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Etica 1 A 3 y Libro
Etica 1 A 3 y Libro
MÓDULO 1
ÉTICA Y
DEONTOLOGÍA
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UNIDAD I
INTRODUCCIÓN
En esta unidad veremos las principales teorías en el campo de la ética normativa (a veces
llamada “filosofía moral”), que es una de las ramas del área de la filosofía más general
llamada “ética”.
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Bien señala López Aranguren que, en el sentido de “carácter”, ethos es “modo de ser” o
forma de vida que se adquiere y se construye a lo largo de la vida; opuesto a lo que
sucede con el temperamento, originario de la estructura de la personalidad, que algunos
atribuyen a los procesos biológicos (genética) y/o psicológicos.
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En nuestros días, “ethos” se utiliza en forma corriente como un término que designa un
conjunto de actitudes, convicciones, creencias morales y formas de conducta, sea de una
persona individual o de un grupo social o étnico, etc. Por tanto, el ethos es un fenómeno
cultural inescindible de la cultura, cualquiera sea, por ser una manifestación de esta.
Esta forma particular de comportamiento que constituye un modo de vivir es adoptada
por un grupo de individuos que forman parte de la misma sociedad. Toda comunidad
humana que ha sobrevivido a moldeado, a su vez, su ethos a las condiciones fácticas
ambientales y sociales al ritmo de los cambios evolutivos.
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La ética como disciplina es la encargada, entonces, de reflexionar sobre las preguntas que
acarrean las diferentes manifestaciones de
normatividad fáctica del ethos: ¿qué se debe
hacer? ¿por qué se lo debe hacer? La respuesta que
se le dé a estas preguntas constituirá la
racionalización/reconstrucción del cuerpo líquido
del ethos: principios de la vida moral que dan
sustento axiológico último a las normas.
❑ Deontología: teoría deontológica se puede considerar como una teoría ética que
se ocupa de regular los deberes, traduciéndolos en preceptos, normas morales y
reglas de conducta, dejando fuera de su ámbito específico de interés otros
aspectos de la moral.
La deontología profesional es un sistema de autorregulación del que se dota una
corporación profesional que por encomienda de la sociedad tiene reconocidas atribuciones
propias en un campo determinado, con el fin de garantizar que las ejerce con sentido de
responsabilidad y enfocándolas hacia la defensa del interés general. Para su
aplicación se elaboran códigos deontológicos, los cuales reglamentan, de manera
estricta o bien a modo de orientación, las cuestiones relativas al "deber", de los miembros
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de una determinada profesión. La deontología se nutre por un lado del marco jurídico, y
por otro del marco moral.
La Deontología Jurídica comprende las reglas del deber y, como tal, tiene la misión de
regular el proceder correcto y apropiado del abogado en su ejercicio profesional. Esta
función la realiza desde el ámbito de los llamados Códigos Deontológicos que regulan
toda la actividad de la Abogacía, los que a su vez se nutren, indiscutiblemente, de la
Moral y la Ética. La deontología no es más que la ética profesional aplicada, donde sus
contenidos normativos son de acatamiento obligatorio para todos los abogados a los
cuales se dirigen. Existen muchos principios rectores de la Deontología Profesional, entre
los más importantes encontramos la justicia, la independencia profesional, la libertad
profesional, la ciencia y conciencia, así como la probidad profesional. Estos principios
brindan contenido y vigencia práctica a la Deontología Jurídica, desde su eminente
carácter preventivo, el cual algunas veces se muestra vulnerado por actuaciones
indebidas de los abogados y surge, irremediablemente, la posibilidad extrema de imponer
sanciones disciplinarias a éstos.
finalidad. Es más, cualquiera de los dos elementos del acto humano que falten
absolutamente (sea la advertencia, sea la intención) hace que la calificación
moral del agente "no tenga sentido".
La reflexión científica del hecho moral toma 2-Etapas del sentido moral
como punto de partida las concepciones El sentido moral del individuo pasa por cuatro
espontáneas del sentido moral y las grandes etapas:
1. Anomia, donde no hay normas,
formulaciones morales vigentes en una corresponde a la etapa amoral (por ejemplo, la
determinada sociedad histórica. etapa infantil).
2. Heteronomía, donde la norma reside en
otro (Por ejemplo, en los adultos, alguien que
A modo de ejemplo, la Ciencia Moral, represente una autoridad).
siguiendo al sentido moral, formula las 3. Socionomía, donde la norma reside en los
condiciones de la moralidad; es decir, los pares (por ejemplo, los amigos).
4. Autonomía, donde la norma es propia,
requisitos para que un acto humano pueda reside en sí mismo (correspondería a la etapa
ser calificado moralmente: del adulto crítico).
Ciencia Moral: La ciencia moral fue definida de muy diferentes maneras por las
distintas direcciones del pensamiento filosófico.
La concepción sociológico - positivista la concibe como ciencia descriptiva.
Considera a la moral como "la ciencia de las costumbres", entendiéndola como
una mera descripción de los hechos morales usuales de una sociedad histórica
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Tomás es que la Moral trata de la idea verdadera del hombre, la idea del hombre
bueno". (Las Virtudes Fundamentales; Ed. Rialp, pág. 12). En consecuencia, para
este autor, es la ciencia de las virtudes del hombre, sin desconocer que la virtud
consiste en obrar como es debido.
Deontología
Entendemos que el término más adecuado para designar a la ciencia que estudia
el fenómeno de la moralidad es "Deontología", el que expresa con mayor precisión
el concepto implicado.
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De este modo, no hay lugar para considerar a la Deontología como una ciencia
descriptiva de las conductas usuales de una sociedad, sino que, deontología,
siempre hará referencia a la conducta debida, en razón del ser de las cosas.
Aludirá necesariamente a una ciencia normativa, que le propone al hombre las
reglas de su obrar libre, a fin de alcanzar su propio bien.
Deontología es saber práctico: La misma opción por la palabra Deontología implica una
definición inicial por la capacidad de la inteligencia humana de conocer naturalmente la
existencia de un bien que es propio del hombre y, en consecuencia, de dirigir sus actos
en orden a la efectiva realización de dicho bien.
A diferencia de los demás seres del universo, la persona humana busca realizar
su propio bien en forma deliberada y consciente.
Esta modalidad del saber cumple con su finalidad cuando el ser es conocido tal
cual es; es "contemplado" en su propia realidad por la inteligencia en su función
teórica.
Las reglas del obrar y del hacer: Pero las acciones libres del hombre comprenden un
arco demasiado amplio. Desde cocinar o armar una turbina, hasta dar la vida por la
patria; desde pasear por el campo, hasta asesinar por dinero. De allí que conviene
distinguir los campos del hacer y del obrar y, dentro de este último, el obrar calificable
moralmente del que es moralmente indiferente.
- su propia perfección.
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- el bien social.
Si bien en la ciencia jurídica existe una técnica, un hacer que le es propio (de
importancia fundamental); en virtud de los objetos más específicos de nuestra
asignatura (la dimensión moral del orden jurídico y la ética profesional del
hombre de derecho):
Nos ocuparemos, en adelante, exclusivamente de esa forma del saber práctico
que es la que regula el obrar del hombre en pro de su perfección, es decir, del
conocimiento práctico ético.
Toda la filosofía moral depende del principio supremo de la moralidad, "hay que
hacer el bien y evitar el mal", de donde este conocimiento también tiene por
objeto "buscar de despertar y activar el deseo del bien". Los principios generales
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Esta realidad explica el instintivo rechazo por parte del sentido común de la
gente, hacia los juicios (sobre cuestiones de índole práctica) formulados por
quienes tienen estudios, pero no experiencia. Ocurre en estos casos que, más
allá de la mejor o peor formación académica que posea el opinante, éste suele,
por inexperiencia (o lo que es lo mismo, falta de práctica) no tener el hábito
(prudencia) de considerar y ponderar debidamente todos los factores pertinentes
que inciden en la realidad existencial, para adoptar la mejor determinación
posible en el marco de las circunstancias existentes. El sentido común, en
cambio, aprecia al hombre experimentado, dotado del hábito de la prudencia.
científica (2º nivel del saber práctico) tendrá una buena base para empezar. Pero
ésta, por sí misma, no lo convertirá en un prudente del derecho (jurisprudente),
no será en consecuencia -todavía- un profesional con pericia. Y la actividad del
profesional, precisamente, consiste en saber dar al cliente el consejo jurídico que
le conviene en el caso concreto (3er. nivel del saber práctico). Y éste saber
perfectamente práctico, sólo se adquiere con el ejercicio de la virtud de la
prudencia a lo largo de los años. ¡Es decir, mediante la experiencia!
Método de la Deontología
3.La Deontología, en tanto saber práctico, tiene una tercera etapa, racional-
metafísica, donde -habiéndose transitado por las etapas precedentes- el intelecto
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Ya nos hemos referido la moral como hecho (supra, Moralidad) y al papel que
juega la experiencia en la ciencia moral. Ahora, se sistematizará la experiencia
del hecho moral, partiendo de sus aspectos más evidentes, para luego analizar
los elementos que componen este fenómeno.
Con este tema comienza Jacques Leclercq su obra (cit.), expresando: "Entre los
hechos humanos existe uno y se llama moral, igual que la física es un hecho y la
matemática y la filosofía y la religión". Agregando a continuación: "Por encima de
la cuestión de saber si tal o tal moral es verdadera, o de saber cuál es la verdad
moral, un hecho se impone: los hombres admiten una verdad moral, creen en ella,
poco importa que hayan o no reflexionado sobre ella".
"El hecho moral, es decir, el hecho de creer en una regla moral, es un hecho
humano. Donde quiera que encontramos hombres los encontramos en posesión de
una moral..."
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La doble constricción
Es que allí está el hombre, ante el problema moral. Sin duda limitado, pero
todavía capaz de hacer el esfuerzo, capaz de lograr la hazaña de obrar en plena
conciencia, es decir, con libertad para hacer el bien. Así puede decirse que, con
los condicionamientos propios de su historicidad y de su afectividad, es dueño de
sus actos y responsable de sus consecuencias.
Dicho de otro modo, son morales aquellos actos humanos que el agente realiza
con advertencia y voluntad libre (materia) considerados desde el punto de vista
de su adecuación con la regla ideal de la conducta humana con el fin de alcanzar
la perfección que le es propia (forma).
Habiendo visto los elementos del hecho moral desde el punto de vista de la
conciencia, la realidad de la doble constricción, y por fin, la esencia del hecho
moral, en directa relación con este último punto, podemos sintetizar los
caracteres esenciales de este fenómeno.
El hombre, ser social por naturaleza, ha tenido conciencia, desde su más remoto
origen, del hecho jurídico. El fenómeno de lo jurídico es parte inseparable de la
convivencia social, siendo sus fines más evidentes, la ordenación de dicha
convivencia hacia el bien común y el dirimir los conflictos de intereses que se
plantean entre sus integrantes.
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En la actualidad, los aspectos prácticos que hacen al derecho, como son los
sociológicos, éticos, metodológicos, etc. han sido revalorizados. Asistimos al
renacimiento del razonamiento tópico y hasta de la retórica desarrollados por los
juristas de la antigüedad, por adecuarse perfectamente a los requerimientos de
la práctica del derecho.
Este último aspecto merece una reflexión aparte. ¿Existe una crisis moral de la
abogacía con caracteres de enfermedad terminal? En 1967 se coincidió en una
respuesta: los abogados participan de una crisis moral general de la sociedad, en
la que se verifica una subversión de los valores tradicionales. No es entonces el
conjunto de los abogados un grupo especialmente afectado de inmoralidad.
Si tenemos en cuenta que la vigencia efectiva del Derecho es uno de los valores
más altos de la vida en sociedad, debemos concluir que las fallas éticas de los
abogados, a quienes el sistema hace jugar un papel tan importante en este
cometido, tienen una repercusión social enorme. Dicho en otras palabras, en
esta profesión, la ética, cuando falta, "brilla por su ausencia".
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Relativismo moral: No es inusual encontrar personas que, ante preguntas del estilo de
“¿Qué es moralmente correcto o bueno?”, respondan con afirmaciones como “Depende de
la cultura en la que estemos inmersos”. Este tipo de respuesta es, al menos en una
interpretación posible, propia de alguien que abraza lo que se conoce como “relativismo
moral”.
Ante todo, debe aclararse que el relativismo moral no es una teoría amoral, es decir, no
es escéptico frente a la idea de que existe la moral. Considera que las personas
efectivamente tienen deberes morales y que existen buenas y malas personas. Afirma que
la moral existe, pero que es relativa a cada cultura, de modo que no tiene sentido evaluar
a las diferentes sociedades de acuerdo con estándares objetivos. No es escéptico acerca
de la moral, sino acerca de la moral objetiva. Como tal, la tesis relativista es opuesta a la
corriente moral objetivista, de acuerdo con la cual hay principios morales objetivos a la
luz de los cuales deberían ser evaluadas las diferentes culturas. Tal como veremos en la
próxima sección, las teorías morales objetivistas se diferencian entre sí por el tipo de
principios que consideran objetivamente válidos, pero todas ellas rechazan la tesis
relativista de que los principios morales varían según la cultura.
Debe tenerse presente, asimismo, que el relativismo moral es, como toda teoría ética o
moral, una tesis normativa concerniente a lo que debe ser, no una tesis descriptiva sobre
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Lo dicho en el párrafo precedente debería servir para ilustrar una falacia muy común.
Muchas personas intentan defender la teoría normativa del relativismo moral, pero
basándose en la apreciación sociológica de que existieron y existen muchas culturas con
diferentes códigos morales. Es un razonamiento falaz, dado que se está intentando
justificar una tesis normativa (sobre lo que debe ser) apelando a una tesis descriptiva
(sobre lo que es). Todos sabemos que en nuestro planeta han habitado una gran
diversidad de culturas. La pregunta interesante es si lo que realmente debemos hacer
varía en función de si formamos parte de una cultura u otra. Para probar esta tesis
normativa necesitamos argumentos normativos. La apelación a los hechos es irrelevante.
En otras palabras, decir que diferentes culturas adoptan diferentes creencias sobre lo
que es moralmente correcto o incorrecto, bueno o malo, no implica necesariamente que
aquello que realmente debamos hacer varíe de acuerdo con las creencias predominantes.
Bien podría suceder que lo objetivamente correcto o bueno siempre haya sido lo mismo,
pero que solo hayan ido variando las creencias sobre ello. No sería la primera vez que
suceda. A modo de ejemplo, durante mucho tiempo diferentes culturas tuvieron diversas
creencias sobre la forma de la tierra, lo cual no implica que la forma real de la tierra
haya ido cambiando de acuerdo con las creencias predominantes de cada época.
Otro error usual es creer que el relativismo moral implica un principio de tolerancia. De
acuerdo con esta visión, todos debemos ser al menos un poco relativistas, porque eso
nos permite tener la mente más abierta y aceptar culturas con diferentes estándares
morales. Bien podría ser que esta sea la razón por la que muchas personas abrazan el
relativismo moral. Pero es un error. El relativismo moral no implica tolerancia. A la luz
del relativismo, si la tolerancia es buena o mala dependerá, justamente, de la cultura en
la que estemos sumergidos. Recuérdese que el relativismo moral, por definición, rechaza
que haya valores morales objetivamente válidos. Entonces no puede considerarse que
implique un principio universal de tolerancia. Para esta corriente de pensamiento la
tolerancia es un valor más, como otros, de modo que será buena o mala dependiendo de
las creencias predominantes de la cultura en la que nos encontremos.
Hasta aquí hemos presentado errores comunes acerca de qué es, o qué implica, el
relativismo moral. Un interrogante diferente consiste en determinar a qué tipo de
cuestionamientos es vulnerable. Tal vez la crítica principal sea que el relativismo moral
nos permite llegar a conclusiones que prácticamente nadie aceptaría; conclusiones tan
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anti-intuitivas que dan razones para dudar seriamente de la plausibilidad de esta teoría.
