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Masculinidades y deconstrucción en el cuento “El marica”


M25
de Abelardo Castillo.1
Néstor Artiñano
Néstor Artiñano. LECyS-FTS-UNLP. nestorarti@hotmail.com ET4

Cuando te ibas, todavía alcancé a decir:


-Maricón. Maricón de mierda.
Y después lo grité.

(A. C. 1959)

1.-
Desde hace tiempo atrás, se ha comenzado a hablar de la necesidad de decons-
truirse, suele aparecer como reclamos, en mayor medida, para los varones hete-
rosexuales, generalmente planteado por mujeres, pero también surge como nece-
sidad, en muchos de esos propios varones. Ahora bien, ¿de qué hablamos cuando
hablamos de deconstrucción?, ¿quiénes debieran deconstruirse?, ¿cómo sería el
proceso mediante el cual, una persona deconstruye su masculinidad, entendiéndo-
la en términos de imperante o hegemónica?, ¿es posible llegar a un estado de varón
deconstruido? Para intentar plantear algunas reflexiones, utilizaremos como recur-
so, el cuento “El marica”, escrito y publicado por primera vez, por Abelardo Castillo,
en octubre de 1959.

2.-
La historia que recrea el cuento, es la de un grupo de varones adolescentes, en
edad de la escuela secundaria, donde César es sospechado de marica, y Abelardo
-su amigo más cercano- de protegerlo, lo que daría la confirmación que César es un
marica. Ante esta acusación, Abelardo se rompe la mano dándole una trompada a
“el Colorado” que, al verlos pasar, los había saludado “adiós a los novios…”. Abelardo
parece sentirse interpelado por la forma del trato que recibe de César cuando le
intenta curar las heridas, sumándose entonces también, a la sospecha que su ami-
go es marica. Parece ser, que ninguno de ese grupo ha tenido relaciones sexuales,
pero se excusan que deben llevarlo a debutar a César, y que por cinco pesos cada
uno, los siete podrían “verle la cara a Dios” yendo a visitar a una prostituta en las
quintas de San Pedro. Por la descripción que Abelardo hace de sus amigos, que sa-
lían hombres de la habitación, pareciese que no sólo César es quien no había tenido
relación sexual con una mujer antes. El desenlace es que César se escapa corriendo,
antes de acudir a la habitación, y al salir Abelardo, lo va a buscar, le exige volver, y
ante la resistencia, lo acusa de maricón. Esa historia con el correr de los años, hace
1 . Otros títulos posibles, podrían haber sido: “Maricón, maricón de mierda!!”, o, “El puto que asusta”
(Personaje de Peter Capusotto y sus videos).

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sentir en Abelardo, la necesidad de contarle lo sucedido esa noche, noche que él
tampoco había podido mantener una relación sexual con la prostituta, pero le ha-
bía hecho prometer a ella que no le diría nada “a los otros”, a su grupo de amigos.

3.-
Este cuento se torna en una pieza plausible de abordarlo desde la lógica del mode-
lo masculino imperante (Artiñano: 2015, 26), al aparecer elementos tales como la
heterosexualidad obligatoria, la condena ante la sospecha de la homosexualidad, el
pánico homosexual, pagar por tener relaciones heterosexuales, la lealtad de pares,
la violencia, la exhibición en los baños de la escuela o en la laguna, los golpes, la
represión de los sentimientos entre varones, el alarde. Todo un entramado de ele-
mentos, que han sido incorporado ya a esa temprana edad, por la mayoría de ellos,
para reconocerse en ese paso fundamental que significa dejar la niñez “asexuada”
para pasar a la adultez heterosexual. No hay certeza alguna, solo sospechas desde
la mirada de varios integrantes del grupo, que César es homosexual, pero el dis-
positivo de masculinidad imperante basta, para establecerlo cierto, y el grupo de
pares que ejecuta en términos de condena, le ha dado a César señales de lo que
debe ser y hacer para poder ser parte, y la prueba de rigor, será, en definitiva, el uso
de una mujer como objeto sexual pago, administrada por un varón -su marido, que
es quién cobra las visitas a los jóvenes-, y es ahí, donde se constituye el escenario
apropiado donde demostrarse entre ellos, lo varón que se es. La negación a esa
práctica no necesariamente debiera provenir de una persona homosexual, pero sí
es la lectura de lo visible e interpretable, dentro del marco de lo que es posible ver
e interpretar en un contexto dado (García Canal: 1996, 16).

