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LA HECHICERA Fernanda Ronzoni Romero s yo fuera una hechicera, jsdlvese quien pueda! Aprenderia los trucos de una y mil maneras. Viajaria en una escoba o en alfombra voladora, por los cielos de mi barrio has- ta llegar a mi alcoba. Tendria un gatito negro de mirada misteriosa. Prepararia mis pociones con Pétalos de rosas. Con un toque de varita, haria muchas Picardias, El sol saldria de noche y la luna, de dia, Si yo fuese una hechicera haria lo que quisiera: comeria dulces todo el dia y fal- taria a la escuela. ‘Ordenaria mi cuarto con un chasquido de dedos. jMiren, alli va la ropa, dobladi- ta hacia el roperal uentero Me convertiria en princesa, valiente y aventurera. Jamas besaria a un sapo, aunque muy apuesto fuera, Tendria cientos de juguetes, vestides y cosas bellas. Subiria hasta el espacio de la mano de una estrella Si yo fuera una hechicera, en un abrir y cerrar de ojos, jugaria con los colores y los cambiaria a mi antojo. Los conejos, turquesas; los arboles, amarillos; rojas, las nubes, y celestes, los grillos. jQué divertido seria jugar a las escondi- das! Podria hacerme invisible y nadie me encontraria. Entre hechizos y conjuros, magia y en- cantamientos, me gustaria vivir en el pais de los cuentos. jQUE DESORDEN! Fernanda Ronzoni | hada Maravilla perdié sus zapatillas. Hoy tiene su primera clase de danza y sin sus zapatillas de punta no podra bai- lar. En la Aldea Encantada todos saben que Maravilla es muy desordenada. Su casita del hongo esta siempre patas para arriba. —{Dénde estaran mis zapatillas? —se pregunta el hada, mientras busca deses- peradamente debajo de su cama, entre las almohadones jy hasta en la bafiera! Una vez, perdié su gorro floreado y jzsa~ ben dénde lo encontré?! [Dentro de la heladera! Otra vez, la mermelada de zar- zamoras aparecié en uno de los cajones de su armario, :pueden creerlo? Su amigo, el duende Cascabel, siempre. la ayuda a ordenar. Cuando todo queda impecable, el hada Promete que empezara a guardar cada cosa en su lugar. Pero nuevamente falta a su promesa. RomeroCuentero —jEsta vez tendras que arreglartelas ta solal Debes ser mas responsable —re- zonga el duende. El hada, ofendida, corre a la casa de Iris, la mariposa. Luego visita a Benito, el caracol, y por tltimo a Chicha, la cigarra, pero ninguno quiere ayudarla. Asi que Maravilla pierde su clase de baile. Furiosa, el hada entra como un torbelli- no a su casa. Respira hondo, muy hondo, y sé dispone a ordenar aquel desastre. —jUfl ;Cuanto trabajo! —resopla Maravi- lla, que comienza por la mafiana, al salir el sol, y termina por la noche, cuando asoma laluna. Ya exhausta, se acuesta a descansar. Al dia siguiente, cuando despierta, su casa luce grande y hermosa. Entonces grita: —jPor fin! jAhi estaban! ‘Todos sus amigos se acercan para ver lo que sucede. ;Y adivinen qué? Las zapati- las de baile de Maravilla estan justo don- de deben estar, dentro de su armario. LA MAGIA DE LAS PLANTAS Laura Junowicz ara Pedro, ir a visitar a sus abuelos al Pavnpo era el mejor plan del verano. Le encantaba andar a caballo, ordefiar a las vacas; todo lo que en la ciudad no po- dia hacer. Pero ese verano, su abuela tenia pensado algo nueva para él. Algo especial. —Ahora que estas mas grande, jpodrias ocuparte de la huerta! —le propuso entu- siasmada. Aunque a Pedro no le entusias- mé tanto como a ella, —En la huerta nunca pasa nada, abue, es lo. mas aburrido del planeta... —i,Cémo que no pasa nada? En la huerta pasan cosas bastante magicas —le respon- did, y de un cajoncito sacé unas semillas—. Estas semillas se volverén planta, y de la planta saldran frutos, que son los alimen- tos que después comemos en casa. Eso es algo bastante magico, gno? Pedrose acordé de un cuento que le leia su mama, de un nene que plantaba una semilla y-después llegaba al cielo y habia un gigante. "Eso sf es magia —pensé—. Pero solo pasa en los cuentos”. Finalmente, le hizo caso a su abuela y fue con ella a la huerta. Pedro regé las hortalizas, corté los yuyos y planté las semillas. Y ahora? —Ahora, paciencia —dijo la abuela, y se fue a dormir la siesta. “Esto es lo més aburrido del planeta”, volvié a pensar Pedro. Se senté en el suelo y se quedé mirande el montoncito de tierra donde habia dejado las semillas. Mientras imaginaba cuanto mejor seria estar andando a caballo por el campo, lo que acababa de plantar empez6 a germi- nar. En unos segundos, tuvo tallo, hojas y tomates redondos y jugosos colgando. "ZY si ahora baja un gigante del cielo?”, pensd. Pedro corrié a la casa a buscar mas semi. las, Velvié rapide a la huerta, hizo el poci- to, dejé las semillas, tapo, regé y se sent. No pasaba nada. Los tomates seguian ahi, pero de las semillas nuevas, ni noticias. Desilusionado, Pedro se imaginé: jugan- do con las vacas 0 los chanchos. Entonces sucedié otra vez: una planta de maiz crecié de golpe frente a sus narices. Esa tarde, Pedro fue y volvié de la huerta a la casa y de la casa a la huerta plantando semillas sin parar. Las plantas no llegaron al cielo ni trajeron gigantes, pero todo lo que Pedro dejaba en la tierra, crecia. La huerta terminé tan repleta que ya nada tenia lugar ni para respirar. Debia arreglar ese lio antes de que su abuela lo viera. Bus- ¢6 canastos y carretillas y recogid todo lo que pudo. Corté, podé y junté. Terminé molido de tanto trabajo. —=iY todo esto, Pedrito? —dijo la abuela cuando vio los montones de cosecha, y Pedro le respondié: —Es como dijiste, abue. En la huerta pasan cosas bastante ma- gicas. HIPO DE DRAGON Femanda Ronzoni RomeroCuentero p“. ‘el dragén, era muy glotén. Siem- pre tenia hambre. Nunca quedaba sa- tisfecho, —Mmm, jdeliciosas frambuesas para mi