Sucede que, partiendo de la premisa relativista, podríamos concluir que prácticas como
la esclavitud son permisibles, si las creencias predominantes de la cultura en cuestión
así lo establecen. También podríamos concluir que no hay nada de malo en el maltrato
sistemático a la mujer en aquellas culturas cuyo código moral lo aprueba. Y lo mismo se
aplica a todo tipo de comportamientos que consideramos repugnantes como el
canibalismo, el infanticidio o los castigos físicos a aquellos que piensan diferente.
Otro tipo de conclusión inaceptable a la cual el relativismo moral parece conducir es que
no hay espacio para la genuina reflexión moral. Por ejemplo, la discusión acerca de qué
deberes morales tienen los abogados se reduciría al mero ejercicio de identificar las
creencias morales predominantes de la cultura que se esté analizando. No podríamos
juzgar ciertas costumbres morales como positivas o negativas, dado que lo positivo y
negativo se define, según el relativismo, de acuerdo con la propia cultura. No habría
lugar para el progreso moral dado que la propia palabra “progreso” implica que haya un
ideal al cual llegar; un ideal definido según estándares independientes que todas las
culturas deben alcanzar (los cuales no existen según el relativismo moral). Pensar sobre
la ética profesional de los abogados ya no consistiría en reflexionar sobre cuáles son los
parámetros éticos ideales para evaluar su comportamiento, sino simplemente en verificar
que los abogados hayan cumplido con lo que en su cultura se considera moralmente
adecuado.
Como puede apreciarse, entonces, la forma que adoptemos de hacer ética aplicada, y en
particular de pensar el ejercicio de la profesión de abogado, dependerá de la teoría de
ética normativa de la cual partamos. Si partimos de una concepción relativista, tal
ejercicio consistirá en evaluar si el comportamiento de los abogados se ajusta al código
moral de su cultura. Si, en cambio, partimos de una concepción objetivista, evaluaremos
sus acciones a la luz de estándares morales que no necesariamente sean parte de las
creencias predominantes. Serán estándares morales que consideraremos objetivamente
correctos y que, de ser cuestionados, habrá que defender apelando a razones objetivas
más allá de su popularidad en una cultura y época determinadas.
Introducción
concluiríamos que tenemos el deber moral de matar a una persona, puesto que generaría
más consecuencias positivas que negativas. Por otro lado, tal vez creamos que la
corrección o incorrección moral de las acciones no dependen enteramente de las
consecuencias que generan. Puede que nuestro deber moral de no matar persista incluso
en aquellos casos complejos en los que matar implique salvar más vidas. Cada uno de
estos dos razonamientos refleja una teoría de ética normativa diferente. El primero forma
parte de lo que se conoce como “consecuencialismo”, mientras el segundo refleja lo que
los filósofos típicamente llaman “deontologismo”.
Los inquilinos de un edificio demandan a los propietarios con el fin de obligarlos a reparar
daños que, si bien ocasionan molestia, no representan riesgos serios. Usted, como abogado
de los propietarios, contrata a un ingeniero para que inspeccione el edificio y testifique a
favor de sus clientes. Sin embargo, el resultado de la inspección no es el que usted
esperaba: el ingeniero encuentra en el edificio daños más graves de lo previsto, los cuales
sí representan una amenaza para la seguridad de los habitantes. Nótese que estos daños,
al no haber sido advertidos por los inquilinos, no fueron mencionados en la demanda.
Por un lado, podríamos pensar que nuestro deber moral es hacer lo que generará las
mejores consecuencias (o, al menos, lo que más probablemente generará las mejores
consecuencias). Si esto es así, entonces pareciera que debemos informar sobre los daños
más graves en pos de la seguridad de todos los que habitan en el edificio. Por supuesto,
eso perjudicaría a nuestro cliente, lo cual sería una consecuencia negativa. Sin embargo,
las consecuencias positivas, en términos de la seguridad de varias personas, la superan
ampliamente. Este es un razonamiento consecuencialista.
Por otro lado, podríamos pensar que nuestros deberes morales no dependen enteramente
de las consecuencias. Podríamos sostener que, como abogados, tenemos el deber de
promover los intereses de nuestro cliente y que ese deber existe con independencia de las
consecuencias. Después de todo no tenemos la culpa de que el arquitecto y otros
profesionales hayan sido negligentes. Tal vez pensemos que no estamos obligados a
tomar acciones positivas para proteger la salud de personas con las que no tenemos
ningún vínculo y deberíamos limitarnos a cumplir con nuestro deber de hacer lo mejor
para nuestro cliente, independientemente de las consecuencias que ello genere para
otras personas. Este es un razonamiento que podría considerarse deontológico.
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Este rasgo del utilitarismo, si bien tiene algunas implicancias atractivas, también da
lugar a conclusiones que nadie consideraría plausibles. Una de ellas es que tendríamos
que subordinar todos nuestros compromisos personales y profesionales a la
maximización del bienestar general. Supongamos que tenemos el plan de hacer un picnic
con nuestra familia el domingo. Aunque nuestra familia disfrutará de esta actividad,
difícilmente eso contribuya a maximizar el bienestar general en la sociedad. Desde esta
perspectiva, sería mejor que el domingo nos dediquemos, por ejemplo, a hacer tareas
comunitarias. Y, de hecho, no tendríamos que sacrificar solamente el domingo. Toda
nuestra vida debería estar condicionada por la maximización del bienestar general
incluyendo, por supuesto, nuestra vida profesional. Así, si somos abogados, desde un
punto de vista utilitarista es posible que tengamos el deber de destinar todo nuestro
tiempo libre a hacer trabajos pro bono. El problema es que, si siempre debemos hacer
aquello que maximiza el bienestar general, no podremos llevar una vida propia, donde
“propia” significa “de acuerdo con nuestros intereses, y no con los de toda la sociedad”.
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Un exponente de esta versión del utilitarismo es John Stuart John Stuart Mill fue un
Mill. Surge de su obra que aquellas reglas que consagran filósofo, político y
derechos individuales deberían ser respetadas por todos economista británico,
representante de la
precisamente porque ello es necesario para alcanzar el máximo escuela económica
bienestar posible (Mill, 1998 [1861], capítulo V). Esta idea no clásica y teórico del
parece descabellada. Uno podría plausiblemente argumentar que utilitarismo. Mill es uno
de los pensadores más
los máximos niveles de utilidad se detectan en aquellas influyentes en la
sociedades en las que las personas pueden perseguir sus propios historia del liberalismo
clásico.
proyectos y planes de vida, seguros de que no serán víctimas de Nacimiento: 20 de mayo
injerencias arbitrarias por parte del gobierno o conciudadanos. de 1806, Pentonville,
Londres, Reino Unido
Si bien la violación de derechos individuales podría cumplir el Fallecimiento: 7 de
objetivo de maximizar el bienestar general en el corto plazo, en el mayo de 1873, Aviñón,
mediano y largo plazo generaría desconfianza entre la población, Francia
abusos de poder por parte del gobierno y otras consecuencias que disminuirían
enormemente el bienestar de la población. En referencia al ejemplo del castigo al
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inocente, uno podría argumentar que, si bien en el corto plazo encarcelar a un inocente
podría evitar una guerra civil, en el mediano o largo plazo sería difícil ocultar una
mentira en la que tanta gente estaría involucrada. Tarde o temprano la gente terminaría
sabiendo la verdad, lo que generaría una desconfianza en el sistema de justicia que
tendría consecuencias nefastas. Otro ejemplo que ilustra el mismo punto es el siguiente.
Si vivimos en una sociedad homofóbica con muy pocas personas homosexuales, pero
muchas personas que desean encarcelarlas, quizás en el corto plazo encerrarlas
maximice el bienestar general. No obstante, en el mediano y largo plazo, las demás
personas empezarán a sentirse inseguras y temerosas de volverse impopulares y
terminar encarceladas por decisión mayoritaria. Asimismo, otorgarle el poder al gobierno
de encarcelar arbitrariamente a cierto grupo de personas puede ser el comienzo de una
pendiente resbaladiza en la cual el gobierno encarcele a quien desee sin razón alguna, o
con razones inválidas como manifestarse en su contra.
A pesar de este intento, muchos han insistido en que el utilitarismo aún falla en
rescatar aquellas intuiciones morales tan arraigadas. En efecto, si bien el utilitarismo
puede mostrar que en el mundo en el que vivimos lo que maximiza el bienestar general
es respetar los derechos individuales, esta contribución no soluciona el problema, sino
que lo confirma. Al demostrar esto el utilitarismo está admitiendo que la única razón por
la que está comprometido con los derechos individuales es que son un medio para
maximizar el bienestar general; y, con ello, está aceptando que, si algún día este medio
dejara de ser eficiente, no sería problemático (moralmente hablando) renunciar a él. Así,
el compromiso del utilitarismo con los derechos individuales es contingente, lo que no
soluciona el problema intuitivo (ya que la intuición que el utilitarismo no está logrando
rescatar es precisamente que los derechos individuales deberían ser insensibles a
consideraciones de utilidad) (Kymlicka, 2002, pp. 28-32).
Aunque, como vimos, el utilitarismo tiene defectos, es innegable que el valor con el cual
está comprometido tiene alguna importancia. Una teoría que no le dé ninguna relevancia
moral a consecuencias como el bienestar general sería sumamente implausible. Un
ejemplo conocido es el de la persona que grita “fuego” en un cine solo para hacer una
broma. (9) Consideraríamos absurdo apelar a la libertad de expresión para defender a la
persona en ese caso. Surge aquí la intuición consecuencialista de que el Estado puede (y
debe) restringir la libertad de esta persona (por ejemplo, sancionándola) en virtud del
pánico que generaría en los demás. Una intuición similar surge si, por ejemplo,
imaginamos que un prisionero le cuenta a su abogado que, en caso de salir libre, hará
explotar una bomba con la suficiente potencia como para asesinar a miles de personas.
¿Acaso el deber de confidencialidad debería regir incluso en casos como este? Aunque
este tipo de ejemplos serán analizados más detalladamente en capítulos subsiguientes,
podemos, en principio, decir que es dudoso que el deber de confidencialidad subsista en
tales circunstancias. La razón es, precisamente, que las consecuencias importan. Este
aspecto es bien rescatado por el consecuencialismo, y por su tipo paradigmático, el
utilitarismo.
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Sin embargo, hay quienes consideran que la teoría de Ross no soluciona el problema,
dado que personas igualmente racionales y sensatas pueden tener un juicio moral
diferente que los inclinará a favor de diferentes conclusiones en una cantidad
considerable de casos. Imagine que tiene dos amigos, Aníbal y Lorena, que se encuentran
casados. A ambos los conoce desde el colegio, y actualmente comparten muchas
actividades juntos. Un buen día, se entera de que Aníbal tiene una relación
extramatrimonial. Aunque Lorena no lo sabe, tiene leves sospechas, y lo llama a usted
para preguntarle si sabe algo. Por un lado, podríamos decir que usted tiene el deber de
honrar su amistad con Lorena y decirle la verdad. Después de todo, hay un engaño de
por medio y usted tiene la posibilidad de revelarlo. Por otro lado, quizás tenga que
contemplar que su amistad con Aníbal también es valiosa, y deba guardar el secreto.
Probablemente, diferentes personas lleguen a veredictos diferentes usando lo que Ross
llama “juicio moral”. Si esto es así, entonces la teoría de Ross no es demasiado útil, dado
que no arroja veredictos claros acerca de qué debemos hacer en cada situación.
Un caso de estudio:
la obligación de dar servicios pro bono En Argentina, los abogados no tienen, en general,
la obligación jurídica de destinar parte de su tiempo a asesorar gratuitamente a personas
que no pueden pagar por sus servicios, aunque sí hay iniciativas que tratan de alentar ese
tipo de actividad. La Comisión de Trabajo Pro Bono del Colegio de Abogados de la Ciudad
de Buenos Aires, por ejemplo, es un espacio que reúne a un grupo de abogados que
trabajan gratuitamente en casos de interés público. Esta comisión funciona como nexo
entre las personas o entidades que requieren servicios de abogacía pro bono y los
profesionales que ofrecen tal servicio. En Estados Unidos, aunque ofrecer estos servicios no
es una obligación, sí tiene el carácter de recomendación. Las reglas éticas de la American
Bar Association (ABA) sugieren brindar al menos cincuenta horas de servicio pro bono por
año.
Una pregunta diferente es qué debería decir el ordenamiento jurídico al respecto, esta
pregunta normativa servirá para ilustrar la diferencia entre un razonamiento típicamente
deontológico y uno consecuencialista.
Un deontologista podría, por ejemplo, estar a favor de que el Estado les imponga a los
abogados esta obligación basándose en el derecho moral de todas las personas a la
defensa en juicio y al acceso a la justicia. Un consecuencialista también podría estar a
favor de imponer esta obligación, pero su razonamiento sería diferente. Apelaría a las
consecuencias positivas de esta medida; por ejemplo, la promoción de resultados más
justos en las disputas legales, el aumento de la legitimidad del sistema de justicia o la
mejora de la imagen de los abogados en la sociedad. Podrían encontrarse, por otra parte,
argumentos deontológicos y consecuencialistas en contra de imponerles esta obligación a
los abogados. Desde una perspectiva deontológica, por ejemplo, podría argumentarse que
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tal medida violaría el derecho moral de los abogados a ejercer su profesión como deseen.
Estarían, en los términos de Kant, siendo usados meramente como medios para fines de
otros. Y un consecuencialista podría sostener que la medida no generaría aquellas
consecuencias beneficiosas que imaginamos cuando hacemos un análisis meramente
superficial. El consecuencialista podría argumentar, por ejemplo, que si los abogados no
pueden obtener un beneficio por el asesoramiento que brindan, no tendrán incentivos
para ofrecer un servicio de calidad. Desde una perspectiva consecuencialista, podría
haber medidas mejores; por ejemplo, otorgarles vouchers a grupos vulnerables que
sirvan para (y solo para) contratar servicios jurídicos de calidad, y que luego los
abogados puedan cambiarlos por dinero en una oficina estatal. Todos estos argumentos
parecieran ser atendibles. El objetivo aquí no es tomar partido por uno de ellos, sino
ilustrar cómo el deontologismo y el consecuencialismo tienen mucho que aportar a las
discusiones éticas sobre el ejercicio de la abogacía.
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incorrección moral del acto de mentir: a saber, en que alguien virtuoso no lo haría. En
otras palabras, una persona virtuosa no se abstiene de
mentir porque es incorrecto, sino
En la ética de Aristóteles, esta pregunta es respondida por la “doctrina del justo medio”,
de acuerdo con la cual la virtud, lo bueno, se encuentra en el punto intermedio entre dos
extremos. Así, por ejemplo, la persona que no se arriesga a nada es cobarde. Pero la
persona que constantemente toma todo tipo de riesgos es temeraria. Lo acertado está en
el medio, donde se encuentra la gente valiente. De forma similar, la persona que
sistemáticamente busca conflictos es pendenciera. Pero quien con sus palabras está
constantemente alabando a los demás es un adulador. En el medio se encuentra la gente
amistosa (Aristóteles, 2016 [349 a. C]). La tesis que subyace a esta doctrina concierne a
la virtud de la prudencia (phronesis). Un individuo esencialmente virtuoso es una
persona moderada en prácticamente todos los ámbitos de la vida. Esta idea atraviesa la
evaluación moral de todas las conductas humanas. Es la clave para entender el concepto
de perfección aristotélico. Por otra parte, en el mundo moderno, esta idea tiene bastante
influencia. Frecuentemente oímos expresiones como “Ningún extremo es bueno” o “Sos
un extremista”. Hay una especie de presunción de que el moderado tiene razón y que el
extremista está equivocado. La misma palabra “extremista” tiene connotación negativa. Y
cuando decimos “Es una persona muy moderada”, usualmente queremos decir algo
bueno sobre ella, como que tiene buen juicio o toma los cursos de acción acertados.