4.-
Podríamos pensar la definición de dispositivo que utiliza Foucault, en tanto meca-
nismo de poder, donde se articula y elabora una trama con aquellos diferentes ele-
mentos señalados líneas atrás, que logran por fin, el disciplinamiento, en este caso,
ligado a determinado tipo de acciones permitidas y prohibidas, para pertenecer o
no pertenecer a un grupo, por ende, condicionando las relaciones interpersonales
entre los integrantes de ese grupo. Foucault sintetiza lo que considera dispositivo2
a “`unas estrategias de relaciones de fuerzas soportando unos tipos de saber, y
soportadas por ellos´. El dispositivo es estratégico, pero la estrategia no es una cua-
lidad exclusiva del mismo, sino de las relaciones de fuerza, de los juegos de poder,
que lo exceden enmarcándolo. Si esto es así, queda por resolver el modo en que
el dispositivo forma parte de una estrategia mayor, de una estrategia global” (Vega,
2017: 140). Como resultado, podríamos sintetizar que el dispositivo de masculini-
dad imperante, se puede encontrar en la sospecha y en el insulto, como el modo o
el medio para obtener como resultado o consecuencia el disciplinamiento y la anu-
lación del otro, y por ende, el fortalecimiento del patriarcado. Se podría considerar
una acción propia del patriarcado que logra ubicar a cada uno en un lugar que, por
fin último, hace que el sistema permanezca intacto, fuera de peligro, a salvo.

2 . Para un análisis profundo sobre la noción de dispositivo, ver Vega (2017: 136-158).

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Ahora bien, en caso que César hubiera reconocido ser homosexual ¿un grupo de
varones puede seguir siendo tal, al confirmarse lo sospechado, o, directa o indirec-
tamente se lo expulsaría, si no se decide ir por sí solo? Si el dispositivo patriarcal es
exitoso, el grupo de varones ¿puede alojar a un varón homosexual “contaminado”
también por lo que hegemónicamente se consideran “rasgos femeninos”? ¿O es
más fácil para aquel que nadie sospecharía de su homosexualidad, lo que lo hace
más “civilizado” patriarcalmente y menos propenso a que de él emerjan conductas
inesperadas como la de demostrar sus sentimientos?, algo que como sabemos, es
en el mundo de los varones patriarcales, una dura amenaza. En una investigación
previa Artiñano (2015, 82) donde trabajamos con jóvenes varones y mujeres, apare-
cía en ambos grupos, una la idealización del varón gay, como la persona que tenía
escucha y palabra apropiada, y que de él se podía esperar solo cosas buenas, algo
así como una persona que protege desde ciertos sentimientos puros, pero asexua-
dos. Para las mujeres, era un varón que merecía confianza, porque quizá, no veían
en él, alguien que solo se acercara con intenciones sexuales, como los varones he-
terosexuales. Para los varones, encontraban en ese varón gay, quizá al par que ya
no tenía nada que perder en el mundo patriarcal al haber “renunciado” a la hete-
rosexualidad obligatoria, al que consideramos uno de los sostenes del patriarcado,
y, por ende, con ese varón gay, no había posibilidad de competencia, cuestión que
aparece recurrente en los estudios de masculinidades donde el varón es legitimado
como tal, a partir de sus propios pares. La posibilidad de la confianza en hablar lo
que con otros no se habla, también aparece en el cuento:

Yo te quise de verdad. Oscura e inexplicablemente, como quieren los que todavía


están limpios. Eras un poco menor que nosotros y me gustaba ayudarte. A la sa-
lida del colegio íbamos a tu casa y yo te explicaba las cosas que no comprendías.
Hablábamos. Entonces era fácil escuchar, contarte todo lo que a los otros se les
calla. A veces me mirabas con una especia de perplejidad, una mirada rara, la
misma mirada, acaso, con la que yo no me atrevía a mirarte. Una tarde me dijiste:
-Sabés, te admiro.

En esa misma investigación (Artiñano: 2015, 83), se indagó en la percepción de las


personas trans-travestis, encontrándose como respuestas, ciertas incertidumbres
en no saber por qué, no eran personas de confianza, más allá que decían no haber
tratado nunca con una de ellas. Quizá aquí se pueda pensar que es soportable el
gay amigable, porque en definitiva no renuncia a su cuerpo de varón, que la travesti,
donde rompe con la dicotomía naturalista de varón – mujer, que al ser una lógica
cultural donde la construcción de la mirada es dicotómica, al romper esa dicotomía,
aparece lo inesperado, lo sospechado, por ende, lo condenable. Podríamos decir
entonces que el homosexual es aceptado como tal, pero siempre y cuando actúe
según lo esperado por los demás integrantes del grupo, esto es: no poseer rasgos
femeninos, no demostrar sus sentimientos, no incomodar a ninguno bajo ningún
punto de vista, no deslegitimar al grupo con alguna práctica o discurso que pueda
poner en riesgo la hegemonía masculina heterosexual.

