sopló apenas habían


salido, en hallarse en las costas de Maldonado, cuyas sierras se
silueteaban en violeta.
El io, a lo lejos, por sotavento, apreciaron las montañas
que rodean la bahía de Río Janeiro. No era posible distinguir
las nubes de los picos entre la masa de tonos irisados y finí­
simos
A las últimas horas de la tarde del 19 pasaban cerca de
las islas de Fernando de Noronha, y el 21, a media noche
atravesaron la Línea.
En el hemisferio boreal La Plata fué combatida por per­
tinaces vientos del norte que retardaron el viaje lo menos cin­
co días.
Recién el 17 de Noviembre pudieron ver el cabo Lizard,
avanzada meridional de Inglaterra. A poco enfrentaban el
canal de la Mancha, jalonado de faros y,, con 48 días de nave­
gación, estuvieron en El Havre, el 19 de Noviembre, luego de
recorrer 2.800 leguas de mar.
Efectuado el desembarque en las últimas horas de la tar­
de, Blanes tuvo tiempo de pasear por la ciudad, después de
muñirse de una guía.
El albergue estaba situado en una calle paralela al puer­
to, que se extendía como un hormiguero mareador a los ojos
de aquellos forasteros, inacostumbrados al movimiento de las
grandes ciudades.
Ante el permanente pasar de buques de vapor y de vela,
carros, ómnibus, coches y peatones, los chicos llenos de asom­
bro vivían en un continuo “mire Tata”. Y no había forma
de tenerlos quietos porque todo los llamaba a los balcones;
ni de que durmieran tranquilos por que las pitadas de los
buques los despertaban a cada rato.
Cuatro días de permanencia en la ciudad fueron bien
aprovechados.
LA PENSIÓN EN EUROPA 53

En el museo, que no podía ser gran cosa, un cuadro de


Van-Dyck llamó poderosamente la atención de Blanes: era,
desde luego, el primer cuadro de un gran maestro que veía
en su vida.
Buen criollo no escaparon a su observación los caballos,
muy fuertes para el tiro y muy bonitos en general. Los de
paseo le resultaron una pintura.
A medio día del 24 tomaron el ferrocarril de París, con
siete horas de viaje por delante.
Atravesó el tren, como en un vuelo, campiñas cultivadas,
ciudades, aldeas, puentes, viaductos y túneles, un trayecto tan
largo como el de Montevideo a Mercedes.
Aquella colorida cinta cinematográfica, impresionó a Bla­
nes a punto de darle la sensación de que todo había sido un
sueño.
A las 7 de la noche descendían en París.
Al día siguiente se comenzó la visita de la ciudad a pié,
sin otra guía que un buen plano.
No sé si desconfiado de todo, o poco seguro del despejo
de su señora, ello es que Blanes no se separó una sola vez
de su mujer ni de sus hijos, aunque fuese dejándolos en el
hotel.
Esta permanente compañía de su señora y dos niños
le llegó a resultar, en ciertos momentos, un peso muerto, can­
sador.
“Me recorrí París siempre acompañado de mis tres cru­
ces”—dijo pintorescamente a su hermano.
Rápido el paso por París, vió las Tullerías, Notre Dáme,
el Panteón, el Arco de Triunfo, “todo muy ligeramente, pero
todo lo vi”.
Y como tenía ya una idea de lo que iba visitando, añade,
“lo vi sereno y sin abrir la boca”.
No abriría la boca, no, pero confiesa en cambio que al
54 FERNÁNDEZ SALDAÑA

recorrer el Museo del Louvre se le cayeron las lágrimas y


que lo bendijo la última vez que estuvo en él, la víspera de
marcharse a Italia. . .
La sensación de Blanes ante París no tuvo medida y
la gran capital lo fascinó literalmente.
“Todo lo que dicen de París los libros y todo lo que dicen
los franceses es verdad”. . . escribió el pintor a la madre.

Dos rutas se abrían para ir a Italia, el ferrocarril de


Marsella, atravesando después en un barco hasta Génova, o
el camino de los Alpes.
Blanes eligió el último. Todos estaban algo acobardados
del mar y la travesía alpina daría la ocasión de conocer monta­
ñas altas, y ver nieve que sólo habían visto pintada.
Abandonaron París el día 30 de Octubre, a mitad de la
tarde, en ferrocarril, buscando la ruta del Monte Cenisio.
A la una de la tarde del siguiente día llegaron a la estación
terminal que era San Juan de Maurienne, pasando por Dijón y
Chambery.
Los túneles sub-alpinos no existían aún.
En San Juan esperaban a los viajeros tres diligencias.
Cada vehículo tenía un excelente tiro de diez caballos y mu­
chos kilos de carga en la baca.
Camino arriba el trayecto iba siendo cada vez más que­
brado y más impresionante.
A las 4, en una posta de la montaña, los caballos fueron
sustituidos por seis yuntas de muías “que trabajaban a las
mil maravillas”.
Llegaron a la cumbre a media noche.
Los Alpes iluminados por una luna casi llena que brillaba
nítida en la inverosímil transparencia del aire, ofrecían “el
LA PENSIÓN EN EUROPA 55

■espectáculo más. imponente, más asustador y más admirable”.


Se dejaba sentir un intenso frío, pero los criollos viaje­
ros se habían provisto en París de unas buenas frazadas.

Blanes y su familia.—Nicanor junto a Doña


María; Juan Luis de la mano del padre
Fotografía hecha en Florencia en 1863
(Colección Fernández Saldaña)

Los niños iban dormidos, la señora soñolienta y asusta­


da, el pintor alerta y mirando todo. ..
Después de casi cinco horas de cumbre, se inició el des­
censo, a las 4 de la mañana del 2.
Se hizo el cuesta abajo a toda carrera, caracoleando, ali­
viadas las bestias y cambiado el espíritu de los viajeros.
56 FERNÁNDEZ SALDAÑA

Tres horas y media fueron suficientes para estar en la


primera estación del ferrocarril italiano que los condujo a
Genova por vía Turín.
“El viaje dejó a María medio abombada la pobre”, dice
Blanes escribiendo a la madre.
Al fin, después de unas horas más de tren estuvieron en
Florencia.
Capítulo VII

LOS TRABAJOS DE PENSIONADO

NSTALADOS nada más que provisoriamente,


ya estaba Blanes puesto al trabajo.
Tomó por maestro al pintor Antonio Ciseri que
entonces pasaba por ser uno de los más acre­
ditados profesores de Italia, y bajo tan experta
dirección principió a dibujar el 27 de Diciembre de 1861 (1).
Muy satisfecho se mostró Ciseri de lo que él llamaba “las
disposiciones” del nuevo discípulo uruguayo, a pesar de las
malas prácticas que tenía adquiridas como aficionado.
Con las cualidades reconocidas por el maestro, con su
ejemplar voluntad de trabajo, y ya un hombre formal, capaz
de darse cuenta de lo que hacía, nuestro compatriota estaba
destinado a triunfar.
Convencido que tenía que empezar de nuevo, no vaciló
en volver al principio, a los rudimentos esenciales, dándosele

(1) Antonio Ciseri, pintor de historia y de retratos, nacido en Ronco,


Cantón Ticino, el 21 de Octubre de 1821, falleció el 6 de Marzo de 1891 en
Florencia, de cuya Academia había estudiado, llegando a ser profesor de ella.
Demostró desde joven grandes condiciones de retratista, pintando luego
muchos cuadros históricos recomendables.
Entre los primeros se citan los retratos de Cavour, Maffei, Víctor Ma­
nuel II, etc., entre los segundos, Ecce - Homo, Entierro de Cristo, San Juan
Bautista ante Herodes, etc.
Véase, E. génézit. Diccionario Crítico y Documentario de Pintores, Es­
cultores, Dibujantes y Grabadores. Tomo I.°. Página 958. Edición francesa.
París 1911.
58 FERNÁNDEZ SALDAÑA

muy poco de sus retratos de Montevideo y de sus cuadros his­


tóricos de Entre Ríos.
Pero como no era un nene—según sus mismas frases—
“barajaba al vuelo los preceptos que debía y era preciso e
indispensable aceptar y adoptar”.
“Si yo no tratase sino de hacer retratos—continúa—muy
poco tiempo me bastaría para cumplir la misión que me ha
traído al viejo continente”.
Pero Blanes tenía la vista en la pintura de historia—la
gran pintura de entonces—y se proponía estudiar el yeso, la
academia del desnudo, la anatomía, la perspectiva y la histo­
ria del arte .. .
Vasto programa, sin duda, pero lo cumplió, aunque hu­
biera que hacer, en los largos días de verano, sesiones de 8
y 9 horas de modelo vivo.
Al mes de trabajar bajo la dirección de Ciseri éste le
expidió un certificado muy honroso, que Blanes apresuróse a
enviar a Montevideo, donde el Ministro de Gobierno lo reci­
bió con gran satisfacción.
Para ayudarse con algunos trabajos extra, nuestro pen­
sionado escribió una larga carta a Urquiza, interesándole por
copias de cuadros de los maestros.
También dirigióse a la viuda del ex-presidente Pereyra
ofreciéndole hacer los retratos de gran tamaño, de ella y de
su finado esposo.
Ninguna de estas proposiciones tuvo éxito.

a*

En el año 6i no se perdió un día de trabajo, como quien


dice.
“Cuando haya concluido mi misión—escribe—podré decir
a boca llena que soy un héroe”.
LOS TRABAJOS DE PENSIONADO 59

Tenía vivos deseos de ir a Roma, pero los gastos lo asus­


taban.
Sólo en el mes de Julio, cumpliendo con un compromiso
hizo un brevísimo viaje a Chiavari a visitar a la familia de
su señora, aprovechando la ocasión de celebrarse las fiestas
de la Madonna dell’Orto.
En Chiavari hizo un valiente retrato abocetado del cons­
tructor y pintor José Botto, que estaba en vísperas de embar­
car para el Uruguay, donde tenía un hermano en Salto, que
Blanes había conocido mucho allá y era amigo de Gregorio
Blanes (i).
Juancito y Nicanor iban a la escuela. “No adelantan
como yo quisiera—dice el padre—pero hablan italiano bien,
y no se han olvidado del español, porque yo no les permito
que hablen conmigo en italiano”.-

Para acreditar sus progresos y con el favorable parecer


de su profesor, preparó Blanes el primer envío de pensionado,
consistente en varios dibujos grandes. Acompañando a los car­
tones venía este nuevo testimonio del maestro:

“Florencia, 15 de Febrero de 1862.


Certifico yo, el abajo firmado, Profesor de 1.a Clase en
la Real Academia de Bellas Artes de Florencia, y Maestro
de Instrucción Superior en la misma, que el señor Juan Ma-

(1) Este retrato Botto lo trajo consigo. Nuestro pintor le había dado,
también, una carta de recomendación para Gregorio. Muerto José Botto, sus
cosas quedaron repartidas en el pueblo de Flores, inmediato a Buenos Aires,
lugar de su fallecimiento y en la ciudad de Salto, en casa de su hermano
Juan. Vanas han sido, mis averiguaciones en esta líltima ciudad, para dar
con el retrato hecho por Blanes.
6o FERNÁNDEZ SALDAÑA

nuel Blanes, de Montevideo, que de poco más de un año, está


bajo mi dirección, ha hecho progresos notabilísimos en el es­
tudio de la pintura, y tales que poquísimos estudiantes en
este arte llegan a obtener en tan breve espacio de tiempo;
como por los ensayos que se acompañan cualquier inteligente
puede verificar con facilidad y descubrir inteligencia, exacti­
tud de contorno, efecto acabado, etc.;—en una palabra, todo
cuanto puede servir a justificar mi aserción. Considerando
además que tales ensayos han sido tomados del natural; el
cual para ser bien imitado aumenta grandemente las dificulta­
des, si se considera su movilidad e incertidumbre.
Si tales ensayos de dibujo ha podido hacer este joven
en tan corto tiempo (siendo el dibujo la base fundamental del
arte), estoy convencido que pronto dará otros tantos en el
dibujo pintado, ejercicio que precisamente ahora comienza a
practicar.
Estoy seguro que honrará a su Patria y al Gobierno que
le dispensa los medios para estudiar este arte tan noble y
difícil.
Esta es la verdad.
(Firmado).—Profesor Antonio Ciseri.

Cargado su envío en el brick Raffelina, en el puerto de


Génova, en Abril de 1862, el barco, que mandaba el capitán
Dodero se perdió a la vista de Montevideo, en Punta Brava,
el 27 de Julio.
Los pasajeros que conducía, en número de 160, fueron
salvados, pero la mayoría de la carga fué arrebatada por el
mar, o robada del casco tumbado sobre las piedras.
Algunos efectos y equipajes lograron ser rescatados, pero
el cajón con los dibujos de Blanes no apareció jamás.
Impuesto del contratiempo, el pintor hacía esta auto-crí­
tica de su malogrado envío:
LOS TRABAJOS DE PENSIONADO 6l

La Casta Susana
(Museo Histórico Nacional)
62 FERNÁNDEZ SALDAÑA

“Siento infinito la pérdida de mis dibujos por la parte


moral en que me atañe, y también por la curiosidad de Vds.,
y estoy seguro que a pesar de no ser pintados, esos dibujos
por su tamaño poco común, por el escrúpulo e interés con que
estaban ejecutados, por el estudio que ellos tenían hubieran
interesado mucho a los inteligentes no apasionados”.
“Tu consejo de que mande otros—sigue diciendo a su
hermano—no lo acato y espero que tú no te enojarás por eso,
pues aunque tengo algunos otros tan buenos o mejores que
aquellos (que algún día los verás) yo ya he cumplido o al
menos así lo creo”.
“Allá para fin de año—la carta es de 20 de Setiembre de
1862—irá otro certificado acompañando un cuadro al óleo que
representa la casta Susana en el baño; cuadro original, pri­
mero que hago aquí”.
Estaría sin los viejos, “porque sólo se había propuesto
pintar una figura desnuda”.
A todo esto estaban cumplidos ya dos años en Europa,
estudiando siempre y aunque había pedido una pensión por
cinco años, confiesa el pintor que nunca había pensado estar
estudiando más de un año, “tan cerrados tenía los ojos”.
“Dos años han transcurrido—añade—y todavía no soy
artista, dos años y todavía no me puedo ir”.
Demoró hasta comienzos del año 63 el prometido envío
que recién fué embarcado en el velero “Dante”.
Con la Susana venía un San Juan Bautista y dos peque­
ñas telas de obsequio, una para el banquero don Carlos Navia
y otra—una variante de la Susana—para el hermano Mauricio.
Están en el Museo Nacional de Bellas Artes los dos en­
víos de Blanes. Son dos excelentes estudios un poco duros to­
davía, pero de correcto dibujo y color limpio.
La Susana, enviada al hermano—que existe en el Museo
Histórico—es un precioso cuadrito, de 0.50 x 0.42, en el cual
LOS TRABAJOS DE PENSIONADO 63

figuran en segundo término dos ancianos de turbante, bajando


por una escalera.

Solamente la vida modesta que el pintor se había impues­


to, es capaz de explicarnos cómo Blanes podía vivir con tan
escasos recursos, debiendo pagar maestros, modelos vivos y
gastos de taller.
Vida retraída y estricta, apenas se trataba con Luis Ma-
turana, otro uruguayo becado de pintura que no hizo camino
y después de un corto período de estudios en Florencia, regresó
a Montevideo, gravemente enfermo, para no vivir mucho.
También eran camaradas de Blanes los argentinos Boneo,
Agrelo y Lastra, con quienes estudió y de cuya gratísima so­
ciedad conservó siempre recuerdo.
Pero la estrechez de la vida y la incertidumbre del futuro,
iban contra la tranquilidad tan necesaria para quien estudia,
y labraban desfavorablemente en su espíritu.
Por eso urgía a su hermano y al amigo Ramón de Cázeres
para que trataran de conseguir que se elevara su mensualidad.
El 17 de Abril de 1863 Mauricio presentó a la Cámara
de Diputados, en nombre y representación de Blanes, un pe­
dido de aumento de pensión. Basaba la solicitud en que la
vida le era imposible, dada la exigüidad de la suma percibida,
la más baja entre todas las asignaciones fijadas por el país
a los distintos becados en Europa. (1)
“Ahora, decía Mauricio, mi hermano ha pasado la pri­
mera época de sus estudios y su situación como escolar tiene
muchas necesidades; pues tiene que pagar mayores sueldos a

(1) Eran becados en esa época, además de Blanes, Pedro Vizca, con
80 pesos; Laurentino Sienra y Carranza con 75; Dalmiro Cabral con 80, y
Luis F. Maturana, con 90, todo moneda antigua de pesos de 8 reales.
64 FERNÁNDEZ SALDAÑA

sus maestros en los diferentes estudios que practica y todos


anticipados por su calidad de extranjero”.
“Mi hermano quiere llevar adelante sus estudios, quiere
sacar el fruto de sus desvelos y trabajos, no quiere perder las
privaciones que sólo ha podido soportar por amor a su arte y
por el deseo de ser útil a su patria.”
Y solicitaba se le aumentase a cien pesos moneda corrien­
te la pensión de que disfrutaba, y por todo el tiempo que le fal­
tara según la ley que lo declaraba becado.
La Cámara de Diputados despachó favorablemente el
asunto aunque limitando el aumento a la suma de 20 pesos,
mitad de lo que Blanes pedía y el proyecto fue al Senado,
según los ordinarios trámites legales.
La comisión de peticiones del Senado produjo' un infor­
me denegatorio “por ser el aumento votado por la Cámara
de Diputados incompatible —aún con la rebaja introducida—
con la situación del tesoro público y la justicia debida a los
demás pensionados”.
“Eso no obstante—decía el informe—como la deficiencia
de la pensión que alega el peticionario se halla apoyada por
el hecho de ser la más reducida de las concedidas para estu­
diar en Europa, la Comisión ha recabado informes para po­
der apreciar aproximadamente el monto de los gastos a que
debe hacer frente el señor Blanes, adquiriendo por ellos el
convencimiento de que con la pensión de sesenta patacones
que disfruta, se halla en aptitud de satisfacer holgadamente
todas sus necesidades.
Resultando de lo expuesto no hallarse justificado por una
necesidad imprescindible el aumento de pensión solicitado, la
comisión de dictamen aconsejaba desechar el aumento sancio­
nado por la otra Cámara.
No obstante el parecer de la Comisión de peticiones—tan
optimista para apreciar las necesidades ajenas—el Senado en
LOS TRABAJOS DE PENSIONADO 6,5

sesión del 10 de Junio rechazó el dictamen y aprobó la minuta


de decreto, votada por la Cámara de Representantes, con lo
que el aumento a 8o pesos, en moneda nueva de 10 reales vino
a ser una realidad (i).
Mientras se tramitaba aquí el aumento, Blanes, lejos de
las fuentes de información diaria y minuciosa, pasó largos

Juan M. Blanes en 1864


(Colección Fernández Saldaña)

días de inquieta incertidumbre, subrayada por la impresión


poco halagadora que sus amigos habíanle transmitido del am­
biente parlamentario.
“He recibido una carta de Juan por este paquete (escri-

(i) Montevideo, Junio 15 de 1863. Artículo 1.°. Elévase a la cantidad de


ochenta pesos moneda corriente la pensión que disfruta D. Juan M. Blanes
para estudiar pintura en Europa. 2.0. Dicha pensión se abonará desdé la pro­
mulgación de esta ley por semestres anticipados. 3.°. Impútase el exceso de
Ja cantidad acordada en el Presupuesto.—BERRO.—Juan I. .Blanco.
5
.66 FERNÁNDEZ SALDAÑA

be Cázeres a Mauricio Blanes, el 19 de Julio) adjuntándome


una para el señor Presidente que entregaré oportunamente.
“Estaba el hombre muy apajarado, en virtud de mis an­
teriores anuncios en los cuales efectivamente yo desconfiaba
de un buen resultado sobre su pretensión.
“Hoy será otra cosa, y estará más satisfecho, pues debe
haber recibido mis cartas que le llevaban buenas noticias”.

Pero, aquella tranquilidad tan anhelada y tan necesaria,


no sería para Blanes.
Apenas solucionado de un modo bastante favorable el
asunto de la pensión, los sucesos politicos de la Patria vinie­
ron a convertirse en fuente de nuevas preocupaciones.
Desde Abril de 1863, el orden público estaba perturbado
en el país por una revolución que iniciada por el general Ve­
nancio Flores, a nombre del partido Colorado con un puñado
de hombres, tomaba día a día mayor incremento.
Blanes, como se sabe, era blanco, es decir, de la parcia­
lidad que gobernaba la República, y vivía en permanente in­
quietud por la carencia de noticias, frecuentes y ciertas, acerca
del giro de los acontecimientos militares y políticos.
Mauricio pasaba hasta tres meses sin escribirle, porque
estaba en servicio militar con clase de sargento mayor de
Guardias Nacionales en el ejército del gobierno.
Además las espaciadas noticias que enviaba el hermano
no le satisfacían del todo, pues sospechaba que ellas sólo tu­
vieran origen en deseos de que el gobierno triunfase.. .
Ramón de Cázeres, por su parte, era colorado y sus no­
ticias también eran tachables de parcialidad.
De pronto, suspendido entre sus dudas, el pintor ente­
rábase por los diarios ingleses o franceses de noticias que
LOS TRABAJOS DE PENSIONADO 67

lo hacían montar en cólera y despacharse con los peores adje­


tivos. Eran noticias como ésta:
“Montevideo, 17 de Mayo. El general Flores sitiaba la
plaza con 3.000 hombres y apesar de la resistencia se esperaba
que de un momento a otro se rendirían los sitiados. 600 hom­
bres que iban de refuerzo a Llamas (Lamas querían decir
estos hijos de.. . intercala Blanes en su carta) se pasaron al
General Flores”.

Incrédulo tanto como se quiera, los hechos lo debieron


rendir a la evidencia: el gobierno de Montevideo era incapaz
de sofocar la revolución y por consiguiente, los malos tiempos
no estaban distantes.
Blanes que pensaba con horror en quedar sin recursos en
aquella Europa sórdida y egoísta, ávida de dinero, resolvióse
a sacrificar los 8 meses de pensionado, que todavía le queda­
ban, y con ellos el viaje a Roma y a Venecia. Regresaría a
América, antes que se llegase a interrumpir el envío de sus
trimestres.
Vacilaba entre venir directamente a Montevideo, o que­
darse en Río Janeiro el tiempo que fuera necesario para que
la República se tranquilizara.
Pudiendo vincularse a la Corte de Pedro II, y siendo
Río Janeiro una ciudad grande y de lujo, veía allí un vasto
campo para trabajar con provecho (1).
En cambio, Montevideo amenazado, el país convertido en
una hoguera, la perspectiva de ser soldado, nada convidaba
a venir acá.
Sin embargo, al final optó por regresar a la Patria, es­
cribiendo para que anunciaran su próxima partida “y le fue-

(1) Véase apéndice B.


68 FERNÁNDEZ SALDAÑA

ran echando el ojo a algún salón o almacén espacioso, con luz


abundante, interior decente, sin sol, y con comodidades para
alumbrarlo a gaz”, donde pudiera hacer su primera expo­
sición.
Llevaría 24 cuadros de los cuales 8 suyos.
“Esto, añade, sin contar 400 entre estudios, dibujos, bo­
cetos, academias y cuadros no acabados”.
Entre aquellos cuadros pintados por su mano venía una
bella figura que había bautizado “Rebeca”.
Poco más tarde Pedro Varela, uno de los banqueros de la
época, adquirió este cuadro que se conserva en la familia, po­
seído ahora por el Dr. Alfredo Vázquez Varela, en Paysandú.
Compuesto, según los cánones de la escuela, Rebeca, ves­
tida con una túnica blanca, está junto al pozo, teniendo a los
pies una ovejita. .
Entre las copias venían Tizianos, Rubens, etc., para ser
negociados aquí.
Eran trabajos hechos por artistas amigos de Florencia,
que dándole a nuestro pintor una prueba de su confianza, le en­
cargaban de que les vendiese sus lienzos en América.
Originales y copias representarían un valor de diez o doce
mil francos, según el justiprecio del mismo Blanes en carta di­
rigida a Ramón de Cázeres, el 4 de Marzo de 1864.
En la misma carta—existente en copia en el Archivo de
la Nación—hablando de los preparativos para la vuelta el pin­
tor nos da estos curiosos detalles:
“Ahora mi casa y estudio es un zafarrancho. Me paso las
noches enteras sacando cuentas para encontrar el modo de re­
ducir los gastos que demanda mi marcha—cajones, cajas, ca-
jitas, yesos, dibujos, estudios pintados, modelitos, libros, libri-
tos, librazos, cuadros, cornisas, etc., etc.”.
Para aumentar los recursos vendió todo lo que pudo, sin
excluir la guitarra, que había comprado enseguida de llegar a
Florencia, y con la cual endulzó la melancolía de muchas horas.
Capítulo VIII

DE REGRESO." PRIMEROS CUADROS DE HISTORIA

OR mitad de Junio se anunció en Montevideo la


próxima llegada de Blanes, diciéndose que regre­
saba de Europa antes del tiempo fijado como
término a su pensión, porque no quería conti­
nuar siendo gravoso a la patria en las circuns­
tancias críticas a que se veía reducida por la prolongada guerra
civil.
Otros—sabemos—eran los motivos capitales que deter­
minaban su regreso.
“Viene—añadía la crónica—formado un artista, porque
ha aprovechado su tiempo, estudiando día y noche”.
Como en Génova no había buques para Río Janeiro sino
muy de tarde en tarde, tomó la vía de Burdeos atravesando
de nuevo Francia, pero esta vez desde Marsella, viniendo de
Génova por mar.
En Burdeos debían tomar el paquete francés con pasajes
de 3.a clase.
El 26 de Mayo de 1864, embarcaba en el vapor “Bearn”,
que, según eran los viajes en aquella época, lo condujo a Río
Janeiro, donde el 22 de Junio se trasbordó al “Saintogne”, que
estuvo en Montevideo el 28 de Junio, con 32 pasajeros.
A los veinte días de estar Blanes en su Capital ya tenía
pintado un retrato ecuestre conseguido de encargo.
70 FERNÁNDEZ SALDAÑA

Este retrato era íl del presidente del Paraguay general


Francisco Solano López, encomendado por el Sr. Juan José
Brizuela, encargado de negocios de aquel país ante el gobierno
uruguayo, para obsequiárselo a su presidente.
Fué exhibida la tela en el taller de Blanes, situado en los
bajos de la misma casa de Brizuela, en la calle Sarandí.
Mucha y justificada curiosidad despertó el retrato, que
todos querían ver, pues debía ser enviado a López dentro de
muy breve plazo, en uno de los barcos paraguayos mitad mer­
cantes mitad de guerra, que hacían la carrera Asunción-Mon-
tevideo.
Difícil dar con el rumbo que tomó este cuadro en la dis­
persión de las cosas que fueron del mariscal López.
No lo vi en el Paraguay durante mi residencia en aquel
país, ni me dió razón de él don Enrique Solano López, hijo
del presidente, a quien traté de cerca.
En Paraguay, refiriéndose a este retrato conocido por
fotografías, era corriente decir que se trataba de un gran
óleo existente en París, obra de uno de los buenos pintores
del segundo imperio.
Nadie parecía saber que fuese un retrato hecho por Bla­
nes, y agradaba a los panegiristas del mariscal atribuirlo a
cualquier gran artista francés.
El retrato juzgado por las reproducciones es un elegante
retrato.
López va montado en un caballo blanco, en actitud de
saludar, y como en una revista.
La figura del mariscal está sacada de una fotografía
hecha en Buenos Aires en 1859.
El caballo, al tipo clásico, es suelto y arrogante en su
trote, aunque lo perjudiquen algunos defectos de dibujo y lo
excesivo de la cola.
DE REGRESO
Ataque general a Paysandú
(Colección Fernández Salda ña)
72 FERNÁNDEZ SALDAÑA

El rápido desarrollo de los acontecimientos políticos de


la república no solo obstaron los trabajos subsiguientes del
pintor, sino que llegaron a determinar su ida a Buenos Aires,
mientras nuestras cosas no se tranquilizaran.
Era el pintor hombre pacífico por natural, no interesán­
dole nada las cuestiones políticas que dividían la opinión pú­
blica y mantenían encendida la guerra civil.
Llevó a la capital porteña buenas recomendaciones, entre
las cuales una carta de Ramón de Cázeres presentándolo al
doctor Andrés Lamas, que tanto lo conocía de nombre.
A poco de estar allá, hizo que fuera a reunírsele la fa­
milia, y abrió estudio en la calle Libertad, núm. 89.
La intervención armada del Brasil en los asuntos uru­
guayos vino a precipitar los sucesos.
La ciudad de Salto fué rendida por Flores y sus aliados
sin combatir, pero la de Paysandú hizo una heroica resistencia
y fué tomada por asalto, después de varios días de combates
encarnizados, el i.° de Enero de 1865.
El episodio, y su sangriento epílogo, exaltaron los áni­
mos. El coronel Leandro Gómez, jefe militar de los vencidos,
fusilado a raíz de la toma, se convirtió en el “Héroe del Pla­
ta”, como lo llama Blanes en una de sus cartas.
Todos, partidarios y enemigos, interesaban por conocer
aquella magra y enérgica figura de soldado.
Nuestro pintor dibujó un retrato de Leandro Gómez para
ser litografiado en los talleres de Willems, expertísimo graba­
dor establecido en Montevideo.
Estuvo pronto el retrato, tomado de fotografía, en la se­
gunda quincena de Enero. Blanes supo sacar buen partido de
una fisonomía angulosa de acentuados rasgos, que exageró
todavía, haciéndola más ceñuda y más adusta.
DE REGRESO 73

Por su parte Willems hizo un primoroso trabajo en la


piedra, con lo que el Leandro Gómez de Blanes vino a resul­
tar una expresiva litografía, muy vendida, no solo en la Re­
pública, sino en Buenos Aires y en Entre Ríos.
Queriendo hallar en Paysandú tema para un cuadro, Bla­
nes embarcóse el 12 de Enero con rumbo a Concepción del
Uruguay, de donde le sería fácil trasladarse a aquella ciudad,
situada río por medio, un poco más arriba.
Volvía a Concepción después de seis años de ausencia, a
ver sitios que le eran familiares y viejos amigos que no lo
olvidaban como el cura Ereño.
El 20 de Enero se hallaba en Paysandú. El aspecto des­
olado de la ciudad, tomada por asalto después de un vigoroso
bombardeo que la dejó poco menos que en escombros, impre­
sionó al pintor hasta las lágrimas.
Durante los días de permanencia allí, mientras sacaba
apuntes del natural, se alojó Blanes en el vapor de guerra ar­
gentino “Guardia Nacional” nave capitana de la escuadrilla
que comandaba el viejo marino José Murature, para quien
llevaba cartas de Mitre y de Andrés Lamas.
A órdenes de Murature servía como oficial un joven so­
brino de Blanes, Carlos J. Arzac, hijo de su hermana Con­
cepción.
El veterano comandante trató al artista con atención
solícita, y Blanes se declaró su amigo muy grato, diciendo
“que era el italiano más caballero que había conocido nunca”.
Volvió a Buenos Aires, con gran copia de apuntes y bo­
cetos, para principiar su tela.
A fines de Febrero expuso el cuadro en la casa de Costa
y Francischelli.
Un periodista bonaerense, asesorado evidentemente por
Blanes, ha dejado una minuciosa y exacta descripción de aquel
primer trabajo histórico.
74 FERNÁNDEZ SALDAÑA

El oleo representa el ataque a Paysandú el i.° de Enero


de 1865, por el conjunto de fuerzas de mar y tierra.
En primer término se descubre una parte de la isla ar­
gentina que sirvió de refugio a las desgraciadas familias; en­
tre los árboles, a la derecha, hay una carpa y en varios puntos
grupos de mujeres y uno que otro hombre, todos con la vista
fija en él espectáculo bélico, del que los separan las aguas
tranquilas del río Uruguay.
Los buques brasileros con la bandera uruguaya al tope
y fuera del alcance de las piezas de la plaza, aparecen vomi­
tando proyectiles y envueltos en humo.
Cerca de ellos están los navios de guerra argentinos, es­
pañoles, ingleses y franceses, que fueron espectadores de los
combates, y en cuyos mástiles ondean sus respectivos pabe­
llones.
A lo lejos se divisa la ciudad en el momento en que es
atacada por todas partes, resistiendo vigorosamente. En me­
dio del fuego y de las columnas de humo que se alzan el cielo
azul y transparente, distínguese la iglesia, el Baluarte de la
Ley, y la batería sitiadora de las Tunas.
Las distancias—concluye la descripción—aparecen exác-
tas, siendo de 26 cuadras entre la población y las cañoneras
atacantes.
Hablando de su cuadro, subraya Blanes mismo, que todo
está fielmente representado: terreno, población, alrededores,
río.
“Y todo ello, en afán de servir a la historia, y no para li-
songear fantasías”.
Las impresiones y los apuntes de Paysandú no queda­
rían solo en esa vista general del combate: pensaba hacer va­
rios cuadros más, divididos en episodios, tales como la fusi-
lación (sic) de Leandro Gómez, la herida de Piriz, etc.
Para eso necesitaba fotografías de los personajes del dra-
DE REGRESO 75

nía, y pedía que se las procurasen en Montevideo de igual mo­


do que compradores al firme para alguno de los proyectados
episodios.
En los mismos días la prensa porteña daba noticia de que
Blanes había resuelto abrir una escuela de dibujo académico,
“a fin de que se reaccionara de las malas costumbres de ense­
ñar el dibujo como adorno y de lanzarse a pintar al oleo no
bien se habían copiado media docena de modelos de Julien se­
gún los sistemas de enseñanza adoptados por algunos artistas
que nos visitaban”.
Formado Blanes “a fuerza de muchos disgustos, trabajo
y vigilias”, supuso que el régimen bajo el cual había estudia­
do en Florencia, hombre maduro, sería aceptado por los jóve­
nes porteños.
Admitiría en la escuela un determinado número de alum­
nos para dirigirlos en dibujo, anatomía pictórica y perspec
tiva, bajo condiciones que refutaba indispensables para alcan­
zar resultados, pero que eran de una dureza incompatible con
el modo de ser de la gente en la cual ponía miras.
Las cláusulas, seis cláusulas, hablan por sí solas.
Decía la primera: No será admitido a clase el escolar
que no pueda destinar, cuando menos, tres horas del día al
trabajo, y aquel tiempo que, consultando los intereses de la
clase, se designase para las noches de invierno.
Por la segunda estipulábase, que la clase funcionaría to­
dos los días, con la sola excepción de los de fiesta, aunque
mediante convención especial (cláusula tercera) se daría aca­
demia en los días exceptuados por la condición anterior.
Según una cuarta cláusula, las lecciones de anatomía se
reputarían parte de la clase de dibujo.
De acuerdo con la quinta, la clase de perspectiva sería
especial y obligatoria, aunque no diaria.
La última decía que solo probado legalmente el motivo
se toleraría la inasistencia.
1Í> FERNÁNDEZ SALDAÑA

Además de estas condiciones de rigor, existía un regla­


mento interno que era necesario conocer y aceptar antes de
matricularse.
La academia funcionaría apenas contara cierto número
de alumnos, en el mismo estudio del pintor.
No sé si llegó a inaugurarse la escuela de Blanes, reuni­
do el número mínimo de discípulos.
En el más favorable de los casos el regreso del maestro
a su patria, que no se hizo esperar mucho no había dado tiem­
po a nada útil.
Los proyectados nuevos episodios del sitio y rendición
de Paysandú, fueron puestos de lado: los vencidos no podían
pensar en adquirirlos, y a los vencedores no les interesaban,
desde luego.
Capítulo IX

FLORES ECUESTRE. - RETRATO DE LA MADRE

ALLABASE liquidada la situación política uru­


guaya desde el 21 de Febrero del 65. Completo
el triunfo de la revolución, que tenía por jefe
al general Venancio Flores, éste había asumi­
do el mando supremo de la República con el
título de Gobernador Provisorio.
Desalojada del poder la parcialidad política a que perte­
necían los Blanes, el comandante Mauricio, tuvo que dejar
sus arreos militares, lleno de natural rencor hacia el vencedor.
El pintor que siempre supo dejar de lado sus preferencias polí­
ticas cuando otras consideraciones lo exigían así, preparóse
a volver a Montevideo, bien recomendado a los hombres del
nuevo gobierno.
“Presenta cuanto antes las cartas a su título y déjate de
repugnancias”, le escribe a Mauricio.
Los vencedores, por su parte, eran hombres tolerantes
deseosos de hacer progresar al país—justificando el programa
liberal de la revolución—y lo que resultaba mejor todavía te­
nían la sangre dulce como natural consecuencia del triunfo.
De modo que no le fué difícil a Blanes prepararse una
excelente acogida para cuando regresara a Montevideo, con sus
cajones de cuadros.
“La Tribuna”, diario oficial del partido triunfante, bajo
el título “Una celebridad”, lo saludó el 1.” de Abril, con estas
78 FERNÁNDEZ SALDAÑA

palabras: “Tenemos el honor de hacer saber a nuestros favo­


recedores y a las bellas lectoras que el célebre y afamado pin­
tor señor Blanes, ha vuelto de Buenos Aires.
“Este señor se establecerá en Montevideo y, según nos
dicen, hará los retratos de los principales hombres de la heroica
Defensa y de los Jefes de la Revolución Libertadora.
“Como pintor, es lo mejor que haya pisado nuestras pla­
yas; así es que no trepidamos un solo momento en recomen­
darlo a la población montevideana.
“Aprovechamos esta ocasión para saludar al eminente ar­
tista que viene a establecerse entre nosotros”.
El general Flores, cuyo posible triunfo tanto lo había
preocupado en Italia, vino a ser su primer cliente, adquirien­
do el “Ataque a Paysandú” para enviarlo, acompañado de una
breve carta al almirante Alves Lisboa Barón de Tamandaré.
No me consta dónde se halla en la actualidad esa tela.
En Río de Janeiro quise saber del paradero de este cuadro,
pero no logré obtener noticias. Lo presumible es que se conser­
ve en poder de los descendientes o herederos del finado almi­
rante.
Al marcharse Flores para la campaña del Paraguay, el
Gobernador Delegado Dr. Francisco A. Vidal, encargó a Bla­
nes un gran escudo nacional para el salón de honor del Fuerte
de Gobierno.
Blanes hizo un cuadro encerrado en un óvalo, pero no un
escudo, porque en su desarrollo no se ciñó a las reglas herál­
dicas que dan norma a esta clase de trabajos (i).
Para el mes de Setiembre tenía pronto un gran retrato
del jefe de la Cruzada Libertadora, a caballo, revistando sus
tropas.
Sigue al gobernador Flores, en segundo término a la de

(i) De la casa de Gobierno pasó el escudo al Museo Histórico.