En el contexto de esta teoría, puede decirse que tenemos “cuidado” por una persona
cuando su bienestar está ligado al nuestro. Esto significa que la dicha del otro nos
genera un sentimiento positivo, no porque nos traiga un beneficio concreto, sino
simplemente porque nos encontramos vinculados de una forma especial a él. A modo de
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ejemplo, imaginemos que uno de nuestros compañeros de trabajo logra alcanzar una
meta importante que beneficiará a toda la empresa. Por un lado, podríamos alegrarnos
porque eso redundará en un aumento de nuestro salario. Obviamente, respetamos a
nuestro compañero, reconocemos su estatus de persona con dignidad y nunca
incurriríamos en mentiras o engaños que puedan perjudicarlo para obtener un beneficio
personal. De hecho, quizás nos sintamos moralmente inclinados a ayudarlo cuando esté
en problemas, porque sabemos que tenemos el deber de hacerlo. Pero no nos definimos a
nosotros mismos en términos de nuestra relación con él. No vemos en él un espejo de
nosotros mismos, de modo que su bienestar no está atado al nuestro. Por otro lado,
podríamos alegrarnos porque, dada la relación que tenemos con nuestro compañero,
vemos en su bienestar el nuestro propio. El hecho de que el salario aumente puede
satisfacernos, pero no es la razón principal de nuestro regocijo. De hecho, si nuestro
salario no aumentara (o incluso disminuyese un poco) seguiríamos teniendo el mismo
sentimiento de júbilo dado que nos definimos a nosotros mismos, en parte, en términos
de esa relación.
Esto puede suscitar largos debates, pero, en principio, sabemos que, por su naturaleza,
la ética del cuidado tiende a darle una importancia moral especial a las relaciones
personales. Entonces, las obligaciones morales que tendremos respecto de nuestros
familiares o amigos serán más fuertes. Si bien tendremos deberes morales hacia
desconocidos, serán mucho menos demandantes, dado que la relación que nos une a
ellos es mínima (por ejemplo, una relación de conciudadanos o, en caso de gente de otros
países, una relación incluso más débil que existe por el solo hecho de pertenecer a la
raza humana). Lo dicho anteriormente, por supuesto, no implica que debamos priorizar
los vínculos íntimos en cualquier circunstancia. Supongamos que le prometimos a
nuestro hijo llevarlo al cine el domingo y que, en el camino, encontramos a una persona
malherida a la que nadie se dispone a ayudar. En este caso, es razonable afirmar que
prevalece el deber de prestar auxilio al herido, aunque el tiempo que ello nos insuma
requiera incumplir la promesa que le hicimos a nuestro hijo.
Sostener lo contrario volvería a la ética del cuidado poco plausible. Interpretar la teoría
en su mejor luz requiere aceptar que aquello que debemos hacer en la vida cotidiana no
es solo una función de cuán íntimo es el vínculo que nos une a otros, sino también de
cuáles son los deberes específicos que colisionan. Lamentablemente, las soluciones a
estos conflictos de deberes no son siempre claras. En el caso particular de la ética
profesional de la abogacía, muchas veces los abogados tienen que elegir entre ser buenos
31
MÓDULO 1
Dos falencias de la ética de la virtud Al igual que las teorías morales analizadas con
anterioridad, la ética de la virtud no se encuentra exenta de críticas. Aquí nos
proponemos introducir lo que consideramos las dos objeciones más poderosas.
En segundo lugar, podríamos sostener que los defensores de la ética de la virtud deben
necesariamente incurrir en razonamientos circulares para explicar por qué ciertos rasgos
de carácter son moralmente valiosos. Consideremos, por ejemplo, la virtud de la
generosidad. Quienes sostengan alguna concepción moral basada en la virtud tienen que
considerar que ayudar a quienes lo necesitan es moralmente obligatorio porque una
persona virtuosa lo haría. Si dijesen lo contrario (es decir, que una persona virtuosa
ayuda a quienes lo necesitan porque hacerlo es moralmente obligatorio), estarían
abandonando la ética de la virtud. En efecto, como aclaramos anteriormente, el rasgo
definitorio de esta teoría moral es que define lo que es moralmente correcto o incorrecto
en términos de lo que haría o se abstendría de hacer alguien virtuoso, y no al revés.
Ahora bien, supongamos que efectivamente sostenemos que ayudar a quienes lo
necesitan es moralmente obligatorio porque una persona idealmente virtuosa lo haría.
Nosotros podríamos insistir y preguntar por qué alguien así ayudaría a los necesitados.
No podrían contestar “Porque ayudar a los necesitados respeta su dignidad” o “Porque
contribuye a una sociedad más feliz”. De hecho, no podrían responder con ningún tipo
de alusión a las características positivas que pueda tener la acción de ayudar a quienes
lo necesitan. Ello es así porque terminarían definiendo las virtudes en términos de lo que
es moralmente correcto, cuando la ética de la virtud pretende tomar el camino inverso.
El problema es que no fácil encontrar otra respuesta plausible y, si no la descubren, se
32
MÓDULO 1
verán obligados a renunciar a la ética de la virtud. En efecto, tendrán que admitir que
apelar a la idea de virtud no es necesario para explicar la corrección de las conductas.
Conclusión
33
UNIDAD 2
MÓDULO 2
ÉTICA Y
DEONTOLOGÍA
UNIDAD 2
UNIDAD II
2. PRINCIPALES LÍNEAS ACERCA DEL FUNDAMENTO DE
LA MORAL
Como ya vimos, el fenómeno de la moralidad es connatural al hombre a lo largo de
su devenir histórico. Y tal fenómeno se manifiesta principalmente en juicios de
aprobación o censura sobre la conducta libre del hombre. Dicho juicio puede ser
realizado tanto en forma previa como posterior al acto en cuestión. Además, una persona
puede juzgar su propia conducta como asimismo juzgar la conductaajena.
Tampoco es ajeno a nuestra experiencia vital el que la conducta de los otros pueda
ser juzgada moralmente; en la intimidad de nuestra conciencia hasta en pública
exposición. Hasta aquí, nos limitamos a verificar el hecho del juicio moral sobre las
conductas propias y ajenas. Pero, cuando yo me juzgo a mí mismo o cuando participo en
una discusión acerca de la conducta de otro.
Al igual que otros muchos pensadores, Herbert Spencer escribió su primer libro
sobre moral, The Data of Ethics (Los datos de la ética), acuciado por un sentimiento de
UNIDAD 2
urgencia. En el prefacio de ese volumen, escrito en junio de 1879, les decía a sus
lectores que se apartaba del orden establecido originalmente para los volúmenes en su
System of Synthetic Philosophy (Sistema de filosofía sintética) porque “indicios, repetidos
en los últimos años con creciente frecuencia y claridad, me han mostrado que la salud
puede fallar permanentemente, incluso aunque la vida no termine, antes de que llegue a la
última parte de la tarea que me he impuesto”.
“Es de esta última parte de la tarea”, continuaba, “de la que considero que todas las
partes precedentes son subsidiarias”. Y siguió diciendo que, desde su primer ensayo,
escrito en 1842 y titulado The Proper Sphere of Government (La esfera propia del
Gobierno), “mi último propósito, subyacente a todos mis propósitos inmediatos respecto a
la conducta, ha sido encontrar una base científica para los principios del bien y del mal”.
Los temores de hace más de ochenta años de Spencer en gran parte se han
materializado en buena medida, y, en parte al menos, por las mismas razones que él
expresó. Juntamente con el deterioro de la fe religiosa, se ha producido un deterioro de
la moral. Ello se pone de manifiesto en todo el mundo en el incremento del crimen, el
aumento de la delincuencia juvenil, el creciente recurso a la violencia para resolver
disputas económicas y políticas internas, el deterioro de la autoridad y la disciplina. Y
sobre todo se ve, en sus formas más agudas, en el ascenso del comunismo, esa “religión
de la inmoralidad”, entendida ya como doctrina, ya como una fuerza política mundial.
Ahora bien, el deterioro contemporáneo de la moral es, por lo menos en parte,
resultado del deterioro de la religión. Probablemente haya millones de personas que
creen, junto con Ivan Karamazov en la novela de Dostoyevsky, que de acuerdo con el
ateismo “todo es permitido”. Y muchos incluso dirán, con su medio hermano
Smeyerdakov, que tomó el asunto únicamente al pie de la letra, que “si no hay Dios
eterno, tampoco existe la virtud ni necesidad alguna de ella”. El marxismo no solo es
beligerantemente ateo, sino que busca destruir la religión porque cree que la misma es el
“opio de los pueblos”: es decir, porque apoya una moral “burguesa” que desaprueba el
engaño, la mentira, la traición, la ilegalidad, la confiscación, la violencia, la guerra civil y
el asesinato sistemático, que el comunismo considera necesarios para derrocar o
destruir al capitalismo.
A lo largo de la historia, por lo menos una gran parte de las reglas y costumbres
morales han tenido siempre un fundamento secular. Esto es cierto no solo de las
costumbres morales, sino también de la ética filosófica. Basta mencionar los nombres de
moralistas precristianos tales como Confucio, Pitágoras, Heráclito, Demócrito, Sócrates,
Platón, Aristóteles, los estoicos y los epicúreos, para caer en la cuenta de hasta qué punto
es cierto lo que digo. Hasta los religiosos de la Edad Media, representados notablemente
UNIDAD 2
por Santo tomas de Aquino, le debían más de su teoría ética a Aristóteles que a San
Agustín.
UN PROBLEMA PRÁCTICO
Pero, dado que la costumbre moral y la teoría moral pueden tener una base
autónoma, o parcialmente autónoma aparte de cualquier fe religiosa específica, ¿cuál es
esta base y cómo se la descubre? Este es el problema central de la ética filosófica.
Schopenhauer lo resumió así: “Predicar la moral es fácil, darle un fundamento es difícil”.
Tan difícil, en efecto, que parece casi imposible. Esa sensación casi de desesperanza
ha sido expresada elocuentemente por Albert Schweitzer, uno de los grandes líderes
morales de nuestro siglo:
¿Tiene algún sentido, sin embargo, arar por milésima segunda vez un campo que ha
sido arado ya mil y una veces? ¿Acaso todo lo que se podría decir sobre la moral no ha
sido dicho ya por Lao-Tse, Confucio, Buda y Zaratustra; Amós e Isaías; Sócrates, Platón y
Aristóteles; Epicuro y los estoicos; Jesús y Pablo; los pensadores del Renacimiento, del
“Aufklärung” y del Racionalismo; Locke, Shaftesbury y Hume; Espinoza y Kant; Fichte y
Hegel; Schopenhauer, ¿Nietzsche y otros? ¿Hay alguna posibilidad de ir más allá de estas
convicciones contradictorias del pasado a nuevas creencias que tendrán una influencia
más fuerte y perdurable? ¿Podrá reunirse el núcleo moral de los pensamientos de todos
estos hombres en una idea de lo moral, que uniría todas las fuerzas a las que ellos
apelan? Debemos confiar en que así sea, si es que no vamos a abandonar la esperanza
sobre el destino de la raza humana.
EL MISTERIO DE LA MORAL
Puede ocurrir que nuestros estándares morales Esta foto de Autor desconocido
personales no sean precisamente los mismos, en todos los aspectos, que los de nuestros
amigos, vecinos o conciudadanos, pero son
asombrosamente similares. Encontramos mayores
diferencias cuando comparamos estándares
“nacionales” con los de otros países, y quizá
mayores aun cuando los comparamos con los
estándares morales de personas que han vivido en
un pasado distante. Pero, a pesar de estas diferencias,
parecemos encontrar, por lo general, un núcleo casi
invariable de similitud, y juicios persistentes que condenan características como la
crueldad, la cobardía y la traición, o acciones como mentir, robar o asesinar.
Los códigos morales implícitos probablemente hayan existido por siglos antes de
explicitarse —como el decálogo, la ley sagrada de Manu, o el Código de Hammurabi—.
Y fue mucho tiempo después de esta explicitación, hablada o escrita, en proverbios,
mandamientos o leyes, cuando los hombres empezaron a conjeturar sobre ellos y a buscar
conscientemente una explicación común o una razón de ser.
Luego tuvieron que afrontar un gran misterio. ¿Cómo llegó a existir tal código
moral? ¿Por qué consistía de cierto grupo de mandamientos y no de otros? ¿Por
qué prohibía ciertas acciones? ¿Por qué sólo éstas? ¿Por qué imponía o mandaba
otras? ¿Cómo sabían los hombres que ciertas acciones eran “buenas” y otras
“malas”?
La primera teoría fue que ciertas acciones eran “buenas” y otras “malas” porque Dios
o los dioses así lo habían decretado. Unas acciones eran agradables a Dios (o a los dioses)
y otras desagradables. Algunas serían recompensadas por Dios o los dioses, aquí o en el
más allá, y otras castigadas, aquí o en el más allá.
simplemente pedirle que imagine una sociedad en la que no exista ningún código moral, o
en la que éste sea exactamente opuesto a los códigos con los que nos encontramos de
continuo. Podríamos pedirle que imaginara cuánto podría prosperar una sociedad (o los
individuos de la misma), o incluso continuar existiendo, donde la actitud de descortesía,
el rompimiento de las promesas, la mentira, la trampa, el robo, el hurto, golpear,
apuñalar, disparar; o la ingratitud, la deslealtad, la traición, la violencia y el caos fueran
la norma, y se les tuviera en tal alta estima, o incluso fueran actitudes más apreciadas
que sus opuestos: los buenos modales, honrar las promesas, decir la verdad, cultivar la
honestidad, la justicia, la lealtad, la consideración con los demás, la paz, el orden y la
cooperación social.
Pero las falsas teorías éticas y las posibles falacias respecto de la ética son casi
infinitas. Sólo podemos ocuparnos de unas pocas entre las principales que se han
sostenido históricamente o que aún siguen estando bastante extendidas. Sería poco
rentable y económico explicar en detalle por qué cada teoría falsa está equivocada o es
inadecuada, a menos que primero intentemos encontrar los verdaderos fundamentos de la
moralidad y el perfil de un sistema de ética razonablemente satisfactorio. Si encontramos
la respuesta correcta una vez, será mucho más fácil ver y explicar por qué otras
respuestas están equivocadas o, a lo sumo, son verdades a medias.
Ahora bien, hay dos métodos principales, que podemos utilizar para formular
una teoría de la ética. El primero podría ser el que podríamos llamar, por identificación
más que por exactitud, el método inductivo o a posteriori. Éste consistiría en examinar
cuáles son nuestros juicios morales sobre varios actos o características, y luego tratar de
ver si forman un todo consistente, así como en qué principio o criterio común, si es que lo
hay, se basan. El segundo sería el método a priori o deductivo. Este consistiría en
hacer caso omiso de los juicios morales existentes: en preguntarnos si un código moral
serviría para algún propósito y, de ser así, cuál sería ese propósito; luego, habiendo
precisado el propósito, preguntarnos desde qué principios, criterios o códigos se lograría
convertir en realidad. En otras palabras, trataríamos de inventar un sistema moral, y
luego probaríamos los juicios morales existentes con el criterio al que hemos llegado
deductivamente.