pancita! —se relamia Puf. Pero no comia diez o veinte... jse comia la planta entera! Una vez, mama dragona prepard pan- queques para su té con amigas. Fue hasta la alacena por un poco de miel y, cuando regreso, jla bandeja estaba vacia! —jPuuuuuf! —grité mama dragona enojadisima. Sin embargo, a Puf no parecia impor- tarle. Comia todo lo que encontraba en su camino: frutas, dulces, pasteles. iY nunca queria convidar! Su panza crecia mas y mas. Se sentia muy pesado. Ya casi no podia volar, ni jugar al rocafutbol con los demas dragones. ¥ como si esto fuera poco, sucedié algo mucho peor... A Puf le dio hipo. jzSe imaginan lo que sucede cuando un dragén tiene hipo?! —Hip, hip, hip —sonaba el hipo de Puf. Y después de cada “hip”, juna enorme llamarada salia de su becota! Era incon- trolable, Nadie queria acercarsele por te- mor a quedar rostizado. Mama dragona intenté quitarle el hipo con un susto, pero no funciond. Papa dra- gén probé con cosquillas y, cuando esta- ban a punto de festejar... Hip, hip, hip —el dragoncito incen- dié su sillén preferido. Puf se marché solo y triste, hasta llegar a uno de los volcanes que rodeaba la al- dea. Sentado sobre la cima, entre hipos, lagrimas y chispas, se puso a pensar. —Daria lo que fuera por quitarme este hipo de encima —murmuré el dragon. Entonces el voledn comenzé a tronar. —Soy el Voledn de los Deseos —dijo una voz desde lo mds profundo de la tie- tra—. Si prometes controlar tu apetito, te libraré del molesto hipo. Puf lanzé una piedrita al volcdn para sellar su promesa y, por fin, su hipo des- aparecié. Desde ese dia, Puf dejé de ser un dragén glotén. Empezo a convidar y volvié @ ser un dragon goleador. UN OGRO DE VACACIONES Laura Junowicz RomeroCuentero uando los ogros estan de vacaciones ¢ no tienen que asustar a nadie, se le- vantan temprano, hacen las valijas y sa- len de viaje. Si van a la montafia, suben a los saltos y se tiran rodando desde la cima has- ta abajo. Después se bajian en el lago y salen relucientes y perfumados. A ellos no les gusta estar empantanados, llenos de barro y moscas revoloteando, pero es el traje que les toca usar para hacer su trabajo. Por eso, en vacaciones, también disfrutan de lucir camisas, jeans, mofios, vestidos floreados y zapatillas, Otras veces los ogros eligen ir a la playa y construir cuevas de arena con baldecitos y palas. Les gusta meterse al mar y barrenar, Pero siempre llevan flotadores, porque los ogros no son buenos nadadores. También disfrutan de tomar sol para cambiar de co- lor. Es que la piel verde con escamas no combina mucho con la malla. Cuando no trabajan, los ogros aprove- chan para cambiar su dieta: sandwiches, fideos, helados; estan cansados de los gusanos y escarabajos que comen todo el afio. Siestan en la ciudad, van a un res- taurante y se sientan en una mesa, pero en cuanto entran, todos huyen despavo- ridos, no saben que son ogros de vaca- ciones y que les gustaria hacerse amigos. Ala vuelta de su viaje, un agro siempre trae regalos: de la montafia, una cabra; de la playa, palmera, y de la ciudad, un farol y una camiseta. En el pantano, lo recibe su mamé con un gruiido de feli- cidad. Lo espera con el fango listo par que vuelva bien sucio a trabajar. EL GATO ESTUDIOSO Marco Manazzone. G uille queria tener un gatito, y les pidié a los padres que le compraran uno. Era un hermoso, con rayas anaranjadas. Lo lla- ito", porque al principio le decia "gati- to”. Y lo hacia dormir junto a su cama, en una canasta de mimbre con un almohadén. Pero claro, a las mascotas hay que cuidar- las. Un dia, Tito se lastimé una pata saltan- do por la casa. El veterinario le puso una venda y dijo: —Hay que cambiarle la venda tres veces por dia. Y evitar que ande saltando por ahi hasta que se cure. Guille era muy cuidadoso con el animal, asi que los primeros dias no hubo proble- mas. Pero antes de las vacaciones de invier- no, a Guille le anunciaron un examen en la escuela. ;¥ justo era la materia que mas le costaba: historia! Normalmente, Guille iba a la casa de al- gun compajiero a estudiar, pero ahora tenia que quedarse con Tito. Asi que se puso a leer el manual de Historia en su cuarto. Ya medida que iba pasando las paginas se an- gustiaba cada vez més con todas las fechas que habia memerizar. #RomeroCuentero Tito lo miraba desde su canasta y se lamia el pelaje, sin tocarse la patita lastimada. —Eso no puede ser tan dificil —dijo el gato, de pronto. Guille se quedé paralizado por la sorpresa y mird a su mascota. —Un chico inteligente no puede tener problemas con ese examen —continus Tito. Guille se agaché y lo acaricié (le gustaba mucho acariciar el lomo anaranjado del ani- mal). —Pero... Los gatos no hablan! —excla- mo. —Yo si. Y mas atin: sé mucho de Historia. El manual de Historia esta desde hace varios dias sobre tu escritario, y lo estuve leyendo. Guille se rio, muy contento, jSu gato sabia leer y hablar! —Y sé que te quedaste en casa por mi culpa, asi que voy a ayudarte. ,Por qué no anipezs mos por repasar las fechas principa- les? Tito se subié despacio al escritorio, cul- dando no golpearse la pata vendada, y se senté junto al manual, Entusiasmado, Guille puso manos a la obra. Nunca le habia resul- tado tan facil y entretenido estudiar, Esa tarde se pasé volando, mientras él lela y el gato lo iba ayudando a comprender y resumir. Y en la noche, como agradecimien- to, Guille lo dejé dormir sobre la cama (por que a Tito le gustaba mas que dormir en su canasta). Al dia siguiente, a Guille le fue muy bien en la prueba de Historia, Y desde entonces, a veces estudia con sus compaferos, y a ve- ces estudia en casa, con el gato. Solo tiene que prestarle el libro antes, para que lo lea. LOS TRES DESEOS Laura Junowic2, —E: el sétano