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FAVIOLA LAZO Y RUBEN SILVA VIERO VOLVER. ACASA. El pap de Alejandro ha decidido dejar el pueblo y viajar ala capital en busca de oportunidades. Para Alejandro, esto significa alejarse del carifio de sus abuelos y de la compafiia de su fiel carnero Moti. En la ciudad, no se siente comodo ni feliz y menos cuando empieza a asistir a escuela y conoce a Dylan y su pandilla. Sin embargo, una luz de esperanza se enciende para él cuando llega Catalina, una nifia que también ha tenido que dejar su hogar en Venezuela. isan il 49 llustraciones de Pamela Morgt Anton Go A: PoP sate 28 fa C7 Lien Alejandro Bas la lluvia intensa, bailando y saltando sobre los charcos, parandose debajo de las canaletas de agua, contemplando el espec- tdculo de la naturaleza, los sonidos, colores y luces del cielo que a veces llegan a la tierra, se ve a un pequefio nifio junto a un camero. No solo Ilueve a céntaros, sino que también relampaguea. Al nifio le habfan dicho que los rayos alcanzaban a algunas personas y les causaban la muerte, «Seguro portaban algdn objeto de metal», le decian, Por eso, cuando empezaban las lluvias, él sabfa que debfa despojarse de todo tipo de objeto que atrajera los rayos, y asi salia a bailar con su lanudo compaiiero llamado Moti. Pero esta vez no disfruta como siempre de la Iluvia ni del paisaje. El nifio, que se llama Alejandro, esté triste Alejandro no solo tenfa a Moti, también tenfa patos, pollos, un cerdito y un perro, que solfan jugar con él casi siempre, menos cuan- do llovia, El nico que era capaz de acompafarlo en sus aventuras bajo la lluvia era Moti. Nadie se explicaba cémo Alejandro habia conseguido domesticar al Janudo animalito, aunque quizds habla sido al revés. Lo cierto es que a ambos les gustaba la Iluvia (algo inexplicable para un carnero y para un muchacho) Ellos habfan crecido juntos, como hermanos, incluso un tio de Alejandro aseguraba que habian nacido el mismo dia. Cierta mafa- na, en la que Alejandro llevé a Mati y al resto del rebafio a pastar, su abuela le hizo una advertencia —Ten cuidado, vuelve pronto, Parece que va a llover —Sf, abuela, pero a mf me gusta la Iluvia. —A ti, sf; pero a los cameros, no. —Esté bien, abue; volveré pronto —respondis6. Alejandro se fue alegre. Llevaba con él un pufiado de canchita y unos trozos de queso como fiambre para el camino. Ademés, tena en su morralito un libro; estaba leyendo El mago de Oz, uno de sus favoritos. —Este parece ser un buen pasto, aqui nos detendremos. —Y sin pedirle permiso, los carneros se dispusieron a disfrutar del banquete. Mientras tanto, Alejandro se senté cémodamente bajo la sombra de un Arbol a terminar de leer su libro, esperando que, a pesar del color de las nubes, la lluvia no empezara pronto; sin embargo, se concentré tanto en su lectura que se olvidé de ver el cielo. Entonces, cuando sintié el fuerte ventarrén en su piel y el crujido de las ramas de los arboles que se mecfan con fuerza de lado a otro, supo que la Iluvia estaba por llegar; junt6 a su rebafio y se preparé para volver a casa. Cuando Ilegé, en medio de la Ilu- via y los truenas, cogié una piedra para golpear el portén de made- ra con fuerza. La abuela le abrid y empez6 a contar los carneros mientras in- gresaban al corral: —Uno, dos. .., seis, siete —decfa la abuela, —Abuela, falta un carnero —grité Alejandro, que también con- taba, pero en silencio. —No puede ser... {Es Moti! —expresé la abuela con tristeza —Ya regreso, iré a buscarlo —respondié decidido Alejandro. —No, hijo, es muy peligtoso —le advirtié la abuela, Alejandro