FLORES ECUESTRE

Brigadier General Venancio Flores


en segundo término el General Francisco Car a bailo
(Propiedad del señor Leíor Gallardo)
8o FERNÁNDEZ SALDAÑA

recha, el general Francisco Caraballo uno de los generales más


destacados de la revolución.
A la izquierda aparecen varios soldados, uniformados de
gala y presentando armas.
Este segundo retrato ecuestre es menos académico que
el del Dictador paraguayo.
Flores muestra en la fisonomía una veraz expresión de
gravedad, que le era peculiar.
El caballo, un caballo oscuro, tiene el tipo de nuestros cor­
celes criollos, con la cabeza bien modelada pero resultó infe­
liz en el dibujo de las patas.
Aun siendo .subalterna, como es, la figura del general
Caraballo es airosa y natural.
Su montado, en cambio, recuerda un tanto al caballo del
retrato de López.
Después de formar parte de la galería del Dr. Julio He­
rrera y Obes, el lienzo que me ocupa fué adquirido por el co­
ronel Manuel Echávarría, pasando luego a manos del señor
Lefor Gallardo, su actual propietario.

as

Blanes, enamorado de los caballos, no conseguiría nunca


darles movimiento.
Fué por lo demás, siempre, un pintor estático, conforme
lo comprueba el conjunto de sus cuadros.
Las únicas figuras movidas fueron las de las batallas del
Palacio de San José—cuando todavía no sabía pintar.
Gran pintor hizo sus figuras firmes o apenas movidas.
En ninguna de sus telas históricas, en ninguna de sus
composiciones de género, en ninguno de sus retratos ecuestres
se hallará, por ejemplo, el impetuoso galope de los jinetes de
Retrato de la madre del pintor

(Museo Nacional de Bellas Artes)


FLORES ECUESTRE 8l

la Batalla de Carabobo, del venezolano Tovar y Tovar (i).


Para ninguna de sus escenas criollas escogerá tampoco,
sino por contada excepción, ni una carrera ni una doma.
&

Terminado el Flores ecuestre, el pintor no quiso demorar


ya otro retrato que le interesaba profundamente, y que sería
una de sus obras maestras: es el retrato de la madre al que
me refiero.
Convertido el hombre artista en hijo artista, Blanes re­
trató a Doña Isabel, mojando el pincel en el corazón—según
la frase de Greuze—e hizo un retrato de ejecución acabada,
perfecto, sonriente y viviente, que—verdadera joya de arte y
de cariño—puede sostener un paralelo con cualquiera de los
más grandes retratos conocidos.
Expuesta la tela en Santiago de Chile, en 1875, sorpren­
dió a la crítica inteligente.
Vuelta a exponer en la Exposición Internacional del Cen­
tenario Argentino, en Buenos Aires, el año 1910, me fué dado
comprobar personalmente que no había allí, entre tanta cosa
buena, reunida de todas partes del mundo, ningún retrato que
le hiciera sombra.
Un pintor argentino de gran talento, de libre juicio y hon­
rada opinión, Martín Malharro, le dijo delante mi a nuestro
malogrado pintor Carlos M. Herrera que el retrato de la ma­
dre de Blanes era un Tiziano.
(1) Martín Tovar y Tovar, uno de los más notables pintores de Ve­
nezuela, nacido en Caracas en 1828, vale decir dos años antes que Blanes.
Estudió en España y luego en París. Su vida artística ofrece muchos para­
lelismos con la del maestro montevideano. Falleció en su ciudad natal en
1902, un año más tarde que el pintor uruguayo. Entre sus mejores obras
pueden citarse “Firma del acta de la Independencia de Venezuela”, las ba­
tallas de Carabobo, Junín y Ayacucho, en el Salón Elíptico del Palacio
Federal de Caracas, etc., etc.
6
82 FERNÁNDEZ SALDAÑA

Yo no he visto Tizianos, pero la autoridad de quien dió


tal opinión me obliga a dejar constancia de aquel juicio.
Por cláusula testamentaria de don Mauricio Blanes, sus
albaceas entregaron al Museo Nacional en 1900, el magistral
retrato que me ocupa.
Era una donación que ambos hermanos en edad provecta,
habían concertado, pero el pintor creyó del caso ratificar la
ofrenda en carta dirigida al director del Museo, su viejo ami­
go el profesor José Arechavaleta, y fechada en Florencia el
25 de Marzo de 1901.

.i

No solo esta vez la madre fué retratada por Blanes.


Doña Isabel aparece, también, en el cuadro de familia,
tela de 2 metros 10 de alto por 1.75 de ancho, incorporada no
hace mucho al Museo Nacional de Bellas Artes.
Encierra el lienzo seis figuras. En primer término la
esposa del pintor, sentada, rodeándola sus dos hijos, niños; a
su lado, un poco perfilada la anciana Doña Isabel. En plano
secundario, a la derecha, Mauricio Blanes.
El pintor está de pié frente al caballete trabajando en
un cuadro de motivo religioso. Aparece en los años de pleni­
tud creadora, con un fez colorado, tal cual la señora Echaniz
de Allende recordó haberlo visto, cuando pintaba en Concep­
ción del Uruguay.
La figura de Mauricio Blanes pudo ser suprimida y el
cuadro habría ganado.
Aquel hombre en pose forzada con graves defectos de
dibujo, es un personaje que sobra en el conjunto.
No tengo de este cuadro referencia de especie alguna: ni
documentos ni tradición.
Examinándolo razonadamente llego a la certeza de que
FLORES ECUESTRE 83

Retrato de Mauricio Blanes


(Museo Histórico Nocional).
84 FERNÁNDEZ SALDAÑA

es una reconstrucción, que no corresponde a determinado mo­


mento en el tiempo.
Desde luego, se trata de una pintura posterior a los es­
tudios en Florencia; antes de esa época Blanes no poseía se­
mejante soltura de pincel, ni esa paleta.
Lo más probable, juzgando por la entonación general, es
que deba situarse alrededor de los años 66-69.
De haber sido ejecutado en ese período los niños Blanes
no podrían estar pintados del natural, porque sobrepasarían,
en tal época—y mucho—la edad que aparentan tener en el
cuestionado lienzo.
Lo verosímil es que el retrato de familia lo haya com­
puesto Blanes, con apuntes tomados en Florencia o aquí, en
distintas épocas, ayudado todavía con daguerreotipos o foto­
grafías.
Del hermano Mauricio—compensando lo deficiente del
cuadro familiar, nos ha dejado otro retrato, de cuerpo entero,
hecho con un vigor de colorido y de factura que no son los
corrientes en Blanes.
El sujeto, rebosante de naturalidad está de pié, fumando
con su perro favorito al lado (1).

(1) Tela pequeña, que ha conservado bien los. tonos, fué donada al
Museo Histórico Nacional, junto con otros cuadros del maestro, por la se­
ñora María Cantero, vinculada a la familia Blanes, por lazos de constante
y estrecha relación.
Capítulo X

LA MUERTE DEL GENERAL FLORES

NA batalla de la campaña del Paraguay, le da


motivo a Blanes, en 1866, para pintar dos telas.
Hace un retrato del coronel León de Palleja,
muerto heroicamente sobre las trincheras ene­
migas en el dantesco Boquerón del Sauce, el 18
de Julio de aquel año.
El bravo jefe del Batallón Florida aparece sentado, de
uniforme, en un ambiente de interior que si contrasta con su
movida existencia de soldado, entona por detalles de composi­
ción con las aventajadas condiciones intelectuales que distin­
guían al militar.
Los entusiastas y numerosos admiradores de Palleja, cos­
tearon este óleo para ofrecerlo a la familia, la cual, años
más tarde, hizo donación de él al Museo Nacional (1).
Empleando por modelo al propio coronel Palleja compuso
una tela de 1 metro 80 de alto por 1.30 de ancho, en la cual se
representa al jefe del Batallón Florida montado en un caballo

(1) El retrato del coronel León de Palleja, ha figurado hasta ahora en


el Museo Nacional de Bellas Artes como obra del pintor uruguayo Eduardo
D. Carbajal, y así está catalogado en los libros de aquella casa. Este error tan
notable como difícil de explicar, me indujo a estampar en la página 53 de
mi libro “Pintores y Escultores Uruguayos”, publicado en 1916, los siguien­
tes equivocados conceptos.
“El mejor de los trabajos de este artista (Carbajal) es el retrato del
coronel León de Palleja, que está en el Museo de Bellas Artes. Bueno de
86 FERNÁNDEZ SALDAÑA

que se para de manos ante una bomba que estalla delante de él.
En la fisonomía imperturbable y fiera del personaje, y
en el detalle de la granada que explota, quiso Blanes dar la
justa impresión de aquella serenidad ante el peligro que, uni­
do a una intrepidez proverbial, hizo que en la batalla de Este­
ro Bellaco, por ejemplo, el coronel Palleja perdiera tres caba­
llos, uno de ellos acribillado por doce proyectiles, teniendo
además, la montura perforada por dos balas.
Este lienzo se halla en la Escuela Militar, donado en 1927
por el general Cándido Robido.
Si consagratorio de un artista pudo ser aquel gran re­
trato de la madre, mencionado en el capítulo anterior, consa­
gratorio fué también otro gran retrato que, por feliz iniciati­
va de los señores coronel Manuel M. Aguiar y Alejandro’Gu­
tiérrez, le encomendaron los antiguos discípulos del dibujante
y preceptor Juan Manuel Besnes e Irigoyen.
El viejo calígrafo estaba muerto, pero Blanes, además
de haberlo conocido mucho, poseía, hecho a poco de regresar
de Florencia, un apunte del natural—decisivo y sin sobra como
solía hacerlos—y pudo utilizarlo con tal fortuna que me per­
mite ratificar ahora el adjetivo de admirable con que califi­
qué, doce años atrás; ese retrato de Besnes (1).

color, bien construido, diríase que la noble figura de aquel bravo soldado
hizo que el pintor se sobrepasase a sí mismo”.
Posteriores investigaciones que no admiten duda, permitiéronme salir
del error y me he apresurado a rectificarlo.
Espero que en el Museo de Bellas Artes se hará lo mismo.
Quiero notar, por lo que pueda valer en mi descargo, que cuando es­
cribía mi libro, hace 15 años, y no obstante los datos y constancias oficia­
les del Museo, ciertas dudas me debían pasar por la mente cuando creí
necesario hallar, siquiera en la nobleza del heroico modelo, algo que con­
tribuyera a convencerme de que Carbajal pudiera haber pintado un retrato
semejante.
(1) El dibujante Juan M. Besnes e Irigoyen. Conferencia leída en el
Salón de Actos Públicos de la Universidad, el 10 de Mayo de 1919, por el
Dr. José M. Fernández Saldaña. (Publicación del Instituto Histórico y Geo­
gráfico del Uruguay). Montevideo. 1919.
LA MUERTE DEL GENERAL FLORES 87

Juan Manuel Besnes e Irigoyen


(Museo N. de Bellas Artes)
88 FERNÁNDEZ SALDAÑA

Sea por la simpatía personal que siempre le mereció Bes-


nes al pintor, sea por la belleza intrínseca del sujeto, lo cierto
es que Blanes dedicó prolijas jornadas a este retrato y, después
de terminarlo, lo conservó como gala de su estudio todo el
tiempo que le fué posible, a pretexto de no estar nunca con­
cluido.
Destinado al Museo Nacional por los iniciadores del ho­
menaje al modesto y benemérito dibujante, recién fué entrega­
do en Febrero de 1879, cuando Blanes deshizo su casa en vís­
peras de embarcarse para Europa (1).
Un día llegó que el mismo gobernador general Flores, vino
a ser el sujeto que debía tratar el prestigioso pincel del artista.
Flores concluyó su vida asesinado en una de las calles más
céntricas de Montevideo, el 19 de Febrero de 1868, durante un
movimiento revolucionario organizado por cierta fracción de
los vencidos del 65.
.Fracasada la tentativa, el ex gobernador—estérilmente
inmolado—se convirtió en el “Mártir del 19 de Febrero”.
El presidente general Batlle, sucesor de Flores, encomen­
dó a Blanes un gran retrato oficial del desaparecido caudillo.
Al encargo, el pintor añadió un cuadro representativo de
la trágica muerte del vencedor de Yatay.
Concluyéronse ambas pinturas con escaso tiempo de di­
ferencia, primero la composición que el retrato, para los días
en que se cumplía un año de la frustrada revolución de Fe­
brero;
No pasó el retrato oficial de un retrato grande muy pa­
recido al original, pues la figura resultó sin movimiento,

(1) Este retrato ele tan subido mérito artístico no reportó al pintor sino
pesos 233.30, total de la suma recolectada por suscripción. Sin embargo otros
retratos particulares inferiores al de Besnes, los cobraba ocasiones más de
800 pesos. El del Dr. Emeterio Regúnaga, pintado en 1874, costó 768 pesos.
La muerte del General Flores

f Galería Fernando García )


LA MUERTE DEL GENERAL FLORES 89

quien sabe si justamente proporcionada, privada de esa vida


interior que el Maestro sabía infundir a las cosas sentidas.
El paisaje que sirve de fondo—con figuras militares y
un caballo, lejanos—es frío, sin nada característico.
¡Sin variar de sujeto, en cambio, qué hermosa pintura hi­
zo en el cuadro de composición!
Siempre he creído que este óleo de la muerte del gene­
ral Flores, es la mejor creación pictórica original entre todas
las de Blanes.
Dueño de haber ido a una movida escena de espectáculo,
aterradora, que el tema permitía ampliamente asegurándole
un éxito fácil, el pintor quiso obtener la impresión que bus­
caba sin echar mano de ningún recurso efectista.
Su talento de compositor permitióle hallar lo que deseaba,
de una manera afortunada y nueva.
Dispersos los acompañantes de Flores, fugitivos los
conjurados, cerradas todas las puertas por los vecinos aterra­
dos, el general quedó un momento desamparado en el mismo
lugar del crimen, desangrándose por numerosas heridas.
Un religioso francés, de la orden de los Hermanos Ba-
voneses, llamado Juan del Carmen Soubervielle, que atrave­
saba casualmente la calle Rincón, vió al caído y llevado por
el espíritu de caridad que, en unión con su sencillez lo distin­
guía, no vaciló en dirigirse a él, reconociendo en el agonizante
al general de quien era amigo.
Y comprendiendo que se trataba de un trance supremo,
arrodillóse a su lado y dió la absolución al moribundo, que
apenas balbuceaba débiles palabras de paz. . .
Ese momento, silencioso final de tantas humanas grande­
zas, fué elegido por Blanes para su cuadro.
La muerte parece sacudir dolorosamente los músculos del
general Flores, contrayéndolos en los últimos espasmos e in­
tensificando la expresión de los ojos que miran al cielo.
90 FERNÁNDEZ SALDAÑA

Sin ningún accesorio, sin nada inútil, parece que un háli­


to a la vez trágico y solemne pasara por sobre las dos únicas
figuras vestidas de negro. ..
Justo y armonioso de color y correcto de técnica, nada más
habría que decir de este cuadro, al que, insisto, no se le ha dado
todavía el gran mérito que encierra (i).
Blanes llamó a su tela “Espiración del general Flores”, pe­
ro, felizmente esta denominación atentatoria al buen gusto y
a la gramática no prosperó.
Solicitada por el gobierno de Batlle la autorización legis­
lativa indispensable, los cuadros fueron adquiridos para el Mu­
seo Nacional, de donde, al dividirse aquel Instituto, pasaron
al Museo Histórico (2).

(1) De la “Muerte del General Flores” existen dos lienzos iguales. Uno
está en un instituto público y el otro, que perteneció a la colección del doctor
Andrés Lamas, fue adquirido recientemente en Buenos Aires por el señor
Fernando García. El Dr. Lamas aseguró siempre que su cuadro era el ori­
ginal o el primitivo, y que Blanes, por consejo de él mismo, había hecho
luego una dúplica para ofrecerla en venta al Estado.
(2) La protección que el general Batlle demostró hacia Blanes no fué
óbice para que éste tomase a su cargo dibujar las caricaturas de “El Chu­
basco”, periódico de oposición que dirigían Juan Augusto Ramírez y Julio
Herrera y Obes, aparecido en Abril de 1868. El presidente Batlle, a su turno,
110 le guardó rencor, ni le escatimó después su simpatía.
El pintor fracasó como caricaturista, pues sobre carecer de intención
en la sátira, tampoco tenía el sentido de exagerar sin deformar, indispen­
sable para que las caricaturas no resulten, como las suyas, simples muñecos
sin gracia.
Las caricaturas no se entienden ni los tipos se conocen—decía un co­
mentarista de la época, siendo necesario para sacar algo en limpio recurrir
a las leyendas.
No existe este periódico en la Biblioteca Nacional, y es rarísimo hallar
algún número.
Capítulo XI

RETRATOS DE URQUIZA Y DE OSOR1O


EL ASESINATO DE VARELA

Ó comienzo la labor artística del año 1869 con


un retrato ecuestre del general Urquiza, con­
cluido en el mes de Enero.
Quería Blanes que hubiera en Entre Ríos una
muestra de lo que era capaz de hacer, ahora
como maestro pintor, el pintor principiante de 1856.
Representó a Urquiza montado en su caballo tordillo, tan
conocido en los campamentos.
Se había repetido en los retratos oficiales del capitán
general, un Urquiza estadista, en ambiente de salón.
Blanes quiso hacer un Urquiza militar, en pleno aire, en
gran uniforme y calado el bicornio, esquivando así el detalle
ingrato de la cabeza calva.
El fondo de composición evoca el escenario triunfal de
Caseros: soldados en actitud de carga, nubes de humo y, en
último término, el Palomar de la resistencia rosista.
El tordillo inquieto, acusado por mucha fuerza de luz,
vuelve la cabeza hacia el sitio de donde parece venir el fragor
del combate.
Obtuvo el pintor, además de un buen cuadro de conjunto,
una gran semejanza con el original.
92 FERNÁNDEZ SALDAÑA

El encargado de llevar la pintura a Concepción del Uru­


guay, para que lo viese Urquiza, fué Mauricio Blanes.
Recibióle el capitán general con muestras de aprecio, te­
niendo amables recuerdos para el pintor y los años en que
había vivido cerca de él.
Se interesó también, en que la Cámara Legislativa de
la provincia de Entre Ríos adquiriese el retrato y fué compra­
do, efectivamente, para darle colocación en la sala de sesio­
nes (i).
Fué la última vez que, aun a la distancia, reviviría la re­
lación entre el artista y su antiguo protector.
Un año no se había concluido, todavía, de la compra del
retrato, cuando Urquiza era asesinado en el mismo palacio de
San José, tan familiar a Blanes, el n de Abril de 1870.
Al otro día, triunfante la revolución que lo había sacrifi­
cado, el retrato existente en el recinto de la legislatura, fué
destruido a tajos y lanzazos por los vencedores, en acto de
vandalismo estéril donde tomaron parte algunos de los mismos
diputados que habían votado la ley de adquisición. ..
Solo se pudo salvar la cabeza, con un puntazo en un ojo,
fragmento restaurado más-tarde y que ahora conserva una
nieta del general (2).

(1) Texto de la resolución de la Cámara provincial, sancionado con


fuerza de ley.
Art. i.° En el recinto de la H. Cámara Legislativa de la Provincia se
conservará un retrato del Excmo. Señor Capitán General y Gobernador de
la Provincia, Libertador de las Repúblicas del Plata y Fundador de la
Constitución Nacional D. Justo José de Urquiza.
Art. 2.0 Autorízase al Poder Ejecutivo para que haga los gastos que
su adquisición demande.
Art. 3.“ Comuniqúese, etc., etc.
Sala de Sesiones, Uruguay, Abril 28 de 1869.—Fidel Sagastume, Pre­
sidente.—Benito J. Cook, Secretario.
(2) De este óleo nos ha quedado felizmente, una litografía de o. met. 66
RETRATOS DE URQUIZA Y DE OSORIO 93

Retrato del General Justo José de Urquiza,


según la litografía de Hequet.
(Colección Fernandez Saldaña)
94 FERNÁNDEZ SALDAÑA

Después del retrato de Urquiza, Blanes emprendió un tra­


bajo semejante, tomando por sujeto a otro militar extranjero,
el noble y valiente general brasilero Manuel Luis Osorio.
Ecuestre en un caballo blanco, también, Osorio aparece
animando a los suyos con enérgico ademán en un avance.
Un enemigo está muerto debajo del montado.
El escenario correspondería a una batalla de la guerra del
Paraguay.
Nueve años permaneció el retrato del Marqués de Herval
en el estudio del pintor.
Enviado a la ciudad de Salto, para ver si se hallaba un
comprador entre los brasileros ricos, abundante por allá, nadie
se interesó por adquirirlo.
Al fallecimiento de Osorio en Río Janeiro, el 4 de Octu­
bre de 1879, Mauricio Blanes en ausencia del pintor tenía re­
suelto trasladarse con el retrato a Porto Alegre, en la creencia
de poderlo vender.
Un comprador se presentó antes en Montevideo, pagando
I. 800 pesos por la tela.
A la paridad de estos dos retratos, en la figura y en el es­
cenario, debía reunirse por ignorados designios, la paridad del
final destino. Según mis noticias tampoco se conserva el retra­
to de Osorio, el cual se destruyó abandonado en los sótanos
de una quinta del camino Millán.

por 0.53 hecha en uno de los. mejores establecimientos de grabado que hayan
existido en el país.
Abajo, en el blanco y casi junto a la lámina se lee, a la izquierda,
J. M. Blanes, Pinxit. En el centro Lit. A. Hequet y Cohas Hnos. Monte­
video. A la derecha A. Hequet, del.
Pese al crecido tiraje, este grabado es raro en la actualidad. Fué muy
difundido en Entre Ríos, sobre todo después de muerto Urquiza. En
el Palacio de San José hay varios ejemplares encuadrados. También está
en nuestro Museo Histórico Nacional y tengo uno en mi colección de lá­
minas. Se hicieron dos tirajes distintos, distinguidos entre sí, porque uno
de ellos tiene un fondo medio tono.
RETRATOS DE URQUIZA Y DE OSORIO 95

Asesinato de Florencio Varela


(Museo Histórico Nacional)
96 FERNÁNDEZ SALDAÑA

Otro militar, pero uruguayo, caudillo también aunque de


categoría secundaria y de dudosa fama, el comandante Cipria­
no Carnes, de San José, quiso tener su imagen pintada por Bla­
nes. El pintor lo retrató de busto, a fines de 1866.

jt

El 9 de Mayo dé 1870, Blanes experimentó el primer gran


dolor de su vida con el fallecimiento de su vieja madre tan
querida.
Doña Isabel, que había llegado a los noventa años go­
zando de excelente salud, era una prenda de adoración para el
artista.
Postrada por la hidropesía en los últimos meses, la an­
ciana señora conservó, no obstante, sus facultades hasta el
postrer momento.
Blanes, hondamente afectado por aquella ausencia, no se
acercó al caballete por buen espacio de tiempo.

Recién, instado vivamente desde Buenos Aires por su


amigo el Dr. Andrés Lamas, volvió a ocuparse del nuevo cua­
dro de historia que tenía dibujado, representando el asesinato
de Florencio Varela.
El Dr. Varela unitario argentino proscripto desde 1829
dirigía en Montevideo un famoso diario de oposición a Rosas,
titulado “Comercio del Plata”.
Sus enemigos combatidos sin tregua por la pluma formi­
dable del periodista, armaron el brazo de un sicario que atra­
vesó a Florencio Varela, de una puñalada inferida por la es­
palda.
RETRATOS DE URQUIZA Y DE OSORIO 97

El alevoso crimen se cometió en Montevideo, sitiado por


los aliados de Rosas, la noche del 20 de Marzo de 1848.
Desarrollóse la tragedia frente mismo a la imprenta del
“Comercio del Plata”, situada' en la calle Misiones, a la altura
del número 90 antiguo, entre 25 de Mayo y Cerrito, en el mo­
mento en que el Dr. Varela iba a entrar a su casa.
El periodista vacilante, mortalmente herido, se lleva una
mano al pecho. Un poco más atrás el asesino, un canario lla­
mado Andrés Cabrera, que luego fué a refugiarse en el cam­
po sitiador. Más lejos todavía, un cómplice en actitud vigilante.
La luz de la luna ilumina el sombrío conjunto.
El Dr. Lamas, juzgó el cuadro bien sentido como com­
posición, y muy felizmente ejecutado.
Hoy sería difícil emitir juicio por el cuadro mismo, tanto
es lo que se ha oscurecido la pintura con los años.
Existen de esta tela el original y una dúplica. Tal vez el
original, que está en el Museo Histórico de Buenos Aires, se
haya conservado mejor que el que posee nuestro Museo, que
está casi negro, pero así mismo, el desmedro es muy conside­
rable.
Sólo es dado apreciar el “Asesinato de Varela” por las fo­
tografías tomadas en la época, sumamente escasas ya.
La que publico en este libro proviene de la Biblioteca Na­
cional de Santiago de Chile, perteneciente a la colección de
Barros Arana (1).
Alcanzó todavía el año 70 para comenzar el dibujo de
un episodio ocurrido durante las invasiones inglesas, en 1807,

(1) Diego Barros Arana, ilustre historiador chileno, fué ministro de


su país en el Uruguay el año 1876. En 1859 había estado por primera vez en
Montevideo, donde reunió muchas piezas de caudal histórico, como medallas,
divisas, láminas, etc., y una regular colección de petrificaciones y ágatas del
Salto “que pueden figurar en un Museo”. (Carta a M. A. Tocornal. 4 de
Abril de 1859). Ricardo Donoso “Barros Arana, educador, historiador y hom­
bre público”. Santiago de Chile 1931.
98 FERNÁNDEZ SALDAÑA

y en el cual era protagonista un cabo del batallón de Patricios.


También se preparaba nuestro artista “con estudios his­
tóricos y meditaciones severas para presentar en una tela mo­
numental la grande revolución de Mayo de 1810”.
La suerte quiso, sin embargo, que el cuadro de las inva­
siones inglesas quedase de lado casi un año, y las meditaciones
para el Cabildo abierto de 1810 interrumpidas sin plazo.
Diré, a su turno, cómo dió término al episodio, y cómo el
gran cuadro no pasó de los cartones preparatorios.
Capítulo XII

LA FIEBRE AMARILLA

ISTRAIDO el pintor en sus proyectados cua­


dros, una circunstancia no esperada vino a pro­
porcionarle un tema de intensa y palpitante
actualidad.
La ciudad de Buenos Aires, como catorce años
antes Montevideo, se vió asolada, en la primavera de 1871, por
una invasión tan intensa de fiebre amarilla que sembró, con
razón, un verdadero pánico.
Blanes quiso aprovechar el estado de ánimo de la pobla­
ción bonaerense para hacer un gran cuadro “de asunto triste
y sorpresa dolorosa” capaz de llegar al fondo de los corazones.
Los motivos de oportunidad, tan valiosos en ciertos ca­
sos, no escapaban a la perspicacia de nuestro artista, y estaba
dispuesto a no desperdiciar el momento.
Con elementos fragmentarios, tomados de la crónica de
los dolorosos días de la peste, la tela que tituló “Episodio de
la Fiebre Amarilla en Buenos Aires”, quedó pronta antes de
finalizar el mes de Octubre.
“En pocos metros cuadrados de lienzo—dice un pintor
argentino contemporáneo—Blanes hace la síntesis de aquella
tragedia: una habitación miserable, de la que la muerte se ha
enseñoreado: el hombre, el marido, está muerto sobre la única
cama: la mujer, joven y bien parecida, también segada por el
IOO FERNÁNDEZ SALDAÑA

flagelo, mientras cumplía sus deberes de esposa, yace sobre el


duro suelo: el único hijo de aquel matrimonio, un niño de pocos
meses, tierna representación de la infancia desamparada, bus­
ca con hambre el seno materno. El drama es ya pavoroso, pero
el autor no se satisface, quiere que sobre la tragedia simbólica
de una familia sacrificada se acumule todo un drama so­
cial” (i).
A este fin Blanes colocó en el cuadro dos personajes, dos
víctimas también de la epidemia “las más generosas y las más
simpáticas”, los doctores Roque Pérez y Manuel G. Argerich
respetable y excelente médico y presidente de la Comisión de
Socorros el primero, y abogado—aunque con estudios de me­
dicina—popular y prestigioso el segundo.
La fisonomía de Pérez, es tranquila y meditativa: “se le
ve pensar y se le ve sentir”, escribió Andrés Lamas (2).
El Dr. Argerich, lleva violentamente al pecho la mano
derecha, “con el dolor por haber llegado tarde”.
Entre las figuras accesorias se destaca un muchacho que
arrimado al marco de la puerta contempla al anciano doctor
Pérez con sus hermosos ojos azules.
Figura puesta en el cuadro según dice un crítico, “para
ofrecer reposo al espectador en medio de aquel todo afligen-
te”, esta figura del rapaz descalzo es una de las más bien con­
seguidas.
Detrás de los dos caballeros, en la vereda, se alcanzan a
ver dos figuras más: un mozo de servicio de la comisión de
socorros y un curioso cualquiera, con cara de miedo.
Los elementos del cuadro, son, como lo digo antes, ele-

(1) Eduardo Schiaffino. “La evolución del gusto artístico en Buenos


Aires”. La Nación. Buenos Aires, número del 25 de Mayo de 1910.
(2) Andrés Lamas. “Escena de la Peste de 1871 en Buenos Aires”, cua­
dro original del artista don Juan Manuel Blanes. Imprenta y Librería de
Mayo, Buenos Aires, 1871. (Folleto de 12 páginas).
LA FIEBRE AMARILLA IOI

Juan Manuel Blanes


Retrato hecho en 1872 en la fotografía del Cerro, Montevideo, facilitado
por la señora María Luisa Castro Blanes de Ferrari
102 FERNÁNDEZ SALDAÑA

mentos aislados: retazos de verdad y de natural, reunidos con


talento alrededor de un motivo centro.
El trágico suceso del matrimonio muerto sin amparo de
ninguna especie, parece que se registró en una habitación inte­
rior de una casa. A esa habitación no concurrieron tampoco,
en ningún momento ni Pérez ni Argerich.
Pero Blanes logró dar unidad a su conjunto e hizo una
hermosa composición abundante en recursos de luz hallados
algunos de ellos,—hay que reconocerlo—un poco lejos de la
verdad.
La iluminación de la madre y la del niño, por ejemplo,
son excesivas para la situación que ocupan en un interior.
También los cuerpos de Pérez y Argerich, debían pro-
yectar una sombra que no proyectan.
A Blanes no se le escaparon estas observaciones cierta­
mente, pero tampoco dudó en sacrificar un poco de la verdad
en aras de un gran efecto.
Un triunfo rotundo y entusiasta reportó a nuestro pin­
tor su nuevo cuadro.
También en Montevideo había un ánimo predispuesto a
las hondas emociones: se vivían años de guerra civil, señalados
con la marca roja de recientes encarnizadas batallas.
Interpretando el sentimiento nacional que solidarizaba la
gloria de Blanes con la gloria del país, el gobierno que presi­
día el general Lorenzo Batlle, por intermedio del jefe políti­
co de la capital coronel Manuel Pagóla, adquirió el cuadro en
la suma de diez mil pesos.
Del taller dé Blanes, en la calle Soriano, donde estaba
expuesta, la tela debía pasar al Museo Nacional, cuya reaper­
tura preparaba con patriótico celo, en esos mismos días, el se­
ñor Alfredo L’Elgeré, ilustrado e inteligente ciudadano, olvi­
dado en la actualidad.
Blanes solicitó y, desde luego obtuvo, autorización para
llevar su cuadro a Buenos Aires.
LA FIEBRE AMARILLA 103

Expuesto en el foyer del Teatro Colón a mediados del


mes de Diciembre, el “Episodio de la Fiebre Amarilla” consa­
gró a Blanes en el Río de la Plata.
Eduardo Schiaffino, el mismo pintor y escritor argentino
que cité no hace mucho, y el cual no puede disimular sus pre­
venciones contra el maestro uruguayo, escribe de aquella ex­
posición :
“El público de Buenos Aires se halló delante de este cua­
dro en condiciones análogas a las del público de Florencia en
el siglo XIII, cuando Cimabúe, emancipado del canon bizan­
tino, dió a luz la célebre Madona, llevada procesionalmente
en triunfo por sus admiradores desde el taller del maestro has­
ta la iglesia de Santa María Novella”.’
Y continúa diciendo: “Entre nosotros el cuadro de Bla­
nes no fué conducido en andas; pero el pueblo entero, hombr.es,
mujeres y niños, marchó en procesión a admirar la peregrina
obra”.
“Durante algunos días la población desbordada rodeó el
cuadro como una marea hirviente y rumorosa”.
“Después de Cimabúe, no se había vuelto a presentar un
caso de admiración tan interesante y unánime en país alguno
de la tierra y es problemático que la excéptica Buenos Aires
vuelva a sentirse removida hasta las entrañas por el espectácu­
lo de una obra de arte” (1).

