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Los jesuitas

A principios del siglo XVII, comenzó un lento establecimiento colonial en los territorios al este
del río Paraná.

Para los europeos, esta región carente de metales preciosos, interesaba solamente por la
relativamente numerosa población nativa, a efectos de evangelizarla o colocarla al servicio
de los conquistadores.

El proceso de asentamiento fue llevado a cabo por los españoles y la Compañía de Jesús,
con intereses distintos que los llevarían a continuos conflictos.

En un inicio los jesuitas intentaron la conversión tanto de los indígenas agricultores


(guaraníes), como de los cazadores nómadas (charrúas); pero las dificultades que
presentaban éstos, hicieron que concentraran sus esfuerzos en los primeros.

Durante la segunda década del siglo XVII, la Compañía de Jesús desarrolló sus tareas entre
los guaraníes, en la zona del río Paraná, aguas arriba de la ciudad de Corrientes.

Desde allí comenzaron a misionar sobre la llamada provincia del Uruguay, donde estimaban
había entre cincuenta y sesenta mil nativos.

Para el año 1620 habían hecho pie en los territorios ocupados por los guaraníes cultivadores.
En la confluencia del Ibicui con el Uruguay fundaron la estratégica reducción de Yapeyú.

A mediados del siglo XVII, los jesuitas se habían consolidado, aunque consideraban como
enemigos a las sociedades fronterizas, por el este los portugueses, por el Paraná la sociedad
castellana, y al sur los nativos nómadas, cuya conversión habían abandonado.

La actitud hacia los charrúas - al suroeste- y guenoas - al sureste-, fue diferente. Con los
charrúas fueron extremadamente hostiles,
Misiones Orientales
buscando su exterminio; con los guenoas, la
También conocidas como El Tapé, Los Siete
tendencia era lograr vínculos de
Pueblos o Las Once Estancias.
cooperación.
La constituían siete pueblos fundados por los
jesuitas: San Luis Gonzaga, San Nicolás, San Los charrúas, resistían su presencia con tal
Francisco de Borja, San Miguel, San Lorenzo, San violencia, que la Compañía de Jesús debió
Juan Bautista y Santo Ángel, que pasaron a poder
de Portugal como consecuencia del Tratado de recurrir al apoyo de las autoridades
Madrid (1750), y que luego de la Guerra del Brasil españolas, declarando la guerra a los "indios
(1825 - 1828) quedaron integrados al estado
brasileño de Rio Grande do Sul.
infieles" (Guerra Charrúa-Guaraní, 1700 -1715).

Así tropas españolas y guaraníes, fueron diezmando las charrúas; unos años más tarde los
misioneros cuantificaron como muy pocas -unas cien- las familias que quedaban en el
territorio.

Entre 1754 y 1756 se desató la "Guerra Guaranítica", producto del tratado firmado en 1750
entre las coronas de España y Portugal, por el cual se debían entregar a los lusitanos unos
500.000 kilómetros cuadrados de territorios, más los Siete Pueblos que constituían las
Misiones Orientales.

Las misiones se enfrentaron al conjunto de los ejércitos penínsulares, la derrota les significó
la expulsión de los jesuitas en 1758 de Portugal, en 1767 de España y la disolución de la
Orden por parte del papa Clemente XIV en 1773.

Los sobrevivientes charrúas sufrirán ahora las presiones españolas y portuguesas hacia el
interior del territorio.

Los indígenas guaraníes fueron reducidos en grupos por la Compañía de Jesús, desde el
año 1550, con las llamadas misiones o reducciones jesuíticas, adoptando junto con las
enseñanzas del Evangelio, hábitos de trabajo e ideas de organización social.

Llegaron a la provincia de Misiones (Argentina), desde la región de la Guayrá, territorio


comprendido por los ríos Iguazú, Paraná y Tieté y la línea del Tratado de Tordesillas -área
oeste del actual estado brasileño de Paraná- que formaba parte de la Gobernación del Río
de la Plata y del Paraguay hasta su división en 1617 cuando quedó incluida en la
Gobernación del Paraguay.

El 8 de diciembre de 1609, con instrucciones del jesuita Diego de Torres Bollo y el


gobernador Hernandarias, salieron a la región los padres José Cataldino y Simón Masseta.
En 1610 fundaron la reducción de Nuestra Señora de Loreto, en la confluencia de los ríos
Pirapó y Paranapanema, que devino en el centro de las Misiones Jesuíticas del Guayrá, base
para la fundación de otras reducciones en la región. En 1612 unos 50 km. al este se crea a
reducción de San Ignacio Miní.