Ahora bien: la relación entre lo que es y lo que debería ser siempre es una
especie de deseo. Reconocemos esto en nuestras decisiones diarias. Cuando tratamos de
decidir sobre una acción y pedimos consejo, nos dicen, por ejemplo: “si desea ser doctor,
debe ir a la facultad de medicina; si desea mejorar, debe ser diligente en su negocio; si no
quiere engordar, debe cuidar su dieta; si quiere evitar el cáncer pulmonar, debe dejar de
fumar”; etc. La forma generalizada de tal consejo puede reducirse a esto: Si usted desea
alcanzar un cierto fin, debería utilizar ciertos medios, porque esta es la forma de
conseguirlo con mayor probabilidad. El ser es el deseo; el deber ser, el medio para
satisfacerlo.
Hasta aquí, todo bien. Pero, ¿cuánto nos acerca esto a una teoría sobre la moral? Si
un hombre no desea alcanzar un fin con cuanto hace, no parece existir modo alguno de
convencerlo de que debería utilizar ciertos medios para alcanzarlo. Si un hombre prefiere
la certeza de engordar o exponerse a un ataque cardíaco, en vez de controlar su apetito o
renunciar a sus manjares favoritos; si prefiere el riesgo de contraer un cáncer pulmonar
antes que dejar de fumar, cualquier deber ser basado en una supuesta preferencia
contraria pierde su fuerza.
Una vieja historia, que incluso ya es contada como vieja por Bentham, es la del
oculista y el borracho: un campesino, cuyos ojos habían sido daña- dos por la bebida, fue
a pedir consejo a un famoso oculista. Lo encontró sentado a la mesa, con una copa de
vino. —Usted debería dejar de beber, le dijo el oculista. —¿Cómo así?, contestó el
campesino. —Usted no lo hace, y me parece que sus ojos no son de los mejores. —Eso es
muy cierto, amigo, repuso el oculista. —Pero debe usted saber que yo amo a mi botella
más que a mis ojos.
¿Cómo, entonces, movernos de algún fundamento del deseo a una teoría sobre
la ética?
Descubrimos la solución cuando nos atenemos a una perspectiva más amplia y de
más largo plazo. Todos nuestros deseos pueden generalizarse como el deseo de sustituir
un estado menos satisfactorio por otro más satisfactorio. Es cierto que un individuo, bajo
la influencia inmediata de un impulso o de una pasión; en un momento de cólera de rabia
o de malicia; con un carácter vengativo; ante un ataque de glotonería; frente a un ansia
aplastante de liberar la tensión sexual, o de fumar, beber o drogarse, puede reducir, en el
largo plazo, un estado más satisfactorio a uno menos satisfactorio; puede resultar siendo
menos feliz en lugar de serlo más. Pero ese estado menos satisfactorio no estaba en su
verdadera intención consciente, ni siquiera en el momento en que actuaba. En una
mirada retrospectiva, comprende que su acción era insensata; que no mejoró su
condición, sino la empeoró; que no actuó de acuerdo con sus intereses de largo plazo, sino
UNIDAD 2
en contra de ellos. En sus momentos más tranquilos, está siempre dispuesto a reconocer
que debería elegir la acción que mejor promueva sus propios intereses y maximice su
propia felicidad (o minimice su infelicidad) en el largo plazo. Los hombres sabios y
disciplinados rechazan los placeres inmediatos, cuando su indulgencia —pensando en el
largo plazo— amenaza con llevarlos muy probablemente a un exceso de miseria o dolor.
Repitiendo y resumiendo: no es verdad que “ninguna cantidad de ser pueda hacer un
deber ser”. El deber ser descansa, y de hecho debe descansar, sobre un ser o sobre un
será. La secuencia es simple: cada hombre, en sus momentos serenos y racionales, busca
su propia felicidad duradera. Esto es un hecho; esto es un ser. La humanidad ha
encontrado, a través de los siglos, que ciertas reglas de acción tienden a promover mejor
la felicidad duradera, tanto del individuo como de la sociedad. Estas reglas de acción han
sido llamadas reglas morales. Por lo tanto, suponiendo que uno busca su propia felicidad
duradera, estas son las reglas que uno debería seguir.
Esta es toda la base de la llamada ética prudencial. De hecho, la sabiduría, o el arte
de vivir sabiamente, es quizá solo otro nombre de la ética prudencial.
La ética prudencial constituye una parte muy amplia de la ética en general.
Pero toda la ética descansa sobre el mismo fundamento. Los hombres han
descubierto que promueven mejor sus propios intereses, pensando en el largo plazo,
no solo absteniéndose de dañar a sus semejantes, sino sobren todo cooperando con
ellos. La cooperación social es el principal medio con el que la mayor parte de
nosotros alcanzamos la mayor parte de nuestros fines. Es en el reconocimiento
implícito, si es que no también explícito de esto, en el que se basan, en última instancia,
nuestros códigos morales y nuestras reglas de conducta. La “justicia” en sí misma (como
veremos más claramente después) consiste en la observancia de las reglas o principios
que más preservan y promueven la cooperación social en el largo plazo.
La cooperación social, por supuesto, es un medio en sí misma. Un medio para
lograr el objetivo, nunca completamente alcanzable, de maximizar la felicidad y el
bienestar de la humanidad. Pero la gran dificultad para hacer de esto último nuestro
objetivo directo es la carencia de unanimidad en los gustos, fines y juicios de valor de los
individuos. Una actividad que da placer a un hombre puede aburrir mucho a otro. “Lo que
cura a uno, a otro lo mata”. Pero la cooperación social es el gran medio por el que todos
nos ayudamos unos a otros a realizar nuestros fines individuales, y a través de estos los
fines de la “sociedad”. Además, compartimos un gran número de fines básicos en común,
y la cooperación social es el medio principal para lograr alcanzarlos también.
En resumen, el objetivo para cada uno de nosotros de satisfacer nuestros propios
deseos, de conseguir —tanto como sea posible— nuestra mayor felicidad y bienestar, se
UNIDAD 2
EL POSITIVISMO SOCIOLÓGICO
Continuamos con la exposición de Leclercq en el que encontramos tres hitos en esta
escuela:
A su turno, Maritain (op. cit.) refuta la postura en estudio del siguiente modo:
«...el sociologismo se destruye a sí mismo en cuanto que ninguna sociedad puede
Unidad 2
MÓDULO
vivir sin una cierta base común de convicciones morales... Cuando los miembros de las 1
sociedades hayan sido suficientemente ilustrados (por el Positivismo Sociológico) para
tomar conciencia de estas «verdades científicas», en ese momento se volverán conscientes
de la total relatividad y de la total falta de objetividad racional de toda convicción moral,
de suerte que en ese momento una de las condiciones indispensables para la vida social se
habrá desvanecido.En otros términos, el Sociologismo habrá destruido su propio objeto».
MÓDULO 1
y que el átomo se descompone en electrones, que éstos tampoco son el límite de nuestras
nociones sobre la materia, una serie de físicos burgueses comenzó a negar el carácter
real del átomo y de la materia. El relativismo, afirmando la absoluta relatividad de
nuestros conocimientos, es decir, su carácter completamente condicional, subjetivo,
arbitrario, es el camino que conduce al idealismo subjetivo.
El conocimiento humano es relativo, convencional, subjetivo y, por tanto,
incapaz de reflejar el mundo objetivo. Tomado como base de la teoría del
conocimiento, el relativismo desemboca fatalmente en el escepticismo, el
agnosticismo, la sofística, el idealismo subjetivo.
ANTECEDENTES: El hedonismo es la
doctrina filosófica
SATISFACCIÓN Y FELICIDAD basada en la búsqueda
del placer y la supresión
1. EL PAPEL DEL DESEO del dolor y de las
angustias, como objetivo
La doctrina moderna de la ética eudemónica se formula de o razón de ser de la vida.
Eudemonismo: Lo bueno
manera diferente. Por lo general no se expresa en términos de es la felicidad; el hombre
la persigue de manera
innata.
Unidad 2
Russell pregunta entonces cómo los deseos de un solo individuo pueden armonizarse
entre sí, y cómo, de ser posible, los deseos de individuos diferentes pueden armonizarse
entre sí también.
En Human Society in Ethics and Politics, publicada en 1955, él vuelve al mismo tema:
Al decir conducta “correcta”, me refiero a aquella que, en su balance, producirá probable- mente más
satisfacción que insatisfacción, o menor insatisfacción respecto a la satisfacción, y que, en tal
estimado, la pregunta sobre quién disfruta de la satisfacción o sufre la insatisfacción debe
considerarse irrelevante... Digo “satisfacción” en lugar de “placer” o “interés”. El término “interés”, tal
como es comúnmente empleado, tiene una connotación demasiado estrecha... El término
“satisfacción” es lo suficientemente amplio como para abarcar todo lo que le llega a un hombre con la
realización de sus deseos, y estos deseos no necesariamente tienen alguna conexión con uno mismo,
salvo que uno los sienta. Uno puede desear —por ejemplo, a mí mismo me ocurre— que se descubra
una prueba para el último teorema de Fermat, y puede alegrarse si le otorgan a un brillante
matemático joven una subvención suficiente para permitirle buscar esa prueba. La gratificación que
uno sentiría en este caso habría que denominarla de satisfacción, y no tanto interés propio
satisfecho, como suele entenderse comúnmente.
Muchos filósofos han sostenido que los hombres siempre he invariablemente buscan
el placer, y que incluso cuando realizan la mayoría de sus actos altruistas tienen este fin
en mente. Yo creo que esto es un error. Es cierto, desde luego, que, independientemente
de lo que usted pueda desear, conseguirá un cierto placer cuando alcance su objetivo,
pero a menudo el placer se debe al deseo, no el deseo al placer esperado. Esto se aplica
sobre todo a los deseos más simples, como el hambre y la sed. La satisfacción del hambre
Unidad 2
MÓDULO
o la sed produce placer, pero el deseo de alimento o bebida es directo, y no es, excepto en 1
un gastrónomo, un deseo del placer que el alimento y la bebida puedan proporcionar.
Se acostumbra entre los moralistas a impulsar lo que se conoce como “altruismo” y a
representar la moral como consistiendo principalmente en la propia abnegación.
Conclusión: Esta postura, se suele adoptar por no percatarse de la amplia variedad
de deseos posibles. Pocos de los deseos de la gente se concentran totalmente en ellos
mismos. De esto hay pruebas abundantes en el predominio de los seguros de vida. Cada
hombre actúa necesariamente por sus propios deseos, independientemente de lo que
puedan ser, pero no hay razón alguna por la cual tales deseos deban ser todos
egocéntricos. Tampoco es siempre cierto que los deseos que conciernen a otras personas
se traducirán en mejores acciones que aquellos otros que son más egoístas. Un pintor, por
ejemplo, podría ser impulsado por el afecto familiar a pintar cuadros por dinero, pero
podría ser mejor para el mundo si pintara obras maestras y dejara a su familia sufrir las
incomodidades de una pobreza relativa. Debe admitirse, sin embargo, que la inmensa
mayoría de la humanidad tiene una tendencia a favor de sus propias satisfacciones, y que
uno de los objetivos de la moral es disminuir la fuerza de esa tendencia.
2 EL PLACER NO PUEDE SER CUANTIFICADO (critica)
Parece razonable tratar de responder algunas objeciones contra la visión eudemónica
que en él se presenta. Una de ellas tiene que ver con la relación que dice el deseo al
placer, la presunta falacia de histerología, mencionada al inicio del tema. Que la gente
hace el mayor hincapié en esta falacia es culpable de una confusión de ideas. Su posición
se pone de manifiesto en esta forma: “Cuando tengo hambre, deseo alimento, no placer”.
Pero esta declaración depende, para poder ser convincente, de una ambigüedad de la
palabra “placer”. Si sustituimos “placer” por satisfacción, la declaración se torna
susceptible: “cuando tengo hambre, deseo alimento, no la satisfacción de mi deseo”. Lo
que está implicado aquí no es un contraste entre dos cosas diferentes, sino solo entre dos
modos diferentes de declarar la misma cosa. La declaración: “cuando tengo hambre, deseo
alimento” es concreta y específica; en cambio, la declaración: “deseo satisfacer mis
deseos” es general y abstracta. No hay ninguna antítesis. Según el ejemplo, el alimento es
simplemente el medio específico de satisfacer un deseo específico.
Aun así, desde el tiempo del obispo Butler, este punto ha sido objeto de dura
controversia. Tanto los hedonistas como los antihedonistas olvidan frecuentemente que
tanto la palabra “placer” como la palabra “satisfacción” son simplemente abstracciones.
Un placer o una satisfacción en general no existen separados de un placer o una
satisfacción específica. El “placer” en general no puede separarse o aislarse de placeres o
Unidad 2
MÓDULO
fuentes de placer específicos, como si fuera una especie de jugo homogéneo puro. 1
Tampoco puede el placer ser medido o cuantificado. La tentativa de Bentham de
cuantificar el placer fue ingeniosa, pero terminó en fracaso.
¿Cómo puede uno medir la intensidad de un placer, por ejemplo, contra la duración
de otro? ¿O la intensidad del “mismo” placer contra su propia duración? ¿Qué
disminución de la intensidad es exactamente igual a exactamente qué aumento de la
duración? Si se responde que el individuo decide esto, siempre que toma una decisión,
entonces se está diciendo que es su preferencia subjetiva la que realmente cuenta, no la
“cantidad” de placer que recibe.
Los placeres y satisfacciones pueden compararse en términos de más o menos, pero
no pueden cuantificarse. Así, podemos decir que son comparables, pero, en otro respecto,
no podemos llegar a decir que son mensurables. Podemos decir, por ejemplo, que
preferimos ir esta noche a oír la sinfónica que, a jugar al bridge, que es quizá el
equivalente a decir que ir esta noche a oír la sinfónica nos daría más placer que ir a jugar
al bridge. Pero no podemos decir sensatamente que preferimos ir esta noche a oír la
sinfónica 3.72 veces más que a ir a jugar al bridge (o que nos daría 3.72 veces más
placer).
3 SÓCRATES Y LA OSTRA
Al comparar placeres o satisfacciones entre sí, es legítimo decir que uno es más o
menos que el otro, pero es simplemente confuso decir, con John Stuart Mill, que uno es
“más alto” o “más bajo” que el otro. A este respecto Bentham fue mucho más lógico,
cuando escribió: “siendo la cantidad de placer igual, tan buena es la tachuela como la
poesía”. Cuando, tratando de eludir esta conclusión, Mill insistió en que los placeres
deberían ser medidos por “la calidad... como por la cantidad”, abandonó, en efecto, al
placer en sí mismo como el estándar de guía de la conducta y apeló a algún otro estándar,
no especificado claramente. Ello implicaba que valoramos los estados de conciencia por
alguna otra razón distinta de que resulten agradables o no.
Si abandonamos el “placer” como estándar y lo sustituimos por satisfacción, resulta
claro que si la satisfacción que brinda es el estándar de conducta y Juan Pérez consigue
más satisfacción de jugar al ping-pong que, de leer poesía, entonces él se justifica jugando
al ping-pong. Uno puede decir, si así lo desea, siguiendo otra vez a Mill, que
probablemente preferiría la poesía, si tuviera “experiencia en ambas” actividades. Pero eso
está lejos de ser seguro. Depende de qué tipo de persona sea Pérez, cuáles sean sus
gustos, cuáles sus capacidades físicas y mentales, y cuál su humor en ese momento.
Insistir alguien en que debería leer poesía en lugar de jugar al ping-pong (aunque este
Unidad 2
MÓDULO
último le proporcione un placer intenso y la poesía simplemente lo aburra o irrite), con 1
base en que si juega al ping-pong y renuncia a la poesía, se ganará su desprecio, es apelar
al esnobismo intelectual más que a la moral.
De hecho, Mill causó mucha confusión en el ámbito de la ética cuando escribió: “Es
mejor ser un ser humano insatisfecho que un cerdo satisfecho; mejor ser Sócrates
insatisfecho que un tonto satisfecho. Y si el tonto o el cerdo son de opinión diferente, es
porque solo conocen el lado de la pregunta que a ellos respecta. Los otros sujetos de la
comparación conocen ambos lados”.
