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-CADA UNO CON SU CRUZ- (Juan 11:17-27)

(Alguien se pasea, durante más o menos un minuto, por el pasillo del medio de
la iglesia con la gran cruz al hombro)...

Cada uno de nosotros carga su cruz... (invitar a que en silencio, por un minuto
más o menos, los presentes piensen en las cruces que ellos mismos cargan).

En algunos serán cruces más evidentes, más visibles, porque las llevan
marcadas en el cuerpo enfermo, en el rostro triste, en los brazos caídos, en
lágrimas. Otros cargan sus cruces en silencio, en el alma. Pero todas estas
cruces, visibles o invisibles, pesan.

Nadie puede decir que no tenga cruz, porque no existe la vida, por lo menos
vida cristiana, sin cruz.

En esta historia que recién compartimos, cada personaje carga con su cruz.
Lázaro había muerto y el relato se ubica en medio de las ceremonias que
rodeaban un fallecimiento. Era un ritual de una semana de duración.
Además de su tristeza y de su dolor porque un hermano había muerto, María y
Marta, sus dos hermanas, llevan el peso de tener que atender a las visitas y
participar de estos largos días de duelo. Lázaro debió tener muchas amistades
porque la casa estaba llena de gente que iba y venía.
En medio de esta situación, finalmente aparece Jesús, con sus discípulos.
Y Marta corre hacia él, con su cruz a cuestas.
Pero no sólo corre.. También reprocha, desahoga, reclama, discute con Jesús.
Y espera.

Quiere a su hermano. Y no lo quiere muerto. No lo quiere en la tumba.


Marta no acepta lo que le toca vivir.
Quiere volver a la situación anterior, donde todo era más tranquilo, más
reposado, más seguro, más alegre, más…

De algún modo ella no quiere cargar su cruz, no la acepta. Y le arroja su cruz a


Jesús. "Si hubieras estado aquí..."

Marta quiere que Jesús haga el milagro de dar vuelta a la historia, de cambiar
la oscuridad en luz, la muerte en vida. Ella está convencida que el regreso a la
vida de su hermano es la solución. Marta sigue mirando con la vista limitada y
parcial del ser humano. Y no puede ver más allá de lo que le toca vivir. No
puede ver más allá de su cruz. Su peso la aplasta, la oprime, la ciega.
La fe apunta hacia el cielo. No como un lugar apartado del mundo, sino como
algo que siempre está allí, más adelante, más arriba, más lejos. Como un lugar
que moviliza nuestras esperanzas y nos anima a seguir adelante, a vencer los
desafíos, a superar los obstáculos.

Marta no podía ver otra cosa que la pesadilla de su cruz. Ella no veía ningún
cielo detrás de ese dolor, detrás de aquella angustia, detrás de esa separación.
Para ella la falta de su hermano oscurecía todo horizonte y negaba toda
posibilidad de ver “más allá”.

Jesús escucha a Marta, deja que desahogue su pena y su dolor. Y recién


después habla y desafía. “Yo soy la resurrección y la vida...” “Yo puedo...”
“¿Crees?” Jesús le está diciendo a Marta... Mirá más allá, mirá más lejos, mirá
más arriba.

Y tenía todo el derecho a desafiarla de esa manera. Jesús iba de camino


hacia Jerusalén, cargando su propia cruz. Quizá hubiera querido correr hacia
Nazareth, hacia su Galilea querida, volver por un tiempito más junto a los
suyos, disfrutar un poco más de la vida. ¡tenía apenas treinta y pico de años!
Quizá hubiera querido seguir caminando los caminos de Palestina predicando,
sanando, regalando sonrisas y repartiendo esperanzas. Había tanta necesidad
todavía.

Quizá hubiera querido instruir un tiempo más a sus discípulos, navegar con
ellos una vez más, echar las redes y comerse un pescado asado. Quizá
hubiera querido besar una vez más a su madre, saludar a sus hermanos,
cantar con ellos las viejas canciones de la familia y despedirse.
Quizá hubiera querido tantas cosas!.
Pero va hacia Jerusalén. Por eso puede hablarle así a María. “¿Crees?”

Y Marta cree. Y se olvida de su cruz. Ya no le pesa. Ha visto lo que está más


allá.
Y descansa y confía en su Señor.

Cada uno de nosotros carga su cruz. Recordemos aquellas en las que


pensamos al comenzar esta reflexión.

Es cierto que hay muchas cosas que suceden a nuestro alrededor que nos
tiran el ánimo por el piso. Situaciones que golpean la razón y sacuden el alma.
Un mundo que se destroza a si mismo en infinidad de luchas sin sentido, una
religión y una iglesia que se desmoronan, vidas quebradas, rotas, vacías.
(ampliar de acuerdo al contexto nacional y local)
¿Cómo guardar intacto el entusiasmo, la fuerza, la energía?
¿Cómo mantener vigente la fe todavía?
¿Cómo cantar con convicción y alegría?
¿Cómo tener esperanza?
¿Cómo participar con gozo de la Santa Cena?
¿No es cierto que, como Marta, quisiéramos tirarle nuestras cruces a Jesús?
¿No es cierto que, como ella, quisiéramos reclamarle una y otra vez: “Si
hubieras estado aquí...”? ¿No es cierto que tantas veces hubiéramos esperado
un enorme milagro para que las cosas cambiaran?

Pero Jesús nos desafía con la misma pregunta que a Marta...


En este camino lleno de cruces que es la vida, nos dice: "Yo soy la
Resurrección y la Vida?" "¿Crees?"

Jesús camina hacia Jerusalén, camina hacia la cruz, camina hacia su muerte.
Y lo hace con decisión, marchando adelante de todos, con la frente en alto, con
paso firme, cargando su propia cruz, venciendo sus temores, luchando su
propia lucha interior, confiando en la voluntad del Padre.
Eso le da autoridad para desafiarnos, para hacernos levantar los ojos, para
mirar y ver más allá. Porque detrás de la cruz está la victoria y la vida para
siempre.
Porque después de la muerte está la resurrección a la eternidad.
Porque después de de la oscuridad está amaneciendo.
Jesús camina hacia Jerusalén. A lo lejos comienza a dibujarse la sombra de
una cruz.
Un nudo le aprieta la garganta. Pero aún así, se detiene junto a sus amigos, a
sus hermanos, a los que sufren. Y los ayuda a cargar su propia cruz.

Como lo hizo con Marta. Como hace con cada uno de nosotros.

Hoy, Jesús te mira y te pregunta: “¿crees?”

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