(1) Eduardo Schiaffino, no obstante lo que asienta en los párrafos trans­


criptos, se atreve a decir, un poco más adelante, que Blanes no fué ni
colorista ni compositor y que si se impuso a la atención pública fué por el ta­
maño de sus cuadros. Reconócele como únicos méritos el haber sido el precur­
sor de los pintores de historia en el Río de la Plata, y el haber realizado, el
primero la hazaña inaudita y portentosa de hacerse comprar cuadros por los
gobiernos.
Pintor fracasado el autor de estos juicios, demuestra como crítico, des­
conocer la obra de Blanes, cuando la juzga nada más que por sus dimen­
siones. Los adjetivos aplicados a las ventas de las telas de nuestro pintor
permitirían, acaso, dar pie a algún comentario de género particular.
104 FERNÁNDEZ SALDAÑA

¿Cabría decir más? ¿Podrían ser más calurosos los tér­


minos consagratorios después de estos párrafos de un artista
y crítico porteño?
Seguramente que no.
Blanes, en medio del triunfo que le ganaba su talento
allende el Plata, no se movió de su capital, ni pareció—siquie­
ra—tentado de ir a Buenos Aires a recibir personalmente el
homenaje de sus entusiastas admiradores.
Reafirmaba así en el momento más brillante, sino en el
más alto de su carrera artística, el despego que manifestó en
todas las horas de su vida por los honores y por las exteriori­
dades.
Prefirió gustar la "gloria en el rincón del hogar, y allí, sa­
ber por los diarios toda la emoción que removía el alma bonae­
rense ante su magnífica tela, y leer, saboreando su mate amar­
go, la carta de felicitación que le escribió Sarmiento.. .
La Fiebre Amarilla

(Museo Nacional de Bellas Artes)


Capítulo XIII

LA REVISTA DE RANCAGUA

ERMITIA creer el entusiasmo bonaerense, exte­


riorizado sin tasa ante el cuadro de la “Fiebre
Amarilla”, que una gran tela de historia argen­
tina obtuviera parecido favor y recompensara,
a la vez, la tarea del artista.
Blanes pensaba presentarse de nuevo ante el público por­
teño, con un lienzo de asunto militar, donde podría hallar oca­
sión para vistosas contraposiciones de color y pintar caballos,
que tanto le gustaban.
Sus más allegados amigos argentinos lo alentaban en el
propósito, apresurándose a sugerirle motivos y descontando
esperanzas por certezas.
Al fin el doctor Angel Justiniano Carranza decidió al
pintor por una tela llamada a glorificar al general José de
San Martín, tomado como figura principal del cuadro.
La composición representaria el momento en que el fa­
moso Capitán, después de aceptar los votos del ejército que lo
había elegido por jefe, revistaba a sus soldados, en la ciudad
chilena de Rancagua.
Los elementos históricos documentarios los aportaría Ca­
rranza: el ministro de Chile, señor Guillermo Blest Gana, se
encargó de pedir las fotografías necesarias, tomadas en el es­
cenario de la revista.
o6 FERNÁNDEZ SALDAÑA

Todo, como es natural, sin perjuicio de lo que traerían


en auxilio del pintor, el general Mitre y los doctores Lamas,
J. M. Gutiérrez, F. V. López, etc.

Pero como los colaboradores acostumbraban a tomarse


tiempo, y Blanes, por su parte, era incansable, no quiso des­
perdiciar los días restantes del año, para concluir el cuadrito
histórico, dejado a mitad de trabajo cuando hubo que ponerse
a pintar el lienzo de “La Fiebre Amarilla”.
En Diciembre de 1871, los amigos del Maestro pudieron
contemplar en el taller la tela titulada “El cabo de Patricios
Orencio Pío Rodríguez, en la Defensa de Buenos Aires”.
Se trataba de un episodio heroico acaecido cuando el ge­
neral inglés Juan Whitelocke, llevó el asalto a la capital por te­
ña, el 5 de Abril de 1807.
EL valiente cabo de las milicias bonaerenses, viéndose con
una pierna destrozada por un balazo, no vaciló en amputárse­
la, con el propio cuchillo, para volver de nuevo a la lucha.
Fiero de gesto, el varonil protagonista se destacaba sobre
una perspectiva del viejo Buenos Aires, donde se veían al fon­
do soldados ingleses y rioplatenses peleando.
Aún podía creerse que el tiempo alcanzara para volver
sobre los bocetos del Cabildo del 25 de Mayo, cuando—igual
que en los días de la epidemia bonaerense—un tema de riguro­
sa actualidad se presentó de improviso.
El vapor América, de la carrera del Río de la Plata, se in­
cendió en el estuario, la noche del 23 al 24 de Diciembre de
1871, dando lugar a una pavorosa catástrofe.
Blanes unióse con el marinista italiano Eduardo de Mar-
tino—llamado a tener fama europea y que vivía entonces en
Montevideo—para pintar un cuadro que representase el si­
niestro.
LA REVISTA
DE RANCAGUA
Incendio del vapor “América”, pintado en colaboración con el marinista Eduardo De Martino.

O
(Galería del Sr. Fernando García)
o8 FERNÁNDEZ SALDAÑA

Resultó una tela de espectáculo, con sello convencional,


en que cada uno de los artistas hizo su especialidad. De Mar-
tino pintó un hermoso claro de luna en el estuario. Blanes
pintó los más salientes episodios desarrollados alrededor del
buque en llamas.
Ambos trabajaron apresurados—concluyeron el cuadro
en Febrero de 1872—deseosos de aprovechar el momento de
impresión pública para realizar su trabajo.
Pero el comprador no se presentó, y aquella obra indivisa
motivaría, más tarde, una interrupción en las relaciones, has­
ta entonces cordiales entre Blanes y De Martino, difíciles por
igual cuando mediaban intereses.

Volviendo después a su cuadro argentino, convino en que


figurarían en él, de modo indispensable, además del protago­
nista, varios jefes y oficiales patriotas formando el grupo, “que
debía de realzar a San Martín, histórica y pictóricamente”.
Prometíase el pintor tener concluido su cuadro para el
25 de Mayo, fecha patria argentina.
Carranza consultaba todos los detalles solicitados por la
probidad artístico histórica de Blanes, con el coronel Geró­
nimo Espejo, veterano de las campañas de la Independencia
Americana, el cual, a despecho de sus muchos años, poseía
una retentiva magnífica.
Tal respeto merecían al pintor los recuerdos de Espejo
que llegó a decirle “que le dejaba toda la responsabilidad para
el caso que algún pretendido juez, que no había de faltar, le
viniera con observaciones”.
La tela cuyas dimensiones eran de 4 metros 50 de largo
por 3 metros de alto, tenía concluido, a mediados de Abril el
grupo principal, “indigestísimo para la ejecución”.
Las fotografías que se esperaban de Rancagua no llega­
ron. El Dr. Joaquín Noguera, médico chileno, nativo casual-
LA REVISTA DE RANCAGUA
io g
La Revista de Rancagui
(Museo Histórico Argentino. Buenos Aires)
IO FERNÁNDEZ SALDAÑA

mente de aquella ciudad, le enseñó al artista la carta en que


le decían, desde allá, que no había ninguna vista hecha, “y a
la sazón, ningún fotógrafo, ni en Rancagua, ni en sus alre­
dedores” (i).
Para suplir esa falta, el Dr. Noguera le dió porción de da­
tos verbales y una pormenorizada descripción de trajes po­
pulares y tipo de las casas chilenas que debían aparecer en el
cuadro.
Después de pasar muchas semanas de fatigante labor “en
un océano de trabajo” pudo el pintor escribir a su colaborador
porteño el 19 de Marzo:
“Querido doctor:
“A las 12 de este día he dado por terminado el cuadro
San Martín en Rancagua”.. .
Tanto apresuramiento vino, al fin, a resultar inútil, por­
que habiéndose producido en nuestra capital casos de fiebre
amarilla, los puertos argentinos fueron cerrados a las proce­
dencias del Uruguay (2).
En espera del momento de poder exponer su nueva obra
en Buenos Aires, fué exhibida en el taller de la calle Soriano.
El general San Martín cabalga en un zaino crinudo en­
jaezado con arneses completamente nuevos, y “sin preocupar-

(1) Este facultativo era médico del pintor. Antiguo conocido de Mauri­
cio Blanes, cuando vivió en la ciudad de Corrientes, en la República Ar­
gentina, el Dr. Noguera estaba radicado entonces en Montevideo. Además
de médico era gran camarada de Blanes, con quien solía tener prolongadas
charlas. Noguera hombre observador y minucioso, a lo que parece, le dió
muchas indicaciones de detalle para las figuras de su cuadro, siendo quien,
en asuntos y cosas chilenas lo animaba siempre, y lo decidió alguna vez.
(2) La circunstancia meramente casual de mencionarse por dos veces
la existencia de la fiebre amarilla en Montevideo, podría llevar a la equivo­
cada creencia de que esa enfermedad fué alguna vez reinante o frecuente
en nuestro país. Nunca hubo en el Uruguay ninguna enfermedad endémica
de naturaleza exótica. La fiebre amarilla, introducida del exterior, se sin­
tió como epidemia en 1857 y en 1872, fuera de algún otro año en que apenas
cabe señalarla.
LA REVISTA DE RANCAGUA I I

se de la fogosidad del caballo, saluda tranquilo y con actitud


magestuosa, llevando la mano al sombrero elástico de ligera y
elegante forma”.
Los edecanes que lo acompañan son el coronel Tomás Gui­
do, entonces de treinta y dos años, que monta en un ruano, a
la derecha.
“El otro ayudante, es el benemérito cirujano mayor del
ejército de los Andes, en esa época, el teniente coronel Dr. don
Diego Paroissen, patriota inglés, que después de prestar loa­
bles servicios desde la batalla de Huaqui, falleció con el gra­
do de general, en 1827, en el tránsito de Arica a Valpa­
raíso” (1).
En pos de los personajes, y al frente de la escolta de 25 ca­
zadores a caballo, se vé al joven capitán Eugenio Necochea,
que luego fué general chileno.
A la derecha presentando armas el batallón número 8,
formado por negros libertos, vestido con el lucido uniforme
inglés que gastaba entonces y al que mandaba nuestro compa­
triota Enrique Martínez.
Detrás de los infantes una señora, que viste de raso y lu­
ce un chal de espumilla, señala el general patriota, a un niño
que lleva una corona con un lazo celeste, en el que se lee la
fecha Marzo de 1820. Otra moza de pueblo que apronta unas
flores para arrojarlas al paso de San Martín y un viejo in­
válido, completan el grupo.
Al fondo aparece una casa típica de la localidad, en la
que flamea la bandera chilena, y varias figuras de gente de
pueblo.
Entusiasmado con aquella tela, pintada—se puede decir—
bajo sus dictados, el Dr. Carranza escribe:

(1) Historia y arte. Revista de Rancagua. (Cuadro del Sr. Blanes) por
A. J. C. Buenos Aires. Imp. de La Opinión, San Martín 147—1872. Folleto
de 22 páginas, cuyo autor es el Dr. Angel Justiniano Carranza. Está dedi­
cado al Sr. Dr. D. Vicente F. López, en homenaje a su talento.
II2 LA REVISTA DE RANCAGUA

“No es dable imaginar ni menos trazar un grupo más bien


unido, más bien acordado, ni que el ojo del espectador abrace
con más facilidad—tal es el esfuerzo del claro oscuro y su
empastado—el buen dibujo, la galana manera y valentía de
final que campea en esas cabezas y paños heridos con gran
artificio de la luz”.
“En fin, todo es maravilloso y atractivo, semblanza de
los personajes, polvo en el ropaje, reflejo en los entorchados,
insignias, armas, casas, humareda, hombres, animales, sol,
distancias, aire, tierra y hasta el cielo que jamás se pintó ni
más diáfano ni más limpio.. . ”.
Exageraciones, desde luego, del Dr. Carranza, pero el
cuadro tenía cantidad de cosas bien hechas, por encima de
cualquier distingo de escuela.
Probablemente el reparo más grande sea la dureza de que
se resienten los soldados de infantería, y la falta de aire en
el grupo principal.
Mirando el cuadro desde el punto de vista histórico, no
le cabe defecto, pues no se perdonó investigación documenta­
ría, estudiándose hasta los más pequeños detalles.
“La Revista de Rancagua” fué expuesta en Buenos Aires
en el mes de Julio, en el gran salón de la casa Fusoni y Mave-
roff, con el disfavor de recibir luz invertida (i).
Solo tuvo éxito desde el punto de vista pictórico, éxito de
arte.
Como cuadro de historia no satisfizo, pese a la prepara­
ción de ambiente que corría a cargo de Carranza y los muchos
amigos porteños del pintor.

(i) No era el Maveroff de esta firma, Carlos Maveroff, dueño aquí


en Montevideo, de una casa de artículos de pintura y donde se hacían expo­
siciones de cuadros. El socio de la razón comercial bonaerense se llamaba
Aquiles Maveroff, tío de aquél.
LA REVISTA DE RANCAGUA 13

Blanes, que no había ido a la capital argentina a ceñirse


los laureles del “Episodio”, fué esta vez.
El cuadro no llenaba a la opinión, porque no convencía al
patriotismo argentino.
La última palabra, recogida por el artista en las altas
esferas gubernativas, era la mejor síntesis del sentimiento
predominante.
El cuadro, le habían dicho, se adquiriría por el Estado si
el asunto se refiriese más a la historia argentina.
Lo que nuestro pintor se había propuesto, al pintar su
tela, era la glorificación del general San Martín, como dije
al principio.
¿Pero, acaso la glorificación de San Martín cabía hacer­
la dentro del marco de la historia argentina?
No por cierto. Aquel guerrero no tuvo nunca, intrínseca­
mente, nada de argentino en los días genésicos de América.
Militar argentino vencedor, solo puede serlo—en reali­
dad— en la brillante y eficaz sableada de San Lorenzo, sobre
aquellas altas y hermosas barrancas del Paraná.
¿Después de este episodio, dónde colocarlo en la historia
del vecino país?
Simple jefe mientras sirvió en él, comandante de ejér­
cito un instante, San Martín se hace gran personalidad úni­
camente cuando el horizonte argentino se amplía para ser un
horizonte de América: los Andes le hacen fondo en la trave­
sía famosa, emancipa a Chile, es Protector del Perú, dialoga
con el Libertador en Guayaquil y vuelve para morir expatria­
do en Francia...
Blanes no podía hermanar el instante magnificable de la
vida de su personaje con un momento de historia argentina,
y por eso la observación, obstante a la compra, que concluía de
oír en Buenos Aires, lo hacía volver a su país desconcertado.

s
Capítulo XIV

LOS ÚLTIMOS MOMENTOS


DE JOSÉ MIGUEL CARRERA

UE entonces, cuando vió su cuadro tachado de


chileno, que decidióse a pintar un tema chileno
de veras, para ir a probar fortuna del otro lado
de los Andes.
Abrigaba la esperanza de hallar mejor am­
biente en aquella república hermana, “donde—según párra­
fos de una carta suya al Dr. Noguera—había un templo de­
dicado a las bellas artes que se llama Academia. . . dando
muestras de aspiraciones nobilísimas”.
En Octubre de 1872, Blanes ya tenía la idea de cómo de­
bía ser el cuadro, hallado en el libro‘“El Ostracismo de los
Carreras” de Benjamín Vicuña Mackenna (1).
Durante mi permanencia en Santiago de Chile, leí en el
diario “El Ferro-Carril”, del 14 de Diciembre de 1873, la re­
ferencia siguiente:
“Un día tomó (el pintor) el libro de Vicuña Mackenna
en la Biblioteca de Mitre.
“Lo hojeó, le interesó y se lo llevó a su casa.

(1) El Ostracismo de los Carreras. Los generales José Miguel i Juan


José i el coronel Luis Carrera. Episodio de la Independencia de Sud-Améri-
ca por Benjamín Vicuña Mackenna. Santiago. Imprenta del Ferrocarril. Ca­
lle de los Teatinos, núm. 34. Octubre de 1857.
i6 FERNÁNDEZ SALDAÑA

“A medida que avanzaba la lectura aumentaba su entu­


siasmo, y al llegar a la página 451 halló su cuadro”.
No dudo que esa referencia sea cierta en general, pero
pongo en duda el detalle de tratarse de un libro de la Biblio­
teca del general Mitre.
Detalle desprovisto de importancia, desde luego, pero que
puede rectificarse, aunque más no sea que a título de minu­
ciosidad histórica.
El libro de Vicuña Mackenna debió venir a manos de
Blanes procedente de la biblioteca del Dr. Angel J. Carranza
y me induce a pensar así, no sólo el hecho de que Carranza
era el confidente artístico del pintor y su consultor obligado
por esos años, sino, además, estas líneas que tomo de una
carta dirigida a Blanes por el historiador argentino, fechada
en Buenos Aires el 7 de Julio de 1873, la cual conservo entre
mis papeles de archivo.
“No olvide—le dice el Dr. Carranza— de poner la nota
consabida en el Carrera (libro) cual me prometió. Seré feliz
de poseer siquiera el libro que hizo soñar a Vd. la visión ad­
mirable de su Carrera en el Sótano de Mendoza”.
Blanes, un poco más tarde, le respondía: “Cuando le
envíe el libro le adjuntaré un pequeño boceto que Vd. tendrá
como recuerdo”.

Nada más apropiado para inspirar a un artista que un


libro de Vicuña Mackenna.
“La pasión, el nervio, el arranque arrebatador, la expre­
sión exaltada y violenta—ha escrito su esclarecido biógrafo,
mi amigo chileno Ricardo Donoso—dan a sus páginas un ca­
rácter inconfundible de calor y de riqueza fecunda”.
“Todo lo que cae bajo la pluma del historiador santiagui-
no, dice Gabriel René Moreno, toma dimensiones abultadas y
grandiosas, como si escribiera para una raza de titanes”.
ÚLTIMOS MOMENTOS DE JOSÉ M. CARRERA I 17

Respecto del propio libro inspirador, acredita todavía


Donoso:
“.. . Vicuña dando rienda suelta a los sentimientos ínti­
mos de su corazón escribió sus heroicas vidas y el horrendo
suplicio de su muerte, con toda férvida emoción de su pluma
y el cálido, apasionado y palpitante encanto de su estilo”.
“La sensibilidad, la penetración analítica, el elogio en­
tusiasta y el interés de la narración, hacen de “El Ostracismo
de los Carreras”, uno de los más hermosos y sentidos libros
de cuantos salieron de su incansable pluma y con justificados
motivos lo colocó de golpe entre los más brillantes escritores
de su tiempo” (1).

En posesión del tema principió Blanes la tarea de dispo­


ner los documentos necesarios a su reconocida honradez his­
tórica.
Menos afortunado que Vicuña Mackenna, el teatro del
episodio a desarrollarse en la ciudad argentina de Mendoza,
era imposible de ser reconstruido.
El historiador chileno había estado en Mendoza antes de
regresar a su patria de vuelta de Europa en 1855, y había
revisado documentos, conversado con testigos oculares y re­
corrido los mismos sitios otrora recorridos por los hermanos
Carrera.
Pero en 1872, las cosas estaban cambiadas de un modo
absoluto.
La ciudad de Mendoza había sido literalmente arrasada
por el espantoso terremoto del 20 de Marzo de 1861.

(1) Ricardo Donoso. Don Benjamín Vicuña Mackenna. Su vida, sus


escritos y su tiempo. Santiago. 1925. (Obra premiada por la Universidad de
Chile).
118 FERNÁNDEZ SALDAÑA

“La completa desaparición de la Mendoza que Vd. cono­


ció—le escribía Blanes a Vicuña Mackenna—la escasez por
aquí de personas testigos de los sucesos de que se trata, las
incertidumbres que se mezclan a las narraciones que uno oye,
los diferentes modos de ser, los riesgos que hay en pedir a la
pasión argentina imparcialidad de apreciación, constituyen
otros tantos tropiezos en el curso de la ejecución de un cuadro
de semejante asunto.

“No encontré aquí ni en Buenos Aires, ni en el Rosario,


continúa diciendo, quien tuviese idea alguna del Coronel Al-
varez, y cosa inexplicable para mi, eso me ha ofrecido ven­
tajas que no habría alcanzado obligado al retrato”.
Con respecto al fraile recoleto que aparece en la tela
afirma una cosa semejante.
“No encontré quien me dijera—prosigue—que aspecto
tenía el Sótano de Mendoza, no bastándome lo indispensable
dicho por Vd. pero volvía de Roma el coronel argentino se­
ñor Velazco, que tuvo mucho tiempo el encargo de vigilar en
aquella cárcel al coronel Aldao, hermano del Fraile, y pude
tener idea completa del local, sabiendo, de paso, porque se lla­
maba Sótano el célebre calabozo”.
Con los personajes del episodio ocurría otro tanto.
El coronel Jerónimo Espejo habíale asegurado a Blanes
que el alcaide de la cárcel de Mendoza no era el chileno Coro-
corto de que hablaba Vicuña Mackenna, sino un cierto Correa
de Saa; pero más tarde el veterano convino en que Corocorto,
que era hombre de confianza del gobernador Godoy Cruz,
“y a quien San Martín había encargado comisiones riesgosas,
era muy rígido y lo quería, mucho, podía haber sido el encar­
gado de la vigilancia del general José Miguel Carrera”.
El veterano Espejo clarísimo de recuerdos proporcionóle
al pintor, así mismo, detalles personales de aquel sujeto que
ÚLTIMOS MOMENTOS DE JOSÉ M. CARRERA
9II
Los últimos momentos del General José Miguel Carrera
fMuseo Histórico Nacional)
I 20 FERNÁNDEZ SALDAÑA

"era alto, bien repartido, moreno de tez, con tipo peruano” (i).
Poseo algunos de los interesantes cuestionarios que Blanes
envió al Dr. Carranza para ser presentados al coronel Ve-
lazco—difícil señor Velazco—según lo califica en sus cartas.
“Le ruego—recomienda el pintor—que haga contestar lo
más precisamente posible las preguntas que hago y se lo rue­
go a pesar de saber que usted es preciso cuando se trata de
asuntos históricos”.
Las respuestas del coronel Velazco fueron más sucintas,
tal vez, de lo que el pintor deseaba.
Testigo precioso, no era el coronel hombre ni de muchas
palabras ni del todo amable, al parecer, cuando dió motivo
para que Blanes contestando a Carranza le dijera: . . .“he vis­
to también, no sin pena, la paciencia que tuvo con el Santo abu­
rrido y coronel Sr. Velazco. . . Siento haber sido yo la causa
de que haya V. sufrido ese mal tratamiento..
Cuatro meses más tarde, en 1873, el cuadro estaba casi
terminado.
Blanes creía tener, en esa fecha, bastantes probabilidades
de hacer un corto viaje a Europa,
“Mi viaje a Chile—leo en una cartaB-parece que no se
realizará este año. El gobierno y la comisión directiva de la
Asociación Rural me han elegido para ir a la inminente expo-

(1) Guiado por esas referencias, Blanes eligió para modelo del personaje
de su cuadro, a un antiguo soldado que se llamaba Santiago de Anca, enton­
ces portero de la Universidad de Montevideo.
Tengo en mi colección iconográfica un retrato de aquel veterano, sen­
tado en un sillón. Muy viejo ya, conserva todavía rasgos que se ven en el
Corocorto, carcelero de Carrera.
Al dorso de la fotografía, escrita por Don Dermidio de María, hay esta
leyenda: “A mi apreciado amigo el Dr. D. Luis Melián Lafinur, en recuerdo
de que él, a mi solicitud, contribuyó a aliviar la miseria del viejo de Anca,
fielmente representado en este retrato a los 94 años de edad. D. De Ma­
ría. Agosto 27. 1900”.
El Dr. Melián Lafinur, me obsequió años después con ese documento
gráfico.
ÚLTIMOS MOMENTOS DE JOSÉ M. CARRERA I2I

sición de Viena, y creo que marcharé en los primeros días del


próximo Marzo”.
El gobierno mandaría a la exposición el “Episodio de la
Fiebre Amarilla”. El pintor, por su parte, llevaría la tela recién
concluida.
Mientras llegaba la resolución gubernativa Blanes exhi­
bió el cuadro en su taller.
El éxito del “Carrera en el Sótano de Mendoza” que así
se denominó primitivamente el cuadro, no desmereció del suce­
so del “Episodio”.
Hermanábanse en la nueva creación del pintor montevi­
deano, el motivo conmovedor y la perfección de la técnica.
Blanes llegaba al punto culminante de su trayectoria ar­
tística. El mismo reconoció en este cuadro su obra prima.
El general José Miguel Carrera, de pié, “vestido como en
los días de sus victorias, con su traje favorito de jinete”: cha­
queta verde de húsar, pantalón de paño con bota ceñida hasta
la rodilla y chaleco claro, conserva en la mano la pluma con
que escribía a Francisco Martínez Nieto “aquella lastimosa
esquela que ha conservado el acaso”.
El alcaide de la cárcel presentándose en la puerta de la
prisión, que conocían por el Sótano viene a decir que es la
hora....
“El rostro de Carrera revela una profunda i dolorosa
impresión, pero no de ese dolor desconsolado i vulgar, sino
de un dolor altivo, mezcla de angustia i de despecho, mui pro­
pio del altanero carácter del héroe”.
La interpretación física del general es irreprochable: no
escapó a Blanes ni cierto encogimiento de hombros, caracterís­
tico de la ilustre familia, que todavía persiste en alguno de sus
descendientes. ..
Fray José Benito Lamas, sacerdote uruguayo que auxi­
lió al vencido caudillo en aquel terrible trance, pide todavía
I 22 FERNÁNDEZ SALDAÑA

un momento de espera, con un movimiento lleno de naturalidad.


A su lado el coronel José María Benavente, a quien aca­
ban de conmutar la pena capital, está sentado en una silla, con
la cabeza apoyada en la mano derecha, conservando aún la
depresión de las angustiosas largas horas de capilla.
Del otro lado el ayudante coronel Felipe Alvarez, para
quien no alcanzó la gracia, y debe morir junto con su jefe, se
abandona a los extremos del dolor.
Tiene la cabeza atada con un pañuelo y en la mano dere­
cha un crucifijo. A'su lado un sacerdote le dirige la palabra.
Detrás del alcaide—que está en la puerta, de chaleco cor­
to y zapatillas—un grupo de soldados, con un traje medio pa­
recido al de los cívicos chilenos.
“Ese cuadro tan admirable en las figuras, lo es aún más,
si es posible, en los detalles”, dice Raymundo Larrain Cova-
rrubias, escritor chileno, autor de un largo artículo sobre este
cuadro.
El crítico, que no oculta su entusiasmo, vió la tela de
Blanes, tal como era en los ya lejanos tiempos en que recién
se terminó, cuando los tonos no habían sufrido el proceso de
transformación que tanto debía perjudicarla: brillantes toda­
vía las luces, transparentes las sombras, jugosos los colores,
inalterados los agradables cuanto engañosos “bitumes”.
A fines de Abril no habiendo pasado de conversaciones
lo de la delegación a Viena, y cuando nada faltaba para em­
prender viaje, Blanes sufrió una caída en momentos de as­
cender a un trenvía, fracturándose un pié.
La cura de esta lesión debía ser larga, según opinaron
los médicos, obligando al pintor a una temporada de cama.
En aquella forzada quietud, que lo mortificaba mucho,
pensó en prolongar su viaje a lo largo del Pacífico.
“Me sería útil—le escribe, postrado todavía, al Dr. Ca­
rranza—que el venerable Sr. Espejo quisiera darme algunos
ÚLTIMOS MOMENTOS DE JOSÉ M. CARRERA 123

datos sobre el traje completo que llevaba el general San Mar­


tín a la conferencia con Bolívar en Guayaquil, y necesitaría
los más menudos detalles que él recordase sobre el atavío de
los personajes, porque intento en mi viaje a Chile, alcanzar
hasta aquel lugar, donde sé existe conservado el cuarto, mue­
bles, etc., en que tuvo lugar este acontecimiento.
“Mucho agradecería al coronel este servicio, porque aun­
que por allá hay viejos, tengo gran fé en la memoria de nues­
tro viejo guerrero de la Independencia”.
Guido no demoró en contestarle, enviándole unos apun­
tes que Blanes apreció en mucho, calificándolos de prolijos, co­
medidos y pacientes.
Mejorado de su fractura, pero sufriendo aún mortifican­
tes dolores que se prolongarían años, aquel hombre inquieto
e infatigable, volvió al taller a concluir varios retratos entre
los cuales uno, buena cosa, de la madre de un señor Juan de
Veiga.
Cuando se encontró en condiciones de marchar sin cui­
dados, solo faltaba que viniera de Europa un vapor de la lí­
nea del Pacífico cuya patente de sanidad fuera limpia, pues
reinaba el cólera en Europa.
Pero ya en los últimos días de Montevideo, como quien
dice, una duda asaltó el espíritu caviloso de Blanes.
Recordó que, en 1872, cuando se expuso en Buenos Aires
el cuadro de San Martín en Rancagua, que ahora tenía listo
para llevar consigo, un periódico chileno “El Independiente”,
observó que tal revista nunca había tenido lugar.
Receloso de que lo que el llamaba majadería pudiera re­
petirse por allá, escribió a Carranza poniéndolo al cabo de su
preocupación y solicitándole que recabase del coronel Espejo
“o de cualquier otro veterano o de todos, datos con que recha­
zar la especie, si se presentaba impertinente” .
Y como la partida podía ser cuestión de días, Carranza
124 FERNÁNDEZ SALDAÑA

en todo caso, enviaríale a Santiago su carta y los elementos


para la defensa.
Tuvo tiempo, sin embargo, el historiador para ofrecer
a Blanes antes de moverse de Montevideo, las más completas
seguridades de que sus temores eran carentes de fundamento,
y podía probar, en cualquier instante, la autenticidad del epi­
sodio de su cuadro.
Capítulo XV

EL VIAJE A CHILE

RECE días empleó el vapor “Chimborazo” en el


camino.
Aprovechando el buen tiempo reinante duran­
te el viaje, Blanes tomó apuntes de las costas y
notas de color, con aspectos de cielo y agua
para trabajos futuros, como las marinas que luego figurarían
en la Exposición de Santiago, en 1875, y otras como la que
está en la colección Fernando García, cuyo mar es un revuel­
to mar familiar a nuestros ojos—amarillado por el légamo
pampeano, alcanzándose a ver, muy lejos, el Cerro y la rada
exterior de Montevideo (1).
Después de permanecer un día en Valparaíso, el pintor
siguió para Santiago, donde llegó el 26 de Noviembre.
Vicuña Mackenna, que era “su hombre” en Chile, lo re­
cibió con particulares atenciones “haciéndole objeto de una
hospitalidad expresada con modos poco comunes”.
Don Benjamín desempeñaba la Intendencia de Santiago
desde Abril de 1872, y nuestro artista lo venía a encontrar en

(1) El álbum de apuntes del viaje a Chile, es de formato apaisado, de


0.20 x 0.14, con tapas negras y hojas de diferentes tonos. No me ha sido
posible identificar ninguno de los croquis, pues carecen de título. Unicamen­
te se exceptúa el paisaje tomado en Rancagua, que luego le sirvió para mo­
dificar, en Santiago, el fondo del cuadro. Además de los dibujos chilenos
hay muchos otros para un cuadro histórico, hechos al parecer, en Buenos
Aires, que probarían que Blanes siguió utilizando su libreta.
26 FERNÁNDEZ SALDAÑA

plena obra, haciendo una realidad de aquel vasto programa de


administración que, según se ha dicho, todos comentaban con
asombro.
En tanto se hallaba en Santiago un local apropiado para
exposición de telas tan grandes, se emplearon los días en hacer
comprobaciones históricas y nuevos estudios sobre cuadros
pintados y en proyecto.
El 3 de Diciembre fué a Rancagua, para examinar el es­
cenario de la Revista antes de exhibirla.
“Poco tuve que hacer—dice en una carta.—La torre de
San Francisco existió, pero a ocho cuadras de la cañada al
sud, y al fondo de mi cuadro se distinguen tres altos cerros,
que copié y pasé a mi tela el día 4”.
El camino que conducía a Rancagua, era, entonces, el
camino carretero que corre actualmente, más o menos para­
lelo a la vía del ferrocarril.
Admiró Blanes el hermosísimo valle llamado de la An­
gostura, y gustó, en la población de Hospital, unos pasteles
criollos que le parecieron excelentes.
Rancagua—de aspecto desolado— poco le pudo interesar
como ciudad, pero en cambio, le habló intensamente del pa­
sado.
Múltiples detalles que le llamaron la atención, fueron
anotados en el álbum de apuntes, que tengo a la vista: la po­
laina de cuero peludo, los coches muy característicos, la pol­
vareda de los caminos “que no tiene igual en ninguna parte
del mundo” y es por eso que el viajero deja tras sí un pena­
cho de polvo que suele ser indicativo, a larguísimas distancias,
del paso de un jinete.
is*

A la dificultad de encontrar sitio para exponer los cua­


dros solo le halló solución, Vicuña Mackenna cediendo a Bla-
EL VIAJE A CHILE I 27

nes el foyer del Teatro Municipal. Allí improvisó el pintor


un ambiente separado para cada cuadro, empleando “como
treinta y cuatro pesos de zaraza negra”.
Una exhibición privada se realizó el 5 de Diciembre, con

Juan Manuel Blanes


Medallón de Nicanor Plaza, hecho en Santiago de Chile

( Museo Nacional de -Historia )

gran concurrencia de artistas, amateurs, hombres de letras y


periodistas, especialmente invitados por el Intendente.
La impresión unánime correspondió a la espectativa, y
así lo significan los comentarios de la prensa santiaguina con­
temporánea, leídos por mí en Chile.
128 FERNANDEZ SALDANA

Eran—al decir general—las más bellas y las más gran­


des telas que nunca se habían visto en aquella república.
La apertura de la exposición al gran público, tuvo lugar
el día 6. Vicuña Mackenna había fijado en un peso la entrada,
pero el n la rebajó a la mitad, conociendo “que pocos chile­
nos darían un peso por ver cuadros”.
El cuadro de Carrera exaltó, con justo motivo, la fibra
patriótica, tan sensible en el corazón de los chilenos y el amor
propio nacional gustó—sobre todo—del sabor castizo de los
detalles.
Refiriéndose a la escena de la muerte de Carrera, dice
“El Mercurio”:
“Desde aquellos días en que fueron exhibidos en Santia­
go los soberbios cuadros del célebre Monvoisin el arte no ha­
bía presentado a la vista del público uno más patético y con­
movedor”.
‘‘Esa pintura del trágico fin del gran caudillo, tan llena
de colorido, es verdaderamente una obra maestra”.
Nuestro eximio pintor recibió los más calurosos pláce­
mes, no faltando quien le manifestase “que experimentaba
cierta pena egoísta de que Chile no fuese su patria •

Mucho deseaba Vicuña Mackenna que la escena capital


de su magnífico libro, tan bien traducida en el lienzo de Bla-
nes, no saliera del país.
Pero el momento financiero era difícil, y el gobierno ale­
gaba que el receso parlamentario no le permitía disponer de
fondos.
Para combinar alguna solución, Vicuña Mackenna con­
vocó especialmente a varios notables personajes de la capital,
EL VIAJE A CHILE I 29

y a nuestro digno Ministro en Chile, el rico banquero Don José


C. Arrieta (1).
La reunión tuvo lugar el 16 de Diciembre, pero no se pasó
de un general cambio de ideas, planeándose varias combina­
ciones, entre la cuales se contaba la ejecución de un nuevo cua-

Familia del Ministro J. C. Arrieta


(José Arrieta Cañas, Santiago de Chile )

dro, cuyo tema debía ser la batalla de Maipo, sugestión de la


que el pintor ya estaba en autos.
Con tal motivo fué Blanes a visitar el campo de la victo­
ria del 5 de Abril de 1818.
(1) Los nombres de las personas elegidas por el Intendente dé Santia­
go, constituían lo más granado y acaudalado de la sociedad santiaguina
de su tiempo: millonarios como Urmeneta y Goyenechea, el primero de los
cuales había sido candidato a presidente de la república en la última lucha
electoral; políticos de gran situación como Luis Pereira, D. Fernández Con­
cha y Máximo Errázuriz; prestigiosos hombres de letras, periodistas y ora­
dores como Guillermo Matta, J. A. Alemparte, Isidoro Errázuriz y varios
más, todos de buena posición económica y política, aunque de menos realce.
9
130 FERNÁNDEZ SALDAÑA

Era un día de fastidiosa polvoreda y de excesivo calor.


Iba acompañando al pintor en su excursión, el funciona­
rio de la Intendencia capitán de la Guardia Municipal Deside­
rio Lima, y llevaba, además, muy especiales recomendaciones
para los señores Salas e Infante dueños entonces, de la hacien­
da de Lo Espejo, a la fecha “hijuelada”, como dicen en Chile.
Conocedor a fondo del desarrollo de la batalla por ante­
riores lecturas, Blanes pudo orientarse muy bien sobre el te­
rreno.
Interrogó con cuidado a una colección de viejitos “ante­
diluvianos, antiquísimos vecinos de aquel lugar y testigos del
suceso”, que se habían convocado de exprofeso y trajo una
acabada visión de como debía componer el cuadro (i).
Mientras la entrada a la exposición continuaba lánguida
y las tratativas de una gran compra iban arrastrándose sin
prisa, Blanes buscó y consiguió algunos trabajos particulares.
El primero fué el retrato de una persona, fallecida ya
entonces, cuyo nombre ignoro, pintura que seguramente se ha
de conservar en Santiago.
El retrato, según sus mismas palabras, le produjo casi lo
necesario para solventarle los gastos del viaje.
Otro encargo, pero este de mucho mayor aliento, lo con­
siguió en mérito a la amistad del Ministro Arrieta. Este com­
patriota, radicado en Chile desde el año 1844, ocupaba en aque­
lla república trasandina una privilegiada situación social y
económica que convenía con su temperamento de gran señor.
Arrieta, fué para Blanes un amigo de la calidad de Vi­
cuña Mackenna, pero, naturalmente por la identidad de pa­
tria, la afinidad de ideas políticas y la particular simpatía que

(1) No se pintó esta tela. En 1878, Blanes hizo un óleo pequeño, ti­
tulado “El Campo de Maipo” para obsequiárselo al Dr. Carranza. Además
queda el croquis a pluma, reproducido en este libro y que pertenece al autor.
EL VIAJE A CHILE
Dibujo a pluma
(Colección Fernández Salda ña).