le tomé la mano, le dio un beso y le dijo: —Abue, yo nacf un dia de lluvia, no recuerdas que me lo con- taste? No me pasard nada. Ademés, ya sé dénde esta, Bueno. eso creo, La abuela, algo preocupada, asinti6, de|é que su nieto se fuera y se quedé pensando en cémo habfa crecido su muchacho. Alejandro retorné por el camino en busca de Moti y fue grande su sorpresa al encontrarlo cerca del establo, debajo de una canaleta de agua, como si se estuviera duchando. —Asf que aqui estas, No le tienes miedo a la Iluvia, eres igual que yo, pero ya debemos imos. —Alejandro arreaba al carnero, 9 pero este no se movia, més bien parecfa disfrutar bajo el agua, meciéndose de un lado a otro para que el chorro cayera en todo su cuerpo. —Se nota que te gusta mucho la lluvia, geh? |A ver! —le dijo Alejandro imitando a Moti. Luego lo abraz6 y le susurré al ofdo: —Pareces una motita empapada Y empapados fueron los dos a casa. Ese dia, Alejandro apren- di6 de Moti a pararse debajo de las canaletas y asf empezaron los paseos bajo la Iluvia que siempre hacian juntos. Alejandro se mon- taba en Moti, como si fuera su caballo, hasta que ya no pudo con el peso de! muchacho, Las personas en el pueblo siempre los vefan juntos. Algunas veces, Alejandro iba montado sobre Moti; otras, el carnero lo em- plijaba suavemente con sus cueros indicéndole adénde queria if; y otras simplemente paseaban el uno cerca del oto. Al verlos, mu- chos sonrefan y se preguntaban quién habla domesticado a quién Moti se gané un nombre y un lugar no solo en el corazén de su ami- g0, sino en el de todo el pueblo. Asfera la vida de Alejandro, entre la casa, la escuela y la chacri- ta. Después de las clases, solia regresar a jugar con sus animales ya ayudar a sus abuelos en casa En sus dias libres y en las vacaciones, unas veces cortaba la lefia y cargaba los pesados troncos hasta la cocina; otras, cargaba los sacos de papas que trafa el abuelo de la chacra. iAlejandro era un muchacho fuerte!, pero también amable y sensible, Le gustaban la musica y el baile. También, leer los cuentos que su padre le compraba cada vez que iba a la capital. Y ahora iba cada vex més a menudo. El esperaba feliz su regreso con la curio- sidad de saber qué libro le habia traido. Para él, todo estaba bien, pero no para su padre. Un dia, luego de jugar bajo la Iluvia, Moti y Alejandro llegaron a casa empapados —Ya te dije que no debes jugar en la Iluvia, te vas a enfermar yel carnero también —le recriminé su abuela tratando de poner- se seria —No es un carnero, abue, es Moti; se pane triste si no lo llamas por su nombre. La abuela, con una sonrisa, le respondié —Es solo un animalito, llévalo al corral y ven para secarte y cambiarte esa ropa —Estd bien, .. —acepté Alejandro—. Vamos, Moti, mafiana nos vemos para otra aventura —le aseguré mientras cerraba la puerta del corral y el carnero balaba como despidiéndose. Al volver, la abuela lo esperaba con una gran toalla de felpa que tenia un dibujo del superhéroe favorito de su nieto, a quien le acariciaba la cabeza, a la vez que secaba sus cabellos, Estaba espe- cialmente carifiosa —Te pasa algo, abue? —No, hijito, nada —Pareces triste, gen serio, nada? —Nada, hijo. Bajaré a preparar la cena —Esté bien, abue —le dijo Alejandro y se acercé para darle un beso. La abuela lo abrazé y ambos terminaron mojados. —Deberias venir un dia con nosotros, abue. Es muy divertido jugar bajo la Huvia, —Lo sé, hijo, pero ya estoy vieja para eso. —aLo sabes, abue? z¥ cémo lo sabes? jOh...1 gTG también ju- gabas bajo la lluvia cuando eras nifia? —Si, pero no le cuentes a tu