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La nación imaginada : ensayos sobre los proyectos de naciónen

Colombia y América Latina en el siglo XIX / compilador


Humberto Quiceno Castrillón.-- Cali : Programa Editorial
Universidad del Valle, 2015.
328 páginas ; 24 cm.-- (Colección artes y humanidades)
Incluye índice
1.Ensayos colombianos 2.Estado- Colombia- Ensayos,
conferencias, etc. - Siglo XIX 2.Reforma del estado- América
Latina- Ensayos, conferencias,etc. - Siglo XIX I. Quiceno
Castrillón, Humberto, compilador II.Serie.
Co864.6 cd 21 ed.
A1501658

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

Universidad del Valle


Programa Editorial

Título: La nación imaginada. Ensayos sobre los proyectos de nación


en Colombia y América Latina en el siglo XIX
Compilador: Humberto Quiceno Castrillón
ISBN: 978-958-765-182-9
Colección: Artes y Humanidades
Primera edición

Rector de la Universidad del Valle: Iván Enrique Ramos Calderón


Vicerrectora de Investigaciones: Ángela María Franco Calderón
Director del Programa Editorial: Francisco Ramírez Potes

© Universidad del Valle


© Humberto Quiceno Castrillón

Diseño de carátula y diagramación: Hugo H. Ordóñez Nievas


Impreso en: Prensa Moderna Impresores S. A.

Universidad del Valle


Ciudad Universitaria, Meléndez
A.A. 025360
Cali, Colombia
Teléfonos: 57(2) 321 2227 - Telefax: 57(2) 330 8877
e-mail: programa.editorial@correounivalle.edu.co

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responsabilidad en caso de omisiones o errores.

Cali, Colombia, septiembre de 2015


CONTENIDO

Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

Capítulo 1
Fabio Wasserman
La nación como concepto fundamental en los
procesos de independencia hispanoamericana
(1780-1830) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19

Capítulo 2

Juan José Saldaña


La ciencia en la conformación de la nación:
el caso de México . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57

Capítulo 3

Humberto Quiceno Castrillón


Escuela y nación en la Colonia y en la República . . . . . 83

Capítulo 4

Gilberto Loaiza Cano


La nación en novelas
(Ensayo histórico sobre las novelas Manuela y María.
Colombia, segunda mitad del siglo XIX) . . . . . . . . . . 131
Capítulo 5

Luis Carlos Arboleda


Élites, medidas y Estado
en Colombia en la primera mitad del siglo XIX.
Orden republicano y sistema métrico decimal . . . . . . 177

Capítulo 6

Natalia Suárez Bonilla


La soberanía de la nación a prueba
En “los puñales del 7 de marzo de 1849” . . . . . . . . . . 231

Capítulo 7

Eric Rodríguez Woroniuk


Definiciones de nación en la investigación
jurídica de José María Samper (1873-1886) . . . . . . . . 259

Capítulo 8

Juan Moreno Blanco


Del Viaje a las regiones equinocciales…
de Alejandro de Humboldt al atlas de las narrativas
civilizatorias en la nación colombiana . . . . . . . . . . . 295

Índice . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 321
INTRODUCCIÓN

Este libro es el resultado de un proyecto de investigación colectivo


que pretendió dar cuenta, desde diferentes flancos disciplinares, de lo
que pudo haber sido el concepto de nación en el siglo XIX. Como quienes
nos reunimos en este propósito procedemos de diversas formaciones en
el campo de las ciencias sociales, las discusiones estuvieron nutridas de
elementos casi insospechados, de experiencias muy disímiles, de formas de
pensar y escribir muy diferentes. Sin embargo, hubo un acuerdo que obró
como premisa orientadora: averiguar qué fue la nación para las gentes del
siglo XIX colombiano. Ese punto de partida contenía, de entrada, dos lugares
comunes que se volvieron discutibles: la nación y el siglo XIX. Cualquier
revisión bibliográfica nos muestra que la nación fue un problema inherente
a la construcción histórica de esa línea temporal llamada siglo XIX.
Esa centuria, cuyos límites cronológicos no están bien establecidos por
nuestra historiografía, estuvo marcada por la constante discusión acerca de
la nación; el siglo XIX fue el siglo de constantes pugnas por imponer algún
proyecto o ideal de nación. Esa discusión permanente acerca de lo que debía
o no debía ser la nación hizo de ese siglo un momento teñido de política.
Todos los ámbitos de la vida en común estuvieron inmersos en una discusión
permanente que insinúa un alto nivel de politización, muchas veces con el
pesar de los propios individuos de la época que sentían que la volatilidad, y
la violencia de la política les había arrebatado el sosiego.
Las historiografías colombianista y latinoamericanista han tenido a la
nación como un asunto central de sus análisis. No hay libro o curso de historia
de Colombia (aunque tal asignatura fue borrada del pensum de nuestros
colegios y escuelas) que le dedique una buena dosis de examen al problema de
Humberto Quiceno Castrillón

la nación. Algunas definiciones se volvieron entre nosotros muy familiares,


por ejemplo la ya clásica de Benedict Anderson en su libro Comunidades
imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo1.
Pero quizás el que sirvió de mejor pretexto para incitar la discusión
entre los autores de este libro fue el de Elías Palti, La nación como
problema. Los historiadores y la “cuestión nacional”2. El libro sirvió, y
sigue sirviendo, para situar el problema conceptual de la nación en las
coordenadas de la historiografía latinoamericana. Es posible que sus
hallazgos y afirmaciones generales no sean las mismas nuestras, pero lo
importante es que Palti supo plantear una categoría conceptual y, sobre
todo, nos mostró la manera de ver, en las coordenadas intelectuales de
una época, el problema de la nación. Poder vislumbrar la nación según “el
contexto de transformaciones intelectuales más generales que entonces
se producen” nos pareció una premisa de trabajo fructífera3.
En apariencia, y en principio, una investigación acerca del concepto de
nación en el siglo XIX colombiano consiste en apoyarse en el legado de la
historia de los conceptos y más estrictamente en los aportes de la obra de
Reinhart Koselleck. Su obra enseñó a establecer vínculos entre la historia
intelectual, la historia conceptual y la historia política. Intentamos, por lo
menos, ajustarnos a algunas exigencias de método pregonadas por el histo-
riador alemán; de tal manera que, primero, intentamos examinar los frag-
mentos de pasado según la auto-comprensión del uso del lenguaje de los
agentes sociales y políticos de aquellas épocas; segundo, intentamos acudir
a un acervo de fuentes lo suficientemente representativo de una época de
discusión acerca de los significados del concepto4. Además, reflexionamos
acerca del lugar central del concepto nación, acerca de cómo en un concep-
to convergieron varios términos al uso y constituyeron, así, una especie de
campo semántico muy complejo. Pero quizás lo más importante es haber
fijado la certeza de estar ante un concepto fundamental dado su carácter
en la medida que se trata de un concepto indispensable tanto en el uso de
los individuos del siglo XIX como entre los historiadores contemporáneos.
La nación ha sido un concepto polisémico que ha acumulado significados
de diversa índole; que ha anudado otros conceptos con los cuales le dio

1
Anderson, Benedict. Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del
nacionalismo. México: Fondo de Cultura Económica, 1993. Primera edición, 1983.
2
Palti, Elías. La nación como problema. Los historiadores y la “cuestión nacional”. México: Fondo de
Cultura Económica, 2003.
3
Ibíd. p. 35.
4
Sobre las reflexiones de método en la obra de Koselleck, Reinhart. Futuro pasado. Para una
semántica de los tiempos históricos. Barcelona: Paidós, 1993.

10
Introducción

consistencia al lenguaje político. La nación ha sido un concepto elaborado


en intenso diálogo con otros conceptos como pueblo, soberanía, ciudada-
nía, Estado.
Pero, bien, esta investigación colectiva no se ciñó estrictamente a una
historia conceptual, los lectores atentos lo notarán; estuvo cerca, más bien,
de una historia intelectual pues se le concedió importancia a determinadas
productos culturales elaborados por una élite y los examinó para tratar de
entender los sentidos de nación que pudieron estar involucrados en esos
productos. La escuela, el manual de matemáticas, las novelas, el ensayo polí-
tico, el relato de viajes, la expedición científica fueron, principalmente, pro-
ductos elaborados por una élite de la cultura y la riqueza que tuvo acceso a
formas de control de la sociedad; de tal modo que podemos ver esos pro-
ductos como unos artefactos culturales elaborados por grupos de individuos
que cumplieron funciones más o menos especializadas y sistemáticas en el
control de la sociedad, en la distribución de bienes simbólicos, en la difusión
de determinadas ideas, en la organización del territorio, en la descripción de
los recursos naturales y de los comportamientos de fragmentos de la socie-
dad. Todo eso produjo formas de escritura, narrativas acerca de la nación
que merecieron, en este libro, algún nivel de explicación en tanto hechos
intelectuales que debían ser situados en el contexto discursivo que los hizo
posibles. Contexto discursivo que, por supuesto, remite a dilemas sociales,
políticos, económicos que encontraron expresión en determinados textos y
en determinadas palabras.
Cada ensayo tiene un responsable desde su concepción hasta el resultado
final, y cada ensayo fue sometido a discusión del grupo de investigación.
Esa conversación es un preliminar de este libro que no podemos sintetizar
aquí y que quizás no quedó genuinamente plasmada en esta obra colecti-
va. Lo cierto es que la conversación, dadas las dificultades institucionales
inherentes, fue sui generis porque escapó de los moldes disciplinares acos-
tumbrados. Insistamos en decir que aquí se reúnen ensayos escritos por una
socióloga, un politólogo, un crítico literario, un filósofo, un historiador de
la ciencia y un historiador a secas. Todos esos universos tienen fronteras
muy tenues y muchas cosas en común que no solemos aprovechar. Una gran
coincidencia, posiblemente, fue que todos encontramos necesario apoyar-
nos en textos, en vestigios documentales provenientes del siglo XIX para
poder hacer algún ejercicio de interpretación. De modo que una pregunta
casi iniciática fue: ¿cómo buscar el concepto de nación en el siglo XIX? Y
hubo una respuesta casi unánime: hay que buscar algún vestigio que sea
lo suficientemente representativo y digno de análisis. Documentarse como
una vía de comprensión de la discusión de una época evoca, sin duda, el

11
Humberto Quiceno Castrillón

oficio de historiador; por eso este libro reúne, en su conjunto, formas de


examen histórico de lo que fue el concepto de nación durante el siglo XIX
colombiano.
Las discusiones previas al proyecto, luego los acopios documentales hasta
llegar a los relatos y explicaciones contenidos en este libro coincidieron en
determinar que la nación fue un elemento de debate muy intenso en la
sociedad posterior a la separación del dominio español; conocer el territorio,
controlar la población, cohesionar la sociedad, definir deberes y derechos
de los ciudadanos, legitimar una nueva élite, hacer y rehacer el relato de
la nación, definir el lugar del pueblo en el sistema político republicano,
determinar el lugar de la Iglesia católica en el nuevo orden, tratar de erigir
a un Estado moderno como el principal aparato de cohesión y de coerción
fueron preocupaciones que quedaron plasmadas en constituciones políticas,
en guerras civiles, en mapas, en proyectos de instrucción pública, en relatos
de costumbres, en memorias, en la intensa actividad periodística, en la
fluctuante vida asociativa, en las traumáticas relaciones entre el notablato
y sectores populares organizados. Todo eso provocó un variado repertorio
discursivo; desplegó dispositivos de diverso tipo con tal de persuadir o
disuadir acerca de ciertos ideales de nación; todo eso preparó, en diversas
gradaciones, a un variopinto personal político. Pero, principalmente, fueron
aquellos miembros de una selecta cultura letrada adherida a las funciones
estatales quienes se sintieron empujados a cumplir una tarea constructora y
ordenadora. El agente principal de esa cultura letrada fue el criollo ilustrado
que se erigió en el político-letrado, categoría social y política que ocupó un
largo trayecto de la historia republicana.
De adehala, el siglo XIX se caracterizó por haber contenido un acervo de
escrituras del orden. Sí, nuestro siglo XIX prefirió la prosa útil y despreció
la prosa ficcional; se inclinó por todas esas escrituras que contribuían a
una ilusión ordenadora. Escritura de la razón plasmada en reglamentos,
constituciones, manuales gramaticales, textos escolares, obras de iniciación
a cualquier ciencia, relatos de viajeros, descripciones geográficas, ensayos de
filosofía política, cuadros de costumbres. Incluso las novelas, aparentemente
desconectadas de esa ilusión ordenadora, participaron a su modo de la
difusión, muy interesada, de ideales de orden; sus tramas, de un modo u
otro, alentaban o ponían en tela de juicio tal o cual proyecto de nación.
La cultura letrada fue invasiva, sirvió por mucho tiempo de fundamento
en la formación y consolidación de un personal político; más aún, fue el
cimiento de una democracia de las capacidades en que la soberanía de la
razón y de la riqueza desplazó la soberanía del pueblo. Una élite de la política
y de la cultura, blanca y católica, fue la principal productora de ideales de

12
Introducción

nación, y tan solo el hecho de producir y multiplicar esos ideales —por


equívocos, fraudulentos o excluyentes que fueran— contribuyó a afianzar su
función tutelar en la sociedad y la hizo sentirse destinada para cumplir tareas
de gobierno5.
Precisamente, entre las varias cosas en común que hay en los ensayos
consagrados al siglo XIX colombiano, una merece comentario. Casi todos,
con distinta modulación, se han detenido en el examen del papel de las élites
en la organización republicana. Casi todos refieren una élite de la cultura,
de la ciencia, de la razón, de la política que asumió funciones tutelares en
el control de la sociedad. Una élite capacitada poseedora de las luces de la
razón y la ciencia aparece como la principal productora de discursos no
solamente acerca de la nación. Muchos de ellos fueron autores de obras que
constituyeron canon en esa prosa del orden que distinguió al siglo XIX.
Este libro se compone de ocho ensayos de los cuales seis pertenecen
a los miembros del grupo de investigación Nación-Cultura-Memoria
comprometidos en el proyecto. Los otros dos pertenecen a colaboradores
latinoamericanos. Decidimos abrir el libro con sus ensayos porque nos
servían para presentar algunas premisas generales y darle al libro un
necesario matiz comparativo entre lo que sucedió y se ha dicho en otros
lugares de América latina con lo acaecido y dicho en el caso colombiano.
Además, los aportes de Fabio Wasserman y Juan José Saldaña sirven para
afianzar la necesaria pero no muy sencilla conversación entre comunidades
académicas de diversos lugares del subcontinente americano.
Por muchas y obvias razones, el ensayo de Fabio Wasserman es el inicial;
la primera, que brinda un paisaje muy amplio, tanto de lo que ha sido la vida
de ese concepto como de lo que ha sido la historiografía latinoamericana
acerca de ese concepto. Wasserman pertenece a esos historiadores que han
venido empujando un remozamiento de la mirada y los métodos para ha-
cer historia política. Su apego a la historia conceptual aparece, por demás,
bien sustentado en un grupo de advertencias metodológicas consignadas en
los párrafos introductorios. Otra buena razón es que él se concentra en un
periodo en que pudo haber una mutación sustancial del concepto nación;
con estricto apego a la terminología de Koselleck, el historiador argenti-
no ha partido de suponer que entre 1780 y 1830 la nación se fue consti-
tuyendo en un “concepto-guía” o en un “concepto histórico fundamental”.

5
Sobre la “democracia capacitaria” en el siglo XIX, ver Rosanvallon, Pierre. Le moment Guizot. París:
Gallimard, 1983. Sobre el criollo letrado y los valores que representaba: Castro-Gómez, Santiago.
La Hybris del Punto Cero. Ciencia, raza e ilustración en la Nueva Granada (1750-1810). Bogotá:
Universidad Javeriana, 2010.

13
Humberto Quiceno Castrillón

Queda una razón más para dejar su ensayo en la apertura del libro: su exa-
men del concepto intenta brindar una visión de conjunto que abarca a Espa-
ña. Y la última digna de destacar: su ensayo prepara el tono casi general del
libro, porque, como lo advirtió, se restringe a lo que las élites pudieron decir
en aquel tiempo.
El ensayo de Juan José Saldaña, concentrado en el caso mexicano, es explí-
cito en el examen de lo que fue la incidencia política e intelectual de una élite
más o menos específica. Aquí, el personaje central es el criollo ilustrado para
quien la ciencia y la técnica modernas debían acompañar la nación nueva
que emergía de la separación del dominio español. Hacer ciencia era hacer
Estado y nación, pero agreguemos que también era formar y consolidar una
élite consagrada a esos menesteres. El personal del Estado debía ser un per-
sonal científico capacitado, por medio de los dispositivos de la ciencia, para
garantizar “la felicidad pública”. El proceso independentista y la asunción del
sistema político republicano impulsaron a una élite criolla, antes margina-
da, a ocupar en el nombre de la ciencia un lugar primordial en la dirección
del Estado. En este punto hallamos coincidencias en el comportamiento y
devenir de esa élite en el ámbito hispanoamericano; sin embargo, la parti-
cularidad mexicana, que expresa una diferencia ostensible con la situación
neogranadina, es que aquella tuvo una más temprana y cohesionada inten-
ción de institucionalizar la nueva condición intelectual y política mediante
el proyecto de organizar una comunidad científica. Según explica Saldaña,
hubo primero una discusión acerca de las coordenadas monárquicas o repu-
blicanas que debían orientar el ejercicio autorizado de lo científico y luego
hubo una resuelta intención de agrupar a los hombres de ciencia en institu-
tos; aunque varias de esas iniciativas surgieron del ámbito privado, sirvieron
para promover políticas estatales al respecto. Ya en su libro Las revoluciones
políticas y la ciencia en México6, Saldaña señalaba resueltamente que muchos
de esos hombres de ciencia eran, a la vez, prominentes políticos —es el caso
de Lucas Alamán— que hallaban un vínculo inmediato entre la erección del
Estado republicano y la creación de una comunidad científica que sirviera
de apoyo ilustrado a las labores cohesionadoras de las nuevas formas de go-
bierno. Estos estertores de la ciencia republicana fueron, por demás, la reali-
zación de un aplazado ideal de corte netamente ilustrado. El criollo se sentía,
por fin, conduciendo racional y legítimamente a la sociedad.
Bien, con estas dos contribuciones preliminares, podemos ahora sí hacer
semblanza de los ensayos concentrados, de diversa manera, en la situación
colombiana del siglo XIX. Empieza el ensayo de Humberto Quiceno, quien

6
México, Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, 2010.

14
Introducción

decidió mostrar cómo la escuela mutua contribuyó a la creación de la nación


en la república. Él parte de creer que hubo un tipo de escuela durante el pe-
riodo colonial que contribuyó a cimentar la nación monárquica y a legitimar
la soberanía fundada en la figura del rey, y que luego emergió otra propuesta
de escuela, basada en el gobierno sobre los cuerpos, que le dio sustento a la
nación republicana. Por eso el autor considera indispensable hacer la distin-
ción entre soberanía y gobierno: la soberanía, según él, nos remite al viejo
orden monárquico, de la ley, el plan de estudios y las reglas comunitarias,
mientras que la noción de gobierno nos introduce en el orden republicano
del método de enseñanza, la importancia de la escritura y las técnicas disci-
plinarias. Detenido en el largo periodo que va de 1770 hasta mitad del siglo
XIX, Quiceno describe dos formas de nación, aquella del rey, colonial y del
derecho, que une la población por medio de su inscripción territorial a un
espacio que no es de todos, sino del rey y la nación republicana, construida
con los discursos del concepto de población, como elemento central. De allí,
dos representaciones contrapuestas de la nación, aunque algunos elementos
de cada una de ellas serán compartidos. No desaparece el derecho, que le da
sentido a la ley, y la soberanía es pensada como una forma de gobierno de
la población y del individuo. Vuelve el todo y el único, de otra forma y con
otras dimensiones.
Gilberto Loaiza Cano se propuso descifrar el concepto de nación que
circuló en la segunda mitad del siglo XIX colombiano mediante la lectura
de dos novelas más o menos paradigmáticas en la historia de la literatura
colombiana; tal vez más claramente, su propósito fue examinar cómo un
momento histórico del concepto de nación fue enunciado y discutido en dos
novelas que tuvieron génesis en esa parte de aquel siglo. El autor partió de
suponer que la nación ha sido, como otros conceptos constitutivos de la vida
pública de esa época, el resultado de una elaboración colectiva. Las novelas
fueron unos de los tantos artefactos culturales que contribuyeron a la dis-
cusión de categorías conceptuales que hicieron parte del lenguaje político.
En este caso fue importante, cómo lo pide la historia intelectual, determinar
cómo y desde dónde hablaban los escritores de esas novelas. Pero también
resultaba importante saca a relucir qué ilusiones de nación aparecían en el
universo de cada uno de los relatos novelescos.
Luis Carlos Arboleda se ha planteado establecer una interesante analogía
entre el proceso de afirmación de una nación republicana y las discusiones
acerca de la adopción de patrones de medida. El proyecto de construir en
el país un sistema político republicano debería estar acompañado por un
patrón de medida universal; sin embargo, el camino universalista no fue
tan expedito. Además de las dificultades en el propio campo del Estado,

15
Humberto Quiceno Castrillón

la adopción del sistema métrico decimal a lo largo del siglo XIX tuvo que
negociar su viabilidad con prácticas de medición arraigadas en las comuni-
dades locales y provinciales, las cuales obedecían a diferentes patrones mo-
narquicos españoles y franceses, e incluso prehispánicos. A eso se agrega,
como lo afirma en su ensayo, que la nación moderna parecía ser un princi-
pio estándar de definición del territorio; aceptar ese principio estándar no
fue sencillo para las propias élites. Si la homología es válida, adoptar princi-
pios universales para “metrizar” el territorio equivalía a aceptar principios
universales en la organización administrativa del Estado; el legado español
fue, en ambas situaciones, en los inicios del siglo XIX, una fuerza de inercia
difícil de sacudir. Como bien lo destaca Arboleda, fue inevitable, como con-
secuencia, que hubiese un momento híbrido en que se mezclaron criterios
de medición del viejo y del nuevo orden. Quizás el mayor acierto de este en-
sayo sea el de haber demostrado que no estamos ante un asunto meramente
técnico o matemático; las élites neogranadinas estaban, más bien, ante el
dilema de definir la nación según coordenadas de medición que borraban
costumbres, identidades locales, formas tradicionales de vínculo con el te-
rritorio, formas tradicionales de intercambio de mercancías.
Natalia Suárez Bonilla decidió examinar un episodio emblemático en los
orígenes del partido liberal y colombiano y, principalmente, en la irrupción
del pueblo en la política. Apegada a algunos postulados de Pierre Rosan-
vallon en su Démocratie inachevée, Suárez Bonilla analiza las tensiones en-
tre los postulados de la democracia representativa y los de la democracia
directa. Esta emergencia activa del pueblo, en un procedimiento de perfec-
cionamiento de unas elecciones presidenciales, le sirve a la autora para pre-
sentar aspectos del debate acerca de los alcances de la soberanía del pueblo.
Según Suárez Bonilla, dos soberanías debaten en aquel episodio; aquella ba-
sada en el pueblo, pero que se vuelve discutible y peligrosa porque implica
la participación de un pueblo levantisco que apela a las emociones y aquella
soberanía que evoca la nación como un principio abstracto y racional, y
que sólo puede ser correctamente ejercida por los representantes del pueblo.
En fin, la autora cree que en ese trance del 7 de marzo de 1849 han esta-
do en juego dos nociones de democracia según el principio de soberanía al
que se apeló. Para unos, una soberanía del pueblo concreto compuesto de
una fuerza tumultuaria que ocupó un espacio público de discusión e incidió
categóricamente en un proceso eleccionario; para otros, una soberanía de
la razón plasmada en un notablato, en un personal cuasi-profesional de la
política que, dicho sea de paso, desde mucho antes de este evento ya tenía
la costumbre de cuestionar la presencia activa de gentes del pueblo en la
esfera pública y argumentaba a favor de una democracia capacitaria.

16
Introducción

El ensayo de Eric Rodríguez Woroniuk está consagrado a la figura de José


María Samper. La vida y la obra de Samper condensan, en buena medida,
las limitaciones del pensamiento liberal colombiano del siglo XIX. De haber
sido, en su juventud, uno de los voceros más entusiastas de la expansión
democrática del liberalismo, pasó a ser uno de los ideólogos del ascenso del
proyecto regeneracionista. De anticlerical pasó a ser enunciador del ideal
de nación católica. Estamos ante un pensador muy prolífico que ha sido
estudiado desde diversos ángulos, pero siempre de modo fragmentario; no
hay una biografía intelectual lo suficientemente integradora y abundan, más
bien, estudios monográficos concentrados en tal o cual aspecto. Rodríguez
Woroniuk acierta al decir que fue, en términos generales, ese tipo de pen-
sadores el que contribuyó a definir las bases del lenguaje político. El corpus
escogido por el autor ayuda a entender que Samper puso sistemáticamen-
te en discusión los términos básicos del glosario republicano. Este glosario
republicano fue expuesto desde desarrollos metodológicos propios acordes
con las consideraciones acerca de las ciencias sociales de la época. Eso, de
entrada, hace interesante averiguar cuál o cuáles fueron sus contribuciones
al concepto de nación.
Finalmente, Juan Moreno Blanco contribuye con un análisis de la in-
fluencia en los criollos de los relatos de viajeros europeos del XVIII y el XIX,
especialmente el Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente, escri-
to por Alexander von Humboldt. Se trata de pensar que si en la transición de
colonia a república hubo un hacer y rehacer el relato de la totalidad política
probablemente la elite se inspiró en textualidades previas que trataban de
comprender el Nuevo Mundo. Este ensayo de Moreno Blanco intenta mos-
trar la homología entre el relato criollo de la nación y el relato del viajero
prusiano en cuanto a la narración del espacio/tiempo americano en una tra-
ma que construye una frontera sémica entre el civilizado y el salvaje. Queda
abierta la interrogación acerca de si tal trama no se proyectó sobre la expe-
riencia haciendo de la nación una pragmática textual donde se realizaba la
semántica del relato que imaginaba la geografía y la historia.
Este mosaico de ensayos que señalan caminos muy diversos en el
tratamiento de un asunto común, sirvió de inspiración para el título del
libro. La nación fue objeto de interés en muchos sentidos entre los agentes
sociales y políticos del siglo XIX; fue un concepto fundacional de la esfera
política de discusión y, como lo demuestra este libro, las ciencias sociales y
humanas tienen formas muy diversas de examinar lo que fue la vida de ese
concepto clave de la trama política republicana.

Los autores. Octubre de 2014.

17
Capítulo 1

LA NACIÓN COMO CONCEPTO FUNDAMENTAL


EN LOS PROCESOS DE INDEPENDENCIA
HISPANOAMERICANA (1780-1830)

Fabio Wasserman1

Introducción

Basta recorrer el catálogo de cualquier biblioteca especializada en Amé-


rica Latina para percibir que la nación, la cuestión nacional o el Estado na-
cional, son algunas de las temáticas más transitadas por la historiografía, la
ensayística, la crítica literaria y las ciencias sociales. No se trata por cierto de
un interés casual, sino que obedece al hecho de considerar a la nación como
uno de los ejes articuladores de la experiencia histórica continental en los
últimos dos siglos.

1
Investigador del Conicet en el Instituto Ravignani y Profesor de Historia Argentina en la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Doctor en historia por la
Universidad de Buenos Aires. Coordinador del grupo de investigación Experiencias de
tiempo en los siglos XVIII y XIX que integra la Red de Investigación trasnacional Iberconceptos.
Publicaciones recientes: Entre Clio y la Polis. Conocimiento histórico y representaciones del
pasado en el Río de la Plata (1830-1860). Buenos Aires: Editorial Teseo, 2008; Juan José Castelli.
De súbdito de la corona a líder revolucionario. Buenos Aires: Edhasa, 2011; “Entre la moral y
la política. Las transformaciones conceptuales de liberal en el Río de la Plata (1780-1850)” en
Javier Fernández Sebastián, coord., Albores de la libertad. Los primeros liberalismos en el mundo
iberoamericano. Madrid: Marcial Pons, 2012, pp. 37-73; “Orden (Argentina)” y “Revolución
(Argentina)” en Javier Fernández Sebastián, Dir., Diccionario político y social del mundo
iberoamericano. Conceptos políticos en la era de las independencias, 1770-1870. Madrid: Centro
de Estudios Políticos y Constitucionales, 2013.
Fabio Wasserman

La atribución de esta centralidad es compartida por autores pertene-


cientes a las más variadas corrientes y posiciones ideológicas, teóricas y
epistemológicas, razón por la cual son también diversos los problemas plan-
teados y los enfoques empleados para dar cuenta de la nación. Lo notable
es que a pesar de esta diversidad, en la mayoría de estas indagaciones prima
una visión esencialista y teleológica que, tributaria del principio de las na-
cionalidades difundido por el romanticismo, informó a las historias nacio-
nales escritas a partir de la segunda mitad el siglo XIX.
Estas historias, al igual que buena parte de la historiografía y la ensayísti-
ca del siglo XX, comparten un presupuesto fundamental que caló hondo en
nuestras sociedades, tal como se pudo apreciar en los recientes festejos por
los bicentenarios de las revoluciones que proclamaron las independencias
en el primer cuarto del siglo XIX: considerar que estos procesos habían sido
protagonizados por nacionalidades preexistentes o, en todo caso, por acto-
res con conciencia o intereses nacionales que pretendían poner fin al yugo
colonial para poder constituir los actuales Estados nacionales.
En los últimos años la historiografía cuestionó a estas interpretaciones al
promover una profunda revisión tanto de las revoluciones de independen-
cia como del vínculo que se establecía entre éstas y la nación. En efecto, la
puesta en un primer plano de la crisis monárquica como factor explicativo
del inicio del proceso revolucionario a uno y otro lado del Atlántico (la revo-
lución liberal en España y la independentista en América), llevó a cuestionar
la existencia de esas naciones o nacionalidades y a plantear que eran otras
las formas de concebir a las comunidades políticas ya sean ciudades, pue-
blos, provincias o reinos2. Basta recordar en ese sentido que la mayoría de
las declaraciones de independencia se hicieron en nombre de entidades que
no coincidían con las actuales naciones, y que lo mismo puede decirse en
relación con los primeros congresos que ni las representaban ni necesaria-
mente promovieron su creación. Pero no se trata tan sólo de una diferencia
en lo que hace al alcance territorial o a su denominación, que son quizás las
cuestiones que primero llaman la atención, sino más bien a sus fundamentos
y a sus componentes sociales y políticos. Lo cual no debería sorprendernos,
ya que en ese entonces eran inconcebibles nuestras ideas sobre la nación, la
nacionalidad y el Estado nacional.

2
Resulta imposible hacer una lista aunque más no sea breve de los trabajos dedicados a estos temas,
por lo que me permito citar un volumen colectivo en el que se plasmaron algunas de las líneas que
renovaron los enfoques sobre la historia del período: Annino, Antonio y Guerra, François-Xavier
coords. Inventando la nación. Iberoamérica. Siglo XIX. México: Fondo de Cultura Económica, 2003.

20
La nación como concepto fundamental en los procesos de independencia hispanoamericana

Ahora bien, esto no implica en modo alguno que en esos años no exis-
tiera el concepto de nación o que éste careciera de toda importancia. Muy
por el contrario, si consideramos a las revoluciones de independencia en
un arco temporal más amplio, bien podría afirmarse que el concepto tuvo
un rol decisivo en el proceso de transición entre el orden colonial y el re-
publicano.
En el presente trabajo me propongo desarrollar esta afirmación toman-
do como objeto de análisis los usos y significados del concepto nación en
Hispanoamérica entre 1780 y 18303. Este propósito lo distingue de buena
parte de los estudios sobre las naciones que hacen foco en los nacionalismos
y en los procesos de formación y consolidación de los Estados nacionales4.
Las principales divergencias radican en el objeto de estudio y en el enfoque
empleado, pues muchos de estos trabajos parten de definiciones apriorísti-
cas sobre qué es una nación, ya sea por tener un carácter normativo o por
utilizarla como categoría de análisis, mientras que mi intención es dilucidar
las concepciones de nación que tenían los actores del período y cómo éstas
delimitaban, ordenaban u orientaban cursos de acción posibles. Para ello,
y siguiendo algunos de los lineamientos desarrollados por la historia con-
ceptual, consideraré la función referencial del concepto en tanto indicador
y modelador de estados de cosas, experiencias y expectativas, pero también
como un factor del movimiento histórico. Mi hipótesis en ese sentido es
que en esos años nación se fue constituyendo en un “concepto histórico

3
Para ello reformulé un trabajo previo realizado en el marco de un proyecto de historia concep-
tual iberoamericana: Wasserman, Fabio “El concepto de nación y las transformaciones del or-
den político en Iberoamérica (1750-1850)”. Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas, 45, 2008: pp.
197-220, también publicado en Fernández Sebastián, Javier dir. Diccionario político y social del
mundo iberoamericano. La era de las revoluciones, 1750-1850 [Iberconceptos-I]. Madrid: Fundación
Carolina – Centro de Estudios Políticos y Constitucionales-Sociedad Estatal de Conmemoracio-
nes Culturales, 2009, pp. 851-869 [http://www.iberconceptos.net/wp-content/uploads/2012/10/
DPSMI-I-bloque-NACION.pdf]. El trabajo recogió aportes de José María Portillo Valdés (Espa-
ña); Hans-Joachim König (Nueva Granada/Colombia); Elisa Cárdenas (México); Isabel Torres
Dujisin (Chile); Marcel Velázquez Castro (Perú); Marco Antonio Pamplona (Brasil); Sérgio Cam-
pos Matos (Portugal); Veronique Hebrard (Venezuela); Nora Souto y Fabio Wasserman (Río de la
Plata/Argentina). Cabe señalar que si bien algunas de las ideas y citas las tomé de estos estudios,
todas las afirmaciones son de mi entera responsabilidad.
4
Un repaso de los diversos enfoques y teorías en Delanoi, Gil y Taguieff, Pierre-Andre comps.
Teorías del nacionalismo. Barcelona: Paidós, 1993, y Smith, Anthony D. The nation in history.
Historiographical debates about ethnicity and nationalism. Hanover: University Press of New
England, 2000. Para Iberoamérica Hans-Joachim König “Nacionalismo y Nación en la historia de
Iberoamérica”. Cuadernos de Historia Latinoamericana nº 8, 2000: pp. 7-47 y Pérez Vejo, Tomás.
“La construcción de las naciones como problema historiográfico: el caso del mundo hispánico”.
Historia Mexicana, LIII, 2, 2003: pp. 275-311.

21
Fabio Wasserman

fundamental”, vale decir, aquel que “en combinación con varias docenas de
otros conceptos de similar importancia, dirige e informa por entero el con-
tenido político y social de una lengua” en tanto actúan como “conceptos-
guía del movimiento histórico”5.
Antes de iniciar el examen quisiera realizar algunas aclaraciones que per-
mitirán calibrar los alcances y los límites del trabajo. La primera es que si
bien el sentido de los conceptos no puede captarse plenamente cuando se
los examina en forma aislada ya que forman parte de una trama conceptual
y discursiva, por razones de espacio y de claridad expositiva me concentré
en nación y sólo haré breves alusiones de otros con los que estaba vincula-
do6. La segunda es que me restrinjo a las elites pues son escasos los estudios
sobre las clases subalternas que utilicen una perspectiva conceptual y que
puedan ser aprovechados en un trabajo de síntesis como el presente. La ter-
cera es que también incluyo a España, pues la historia de la metrópoli y sus
colonias estuvo estrechamente interrelacionada, además de compartir un
mismo universo político y cultural. La cuarta es que dado el muy desparejo
tratamiento que desde una perspectiva conceptual han merecido los distin-
tos espacios, momentos y actores, resulta inevitable que algunos casos están
mejor tratados que otros. El lector advertirá, por ejemplo, que no hay nin-
guna referencia sobre Centroamérica y las Antillas, mientras que otras áreas
como México y el Río de la Plata, y en especial sus ciudades más importan-
tes, pueden estar o parecer sobrerrepresentadas. A fin de mitigar este déficit,
procuré que los ejemplos citados sean lo más representativos posibles más
allá de quienes hayan sido sus autores.

5
Koselleck, Reinhart.“Historia de los conceptos y conceptos de historia”. Ayer 53, nº 1, 2004: p. 35;
“Un texto fundacional de Reinhart Koselleck. Introducción al Diccionario histórico de conceptos
político-sociales básicos en lengua alemana”. Anthropos 223, 2009: p. 93.
6
De ahí el valor de proyectos como Iberconceptos que permitió desarrollar un estudio comparativo
de alcance iberoamericano en el que se trataron sistemáticamente un conjunto de conceptos
fundamentales. En el primer tomo I ya citado en la nota 3 se analizaron América, ciudadano,
constitución, federalismo, historia, liberalismo, nación, opinión pública, pueblo y república.
El tomo II, al que también incorporaron equipos que trabajan sobre Uruguay, Centroamérica,
el Caribe y las Antillas Hispanas, incluye estudios sobre civilización, democracia, Estado,
independencia, libertad, orden, partido, patria, revolución y soberanía. Fernández Sebastián,
Javier dir. Diccionario político y social del mundo iberoamericano. Conceptos políticos en la era
de las independencias, 1770-1870 [Iberconceptos II]. Madrid: Centro de Estudios Políticos y
Constitucionales, 2013.