1 ■ Gran callejón por donde entraron los batallones argentinos a las 6 de la tarde. 2 - Viñasen 1818. 3 - Higueras que
existen aún. 4 -Ultimo atrincheramiento español. 5 - Lo Espejo (hoy Infante). 6 - Campos de espinos raquíticos, jamás
cultivados. 7 - Lugar donde se abrazaron O’Higins y San Martín. 8 - Caminomuy ancho a Santiago. 9 - Punto por
donde huyó el Gral. español al principio de la acción. 10 - Peral y rancho que había allíen la ¿poca de la batalla.
. . . Grande alameda actual, mandada poner por San Martín en toda la parte menos ancha del callejón de Espejo.
11 - Loma que atraviesa el camino.
132 FERNÁNDEZ SALDAÑA

nació entre ellos, un amigo más cercano, pronto siempre para


prestarle su valiosa protección en todo.
Deseoso de compensar al pintor—siquiera en algo—la
contrariedad aneja a la no venta de sus telas históricas, el
ministro le encargó un gran retrato de familia, con su señora
y sus hijos.
Blanes tomó, en el palacete de nuestra legación, en la
esquina de las calles Agustinas y San Antonio, los apuntes nece­
sarios para la decoración del fondo y luego en Enero y Febre­
ro de 1873, trasladóse al fundo de Peñalolén, magnífica po­
sesión del ministro, a pocos kilómetros de Santiago.
Allí, en la profunda paz de aquel incomparable retiro,
estudió del natural, uno a uno, los distintos personajes del
cuadro.
“Me estoy ocupando—dice en una carta fechada en Peña­
lolén—de unas cabecitas que deben servirme para hacer aquí
un buen retrato de familia”.
El retrato no lo alcanzó a pintar en Chile, por la premura
de su regreso, para hacerlo en Montevideo, muy sin prisa y
enviarlo recién a fines de 1875.
Se conserva en Santiago, en poder de Don José Arrieta
Cañas, hijo del generoso mecenas.
Es una tela de 3 metros 40 por 2.50, conteniendo siete fi­
guras, en la cual parece predominar “como una reina” llena
de respetuoso encanto, doña Mercedes Cañas, esposa del mi­
nistro.
Bien compuesto y agradable de color, el cuadro es rico
en calidad y admirable en detalles de ejecución.

Distinguió mucho al eximio maestro uruguayo la culta


sociedad de Santiago.
EL VIAJE A CHILE 133

El eminente historiador Diego Barros Arana se hizo su


amigo, y le facilitó muy interesantes datos para los cuadros
en preparación.
Conoció y conversó largamente con el veterano general
José Zapiola, para quien llevaba una carta de presentación del
coronel Espejo.
Un nieto del almirante Manuel Blanco Encalada fué a
felicitar a Blanes por su triunfo, en nombre de su glorioso
abuelo.
El pintor pasó al día siguiente al domicilio del viejo ma­
rino, teniendo con él una cordial e interesante entrevista.
De las vinculaciones con artistas mencionaré la del escul­
tor Nicanor Plaza, cuyo temperamento fuerte, y bien orien­
tada labor agradaron a Blanes sobremanera, llevándole a for­
mular pronósticos de éxito que no demoraron en confirmarse.
Plaza tomó un rápido esbozo del pintor, que le serviría
para modelar, más tarde, un hermoso medallón con su retrato
y la leyenda “Blanes Pintor Americano” (1).
Conoció y trató al paisajista Onofre Jarpa, que vive aún,
y que en esa época tenía 24 años de edad. Como ha de verse
más adelante, Blanes y Járpa se volverían a encontrar en Italia.
Pero, ninguna de estas relaciones de viaje pareció haber
sido tan cordial, como la trabada con un pintor que, por mu­
chos conceptos, parecía la antítesis de Blanes.
Fué ese grato amigo chileno el paisajista Antonio Smith,
a quien un autorizado crítico y amateur compatriota suyo, lla­
ma notable artista y padre del paisajismo en Chile (2).
Personificaba el pintor Smith en la época que lo cono­
ció Blanes—y son palabras de Vicente Grez—el tipo del bohe-

(1) En la magnífica medalla que con motivo del centenario del naci
miento de Blanes, hizo acuñar el Instituto Histórico y Geográfico del Uru­
guay, en 1930, se reprodujo este perfil de Nicanor Plaza.
(2) Luis Alvarez Urquieta. La pintura en Chile. Santiago 1928.
134 FERNÁNDEZ SALDAÑA

mió incorregible, y el temperamento soñador de su carácter


reflejaba en sus cuadros de tal manera, que era imposible
contemplar sus obras sin que el alma se conmoviese”.
Blanes, que nada tenía de bohemio ni de soñador, Bla­
nes casi abstemio, caviloso y huraño, sintióse atraído con par­
ticular interés por el nuevo amigo, original e intemperante, al
que llama hombre de excelente corazón, y artista muy hábil,
“cuyos cuadros de paisajes ningún pintor moderno superaba”.
Prometían encontrarse en Europa pronto, “según fueran
las cosas”, pero Smith murió en Santiago pocos años después.

Tampoco faltaron a Blanes distinciones de orden oficial,


como la que implicó designarlo para integrar el jurado de un
concurso abierto para completar la colección histórica de los
antiguos presidentes de Chile, y del cual eran miembros Er­
nesto Kirchbach, pintor bávaro de reconocidos méritos, el pai­
sajista Smith y Manuel Aldunate.
También, según lo dice el artista en sus cartas, fué soli­
citado para que tomara a su cargo la escuela de pintura de
Santiago, con una dotación de cuatro a seis mil pesos “y tiem­
po libre para otros trabajos que no le faltarían”.
Estas propuestas se habrían estrellado, siempre, contra la
resistencia de Blanes a vivir alejado de su país.

Dispuesto a no perdonar oportunidad para realizar al­


guna de las ventas en trámite, y esperanzado algún tiempo,
en que la adquisición llegaría a efectuarse, estuvo pronto siem­
pre, por otra parte, para llevarse nuevamente sus telas si las
condiciones de compra no satisfacían la medida de sus deseos.
EL VIAJE A CHILE >35

“La colocación de mis cuadros—expresa con fecha 25


de Enero—sigue problemática, porque las brisas que les soplan
son además de flojas, inconstantes”.
“Nuestro ministro señor Arrieta se preocupa mucho de
la cosa y tengo confianza en que hará algo”.
De todos modos Blanes fijó su partida para el 17 del si­
guiente Febrero, porque “estaba desesperado por irse”.
Hablando de si mismo, añade: “mi salud igual, mi pié
muy impertinente, el reumatismo a las piernas siempre insi­
dioso, el spleen a la orden del día algunas veces. .. En fin,
siempre la vida. ..”.
Según lo resuelto, el 17 de Febrero de 1874, el pintor se en­
contraba en Valparaíso para tomar el vapor “Cotopaxi” de la
compañía del Pacífico.
Los cuadros quedaban en Santiago, donde Arrieta pro­
seguiría las gestiones de venta.

Agradaron a Blanes,—conservador por filiación política


—ciertos aspectos del modo de ser chileno, entre ellos el “an-
tiestrangerismo” que creyó notar, y que le parecía “un espec­
táculo que enamora, nacionalmente hablando”.
Santiago, y en esto coincide con otros juicios de la época,
dejóle la impresión de “una inmensa ciudad de arrabales,
. . . exceptuando el centro que es de más de diez y seis o veinte
manzanas”.
Creía haber dejado bien sentado su respeto y su amor por
las regiones que fueron su cuna, sin permitir que lo que en el
Río de la Plata y del otro lado de los Andes, había despertado
entusiasmo, y a menudo admiración, acabase arrastrándose
por la capital de Chile, “a título de las urgencias tan comunes
entre los artistas”, de que le había hablado Vicuña Mackenna.
Pero ni los excelentes compañeros con quienes hizo amis­
136 FERNÁNDEZ SALDAÑA

tad en el viaje, ni la inalterable calma de los océanos, fueron


suficientes para evitar que regresara de Chile trayendo, en el
fondo del espíritu, un sedimento de desilusión amargurada.

El capítulo chileno—y era una lástima—no estaba cerra­


do todavía.
Reabrióse, efectivamente, al año siguiente con motivo de
la Exposición de Santiago.
En la sección uruguaya fueron expuestos los dos grandes
cuadros históricos de Blanes, el retrato de la madre y cinco ma­
rinas de la región magallánica, tituladas: “Entrada al Estre­
cho. Cabo Vírgenes”; “Salida del Estrecho. El Pacífico”; “Sa­
lida del Estrecho. El Atlántico”; “Islotes de los Evangelistas”
y “El Cabo Pilar” (i).
No obstante la absoluta superioridad de “La Revista de
Rancagua” y “Los Ultimos Momentos del General José Mi­
guel Carrera”, sobre todas las pinturas expuestas, el Jurado
solo concedió a Blanes una medalla de 2.a clase, por la última
tela.
Las marinas, por haber llegado fuera de tiempo no fueron
consideradas.
La comisión directiva de la sección uruguaya obedeciendo
a la conciencia que había formado “con más de un fundamen­
to irrefragable y habiendo ya la prensa chilena calificado el
hecho, reprobándolo”, creyóse obligada a protestar del fallo
del Jurado, en una fundada publicación que insertaron los dia­
rios santiaguinos (2).

(1) Estos óleos miden om. 50 x 0.25. “El Cabo Pilar", integra, en San­
tiago de Chile la galería del señor José Arrieta Cañas y fué del ministro su
padre.
(2) Véase en el apéndice C la protesta de la comisión Uruguaya.
Cruz de Palo

(Galería Fernando García)


Capítulo XVI

LOS CUADROS DE GÉNERO NACIONAL

LOS CUADROS MENORES. -- LOS RETRATOS

HORA, antes de seguir al maestro uruguayo en


su carrera de pintor de historia, quiero ocupar­
me de sus afamadas pinturas de motivo re­
gional.
Solamente por sus cuadros de costumbres
nacionales, pequeñas telas en su mayoría—rara vez tablas—
Blanes podría haber sido llamado, a título legítimo, el pintor
del Río de la Plata.
Y eso—como ha dicho alguien—“porque su espíritu y su
cuerpo, porque su corazón y su cerebro, eran profundamente
autóctonos”.
“Blanes era nuestro como lo es el gaucho, como lo es el
rancho”, como lo es la riente gracia de nuestras cuchillas “o
la melancolía solemne de la pampa argentina”.
Los cuadritos de ambiente criollo, arrancados al natural,
con hondo sentimiento e impregnados de profundo realismo,
resolvieron entre nosotros, para la pintura, “el problema de
hacer arte nacional”.
Pintó los gauchos y los indios, los milicos y los domado­
res, las criollas y los muchachos, y los pintó no integrando
cuadros—como el bávaro Rugendas o el francés Palliére—
porque “El Malón” y “Los tres chiripás”, donde agrupó fi­
guras son raros, sino solos, uno a uno.
38 FERNÁNDEZ SALDAÑA

Hizo sus personajes aislados—hombre y caballo por ex­


cepción—en una gama de melancolía profunda, armonizando
a pleno con el alma melancólica de nuestros criollos que ha­
bía tratado tantos años de tan cerca, gentes tristes “por la
tristeza irremediable de la vida, tristes en la poesía, tristes en
el amor y tristes en la música”.
Y este sujeto estático apenas movido, integra con jus-
teza absoluta un paisaje, hecho con un pedazo grande de cielo
límpido y profundo, y con dos planos de campo exactísimo, sin
que nada desentone en la sinfonía.
Este justo equilibrio distingue y certifica, sobre todo, los
trabajos de la gran época blaniana, que corre entre 1865 y
1879.
Obsérvase que, a contar desde el nuevo viaje a Italia, los
cuadros de costumbres pierden la espontaneidad primitiva,
y no tienen ya la luminosa dulzura de los cielos, ni las lonta­
nanzas llenas del aire, sino que muchas veces dan así como
una sensación estereoscópica.
Fué en el taller viejo de la plaza Matriz, instalado en 1866,
donde se expusieron los primeros cuadritos de tema nacional,
ese mismo año.
Un escritor de la época, reparó que Blanes “empaquetaba
demasiado a sus gauchos”.
No había tal, pero se trataba de un género de pintura
desconocido entre nosotros y los gauchos de Blanes—perfecta-
tamente históricos—chocaban al crítico de la ciudad que no
conocía sino el gaucho pobre, jornalero de los suburbios o
turbio elemento de pulpería, y de no ser estos, un tipo que ya
andaba cerca del “Gaucho Florido”.
Blanes, en cambio pintaba gauchos que parecían “paque­
tes”, pero eran verdaderos, gauchos que entroncaban con los
gauchos de Hidalgo, y conservaban trazas de aquella indumen­
taria algo setecientesca de Rufo Toloza o Santos Vega, y que
LOS CUADROS DE GENERO NACIONAL 139

el pintor había tenido a su lado, para observarlos bien de cer­


ca, en el Miguelete oribista, en el Salto vernáculo y en pleno
corazón de Entre Ríos.

Y volviendo de nuevo al pintor, recién llegado de Chile, se


le hallará vuelto al trabajo, pero sin un propósito definido de
poner manos en tal cuadro.
Solo tenía, de obligación, el cuadro de la familia de
Arrieta.
Mientras tanto era cuestión de hallar un rumbo.
Desde fines de 1872 esperaban turno, en un lado del ta­
ller, los bocetos y calcos de “La Conspiración de Alzaga”.
Viendo esos estudios preliminares en el Museo Municipal
de Bellas Artes, infiérese cómo llegó Blanes al cartón defini­
tivo, siendo posible notar la distancia que media entre el pri­
mero y el último, y apreciar cómo fué mudando y moviendo
sus personajes, cómo multiplicó tipos y actitudes, para darnos
finalmente una interesante composición de interior.
La escena tiene lugar en el salón de la casa de campo de
Alzaga, siendo figuras principales este español de tanto pres­
tigio entre los realistas de Buenos Aires y fray José de las
Animas, que pese a su carácter religioso fué el más activo
elemento de los conjurados.
La conspiración de Alzaga no pasaría más allá de los
cartones, como tampoco sería transportado al lienzo “El Ca­
bildo Abierto del 25 de Mayo de 1810”, aludido en 1870 en
cartas al Dr. Carranza.
Pero no fué inútil el hermoso gran boceto, hábilmente
manchado, porque más de un pintor lo habría de tener en
cuenta, con los años, sacando del estudio del gran artista na­
cional figuras y hasta grupos para cuadros semejantes.
140 FERNÁNDEZ SALDAÑA

Quedó en nada, lo mismo, el proyectado “Fusilamiento


de Liniers”.
Acerca de este cuadro escribía Blanes al Dr. Andrés La­
mas, en Diciembre de 1870:
“El señor Mitre no me ha enviado aun los apuntes que yo
necesito y los que el quisiera agregar relativos a la muerte de
Liniers” (1).
Para un gran cuadro, a pintarse si había certeza de ven­
derlo y cuyo título sería “Jura de la Constitución, 18 de Julio
de 1830”, preparó el cartón existente en el Museo Histórico
Nacional.
Es un cartón de una espontaneidad y de un movimiento
magistrales, que da la impresión justa -de la escena histórica
rica en luces, a la cual el mismo artista se hallaba ligado por el
detalle personal, gratísimo, de que su madre lo había llevado
en brazos a la plaza Matriz, el día de la Jura, en una tarde
radiante de sol.
Aludiendo a ello, Ciertamente, Blanes quiso poner su re­
trato en el cuadro, figurándose en el viejo veterano de pera
blanca, que apoyado en sus muletas, aparece como última fi­
gura en un extremo.
Sería imposible enumerar, detallando una por una, la
producción pictórica de Blanes, en género histórico.
De muchas cosas se ha perdido hasta el recuerdo; otras
las conocemos por referencias; algunas por un dibujo o por
la mención casualmente consignada en una carta.
En el Museo Histórico de Buenos Aires, hay un óleo que
representa una escena de amor y de sacrificio, ocurrida duran­
te el combate de San Cala, librado en 1840 en las provincias
argentinas.
Aparece en este cuadro un caballo blanco que recuerda

(1) Carta inédita, en el Archivo General de la Nación.


LOS CUADROS DE GÉNERO NACIONAL
Boceto de la Jura de la Constitución. 18 de Julio de 1830
(Museo Histórico Nacional)
42 FERNÁNDEZ SALDAÑA

—no creo estar equivocado—a otro caballo puesto más tar­


de en la Batalla de Sarandí.
En otro lienzo eternizó un episodio heroico de la batalla
de Sipe-Sipe.
Para el Dr. Andrés Lamas, con datos que le proporcio­
naron éste y el general Juan A. Possolo, pintó, un retrato del
general Rivera, de pequeña dimensión, existente ahora en el
Museo Histórico (i).
Sobre una acuarela muy perdida que le regaló Don To­
más Leal, uno de los descendientes, ejecutó en 1878 el óleo
del mariscal español Orduña, en el cual aparece un trozo de
la antigua ciudadela de Montevideo.
El retrato de Orduña, igual que el titulado “Soldado de
Policía de Montevideo. 1838”, hállanse en la colección del mis­
mo recién citado Museo.

Otro tanto que con los pequeños cuadros de historia,


acontece con los retratos grandes y chicos, pintados en canti­
dad que sobrepasaría a los cálculos.
Blanes aprovechó el género tanto como le fué posible,
igual que todos los pintores.
Para eso supo dividir los suyos en dos grupos, uno de
verdadero valor artístico, y otro meramente comercial, pero
que no solo se guardaba de desdeñar sino que perseguía con
cuidado, por productivo y por fácil.
Infiérese de esto que poseer un retrato pintado por Bla-

(1) Acerca de este retrato del vencedor de Rincón, véase mi libro


“Iconografía del General Fructuoso Rivera”.—Montevideo. 1928.
LOS CUADROS DE GÉNERO NACIONAL 143

nes no implica siempre ser poseedor de una obra de arte (1).


Fuera de los grandes retratos que ya han merecido o me­
rezcan luego párrafo aparte, mencionaré el de don Melchor
de Zúñiga, de cuerpo entero, con elementos de composición
dignos de un cuadro, el del profesor Jaime Roídos y Pons
(Museo Nacional de Bellas Artes) el de Doña Telésfora So-
mellera de Lamas (Museo Histórico Nacional), el del doctor
Evaristo G. Ciganda, uno de los últimos, pintado por encargo
de los maestros de enseñanza pública, para obsequiárselo, con
motivo de una ley de que Ciganda era autor, etc,, etc.

ge

Para que ningún tema pictórico quedara sin ensayar por


los pinceles de Blanes, antes de darse de nuevo a los grandes
trabajos históricos, obtuvo de la Sociedad del Teatro Solís
el encargo de un telón de boca para nuestro gran coliseo, el
primero de Sud-América por tantos años (2).
El boceto se estudió sobre tela de seda blanca, en un

(1) Transcribo como curiosidad esta especie de tarifa de precios para


retratos, enviada por Blanes a su hermano Mauricio que andaba por Entre
Ríos, en 1869.
Busto de estudio, sin manos, de uniforme, excelente, en una tela de
una vara de alto y proporción, 12 onzas de oro. Busto sin manos, pero pa­
recido simplemente, con uniforme en el mismo tamaño, 8 onzas. Retrato
como el de Carnes (formato algo mayor) de estudio, 16 onzas. Idem simple,
13 onzas.
(2) El acuerdo de la Comisión Directiva se tomó en la sesión del 12
de Noviembre de 1874, debiendo pedirse a Blanes un boceto. El 28 de
Diciembre del mismo año se presentaron a la Comisión varios pintores, ad­
juntando cada uno un proyecto. No obstante el primer propósito fué mante­
nido, aceptándose el boceto de Blanes, por el precio de 1.800 pesos. (Datos
facilitados por deferencia del señor Juan Benbow, gerente del Teatro Solis).
modelo original que según recuerda el pintor e historiógrafo
Carlos Seijo, que alcanzó a verlo más tarde en el taller de
Blanes, tenía algo más de un metro de alto.
Simulando solo una inmensa cortina graciosamente ple­
gada, el telón salía de lo corriente, y la pintura tenía una cali­
dad que atenta una opinión de la época “parecía raso de veras”.
Un joven decorador Pedro Maselli, ayudó a Blanes en
la tarea, siendo de justicia mencionarlo.
El cartel de Solís correspondiente al día patrio 25 de
Agosto de 1.875, anunciaba, además de “el sublime drama en
tres actos L’Hereu”, por la compañía española de Buron, el
estreno de “un magnífico telón de boca obra del eminente
artista nacional señor Blanes”.
Retrato de la Señora C. A. de Carrillo

(Galería Fernando García)


Capítulo XVII

EL JURAMENTO DE LOS TREINTA Y TRES

ALTABA al renombre de Blanes, todavía, un


un gran cuadro histórico de tema ampliamen­
te nacional, hallado en las luchas por la indepen­
dencia patria.
Comprendíalo así el pintor, que había consi­
derado más de un proyecto, contemplando más de una suges­
tión, y esbozado más de un motivo y se decidió finalmente por
un lienzo que debía representar el desembarco de los Treinta y
Tres en la playa de la Agraciada, el 19 de Abril de 1825.
Para documentarse del natural, había ido a la estancia de
Casa Blanca, en el departamento de Soriano, propiedad de su
amigo el Dr. Domingo Ordoñana, en cuyo campo estaba situa­
do el histórico sitio.
Llegó a la hacienda el 18 de Abril de 1875, eligiendo los
días para que la altura del sol y la gama del paisaje criollo,
repitieran en lo posible el tono histórico de antaño.
Acompañaban al pintor su hijo Juan Luis y el sabio bo­
tánico José Arechavaleta, con quien lo unía una estrecha amis­
tad.
El 19 de madrugada, a los cincuenta años justos de la
hazaña lavallejista, el Dr. Ordoñana los condujo al rincón,
medio escondido, de la playa donde había tenido lugar el des­
embarco famoso.
10
146 FERNÁNDEZ SALDAÑA

Ordoñana tenía amojonado prolijamente de tiempo atrás


el sitio donde, por tradición y noticia de viejos vecinos, arri­
bara la expedición libertadora.
Todo parecía reproducirse en el escenario.
Día de cielo intensamente azul, con algunas nubes sueltas
apenas; alborada serenísima; decoración otoñal en los árbo­
les del monte; manso el gran río lamiendo la infrecuentada
playa. ..

Año y medio trabajó nuestro artista en su nuevo cuadro;


año y medio empleado, no en pintarlo exclusivamente, como
debemos suponer, sino contando también el largo período de
apresto documentario, para lo cual fueron llamados a coope­
rar todos los coleccionistas del Río de la Plata.
El estudio de las figuras aisladas se hizo prolijo, sin dis­
pensar pormenor, y el Dr. Ordoñana envió de la Agraciada
cierta cantidad de arena para ser extendida en el suelo donde
los modelos posaban, obteniéndose así más fieles las sombras
y los reflejos.
La tela estaba cubierta—en términos pictóricos—para Di­
ciembre de 1877 y Blanes se preparaba a emprender el acaba­
do definitivo.
El 2 de Enero del año 1878, el cuadro fué “despeja­
do”—-con verbo de la crónica contemporánea—en presencia
del Gobernador Provisorio de la República, coronel Lorenzo
Latorre, los Ministros de Estado, el Jefe Político de la Capital,
y numerosos periodistas y particulares, convidados al efecto.
,st

Desde aquel momento desfiló por el taller de Blanes, una


multitud que prometía no concluir nunca. Días hubo en que
EL JURAMENTO DE LOS TREINTA Y TRES 147

el número de visitantes llegó a mil. Los admiradores del pin­


tor, los descendientes y deudos de los Treinta y Tres, las cor­
poraciones oficiales y las sociedades particulares renovaban
a porfía, delante del cuadro felicitaciones y coronas con cin­
tas nacionales e inscripciones patrióticas y ramos de flores.
Tocados en la fibra íntima todos los vates—más o menos
tales—y todos los rimadores de la capital, empuñaban la lira
llenando de versos los cotidianos y las revistas.
La prosa de los entendidos y de los aficionados por su
parte, llenaba macizas columnas de aquellos inmensos diarios
de la época, en ponderación del “cuadro poema”.
Era un sentimiento nuevo que tenía señoreado los espí­
ritus desde el primer instante.
El cuadro de la Fiebre Amarilla había entristecido, el
episodio de Carrera había conmovido, el Juramento de los
Treinta y Tres entusiasmaba.
Es fácil que ahora pueda resultar inexplicable, casi, aque­
lla exaltación patriótica y aquel entusiasmo, porque es otro
el modo de sentir las cosas, por hombres distintos, con dife­
rentes conceptos patrióticos y artísticos.
Pero aquel entusiasmo magnífico, espontáneo y hondo
de la generación del 78, está ampliamente justificado por la
calidad del cuadro mismo dentro del ambiente.
Los honores a Blanes no faltaron', siendo digna de men­
ción la velada extraordinaria que realizó la “Sociedad Cien­
cias y Artes”, en la cual el Dr. A. J. Carranza, expresamente
venido de Buenos Aires, dió lectura a una extensa memoria
explicativa del cuadro, redactada por el pintor, y la cual fué
calificada por el historiógrafo argentino de “tesis digna de
Delacroix o de Esquivel, que pintaban y escribían con la mis­
ma facilidad y galanura de nuestro Blanes” (1).

(1) Esta disquisición corre impresa bajo el título “Memoria sobre el


cuadro del Juramento de los 33” por Juan M. Blanes, con una introducción
por el doctor D. Angel Carranza y un grabado. Montevideo. 1878.
148 FERNÁNDEZ SALDAÑA

Popularizado por infinitas reproducciones hechas por todo


procedimiento gráfico, el Juramento de los Treinta y Tres, es
el cuadro de Blanes conocido por excelencia.
Gran lienzo, que mide 6 metros de ancho por 3.25 de alto,
el cuadro muestra en primer término un pedazo de playa en
sombra, y al fondo el monte criollo, matizado de mataojos y
ceibos, tratado de manera liviana. Solo por el lado derecho se
alcanza a distinguir, ya en el límite del lienzo, el río Uruguay,
El general Juan Antonio Lavalleja, empuñando la ban­
dera tricolor donde está escrito el lema-dilema “Libertad o
Muerte”, toma a sus heroicos acompañantes el juramento de
arrancar el país de la dominación extranjera.
Las figuras, del tamaño natural, están iluminadas por
un sol frío, que todavía no alcanza sino pocos grados sobre el
horizonte.
A fin de dar cabida más cómoda a sus treinta y tres su­
jetos históricos, el pintor acertó a distribuirlos en grupos
que, hábilmente ligados sin embargo, no alcanzan a quebrar
la unidad armoniosa del conjunto.
Logró así obtener mayor efecto, imponiendo a la vez
naturalmente, los principales personajes, sobre las diez figu­
ras del primer plano que aparecen en sombra.
Las figuras de categoría superior—Lavalleja, Oribe, Zu-
friateguy, Freire—son otros tantos fieles retratos, pintados
con abundancia de elementos iconográficos.
Dudo, sin embargo, que ninguno de esos militares, inclu­
sive el propio Lavalleja, esté pintado con el detenimiento con
que se pintó la bella figura del Sargento Mayor Manuel Oribe
—“joven aún y puro en manchas”, como dijo alguien en Bue­
nos Aires—porque Oribe, después general y presidente de la
EL JURAMENTO DE LOS TREINTA Y TRES 149

República, constituyó la única y verdadera devoción histórica


de Blanes.
Quitados los sujetos militares, hay todavía en la tela tres
figuras meramente subalternas, las de los barqueros, en últi­
mo plano a la izquierda empeñados en arrancar los lancho-
nes presos en la arena.

Adviértese, examinando el cuadro, la agrupación algo


convencional de las figuras aún a despecho del cuidado que
dice haber puesto el pintor, para huir del artificio.
“Compenetrado con los libertadores—se lee en su Memo­
ria a la Sociedad Ciencias y Artes—nos acomodamos como
Dios quiso en derredor de la bandera cuyo triunfo proclama­
mos y juramos”.
Cuando Domingo F. Sarmiento vió el cuadro en Buenos
Aires, no creyó que le cupiese aquel reparo y creyó verosímil
el grupo tal cual, sin necesidad de acomodo.
“Se hizo el pintor partícipe de la escena”, escribió luego
en un comentario.
Falta realismo en el Juramento; he ahí el cargo más se­
rio que se le puede haber hecho.
No se explican, efectivamente, esos trajes limpios, esas
camisas blancas, esos cribos sin mancha, esas armas relucien­
tes, después del largo peregrinar entre las islas anegadizas del
delta del Paraná, impuesto a los expedicionarios por las exi­
gencias de una travesía clandestina.
El reparo es formal a no dudarlo. Pero ese modo de pin­
tar, era la verdad convencional de la época, el realismo—hasta
allí—de todos los contemporáneos de Blanes, distante aun del
verdadero realismo que vendría, y más distante aún del veris­
mo macabro de los óleos del ruso Verestchaguine y de las agua­
150 FERNÁNDEZ SAI.DAÑA

fuertes de Rops. Goya con los Horrores de la Guerra y los


Fusilamientos de la Monclóa no había hecho escuela.
Defecto de época y defecto de escuela, todo en uno, Bla­
nes necesitaba además una verdad que tenía que ajustar
con el sentimiento de apoteosis inherente al cuadro.
Pero, pese a todo, la distribución de las figuras es irre­
prochable, revelando en el autor cualidades altísimas de com­
positor, hasta ahora no superadas por nadie en latinoamé-
rica (i).
También valen mucho las figuras aisladas.
Para hacerlas tuvo que reconstruir sobre alguno de los úl­
timos sobrevivientes de la epopeya—viejo y achacoso—el arro­
gante hombre joven de los días de la Independencia. Y otras
veces crear, ateniéndose a la descripción de un compañero, la
figura del que pasó tan modesto por la vida, que ni siquiera
pudo legarnos su imagen, o cayó de los primeros en jornada
famosa o entrevero oscuro...

(i) Tomándola del folleto titulado “Memoria etc.”, que ya he tenido oca­
sión de citar, transcribo la “Descripción de los personajes representados en
el cuadro Juramento de los Treinta y Tres”.
La numeración empieza a la izquierda del espectador con el número i,
y termina con la última figura del cuadro, siguiendo estrictamente el orden
de colocación sin tener en cuenta la perspectiva.
I, Ignacio Núñez—2, Juan Acosta—3, Felipe Carapé—4, Juan Rosas—
5, Celedonio Rojas—6, Manuel Melendez—7, Avelino Miranda—8, Agustín
Velázquez—9, Manuel Freire—10, Joaquín Artigas—n, Gregorio Sanabria—
12, Santiago Nieves—13, Santiago Gadea—14, Ignacio Medina—15, Jacinto
Trápani—16, Luciano Romero (arrodillado)—17, Juan Spikerman—18, Pa­
blo Zufriategui—19, Simón del Pino—20, Manuel Lavalleja—21, Juan Anto­
nio Lavalleja—22, Atanasio Sierra—23, Manuel Oribe—24, Andrés Spiker­
man—25, Ramón Ortíz—26, Basilio Araujo—27, Juan Ortíz—28, Pantaleón
Artigas—29, Andrés Chebeste—31, Francisco Lavalleja—32, Dionisio Ori­
be—33, Carmelo Colman”.
No debe extrañar a nadie si la lista transcripta no coincide con otras
listas de los mismos expedicionarios de la cruzada del año 25. El pintor es­
cogió, sin duda, una de las varias tenidas como verdaderas, con el apoyo de
tales o cuales razones, y luego guióse por ella.
Todavía hoy no está esclarecido definitivamente, ni el nombre ni el nú­
mero de los compañeros de Lavalleja en el memorable desembarco.
EL JURAMENTO DE LOS TREINTA Y TRES
Z¿ ¿T*'

< El juramento de los Treinta y Tres >


Dibujo a pluma de Blanes, litografiado por Hequet y Cía.
( Colección Fernández Saldaña )
FERNÁNDEZ SALDAÑA

Cerrada la Exposición, Blanes “satisfecho su amor pro­


pio de ciudadano y de artista” hizo obsequio de su cuadro al
País, poniéndolo en manos del Gobernador de la República,
para que le diese el destino que correspondiera.
Colocado primero en la sala de sesiones de la Comisión
Extraordinaria Administrativa de Montevideo (Municipali­
dad) se le trasladó luego al Salón de Honor de la nueva casa
de Gobierno, y pasó finalmente al Museo Nacional de Bellas
Artes, donde figura desde entonces.

A solicitud de las señoras porteñas que integraban la co­


misión de Damas de Misericordia, el gobierno uruguayo acce­
dió a que “El Juramento de los Treinta y Tres” fuese llevado a
Buenos Aires, para figurar junto con “La Revista de Ranca-
gua” en una exposición organizada con móviles de beneficen­
cia, en el mes de Julio de 1878.
La exhibición tuvo lugar en los salones altos de la casa
Fusoni y Maveroff, amplísimo local que antes había ocupado
la sociedad “Club de los Negros” en la calle Cangallo. Fué un
resonante suceso artístico.
Repitiéndose lo de Montevideo al acto inaugural concu­
rrió el Presidente de la República Argentina, Dr. Nicolás Ave­
llaneda, el gobernador de la provincia de Buenos Aires doctor
Carlos Tejedor y lo más seleccionado de la sociedad bonae­
rense.
Clausurada esta exposición el cuadro figuró de nuevo en
otra de índole semejante, también bajo los auspicios de una
comisión femenina, en el salón alto de la Opera, en Octubre
del propio año.
Capítulo XVIII

SEGUNDO VIAJE A EUROPA

UINCE años iban transcurridos desde la vuelta


de Europa, y el pintor sentía vivo deseo de rea­
lizar un nuevo viaje.
Preocupábalo muy en serio el porvenir de sus
hijos: Juan Luis ya contaba 23 años y Nicanor
21. Urgía hacerles tomar un camino y pensaba decidirlo en el
extranjero, bajo su vigilancia.
Desde los días en que había estado pronto para ir a la
exposición de Viena, en 1873, ninguna oportunidad se había
presentado.
Podía suponerse que el año 79, en materia de trabajo de
remuneración inmediata—me refiero a retratos—sería seme­
jante al año que acababa de terminar.
Dominado el país por una intensa crisis económica, den­
tro de la cual se debatía vanamente el gobierno del coronel
Latorre, las perspectivas eran poco promisoras.
La solución del viaje se produjo sin embargo en aque­
llos agobiadores meses, cuando el señor José María Masariego,
amigo de los Blanes, hombre soltero y rico, que no tenía here­
deros forzosos, hizo donación al pintor y a su señora de la
suma de 5.000 pesos, cuyas rentas debían servir para la educa­
ción artística de Juan Luis y Nicanor.
Blanes era dueño de un campo en Sauce, departamento de
Canelones, y tenía algunas imposiciones de dinero, pero todo
154 FERNÁNDEZ SALDAÑA

eso no le bastaba, al parecer, pues los cinco mil pesos de Ma-


sariego fueron decisivos.
Cinco mil pesos oro uruguayo, que entonces producían
sin riesgos de colocación, el interés de uno y medio y dos por
ciento mensual, representaban un valor que, en los tiempos
actuales, no somos capaces de apreciar exactamente.

Poco después del medio día del 12 de Abril de 1879,


vapor La France, que conducía a Blanes y a los suyos levaba
anclas en la rada exterior.
Comandaba el paquete el capitán A. P. Lemaitre, hombre
sencillo y comunicativo con quien el pintor hizo relación, y al
que continuó tratando por todo el tiempo que el marino na­
vegó en estos mares australes.
Llegados a Río de Janeiro el 15 por la noche, desembar­
caron al día siguiente, y aprovechando la oportunidad que se
le brindaba, Blanes fué a contemplar el cuadro Batalla de Ava-
hy, del reputado pintor brasilero Pedro Américo de Figueredo
y Meló, expuesto al público en la capital carioca.
La tela—un episodio de la guerra del Paraguay—que me­
día cerca de 11 metros por 6, reportaba un resonante triunfo al
ilustre pintor parahybano (1).