El éxito inicial entusiasmó a las autoridades que establecieron nuevas misiones, en las
cercanías de los principales ríos de la región (Tibagi, Ivaí y Piquiri). Pero, en 1627 se
iniciaron las invasiones de los bandeirantes que capturaban nativos para venderlos como
esclavos en las haciendas; para 1631 habían destruido nueve pueblos y capturado 60.000
indígenas.

Los sobrevivientes se concentraron en las dos misiones que permanecían sin atacar ( Loreto
y San Ignacio Miní). A fines de 1631 se produce el éxodo guayreño, un traslado épico de más
de 12.000 guaraníes hasta la provincia de Misiones en Argentina. Tres días después de la
salida, las dos misiones fueron destruidas.

Dirigidos por el sacerdote jesuita Antonio Ruiz de Montoya (Perú, 1585 - 1652) debieron
recorrer cerca de 1000 km, la penosa travesía -solo llegó un tercio del contingente inicial-
finalizó en 1632 con la refundación de las reducciones a orillas del arroyo Yabeviry e
incorporadas a las Misiones del Paraná y Uruguay.

Nuevas migraciones concentraron e la actividad misionera a lo largo de las márgenes de los


Ríos Paraná y Uruguay, y se consolidaron 30 pueblos organizados con más de 100.000
Guaraníes, con sus yerbatales, algodonales y estancias.

La autoridad máxima era el cabildo compuesto por caciques. Los curas eran los
administradores de bienes y atendían lo concerniente a lo espiritual, económico, cultural y
social. Les respetaban a los guaraníes su organización familiar, sus fiestas indígenas, etc.

A cada familia indígena se le otorgaba una parcela de tierra para el cultivo que era
denominada abá-mbaé o "propiedad del indio", la explotación de la misma era controlada por
los misioneros quienes vigilaban que los indios sembrasen y cosechasen sus productos. La
casa del cacique era igual a las otras, pero estaba ubicada en un lugar privilegiado.

Los jesuitas establecieron los talleres, donde enseñaron a los guaraníes una serie de oficios:
carpintería, fabricación de vajilla, hornos para cocer tierra, fundición de metales, tejeduría de
algodón, confección de sombreros, instrumentos musicales.

En uno de los extremos de la plaza, estaba el rollo. Las cárceles eran muy raras en las
misiones. Aquél que faltaba a la ley, se lo colgaba del rollo para ser castigado en forma
pública. Este monumento presente y a la vista de todos era el símbolo de la justicia y la
vergüenza pública. Aquél que había violado de alguna forma alguna de las normas, era atado
y azotado en público. Luego debía arrepentirse y pedir perdón.

Dentro de las misiones había un orden comunitario, sin riquezas ni lujos, donde todos
trabajaban y consumían por igual.
Los guaraníes estaban exentos de prestar servicio personal a los encomenderos y por lo
tanto debían pagar tributo a la Corona. Como este pago debía hacerse en metálico y en las
reducciones no existía el dinero, había que elaborar el producto que se pudiera vender en el
mercado. Es así como nace la industria de la yerba mate y por su calidad, llegó a conocerse
no solo en España, sino en Chile, Méjico, Perú y Portugal.

Escribe en 1774 José Sánchez: "Los españoles no quitan los palillos de las ramas, sino que
con las hojas los quebrantan y mezclan, por eso su yerba se llama con palos, y no es muy
estimada. Los guaraníes, muelen solamente sus hojas. Esta es la yerba Caamiri tan
afamada." Un dato curioso: los guaraníes, usaban el agua fría, son los españoles quienes la
sirvieron con agua caliente.

Dentro de las misiones reinó una organización comunitaria en orden. Este funcionamiento
comenzó a competir con el sistema aristocrático propio de la corona española que decidió
expulsar a los jesuitas de todos sus territorios en 1767 cuando el Rey Carlos III de España,
firmó el Decreto de expulsión, pero recién se ejecutó en las Misiones en 1768. A partir de allí
comienza una decadencia lenta. San Ignacio Miní sobrevivió hasta que fue parcialmente
destruido, como otros pueblos, durante las guerras de fronteras por las tropas paraguayas.

San Cosme y Damián

Fundada en 1632 por el Padre Adriano Fornoso, sus habitantes tuvieron que trasladarse
cuatro veces, hasta que en el año 1760 se ubica definitivamente al norte del Paraná, donde
se encuentra actualmente (cercana a la ciudad de Encarnación, Paraguay).