22
La nación como concepto fundamental en los procesos de independencia hispanoamericana

Una pluralidad de significados:


la voz nación en el siglo XVIII

La línea metodológica que guía esta indagación sostiene que los concep-
tos se caracterizan por su polisemia, pues para poder ser así considerados
deben condensar diversos contenidos significativos, ya sean referidos a ex-
periencias, estados de cosas o expectativas. De ese modo, y a diferencia de
las palabras que pueden tener significados diversos pero definibles de modo
más o menos inequívoco, los conceptos sólo pueden aprehenderse a través
de una interpretación histórica y lingüística que reconstruya esa diversidad
en forma sincrónica y diacrónica7.
Ahora bien, aunque los conceptos no son reductibles a los términos con
los que suelen ser designados, suele ser útil comenzar su análisis recurrien-
do a una aproximación lexicográfica que pueda dar cuenta de sus defini-
ciones. En ese sentido cabe destacar que a mediados del siglo XVIII la voz
nación tenía acepciones de distinta naturaleza y, por lo tanto, también eran
diversos sus usos.
En primer lugar, y tal como lo consignaba el Diccionario de la Real Aca-
demia, el término era utilizado como sinónimo del acto de nacer, por lo que
podía indicar alguna cualidad como la de ser “ciego de nación”. Más impor-
tante aún era su empleo para dar cuenta del origen o lugar de nacimiento
de alguna persona o grupo, tal como se lo hacía desde la baja edad media
para distinguir a los miembros de las naciones universitarias, mercantiles o
conciliares8. Por eso en ese mismo diccionario se añadía esta otra definición
cuyo uso social estaba muy extendido: “La colección de los habitadores en
alguna Provincia, País o Reino”9.

7
La referencia principal es la obra Reinhart Koselleck. Además de los textos citados en la nota
5, puede consultarse Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos. Barcelona:
Paidós, 1993.
8
Una síntesis de los significados y usos premodernos del término en Campi, Alessandro. Nación.
Léxico de política. Buenos Aires: Nueva Visión, 2006; Kemiläinen, Aira. Nationalism. Problems
concerning the word, the concept and classification. Jyväskylä: Kustantajat Publishers, 1964; Gallego,
José Andrés. “Los tres conceptos de nación en el mundo hispano”. Cinta Cantarela ed. Nación
y constitución: De la Ilustración al liberalismo. Sevilla: Universidad Pablo de Olavide y Sociedad
Española de Estudios del Siglo XVIII, 2006, pp. 123-146.
9
Real Academia Española, Diccionario de la lengua castellana, en que se explica el verdadero sentido
de las voces, su naturaleza y calidad, con las phrases o modos de hablar, los proverbios o refranes, y
otras cosas convenientes al uso de la lengua […] Compuesto por la Real Academia Española. Tomo
quarto. Que contiene las letras G.H.I.J.K.L.M.N. Madrid: Imprenta de la Real Academia Española,
1734, p. 644.

23
Fabio Wasserman

En segundo lugar, y tal como también lo consignaba ese diccionario, la


voz nación podía asumir un carácter más impreciso al emplearse como si-
nónimo de extranjero sin tener por qué explicitar su origen o procedencia.
Otro diccionario daba el siguiente ejemplo de ese uso: “El bajo pueblo dice
en Madrid nación a cualquiera que es de fuera de España, y así, al encon-
trar alguna persona muy rubia dicen v.g. parece nación”10. Y así también
fue utilizado por los comuneros neogranadinos al expresar su rechazo a las
reformas borbónicas que limitaban el acceso de los criollos a cargos jerár-
quicos. En un pasquín conocido como Salud, Señor Regente que circuló en
1781, se afirmaba que “si estos dominios tienen sus propios dueños, señores
naturales, por qué razón a gobernarnos vienen de otras regiones malditos
nacionales”11.
En tercer lugar, la voz nación era empleada para designar poblaciones
que compartían rasgos físicos o culturales como lengua, religión y costum-
bres. Este uso tendía a solaparse con los anteriores, al suponerse que quienes
tenían un mismo origen también debían compartir algunas características
capaces de distinguirlos.
Desde esta perspectiva nación podía remitir a una amplia gama de refe-
rentes. Siguiendo una antigua tradición se la utilizaba para designar pueblos
considerados por su alteridad, ya sean bárbaros, gentiles, paganos o idóla-
tras. Pero también podía referirse a una comunidad distinguible por poseer
determinados rasgos, sin que éstos expresaran necesariamente una distancia
tan radical. Félix de Azara, un funcionario enviado por la Corona al Río de
la Plata a fines del siglo XVIII, escribió un trabajo sobre la historia y la geo-
grafía de la región informándoles a sus potenciales lectores que “Llamaré
nación a cualquiera congregación de indios que tengan el mismo espíritu,
formas y costumbres, con idioma propio tan diferente de los conocidos por
allá, como el español del alemán”12. Desde luego que para el ilustrado Azara,
la distancia entre españoles y alemanes no era de la misma naturaleza que la
existente entre éstos y los indios.
Este significado tuvo un derrotero particular en el continente americano,
pues también fue hecho suyo por los grupos que eran así designados. Es el

10
De Terreros y Pando, Esteban. Diccionario castellano con las voces de ciencias y artes y sus
correspondientes de las tres lenguas francesa, latina e italiana. Madrid: Imprenta de la viuda de
Ibarra, hijos y compañía, 1786, t. II, p. 645. El destacado en el original. En ésta y en todas las citas
se actualizó la ortografía.
11
Cárdenas Acosta, Pablo E. El movimiento comunal de 1781 en el Nuevo Reino de Granada. Bogotá:
Editorial Kelly, 1960, t. II, pp. 127.
12
De Azara, Félix. Descripción e historia del Paraguay y del Río de la Plata. Buenos Aires: Editorial
Bajel 1943, p. 100 [el texto se escribió en 1790 y se editó en forma póstuma en Madrid, 1847].

24
La nación como concepto fundamental en los procesos de independencia hispanoamericana

caso de los esclavos africanos y sus descendientes que se agrupaban en na-


ciones identificadas con sus lugares de procedencia como Congo y Bengue-
la. O algunos pueblos indios, tal como lo hizo Túpac Amaru cuando a fines
de 1780 se dirigió al Obispo de Cusco para explicarle que el movimiento
por él liderado procuraba poner fin a los tributos que los corregidores les
aplicaban a “los fieles vasallos de mi nación” que gravaban también “a las
demás naciones”, por lo que solicitaba “la libertad absoluta en todo género
de pensiones a mi nación”13.
Existía por último otra serie de usos y significados del término situados
en otro plano y cuyas connotaciones eran de carácter político. En efecto, la
voz nación también podía emplearse para hacer referencia a poblaciones
sometidas a un mismo gobierno o a unas mismas leyes más allá de su origen
o rasgos socioculturales. Por eso, en algunos diccionarios de los siglos XVII
y XVIII se pueden encontrar definiciones como las siguientes: “Nombre
colectivo que significa algún pueblo grande, Reino, o Estado. Sujeto a un
mismo Príncipe, o Gobierno”14. Como notó José C. Chiaramonte, esta
concepción forjada en el marco del proceso de reordenamiento político
de la Europa moderna, fue difundida por tratadistas y divulgadores del
Derecho Natural y de Gentes que enfatizaban el carácter contractual
que tenía esta asociación política a la que a veces se denominaba Estado.
Emmer de Vattel, autor de una de las obras de esta corriente que más
circuló a ambos lados del Atlántico entre mediados de los siglos XVIII y XIX,
sostenía por ejemplo que “las naciones o estados son unos cuerpos políticos,
o sociedades de hombres reunidos con el fin de procurar su conservación y
ventaja, mediante la unión de sus fuerzas”15. Esto evidencia que, contra lo
que suele argüirse, la acepción política de nación antecedió a la Revolución

13
Valcárcel, Carlos Daniel ed. Colección documental de la Independencia del Perú. Tomo 2:
La Rebelión de Túpac Amaru. Lima: Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia
del Perú, 1971, vol. 2, p. 346.
14
Terreros y Pando, Diccionario Castellano, t. II, 645. Definiciones similares se pueden encontrar
en otras lenguas que comparten la misma raíz como el portugués y el francés (que incorporaba
también un componente lingüístico): “Nome colectivo, que se diz da Gente, que vive em alguma
grande região, ou Reino, debaixo do mesmo Senhorio”; “Tous les habitants d’un mesme Estat, d’un
mesme pays, qui vivent sous mesmes loix, & usent de mesme langage”. Bluteau, Rafael. Vocabulário
Portuguez & Latino. Lisboa: Oficcina de Pascoal da Sylva, 1716, vol. V, p. 568; Dictionnaire de
l’Académie français, 1694, p. 110.
15
du Vattel, Emmer. Le droit de gens ou principes de la loi naturelle apliques a la conduite et aux
affaires des nations et des souveaines. Leyden, 1758, citado en Chiaramonte, José C. Nación y
Estado en Iberoamérica. Los lenguajes políticos en tiempos de las independencias. Buenos Aires:
Sudamericana, 2004, p. 34.

25
Fabio Wasserman

Francesa. En todo caso, lo que ésta posibilitó fue su consideración como


sujeto soberano, idea que también estaba presente en autores como Vattel,
aunque asignándole otras características ya que no hacían referencia a la
soberanía popular16.
En verdad esto último era impensable y no sólo en el mundo hispano,
pues la idea dominante desde hacía siglos era que la sociedad no podía exis-
tir sin alguna autoridad que fuera su cabeza, ya sea resultado de un pacto
de sujeción entre pueblo y monarca, fruto de la voluntad divina, o atribuible
a una combinación de ambas fuentes. Esta concepción está presente, por
ejemplo, en la crítica realizada por Joaquín de Finestrad al movimiento co-
munero de 1781. Para el capuchino “la nación se debe contemplar como
un particular. Es un cuerpo político que tiene partes integrantes y cabeza
perfecta que le componen” precisando en varios pasajes que para poder sub-
sistir como comunidad los miembros debían subordinarse a su cabeza que
era el Rey. Propósito que, como hacía explícito, cuajaba con la definición po-
lítica de nación: “La Patria es el Reino, es el Estado, es el cuerpo de la Nación,
de quien somos miembros y donde vivimos unidos con el vínculo de unas
mismas leyes bajo el gobierno de un mismo príncipe”17.
Este breve repaso permite concluir que hasta fines del siglo XVIII la voz
nación era utilizada en dos sentidos diversos que corrían por carriles sepa-
rados: el político y el sociocultural o étnico. A diferencia de la concepción
que se iría imponiendo desde mediados del siglo siguiente y mantendría su
vigencia hasta nuestros días, la pertenencia a una nación entendida como la
sujeción a un Estado o a una misma estructura política, no implicaba ni te-
nía como presupuesto que sus miembros debieran compartir una identidad
étnica o algún otro atributo que los distinguiera. Si bien se admitía que una
cierta homogeneidad de la población podía contribuir a su gobernabilidad,
el fundamento de la nación entendida como sujeto político reposaba en el
derecho divino o en la concreción de pactos entre sus miembros, ya sean
cuerpos colectivos o individuos.

16
Así, al comentar una cita extensa de Christian Wolff en la que aparece la voz nación, Vattel
aclaraba que “Une nation este ici un État souverain, une société politique indépendente” citado en
Chiaramonte, José C. Nación y Estado, p. 34.
17
de Finestrad, Joaquín. El Vasallo instruido en el estado del Nuevo Reino de Granada y en sus
respectivas obligaciones. Trad. Margarita González. Bogotá: Facultad de Ciencias Humanas,
Universidad Nacional de Colombia, 2000, pp. 224 y 321.

26
La nación como concepto fundamental en los procesos de independencia hispanoamericana

Los referentes de la nación

El término nación tenía acepciones de diferente naturaleza, pero en to-


dos los casos cumplía con una función precisa que, considerada en el largo
plazo, quizás sea su rasgo más perenne: distinguir, delimitar o definir a po-
blaciones y/o a estructuras políticas.
A fines del siglo XVIII esta delimitación tenía distintas posibilidades que
no eran sólo consecuencia de las diversas acepciones del término. La nación,
muchas veces escrita con mayúscula, designaba en primer lugar a la totalidad
de los reinos, provincias y pueblos que le debían obediencia a la monarquía
española, así como también a su población, con excepción de las castas y, en
ciertos casos, de la república de los indios. Finestrad sostenía, por ejemplo,
que “El Pueblo Americano y el Español, ambos forman nuestra Nación y
ambos dos deben reconocer por su legítimo Rey y Señor Natural al Señor
Don Carlos III”18. Pero no se trataba solamente de una convicción de los es-
pañoles peninsulares o europeos, pues las elites criollas, cuyos miembros se
denominaban muchas veces españoles americanos, también se consideraban
parte de esa nación. Incluso los protagonistas de las reacciones provocadas
por las reformas borbónicas a fines del siglo XVIII, se mostraban críticos del
“mal gobierno” pero sin cuestionar la lealtad al Rey ni el hecho de formar
parte de la nación española. Más aún, esta pertenencia podía utilizarse como
argumento para reclamar un trato más equitativo. En el proceso que se le
celebró en 1795, Antonio Nariño se defendió alegando que

Uno es el piadoso Monarca que a todos nos gobierna, unos mismos somos
sus vasallos, unas son sus justas leyes; ellas no distinguen para el premio y el
castigo a los que nacen a los cuatro y medio grados de latitud, de los que na-
cen a los cuarenta, abrazan toda la extensión de la Monarquía y su influencia
benéfica debe comprender igualmente a toda la nación19.

Las menciones sin más a la nación aludían entonces a España pero en-
tendida como el conjunto de la Monarquía cuyos dominios se extendían por
varios continentes. Sin embargo, también podía considerarse que en su seno
convivían naciones de otra índole: provincias y reinos americanos o penin-
sulares que se distinguían por su densidad demográfica, social y cultural, o
por su desarrollo económico, político e institucional.

18
Ibíd. p. 343.
19
Nariño, Antonio. “Apología”. Comp. José Manuel Pérez Sarmiento. Causas Célebres a los precursores.
Bogotá: Imprenta Nacional, 1939, t. I, p. 129.

27
Fabio Wasserman

Estos rasgos distintivos fueron resaltados y estilizados por letrados


en cuyos escritos cobraron forma representaciones que favorecieron su
reconocimiento como naciones concebidas en clave sociocultural. Es el caso
de algunos ilustrados peninsulares que entre mediados y fines del setecientos
promovieron una reflexión sobre la naturaleza de la nación española.
Esta empresa que estaba animada por un espíritu reformista, los llevó a
unificar bajo ese nombre a los diferentes reinos que coexistían en la Península
y a trazar una demarcación entre ésta, entendida como una nación europea, y
la Corona que tenía un carácter pluricontinental. José Cadalso, por ejemplo,
escribió en 1768 una encendida Defensa de la nación española para rebatir
los juicios críticos realizados por Montesquieu en una de sus Cartas Persas
que, por cierto, eran compartidas por más de un ilustrado europeo20. En su
alegato, Cadalso precisó que la nación española era la sociedad asentada en
la Península, además de hacer un breve repaso de su historia, y de destacar
sus riquezas naturales, su desarrollo cultural y moral, y las cualidades que
distinguían a los españoles como la valentía, piedad y sentido del honor.
En el marco de este movimiento que procuraba deslindar a la nación es-
pañola de la monarquía que la regía, también se promovió una reflexión so-
bre su constitución social, planteándose la existencia de leyes que le daban
forma y cuyo conocimiento requería remontarse a varios siglos atrás. Estas
consideraciones no implicaban en modo alguno desconocer la autoridad del
Rey, pero habilitaban la posibilidad, entonces conjetural, de realizar refor-
mas para que la nación tuviera una representación propia y, por lo tanto,
gozara de cierta autonomía. En ese sentido se destacó Victorian de Villava,
el Fiscal de la Audiencia de Charcas nacido en Zaragoza, en cuyos Apuntes
para una reforma de España escritos en 1797 e inéditos por un cuarto de
siglo, proponía crear un “Consejo Supremo de la Nación” con participación
de representantes americanos21. Pero se trataba de una rareza, pues estas pro-
puestas solían omitir a las provincias americanas, ya que la mayoría de los re-
formistas las trataban como colonias o aspiraban a que cumplieran ese rol22.

20
Cadalso, José. Defensa de la nación española contra la Carta persiana LXXVIII de Montesquieu.
Toulouse: France-Iberie Recherche, 1970.
21
Portillo Valdés, José María. La vida atlántica de Victorián de Villava. Madrid: Fundación MAPFRE,
2009.
22
El debate sobre la pertinencia de considerar a las Indias como colonias fue retomado hace pocos
años en “Para seguir con el debate en torno al colonialismo…”. Nuevo Mundo Mundos Nuevos,
Puesto en línea el 08 febrero 2005, consultado el 08 julio 2013. http://nuevomundo.revues.org/430.
Un análisis que aborda el problema desde una perspectiva conceptual en Ortega, Francisco “Ni
nación ni parte integral. Colonia, de vocablo a concepto en el siglo XVIII iberoamericano”. Prismas.
Revista de Historia Intelectual, 2011 n° 15, pp. 11-29.

28
La nación como concepto fundamental en los procesos de independencia hispanoamericana

Este trato no hizo más que reforzar la reacción de los letrados criollos
que desde hacía décadas procuraban hacer frente a los prejuicios que tenían
algunos autores europeos sobre el continente y sus habitantes, muchos
de los cuales eran compartidos y difundidos por los propios españoles23.
De ese modo comenzaron a destacar sus atributos morales y materiales, en
un movimiento que en algunos casos derivó en la identificación de sus reinos
o provincias como naciones. Así, en respuesta al desdén con el que Manuel
Martí se había referido al desarrollo intelectual de Nueva España en sus
Cartas latinas de 1735, el Obispo de Yucatán y ex Rector de la Universidad
de México, Juan José Eguiara y Eguren, propuso “convertir en aire y humo
la calumnia levantada a nuestra nación”. Para ello decidió publicar una
Biblioteca Mexicana que debía dar cabida a la vasta obra realizada por los
escritores “de nación mexicana” en la que incluía producciones de criollos,
españoles e indios, destacando en más de un pasaje el desarrollo cultural y
las cualidades de los antiguos pobladores de México y sus descendientes24.
Esto permite entender su decisión, entonces inusual, de designar como
mexicanos al vasto y heterogéneo grupo de autores cuya obra aspiraba a
reseñar.
La apelación a este calificativo sería de gran importancia, pues uno de
los elementos que se pusieron en juego a la hora de considerar a algunos
reinos o provincias como naciones, era la posible reivindicación de una
población nativa que permitiera particularizarlas, darles espesor histórico
e identificarlas. De ahí el valor e interés que adquirieron las obras escritas
o publicadas por algunos jesuitas tras su expulsión en 1767, pues muchas
asociaban el territorio de un reino o una provincia con un pueblo indio
poseedor de cierta identidad u homogeneidad étnica. Francisco Javier
Clavijero, por ejemplo, utilizaba en su Historia Antigua de México la voz
nación para enumerar a cada uno de los pueblos que poblaban el Anáhuac
(toltecas, chichimecas, acolhuas, olmecas, otomíes, etc.), pero terminaba
identificando sus rasgos físicos y morales con uno de ellos: “los mexicanos”25.
Del mismo modo, pero haciendo referencia a un reino ubicado en el otro
extremo del continente, para Juan Ignacio Molina “Parece que en los primeros

23
Un exhaustivo análisis de las consideraciones que se hacían sobre el continente americano en
Gerbi, Antonello. La disputa del nuevo mundo. Historia de una polémica 1750-1900. México:
Fondo de Cultura Económica, 1982.
24
Eguiara y Eguren, Juan José. Bibliotheca Mexicana. Trad. del Latín Benjamín Fernández Valenzuela.
Coord. Ernesto de la Torre Villar. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1986, pp.
53 y 175.
25
Clavijero, Francisco Javier. Historia Antigua de México. México: Editorial Porrúa, 1991. Primera
edición en italiano, 1780. pp. 5 y 44.

29
Fabio Wasserman

tiempos no se hubiese establecido en Chile más que una sola nación; todas
las tribus indígenas que habitan allí, aunque independientes las unas de las
otras, hablan el mismo lenguaje, y tienen la misma fisonomía”26.
Aunque no hubiera sido necesariamente el propósito de sus autores, estas
consideraciones fueron utilizadas en más de un caso por las elites criollas
a la hora de reconocerse o imaginarse miembros de una nación. Chile, por
ejemplo, si bien no tenía el mismo desarrollo económico, sociocultural e
institucional que México, contaba con una producción discursiva sobre los
araucanos que, sumada a otras condiciones como su relativo aislamiento
y su organización como Capitanía General, crearon condiciones favorables
para que fuera considerada como una nación. Ahora bien, la reivindicación
de estas particularidades, u otras como podía ser la veneración de la Vir-
gen de Guadalupe en México y la de Santa Rosa en Perú que alentaban lo
que algunos autores dieron en llamar “patriotismo criollo”27, no implicaba
una traducción política ni un afán independentista: a fines del siglo XVIII
la nación entendida como un Estado o como poblaciones sometidas a un
mismo gobierno, seguía teniendo como referente a la Monarquía. Por eso
podía plantearse la existencia de naciones consideradas en clave étnica, so-
ciocultural o territorial que, a su vez, formaban parte de la nación española
definida por el hecho de compartir la lealtad a la Corona y a las leyes de la
monarquía.
Considerada desde una perspectiva conceptual, lo más destacable de esta
pluralidad de referencias de nación es su baja densidad, y el hecho de que en
general remitiera a estados de cosas más que a la apertura de nuevos hori-
zontes o cursos de acción posibles. Si bien su acepción en clave contractual
permitía que se concibiera la creación de una nueva nación o que alguna ya
existente se proclamara soberana, eran posibilidades que recién comenza-
ron a plantearse en el marco de la crisis desencadenada por las Abdicaciones
de Bayona en mayo de 1808 y la resistencia a la coronación de José I, el her-
mano de Napoleón Bonaparte. Es que a pesar de las innovaciones introdu-
cidas por los ilustrados durante la segunda mitad del siglo XVIII, siguió pre-
valeciendo la idea de que la existencia de la nación, ya sea entendida como
cuerpo político o como sociedad, dependía de su subordinación al Rey.
Y si algo resultaba entonces inimaginable era precisamente eso, la ausencia
del Monarca.

26
Molina, Juan Ignacio. Compendio de la Historia Civil del Reino de Chile. Ed. y Trad. del italiano
Nicolás de la Cruz y Bahamonde. Madrid: Imprenta de Sancha, 1795, p. 12.
27
Brading, David. Los orígenes del nacionalismo mexicano. México: Era, 1997, p. 25.

30
La nación como concepto fundamental en los procesos de independencia hispanoamericana

La crisis monárquica y el advenimiento de


la nación como sujeto soberano

La crisis de la Corona y las revoluciones en España y América dieron


inicio a un proceso en cuyo transcurso el concepto de nación pasó a ocupar
un primer plano al plantearse la posibilidad de su existencia sin el Monarca
y la creación de nuevas entidades políticas. Lo decisivo en ese sentido no fue
tanto un cambio en el plano de las ideas, que sin duda lo hubo y fue radical,
sino en sus condiciones de producción y de los discursos en los que éstas
cobraban forma y circulaban28.
En el marco de este proceso, cuyo ritmo e intensidad no fue similar en
todos los espacios ni entre todos los sectores sociales, la voz nación comen-
zó a tener una más amplia difusión, además de sufrir importantes cambios
cualitativos que la dotaron de mayor densidad. Mientras se incrementaron
sensiblemente las calificaciones a las que podía ser acreedora o los atributos
que se le endilgaban y que en general eran positivos, se extendía la adjetiva-
ción de experiencias y estados de cosas con el término nacional. Y si nación
había tenido hasta entonces una suerte de rol pasivo en el discurso social,
pues sólo podía ser motivo de acciones para mejorarla, engrandecerla, exal-
tarla o defenderla, el hecho de comenzar a ser considerada como un sujeto
político autónomo creó condiciones para plantear la posibilidad de que tam-
bién actuara, aunque para ello debiera hacerlo a través de sus representantes.
En términos conceptuales también se produjeron cambios decisivos, pues
el término nación sufrió un rápido proceso de politización e ideologización
que incrementó su carga polémica. No se trató de un fenómeno aislado,
pues esto mismo sucedió con muchos otros conceptos con los que confor-
mó una trama política y discursiva. Las relaciones que establecía nación con
esos otros conceptos eran de diversa índole. Podían ser de oposición, como
sucedió con colonia, o con facción y partido que podían ser considerados
como expresión de intereses parciales que dividían a la nación. Y lo mismo
pasaría con provincia y pueblo/s en el marco de las disputas entre federales
o autonomistas y centralistas. Pero estos vínculos no eran siempre claros
e inequívocos: pueblo/s también podía asociarse de modo positivo a na-
ción si ésta se identificaba con un pueblo o con una reunión de pueblos que
acordaban reunirse en un cuerpo político. Nación también se vinculó con

28
Elías Palti realizó una interpretación de este complejo proceso destacando los problemas que
acarreaba concebir la soberanía nacional uniendo dos conceptos que hasta entonces eran
antagónicos, en Palti, Elías. El tiempo de la política. El siglo XIX reconsiderado. Buenos Aires: Siglo
XXI, 2007, cap. 2.

31
Fabio Wasserman

conceptos como patria, territorio, América, ciudadano, independencia, opi-


nión pública, orden y, sobre todo, con soberanía, constitución y representa-
ción que daban cuenta de la novedad que implicaba la existencia o creación
de la nación como un sujeto autónomo y soberano que debía constituirse a
través de sus representantes.
En el discurso articulado en torno a esta red conceptual cobraron forma
problemas mayúsculos enmarcados en la necesidad de redefinir los víncu-
los políticos y sociales de los súbditos de la Corona. Es por eso que si hasta
entonces el concepto nación remitía a estados de cosas existentes, y en par-
ticular a la Monarquía, sus dominios y sus súbditos, su invocación en un
marco pactista legitimado por la doctrina de la retroversión de la soberanía,
permitió que también vehiculizara la posibilidad de crear comunidades po-
líticas de nuevo cuño que fueran a la vez expresión de relaciones sociales
no menos novedosas. En ese sentido pueden identificarse dos tendencias,
aunque en términos prácticos las propuestas solían combinar elementos de
ambas: la de quienes concebían una nación única e indivisible de carácter
abstracto compuesta por individuos, y la de quienes entendían que estaba
conformada por cuerpos colectivos, ya sean estamentos o los pueblos que
reasumieron su soberanía ante el estado de acefalía: reinos, provincias, pue-
blos o ciudades. De un modo u otro, lo cierto es que esto implicó también
una temporalización del concepto: la nación se orientaba inevitablemente
hacia un futuro que no se quería legatario del pasado.
La posibilidad de definir conjuntos políticos de diversa entidad, asociada
ahora a la idea de soberanía, también provocó una expansión de los marcos
a los que podía hacer referencia nación. En ese sentido cabía la posibilidad
de mantener unidos a la totalidad de los dominios de la Corona; que se pro-
dujera una división entre su sección europea y americana; la proclamación
como naciones de algunos de sus virreinatos, reinos y provincias; o la aso-
ciación de algunos de estas entidades o de algunas de sus partes en distintos
cuerpos políticos.
Más allá de esta diversidad, lo que en ningún caso se puso en duda era el
carácter católico que debían tener esas naciones y, salvo para los absolutistas
contrarrevolucionarios, la necesidad de que su organización requiriera de
una sanción constitucional que le diera entidad y regulara las relaciones entre
sus miembros además de garantizarles sus derechos. Por eso el debate político
se confundió muchas veces con el constitucional, siendo a su vez incontables
las convocatorias a asambleas y las constituciones que se promulgaron a
partir de 1808. En éstas se pusieron en discusión diversas concepciones
sobre la nación y sus alcances, ya sean espaciales (sobre qué territorio o
pueblos debía ejercerse la soberanía), sociales (qué sectores la integraban

32
La nación como concepto fundamental en los procesos de independencia hispanoamericana

y cuáles estaban excluidos; de qué manera y bajo qué principios se debían


estructurar las relaciones sociales), y políticos (qué derechos y obligaciones
tenían sus miembros, cómo se los concebía y se los representaba).
Esta diversidad se tradujo en conflictos que expresaban distintas visio-
nes e intereses, ya que a partir de la crisis monárquica y las revoluciones se
puso en juego el acceso al poder pero también, y esto resulta decisivo para
entender la radicalidad de los enfrentamientos que animaron la vida política
posrevolucionaria, su propia definición. Definición en la que de ahí en más
no podría obviarse a la nación, que por eso se constituyó en un concepto
histórico fundamental de esa conflictiva experiencia.

La nación española: entre las Cortes de Cádiz


y la Monarquía absoluta

Para adentrarse en el examen de este proceso resulta necesario comenzar


con lo sucedido en la propia España. En mayo de 1808 se produjeron las Ab-
dicaciones de Bayona que derivaron en la prisión de Fernando VII y la coro-
nación del hermano de Napoleón como José I, provocando para asombro de
muchos el rechazo de buena parte de la población que se levantó en armas y
se enfrentó con las tropas francesas. Si en los inicios de este movimiento se
interpela a los habitantes de las ciudades, provincias y reinos, vale decir, las
comunidades políticas que protagonizaban la insurrección y proclamaban
Juntas para defender los derechos de Fernando VII, la guerra creó condicio-
nes que permitieron la difusión de una concepción unitaria de la nación29.
En algunas ocasiones esta operación se hacía en forma explícita, tal como
se puede apreciar en un texto del político y publicista catalán Antonio de
Capmany: “¿Qué sería ya de los españoles, si no hubiera aragoneses, valen-
cianos, murcianos, andaluces, asturianos, gallegos, extremeños, catalanes,
castellanos, etc.? Cada uno de estos nombres inflama y envanece y de estas
pequeñas naciones se compone la masa de la gran Nación (…)”30.
La invocación a la nación como sujeto se difundió en el discurso públi-
co y se afianzó con la creación en septiembre de 1808 de una Junta Cen-
tral que fue reconocida por la mayoría de los españoles y americanos. Este
órgano de gobierno realizó poco tiempo después una convocatoria a Cor-
tes para que los representantes de los pueblos pudieran dotar de un marco

29
Guerra, Francois Xavier. Modernidad e Independencias. Ensayo sobre las revoluciones hispánicas.
Madrid: MAPFRE, 1992, p. 157.
30
De Capmany, Antonio. Centinela contra franceses. Madrid: Gómez Fuentenebro y Compañía,
1808, p. 94 [http://alfama.sim.ucm.es/dioscorides/consulta_libro.asp?ref=B23851636&idioma=0].

33
Fabio Wasserman

institucional a la nación. Pero este propósito podía implicar diversas opcio-


nes, por lo que también fue motivo de disputas. Para algunos ese llamado
debía ceñirse a promover una colaboración entre el Rey y la nación, tal como
lo venían planteando algunos reformistas ilustrados desde fines del siglo an-
terior. Por el contrario, quienes esgrimían ideas más radicales consideraban
que la nación era un sujeto soberano que tenía el derecho de constituirse
según su voluntad, interés y necesidad. Esta posición, alentada por quienes
se identificarían como liberales, es la que prevaleció cuando en septiembre
de 1810, y en el marco de una situación crítica provocada por la derrota de
las fuerzas españolas que a comienzos de ese año derivó en la disolución de
la Junta Central y la creación de un Consejo de Regencia, las Cortes lograron
reunirse en Cádiz decretando que en ellas residía la soberanía nacional. Y
tuvo su confirmación en marzo de 1812 al sancionarse una constitución en
la que se proclamaba que la nación era libre e independiente y que en ella
residía esencialmente la soberanía, si bien su título era el de Constitución
Política de la Monarquía española, quizás para preservar su carácter pluri-
continental. Es de notar que, a diferencia de otras constituciones de la época
que comenzaban proclamando derechos individuales, ésta lo hacía definien-
do a la Nación española como “la reunión de todos los españoles de ambos
hemisferios”, gentilicio con el cual se designaba a todos los hombres libres y
avecindados en los territorios de la monarquía31.
Pero esta concepción de la nación no estaba tan extendida como parecían
creer los diputados de las Cortes o, si se prefiere, no contaba con la misma
legitimidad que el Monarca. La derrota de las fuerzas francesas y la caída
de Napoleón le permitieron a Fernando VII acceder al trono en 1814, sin
que encontrara mayores escollos para restaurar el absolutismo. Una de sus
primeras medidas fue decretar la nulidad de la Constitución y el cese de las
Cortes amenazando con la pena de muerte a quienes las invocaran o pro-
movieran:

… declaro que mi real ánimo es no solamente no jurar ni acceder a dicha


constitución ni a decreto alguno de las Cortes generales y extraordinarias, a
saber, los que sean depresivos de los derechos y prerrogativas de mi sobera-
nía, establecidas por la constitución y las leyes en que de largo tiempo la na-
ción ha vivido, sino el de declarar aquella constitución y tales decretos nulos

31
Constitución política de la Monarquía Española: promulgada en Cádiz a 19 de marzo de 1812.
Precedida de un discurso preliminar leído en las Cortes al presentar la Comisión de Constitución
el proyecto de ella. Madrid: Imprenta que fue de García; Imprenta Nacional, 1820, p. 4. Tanto la
Constitución como una selección significativa de los documentos institucionales producidos a
partir de 1808 pueden consultarse en el portal http://www.cervantesvirtual.com/portal/1812.

34
La nación como concepto fundamental en los procesos de independencia hispanoamericana

y de ningún valor y efecto, ahora ni en tiempo alguno, como si no hubieran


pasado jamás tales actos, […]32.

En lo que aquí interesa, y tal como se desprende del Decreto, se puede


apreciar que para ese entonces ni siquiera los defensores del absolutismo
podían obviar el concepto de nación. Su generalización para dar cuenta de
la sociedad española como comunidad lo habían convertido en un concep-
to ineludible y, por lo tanto, polémico: dado que no podía obviarse, debía
disputarse su contenido y su sentido. Esto se puede apreciar en un libelo
publicado al producirse la segunda restauración de Fernando VII tras otro
breve interregno constitucional conocido como el trienio liberal (1820-3),
cuyo autor, un clérigo absolutista, recordaba con satisfacción la supresión de
las Cortes y la Constitución alegando que “Con este Decreto Real respiró la
nación oprimida”33.

Los pueblos americanos: de colonias a naciones

Entre 1808 y 1810 los americanos también sufrieron el impacto de la cri-


sis monárquica, dando inicio a un progresivo distanciamiento con la metró-
poli que pronto se convertiría en una revolución y en una extensa guerra que
culminaría con la independencia de buena parte del continente. En el marco
de ese conflictivo y confuso proceso comenzó a considerarse la posibilidad
de que la nación entendida como cuerpo político soberano fuera la propia
América, pero también sus virreinatos, reinos y provincias o la asociación de
algunas de estas entidades o de los pueblos que las conformaban.
La ruptura que se produjo con España y con el antiguo orden no fue sólo
fáctica, sino también discursiva, además de implicar una fuerte carga emo-
cional y una redefinición de las identidades, tal como se puede apreciar en
nación y en otros conceptos fundamentales a través de los cuales se expre-
saron estos cambios. Cabe señalar en ese sentido que cuando se procuraba
movilizar a la población en pos de una causa o en los momentos bélicos, se
apelaba más a la patria que a la nación. Esto se debió tanto a su mayor carga
emotiva, como al extendido uso entre amplios sectores sociales que conti-
nuaba la tradición hispana de invocar a la tríada Dios (o religión), Patria
y Rey, si bien reformulada al asociarse con valores como libertad e igualdad

32
“Decreto dado en Valencia a 4 de mayo de 1814 firmado por Yo, El Rey” citado en Juan Ángel de
Santa Teresa. Sumario de injusticias, fraguadas por el liberalismo impío, contra la religión católica é
inocencia cristiana de España. Zaragoza: Imprenta de Andrés Sebastián, 1823, p. 10.
33
Ibíd., p. 11.