(1) Pedro Américo, pintó esta tela en Florencia, en un salón que le


fué preparado y cedido expresamente por la Municipalidad, y la expuso al
público el 1." de Mayo de 1877, con la presencia de Pedro II, emperador
del Brasil, que realizaba una gira por Europa.
Más de cien mil personas desfilaron delante del movido episodio bélico
tan abundante en detalles, en el corto espacio de diez y ocho dias, y el
pintor destinó el producto de las entradas a beneficio “de un discípulo joven,
talentoso y pobre, hijo de la ciudad que lo había acogido tan hidalgamente”.
(J. M. Cardoso de Oli veira, “Pedro Américo. Sua vida e suas obras”, Pa­
rís, 1898).
SEGUNDO VIAJE A EUROPA >55

Blanes tenía gran curiosidad por conocer ese cuadro cuya


fama había llegado a Montevideo, y bajó en Río solamente
por verlo.
Las impresiones de la visita las concretó luego en un lar­
go artículo escrito a bordo, que al llegar a Marsella, envió a
Mauricio junto con el diario de viaje.
El diario según sus reiteradas recomendaciones no debía
publicarse. La impresión crítica debía ser pasada al doctor
Angel Floró Costa, publicándola o no, pues no tenía interés
en ello.
En todo caso-—añadía—puede suprimir aquello que vea
puede lastimar al señor Américo, pues no tengo porque crear­
me la mala voluntad de un hombre que no conozco y que me
merece respeto. “Cuida, pues, terminaba diciendo, que no se
haga mal uso de esa crítica, para que sea digna de mí y no de
la pasión agena”.
Cuidados y recomendaciones, al fin, completamente inú­
tiles, porque esas cartas de Marsella se extraviaron en el co­
rreo.

Después de salir de Río de Janeiro el vapor tocó nada más


que en San Vicente de Cabo Verde, el 8 de Mayo, para tomar
carbón y seguir viaje, buscando el estrecho de Gibraltar.
“Vamos a llegar sin novedad—escribía el artista—sin mal
tiempo, salvo algunas horas de brisas frescas, sin calmas en
la Línea, con el mar más benigno que se pudiera escoger, sin
más molestias que algún poco de frío sufrido al entrar en el
Mediterráneo”.
Y recordando los ya lejanos años de sus viajes por nues­
tro gran río, agregaba: “la travesía la hemos hecho como si
navegáramos en el río Uruguay..
156 FERNÁNDEZ SALDAÑA

La France, a cuyo bordo se había producido un caso de


fiebre amarilla tuvo que soportar en el lazareto de la isla de
Frioul, frente a Marsella, una observación sanitaria de cuatro
días.
Puesto el barco en libre plática, el pasaje para Italia tras-
v bordó el 23 de Aljíril al vapor Bourgogne, que iba a conducir­
los a Génova.
A las once de la mañana del día siguiente llegaban a la
gran ciudad ligur, donde permanecieron hasta el 26 de tarde,
en que tomaron el ferrocarril para Florencia.
Gran alegría proporcionó a Blanes, el encontrar en la es­
tación, no obstante ser las 10 y media de la noche, a su viejo
amigo el escultor Pedro Costa, que según los mismos térmi­
nos de nuestro artista “lo recibió a él y a su familia, como pu­
do hacerlo un hermano” (1).
Otros amigos de los años de pensionado, se apresuraron
a ir a saludarlo en los días sucesivos.
Juan Luis y Nicanor, no obstante la prolongada ausencia
de la ciudad y de haber salido de allí todavía niños, reconocie­
ron y recordaban porción de sitios y edificios de Florencia.
Fué el principial objetivo de este segundo viaje de Bla­
nes, la educación de sus hijos, como dije antes.
Todavía no estaba expresado en forma cabal el rumbo
que tomaría cada uno de ellos, por más que' Juan Luis mos-

(1) Pedro Costa, escultor italiano, bastante conocido en su época. Con­


currió al concurso del monumento a la independencia nacional, en Florida,
el año 1876, obteniendo medalla de plata. Es autor de la estatua del General
Lavalle, en Buenos Aires, de la de Mariano Moreno, en la población argen­
tina del mismo nombre, del monumento al general Santander, en Bogotá,
del erigido en la catedral de La Habana al obispo Serrano, etc., etc.
SEGUNDO VIAJE A EUROPA 57

trara franca inclinación por la carrera artística. Nicanor, en


cambio, hablaba de seguir estudios de ingeniería.
Cualquier dirección que tomasen, el padre hállabase deci­
dido a vigilarlos cuidadosamente.
Sabía a que atenerse respecto a ellos: Juan Luis, por lo
pronto, se había fugado de la casa de Montevideo, en Febre­
ro de 1877. Blanes, que lo hacía buscar aquí o en Buenos Ai­
res, cuando más lejos, supo que el joven, tomando vuelo, había
llegado a La Coruña, en compañía de una muchacha gallega.
Nicanor era voluntarioso y reconcentrado.
En Europa pensaba Blanes hacer con los mozos lo mismo
que aquí: mantenerlos a su lado, regimentados como si fuesen
niños, aunque torturase las más elementales leyes de la vida.

Después de una larga serie de diligencias en procura de


casa, la familia Blanes se instaló en la finca número 22, piso
bajo, de la Plaza de la Independencia.
Componíase la vivienda de un pequeño vestíbulo, de una
sala, un dormitorio para el matrimonio y otro para los jóvenes,
un comedor chico, un cuartito de estudio y otro no mayor, de­
nominado costurero, una cocina en el sótano, una habitación
de servicio y un pequeño patio, todo edificado en una superfi­
cie de unos doce metros de frente por otros tantos de fondo.
Mucho se había encarecido la vida en tantos años de au­
sencia.
La casa, amueblada regularmente, que en 1860—según
los cálculos del pintor—la habría pagado al mes con 20 pesos,
le costaba ahora 46, abonados por semestre adelantado.
Más tarde se alquiló, aparte, una sala-estudio que costa­
ba quinientos francos al año.
La meticulosidad que caracterizó a Blanes en todas sus
5» FERNÁNDEZ SALDAÑA

cosas, nos ha permitido saber que los gastos de la familia-


más los extraordinarios dimanados de profesores, modelos,
material de estudios y “objetos reproductivos”, variaban en­
tre 900 y 1.000 francos mensuales, que entonces equivalían—
calculando un poco largo—a 170 y 190 pesos uruguayos (1).

Todo parecía dispuesto para una agradable permanencia,


y sin embargo estos años de Italia fueron una larga etapa
desapacible, por las contrariedades que Blanes—las más ve­
ces—sacaba de su propio interior como de una mina inagota­
ble, para que le ensombrecieran los días, destemplaran a su
mujer y a sus hijos, y le dictaran cartas desabridas donde bor­
doneaba el hastío.. .

(1) Lo que el pintor nombra objetos reproductivos, eran las adquisicio­


nes de lance o a precios bien ajustados, de pequeños cuadros, estatuitas,
libros o piezas artísticas o antiguas, que luego mandaba a Montevideo, para
revender. Blanes tenía dentro de sí un comerciante despejado y acucioso.
Capítulo XIX

EN FLORENCIA
CUADROS Y PROYECTOS

PTÓ Juan Luis, llegado el momento de elegir


carrera, por la carrera de su padre. Alguna vez
lo había ayudado en el taller, cubriendo el fondo
de los grandes lienzos de historia, como por
ejemplo, el Juramento dé los Treinta y Tres.
Nicanor no tuvo ánimo para seguir la carrera de ingeniero
que exigía nueve años de estudios. Aprendería el dibujo, re­
cibiéndose, además, de perito agrimensor.
Fué maestro de Juan Luis el profesor Amos Cassioli, pin­
tor de historia, antiguo director de la Academia de Siena.
Tanto amor y entusiasmo por su carrera parecía sentir
el nuevo discípulo uruguayo que, a los tres meses de trabajo,
hablábase en la escuela de los dibujos de Juan Luis Blanes,
como de dibujos que, desde mucho tiempo atrás no se conocían
tan buenos.

Desde los primeros días de estar en Florencia, Blanes pro­


curó infiltrar en el espíritu de sus hijos antipatía hacia el nue­
vo país de residencia. No era sentimiento de hostilidad hacia
Italia, que el pintor no abrigaba, aunque su exaltado america­
16o FERNÁNDEZ SALDAÑA

nismo—un poco el malsano americanismo rosista del Cerrito,


que le quedó para siempre en el fondo del alma—tampoco le
permitía amarla.
Suponía Blanes que, de aquella antipatía había de nacer
una desvinculación capaz de mantener a sus hijos aislados, ale­
jándolos de todo trato con gente extraña, “acorazándolos con­
tra todo afecto ajeno”.
Y de acuerdo con el plan, comenzó la vida claustral y abu-
rridora, que debía engendrar en Nicanor, primero una silencio­
sa melancolía y luego una neurastenia definida.
“Los muchachos, dice Blanes en sus cartas, no tienen jun­
tas con nadie, ni están dispuestos a ello por que le tienen mu­
cho fastidio al país”.
Más tarde agrega este nuevo dato: “vivimos como en
una isla; no tenemos más agujeros que frecuentar que nues­
tra casa y el estudio”.
Ceñidos a tal género de vida, grande tendría que ser la
labor del maestro, como grande de igual modo el adelanto de
los jóvenes Blanes.

Al concluir el año 79, estaba pronta para ser enviada a


Montevideo una bella serie de cuadros de regulares dimen­
siones.
Cuatro sobresalían desde luego, y eran “La Paraguaya”,
“El Angel de los Charrúas” “El último Paraguayo” y “La
Muerte de un Oriental”.
De estas pinturas la última quedó en el país, siendo, ac­
tualmente, propiedad del Jockey Club. Es la de menos valor en
el conjunto: un escorzo muy difícil y que no está logrado.
Las tres restantes fueron a parar a Buenos Aires com­
pradas en 1887 por el rico hombre de negocios Enrique Fynn.
EN FLORENCIA 161

Ultimamente las adquirió el señor Fernando García. Enrique­


ciendo su valiosísima galería de Blanes, cumplía a la vez con
el deber patriótico de reintegrarlas a la República.
Blanes tenía a “La Paraguaya” como el mejor cuadro de
esta especie de serie, y probablemente le asistía razón.
Inspirada en unos versos del Dr. José Manuel Sienra y
Carranza, “imagen de su patria desolada”, la paraguaya es
una figura simbólica, que se hiergue sobre la desolación de un
campo de batalla.
Pintura minuciosa, proclama un estudio acabado. Los
apuntes para los cuervos—noto un detalle—fueron tomados
del natural en el Jardín Zoológico de Florencia, según puede
probarse con los dibujos éxistentes en el Museo Municipal de
Bellas Artes.
“El Angel de los Charrúas”, sugerido también por unos
versos, es así mismo una cosa simbólica.
Una india llora sobre una eminencia, en la costa del Uru­
guay. Nocturno lunar lleno de soledad y de misterio. Los ver­
sos inspiradores de Zorrilla de San Martín, son estos: “Erá
el ángel transparente—Que el indio libre adoró—Rayo de un
astro doliente—El último ¡ay!, inocente—De una raza que
murió”.
Las dos telas de protagonista guarany figuraron en la Ex­
posición Continental de Buenos Aires, en 1882, y ganaron a
Blanes una medalla de oro.

Pero antes de seguir adelante, quiero mentar un detalle


curioso de la vida del maestro.
Nuestro representante diplomático en Italia Pablo An-
tonini y Diez, hizo llegar a manos de Blanes la convocatoria
emanada de la secretaría de la Cámara de Representantes,
u
IÓ2 FERNÁNDEZ SALDAÑA

invitándolo a ocupar una banca de diputado por el departa­


mento de Canelones.
Blanco, y latorrista como era Blanes, sus correligiona­
rios políticos, de acuerdo con el dictador Latorre, lo habían
incluido en las listas que se votaron, triunfando sin oposi­
ción en el burdo simulacro eleccionario de donde nació la
13.a Legislatura.
Vacante un cargo de titular le correspondió ocuparlo a
Blanes, en calidad de suplente.
Sabía el pintor antes de enterarse de la nota oficial que
la Cámara lo convocaría, pero era su propósito renunciar la
banca de legislador, porque sobre no tener miras de abandonar
Europa todavía, creía que “el contingente práctico que pudiera
llevar a la Cámara era igual a la carabina de Ambrosio y no
quería hacer papeles ridículos”.
Estas consideraciones hechas en la intimidad no consta­
ron en la renuncia enviada a la Cámara, en la que se limitó a
alegar tan solo las razones de salud que, por el momento,
hacían imposible su retorno al país.

Más que en pintar, el año 1880 iba a emplearse en proyec­


tar cuadro,s.
De los cuadros pintados, merece una mención especial “La
Cautiva”, que representa una joven blanca prisionera de los
indios en los malones llevados a las poblaciones argentinas.
Entre los proyectos están “El Rapto de Lucía Miranda”, y “La
muerte de Solís”.
El primer episodio que fué traducido en cartones con
mucha premura, se inspiraba en una escena sacada de un
canto de “La Argentina o Conquista del Río de la Plata”
aburridísimo poema del arcediano español Martín del Barco
Centenera, que vino a estas regiones en 1573.
EN FLORENCIA IÓ3

Para el cuadro definitivo, que ocuparía una tela de 1 me­


tro 40 por 1.10, necesitaba que le consiguiesen fotografías de)
Paraguay, de las tomadas durante la guerra por la casa Bate

Juan Manuel Blanes


A la izquierda el pintor Roque Lotuffo; a la
derecha el profesor José Arechavaleta
(Colección Fernández Saldaña)

y Cía. de Montevideo, “para entresacar el carácter general


del bosque virgen”.
También necesitaba tipos escogidos de gente aindiada.
Fotografías de esa clase era fácil encontrarlas en Bue­
nos Aires, donde abundaban, pero eran de pampas y él las que­
164 FERNÁNDEZ SALDA ÑA

ría “del Durazno, del Aiguá, etc., que recuerdan más nuestro
indígena”.
El coronel Santos—dice en una carta—tenía muchos de
esos tipos en su batallón 5.° de Cazadores, “pero, concluye,
vaya uno a pescar fotografías de esos soldados”.
Al fin llegó a pintar un boceto al óleo, pero no conozco de
“El Rapto de Lucía Miranda”, sino algunos estudios parciales
y el cartón semi-definitivo entre los dibujos del Maestro adqui­
ridos no hace mucho por el Museo Municipal de Bellas Artes.
La idea de pintar el episodio trágico en que fué victima­
do Juan Díaz de Solís, no era nueva en el maestro, por lo
cual pronto pudo tener listo un boceto, bastante trabajado.
Sin embargo no se animaba a abordar el cuadro en defi­
nitiva “porque nunca había hecho una vida más provisoria,
incierta y accidentada que en esa época”, dispuesto siempre
“a levantar campamento si los niños (llamaba así a los hijos)
faltasen a su deber y desconocieran el valor de su sacrificio,
no chico dada su edad y sus desencantos”.
Además pensaba en que la ejecución del cuadro proyec­
tado le traería nuevos gastos, por ser necesario alquilar un
taller más grande, y un cuarto en campaña para hacer los
estudios al sol.
En medio de estas dudas llegó a manos de Blanes una car­
ta de su amigo el Dr. Domingo Ordofíana, en la que le hablaba
del cuadro.
La figura de Juan Díaz de Solís era muy simpática al
Dr. Ordoñana, por cuya razón insistía ante el pintor para que
se pusiese a la obra.
Pareció fluctuar por algún tiempo, todavía, pero al fin,
“La muerte de Solís” fué definitivamente abandonada, a tí­
tulo de carencia total de modelos indígenas para estudiar las
carnes de los salvajes.
Sólo quedaron, que yo sepa, algunas figuras sueltas, in­
suficientes para formular ningún juicio crítico.
EN FLORENCIA 165

La entrevista de Bolívar con San Martín, en Guayaquil,


libre del inconveniente de los temas anteriores lo seducía por
momentos.
Recuérdese que antes de ir a Chile, el año 73, participa­
ba al doctor A. J. Carranza su proyecto de seguir remontando
las costas del Pacífico hasta llegar al puerto ecuatoriano don­
de dialogaron los dos Capitanes de América, y donde, según
sus noticias, conservábase intacta la casa de la famosa confe­
rencia de 1822.
Pero al evocar de nuevo el viejo propósito en 1880, Bla­
nes pensaba también que la guerra de Chile contra Perú y
Bolivia, podía ser un grave obstáculo a su proyecto y el con­
flicto armado solo redundaría en daño para la obra y para la
memoria del Libertador.
Un gran cuadro de tema religioso, tampoco era ajeno a
las varias sugestiones: un descendimiento de la cruz, por
ejemplo.
El había pintado varias pequeñas figuras bíblicas, pero
luego meditando el asunto, preguntábase “. . .¿Un cuadro de
tema religioso, tendría comprador?”.
En medio de estas vacilaciones, durante el invierno 80-81,
Blanes vióse atacado por una molestísima afección herpética,
que le tomó primero el mentón y una pequeña parte del labio
inferior pero que más tarde extendióse hasta afectarle las
cejas.
Sumamente desagradable resultó a la familia el nuevo in­
vierno europeo, cuyo rigor fué extrañado por todos.
Una nostalgia patria los invadió, dominadora. “Es de
todo punto imposible que me gane nadie en eso de desear vol­
ver ahi, porque no pensamos en otra cosa en esta casa”, es­
i66 FERNÁNDEZ SALDAÑA

cribía don Juan Manuel. Y agregaba: “Ni volviendo a nacei


veinte veces mis hijos, me compensarían el sacrificio moral
que importa para mi y para María, también, nuestra perma­
nencia aquí”.
La dedicación de los hijos, contraídos nada más que al
estudio y sumisos a su voluntad, valía bien, sin embargo, el
sacrificio que el pintor exageraba.
Con los buenos días primaverales de 1881, el pequeño gru­
po depatriado mejoró de espíritu.
Después de trece largos meses de academia, creyó Blanes
que podía premiar a los jóvenes artistas proporcionándoles un
paseo por la Italia septentrional.
Cada uno de los hermanos recibió 200 francos para la
excursión cuyo término se fijaba en treinta y cinco días. Dos
veces el padre les remitió refuerzos de 50 francos, que cobra­
ron en Turín y Bolonia. Alegaba Blanes que el subsidio ex­
traordinario era para que conocieran bien esas ciudades, pero,
en realidad su verdadero propósito era que los mozos nunca
tuvieran mayores sumas de dinero disponible.
Cuando regresaron, les prometió para el año próximo—
si todo seguía como hasta entonces—un viaje al sur de la pe­
nínsula que comprendiera la Sicilia.
Capítulo XX

LA BATALLA DE SARANDÍ

L verano de 1881 pintó bien, pues si su molesta


afección de la piel incomodaba siempre a Bla­
nes, en cambio, por primera vez desde que es­
taba en Europa, no sintió el tormento perma­
nente de su vieja lesión del pié, y esto lo llenó
de alegría.
Concretado a su casa y sus pequeños programas de pa­
cato burgués, escribía el pintor “... vivo sin darme ningún
gusto, porque nada me gusta. . . ni las mujeres que tanto me
encantaron siempre”. Y añade enseguida, a modo de consue­
lo “¡Tan acanallado y desvergonzado está aquí ese elemento
(el común)”.
Las mujeres — comunes o no comunes — eran iguales a
las mujeres que le habían encantado en 1860, y seguramen­
te sus hijos no compartían las opiniones suyas.
Solo él era otro, convertido en un cincuentón escéptico
y acerbo. ..
Las únicas delicias verdaderas se las proporcionaba el
mate, tomando por la mañana y por la tarde, en una “galleta”
bien grande; alguno que otro plato criollo como charque con
fariña y lenguas saladas, regalos de Montevideo, y la lec­
tura de las cartas del hermano Mauricio “siempre buenas,
siempre alegres, siempre leales”.
68 FERNÁNDEZ SALDAÑA

En punto a las actividades artísticas, Juan Luis y Nica­


nor tomaban lecciones de colorido.
En Abril de 1881 Blanes tenía más o menos ordenada la
composición del cuadro la “Batalla de Sarandí”, tema por
el cual se había resuelto a fines del año anterior, con la espe­
ranza de que se le pudiera encargar oficialmente por el go­
bierno nacional.
En carta a Mauricio noticiábale que, en uno de los pró­
ximos correos le mandaría un calco del boceto que más le gus­
tara, “he hecho muchos, le dice, pero como es una composición
muy difícil y quiero introducir mucha gente, para que haya
muchos episodios, la cosa es muy trabajosa”.
Por lo pronto el primitivo plan de composición estaba
cambiado radicalmente.
“En la suposición de que la batalla tuvo lugar al O. del
paso del Sarandí, y deseando tomar el sol de cierta manera, he
perdido mucho trabajo, y todo lo he hecho al revés ahora, es
decir, antes el espectador estaba envuelto con los derrotados,
y ahora va con los vencedores
“Ya ando cerca de satisfacerme y creo que lo conseguiré”.
La composición se iba desarrollando sobre una escala de
ocho metros de ancho por cuatro de alto, y haría un boceto
que fuese, al mismo tiempo, gran cartón.
Encontrando un local grande, conservaría las dimensio­
nes del proyecto, pero si tenía que pintar el lienzo en su es­
tudio, no podría darle más de seis metros y reducir un poco
las figuras.
“Lavalleja, que está en segundo plano—escribe—tendrá
(su persona, sin el caballo) 72 centímetros, y más o menos
Oribe que está en la misma horizontal casi”.
Al fin un boceto le satisfizo:
“Rota la línea brasilera, estoy en pleno desorden enemi­
go, y el gauchage y el paisanaje anda a este quiero y a este no
LA BATALLA DE SARANDÍ 169

quiero, dando hacha de pasada como si fuese una diversión.


No obstante, habrá una idea del orden de la línea patriota, y
como he tomado el centro como punto donde debe figurar el
General en Jefe patriota, resulta que a poca distancia de él
está Oribe; detrás despuntando la reserva se verá el capitán
D. Adrián Medina, más lejos y ya “entreverao” D. Bernabé
Rivera, lejos a la izquierda el pardejón id, D. Pablo Zufria-
teguy visto de espaldas y también “redotando”, y no será ex­
traño que encuentre modo de mostrar a D. Leonardo Olive-
ra.—D. Gregorio Pérez se ha de ver de alguna manera en el
entrevero, pero no entrando en la escena las milicias de Mal-
donado y San José, no se verá el coronel D. José Quesada, ni
tal vez D. Francisco Ossorio, capitán del ala derecha. Vere­
mos. Oribe está de espaldas, recibiendo órdenes de Lavalleja;
éste se ve de perfil pero la cara de frente. D. Adrián Medina
de perfil también”.
Algunas de estas concepciones figuran, tal cual, en el cua­
dro; otras las varió posteriormente, en los muchos años que
pasó modificando y corrigiendo.
En el boceto elegido estaba ya el capitán Lasarte, que fi­
gura muerto y dos soldados lo tapan con un poncho, detalle
“que es histórico, pues así quedó en el campo hasta concluida
la acción”.
Surge de la correspondencia del pintor toda la gestación
laboriosa, y toda la prolija reunión de antecedentes que este
cuadro de Sarandí, destinado a quedar inconcluso, reclamó
a Blanes.
Los pedidos, las consultas y las preguntas de una minu­
ciosidad casi exagerada, abarcan retratos de protagonistas, se­
ñas personales comprendiendo aquello de “a quien de los que
conocemos se parecían en aire y en figura”—descripción de ar­
mas, croquis de implementos militares, planos del terreno, vis­
tas panorámicas, etc.
170 FERNÁNDEZ SALDAÑA

El Dr. Andrés Lamas le procuraba retratos. Mauricio


Blanes tenía el cometido de interrogar a los viejos militares
y debía ir con un fotógrafo al glorioso campo de acción.

“En pleno Sarandí”, recibió Blanes la visita del pintor


chileno Onofre Jarpa, conocido de los días de su estadía en
Santiago.
Jarpa vive a esta fecha en Chile, con 82 años de edad,
y recuerda todavía el taller de Blanes en Florencia, y el mate
con que lo obsequió el pintor criollo.

Pronto el gran cartón, dejó de mano el cuadro de la


batalla por unos pocos días, pues era necesario aclarar la vi­
sión, obsesionada por el tema permanente.
Y descansó pintando un cuadro de género nativo, al que
puso por título “Los tres chiripas”, y al que se ha considera­
do como uno de los más hermosos entre sus pinturas de tema
nacional.
No podría negar la belleza de este .cuadro, cuyos per­
sonajes rebosan de fidelidad y de carácter, pero diría también,
que falta en él la espontaneidad de factura, y eso que yo me
atrevería a llamar, porque no alcanzo a definirlo bien, “mi­
lagro de entonación” que hay en los cuadros nacionales de
la primera época.

Entregado a su cuadro de historia, aunque no muy se­


guro de salud, halló a Blanes el año 1882.
LA BATALLA DE SARANDÍ >7

La enfermedad de la piel continuaba con la rebeldía que


suele caracterizarlas, y además volvía a sentir los rigores del
reuma.
Malo para enfermo, era el pintor caprichoso y escéptico.
Además, a la ciencia de la facultad anteponía las indica-

Los tres chiripas


(Museo Histórico Nacional)

ciones acreditadas por el uso, la homeopatía y por sobre ellas,


aunque parezca increíble, los remedios de las curaciones crio­
llas.

El nuevo año no iba a ser de labor: andaba ya en el am­


biente el proyecto de regreso y no era el caso de volver a Mon­
tevideo sin haber salido una vez de Florencia.
72 FERNÁNDEZ SALDAÑA

De los trabajos de 1882, la tela que se llamó “Las dos


razones”, en la cual aparecen dos figuras de mujer vivamente
iluminadas, sobre un cielo de exaltados rojos, es la única que
merece una mención especial.
Blanes quedó satisfecho de su obra y declaró ser un buen
cuadro. La crítica tuvo juicios coincidentes con los del autor.
No puedo decir nada al respecto, pues no he logrado ver
este cuadro que fué adquirido y llevado a Buenos Aires por
el banquero José Carabassa, después de haber figurado en
una exposición que se celebró en Niza, casi enseguida de la
partida de Blanes para América.
En la colección Fernando García figura un pequeño car­
tón con un boceto de este cuadro, pero si el cuadro era realmen­
te bueno debía diferir, sin duda, del cartón.

<s?

Aprovechando las vacaciones de estío, el maestro que,


por absolutismo natural, no aceptaba otra escuela artística
que la escuela florentina, se resolvió a conocer los maestros
venecianos en la propia Venecia.
La impresión recibida en la ciudad de los Dux solo po­
dría compararse con la experimentada en París el año 61.
“Venecia—escribió—es una ciudad encantadora. Desde
luego nadie puede allí menospreciar, ni mirar con tibieza aquel
espectáculo. . . No ver Venecia es verdadero pecado mortal...
Cada encrucijada, cada sorpresa, cada canal, cada fuente, ca­
da rampa, y cada acera es un cuadro, compuesto ya con ac­
cesorios y todo... ”,
No menor impresión le produjeron los pintores venecia­
nos: la venda del exclusivismo florentino se le cayó de los
ojos.
El risueño optimismo esencial de la pintura veneciana,
LA BATALLA DE SARANDÍ 173

manifestado en la radiante opulencia de su colorido, el lumi-


nisnio de sus pintores lo deslumbró.
Florencia se le apareció fría, académica y anquilosada.
Pensaba en que Venecia tendría que influir del modo
más favorable en la educación artística de sus hijos que per­
manecieron pintando allí, mientras él y su señora regresaban
a Florencia, para arreglar las cosas de modo de volver cuan­
to antes a la Reina del Adriático.
Pero doña María se enfermó, y hubo necesidad de buscar
un clima más benigno.
Se habló de Nápoles, pero luego se eligió la Riviera.
Pasaron lo peor del invierno en Cimiez, localidad cer­
cana a Niza, donde vivían los esposos Lucerna Estrázulas,
buena y antigua relación de Montevideo.
El conde italiano Alberto de Lucerna tenía en Cimiez la
posesión señorial de “Villa Albertina”, donde Blanes y su
esposa fueron gratos huéspedes.
Lucerna era hombre de letras, de vasta cultura artística.
Doña Ventura Estrázulas, compatriota nuestra, era una mu­
jer encantadora.
En recuerdo de los bellos días de Cimiez, Blanes dejó en
“Villa Albertina” un paisaje tomado del natural, cuyo moti­
vo era un castillo en ruinas, gala histórica de aquella deliciosa
comarca.
Poco faltaba para concluir el año, cuando Juan Luis
y Nicanor llegaron a Niza, a reunirse con sus padres, todo
pronto ya para el viaje de retorno.
Necesitaban solamente esperar que saliera de Marsella
el vapor que, esta vez, habíase elegido por el capitán.
Blanes quería volver con el capitán Lemaitre, su amigo,
que a la sazón comandaba el “Bearn”, que tenía anunciada
su salida para la primera quincena de Febrero.
El 12 embarcaron todos y, el 8 de Marzo de 1883, se pisó
74 FERNÁNDEZ SALDAÑA

nuevamente tierra natal, después de casi cuatro años de au­


sencia.
Como no había casa -dispuesta de antemano fueron a
vivir bajo el techo conocido de la calle Médanos 207, casa de
Mauricio Blanes.
Allí, pocos días después del arribo visitó al pintor el pe­
riodista argentino Pedro Bourel, quien nos ha dejado, además
de las impresiones de la visita, un interesante retrato físico
del artista.
“No recuerdo hoy—transcribo a Bourel—la calle ni la
dirección.
“Solo se que tuve que cruzar toda la ciudad hasta pene­
trar en lós suburbios.
“En cierta cuadra, algo desierta, verifiqué las señas: ca­
sa quinta, pintada de amarillo, con cuatro ventanas y jardín
á¡ costado.
“Justo ahí estaba la casa”.
Se aproximó a la puerta del jardín y vió uno de los hijos
del maestro delante de su caballete.
Atendido por el joven artista, Bourel se hizo anunciar co­
mo un viajero argentino que deseaba saludar al pintor Bla­
nes
El joven desapareció y un momento después volvía para
hacerlo entrar, acompañándolo hasta la puerta de la sala.
“Crugió el picaporte, se abrió la puerta—sigue diciendo
el visitante—y yo avancé encarándome con .un hombre que
me pareció un paisano, un; modelo del artista, víctima de las
exigencias de la etiqueta;, pues estaba como envainado en un
jaquet. . .
“—Deseo ver al pintor Blanes.
f‘—Servidor de Vd. señor, trie contestó humildemente mi
interlocutor, con la sonrisa en los labios.
LA BATALLA DE SARANDÍ 75

“Escuso manifestar mi sorpresa: me incliné con respeto


y lo saludé estrechándole efusivamente la mano”.
Bourel se había figurado al pintor “un hombre alto, bi­
zarro, blanco o rubio, tipo de parisiense con lentes, suntuoso,
casi espléndido, satisfecho, ensoberbecido con el ruido de su
nombre”.
Halló a Blanes “un hombre de baja estatura,, bastante
cargado de hombros, trigueño, de bigote espeso y larga pera,
cabello negro, lácio, tornándose gris y que podía representar
cincuenta años de edad”.
Le pareció un tipo genuinamente criollo, no solo por su
tendencia artística sino por su carácter, por sus costumbres,
por sus maneras, que han resistido al artificioso toque de la
civilización europea, “de la cual no había traido más que sus
ideas y sus conquistas en el mundo del arte”.
El artista estaba invisible: la fisonomía solo presentaba
los rasgos duros de un firme carácter.
Pero lo encontró enseguida, en cuando empezaron a con­
versar, trabándose en una charla que duró dos horas, durante
las cuales el periodista escuchaba al gran pintor “como si fue­
ra un viejo amigo a quien se visitara después de larga ausen­
cia, tan sencillo y comunicativo era su trato, alternando entre
la observación sagaz de un espíritu cultísimo y las felices ocu­
rrencias de un criollo inconvertido” (i).

(i) Pedro Bourel. Blanes. Recuerdos de una visita. Folletín de “El


Nacional”, de Buenos Aires. 3 de Abril de 1883.
Capítulo XXI

LA REVISTA DE 1885

la Municipalidad de Montevideo, presidida en


1884 por el anciano general Felipe Fraga, co­
rrespondió la feliz iniciativa de encomendar a
Blanes el primer trabajo de importancia, des­
pués de su regreso.
Se trataba de la nueva decoración de la Rotonda del Ce­
menterio Central, para sustituir a las primitivas pinturas del
italiano Baltasar Verazzi, ejecutadas en 1863. Fuera de estar
en muy mal estado a esa fecha, las pinturas de Verazzi, que
representaban “La Ascensión de Jesús”, eran de escaso mé­
rito (1).

(1) A un lado de su pintura Verazzi puso la leyenda que. traducida del


italiano transcribo, y cuyo último párrafo con mucha razón mandó borrar
inmediatamente, la autoridad Municipal de la época.
“Baltasar Verazzi. Hizo. 1863.
“Natural de Caprezzo. Alto Novarese. Italia.
“Este fresco ha sido pintado solo por el dinero de los gastos; el tra­
bajo personal ha sido dado de regalo a la Iglesia; así queda memoria del
autor.
“Es una vergüenza para la República Argentina, donde son bárbaros
para las Bellas Artes, las infamias que el primer Presidente general a he­
cho sufrir a este artista. Las consecuencias han sido funestas”,
El pintor Verazzi, hombre raro y de genio desparejo, no perdonaba
ocasión de poner de manifiesto su antipatía al general Justo José de Urquiza,
con el cual parece que había tenido algunas cuestiones enojosas.
Bueno es que conste finalmente que el dinero percibido por gastos a que
alude el artista pasó de un millar de pesos fuertes...
12
178 FERNÁNDEZ SALDAÑA

Blanes recibiría mil pesos por su trabajo, teniendo com­


pleta libertad para elegir tema y desarrollarlo.
La decoración al fresco se terminó en el mes de Octu­
bre, y el i.° de Noviembre abrióse al público la capilla de la
Rotonda.
De haberse persistido en el proyecto original, la pintura
representaría el Padre Eterno, apoyado en los cuatro puntos
cardinales, pero el pintor cambió luego los vientos del cuadran­
te por los cuatro evangelistas encarnados en sus respectivos
símbolos.
Nótase en la composición la falta de las habituales nubes
para simular el apoyo de los personajes.
El ángel, el toro, el león alado y el águila se sostienen en
el aire y apoyados en ellos, a su vez, la figura del Creador,
“dominando el grupo sin gravitar y descansando”.

Ajustada la decoración de la capilla con el Municipio, Bla­


nes entró en conversaciones con la Cámara de Senadores para
pintar un gran retrato oficial de Artigas.
Puestos de acuerdo, después de algunas vacilaciones por
parte del artista, el Senado le encomendó un óleo, tamaño na­
tural, que debía ser colocado en el salón de sesiones.
“Este encargo—decía el Maestro en una nota—encierra
para mí un compromiso grave y un dilema: o consignar en una
tela la decrepitud que las soledades del Paraguay precipitaron,
o consignar en la tela al héroe joven y fuerte”.
Ideó colocar el personaje de pié, sobre el puente levadizo
de la Ciudadela en los años triunfales de 1815 - 1816, en plena
edad viril vestido con uniforme de Blandengue.
Desde mucho atrás Blanes se venía preocupando de estu­
dios históricos y fisionómicos sobre el vencedor de las Piedras.
LA REVISTA DE 1885

En una carta que existe en el Archivo General de la Na­


ción, fechada en Montevideo el 20 de Diciembre de 1870, diri­
giéndose al Dr. Lamas le dice:
“El retrato de Artigas no está concluido aun porque de­
biendo tomar mucha menudencia de la fisonomía de una hija
que está aquí, y estando esa señora muy distraída con las cosas
blancas y las cosas coloradas, no ha podido distraerme una
sesión que necesito yo” (1).
“De otro modo ya tendría Vd., ahora, su Artigas físico”.
Cuando recibió el encargo del Senado había hecho, al
carbón, dos bellísimas cabezas reconstruidas sobre la litografía
de Sabatier, de París, según el dibujo tomado del natural en
Asunción del Paraguay por el viajero francés Alfredo Demer-
say, poco antes de morir el Procer (2).
Pero lo malo fué que no utilizó para el retrato definitivo de
Artigas, ninguno de sus dos acertados estudios, extraviándose
en un camino de torturosas creaciones, para ofrecernos una fi­
gura equivocada y arbitraria, desprovista de condición, con una
fisonomía muy distante de la de Artigas.
No llegó a terminar este óleo empezado demasiado tarde
para ser bueno, porque a pesar de tratarse de un encargo de
1884 el pintor no lo comenzó sino después de mucho tiempo.
De haberlo terminado el “Artigas en la Ciudadela” nada
sumaría al mérito de Blanes, como pintor de historia.
Y no obstante tan escaso mérito, y a despecho de estar
inconcluso, no faltó quienes se empeñaran en popularizar y has-

(1) Al decir las cosas blancas y las cosas coloradas, el pintor aludía
a los partidos políticos blanco y colorado, que en el año 70 se disputaban por
las armas el gobierno de la República.
(2) Me refiero al retrato arbitrariamente atribuido al naturalista Aimé
Bonpland, que nunca retrató a Artigas en el Paraguay, ni alcanzó nunca a
verlo por allá, siquiera.
En un estudio mío, próximo a publicarse, concluiré con la mentira,
tan popularizada, del retrato hecho por Bonpland.
18o FERNÁNDEZ SALDAÑA

ta en oficializar esta cara inexpresiva y sin ojos, logrando que


se grabara en los sellos de correo.
Por suerte pasó aquella racha mala, y hoy el Artigas de
Blanes es solamente lo que debe ser: un documento iconográfi­
co en el Museo Histórico Nacional.