de su casa, Zaira encontrd una vieja lSmpara, de esas que se utiliza- ban mucho tiempo atrés para iluminar. Como estaba sucia, la froté para limpiarla, sin ima- ginar que pasaria lo que pasé: de la lampara salié un espeso humo de colores, luego, un genio de turbante, barba y bigotes. —jTe cumpliré tres deseos! —anuncié el genio, y Zaira le pidié lo primero que se le ocurrid: —jQuiero ser rica! —dijo, entusiasmada. —jDeseo concedido! —sentencié el ge- nio con los brazos cruzados, y la habitacién se volvié a llenar de humo de colores, ‘Cuando la nube se esfums, Zaira miré al- rededor pero no encontré ni oro, ni joyas, ni ninguna riqueza. Sin embargo, se sen- tia un poco extrafia, Se miré al espej cuerpo ya no era de carne y hueso, jsi de comida!: las brazos, de chocolate; las piemas, de queso; el pelo, de fideos. —jQué me has hecho? —le pregunté desesperada al genio, que se agarraba la panza y reia a carcajadas. —Solo cumpli tu deseo. Eres tan rica jque cualquiera querria comerte! —le respondid. el genio entre risas—. Ahora, te quedan dos deseos, muchacha. Zaira volvid a mirarse al espejo. Se veia tan horrible, tan transformada, que solo se le ocurria una cosa, Entonces, pidio: —Quiero ser la mas bella del reino. Deseo concedido! —volvié a senten- ciar el genio con los brazos cruzades. Cuando el humo de colores se disolvid, Zaira se mird répido al espejo: jseguia exactamente igual!, con el cuerpo hecho de alimentos, El genio se refa a mas no poder. —jDije que queria ser la mas bella, no la #RomeroCuentero més fea! —reclamé Zaira. —Muchacha, en un reino de sapos, crée- me, eres la mas bella. Zaira miré por la ventana y comprobé lo que decia el genio: afuera ya no habia per- ‘sonas, jtodos eran sapos! —Ahora solo te queda un deseo —dijo el genio con tone burlén. —Pensé que los genios eran buenos, pero estaba equivocada: eres muy malva- do —dijo Zaira, y al genio le cambié la cara. —No soy malvado... —respondié con ‘tone tristén—. Llevo muchos afos espe- rando que alguien encuentre la lampara, ¥ alli adentro estoy tan sole y aburrido... —Entonces ya tengo mi tercer deseo: jdeseo que ya no seas el genio de la lam- para! —exclamé la muchacha, y el humo de colores no solo inundé la habitacion, ‘también el reino entero. Cuando se eva- pord, Zaira era otra vez de came y hueso. Afuera, ya no habia sapos, sino humanos. Yal lado de la muchacha, parado, un sefior de turbante y bigotes. El genio se habia convertido en hombre y, con él, su magia se habia disuelto. Asi co- nocié la amistad, sin engafios ni trampas. ¥ tuvo verdaderos amigos, come Zaira. CAPERUCITA ROJA Aidé Andreone H bia una vez una nifia llamada Caperu- ita Roja. Su mamé le encargé que le llevara unos pasteles a su abuela, que es- taba enferma. Como debia cruzar el bos- que, su madre le dijo: —No te distraigas ni hables con extrajios. Pero Caperucita vio unas flores tan lin- das junto al camino que se detuvo a armar un ramo para su abuela. Entonces apare- cid el lobo que, con astutas preguntas, averigué adénde iba. De inmediato, este corrid ala casa de la abuelita por un atajo. —jAbre la puerta, abuelita! Soy Cape- rucita Roja y te traje unos pasteles— min- tid el lobo. —Pasa, querida, la puerta esta sin llave. Veloz como un rayo, el feroz animal en- cerro a la anciana en el armario. El lobo se disfrazo con el camisén de la abuela y se metié en la cama a esperar a la nifia. Enseguida, llamaron a la puerta: —Abreme, abuelita! Soy Caperucita Roje y te traje unos pasteles y unas flores. El lobo respondié con voz femenina: —Pasa, querida, la puerta esta sin llave. Caperucita, al verlo, se sorprendié. —Abuelita, jqué ojos tan grandes tienes! Y el lobo contest —Para mirarte mejor. Siguié Caperucita: —Abuelita, jqué orejas tan grandes! —Para oirte mejor —contesté el animal. Por fin, Caperucita, extrafiada, exclamé: —Abuelita, jqué dientes tan grandes tienes! —jjjPara comerte mejor!!! le grito el lobo y se abalanzo sobre ella. Caperucita coria y gritaba pidiendo ayuda. El guardabosque, que estaba cer- ca, la escuché y acudid a la cabafia. Con su escopeta, disparé unos tiros. El lobo huyé despavorido, pero la nifia estaba preocupada por su abuela. De pronto, escuchd que la llamaba: —jAbreme, Caperucita! Soy la abuela y estoy en el armario. La abuela y la nieta se abrazaron y feste- jaron junto al quardabosque. jLos pasteles estaban deliciosos! Desde entonces, Caperucita escucho muy atenta los consejos de su mama y nunca mas se distrajo en el bosque. RomeroCuentero EL FANTASMA DEL HOTEL Marce Manazzone E Thotel era enorme y estaba ubicado cer- ca de una hermosa playa. Pero cada vez se alojaba menos gente en él, porque de- cian que de noche habia un fantasma. Asi que para tranquilizar a los clientes, el duefio contraté a un guardia nocturno, que se ins- talé a vivir en el edificio con su hijita. —A veces, hasta yo mismo escucho rui- dos en las habitaciones vacias —le conté el duefio al guardia, mientras lo llevaba a ha- cer una recorrida por todo el lugar—. Yo no creo en los fantasmas, pero ya no sé qué pensar... El que si creia en los fantasmas era el guar- dia, que pronto comenzé a hacer las rondas nocturnas. A veces lo acompafiaba su hija, que estaba maravillada con todas las habi- taciones, pasillos y salas que tenia el hotel. —Si ves un fantasma, no te asustes le decia el padre, que estaba convencido de que los fantasmas eran buenos. ¥ la nena se alegraba con la advertencia, porque nada la entusiasmaba tanto como ver un fantasma. Habia leido muchisimas historias de fantasmas, pero nunca habia conecido a uno personalmente. Una noche, mientras recorian un pasillo del piso mas alto, padre e hija oyeron ruidos raros en una habitacién. El padre se detu- vo y con un