35
Fabio Wasserman

y al comenzar a suprimirse de la misma al monarca34. La nación, por su par-


te, era más invocada y pasaba a un primer plano cuando se ponía en discu-
sión la soberanía, la representación y la creación de instituciones políticas.
En enero de 1809 la Junta Central, que procuraba concitar todo el apoyo
posible, emitió una Proclama afirmando que los dominios americanos no
eran colonias sino “una parte esencial e integrante de la monarquía españo-
la” por lo que también tenían derecho a elegir representantes para participar
de ese órgano de gobierno. Este reconocimiento sin embargo, quedó desdi-
bujado al otorgarles a los americanos una representación exigua en relación
a su población. Esta decisión, que dio lugar a elecciones en numerosas ciu-
dades americanas, provocó reacciones que oscilaban entre el apoyo irres-
tricto y el más absoluto rechazo. Pero aún en ese caso, la dirigencia criolla
parecía contentarse con la obtención de más derechos y un mayor grado de
autonomía, sin que esto implicara dejar de pertenecer a la nación española.
En noviembre de 1809 Camilo Torres redactó una Representación del Cabil-
do de Santa Fe a la Junta Suprema sosteniendo que

Establecer pues una diferencia en esta parte, entre América y España, sería
destruir el concepto de provincias independientes, y de partes esenciales y
constituyentes de la monarquía, y sería suponer un principio de degrada-
ción. Las Américas, señor, no están compuestas de extranjeros a la nación
española. Somos hijos, somos descendientes de los que han derramado su
sangre por adquirir estos nuevos dominios de la corona de España […]
Tan españoles somos como los descendientes de Don Pelayo y tan acree-
dores por esta razón, a las distinciones, privilegios y prerrogativas del resto
de la nación35.

Aunque pueda parecer paradójico, el énfasis con el que Torres defendía la


pertenencia de los americanos a la nación española no hacía más que poner
en evidencia el progresivo distanciamiento que se estaba produciendo entre
los criollos y la metrópoli, cuyo desenlace sin embargo aún no se avizoraba
con claridad.

34
La mayor apelación a la patria en situaciones bélicas fue señalada hace varias décadas por Pierre
Vilar en Vilar, Pierre. “Patria y nación en el vocabulario de la guerra de la independencia española”.
Hidalgos, amotinados y guerrilleros. Pueblos y poderes en la historia de España. Barcelona: Crítica,
1982, p. 237. Sobre la tríada puede consultarse de di Meglio, Gabriel “Patria”. Ed. Noemí Goldman.
Lenguaje y revolución. Conceptos políticos clave en el Río de la Plata, 1780-1850. Buenos Aires,
Prometeo, 2008, pp. 115-130.
35
Torres, Camilo.“Representación del Cabildo de Santafé (Memorial de agravios)”. Comps. José
Luis Romero y Luis A. Romero. Pensamiento político de la emancipación (1790-1825). Caracas:
Biblioteca Ayacucho, 1977, t. I, p. 29.

36
La nación como concepto fundamental en los procesos de independencia hispanoamericana

A comienzos de 1810, y tras el triunfo de las fuerzas francesas que ocupa-


ron España, se disolvió la Junta Central eligiendo en reemplazo un Consejo
de Regencia que se instaló en la Isla de León con la protección de la armada
inglesa. La reacción en América fue inmediata: en varias ciudades se produ-
jeron movimientos que desplazaron a las autoridades coloniales y erigieron
Juntas de gobierno amparándose en el estado de acefalía que justificaba la
reasunción de la soberanía por parte de los pueblos. El Consejo de Regencia
desconoció a las juntas americanas, que en general también lo rechazaron
por considerar que era una autoridad ilegítima cuyo poder no provenía ni
del Rey ni de los pueblos o, para quienes preferían considerarlos como un
único cuerpo, de la nación. Es el caso de Francisco Miranda, quien en un
artículo publicado en El Colombiano de Londres reproducido por el perió-
dico oficial de Buenos Aires, sostenía que la Junta Central había “creado un
Soberano sin la participación de la nación”36.
Resulta importante tener presente los deslizamientos conceptuales
producidos en ese breve lapso a los que la revolución y la guerra tornaron
irreversibles, pues fue en esas circunstancias en las aún no estaba nada definido
y que eran confusas para sus propios protagonistas, cuando comenzó a
concebirse la posibilidad de que los pueblos, además de reasumir la soberanía,
también pudieran constituir naciones soberanas, libres e independientes.
En ese sentido resulta paradigmática la trayectoria de Camilo Torres, quien
en muy poco tiempo dejó de reclamar una representación más equitativa
en el seno de la nación española, para pasar a proponer la formación de una
nación neogranadina. En una extensa carta del 29 de mayo de 1810 dirigida
a su tío José Ignacio Tenorio que integraba la Audiencia de Quito, Torres
repasaba las distintas alternativas que se les presentaban a los americanos,
concluyendo que

… perdida la España, disuelta la monarquía, rotos los vínculos políticos


que la unían con las Américas, y destruido el Gobierno que había organi-
zado la Nación para que la rigiese en medio de la borrasca, y mientras te-
nía esperanzas de salvarse—; no hay remedio. Los reinos y provincias que
componen estos vastos dominios, son libres e independientes y ellos no
pueden ni deben reconocer otro gobierno ni otros gobernantes que los que
los mismos reinos y provincias se nombren y se den libre y espontáneamen-
te según sus necesidades, sus deseos, su situación, sus miras políticas, sus
grandes intereses y según el genio, carácter y costumbres de sus habitantes.
Cada reino elegirá la forma de gobierno que mejor le acomode, sin consultar
la voluntad de los otros con quienes no mantenga relaciones políticas ni otra
dependencia alguna. Este Reino, por ejemplo, está tan distante de todos los

36
La Gazeta de Buenos Ayres, n° 18, 4/X/1810, p. 288.

37
Fabio Wasserman

demás, sus intereses son tan diversos de estos, que realmente puede con-
siderarse como una nación separada de las demás, y apenas unido por los
vínculos de la sangre y por las relaciones de familia; este reino, digo, puede y
debe organizarse por sí solo37.

Desde luego que también estaban quienes seguían creyendo en la posi-


bilidad que España subsistiera, por lo que mantenían su lealtad a las autori-
dades metropolitanas y a las virreinales. Para ellos la nación seguía siendo el
conjunto de la Monarquía o, en todo caso, el de sus súbditos que le debían
fidelidad y obediencia al Rey, tal como lo sostuvo la Gazeta de Montevideo:

Los derechos del Trono transmitidos a él por los Pueblos son sagrados, y
perpetuos, y el vasallaje de estos es necesario y perdurable. La persona del
Rey que es el Magistrado Supremo reúne las obligaciones de todos los ciuda-
danos a la Nación, y cualesquiera que intente separarse de ésta, o negarle sus
derechos o disputar sus deliberaciones, es un reo de lesa Majestad o, lo que es
lo mismo, de la Nación38

Ahora bien, el hecho de reivindicar la pertenencia a la nación española


no implicaba necesariamente una relación de sujeción colonial o una cerra-
da defensa del absolutismo. También podía ser aprovechada para reclamar
igualdad de derechos, tal como se había planteado años antes, pero ahora
bajo la cobertura provista por el constitucionalismo liberal gaditano. Es lo
que hizo por ejemplo Gaspar Rico y Angulo cuando en 1812 defendió al
periódico El Peruano de la Junta Censora alegando que “la soberanía es in-
divisible, porque residiendo esencialmente en la nación y constituyendo a
la nación todos los españoles de ambos hemisferios, en todos los pueblos es
igual, y no se modifica a los lugares donde accidentalmente se sitúe”39.
Para ese entonces, y al igual que en España, en América también se había
extendido el uso polémico de nación. Ningún actor que interviniera en el
debate público podía obviarlo, ni siquiera los absolutistas contrarrevolucio-
narios que debían disputar su sentido con los insurgentes y, a la vez, con
quienes adherían al liberalismo gaditano. Así, al recordar a Gabriel Moscoso,

37
Proceso histórico del 20 de Julio de 1810. Documentos, (Bogotá: Banco de la República, 1960), 66.
El documento ha sido citado en numerosas ocasiones, aunque a veces se lo fecha en mayo de
1809, cuando Torres hace referencia a hechos producidos posteriormente como la batalla de Ocaña.
Estimo que el error se debe al afán por dotar de una conciencia nacional a los protagonistas de las
revolucionares.
38
Gazeta de Montevideo n° 33, 14/VIII/1811. Montevideo: Imprenta de la Ciudad de Montevideo,
p. 283.
39
El Peruano. Lima: 1812, p. 425.

38
La nación como concepto fundamental en los procesos de independencia hispanoamericana

el Gobernador de Arequipa que pereció víctima de la revolución iniciada en


Cusco en 1814, el Presbítero Mateo Joaquín de Cosío se mostró crítico de la
Constitución de 1812 por “abrir las puertas de par en par a la insurrección”,
mientras que alababa a Fernando VII por haberla anulado, precisando en
ese sentido que “los fieles vasallos no deseamos sino que se conserven las
antiguas leyes que obedecieron nuestros padres, reconociendo la Soberanía
en el Rey y no en la nación; pues ésta desde su fundación siempre la respetó
en los reyes; (…)”40.
En el discurso de los insurgentes o revolucionarios, por su parte, se pro-
dujo un proceso de politización del patriotismo criollo del siglo XVIII. Esto
dio lugar a una renovada identidad americana asociada a ideas y valores
como la libertad, en oposición a la española que pasó a ser considerada ex-
presión del despotismo colonial. Buena parte de los líderes revolucionarios
no dudaban en afirmar en ese sentido que su nación era América, tal como
lo hizo el cura mexicano Miguel Hidalgo en una Proclama de septiembre
de 1810 a la “Nación Americana” en la que llamaba a los “americanos” a
liberarse de la “tiranía de los europeos”41. O en el Decreto de Abolición de
la Esclavitud del 27 de noviembre de 1810 en el que hizo referencia al “feliz
momento en que la valerosa nación americana tomó las armas para sacudir
el pesado yugo que por espacio de cerca de tres siglos la tenía oprimida”42.
En cuanto a la posibilidad de constituir una nación americana como un
cuerpo político, si bien tuvo expresiones tempranas como la federación idea-
da por Miranda mientras permanecía en Londres en los primeros años del
siglo XIX, recién cobró consistencia en el marco de la crisis que dio lugar al
proceso revolucionario e independentista43. Como es sabido, a pesar de la
prédica y los esfuerzos en esa dirección realizados por líderes como Simón
Bolívar, esa nación nunca pudo constituirse. Ya en la carta enviada a su tío en
mayo de 1810, Camilo Torres advertía sobre las dificultades que implicaría

40
De Cosio, D. D. Mateo Joaquín. Elogio Fúnebre del señor D. José Gabriel Moscoso, Teniente Coronel
de los Reales Ejércitos, Gobernador Intendente de Arequipa. En las exequias que el ilustre Cabildo
justicia y regimiento de dicha ciudad hizo en honor y sufragio de tan benemérito jefe el día 9 de mayo
de 1815. Lima: Bernardino Ruiz, 1815, p. 47.
41
Hidalgo, Miguel. “Proclama del cura Hidalgo a la Nación Americana” Ed. Haydeé Miranda
Bastidas y Hasdrúbal Becerra. La Independencia de Hispanoamérica. Declaraciones y Actas.
Caracas: Biblioteca Ayacucho, 2005, p. 38.
42
Hidalgo, Miguel. “Abolición de la esclavitud y otras medidas decretadas por Hidalgo” en Carlos
Herrerón Peredo, Hidalgo. Razones de la insurgencia y biografía documental. México: SEP, 1986,
pp. 242.
43
De Miranda, Francisco. “Bosquejo de Gobierno provisorio”. Ed. Romero y Romero. Pensamiento
político, t. I, pp. 13-19

39
Fabio Wasserman

su realización y por eso concluía que Nueva Granada debía constituirse en


una nación. Y lo mismo plantearía pocos meses más tarde Mariano More-
no, líder del ala radical de los revolucionarios rioplatenses y Secretario de
la Junta de Gobierno de Buenos Aires, cuando sostuvo que convocar a un
Congreso americano era inviable por las dificultades materiales y geográfi-
cas, pero también injustificado, pues habiendo retrovertido la soberanía a los
pueblos ante la ausencia del Rey, no había razones por las que éstos debieran
permanecer unidos, aunque sí creía que debían hacerlo los que integraban el
Virreinato del Río de la Plata44. Fueron otros por tanto los marcos territoria-
les en los que se definieron las nuevas unidades políticas concebidas como
naciones, si bien la idea de una nación americana, entendida en clave cultu-
ral como expresión de una identidad continental, gozaría de una larga vida.
Las disputas en torno a la dimensión territorial, al papel de los pueblos
y al carácter que debía tener la nación, son algunos de los hilos que articu-
laron en una misma trama la crisis, la revolución y las guerras de indepen-
dencia, con los enfrentamientos que les sucedieron o se les solaparon y que
muchas veces se reconocen como guerras civiles45. En ese sentido, y contra
lo que planteó la historiografía durante más de un siglo, lo menos que puede
decirse es que se trató de un proceso abierto e indeterminado que fue ad-
quiriendo nuevos sentidos para sus propios protagonistas a medida que iba
transcurriendo. En esto fueron decisivos algunos conceptos como nación
que además de dotar de inteligibilidad a los acontecimientos, tenían la capa-
cidad de delinear cursos de acción posibles al indicar un norte hacia el cual
éstos debían orientarse.
La independencia, que supuestamente era el propósito inicial de los re-
volucionarios, no fue necesariamente proclamada ni por las Juntas que se
erigieron en el marco de la crisis, ni por los gobiernos que surgieron tras
ellas. Mientras que se sostenía la fidelidad a Fernando VII, se realizaban pro-
nunciamientos contradictorios o ambiguos con relación a su pertenencia
a la nación española. Así, y a pocos días de haber sido creada, la Junta de
Caracas decidió dirigirse al Consejo de Regencia haciéndole notar que “Es
muy fácil equivocar el sentido de nuestros procedimientos y dar a una con-
moción producida solamente por la lealtad y por el sentimiento de nuestros

44
“Sobre el Congreso convocado y Constitución del Estado”. Gaceta de Buenos Aires nº 27, 6/
XII/1810.
45
Si bien no es el tema de este trabajo, quisiera llamar la atención sobre la necesidad de poner en
cuestión la división tajante que suele hacerse entre las guerras de independencia y las guerras
civiles, que no es más que una de las tantas consecuencias provocadas por el hecho de considerar a
las naciones americanas como entidades preexistentes o destinadas a constituirse tal como hoy las
conocemos.

40
La nación como concepto fundamental en los procesos de independencia hispanoamericana

derechos, el carácter de una insurrección antinacional”46. Estos “procedi-


mientos” incluían la elección de diputados que conformaron una represen-
tación nacional de los pueblos de Venezuela. Pero esta representación, que
expresaba a una comunidad provista de un gobierno propio, no comportaba
una identidad nacional venezolana ni tampoco se oponía necesariamente a
una eventual “concurrencia a las cortes generales de la nación entera, siem-
pre que se convoquen con aquella justicia y equidad, de que es acreedora la
América que forma la mayor parte de los Dominios del deseado y persegui-
do Rey de España”47.
Claro que esa “justicia y equidad” no fue la nota característica de la diri-
gencia metropolitana, cuya visión sobre la posición subordinada que debía
tener América en la nación española no hizo más que profundizar la bre-
cha con las elites criollas a pesar de la ampliación de derechos promovidos
por las Cortes. De ese modo, durante los años siguientes, y en el marco de
las guerras que sacudieron el continente, diversos pueblos o reuniones
de pueblos pronunciaron su independencia y su voluntad de constituirse
en naciones soberanas, procurando organizar instituciones de gobierno que
pudieran garantizar sus derechos y los de sus miembros. Como notaba el
diario oficial del gobierno de Buenos Aires, eso implicaba “Ascender de la
condición degradante de una Colonia oscura a la jerarquía de una Nación48.
Para buena parte de los americanos, ese confuso proceso en el que se
veían inmersos desde hacía años, había encontrado al calor de la revolu-
ción y de la guerra un rumbo y un sentido precisos: el paso de colonias a
entidades soberanas que podían constituirse como naciones. La nación se
orientaba hacia un futuro en el que reinaría la libertad y la independencia,
quedando enterrado en el pasado el despotismo y los siglos de opresión y
dominio colonial.

La nación como creación política: entre la voluntad,


la legitimidad y la posibilidad

¿Pero cómo se alcanzaba ese futuro? Y, más precisamente, ¿cómo se cons-


tituían las naciones? ¿Cómo se las reconocía? ¿Cuáles eran sus atributos?
¿Qué papel se les asignaba a los individuos y a los pueblos que las conforma-
ban? En términos teóricos o ideológicos existía un repertorio de respuestas

46
“A la Regencia de España, 3 de mayo de 1810”. Actas del 19 de Abril. Documentos de la Suprema
Junta de Caracas. Caracas: Concejo Municipal, 1960, p. 99.
47
Gazeta de Caracas, 27/VII/1810.
48
Gazeta de Buenos Ayres, 27/V/1815.

41
Fabio Wasserman

más o menos precisas que en algunos puntos podían ser divergentes y por
eso dieron lugar a debates y polémicas. Pero la mayor fuente de conflictos
era su resolución práctica, es decir, política, ya que a través de esas concep-
ciones se expresaban y buscaban imponerse posiciones e intereses políticos,
sociales, económicos, territoriales o jurisdiccionales.
En mayo de 1825 el Congreso Constituyente de las Provincias del Río
de la Plata, discutió la posibilidad de crear un ejército nacional ante la in-
minente disputa con Brasil por la Banda Oriental (conflicto cuyo desenlace
sería la creación de la República de Uruguay como nueva nación soberana).
Uno de los animadores de ese debate fue el canónigo salteño Juan Ignacio
Gorriti, quien se opuso a la creación de ese ejército alegando que la nación
era inexistente. Si bien acordaba con la creación de una nación que centra-
lizara el poder y gobernara el territorio rioplatense, también entendía que
hasta que no se sancionase una Constitución las provincias seguían sien-
do soberanas. Al ponerse en cuestión su postura, se vio obligado a preci-
sar que “De dos modos puede considerarse la nación, o como gentes que
tienen un mismo idioma, aunque de ellas se formen diferentes estados, o
como una sociedad ya constituida bajo el régimen de un solo gobierno”.
El primer caso sería el de la antigua Grecia o Italia, pero también Suda-
mérica, que a su juicio podía considerarse como una nación aunque tuvie-
ra Estados diferentes, “mas no bajo el sentido de una nación, que se rige
por una misma ley, que tiene un mismo gobierno” que es al que se estaba
refiriendo49.
Gorriti sintetizaba así los dos sentidos del concepto nación que a me-
diados de la década de 1820, y tras haberse declarado la independencia de
casi todo el continente, seguían circulando por carriles separados. Si bien
su acepción como una población que posee rasgos idiosincrásicos seguía
siendo utilizada, la que primó en esos años fue la de carácter político que
la distinguía por ser el resultado de un acto voluntario de sus miembros
para constituir una comunidad regida por unas mismas leyes y un mismo
gobierno.
Este acto voluntario se puso de manifiesto pocas semanas más tarde,
cuando los representantes de los pueblos altoperuanos declararon su inde-
pendencia desechando la posibilidad de unirse a Perú o a las Provincias del
Río de la Plata. En ese sentido sostuvieron que “La representación Soberana
de las Provincias del Alto Perú” había decidido erigirse

49
Sesión del 4/V/1825 en Emilio Ravignani ed. Asambleas Constituyentes Argentinas, 1813-1898.
Buenos Aires: Peuser, 1937), t. I, p. 1325.

42
La nación como concepto fundamental en los procesos de independencia hispanoamericana

… en un Estado Soberano e Independiente de todas las naciones, tanto del


viejo como del nuevo mundo y los departamentos del Alto-Perú, firmes y
unánimes en esta tan justa y magnánima resolución, protestan a la faz de la
tierra entera, que su voluntad, irrevocable es gobernarse por sí mismas, y ser
regidos por la constitución, leyes y autoridades que ellos propios se diesen,
y creyesen más conducentes a su futura felicidad en clase de nación, y el
sostén inalterable de su santa religión católica, y de los sacrosantos derechos
de honor, vida, libertad, igualdad, propiedad y seguridad50.

Si bien podrían haber apelado a algún particularismo capaz de identificar


a esos pueblos que buscaban constituirse como nación, lo cierto es que ni en
ésta ni en ninguna declaración de independencia o constitución se asociaba
a la nación con su definición étnica o con algún rasgo sociocultural, pues
primaba su consideración como cuerpo político soberano constituido por
la voluntad de sus miembros ya sean individuos o sujetos colectivos como
las provincias.
No se trataba de un hecho excepcional ni obedecía solamente a la natura-
leza política que tenían esos documentos. En los textos jurídicos del período
y en la enseñanza del derecho, por ejemplo, la nación también era definida
de ese modo. En el curso sobre Instituciones de Derecho Natural y de Gentes
dictado en 1822/3 en la recién creada Universidad de Buenos Aires, Antonio
Sáenz les enseñaba a sus estudiantes que
La sociedad llamada así por antonomasia se suele también denominar
nación y Estado. Ella es una reunión de hombres que se han sometido
voluntariamente a la dirección de alguna suprema autoridad, que se lla-
ma también soberana, para vivir en paz, y procurarse su propio bien y
seguridad51.

Del mismo modo, en el Derecho de Gentes publicado diez años más tarde
en Chile, Andrés Bello sostenía que “Nación o Estado es una sociedad de
hombres que tiene por objeto la conservación y felicidad de los asociados;
que se gobierna por las leyes positivas emanadas de ella misma y es dueña
de una porción de territorio”52. De la perduración de esta concepción y
de su extensa difusión en Hispanoamérica dan cuenta sus numerosas
reediciones corregidas que siguieron publicándose durante décadas en

50
“Declaración del 6 de agosto de 1825”. Colección oficial de leyes, decretos y órdenes de la República
Boliviana. Años 1825 y 1826. La Paz: Imprenta Artística, 1826, p. 17.
51
Sáenz, Antonio. Instituciones elementales sobre el derecho natural y de gentes. Buenos Aires:
Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, 1939, p. 61.
52
Bello, Andrés. Principios de Derecho de Gentes. Santiago de Chile: Imprenta de la Opinión, 1832,
p. 10.

43
Fabio Wasserman

Santiago, Caracas, Cochabamba, Lima, Buenos Aires, Madrid incluso París,


aunque a partir de 1844 modernizaría su título como Principios de Derecho
Internacional53.
El hecho de que las naciones pudieran constituirse por la voluntad de
sus miembros habilitaba la posibilidad de crear entidades novedosas. Esta
cualidad se hizo explícita desde su misma denominación en algunos casos
como Bolivia, Argentina o Colombia que, desde luego, también implicó la
creación de nuevos gentilicios o su resignificación54. De todos modos, en
los Virreinatos, Reinos o Provincias que durante el período colonial podían
ser reconocidas como naciones, también podía legitimarse la erección de
un poder político como representación de esa entidad preexistente. En el
Sermón con el que se dio inició a un Congreso Nacional en Chile en julio
de 1811, el fraile Camilo Henríquez hizo constantes referencias a la “nación
chilena” que, además de ser católica, era poseedora de derechos que la habi-
litaban a darse una constitución capaz de asegurarle su libertad y felicidad
ante el estado de acefalía en el que se encontraba la monarquía55. Del mismo
modo, cuando diez años más tarde se produjo la declaración de indepen-
dencia de México como reacción de parte de sus elites ante el triunfo de la
revolución liberal en España, sus autores dejaron en claro que se trataba de
una nación existente hacía siglos: “La nación mexicana, que por trescientos
años ni ha tenido voluntad, ni libre el uso de la voz, sale hoy de la opresión
en que ha vivido”56.
El hecho de proclamar la independencia, ya sea de naciones que se consi-
deraban preexistentes o de pueblos que aspiraban a conformar una entidad
nueva, podía considerarse una clara demostración de la existencia de una
voluntad nacional. Sin embargo, resultaba insuficiente, pues si quería tener
existencia política y ser reconocida como una nación, también debía sancio-
narse una constitución que le diera forma. El periódico La abeja republicana
recordaba en septiembre de 1822 la declaración de independencia realiza-
da el año anterior por José de San Martín, alegando que la liberación de
Perú había permitido a sus habitantes transitar “de la clase de colonos (…)

53
Bello, Andrés. Principios de Derecho Internacional. Segunda edición corregida y aumentada.
Valparaíso: Imprenta del Mercurio, 1844.
54
Chiaramonte, José Carlos et al., comps. Crear la nación. Los nombres de los países de América
Latina. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 2008.
55
Henríquez, Camilo. “Sermón en la instalación de Primer Congreso Nacional”. En Raúl Silva,
Castro. Escritos Políticos de Camilo Henríquez. Santiago de Chile: Ediciones de la Universidad de
Chile, 1960, pp. 50-59.
56
“Acta de Independencia del Imperio Mexicano pronunciada por su Junta Soberana, congregada en
la capital de él, en 28 de septiembre de 1821”. En Bastidas y Becerra, La Independencia, p. 42.

44
La nación como concepto fundamental en los procesos de independencia hispanoamericana

a componer una grande y heroica nación” capaz de presentarse “a la faz de


las naciones”57. Pero tal como notarían sus redactores semanas más tarde,
este propósito sólo podría cumplirse a través de un Congreso Constituyen-
te: “Y la formación de esta nación ¿cómo empezar? Decídalo el Soberano
Congreso a cuyas luces se ha encomendado la suerte de las generaciones
presentes y futuras”58.
Si sólo era a través de la constitución que la nación podía cobrar forma,
se entiende por qué su examen y el de los debates constitucionales permiten
adentrarse en las diversas concepciones sobre el orden social y político
que vehiculizaba el concepto. La Constitución Política de la República
Peruana sancionada en noviembre de 1823 sostenía en su primer artículo
que “Todas las provincias del Perú reunidas en un solo cuerpo forman la
nación peruana” y en el tercero que “La soberanía reside esencialmente
en la nación”59. Por su parte, la Constitución para la República Peruana
también conocida como Constitución Vitalicia promulgada en noviembre
de 1826 bajo la inspiración de Bolívar, sostenía que “La nación peruana es
la reunión de todos los peruanos”, y lo mismo se establecía en la sancionada
esos mismos días por Bolivia60. En casi todas las constituciones se aseguraba
que la “soberanía reside esencialmente en la nación” o fórmulas similares
que la convertían en el sujeto político por excelencia. Precisamente por
eso podían expresar diversas concepciones sobre qué era o debía ser la
nación y, en particular, sobre quiénes la componían. En la constitución de
1823 eran cuerpos colectivos, las provincias de Perú; mientras que en la
de 1826 eran individuos, los peruanos. Pero incluso dentro de estas opciones
también podían plantearse alternativas. Los cuerpos colectivos podían ser
estamentos tal como se propuso en algunos proyectos constitucionales.
Y los individuos podían ser considerados de otro modo: la Constitución
Política sancionada en marzo de 1828 declaraba que “La Nación Peruana
es la asociación política de todos los ciudadanos del Perú” y ya no “la
reunión de todos los peruanos”. Definición que cobra sentido cuando se
tiene presente que buena parte de sus habitantes no reunía las cualidades
necesarias para ser considerados ciudadanos61.

57
La abeja republicana (Lima: Imprenta de José Masias, 22/IX/1822).
58
Ibíd.
59
Constitución de 1823. Consultado en : http://bib.cervantesvirtual.com/servlet/SirveO-
bras/01482074789055978540035/index.htm
60
Constitución Vitalicia de 1826. Consultado en: http://bib.cervantesvirtual.com/servlet/Sirve-
Obras/01479514433725784232268/index.htm
61
Constitución de 1828. Consultado en: http://bib.cervantesvirtual.com/servlet/SirveO-
bras/02450576436134496754491/index.htm.

45
Fabio Wasserman

Esta última cuestión remite al lugar que en las distintas propuestas de na-
ción se les asignaba a las clases subalternas, cuyos miembros podían ser con-
siderados o no como ciudadanos plenos. Los pueblos de indios, por ejemplo,
solían ser excluidos de la ciudadanía política, alejándose así la normativa
de algunos de los discursos y proyectos planteados en el marco del proceso
revolucionario que aspiraban a su integración social y política ya sea como
individuos o como comunidades. Esta distancia fue hecha explícita en más
de una ocasión, como lo hizo Juan B. Alberdi a mediados de siglo, cuan-
do al repasar las constituciones que se habían sancionado en el continente
para dar con el diseño más adecuado para la nación argentina, se permitió
afirmar con total crudeza que “el indígena no figura ni compone mundo en
nuestra sociedad política y civil”62.
La composición social y étnica no era el único motivo de debate en torno
a la erección de la nación. Mucho más álgida aún fue la disputa relacionada
con la soberanía de los pueblos y a su integración o no en la nación que, en
buena medida, animó los conflictos entre autonomistas o federales y cen-
tralistas. Mientras que los primeros tendían a utilizar el concepto de nación
haciendo énfasis en la voluntad de los pueblos para constituirla, los segun-
dos solían sumarle como requisito una suerte de criterio informal y prag-
mático: contar con capacidad suficiente para poder sostener su soberanía e
independencia63.
A comienzos de 1822, y ante la resistencia de Guayaquil para incorpo-
rarse a la República de Colombia, Simón Bolívar le escribió una carta a José
Joaquín Olmedo que presidía la Junta de Gobierno local, afirmando en ese
sentido que “una ciudad con un río no puede formar una nación” y que la
propia naturaleza hacía que la ciudad y su región formaran parte de Colom-
bia por lo que le reconocía a ese pueblo “la completa y libre representación
en la Asamblea Nacional”64. Esta misma concepción había animado dos años
antes la intervención de Francisco Zea al presidir las sesiones del Congreso
de la recién creada República de Colombia. Zea planteaba que ese extenso
territorio pródigo en riquezas, sólo podía “entrar en el mundo político” por
expresa voluntad de sus miembros. Sin embargo, también advertía que era
una condición insuficiente al sostener que

62
Alberdi, Juan B. Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina.
Buenos Aires: Plus Ultra, 1982, p. 82 [Valparaíso, 1852].
63
Este criterio se asemeja al “principio del umbral” esgrimido a mediados de siglo por los
nacionalistas europeos como Giuseppe Mazzini. Hobsbawm, Eric. Naciones y nacionalismo desde
1780. Barcelona, Crítica, 2000, pp. 39-48.
64
Cali, 2/1/1822 Bolívar, Simón. Doctrina del Libertador. Comp. Manuel Pérez Vila. Caracas:
Fundación Biblioteca Ayacucho, 1992, pp. 8 y 137.

46
La nación como concepto fundamental en los procesos de independencia hispanoamericana

Las naciones existen de hecho y se reconocen, digámoslo así, por su volu-


men, designando por esta voz el conjunto de territorio, población y recursos.
Voluntad bien manifiesta y un volumen considerable son los dos únicos tí-
tulos que se pueden exigir de un pueblo nuevo para ser admitido a la gran
sociedad de las naciones65.

Un año más tarde, el mexicano José María Luis Mora publicaba en el


Semanario Político y Literario un texto que procuraba refutar a los liberales
españoles y legitimar la reciente independencia de México y su constitución
como nación. Para ello consideró necesario definir en qué consistía, comen-
zando por desestimar una posible mala interpretación del principio de sobe-
ranía popular que a su juicio había hecho un gran daño al
… pueblo ignorante, persuadido de su soberanía y careciendo de ideas preci-
sas que determinen de un modo fijo y exacto el sentido de la palabra nación,
ha creído que se debía reputar por tal toda reunión de individuos de la espe-
cie humana, sin otras calidades y circunstancias ¡Conceptos equivocados que
deben promover la discordia y la desunión y fomentar la guerra civil!
[…]
¿Qué es pues lo que entendemos por esta voz nación, pueblo o sociedad? ¿Y
cuál es el sentido que le han dado los publicistas, cuando afirman de ella la
soberanía en los términos expresados? No puede ser otra cosa que la reunión
libre y voluntariamente formada, de hombres que pueden y quieren en un
terreno legítimamente poseído, constituirse en Estado independiente de los
demás. Ni es creíble que puedan alegar otros títulos las naciones reconocidas
por soberanas e independientes, que la facultad para constituirse tales y su
voluntad decidida para efectuarlo.

Tras lo cual pasaba a enumerar esas condiciones indispensables para


constituirse como nación que, según alegaba, poseía el recién creado Impe-
rio Mexicano: territorio, población, ilustración y fuerzas armadas capaces de
resguardar el orden interno y de defenderlo de cualquier agresión externa.
Concluyendo a modo de síntesis que lo que se requería era “un terreno legí-
timamente poseído y la fuerza física y moral para sostenerlo”66.
En suma, para quienes sostenían este punto de vista, la existencia de la
nación no dependía sólo de la libre voluntad y el consentimiento de sus
miembros. También tenía que contar con una base moral y material capaz
de darle sustento. Por eso incluso en una declaración de independencia tan

65
Correo del Orinoco n° 50, Angostura, 29/I/1820.
66
Mora, José María Luis. “Discurso sobre la independencia del Imperio Mejicano” [21/XI/1821].
Obras sueltas de José María Luis Mora, ciudadano mejicano, t. II. París: Librería de Rosa, 1837, p. 11.

47
Fabio Wasserman

tardía como la realizada por el congreso de Paraguay en noviembre de 1842,


se sostenía “que además de los justos títulos en que lo funda, la naturaleza lo
ha prodigado sus dones para que sea una nación fuerte, populosa, fecunda
en recursos, y en todos los ramos de industria y comercio”67.

Hacia un nuevo concepto de nación: de cara al futuro


pero con raíces en el pasado

En 1842, el mismo año en que Paraguay proclamaba formalmente su


independencia, se producía en Chile un intenso y prolífico debate sobre
literatura entre escritores locales y rioplatenses exiliados por su oposición
al gobierno de Juan Manuel de Rosas. En esos artículos periodísticos,
que serían conocidos como La polémica del romanticismo, se advierte un
mayor énfasis en las referencias culturales e identitarias que podía portar
el concepto nación68. No se trataba de un hecho excepcional, pues en
esos años tanto nación como la trama conceptual y discursiva de la que
formaba parte, estaban sufriendo importantes cambios en esa dirección
que estaban entrelazados con transformaciones económicas, sociales,
políticas y culturales más vastas. El ritmo e intensidad de estos procesos fue
variable, pero el resultado en el mediano plazo terminaría siendo el mismo:
la unificación de los dos sentidos de nación, el étnico o sociocultural y el
político, tal como quedaría sintetizado en el sintagma Estado nacional. Esta
nueva conceptualización implicó también otros cambios decisivos, como
el hecho de considerar el origen de la nación en un pasado lejano y casi
mítico, o la atribución de un carácter trascendente que tendía a atenuar,
resignificar o, en sus versiones más extremas, hacer desaparecer la voluntad
de sus miembros. El análisis de estas mutaciones excede las posibilidades del
presente trabajo, por lo que en estas líneas finales sólo me limitaré a realizar
algunas observaciones de carácter general.
Este breve recorrido comenzará por el mismo lugar que el anterior: los
diccionarios. En su edición de 1869, el Diccionario de la Real Academia no
parecía registrar cambio alguno, pues seguía definiendo a nación del mismo
modo que lo venía haciendo desde hacía más de un siglo. Sin embargo, en
las entradas siguientes que consignan algunos términos derivados de na-
ción: se advierte la existencia de usos y significados que dotaban de un nue-
vo sentido al concepto. Una de esas novedades fue la introducción de una
voz hasta entonces ausente como nacionalismo, si bien aún no se le atribuía

67
Bastidas y Becerra. La Independencia. p. 84.
68
Pinilla, Norberto. La polémica del romanticismo. Buenos Aires: Americalee, 1943.

48
La nación como concepto fundamental en los procesos de independencia hispanoamericana

carácter político alguno, pues se la definía como el “Apego de los natura-


les de una nación a ella propia y a cuanto le pertenece”. Esta cualidad, en
cambio, era consignada en la acepción que se le daba a la voz nacionalidad
y que en buena medida era tributaria del principio de las nacionalidades
elaborado y difundido por escritores, publicistas y políticos pertenecientes
al movimiento romántico y a los nacionalismos europeos. En efecto, mien-
tras que en las ediciones anteriores nacionalidad sólo aludía a una afección
particular de alguna nación, ahora aparecía definida por primera vez como
la “Condición y carácter peculiar de la agrupación de pueblos que forman
un Estado independiente”69.
Tal como suele suceder con los diccionarios, esta edición no hacía más
que recoger usos y significados que ya tenían varios años de existencia, in-
cluso algunas décadas. En el caso de las repúblicas hispanoamericanas se
puede apreciar que a partir de 1830 se produjo un creciente interés por co-
nocer, inventariar y difundir valores, instituciones y modos de vida locales.
Esta nota distintiva se expresaba a través de la voz nacionalidad, que si bien
todavía tenía un carácter algo difuso en cuanto a sus contenidos y a sus con-
tornos, evidenciaba la progresiva tendencia a aunar en el concepto nación
la pertenencia a una comunidad política representada por un Estado y una
identidad colectiva de carácter sociocultural.
Esta mutación conceptual fue posible por la concurrencia de varios
factores, comenzando por la conformación de identidades e intereses
compartidos entre distintos grupos sociales y regionales tras décadas de vida
independiente. Este proceso favoreció en algunos casos la consolidación de
estructuras estatales que, a su vez, procuraban dotarse de mayor legitimidad
alegando ser expresión de una nacionalidad. Más allá de los acuerdos,
alianzas y experiencias en común que posibilitaron este proceso, también
resultaron decisivos los conflictos y enfrentamientos en cuyo desarrollo se fue
afianzando la asociación entre nación, identidad y territorio. En ese sentido
cabe diferenciar tres tipos de conflictos armados. Los internos, que suelen
interpretarse como guerras civiles, y que en más de una ocasión provocaron
el debilitamiento de liderazgos regionales favoreciendo la consolidación de
estructuras estatales nacionales. Las guerras entre Estados americanos más
o menos consolidados, como la que sostuvieron Chile y la Confederación
Argentina con la Confederación Peru-Boliviana (1836-1839), la Guerra
de la Triple Alianza en la que Argentina, Brasil y Uruguay combatieron
contra Paraguay (1865-1870), o la Guerra del Pacífico que enfrentó a Chile

69
Real Academia Española. Diccionario de la lengua castellana. Undécima edición. Madrid: Imprenta
de Don Manuel Rivadeneyra, 1869, p. 631.