En la encomienda del fresco de la Rotonda del Cementerio


tuvo parte principial el Dr. Alberto Nin, persona influyente
en la época, por sus vinculaciones personales y políticas con el
general Máximo Santos, presidente de la República.
Admirador de Blanes, el Dr. Nin le consiguió también un
trabajo de mayor aliento, y de precio mucho más remunerador,
desde luego.
Un grupo de militares y civiles adictos a Santos acorda­
ron obsequiarle a éste un gran cuadro, debido al pincel presti­
gioso de Blanes y destinado a la glorificación del general-
presidente.
La iniciativa que, bajo la pasada administración del co­
ronel Latorre, amigo y protector de Blanes, hubiera sido in­
sensata, era en el gobierno de Santos perfectamente viable.
Al dictador, opaco y sórdido, que hacía gala de su vul­
garidad, había sustituido un presidente amante de las exte­
rioridades, pródigo, y con pretensiones de hombre de buen
gusto.
Y Santos halló excelente la idea de ser inmortalizado en
un lienzo de proporciones grandiosas, por el más afamado
pintor latinoamericano.
Blanes, con mucho tacto, hizo un boceto preliminar des­
arrollando como tema una revista de tropas.
Faltaba en la historia militar del Presidente el momento
épico singularizado y capaz de llamar, naturalmente, el pincel
del artista.
LA REVISTA DE 1885 l8l

Su carrera de armas había sido tan corta y fulminante


como afortunada.
Nada más bien elegido que representarlo en el momento
de pasar revista al ejército, base de su estabilidad en el poder,
rodeado de los jefes militares que lo sostenían y que contri­
buían a costear el cuadro.
Santos, de gran uniforme, cruzado el pecho por la ban­
da presidencial, figura a la cabeza del grupo de sus generales,
coroneles y comandantes montando su famoso caballo “Pre­
tendiente”.
Los personajes que integran el grupo, contando de iz­
quierda a derecha son: general Angel Farias (i), Teniente co­
ronel Osvaldo Rodríguez, jefe del 5.° de Caballería. Teniente
coronel Pedro de León, jefe de la Artillería. Teniente coronel
Andrés Klinger, jefe del 4.0 de Caballería. General de División
Máximo Tajes, Ministro de Guerra. Presidente de la Repúbli­
ca Teniente General Máximo Santos. Teniente ¿oronel Zenón
de Tezanos, jefe de la Escolta. Teniente coronel Pablo Galar-
za, jefe del 2.0 de Caballería. Teniente coronel Salvador Tajes,
jefe del 3.0 de Cazadores. General de División Manuel Pagóla.
Teniente coronel Antonio Ginori, jefe de la fortaleza del Ce­
rro. Teniente coronel Cipriano Abreu, jefe del 5.0 de Cazadores.
Coronel Manuel Benavente, jefe del 2.° de Cazadores. Teniente
coronel José Villar, jefe del 1.° de Caballería. Teniente coronel
José Amuedo, jefe del i.° de Cazadores. Teniente coronel José
Gómez, jefe del Cuerpo de Serenos (2).
El grupo, brillante de entorchados de oro y de notas de

(1) No obstante haber fallecido cuando Blanes pintó el cuadro' el pre­


sidente Santos, que tenía a Farias en gran estima, quiso que figurase también
y en sitio distinguido. Otro tanto pasó con el general Pagóla, que había
muerto tiempo antes.
(2) La graduación de estos militares se ha publicado siempre con erro­
res. Los datos que ahora doy fueron tomados en los libros del Estado Mayor
General del Ejército por el historiador amigo Capitán M. Cortés Arteaga.
182 FERNÁNDEZ SALDAÑA

color hábilmente contrapuestas según los distintos uniformes,


aparenta atravesar la plaza Independencia de sur a norte,
como si fuese a tomar por la calle Ciudadela hacia la de Co­
lonia.
En medio de la plaza se alza una estatua de Artigas, a
caballo, que no es el actual bronce soberbio de Zanelli, ni otra
alguna que haya existido, sino una creación simbólica del ar­
tista (i).
Era un símbolo grato a Santos, porque—se le debe recono­
cer tal mérito—Santos colaboró con afanoso interés en pro
de la definitiva reivindicación histórica de aquel esclarecido
Caudillo, Verbo de la Democracia en el Río de la Plata.
Al fondo una línea de soldados con la bombacha color
lacre del uniforme de los cazadores de la época, y los edifi­
cios porticados del costado sud de la Plaza Independencia.
Se trató el cuadro en diez mil pesos oro y Blanes tomó el
compromiso de entregarlo pronto el i.° de Marzo del siguiente
año, 1886, fecha en que expiraba el período presidencial del ge­
neral Santos.

(i) La escultura era para Blanes, una especie de violín de Ingres. Aun­
que solo fuese una ilusión suya, se creía que en escultura estaba en plano su­
perior a la pintura. Ninguno de sus grandes cuadros ni de sus grandes re­
tratos, le arrancaron auto alabanzas tan hiperbólicas como alguna de sus
concepciones escultóricas .
Refiriéndose a su proyecto de monumento al obispo Jacinto Vera, dice
que solo podría considerarse superior a él el magnífico de Canova, en me­
moria de Cristina de Austria y “que nadie podría citar nada más serio, nada
más misterioso, nada más expresivo”.
El proyecto sin embargo no respondía ni con mucho a tanta excelencia.
Fuera de este monumento, proyectó—dibujados siempre—dos estatuas
de Artigas, una de ellas ecuestre y una de José Pedro Varela.
Del primer proyecto de monumento a Artigas existe una litografía he­
cha en las oficinas de Godel, sobre un dibujo de Blanes. Fué repartida a los
suscriptores del diario “El Bien Público”, correspondiente al i.° de Enero de
1880, y en la actualidad se ha hecho rarísima. Solo conozco la que tengo en
mi colección.
Además el pintor intervino en los dos o tres monumentos ejecutados por
su hijo Juan Luis.
REVISTA DE
1885
La Revista de 1885
El Presidente Santos y su Estado Mayor en la Plaza Independencia
(Museo Municipal de Bellas Artes)
184 FERNÁNDEZ SALDAÑA

Para poder cumplir en la fecha prefijada, tuvo el pin­


tor que someterse a un rudo trabajo sin tregua, consagrando
a su tela, exclusivamente, todos los meses que tenía por delante.
Y lo terminó—dice el mismo Blanes, en una carta al doc­
tor Carranza, que guardo en mi archivo—el 26 de Febrero de
1886, a las 5 de la tarde, “trabajando, de sol a sol, 187 días”.
Después de una corta exposición al público en el foyer
del teatro Solís, en momentos en que las pasiones políticas exa­
cerbadas no permitían juzgar una obra de arte, pues nadie ati­
naba a ver el cuadro abstracción hecha de los personajes que
el propio cuadro encerraba, “La Revista de 1885”—título ofi­
cial del lienzo—pasó a ocupar su sitio en uno de los salones del
palacio de Santos, asiento actual de la Presidencia de la Repú­
blica, en la Avenida 18 de Julio y Cuareim.
Allí, caído Santos del gobierno a los pocos meses, muy
poca gente pudo verlo.
Conservado en poder de la familia del ex-presidente, re­
cién el año 1928, con motivo de ofrecerse en venta por exi­
gencias de trámite hereditario, el gran cuadro volvió a ser
contemplado y fríamente juzgado con el ánimo sereno y el
criterio ecuánime que faltó en aquellos días de 1886, arreba­
tados días de apasionamientos personales y de odios políticos.
Hubo de reconocerse que “La Revista de 1885” era un
magnífico cuadro, lleno de dificultades de composición, todas
vencidas, pleno de luz y de dibujo irreprochable.
El Municipio de Montevideo, con mucho acierto, resolvió
adquirir la gran tela para el Museo de su dependencia, de crea­
ción reciente y denominado Museo Juan Manuel Blanes.

'3

Separándolo del cuadro ejecutó Blanes un pequeño retra­


to ecuestre del general Máximo Tajes—que luego fué electo
LA REVISTA DE 1885

General Máximo Tajes


(Museo Histórico Nacional)
186 FERNÁNDEZ SALDAÑA

presidente de la República—pintura que puede ser tenida como


una pieza de muy alto mérito y va reproducida en estas
páginas.
Se conserva en el Museo Histórico Nacional, habiendo si­
do donada a dicho Instituto por el Dr. Luis Melián Lafinur.

Hubo tiempo, todavía el 86—a despecho del cansancio y


del trabajo—para hacer un boceto a pluma representando el
embarque del general argentino Juan Lavalle en el puerto de
Montevideo, el 2 de Agosto de 1839, para ponerse al frente de
la Legión Libertadora.
Se trataba de un encargo del Dr. Andrés Lamas y existía
alguna probabilidad de traducir el tema en un gran óleo.
“El embarque del Lavalle” fué reproducido en litografía,
y en mi colección iconográfica hay un ejemplar de esta tirada,
que fué bastante reducida.
Capítulo XXII

EL PRESIDENTE ROCA EN EL CONGRESO


ARGENTINO

NSPIRADOS acaso en el ejemplo de los ami­


gos del general Santos, los amigos del presi­
dente argentino general Julio A. Roca, enco­
mendaron a Blanes otra gran tela, para obse­
quiar a éste.
Roca acababa de ser víctima de un atentado, en momentos
en que se dirigía a inaugurar las sesiones del Congreso Argen­
tino, el io de Mayo de 1886, en Buenos Aires.
Yendo por la calle poco antes de llegar al recinto legisla­
tivo, recibió en plena frente una gruesa piedra, que le produjo
un momentáneo desvanecimiento y una copiosa hemorragia
subsiguiente.
Apenas recobrado, el general, con la cabeza vendada
de primera intención, y el uniforme manchado de sangre, rea­
nudó su camino y entrando al Congreso, dió lectura al men­
saje con el ceremonial protocolario, como si no hubiera acon­
tecido nada.
Entraba en la mira de alguno de los iniciadores del cua­
dro, que éste representara la escena del atentado, pero Blanes
reunió la mayoría de las opiniones a favor de una gran escena
de interior, tranquila, en el mismo recinto del Congreso, es­
cena que alguien calificaría de conmovedora e imponente.
188 FERNÁNDEZ SALDAÑA

Hasta la mitad del año 1887, trabajó el pintor en esta tela.


De paso por Montevideo, cuando su viaje a Europa, el
general Roca desembarcó en este puerto para ver en el estu­
dio de Blanes el cuadro, próximo a ser terminado, y lo encon­
tró muy de su agrado.
De pié ante una mesa recubierta con un rico tapete que
luce el escudo argentino, el presidente Roca, con la venda
blanca que le cubre la parte izquierda del frontal, pronuncia
ante los senadores y diputados, las memorables palabras que
añadió al mensaje de inauguración del Congreso.
“Al descender de este elevado puesto, lo hago sin odios
y sin rencores para nadie, ni para el asesino que acaba de aten­
tar contra mi existencia”.
No era el recinto legislativo argentino, en aquella época,
un local precisamente adecuado a su objeto, de modo que resul­
taba inútil esperar que Blanes hallase en el ambiente ningún
recurso para mejorar la composición de su tela.
La sencillez del moblaje corría pareja con el decorado de
la sala y su pobreza arquitectónica.
Unicamente la violenta luz cenital, filtrada por una cla­
raboya baja y la policromía de la alfombra rompen la nota
oscura de los unánimes fracs, que los escasos uniformes mi­
litares no alteran.
A cada lado del presidente, no menos de sesenta persona­
jes contemporáneos están distribuidos en el cuadro.
En primera' línea a la derecha se destaca la figura del
Dr. Carlos Pellegrini, a quien sigue el Dr. Eduardo Wilde. A
la izquierda—el tercer personaje—es el Dr. Miguel Juárez
Celman, llamado a suceder a Roca en el gobierno de la na­
ción argentina.
Pueden distinguirse entre los militares el general Wen­
ceslao Paunero, de gran barba blanca, de un lado, y del otro
el general Nicolás Levalle, de inconfundible perfil.
ROCA EN EL CONGRESO ARGENTINO 89

Retrato de Doña Carlota Ferreira


(Museo Nacional de Bellas Artes)
igo FERNÁNDEZ SALDAÑA

Hay dos cuadros de Blanes, catalogados entre lo mejor


de su obra, pero de fecha incierta, que deben situarse entre las
pinturas de estos años, los primeros después de regresar del
segundo viaje a Italia.
Una de esas telas es un retrato: el retrato de la señora
Carlota Ferreira.
La otra es una composición, con un desnudo de mujer,
que tiene por título “Demonio, Mundo y Carne”.
En ambas pinturas, pero todavía más en el retrato que
en la composición, se nota una variación pronunciada en la
paleta de Blanes, que solo la influencia de los maestros ve­
necianos que recién concluía de admirar, podría explicarla.
El retrato de la señora Ferreira, está en el Museo Nacio­
nal de Bellas Artes y es, a juicio mío, una pintura de mérito
excepcional.
Sin contar para nada la calidad y prescindencia hecha de
lo acabado de la técnica, es un retrato sencillamente magnífico.
La expresión de esta mujer hermosa, de temperamento
tan complejo, tan difícil de definir, nadie la habría traducido
con una nitidez más profunda.
Es una pintura que se podría decir mordiente, en cuanto
ella queda grabada en la memoria, desde el primer momento
que se vé.
“Demonio, Mundo y Carne” es una simple figura desnu­
da, en difícil escorzo, pero una figura plena, de carnes fres­
cas, nacaradas y transparentes, donde se adivina, en el medio
rostro descubierto, la atracción irresistible de la Enemiga.
Ante este óleo prestigioso, ejecutado con cuidada fineza,
se me ha ocurrido pensar, alguna ocasión, que el título no
estuviera justo o que, formando parte de un proyectado tríp­
tico, esta mujer solo quisiera representar la Carne.
ROCA EN
EL CONGRESO ARGENTINO
Demonio, Mundo y Carne
(Propiedad del Sr. F. llarra/)
192 FERNÁNDEZ SALDAÑA

No hay antecedente ninguno, que abone mi suposición.


Blanes por otro lado, era aficionado a retorcer un tanto los
títulos (1).

Entregado el cuadro a los amigos del general Roca, Bla­


nes sintió necesidad de descansar.
Por vez primera el trabajo lo había acobardado un poco.
Podemos creer que se exigía demasiado a una naturaleza
minada por anticipados achaques, que se aproximaba a los se­
senta años.
Bien podía tomarse un descanso.
Los días de la vejez estaban asegurados materialmente,
pues lo que poseía permitíale valerse no solo a sí mismo y a su
esposa, sino valerles a sus dos hijos con algo más que el con­
sejo, llegando el caso.
De los hijos, Juan Luis estaba en Italia, casado.
Nicanor se había amargado la existencia, al unirse con
Doña Carlota Ferreira, la misma señora, de vida un poco
tormentosa, que su padre inmortalizara en aquel famoso re­
trato de que me ocupé un poco antes.
Doña Carlota, dos veces viuda, se casó en terceras nup­
cias con Nicanor Blanes, en Julio de 1886, en Buenos Aires.
Vinculación por tantos conceptos inexplicable, no debía
durar mucho tiempo, y el marido inició pronto un complejo
juicio de nulidad de matrimonio, tramitado ante los tribunales
argentinos.
Estas tribulaciones de su hijo, afectaron hondo a la es­
posa del maestro, enferma de diabetes desde hacía tiempo.

(1) El cuadro “Demonio, Mundo y Carne” tiene la firma de Blanes y


es uno de los escasísimos que la llevan. No se sabe por qué razón el pintor
resistíase a firmar sus trabajos.
ROCA EN EL CONGRESO ARGENTINO 193

Un ántrax del cuello, imponiendo una intervención qui­


rúrgica en forma perentoria, determinó la muerte de la se­
ñora el 11 de Febrero de 1889.
El fallecimiento de Doña María deshizo el hogar al que­
brantar una unión de treinta y cuatro años, a cuya felicidad

El Calvario
(Galería del Sr. José Arrieta Cañas. Santiago de Chile)

ella, con su carácter adaptable y modesto, había contribuido


en mucha parte.
A raíz del deceso de su compañera Blanes pensó en em­
prender un viaje a Europa, viaje hecho “por amor de sus hi­
jos”, que según entendía, necesitaban mucho aun de su padre
y de su maestro.
Pero por una u otra cosa la partida se fué aplazando en
detrimento de la salud moral del Maestro.
13
194 FERNÁNDEZ SALDAÑA

En carta al Dr. Lamas, en Febrero de 1890, le dice:


“Yo vivo encerrado, casi divorciado con el mundo que
cada día me gusta menos, tal vez porque no tengo galanterías
con que hacer el coro de moda; pero mi calidad de peregrino,
de pájaro sin nido, me tiene reducido a una vida nueva del
más molesto carácter”.
En todo momento el pintor se encontraba solo, frente
a su silencioso hijo en plena quiebra espiritual.
Nicanor quería irse de Montevideo, cuando menos hasta
que se resolviese su pleito de divorcio.
Juan Luis ya había marchado para Italia.
Se irían a reunir con él en el próximo otoño.
Antes de partir Blanes le envió a Chile al Ministro Arrie-
ta, un cuadro de composición y tema bíblico, “El Calvario”,
que tenía pintado para él.
Es una tela de 1 metro 17 por 0.96, actualmente poseída
por el señor José Arrieta Cañas en Santiago.
Representa un efecto de noche, de entonación suave, muy
profundo, con cuatro pequeñas figuras bien movidas. Al fondo
se alcanza a ver la ciudad de Jerusalém, dentro de una cin­
tura de murallas.
Capítulo XXIII

TERCER VIAJE A EUROPA

ARPARON, padre e hijo, el 5 de Mayo de 1890,


en el vapor italiano Ñord-América.
Del espíritu de Blanes, en ese momento de su
existencia, responden estas líneas tomadas de
una carta escrita frente a Bahía—“pero muy
mar a fuera”—seis días después de abandonar el país.
“Te debo, se me figura, un diario, o cosa parecida, de este
mi indeciso viaje, en que voy porque sí. ..”.
El 9 habían desembarcado en Río de Janeiro.
“Río—se lee en la misma carta—exige que uno se aclimate
si quiere gustar a Río”.
“El esplendor de su bahía, panorama incomparable, no
tiene ecos en la ciudad sino muy en detalle, y para reunir esos
detalles en un todo seductor, es necesario estar allí quince días
por lo menos”.
Era el Río Janeiro imperial, de hace medio siglo “con
aquellas calles comerciales que son todo un infierno”, y la fie­
bre amarilla que ponía una tacha en la patente sanitaria de
todos los buques.
Ahora, Río de Janeiro gusta de primera intención, por­
que ahora, la ciudad responde ampliamente al esplendoroso pa­
norama de la bahía.
El barco no hizo escalas sino en Dakar y en Lisboa.
Blanes cada día más reconcentrado y, en compañía de
19Ó FERNÁNDEZ SALDAÑA

Nicanor más taciturno que su padre, sólo ansiaba llegar a


término, pues la permanente presencia de pasajeros bullicio­
sos—especialmente rioplatenses—le incomodaba mucho.
“Estoy cansado de este viaje de mar, sobre todo por la
confusión, el desasosiego y el ruido...
“Estoy pagando mis pecados, yo que amo tanto el si­
lencio.
“¿ Y lo que me espera en tierra ?. . . En París, en Londres,
en los trenes ?...
“El mar me cansa ya, porque es muy monótono y mi fa­
cultad curiosa ha decaído mucho. Puedo jurarte que no haré
otro viaje a Europa”.
Al fin llegaron a Burdeos, tomando enseguida el tren de
París.
Los campos cultivados de Francia volvieron, como trein­
ta años antes, a parecerle encantadores.
Poitiers, en las altas colinas del Poitou, y sin que pueda
explicarme las causas, produjo en el ánimo del maestro ima
impresión penetrante la cual dice, no olvidará jamás.
Tal vez fué cuestión de escenario y de momento.
El paisaje que era de una incomparable finura, “rivali­
zando en galas de color y verdes de gradaciones infinitas”, la
evocación repentina de la esposa compañera que faltaba a su
lado, la hora misma, provocaron “en el pobre viajero que se mo­
ría de viejo” .una explosión de sensibilidad.. .
Y desde Poitiers hasta París——añade—“el camino fué de
concentración religiosa y de meditación profunda”.
En París permanecieron un mes escaso. Subieron a la
torre Eiffel que constituía la gran atracción de la ciudad, y
se espantaron- un poco: delante de las exposiciones pictóricas
de los triunfadores de la hora, pinturas “hasta insolentes en
algunos casos”.
Por vía- Marsella y Niza, en etapas diarias, arribaron a
Génova el 26 de Junio.
TERCER VIAJE A EUROPA 197

Allí supo el pintor por nuestro cónsul el viejo y simpáti­


co Dr. José Campana, que el general Mitre se hallaba en la ciu­
dad, de paso para Francia, debiendo partir al otro día.
El 27, por la mañana, Blanes fué a la estación del ferro­
carril, a cumplimentar a su antiguo y prestigioso amigo ar­
gentino.
Mitre estrechó al artista en un abrazo espontáneo y cor­
dial, expresándole con cuánto gusto volvía a verlo a tanta dis­
tancia del Plata.
El general le dijo que de París saldría enseguida a viajar
por los países del Norte, durante un mes o dos, aprovechando
la estación sin fríos.
Y añadió que no pensaba haber venido a Europa, pero
que un consejo médico lo había resuelto así, y él obedecía (1).
En Agosto o Setiembre esperaba Mitre hallarse de nue­
vo en Italia y quedaron en volverse a ver—para conversar
largamente—en Florencia o en Roma.
Pocas horas después que el general, el maestro y su hijo
partían para Florencia.
Nicanor marchó a Roma, casi enseguida, a visitar a Juan
Luis que residía allí con su familia, desde hacía algún tiempo.
Blanes continuó en Florencia cerca de un mes y me­
dio, alojado en una casa de campo a dos millas de la ciudad,
para reposar del largo viaje, sin más compañía que una vie­
ja italiana, sirviente, que le preparaba exquisitas sopas y unos
pucheros—dirigidos por el mismo pintor—“de esos que no
dan en ningún hotel del mundo”.
Allí resolvió el viaje a Oriente, soñado tantas veces, in­
vitando para la gira a Nicanor. Después parecióle que debía
extender la invitación a Juan Luis, pero quiso que el proyec-
to no trasluciera hasta no saber cómo estaban sus fondos en
el Uruguay, conmovido por una honda crisis financiera.

(1) Véase el Apéndice D.


198 FERNÁNDEZ SALDAÑA

Entre tanto la salud de Juan Luis, en Roma, no era satis­


factoria : parecía sufrir de paludismo, pero de un paludismo
atípico, con ciertas manifestaciones que el médico no se ex­
plicaba bien.
Blanes marchó a Roma en Agosto a reunirse con sus
hijos.
Recién iba a conocer la ciudad Eterna, cumpliendo un
número de viaje que entraba ya en el primer itinerario de pen­
sionado, en 1861.
Hizo el trayecto por la vía férrea que costeaba, más o
menos el Tirreno, metido en un vagón carente de comodida­
des. En un día de calor africano, atravesó regiones desoladas
o enfermizas, de escasa población, habitadas por gentes feas
“que ya quisieran parecerse a los gauchos”.
En Roma lo esperaban sus hijos. Allí conoció recién a la
esposa de Juan Luis, doña María Pinceri, señora italiana vim
da de Castro, con quien aquél se había casado en Buenos Aires,
y la cual tenía tres niños de su primer matrimonio.

Roma, por una serie de factores conjurados, desagrada­


bles todos, resultó al pintor una ciudad antipática e ingrata
a la que no vaciló en calificar de “Babilonia intelectual”.
¡ Quién sabe lo que habría pensado hallar en Roma, en esa
extraña mezcla de conceptos políticos, religiosos y morales,
que Blanes llevaba barajados en la cabeza!
“Yo no olvidaré nunca esta Roma que me alegro haber
visto tarde”-—dice en una carta—y solo piensa en salir de allí
lo más pronto posible.
TERCER VIAJE A EUROPA 99

Y así fué como antes de concluirse el mes de Agosto re­


tornaba a Florencia, en compañía de su hijo menor, devorado
a toda hora por el tedio, y malhumorado como su padre.
Conforme al plan trazado en Montevideo y, estando en
posesión de los abultados baúles que contenían el boceto y los
elementos documentales para un nuevo gran cuadro encargado
por los amigos del general Julio A. Roca, se principió a buscar
en Florencia un buen salón de estudio, para ponerse a pintar
y “salir de aquella vida de ocio y de bostezos”.
Pese a las diligencias realizadas y a las influencias in­
terpuestas por nuestro cónsul, no fué posible hallar estudio de
las dimensiones que se requería para una tela gigantesca.
Dos o tres de los buenos pintores de Florencia vieron el
boceto de lo que debía ser “La Revista del Río Negro”, y con­
vinieron en lo bueno de la composición, llena de vida.
Blanes impacientado con la negativa de cierta autoridad
comunal que tenía en su mano conseguirle un buen estudio,
escribió al hermano Mauricio con fecha 4 de Setiembre:
“Si esto no se verifica en estos ocho días, emprenderemos
nuestro viaje a Palestina, aprovechando la estación otoñal”.
“Después de hecho este viaje de estudio—añade— no ga­
ranto quedarme aquí”.
Aparecía de nuevo el sin objeto del viaje a Europa.
Blanes ya no arraigaba allí: todo empeño era inútil.
Mientras estaba en el país, Europa parecía llamarle, fan­
taseándole el pasado, tan dominador, su panorama esmalta­
do de recuerdos.
Pero una vez allá las fobias retoñaban, volviendo a las
eternas comparaciones, fatales, de hombres y de cosas.
Además, cada día más viejo y cada día más inadaptable.
Venció el plazo arbitrariamente fijado sin que hubiese
aparecido el estudio que buscaba y, cumpliendo su propósito
resolvió la inmediata partida para Oriente.
Capítulo XXIV

LA EXCURSIÓN A ORIENTE

LAÑES mismo combinó el itinerario de la fu­


tura excursión.
Comprendía, a grandes líneas, Venecia, Tries­
te, Patrás, Atenas, Salónica, Constantinopla,
Esmirna, Beyrut, Damasco, Balbec, Galilea
(donde empezarían los trabajos de notas de arte), Jericó, Jaf-
fa, Alejandría, Cairo, de nuevo Alejandría para luego regre­
sar por Brindisi o por Nápoles, y hallarse en Florencia a fin
de año, a preparar cuando estuviesen en primavera, la vuelta
al Uruguay, siempre que “La Revista del Río Negro” no se
hubiera de pintar en Italia.
Sobre este particular estaba profundamente indeciso, se­
gún lo demuestra al consultar a su hermano con estas palabras:
“Dime si apruebas nuestra vuelta para Mayo a esa, o si
consideras bien que me quede por aquí, haciendo mi cuadro,
pues presumo que a nuestra vuelta de Oriente sería posible
encontrar un estudio para trabajar esta gran tela”.
“No estoy contento en Italia, ni en Europa, y lejos de tí,
pero trabajando lo pasaría distraído”.
Y concluía diciendo: “Hago lo que me digas tu”.
Pero el hondo y secreto deseo era que Mauricio lo llamase.
“En mi penúltima carta—escribe—te pedía un consejo
202 FERNÁNDEZ SALDAÑA

para encontrarlo en Florencia cuando vuelva, pero te declaro


que la tierra de Artigas y tu, me llaman a gritos”.
“Haz lo que sientas”.

El representante de la República solicitó de las autorida­


des italianas una recomendación expedida a favor de los via­
jeros, útil para que, en un caso eventual, nuestros compa­
triotas lograsen el apoyo de los agentes consulares de Italia.
A mérito de que no había costumbre de dar recomenda­
ciones de tal índole a personas no italianas, la cancillería del
reino se negó a lo solicitado.
Blanes recurrió entonces al Dr. Lindoro Forteza, minis­
tro uruguayo en Francia, obteniendo por su intermedio más
aún de lo que pretendía.
El Dr. Forteza envió al pintor no solo una carta circular
del Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia para todos
sus agentes consulares en Siria, Palestina y Egipto, sino una
recomendación oficial, para la Embajada de la República en
Constantinopla.
Acompañaban a Blanes, su hijo Nicanor y Dante Costa,
hijo del escultor amigo del mismo apellido.
Antes de salir de Florencia alcanzó el pintor a conocer al
rey Umberto, que se había trasladado a dicha ciudad con moti­
vo de la inauguración del monumento a Víctor Manuel.
De paso por Venecia, donde Juan Luis vivía ahora, pen­
saba hacer una tentativa para unirlo al grupo viajero. Pero
dudaba del éxito, porque según las cartas, su primogénito esta­
ba enfermo, necesitado de descanso y sin humor para nada.
Hallaron a Juan Luis, efectivamente, muy acoquinado y
muy triste, pero de un momento a otro cambió, aceptando la
invitación del padre de llevarlo consigo, como ya llevaba al
LA EXCURSION A ORIENTE 203

B lañes en el Partenón
12 de Octubre 1890
De izquierda a derecha, Juan Luís Blanes, el Maestro, Dante Costa y Nicanor Blanes.

(Fotografía facilitada por la señora María Luisa Castro Blanes de Ferrari)


204 FERNÁNDEZ SALDAÑA

otro hijo—“colgados de su gancho”—según decía pintoresca­


mente el maestro.
El espíritu de Nicanor, no se había modificado, ni aún
con la perspectiva de un hermoso viaje: continuaba silencioso,
más silencioso cada vez. Nicanor habló hoy para decirme tal
cosa, consigna Blanes en sus cartas, como algo extraordinario.

El 2 de Octubre de 1890, salieron de Venecia los cuatro


viajeros.
Temprano y con una noche de movida navegación por el
Adriático, llegaban el 4 a Trieste, donde no dejaron de visi­
tar el Castillo de Miramar, lleno de recuerdos de Maximilia­
no de Méjico.
Al día. siguiente continuaron ruta a Corfú, en un vapor
del Lloyd Austro Húngaro.
El orden y el silencio reinantes a bordo, reconciliaron al
pintor con los viajes por mar: “el buque es un lugar de es­
tudios”, dice.
No pensaban ver ni Palmira, ni Bagdad, ni el Monte Si-
naí, porque eran viajes muy penosos, llenos de peligros y, lo
peor de todo, cosas que, al objeto de los excursionistas no ofre­
cían mayor interés.
A esta modificación voluntaria de itinerario, se añadió
la posibilidad de otra impuesta por las circunstancias: el cóle­
ra había aparecido en Alepo y en Alexandreta.
Patrás y Corfú desaparecieron, sucesivamente, por la po­
pa del vapor, y el 8 anclaban en el puerto del Píreo, después
de haber contemplado la víspera, de tardecita, la pequeña y
evocadora Itaca.
Se pensaba demorar una semana en Atenas.
LA EXCURSIÓN A ORIENTE 205

Atenas fué paseada con minuciosidad y con amor, dete­


niéndose y admirando.
El día 12 fué destinado al Acrópolis.
Entre los mármoles del Partenón se sacaron unas cuantas
fotografías.
“El Acrópolis es algo que nunca se admira bastante” es­
cribió el pintor.
La noche los alcanzó en el camino.
Durante tres días expedicionaron por el Peloponeso y por
la Argólida “sitibunda”, como la llamó D’Annunzio.
Después marcharon a Constantinopla.
“Aquí estoy entre herejes, como dijera nuestra querida
madre”, leo en una carta del mismo día del arribo, el 17.
Conoció allí a Osmán Pachá, famoso defensor de Plewna,
cuando iba a una ceremonia oficial en el mismo coche que el
Sultán.
Prolongóse la permanencia en Bizancio, hasta obtener
noticias ciertas sobre la marcha del cólera en Asia Menor. Su­
pieron que la epidemia se había extendido, y que en Antio-
quía se comprobaban algunos casos.
Una mediana prudencia aconsejaba no exponerse a tan
graves riesgos, y renunciando al viaje a Palestina, acordaron
recorrer en un vuelo los países balkánicos, e incluir en el nue­
vo programa Hungría y Austria.
Andrinópolis, Filipópolis, Sofía jalonaron sucesivamente
la ruta.
En la capital de Bulgaria donde permanecieron el 27 y
el 28, hubo ocasión de ver una ceremonia llena de colorido con
motivo de la apertura del parlamento.
El 27 transcurrió en Belgrado, donde al día siguiente
tomaban el ferrocarril para Buda-Pest, adonde llegaron bajo
lluvia. El museo de pinturas le pareció excelente.
De Viena, el 1.° de Noviembre, escribe el pintor:
206 FERNÁNDEZ SALDAÑA

“Desde ayer estamos en ésta grande y bonita ciudad, que


es útil conocer por ciertos contrastes que la cultura teutónica
y madgiar hace con la cultura latina, tan cacareada... todo
a primera vista parece duro, frío, seco, pero después uno lo
encuentra agradable, útil, inmejorable”.
Junto con nuestros viajeros pareció llegar a Viena el
invierno, con un cortejo de brumas y vientos helados “que los
arreaba de prisa”.
Los museos y las galerías particulares, tan ricas en aquel
centro intelectual y artístico proporcionaron a Blanes largas
horas de fecundo recreo.
El maestro, viejo como estaba, pero más artista que to­
dos sus compañeros juntos, era incansable en las pinacotecas
y en los museos, que recorría sin prisa, comparando escue­
las, recordando cuadros, y marginando de notas su catálogo...
Fueron los días de Viena siete días de vida encantadora,
“entre gente muy buena y muy seria”.
La gira terminó en Florencia, el io de Noviembre, des­
pués de despedirse de Juan Luis, que se quedó en Venecia con
su familia (i).
Ignoro si a la vuelta halló Blanes entre las cartas de
Montevideo, el consejo pedido a su hermano, sobre quedar en
Italia o regresar al país, pero como fuera cual fuera la opinión
de Mauricio, el propósito oculto era volver, no tardó mucho en
decidir el retorno.
Ni sus años ni la paciencia argentina—argumentaba—le
disculparían el tiempo que estaba perdiendo.
“Me voy—escribe un mes antes de embarcarse—y me voy

(i) Los tres entenados de Juan Luis Blanes usaron el apellido Cas-
tro-Blanes, y fueron como nietos adoptivos del Maestro. Sara, de gran
belleza, falleció muy joven en Montevideo. Viven actualmente Manuel y Ma­
ría Luisa, viuda del notable y malogrado escultor nacional Juan M. Ferrari,
autor del famoso monumento al Ejército de los Andes, erigido en Mendoza
(República Argentina).
LA EXCURSIÓN A ORIENTE 207

obedeciendo a mis costumbres de trabajo, que hace siete me­


ses tengo abandonado bajo los auspicios del gastage y del ocia-
ge, que me picanean fuerte”.
“Aquí estoy muy bien, como debes suponerlo, pero es a
expensas de la actividad a que estoy obligado, porque todavía
no soy tan viejo aunque sea viejo”.
Juan Luis permanecería en Venecia, “teatro que concita­
ba al trabajo”, cuando menos todo el próximo año 91; Nica­
nor instalado en Florencia, prometíase una etapa de estudio
con propósito juicioso que había comunicado a su padre.
Pero, así mismo, Blanes no estaba tranquilo por el futu­
ro de sus hijos, cuyo porvenir artístico, sobre todo, creía os­
curo por falta de espíritu perseverante.
Por eso no descartaba la posibilidad de conseguirles al­
gún destino de otra índole, aunque fuese en ramas comercia­
les o que se dedicaran, sin pretensiones, a la enseñanza di­
rigiendo una escuela de dibujo y modelado que se fundara en
Montevideo, con la protección del gobierno.
Al entrar el año 91, Florencia hallábase envuelta en la
nieve desde hacía días, y continuaba nevando.
El pasaje de regreso estaba tomado para salir de Génova
el 25 de Enero en el mismo vapor Nord-América, que lo ha­
bía traído.
Y sin novedad, el “piróscafo”—uno de los mejores trans­
atlánticos de su época—llegó a Montevideo el 13 de Febrero.
Capítulo XXV

LA REVISTA DEL RIO NEGRO

EQUEÑO vino a resultar el taller de la calle


Soriano para las dimensiones dadas al lienzo
que esperaba, en blanco, que Blanes lista la do­
cumentación necesaria, diera principio a su

Medía la tela siete y medio metros de largo por tres y me­


dio de alto: la más grande que hubiera acometido.
Delante de aquel enorme bastidor, bajo el toldado techo
de cristal, el viejo y glorioso maestro estuvo trabajando cua­
tro años y medio.
A los seis meses de llegar de Europa, en el invierno de
1892 comenzó la tarea.
Inverosímil esfuerzo para un hombre que pasaba ya de
los 60 años, asombrosa tarea, de la cual—según escribió Ju­
lio Piquet—“ningún artista de nuestras tierras hubiera sali­
do con más brillo, así como, quizás, no hubiera habido otro,
a menos de ser un atrevido, que se decidiese a acometer ta­
maña empresa”.
Ninguna vez Blanes puso manos en una obra artística
con más bello espíritu; pocas veces también—misteriosas em­
boscadas del destino—se habrá pintado un cuadro tan exigente
de labor, con el corazón más amargurado.
Desde la vuelta del viejo mundo, después de aquella ama­
ble excursión, cuántas y cuán horrendas cosas sucedieron...
210 FERNÁNDEZ SALDAÑA

De los dos hijos compañeros de viaje, Juan Luis no exis­


tiría ya al terminarse el cuadro; Nicanor, desaparecido mis­
teriosamente en Europa, no se podría decir que viviese.
El escultor, había muerto de muerte violenta en un ac­
cidente de tráfico la mañana del 18 de Mayo de 1895, cuando
iba recién a cumplir 39 años.
Casi por el mismo tiempo comenzaba a alarmar a Bla­
nes la falta de noticias de Nicanor, planteando un caso de im­
penetrable misterio jamás develado.
Preciso era, sin embargo, sobreponerse a todo “y hacer
honor al compromiso contraído”. “Preciso era que la inspira­
ción y el sentimiento estético volvieran a visitar su mente y
serenaran su ánimo, proporcionando al artista las únicas frui­
ciones que podían ser un lenitivo a su lacerado corazón—las
de la gloriá y el éxito” (1).
Blanes; quebrado físicamente por el dolor y por el traba­
jo, había envejecido apresuradamente.
Cuando Piquet estuvo a visitarlo en Enero de 1896, lo
halló con la cabeza muy blanqueada, blancas las cejas espesas,
cana también la pera crespa, “con todos los caracteres que
distinguen a nuestros viejos militares”.
“Al verle, enseguida acude a la memoria el nombre de al­
gún general o coronel de ésta o aquélla orilla del Plata”.

