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Este articulo es parte del archivo de nexos El trabajo detras de las cosas: los albafiiles Joaquin Diez-Canedo Julio 4, 2017 “Uno hubiera querido ser alguien en la vida, pero no nos alcanzé el tiempo” me dice Angel Miguel Servia el primer dia que lo conozco. Asi abrimos la conversacién cuando le pregunto cuanto tiempo lleva trabajando de albaail. A sus 47 aitos, el Oso, como lo apodan, tiene 35 afios de experiencia en la construccién. La conversacién sucede en la cocina de la casa habitacién que construyen, una vivienda unifamiliar privada al sur de la Ciudad de México que, gracias a su trabajo, ya va tomando una forma elegante a pesar de estar en obra negra y atin tener pilas de cemento, cajas con losetas y maderas de cimbra regadas por doquier. Entre carpinteros, plomeros y electricistas que se mueven con prisa, el Oso me cuenta que aunque él es el encargado de una cuadrilla de trabajadores a los que les exige una calidad pristina de acabados, su salario no sube de los 2,500 pesos a la semana. (https://labrujula.nexos.com.mx/wp-content/uploads/2017/07/Ljpg) “Llevamos como diez afios ganando lo mismo, ;y apoco no se ha puesto todo mas caro?”, me dice. “Si ya el minimo nos viene alcanzando.” Y sin embargo él sabe que su posicién no es ni por mucho la peor. El vive cerca de la obra —por lo que si quisiera se podria ir caminando y no gastar los 6 pesos del camién—, llega temprano a casa y tiene tiempo de pasar un rato con su mujer, que no realiza actividades remuneradas, sus dos hijas y su nieto. Tiene tiempo de descansar y, si quisiera, podria tomarse una semana de vacaciones. “Pongo 1,500 pesos semanales para el gasto y el resto lo uso para mis cosas,” me cuenta. Pero esto no es el caso con el resto de los peones, fierreros y azulejeros, cuyos ingresos semanales no pasan de los 1,500 pesos. —{Se toman vacaciones, por ejemplo, en Semana Santa?, le pregunto al Oso. —Pues yo si podria porque tengo mis ahorritos, pero jy todos estos cabrones?, me dice. No pueden, estos giieyes viven al dia y hay que hacerles el paro. Uno de ellos es Domingo Priego Silva, el Bolillo, oriundo de Pachuca, y quien tiene 55 afios de haber migrado a la capital. A sus 70 afios, el Bolillo sigue siendo pedn, y mientras lo entrevisto intenta despejar una reja invadida por una enredadera —una tarea titanica ademés de absurda— al tiempo que los demas excavan y arman la cimentacion, El Bolillo es analfabeta y vecino de Ecatepec, y tiene que despertarse a las 4 de la mafana para llegar a la obra a las 7, de la cual vuelve hasta las 10 de la noche a su casa para darse un bajio, cenar e irse a dormir. Por tener credencial del INSEN tiene la suerte de gastar solo 18 pesos diarios en transporte, porque si no, dice, cada viaje le saldria como en 45. Gana 1,500 pesos semanales y con eso mantiene a su mujer y dos hijas —i¥ usté, Bolillo, qué va a hacer cuando terminen la obra?, le pregunto. —A mf ya nadie me va a contratar, me dice resignado, ya se me esta acabando la fuerza. Por esto, el Bolillo piensa poner un puesto de tianguis y vender ropa o comida. También me cuenta que construyé dos cuartitos para rentar en su casa, pero que no puede rentarlos porque no les alcanza el agua. Tandean, me dice, una vez cada mes, a veces mes y medio. Le pregunto si tiene una cisterna grande pero me dice que no, que como su terreno es de tepetate no pudo excavar mucho. En cambio tiene unos tambos que Ilenan cada vez que pueden y tres tinacos de los grandes, que no le pregunto si le regalaron. Pensaba votar por Delfina, pero no porque confiara en la candidata sino para ver si algo cambiaba. “Todos son iguales,” me dice. “Eruviel nos prometié