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5.-
La noción de “pánico homosexual” nos puede ser útil, para pensar lo que genera
aquello que no es esperado -consciente o inconscientemente- por lxs representan-
tes de los valores patriarcales en una sociedad. Esta idea de pánico homosexual,
data de 1920 cuando el psiquiatra Edward J. Kempf la acuñó para explicar lo que
les sucedía a ciertas personas que temían a la homosexualidad o sentían fantasías
homoeróticas. Este síndrome fue catalogado por la la Asociación Americana de Psi-
quiatría en 1952, y estuvo vigente hasta que se lo retiró, junto a la homosexualidad,
en el año 1973, de los listados de transtornos mentales (Álvarez, 2018: 91).
Con estos antecedentes, podemos pensar que si bien, no es concebido ahora
como un transtorno mental, sí puede aparecer como una vivencia o mecanismo
social. Para Kosofsky (1998 -citada por Fonseca Hernández y Quintero Soto, 2009)
“el pánico homosexual realiza un doble acto de taxonomía: por un lado, señala la
existencia de una minoría bien diferenciada de personas gays y, por el otro, de una
minoría de “homosexuales latentes” entre la población general que soportan cierta
inseguridad sobre su propia masculinidad”.
Los guardianes del patriarcado no soportarán lo inesperado. Tanto el varón gay
como la mujer deben ser dóciles para que no irrumpan en la paz que el sistema
patriarcal les concede. Así, una mujer como la única que aparece en el cuento, es
doblemente dominada, por el marido que es quien cobra por los “servicios sexua-
les” que ella ofrece, y por los jóvenes en cuestión, que son quienes pagan para tener
relaciones sexuales con ella. Ahora bien, ¿es posible imaginar una protagonista mu-
jer en este cuento que desee y sea capaz de declarar sus deseos de tener relaciones
sexuales con esos jóvenes, sin que ellos la consideren una prostituta?, pareciera
que no, pues a la mujer no se le concede otro lugar que el de la sujeción.
Del mismo modo, reparemos en los siguientes párrafos:

Después, vos me la querías vendar (a la mano lastimada). Me mirabas


-Te lastimaste por mí, Abelardo.
Cuando dijiste eso, sentí frío en la espalda. Yo tenía mi mano entre las tuyas y tus
manos eran blancas, delgadas, no sé. Demasiado blancas, demasiado delgadas.
-Soltame —dije.
O a lo mejor no eran tus manos, a lo mejor era todo, tus manos y tus gestos y tu
manera de moverte, de hablar.

¿Es posible pensar que el acto humano de tomar la mano para curarla, no sea leído
en clave solamente sexual, y por ende, disparador de este pánico para Abelardo que
necesita confirmar para sí que él mismo es heterosexual, y que quizá, al ser abor-
dado por esas manos delgadas, blancas, lo interpela al ponerse en un lugar que no
desea, el de posible homosexual? Pues pareciese que para Abelardo, el hecho de
interpretar esa escena como un deseo, lo plantea a él mismo, en el lugar de posible
homosexual, al menos, para la vista de César, lo que lo hace insoportable, y lo que
generaría las posibilidades necesarias, para que se rectifique esa escena, yendo jun-
to a los otros jóvenes, a “verle la cara a Dios”, interesante selección de palabas, don-
de sabemos que justamente Dios es omnipresente, omnipotente y omnisapiente,

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es encontrarse con lo máximo que puede llegar a pretender un joven heterosexual,
que pretende ser un hombre heterosexual, y donde se certifique para que no que-
pan dudas, y si Dios que todo lo sabe, sabe que esa noche “Abelardo no pudo”, que
no sepan sus amigos, que en definitiva, son más importantes que el propio Dios.
En la misma línea del pánico homosexual que analizamos en el cuento, nos pa-
rece oportuno hacer un puente con el personaje que interpreta Diego Capusotto
llamado “El puto que asusta”3, en el programa televisivo Peter Capusotto y sus videos.
Se puede tomar como una crítica social, al temor que genera un varón homosexual
que aparece inesperadamente, generando pánico en el barrio, sólo con su presen-
cia, y del que se desprenden reflexiones disimiles entre los vecinos y el locutor,
tales como: “aparece así de golpe, no sabés que hacer”, “hay mucho temor en la
zona”, “provoca fuertes daños psicológicos, traumas”, “puede aparecer en cualquier
momento, cualquiera de nosotros puede ser su víctima”, “no para en su psicopático
accionar”, “gente que queda traumatizada ante su aparición”, “¿una manifestación
del inconsciente colectivo?”, “¿una amenaza real?, ¿provoca miedo o solo es nuestro
miedo lo que convoca?”, “habría que ver si no es una conspiración homosexual todo
esto, se juntan entre ellos y quieren tomar la sociedad”, “es el propio miedo social
a una posible homosexualidad latente en cada uno de nosotros”, “cruel desalmado,
es el puto que asusta”, es un “flagelo social”.4