Ahora bien: se puede dudar de que los otros sujetos de la comparación conozcan
ambos lados. Un hombre inteligente nunca ha sido cerdo, y no sabe exactamente cómo se
siente un cerdo o cómo se sentiría él si fuera un cerdo: él podría tener entonces
preferencias de cerdo, cualesquiera que estas fueran.
En todo caso, Mill ha introducido simplemente un elemento irrelevante. Apela a
nuestro esnobismo, a nuestro orgullo o a nuestra vergüenza. A nadie que lea algo de
filosofía le gustaría confesar que preferiría ser un hombre ordinario en lugar de un genio;
y no digamos que preferiría ser un cerdo a ser un hombre ordinario. Se espera que el
lector diga: “¡mil veces, no!”.
Pero esta no es la cuestión. Si nos plegamos al tema, entonces contestaremos: Es
mejor ser Sócrates satisfecho que Sócrates insatisfecho. Mejor ser un ser humano
satisfecho que un ser humano insatisfecho. Mejor ser un tonto satisfecho que un
tonto insatisfecho. Hasta mejor ser un cerdo satisfecho que un cerdo insatisfecho.
Cada uno de estos sujetos, estando insatisfecho, es por lo general capaz de iniciar
alguna acción que lo haría menos insatisfecho. Las acciones que lo harían menos
insatisfecho en el largo plazo, suponiendo que no fuesen a costa de otras personas (o
cerdos), serían las más apropiadas que él podría iniciar.
La decisión de iniciar tales acciones es una opción real. La decisión referida por Mill
no lo es. Ni un ser humano ni un cerdo, indistintamente de sus propios deseos, pueden
cambiar su estado animal por otro. Tampoco un tonto puede hacerse un Sócrates
simplemente por un acto de decisión, ni Sócrates convertirse en un tonto porque sí. Pero
los seres humanos son, por lo menos, capaces de elegir las acciones que parecen más
aptas para proporcionarles la mayor satisfacción en el largo plazo.
Si un idiota es feliz quedándose boquiabierto ante la televisión, pero se sentiría
miserable tratando de leer a Platón o a Mill o a G. E. Moore, sería cruel, y hasta estúpido,
tratar de obligarlo a hacer lo último, simplemente porque se piensa que esas lecturas
harían feliz a un genio. Difícilmente podría considerarse más “moral” para un hombre
común torturarse o aburrirse leyendo libros intelectuales, en lugar de novelas policíacas,
Unidad 2
MÓDULO 1
si las últimas le proporcionaran verdadero placer. La vida moral no debería confundirse
con la vida intelectual. La vida moral consiste en seguir el curso que conduce al individuo
a la mayor felicidad duradera alcanzable en su caso, y a cooperar con otros hasta donde
lo permitan las capacidades que realmente tiene, en lugar de las que podría desear tener o
pensar que “debería” tener.
Sin embargo, los filósofos morales apelan a este parámetro críptico y esnobista una y
otra vez. En una de sus muchas fases como filósofo moral, Bertrand Russell repitió en
cierta ocasión el argumento de Platón de que la ostra siente placer sin tener conocimiento
del mismo. Imagine ese monótono placer tan intenso y prolongado como quiera. ¿Lo
elegiría usted? ¿Es ese su bien? Santayana contestó:
Se espera que el lector británico, lo mismo que la juventud griega ruborizada, conteste
instintivamente: ¡No! Esto es un argumento ad hominem (y no puede haber ninguna otra clase de
argumento en la ética). Pero el hombre que da la respuesta requerida no lo hace tanto porque tal
respuesta sea evidente, que no lo es, cuanto porque él es la clase requerida de hombre. Él está
impresionado por la idea de parecerse a una ostra. Sin embargo, el placer invariable, sin memoria o
reflexión, sin la tediosa mezcla de imágenes arbitrarias, es justamente lo que el místico, el voluptuoso
y quizás la ostra encuentran que está bien... La imposibilidad frente a la cual las personas intentan
satisfacerse con un placer puro como un objetivo radica en su deseo de imaginación; o, mejor dicho,
en que son dominadas por una imaginación exclusivamente humana.
Situémonos frente a un voluptuoso y hagámosle este planteamiento: “Suponga que,
por algunos otros medios, usted podría conseguir más placer del que obtendría de dormir
con la mujer/hombre más seductor/a del mundo, pero sin tener este privilegio: ¿elegiría
usted este mayor, pero incorpóreo, placer?”. Cualquier libertino a quien hicieran esta
pregunta probablemente contestaría también con un no enfático. La razón sería
básicamente que la gente no puede imaginar o creer en un placer puramente
abstracto, sino solo en un placer concreto. Cuando a un hombre le piden que se
imagine a sí mismo sintiendo placer, aunque privado de todas las fuentes presentes del
mismo —de todas las cosas o actividades que aquí y ahora le brindan placer—
naturalmente se considerará incapaz de sentirse así. Es como pedirle que se imagine
enamorado, pero no de alguien en concreto.
MÓDULO
La más elemental y a la vez antigua manifestación de este principio es la moral del 1
placer, entendido en ocasiones como placer sensible; tal la doctrina griega del hedonismo,
encaminada a fundar la regla del obrar humano en el goce de loinmediato.
No obstante, no todas las manifestaciones de esta dirección del pensamiento son tan
poco refinadas y tan sencillas. Una importante tradición que se remonta a Epicuro
identifica al placer espiritual, «el placer en reposo» como el más intenso, iniciando una
búsqueda de la calidad del placer, pero entendiendo que todos, en última instancia, son
reducibles a sensaciones.
que no es muy elevada, que se compagina con algunas formas a veces muy
pronunciadas de cinismo -el inglés, en ciertas circunstancias, no se recatará de obrar con
una inmoralidad brutal, cuando así lo exija un interés suficientemente grave-, pero que, en la
vida corriente, confiere a la vida pública una atmósfera netamente superior a la de otros
pueblos...»
1. JEREMY BENTHAM
MÓDULO
Si podemos juzgarlo por el número de referencias hacia él y hacia sus doctrinas en la 1
literatura sobre el tema —aunque en la mayor parte de los casos se trate de críticas
sañudas, o burlonas—, Bentham ha sido el moralista más discutido e influyente de los
tiempos modernos. Por tanto, puede resultar provechoso comenzar con un análisis de la
doctrina hedonista como él la plantea.
Su declaración más conocida (y también la más auténtica) se encuentra en Principles
of Morals and Legislation. Los párrafos con que se inicia ese libro son valientes y
cautivadores.
MÓDULO
en general, entonces la felicidad de la comunidad; si un individuo particular, entonces la 1
felicidad de aquel individuo.
Bentham modificó más tarde sus ideas, o al menos su expresión de las mismas.
Reconoció su deuda con Hume por el “principio de utilidad”, pero consideró el principio
demasiado vago. ¿Utilidad para qué? Bentham tomó de un ensayo sobre el gobierno,
publicado por Priestley en 1768, la frase “la mayor felicidad del mayor número”, pero más
tarde substituyó tanto esta frase como la expresión “la utilidad” por “el principio de la
mayor felicidad”. También, de manera progresiva (como se revela en Deontology)
substituyó el término “placer” por el de “felicidad” y la expresión “mayor felicidad”; y en
Deontology llegó a esta definición: “la moralidad es el arte de maximizar la felicidad:
proporciona el código de leyes según las cuales se sugiere aquella conducta cuyo
resultado, considerando la totalidad de la existencia humana, dejará la mayor
cantidad de dicha”.
2. LA ACUSACIÓN DE SENSUALIDAD
Pero el gran vendaval de críticas se ha dirigido sobre todo contra la declaración de su
teoría tal como la expone en Principles of Morals and Legislation, (y contra las malas
interpretaciones generalizadas sobre lo que creyó o siguió creyendo).
La objeción más frecuente que los escritores antihedonistas y antiutilitaristas hacen
contra el hedonismo o el utilitarismo consiste en que el “placer” en que este hace consistir
el objetivo de la acción se refiere a un placer puramente físico o sensual. Así, Schumpeter
lo califica como “la más superficial de todas las filosofías concebibles de la vida”, e insiste
en que el “placer” del que habla es simplemente el placer resumido en comer bistecs.
Por lo que respecta a la acusación de sensualidad, nadie que haya leído alguna vez a
Bentham podrá tener alguna excusa para hacerla. En su detallada enumeración y
clasificación de los “placeres”, menciona no solamente los relacionados con los sentidos,
entre los cuales incluye el placer de la salud y los que se derivan de la riqueza y el poder,
o hasta los que se derivan de la adquisición y la posesión, sino también los que tienen que
ver con la memoria y la imaginación, la asociación y la expectativa, la amistad, el buen
nombre, la piedad, la buena voluntad y la benevolencia. (También es realista y
suficientemente ingenuo para incluir en su lista los que se relacionan con la malevolencia
o el rencor).
Cuando se hace la pregunta sobre cómo el placer debería ser medido, valorado o
comparado, señala para el efecto siete criterios o “circunstancias”: (1) intensidad, (2)
duración, (3) certeza o incertidumbre, (4) cerca- nía o lejanía, (5) fecundidad —o la
posibilidad de ser seguido por sensaciones de la misma clase—, (6) pureza —o la
Unidad 2
Las opiniones de Bentham han sido mal entendidas en otro aspecto importante,
aunque esto obedezca en gran parte a un error suyo. Una de las frases que se le atribuye
—antes citada más a menudo con aprobación por sus discípulos, y ahora blanco más
frecuente de sus críticos— es “la mayor felicidad del mayor número”. En primer lugar,
no se trata de una frase original de Bentham, sino tomada por él de Priestley (quien a su
vez fue precedido tanto por Hutcheson como por Beccaria); en segundo lugar, Bentham
mismo la abandonó más tarde. Cuando él la rechazó, lo hizo con un argumento más claro
y poderoso (hasta donde cabe) de los que yo haya oído a cualquier crítico. El argumento es
citado por Bowring en las páginas finales del primer volumen de Deontology, obra
póstuma, y yo lo parafraseo así: El principio de la mayor felicidad del mayor número
es cuestionable, porque puedo ser interpretado en el sentido de que quien lo utiliza
ignora los sentimientos o el destino de la minoría. Y este carácter discutible se pone
más de relieve cuanto más grande percibimos la proporción de la minoría en
relación con la mayoría.
Unidad 2
Así que Bentham regresó al principio de la mayor felicidad y habló sobre el MÓDULO
objetivo 1
de la ética como el que consiste en maximizar la felicidad de la comunidad como un todo.
4.“PLACER” CONTRA “FELICIDAD”
Esto se aplica sobre todo al uso de los términos placer y dolor. Bentham mismo,
como hemos visto, que al principio hizo que el uso reiterado de estos términos fuera
básico en su sistema ético, después tendió progresivamente a abandonar el término placer
y a inclinarse en favor del término felicidad. Pero insistió hasta el final en esto: “la
felicidad es un conjunto del que los placeres son partes componentes... No dejen que la
mente se desvíe por alguna diferencia surgida entre los placeres y la felicidad... Felicidad
sin placer es una quimera y una contradicción: un millón sin ninguna unidad; una yarda
cuadrada sin pulgada alguna; un bolso de guineas sin un átomo de oro”.
Sin embargo, la felicidad concebida como una mera adición aritmética de unidades
de placer y dolor tiene poca aceptación hoy día, sea por filósofos morales, sicólogos, o el
simple hombre de la calle. Las palabras placer y dolor conllevan dificultades persistentes.
En vano han advertido algunos filósofos morales que deberían ser usadas y entendidas
solo en un sentido puramente formal. Mientras tanto, los antihedonistas, consciente o
inconscientemente, hacen uso completo de esta asociación, para mofarse y desacreditar a
los escritores utilitaristas que usan tales palabras.
BENTHAM Y SU TEORÍA
MÓDULO
Al sistema de Bentham se aplican directamente los reproches que Levy-Bruhl dirige 1
a las morales tradicionales -escribe Leclercq- «...que... se enrolan todas en la práctica en las
morales corrientes de su medio social». Es que Bentham no piensa en discutir la moral
práctica admitida en su tiempo, siendo, en ese sentido, un pre-positivista, puesto que no se
plantea a fondo el tema del fundamento de la regla moral.
EL REALISMO FILOSÓFICO
Observemos que el calificativo depende del fin que le asignamos o que cumple esa
cosa. Hasta tal punto es importante la referencia al fin, que sería imposible calificar
cualquier cosa si ignoramos para que sirve (es decir, si ignoramos su finalidad). En
consecuencia, un juicio de bien implica un juicio de finalidad.
Asimismo, podemos advertir que una cosa realiza o cumple en mayor o menor
medida con su finalidad. Y a aquella que la cumple totalmente la consideramos perfecta.
Es decir, que se da una gradación o jerarquía de bien en función de que la cosa cumpla
en mayor o menor medida con su finalidad.
Debe tenerse presente que conocer el fin de una cosa implica conocer su naturaleza,
entendiendo por tal «el conjunto de caracteres que determina un ser en sí mismo, de suerte
que, si le faltare uno de esos caracteres, cesaría de ser el mismo ser; son, pues, estos, los
caracteres necesarios del ser, lo que en el lenguaje de la filosofía tradicional se llama
esencia.» (Leclercq, op. cit., pág. 211). En consonancia, Jolivet enseña que el fin y el bien
son una misma cosa; elfin y el bien de un ser son función de su naturaleza.
Tengamos presente ahora que todo ser, en la medida que es, realiza bien aún con
deficiencias. Es decir, aun cuando un determinado ser sea imperfecto, realiza, al menos
su propia esencia (si no, sería otra cosa), aún que sea en mínima medida. Y en esa mínima
medida entonces realiza su propia perfección. En consecuencia, todo ser, considerado en sí
mismo es bueno.
La Filosofía Tradicional distingue entre el bien honesto (el bien propio del ser
considerado en sí) y el bien útil (que se predica de un ser subordinado a otro; por ejemplo,
cuando mencionamos «un buen lápiz», «un buen caballo», lo hacemos, no considerando
estos seres en sí mismos, sino en función de la utilidad que a nosotros nos reportan.
Estos seres, subordinados a nuestros propios fines, son calificados como buenos o malos
Unidad 2
Bien ontológico: Es el del ser considerado en sí mismo. Todos los seres tienen una
finalidad que les es propia, que deviene de su propia esencia. Tienen en consecuencia un
bien objetivo. Es decir, que existe como bien en la realidad, con independencia de la
intervención de nuestra subjetividad.
Bien moral: Solo podemos hablar de bien moral respecto del ser racional puesto que
aquel no es otra cosa distinta del bien ontológico, pero realizado libre y reflexivamente.
El bien moral tiene una particular trascendencia puesto que, al ser el objeto propio
de la acción libre del hombre, es la fuente de los valores propiamente humanos: «todo el
valor propiamente humano del hombre radica en el uso que hace de su libre albedrío»
(Leclercq).
BIEN Y FELICIDAD:
No obstante, no debe confundirse bien con felicidad. Esta es «el estado subjetivo del
hombre que ha alcanzado su fin.» «Es el estado que colma todo deseo» (Sto. Tomás). Solo el
bien es fin; la felicidad es un resultado en el espíritu. Esta es subjetiva; aquel es objetivo.
¿“FELICIDAD” O “BIENESTAR”?
Así, los códigos de moral tienen su punto de partida en los deseos, decisiones,
preferencias y valoraciones humanas. Pero el reconocimiento de esto, importante como
es, nos ayuda a avanzar solo un pequeño trecho hacia la construcción de un sistema
ético, o incluso a una base para evaluar reglas y juicios éticos existentes.
Unidad 2
MÓDULO
Antes de que lleguemos a esos capítulos, que estarán principalmente dedicados al 1
problema de los medios, preguntémonos si podemos dar alguna respuesta satisfactoria a
la pregunta sobre los fines.