49
Fabio Wasserman

con Perú y Bolivia (1879-1883). Y, por último, los que involucraron a


potencias extranjeras como la ocupación de México por tropas de Estados
Unidos (1846-1848) y Francia (1862-1867), las intervenciones de Francia
e Inglaterra en el Río de la Plata entre 1838 y 1850, o los ataques de la
armada española a las costas del Pacífico (1864-1866). Estas consideraciones
merecen al menos dos precisiones para que no sean malinterpretadas. La
primera es que la distinción entre conflictos internos y externos no siempre
fue tan nítida, y de hecho en más de un caso fueron su propio desarrollo y su
desenlace los que contribuyeron a constituir expresiones, representaciones e
identidades nacionales, por no mencionar que también pudieron favorecer
la consolidación de Estados nacionales y la derrota de fuerzas que se
le oponían. La segunda es que no hay una relación automática de causa-
efecto entre conflicto bélico e identidades, pero sin duda tienden a crear
condiciones favorables para su difusión y consolidación.
Claro que para que esto hubiera sido posible, también fue necesario el
accionar de escritores y publicistas que elaboraron discursos y representa-
ciones en las que esas identidades cobraron forma. En ese sentido se des-
tacaron los autores románticos que colocaron a la nación, a la cultura y a
la identidad nacional en el centro de su producción literaria, periodística,
ensayística e historiográfica. Si bien todos estos géneros tuvieron una gran
importancia, quizás la más decisiva en el mediano y largo plazo haya sido la
historiográfica. En la trama que articulaba esos relatos históricos, que con
toda justicia comenzaron a considerarse historias nacionales, se aspiraba
a mostrar el proceso de constitución de la nación en un pasado lejano o,
al menos, el de los elementos que estaban predestinados a conformarla,
así como también el de las leyes o principios que regían su devenir y la
orientaban hacia un destino inexorable70. De ese modo, se les podía atribuir
un carácter trascendente que las hacía inmunes a las contingencias o a la
70
Para el concepto Historia me remito a los trabajos publicados en Fernández Sebastián, Javier.
Diccionario político y social, t. I pp. 551-692. Un panorama que trata diversos casos del vínculo
entre historia y nación en el siglo XIX se encuentra en Palacios, Guillermo comp. La nación y
su historia. Independencias, relato historiográfico y debates sobre la nación. América Latina, siglo
XIX. México: El Colegio de México, 2009. Un examen comparativo de tres historias nacionales
producidas en la segunda mitad del siglo XIX en Devoto, Fernando. “La construcción del relato de
los orígenes en Argentina, Brasil y Uruguay: las historias nacionales de Varnhagen, Mitre y Bauzá”.
Ed. Jorge Myers y Dir. Carlos Altamirano. Colección, Historia de los intelectuales en América
Latina. I. La ciudad letrada, de la conquista al modernismo. Buenos Aires: Katz Editores, 2008, pp.
269-289. Mayores precisiones sobre qué podía considerarse una historia nacional, en Wasserman,
Fabio. Entre Clío y la Polis. Conocimiento histórico y representaciones del pasado en el Río de la Plata
(1830-1860). Buenos Aires: Teseo, 2008, pp. 91-107.

50
La nación como concepto fundamental en los procesos de independencia hispanoamericana

voluntad de los hombres, tal como lo explicitó Bartolomé Mitre en 1852 al


referirse a la nacionalidad argentina:

La tradición, los antecedentes históricos, la constitución geográfica, los sacri-


ficios comunes, la identidad de creencias y de carácter, la unidad de raza, la
llanura no interrumpida de la pampa, y esa atracción misteriosa que ejerce
un pueblo sobre otro, todo conspira a hacer que la Confederación Argentina
sea una indivisible [sic] como la túnica del Redentor.
Este sentimiento, este principio es más fuerte que los hombres, es más fuerte
que los pueblos mismos. En vano sería reaccionar contra él […]
La nacionalidad es una ley orgánica, una ley constitutiva de ese pedazo de
tierra que se llama hoy Confederación Argentina. Es independiente de la vo-
luntad de los hombres, porque reside en todos los elementos esenciales de la
sociedad, circula en su sangre, se aspira con el aire, es el alma de este cuerpo
y como el alma todavía vivirá a semejanza del patriotismo romano cuando se
disuelva el cuerpo que lo albergo71.

Ahora bien, aunque para ese entonces el nuevo sentido de nación estaba
disponible y puede encontrarse en las producciones intelectuales y en
los debates públicos, lo cierto es que tardó mucho tiempo en imponerse.
En efecto, hasta avanzada la segunda mitad del siglo XIX siguió prevaleciendo
la concepción pactista de nación cuya legitimidad radicaba en la voluntad
o en el libre consentimiento de sus miembros tal como se había ido afirmando
al calor de las revoluciones de independencia. Las innovaciones que tendían a
fundir su sentido étnico y político, recién terminarían de cuajar y mostrarían
toda su potencialidad décadas más tarde cuando lograron consolidarse los
Estados nacionales que buscaron fundarse y legitimarse en el principio de
las nacionalidades. Claro que para ese entonces el panorama social, político
e intelectual había sido radicalmente transformado y el mundo en el que
había sido concebido ya era inevitablemente otro.

71
“Nacionalidad” en El Nacional nº 137. Buenos Aires: Imprenta Argentina, 27/10/1852.

51
Fabio Wasserman

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56
Capítulo 2

LA CIENCIA EN LA CONFORMACIÓN DE LA NACIÓN:


EL CASO DE MÉXICO

Juan José Saldaña1

En la época moderna las grandes revoluciones contaron con la ciencia y


la técnica como parte muy importante del imaginario que las motivó y con
su intervención para la nueva gobernabilidad que instauraron. Una revolu-
ción verdadera tiene una propuesta de nueva sociedad que sus élites autó-
nomas conciben y que un conjunto de hechos históricos permiten que se
plasme en instituciones políticas nuevas. Estas élites (de nacimiento, rango,
patrimonio o mérito) han sido consideradas como factor muy importante
del cambio revolucionario por los estudiosos de la política2, pero sin incluir
normalmente a las élites intelectuales de carácter científico o a aquellas que
usufructúan los resultados de la ciencia bajo la forma de técnicas produc-
tivas. Esto a pesar de su relevante papel tanto ideológico como práctico
en la confección del imaginario revolucionario modernizador como en su
desarrollo y ejecución.

1
Doctor en Filosofía e Historia de las Ciencias por la Universidad de París. Profesor de la
Universidad Nacional Autónoma de México. Su campo de estudio es la historia de la ciencia en
México y América Latina. Dentro de sus últimas publicaciones se destacan La casa de Salomón
en México: estudios sobre la institucionalización de la docencia y la investigación científica editado
por Universidad Nacional Autónoma de México, Las revoluciones políticas y la ciencia en México
editado por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, Ciudad de México, Metrópoli Científica.
Una historia de la ciencia en situación editado por Ediciones Amatl/Instituto de Ciencia y
Tecnología.
2
Pareto, Wilfrido. Forma y equilibrio sociales (extracto del tratado de Sociología General. Madrid:
Alianza Editorial, 1967, parágrafo 2146.
Juan José Saldaña

La Revolución de Independencia y la ciencia

Los procesos de emancipación política de las naciones latinoamericanas


se consolidaron entre 1810 y 1824. En la mayoría de los casos ésta se consi-
guió al término de una guerra más o menos prolongada y cruenta con Espa-
ña. En el caso de la Nueva España fueron diversos los factores que la desen-
cadenaron, unos fueron de naturaleza histórica como lo era el conjunto de
agravios que España había cometido en perjuicio de la población blanca de
origen europeo asentada de tiempo atrás en la Colonia, así como de la mesti-
za y de la indígena. Otros y muy influyentes fueron los deseos de segmentos
de la élite ilustrada y marginada con los que imaginaban escenarios futuros
en los que la ciencia y la técnica modernas tendrían un papel importante
para la obtención de “la felicidad pública” en una patria independiente. Al
conseguirse la Independencia, en 1821, se transitó de lo privado a lo público
en materia educativa y científica para materializar un proyecto de “ciencia
nacional” basado en la ciencia moderna. En las revoluciones políticas que
transformaron a las sociedades de régimen antiguo se encuentra regular-
mente la intervención de científicos en el proceso histórico de cambio social
y político, motivados tanto por su propio interés por crear condiciones de
viabilidad para su ciencia cuanto por aportar un elemento consustancial al
mismo: gobernar con la razón y con la ciencia3.
Los historiadores están de acuerdo en señalar a la política europea segui-
da por España como uno de los factores en la desintegración de su imperio,
pues condujo a sucesivas guerras cuyo peso en buena medida se hacía gra-
vitar sobre sus colonias americanas a través de impuestos y préstamos for-
zosos. Pero en el caso de la Nueva España también eran importantes la cada
vez más numerosa y mejor educada élite criolla que se resentía del continuo
apartamiento de que era objeto en la administración virreinal, la judicatura,
el ejército, los cargos eclesiásticos y en las nuevas instituciones científicas. De
la misma manera la crisis general de la economía y la existencia de un orden
social, jurídico y político caduco que se sustentaba en una base demográfica
formada por castas empobrecidas y la dualidad de criollos y “gachupines”
privilegiados; asimismo, la subsistencia del sistema de gremios que entorpe-
cía el desarrollo de la industria moderna, la estructura de la propiedad ecle-
siástica de manos muertas así como la presencia de grandes haciendas. Las
prohibiciones para producir productos industriales localmente se sumaba al
malestar social que se expresaba de múltiples maneras entre el campesinado,

3
Véase Saldaña, Juan José.“Introducción: Revoluciones, ciencia y política”. Las revoluciones políticas
y la ciencia en México, t. I, México: CONACYT, 2010, pp. 9-33.

58
La ciencia en la conformación de la nación: el caso de México

los indígenas, y las masas asalariadas mal pagadas de la minería, la industria


textil, azucarera, etc.; la crisis por la que atravesaba la Iglesia novohispana
debida a los intereses opuestos entre el alto y bajo clero, entre otros factores
también importantes4.
En materia educativa y científica, en la Nueva España la sociedad seguía
siendo tradicional y prevalecía una enseñanza basada en la escolástica im-
partida en instituciones obsoletas como la universidad y los colegios de las
órdenes religiosas. Algunos intentos de modernización científica habían
sido promovidos por la Corona con la intención de controlar y explotar con
mayor eficiencia a la colonia. Era el caso de las ciencias aplicables a la mine-
ría y de la botánica (para la exportación de plata y de plantas de uso medici-
nal e industrial), lo cual limitaba considerablemente su efecto modernizador
en la sociedad. Una de sus características era el autoritarismo con el que se
imponían teorías como el sistema de taxonómico de Linneo en botánica5 o
el método de Born para la metalurgia6 en un país que poseía una tradición
propia en esos campos; otra era la designación solamente de españoles en
las instituciones científicas, lo que generaba inconformidad de la élite cien-
tífica criolla que demandaba para sí esos cargos y pasaba a ser marginal en el
ejercicio del poder; los mineros también se oponían a las innovaciones que
se introducían en la industria7. Estos factores, junto con los ya mencionados,
provocaron una tensión social que determinó la participación en mayor o
menor medida de toda la sociedad en el proceso de ruptura política con Es-
paña que tuvo su inicio en 1808.
El 19 de julio de 1808, con motivo de la abdicación de la familia real a sus
derechos a la corona de España en beneficio de Napoleón Bonaparte, y en
vista de los numerosos agravios que el gobierno español había hecho a los
americanos, el Ayuntamiento de la ciudad de México sostuvo con argumen-
tos legales que en la ausencia del Rey la soberanía retornaba al pueblo. Esta

4
Olmos Sánchez, Isabel. La sociedad mexicana en vísperas de la Independencia (1787-1821). Murcia:
Universidad de Murcia, 1989; De Estrada, Dorothy Tanck y Marichal, Carlos. “¿Reino o colonia?
Nueva España, 1750-1804”. Nueva historia general de México. México: el Colegio de México, 2010,
pp. 307-354.
5
Lozoya, Xavier. Plantas y luces en México. La Real Expedición Científica a Nueva España (18787-
1803). Madrid: Ediciones del Serbal, 1984.
6
Saldaña, Juan José. “The Failed Search of ‘Useful Knowledge’: Elightened Scientific and
Technological Policies in New Spain”. Cross Cultural Diffusion of Science: Latin America. Colección
Cuadernos de Quipu 2. México: Sociedad Latinoamericana de Historia de las Ciencias y la
Tecnología, 1987, pp. 33-58.
7
Brading, David. Mineros y comerciantes en el México borbónico (1763-18109). México: Fondo
de Cultura Económica, 1975; Izquierdo, José Joaquín. La primera casa de las ciencias en México.
El Real Seminario de Minería (1792-1811). México: Ediciones Ciencia, 1958.

59
Juan José Saldaña

declaración era equivalente a proclamar la independencia por lo que se le


propuso al Virrey la integración de una Junta de Gobierno para la Nueva Es-
paña que quedaría bajo su presidencia. Los españoles residentes en México
viendo en esta audaz medida una amenaza para sus privilegios reaccionaron
junto con otras autoridades locales para desconocer del Virrey y encarcelar
a los autores de la proclamación hecha por el Ayuntamiento. Se trató de un
golpe de Estado que rompió la legalidad existente para mantener el estado
de cosas pero que, al mismo tiempo, abrió el camino a otras vías para con-
seguir la independencia.
En 1809 y 1810 se produjeron conspiraciones contra el gobierno. La 1810
condujo a un levantamiento armado convocado por el cura Miguel Hidal-
go y un grupo de patriotas el 16 de septiembre de ese año en el pueblo de
Dolores en el actual Estado de Guanajuato. Esta insurrección fue secundada
por numerosos campesinos, artesanos, gente del pueblo y por un pequeño
batallón de ejército. En pocas semanas los insurgentes contaron con un gran
apoyo popular y obtuvieron sus primeros triunfos militares sobre el ejército
realista llegando a inclusive amenazar a la ciudad de México al apoderarse
de sus cercanías. Las tropas insurgentes, sin embargo, se dirigieron al centro
del país donde lograron el control militar y político de la zona, así como
poner en marcha su programa político con sus primeras leyes como la que
declaraba la abolición de la esclavitud, y procediendo también a otros actos
de gobierno como nombrar autoridades, batir moneda y construir cañones.
Si bien el movimiento de independencia a pocos meses de iniciada la
lucha perdió a sus principales dirigentes, pues fueron atrapados y fusila-
dos por tropas del gobierno virreinal, eso no significó su liquidación pues
otros levantamientos de insurgentes tuvieron lugar en varias partes del te-
rritorio. Para el 6 de noviembre de 1813 José María Morelos proclamó una
Declaración de Independencia y en octubre de 1814 un congreso reunido
en Apatzingán por Morelos redactó la primera constitución de México o
“América Septentrional” como se le llamó originalmente. Sin embargo, la
superioridad del ejército español logró reducir a los insurgentes pero sin
llegar a conseguir la pacificación completa del país por casi una década. La
independencia de España se alcanzó hasta 1821. Para conseguirla fue nece-
saria una hábil negociación política entre los antiguos rebeldes y los criollos
que representaban a los sectores económicos y políticos dominantes, para
quienes la independencia resultaba preferible al liberalismo que desde el año
anterior se había instalado en España por segunda vez (la primera fue en
1812), misma que había obligado al Rey a reconocer una constitución para
la Monarquía.

60
La ciencia en la conformación de la nación: el caso de México

La dinámica intelectual y política

Esos fueron los hechos históricos producto del dinamismo social y polí-
tico que se había creado en la sociedad novohispana como expresión de su
propio desarrollo. Este desarrollo era visible en la economía que tenía en el
mercado interno, diversificado y en crecimiento, a su principal motor (como
era el abastecimiento a la minería, por ejemplo). Desde la segunda mitad del
siglo XVIII para un segmento de la élite criolla era evidente que la ciencia y
la técnica modernas estaban llamadas a desempeñar un papel fundamental
en la estructuración de la sociedad. La ciencia constituía para este grupo
la visión anticipada de lo que habría de ser la nueva sociedad e influía en
la conformación de la ideología del progreso propia de la modernidad del
mundo occidental a la que se aspiraba8.
Entre los primeros proyectos concebidos por los criollos para lograr una
explotación racional y sistemática de la riqueza minera del país con el empleo
de la ciencia y la técnica está el que propuso el criollo Francisco Xavier de
Gamboa. En 1761 publicó “un Comentario general y comprehensivo” sobre
las ordenanzas de minería que se aplicaban a esta industria9 analizándolas
desde el punto de vista tecnológico, jurídico y económico. Las propuestas que
hizo no fueron aceptadas aunque si influyeron en los planes reformistas que
el gobierno puso en marcha más tarde para rentabilizar a la actividad minera.
En 1774 los también criollos Juan Lucas Lassaga y el profesor de mate-
máticas Joaquín Velázquez de León, dirigieron al Rey un memorial sobre
la minería con un conjunto de propuestas para reformarla10. Pero, luego de
constatar que la minería era conducida por lo que llamaron “una práctica
ciega y desnuda de todo principio científico”, y que su ejercicio se apren-
día “por imitación”11, concibieron una escuela para ofrecer enseñanza de
las ciencias modernas aplicables a los trabajos mineros y metalúrgicos. En
el programa de estudios que proponen al Rey se mencionan a la física ex-

8
Griffin, Charles C.“The Enlightenment and the Latin American Independence”. The Origins of
Latin American Revolutions 1808-1826. Ed. R. A. Humphreys y J. Lynch. New York: Alfred A.
Knopf, 1965, p. 51.
9
de Gamboa, Francisco Xavier. Comentarios a las Ordenanzas de Minería, edición facsimilar.
México: Casa de Moneda, 1986. Véase igualmente el estudio introductorio a esta obra en Trabulse,
Elías. “Francisco Xavier Gamboa y sus Comentarios a las Ordenanzas de Minas de 1761”,
pp. 19-52.
10
Lassaga, Juan Lucas y Velázquez de León, Joaquín. Representación que a nombre de la Minería
de esta Nueva España. Edición facsimilar. México: Sociedad de Ex-Alumnos de la Facultad de
Ingeniería, 1979.
11
Ibíd. pp. 37-38.

61
Juan José Saldaña

perimental, las matemáticas modernas y la química, entre otras, como las


disciplinas necesarias para la formación de los futuros ingenieros de minas.
Igualmente, señalan que la enseñanza deberá ser tanto teórica como prác-
tica. Otra propuesta muy importante, pues con ella se pretendía formar en
el país a científicos y no sólo a técnicos, era que “Unos [estudiantes] podrán
dedicarse solamente a las ciencias matemáticas…”12.
Estas ideas condujeron al establecimiento en la ciudad de México en 1792
del Real Seminario de Minería como parte del proyecto de reforma econó-
mica que venía desarrollando la Corona. En esta institución se enseñaron
por primera vez en México las ciencias modernas aplicables a la minería y
la propuesta para formar individuos que se dedicasen sólo a las ciencias fue
ignorada por el Consejo de Indias que aprobó el proyecto. La escuela tuvo
un importante papel en la difusión del ideal de la Ilustración entre diversos
sectores sociales pues a sus aulas asistieron no solamente los hijos de mine-
ros como originalmente se pensó sino, por su prestigio, “…muchos sujetos
del primer rango de esta capital y de todo el Reyno, han solicitado poner en
él con preferencia a otros colegios a sus hijos para proporcionarles una bue-
na educación, y la instrucción de las ciencias que en él se enseñan”13.
Fue en la misma época cuando surgió el interés por difundir las ciencias y
las llamadas “artes útiles” a través del periodismo publicado en la ciudad de
México. El primer periódico propiamente científico fue el Diario Literario de
México publicado por José Antonio Alzate en 1768, en el que, por ejemplo,
se da noticia sobre la máquina de vapor y sus posibles usos. Este inquieto
científico criollo se impuso una enorme tarea de divulgación a realizarse
en los treinta años siguientes, pues publicó también: Asuntos varios sobre
ciencias y artes (1772-1773), Observaciones sobre la física, historia natural y
artes útiles (1787-1788) y las Gacetas de Literatura de México (1788-1795) se
trató de una obra periodística con carácter verdaderamente enciclopédico,
pues cubre diversos temas como astronomía, física, geografía, arqueología,
biografías de científicos, medicina, historia natural, agricultura, maquinaria
e invenciones, minería, geología, sismología, etc.
Otras publicaciones fueron el Mercurio Volante, con noticias importantes
y curiosas sobre física y medicina, de José Ignacio Bartolache (1772-1773);
y Advertencias y reflexiones varias conducentes al buen uso de los reloxes

12
Ibíd., p. 68.
13
Ramírez, Santiago. Datos para la Historia del Colegio de Minería. Edición facsimilar de la original
de 1890, México: SEFI, 1982, p. 208; sobre la enseñanza de las ciencias en el Seminario de Minería,
véase: Izquierdo, José Joaquín. La primera casa de las ciencias en México: el Real Seminario de
Minería (1792-1811) caps. IV-XI.

62
La ciencia en la conformación de la nación: el caso de México

grandes y pequeños y su regulación. Papeles periódicos, publicado por Diego


de Guadalajara en 1777 dedicada a la cronometría y a la construcción de ins-
trumentos. A partir de estos antecedentes, y contando con un público cada
vez más amplio, el periodismo científico y técnico se desarrolló y se extendió
rápidamente a las principales ciudades del país con lo cual se formó una idea
de la ciencia como algo de gran utilidad para la sociedad.

Revolución y militarización de la ciencia

En 1808 el Tribunal y Seminario de Minería a través de su director, el mi-


neralogista español Fausto de Elhúyar, para hacer frente a las amenazas de
invasión por parte de Inglaterra y Francia ofreció al Virrey la construcción
de 100 cañones y la incorporación de los estudiantes de la escuela al ejér-
cito con el carácter de ingenieros por los conocimientos de matemáticas,
física y química metalúrgica que poseían14. Los cañones fueron construidos
en los talleres de fundición que tenía en la ciudad de México el escultor
español Manuel Tolsá, como dice Carlos María de Bustamante, “sin dete-
nerse en gasto”15. Estos cañones ya estaban construidos en buena parte para
1810 y se usaron para asegurar la defensa de la capital ante la amenaza de
ocupación por parte de las fuerzas insurgentes anteriormente mencionada.
Durante los diez años que duró la guerra la escuela se mantuvo partidaria
del régimen colonial contribuyendo a la guerra contrainsurgente con sus
alumnos y algunos profesores actuando como técnicos del ejército realista
y con materiales para la fabricación de armamento16. En el tiempo en que
duró la guerra su funcionamiento académico y el apoyo que recibía se vio
alterado por causa de la actividad militar que afectaba los intereses econó-
micos de los mineros, que eran quienes la financiaban. En 1816 se llegó a
considerar su clausura.

14
Comunicación de Elhúyar al Virrey Iturrigaray del 28 de julio de 1808, Archivo Histórico del
Palacio de Minería, Exp. 1808-III, 143, d 3; véase Saldaña, Juan José. Las revoluciones políticas y la
ciencia en México. t. I, capítulo III.
15
De Bustamante, Carlos María. Cuadro Histórico de la Revolución Mexicana. Edición facsimilar de
la de 1848, t. I, México: Fondo de Cultura Económica, p. 76; Sobre el costo de la fabricación de los
cañones, ver: “Libro de cajas de cuentas de cargo y data pertenecientes a la ejecución de cañones de
campaña…”, 9 de marzo de 1814, Archivo Histórico del Palacio de Minería, Exp. 1808-III/143 d.3.
16
En 1807 la escuela logró poner en funcionamiento una ferrería en Coalcomán (la primera que
hubo en el país), para abastecer de fierro y acero al ejército y a las minas. Su creador fue el profesor
Andrés Manuel del Río contando para ello con la colaboración de varios estudiantes. Véase:
“Discurso sobre la ferrería de Coalcomán, leído en los actos de Minería por D. Andrés del Río”.
Suplemento al Diario de México. 18 de marzo de 1810, número 1629, t. XII.

63
Juan José Saldaña

El movimiento revolucionario, por su parte, al inicio se encontró sin


armamento para sus acciones pues solamente contaba con escasas lanzas y
machetes, más algún armamento del regimiento a cargo del coronel Ignacio
Allende quien se había sumado a la insurrección. En la causa que se le abrió
a éste el 10 de mayo de 1811, luego de su captura por las tropas realistas,
Allende señala que habían sido mínimos los preparativos propiamente
militares y “que las Armas eran tan pocas, y tanta la morosidad con que
se procedía en fabricarlas, pues cree que no había una Docena de lanzas
fabricadas…”17. Además estaba el hecho de que “ni aquellos cortos días
podían ser de provecho sin fondos ni artífices para hacer armas”18. Quienes
construyeron las armas y los cañones que necesitaban los insurgentes fue
un pequeño grupo de jóvenes egresados del Seminario de Minería que
laboraban como ingenieros en las minas de Guanajuato cuando el ejército
de Miguel Hidalgo se apoderó de la plaza19, empleando para ello hierro
obtenido de la ferrería de Coalcomán. Como la ciudad de Guanajuato fue
tomada posteriormente por el ejército realista, sus defensores, entre quienes
se encontraban estos ingenieros de minas, fueron ahorcados o degollados.
De esta manera podemos constatar que los conocimientos científicos y
técnicos que adquirieron en el Seminario de Minería los jóvenes que por
primera vez estudiaban a las ciencias modernas fueron puestos al servicio
de la guerra por ambos bandos. Fue una demostración, aunque inhumana,
de la capacidad que tendría el conocimiento científico para incidir en la
vida del México independiente que nacía, si bien desgarrado entre quienes
miraban con ópticas diferentes el futuro de su patria.
A pesar de la orientación antirrevolucionaria que asumió la principal
institución científica que existía en el país, el espíritu patriótico no dejó de
estar presente entre algunos de sus miembros. En 1821 los alumnos Joaquín
Velázquez de León y Miguel Mateos se separaron del colegio para incorpo-
rarse a la lucha por la independencia20. Pero la figura más distinguida del
seminario, el profesor español Andrés Manuel del Río, radicado en el país
desde hacía casi 30 años y descubridor del elemento químico Vanadio21, fue

17
“Causa instruida contra el generalísimo D. Ignacio Allende”. En Genaro García. Documentos
históricos mexicano. tomo VII, México: Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología,
1910, p. 21.
18
Ibíd., p. 33.
19
Entre ellos se encontraban los antiguos estudiantes de la escuela de Minas Casimiro Chovell,
Mariano Jiménez, Rafael Dávalos y Ramón Fabié.
20
Ramírez, Santiago. Datos para la historia del Colegio de Minería. México: SEFI, 1982, p. 247.
21
Llamado por del Río “Eritronio”. Sobre el descubrimiento del elemento número 23 y las
circunstancias por las qué no le fue reconocido este descubrimiento a del Río, véase: Rubinovich,

64
La ciencia en la conformación de la nación: el caso de México

quien mantuvo todo el tiempo una abierta simpatía por la lucha indepen-
dentista misma que infundía a sus alumnos al considerar que la libertad
habría de crear las mejores condiciones para el cultivo de la ciencia. En 1820
fue electo diputado por México a las Cortes de Cádiz con motivo de la res-
tauración liberal que se produjo en España, sosteniendo ahí la causa de la
Independencia junto con otros científicos y algunos egresados del seminario
que actuaban como diputados igualmente. En vísperas de la independencia
Del Río escribía al mineralogista francés René-Just Haüy expresándole su
confianza en el futuro científico que se avecinaba para México: “en tiempos
de servidumbre estaba nuestra ilustración atrasada respecto a la de Europa;
mas ahora por fortuna pronto nos pondremos de nivel”22.
La convicción de que la libertad impulsaría a la ciencia como factor de go-
bernabilidad del nuevo Estado la expresaron nítidamente Pablo de la Llave y
Juan José Martínez de Lejarza en una obra botánica de 1824. La obra se titula
“Descripciones de nuevos vegetales”23 y cuenta con una significativa dedica-
toria a los héroes de la Independencia y también la designación con sus nom-
bres de las nuevas especies vegetales que identificaron. Por ser esto último
inusual, en el prefacio del libro argumentan su decisión diciendo que también
se deben emplear para las nuevas especies vegetales los nombres de “los jefes
inmortales de nuestra nación, a pesar de que para nada hayan sido instruidos
en el conocimiento de las plantas”, pues no parece que tengan que ser despre-
ciados, quienes cautivados e impulsados por el amor a la verdad, o cultivan las
ciencias, o impulsan con la simpatía y con la humanidad a su cultivo.
Es decir, que quienes desde el Estado nacional impulsan el cultivo de las
ciencias, y el Estado mismo, realizan en la nueva sociedad independiente
una función que es esencial y decisiva para las ciencias también, y por ello
afirman:

¿quién no ve que las acciones increíbles de nuestros varones… están unidas


al incremento de las buenas artes? ¿Quién es tan ignorante de las cosas, que
no se dé cuenta, cuántos beneficios en el futuro haya acarreado para el es-
tudio de las ciencias naturales la libertad, la cual aquéllos prepararon para
nosotros…24.

Raúl. “Andrés Manuel del Río y sus Elementos de Oritognosia de 1795-1805”. Elementos de
Oritognosia. 1795-1805. Edición facsimilar, Andrés Manuel del Río. México: Universidad Nacional
Autónoma de México, 1992, pp. 20-29.
22
“Carta dirigida al señor Abate Haüy… por Don Andrés Manuel del Río…”. Semanario político y
literario. 20 de diciembre de 1820 y 10 de enero de 1821.
23
Paulli de la Llave et Ioanis Lexarza, Novorum Vegetabilium Descriptiones, Mexici, Apud Martinum
Riveram, MDCCCXXIV.
24
Ibíd., “prólogo”, trad. José Tapia Zúñiga.

65
Juan José Saldaña

Una nueva política científica

La dinámica histórica
Al triunfo de la revolución, en septiembre de 1821, se estableció un
gobierno provisional y un congreso para elaborar la constitución del país.
En mayo de 1822 mediante un golpe de estado Agustín de Iturbide se pro-
clamó Emperador de México. Iturbide era un militar criollo que había
sido el artífice principal del acuerdo político que condujo a la Indepen-
dencia. Pero para marzo de 1823 ya no contaba con el consenso político
que había alcanzado antes y un levantamiento armado, reclamando el res-
tablecimiento del congreso, precipitó su caída. El nuevo congreso consti-
tuyente contaba con un nuevo consenso político e influido por las ideas
republicanas aprobó en 1824 una constitución federal para el país, con
régimen presidencial y estados soberanos. El primer presidente constitu-
cional de la República fue el antiguo revolucionario Guadalupe Victoria
quien gobernó por un periodo de cuatro años. El país se encontraba con
una economía muy afectada por la desastrosa Guerra de Independencia
de diez años de duración y para remediar la situación se tomaron dos em-
préstitos de Inglaterra. A partir de la elección de Vicente Guerrero como
presidente, un viejo revolucionario de origen mestizo y con fuerte arraigo
popular, la situación política se volvió inestable y la crisis se agudizó por
la deuda pública. Guerrero tuvo que enfrentar a enemigos internos y a una
expedición española de reconquista a la que logró vencer. En 1829 Gue-
rrero fue desplazado del poder por un levantamiento encabezado por el
Vicepresidente Anastasio Bustamante. Éste, contando con la participación
de Lucas Alamán como ministro, gobernó para favorecer a la aristocracia
conservadora y para disminuir el poder de los estados fortaleciendo al
gobierno federal. Bustamante, a su vez, fue también relevado del poder al
finalizar 1832 por la presión que ejercieron levantamientos armados de
varios estados que reclamaban un regreso al federalismo. Al iniciarse el
año de 1833 fue electo un nuevo gobierno con Antonio López de Santa
Anna como presidente y el médico Valentín Gómez Farías como vicepre-
sidente. El Vicepresidente estuvo al frente del gobierno parte de ese año y
los primeros meses del siguiente, lapso durante el cual puso en práctica un
conjunto de reformas económicas y sociales radicales (como la desamorti-
zación de los bienes de la Iglesia) demandadas por los ahora denominados
“liberales”.

66
La ciencia en la conformación de la nación: el caso de México

La política: de lo privado a lo público en la ciencia

Al triunfo de la revolución de Independencia no fueron solamente las


cuestiones relacionadas con la organización del nuevo Estado las que agita-
ban los ánimos en la sociedad mexicana, sino también lo relativo al tipo de
organización que debería darse a la ciencia en el país, así como la definición
de sus objetivos cognoscitivos y políticos. Entre 1821 y 1833 más de una
decena de proyectos fueron debatidos y algunos también puestos en prác-
tica. Sin embargo, en esta etapa fundacional siguieron siendo intelectuales
los promotores de una política para la ciencia hasta que el Estado estuvo en
capacidad de definir un carácter nacional y público para la ciencia.
El debate al principio consistía en aclarar si la ciencia debería orientarse
por un programa político monárquico o republicano. En 1822 Tadeo Ortíz
de Ayala y Juan Wenceslao Barquera25 proponen una organización para
la ciencia acorde con el régimen monárquico del que eran partidarios.
El primero imagina la construcción de un barrio en la ciudad de México para
glorificar al Imperio con un conjunto de instituciones como una universidad,
un gabinete de historia natural, un laboratorio químico, un observatorio
astronómico y una academia de todas las artes. El segundo promovió la
creación de sociedades patrióticas26 para estimular el desarrollo de “todo
género de conocimientos útiles” por parte de los ciudadanos mismos.
Ambos autores, en sintonía con la vida política del momento, propusieron
una ciencia ya fuera como parte del ornato del imperio o como un plan de
educación y fomento de las ciencias a cargo de los particulares.
El pensamiento republicano en la ciencia se anuncia en 1822 con la pro-
puesta de dos diputados, los médicos José Miguel Muñoz y Valentín Gómez
Farías, para abolir las instituciones médicas del periodo colonial (el Protome-
dicato principalmente) y la forma de enseñar medicina substituyéndola por
la enseñanza unificada de médicos, cirujanos y boticarios a cargo del Estado.
En 1823 Muñoz escribió un libro para defender esta proposición de los ata-
ques de quienes actúan por “egoísmo, el amor al mando y la equivocación”27.

25
Ortiz de Ayala, Tadeo. México considerado como nación independiente y libre. Edición facsimilar.
México: Instituto de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1987; Barquera, Juan
Wenceslao. Lecciones de política y derecho público para instrucción del pueblo mexicano. Edición
facsimilar. México: UNAM, 1991.
26
A diferencia de otras regiones de la América española en la Nueva España no existieron sociedades
patrióticas o de amigos del País
27
Muñoz, José Miguel. Memoria Histórica en la que se refieren el origen, progresos y el estado de
brillantez actual de la ciencia del hombre físico entre los extranjeros, y el empirismo con que se ejerce
entre nosotros por falta de colegios especiales donde se estudie teórica y prácticamente. México: 1823.