La idea de eternizar en un lienzo, por el pincel de Blanes,


la expedición militar llevada a cabo en la República Argenti­
na por el general Julio A. Roca, “y merced a la cual se supri­
mieron para siempre las fronteras interiores que separaban en

(1) Dr. Angel Floro Costa. La conquista del Desierto. Una visita al
taller del pintor Blanes. Imprenta de “El Siglo”. Montevideo. 1895.
LA REVISTA DEL RÍO NEGRO 211

aquel país la civilización de las hordas salvajes enseñoreadas


de sus más ricos territorios”, perteneció—parece—al Dr. Car­
los Pellegrini.
La inmensa tela del maestro montevideano participa de

Juan M. Blanes en 1894


Retrato sacado por su hijo Juan Luís.
El pintor posaba para un cuadro histórico
en proyecto.
(Colección Fernández Saldan a)

ciertos caracteres alegóricos y simboliza en una síntesis una


campaña guerrera, más bien que representar, precisamente,
un hecho.
“Bajo el cielo celeste, blanquecino, de una mañana de
mayo—transcribo a Julio Piquet—sobre un piso llano, areno­
212 FERNÁNDEZ SALDAÑA

so, sembrado de matas de pasto duro y glauco, se destaca en


primer plano un grupo de veintidós jefes, a caballo y espada
al hombro, ocupando el centro, y al frente, el general Roca”.
“Se pasea la vista por aquel pintoresco pelotón de mili­
tares, casi todos conocidos, y se sienten impulsos de saludarlos,
tan fieles y tan llenas de vida resultan sus imágenes”.
La derecha del cuadro, en el segundo plano, la ocupa un
grupo de marinos, oficiales y soldados, presididos por el co­
ronel Guerrico. Más atrás de los marinos se contemplan va­
rios ingenieros y hombres de ciencia que formaron en la ex­
pedición (i).
A la izquierda, en el primer plano, un grupo de indios,
mujeres y niños, destacándose la figura del capellán Espinosa
que luego llegó al episcopado. Forma parte principal de ese abi­
garrado conjunto una bella cautiva redimida que levanta en
brazos un niño de color bronceado.
“Al fondo está tendido el ejército—a la izquierda la ca­
ballería, la infantería al centro y la artillería a la derecha, co­
menzando a hacer las salvas del 25 de Mayo, que ese día del
año 1879, es que supone ocurrió la alegórica escena”.

(1) Según el señor Augusto Marcó del Pont, en su reciente libro “Ro­
ca y sus tiempos”. Buenos Aires. 1931, los personajes del cuadro, comenzan­
do por el primer jefe a caballo, de la izquierda, son: coronel Manuel J. Cam­
pos; Ten. Corl. Artemio Gramajo; Capitán Luis Fabregas; Ten. Corl. Manuel
Olascoaga; Ten. Corl. Palemón González; Coronel Nicolás Winter; Coronel
Nicolás Levalle; Capitán Julio Morosini; Coronel Teodoro García; Ten. Co­
ronel Eduardo Pico; idem, Francisco Leyría; idem, Rufino Ortega: Mayor
Diego Lucero; Coronel Conrado E. Villegas; Ten. Corl. Ignacio Fotherin-
gham; idem, Manuel Fernández Oro; General Julio A. Roca; Mayor Vic­
toriano Rodríguez; Coronel Eduardo Racedo; Mayor Manuel Ruibal; Coronel
Napoleón Uriburu. De pié, grupo de la derecha: Ten. Corl. Erasmo Obligado;
Tne. Corl. Martín Guerrico; Capitán Ramón Falcón; Cadete de la Escuela
Naval, Miguel Lascano; Teniente Atilio Barilari; Cadete idem, Leopoldo
Funes; idem, Hipólito Oliva.
Además figuran los miembros de la comisión de exploración científica,
Dr. P. G. Lorentz (zoólogo); Doctores Adolfo Doervig y Gustavo Niederle
(botánicos) ; y Dr. Federico Schulz, y el Cura Provisor Dr. Espinosa.
LA REVISTA DEL RÍO NEGRO 213

“Más atrás de las tropas vése la curva sinuosa del Río


Negro, la punta de la isla de Choele Choel y, cerrando el ho­
rizonte lejanas y violáceas arboledas ya casi desprovistas de
sus hojas”.
“Parece imposible—sigue el comentario del periodista
compatriota—que haya aún algo más en esta tela, pero, sin
embargo, queda por mencionar una nota imprescindible en el
cuadro para completar su color local. En efecto, en el primer
plano destácase un magnífico perro, el inseparable compañero
de nuestros batallones, que el maestro ha tratado con verdadero
amor y no como simple accesorio para llenar un hueco”.
Volviendo al grupo central de “La Revista del Río Negro”,
puede notarse el parecido notable conseguido por Blanes en
la figura del general Roca, sobre todo en su expresión caracte­
rística—“la fugaz expresión vulpina” de que habla Piquet.
“Montado en un caballo oscuro, inmóvil, con kepí punzó
y un capote verdoso, tiene los ojos azules, un poco contraidos
por el exceso de luz”, fijos en un punto indeterminado del
suelo.
Muchos reparos de detalle han sido puestos a esta tela,
que actualmente se guarda en el Museo Histórico Argentino,
en Buenos Aires.
No negaré que una parte de esas críticas pueden ser cier­
tas, pero hay que convenir también, que no llegan a compro­
meter la obra.
Se ha observado que.en “La Revista.del Río Negro” fal­
ta unidad, pero a esto se contestaría diciendo que la magni­
tud del conjunto, un tanto alegórico como ya lo dije antes, le
imponía cierto sello panorámico, que llevaba en si el que hubie­
ra cuadros dentro del cuadro.
Creo que la tacha más razonable pueda ser el colorido
convencional con su veladura antipática, en leve gama violá­
cea, que le quita aire.
214 FERNÁNDEZ SALDAÑA

Más justa parecerá mi observación si llegasen a compa­


rarse los valores cromáticos del cuadro con los del boceto de­
finitivo, más luminoso, más agradable, más limpio y con la
“ilusión de las distancias”, aunque no aparezca allí la her­
mosa figura del perro (i).

Cuando pintaba Blanes “La Revista del Río Negro”, el


cuadro de mayores dimensiones que había trabajado nunca, y
como para contraponer dos extremos, la Dirección General de
Correos le encomendó el que debía ser el más pequeño de sus
trabajos: una estampilla postal. El sello de correos conocido
por “El Gauchito”, (emisiones de i centésimo de 1895-96, se­
pia, y 1 centésimo de 1897, azul) es original de Blanes acua-
relado en blanco y negro, sobre una de sus típicas figuras
criollas.
La conocida casa Wateríow y Sons, de Londres se encar­
gó del grabado en acero, excelente como todos los once valores
de la misma serie.

En las postrimerías del siglo pasado puede decirse que


Blanes no existía para los extraños a su reducido círculo de
allegados.
Vivía como enclaustrado, cada vez más huraño y de más
negro espíritu.
La desaparición de Nicanor llegó a convertirse en una idea
fija.

(1) Este boceto perteneció al Dr. Angel Solía, adquirido en el remate


judicial donde se dispersaron las cosas de Blanes.
LA REVISTA DEL RÍO NEGRO

El Altar de la Patria
(Museo Histórico Nacional)
2IÓ FERNÁNDEZ SALDAÑA

Al principio de este lamentable asunto pudieron creerse


muchas cosas que no llevaran a pensar en una tragedia, porque
Nicanor Blanes estaba sindicado como persona medio rara,
pero a medida que pasaban los meses todo hacía suponer que lo
hubiesen asesinado pocos días antes de embarcarse de regreso,
que hubiera atentado contra su vida, o perecido—tal vez— víc­
tima de algún accidente ignorado.
Como si todo esto no fuera bastante ya, el hermano Mau­
ricio enfermó de una dolencia incurable, una parálisis agitante,
cuya marcha lenta lo iba llevando a la más triste invalidez.

Sin embargo el pintor, y acaso porque el trabajo era el


único lenitivo para los dolores de aquel gran trabajador, el
pintor, digo, parecía prolongarse sobre el hombre.
Es así como en medio de su desolación se pueden men­
cionar algunas pinturas de esta época, tales como “El Altar
de la Patria”, tela hecha para el Presidente Idiarte Borda, y
“El Resurgimiento de la Patria”, en las cuales se destacan sen­
das figuras de mujer.
La figura del primero, que puede verse en el Museo His­
tórico Nacional, es una criolla de altiva expresión y cierta va­
ronil belleza, más austera todavía por el traje.
La figura del segundo—en la Galería Fernando García—
es más femenina, con sus esplendorosas carnes nacaradas y
parece sonreír, ajena a las miradas del indio deslumbrado.
Existe también un estudio de desnudo titulado “La Ino­
cencia”, para el cual posó Beatriz Manetti.
Este modelo era una italiana, que había venido de Europa
recomendada por Nicanor.
LA REVISTA DEL RIO NEGRO
K)
XJ
Resurgimiento de la Patria
(Galería Fernando García)
2l8 FERNÁNDEZ SALDAÑA

Demasiado incorrecta de formas para ser buena modelo,


era a la vez demasiado joven para ser una simple ama de lla­
ves . .

En 1898, el ministro Arrieta encargó a Blanes un nuevo


cuadro cuyo tema libraba a la elección del pintor.
Blanes eligió por motivo un tema sacado del Viejo Testa­
mento, y se propuso concluirlo de inmediato.
Pero luego sus tristes asuntos íntimos se agudizaron en
forma que la tarea se interrumpió antes de que hubiera avan­
zado mucho.
Esta pintura que el Maestro llevaría consigo a Europa, con
propósito de continuar por allá, es la pintura que los críti­
cos y comentaristas—a falta de mayores noticias—han venido
llamando “El Trono de Herodes” (1).
El salón del trono—“grandioso indispensablemente”—es
lo único que puede verse en la inconclusa obra, pero el cuadro
era representativo de algo más, como que debía titularse: “He­
rodes el Grande apostrofado por su esposa”.
Tal es lo que dice Blanes mismo en carta escrita desde
Pisa, en 1899, al viejo amiero diplomático (2).
Fue este cuadro el último comenzado en Montevideo, y
el último de todos, al mismo tiempo.

(1) Alguien más indocumentado y de mayor imaginación dijo en un


diario de la época que el cuadro inconcluso se titulaba “Nerón...” y era un
encargo del gobierno chileno.
(2) Original entre mis papeles. Me fué dada, junto con otras, en Santia­
go de Chile, por Don Luis Arrieta Cañas, a cuya deferencia estaré recono­
cido siempre.
LA REVISTA DEL RÍO NEGRO 219

“Ulteriores desazones—son párrafos de la ya aludida car­


ta—me separaron del caballete, a mediados de Setiembre.
“Los preparativos del viaje me desasosegaban demasiado
para poder dar fin a la obra, esquivando por otra parte los efec­
tos desastrosos que suele aconsejar la prisa en tales casos”.
Había resuelto ir él mismo a buscar a su hijo perdido: na­
die podía hacer las cosas como el padre desesperado; era in­
útil fiar en terceros.
“Así envolví la tela en Noviembre 3 y envuelta sigue aún”
dice. .. y envuelta por sus manos habrían de hallarla, a su
muerte, los factores del inventario.
Capítulo XXVI

ÚLTIMO VIAJE. LA MUERTE EN PISA

STA travesía atlántica que iba a ser la última,


duró 21 días, desde el 2 de Noviembre de 1898
fecha de la partida de Montevideo, hasta el 23,
en que el “Orione”, de las compañías reunidas
Florio y Rubattino, dió anclas en Génova.
Beatriz Manetti—a despecho de lo bueno del viaje—su­
frió mucho por causa del mareo.
No iba en el “Orione” ningún amigo o conocido de Bla­
nes, lo que hizo mayor su soledad, y más tristes las intermi­
nables horas del trayecto.
“Jamás viajero alguno atravesó estos mares con una lan­
guidez de espíritu como la que a mi me abruma”, escribía el
Maestro desde San Vicente de Cabo Verde.
El recuerdo del hermano enfermo y el afán de tener no­
ticias suyas, constituyeron la preocupación de todo el trayecto.
Unicamente la certeza de que estaba cuidado por una abnegada
enfermera lo tranquilizaba un poco.
(Sí

La localidad elegida para residir en Italia, ya no fué co­


mo de costumbre Florencia.
Eligió Pisa, donde vivía la familia de Beatriz, y se alo­
jaron en casa de un hermano de ella, llamado Celeste Manetti.
No escapaba a Blanes su situación desairada ante los
ojos de la gente. Era al fin el caso, lamentable siempre, de
222 FERNÁNDEZ SALDAÑA

un viejo valetudinario y rico, unido a una mujer joven cono­


cida a última hora.
Mantuvo, sin embargo, a Florencia como su residencia
oficial, y encargó que las cartas se le enviaran allí, a la calle
San Ambrosio N.° 7, casa del cónsul uruguayo Pitágoras Ma-
rabotti, quien se encargaría de hacerlas seguir a destino “por­
que él era el único que conocía sus rutas”.
Acerca de esta ocultación deliberada del pintor, puedo
añadir que, mismo en Pisa hacía misterio de su casa.
Sé de persona que estuvo una vez en la ciudad maldecida
por Dante, y no consiguió dar con Blanes.
Averiguando en el correo, le informaron en la oficina de
poste restante, que allí lo conocían de cuando iba a recoger per­
sonalmente sus cartas, pero que nunca había dejado ningún
dato o seña relativa a su casa.

Al ponerse en viaje a principio de nuestro verano austral.


Blanes había cometido la imprudencia grave de exponer su ya
quebrantada naturaleza, al rigor de dos inviernos consecu­
tivos'.
Los primeros temporales con que se presentó en Italia
el de 1899, se encargaron de probárselo.
No escatimó el cónsul Marabotti las más finas atenciones
al derrotado maestro, valiéndole — sobre todo'— como apoyo
moral y afectivo: escribíale continuamente, le enviaba dia­
rios y lo visitaba a veces.
Beatriz no solo no sentía ninguna afección por el anciano,
sino que, en la intimidad dejaba escapar comentarios que lle­
varían a pensar justamente lo contrario.
Tendría la italiana, por esta época, unos treinta años.
Era una mujer de regular estatura, de buenas carnes, de tez
ÚLTIMO VIAJE. LA MUERTE EN PISA

blanca con cierto matiz moreno, y aunque los ojos eran bellos,
las cejas demasiado juntas, daban al rostro una expresión
dura.
Hacía Blanes una vida retraída en absoluto: “nada quie­
ro ver, nada siento, nada he visto, nada he buscado ni busco
que me distraiga”—dice.
Pisa le hacía acordar a Pando por la soledad, según car­
tas dirigidas a Mauricio.
Solo para escribirle al hermano se sobreponía a sus pre­
ocupaciones morales y físicas, y entonces llegaban a Monte­
video algunas cartas que recordaban las de antes. . .
En cambio las nuevas que se le enviaban desde aquí re­
lativas a la salud del viejo Don Mauricio no eran tranqui­
lizadoras.
Tampoco la salud del pintor podía engañar a nadie: un
tenaz catarro bronquial se sumaba a otros achaques antiguos.
Había adelgazado muchísimo, y se alimentaba mal por
falta de la dentadura.
Vivió todo el invierno encerrado, metido entre lanas, en
completa inacción.
Desde los días de Montevideo no veía ni colores, ni pin­
celes, ni nada que tuviese atinencia con cuestiones artísticas.
Todas las actividades que le permitían sus mermadas
fuerzas, eran empleadas en pesquisar acerca del paradero del
hijo desaparecido.
No perdió diligencia en tan doloroso sentido, y trató de
interesar a todos en su búsqueda.
Daniel Muñoz, entonces ministro uruguayo en Italia, que
le había escrito una carta muy amable convidándolo a comer
asado criollo en Roma, parece que estuvo distante de satisfa­
cer al pintor en punto a actividad inquisitoria.
En cambio el Dr. Luis Garabelli, ministro en Alemania,
lo secundó en cuanto pudo y con todo empeño.
FERNÁNDEZ SALDAÑA

Fué por intermedio del Dr. Garabelli que el representan­


te diplomático del Perú en Suiza, Aníbal Villegas, llegó a
atraer al asunto Blanes al presidente de la Confederación, aun­
que no se obtuviese ningún resultado.
Otra indagación hecha en Berlín por Garabelli mismo,
vino a ser igualmente frustránea.
Blanes, que llamaba a esta pesquisa “su cruzada”, se ha­
cía la ilusión de interesar en ella al futuro pontífice, por inter­
medio del cardenal Rampolla.
Alguien había sugerido al pintor la idea de que el hijo
pudiera haberse metido en un convento, y el pintor se aferró
a la nueva hipótesis—un poco inverosímil—con la fuerza que
nace de la desesperanza misma.
Habiendo llegado a Roma el Dr. Mariano Soler, arzobis­
po de Montevideo, Blanes pensó que el prelado podría servirle
ante el Vaticano para la obtención de datos en los conventos,
y en esa creencia le escribió una carta triste y sumisa a la vez.
La respuesta de Soler, en una tarjeta, desahuciándolo sin­
más trámite y añadiendo comentarios inútiles, solo sirvió para
aumentar el dolor del quebrantado anciano (i).

Después de pasar un invierno bastante regular, Blanes


algo repuesto el cuerpo, había extendido la tela en trabajo
de la “Batalla de Sarandí” y había vuelto a pintar un poco, con
ánimo de terminar aquella labor de tantos- años.
“¡ Cuánto siento—le escribe al hermano—haber perdido
tanto tiempo en contarme los dedos aquí!”.
Pero, por otro lado, dice también: “Sarandí es empresa
más pesada de lo que creía”.

(i) Véanse en el apéndice E las cartas aludidas.


ÚLTIMO VIAJE. LA MUERTE EN PISA 225

“Mi vuelta a la tierra se hace cada día más inminente, si


he de estar a mi deseo de verificarlo—escribía al Dr. Luis Me­
llan Lafinur—pero dejando de lado el cuadro que tengo ya
cerca de su terminación, la pista que sigo es todavía ineficaz
y solo espero que se rasgue el velo que se me opone a reunirme
con Nicanor”.
Un poco más tarde, siempre dirigiéndose al propio amigo,
insistía en sus proyectos de regreso, diciendo que la vuelta era
un anhelo que lo devoraba y que la intranquilidad del ánimo
le hacía padecer la peor de las agonías.
Pero todavía defendíase con tenaz empeño . . . “separo
cuanto puedo al hombre del pintor”, dice en otra carta (1).
Por consejo de su médico que le prescribía distraerse, rea­
lizó Blanes un corto viaje a Liorna, con escala en Florencia
donde fué a pagarle las visitas a Marabotti.
Regresó aniquilado y lleno de la tristeza del otoño.
Las cartas de Montevideo que lo esperaban en Pisa, le
decían que Mauricio, postrado en un sillón, mudo e inútil, se
desesperaba por verlo.
Y no sabía que contestar a su sobrino Pedro Blanes. . .
“es un grito que me desgarra el corazón, que llevo despedaza­
do desde hace tiempo”.
Es entonces cuando piensa en regresar, sin esperanza ya
de volverse a reunir con su perdido hijo. . .
El fallecimiento del hermano Mauricio ocurrido aquí el
9 de Abril de 1900, en la vieja casa quinta de la calle Méda­
nos, tantas veces compartida, lo abismó en una melancolía pro­
funda a la cual ya no pudo sustraerse sino por cortos inter­
valos.
(1) La correspondencia de Blanes que obra en mi archivo y que es nu­
merosa y me ha servido tanto para este libro, está constituida, en parte prin­
cipal por la que el historiador argentino Don José Juan Biedma, quiso
favorecerme hace ¿ños. Conste mi cumplida gratitud por su valiosísimo
aporte, al conceptuado investigador amigo.
15
226 FERNÁNDEZ SALDAÑA

Abandonó la idea de volver al país, y no se tocó más la


“Batalla de Sarandí”.
Solo en el mundo, pensaba en casarse con Beatriz, porque,
a pesar de tanto como había negado al convencionalismo so­
cial, “no quería morir impenitente”.
Pero tampoco se decidió a hacerlo.
Pudo salvar el invierno que era su temor, siempre en es­
tado de extraordinaria debilidad, acechado por graves compli­
caciones.
El 6 de Abril sintióse mal. Su médico de cabecera, el doc­
tor Gherardi, constató una bronco-neumonía.
Llamado en consulta el Dr. Saniati, no hizo más que com­
probar el diagnóstico de su colega, adhiriendo a los augurios
pesimistas de éste.
Vivió aún nueve días más, siempre cuidado por la modelo,
falleciendo el 15 de Abril de 1901, a las 5 de la tarde.
Celeste Manetti escribió al ministro argentino en Roma
Enrique Moreno, viejo amigo del pintor, comunicándole la
noticia y éste la puso en conocimiento de Daniel Muñoz.
Con intervención del funcionario consular uruguayo que
correspondía, se tomaron las primeras providencias tendien­
tes a poner en salvaguardia los papeles y los cuadros del pin­
tor, mientras se trasmitían resoluciones ulteriores de Mon­
tevideo (1).
La noticia del deceso de Blanes llegó primero a Buenos
Aires que a nuestra Capital en las primeras horas de la madru­
gada del 17, pues el corresponsal de un diario porteño la trasmi­
tió allá especialmente desde Roma.
Sin embargo, como el nombre no venía bien claro se pi-
(1) Todo quedó en depósito en la casa de Manetti, bajo custodia de
Beatriz. Insistía ésta en que Blanes había testado a su favor, pero el tes­
tamento no fué encontrado. Los médicos cobraron 500 liras por servicios fa­
cultativos. Beatriz cobró 6.074, a título de depositaría, y por manutención,
asistencia, funeración y tumulación.
ÚLTIMO VIAJE. LA MUERTE EN PISA 227

Invitación mortuoria de Blanes

(Sra. María Luisa Castro Blanes de Ferrari)


228 FERNÁNDEZ SALDAÑA

dió ratificación a la agencia quedando subsistente la duda de


quien podría ser el muerto.
Montevideo supo la nueva por vía indirecta en estas con­
diciones proclives al equívoco.
La confirmación no demoró en conocerse pero ella no con­
movió a la Capital.
Blanes estaba muerto para su país hacía muchos años.
Había sobrevivido a casi todos los hombres de su genera­
ción, había sobrevivido a todos los suyos, había sobrevivido a
su época.
Y lo que es más grave todavía, se había sobrevivido a sí
mismo. . .
Sus amigos—dignos de tal nombre—no pasarían de media
docena.
Discípulos no tenía, porque si alguna vez enseñó a alguno
—no supo nunca ser maestro en el concepto nobilísimo del
vocablo.
No supo—quien sabe si pudo—hacer de su taller el atra­
yente y cálido taller al modo clásico, donde se formara a su la­
do, un grupo nutrido de discípulos mozos entusiastas—defen­
sa y gloria de su vejez—fraternizando con ellos en el trabajo
y guiándolos con su consejo paternal como un viejo pintor del
Renacimiento.
Además, le cupo morir en una época de lamentable depre­
sión de nuestro embrionario medio de arte, depresión fácil de
graduar sabiendo quienes eran tenidos entonces por artistas
de cartel y quienes “con la serena autoridad de la incompe­
tencia” oficiaban de críticos.

Mientras tanto el Presidente de la República Juan L.


Cuestas había dispuesto que se reimpatriaran los restos morta­
les del pintor.
ÚLTIMO VIAJE. LA MUERTE EN PISA 229

La noche del 3 al 4 de Junio, el cuerpo de Blanes fue exhu­


mado con todos los requisitos de ley en la sepultura provisio­
nal del cementerio de Pisa para proceder inmediatamente a la
identificación y preparación.
El tiempo ya transcurrido hizo necesaria una larga serie
de operaciones, que llevó varios días y cuya dirección estuvo a
cargo del médico profesor Gustavo Gasperini.
Colocados los despojos en una caja de plomo condiciona­
da a su vez en otra de madera de encina, ésta fue precintada
y sellada por ante el cónsul del Uruguay en Livorno señor Os-
triades Chiappe.
En la ciudad natal, mientras tanto, al cabo de vanas rei­
teradas convocatorias por la prensa, un grupo de ciudadanos
reunidos no precisamente en el Ateneo de Montevideo, sino
en el Instituto Verdi—sociedad musical—constituyó el comité
que bajo la presidencia del poeta Zorrilla de San Martín se
encargase de preparar el homenaje postumo.
Cuando el barco que conducía los restos embarcados en
Génova se aproximaba a las costas de América, la presidencia
de la República envió con fecha 18 de Junio un mensaje a la
Asamblea General, solicitando se le decretaran honores oficia­
les a Blanes “tan eminente artista y tan distinguido ciudadano”.
El Senado, en sesión del 24 abocóse al conocimiento del
mensaje, pero ante la oposición del senador Rufino T. Domín­
guez que no halló en Blanes méritos suficientes como para jus­
tificar el pedido del Poder Ejecutivo, el asunto fué aplazado
sin término, lo que equivalía a denegar los honores (1).
Ese infeliz acuerdo pudo reconsiderarse en la inmediata
sesión, pues el presidente Cuestas contaba con una mayoría
adicta pero esa vez Cuestas tan celoso de su prepotencia se
íi) Véase “Diario de Sesiones de la H. Cámara de Senadores de la
Repiíblica Oriental del Uruguay”, tomo LXXVII, año 1901, páginas 457,
459, 461-62-63 y 64, Montevideo, '1902.
230 FERNÁNDEZ SALDAÑA

dejó derrotar en silencio, probando con ello que el mensaje se


había mandado nada más que para salvar las apariencias.
La comisión especial, calculando el día y la hora del arri­
bo del trasatlántico, tenía dispuesto el turno de los .discursos a
pronunciarse en el Cementerio Central, y determinado que la
capilla ardiente sería preparada en la antigua casa de Don
Mauricio Blanes, delante del famoso cuadro “Los Ultimos Mo­
mentos de José Miguel Carrera” que allí se guardaba.
Una carroza fúnebre de todo lujo, tirada por tres yuntas
había sido cedida por la empresa Correa que quiso de esa ma­
nera asociarse a las honras.
En las primeras horas de la mañana del 27 el vapor italia­
no “Venezuela” anclaba en la rada exterior, con la bandera
a media asta.
Una delegación oficial, del comité de homenaje, trasladóse
al “Venezuela” en un vaporcito cedido por la Comandancia de
Marina.
El féretro estaba en el salón principal, cubierto con las
banderas uruguaya e italiana, sobre las cuales se veía una co­
rona de bronce depuesta en Génova por nuestro cónsul doctor
José Campana.
Al descenderse el cadáver de Blanes el capitán Raffo co­
mandante del “Venezuela”, hizo formar la tripulación de su
buque y le rindió honores.
Gracias a tan noble determinación Italia,, la patria artís­
tica del pintor aparecía tributando a Blanes por intermedio de
sus marinos el homenaje negado por la patria nativa.
Pero no, no era así.
La Patria esencial, que nada tiene que ver con el Presi­
dente de la República ni con el Cuerpo Legislativo, la Patria
necesaria e imperecedera, que es ajena a las miserias de los
hombres y de las horas, recibió con los brazos abiertos al glo­
rioso hijo muerto, que volvió para reposar en su seno.. .
APÉNDICES

Los señalados con números no están citados en el texto por tratarse de


documentos que se conocieron a última hora.
APÉNDICE 1

ESPERANZAS QUE SE FUNDABAN EN BLANES

CAPÍTULO T

Los párrafos que copio pertenecen a un artículo de Ramón de


Santiago, publicado en el “Eco de la Juventud Oriental”, periódico de Mon­
tevideo, del 30 de Julio, de 1854, bajo el titulo “Un artista oriental”.

Estas reflexiones (conceptos de filosofía sobre la manera como se for­


maron los primeros pintores del mundo) nos ha proporcionado una visita
que hicimos días pasados al joven retratista don Juan M. Blanes, el que
tuvo la bondad de enseñarnos su pequeña galería de pinturas. Este joven
de una familia pobre, y atormentada tal vez por esa funesta guerra de nueve
años no tuvo medios para lanzarse al centro de las artes Europa; pero no
desanimado por esto siguió su impulso, comenzó de afición a practicar la
pintura y lo vemos ahora que poco a poco ha ido perfeccionándose y adqui­
riendo una maestría admirable particularmente en los retratos al óleo.
Son pocos aun los cuadros que representa su gabinete; pero en cada
uno de ellos se nota el adelanto en que sigue. Además de algunos retratos
que hemos visto en varias casas obra de este joven, y cuya perfecta imita­
ción de los originales que nadie puede negar, tiene en su casa el del Gene­
ral Don César Díaz, obra que le alcanzará bastante mérito por la perfecta
semejanza y por sus coloridos bastante'bien escogidos.
Ninguna persona que ve las obras de este joven cree que sea puramente
de afición tal es la perfección que se encuentra en algunos cuadros.
—¿Quién no confía, que un joven, que a los veintitrés o veinticuatro
años, presenta unas muestras tan bellas de su genio, llegue a figurar con
el tiempo entre las capacidades artísticas? Su laboriosidad, ayudada por Ja
protección de sus compatriotas que seguramente es un consuelo contra las
dificultades, que encontrará muchas veces, harán que se realice esa espe­
ranza.
Nosotros juzgamos un deber el recomendarlo al pueblo Oriental para
que le preste su decidido apoyo.
APÉNDICE A

LAS CUENTAS DE BLANES CON URQUIZA

CAPÍTULO V

Debo a la bondad del señor Eduardo Casanova, administrador del Pa­


lacio de Urquiza en San José, los documentos que transcribo, existentes en
el archivo de aquella casa.

Recibí del Sr. D. Vicente Montero, en Diciembre n la cantidad de cinco


onzas, o sean ochenta y cinco pesos.
Y en 28 del mismo mes, la de doce onzas, o sean dos cientos cuatro
pesos,
Uruguay, Diciembre 28 de 1858.
Juan M. Blanes.
San José Mayo 13. 1859.

Señor Don Vicente Montero.


Estimado amigo:
Ha recibido S. E. la carta de Vd. fecha de ayer imponiéndose de ella,
lo mismo que de la cuenta demostrativa que Vd. le ha enviado, y de que sur­
gen las observaciones que de orden suya paso a hacer a V., sobre las equivo­
cadas en las demostraciones de esas cuentas y son:
Primera, la cuenta de Don Juan Manuel Blanes que V. hace aparecer
en cinco mil seis cientos diez pesos, no es exacta: en primer lugar, porque
V. no rebaja de las trescientas treinta onzas que S. E. le ha mandado pagar
por su trabajo, los tres cientos noventa y cuatro pesos cuatro reales que aquí
le fueron entregados a cuenta y de lo cual yo prebine a V. al referirme a
ese pago; y en segundo lugar, que tampoco se deduce las cantidades que V. le
haya entregado y que yo recuerdo haber dado al mismo Blanes, una orden
por diez onzas.

Dejando cumplido lo que me ha ordenado S. E. el Señor Presidente, me


repito de V. afmo. amigo y s.s.
Juan Coronado.
APÉNDICE B

PROYECTO DE ESTABLECERSE EN EL BRASIL

CAPÍTULO VII

La decisión de Blanes de quedar en Río Janeiro fué formal por un


tiempo. Así lo prueban los siguientes papeles pertenecientes al Archivo Ge­
neral de la Nación, Fondo1 Lamas.
Párrafos de una carta de Ramón de Cázeres al Dr. Andrés Lamas,
fechada en Montevideo el 18 de Abril de 1864:
"Espero q.e V. se dignará remitirme las cartas de recomendación q.e
me ofrece pa. poderlas yo remitir a D.n Gabriel Pérez en el Paquete de
Junio, pues Blanes se embarcará en Bordeaux el 20 ó 25 de Mayo, y estará
en el Janeyro antes de q.e acabe Junio, esta es la razón p.r q.e soy exigente
pues sentiría llegase a aquella Este, y no encontrase lo q.e le he ofrecido”.

Sor. D.n Andrés Lamas.


Mont.o Mayo 14 de 1864.
Mi respetado, y buen amigo.
He recibido su favorecida de 12 del corr.te con las tres cartas adjuntas
de recomendación p.a Blanes; No tengo expresiones con q.e manifestar a
V. mi gratitud, p.r las demostración.s de afecto con q.e me favorece, y me
honrra.
Le incluyo una carta original de Blanes, p.a q.e p.r su contenido com-
prehenda V. q.e no eS una persona insignificante p.r la q.e me interezo, y
le suplico tenga la bondad de debolbermela; ¡ Oh mi amigo si yo pudiera mos­
trarle toda su correspondencia tendría algunos ratos deliciosos p.r q.e es
muy satírico, de una depejada imaginación, y conoce todas las personas q.e
figuran en ntra ecxena política.
Blanes se embarcará en Bordeus, a fines de Mayo y estará en el Janeyro
en el mes de Junio; allí encontrará en poder de D.n Gabriel Perez, las car­
tas de recomendación q.e V. me ha embiado y me embie, y las q.e yo puedo
de aquí proporcionarle.
238 FERNÁNDEZ SALDAÑA

Creo q.e ha elegido un buen lugar p.a hacerse conocer.