hacer un pozo, y si lo construyeron pero luego se les olvids llenarlo” El otro albafil al que entrevisto se llama Cliserio Gutiérrez Zaragoza y tiene 40 afios. Mientras hablo con él, Cliserio dobla varilla para hacer los estribos que reforzaran unas columnas que se alzan a la distancia. Tiene un manojo enorme de acero y en Ia hora y media que pasamos juntos va doblando el fierro con soltura. Los rectingulos que forma son perfectos. Como el Bolillo, Cliserio llegé a la Ciudad de México a los 15 afios de edad. Es originario de San Isidro Buenos Aires, en la sierra norte de Oaxaca, y aunque sus padres hablaban zapoteco, él ya no lo aprendié. Me cuenta que es fierrero, como su padre, que vive en Las Aguilas con su mujer y sus cuatro hijos, que la mujer trabaja de cocinera en una casa en Mixcoac y que juntos ganan unos 10,800 pesos al mes, de los cuales gastan 1,200 en renta. Pero si Cliserio es en la ciudad un albafiil més, en San Isidro es un ejidatario y comunero. Me cuenta que intenta pasar unos dos meses al afio all, diciembre y mayo, meses de fiesta, y que procura llevarse a toda su familia. Me cuenta también que en su pueblo él se encarga de los cohetes y participa en los tequios que se organizan para limpiar terrenos, pavimentar calles o construir la cancha de basquetbol local. Dejé de beber hace dos afios y dice que desde entonces su relacién con su familia ha mejorado. Cliserio quisiera volver algiin dia a asentarse en la sierra, pero sabe que las posibilidades son pocas. IL El Oso, el Bolillo y el Gato, como le dicen a Cliserio, son tres de los 2 millones 419,000 albaniles que reporté el INEGI, a través de la Encuesta Nacional de Ocupacién y Empleo (ENOE), en 2014. No hay datos ms recientes disponibles, pero hace tres afios este niimero representaba el 4.8% de la poblacién ocupada en el pais. Asimismo, el porcentaje de hombres dentro del ramo era de 99.6% y, preguntando, me doy cuenta que las mujeres de esta clase social (esposas o hijas de los albaiiles) son, en general, empleadas domésticas. La ENOE también reporté que de todos los trabajadores de la construccién, el 86% no tiene prestaciones y el 89.3% no tiene ningtin tipo de acceso a seguros médicos. Esto preocupa en un pais en donde murieron 220 trabajadores tan sélo en 2015, aio que conté, segtin fuentes del IMSS, con un registro de 37,000 accidentes laborales para los trabajadores de este rubro —por mucho el mas accidentado. Ninguno de los albafiiles que entrevisto ignora esto. El Oso, en su papel de encargado de obra, se ha hecho cargo de muchos incidentes. Me cuenta que él mismo suftié uno hace no mucho, cuando una viruta de acero se le clavé en el ojo al cortar un alambrén. Sintié dolor, no podia ver nada y, preocupado, le hablé a su mujer. Juntos fueron al Hospital de la Ceguera, en Coyoacan, donde la consulta cost 400 pesos y las gotas 600, que tuvieron que pagar de su bolsillo. Habia gastado mas de dos dias de trabajo y su patron, que es su cufiado y es un contratista, sélo quiso poner la mitad del costo total. Después de esta anécdota empieza una conversacién que me deja perplejo. —Ac trabajamos puro negro, me dice, sin seguro ni prestaciones. —i¥ no les interesa firmar un contrato? —{Para qué? —Pues para que queden claras las obligaciones de cada parte. —iY para qué?, insiste. —Pues para que si pasa algo o alguien las incumple, puedas ir con alguna autoridad y reclamar. —iY con qué autoridad?, zquién nos va a hacer caso? Yo ya no sé qué contestar. Después de una pausa en la que me doy cuenta de cémo él ha internalizado esta condicién de marginacién, el Oso me cuenta de una obra en la que le tocé ver a dos compafieros motir por un accidente. Recuerda que al llegar los peritos