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Los servicios de primer nivel acaban siendo “servicios para pobres”, sin la debida
efectividad, seguridad, integralidad y estrategia centrada en el paciente. Sin embargo,
la literatura internacional señala que los países cuyos sistemas de salud están
fundamentados en la atención primaria en salud (APS) tienen consistentemente
mejores resultados, mejor equidad y eficiencia. El liderazgo político de esos países da
prioridad a la atención primaria. Cuando este liderazgo no existe o se encuentra
fragmentado (es decir, las instituciones claves del sector salud operan sin una visión de
conjunto, cada uno tirando para su lado), la tendencia natural del sistema de salud es
dirigirse hacia la medicalización, hacia construir el sistema alrededor del hospital y de
las super especialidades. La tendencia es aumentar el costo, adquirir nuevas
tecnologías, dar prioridad en el gasto a la atención especializada.
Los recursos para el gasto sanitario no se han destinado al fortalecimiento del primer
nivel de atención, dado que, en realidad, el gasto por este concepto se redujo de 19%
del total gastado por el Seguro Nacional de Salud (SNS) en 2019, al 15% en 2020. Es
justamente allí donde se realizan las tareas de primer contacto con los pacientes, de
seguimiento, de rastreo de contactos, de búsqueda activa de focos de infección, en
general, tareas claves para enfrentar una epidemia. El hecho de que pudiera
aumentarse tanto en el 2020 el gasto público en salud, actuando con voluntad política,
nos creó la ilusión de que, en efecto, el sistema de salud era prioritario para el actual
gobierno. Lamentablemente, el presupuesto presentado al Congreso para el 2023
constituye una desilusión. En lugar de mantener ese aumento del gasto – que ha sido
extremadamente bajo por décadas – y asignarlo ahora al fortalecimiento del sector,
particularmente, del primer nivel de atención, el gobierno ha decidido recortarlo y
regresar a los niveles previos.
La reforma de salud de 2001 proponía que la red pública pasara a ser financiada vía la
demanda, es decir, a través de la compra de servicios por parte del SENASA y las ARS.
Pero el SNS sigue siendo financiado vía la oferta, o sea, en base a los presupuestos
históricos que asigna el gobierno central.
En el año 2019, el 84% de los recursos provenían del presupuesto histórico, un 11%
eran ventas de bienes y servicios, es decir, fondos del SENASA principalmente y apenas
un 3% adicional correspondía a pagos por resultados.
Pero bien, a pesar de todo esto, una reforma que plantearía sería el “Enfoque de
procesos de Compras de Urgencia”, que busca definir los procesos de adquisiciones de
urgencia y emergencia de una forma transparente pero menos burocrática que
contribuya a disminuir el retraso de 21 días para obtener los bienes y servicios.
Otra posible reforma podría ser el despliegue de las redes integradas del sector, para
institucionalizar un modelo de planificación de los servicios tomando en cuenta los
cambios en los perfiles sociodemográficos, epidemiológicos y condicionantes de la
salud. Todo esto definido por una cartera de servicios por nivel, continuidad de la
atención sanitaria, humanización de los servicios y la dignificación del acceso a los
mismos.