gesto indicé que se quedaran quietos. —En esta habitacién se supone que no hay nadie le dijo a la nifia, en voz baja. De golpe, alumbrando con la linterna, el guardia abrié la puerta y... jahi estaba el fantasma, saltando en la cama! La nena en- tr6 detrés de su padre y lo vio: era un fan- tasma muy pequefito, mas o menos de su tamafio. El fantasma se avergonz6 de que lo des- L) #RomeroCuentero cubrieran (porque lo normal es que los fantasmas asusten a la gente, no que sean sorprendidos por ella). Y casi que se puso 2 llorar. —Yo no quiero asustar a nadie —les confesé, mientras alisaba las mantas de la cama—. Pasa que me aburro: estoy solo en este hotel gigantesco, y no tengo nadie con quien jugar. Padre ¢ hija se apiadaron del pobre fan- tasma solitario, que parecia muy bueno. La nifia se acercé y le convidé un caramelo. —Yo tampoco tengo amigos en este lu- gar. Podriamos jugar juntos —le dijo, mien- tras el otro tomaba el caramelo. Al fantasma se le iluminaron los ojos del en- tusiasmo. El guardia consideré la situacién. —Les propongo algo —dijo finalmente—- Mientras yo hago la primera ronda de cada noche, ustedes pueden jugar en las habita- ciones desocupadas. El fantasma y la nifia se miraron y saltaron de alegria. Desde entonces, el fantasma y la hija del guardia juegan todas las noches en cistin- tas habitaciones de ese enorme hotel. ¥ el duefio y sus huéspedes duermen trang los, pensando que los fantasmas se fueron para siempre. Claramente, se equivocan- EL SALTO DEL ELEFANTE Uza Porcelli Piussi E! tigre, la jirafa, el elefante y el mono caminaban en fila buscando un rio, —Si no me revuelco en barro, me pican los mosquitos —contaba el elefante. ——Me muero de sed... —decia la jirafa. —¢Se callan? —se quejaba el tigre. Asi anduvieron un buen rato. Hasta que la jirafa se pardé de golpe. —jAgua a la vistal —grité. Los cuatro apuraron el paso, pero esta vez fue el tigre el que de golpe paré: la tierra delante de él estaba quebrada. De un lado a otro, una profunda grieta la re- corria. El tigre miré el precipicio que se abria debajo, pego un salto y como una fle- cha, cayé del otro lado. La jirafa tomé envidn y salté hasta el otro lado. Luego, estird su cuello, lo transformé en un puente y el mono cruzé a pie. El elefante enseguida intenté seguirlo.... a — {Quieres aplastarme? —pregunté la jirafa. —Salta asi sequimos —le dijo el tigre. —Mejor yo me quedo de este lado, va- yan ustedes —exclamé el elefante. —jPero de qué estds hablando? —le dijo la jirafa—. Si fuiste el primero en de- cir que necesitébamos agua. jVamos, salta! Entonces el elefante se dejé caer al piso, Se tapé la cara con la trompa y grito: —iLos elefantes no saltan! La jirafa, el leén y el mono se miraron. —Si, es verdad —dijo el mono—. Me ha- bia olvidado: los elefantes nosaben saltar... —i.Qué hacemos? —pregunté el tigre. Dos drboles crecian en el borde de la grieta, el mono los miré y se le ocurrid Una idea: llamar a las arafias. Al ratito, un ejército de arafias dimini tas formaba fila al lado de los drboles. El mono hizo algunas sefias y las ara- fias se pusieron a tejer. A los minutos, una gran tela unia los dos arboles. —Ahora si vas a saltar—le dijo el mono. El elefante apoyd su cola en la tela de arafia y caminé para atras todo lo que pudo. Cerré los ojosy... solo le faltaba le- vantar sus cuatro patas al mismo tiempo. El mono les hizo un guifie a las arahas. Ellas le pincharen las cuatro patas al ele- fante que vold por los aires. El tigre, la jirafa y el mono salieron co- triendo preocupadisimos. Pero el elefante volé con tan buena pun- teria que cayé justo en el rio que busca- ban. Los elefantes no sabran saltar, pero nadar, nadan como una ballena. Y asi lo encontraron: haciendo la plancha y tiran- do agua por la trompa. RomeroCuentero EL ARBOL DE LIBROS Marco Manazzone osé tiene un arbol especial en el fondo. de la casa. Los drboles comunes tienen hojas, que salen de las ramas. Pero el ar bol de José tiene hojas... jde libros! Si, de las ramas brotan libros, y no hojas verdes y gruesas, como en un olmo, u hojas finitas, como en un pino. Es un drbol que en vez de dar flores o frutos, da libros, aunque pa- rezca raro. Por eso, muchos chicos del barrio lo visi- tan. José los deja pasary ellos, con una es- calerita, descuelgan un libro y se lo llevan para leer en la casa. José les pone una tini- ca condicién: que se lleven y lean el libro que les toca, sin quejas ni devoluciones. Porque tados los libros son dlivertidos si se los lee con ganas. Lo que nadie en el barrio sabe es cémo logré José tener ese arbol. Es un secreto. Resulta que, hace afios, José estaba leyendo en el fondo de su casa, en una reposera, y se habia llevado dos libros. De pronto se nublé y empez6 a llover, por lo que él salié corriendo con el libro que estaba leyendo... jy se olvidé el otro en el pasto! Ese dia llovid muchi- simo, y siguid lloviendo al dia siguiente, y al otro dia. Cuando al fin paré de lover, José fue a rescatar el pobre libro que habia dejado a la intemperie, pero no lo encon- 6: solo vio un agujero en el suelo, como si el libro se hubiera hundido. José se sintié ‘uy mal por haberse olvidado el libro en medio del aguacero, y se prometié no ha- cer nunca mas una cosa asi. Lo cierto es que tiempo después, alli mis- me, en ese agujero, germind un brote ver de. Asombrado, José lo empezé a regar todos los dias, a ver qué planta era. ¥ final- mente, era el drbol... que en vez de hojas, flores o frutos, tiene libros! ‘Ahora, cada vez que esté por largarse allover, José va corriendo al fondo de su casa y arranca del érbol los libros que cuel- gan, para que no se mojen. Y se los daa los primers que lo vienen a visitar al dia siguiente. Y a los que llegan