6.-
Al inicio planteábamos que este cuento nos ayudaría a pensar sobre la deconstruc-
ción de la masculinidad imperante. Si uno lo leyera por vez primera, sin saber quién
es el autor, fácilmente pensaría que fue escrito luego del 3 de junio del 2015, pero
fue publicado en octubre de 1959, cuando Abelardo Castillo tenía solo 24 años. Qué
nos permite pensar este cuento? Inicialmente, que la deconstrucción no es un fe-
nómeno ni una necesidad nueva, en todo caso, se ha hecho más extensa esa nece-
sidad en mayores grupos de personas. Por otro lado, pensar que la deconstrucción
se torna dificil de pensarla anclada a solo un sujeto, sino que debe ser pensaba y ge-
nerada las condiciones, para que suceda no solo a nivel subjetivo de toda la pobla-
ción, ya sean hombres, mujeres, trans, inter, sino también en los diferentes niveles
institucionales (familia, fábrica, organismos del Estado, sindicatos, organizaciones,
entre otras) y también a nivel macro, revisando tradiciones, costumbres, leyes5, la
propia historia de nuestra sociedad, interpelando creencias, etc.
En la construcción de la masculinidad imperante, el alarde y la lealtad de pares
son dos de sus pilares. En el cuento aparecen muy claros, aunque atragantado en
Abelardo, a la hora de escribirle a César, intentando encontrar explicaciones de lo
sucedido:

Pero ellos se reían, y uno también, César, acaba riéndose, acaba por reírse de
3 . https://www.youtube.com/watch?v=fChpSECJdcU
4 . Un análisis más profundo sobre el pánico homosexual en la Argentina, y donde se analiza este video,
se puede encontrar en Costa (2019).
5 . Aquí se considera relevante las leyes aprobadas en los últimos años tales como la de Matrimonio
Igualitario, Identidad de Género, Cupo Laboral Trans, Interrupción Legal y Voluntaria del Embarazo, en-
tre otras.

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macho que es y pasa el tiempo y una noche cualquiera es necesario recordar,
decirlo, todo.
(…) Cuando el negro salió de la pieza venía sonriendo, triunfador, abrochándose
la bragueta. Nos guiñó un ojo.
(…) Y cuando salían, salían distintos. Salían hombres. Sí, esa era exactamente la
impresión que yo tenía. Entré yo. Cuando salí vos no estabas.

Que ese desencuentro haya terminado bajo esas palabras dichas, y luego gritadas,
“maricón, maricón de mierda”, lleva a pensar qué se dice ahí, y a la condena que se
le otorga a César, quizá para el resto de su vida, el resonar de esas palabras, que
uno se atrevería a decir que la puede haber escuchado en múltiples ocasiones con
el mismo significado, pero con el sutil uso de otras palabras. Quizá sea fácil pensar
que luego de eso, César ha sido condenado, de ahí en más, a medir cada palabra
que se dice, cada contexto, cada acción, cada gesto, ante la amenaza de que suenen
como escarmiento patriarcal aquellas malditas palabras, más aún cuando emergen
de boca de su amigo, a quien -al menos- tanto quiere.

BIBLIOGRAFÍA

• Álvarez, Javier (2018). “Crímenes de odio contra las disidencias sexuales: con-
cepto, orígenes, marco jurídico nacional e internacional”. Versión digital en: https://
www.palermo.edu/derecho/revista_juridica/pub-16/Revista_Juridica_Ano16-N1_03.
pdf
• Artiñano, Néstor (2015). Masculinidades incómodas: jóvenes, género y pobreza.
Buenos Aires, Espacio.
• Castillo, Abelardo (1954) “El marica”. Versión digital en: https://dges-sal.infd.edu.
ar/sitio/wp-content/uploads/2018/07/06-El-marica.pdf
• Costa, Diego (2019) “Pánico homosexual en la Argentina del ´900”. Versión digi-
tal en: https://mundoatlas.com/panico-homosexual-en-la-argentina-del-900/
• Fonseca Hernández, Carlos y María Luisa Quintero Soto (2009). “La Teoría Queer:
la de-construcción de las sexualidades periféricas”. Versión digital en: http://www.
scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0187-01732009000100003
• García Canal, María Inés. El señor de las uvas. Cultura y género. Colección ensayos.
México, Universidad Autónoma Metropolitana, 1997.
• Vega, Guillermo (2017). “El concepto de dispositivo en M. Foucault. Su relación con la
“microfísica” y el tratamiento de la multiplicidad”. Revista digital Nuevo itinerario. En:
https://hum.unne.edu.ar/revistas/itinerario/revista12/articulo08.pdf

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