No será suficiente decir, como algunos filósofos morales modernos lo han hecho, que
los fines son “plurales” y totalmente inconmensurables. Con esto se evade completamente
uno de los problemas más importantes de la ética. El problema ético, como se presenta en
la práctica en la vida diaria, es precisamente qué curso de acción “deberíamos” tomar:
precisamente, qué “fin”, entre otros “fines” contrarios, deberíamos perseguir.
Por ejemplo, afirman frecuentemente los filósofos morales que, aunque la “felicidad”
pueda ser un elemento del fin último, la “virtud” también es un fin último, que no puede
ser subsumido bajo la “felicidad” o resuelto en ella. Pero supongamos que un hombre
encara un problema, con una decisión en la que, según él, un curso de acción
determinado tendería más a promover la felicidad (y no necesaria o simplemente solo la
suya, sino también la de otros), mientras otro curso de acción contrario sería el más
“virtuoso”.
¿Cómo puede él resolver su problema? Una decisión racional solo puede ser tomada
sobre alguna base común de comparación. O la felicidad no es un fin último, sino un
medio para alcanzar algún fin ulterior, o la virtud no es un fin último, sino un medio para
alcanzar algún fin ulterior. Y esto, ya sea que la felicidad deba ser valorada en términos de
su tendencia a promover la virtud, o la virtud en términos de su tendencia a promover la
felicidad, o las dos en términos de su tendencia a promover algún fin ulterior, más allá de
ambas.
Una confusión que se ha interpuesto en el camino a la hora de solucionar este
problema ha sido el empecinamiento de los filósofos morales de subrayar el —según
ellos— agudo contraste entre “medios” y “fines”, y luego suponer que aquello que pueda
demostrarse que es un medio para conseguir algún fin ulterior debe ser simplemente un
medio, y no puede tener ningún valor “en sí mismo”; o, como ellos lo expresan, no puede
tener ningún valor “intrínseco”.
Más tarde veremos en detalle que la mayor parte de cosas o valores objeto de la
búsqueda humana son tanto medios como fines; que una cosa puede ser un medio para
conseguir un fin próximo que, a su vez, es un medio para conseguir algún fin adicional
que, por su parte, puede ser también un medio para conseguir otro fin ulterior; que estos
“medios-fines” llegan a ser valora- dos no solo como medios, sino como fines en sí
mismos; en otras palabras, adquieren no solo un valor derivado o “instrumental”, sino
cuasi-“intrínseco”.
Pero aquí debemos dejar sentada categóricamente una de nuestras conclusiones
Unidad 2
Moral.
Para esta actitud intelectual, las cosas no tienen un valor objetivo: su valor lo crean
las circunstancias, los intereses, la consideración social. Como reza el aforismo popular:
«en este mundo traidor nada es verdad ni mentira, todo es cuestión del color del cristal
con que se mira».
UNIDAD 2
DEONTOLOGÍA Y OBLIGACIÓN
ÉTICA Y
DEONTOLGÍA
0
MÓDULO 3
UNIDAD III
1
MÓDULO 3
Aristóteles, la autora Aparisi Miralles muy bien lo describe como “el derecho natural (lo
justo natural) como el derecho positivo, son verdaderos derechos (…) no se trata por tanto de
una idea abstracta o de un valor ideal, sino de una clase o tipo particular de justicia”.
Para poder logar los objetivos planteados es importante “querer dar a cada uno y
saber qué es lo que le corresponde cada uno”. Hay dos elementos involucrados: el saber y
el querer; y el camino para alcanzarlo es la prudencia. La misma no debe ser únicamente
con métodos deductivos, con métodos sacados del derecho y de la realidad; si no que en el
proceso se conforman modos de interpretar el derecho y sobre todo opiniones, atendiendo
de ese modo todos los puntos de vista que pueden plantearse en la realidad en que se
vive. El jurista no puede perder nunca la importancia de la EQUIDAD. En palabras de
Aristóteles “lo equitativo es justo”.
Los juristas son seres humanos no solo conocedores del derecho, sino que convive
en una realidad de hechos que le permite realizar un análisis más equitativo, donde la
discrecionalidad tiene una fuerte influencia.
2
MÓDULO 3
relacionan a principios éticos, mientras que otros lo ven como verdaderos deberes
generales. La autora Aparisi, se inclina por entenderlo como el “el principio debido” y lo
relaciona directamente con la ética profesional.
Los principios básicos tienen una estrecha relación con la virtud profesional, que
podrán llegar a hacerse realidad en la medida en que se actualice mediante los mismos
hábitos de la voluntad conforme con las exigencias que presenta la razón práctica. En el
lenguaje profesional es muy difícil diferenciar entre lo que se entiende por principio
deontológicos y la virtud profesional. Así por ejemplo suele hablarse del principio de
lealtad profesional, cuando puede también llamarse como una virtud del ser humano.
Los principios deontológicos tienen grandes coincidencias con los éticos de las
diversas profesiones.
Es por tanto que puede decirse que en la Deontología profesional existen dos
principios universales aplicable a todos los profesionales intelectuales libres, tales como:
Tal como expresa, Aparisi en su libro, se puede afirmar que se trata de un principio
universal, en el sentido de que en él pueden confluir todas las valoraciones éticas de la
actividad profesional. Dicho principio implica nada más ni nada menos, discernir el bien
del mal, ver qué es lo que se puede y qué lo que no se puede hacer, para así poder evitar
esto último.
Por ello, tal como expresa también dicha autora, tal principio remite en primer lugar
a la obligatoriedad de poseer los conocimientos técnico-jurídicos requeridos para actuar
correctamente. En segundo lugar, dicho principio destaca la libertad, y su inevitable
consecuencia como lo es la responsabilidad personal, por los propios actos.
3
MÓDULO 3
La conciencia profesional
- Rodríguez Luño: ´´Juicio de razón práctica que, a partir de los primeros principios
de la ley natural, dictamina acerca de la bondad o malicia de un acto concreto que vamos a
realizar o hemos realizado´´
➥Tipos de conciencia
Según determinados criterios, Aparisi, señala distintos tipos de conciencia:
4
MÓDULO 3
la conciencia falsa vencible, se puede decir que es aquella en la cual la ignorancia se debe
a la voluntad propia de la persona-no quiere saber- o a cierta negligencia. -Tomas de
Aquino-.
B- Las circunstancias: Según Aparisi, las circunstancias son todos aquellos factores
que pueden graduar, de una forma más o menos intensa, el objeto del acto humano.
Pueden convertir en incorrecto un acto que, de suyo, era licito. Lo cual no implica que
pueda transformarse en correcta una actuación que por su objeto es inmoral.
1. La calidad del agente: en el ámbito profesional, por ejemplo, cuanto más elevado
sea el cargo, mayor será la responsabilidad moral.
2. La relación del agente con el afectado: Cuanto más estrecha sea la relación entre el
responsable de la acción y el perjudicado por la misma, mayor será la responsabilidad
moral.
5
MÓDULO 3
Cuando los dos efectos son correctos, no se produce ningún problema moral. En
cambio, los conflictos surgen cuando de una misma acción, se siguen dos efectos
distintos, uno lícito y otro ilícito. Por ejemplo, un médico vende un fármaco, que sirve a
una persona para suicidarse. Según Aparisi, realizar actos de doble efecto no siempre es
lícito, por lo que considera que es necesario seguir algunos criterios, por ejemplo:
6
MÓDULO 3
Criterios de aplicación
Los principios, que Aparisi plantea como fundamentales para resolver estas
situaciones, son los siguientes:
7
MÓDULO 3
Con esto vemos como no sólo los abogados debemos brindar esa unión (dada por la
confianza) sino que también todos los operadores del Derecho, los juristas. Pero, en
cuanto al abogado concretamente, éste “tiene la grave obligación de trabajar para
preservar, no sólo la confianza de sus clientes, sino también de toda la sociedad, en el
colectivo profesional.”
Tomemos como ejemplo a un juez que en su vida privada era un loco, arriesgaba su
vida constantemente y parecía no tener un buen uso de su razón; sin embargo, parecía
que en su vida profesional actuaba moderadamente bien -sin dejar de lado sus actitudes
como dar disparos al aire en el medio de una audiencia-. Era como que su razón y
profesionalidad era consumida por su vida pública sin dejar para su vida privada.
“Los propios actos crean inclinaciones, una línea de comportamiento en una u otra
dirección. Así, resulta difícil que una persona que habitualmente sea injusta en el ámbito
privado pueda actuar íntegra y justamente en la vida pública.”
Un juez es, en gran medida, la cara visible de la justicia. Por ello, ésta se vería
seriamente lesionado si su comportamiento fuera gravemente incorrecto, aunque se
llevara a cabo en el ámbito privado.
¿Quién de nosotros confiaría en esos jueces? ¿Quién querría ser juzgado por ellos?
Los jueces, no sólo deben tomar decisiones conforme a derecho y cumplir con los
demás deberes impuestos, sino que también “deben evitar cualquier comportamiento
8
MÓDULO 3
La sociedad debe poder ver en el juez una persona en la que poder confiar, por ser
digna de toda credibilidad. Su conducta privada no debe hacerle perder aquello que la
sociedad espera de él (credibilidad y confianza).
La palabra abogado proviene del latín advocatus que quiere decir “hombre de
ciencia, patrono, letrado, defensor”, ya que en la era romana en los asuntos donde existía
dificultad, para que se les auxilien, los llamaban a fin de que puedan ser socorridos por
personas que tenían conocimientos del derecho, es decir que eran hombres de ciencia,
versados en la erudición del derecho.
Esto significa que los Abogados somos los llamados a decir la verdad y soldados de
la justicia en la correcta aplicación del Derecho, características básicas que no pueden
dejar de ser observadas ni faltar en su deber a cumplir en la sociedad.
El abogado no sólo debe velar por los intereses de su cliente, sino que debe asimismo
velar por la Justicia como un mandato general, siendo éste un fiel “servidor” de la misma.
Claro está que los principios fundamentales e inmutables del ejercicio de abogado
encontramos de manera similar en la independencia tan necesaria como la imparcialidad
del operador de justicia dentro de un Estado constitucional de derechos y justicia.
9
MÓDULO 3
estar bien preparado para librarla, para conseguirla; y será entonces una cualidad que el
abogado esté siempre alerta para luchar con la balanza y la espada.
Para transitar por este camino llamado lucha, el jurista debe siempre tener
presente estos principios rectores para así efectivizar y llevar a la práctica lo que
acabamos de decir:
En continuidad con la percepción espontánea del ser y del bien que le es propio, de
la que es capaz el intelecto humano, su sentido moral
(sindéresis) le lleva a formular con carácter preceptivo
(obligatorio) los principios del orden práctico o moral.
Tradicionalmente la formulación de estos principios
recibió el nombre de "ley natural" o "ley moral
natural". Conviene en este punto, tener presente el
La ley moral natural, según
concepto de virtud moral y la noción de las virtudes
santo Tomás de Aquino, "no es otra
cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. cosa que la luz de la inteligencia
infundida en nosotros por Dios.
Arribamos entonces al gran tema de la conciencia Gracias a ella conocemos lo que se
debe hacer y lo que se debe evitar.
moral. Su naturaleza es la de un juicio prudencial que Dios ha donado esta luz y esta ley en
realiza el intelecto práctico sobre la bondad de un acto. la creación". La ley moral regula el
obrar mirando a la bondad de los
Este punto se relaciona en forma inmediata con los
propios actos.
anteriores: los principios del orden moral (o ley moral La ley natural es el
natural) forman el conjunto de convicciones morales fundamento de toda ley humana en la
medida en que ordena que el hombre
básicas de la persona que sirven de fundamento del viva en sociedad, y la sociedad para
juicio moral. Asimismo, el juicio moral es realizado por su constitución requiere la existencia
de una autoridad, que debe poseer el
el hombre, con el concurso de sus virtudes; la
poder moral necesario para controlar
prudencia, pues se trata de un juicio prudencial a los miembros y dirigirlos al bien
(determinar lo debido concreto); la justicia, pues se común.
La ley natural moral es
trata de querer lo bueno y lo justo; la fortaleza y la inmutable, porque sus principios
templanza, por constituir el soporte antropológico para inscritos en la naturaleza humana no
pueden cambiar en cuanto forman
la rectitud del juicio. parte de la misma esencia humana.
La ley moral natural será la misma
Finalmente, se analiza con mayor detalle, siguiendo mientras no cambie la esencia o
a Gómez Pérez, (v. Bibliog.) Algunos aspectos específicos, naturaleza humana. Es tan
inmutable como el mismo orden
como los estados de la conciencia, las condiciones y esencial o final de los entes.
condicionamientos de los actos humanos y la
determinación de la moralidad de un acto.
10
MÓDULO 3
Mediante éste se da, no solo la posibilidad del discurso racional, sino también la de
la comunicación. El pensamiento conceptual revierte sobre la experiencia enriqueciéndola
mediante el nuevo horizonte que le aporta. De allí que -en tercer lugar- nuestro autor
agrega un tercer factor: la actividad dialéctica, tensa, permanente, entre la experiencia y
el pensamiento conceptualizante, abierta hacia el absoluto, develando el misterio del ser,
en toda su riqueza.
11
MÓDULO 3
⇘Recapitulación de concepto ⇙
•LA LEY MORAL NATURAL: Los principios que gobiernan la acción del hombre, en
cuanto son conocidos por su razón natural y están basados en el bien propio de la
naturaleza humana, han sido llamados tradicionalmente «ley natural» o «ley moral
natural». Son considerados universalmente válidos en razón de que -no variando los
caracteres esenciales del hombre- tienden a realizar sus fines permanentes y
consecuentemente tienen valor práctico en todo tiempo y lugar.
•INSUFICIENCIA: Sin perjuicio de ello, por ser nada más - y nada menos- que
principios, resultan de por sí insuficientes para responder a todas las necesidades
prácticas de la vida humana, de allí que requieren ineludiblemente que el hombre 1)
saque las conclusiones pertinentes y -sin dejar de tenerlos en cuenta: 2) determine
prudencialmente lo que fuere menester hasta conformar la totalidad de las normas
necesarias para conducirse en lo individual y en lo social. Estas consideraciones nos
hacen desechar la idea de que la Ley Moral Natural conforma un sistema cerrado y
autosuficiente: nada más irreal que esto.
12
MÓDULO 3
señalados. Ello explica que la moral positiva vaya cambiando a lo largo del tiempo en
todas las culturas. Porque los «intérpretes históricos» son otros; porque cambia en sus
matices la percepción de los principios; porque cambian, en suma, las circunstancias.
Explicación: El sentido moral común del hombre conoce este principio de manera
evidente e intuitiva, de él obtiene conclusiones inmediatas y mediatas que,
como ya fuera dicho, conforma el conjunto de las convicciones morales básicas de la
persona.
Claro está que este conocimiento del primer principio esta como «supuesto» en el
razonamiento práctico del hombre corriente, lo tiene antes de cualquier reflexión al
respecto. La explicación de esto radica en que la capacidad metafísica natural (del hombre
corriente, del hombre primitivo, del niño) deduce del concepto que tiene de bien y del
mal -sin una reflexión como Explica Jolivet (op. cit. pág. 84) que en el principio del
orden práctico se verifica una situación análoga con el conocimiento intuitivo del primer
principio del orden especulativo, así como el principio de contradicción nace
inmediatamente de las nociones de ser y de nada, que son las primeras nociones de la
razón. «con respecto al deber de hacer el bien, dice: (no hay) ningún otro principio práctico
que sea más simple y más claro. Es evidente por sí y captado inmediatamente en las
nociones del bien y de mal, que son los datos absolutamente primarios de la actividad
práctica.