Acaba de concluir un cuadro de su invención; La Muger adultera, q.e
le ha merecido el titulo de artista p.r la Academia, y solo siente ecxhibirlo
en el Janeyro, antes de mostrarlo a sus conciudadanos, aunqu.e depues lo
tirase a la basura—así me lo anuncia en carta de 4 de Abril, q.e acabo de
recivir.
Mi Esposa agradece sus cariñosos recuerdos, dígnese ofrecer mis res­
petos a toda su familia, y disponga de su serv.or y amigo.
q. b. s. M.

Ramón de Cazeres
APÉNDICE 2

LA VENTA DE “EL BOMBARDEO DE PAYSANDÚ”

CAPITULO VIII

Además .de lo que ilustran acerca de la venta misma del cuadro, los
párrafos de carta que se publican por primera vez tienen alto valor para
juzgar de la psicología de Blanes.
Sr. D. Andrés Lamas.
Buenos Aires.,

Montevideo, n de Mayo de 1865.

Mi muy estimado Sr. y amigo.

Después que hube concluido las tareas que me distrageron de mi estudio,


me di a sistemar este para continuar mi ruta ordinaria. Pensé ante todo en
salir del cuadro de Paysandú, y me disponía a ponerlo en rifa, para lo que
solicité el permiso de la Policía, pero movida la curiosidad del Sr. Aguiar (1)
tuvo la bondad de venir a mi estudio a ver dicho cuadro, y. enamorado de
su verdad, me aconsejó suspender la rifa, porque quería hablar de él con
el Sr. Gobernador.
En efecto pocas horas después este señor me lo mandaba pedir, y en
la noche del mismo día (7) supe que el Gral. Flores lo compraba en quince
onzas, (unos 240 pesos de nuestra moneda corriente) para regalarlo al Sr.
Tamandaré.
"La Tribuna'’ avisó al público al día siguiente que yo había regalado al
Sr. Gobernador dicho cuadro, lo que no es cierto. A serlo, yo habría con­
fundido un dolor que quise desahogar pintando ese lienzo con la felicitación
que el hecho del regalo importara. — Con motivo del dichoso cuadro en
cuestión, la prensa retoza chicaneándome indirectamente, y gracias a mi modo
de ser en esos juegos de muchachos dejo pasar inapercibidas la mentira

(1) Coronel Manuel M. Aguiar, Jefe Político de Montevideo,


240 FERNÁNDEZ SALDAÑA

(forse d’utilitá) de la Tribuna, y las pedradas de la Reforma, y el golpeteo


de la boca de otros diarios: son cosas de muchachos. — El Sr. Tamandaré,
ha pedido al Sr. Gobernador permiso para ofrecerlo al Emperador del Bra­
sil, lo que no me disgustaría, bien que a través de esa tela no se vea al ar­
tista enteramente.

Juan M. Blanes.

(Original en el Archivo General de la Nación. Papeles de Lamas).


APÉNDICE C

EL CUADRO DE BLANES “LOS ÚLTIMOS MOMENTOS


DEL GENERAL CARRERA” ANTE LA OPINIÓN PÚBLICA

Exposición de la Comisión Uruguaya

CAPÍTULO XIV

Si hai premios verdaderamente capaces de satisfacer las aspiraciones de


un artista, son, a todas luces, los que adjudica el entusiasmo de la opinión de
un público ilustrado.
Ninguna obra de arte de las que han figurado en la Exposición de Chile
de 1875, ha obtenido esa recompensa más notoriamente que el grandioso cua­
dro del eminente pintor oriental don Juan Manuel Blanes: "Los últimos mo­
mentos del jeneral Carrera”.
La gratitud, del artista uruguayo, que supo inspirarse en el recuerdo de
una gloria chilena i que tan bien interpretó los sentimientos de un pueblo,
queda, por consiguiente, comprometida para con la sociedad de Santiago.
Nosotros, como uruguayos, interpretamos los sentimientos de gratitud del
artista; i como apreciadores del mérito, es fuerza que nos unamos a la gran
manifestación jeneral.
Sin embargo, con sorpresa hemos visto que la opinión jeneral ha su­
frido un sensible desengaño, ante la de un jurado cuya competencia no en­
traremos a clasificar, porque desconfiamos de la nuestra, que ha adjudicado
una de entre tantas medallas de segunda clase a “Los últimos momentos del
jeneral Carrera”. Ocho cuadros que han obtenido medallas de primera clase,
han superado en mérito, según la opinión del jurado, al cuadro de Blanes;
i treinta que han obtenido con él el premio de segunda clase, tienen en su jé-
nero un mérito igual.
El público que ha ido diariamente a gozar ante la ilusión producida por
el magnífico cuadro, olvide por un momento esa ilusión i su entusiasmo i ca­
lifique un hecho que, en los que no ha producido la indignación, ha desperta­
do la más desagradable sorpresa.
Pero el celo por el nombre de una gloria de nuestro país, aunque digno
i laudable, podía habernos alucinado i consultamos a los artistas de Santiago
242 FERNÁNDEZ SALDAÑA

que gozan de más reputación, i en todos hemos visto el mismo desagrado, a


todos hemos oido las mismas expresiones de reprobación, i a muchos de ellos
inculpaciones serias que no prohijamos por no dar al presente artículo un
carácter que no tiene.
Sin embargo, el premio adjudicado a nuestro compatriota por la opinión
pública que llena la medida de nuestras aspiraciones, i que ha sido una repro­
ducción de los elogios que ha tributado a Blanes toda la prensa del Plata i
de Chile, es la ardiente felicitación i la voz de aliento que con más violencia
ha hecho latir el corazón del artista oriental. El voto del respetable jurado,
nunca podrá pasar de ser más que el voto de un jurado.
Esto en cuanto al concurso j eneral. En cuanto al concurso americano,
los cuadros de Blanes no han tomado parte en él. Lo sentimos, porque hu­
bieran ocupado un lugar digno, al lado de los hermosos cuadros de los aven­
tajados artistas chilenos señores Caro, Smith, Guzmán, Carmona, Tapia i
otros tan justamente laureados en ese concurso, i de cuyo triunfo se congra­
tulará el señor Blanes que les profesa la más sincera simpatía, i respecto de
los que le hemos oido emitir juicios llenos de entusiasmo.
Como orientales i como miembros de la comisión uruguaya en la Expo­
sición, nos hemos creído en el deber de publicar el premio adjudicado por la
opinión del público i de los artistas al señor Blanes ya que se ha publicado el
del jurado, que clasificó a treinta y ocho cuadros, como superiores o iguales
a “Los últimos momentos del jeneral Carrera”.
¿Es esto una protesta? ¿Es una acusación de incompetencia contra el
jurado? Muchos que han examinado el grado de conocimientos artísticos que
concurren en los miembros de dicho jurado, elevan esa seria acusación. No
nos cabe a nosotros el deber de hacerlo; pero a estar al juicio de la opinión
pública, creeríamos que habría o incompetencia o injusticia en el dictámen
del jurado; en todo caso, es la opinión del público ilustrado de Santiago la
que formula una elocuente protesta, i a la que nosotros no podemos menos
de adherirnos.
Luis Santiago Botana (comisionado uruguayo).—Augusto V. Serralta.—
Miguel Larravide (comisionado uruguayo).—Agustín Rodríguez Diez (co­
misionado uruguayo).—Juan Zorrilla de San Martín (comisionado urugua­
yo).—Carlos A. Berro (secretario de la comisión uruguaya).—Ramón Ba­
tista (secretario de la comisión uruguaya).—J. P. Lahitte.'-—Alejandro
Fierro (comisario uruguayo).
APÉNDICE 3

UN ANTECEDENTE DEL CUADRO DE LOS


TREINTA Y TRES

CAPÍTULO XVII

Párrafos de una carta de Blanes al Dr. Andrés Lamas, de 29 de Se­


tiembre de 1865.

“A propósito de cuadros de historia y con motivo de mejoras que el


Gobierno hace aquí en la casa de Gobierno, el Sr. D. Juan Ramón Gómez
tuvo la feliz ocurrencia de hablarme sobre la oportunidad de hacer el cua­
dro del desembarco de los 33 patriotas. Esta idea, que para Vd. no es nueva
por cierto, halagó, no ya mis deseos de sacudir la mezquindad y las penas
de mi vida material, pero sí el deseo de mostrarme en cuanto me considero
capaz como pintor de historia, para alcanzar algo más de lo que se me
acuerda como retratista, como le llaman a uno por aquí.
Hice un boceto que se me pidió, y me presté a hacerlo sin conocimiento
del lugar del desembarco para mostrar una composición solamente: di es­
critas las condiciones que debe reunir un cuadro histórico minuciosamente
tratado, contesté a la pregunta sobre precio (300 onzas por el cuadro en
que las figuras sean de la mitad del natural, y setecientas si de tamaño na­
tural), esperé por una resolución, y yendo hace, cuatro días en su busca,
el Sr. Gómez, en cuya voluntad no está sin duda el resolver, me contestó
vacilando y sin repugnarle la cosa, de lo- que he deducido que el cuadro se
haría si el Sr. Gómez tuviese compañeros tan entusiastas como Vd., para
acariciar una idea que, en mi opinión,; no carece de objeto moral. — Hago
a Vd. esta referencia, por que si es que Vd. no quiere llevarse la gloria
solo, si se ofreciera un |motivo para tratar de ese asunto, no se olvide que
al ir a Europa a estudiar la pintura y volver a la Patria otra vez, he tenido
la noble ambición de desmenuzar entre mis compatriotas el pan adquirido
con el estudio.
Tenga la bondad de perdonar si soy pesado, pero quiero creer que Vd.
me comprende bien.

(Original en el Archivo General de la Nación).


APÉNDICE D

AMISTAD DE BLANES Y MITRE

CAPITULO XXII

La carta que tomo de “El Día” de Montevideo, de 30 de Junio de 1901,


además de ser prueba de |o dicho por Mitre al hablar de su viaje impre­
visto, demuestra la muy buena relación existente entre el artista y el General
historiador y hombre de letras.
Buenos Aires, Abril 30 de 1890.

Señor Don Juan Manuel Blanes.

Mi distinguido amigo:

He recibido su estimable del 26 del corriente en la que me anuncia su


próximo viaje a Europa, ofreciéndome allí sus servicios como artista y como
amigo.
Quedo muy agradecido a su afectuosa despedida y a sus expontáneos
ofrecimientos y por mi parte los reitero muy cordialmente quedando como
siempre a sus órdenes en cuanto pueda serle útil o agradable.'
Deseo a Vd. un buen viaje y un mejor regreso, haciendo votos por su
prosperidad en! el viejo mundo, esperando que vuelva Vd. al seno de su pa­
tria, más lleno de ciencia y de experiencia, para aumentar si es posible su
gloria artística, qüe es gloria del Río de la Plata, que ha traspasado sus fron­
teras y quedará para siempre fijada en obras imperecederas que lo harán
vivir en. todo tiempo.
Con este sentimiento le doy un estrecho abrazo de despedida (provisorio)
deseándole toda felicidad y mano firme para manejar su pincel, repitiéndome
como siempre su affmo. amigo y S. S.

Bartolomé Mitre.
APÉNDICE E

CORRESPONDENCIA CAMBIADA ÉNTRE BLANES


Y MONSEÑOR SOLER

CAPÍTULO XXVI

Carta del pintor al Arzobispo

A su señoría Illma. D. Mariano Soler, Arzobispo de Montevideo.


Florencia, Mayo i." de 1899.
Illma. Señoría.
Recordará que en 1890 tuve la fortuna de merecerle dos cartas de reco­
mendación para dignidades de la Curia Romana a objeto de hacerme fácil­
mente práctico un viaje que intentaba a Tierra Santa con fines artísticamen­
te devotos. Ese viaje no se realizó porque aparecido el cólera en Damasco,
lo hacía difícil, penoso, arriesgado y caro.
Ahora, un motivo doloroso me ha traído a Europa y me preparaba a ha­
cer uso de aquellas cartas, por más que de oportunidad extemporánea, cuan­
do un periódico que leo aquí registró la llegada de S. S. Illma. llamado por
el eminente Consistorio.
Mi objeto era empeñar la piadosa voluntad de aquellas dos dignidades
eclesiásticas, a fin de recojer de los registros de la Curia noticias de mi hijo
Nicanor, que desde cinco años hace ignoro su existencia, y que, como mi
hermano y algunos amigos, han querido presumir que se encontrase en algún
convento, idea que también he aceptado yo, aconsejado por una esperanza,
que no puedo dejar de tener por divina.
Si la abierta y cristiana bondad de V. S. Illma. me lo permitiera, yo le
rogara, perdónemelo, le ruego, se sirva aplicar sus mejores oficios en el
sentido expresado. Falto de datos de que partir, solo apuntaría localidades de
mi simple presunción, y ellas serían Ginebra, Cómo, Lugano, Milán, Marse­
lla y Montpellier.
Poseído de otros temores, actualmente el Ministro del Perú en Suiza se
ocupa diligentemente de este disgustoso asunto, tanto más disgustoso cuanto
fatal ha asomado en mi otra dolorosa sospecha.
248 FERNÁNDEZ SALDAÑA

Pido mil perdones a V. S. Illma. por esta molestia tan falta de títulos
que la justifiquen, pero espero mucho de su piadosa voluntad, y quiero creer
que la comunión de los hombres cristianos me valga la atención que le pido
para el motivo de su carta.
Beso sus consagradas manos y quedo S. H. y O. S.

Juan Manuel Blanes.

Tarjeta del Arzobispo de Montevideo: al pintor

Roma, 16 de Mayo de 1899.


“Mariano Soler, Arzobispo de Montevideo, vuelto de Jerusalém, saludo
al estimado compatriota Sr. Juan Manuel Blanes, compadeciéndolo en su
aflicción. En cuanto a las recomendaciones que le pide le declara que serían
inútiles, porque su hijo de V. no puede ser admitido en ningún convento, dado
su estado, no libre, de matrimonio. Quizás ha querido ocultarse para siempre
por los disgustos que le causara la persona que debía ser su auxilio”.

(Copias originales de Blanes en el Archivo del autor).


ÍNDICE

Dedicatoria........... _ .......................¡............................ Página 7

Capítulo I

ORÍGENES Y JUVENTUD

Ubicación de la casa natal.—Los padres.—Los hermanos.—Nacimiento


de Juan Manuel Blanes.—Situación económica de la familia.—Las
primeras letras.—Precocidad artística.—El niño empleado en un
almacén.—Primeros dibujos que conocemos.—-Desavenencias en la
familia&La madre pasa con sus hijos al Cerrito.—Blanes tipógra­
fo.—La vocación acentúase.—Un cuadro de historia.—Vuelta a la
Capital.—Progresos del aficionado.-—Primeros retratos.—Capítulo
pasional.—Blanes se ausenta para el Salto........................... Página 9

Capítulo II

BLANES EN LA VILLA DEL SALTO

La vinculación con María Linari.—Por qué füé a la villa litoral.—Su


instalación en Salto.—Bautismo del primer hijo.— Hace varios re­
tratos.—Características de la hora.—Los encargos del cura Olives.—
Sugestiones del amigo Cázeres.—Un cuadro para Urquiza.—Bla­
nes resuelve trasladarse a Entre Ríos.—Concepción del Uruguay.—
Urquiza y su palacio de San José...................................... Página 17

Capítulo III

EN CONCEPCIÓN DEL URUGUAY

Primera etapa entrerriana.—Las batallas del Palacio.—Ocho cuadros


desconocidos hasta ahora.—Proyecto del Ministro Prando.—El Con­
sejo Nacional frustra la iniciativa.—Nueva tentativa.—Intervención
decisiva del Dr. Brum.—Mi viaje de estudio al Palacio de San José.—
Estado de las pinturas.—Su distribución en las galerías.—Los dos
lienzos de Caseros.—Reminiscencias de composición.-—Batalla de
Sauce Grande.—Urquiza daba indicaciones a Blanes.—Laguna Lim-
25° ÍNDICE

pía.—La jornada de Vences.—Batalla de India Muerta.—Coinci­


dencia curiosa.—Insinuación de la tragedia.—Batallas de Don Cris­
tóbal y Pago Largo.—Lo mejor del conjunto.—Juicios.—Realismo
de primitivo.—Vida de Blanes en Concepción.—Nacimiento de su
hijo Nicanor.—Donde vivió el pintor.—Recuerdos de la señora
de Allende.................................................................................... Página 25

Capítulo IV

BLANES EN BUENOS AIRES

Dcsaveniencias con Urquiza.—Retorno a Montevideo.—La ciudad flage­


lada por la peste.—Blanes escapa para Buenos Aires.—Un primer
cuadro de La, Fiebre Amarilla.—Como era la tela.—Opinión de los
diarios porteños.—Un cuadro no visto aun.—Precaria situación del
artista.—Blanes exagera un poco.—Los competidores extranjeros.—
Empeño de los amigos uruguayos ante Urquiza.—Artista ame­
ricano.—El canónigo Ereño.—Blanes llamado por el Capitán Ge­
neral ............................................................................................. Página 35

Capítulo V

EN EL PALACIO DE SAN JOSÉ

El pintor en la casa de Urquiza.—-El oratorio de San José.—Se acuer­


dan los motivos.—Los Dolores de la Virgen.—Blanes y los temas
religiosos.—Una obra secundaria.—Detalles.—El sueño del Patriar­
ca.—Juicio crítico.—Proyecto de instalarse definitivamente en Con­
cepción.—Los retratos hechos en Entre-Ríos.—Urquiza y su fami­
lia.—El indio Cristo.—El Coronel Leguizamón.—Otros óleos.—Ajus­
te de cuentas con el Capitán General.—Blanes vuelve al país para
no regresar a Entre Ríos ....................................................... Página 41

Capítulo VI

LA PENSIÓN EN EUROPA

Pinturas de Blanes en Montevideo.—Preferencias por el retrato.—La


familia de Sayago.—Retrato del Coronel Rincón y sus característi­
cas.—El retrato de José María Delgado.—Atisbo de futuro.—Ges­
tiones para obtener una pensión.—Solicitud a la Cámara de Diputa­
dos.—Insólitas condiciones que fija el artista.—La pensión es vota-
ÍNDICE

da.—Casamiento de Blanes.—Preparativos de viaje.—Partida en un


velero.—La travesía del Atlántico.—Arribo al Havre.—Cuatro días
aprovechados.—Impresión de París.—La ciudad recorrida a pié —
Blanes en el Louvre.—El camino de Italia.—La diligencia.—Los
Alpes.—Llegada a Florencia .............................................. Página 47

Capítulo VII

LOS TRABAJOS DE PENSIONADO

Toma por maestro a Ciseri.—Disposiciones del discípulo.—Programa de


labor intensa;—Excursión a Chiavari.—Progresos en la carrera.—
Buen certificado del profesor.—Primer envío.—Naufragio del Raffe-
lina.—Blanes ante la pérdida de sus dibujos.—El segundo envío.—
San Juan y la Casta Susana.—La vida en Florencia.—Dificultades
pecuniarias.—Pide aumento de pensión.—Despacho favorable en Di­
putados.—Oposición del Senado.—Se vota el aumento asi mismo.—
Mal estado de espíritu.—La revolución de 1863.—Temores de que
triunfe Flores.—Piensa en regresar.—Idea de quedarse en Río Ja­
neiro.—Se decide por Montevideo.—Estudios y cuadros confiados
por los colegas ........................................ Página 57

Capítulo VIII

DE REGRESO. PRIMEROS CUADROS DE HISTORIA

Blanes en su ciudad natal.—Retrato ecuestre del Presidente del Para­


guay.—Los sucesos políticos se precipitan.—El pintor y su pacifis­
mo.—Cruza el río.—Estudio abierto en Buenos Aires.—La toma de
Paysandú.—Litografía de Leandro Gómez.—Blanes marcha a docu­
mentarse sobre el terreno.—La hospitalidad del comandante Mu-
rature.—Un cuadro de historia.—Como es la pintura.—Otros episo­
dios proyectados.—La escuela de dibujo.—Un programa demasiado
estricto .................................................................................. Página 69

Capítulo IX

FLORES ECUESTRE. RETRATO DE LA. MADRE

Cambio^ de gobierno en el Uruguay.—Buena voluntad de los vencedo­


res.—Elogiosos términos de “La Tribuna”.—El pintor regresa a la
República.—Retrata al Gobernador.—Flores y Caraballo.-—Comen-
252 ÍNDICE

tarios.—Es un pintor estático.—El retrato de la madre.—Admira­


ble tela.—Juicio de Malharro.—"Es un Tiziano”.—Otro cuadro de
familia.—Hipótesis , a su alrededor.—Lo hizo sobre apuntes.—Retra­
to del hermano Mauricio .......................................... ........... Página 77

Capítulo X

LA MUERTE DEL GENERAL FLORES

Dos retratos del Coronel León de Palleja.—Rectificando un viejo error.—


El retrato de Besnes e Irigoyen.—Origen de este hermoso trabajo.—
Blanes sentía profundamente al modelo.—El general Flores sujeto del
pintor.—Un retrato oficial y un gran cuadro de historia.—Condi­
ciones de la composición.—La sencillez triunfante.—No ha sido su­
ficientemente apreciado.—Blanes y las ilustraciones de El Chubas­
co.—Un mal caricaturista.-— Acordes opiniones contemporáneas.—
El Presidente y el pintor.—Tolerancia de antaño ......... Página 85

Capítulo XI

RETRATOS DE URQUIZA Y DE OSORIO. ASESINATO DE VARELA

Deseo cumplido.—El general Urquiza en Caseros.—La Cámara Entre-


rriana adquiere el óleo.—Lamentable destino del retrato.—Lo cono­
cemos por la litografía.—Retrato ecuestre del general Osorio.—
Tentativas de venta.—Un curioso paralelismo.—Fallecimiento de la
madre de Blanes.—Tregua en los trabajos.—El asesinato de Flo­
rencio Varela.—Opiniones.—Dificultad para reproducirlo.—Nuevos
cuadros de historia en preparación ................................... Página 91

Capítulo XII

LA FIEBRE AMARILLA

Tema de actualidad palpitante.—Como es el cuadro.—Los protagonistas.—


Una síntesis bien lograda.—Cualidades y reparos—El éxito en Mon­
tevideo.—El gobierno uruguayo compra la tela.—Se expone en el
Teatro Colón de Buenos Aires.—Impresión extraordinaria.—El fac­
tor sentimental.—Juicios de un crítico porteño.—Blanes y Cima-
búe.—Un caso único.—El triunfo consagratorio y la modestia del
pintor ............................................... Página 99
ÍNDICE 253

Capítulo XIII

LA REVISTA DE RANCAGUA

En procura de tema argentino.—El Dr. A. J. Carranza decide a Blanes.—


Aporte de historiadores y amigos.—Un episodio de las invasiones
inglesas.—“El incendio del vapor América”.—Colaboración de
Eduardo De Martino.—La Revista de Rancagua se termina.—San
Martín y su estado Mayor.—La exactitud histórica.—Opiniones del
Dr. Carranza.— Tal vez exagera.—El cuadro en Buenos Aires.—
Alcanza éxito pero no satisface.—El tema.—Es una figura america­
na.—San Martín en la historia argentina.—Desilusión del Maes­
tro ..........................................-............ Página 105

Capítulo XIV

ULTIMOS MOMENTOS DE JOSÉ MIGUEL CARRERA

Blanes dispuesto a pintar un cuadro chileno.—Hallazgo del motivo.—


Rectificación de un detalle.—El libro inspirador.—“Apasionado y
vehemente”.-—Dificultades para documentarse.—Mendoza había desa­
parecido.—Se logran algunos testigos.—Aporte de los coroneles Es­
pejo y Velazco.—Interrogatorios y cuestiones.—El alcaide Corocor-
to.—Exposición en el taller del artista.—Triunfo rotundo.—La admi­
rable figura de Carrera.—Personajes del cuadro.—Detalles.—Parecer
de un crítico chileno.—Preparativos del viaje a Chile.—Blanes se
fractura un pié.—Inacción obligada.—Proyecto de otra tela históri-
■ ca.—La conferencia de Guayaquil.—Duda de última hora. Página 115

Capítulo XV

EL VIAJÉ A CHILE

Labor de camino.—Las marinas magallánicas.—Blanes en Santiago.—


La acogida de Vicuña Mackema.—Viaje a Rancagua.—Apuntes y
correcciones.—Los cuadros en el Teatro Municipal.-—Excelentes jui­
cios unánimes.—Proyecto de una nueva tela chilena.—Excursión al
campo de Maipo.—Testigos y croquis.—Retrato de la familia de
Arrieta.—Blanes en Peñalolen.—Amistades y relaciones en Santia­
go.—Nicanor Plaza y Antonio Smith.—Distinciones oficiales.—Ofer­
tas declinadas.—La exposición de 1875.—Un fallo discutido y pro­
testado ...................................................................................... Página 125
254 ÍNDICE

Capítulo XVI

LOS CUADROS DE GENERO NACIONAL. LOS CUADROS MENORES


LOS RETRATOS

Blanes es el pintor del Río de la Plata.—Artista autóctono.—Los cuadros


de ambiente criollo.—Sus rasgos típicos.—Verdad y melancolía.—
Un reparo arbitrario.—Los gauchos de Blanes.—Son los verdade­
ros.—De donde vienen.—Consideraciones.—Nuevos cuadros de his­
toria.—“La Conspiración de Alzaga”.-—Evolución del estudio.—“El
Cabildo del 25 de Mayo”.—“La Jura de la Constitución, 1830”.—
Magnifico boceto.—El general Rivera y el Mariscal Orduña.—Re­
tratos particulares.—Tienen modalidades distintivas.—El telón del
Teatro Solís .......................................................... .......... Página 137

Capítulo XVII

EL JURAMENTO DE LOS TREINTA Y TRES

Faltaba un gran cuadro uruguayo.—Viaje a La Agraciada.—El escena­


rio.—Documentándose y estudiando.—Tarea de fondo.—El lienzo des­
pejado oficialmente.—Entusiasmo patriótico de la capital.—Desfile
interminable.—Un “cuadro poema”.—Como se representa el episodio
heroico.—Dificultades superadas.—Los personajes.—Blanes y Ori­
be.—Juicios y observaciones.—El realismo de Blanes y de su épo­
ca.—Lo que vendría después.—Donación del lienzo al Estado.—El
Juramento llevado a Buenos Aires.—Nuevos laureles ...... Página 145

Capítulo XVIII

SEGUNDO VIAJE A EUROPA

Deseos de volver a Italia.—La carrera de los hijos.—Intervención del


amigo Masariego.—En viaje.—Escala en Janeiro.—Un cuadro de
Pedro Américo.—Blanes crítico de arte.—Rúen tiempo.—Cuarente­
na en Marsella.—Nuevamente en Florencia.—Recibimiento cordial.—
La familia instalada.—Presupuestos y comparaciones.—Pequeñeces
amargando la vida ................................................................ Página 153
ÍNDICE 255

Capítulo XIX

EN FLORENCIA. CUADROS Y PROYECTOS

Juan Luis pintor.—Nicanor agrimensor.—Cualidades del primero.—Un


plan equivocado.—Los trabajos del año 79.—“La muerte de un
oriental”.—“La Paraguaya”.—Opinión del mismo Blanes.—“El An­
gel de los Charrúas”.—Blanes diputado.—Renuncia su banca.—“La
muerte de Solís”.—Falta de modelos.—Abandono definitivo del bo­
ceto.—Proyectos y vacilaciones.—Resurge un viejo tema.—Inconve­
nientes del momento.—El mal invierno 80-81.—Enfermedad de Bla­
nes.—Nostalgia del país.—Viaje de recreo de los hijos .... Página 159

Capítulo XX

LA BATALLA DE SARANDÍ

La vida en Florencia.—El pintor y las mujeres.—“La Batalla de Saran-


dí”.—Cambio radical en la composición.—Un boceto satisfactorio.—
Escena y personajes.—Trabajo largo y prolijo.—Una visita chilena.—
“Los tres chiripas”.—Nuevamente entermo.-—“Las dos razones”.—
Pensando en el regreso.—Viaje a Venecia.—El pintor encantado y
desencantado.—La Riviera.—Estada en Cimiez.—La casa Lucer-
na-Estrázulas.—De retorno.—Visita de un periodista argentino.—
Blanes en 1883.—“Observador sagaz y culto espíritu” . ... Página 167

Capítulo XXI

LA REVISTA DE 1885

La decoración de la Rotonda del Cementerio Central.—Las pinturas pri­


mitivas de Verazzi.—Curiosos detalles.—El Senado encarga a Blanes
un Artigas.—Vacilaciones del artista.—“Artigas en el puente de la
Ciudadela”.—Los estudios verían de antiguo.—Las cabezas dibuja­
das.—Elección equivocada.—Consideraciones críticas.—Un encargo
de los amigos del Presidente Santos.—El momento era propicio.—“La
Revista de 1885”.—Personajes que figuran en el cuadro.—La esta­
tua simbólica.—Blanes y la escultura.—Pretensiones y proyectos.—
Blanes concluye su cuadro después de ímproba labor.—Exposición
malograda.—La justicia que llega al fin.— Méritos del cuadro.—Un
retrato del General Tajes.—“El embarque del General Lava-
lie”............................................... Página 177
ÍNblCE

Capítulo XXII

EL PRESIDENTE ROCA EN EL CONGRESO ARGENTINO

Un atentado contra el Presidente Argentino.—El ejemplo uruguayo.—Fe­


liz inspiración de Blanes.—Como es el cuadro.—Dificultades de am­
biente.—La figura de Roca.—Los personajes que figuran.—Dos te­
las de gran valor.—Retrato de Doña Carlota Ferreira.—“Demonio,
Mundo y Carne”.—La influencia veneciana.—Trabajo excesivo.—
Blanes necesitado de reposo.—La familia.—Juan Luis en Europa.—
El casamiento de Nicanor.—Fallecimiento de la esposa del Maes­
tro.—Pensamientos de viaje.—Un cuadro para el Ministro Arrieta,
“El Calvario” ....................... Página 187

Capítulo XXIII

TERCER VIAJE A EUROPA

“Voy por que sí”.—Impresiones de Río Janeiro.-—La ciudad antes y


ahora.—Incomodidades del viaje.—La travesía de Francia.—Poj-
tiers.—Evocativa.—Singular impresión.—París.—Genova.—Encuen­
tro con el General Mitre.—Un abrazo cordial.—Viejos amigos.—
Proyectos del futuro.—Reposando en Florencia.—Los pucheros a
la criolla.—Viaje a Rusia.—Lamentable impresión.—“Babilonia”.—
La Roma verdadera y la Rusia de Blanes.—Preparativos para pin­
tar en Florencia.—El boceto de la Revista de Río Negro.—No se
halla estudio.—Dudas sobre el porvenir.—Resuelve la excursión a
Oriente .................................................................................. Página 195

Capítulo XXIV

LA EXCURSIÓN A ORIENTE

Itinerario.—Indecisiones sobre el futuro.—La dificultad de los pasapor­


tes.—Intervención del Ministro Forteza.—Juan Luis incorporado a
los viajeros.—Partida de Venecia.—Triste.—Deliciosa Travesía por
el Adriático.—El cólera en Siria.—Grecia.—Atenas.—Las grandes
Minas.—Constantinopla.—Obligación de modificar la ruta.—Gira
por los: países balkánicos.—El encanto de Viena.—Fin de la gira.—
La Nostalgia del trabajo.—Preocupación por el futuro de los hi­
jos.—De vuelta en Montevideo ......................... Página 201
ÍNDICE 257

Capítulo XXV

LA REVISTA DEL RlO NEGRO

Principio de la inmensa tela.—Un esfuerzo inverosímil.—Comentarios


de Julio Piquet.—Emboscadas del Destino.—Muerte de Juan Luis.—
Desaparición misteriosa de Nicanor__ El artista se sobrepone al
hombre.—Palabras del Dr. A. F. Costa.—Origen del cuadro en tra­
bajo.—Los personajes y el escenario.—Juicios críticos.—La figu­
ra del general Roca.—Observaciones y reparos.—El motivo obliga­
ba.—Un sello postal de 1895.—La vida de Blanes a fin del siglo pa­
sado.—Tres nuevos cuadros.—La última pintura.—“Herodes el
Grande apostrofado por su esposa” . .................. Página 209

Capítulo XXVI

EL ÚLTIMO.IVIAJE. - LA MUERTE EN PISA

La travesía en el "Orione”.—Tristeza del pintor.—Van a vivir a Pisa.—


El viejo rico.— Beatriz Manétti.—La amiga no lo quería.—Aten­
ciones del cónsul Marabotti.—Preocupación por el hermano inváli­
do.—La búsqueda del hijo.—Cooperación del Ministro Garabelli.—
Inútil solicitud al obispo Soler.—Tentativas de volver al trabajo.—
Muerte de Mauricio Blanes.—El pintor enferma de gravedad.—
Fallece el 15 de Abril de 1901.—La primera noticia.—Como la reci­
bió Montevideo.—El pintor estaba muerto en vida.—El ambiente
artístico de la hora.—Se resuelve reimpatriar los restos.—Exhuma­
ción.—El Poder Ejecutivo solicita honorps oficiales.—Oposición en
el Senado.—El presidente Cuestas no insiste.—Fondo de la cues­
tión.—Llegada de los despojos.—Honores italianos.—Contraste apa­
rente.—Cabe distinguir entre la Patria y los poderes públi­
cos .......................................................................................... Página 221
ÍNDICE DE LAS ILUSTRACIONES
Retrato del Sr. Rudecindo Canosa ................... Página 15
Alegoría del pronunciamiento de Urquiza ............................. » 21
Batalla de Pago Largo .............................. » 29
Batalla de Vences .................................. » 29
Autógrafo de Blanes .............................................................. »' 39
Blanes en 1859 ........................................................................ » 49
Blanes y su familia, 1863 »55
La Casta Susana ................................... » 61
Blanes en 1864 »65
Ataque a Paysandú .................................. » 71
Generales Venancio Flores y Caraballo ................. » 79
Mauricio Blanes ..................................... » 83
J. M. Besnes e Irigoyen........................................... » 87
General Justo J. de Urquiza ......................... » 93
Asesinato de Florencio Varela ....................... » 95
Blanes en 1872 ..................................... » 101
Incendio del vapor '‘América” ........................ » 107
Revista de Rancagua ............................................ »109
Los últimos momentos de José Miguel Carrera ......... » 119
Blanes, medallón de Nicanor Plaza......................... » 127
Familia del Ministro J. C. Arrieta .................... » 129
Campo de batalla de Maipo .. ................................................ » 131
Boceto de la Jura de la Constitución, 1830 .. » 141
El Juramento de los Treinta y Tres .................. » 151
Juan Manuel Blanes, el pintor Lotuffo y el profesor
Arechavaleta ................................................................. »163
Los tres chiripas .................................... » ■ 171
La Revista de 1885 .................................... » 183
General Máximo Tajes ........... .............................................. » 185
Retrato de Doña Carlota Ferreira ..................... » 189
Demonio, Mundo yCarne ....................................................... » 191
El Calvario ............................................. ............. » 193
Blanes en el Partenón .................. ................... » 203
Blanes en 1894 ....................................... » 211
El altar de la Patria .................................. » 215
Resurgimiento de la Patria ............................ » 217
Esquela fúnebre de Blanes ............................ » 227

EN COLOR, FUERA DE TEXTO


La Paraguaya.
Retrato de la madre del pintor.
Muerte del General Flores.
La Fiebre Amarilla.
Cruz de Palo.
Retrato de la Sra. C. A. de Carrillo.
DEL AUTOR

Pintores y Escultores Uruguayos. Historia y Críti­


ca de Arte. (Con diez grabados fuera de texto).—
Montevideo. 1916.—Agotado.

Juan Carlos Gómez Sentimental. (Con grabados).


—Montevideo. 1918.—Agotado.

El Dibujante Juan Manuel Besnes e Irigoyen.


(Con grabados).—Montevideo. 1919.—Agotado.

Historia General de la Ciudad y el Departamento


del Salto, (en colaboración con el Dr. César Miran­
da). Obra premiada por el Ateneo del Salto. (Con
grabados ).—Montevideo. 1920.—Agotado.

El Historiador Antonio Deodoro de Pascual.—


Montevideo. 1927.

Iconografía del General Fructuoso Rivera. (Pre­


mio del Ministerio de Instrucción Pública). Publica­
do por la Presidencia de la República. Montevideo.
1928.
DE ESTE LIBRO SE HAN TIRADO:

12 ejemplares en papel «Perfect» crema


numerados del 1 al 12
(fuera de comercio);
200 » en papel arte, con tres
láminas en tricromía y tres
en tinta de doble tono; y
800 » en papel couché con seis
citrocromías.

You might also like