abuelo. —Claro que no, abue, soy una tumba, —Se miraron y rieron —Bajaré a preparar la cena. Termina de secarte, cdmbiate y abrigate bien. —Estd bien, abue. Mientras se alistaba, le llegaba el exquisito aroma de la comida que preparaba la abuela aunque no escuchaba su voz entonando las canciones a las que ella los tenfa acostumbrados. «Mi abuela canta hermoso como los jilgueros», solfa decir Ale- jandro, pero ese dia ninguna melodia se asome. Se secé muy bien, se cambid, se abrigé y bajé a cenar, Como era habitual, el abuelo dio las gracias por los alimentos y empezaron una de las cenas més tristes que Alejandro podia recordar. Estaban todos muy callados y se respiraba un ambiente tenso en la mesa. Alejandro se dio cuenta de que algo pasaba: nunca cenaban tan callados, siempre hablaban, se refan y se contaban cosas. Ademés, la abuela ten(a la costumbre de cantar cuando cocinaba, y esta vez habia estado muda; eso era demasiado. El abuelo no paraba de m rara su papé hasta que este ya no soport6, Se paré con tanta fuerza que lanz6 la silla para atrés y exclams: —iYa basta! No me miren asf. Nada puedo hacer, debo buscar lo mejor para mi hijo y mi familia, y esta es una gran oportunidad Perdénenme, debo ir a la capital —Pero, hijo, podrfas ir tG primero y luego te alcanzarfa Alejan- dro —se animé a proponer el abuelo. Cuando el abuelo terminé de hablar, Alejandro se lanzé a los brazos de la abuela suplicando: —iYo no me quiero ira ningtin lado! —iSuficient —repuso el papd —Ahora no solo tengo un hijo, parece que son unos nifios los tres, Ya venfamos hablando de este tema hace un tiempo, sabfamos que pasaria. Dejen de comportarse como si no me doliera, como si tuviera otra salida. Acé, en el pueblo, ya no hay oportunidad de trabajar y mucho menos de que mi hijo tenga una educacién digna ¢Acaso no recuerdan que Carla, mi esposa, tuvo que irse del pais para conseguir un mejor empleo? No se han dado cuenta de que a 14 veces los maestros no Ilegan a las clases? ,Asf qué pueden aprender los chicos? Todo esta centralizado, Las oportunidades solo estan en la gran ciudad. Es hora de dejar el pueblo para tener una vida mejor. Les prometo, taitas, que, en cuanto junte un dinero, ustedes tam- bién se iran con nosotros. Los cuatro se abrazaron y Iloraron sin mayor consuelo que el de creer que estaban haciendo lo correcto, ¢Migrar a la capital se! una buena idea? ¢Acaso no era la peor de las salidas? A pesar de estas dudas, ellos, en el fondo, sf crefan que la educacién, la salud y el trabajo podfan ser mejores que en su pueblo, Luego de unos dias, Alejandro bailé por dltima vez bajo la lu- Via, Parecfa que el cielo también se despedfa. Extrafiaba desde ya a sus abuelos, a sus amigos; pero, sobre todo, extraftarfa a Moti Ahora lo podemos ver ahi, bajo la Iluvia intensa, bailando y saltando sobre los charcos, pardndose debajo de las canaletas de agua, contemplando el espectaculo de la naturaleza, los sonidos, colores y luces del cielo que a veces Ilegan a la tierra, El esté ahora despidiéndose de su hogar, de sus querencias, bafiado por la Iluvia que se lleva la imparable lluvia que sale de sus ojos. La ciudad Ene a la capital luego de doce horas de viaje. Todo era tan diferente de su pueblo. El color del cielo, el olor del ambiente, los edificios, los carros. Alejandro se sentia tan fuera de lugar, se sen- tfa perdido, Lo Gnico que queria era volver a su tierra para saltar, chapotear, jugar con sus animales, correr con Moti, perderse en el campo y bailar bajo la Hluvia. Lo aturdia mucho la bulla de los carros y el rostro serio de la ma- yorfa de