al lugar, el duefio de la obra tuvo que dar una mordida de unos 40 mil pesos para que no le clausuraran la obra de inmediato. Para no acusarlo por homicidio doloso, el duefio y los agentes del Ministerio Puiblico acordaron declarar que los occisos eran, en realidad, ladrones, y que habian muerto intentando escapar. Las familias no recibieron indemnizacién alguna. Mientras me cuenta esto, en el fondo se escucha el radio. “No tienes por qué ser pobre y no ser feliz,’ dice el locutor en turno. “La felicidad es una eleccién personal.” Y a pesar a estas injusticias, el Bolillo y el Oso atin encuentran un valor detras de su trabajo, e incluso toman con cierto humor y distancia la posibilidad latente de su muerte. Me explican que cada obra grande exige a sus enterrados, y me cuentan de algunos accidentes de los que ellos se enteraron. Las circunstancias que relatan son siempre macabras: excavaciones profundas que se Ilenan de agua o tierra, varillas que quedaron mal dobladas, caidas por malos andamiajes o descuidos. “Uno sabe que cuando sale de su casa podria no regresar” me cuenta el Oso. “Y siempre te despides asi de tu mujer” soe Angel Miguel Servia, nacido en la Ciudad de México, pasé afio y medio en Arizona, trabajando como parrillero. Durante su tiempo en Estados Unidos no le entré a la construccién porque le parecié aburrido. “Alla todos son paneles de madera, todo lo levantan en un par de dias con una griia y a mi no me interesaba eso.” me dice. Domingo Priego Silva, en cambio, vivid un afio en Atlanta, Georgia, trabajando también como albafil. Tenia 55 afios y rentaba un departamento junto con otros 8 migrantes, todos centroamericanos y mucho menores que él. Le pregunto por qué se regresé y me contesta que su madre se puso mala y que ademas mataron a uno de sus compafieros, un muchacho hondurefio, para robarle su paga. Ninguno de ellos volveria a intentar cruzar la frontera. Para Cliserio Gutiérrez Zaragoza la historia es un poco distinta, pues aunque tampoco tiene planes de irse, dos de sus hermanos trabajan en Iowa, en donde empezaron como lava lozas en un restorén mexicano y ahora son cocineros en un lugar de comida italiana. “GY td no te irfas?”, le pregunto, y me contesta que no. “Lo que ganan ellos rinde aca, pero alla no creas.” me dice. ‘Ademas trabajan casi 16 horas y sélo descansan un dia” Por otro lado, el fantasma del campo los acecha a los tres. El Oso me cuenta que sus suegros tienen un terreno en el Estado de México y que lo han invitado a cosechar. Me habla entusiasmado de la cabafia que se haria en el bosque, de madera, “bien chingona” “GY por qué no te vas?” le pregunto. “;¥ de qué vivo allé, giiero?”, me dice, y procede a hacerme una diseccién detallada del proceso de cosecha, los costos de produccién y el precio del maiz. “No, el jale esta acé,” concluye, y tiene mucho sentido. Para el Bolillo es claro que él vino a la ciudad porque en Pachuca, donde su hermano aiin tiene tierras, no crecia nada. “No me podia quedar”” me dice. “Mi hermana ya se habia venido y por eso me vine chavo y ac me quedé” Tampoco piensa volver porque teme no encontrar nada —o encontrar lo mismo, que es igual. El Gato, por su parte, me dice que si en la sierra no tienes camioneta no hay manera de vivir de la cosecha, porque no hay cémo sacarla a mercados més rentables. Su hermana, que de los ocho hijos es la tinica que atin vive alld, siembra maiz y frijol, pero sdlo para intercambio local. “Y si hay gente que te contrata para cosechar sus tierras,’ me cuenta el Gato, “pero te pagan 100 pesos al dia. ;As{ cémo?” Iv —(,Cuanto quisieras ganar?’, le pregunto al Oso en alguna otra entrevista. —3,500, me dice. —2Y cuando acaben esta obra, qué vas a