A la posible objeción a que este principio es pura forma sin contenido (p. ej. «todo
depende de qué sea considerado como bueno») dice Jolivet (Pág. 85) «No hay duda
que la noción formal de bien recibe inmediatamente un contenido o una determinación en
función de las exigencias fundamentales de la naturaleza humana.
13
MÓDULO 3
14
MÓDULO 3
Bases cristianas
Dentro de los grandes cristianos defensores de la relación de la ley natural con las enseñanzas de
Jesucristo, se encuentran el apóstol San Pablo, Santo Tomás de Aquino y San Isidoro. Cada uno refería a que
la razón proviene de la voluntad de Dios, que es el único que puede proveer la orientación en las acciones
que el hombre puede ejecutar. En La Biblia, San Pablo refiere a las personas, que no asumían la ley de
Moisés, sino que cumplen “por naturaleza lo que la ley exige” (Romanos, Capítulo 2, Versículo 14).
Esto quiere decir que el hombre, aun estando guiado por su instinto más que por su fe, debía recurrir
a Dios para la completa guía en su andar, procurando que estos principios naturales fuesen sustentados por
el evangelio
Fundamentos modernos y contemporáneos
En la filosofía moderna, el fundamento era usado mayormente para realizar reformas y leyes, de
acuerdo a los sistemas de gobierno imperantes. Uno de los más influyentes en la definición de ley natural
fue el jurista holandés Hugo Grocio, considerado el fundador de esta doctrina en la Era Moderna, en el que
establecía que estaba formado por un conjunto de fundamentos propios de la razón, sin la influencia de
alguna doctrina religiosa.
Por su parte, Samuel von Pufendorf, jurista alemán, la trató como un orden que se debía alcanzar o
el “status quo” mediante leyes convencionales, en cambio Thomas Hobbes y John Locke, filósofos ingleses,
exponían que cada uno de los seres humanos había sido dotado de derechos universales inviolables, y aquel
que los intentara violar estaría en contra de la naturaleza, de la libertad del individuo y de sus garantías.
Esta filosofía sentó bases para movimientos independentistas y de cambio social como lo fueron, por
mencionar algunos, La Revolución Francesa y la Independencia de los Estados Unidos.
En primer lugar, en la realidad no existe una línea divisoria rígida entre las
conclusiones inmediatas, las mediatas y las aplicaciones concretas. Por eso no las hemos
trazado en ese sector del esquema.
En segundo lugar, debe advertirse que no todos los preceptos morales tienen el
mismo grado de certeza y por lo tanto de obligatoriedad. Digamos que tanto el primer
principio del orden moral cuanto sus conclusiones inmediatas (principios de máxima
generalidad) son conocidos con evidencia directa: «encontramos las líneas de acción en las
mismas cosas; quien ve las cosas, no puede menos que ver el bien que les es adecuado en
forma objetiva.» (Graneris, op. cit.)
15
MÓDULO 3
La MORAL POSITIVA.
ESQUEMA
Ejemplos de moral positiva:
• Los padres han de tener autoridad sobre sus hijos.
• Los padres han de elegir el cónyuge de los hijos.
• El divorcio vincular ha de ser considerado ilícito,
• El divorcio vincular en casos de excepción ha de ser ilícito.
• El divorcio vincular ha de ser licito si es voluntario.
• Sucede al REY el mayor de sus hijos varones.
• Los diputados han de tener inmunidad de opinión.
16
MÓDULO 3
Pero guardamos para el final los ejemplos relativos a preceptos aceptados como
morales por alguna moral positiva determinada que, no obstante, entran en
franca oposición con los principios morales evidentes y objetivos:
Cuando los hombres que viven en las sociedades en las que es lícito el
aborto voluntario, se convenzan por la fuerza de su razón que el embrión cuya vida se
suprime es persona humana inocente, se hará patente la inmoralidad de esa práctica.
A tales usos, no los hemos calificado como morales, sino como «tenidos por tales» y
susceptibles de tajante derogación. Es que en realidad no fueron ni serán preceptos
que merezcan la calificación de «morales» por encontrarse en franca contradicción
con el precepto de que «la vida ha de preservarse» -en inmediata conexión- con el primer
principio del orden moral.
17
MÓDULO 3
Entonces, el bien presupone la verdad, y ésta el ser del conocimiento del ser de las
cosas surge cuál es su bien, y de allí el qué hacer y el qué no hacer.
Esto evita caer en los vicios del «moralismo» que predica la obligación de
determinados «deberes» sin marcar adecuadamente su correlación con el ser (y con el
bien) del hombre. El moralismo dice «esto es debido porque es debido»; el realismo
filosófico dice: «esto es bueno porque es conforme o adecuado con la realidad del hombre
y, en consecuencia, es debido».
Definición del Juicio: es el ACTO POR EL QUE EL ESPÍRITU AFIRMA UNA COSA
DE OTRA. "Dios es bueno", "el hombre no es inmortal", son juicios en cuanto el uno
afirma de Dios la bondad, y el otro niega al hombre la inmortalidad. El juicio
encierra, pues, necesariamente TRES ELEMENTOS, a saber: un SUJETO, que es el ser del
cual se afirma o niega alguna cosa; un ATRIBUTO O PREDICADO, que es lo que se
afirma o niega del sujeto; una AFIRMACIÓN O NEGACIÓN.
SEGÚN LA CANTIDAD:
18
MÓDULO 3
Las cuatro proposiciones: Como toda proposición tiene a la vez una cantidad y una
cualidad, podemos distinguir cuatro especies de proposiciones, que los lógicos
designan con vocales:
El Naturalismo
Como podemos advertir, se trata de una proposición de tipo particular negativa (O).
El Positivismo Su tesis central es: "Toda moral proviene de la voluntad del hombre".
Vale decir, se trata de una proposición Universal Afirmativa (A).
Centrándonos ahora en las enseñanzas del realismo moral, una de las vertientes del
naturalismo, tenemos que, en primer lugar, debemos tener presente que todo ser existe en
razón de algo y, por consiguiente, existe para algo, para su fin propio.
Por lo tanto, toda actividad se explica por esa tendencia intrínseca del ser
hacia su fin, que es también su bien, porque bien y fin se identifican
(Derisi, "Los fundamentos metafísicos del orden moral”, Educa, Bs. As., 1980,
pág. 25). El movimiento revelar en tránsito de la potencia al acto que lleva a cabo todo
ser creado para alcanzar su perfección y acabamiento. Ahora bien, ese proceso no puede
acaecer de una manera caótica, sino ordenada y orgánica, porque de lo contrario, el ser
no verá satisfechas las exigencias de su estructura esencial. Se precisa, entonces, de un
modelo, ejemplar o paradigma que guíe la conducta u obra del sujeto agente. En nuestro
caso, LA REGLA Y MEDIDA DEL OBRAR SON LAS NORMAS O LEYES MORALES
(NATURALES Y POSITIVAS, GENERALES Y PARTICULARES), LAS CUALES CONSISTEN
EN PRECEPTOS O PRESCRIPCIONES QUE DICEN LA CONDUCTA VIRTUOSA.
19
MÓDULO 3
• LEY
• ORDENACIÓN DE LA RAZÓN
• ADECUACIÓN A LA NATURALEZA
• PROMOCIÓN DE LA SATISFACCIÓN DE LAS EXIGENCIAS DE LA
CONDICIÓN HUMANA QUE SÓLO PUEDE OBTENERSE MEDIANTE LA VIDA
EN RELACIÓN Y SALVAGUARDA DE LA POSIBILIDAD DE LA PLENITUD
PERSONAL
• OBLIGATORIEDAD EN CONCIENCIA
Por lo tanto, no toda regulación moral que se impone, QUE PREDOMINA, QUE ESTÁ
VIGENTE en la convivencia por el consenso logrado en la comunidad social o por voluntad
de la mayoría es obligatoria. Por el contrario, ESA REGULACIÓN SERÁ VÁLIDA Y POR
LO TANTO OBLIGATORIA, SÓLO SI ES CONFORME CON LA LEY MORAL NATURAL.
20
MÓDULO 3
Cabe destacar que no obstante ser los primeros principios, tienen un grado máximo de
generalidad, siendo necesariamente vagos. Necesitan, entonces, ser complementados por la
moral positiva y por el derecho positivo, que provienen de la voluntad del hombre
(legislador o comunidad social). Así, al principio moral natural consistente en que
"Todo hombre tiene una dignidad eminente", la moral positiva precisa cómo debe ser la
vestimenta decorosa de un hombre y una mujer en la República Argentina a comienzos
del siglo XXI (muchas veces esas reglas se encuentran en una zona fronteriza con
las normas de buenas maneras y urbanidad). Pero, bueno es precisarlo, aunque
es necesario el aporte de la moral positiva, no toda moral positiva por el sólo hecho de ser
tal es válida, sino que, para tal efecto, debe estar adecuada a la ley moral natural.
21
MÓDULO 3
Nuestra experiencia nos demuestra que muchas veces nuestro entendimiento capta
el bien y no es puesto en obra a causa de la debilidad volitiva. Ovidio decía: "veo que sea
lo mejor, lo pruebo, pero sigo lo peor".
22
MÓDULO 3
Las virtudes cardinales son cuatro, tanto por razón de su sujeto como por razón de
su objeto. El objeto propio de las virtudes morales es el bien moral, o sea, el bien que es
tal según el recto dictamen de la razón práctica.
1º) en los medios para alcanzarlo, que son discernidos e imperados por la virtud de
la prudencia (la cual es a la vez virtud intelectual y virtud moral).
2º) en cuanto bien (fin) referente a las operaciones relativas a otros, que es logrado
por la justicia.
3º) en cuanto se refiere a las pasiones que impiden alcanzar un bien o fin difícil,
arduo, y que la razón sin embargo dictamina como necesario o conveniente, tales
pasiones son ordenadas y moderadas por la virtud de la fortaleza, la cual vence el temor y
refrena la audacia ciega.
Las virtudes morales consisten en un justo medio entre dos excesos, que son dos
vicios. Así, la fortaleza está en un justo medio entre la cobardía y la audacia ciega.
2. en ciertos casos, ese justo medio está más cerca de uno de los vicios que del
otro; por ejemplo, la fortaleza está más cerca de la audacia que de la cobardía.
23
MÓDULO 3
Usando el mismo ejemplo metafórico del triángulo, cabe decir que a veces, en
materia de virtud moral, ese triángulo no es perfectamente equilátero o no perfectamente
isósceles.
Las virtudes morales están todas conectadas entre sí y con el último fin. La falta de
una perjudica a las demás. Por ejemplo, un Juez sin virtud de fortaleza, puede
sentenciar injustamente por temor a alguna amenaza; asimismo, un gobernante
puede obrar imprudentemente por excesiva afición al alcohol, esto es, por no poseer la
virtud de la templanza.
3. ¿Conoce los singulares? Sí, pues ella aplica los principios universales y
particulares a los casos singulares y concretos; y por eso es necesario que
conozca a éstos. Así, el Juez aplica la ley al caso concreto, y para hacerlo debidamente,
tiene que examinar y valorar prudentemente a ese caso con todas sus circunstancias.
4. ¿Es una virtud? Sí, pues es un hábito operativo bueno, y más aún: no es sólo
virtud intelectual (por residir en la razón práctica), sino que a la vez es virtud moral, pues
su objeto es el justo medio en los actos humanos.
5. ¿Es una virtud especial? Sí, porque tiene un objeto propio. Su misión consiste en
dirigir debidamente hacia el fin a todas las demás virtudes morales, eligiendo los medios
adecuados a cada caso.
7. ¿Determina el justo medio en las virtudes morales? Sí, le corresponde en cada caso
determinar el medio racional de la conducta virtuosa, evitando los dos extremos, que
24
MÓDULO 3
implican otros tantos vicios. Por ejemplo, determinará que la virtud de la fortaleza, en tal
caso determinado, debe realizar un acto valeroso, que sea ciega audacia, ni mucho menos
cobardía.
10. ¿La prudencia que busca el bien propio es la de la misma especie que la que se
extiende al bien común? No, porque siendo el bien común diferente por esencia del bien
particular, la prudencia que dirige hacia el bien común no es de la misma especie que la
que procura el bien particular: hay entre ellas solamente analogía, no identidad de
especie. Porque la prudencia individual, que basta para dirigirse a sí mismo, no basta
para la más difícil tarea de dirigir la multitud hacia el bien común. Un particular prudente
en su vida privada no es necesariamente un buen gobernante. Y de allí toma Santo Tomás
ocasión para dividir la prudencia en tres clases: la individual, la doméstica o
familiar (que dirige hacia el bien de la familia y reside en los padres), y la política, que
dirige el bien común de la sociedad política, y que debe residir principalmente en el
legislador o autoridad, luego en el juez (prudencia judicial) y en menor grado en los
súbditos o ciudadanos.
Las partes integrales son aquellas que concurren juntamente para formar un
todo, así como la cabeza, el tronco y las extremidades son partes integrales del cuerpo
humano. La prudencia tiene parte integrales, esto es, virtudes parciales que, juntas,
forman la virtud total de la prudencia; esas partes son: memoria, inteligencia, docilidad,
sagacidad, razón, providencia (previsión del futuro), circunspección (virtud que toma en
cuenta todas las circunstancias que rodean a un caso concreto) y precaución.
Las partes potenciales de una virtud son ciertas virtudes que no llegan a
ser prudencia, pero le sirven como auxiliares; ellas son la eubulia, o virtud del buen
consejo; la sinesis, esto es, la sensatez, así como la gnome, resolución equitativa, que
sirven al acto del juicio prudencial; la sensatez, en los casos ordinarios; la
resolución equitativa en los casos extraordinarios, en que para servir debidamente a la
justicia, resulta necesario apartarse de la ley general para adecuarse a lo
imprevisto del caso concreto.
25
MÓDULO 3
⤥ La Conciencia ⤦
Según Gómez Pérez, la conciencia es un juicio o dictamen del entendimiento
práctico que califica la bondad o la malicia de un acto hecho o por hacer. Hay que
recordar que la inteligencia humana posee dos dimensiones: una teórica y otra práctica.
Sus juicios están basados en primeros principios evidentes por sí mismos e
indemostrables. El primer principio del entendimiento teórico es el de no
contradicción: nada puede ser y no ser a la vez, en el mismo sujeto y en el mismo aspecto.
El primer principio del entendimiento práctico también es evidente: hay que hacer
el bien y evitar el mal.
•conciencia perpleja: la que por todas partes ve mal, tanto si se decide por un
extremo como si se decide por el otro.
26
MÓDULO 3
La conciencia cierta es la que juzga con seguridad que una acción es buena o mala.
Se está seguro y no hay miedo a equivocarse.
La conciencia probable es la que dictamina que un acto es bueno o malo, pero con
temor a equivocarse.
Se puede resumir, entonces que, para la buena actuación moral, es preciso obrar con
conciencia recta y cierta.
27
MÓDULO 3
salir del error a través de una investigación más atenta, pidiendo consejo, revisando
precedentes, etc. Nunca es lícito, por lo tanto, mantenerse conscientemente en una
conciencia venciblemente errónea. Esto equivaldría a una conciencia laxa.
Con conciencia cierta, la voluntad se decide por algo sin miedo a errar. La
certeza es la adhesión firme del entendimiento a lo que se conoce. Puede ser
intrínseca (basada en la misma naturaleza de las cosas: ahora es de día) o
extrínseca (se apoya en el testimonio autorizado de otra persona).
28
MÓDULO 3
• duda positiva (se funda en graves razones; hay motivos serios para dudar de la
rectitud de lo que se va a hacer) y duda negativa (las razones son leves o colaterales a la
sustancia del asunto).
29
MÓDULO 3
actuación moral. Por ejemplo, un robo no es más o menos grave porque el ladrón tenga
los ojos negros o azules.