més tarde, los deja pasar y les da la escalera para que se agarren uno, porque seguro que del érbol ya brotaron libros nuevos. #RomeroCuentero UN GOL AL CIELO Laura Junowie2 ra lahora de la siesta: el mejor momen- co", pensé Pablo. Tenian que inventer algo to para salir a jugar. El barrio duerme rapido, debian arreglarlo antes de que sus y la calle es un estadio con las tribunas re- pletas alentando con papelitos de colores y cantitos de olé, olé. Manuel y Pablo, que eran vecinos, y sobre todo amigos, corrian de esquina a esquina. Pase va, pase viene y igocooll, y el estadio temblaba de emocién. Todos los dias metian golazos en la ve- reda de su casa. Pero hubo uno que fue inolvidable, insuperable: cuando Pablo le hizo un gol al mismisimo cielo. Pase va, pase viene, Pablo sacé la lengua para el costado y pated para hacer el me- jor gol de su vida. Pated como nunca. Con un estilo, con una pasién, con una poten- que la pelota salio disparada para el cielo, y siguié subiendo, y siguid, y siguid, y cuando parecia que se iba a perder en el espacio... jjjcrashi!!, unmontén de pedaci- tos de cielo cayeron en la vereda. Los dos miraron para arriba. Aunque pa- tecla mentira, en el cielo, justo justo encima de la casa de Pablo, habia un agujero. Se quedaron mudos. Sabian que hablan meti- do la pata, hasta el fondo, mucho mas que a vez que le rompieron un vidrio a la vecina. "Al cielo no se llega con una escalerita”, pensé Manuel. “No se puede comprar un cielo de repuesto para tapar ese hue- padres se levantaran de le siesta. Entonces a Manuel se le ocurrié ir a bus- car a su tio Antonio, que era piloto y tenia una avioneta, y a Pablo se le ocurrio tapar el agujero con algodén, que era lo que su mama usaba cuando él se lastimaba. Que- daria como una nube mis, estancada justo justo arriba de su case. Volaron hasta el hueco en la avioneta, y entre Manuel y Pablo lo taparon. El plan fue un éxito, aunque tuvieron que usar mu- chos paquetes de algodén, como cien. Los dos sabian que ese habia sido el gol més increible de la historia, pero tuvieron que prometerse que nunca se lo contarian anadie. El tio Antonio también. Asi que ya saben, si descubren una nube muy muy quieta, tanto que no se va ni en los dias de sol, estaran viendo un secreto: un poco de algedén tapando un hueco de gol en el cielo. Pero no se lo digan a nadie. #RomeroCuentero EL ESPEJO ABURRIDO ‘Laura Junowicz E: una casa de un reino no tan lejano, ocurrié que una mafiana, cuando la se- fiora fue al bafio a lavarse la cara, se miré al espejo y se vio con un sombrero. Como no recordaba haberse dormide con un som- brero puesto, se tac la cabeza. Y aunque el reflejo decia lo contrario, no tocé nada més que un peinado despeinado. Llamé a su esposo, y cuando él se mir6, se encontré con una nariz roja de payaso. La sefiora se rio tanto que le empezé a do- ler la panza. Sin embargo, al mirarlo a él directamente a la cara, no veia nada extra- fio (adem de la misma nariz de siempre, finita y respingada). Descolgaron el espejo y observaron por detrés, pero no habia nadie haciéndoles una broma. Limpiaron un poco el vidrio y se volvieron a mirar: de pronto, los dos tenfan bigote y en el medio de la frente, un lunar. Como ya ninguno sabia qué mds hacer, decidieron buscar a un especialista en es- Pejos. Al llegar, el sefior Giovanni descalgé el espejo y lo revisé por los cuatro costados. Le tomé las medidas, el pulso y le hizo pruebas de reflejo. Cuando termind, diag- nostic6: —Lo que tiene este espejo es un terrible aburrimiento. —iY céme lo curamos, sefior Giovanni’ —preguntaron la sefiora y su esposo a coro. —jEs ldgico! jLo tienen que divertir! —res- pondié, como si fuera obvio. A partir de ese dia, si querian verse en el espejo del bafio sin ser burlados, debfan hacer una morisqueta o contar un chiste agraciado. Cuando recibian visitas, al lado del es- pejo, la sefiora colgaba un cartelito: “Por favor, ayidenos a mantener al espejo con- tento: ponga cara de chancho”. #RomeroCuentero CUANDO LOS DRAGONES SE ENAMORAN ‘Laura Junowic2 ~@ ° e #RomeroCuentero omo muches dragones de cuentos, Flavio era un villano; capturaba prince- sas, desafiaba caballeros y asediaba aldeas y reinos. A veces hacia maldades mas pe- quefias: pisar hormigas, arrancar las flores de los caminos, lamer el relleno de las ga- lletitas y devolverlas al frasco. Un dia muy soleado, de esos que a Flavio lo ponian mas malvado, caminaba por ahi planeando alguna fechoria. De repente vio que a lo lejos se levantaba una llamarada que llegaba hasta el cielo. “Esa no es una llama cualquiera —se dijo—, jes fuego de dragén!", Flavio se enfurecié, porque pensé que ‘otro dragén habia venido a quitarle su puesto come villano del reino. Pero luego, entre el humo negro de las llamas, se as0- Maron unas pestajias larquisimas, y debajo aparecieron los ojos pequefios y furiosos de una hermosa dragona. En ese momen- to, a Flavio se le encendié el pecho (pero No con fuego}, Nunca antes habia visto a una dragona. Flavio se acercé a los saltitos, como hacen los dragones cuando se enamoran, y cuan- do estuvo frente a ella, lanz6 una llama al aire en forma de flor. Asi llamé la atencién de Ia dragona, que venia persiguiendo a ‘un grupo de duendes por el bosque. Al ver a Flavio, ella solté a los duendes y se puso colorada, porque tampoco habia conocido nunca a un dragon. Luego, se presente: —Mi nombre es Bernarda. Y yo soy Fla-fla-flavwv-vio... Flavio apenas pudo decir su nombre. jPa- recia un dragon tartamudo! Los duendes acechados por Bemarda ob- servaban con la boca abierta el espectéculo: losdragones se miraban como hipnotizades. Los duendes festejaban en ronda cantan- do: —jDragones enamorados, se acabaron los