Lee el mensaje completo del primer ángel (Ap. 14:6-7).
¿Qué relación hay entre el evangelio eterno, la predicación mundial, el temor y la gloria de Dios, el juicio, y la adoración? Piénsalo detenidamente. Si nuestro mundo surgió del azar y de la lucha por la supervivencia, ¿qué sentido tiene este mensaje? Sin embargo, si nuestro mundo es fruto de un acto de amor del Creador, todo cobra sentido. ¡Adora al Creador! Por negarse a adorarlo, el emperador Domiciano exilió a Juan a Patmos, una pequeña isla griega. Allí, rodeado por criminales y tratado como tal, el anciano apóstol fue visitado por el único digno de su adoración: Jesús (Ap. 1:17-18). En medio de su tribulación, recibió visiones de esperanza, de advertencia y de ánimo. Mensajes que nos preparan hoy en día para enfrentar la gran tribulación final (Ap. 3:10). La verdadera adoración, la adoración al Creador, nos da algo por lo que vivir y, si es necesario, soportar tribulaciones. Nuestro sol podría contener más de un millón de planetas como el nuestro. Pero es solo uno de los cien mil millones de soles (estrellas) de nuestra galaxia. Y ésta es solo una de las dos billones de galaxias observables. ¡Y todo esto es creación de Dios! Cuando Apocalipsis nos invita a adorar al Creador, nos invita a adorar a un Ser impresionante e ilimitado. Aún en las cosas más pequeñas podemos ver su mano maestra, su sabiduría y su originalidad. Desde el primer versículo de la Biblia, Dios se presenta como el Creador, el único Nieve vista en microscopio Creador (Gn. 1:1; Is. 44:24). Nuestro Creador no es Dios lejano. Él está cerca de cada uno de nosotros (Hch. 17:27); nos cuida y sustenta (Sal. 3:5; Col. 1:17); se preocupa por todos (1P. 5:7). Dios, “el Alto y Sublime”, que habita “en la altura y la santidad”, también está al lado del “quebrantado y humilde de espíritu” (Isaías 57:15). No se contenta con crearnos y sustentarnos, sino que hace de nosotros “nuevas criaturas” (2Co. 5:17). Quiere transformarnos y moldearnos a su imagen. Anhela fervientemente que le abramos nuestro corazón, para habitar en nuestro corazón (Ap. 3:20). La mayor parte de las personas piensan que este mundo llegó a la existencia por un proceso evolutivo. Un proceso basado en la muerte y en la supervivencia del más apto. Aun aceptando que Dios estuviese presente en ese proceso, tenemos un problema grave. Si la muerte es un proceso inherente a la vida, no pudo entrar en el mundo por el pecado de Adán (Ro. 5:12). Entonces ¿para qué murió Jesús? ¿Para librarnos de la muerte, que Él mismo habría creado para darnos la vida? Aceptar la evolución (incluso la “teísta”), es negar abiertamente lo que la Biblia enseña; es anular el sacrificio de Jesús; es dejarnos sin esperanza ni sentido alguno. Por eso, el mensaje es trascendente: Adora al Creador “Así dice el SEÑOR, tu Redentor, quien te formó en el seno materno: Yo soy el SEÑOR, que ha hecho todas las cosas, yo solo desplegué los cielos y expandí la tierra. ¿Quién estaba conmigo?” (Isaías 44:24) El Creador se presenta ante Somos llamados a adorar al nosotros con otro título: el que “hizo los cielos y la tierra”, Redentor. al mismo que “se humilló a sí mismo, haciéndose obediente Dios no abandonó a sus criaturas hasta la muerte, y muerte de cuando éstas se rebelaron contra cruz” (Flp. 2:8). Él. Al contrario, descendió a este pequeño planeta y se hizo hombre como nosotros. Cargó sobre Él nuestro pecado y murió en la cruz para redimirnos de la condenación del pecado (Is. 53:6; Tit. 2:13-14). “La naturaleza atestigua que un Ser infinito en poder, grande en bondad, misericordia y amor, creó la tierra y la llenó de vida y de alegría. Aunque ajadas, todas las cosas manifiestan la obra de la mano del gran Artista y Maestro. Por doquiera que nos volvamos, podemos oír la voz de Dios, y ver pruebas evidentes de su bondad. […] Todas las cosas hablan de su tierno cuidado paternal y de su deseo de hacer felices a sus hijos” E. G. W. (El ministerio de curación, pg. 319-320)