Las circunstancias que afectan el acto moral han sido clasificadas tradicionalmente
así:
Qué: designa la calidad o cantidad del objeto. No es lo mismo robar cinco pesos que
un millón. No es lo mismo falsificar el propio documento de identidad que un billete.
Dónde: es la especificación del lugar. El robo en una iglesia de un objeto sagrado es,
además de robo, ofensa a la religión y sacrilegio.
Con qué medios: el apropiarse con engaño de lo ajeno es estafa; con violencia es
robo.
Por qué: expresa el fin extrínseco que se pretende con el acto. Esta circunstancia se
confunde con el fin del agente.
Cómo: indica el modo moral (no instrumental) con el que se realiza el acto: con
pasión, por juego, etc.
La finalidad del agente: Se entiende con esto, la finalidad subjetiva que persigue el
agente, o mejor, los motivos que lo llevan a obrar así. El fin del agente modifica la
moralidad del acto.
La expresión acto humano es sinónima de acto libre, acto voluntario, acto moral,
acto imputable. La ética se refiere sólo a esos actos, excluyendo por lo tanto los actos
meramente naturales (la respiración), los físicamente coaccionados (que llegan a anular
por completo la voluntad), los no imputables (los de enfermos mentales graves, niños
pequeños, los realizados en sueños, etc.).
30
MÓDULO 3
a. Según el objeto: ignorancia de derecho (se ignora que exista la ley que
manda o prohíbe algo) e ignorancia de hecho (se ignora que un hecho esté comprendido
en determinada ley).
31
MÓDULO 3
Se llama voluntario indirecto al acto que no se pretende por sí mismo, pero que es
consecuencia de otro que sí se desea en sí mismo. Un acto voluntario indirecto puede
tener de ordinario dos efectos: el querido directamente y el que sucede indirectamente. En
el caso de que esos dos efectos sean buenos, no hay problema moral alguno. Los
problemas, muy frecuentes, se plantean cuando, al realizar una acción, se sigue un efecto
bueno y otro malo. Por ejemplo, un farmacéutico vende un fármaco y el cliente lo utiliza
32
MÓDULO 3
para suicidarse. Para que sea lícito realizar un acto del que se sigue un efecto indirecto
malo, se requieren todas estas condiciones:
b. que el efecto primero o inmediato sea el bueno, es decir, que el bien que se
pretende no debe ser consecuencia del efecto malo;
c. que el fin del que actúa sea honesto, es decir, que intente primera y únicamente el
efecto bueno, no queriendo expresamente el efecto malo; a lo más, se limita a permitir el
resultado malo ya que es inseparable del bueno.
33
MÓDULO 3
Por otro lado, estas pasiones pueden ser antecedentes al acto o directamente
queridas. En general, las pasiones antecedentes aumentan la voluntariedad del
acto, pero disminuyen su libertad. Otra cosa son las pasiones directamente queridas
para reforzar el acto; en este caso aumentan la responsabilidad moral.
Por ejemplo, el que es "atacado" repentinamente por una pasión como la ira
e injuria a otro, es moralmente culpable; pero lo es más aún si alimenta esa ira para obrar
con más fuerza y contundencia. Las pasiones fuertes no directamente
queridas, resultado quizás del temperamento o de una situación difícil y no buscada,
disminuyen la libertad. El que, pensando que en un accidente ha matado a alguien, cae
en la desesperación y en la tristeza y huye, es culpable; pero esas pasiones son también
atenuantes de su conducta.
Entre las pasiones hay que situar el miedo, o estado ansioso ante un mal presente o
futuro. Lo que se realiza con miedo o por miedo es plenamente voluntario; sin embargo,
pueden darse casos de miedo antecedente grave, que ofusca la razón y, por lo tanto,
disminuye la responsabilidad moral, llegando a veces a suprimirla del todo. Para que el
miedo pueda ser atenuante o excusante ha de tratarse de un miedo injusto, lo que
equivale a una forma de violencia.
La Violencia: es la presión física o moral ejercida contra alguien, para que haga lo
que no quiere o no haga lo que quiere. No puede haber violencia contra el acto interno de
la voluntad que obedece sólo a la propia libertad. Ahora bien, la violencia moral, quien
obra es la víctima y lo hace como sujeto con voluntad y libertad, aunque
notoriamente afectadas. Sin embargo, el reproche moral va dirigido al sujeto agente
de la coacción.
En lo que respecta a la violencia física, los supuestos que podrían señalarse son muy
pocos y casi de laboratorio, como si alguien presiona la mano de otro para que estampe
sobre un papel su impresión digital, o lo empuja hacia una vidriera para que
ocasione un daño. En estos ejemplos, quien actúa es el sujeto productor de
la violencia, valiéndose del otro como mero instrumento. En ambas situaciones de
violencia, los actos no son, por lo tanto, morales para la víctima y su autor no es
responsable de ellos. Moralmente, si no existe consentimiento interno en aquello a lo que
34
MÓDULO 3
2 link: https://santocielos.com/c-ejemplos-de-vida/ley-natural/
35
P""'( '" -- -',
.t"
ÁNGEL OSSORIO
Ex Decano del Colegio de Abogados de Madrid
EL ALMA
DE LA TOGA
~
INDICE SUMARIO
Dedicatoria . v
Prólogo a la séptima edición (Argentina)
Vivencia y vigencia de Don Ángel Ossorio ........ VII
Prólogo a la primera edición ................................ XIX
Advertencia a la tercera edición (Española) ........ XXIII
Advertencia a la cuarta edición (Argentina) ........ XXV
Prefacio a la sexta edición (Argetttina) ................ XXVII
Quién es Abogado ................................................. 1
La fuerza interibr ................................................... 11
La sensación de la Justicia ................................... 22
La moral del Abogado .......................................... 32
El secreto profesional............................................ 43
La chicana .............................................................. 65
La sensibilidad ....................................................... 81
El desdoblamiento psíquico "................. 89
La independencia ................................................... 97
El trabajo ................................................................ 105
La palabra .............................................................. 115
El estilo forense ..................................................... 127
Elogio de la cordialidad ........................................ 151
Conceptos arcaicos '" ,..... 159
El Arte y la Abogacía ........................................... 167
XXXI
\
La clase.................................................................. 177
Cómo. se. hace un despacho ..,............................... 187
I
Especla lIstas " ........ 197
La hipérbole ........................................................... 205
La abogacía y la política ..,................................... 211
Libertad de defensa ............................................... 227
El amianto .............................................................. 233
Los pasantes ........................................................... 239
la defensa de los pobres ........................................ 249
La toga ................................................................... 259
La mujer en el bufete '............................ - 267
Hacia una justicia patriarcal.................................. 277
Decálogo de. Abogado .......................................... 303
g
XXXII
QUIEN ES ABOGADO,
Urge reivindicar el concepto de Abogado. Tal cual hoy
se entiende, los que en verdad lo somos, participamos de
honores que no nos corresponden y de vergüenzas que no
nos afectan.
3
en estos otros ténninos: "Ya que no sirves para nada útil, ,
-
el alumno resulte un teórico pedante; en la nuestra hay la
seguridad de que no produce sino vagos, rebeldes, destruc-
tores anarquizantes y hueros. La formación del hombre viene
después. En las aulas quedó pulverizado todo lo bueno que
aportara de su hogar.
6
¿Por qué? Pues por la razón sencilla de que en las
profesiones la ciencia no es más que un ingrediente. Junto
a él operan la conciencia, el hábito, la educación, el engra-
naje de la vida, el ojo clínico, mil y mil elementos que,
englobados, integran un hombre, el cual, precisamente por
su oficio, se distingue de los demás. Una persona puede
I reunir los títulos de Licenciado en Derecho y capitán de
I Caballería, pero es imposible, absolutamente imposible, que
I se den en ella las dos contradictorias idiosincrasias del militar
. y del togado. En aquél ha de predominar la sumisión; en éste
el sentido de libertad. ¡Qué tienen que vér las aulas con estas
cristalizaciones humanas!
8
Quede cada cual con su responsabilidad. El que apro-
vechó su título para
) ser Secretario de Ayuntamiento, entre
éstos debe figurar; e igualmente los que se aplican a ser
banqueros, diputados, periodistas, representantes comercia-
les, zurupetos bursátiles o, modestamente, golfos. Esta cla-
sificación importa mucho en las profesiones como en el
trigo, que no podría ser valorado si antes no hubiera sido
cernido.
9
LA FUERZA INTERIOR
!
El hombre, cualquiera que sea su oficio, debe fiar prin-
cipalmente en sí. La fuerza que en sí mismo no halle no la
encontrará en parte alguna.
13
. I
Fuera de nosotros están todas las sugestiones, el
doctrinarismo contradictorio para sembrar la duda, él
sensualismo para perturbar nuestra moral, la crítica para
. desorientamos, el adversario para desconcertamos, la injus-
ticia para enfurecemos. Es todo un cuerpo de ejército que
nos cerca, nos atosiga y nos asfixia. ¿Quién no ha sentido
sus llamamientos y sus alaridos?
21
los cimientos morales del mismo, que la sociedad elige y
determina, muchas veces a despecho de la fuerza coactiva
del Estado. Lo cambiante es la expresión actual y concreta
de la vida jurídica.
24
Hay en el ejercicio de la profesión un instante decisivo
para la conciencia del Abogado y aun para la tranquilidad
pública: el de la consulta. El Letrado que después de oír al
consultan te se limite a preguntarse "¿qué dice la ley?", corre
mucho riesgo de equivocarse y de perturbar la vida ajena.
Las preguntas introspectivas, origen del consejo inmediato,
han de ser estas otras: "¿Quién es este hombre que me .
consulta? ¿Que se propone íntimamente? ¿Qué haría yo en
su caso? ¿A quién dañará con sus propósitos?". En una
palabra: "¿Dónde está lo justo?". Resuelto esto, el apoyo
legal es cosa secundaria.
25
cuando le he llamado, es el patrimonio fundado por un
hombre, sostenido o agrandado por una serie de generacio-
nes, dividido hoy sistemáticamente entre los hijos. Un
dominio que ha vivido, una familia que se divida son tam-
bién novelas o tragedias".
27
Así en .todo. La pugna entre lo legal y lo justo no es
invención de novelistas y dramaturgos, sino producto vivo
de la realidad. El abogado debe estar bien apercibido para
servir lo segundo aunque haya de desdeñar lo primero. Y
esto no es estudio SiIlOsensación.
28
Leyendo esas razones y escuchan<iootras análogas me
he preguntado muchas veces sí realmente seré yopag¡u)Oen
Arte y anarquista en Derecho. Pero no llego a
intranquiliza(IDe.~especto al Arte, estoy conforme en que
el autor debe tener ideología, sistema y finalidad genéricas
en toda suopra, es decir, .q!le debe estar gobernado poda
razón. El1tregarse alaimpresipn de cada mQmentoequivale
a un.mero cultivo sensualista; mas para establecer la,comu-
nicación con el público sólo cuenta el artista con la sen,sa-
ción. Un filósofo, un jurista, un pensador, deben llamar a
la razón del público con los útiles,de la razón mínima. Pero
.el pintQf, et mú>sico,el drama,turgo" el D,()velista,debqn
determinar la sepsación, y por el camino del sentimiento
inducir al público ,al raciocinio, '~i se limitan a mover el
sentimiento serán sensualistas, soñadores eróticos, y su oqra
no tendrá finalidad; si, al contrario, se empeñan en prescin-
dir de las sensaciones como hilo conductor, serán cualquier
cosa menos artistas... o serán artista,s del genre ennuyeux
que anatematizaba el poeta.
30
LA MORAL DEL ABOGADO
¡He aquí el magno, el dramático problema! ¿Cuáles son
el peso y el alcance de la ética en nuestro ministerio? ¿En
qué punto nuestra libertad de juicio y de conciencia ha de
quedar constreñida por esos imperativos indefinidos,
inconsútiles, sin títulos ni sanciól) y que, sin embargo, son
el eje del mundo?
35
Segundo.- Pugna entre la moral y la ley. Empiezo por
creer que no es tan frecuente como suele suponerse. Cuando
en v<::rdady serenamente descubrimos un claro aspecto moral
en un problema, raro ha de ser que, con más o menos tra-
bajo, no encontramos para él fórmula amparadora en las
leyes. Si no la hallamos, debemos revisar nuestro juicio
anterior, porque sería muy fácil que el caso no fuese tan
claro moralmente como nos 10 habíamos figurado. Pero si,
a pesar de todo, la antinomia subsiste, debemos resolverla
en el sentido que la moral nos marque y pelear contra la ley
injusta, o inadecuada o arcaica. Propugnar lo que creemos
justo y vulnerar el Derecho positivo es una noble obligación
en el Letrado, porque así no sólo sirve al bien en un caso
preciso, sino que contribuye a la evolución y al mejoramien-
to de una deficiente situación legal. Para el juez, como para
cualquier autoridad pública, es para quien puede ser arduo
y comprometedor desdeñar la regla escrita; y así y todo, ya
vemos que cada día los Tribunales son más de equidad y
menos de Derecho.
"
41 "'
,
LA SENSIBILIDAD
¿Puede un Abogado ser frío de alma? No. ¿Puede ser
emocionable? Tampoco.
83
nes. Quien no sepa del dolor, ni comprenda el entusiasmo,
ni ambicione la felicidad, ¿cómo acompañará a los comba- l.
tientes? Únicamente los desalmados, en las más aborrecible
acepción del vocablo, pueden ver impasibles todo eso, que
es el nervio de la vida, la razón de vivir diríase más bien.
84
La fórmula para coordinar estados de ánimo tan oRues-
tos es la que, según la fama, dio Cortina al decir, con re-
lación al archivo de sus pleitos, que "los habí~ defendido
como propios y les había sentido como ajenos". Así ha de
ser. Quien nos busca tiene la necesidad de que comprenda-
mos y compartamos su anhelo. Por eso no es Abogado
completo el soltero, ya que no conoce por experiencia de
su sangrelo que son lasida conyugal, los deberes paternales
y la unidad de la familia. Una madre que llora no puede ser
atendida totalmente por un bon vivant de Casino; un finan-
ciero que aspira a crear un ferrocarril, no tiene comunica-
ción plena con un escéptIco indiferente a la riqueza del país
y a su progreso. En la' íntima y secreta comunión de
consultante y asesor, aqué~a menester que éste no se limite
a leerle Códigos, sino que ponga el alma al mismo ritmo que
marcha la suya.
87
\
EL DESDOBLAMIENTO PSÍQUICO
Da este nombre el profesor Ángel Majorana (1)al fenó-
meno por virtud del cual "el ábogado' se compenetra con el
cliente de tal manera, que pierde toda postura persOlral",
pues '~comoel actor en escena, olvida la propia personali-
dad, y a la realidad negativa de semejante olvido une la
positiva.de ensimismarse en el papel desempeñado por él".
De aquí saca la consecuencia, que él mismo reputa paradó-
jica, de que "la virtud que el Abogado necesita no es un
verdaderoy propio valer". '
91
Importa mucho detenerse a considerar si esa afirmación,
harto generalizada, responde a un exacto concepto ético de
nuestra profesión. De creerlo a negarlo hay un mundo de
consecuencias contradictorias.
92
Pero el hombre tiene partes más nobles que esas de pura
conveniencia. El criterio, el sentimiento, las convicciones...
Yeso no puede supeditarse a las necesidades de la defensa
nia la utilidad de cada interesado. Los patrimonios del alma
no se alquilan ni se venden.
I
I
veraciones contenidas en los varios motivos. El azoramiento
del tratadista fue tal, que pidió la palabra para rectificar y
dijo esta tontería lapidaria:
- La sala se hará cargo de que cuando yo escribí mi obra
estaba muy lejos de pensar en que hubiera de defender este
pleito.
95