67
Juan José Saldaña

Francisco Severo Maldonado, antiguo insurgente, en 1823 y también des-


de una óptica republicana propuso la creación de un Instituto Mexicano for-
mado por un grupo de sabios y dedicado al cultivo de las ciencias, así como
la creación de observatorios, gabinetes de historia natural, bibliotecas, etc.,
a cargo de la república, por ser la ciencia y su aplicación indispensables para
la sociedad28.
En el ámbito estatal, Lucas Alamán, un antiguo alumno de la Escuela de
Minas y Ministro en el gobierno, proponía en 1823 al Congreso Constitu-
yente que el nuevo Estado contara con un plan general “que abrace todas
las ciencias y que facilite la adquisición de aquellos conocimientos que son
necesarios para la conservación de la sociedad, o que sirven para su prospe-
ridad y adorno”29. Al igual que venía sucediendo en las demás naciones ame-
ricanas, unos meses más tarde los autores de Constitución mexicana de 1824
en la exposición de motivos establecían el objetivo prioritario de impulsar a
la ciencia al afirmar que “La Ilustración es el origen de todo bien individual
y social”, para luego, citando a Newton, Franklin, Rousseau y Montesquieu
afirmar que pretendían ofrecer al país un orden político racional análogo al
que la ciencia había establecido. La constitución en su artículo 50 contenía
una serie de disposiciones que creaban obligaciones al Estado en materia
de educación, ciencia y tecnología como era el establecimiento de colegios
militares y de ingenieros, la creación de institutos científicos en la ciudad de
México y en los estados, reconocer a los autores derechos de exclusividad
para el usufructo de sus obras, etcétera30.
Al amparo de estas ideas y de las esperanzas puestas en la Independen-
cia, los miembros más destacados de la comunidad científica como Andrés
Manuel del Río, José Manuel Cotero, Lucas Alamán y otros, tomaron en
1826 la iniciativa para crear en la ciudad de México el Instituto de Ciencias,
Literatura y Artes siguiendo el modelo de Institut de France31. Esta iniciativa
contó con el beneplácito del Estado que le ofreció un subsidio anual, mismo
que no llegó a materializarse por la crisis económica que empezó a vivirse en
el país ese año. El instituto en realidad fue concebido como una institución

28
Severo Maldonado, Francisco. Contrato de Asociación para la República de los Estados Unidos de
Anáhuac por un ciudadano del Estado de Jalisco. Guadalajara, 1823. Véase el Capítulo IV “De la
Instrucción Nacional”.
29
Memoria que el Secretario de Estado y de Despacho de Relaciones Exteriores é Interiores presenta al
Soberano Congreso Constituyente. México: 1823, p. 36.
30
Saldaña, Juan José. “Science and Freedom: Science and Technology as a Policy of the New
American States”. Science in Latin America. A History. Ed. Juan José Saldaña. Austin: University of
Texas Press, 2006, pp. 151-162.
31
Memorias del Instituto de Ciencias, Literatura y Artes. México, 1826.

68
La ciencia en la conformación de la nación: el caso de México

privada que se sostendría con las aportaciones económicas de sus miembros


pues el Estado solamente le reconocía utilidad pública pero no establecía
una relación vinculante con él. Siguiendo una inercia que venía desde la
Colonia, las instituciones educativas y científicas como la universidad, los
colegios religiosos y el Seminario de Minería se encontraban bajo el patroci-
nio económico de los particulares, y fue natural por ello considerar al insti-
tuto como de naturaleza privada. Sin duda empezaba entonces a sentirse la
necesidad de una política estatal en materia científica, una que considerara
a la ciencia con una visión moderna y un carácter público integrador de la
nueva nación.
Esta nueva concepción surgió finalmente como parte de la evolución que
siguieron los acontecimientos históricos. En 1833 el gobierno republicano
y liberal que encabezó por breve tiempo Gómez Farías formuló la política
científica del Estado nacional (si bien aplicable solamente en el Distrito de
México y territorios federales). Para los liberales de entonces el liberalismo
era aplicable en la economía pero concebían también un “liberalismo social”
de naturaleza diferente al del espíritu librecambista32. Pensaban que dejar a la
sociedad solamente a su inercia prolongaría los vicios coloniales heredados
como eran los fueros y privilegios de las corporaciones civiles y religiosas, la
concentración de la riqueza en las manos de la Iglesia, la discriminación y la
desigualdad entre los diversos sectores de la población y el atraso del país.
Este liberalismo social piensa que el Estado nacional no es solamente un ár-
bitro en la sociedad sino un actor fundamental del cambio social.
Esta perspectiva de intervención del Estado la compartían las dos fuerzas
políticas más importantes que existían en el país, los conservadores y los
liberales, en cuanto a la modernización se refiere. Sin embargo, en su diseño
político estas ideologías diferían, particularmente en lo que a la moderniza-
ción educativa, científica y técnica toca, pues correspondían a intereses y a
visiones de la nación diferentes.

La ciencia pública, un proyecto conservador

Lucas Alamán volvió a la Secretaría de Relaciones nuevamente en 1830


formando parte del gobierno de Anastasio Bustamante y desde ahí promovió
un proyecto de apoyo a la industria con algunas implicaciones para la
educación técnica. Luego de un periodo de profunda inestabilidad política
y levantamientos en 1828 en contra del gobierno legítimamente electo de
Manuel Gómez Pedraza, fue nombrado Presidente Vicente Guerrero (último

32
Reyes Heroles, Jesús. El liberalismo mexicano. t, 2. México: Fondo de Cultura Económica, 1988.

69
Juan José Saldaña

representante de la revolución insurgente y federalista) y Vicepresidente


Bustamante (representante de la facción conservadora y partidario de un
gobierno centralista). Éste, a su vez, se levantó contra Guerrero a quien el
congreso declaró imposibilitado para gobernar, abriendo con ello el paso a
Bustamante para asumir la presidencia y encabezar un gobierno conservador
que defendía el establecimiento de políticas fiscales proteccionistas para
la endeble industria local y, en materia política, el establecimiento de un
gobierno centralizado.
De los conservadores (llamados ellos mismos “hombres de bien”) eran
aliados muy importantes las corporaciones civiles y religiosas, y la Iglesia
católica misma, pues estaban unidos por fuertes intereses económicos y la
exigencia de restablecer los tribunales especiales y fueros creados para ellos
durante la colonia. Los militares también contaban con fueros y constituye-
ron un apoyo importante para el gobierno de Bustamante en su lucha contra
los estados y sus milicias civiles. Un sector de entre los conservadores busca-
ba promover la innovación técnica en campos como la minería y la industria
textil con recursos públicos y, desde luego, nuevos negocios protegidos por
un control de aduanas. En materia educativa eran partidarios de la enseñan-
za confesional tradicional bajo control eclesiástico, o bien, privado.
El 16 de octubre de 1830 se publicó el decreto que daba vida a un proyecto
concebido por Lucas Alamán: el “Banco de Avío para fomento de la industria
nacional”. Esta institución tendría un capital de un millón de pesos (art. 1°
del decreto) el cual se integraría con los derechos aduanales cobrados a los
géneros de algodón que, aunque de importación prohibida por una ley del
año anterior se autorizaban por el “tiempo necesario, y no más” (art. 2) para
reunir el fondo del banco. También se autorizaba al gobierno para obtener
un préstamo hasta de doscientos mil pesos para obtener “de pronto las su-
mas que fueren necesarias.” El objeto del banco era disponer “…la compra
y distribución de las máquinas conducentes para el fomento de los distintos
ramos de la industria, y franqueará los capitales que necesitaren las diversas
compañías que se formaren ó los particulares que se dedicaren à la industria
en los estados…” (art. 7). Por otra parte se estipulaba que “Aunque los ramos
que de preferencia serán atendidos sean los tejidos de algodón y lana, cría
y elaboración de seda, la junta podrá igualmente aplicar fondos al fomen-
to de otros ramos de la industria, y productos agrícolas de interés para la
nación” (art. 8).
De esta forma el banco financió con fondos públicos la adquisición de
maquinaria importada y la contratación de asesoría técnica extranjera para
los industriales (del ramo textil principalmente) sobre todo de la ciudad de
México. Dos años después de su creación, el banco tuvo que enfrentar nu-

70
La ciencia en la conformación de la nación: el caso de México

merosos problemas operativos y financieros como consecuencia del levanta-


miento que se produjo en Veracruz en contra del gobierno que lo auspiciaba.
En ese puerto quedaron abandonados los equipos y la maquinaria que se
habían comprado en el exterior con fondos del banco sin que llegaran a ser
utilizados. Al personal técnico extranjero que había sido contratado se le
debió seguir pagando sus retribuciones aún sin trabajar. En la breve admi-
nistración de Gómez Pedraza el banco perdió, además, la autonomía con
la que había sido creado. Para 1834 solamente una fábrica textil financiada
por el banco estaba “casi terminada”, la Constancia Mexicana, pertenecien-
te al industrial poblano Estevan de Antuñano. En 1842, bajo un gobierno
conservador, el banco fue liquidado y se le substituyó por una Dirección de
Industrias que representaba al recién constituido gremio de los industriales,
formado a semejanza del de mineros aunque contando con recursos públi-
cos para su funcionamiento.
El proyecto del banco incluyó también un programa de publicaciones
técnicas (manuales y cartillas) para diseminar entre artesanos y pequeños
productores la instrucción necesaria para mejorar los ramos agrícola e in-
dustrial, así como la creación de algunas escuelas técnicas de las cuales llegó
a funcionar sólo una en la capital, en Coyoacán, para enseñar en forma prác-
tica la sericultura a estudiantes provenientes de diversas partes del país33.
Este proyecto de modernización evidenciaba la concepción sólo utilitarista
de ésta (pues la educación técnica y científica era un medio para otros fines
de naturaleza principalmente económica e industrial), haciéndola depender
mayormente de la importación de tecnología.
Otra iniciativa de Alamán en este periodo fue la formación de “un es-
tablecimiento científico que comprenda…: antigüedades, productos de in-
dustria, historia natural y jardín botánico.” (art. 1° del decreto del 21 de no-
viembre de 1831), el cual tendría su sede en la ciudad de México y estaría
a cargo del gobierno. Sin embargo, el propio decreto de creación establecía
que “Cuando las circunstancias lo permitan se nombrarán los profesores…”
(art. 3), lo que parece no haber sido el caso pues las circunstancias políticas
y económicas del gobierno de Bustamante se deterioraban teniendo que lle-
gar, inclusive, a la suspensión de pagos y a un acuerdo con sus opositores
para restablecer a Gómez Pedraza en la presidencia para concluir el periodo
para el que había sido electo. No sabemos si este establecimiento llegó a
funcionar.

33
Potash, Robert A. El Banco de Avío de México. México: Fondo de Cultura Económica, 1986, p. 90.

71
Juan José Saldaña

1833. La ciencia pública, un proyecto liberal

Los liberales, por su parte, pusieron en marcha en 1833 un proyecto de


modernización “liberal” cuyo objetivo era una reforma educativa completa,
e inclusive de la sociedad toda. El día primero de abril de ese año, el médi-
co, político liberal y vicepresidente electo Valentín Gómez Farías, asumió el
poder ejecutivo del gobierno por ausencia del presidente electo, el general
Antonio López de Santa Anna34. Se trataba de un gobierno constitucional
surgido de unas elecciones, ellas mismas consecuencia de un pacto entre el
ejército y las clases políticas de los estados (Acuerdos de Zavaleta, 1832) por
el cual se ponía fin al gobierno inconstitucional de Anastasio Bustamante, se
restauraba la legalidad llamando al general Manuel Gómez Pedraza a con-
cluir el periodo presidencial para el que había sido electo, y a cuyo término
(cuatro meses) se convocaría a elecciones.
El Vicepresidente Gómez Farías, dirigiéndose a los diputados al congreso
al cerrar las sesiones extraordinarias el 31 de diciembre de 1833, afirmaba
lo siguiente:

Con la autorización concedida al gobierno para la reforma fundamental de la


instrucción pública… Los establecimientos de enseñanza ya están abiertos,
puesto en ejecución el plan de la Dirección General, encaminado más bien á
generalizar entre el pueblo los conocimientos de que necesite, según las diversas
profesiones y oficios á que se dedique, que á ostentar un vano aparato de ilus-
tración incompatible con el estado de la sociedad naciente35.

Era de esa manera como Gómez Farías daba cuenta de lo realizado por su
gobierno en materia de instrucción pública en la ciudad de México usando
para ello las facultades legislativas que le fueron concedidas por el Congreso
el 19 de octubre de 1833. Estas facultades eran para: a) “arreglar la enseñan-
za pública en todos sus ramos en el distrito y territorios”, lo que significaba
hacer de la educación un asunto de la incumbencia del gobierno; y, b) for-
mar “un fondo de todos los que tienen los establecimientos de enseñanza ac-
tualmente existentes, pudiendo además invertir en este objeto las cantidades
necesarias”36, lo que venía significar que el financiamiento de la educación
en lo sucesivo sería público.
34
Quien en varias ocasiones entre ese año y el siguiente dejó el cargo, permitiendo que Gómez Farías
gobernara en forma intermitente por espacio de unos diez meses.
35
“El Sr. Gómez Farías, al cerrar las sesiones extraordinarias, el 31 de diciembre de 1833”. Gómez Farías,
Valentín. Informes y Disposiciones Legislativas. México: Edición del Comité de Actos Conmemorativos
del Bicentenario del Natalicio del Dr. Valentín Gómez Farías. 2. Subrayado nuestro.
36
Ibíd., p. 134.

72
La ciencia en la conformación de la nación: el caso de México

Fue sobre la base de estas dos autorizaciones del congreso que el gobierno
procedió en decretar como actividad pública y de interés general la docencia
e investigación científicas (además de otro tipo de estudios también) en la
ciudad de México y los territorios federales, lo que constituyó, por sí solo,
un hecho histórico de gran trascendencia en la historia de las instituciones
científicas. En lo sucesivo, y a pesar de avatares históricos, esta fórmula es la
que habría de imponerse en México.
El criterio seguido por el gobierno para esta trascendental decisión es
doctrinario y legal pues es conforme con lo dispuesto en el artículo 50 de la
Constitución para promover la ilustración y crear establecimientos educati-
vos y científicos. Es interesante el realismo del gobierno que con los medios
disponibles se propone atender a las necesidades sociales más inmediatas
de una “sociedad naciente”, como son las de ampliar la educación a toda la
población y según sus necesidades específicas (las de las diversas profesiones
y oficios). No se busca desarrollar “un vano aparato de ilustración” en obvia
referencia a las pretensiones que habían embargado al Instituto de Ciencias,
Literatura y Artes. Y, de esa manera, al menos “por ahora” como se dice en
el decreto del 23 de octubre, se apoyará la ciencia que la sociedad puede
sostener. Se trata de una frugalidad republicana que actúa entre lo que se
quiere y lo que se puede hacer. Por ello, en el decreto de esa misma fecha se
estipula la creación de seis establecimientos con los elementos provenientes
de las instituciones que ya existían, y limitándose a introducir unas pocas
innovaciones.
En un decreto anterior, el del día 19 de octubre, se había procedido a
suprimir la Universidad de México y a establecer una Dirección General de
Instrucción Pública. (art. 1º) para el distrito y territorio federales. En estas
disposiciones se observa el criterio republicano al eliminarse a la universi-
dad por ser una institución privada y anacrónica, incapaz de conformarse
con los objetivos de las reformas iniciadas37. El establecimiento de un con-
trol gubernamental y una administración central sobre el funcionamiento
de los nuevos establecimientos responde también al carácter público de los
mismos. Por ello, la Dirección General quedó a cargo de “todos los esta-
blecimientos públicos de enseñanza, los depósitos de los monumentos de
artes, antigüedades é historia natural, los fondos públicos consignados á la
enseñanza y todo lo perteneciente á la instrucción pública pagada por el
gobierno” (art. 3).

37
J. M. L. Mora señaló que “La universidad se declaró inútil, irreformable y perniciosa” en la Revista
política de las diversas administraciones que ha tenido la república hasta 1837. Edición facsimilar.
México: UNAM-Grupo Editorial Porrúa, 1986, p. 199.

73
Juan José Saldaña

Adicionalmente se estableció que los grados académicos de doctor (antes


reservados para la universidad) que se obtuvieran en los establecimientos
los conferiría la dirección general (art. 8); y que los fondos para la enseñanza
pública serían “todos los que hasta aquí han estado afectos a ella y a sus esta-
blecimientos, además cuantos el gobierno les aplique en adelante” (art. 19).
Por el decreto ya mencionado del día 23 se crearon los seis Establecimien-
tos de Instrucción Pública en la ciudad de México, dos de los cuales estaban
dedicados a las ciencias. El de “Ciencias Físicas y Matemáticas”, que estaría
situado en el Seminario de Minería, contaría con las siguientes cátedras:

Dos de matemáticas puras, una de física, una de Historia natural, una de


química, una de cosmografía, astronomía y geografía, una de geología, una
de mineralogía, una de francés y una de alemán.

y respecto del Establecimiento de Ciencias Médicas, que quedaba situado


en el Convento de Belem, contaría con las siguientes cátedras:

Una de anatomía general descriptiva y patológica, una de fisiología é higiene,


primera y segunda de patología interna y externa, una de materia médica,
primera y segunda de clínica interna y externa, una de operaciones y obste-
tricia, una de medicina legal, una de farmacia teórica y práctica.

Se ordenaba igualmente que en el hospicio y huerta de Santo Tomás se


establecieran cátedras de Botánica, Agricultura práctica y de Química apli-
cada a las artes (técnicas).
El conjunto de estas cátedras hacía que quedaran sentadas las bases insti-
tucionales para desarrollar la formación técnica en áreas nuevas y de interés
para el país como era la agricultura y la industria química, y la profesional
en las áreas consideradas más relevantes en aquel momento como eran la
medicina, farmacia, cirugía, obstetricia, mineralogía, metalurgia, química,
geografía, etc. Es también significativo que en el texto del decreto se hace
mención de las ciencias “puras”, es decir, disciplinas que se cultivan no en
función de sus usos o aplicaciones en determinado campo, o dentro de otra
disciplina, sino de sus objetivos cognoscitivos internos. Además el carácter
teórico-práctico de los estudios se contemplaba igualmente, al disponerse
espacios y dispositivos necesarios para realizar prácticas y experimentos.
Otra innovación era la fusión de los estudios de medicina, cirugía y farmacia.
Para asegurar el funcionamiento de este plan se consignaban y ponían a
cargo de la Dirección General de Instrucción Pública del Distrito de México
los fondos y fincas urbanas del convento y templo de San Camilo, del hospi-
tal y templo de Jesús, del hospital de Belem, del hospicio de Santo Tomás, de

74
La ciencia en la conformación de la nación: el caso de México

la antigua Inquisición, del convento y templo del Espíritu Santo, la imprenta


del hospicio de los pobres, así como los fondos asignados en años anteriores
al Instituto de Ciencias, Literatura y Artes y a las escuelas lancasterianas38,
además de los de la universidad.
Por último, una nueva institución se creaba: la Biblioteca Nacional públi-
ca. Esta quedaría integrada con los libros que pertenecían a la universidad
y al Colegio de Santos, señalándose que del fondo de enseñanza pública se
destinarían tres mil pesos anualmente para acrecentar su acervo con nuevos
libros, publicaciones periódicas, memorias, etc.39
Son desde luego conocidas la forma como estas disposiciones se pusie-
ron en práctica en los establecimientos científicos, así como la reacción ad-
versa y hasta violenta que produjeron entre algunos sectores de la sociedad
y que llevaría a que en el espacio de pocos meses se suspendiera la vigencia
de esta reforma40. Pero lo que nos llama la atención aquí es que se hayan
podido materializar frente a la larga lista de proyectos que tuvieron que ser
abandonados desde una década atrás “por la penuria del erario público” y
por una evidente incapacidad política para encontrar las soluciones apro-
piadas. En efecto, no era el caso que las finanzas públicas hubieran mejo-
rado en 1833 y hasta tal vez estuvieran peor que 1826 cuando se contaba
todavía con los empréstitos ingleses. Lo sobresaliente de esta instituciona-
lización es que fue un proyecto que pudo llevarse a cabo mediante formas
de política y de organización del conocimiento que las volvieron viables, en
tanto que instituciones públicas de interés para la nación que con ellas se
conformaba también.
Un hecho importante a tener en cuenta es que estas reformas educati-
vas se imbricaban con otras de carácter económico y social realizadas en
un corto lapso de tiempo41. Gómez Farías puso en marcha todo un pro-
yecto de reforma para modernizar al país desde el poder público siguiendo
principios liberales e ilustrados. Entre los objetivos más importantes de este
proyecto estaban suprimir los institutos religiosos, impedir la participación
de la Iglesia en los asuntos civiles, movilizar la propiedad raíz, garantizar la

38
Decreto del 24 de octubre de 1833.
39
Decreto del 24 de octubre de 1824.
40
En lo relativo al Establecimiento de Ciencias Físicas y Matemáticas, véase Díaz y de Ovando,
Clementina. Los veneros de la ciencia…, t. I, pp. 648-667; y en lo que se refiere al de Ciencias
Médicas, Academia Nacional de Medicina. Centenario de la fundación del Establecimiento de
Ciencias Médicas. México, 1933.
41
Valentín Gómez Farías en su carácter de Vicepresidente se hizo cargo del Poder Ejecutivo cuatro
veces por ausencia del Presidente Antonio López de Santa Anna entre el 1º de abril de 1833 y el 24
de abril de 1834, sumando un total de 308 días al frente de la Presidencia de la República.

75
Juan José Saldaña

libertad de opinión y de prensa, limitar el militarismo, poner en manos del


Estado los asuntos eclesiásticos, y establecer un sistema educativo acorde
con el nuevo diseño social de la nación.
Fue en este contexto donde se produjo la solución política a la cuestión
ya añeja de crear instituciones de docencia e investigación científicas de
carácter público. Esta solución consistió en disociar lo que había sido hasta
entonces una unión contradictoria en las instituciones científicas y educa-
tivas heredadas de la Colonia: por un lado, su naturaleza privada y, por el
otro, su función social (así fuera en el campo limitado de la educación téc-
nica). Al proceder así se volvió posible que el Estado diera cumplimiento
al mandato constitucional de fomentar la ilustración (ciencia republicana),
y al desidertum político de atraer para sí la tarea educativa. Para ello el Es-
tado transfería las instituciones existentes y los bienes que habían servido
para financiarlas de las manos privadas en que se habían encontrado a las
de la nación. Este solo movimiento bastaba para sentar las bases de la pri-
mera institucionalización de la educación y la ciencia en la República, dán-
doles una amplitud de objetivos epistémicos y no epistémicos de los que
antes carecían. Sería la propia evolución social, así como la de la ciencia,
las que señalarían las nuevas tareas a realizar en cada momento. Se trataba
de una concepción dinámica de la institucionalización de la ciencia en la
sociedad y sin imitación de lo que otros países con diferentes condiciones
hacían. Un diseño institucional acorde también con la historia del país en
este terreno. En fin, una solución apropiada para el momento y circuns-
tancias del país.
Sin embargo, en este cálculo político y en este diseño institucional hubo
un aspecto importante que al parecer no fue tenido en cuenta suficiente-
mente por sus autores. Los recursos económicos de que se echaba mano
eran, como hemos mencionado, fondos pertenecientes a particulares.
Desde la universidad y el Seminario de Minería hasta los conventos, hos-
pitales e iglesias que se pusieron a disposición de la Dirección General de
Instrucción Pública para cumplir con sus fines educativos y científicos,
se trataba de bienes inmuebles y de fondos productos de legados, funda-
ciones y donaciones hechos por particulares para fines específicos. Estas
propiedades y fondos, por tanto, no podían ser desviados de su objeto
sin el consentimiento de quienes habían hecho tales afectaciones, o por
quienes tuvieran legalmente derecho para ello. No pretendemos decir que
esta confiscación fue la que determinó el surgimiento de la oposición que
se produjo a las reformas de 1833, ni siquiera a las específicamente edu-
cativas, pues hubo causas diversas que excede a este trabajo analizar. Pero
si fue un hecho importante que historiadores conservadores como Lucas

76
La ciencia en la conformación de la nación: el caso de México

Alamán la mencionan42 y que significaría una arista o un límite para pro-


yectos similares hasta en tanto no se resolviera la cuestión legal y política
de los bienes eclesiásticos, lo cual aconteció hasta la aprobación de las Le-
yes de Reforma (1857-1860).
Finalmente, y como parte de este proyecto reformador, estuvo también
la fundación del Instituto Nacional de Geografía y Estadística la cual tuvo
verificativo el 18 de abril de 1833 en una de las salas del Ministerio de Re-
laciones Interiores y Exteriores. Al acto fundacional asistieron el vicepresi-
dente Gómez Farías y el ministro de relaciones Bernardo González Angulo,
así como un grupo de personas versadas en esas ciencias43. Por votación se
eligió como presidente de la institución a José Justo Gómez de la Cortina.
El 20 de mayo siguiente el gobierno presentó la iniciativa de decreto para la
creación formal del “Instituto Mexicano de Geografía y Estadística”, cuyo
objeto era “arreglar el Atlas, hacer el Padrón y reunir y coordinar todos los
demás datos estadísticos que remitan todos los Gobernadores de los Estados
al Congreso General” (art. 1º)44.
En tanto que institución pública de investigación la creación de este ins-
tituto venía también a dar cumplimiento al mandato constitucional de es-
tablecer la estadística nacional y elaborar la cartografía del país, por lo que
el financiamiento de la institución sería aportado por el Estado. Para ello se
preveía que la Tesorería general suministrara cinco mil pesos anuales para
los gastos ordinarios del instituto, y hasta veinte mil para los gastos extraor-
dinarios encaminados a la elaboración de la carta general del país y las parti-
culares de los estados (art. 2). De esta manera nacía en la ciudad de México,
bajo el mismo aliento político que el proyecto revolucionario de los insur-
gentes y el de las demás reformas de 1833, la primera institución pública de
investigación si bien sus miembros aún lo eran a título honorario y por “celo
y patriotismo” y su diseminación por el país habría de esperar algún tiempo.
El primer Boletín del instituto se publicó en 1836.

42
Alamán, Lucas. Historia de México desde los primeros movimientos que prepararon su independencia
en el año de 1808 hasta la época presente. 1852. Edición facsimilar, t. 5. México: Fondo de Cultura
Económica, 1985, p. 863; igualmente siguiendo a Alamán, Francisco de Paula de Arragoniz.
México desde 1808 hasta 1867. Segunda edición. México: Editorial Porrúa, 1968, p. 366.
43
Sobre los miembros del instituto y sus primeras actividades véase: Meza, María Lozano. “El
Instituto Nacional de Geografía y Estadística y su sucesora la Comisión de Estadística Militar”. Ed.
J. J. Saldaña. Los orígenes de la ciencia nacional. México: Sociedad Latinoamericana de Historia de
la Ciencia y la Tecnología, 1992, pp. 187-233.
44
García Bocanegra, Carlos. Memoria de la Secretaría de Estado y del Despacho de Relaciones
Interiores y Esteriores. México, Imprenta del Águila, 1833, Anexo, Iniciativa número tres.

77
Juan José Saldaña

Había nacido también un plan político para la ciencia promovido por


los propios científicos y finalmente por el Estado mismo, quien habiendo
procedido a crear la figura de “ciencia pública” había abierto una perspecti-
va política y nacional para la ciencia de indudable trascendencia histórica.
La investigación científica profesional nacería más tarde, en el Museo Nacio-
nal45, como parte de la segunda institucionalización de la ciencia mexicana
que tuvo lugar a partir de 1867 una vez que la oposición conservadora fue
derrotada militar e ideológicamente.
Finalmente, se debe agregar que este proceso de promoción de la moder-
nidad integradora de la nación, llevado a cabo por intelectuales autónomos,
ocurrió también en el marco de la dominación colonial en toda la América
española, y ello no ha sido tenido suficientemente en cuenta por la historio-
grafía. Por la intervención de estos actores lo que se produjo fue, conjunta-
mente con la ruptura del vínculo colonial como consecuencia de factores
históricos, la emergencia de un régimen político intrínsecamente portador
de la modernización política y epistémica cual si se tratara de miembros de
una ecuación matemática.

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su independencia en el año de 1808 hasta la época presente, 1852. Edición facsi-
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81
Capítulo 3

ESCUELA Y NACIÓN EN LA COLONIA


Y EN LA REPÚBLICA

Humberto Quiceno Castrillón1

Resumen

Este artículo analiza la relación nación y escuela en la Colonia Neogra-


nadina y en la República. Su objeto es mostrar que no existe una relación
directa entre Estado y nación, el Estado no crea la nación, ésta es creada
por una serie de micro poderes, entre ellos la escuela, que a su vez es crea-
da por el oikos, el lenguaje, la escritura y el método. La escuela, es objeto de
esta lucha de poderes, según que uno se imponga al otro, le dará su sello a
la nación. En la República, la escuela presenta otra relación de fuerzas, que
desequilibran el poder de la Iglesia y la soberanía del Estado español, la
fuerza mayor es la entrada de la población como objeto, tanto de la escuela
como de la Republica. Esto lleva a que la escuela asuma el modo racional
de transmitir el saber y la escritura, necesarios para difundir las letras en-
tre la población, que es la nueva entidad política clave en la construcción
de la nación.

1
Profesor del Instituto de Educación y Pedagogía de la Universidad del Valle. Miembro del
Grupo de Investigación “Historia de la Práctica Pedagógica”. Coordinador del énfasis doctoral
en historia de la educación y la pedagogía en la Universidad del Valle, autor, entre otros, de
los libros Epistemología de la pedagogía (2011, 2014), Crónicas históricas de la educación en
Colombia (2005).
Humberto Quiceno Castrillón

Introducción

Este ensayo investiga el papel de la escuela en la Nueva Granada, en el


período comprendido entre 1770, aproximadamente y la segunda mitad del
siglo XIX, 1845. Mi interés es analizar el lugar y el sentido político de la es-
cuela, representada en las dos fuerzas mayores, el Estado, como representan-
te de la Corona española y la Iglesia, como comunidad religiosa. El Estado se
apoya en el derecho, las leyes y su administración colonial y la Iglesia basa su
fuerza en las reglas del oikos, que son las reglas de su comunidad selectiva,
que ve en el latín y su enseñanza, uno de sus mayores poderes. Los criollos
letrados representan otro tipo de cultura y de pensamiento sobre la educa-
ción y el saber que se debe difundir en la escuela. Esta lucha y resistencia es
fundamental para hacer pasar la escuela colonial, que todavía no es pública,
a una escuela republicana. El gran problema de la educación, en estos años,
es cómo educar el alma y el cuerpo y quién prevalece sobre el otro. El alma
es el apoyo fundamental para educar todos los hombres en relación a una
sola comunidad y en único espacio y bajo una ley, el cuerpo hace posible
pensar en toda la población y otras formas de representación de la cultura,
entre ellas, la escritura. Esta situación presenta una lucha por la conciencia
del hombre, cómo se educa y para qué. Según se defina esta lucha, cambia la
forma de educar y cambia la escuela donde se educa: hacia el alma o hacia el
cuerpo. La escuela colonial mantiene la educación del alma como su objeto,
educación que ya los letrados criollos criticaban. Por estas luchas y resis-
tencias, la educación del cuerpo, según el modelo de la naturaleza y razón,
va a ser el objeto de la escuela pública en la República. Con el cuerpo gana
presencia la educación del individuo pieza fundamental de la población.
Un segundo punto de análisis es la emergencia de la población2. La dis-
cusión educativa era por hacer entrar la población a la escuela. La Iglesia
no tiene este interés, que sí tiene la Corona, y su representación colonial
en la Nueva Granada3. Los criollos letrados lucharon por hacer posible esta

2
Esta es la tesis que defiende Foucault; a ella dedica una gran parte de su investigación. Véase
Foucault, Michel. Seguridad, territorio, población. Bogotá: FCE, 2006, p. 295; Foucault, Michel.
Nacimiento de la biopolítica. Bogotá: FCE, 2007, p. 217; y Foucault, Michel. Voluntad de saber.
Buenos Aires: Siglo XXI, 2005, p. 63 (El anexo “Derecho de muerte y poder sobre la vida”).
3
Desde la expulsión de los jesuitas en 1767, la corona empieza a establecer una legislación que busca
hacer una escuela accesible, así como la intención de regularizar la labor del maestro como alguien
distinto al religioso; no obstante, esto no significó una salida del poder religioso de las escuelas,
pues su influencia estaría garantizada por los planes que estos formulaban, su lugar en la elección
del maestro y sus iniciativas de fundar escuelas. Véase Martínez Boom, Alberto y Silva, Renán. Dos
estudios sobre la educación en la Colonia. Bogotá: Universidad Pedagógica Nacional, 1984.

84
Escuela y nación en la Colonia y en la República

estrategia porque con ello era posible construir una nación para todos y para
cada uno. La escuela cumpliría este papel si lograba romper las barreras y
los límites de la Regla y de la cultura oral que impedía cualquier apertura
hacia las ciencias útiles4. Un tercer punto tiene que ver con las categorías
de nación. Es fundamental saber dónde se aprenden. La Iglesia quería en-
señarlas en su compañía, en su comunidad y su casa espiritual. A la clase le
daban el sentido de gobierno, a la lección el sentido de lecciones para toda la
vida. Con ello pretendían que la gente, los hombres, entendieran la nación
desde su espacio de nación. Los reglamentos administrativos y jurídicos
producidos desde el Estado y por fuera de las comunidades, pretendían que
los niños entendieran la casa y la escuela como la patria, como la nación.
La república, en su lucha por construir la nación republicana debía construir
la nación desde una racionalidad que emergiera del afuera de la comunidad
y del reglamento y que se anclara en la ciencia, el trabajo y la productividad.
Ello llevó a que la población, como entidad política, se volviera objeto del
poder disciplinario, en la escuela.

I
Nación y soberanía: principios generales

Dos conceptos de nación vamos a retomar. Uno es el concepto que pro-


dujo la poca nobleza y aristocracia que existió en la Nueva Granada y el
poder de la administración española en el Estado. Estos sectores sociales se
hicieron a un concepto de nación construido desde prácticas de gobierno tal
y como eran formuladas por la soberanía, tanto del rey como de la Iglesia.
Para ellos la nación eran las representaciones morales, de raza, y de cultura
que se producían desde una comunidad restringida y elegida de hombres,

4
Ese interés de los criollos por las ciencias útiles toma su forma más contundente con el plan
de estudios del fiscal Antonio Moreno y Escandón en 1774, la crítica hacia la escolástica y su
propuesta anterior de fundar una universidad pública, evidencia la intención por parte de algunos
criollos de introducir en los estudios superiores las ciencias útiles y quitar el control que hasta
ahora los religiosos habían ejercido sobre las universidades. Por esta misma línea iría la propuesta
del virrey Caballero y Góngora en 1789. Al respecto véase Moreno y Escandón, Antonio. “Método
provisional e interino de los estudios que han de observar los colegios de Santafé por ahora y
hasta tanto que se erige universidad pública o su majestad dispone otra cosa”. Documentos para
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85
Humberto Quiceno Castrillón

con un idioma (latín) y unas costumbres (católicas), que se imponía todos


los demás hombres5. Expresiones como el reino, la patria, eran sus propias
representaciones que se querían generalizar. Un segundo concepto de na-
ción proviene del oikos, o sea, la casa paterna. Es en la casa donde se aprende
a gobernar y administrar. Se aprende por medio de la ley del padre y de las
reglas de autoridad y mando, impuestas por él6. La Iglesia católica asumió
estos dos sentidos de nación, si bien no los generalizó en leyes, formas esta-
tales y modelos jurídicos, sí los reproducía desde su propias reglas de gobier-
no y soberanía. La Iglesia enunció una forma de nación como aquella que
se piensa desde su propia comunidad, con sus propias reglas de juego y con
valores que se imponían a todos los habitantes del reino.
Sin embargo, en la Colonia vemos despuntar otra forma de entender la
nación, ya no como una espacio privado que se le ofrecía a todos en su ver-
sión pública, tampoco como sólo la nación que se representaba en las leyes
y en el aparato jurídico del Estado español, sino como la construcción de
un forma de gobierno que incluyera toda la población y las propias riquezas
del reino, construida según el orden racional de la naturaleza y de la cultura
letrada7. Es el gobierno como una racionalidad científica, que no se aprende
en la casa, sino en la ciencia y que por esta vía puede propender por ha-
cer una nación para todos8. Que es lo que Foucault define como “razón de
estado”9.
En la Nueva Granada, en la época de la Colonia, el Estado estaba repre-
sentado en el poder del rey, de la ley y del derecho administrativo, sobre el
espacio que se llamaba Colonia. En ese espacio se localizaba el comercio, la
agricultura, el ejército, y la educación pública. Las funciones del Estado eran
las de financiar, inspeccionar, vigilar y controlar cada una de estas institu-
ciones. En la educación pública, el Estado tenía el poder sobre la creación,

5
Vease Castro-Gómez, Santiago. La hybris del punto cero. Ciencia, raza e ilustración en la Nueva
Granada. Bogotá: Universidad Javeriana, 2010, p. 118.
6
Véase sobre este tema del oikos a Agamben, Giorgio. El reino y la gloria: una genealogía teológica de
la economía y el gobierno. Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2008, pp. 41-98.
7
Es menester anotar aquí la relación intrínseca entre nación y patria a finales de la Colonia, la
patria era el lugar simbólico y territorial en donde las acciones de los criollos se dirigían hacia su
prosperidad y progreso. Al respecto véase König, Hans-Joachim. En el camino hacia la nación:
nacionalismo en el proceso de formación del Estado y de la Nación de la Nueva Granada 1750 a 1856.
Bogotá: Banco de la República, 1994.
8
Esta versión de nación no la vemos en las leyes, en los esquemas de administración, tampoco en la
regla, e incluso no hace parte completamente del Plan. Su enunciación tiene la forma del discurso,
de la reflexión y de las lecciones, tal como aparecen el Semanario, en las disputas de cátedra y en el
método, como lo demostraremos más adelante.
9
Foucault, Seguridad, Op. cit. p. 327

86
Escuela y nación en la Colonia y en la República

funcionamiento y enseñanza, de escuelas, colegios y universidades10. La


iglesia, como institución privada, hacía parte del poder del rey y de sus le-
yes. Si bien este es el esquema estatal colonial, las cosas eran de otro modo.
En este sentido hay que retomar el concepto de soberanía, es decir, de poder11.
Soberano es entender que el poder es uno solo y soberanía es la forma única
de este poder. En términos de soberanía, el Estado tenía cuatro fuerzas que lo
defendían, el rey, el Imperio, la Corte y la Iglesia. ¿Qué se defendía? Un único
poder, el de la ley y el de la regla. La ley operaba hacia el exterior institucional
y la regla, hacia su interior. La ley impedía cualquier acción general y particu-
lar que no estuviera dentro de su ordenamiento y la regla, imponía el orden
del discurso espiritual. La una, se dirigía a la conciencia y la otra, al alma.
Dejemos por un momento el Estado y pasemos a la nación. El Estado
se ha analizado desde el poder y la nación desde la relación de los hombres
entre sí. Esto llevó a pensar la nación de todos, de todos para uno o de todos
iguales, de la gente, de las comunidades12. Desde el marxismo, esta forma de
pensar la nación cambió, la nación se analiza relacionada con la clase social
que está en el poder. Si es la nobleza, se nombra la nación en su forma aris-
tocrática, pues es la nobleza la que defiende su sello de clase, sus valores y sus
ideales, si es la burguesía es una nación que defiende el trabajo, la sociedad,
el pueblo y si es la clase trabajadora es una nación comunista o socialista13.
A éste análisis de la nación se han incorporado las relaciones de poder, ya no
un poder entendido como soberano, es decir, el poder del rey o el poder de
una clase social, no decir que la nación es una sola entidad cultural y el Es-
tado es una entidad política, decir, por el contrario que los dos dispositivos
son atravesados por el poder, pensado como una multiplicidad de poderes14.
Si el análisis lo hacemos sobre la colonia de la Nueva Granada esta multi-
plicidad de poderes nos hace ver una nación múltiple, que pasa por nom-
bres como los de patria, el reino, la comunidad de Dios, la casa de todos,
10
Este tipo de sometimiento ha sido analizado con profundidad. Véase Martínez, Alberto. Escuela,
maestro y métodos en la sociedad colonial. Bogotá: Universidad Pedagógica Nacional, 1983;
Memorias de la escuela pública. Doscientos años de escuela en Colombia y Venezuela: Planes y
expedientes, 1774-1821. Bucaramanga: Universidad Distrital de Santander, 2011.
11
El poder pensado como “el poder”, remite al concepto de soberanía (el soberano) y el poder como
relación de poder, como fuerza, se piensa como una microfísica. Véase Foucault, Voluntad de saber,
Op. cit., pp. 113-115.
12
Creemos que el Estado como la nación deben analizarse desde el poder, las relaciones de saber y
poder. Véase en esta dirección Palti, Elías. La nación como problema. Los historiadores y la cuestión
nacional. Buenos Aires: FCE, 2005.
13
Véase en el marxismo Rivadeo, Ana María. El marxismo y la cuestión nacional. México: Universidad
nacional autónoma de México, 1994.
14
Véase Foucault, Michel. Defender la sociedad. Buenos Aires, FCE, 2000, pp. 33, 49 y 135.