Fue el principal centro astronómico de América del Sur.

El Padre Buenaventura Suárez inició desde 1.703 trabajos y estudios sobre astronomía.
Ayudado por los indígenas construyó telescopios, cuadrantes y un reloj de sol, que aunque
rudimentarios eran exactos en su funcionamiento, realizando con ellos trabajos de
investigación que fueron dados a conocer en Europa, causando asombro en la universidad
de Upsala (Suecia). De aquel centro científico hoy queda un reloj de sol que asombra por su
exactitud.
La obra de la Compañía de Jesús en Uruguay

A fines del siglo XVII llegaron los primeros jesuitas al actual territorio uruguayo, desde
entonces trabajan en comunidad para brindar un servicio de fe y promoción de la justicia.

La Compañía de Jesús nace de la experiencia espiritual de Ignacio de Loyola a comienzos


del siglo XVI, que se refleja en su obra "Ejercicios Espirituales". Tras un periplo por las
universidades europeas de Alcalá, Salamanca y París, reúne un grupo de compañeros que,
en 1534, en los llamados "votos de Montmartre", deciden seguir juntos al servicio de la
misión de Cristo. Así, se ponen a disposición del Papa Julio III, quien en 1540 aprueba la
fundación de la Orden y envía a los primeros misioneros a territorios como la India, China o
Brasil.

La llegada de los primeros jesuitas a Uruguay

En una primera época, los jesuitas llegan a Uruguay con la expedición portuguesa de Manuel
de Lobo en 1680, para la fundación de Colonia del Sacramento. Allí fundaron el primer centro
educativo en territorio uruguayo, el Colegio San Francisco Javier, cuyas ruinas se pueden
todavía observar cerca del faro de la ciudad.

Más tarde, jesuitas españoles participaron también de la etapa fundacional de Montevideo,


abriendo en 1746 el Colegio San Estanislao de Kostka en la plaza Matriz, en el predio que
hoy ocupa el Ministerio de Transporte y Obras Públicas.

En 1767 la expulsión de los jesuitas de los territorios españoles dio por terminada esta
primera época, de la que quedan también vestigios en el interior del país vinculados a las
Reducciones del Paraguay como ser la Calera de las Huérfanas, cerca de Carmelo, o la
estancia Nuestra Señora de los Desamparados en Florida.

En una segunda época, ya en el siglo XIX, los jesuitas regresaron a Uruguay para hacerse
cargo de tareas educativas, la formación del clero y misiones rurales. En 1878 comienza la
construcción del Colegio Seminario, principal obra educativa de la Compañía en Montevideo.
Las obras de la Compañía en Montevideo

En la actualidad, la Provincia argentino-uruguaya de la Compañía lleva adelante en ambos


países numerosas obras educativas, sociales y apostólicas, en red con obras similares en
otros países de América Latina y del mundo. La Iglesia le ha confiado dos universidades, la
Universidad Católica del Uruguay (UCU) y la Universidad Católica de Córdoba (UCC). Se
mantienen los colegios tradicionales, como el Colegio del Salvador en Buenos Aires, el
Colegio Inmaculada en Santa Fe, y el Colegio Seminario en Montevideo, que cumplió este
año 140 años.

En Montevideo existe también el Colegio San Ignacio (antes Monseñor Isasa), y en


Tacuarembó el Colegio San Javier. La educación popular y no formal está representada por
la red mundial de "Fe y Alegría", presente en Uruguay con varias obras, como el Colegio San
Adolfo en El Dorado (Las Piedras) o los centros de formación de La Esperanza (Aeroparque)
además de una red de CAIFs y de centros juveniles.

En Montevideo, la Arquidiócesis ha confiado a los jesuitas las parroquias del Sagrado


Corazón (Colegio Seminario), Sagrada Familia (con el Centro de Espiritualidad Manresa),
San Ignacio de Loyola (al lado de la Casa Noviciado) y Nuestra Señora de Fátima junto a
Santa María de la Ayuda (Cerro). También en la diócesis de Tacuarembó se encarga de la
Parroquia San José de esa ciudad.

Otras obras sociales o apostólicas son llevadas por laicos de espiritualidad ignaciana
nucleados en CVX (Comunidad de Vida Cristiana) o asociaciones amigas como la Asociación
Padre Hurtado (Hogar de Cristo).