hacer? —Pues si Julio [su cufiado y contratista] no tiene otro jale, me regreso para la Oficina. {Qué es la Oficina? —La Plaza de San Jacinto, giiero, ;no la conoces? Ahi se juntan todos. Llegan tempranito y de ahi a ver qué sale. Hay plomeros, albafiles, electricistas, de todo. Llegan las camionetas buscando gente y todos se acercan. Ahi dicen qué necesitan, a cudntos necesitan y cuanto pagan por la chamba. Yo me voy por lo que me oftezcan, la neta, pero hay otros que no, que si no les dan lo que quieren no se van. Pero yo me voy por lo que me den. Hay que chambear, ;apoco no? Dos mil, dos mil doscientos varos, yo me lanzo. Al Bolillo le hago la misma pregunta, mientras poda la enredadera. —{Y usté cuanto quisiera ganar, Bolillo? —Nah, me dice, ya a mi edad uno estd acostumbrado. Lo que sea alcanza. v Le pegunto a Cliserio si no quisiera ser maestro de obras, como el Oso. Me dice que si, pero que él no sabe leer planos. VI Durante una comida con toda la cuadrilla me invitan un taco. El Tlacuache, otro peén, fue a traer tortillas, un par de guisados y un Jarritos de tres litros de tutti frutti, mientras el resto termina el armado de la cimentacién. Todos cooperan para comprar las cosas y siguen trabajando hasta que el Oso no da la orden de ir a comer. Mientras comen en una mesa improvisada hablan del trabajo, de las otras cuadrillas y se hacen bromas entre ellos. Cuando acaban algunos prenden un cigarro y otros se van a dormir una siesta. Hace poco terminaron de poner el pasto de la casa, y hay partes que, como estén a la sombra, atin no amarran bien. Un par de peones que no conozco duermen sobre el pasto, y el Oso se acerca y me dice “gcémo ves, giiero? {Ti crees que est bien que se duerman en el pasto?” Lo miro con curiosidad, esperando a que siga. “{O qué? El duefio pagé 16 mil varos por eso, yo se lo tengo que entregar bien, zo no? ;Es mi chamba!” El Bolillo, que para la 1 de la tarde ya leva 3 horas de camino y 4 de trabajo, duerme encima de una carretilla. VII Hace poco comi con un amigo en la Facultad de Arquitectura, en Ciudad Universitaria. En las pantallas que dan informacién a las alumnas sobre los eventos culturales y académicos se anunciaba un congreso, organizado por el suplemento mensual de un periédico. En un carrete infinito se presentaba a los participantes y a sus obras, que inclufan desde puentes y escuelas hasta edificios habitacionales y de oficinas. Aparecian ellos, también, los arquitectos, siempre muy elegantes y en sus despachos de luz tranquila y libreros, con sonrisas amables y célidas. En el carrete habia una foto de una amplia cocina monocromitica, de angulos rectos y superficies brillantes, donde limparas negras pendian sobriamente sobre un reluciente piso de marmol blanco. Los muebles eran todos de aluminio y un frutero con unas frutas imposiblemente pulcras era el nico detalle de color. Yo venia de hablar con el Oso y me habia contado algo sobre cémo disfrutaba mucho su trabajo y se sentia orgulloso de poder verlo terminado. Pensaba yo que cuando podria dec’» lo mismo y que er* terrible pensar qu. sivieran en condiciones tan duras cuan?o lo que hacen estd tan bien hecho. Y viendo la cocina tan pulcra y blanca —y tan sin costales ni trabajadores ni escombros — me pregunté en qué lado se reconoce el trabajo de los albafiles, y en cémo podriamos hacer ver que los edificios alguna vez fueron obras, y que en ellas hubo gente a la que lo que les tocé fue eso porque no les dio tiempo de nada més. Joaquin Diez-Canedo (hitps://twitter.com/joaquinden) (Ciudad de México, 1989) es arquitecto por la UNAM e historiador de la arquitectura por University College London.

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