87
Humberto Quiceno Castrillón

entre otros nombres15. El nombre de nación es entonces una abstracción


para diferentes poderes, que no provienen, solo del poder político, el poder
del rey, del virrey, a través del derecho y de derecho administrativo, sino de
micro-poderes, como los representados en el poder del Oikos, de las reglas
comunitarias y en los valores de la aristocracia española (pureza de sangre,
blancura, condición letrada, poder sobre los hombres). La singularidad de
éste tipo de poder colonial, es que todos estos poderes, incluidos la ley, el
derecho, la administración, la casa, la iglesia y sus dogmas y sus discursos,
luchaban por un espacio territorial, un espacio donde ejercer el poder sobre
los hombres.
En la Colonia, la nación se define por la lucha de territorios entre las
clases sociales, los poderes institucionalizados, los micro-poderes y los nue-
vos poderes. Estos lugares son espacios sociales y políticos dónde localizar
discursos y prácticas. La escuela fue uno de estos lugares. El Estado español
situaba en ese territorio, su poder de la ley y del derecho administrativo,
representado en la educación pública; la Iglesia hacía lo propio, llevaba su
poder hacia ese lugar, le imponía la religión, la austeridad, la piedad, la obe-
diencia, y la identidad completa envuelta en sus rituales. La casa (el oikos),
transmitía su poder, representado en la ley paterna, en la moral de la familia,
en las costumbres y hábitos comunitarios. El escritor del Semanario del nue-
vo reino de Granada que firma como “amigo de los niños”, se representa la
escuela en esta multiplicidad de poderes, habla de la escuela como la casa fa-
miliar, la patria, una casa de Dios y una institución moderna de educación16.
No podemos leer que la escuela es sólo la representación de la patria o es una
institución moderna, la escuela es esta multiplicidad de sentidos que tiene
detrás, varios poderes, aunque todos ellos busquen una única soberanía, la
del control del espacio o territorio.
La escuela fue uno de los lugares en donde se reprodujo, en las mejores
formas y con el mejor detalle, esta obediencia a la soberanía, en la forma de
la ley, en la forma del poder como centro, como lo alto, lo absoluto, la totali-
dad y lo infinito. La escuela fue también objeto de luchas, de contrapoderes,
de discursos que le disputaron al lugar del soberano, su poder. Jesús, la Vir-
gen, la oración, el rezo, la piedad y el ascetismo, acompañaron intensamente
como su forma gemela, la representación del rey, los signos soberanos y el

15
Expresiones comunes, clásicas y generalizadas en el Semanario del Nuevo reyno de Granada que
han sido analizadas en Colombia. Véase Nieto Olarte, Mauricio. Orden natural y orden social.
Ciencia y política en el Semanario del Nuevo reyno de Granada. Bogotá: Uniandes, 2007. Silva,
Renán. Los ilustrados de Nueva Granada 1760.1808. Medellín: EAFIT, 2008.
16
“El amigo de los niños”. “Discurso sobre la educación”. En Semanario del Nuevo Reino de Granada.
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88
Escuela y nación en la Colonia y en la República

ornamento de su poder. La ciudadanía, el hombre, la extensión del saber a


todos, las ciencias útiles, el trabajo escolar y con ello la elección de profesio-
nes liberales, rivalizaron desde muy temprano con el poder soberano de la
escuela del rey y de la Iglesia. La ley en su poder, producía tanto el miedo y
el temor como su entrega y su destino. Creer en la ley era creer en el rey
y era mantener el lugar inmaculado de la soberanía. Esto se hacía ya por la
ley bíblica, la ley moral, o la ley civil y judicial. La escuela era el espacio ideal
para hacerlo. Un espacio en donde el hombre no podía estar sino a condi-
ción de su renuncia y su finitud. Trazar ese espacio, cuadricularlo y volverlo
la identidad y el mismo ser del hombre, fue la forma como la escuela repro-
ducía la soberanía. La república no sólo tenía que crear otra soberanía, sino
otra representación de la ley, que esta vez pasara por el hombre, por su ser
interior, y que hacia afuera, se encontrara con el espacio como prolongación
de su ser y de su creación. Mucho antes de la independencia, la escuela fue
objeto de grandes resistencias y discusiones, que se expresaron en forma de
simulacro, que no es otra cosa que perder el gusto y la pasión por lo profun-
do y volverse hacia lo superficial. Esta resistencia no pasaba por la ley o la
administración, sino que pasó por la discusión de qué era enseñar y educar,
sin rey y sin Iglesia, es decir, sin regla y sin plan previo.

II
Educación pública, escuela y lenguaje

Nos interesa pensar la escuela colonial en la dirección de su representa-


ción de nación, representación que no es solo hacia el rey o la Iglesia, sino
también hacia el oikos17. Con estas representaciones es que la escuela define
su estatuto como escuela pública, escuela privada y casa familiar, es decir,
patria, casa espiritual y casa paterna. La escuela responde a tres poderes, el
rey, la iglesia y la casa. No obedece como en Europa, al poder de la nobleza,
de la aristocracia o de la burguesía. Los criollos letrados no incidieron en
darle lugar a la escuela, sino en hacer su crítica y su resistencia. En este senti-
do podemos leer textos del semanario, las actitudes frente a los maestros, los
rechazos a la cátedra y en la misma dirección, la lucha por crear la univer-
sidad pública y transformar la enseñanza de ser una jerga escolástica, como
lo dice Francisco José de Caldas y José Félix de Restrepo, a ser una forma de
pensamiento lógico y racional.

17
Agamben, Giorgio, Op. cit. Referencias claras sobre oikos y escuela y oikos y educación las vemos
en el nacimiento de los colegios y de los cursos escolares. Ariès, Philippe. El niño y la vida familiar
en el antiguo régimen. Madrid: Taurus, 1987, pp. 216 y 256.

89
Humberto Quiceno Castrillón

La escuela en la Colonia, en la Nueva Granada, se representaba al menos


de tres maneras que incorporaban las distintas formas de poder: la escuela
pública tal y como la vemos en las Constituciones, los Planes de escuela y
los Planes de estudio; la escuela de las comunidades religiosas, Franciscanos,
Dominicos y Jesuitas expresadas en la Ratio, las Reglas y las Clases y la es-
cuela familiar, que la vemos en las reglas comunitarias, los valores y la moral
del reino18. Son, entonces, tres superficies: el reino tal y como le puede ver
desde el rey; los estudios, vistos desde la Iglesia y los valores sociales, desde
la casa familiar. Estas tres superficies o representaciones, tienen varias cosas
en común: la creación de la conciencia del hombre producida desde estas
tres fuerzas exteriores. Crear conciencia para ser un hombre, tener concien-
cia para obedecer la ley y crear conciencia para aprender a gobernar. Esta
lucha por tener posesión de la conciencia o de la razón, la que es el foco
de lucha en la construcción de la escuela. Sus objetos de lucha fueron muy
conocidos, la oración y la lectura, la escritura y el cuerpo, y la obediencia y
la disciplina.

El lenguaje: la oración y la lectura19


El concepto de oración tiene varios sentidos. El primero de ellos y esen-
cial, es definir la parte más importante del lenguaje. La gramática elige la
oración como el lugar esencial del habla. En esto están de acuerdo la ley, la
regla, el reglamento y el plan20. La oración va a ser el centro de la conciencia
y del alma. De la primera se ocupará la cartilla, el reglamento, el plan y de la
segunda el catecismo, el breviario de la misa, el rezo, las oraciones y el canto.
Estamos ante la reproducción de una cultura de la voz en todos sus senti-
dos: saber hablar, saber cantar, saber deletrear. Es la voz, en las formas del
sonido, armonía, intensidad y claridad. Es la voz desde lo más elemental, en
la escuela de primeras letras, como letra, silabeo, deletreo y canto, numera-
ción, ordenación y repetición, es la voz desde los estudios superiores, como
repetición de salmos, citas, textos, discursos. La escuela es la reproducción
de la cultura de la voz, de la palabra, del habla. El modelo general parte de
la centralidad de la oración. Todas las técnicas del saber hablar concurren
a la escuela y vienen de varias partes: cartilla, catecismo, lecciones, clases,

18
Véase García Sánchez, Bárbara. De la educación doméstica a la educación pública en Colombia:
transiciones de la Colonia a la República. Bogotá: Universidad Francisco José de Caldas, 2007.
19
Sobre el latín las corporaciones de saber y la enseñanza véase Silva, Renán. Saber, cultura y sociedad
en el Nuevo reino de Granada. Siglos XVII y XVIII. Medellín: La Carreta, 2004, p. 56.
20
Muy pocas fueron las disputas sobre la gramática, que no pueden confundirse con las que se daban
sobre la jerga o sobre el peripato. En general se aceptó el dominio gramatical sobre el lenguaje, que
significaba partir de la oración como unidad lingüística. Véase Castro-Gómez, Op. cit.

90
Escuela y nación en la Colonia y en la República

oraciones, reglamento. Con ellos se instalaba en los hombres la importan-


cia de saber hablar y construir discursos y la importancia de la conciencia
representativa de la palabra. Que provenía desde el Estado y sus formas re-
presentativas, la conciencia ciudadana o individual del sentido que tienen
las palabras en la ley, el respeto a ese declinar de sus voces, a la ritualización
de su ordenamiento. Que tiene en la Iglesia y su ritual del canto y lectura de
salmos, la importancia de la voz interior. Primero y ante todo es leer, todo
la cultura y la vida y sus reglas, empiezan por leer, después escribir y al final,
cantar. La escuela tiene como estrategia social, cultural y política, el saber
leer. No saber leer los signos o grafías, que tal vez esconden sus sentidos,
sino en saber leer la voz, la palabra, el sonido que se hace al pronunciar una
palabra o al cantar. Los maestros eran expertos en enseñar a repetir, el rezo,
el canto, la letra21.
Desde la Ratio, el poder sobre la voz y la oración están presentes en la
Colonia, (1599)22. En la Ratio se ven dos cosas, que van a ser no solo comu-
nes a los jesuitas, sino a todas las otras comunidades religiosas: el hablar en
latín y hablar con reglas estrictas del lenguaje. En la Colonia, el latín era la
lengua o el habla del saber, de la letra pero es muy importante, es la lengua
donde se expresa la regla de conducta. En cualquier lugar donde se hable
latín hay una regla gramatical y una de conducta. Esto quiere decir, que ha-
blar es obedecer, es mandar, es convivir, es controlar el cuerpo y conducir el
alma. Hablar en latín crea la conciencia de pertenecer a la comunidad de la
Iglesia y de obedecer al soberano, sea el rey o la misma Iglesia. La Ratio tiene
como subtítulo “Estudios superiores”, el objeto de la Ratio es la razón de los
estudios, de los estudios menores y superiores. La Ratio, cuya lengua es el
latín, es la regla de conducta que usa el lenguaje, en forma de voz, para crear
la institución escuela, colegio o universidad. La Ratio no es reglamento, es
regla, que significa “decir qué hacer”. El reglamento es otra cosa, es disponer
las cosas y con ellas las personas. La regla, al decir qué hacer, define la es-
cuela como una comunidad (compañía) que se rige por lo que dice el rector,
que a su vez se rige por lo que dice la regla. Enseñar es enseñar la regla, lo
que hay que hacer, enseñar es un acto de conducta, es obligar a comportarse,
es ir directamente a la conciencia, es hablarle a la conciencia. Por eso ense-
ñar es mandar, leer, comentar, citar. Las expresiones coloniales clásicas, son:

21
Enseñar no es sólo leer, el leer era lo que exigía para ser maestro, para educar en la casa. La clase
como forma de instrucción partía del saber leer. Leer era igual a clase, lección y escuela. Véase
Martínez, Alberto. Escuela, maestro y métodos en la sociedad colonial. Bogotá: Universidad Peda-
gógica Nacional, 1983.
22
Vilar Rey, Itziar. Ratio studiorum. España: Universitat de València, 2001.

91
Humberto Quiceno Castrillón

“dar escuela”, “dar clase”, “dar cátedra”, “dar lecciones”. Esto quiere decir:
“haga, actúe, obedezca, porque está en una comunidad, y debe obedecer la
regla que lo manda”.

Los criollos y su lucha contra la oración y el latín


No sólo los criollos hijos de españoles lucharon contra el latín y la regla,
sino en general los curas párrocos, que tenían a su cargo escuelas o que que-
rían abrir escuelas, también lo hicieron. Una serie de documentos expresan
esta lucha: los planes de escuela, los expedientes, los métodos, las cartillas,
algunos reglamentos. En los estudios superiores, la forma de entender las
cátedras y las lecciones. El plan de escuelas, los planes de estudios del virrey,
los planes de escuela de párrocos de provincia, no se escribieron en latín y
tampoco asumieron la forma de la regla de conducta como la regla que defi-
ne la escuela colonial. El Plan es un texto jurídico, administrativo, que tiene
la forma de ser una petición al rey o al virrey.
Los planes son reglamentos y no reglas. El reglamento no crea comu-
nidad, crea espacio y pertenencia a ese espacio. Por lo tanto, no crean la
pertenencia a una casa, comunidad o compañía. El famoso reglamento de
Lenguasaque, escrito por el doctor Duquesne el mismo autor de Historia de
un congreso filosófico tenido en Parnaso por lo tocante al imperio de Aristóte-
les23, llama reglamento las cosas que encuentra al azar, estas cosas las ordena
sin una regulación estricta, son aquellas que caen del lado de lo de adentro
de la escuela y las que se localizan en el afuera, ordena al azar, aquellas co-
sas que pueden ser parte de una escuela: el fin de la escuela, el ejemplo del
maestro, la comunión, la entrada a la escuela, la asistencia a misa, el método
de enseñar la doctrina, el leer y escribir, los libros, los castigos, el aseo de
los niños, la educación de los indios, los días de fiesta y los domingos24.
El reglamento de una escuela de Maracaibo, que lo titula Gobierno económi-
co, define este gobierno como un reglamento, o sea un orden de la escuela,
que no es orden, sino desorden y que no es económico, sino educativo o ins-
tructivo y que describe como obligaciones del maestro, el castigo de niños,
el tiempo de la enseñanza, cómo enseñar gramática castellana y la literatura
latina, los días de vacaciones, cómo se obtiene una cátedra en la escuela25. El

23
Silva, Renán trans. y notas. Historia de un congreso tenido en Parnaso por lo tocante al imperio de
Aristóteles. Medellín: La Carreta, 2011.
24
Duquesne de la Madrid, Domingo.“Método que deben seguir los maestros del pueblo de
Lenguasaque formado por su cura el Doctor Don Domingo Duquesne de la Madrid”. Memorias
de la escuela pública: Expedientes y planes de escuela en Colombia y Venezuela 1774-1821. Comp.
Alberto Martínez Boom. Bucaramanga: Universidad Industrial de Santander, 2011, pp. 79-85.
25
“Instrucción práctica para el gobierno económico de las escuelas de Maracaibo, con arreglo a las

92
Escuela y nación en la Colonia y en la República

plan y el método para una escuela de Ubaté (1792) tiene como reglamento el
siguiente orden: que los vecinos deben mandar los niños a la escuela, que el
niño no puede cambiar de escuela, habla del costo de la escuela, de las horas
para el rosario y los exámenes26.
El reglamento no tiene la forma de un método racional, como el que se
creará en 1826 con la escuela mutua, no vemos una razón organizada que
cree otra forma de conciencia en los niños, pero no tiene la regla, no se
orienta por la regla, sino por el texto jurídico y administrativo, que establece
una conexión clara de la escuela con la población, con el Estado virreinal,
con el castellano y con la literatura no sagrada. En este reglamento si bien
no hay método de enseñanza definido, pues se toman cosas al azar para
hacerlas entrar en el método, considera que el maestro es aquel personaje,
aquella figura o aquel sujeto que debe poseer el método de enseñanza. Otro
aspecto a tener en cuenta es que la escuela se mantiene como una casa, to-
davía no es escuela pública, sin embargo no es la casa de la comunidad, no
es la casa espiritual, es la casa del aprender a leer y a escribir. Enseñar no es
leer, a pesar de no haber método, enseñar es escribir, rezar, salir del sitio,
castigar, darle importancia al libro, y leer no es igual a cantar, leer y cantar
se separan, lo que va a llevar a dos formas de cultura, el arte y la escritura.
En estas escuelas, si bien no hay predominio de la escritura y sus formas de
enseñanza, el dibujo, el moldeo del cuerpo y la repetición mecánica, se trata
de “instruir los niños en la vida civil y política. En la edad más crítica para
el hombre” (79).
La regla crea la conciencia como si éste ente, sustancia, o cosa, fuera
el alma de una comunidad regida por reglas de conducta. El reglamento
crea, por su parte, la conciencia como un lugar para grabar las impresiones
que deja el maestro, que no son otras que aquellas que lleven al niño a ser
un hombre, un ser cívico y un ser político. El concepto de gobierno que
era exclusivo de la casa espiritual y paterna, aparece en los textos de estos
reglamentos, intentando ser arte de ellos. Con todo ello, podemos decir
que estamos ante dos representaciones de nación, una, la creada desde el
fondo de la compañía y la comunidad, que ve la nación paralela a la del
reino y la patria y la otra, que ve la nación como aquella que se construye
en la escuela por virtud del maestro, que es ejemplo de virtud ciudadana

circunstancias del lugar y demás que debe tenerse presente para el mejor método y orden que debe
de observarse a fin de hacer más fácil la enseñanza”, Ibíd., pp. 109-116.
26
de Miranda, Fray Antonio.“Plan y método que se ha de observar en la escuela, que según
establecido por las leyes, ordenado novissimamente por nuestros catholicos, monarcas y mandado
observar por la Real Audiencia, y superior Gobierno de este Reyno; se establece en este pueblo de
San Diego de Ubate” Ibíd., pp. 121-125.

93
Humberto Quiceno Castrillón

y virtud personal. La regla construye la comunidad elegida, el reglamento


intenta llegar a la población, que es el objeto político y social, que va a
inclinar la lucha de las fuerzas coloniales por construir la nación. La nación
se dirigirá a la población y no a una comunidad restringida o un espacio con
dueño propio.
El reglamento de los planes, no es la regla de las comunidades. No vemos
la primacía del latín y del control de la conducta, como en la regla, aunque
tampoco existe el método y no se puede hablar de escuela pública, como se
conocerá después. Si esto pasa en la escuela de niños, en los estudios supe-
riores, pasa cosa parecida. Una oposición clara la vemos en el documento
del fiscal Moreno y Escandón en 1768 al querer crear la Universidad pública
en la nueva Granada27. Este documento, este reglamento de los estudios, no
sólo es una crítica a los jesuitas y su concepción de los estudios, sino que
es una crítica a las comunidades, hecha desde estas sencillas oposiciones
que vemos en las escuelas de niños. En este reglamento se critica el latín, la
forma de enseñanza basada en la voz y la presencia de la oralidad. Se critica
el tipo de saber que se impone en los estudios superiores, basado en la más
antigua escolástica, que no es otra cosa que la forma como la Ratio impo-
nía la enseñanza en la cátedra y en las lecciones. La consigna era desde las
escuelas y los documentos del fiscal, fraccionar la voz, y con ello la oración
y la lengua de la razón, el latín. Sabemos que persiguiendo estas mismas
estrategias Félix de Restrepo escribió sus Lecciones de filosofía, las escri-
bió en castellano, las copiaron sus alumnos y las publicó en la Plazuela de
san Francisco.
Las Lecciones son escritura. Romper la unidad de la voz, la lectura y la
clase y la cátedra que se daba en la Ratio y en general, en esa poco afortu-
nada expresión de “la jerga escolástica”, no se podía hacer de otra manera,
que por la escritura. La escritura y sus signos se oponen a la sociedad oral
de las Reglas. Ala cultura oral, había que oponer la sociedad de la escritura
y del Reglamento. La sociedad de la voz, que lleva a leer, al comentario, al
rezo, a la oración; la sociedad del latín, que lleva a la enseñanza de ocho cla-
ses de gramática latina, las cátedras de primeras letras, hasta las cátedras de

27
La creación de esta universidad pública si bien era concebida como un beneficio que el rey conce-
dería al territorio de Santafé, generaría polémica con las órdenes religiosas pues era una amenaza
al poder que éstas ejercían sobre la educación superior. El fiscal protector de indios elabora dos
memoriales en defensa de su proyecto ante los constantes ataques de las órdenes religiosas, en
especial la orden de Santo Domingo. Al respecto véase: Moreno y Escandón. “Proyecto del fiscal
Moreno y Escandón para la erección de Universidad Pública en el Virreinato de la Nueva Granada
con sede en la Ciudad de Santa Fé de Bogotá”. Thesaurus XVI, Nº. 2, 1961, pp. 471-485, transc.,
Guillermo Hernández de Alba.

94
Escuela y nación en la Colonia y en la República

estudios superiores, todo ello en latín; la sociedad de la regla que lleva a una
disciplina del encierro piadoso, de las obligaciones y deberes como forma de
gobierno y de estilo de vida. A estas tres sociedades había que oponer con
todas las letras y signos, la multiplicidad de escrituras. Hacer entonces de la
sociedad, una racionalidad escrita y una nación que pueda extender a toda
la población y no solo a la elegida por su color, su idioma, su raza y su poder
de clase, el saber y las letras.
Las lecciones de Restrepo, por supuesto que son una copia de textos ex-
tranjeros, que hablan otras lenguas, distintas al latín. He ahí su valor, son co-
pias extrañas, que vienen de afuera, que son un nuevo aire. Que no repiten la
jerga, la cantinela, la canción, el rezo, el comentario. La lección se calla y deja
hablar el extranjero. Enseñar no es leer, enseñar no es comentar, enseñar es
copiar, es decir, escribir y más, enseñar, es que copien los alumnos, enseñar
es que se lleven esas copias y que las hagan circular, como si todos fueran
sus escritores. Mucho más, enseñar es la impresión de la copia hecha a mano
por una imprenta, que produzca miles de copias y llene el mundo de la co-
pia, porque el fin y al cabo, esa copia es el original. Restrepo con su desacato
a la cátedra del San Bartolomé, con su retiro de la Cátedra de filosofía, lanzó
una consigna: en la universidad, lo que hay que hacer es copiar. La escuela va
repetir por un siglo esta consigna: ¡copiar! Y en esta consigna está el secreto
de la nueva sociedad: el valor de la escritura28.
El periódico es la tercera superficie de expresión de micro-poderes que se
oponen a ese gran poder de la soberanía y que propugnan por otra nación29.
Más que en el contenido de los periódicos, el asunto está en la emergencia
de múltiples superficies de escrituras. El Semanario es una superficie para
escribir, que no tiene como centro la oración, sino los textos de muchos “es-
critores”. Se podría decir que los escritores se oponen a la oración, al lengua-
je oral, al habla. Los escritores crean la sociedad de escritores: el periódico.
La escritura se coloca en otro lugar que el lenguaje y el sometimiento a su
regla mayor, la gramática. La escritura está hecha de discursos, reflexiones,
críticas, cartas, oposiciones, descripciones y memorias. Cada uno de estos
textos tiene su propio sentido y su forma. Como si el texto (la textualidad)
fuera la materia que se quisiera hacer valer. El Semanario puede ser leído en

28
La revolución de Nariño fue el copiar los Derechos humanos, traducirlos y luego hacerlos copiar
a mano y en imprenta. La copia es un acto de escritura de lo extraño, de lo extranjero, de lo que se
escribe en otro idioma que no sea el latín y bajo otra unidad del lenguaje, que no sea la oración:
el signo. Se trataba de copiar un signo que simbolizara otra cosa. Un más allá que no fuera eterno
sino extranjero.
29
Sobre la prensa en general véase Silva, Saber, cultura y sociedad en el Nuevo reino de Granada. Op.
cit. p. 185.

95
Humberto Quiceno Castrillón

sus contenidos y la eficacia de esos contenidos, por ejemplo El discurso sobre


la educación firmado por “El amigo de los niños”. Ese discurso no dice nada
nuevo que no veamos en los Planes, expedientes o sea en los Reglamentos
que emitían los párrocos de pueblos para pedir abrir escuelas. Como Res-
trepo, no dice nada nuevo que no esté en la filosofía de los autores que leyó.
La novedad y la importancia de El discurso sobre la educación, está en que
se escribe en la superficie de un periódico y que se imprime en la imprenta
“nacional”, por decirlo así. Se escribe para todo el mundo, se escribe para ser
copiado por el director del periódico, se escribe para que todo el mundo lo
lea, como si fuera una copia. El periódico copia y copia, esa es su esencia.
¿Qué copia? Textos, grafías, signos, que se van a llamar discurso. “El amigo
de los niños” es un autor que copia textos que a su vez le van a copiar en la
imprenta y van a aparecer en un periódico. Esa escritura no tiene una regla
previa, esa escritura crea la regla del sentido de su escritura. La copia escri-
ta produce la forma de su comprensión, esa escritura es autónoma, única,
individual, como si fuera un único autor. He ahí su valor, el sentido de las
palabras son referidas al autor del escrito, que se hace responsable ante el
mundo. Escribir es eso: decirse autor, aunque se esconda el nombre. Mejor,
dicho, esconder, ocultar el nombre, indica que ese texto tiene autor. Recor-
demos que autor viene de autor-ia, autoridad. El que escribe, copia, es autor,
tiene la autoridad por su acto solitario de ser un escritor de sus ideas. El que
escribe sus ideas hace discursos y no otra cosa.
El periódico multiplica la sociedad de escritores que ya veíamos des-
puntar en las escuelas para niños de los Reglamentos y en las Lecciones de
Restrepo. Repitamos, escribir deja impresa en la conciencia los signos de
aquello escrito. No como la oralidad, el canto y el comentario, que deja en
la conciencia o sea en el alma, no la impresión, sino la orden de la regla que
manda obedecer. El individuo, se crea porque es autor, la escritura indivi-
dualiza el cuerpo, la escritura no puede ser sino única, individual. Escribir
es construir el autor y autor es el individuo. Restrepo dejó de ser uno más
en la cátedra, no es catedrático, es autor, él lo hizo, el copió. “El amigo de
los niños” es autor, porque se salió de la masa de oyentes que repiten los
cantos de los salmos y se atrevió a escribir para todos. Vemos despuntar en
el Semanario el escritor, el autor, que no es otra cosa que el individuo, cuya
conciencia es escribir. El semanario como todo periódico es la estrategia de
difusión de la escritura contra la estrategia de la cultura oral, que difunde
la oración.

96
Escuela y nación en la Colonia y en la República

III
Enseñanza, escuela y nación

La escuela ayuda a construir la nación, pero antes debe pasar por la ense-
ñanza, las leyes y la administración, que son los dispositivos que forman el
aparato, el sujeto y los discursos educativos, para que los niños se conviertan
en adultos, luego en hombres y en este proceso, adquieran un saber, un ofi-
cio y una conciencia, que haga posible crear la nación como un ente produc-
tivo, para el Estado y para los propios hombres, es decir, para la sociedad. En
la Colonia, la educación, por medio de la instrucción y la enseñanza inevi-
tablemente debía enseñar a vivir en la Colonia. Enseñar a vivir en el medio
Colonial, a aprender a vivir con el rey y con la Iglesia. Nos preguntamos
¿Qué cosa del hombre, qué debía ser lo importante para poder hacer que el
hombre del siglo XVIII, se reconociera en un medio colonial y que sintiera
qué era vivir en la Colonia? La respuesta recorre la Colonia en sus diferentes
niveles, instituciones y discursos. Vamos a centrarnos en la relación escuela
y colonia, escuela y modo de vida, escuela y enseñanza. El punto de cruce
de esta estrategia colonial en términos de la escuela, es la disciplina y en ella,
el método y el papel del maestro y los discursos sobre el cuerpo y el alma.
Debemos decir que esta estrategia no se convirtió en un modelo hege-
mónico para toda la sociedad no sólo en sus fines sino también en sus dis-
posiciones. Si bien la iglesia procuraba hacer vivir en la Colonia, desde el
Estado y sobre todo, desde la cultura letrada de los criollos, vemos en no
aceptar este modo de vida o esta disposición a aceptar este modo de vida.
Este es para nosotros el rasgo que quizás mejor define los letrados criollos
como ilustrados. Un letrado, que haya estudiado en el seminario de una co-
munidad es ilustrado si lucha o se opone a vivir en la colonia, si se opone a
vivir según este modo de vida. Es decir, que acepta ser gobernado de la for-
ma colonial y propone otra forma, que no sea estar en una Colonia, sino en
una república y regirse por el modo de vida de la república. Es evidente que
el problema es de gobierno, de aceptar el gobierno colonial o por contrario
rechazarlo. Este problema del gobierno tiene un modo de resolverse en la
escuela y es través de la enseñanza y la disciplina.

La disciplina: aprender a ser gobernado


La educación en la Colonia es un dispositivo para aprender a ser
gobernado. Analizaremos cómo se aprendió a darle la vuelta, al dispositivo,
de tal forma, que transforme la escuela, en un aparato que enseñe a gobernar.
Primero, aprender a ser gobernado por medio de la disciplina. Para analizar
la disciplina colonial, hay que mirar tres aspectos: la técnica, sus discursos y

97
Humberto Quiceno Castrillón

su estrategia política. La técnica son los apoyos prácticos o estratos sociales


y culturales que permiten un ajuste de los procesos disciplinarios. En la
Colonia y a principios del siglo XIX, época de la Monarquía, del poder del
rey, la disciplina se apoyaba en la tierra, la administración, el lenguaje y la
instrucción. Estas cuatro operaciones funcionaban en conexión y en armonía.
El lugar o espacio de enclave es importante. En dónde se ubica la disciplina,
o sea, la voz de mando, el poder de obediencia y el poder de las órdenes.
La técnica de administrar, según las reglas de la Corona sirve de ajuste al
espacio y a los sujetos. Se administra para establecer una comunicación total
y general, que depende de un centro que siempre se sitúa en lo alto y encima
de todo y de todos. Procedimientos que va de arriba hacia abajo y en sentido
contrario. Los discursos de esta primera práctica disciplinaria son los de
la educación, el alma, el cuerpo, la justicia, y el oficio. Enseñanza, teología,
derecho y trabajo. Esta disposición se dirige a dos objetivos, la obediencia y
la instrucción, obediencia al rey, al virrey, al jefe inmediato y conocimientos
comunes que permitan acatar la ley y entender la justicia. He ahí la disciplina,
antes de darse la independencia y crearse la república. Lo cual significa que
la república ha de crear otra disciplina, otra “cultura” disciplinaria con otros
apoyos y otros discursos.
La figura de la soberanía, nos explica muy bien esta forma de gobierno. Si
pensamos la escuela como un poder en donde se ejerce la soberanía, resolve-
mos en parte el problema, de si este poder era el que ejercía el rey o la Iglesia
Católica. El Rey y la Iglesia comparten el lugar de la soberanía y lo hacen
con dos figuras, el pastor y la disciplina. El pastor no es sólo el poder de la
Iglesia, es un poder del Estado, porque es también lo que representa la forma
de gobernar una escuela. Ejercer el poder en la escuela se hace desde la so-
beranía del pastor y desde la soberanía de la disciplina del cuerpo. El pastor
controla el sujeto, la relación sujeto y espacio, la articulación del sujeto a la
ley y al poder soberano, el de la Iglesia y del Estado. La disciplina lo hace
respecto del cuerpo, fija el cuerpo al pequeño espacio, al pequeño detalle, a
la especificidad de la ley, que es la norma y el reglamento. ¿Quién se encarga
del alma? Si la disciplina se dirige al cuerpo, el pastor lo debería hacer en
relación al alma. Efectivamente es así, el alma se gobierna, se dirige, se cuida,
se conduce. En este punto interviene el pastor del alma, y lo hace mediante
los discursos propios de la escuela colonial: los discursos y las prácticas de
leer, escribir y contar. Para lograrlo se apoya en la disciplina que inmoviliza
el cuerpo, lo fija al discurso del alma. En toda la Colonia operan estos dos
dispositivos de gobierno del alma. En la República, también los vemos fun-
cionar, pero de un modo distinto: la disciplina se separa del gobierno del
alma y de dirige a gobernar el cuerpo, rompiendo la atadura con el pastor.

98
Escuela y nación en la Colonia y en la República

La disciplina busca que el cuerpo se movilice, adquiera potencia y fuerza.