villanos! ;Dragones enamorados, esta- mos salvades! Sin embargo, los dragones, aun enamo- rados, no dejan de ser malvados. Después de un rato de suspiros melosos, Flavio y Bernarda escucharon la cancién de los duendes y, ya sin mirarse, lanzaron sus fue- gos malévolos al mismo tiempo. Los duen- des echaron a correr otra vez, mientras los enamorados los perseguian tomados de las manos. Flavio y Bernarda compartieron sus fe- chorias desde entonces y para siempre. Asi, los dragones vivieron malvadamente felices, y comieron duendes y perdices. EL HADA MELINDA Femanda Ronzoni Pia le encantan los animales. Su ami- ga se llama Iris, y es una tortuga muy especial: su caparazén es multicolor y los dias de sol refleja un hermoso arcoiris. Una tarde, Pia llamé a su tortuga para ofrecerle algunas sabrosas verduras. Pero Iris no aparecia. —gDénde estard Iris? le pregunto a Si- mn, el sapo que vive en un agujero en el jardin. —iCroad Hoy no la he visto —respon- did Simén. Pia vio a la paloma Pilar posada sobre una rama. —éla ves a Iris en algun lado? —pre- gunté Pia. —iNo! Quizds Olivia, la oruga, sepa donde buscarla —sugirié la paloma. Olivia descansaba entre las hojas de un arbusto. Cuando vio a Pia le pregunté por qué estaba tan triste. —Porque extrafio a mi tortuga —expli- cé Pia—, Hace dias que no pasea por el jardin. De pronto se levanté una brisa fresca y se arremolinaron algunos pétalos de co- lores, Las flores del jazmin, que son como estrellitas blancas, se prendieron en el ca- bello de Pia, Después de peinarse, abrié los ojos, y entonces la vio: jera una criatu- rade lo més extrafia! Parecia ser una nena de su edad, jpero era diminuta! Tenia el tamafio de una mariposa, volaba con unas alitas transparentes y estaba vestida con hojas y pétalos de rosa. —Me llamo Melinda, soy el hada de las cosas perdidas —dijo, Y enseguida solté una risa tan contagiosa que Pia no pudo evitar reirse con ella. El hada Melinda le dijo a Pia que, con paciencia, encontrarian a Iris. Luego, agité su varita y de inmediato cientos de mariposas exploradoras acu- dieron en su ayuda. —jAdivina, adivinador, dénde estara la tortuga multicolor? Con esas palabras magicas, se levantd un resplandor de colores. Pia y Melinda siguieron el haz de luz, hasta que llegaron a una montaria de hojas secas. jLa luz ve- nia del caparaz6n de Iris! Estaba durmiendo muy tranquila, porque habia comenzado a hibemar, El hada Melinda le explicd a Pia que du- rante el invierno muchos animales duer- men para recuperar fuerzas. Desde ese dia, Pia espera ansiosa la llegada de la pri- mavera, para volver a jugar con su amiga. RomeroCuentero MAS RAPLDO QUE EL VIENTO Laura Junowic2 6, 2 @ @ee a *6 eo @o” RomeroCuentero Ds: lo alto de un Arbol, un gato mi- raba como el viento se llevaba las ho- jas amarillas caidas en el pasto. Las hojas parecian evaporarse en el aire: el viento corria a toda velocidad. —Existira algiin animal tan veloz como el viento...? —pens6 el gato en voz alta, Enseguida, alguien respondié: —Per supuesto: jyo! —dijo un mono muy convencido desde el arbol de al lado. El gato se rio burlén, y lo desafia: —Te juego una carrera hasta el ultime ar bol del camino, a ver quién llega primero. —Sefiores, no pierdan su tiempo, yo soy més veloz que el viento —aseguré de Pronto una voz ronca desde el suelo: un sapo redondo, inmenso, como un globo a punto de estallar. Inmediatamente, se oyd: —WNo canten victoria, amigos, yo fui tres ‘veces campeona, ni el viento me puede ven- cer —fanfarroneé una hormiga que pasaba por ahi recolectando migas y hojitas. —jCuénto palabrerio! —intervino una le- chuza en fa discusién—. Que camience la carrera, yo seré el juez —propuso y volé has- ta la meta. Al canto de "jlistos, preparados, yal", los corredores salieron disparados. Pero la carrera fue un mamarracho. De inmediato, el mono quedé descalificado, porque en lugar de correr, fue pasando de arbol en arbal. El sapo, por otra parte, era muy perseverante. Corria a toda ma- quina, saltito. a salto, pero al rato se que- do sin aire, come un globo desinflado. La hormiga iba ganando la carrera hasta que en el camino se encontré una cereza. “jEl hormiguero estd primero!”, pensé y llamo asus hermanas, para que la ayudaran a le- vantarla. El gato también se distrajo. Al- guien lo salpicé con barro y, muy coqueto, como tado gato auténtico, no pudo seguir corriendo: se queds a un costado, bafian- dose a lengiietazos. Mientras tanto, el viento sequia corriendo, y la lechuza, en el drbol al final del camino, seguia esperando que los competidores llegaran a la meta. Nunca se dio cuenta de que no hubo ganador, Se distrajo obser- vando cémo el viento se llevaba las hojas amarillas a toda velocidad. Parecia que volaban 0 se evaporaban, como por arte de magia. Entonces la lechuza pensé en la velocidad del viento, y remonté vuelo. En una de esas, le ganaba una carrera. CUANDO TODO DUERME Laura Junowicz I grillo Jacinto amaba el silencio, por- que podia escuchar mejor sus pensa- mientos. Jacinto decia que no habia silencio mas hondo que el de los humanos durmien- do. Las personas pasaban de ir y venir a toda velocidad, a quedarse placidas, se- renas como las plantas o los objetos. Por eso, durante las noches, cuando todos ya dormian, Jacinto se escabullia en los cuartos de las casas y se escondia cerca de las camas. A veces le gustaba jugar a adivinar con qué estaria sofiando la per- sona que tenfa al lado, Cuando ya no se ofa ni el vuelo de un mosquito, Jacinto se ponia a meditar. Juntaba sus patitas y las hacia sonar: “cricricri, cricri”. Ese sonido lo ayudaba @ entrar en concentracién, Y cuanto mas cencentrado estaba, mas fuerte grillaba. Hasta que en un momento el ruido era tal que hacia despertar al que se encontraba durmiendo: —iiDénde esta ese grillo que me sacé de mi sueiio?! —protestaba la gente. RomeroCuentero Entonces a Jacinto no le quedaba otra, tenia que salir donde el silencio no es tan silencioso porque las hojas de los érboles tiritan, los perros ladran y algunos autos todavia pasan. La historia fue diferente cuando Jacin- to conociéd a Muriel, una nena muy sit patica que dormia con su mufieca Pepa. Cuando Muriel se desperté por el grillar de Jacinto, no grité ni se enojd. — comenz6 a reirse de su ab- surdo miedo. 