las personas que caminaban con demasiada prontitud. Sin embargo, eso no fue lo peor: luego de tomar muchos carros, llegaron donde su tfo, solo que él no vivia en una casa, sino en un departamen- to, en un edificio dentro de un condominio leno de muchos edificios Cuando entré en el pequefio espacio donde estaban la sala y el comedor, pens6 en Moti, recordé cuando lo dejaba en el corral y pensé que asf de triste se debia sentir su carnero encerrado. Ale- jandro miraba consternado a su pap cuando este le susurré: 5 —Seré mientras encontramos un lugar. Asf pasaron los dias, entre el bullicio de los carros y el encierro; solo podfa salir con sus primos y debfa mantenerse dentro del can- dominio.... era como vivir en una cércel gigante. Se sentia prisionero mirando a través de su ventana a la gente que caminaba muy de prisa, como si fueran autématas. —Papé, gpor qué las personas no se saludan? En el pueblo to- dos eran muy amables, se daban los buenos dias y sonrefan; acd ni se miran, solo miran su celular, caminan como si alguien los persi- guiera. Nunca he visto sonrefr a nadie. —No lo sé, hijo... Quizd aqui la vida transcurre mas rapido y nadie tiene tiempo para sonreir. De cualquier manera, Alejandro tenfa la esperanza de que en el colegio harfa amigos y las cosas serian més llevaderas. ML EI colegio Pie empezarian las clases y Alejandro las esperaba con an- sias, ya que, al menos, podria salir del condominio, Desde que lle- garon, no salfan mucho, bueno, él no lo hacfa; su pap4, en cambio, se pasaba todo el dia fuera. Alejandro tenia que quedarse en casa porque sus primos ya eran grandes y no podfan pasar tanto tiempo con él; ademds, no conocia la ciudad y le daba un poco de mieda Por todo esto es que el colegio le parecfa una promesa de libertad y la oportunidad de conocer a otros nifios de su edad. Sin embar- go, las matriculas habfan empezado hace un tiempo y su papé tuo que hacer un gran esfuerzo para conseguir un cupo en un colegio cerca del departamento. Por suerte, alcanzé a matricularlo justo el primer dia de clases, en la seccién D. A pesar de que era tarde, Alejandro estaba muy animado. Su papé lo dejé con la jefa de normas, que habfa venido hasta la secre- tarfa para llevarlo a su salén —Buenos dfas, sefiorita. £] es mi hijo Alejandro, acabo de ma- tricularlo, —Buenos dias, sefior, Sf, la directora me mandé a llamar iBuenos dias, Alejandro! —exclamé volviéndose al nifio, que con- testé el saludo timidamente. —Buenos dias, sefiorita. —Déjelo conmigo, sefior, yo lo guiaré a su sal6n y lo presentaré ante sus compafieros —dijo la sefiorita con amabilidad dirigiéndo- se de nuevo al papa —Bien, muchas gracias. —El papé se incliné y, tomando ca- riflosamente de los hombros a su pequefio, le dijo—: Que te vaya muy bien, hijo, nos vemos mas tarde, recuerda que hoy te recojo. —Hasta ms tarde, papa Alejandro estaba muy sorprendido por lo enorme de la cons- truccién, y una mezcla de nervios y de emocién empez6 a apoderar- se de él cuando la jefa de normas lo acompatid a su sal6n. —Alejandro, qué gusto —dijo la maestra—, adelante Ella lo condujo suavemente del brazo y se pararon enfrente de la clase. Alejandro sentfa las miradas extraas, las manos le suda- ban y un calor recorria todo su cuerpo como una corriente eléctrica que hacfa que sus mejillas se enrojecieran mas de lo normal. —Nifios y nifias, les presento a Alejandro, su nuevo compajiero. 20 El querfa desaparecer, se sentfa muy avergonzado, no sabfa por qué, pero no lo miraban con amabilidad. —Siéntate junto a Mario.

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