En la Colonia, el cuerpo es inmóvil y fijo al espacio y al discurso.
La escuela de regulares es una escuela para educar curas, desde niños
y que funcionaba dentro del convento o el seminario. Existía otra imagen
de la escuela, la de la parroquia, un pequeño caserío, de no más de dos mil
personas. Allí, el pastor era el cura, que educaba el alma con los discursos de
la Iglesia Católica. Participaban maestros laicos, hombres que sabían leer y
escribir, algo de latín y algo de método. Existía, además, la escuela que fun-
cionaba en casas de estudio, en las casas de familia, con la intervención de
un preceptor laico o un cura que sabía leer y escribir. Allí se educaban hijos
de españoles o criollos ricos, comerciantes, sobre todo. Una última escuela
es la de los hospitales, hospicios, pequeños talleres30.
Esta escuela no es pública, en el sentido que sea abierta a todo el mundo,
es particular y privada, porque educa un pequeño grupo de individuos, para
ser curas, para ser religiosos o para ser administradores del Estado. En el
exterior de éstas tres imágenes, que no alcanzan a ser tres, sino una, vemos
unas iniciativas por crear escuelas para el trabajo, para leer, para oír, que es
el Hospicio o Casa refugio, el periódico y la asociación filantrópica. Estas
prácticas escolares, se crean bajo el gobierno del cura y amparadas por el
Rey o Virrey (estado Colonial). Son de corrección, de trabajos forzados, de
retención, de enclaustramiento y de pastoreo. Aquí el pastor cuida sus hijos
que están por fuera del rebaño y lo hace a la fuerza. En las tres imágenes
clásicas, el pastor lo hace a través de la obediencia.
Estas distintas formas de gobierno, a pesar de existir por separado, en el
convento, en la escuela parroquial o en el hospital, encuentran su manera
de funcionar como una unidad, sentido que les da el ser creación de la mo-
narquía, creación del derecho público soberano en donde la disciplina se
produce tanto hacia el pastor como hacia la ley. La disciplina de esta primera
fase Colonial, no se entiende sino es en relación con la sociedad en donde
reina la monarquía y el rey es el órgano de poder central. El poder del rey es
absoluto, aunque la estructura de la disciplina no se explica con solo decir
esta cualidad. No se le puede decir a alguien que tiene el poder absoluto,
sino que hay que decir en qué consiste esta absolutez, por decirlo así.

30
Distintas investigaciones han dado cuenta de estas escuelas: Martínez, Alberto y Silva, Renán. Dos
estudios sobre la educación en la Colonia. Santiago Castro hace referencia al hospital colonial, lo
mismo que Estela Restrepo. Véase del primero Castro, Santiago. “Biopolíticas imperiales: nuevos
significados de la salud y la enfermedad en la Nueva Granada”. Pensar el siglo XIX, ed. Santiago
Castro-Gómez. Pisttburgh: Biblioteca de América, 2004; Restrepo, Estela. La historia del hospital
San Juan de Dios. Bogotá: UN, 2011.

99
Humberto Quiceno Castrillón

Veamos la forma general de gobierno que se instala en la instrucción pú-


blica colonial31. Escuela, colegio o universidad se crean por virtud de una ley
llamada Constitución. Esta palabra viene del latín constitutio que significa
ley política, conjunto de leyes, y también Estado, situación, disposición ge-
neral. Más tarde toma el sentido de creación, organización y textos que dan
cuenta de la forma de gobierno de un país. Son pues leyes fundamentales32.
La constitución (disposiciones jurídicas y normativas) constituye la reali-
dad. Hoy diríamos, que el derecho es lo real. En la época de la monarquía,
lo que dice el rey es lo real, crea la realidad, se vuelve real. La palabra, la voz
detrás de la palabra es Real (con mayúscula). Este lugar de la palabra, la voz
y el poder del rey, son fundamentales para entender la educación, la instruc-
ción y la disciplina escolar. Si no existiera una Constitución, sino existiera
un reglamento y si no habláramos del rey, sino de un rector de un colegio, las
cosas cambiarían completamente. El reglamento, el rector y la realidad están
separados, lo que no ocurre con la Constitución, el rey y lo real. Forman
una unidad, una sola cosa, una misma disposición, situación o estado de
cosas. El ser del colegio, su existencia, es la Constitución dictada (expresada)
por el rey.
El rey o el virrey es el que organiza la educación, por medio de un mandato
del soberano. La educación se asume como instrucción, porque importa dar
conocimientos que sirvan y tengan uso. Instrucción pública, particular e
instrucción personal. Lo público es lo general, la nación, el reino. Lo particular
es la instrucción en cada lugar, que pertenece a la Corona. Lo particular es
aquella instrucción que se produce en la Corte. El lugar escolar (escuela,
colegio o universidad) es una parte de la Corona, de sus leyes, normas y
cultura. La Corona dice algo, da una orden, emite una constitución y eso se
hace, se cumple. Para la monarquía es importante que lo que se manda y se
acoge en el habla del rey o soberano, se realice, se cumpla, se haga realidad:
lo que se diga a viva voz debe convertirse en lo real. No hay vacío, distancia,
separación entre lo que está en lo alto, la palabra del rey, el jefe, la cabeza y lo
que está en lo bajo, la tierra, la subordinación, los pies, las cosas. La cabeza,
la cima, corona y sobrevuela cada parte y elemento de lo real. La educación
que no es de la monarquía, que pertenece a un modelo republicano, lo
primero que hizo fue romper con línea que baja de lo alto a lo bajo, con la
continuidad entre la parte y el todo y el todo y la parte, entre la cabeza o
cima y las partes bajas. Independencia, quiere decir, que cada parte puede

31
Véase Hernández de Alba, comp. Documentos para la historia de la educación en Colombia. Tomo
VII. Bogotá: Editorial Kelly, 1986, p. 27.
32
A. Rey, dir., Dictionnaires Le Robert. París: 1992, p. 865.

100
Escuela y nación en la Colonia y en la República

hacer lo que considere posible. Puede actuar con distancia y a distancia.


Esto lleva a que la norma y la ley de cada aparte rija o reine para cada parte.
En un colegio o universidad que pretenda independencia de la Corona, debe
darse su propia constitución, reglas y funcionalidad (reglamento, disciplina),
la institución monárquica, por el contrario, depende la constitución de la
monarquía, que está constituida de antemano.
En la Monarquía, la justicia, la instrucción, la medicina, la felicidad o la
virtud, funcionan para toda la nación, como para cada lugar de la nación.
Prevalece la justicia o la medicina general, sobre lo particular, que no existe.
Así, un delito de un colegio lo conoce la justicia general y si es menor, lo co-
noce el colegio, según dictamen de la justica general. Cuestión que no pasa
con el colegio de la República. Casos de delitos, de castigos, infracción se
rigen por la justicia y la moral de cada colegio. La justica general se abstiene
o agota las posibilidades de aplicación de la ley y la norma. Existe la volun-
tad de obrar con autonomía. Cosa rara, en la monarquía, el lugar de estudio,
escuela o colegio, no tiene hospital o capilla adentro del espacio escolar, pero
sí tiene cárcel, que es un cuarto para detener y castigar.
En la Colonia las escuelas y colegios eran fortalezas de control sobre
cada uno de los sujetos de estas instituciones. Los colegios eran internados.
El modelo del internado era el que regía para estos colegios. Las instrucciones
del rey, eran construir los internados de este modo: “la portería tendrá dos
puertas, una de portón a la calle y otra de postigo hacia el claustro. Ambas
con buenas llaves y cerraduras…”, luego otras puertas y cerraduras y otra
puerta. A cada puerta una sala, a cada sala una puerta33. Se avanza de un
menor espacio a otro mayor, del espacio de afuera al espacio de adentro. Se
crea un aula común, que sirve para los exámenes, públicos y privados. Más
allá las habitaciones. Más allá, un cuarto oscuro que sirve para la detención
y el encierro. Los colegiales no tendrán cuarto, sino un dormitorio común.
Luego se habla de la disposición de los empleados; trajes y vestidos;
alimento diario; estudio y distribución. Se estudia filosofía como un plan de
instrucción y se divide el tiempo de estudio. Luego los exámenes. Ejercicios
de devoción, delitos y penas. Los delitos pueden ser aplicados en calidad de
ciudadano y de estudiantes. En los primeros será entregado a la justicia, en
los segundos, al colegio. El colegio está sometido a la justica, a las leyes y a
las normas de instrucción de la corona. Todo delito atenta contra el orden
común: comunidad, pueblo, jefes. Los delitos del colegio se castigarán con
días de encierro.

33
Hernández de Alba, Op. cit. p. 8.

101
Humberto Quiceno Castrillón

Este modelo de escuela se puede explicar en dos sentidos. Primero, su


forma de vida proviene de las comunidades religiosas, de la experiencia de
estas comunidades para educar niños. El concepto fundamental es el de
la vida en común. Todo ello debía de regirse por la vida en común de la
comunidad que vivía en el colegio. Vida que copiaba sus fórmulas de la vida
en común de las comunidades religiosas. Comida, vestido, movimientos,
lecturas, escrituras, aseo, moralidad e instrucción tenía como regulación la
vida en común34. Esta vida nació de las experiencias de las comunidades
religiosas, como dominicos, Jesuitas y Lasallistas. En 1720 Lasalle daba a
conocer sus ejercicios espirituales, la vida en común de su comunidad, que
consistía en cómo educar sacerdotes para que se dedicaran a la educación.
Sacerdotes que aprendían las reglas y las maneras de educar estando en
comunidad de la vida religiosa. La Iglesia católica, su doctrina y su teología
requerían de una práctica comunitaria que le permitiera formar sus propios
educadores. Esto fue posible por la vida en el seno de estas comunidades.
Lo común pasó a ser el objeto de la educación y del poder soberano en las
medidas que permitían fundar colegios.
Segundo. Lo común, para la monarquía es la nación soberana del rey.
El pueblo que habita el reino, la comunidad que depende de un rey.
Lo común es lo que el rey ha establecido por medio de sus leyes, normas
y cultura. Su forma de vida (casas, comida, salud, instrucción y trabajo).
La unidad de la gente en torno del rey, del soberano, el tener que depender de
su voluntad, voz, cabeza y escritura, crean otro sentido de la comunidad, que
no es distinto de la vida en común religiosa, sino que este es una comunidad
laica, popular, civil, que se rige por la ley soberano, los intereses del rey, y
los espacio de la Corona. No hay un contrato entre el rey y la gente,35 lo que
existe es la imposición obligada de ser como el rey quiere. Lo común es una
ley que viene de arriba y que a todos obliga. Lo común en la comunidad es
una ley que viene de todos y a todos obliga, pero que es dirigida por una
cabeza visible y pensante: Loyola, Santo Domingo, Lasalle. El libro de las
reglas comunes, que es la escritura sagrada de la comunidad. La escritura de
la monarquía es la ley escrita a través de la cual se oye la voz del rey.

34
Balzátegui, Manuel. Usos y Costumbres de esta Provincia de el Nuevo Reyno y especialmente de este
Colegio Mayor de Santa Fe, aora nuevamente arreglado por su reverencia el Padre Provincial Manuel
Balzátegui según el orden de el Muy Reverendo Padre General Lorenzo Ricci [manuscrito]. 1765.
35
La adopción del Estado Absolutista por parte de la Corona española deja de lado el pactismo que
existía entre el rey y sus súbditos, ahora será la única autoridad cuya autoridad es de origen divino,
los súbditos legaran al rey sus derechos a cambio de protección. Véase Koselleck, Reinhart. Crítica
y crisis. Un estudio sobre la patogénesis del mundo burgués. Madrid: Trotta, 2007.

102
Escuela y nación en la Colonia y en la República

Estas representaciones de la escuela funcionan muy bien en una misma


institución, como la escuela o colegio, pero no por eso, hay que decir que la
escuela colonial es una sola. Mi tesis es que la escuela colonial tiene al menos
cuatro “imágenes”. Una primera representación de la escuela es aquella que
se da en las comunidades religiosas, jesuitas, dominicos y franciscanos.
Allí la escuela está dentro del espacio religioso, que es, por una parte el
convento y el seminario y, por la otra, el espacio discursivo que es tanto
un espacio de representación del discurso de las comunidades sobre la
educación, como un espacio de gobierno de las almas. En segundo lugar,
existe otra representación de la escuela de primeras letras, que ya no es
dentro del discurso religioso de las comunidades regulares, sino fuera de
él. Esta representación la encontramos en la figura de la parroquia. Una
parroquia, en la Colonia, era tanto un pequeño villorrio de no más de mil
o dos mil habitantes, como la institución de la iglesia católica, representada
en el cura seglar. Ese cura que lo podemos ver en toda su dimensión en la
novela Manuela36. Este es un cura que no sólo es el director de la escuela, sino
que es, además, un hombre que representa la parroquia, es decir, el pueblo
y que es el encargado de llevar la cultura religiosa a todos sus habitantes, si
entendemos por cultura religiosa, la lectura de la Biblia, las representaciones
sobre la sociedad, la visión del estado colonial, particularmente del imperio
español y, cierta lectura que el cura hace de la naturaleza: el trabajo, la vida
en el campo, las costumbres y las relaciones sociales.
En tercer lugar, vemos otra representación de la escuela que ya no está
dentro del convento, que tampoco se asimila a la parroquia, sino que apa-
rece en los planes, expedientes, oposiciones y exámenes, tal y como eran
escritos en el período colonial. Esta representación, por decirlo así, está
en los archivos coloniales, en la escritura de la Colonia. Estos documentos
eran escritos por curas de parroquia, por curas regulares y por seglares,
y consistían en documentos que se enviaban al rey por intermedio de los
virreyes y las autoridades civiles del virreinato, con el fin de dar cuenta del
estado actual de las escuelas. Eran propuestas de creación de escuelas, des-
cripciones de lo que pasaba en la escolaridad y, a veces, quejas y reclamos
sobre el estado actual de las escuelas. La representación que vemos allí de
la escuela de primeras letras, podíamos ampliarla, también, a la represen-
tación que vemos en los reglamentos escolares, en los periódicos e, incluso

36
Véase Eugenio Díaz Castro, Manuela. (Cali: Carvajal, 1967), 16. “En las caídas de la gran Sabana
de Bogotá, se encuentran algunos caseríos con nombres de ciudades, villas o distritos, de los
cuales uno, que ha conservado en sus habitantes el grato nombre de parroquia, es el teatro de esta
narración”.

103
Humberto Quiceno Castrillón

también, en aquellos textos y documentos que escribieron en su momento


las autoridades del virreinato. Me refiero a planes de estudio y, en gene-
ral, a discusiones sobre la educación, la instrucción de los habitantes de
la Colonia.
Una cuarta representación de la escuela de primeras letras, la encontra-
mos en las casas de refugio, en los hospicios37 e, incluso, en los hospitales de
la Colonia. También, en algunas prácticas, como la lectura de periódicos y
en prácticas privadas que existen en algunas casas de familia. Es decir, en la
enseñanza privada, familiar, que hacían algunos maestros respecto de la for-
mación de jóvenes de familias criollas ricas. En esta cuarta representación
vemos una escuela primaria muy distinta a la de las otras tres, aunque de
todos modos, en las tres prácticas se intentaba educar a los niños y jóvenes
a través de la enseñanza de la lectura, la escritura y la aritmética. Si bien el
modo de hacerlo es muy distinto a como lo haría un cura regular, un cura
de parroquia y como se representaba el maestro y la escuela en exámenes y
oposiciones, nos da una idea importante sobre lo que en ese momento era
la escuela colonial.
Estas cuatro representaciones de la escuela, si bien son diferentes, puesto
que cada una tiene su particularidad y singularidad, la del convento es inter-
na, la de la parroquia, externa; la de los planes, escrita, y la de los hospicios,
física, pertenecen a una misma representación, que es lo que podemos de-
nominar la escuela de primeras letras en la Colonia. De tal modo, que la es-
critura que vemos en los Planes y Expedientes, nos ayuda a comprender ese
espacio oculto que vemos en la escuela, lo mismo se puede decir de las prác-
ticas escolares de los hospicios, las vivencias del cura párroco y la disciplina
férrea del cura regular. Una primera definición global que incorpore todas
estas cuatro representaciones podía ser la siguiente. La escuela es una repre-
sentación de un espacio general y particular que existe en la representación
jurídica de la sociedad, en los proyectos de realidad (planes y expedientes),
tanto del rey, el fiscal, como del cura doctor, el cura párroco, así como del
maestro que dice que la escuela es un principio de la religión. Entre el rey (el
fiscal) y el maestro de escuela del principio de la religión, la representación
es común, posible y real, es decir, es una misma representación. La diferen-
cia que se da es entre una definición general y una particular. La general
sólo es posible entre quienes poseen el conocimiento y el saber letrado, es
decir, entre aquellos que saben qué es gobernar, reinar, administrar y crear

37
Castro-Gómez, La hybris del punto cero. Ciencia, raza e ilustración en la Nueva Granada. Op. cit.
pp.156-166.

104
Escuela y nación en la Colonia y en la República

un discurso. La particular, es la propia de aquellos que no pueden decir sino


un principio muy común, muy pobre y muy insuficiente, y que sólo es un
principio para ver la realidad.
La escuela pública es la que despunta en el pensamiento del cura doctor,
del fiscal, del que sabía leer y escribir y que podía representarse esta gene-
ralidad. La escuela parroquial y la escuela del principio religioso, es otra
escuela, La representación general, es la que vemos en el saber letrado sobre
la escuela, de la cual hace parte, pero sólo una parte, el principio religioso
y las prácticas del cura párroco y las prácticas del hospicio y lectura del pe-
riódico. Es decir, que cada particularidad de la representación escolar, ha de
totalizarse, pero no incluirse en la representación general, tal y como la hace
el rey, la iglesia o el cura doctor. De tal modo que tenemos que decir que la
escuela es un lugar para educar los hombres y las mujeres religiosas; la es-
cuela es, también, un lugar visible para educar los hijos de artesanos, comer-
ciantes y algunos campesinos; la escuela es, también, un lugar que aprovecha
el enfermo, el vago y el ocioso para intentar educarlo y, finalmente, la escuela
es un lugar para practicar sus lecturas y escrituras a través de la lectura y
escritura de los textos impuestos. La escuela es, pues, una multiplicidad de
prácticas y no tiene una única representación.
Esta representación general no puede salir de la representación particular
sea la del rey o del fiscal, de los planes o del principio religioso. Cada repre-
sentación ocupa un espacio, un tiempo, un grupo de individuos, destina
un saber específico y ofrece una forma de cultura. Hay que investigar cada
representación en forma separada.
1. La representación de la escuela de regulares. Su espacio es oculto, su
tiempo es toda la vida. Su saber es la lectura de la biblia, su cultura es
la limpieza de sangre y el enclaustramiento.
2. La representación en los Planes. Su espacio es la escritura. Su tiempo,
el horario del calendario, diario y continuo. Su saber es la disciplina
del alma y del cuerpo. Su cultura es le ley y la moral, el valor del rey, el
valor de la Iglesia. La figura del pastor: la obediencia.
3. La representación en la parroquia. Su espacio es la villa, el pueblo. Su
tiempo, el diario, la vida diaria. Su saber es la lectura, la escritura, la
aritmética y el saber manual. Su cultura es conocer la vida de la parro-
quia y del campo, desde la figura del cura.
4. La representación en el examen. Su espacio es la Iglesia. Su tiempo es
la enseñanza. Su saber es la transmisión de la piedad, la religión y la
obediencia. Su cultura es el la importancia de la escritura y las prácti-
cas de disciplina del alma.

105
Humberto Quiceno Castrillón

Los criollos que querían ser ilustrados


Muchos criollos querían ser ilustrados, es decir, ser gobernados de otro
modo que por medio de esa forma de gobierno colonial38. Este estudio e
investigación ha destacado como significativas la Expedición botánica, la
vida de Bolívar, Nariño, Zea, Caldas y Restrepo. Sus obras y lo que de allí se
puede saber de esta otra posición de gobierno de la sociedad, de la nación y
de sí mismos. En esta oportunidad no referiremos a discursos menores que
no por ello, se les puede quitar importancia. El discurso del reglamento que
ya hemos citado, el del método, el de la disciplina y el del maestro. En ese
reglamento, en esos planes, expedientes y memorias todas dirigidas al rey,
al virrey, al fiscal y a las máximas autoridades del reino, vemos un sentido
contrario a querer ser gobernado de forma colonial. He dicho que el regla-
mento se ordena de forma desordenada, que el método no es de enseñanza
sino de muchas cosas, que la disciplina no es del alma, sino más que todo,
del cuerpo. Que el maestro y lo que de él se quiere que sea, es un personaje
anodino y sin valor. En fin, en todo ello, en esos discursos menores vemos
la voluntad de no querer estar en la Colonia y querer estar en otra parte.
Habitar una casa que no sea la colonial. No la casa espiritual de la compañía,
no la casa paterna, no el método de la clase, la lección y la cátedra. No la
disciplina del alma39.
Renán Silva hace un extenso análisis (cerca de cincuenta páginas) de la
propuesta de plan de estudios de Moreno y Escandón, en su obra que ya
citamos Saber, cultura y sociedad, en el Nuevo reino de Granada, siglos XVII
y XVIII. Se detiene, como no, en el método y sus diversos sentidos: forma,
orden, plan, enseñanza. Sólo le falta un sentido en su análisis: el gobierno.
El plan de Moreno propone abandonar el modo como se gobierna en la
Colonia, así no se debe gobernar, se debe gobernar de otro modo: con otro
sentido. Si revisamos el plan y lo que dice silva, concluiremos que lo que
faltaba por decir y que ni Moreno ni Silva dicen, es la palabra gobierno,
que por supuesto no se dice en el plan. Gobernar es todo lo que enumera el
Plan y más, lo que falta, su aplicación. Como sabemos el Plan no se aplicó,
esto no le quita al discurso del Plan su sentido, allí se habla de otra forma
de gobernar los hombres en la Colonia. ¿Cómo se debe gobernar? con mé-
todo y qué es método, razón, no la Ratio, sino la razón de gobernar. Lo que
expresa el Fiscal es saber gobernar el Estado para que sea una gran nación y
lo hace desde una nueva racionalidad que toma por objeto la enseñanza, los

38
Sobre la discusión del término ilustrados véase Silva, Renán. Los ilustrados de la Nueva Granada.
1760-1808. Colombia: Eafit, 2008, pp. 19-30.
39
Sobre el método, véase Silva, Renán. Los ilustrados de la Nueva Granada, pp. 145 y ss.

106
Escuela y nación en la Colonia y en la República

estudios, las cátedras y las lecciones. Por supuesto el ciudadano, la riqueza,


el comercio, la naturaleza y una nueva forma de emplear el saber para que
sea productivo. Este conjunto de elementos es lo que se llama la población.
En este texto y en otros, no se configura el sistema de enseñanza y creo que
el fiscal lo pretenda. Lo que se dice es que hay que enseñar a gobernar la
población y las cosas del reino. En la tarea de gobernar hay que introducir la
razón, la disciplina y la enseñanza.
Para aclarar este concepto de método, como gobierno de la población,
recordemos que Comenio escribió en 1632 el método, que aparece en su
obra Didáctica magna40. Por método entiende Comenio la didáctica, que no
significa sólo enseñar, sino gobernar la población en escuelas y academias.
En las escuelas debe haber orden y disciplina, el orden se debe tomar de
la naturaleza y la disciplina “más rigurosa no debe emplearse con motivo
de los estudios o de las letras, sino para la corrección de las costumbres”41.
Por orden debe entenderse no el orden de las cosas, sino el orden de la na-
turaleza, de allí que debe observarse que nos enseña la naturaleza42. La base
para poder enseñar y llevar al aprender es la naturaleza. Lo que el hombre
debe hacer para poder gobernar es enseñar lo que dice la naturaleza y gober-
nar es saber enseñar en las escuelas con orden y disciplina.
Este método es el que propone el fiscal, y que vemos en los distintos pla-
nes, expedientes y propuestas de escuelas para niños y que también vemos en
las escuelas parroquiales. No así en las escuelas y colegios de las comunidades
en donde funciona otro método, la Ratio, las Reglas, el Oikos. Este método
también enseña a gobernar pero dentro de la casa (oikos). Las reglas son
interiores a la casa, establecen un orden, una disciplina y un método que es
sacado de los estudios, de las clases, y de las lecciones. La Ratio y las reglas
son discursos de cómo se debe enseñar a la población de estas casas. En 1621
Calasanz, el fundador de las escuelas pías, escribe en uno de sus documen-
tos “pedagógicos”, la regla de su Congregación y dice en el capítulo IX que
se titula “del gobierno de los colegios y de las escuelas” que el gobierno es la
uniformidad, preservar a los súbditos dentro de la casa, que hagan los mis-
mos ejercicios. La disciplina debe ser la misma en todas las casas de la Con-
gregación, el método será común e igual para toda la enseñanza, sea de la de
lectura o de la escritura43. El método de las escuelas parroquiales, públicas,
o patrióticas, mal llamado tradicional, tiene como característica que no es

40
Comenio, Jan Amos. Didáctica magna. México: Porrúa, 1995.
41
Ibíd., p. 155.
42
Ibíd., p. 52.
43
De Calasanz, J. Su obra. Escritos. Madrid: editorial católica, 1956, pp. 739 y ss.

107
Humberto Quiceno Castrillón

un método que copie las Reglas o la ratio, es un método que en su desorden


de cosas, que en su disposición múltiple, que en su poca racionalidad, lo que
nos dice es que el método debe estar por fuera de la razón del Oikos y mucha
más cerca de la razón de la naturaleza. Ese método no es natural, no copia la
naturaleza pero tampoco copia la Ratio.
Lo que el método nombra es otro espacio, ya no el espacio de la casa o
de los estudios, sino el espacio de ese lugar interior del hombre, que es el
mismo espacio natural. Propuesto este espacio por parte de los Planes de es-
cuela acercaría mucho más la ley, la administración y las prácticas del reino,
al espacio interior del hombre, mediante la cual todos los hombres podían
ser iguales ante la ley, no entendida como producida por un soberano, sino
por la soberanía del hombre, que es su razón, su entendimiento y su volun-
tad44. La escuela debería, entonces, procurar que el niño hiciera uso de su
razón para comprender una ley que nacía en su interior y el maestro sería
aquel personaje que mediante la escritura y la palabra hiciera que la razón se
abriera a ella y permitiera llegar a sus adentros. La escuela no puede ser un
territorio a dominar y a conquistar sino un espacio que había que hacer salir
del hombre hacia afuera, para que el hombre, al reconocerlo como suyo, lo
quisiera.
Vemos en este método otra forma de entender el obedecer que ya no re-
quiere una disposición ordenada desde el exterior al hombre45. Esto quiere
decir, que obedecer exige un espacio situado, un espacio al cual el niño esté
pegado, amarrado, ligado. El plan le disputa a la regla el saber construir el
espacio de la educación y de la enseñanza, si el plan dispone el espacio según
los términos de la ley y de la administración puede bloquear el espacio de las
reglas. La disciplina ha de operar como cualquier orden, se fija por medio
de impedir cualquier movimiento, se fija por medio de una adscripción del
nombre al lugar, se fija por localizar cada cosa en su lugar, se fija, finalmen-
te, porque lo que se hace se hace para estar fijado. Lo que importa es pues
estar dentro del espacio, lo cual quiere decir, que el territorio, es también mi

44
Quiceno, Humberto. Crónicas históricas de la educación en Colombia. Bogotá: Magisterio, 2003.
45
Son innumerables y repetidos los textos coloniales sobre el estado de los niños en las escuelas, su
entrega al maestro, su estadía en la escuela, sobre la prohibición de cambiar de escuela, de sitio o
de maestro. Caldas es muy específico sobre este control del espacio en la educación de niños. Véase
De Caldas, Francisco José. “El doctor Francisco José de Caldas, padre general de menores, del
cabildo de Popayán, propone al gobernador y comandante general de la provincia, se promueva
el estudio de artes y oficios, bajo la dirección de maestros artesanos idóneos, para salvar de la
ociosidad y de la perdición a los jóvenes nobles y plebeyo de la ciudad”, en De Miranda, Op. cit.,
p. 64. Duquesne, Op. cit., p. 79. “Expediente sobre la aprobación de una escuela de primeras letras
para la enseñanza de los pardos en la ciudad de Caracas”, en Duquesne Op. cit., p. 86.

108
Escuela y nación en la Colonia y en la República

cuerpo, mi alma, mi yo. Dice el numeral 17 del plan de Lenguasaque de


1785, elaborado por el cura Domingo Duquesne de la Madrid:

En orden, a los indios, en haciendo la señal de la doctrina de Altosano los


enviará el maestro puntualmente porque sin embargo de la instrucción, que
puedan adquirir en la escuela es importantísima esta asistencia para que per-
severen en aquel género de sujeción que es indispensablemente necesario
para mantener el buen orden entre ellos, y arreglar los pueblos a las consti-
tuciones de su establecimiento y que no pueda decaer la disciplina prescrita
por las leyes, por los concilios del (sic.) arzobispado y por las ordenanzas del
superior gobierno46.

El método en su sentido de gobernar plantea una lucha por la territoria-


lidad pues se trata de situar el espacio que circunda la escuela y el espacio de
la propia escuela y del niño. Es como decir, yo soy ese espacio, y si pertenez-
co a él, soy yo. Pero como ese espacio y ese territorio, es del rey, es de la ley
del rey, es pensado y creado por El, yo, no soy nada, soy ese espacio al cual
me fijo. Luego veremos que esta disposición es cambiada por la disciplina,
que es la disposición espacial de la escuela mutua, que es la escuela de la
república y no de la colonia.
Obedecer exige un saber sobre el cuerpo. El nombre de disciplina aparece
en la colonia, lo vemos en algunos planes de escuela, lo mismo que vemos
la importancia del cuerpo, en la escuela mutua. Pero en ésta, el cuerpo es
para moverse y para actuar con fuerza. El cuerpo en la colonia no se mueve
con fuerza, se mueve para construir el cuerpo amarrado y fijo. Como una
máquina que integra todo el cuerpo, el movimiento y el espacio del cuerpo.
Las disposiciones de escritura y de lectura eran para que el cuerpo se fijara,
adiestrarlo pero amarrarlo a su propia inercia, a su falta de fuerza y su quie-
tud. La voz, la escritura y la fuerza de quién enseña, fijan el cuerpo, lo orde-
nan, lo regulan. La voz y la escritura en la escuela mutua lanzan el cuerpo, lo
hacen moverse, lo pone en acción47.
Obedecer como un sistema de poder sobre la enseñanza. Obedecer es
fijar la mirada en quién enseña, es estarse quieto, es responder maquinal-
mente a la voz que viene de fuera y que exige una acción, es no tener noción
de quién es uno, es tener noción de quién enseña, es saber que se está en la
escuela para servir a otro: a Dios, a Jesús, al rey, al cura, al maestro, es decir,
a la soberanía. Soberanía es lo que está por encima de uno, es una ley, una

46
Duquesne, Op. cit., p. 83.
47
Martínez Boom, Alberto comp. Memorias de la escuela pública: Expedientes y planes de escuela en
Colombia y Venezuela. Bucaramanga: Universidad Industrial de Santander, 2011.

109
Humberto Quiceno Castrillón

naturaleza, una cosa o un poder. El poder siempre ha de estar por encima


de uno. Tenemos un poder encima nuestro, un soberano, que no soy yo, no
es el cuerpo, que es el poder del rey o de cualquier otro. Ese otro tiene el
poder y el derecho de mandarnos y nosotros de obedecer. La escuela mutua,
intentó cambiar se poder soberano, ese poder por encima. Creó varios po-
deres, multiplicidad de poderes, micropoderes: el cura, el maestro, el padre
de familia, los monitores, los ayudantes y sobre todo el libro de enseñanza,
el manual (1826). Un libro y una escritura casi anónima, como poder sobe-
rano. Igual, repetitiva y que servía a todos los poderes48.

IV
Escuela y nación: aprender a vivir en la República

Desde 1821 se conoce, en la Nueva Granada las escuelas mutuas, fun-


dadas por Lancaster y Bell, pastores, cuáquero el uno y anglicano, el otro.
La disposición de estas escuelas le sirvió tanto a la Monarquía como a las
repúblicas independientes, como fue el caso de la Nueva Granada. La im-
portancia que le dieron a este modelo de escuela es compleja. Por un lado
sustituye la escuela obligatoria gratuita, costeada por el Estado. Como es
una iniciativa privada, corresponde a los partidarios su construcción y sos-
tenimiento. Mucho más tarde, el Estado se encargaría de esta escuelas, hacia
1813, cuando se vuelven Normales, o sea escuelas que preparan maestros y
monitores. El espacio es la gran máquina de instrucción: instruir muchos a
un tiempo. La formación no es pensada como desarrollo en el espacio y el
tiempo. El maestro escoge los niños instruidos y les enseña los deberes de la
vigilancia y la corrección. No existe enseñar a otro lo que debe saber, como
no existe el aprender, como un acto de conciencia de algo. Enseñar es dispo-
ner, distribuir, es dictar, decir, mandar, dar una voz o dar una señal. Enseñar
no es transmitir algo49.
La escuela mutua es el proyecto de volver a los niños, trabajadores, con-
vertirlos en “maestros”, hacer recaer sobre ellos el orden y el control del ejer-
cicio, todo con el fin de solucionar el propio orden y el resultado exitoso de
la instrucción y de paso ser la solución económica y política. Económica al

48
Sobre el poder del maestro en la Colonia véase Martínez, Escuela, maestro y métodos en la sociedad
colonial, Op. cit.
49
Sobre la escuela mutua en Colombia y en el continente existen varios estudios. En Colombia
véase Zuluaga, Olga Lucía. El maestro y el saber pedagógico. 1821-1844. Medellín: U de A, 1984. Y
también véase Caruso, M. “independencias latinoamericanas y escuelas mutuas. Un análisis desde
la perspectiva de la historia global (1815-1850)”. Educación y emancipación. Ed. C. Alves. Río de
Janeiro: Ueri, 2010.

110
Escuela y nación en la Colonia y en la República

convertir la escuela en un proyecto de masas y de eficacia en sus resultados.


Política al aplicar el saber aprendido a la propia escuela sin la necesidad de
aplicar nada de afuera. Hagamos notar que la escuela mutua era para niños
pobres y a los niños pobres le corresponde un saber pobre, porque era pobre
este saber de aplicación, ya que era un saber que basa su éxito en la repeti-
ción infinita de un ejercicio. Se repite diariamente el mismo ejercicio de es-
critura, de lectura y los ejercicios de aritmética y los del catecismo religioso
(saber leer y escribir es aplicar el ejercicio aprendido a otra cosa distinta al
modelo que se repite). ¿Si este saber no enseña mucho en qué consistía su
secreto de saber-poder? En imponer la obediencia, a través del orden que se
logra, no inmovilizado el cuerpo, sino haciéndolo mover por la voz de man-
do y la señal. Lasalle no movía el cuerpo del niño, lo aquietaba por el miedo
de la señal de la vara. Pestalozzi no buscaba mover el cuerpo del niño, sino el
llegar a contemplarlo por la mirada y la sensación. Lancaster y Bell hallaron
el modo de hacerlo mover para llegar a la quietud.
Otra gran invención de esta escuela, además del movimiento, fue hacer
que no se notara que pasaba el tiempo, cuando evidentemente pasaba. La
gran preocupación era hacer pasar un niño, de la primera clase a la última,
en el menor tiempo posible. La escala era un momento, un día, una semana,
un mes o un año. Una vez el niño empezaba a ser educado, en la primera
clase, de escritura con arena, empezaba la obsesión por terminar pronto la
escritura de pizarra, la de papel, la de aritmética, para empezar la de religión
y dar por concluida la instrucción. Al empezar, terminar rápido. He ahí a
lo que se llama economía de la instrucción, por lo tanto, educación, buena
educación y perfección en la labor o en el ejercicio. Todo el tiempo se estaba
educando, todo el tiempo el niño hacía ejercicios. Al final, el niño no notaba
que hacia progresos, que ese empezar y acabar era la distancia que mide la
perfección. Esa función estaba reservada al maestro, que miraba lo que pa-
saba, el ir y venir de la clase. El maestro, que era más bien un vigilante del
tiempo, era el que registraba, quién lo había hecho bien y quién no. El niño
había aprendido a leer, a escribir y a contar, pero no lo sabía. Recordemos,
que eran escuelas para niños pobres, que no tenían ni siquiera la posibilidad
de ir a la escuela gratuita. A niños pobres, escuela pobre: aprender sin saber
qué era aprender.
La eficacia de estas escuelas, era sorprendente: impedir la deserción es-
colar, mantener la asistencia continua, lograr que los niños pasaran de clase,
de la primera a la última, reunir el mayor número, lograr establecer el orden,
la movilidad, el silencio, la quietud en la movilidad y la eficacia del tiempo.
El resultado se medía por la visión del conjunto, por el espectáculo de ver
reunidos mil niños en continuo movimiento, acompasados por voces, señas,

111
Humberto Quiceno Castrillón

cambio de lugar, ir y venir, y sin embargo nada se alteraba, todo se veía per-
fecto, pues se lograba la imagen perfecta. Sin duda, esta escuela estaba hecha
para ser observada y no para ser medida y evaluada. Vista desde hoy, no se
vería ninguna perfección ni en su imagen ni en su espectáculo. En su tiempo
fue una maravilla su visión. La metáfora del reloj, de la máquina, del aparato,
cuadra muy bien con esta visión, y así fue descrita en su tiempo.