4 Por fin llegé el dia de zar- par. Orfeo bebié las seis gotas del brebaje y... ja buscar el tesoro! El galeon atravesd grandes tormen- tas, hasta que uno de los tripulantes ierra a la vista! Desembarearon, siguieron el mapa du- rante horas y... jalli estaban las monedas de oro! Orfeo ya no era “el pirata con mareos". jAhora era el pirata mas valiente del mun- do entero! EL CABALLO DE ADELA Laura Junewiez Cnn su abuela la llevaba al carrusel, ‘Adela subia siempre al mismo lugar: al caballo. Ni al auto, ni al banquito, ni a la nave. Y si no, no se subia. Porque el caba- llo era el Unico que ademas de girar con el carrusel, se movia: subia y bajaba. Si Adela cerraba los ojos, sentia que el caballo galo- paba por toda la plaza y su pelo flameaba en el aire. Una vez, al bajar del carrusel, Adela le dijo a su abuela que le gustaria tener un caballo en su casa y salir a pasear por to- das las plazas. La abuela le explicé que los caballos no son como los perros 0 los ga- tos, porque necesitan otros cuidades, otro espacio mas grande y verde que el que hay en una casa. Adela se quedé callada, pensando en esos paseos y en lo mucho que cuidaria a su caballo. Al dia siguiente, volvié a la plaza con su abuela y lo primero que hizo fue correr al carrusel y subirse al caballo. Adela giraba y subfa y bajaba con los ojos cerradas, s0- fiando que cabalgaban por las calles de la ciudad. La nifia volvié a pensar cuanto le gustaria tener un caballo —no de madera, de verdad—, pero recordé las palabras de su abuela. Entonces decidié que ese seria su caballo y le puso un nombre: “Evaristo”, pensé. De pronto, Adela sintié que el caballo era mas suave, Ya no parecia madera, sino pe- Iaje. Abrié los ojos y lo comprobé: Evaristo se habia soltado del carrusel. Ahora, galo- #RomeroCuentero us paban por la plaza con el pelo flameando al viento, como tantas veces se habia ima- ginado, Los nifios corrian detras del caballo y de Adela, y los grandes les abrian paso. Su abuela, parada sobre un banco, la saluda- ba con un pafiuelo. Evaristo dio unas cuantas vueltas a la pla- za y después eché a andar por una calle. ‘Adela estaba tan feliz que sentia que aden- tro del pecho también tenia un caballito que galopaba. Cuando el sol empezé a caer, Evaristo se detuvo en una esquina. Era la esquina de la casa de Adela. La nifia se bajo del ca- ballo y lo saludé con un beso y un abrazo. Evaristo hizo una reverencia y luego siguid andando, calle arriba. Cerca del horizonte se escuché un relincho fuerte, y Adela en- tr a su casa muy contenta: por fin tenia un caballo. Se Ilamaba Evaristo y era libre como el viento, UN CONCIERTO INOLVIDABLE Laura Sunowiez a mamé queria dormir la siesta, el her: mano, ver televisisn, y el papa decia que era imposible leer con ese ruido. Manuela estaba aprendiendo a tocar el violin, pero en esa casa nunca podia practicar tranquila. Asi fue que decidié ir a ensayar al parque, donde las palomas seguro ne se quejarian. Por suerte, el parque estaba vacio. A la hora de la siesta, la gente estaba en las ca- sas, como su familia. Manuela encontré un buen lugar a la sombra de un arbol y se senté en el pasto. Acomodé sus partituras alrededor, afiné el violin y empezé a prac- ticar muy concentrada. jAl fin podria tocar sin interrupciones! Cuando terminé el primer tema, Manue- la se llevé una gran sorpresa. $i bien en el parque no habia nadie, de pronto se dio cuenta de que tenia miles de es «_» pectadores: una cantidad infinita de hormi- gas la rodeaban. jNunca habia visto tantas hormigas juntas en su vida! Manuela se,sin- tié como una estrella dando un recital en un estadio repleto, y eso le dio risa. Entregada a su pubblico, Manuela se puso a tocar otra cancién y entonces noté que las hormigas se movian al compas, come si estuvieran bailando. Manuela se paré y co- menz6 a bailar también por todo el parque, sin dejar de tocar el violin. Las hormigas no se quedaron quietas en el lugar, enseguida formaron una fila y fueron atras de Manue- la. Parecien hipnotizadas por la musica de su violin. Adonde ella iba, las hormigas la seguian. Si Manuela pasaba por encima de una roca, las hormigas, atrés, subian y bajaban por la misma piedra. Si bailaba alrededor de un arbol, ellas le daban wueltas tam- bién. Manuela saltaba al ritmo del violin, y la interminable fila de hormigas pegaba Un saltito. Desde los ojos de Manuela las hormigas en movimiento se veian como un dibujo con vida. ‘Cuando termind fa cancién, Manuela sin- tid un pequefio temblor en el suelo. Eran las hormigas, que aplaudian golpeando la tierra con las patitas, pidiendo otra. Ese fue el primer concierto de Manuela. Y aunque el puiblico no se parecia en nada al que ella se hubiera imaginado, fue, dudas, fue el mas inolvidable de su vida. EL DESTINO DE OLIMPIA Laura Junewicz | suefio de Olimpia era trabajar en un circo. Cuando era chiquitita y le decian “Algin dia vasa ser una gran arafia tejedo- ra, como tuabuelay tu mamé”, ella contes- taba “Para nada, cuando sea grande seré Olimpia, la Grandiosa Maga Arafia”. Olimpia crecié y armé su equipaje de maga: galera, varita, cartas, unos cuantos pafiuelos de colores y algunos conejos, entre otras cosas