“Entrado el siglo XXI, el campo apostólico de la Compañía sigue siendo amplio, incorporando
los nuevos desafíos que presenta la sociedad de nuestro tiempo. Siguiendo la intuición de
San Ignacio cuando hablaba de ´sentir con la Iglesia', la Compañía se pone a disposición del
Papa y de las Iglesias locales para ayudar en lo que sea necesario, priorizando la formación
intelectual y la profundidad espiritual, como herramientas para mejor `ayudar a las almas` y
estar presente en las fronteras de hoy”, destaca el sacerdote jesuita P. Álvaro Pacheco.

“Intentamos que nuestra identidad cristiana y católica sea explícita”

El P. Rafael Velasco, superior provincial de la Compañía de Jesús en la provincia Argentina y


Uruguay, explica que a nivel provincial la labor social de los jesuitas se divide en tres niveles.
El primero, es la acción social directa. “A través de la atención a los más pobres en nuestras
parroquias de periferia a través de ollas, promoción humana, trabajo con los migrantes a
través del servicio jesuita, o con adictos a través del Hogar de Cristo y centros de atención a
gente en situación de calle”, señala.

El segundo nivel es el educativo, con Educación Popular (con el proyecto Fe y Alegría y los
centros de Manos Abiertas, además de escuelas parroquiales varias), centros de formación
profesional y escuelas de un nivel social más alto en el que se intenta formar conciencia
cristiana junto con conciencia social.

Un tercer nivel es el de la incidencia a través de la formación de profesionales


comprometidos (universidades) y formación de políticos con otra conciencia y compromiso (a
través del Centro de Investigación y Acción Social y su escuela de liderazgo político).

“Estas acciones sociales las comprendo estrechamente vinculadas a nuestro servicio de fe.
En ese servicio intentamos que nuestra identidad cristiana y católica sea explícita, ofreciendo
no solo ayuda o promoción, sino la posibilidad de encuentro con el Señor. Una preocupación
es que nuestra espiritualidad pueda ser accesible a los más pobres. Tenemos algunas
iniciativas al respecto también”, reflexiona el P. Velasco.

“Una casa donde todos tengan un lugar y donde se sientan bien recibidos”

“En la parroquia buscamos atender a eso tan de la misión de la Compañía de Jesús que gira
en torno al 'servicio de la fe y la promoción de la justicia' (…) Queremos una casa donde
todos tengan un lugar y donde se sientan bien recibidos, y aquí la clave es la acogida y la
colaboración. Acogida a otros movimientos y otras parroquias que también se juntan aquí: y
colaboración con otras obras y movimientos apostólicos, 'hermanos jesuitas e ignacianos',
como son las otras parroquias y templos jesuitas de la Provincia Argentino-Uruguaya de la
Compañía, y específicamente con el Colegio San Ignacio, el Hogar de Cristo, el SJM
(Servicio Jesuita al Migrante), el MEJ(Movimiento Eucarístico Juvenil), la CVX (Comunidades
de Vida Cristiana), que funcionan aquí en la parroquia. Todo esto implica mucho tiempo de
diálogo, de coordinación, para así juntos llevar adelante esta misión común”, comenta el P.
Rey Nores, párroco de la Parroquia San Ignacio de Loyola.

Y agrega, “una comunidad que se entiende 'en salida', que se sabe 'misionera', que no se
puede quedar de brazos cruzados esperando que la gente venga a nuestros grupos o
actividades, sino que sale a buscar, que visita el barrio, que se hace presente en sus ferias,
sus plazas, sus calles como lo hicimos con la Misión Casa de Todos, y como lo hemos venido
haciendo a lo largo de estos últimos años en tres momentos del año: en Cuaresma, invitando
a las celebraciones de la Semana Santa, en julio invitando a la fiesta de San Ignacio, y en
Adviento invitando a las celebraciones en torno a la Navidad. Una comunidad que a través de
los voluntarios de la olla, sale a repartir una bandeja de comida a través de cuatro recorridos
distintos en la zona. Una comunidad que sale a visitar a los enfermos y a los presos. Una
comunidad que a través de las personas de la ropería visita y acompaña a nuestros
hermanos de parroquias de la periferia”.

A su vez, comenta: “Como párroco, estoy convencido de que todo esto lo podemos hacer
realidad gracias al compromiso de muchísimos parroquianos que llevan adelante estas
actividades y grupos, y de mis compañeros jesuitas de la comunidad del Noviciado. Sin duda
que la presencia de los novicios, con toda su juventud y alegría por querer seguir a Jesús al
modo de Ignacio, nos enriquece a todos en nuestra comunidad parroquial… y nos
compromete a rezar por ellos y por aquellos jóvenes a los que el Señor quiera llamar”.

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