médgicas. En el Circo Limén, la esperaba el payaso Calabaza para hacerle una entrevista. —j{Qué numero le gustaria representar, sefiorita Olimpia? ;Malabares, domadora de leones, acaso la arafia barbuda? le pregun- t6 el payaso. —Un nimero de magia, sefior Calabaza, se llama “Olimpia, la Grandiosa Maga Arafia”. Y Olimpia comenzd su show. En sus ocho patas sujetaba todos los elementos que necesitaba. Pero al decir la palabra magica “imacanindala!" y dar un golpe de varita en la galera, se le escaparon los conejos. Cuando Olimpia quiso detenerlos con la pata que le quedaba libre, las cartas y los pafuelos que sostenia para el proxi- mo truco, también se le fueron. Intentd hacer malabares en el aire para volver a ordenarse, pero Olimpia no era malabaris- ta. Las ocho patas le quedaron enredadas y el payaso Calabaza dio la entrevista por terminada, —Yo creja que con tantas patas me se- ria muy facil hacer magia —se lamentaba Olimpia sentadita en un banco con su va- lija preparada para regresar a casa. —No estés triste —quiso consolarla el hipopétamo bailarin, y se senté en la otra punta del banco. Pero era tan pesado que ni bien apoyé la cola, Olimpia salié dispa- rada al techo. Cuando empez6 a descender, y pare- cia que se estrellaba en el suelo, Olimpia cay parada en la cuerda del equilibrista que atravesaba la carpa. Acostumbrada a hacer equilibrio en las telarafias, Olim- pia caminé por la cuerda muy campante, como una brillante estrella de circo. El payaso, que vio todo desde abajo, supe que no podia perderse semejante artista, Y la contraté. Olimpia no se habia equivoce- do, su destino estaba en el circo, solo que con otro titulo: “Olimpia, la Grandiosa Are- fia Equilibrista”, RomeroCuentero LA CAJITA DE MUSICA Marco Manazzone. | objeto favorito de Olivia era su cajita de musica. Al abrirla, se escuchaba una encantadora melodia de piano, y se reve- laba una bailarina hermosa, que giraba sin cesar con los brazos extendidos. Todas las noches, Olivia daba cuerda a la cajita por un buen rato, la colocaba sobre el escritorio, y se dormia escuchando la suave musiquita. Una noche, le parecié que la melodia so- naba rara. Dejaba de escucharse, y unos segundos después regresaba, pero con un ritmo extrafio. Olivia pensé que, probablemente, Ie habia dado poca cuerda y, sin preocuparse demasiado, se durmié. Algunas noches después, al rato de haber comenzado, la miisica se detuvo por comple- to. Olivia se acercé a la cajita, para ver qué habia ocurrido, y ‘tuvo que contener un grito de asombro. Sentados en el fon- do de la cajita, descubrié a la bailarina y a un hombrecito de traje. Estaban tomados de la #Romero mano y se miraban con temnura. —{Qué esté ocurriendo? —pregunté Olivia, entre curiesa y preocupada. —iSefiorita, usted aqui! —exclamé el hombrecito al notar la presencia de Oli- via—. Disciilpenos, por favor. Pensamos que ya dormia... —Bueno, no pasa nada... —contestd Oli- via, que seguia sin comprender la situa- cién—. Pero gquién es usted? —Yo soy el pianista, desde luego —dijo el hombrecito, sorprendido ante la pregunta iE! pianista...? —jEl pianista de la cajita de misical jNo pensara que la melodia suena sola! —No, no, claro —contesté Olivia, cada ver mas confundida—. Es solo que hasta ahora nunca habia notado... —Con Rogelio nos conocimos en la ca- jita y nos enamorames —la interrumpié la bailarina—. Todas las noches, él ‘toca la cancién hasta que ests dormida y entonces sale de su escondite y viene a ver- me —agregé, sonriéndole al hombrecito. —A veces, me distraigo un poco pensando en la hermo- sa Katerina bailando sobre la cajita y se me confunden algunas notas —explicé el Pianista—. Le pido mil dis- culpas, sefiorita. —iNo hay ningin pro- blema, sefior! ~—conteste entero Olivia, que queria ser tan educada como el hombrecito—. Me alegr@ que sean felices. Su cancién es hermosa, sefior, lo felicito. Sin tener mucho mas que decir, regresd 8 la cama. La dulce melodia volvié a empe- zar. Mientras se le iban cerrando los 9j0S, Olivia recordaba el amor con el que se mi raban Rogelio y Katerina. ¥ ya en la tierr® de los suefios, pensé que al fin compren- dia por qué la misica era tan hermosa. ee ’ TO Y SU LUPA Analgne Seemente, sivan a la plaza a buscar la Antonio, seguro no lo encuentran facilmente. El siempre esta cerquita de los arboles, escondido entre los arbustos, con la cara muy pegads al suelo. Antonio tiene cinco afios, ojitos curio- sos y una lupa enorme para encontrar las hormigas de la plaza. Le fascinan sus es- condites secretos, sus colores y sus patas veloces. Sus hermanos lo llaman para que vaya a jugar con ellos. Su perro Tobias le ladra moviendo la cola, contento. Pero Anto- nio esta muy concentrado, haciendo crecer con su alll lupa las pequefias ma- y ravillas de la natu- = \ raleza. —Shh, Tobias, vas a espantar amis amigas —susurra. jAlld a lo lejos viene el tren de las hormigas! jUn tren cargado de hojitas verdes! {Qué secretos se dicen al ofdo unas a otras? gQuién les prepara la ensalada? gDe qué colores la corona de la hormiga reina? Todas estas cosas se pregun- ta Antonio, mientras corre de un lado a otro en busca de nuevos hormigueros. Pero esta tarde sucedi6 algo inesperado: jAntonio perdié su lupa! Tantos rincones visité, tantos escondites descubrid, que no sabe donde puede haberla olvidado... Sus hermanos lo ayudan a buscarla. Tobias olfatea y olfatea por todos lados sin poder encontrarla. Antonio se sienta en el pasto, con ganas de llorar. jAlla a lo lejos viene el tren de las hormigas! {Un tren cargado de hojitas verdes! Un tren car- gado de... ;;Qué es eso?! ; Pue- den creerlo? Las hormigas estén trayendo... jla lupa de Antonio!

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