La escuela mutua50
Las escuelas mutuas nacen en Colombia con la República. Se crean de
modo oficial en 1821 y todavía funcionan en 184451. Luego desaparecen,
más por su imposibilidad de dotarlas, que por un análisis de sus discursos,
aunque Triana, logró ahondar en sus defectos más notables52. Lo curioso es
que estas escuelas también fueron acogidas por la Monarquía. En España,
todavía Reino, su importancia, desde 1819, fue grande. En la Francia, en su
República singular jugaron un gran papel. En Londres, fue el lugar que más
las difundió. Fue allí en donde se escribió su método y se popularizaron para
todo el mundo, gracias al apoyo de la comunidad anglicana, pues dos de sus
escritores, fueron anglicanos, Bell y Lancaster.
En el 2021 estas escuelas van a cumplir doscientos años. La coincidencia,
que no deja de extrañar, es la semejanza en estas escuelas y los colegios de
ahora. Las escuelas mutuas fueron el fenómeno extraordinario de educar
mil niños al mismo tiempo y en un mismo espacio. En el 2010, en Colombia,
la educación se vio sorprendida por la construcción de cientos de mega-
escuelas que son escuelas para cinco y diez mil niños. En 1810, en Europa,
la escuela mutua llegó a tener, en un mismo espacio, un gran salón, para mil
niños. En Colombia, parece ser, que se llegó a tener 200 niños53. Comparar
estos dos proyectos escolares es importante. Lo que más llamaba la atención
del mundo frente a las escuelas mutuas, era el espectáculo que ofrecía a la
visión, el ver en su interior mil niños en silencio y en quietud, no obstante a
la implementación de un movimiento continuo entre los niños. Un silencio

50
Sobre lo que sigue nos apoyamos en distintos manuales de escuela mutua. Sobre todo en el manual
reproducido en la Nueva Granada en 1826. Véase Manual del sistema de enseñanza mutua:
aplicado a las escuelas primarias de los niños. Bogotá: impreso por S.S. Fox, 1826. A partir de
esta fecha circularon manuales de diversos países: Cuba, España, Francia, Venezuela. Casi todos
estos manuales tienen la misma estructura narrativa estos manuales circularon hasta la mitad
del s. XIX (veinticinco años aproximadamente) hasta que fueron reemplazados por los manuales
pestalozzianos, hechos con el método de Pestalozzi, de lecciones de cosas y centros de interés.
51
Véase Zuluaga, Op. cit. p. 71.
52
Zuluaga, Op. cit. p. 89.
53
Ospina Rodríguez, Mariano. Informe del ministro del interior 1842.

112
Escuela y nación en la Colonia y en la República

en el ruido sin fin. En el silencio, sólo se oía la voz de mando, se veía el ir y


venir, y la ordenada carrera de un sitio a otro. En la actualidad, lo que asom-
bra es el exterior del edificio, su pesado equipamiento y su fastuosa idea de
que la mole de cemento, granito o de ladrillo, es la forma que le da sentido
al interior. Una forma que es la vez el contenido y que es a la vez, el proyecto
educativo. En 1810 la forma es interior y pertenecía al orden del silencio y
de la movilidad inmóvil.
La escuela mutua representa, en forma concreta y material, aquellas ideas
que vemos en los letrados, que eran los autores que escriben en el Sema-
nario. Si en éstos, el concepto era de defender las escuelas patrióticas, en
las mutuas es precisar la escuela pública, con ciertas formas racionales que
aquellos no veían y que no lo podían hacer, como el método, la escritura, la
disciplina del cuerpo, el gobernar la población y gobernar el hombre con
una educación y una instrucción pública, que enseñe todo a todos54. El mé-
todo lo hemos dicho antes, trata de saber gobernar una escuela, un niño y
la población para lo cual es necesario hacerse a una cultura de la escritura,
un concepto universal de educación, que relacione el tiempo, con el espacio,
con la forma de gobierno, con el pensamiento y que vincule a la población,
a los hombres y las mujeres, a las actividades físicas, mentales y morales, es
decir a los oficios, el trabajo, los asuntos prácticos55. La escuela mutua no
sólo un edificio distinto a las casas de estudio coloniales, representa todo
un sistema completo, muy diferente a lo que existía como representación
de la escuela. En primer lugar, con la escuela mutua se intenta producir una
lectura y una escritura con una cobertura mucho más amplia que permitiera
que un número mayor de gente pudiera adquirir la cultura letrada. En ese
sentido, no partía de una separación entre la gran masa de habitantes del rei-
no, que no eran incluidos como sujetos —negros, mestizos, campesinos—,
aquellos hijos de comerciantes, administradores y funcionarios, que eran los
que podían llegar a las escuelas, y aquel pequeño grupo hijos de españoles
o criollos ricos que podían ir directamente a educarse para ser religiosos,
servir al estado y tener lugares importantes en el centro de la administra-
ción virreinal. La escuela mutua, intenta establecer una relación continua,
una movilidad entre estas separaciones totales. Su principio escolar es, no
partir de separar, sino, al contrario, volver mutuo, no común; lo común en

54
Todos los manuales de la escuela mutua repetirán lo que Triana había escrito en el último manual
en la primera página: “Siendo el objeto de la enseñanza mutua, generalizar los conocimientos,
más indispensables en todas las clases sociales, se aplica principalmente a la lectura, escritura,
aritmética, dibujo y doctrina cristiana”. Véase Triana, Manual de enseñanza… (sin página).
55
Véase Caruso, Op. cit. Para Colombia, esta perspectiva de la escuela mutua fue descrita por Safford.
Véase Safford, Frank. El ideal de lo práctico. Bogotá: UN, Ancora, 1989, pp. 166 y ss.

113
Humberto Quiceno Castrillón

la Colonia sólo lo era para el pequeño grupo que podía ir a la escuela de la


comunidad. Era pues un lugar común muy elitista. Lo mutuo, por el contra-
rio, intentaba ser un lugar común mucho más amplio, que incluyera otras
capas de la población y que produjera una transformación fundamental en
el saber escolar56.
En segundo lugar, este saber escolar no sólo era para representarse la ley,
la moral y el orden jurídico, no sólo era para leer en latín o griego el texto
bíblico, o las doctrinas teológicas y, no sólo estaba dirigida para poder leer
los planes de estudios, los planes escolares, los expedientes y los exámenes.
La escuela mutua es el intento de construir un saber basado en la ciencia,
las artes y los oficios; un saber cuya escritura estaba directamente ligado al
trabajo. Se trataba de aprender a leer y escribir para trabajar; por lo tanto,
la población que acudía a estas escuelas era la de artesanos, funcionarios,
campesinos ricos e hijos de familias ricas. Este saber escolar impartido era
concreto, implicaba un concepto de aprendizaje ligado al cuerpo, a su movi-
lidad y a su actividad. De tal modo que fuera representable directamente en
su ejercicio57. Este saber debía ser visto, reconocido y evaluado directamente
como si fuera una materia prima, una riqueza, un objeto fabricado. Si este
saber escolar es fabricado, producido, transformado, el saber de la escuela de
la Congregación, era todo lo contrario. Estaba allí para ser leído tal y como
era; sobre este saber no había una iniciativa personal, una acción del cuerpo
y un ejercicio de la mente; se mantenía trascendental, fijo, como había sido
producido en las instancias superiores de cultura.
En tercer lugar, este saber escolar que debía ser fabricado, producido y
transformado, lo hacía en forma concreta, en el espacio y en el tiempo. Esto
quería decir que el espacio debía ser pensado como un espacio de fabrica-
ción de un objeto para su transformación. Era perfectamente un espacio
fabril, un taller, un espacio artesanal, de comercio, de producción y de venta.
Por eso, el espacio general de un salón de clase tradicional fue dividido en
sus espacios y articulados estos espacios entre ellos, basado en un orden
estricto de organización, que diera la idea de desarrollo, progreso, aumento
y cualificación. Si el espacio era sometido a este orden y a esta organiza-
ción, también lo fue el tiempo. A cada espacio un tiempo que había que
desglosar en pequeños tiempos cada cual correspondía a actividades muy
particulares que los estudiantes hacían en sus espacios. La organización del
espacio y el tiempo, se dirigía también al cuerpo, pero sobre todo al cuerpo

56
Sobre lo mutuo como un modelo disciplinario véase Foucault, Michel. Vigilar y castigar. México:
Siglo XXI, 1978, p. 150
57
Véase Zuluaga, Op. cit. p. 77.

114
Escuela y nación en la Colonia y en la República

de la masa general de estudiantes, un cuerpo masa que también se dividía,


se organizaba y se distribuía. Fue así como se dividió la masa en grupos
amplios, en subgrupos, en pequeños grupos, hasta llegar a la individualidad;
y no sólo a la individualidad como unidad, sino también que el cuerpo se
ordenó a través de una organización perfecta de sus funciones, se especializó
cada función en relación a una parte del cuerpo, lo que se podía ver, palpar,
sentir, lo que era objeto de movimiento, de atención, lo que era alcanza-
ble o no y, lo que se podía tener al final de una sesión completa de tiempo
y de espacio58.
En cuarto lugar, esta forma de representación del espacio, del tiempo, del
cuerpo y de las actividades de la mente y su organización en un sistema de
aprendizaje, nos muestra que esta escuela no fue pensada como la escuela
común. En esta escuela, no se propone retener, sujetar y separar, todo lo
contario, reúne, organiza y divide, vuelve productivo aquello que no lo es;
lo potencia, lo transforma y lo utiliza para efectos mediatos e inmediatos.
Estos son objetivos con relación a la representación general de la escuela,
pero también es aplicable al saber escolar, al sujeto y a cada una de sus par-
tes. Lo que se desprende de esta escuela es una modificación sustancial en la
forma de leer, escribir y contar. Se puede decir que el mecanismo y los dispo-
sitivos escolares hacen que estas tres funciones, leer, escribir y contar, estén
inscritas ya dentro de lo que se llamaría un arte, una técnica y una ciencia
del educar, si le damos el sentido de prácticas, de fabricación y de construc-
ción, parecidas a las prácticas usadas en las fábricas y en la industria. Por lo
tanto, leer, escribir y contar, no está hecho para leer la ley, la moral y las re-
presentaciones teológicas y poder adecuar la obediencia al reconocimiento
de lo leído en lo escrito. En la escuela mutua, saber leer, escribir y contar, es
hacerlo sobre objetos, sobre cosas, materialidades, acciones, movimientos,
productos, entre los cuales podemos encontrar los discursos, los textos, los
manuscritos y la letra impresa, aunque esencialmente el saber leer y con-
tar se dirige a la lectura del mundo y de su exterioridad, a la forma como
se puede leer cada objeto, cada tiempo, cada espacio y poder hacerse de
ellos una representación particular, y muy próxima a la actividad humana.
La escuela es, pues, para la escuela mutua, un oficio, un lugar de ocupación,
de trabajo, un lugar para que vaya el artesano, el comerciante, el campesino
y el funcionario y, no, como en la escuela común, que era un lugar sólo para
que fueran los españoles, criollos, hijos de criollos y, en general, todos aque-
llos cercanos a la corte.

58
Véase Manual de enseñanza mutual 1826. Los diferentes apartados del manual hacen referencia a
las divisiones y clasificaciones de la escuela, del ejercicio, del cuerpo, del tiempo y del espacio.

115
Humberto Quiceno Castrillón

Expliquemos la diferencia entre las tres escuelas. Empecemos por la es-


cuela de las comunidades. La vida en común operaba de este modo. Dividir
el espacio absoluto en separaciones, controlar cada una de las separaciones
por medio de instrucciones directas y de fuerza. Impedir que el espacio die-
ra posibilidades de libertad de movimiento. Amarrar todo ello al poder de
la autoridad y de la doctrina. La escuela Mutua operó distinto. No partir del
espacio absoluto. Dado un espacio, llenarlo y distribuirlo, antes de estable-
cer separaciones. La separación no es total, ha de permitir la comunicación,
cuestión que es negada y prohibida en la vida en común. Comunicar a través
del espacio absoluto, que se abre una vez hay espacio, no antes. Esa comu-
nicación se hace a través del lenguaje, la vigilancia, el castigo, la prohibición
y el reglamento. Lo importante es que esta escuela permite la movilidad y
el lenguaje, que quiere hacer común para todos, aunque sea diferenciada.
Movilidad mayor, menor, nula y lenguaje mayor, medio y poco. Vigilancia a
toda hora, en intervalos, y a tiempo. Una cosa esencial que introduce la mu-
tua es la participación de todos, la ayuda de todos, la colaboración puntual,
detallada y colectiva, cosa que no tiene la vida en común.
La idea de sistema mutuo apunta a la combinación de los elementos que
hemos descrito: espacios (varios), tiempos (varios), pues se introducen los
grados dentro del mismo espacio, el grado en la vida en común era por fuera
del espacio. La multiplicidad de la vigilancia, el control de la movilidad, el
encadenamiento de las operaciones de instrucción y de lenguaje. Todo ello
exigía pensar en una totalidad, relación y combinación, totalidad y parte, al
que Lancaster llamó sistema. Es desde esta totalidad, desde este pensamien-
to total, que lo abarca todo, tanto el espacio como el tiempo, que se hace
claridad en un espacio determinado y es desde allí que la materia (cosa, sus-
tancia) es visible y se puede dividir. El todo se abre por la idea de totalidad
(espacio y tiempo y movimiento), lo que permite la división. En la vida en
común no se parte de la totalidad, porque ella es ocupada por el soberano,
por el rey. El soberano dice, el soberano habla, y emite su razón. Esa razón
divide, separa, establece o no la comunicación y el movimiento, dice cuándo
hablar y cuándo quedarse callado. El sistema reemplaza, en la Escuela Mu-
tua, al soberano. El sistema totaliza, separa, divide, articula, pone en marcha
y hace mucho más, una operación importante, baja de la cima el poder, la
totalidad, la autoridad y lo pone a ras del suelo y del cuerpo, en las manos,
por eso el sistema es “manual” y demás le da todo el poder al acto de enseñar
por sobre el acto de reunir, de crear comunidad.
La materia de la enseñanza se divide en grados, divisiones, partes. La pri-
mera es el salón de la escuela y de sus enseres (objetos). Que la materia empie-
ce por el salón, el espacio general, dice mucho de este tipo de enseñanza. No se

116
Escuela y nación en la Colonia y en la República

empieza por el hombre, por el cuerpo, por la mente, o la comunidad. Se em-


pieza por el espacio. La segunda parte de la materia es el método de enseñan-
za, o sea, el orden a seguir. Después del espacio, el orden del espacio. La tercera
es la disciplina (cualidades y deberes, del maestro y monitores). Agreguemos,
en el espacio general y en espacio particular del método. Cuando la disciplina
sea la primera materia, la que es el propio sistema, cuando se empiece por la
disciplina, estaremos hablando de otra escuela, distinta a la mutua59.
La disciplina en la Mutua es dominar al otro, mandar a un niño, que uno
enseñe al otro, un niño le enseña a otro niño. Una dominación uno a uno,
en una serie donde cada uno domina al otro. El espacio serial es el cuadro
completo de dominación individual, que la mirada del maestro vuelve total.
Con solo mirar el todo, la escuela, pues la escuela es un gran salón, el maes-
tro domina la totalidad. No era así en la escuela de la monarquía, el dominio
del todo se hace dividiendo el todo en partes, que se conectan entre sí. Las
partes pertenecen al todo y no hay una mirada que de un vistazo recorra el
espacio. El rector del colegio tiene una habitación al final del colegio, desde
la cual no puede mirar y no es mirado. El rector se esconde a la mirada. La
totalidad del colegio, el dominio sobre el colegio no es del rector, que es un
empelado del rey, es del rey y su mirada soberana, que está en alto. El rey
dicta la constitución que constituye el colegio.
La disciplina de la mutua traza un plan, una línea que corta, el espacio
y lo segmenta. Cada segmento es una clase, existen ocho clases. Cada clase
la dirige un niño que se enfrenta a un niño que lo espera, de frente. Es un
cara a cara, el que impide el movimiento y produce silencio y quietud, que
es el objetivo de la disciplina. En concreto son dos niños los que instruyen,
dos por orden y por clase. Cada niño instructor es un corrector, que a su
vez tiene un corrector ayudante, al que se le agrega un corrector general. En
el cuadrado que forma la escuela, pues un gran salón, para muchos niños,
hasta mil, delante del cuadrado se para el corrector cada vez que empieza la
instrucción: emite un silbido, y luego una voz de mando, a la que acompaña
una campanilla. El corrector general extiende los brazos levanta la mano de-
recha para entrar en cada banco, en donde se hacen varios niños. Llamada a
lista. Luego el corrector dice clase de lectura, escritura, o aritmética y luego
alza la voz y dice: “todas las clases comienzan”. Al finalizar cada sesión, el
corrector da por finalizada la clase. Llama a lista, dice quién ha cumplido y
quién no. Castiga, suspende, penaliza o recompensa.

59
Los distintos manuales repiten esta disposición en la estructura escrita y en la disposición real de
la enseñanza. Véase: Manual de enseñanza mutua 1826; Triana, José María. Manual de enseñanza
mutua para las escuelas de primeras letras. Bogotá: Imprenta de J. A. Cualla, 1845.

117
Humberto Quiceno Castrillón

El mecanismo interior de la escuela mutua: el manual60


Como dice Martínez la escuela colonial en su versión estatal, tiene en el
Plan su unidad y orden, en su versión clerical lo tiene en la regla, la escuela
que nace con la República lo tiene en el manual61. Pasó, entonces, del orden
verbal al orden escrito, del derecho público a la gestión material, del alma
al cuerpo. El manual tiene un significado que se cae de su peso, se refiere
a la mano y también, a lo fácil, a lo práctico. Si profundizamos un poco
más vemos que el manual es una unidad de lenguaje, de escritura y lectura.
Ordena la lectura en forma de secuencia, que es progresiva, acumulativa y
distributiva. El manual representa el espacio, sustituye el espacio de afuera,
se lo re-presenta, o sea, crea la imagen real en forma de imagen lingüística,
verbo y signo. Lo que era el espacio en la colonia, el manual lo incorpora en
un texto, el espacio se vuelve texto y signos, textura. La escuela se representa
por medio de un manual escrito que organiza la escuela, no solo la organiza,
la dibuja. Existen miles de manuales, con la particularidad, que todos son
iguales. Todos tienen las mismas partes y la misma división: espacio, tiempo,
las clases, los deberes del maestro, los premios y los castigos. El espacio es
la categoría central del manual y de la escuela mutua. El espacio es la repre-
sentación de un objeto visto desde sus dimensiones de ancho, largo, peso y
partes. El espacio es un todo dividido en partes y cada parte en sub-partes
y así hasta la mínima parte. Esto vale para el lugar, los objetos, las cosas, la
instrucción, los deberes, la vigilancia y los castigos. La categoría tiempo es
una división del espacio. Esto se ve cuando se habla de la enseñanza, en el
capítulo 2 de todo manual. Porque el capítulo 1 es la sala o lugar para las
clases. La enseñanza es la división del tiempo, localizada en el espacio de la
mañana y el de la tarde. El tiempo es una parte del espacio, y en ese espacio
se colocan las clases. En cada clase existen múltiples divisiones: objetos, co-
sas, distribuciones, ocupaciones, acciones y hechos. Cada objeto o cosa se
subdivide hasta llegar a la mínima subdivisión.
La escuela mutua no tiene tiempo, no busca crear categorías como en-
señar, aprender, conocer, reconocer, no son categorías, son acciones, cosas,

60
Existen infinidad de manuales sobre escuela o método mutuo. Este dato demuestra que era un
instrumento fundamental para establecer la escuela. Era un saber, una unidad organizativa, un sis-
tema de poder y un sistema público de enseñanza. Hemos consultado los manuales que se usaron
en el norte de Sur américa. En Colombia el de Triana, sobre todo. Véase Triana, Op. cit.
61
El primer manual que se conoce en la Nueva Granada, que es el impreso por SS Fox en 1826 es una
copia de un manual londinense. Como es copia no se conoce el autor. El último manual que es el
de Triana de 1826, también es copia de otros manuales. Copiar no es error de la cultura Granadi-
na, sino un principio de escritura. Con este principio, la escritura en la escuela es copia, es decir,
imprenta y ya sabemos lo que significó la imprenta en América.

118
Escuela y nación en la Colonia y en la República

gestiones, procesos. La escuela no tiene sujeto u hombre, y tampoco con-


ciencia. Esta escuela es un trazado sobre un espacio en donde se encierran
niños para que lleguen a leer, a escribir, a contar y a rezar. Lo importante de
la escuela es lograr establecer el orden del dentro espacio y el espacio en el
orden. Los niños son cosas, objetos, partes, de ese gran espacio. Llegan a la
escuela porque lo lleva el padre o la madre. Existe un antes de y un “después
de”. Una vez se da el “después de”, el niño es colocado en partes de la escuela,
la 1ª. Clase, la 2ª, etc. En cada clase o parte, se hacen ciertas cosas, que un ojo
vigilante se encarga de ordenar dentro del espacio asignado, según límites
de tiempo. Es así para todas las clases, que en orden de sucesión van pro-
gresivamente construyendo una marcha o un desarrollo o adelantamiento
progresivo, hasta la última que es la 8ª. En donde el niño lee y escribe para
poder leer y escribir el catecismo de religión y repetir los principios del dog-
ma, cualquiera que él fuera.
El gran espacio de la escuela se divide en pequeños espacios62. El espacio
de la sala, sus dimensiones, el piso, las ventanas, la puerta y el patio. Todo está
dispuesto para que el maestro sin moverse, observe el orden. Los muebles: las
mesas, el banco, el porta cuadros, telégrafos, semicírculos, estufa, la tarima, el
crucifijo, reloj, tableros, libros, billetes y los rótulos que se le ponen al cuello
al niño que no aprueba. La enseñanza se entiende como tiempo, la división
del tiempo, por la mañana y por la tarde. En cada sesión se distribuye la lista,
el rezo, la escritura y la lectura. En el apartado enseñanza se habla de las cla-
ses, (8 clases). Se habla de la llegada a la escuela, la entrada, la lista, y el rezo.
La escritura, el carácter de la escritura: gruesa, mediana, sobre arena, sobre
papel, sobre la pizarra. La lectura y las diferentes posiciones en el espacio:
círculo, semicírculo, etc. El corrector la varilla, ejercicios, y otro etc. Un co-
rrector es un niño adelantado para instruir a otro. Existen correctores ge-
nerales, de escritura, de lectura y ayudantes. La función del silbato es muy
importante, activa la conducta, lleva a la quietud y el silencio, cosa igual
hace la campanilla, inicio de la oración. La importancia de los movimientos
de los brazos del corrector general. De la voz de mando y de la campanilla
y los silbidos.

62
Todos los manuales tienen la misma estructura interior, en su orden: el espacio, luego, los objetos;
la enseñanza y sus objetos, las lecciones y las materias; la instrucción y sus objetos. El maestros
y sus objetos, deberes, conducta, corrección. Todo manual tiene los dibujos de lo que los niños
hacen en el salón de clase y de los objetos, incluso la forma de cada uno. La estructura es de forma
y contenido. De unidad con sus elementos. De espacio y objetos. El adentro y el afuera. El niño y
sus superiores.

119
Humberto Quiceno Castrillón

En la cuarta parte del manual leemos. Deberes. Vigilancia y administra-


ción de libros. El maestro vigila a los correctores y no a los niños. Depone y
suspende. El maestro se pasea por la sala y se para en una clase. Una sección
sobre libros de matrícula, de listas, de interés (gastos), de pretendientes, de
visitadores, de faltas y otra sección sobre los padres de familia. Al final, la
disciplina y su descripción: el corrector general que lee la lista de niños que
han cumplido, los que han cometido falta, y reciben la recompensa o el cas-
tigo. Un segundo nivel de disciplina es la superintendencia e inspección de
los superiores para con los inferiores, y la subordinación de estos para con
aquellos. Un tercer nivel es el mantener el buen orden. Entrada al banco:
posición del brazo. Lista. Posición para mojar, para enseñar la pizarra, y un
gran etcétera.

El gobierno escolar
La escuela mutua, que empieza a construirse en 1821, rompe la represen-
tación que vemos en la Colonia sobre la escuela, rompe la relación existente
entre lo general y lo particular, rompe, finalmente, la representación de la
escuela en donde caben todos los extremos y las singularidades. Decíamos
que escuela se ordena de modo incompleto sobre el maestro de escuela, las
prácticas dispersas del cura párroco, la regularidad conventual y los planes
de estudio del rey. Las críticas y resistencias hechas desde del Plan general
de estudios y desde planes locales. La escuela mutua, por el contrario, es
una representación particular, local y concreta desde la cual se levanta y
asciende lo general. Aquí la representación no es horizontal, común y vá-
lida para todos los sujetos, sino que se impone la verticalidad en la forma
de la representación. Esta forma de representación local, y no general, hace
posible pensar que la escuela es una singularidad, un hecho y una realidad.
Con esta representación se hace posible crear escuelas, poco a poco, según
condiciones reales, materiales, físicas y jurídicas, en serie. Esta estrategia de
construir escuelas es una estrategia de pensarla, pues así como se construye
desde lo real, también significa pensarla, de igual forma. La escuela mutua
no admite elaborar un discurso general sobre la escuela, donde quepan to-
das las representaciones posibles.
Si bien la diferencia, podía decirse, que es epistemológica, puesto que
son dos formas de presentarse la realidad, una, general y abstracta y la otra,
concreta y real, esta representación nos plantea una forma de gobernar y de
representarse del sistema de poder del estado sobre la escuela. La escuela
mutua se construye en el acto, por medio de iniciativas del poder local, de la
comunidad local y de su fuerza. La escuela común de la Colonia, que es para
pocos, no es posible crearse y pensarse sino es a través de la representación

120
Escuela y nación en la Colonia y en la República

del poder soberano, es decir, de la representación jurídica del rey o de la


Iglesia. Para crear una escuela en la Colonia, se le pide al rey, se le proyecta
un Plan que él considere acogerlo o no. Crear una escuela mutua, no pasa
por crear un Plan, no se hace una demanda al poder central y lejano, sino
que la creación de la escuela mutua pasa por construir un método, un ma-
nual que contiene la forma de proceder en la realidad. El estado, la sociedad
o el poder local, que pueda construir un método, construyen la escuela. Aun
teniendo los medios, el dinero, los maestros, la casa, el cura, la parroquia, en
la Colonia no se podía construir la escuela, puesto que hay que demandarla
y dependía de la voluntad del rey.
La política, el poder, el ejercicio de gobernar en la escuela mutua de-
penden del método, del manual, depende de un tipo de conocimiento muy
particular, previamente había qué saber lo que es la escuela. En la Colonia,
y en la escuela común para pocos, no dependía del conocimiento, del saber
ilustrado, “de la ciencia de educar”, sino que dependía de los procedimien-
tos administrativos y jurídicos, que eran reglas, demandas, procedimientos,
pasos, lógicas, etc., para demandar y crear escuelas. En la escuela mutua,
el orden jurídico (legal y administrativo), no se imponía al orden del saber
escolar, no dominaba sobre él, sino que era al contrario, el saber escolar
obligaba a la subordinación del orden jurídico. Esto quiere decir que la rea-
lidad de la escuela, la naturaleza escolar, iba de lo concreto a lo general y,
lo concreto era decir en qué lugar, en qué espacio, qué debía ser el maestro,
dónde poner los niños, cómo relacionar los grupos de estudiantes, qué debía
hacer el maestro, cómo hablar, moverse, indicar y, en definitiva, cómo debía
proceder en el acto de enseñar a leer y a escribir. Esto es lo que podemos lla-
mar un saber escolar interno al acto de educar. El saber escolar de la escuela
común o Colonial, era una representación general, no del acto de educar y
de sus particularidades, sino de lo general y de todo lo que podía pasar en la
educación. El saber escolar, en la escuela mutua, era saber porque se dirigía
a un espacio específico, un tiempo y a la forma como un cuerpo y un alma
debía ubicarse en ese espacio y ese tiempo.
La escuela mutua crea otra escuela, que no es propiamente la de los re-
gulares, de los Planes, del cura párroco o del examen, sino la de la escritura
y lectura en común o mutua. Su espacio es un espacio múltiple. El tiem-
po, es el diario y dividido en pequeños tiempos. Su saber son técnicas de
lectura y escritura. Su cultura es la del trabajo en común. Se dirige a otro
grupo de personas, de sujetos: el hombre artesano, el trabajador. Con rela-
ción a este hombre sí podemos hablar de una diferencia sustancial con las
otras representaciones de escuela. Es el primer grupo de hombres trabaja-
dores para educarlos en el trabajo, por medio de la escuela, y un sistema de

121
Humberto Quiceno Castrillón

saber y cultura que es la del trabajo. Las otras representaciones de escuela,


eran escuelas para blancos o de pureza de sangre (regulares), para hijos de
criollos (planes), para pueblerinos o hijos de comerciantes y hacendados
(parroquia). En los hospicios o casas refugio, en donde se enseñaba algo
de lectura y escritura, la población era de vagos, perezosos y desocupados.
La función de la casa era retener y sujetar y no transmitir. En los talleres de
artesanos a donde podían ir vagos y desocupados, tampoco existía la fun-
ción de transmisión de un saber elemental.
Lo que hemos dicho hasta ahora, puede reconocerse en una concep-
ción epistemológica y filosófica de la escuela, tanto de la escuela común,
como de la escuela mutua. Construyamos ahora una definición con carac-
terísticas más históricas. En la Colonia existían tres géneros de escuela: la
regular, la parroquial y la particular. Dos objetos definen estas escuelas: su
forma de transmisión y el grupo de hombres que educa. La regular, fun-
ciona dentro del convento y los seminarios; la parroquial, en los pequeños
pueblos y es dirigida por el cura; la particular, era la que funcionaba en un
pueblo, en una casa, pero podía hacerse leyendo un periódico o por medio
de instrucciones particulares. La función de la escuela, y su mecanismo
concreto de educación, era el de retener, sujetar, recoger y juntar niños y
jóvenes, en un mismo sitio, para que fueran instruidos en religión, lectura
y escritura, en algunas reglas de aritmética y en algunos valores morales
y sociales. El mecanismo de instrucción era básicamente de retención y
sujeción. La escuela de los regulares lo hacía mediante el enclaustramiento
directo, que era una retención y una sujeción completa y para toda la vida.
El grupo escogido era un grupo selecto, definido por su limpieza de sangre
y su función social y política en el reino. La parroquia retenía y sujetaba
por medio del pastor o cura, basado en su arte de atraer y retener. Hacía
esta retención y sujeción diariamente, lo cual significaba que el tiempo de
reclusión, es decir, de pasar en la escuela, era lo esencial. “Dar escuela” era
pasar el tiempo en la escuela. Estar en la escuela era estar en el tiempo es-
colar y, el tiempo escolar era estar en un espacio escolar. Este estar era una
sujeción completa o parcial. Este mecanismo escolar no sólo era interior al
convento, a la escuela parroquial, sino que también era exterior al aparato
escolar, propiamente dicho, tal y como se ve en el hospicio, en las casas de
estudio y en los hospitales. Allí también existía la sujeción y la retención
completa. El hospital y el hospicio imponían una retención y una sujeción
completa y, sino era posible, entonces diaria. Todo ello le dio un carácter
esencial a la escuela en la Colonia, que básicamente era la separación del
mundo, separar al hombre del mundo, lo cual significaba separar al hom-
bre del trabajo, de la vida diaria, del comercio y sus actividades cotidianas.

122
Escuela y nación en la Colonia y en la República

Separar, entonces, el interior y el exterior. La escuela era la representación


de un modelo interior63.
La reforma de los borbones (políticas de utilidad, de bienestar, de pro-
ductividad, de trabajo) intentó modificar y transformar este mecanismo de
sujeción, transformar la relación entre interior y exterior, entre reclusión y
separación, creando la importancia de la exterioridad, es decir, del mundo,
de la vida, del trabajo, de los oficios y las artes, y de los lugares y espacios
donde era posible la concreción de esta realidad exterior. La sujeción y la
retención no sólo era un mecanismo de dominación del cuerpo y de la mo-
vilidad de hombres y mujeres, sino que era la representación del dispositivo
interno del poder administrativo clerical, religioso y político, que consistía
en separar el pueblo, la población plebeya, la masa de los indígenas, campe-
sinos y negros, de las actividades representadas por la cultura de la sobera-
nía. Se buscaba que la masa estuviera separada de los lugares de actividad,
de producción, fabricación y de transformación de la vida de los hombres.
Esto significaba que el poder soberano, en sus distintas representaciones
como Iglesia y como monarquía, sólo se dirigía a un pequeño y selecto gru-
po de hombres. En relación a las masas y la población en general, se trataba
de localizar, sujetar y fijar, la mayoría de estos hombres, a lugares donde
prácticamente no se hacía alguna cosa en relación con el desarrollo de las
ciencias y las artes. Por eso la escuela, el hospicio y el hospital sólo eran un
lugar de sujeción y retención, donde había muy poco desarrollo del cuerpo,
la mente y las actividades motrices. Esto quiere decir que la escuela era, bási-
camente, un sistema de sujeción y retención, con pocas funciones de lectura
y escritura, sólo las suficientes para que ese pequeño grupo, que estaba allí
retenido, pudiera tener una cultura oral y escrita, que le permitiera activi-
dades mínimas de comprensión, de la ley, la moral y los discursos religiosos
y jurídicos.
Lo que va a romper la escuela mutua, es la introducción de otra imagen
de escuela primaria, en donde la disciplina del cuerpo, si bien, sigue siendo
de corrección y trabajo forzado, la hace el maestro laico, intentando unir o
vincular la escuela con la sociedad, el trabajo y la disciplina del cuerpo pro-
ductivo. Lo importante es ver un cambio en el saber elemental, entre el saber
de la escuela católica y el saber de la escuela mutua. Además de verse una
ampliación considerable de las personas que pueden ir a la escuela, comer-
ciantes, hijos de administradores e hijos de familias ricas. Hacia el exterior

63
La nación, pensar la nación, tiene que ver con el sentido que se le da al concepto de común, mutuo,
a la educación de grupos de sangre, a la educación de obreros, de iguales o de distintos. Véase
Catanzaro, G. La nación entre la naturaleza y la historia. Buenos Aires: FCE, 2001.

123
Humberto Quiceno Castrillón

de la sociedad, las iniciativas coloniales de educación para el leer, escribir,


para el trabajo, de protección y de reclusión, no solo se mantienen, sino que
se refuerzan.
Si nos situamos setenta años después, en 1840, el dibujo de la escuela pri-
maria no sufrió cambios totales, entre la sociedad que enmarca la escuela
católica y la sociedad de la escuela mutua, solo transformaciones en la fuerza
de la disciplina, que entiende el cuerpo productivo y que intenta abandonar
el cuerpo inerte, un cuerpo muerto y sólo funcional para obedecer. La disci-
plina, en la escuela mutua, representa varias transformaciones, vínculo con la
sociedad civil, con el trabajo, con la práctica de enseñanza, entendida como
un oficio o una técnica y con la escritura, el saber de escritura y de aprendiza-
je. Busquemos apoyo en dos categorías para aclararnos: lo público y el saber
elemental. Lo público en la colonia, es lo exterior a la Iglesia Católica, al con-
vento, seminario y universidad. Lo público es el poder del rey y su soberanía.
El territorio en donde manda y ejerce su poder. Los Planes y expedientes
pertenecen al espacio del rey y el espacio de la escuela, pertenece a la Iglesia
y los poderes comparten el poder sobre el saber elemental, que está hecho de
tres dispositivos: leer, escribir y contar, disciplina y gobierno del alma y del
cuerpo. El cambio de lo público, que es el poder sobre el espacio interno y ex-
terno, por el poder sobre la población, origina una gran transformación de la
esfera, zona, espacio o lugar de lo público, que ya no es más espacio, sino po-
blación: gente, pueblo, lo popular, las personas, los hombres, los individuos
o los sujetos. El poder se dirige al nuevo sujeto político, que es la población.
El saber elemental de la escuela primaria o de primeras letras de la Co-
lonia y el saber elemental de la Escuela mutua, son muy distintos, aun si lo
ejerza el cura, y sea un saber sobre el alma y el cuerpo, porque es un saber
sobre lo público, sobre la población, tiene como objeto la población y no el
espacio. El saber elemental de la escuela de planes no incorpora la clase, la
cátedra y del saber de la escritura, independiente del saber oral. El plan ro-
dea el espacio, nombra las disposiciones de tiempo y espacio, de horario, de
ocupación, habla de los padres, de las precauciones sobre los niños, de los
temores a su educación, del miedo a educar, de lo que debe hacer la escuela
respecto de la virtud, sobre el control de los vicios. El saber de estas escuelas,
como hace parte del saber de formación del cura, tiene específicas dispo-
siciones sobre la gramática, el silogismo, la lectio y la disputatio. El saber
elemental de esta escuela, no solo se ubica en espacio interior al convento, a
la casa de los estudios o a la parroquia, sino que se lanza afuera de la socie-
dad, como un saber de corrección del cuerpo, como lo veíamos en la Casa
refugio, en los Hospicios o en la casa de corrección de menores, que dirigía
Caldas en Popayán.

124
Escuela y nación en la Colonia y en la República

Lo más importante de la escuela mutua es que en su saber elemental so-


bre la escuela, introduce, incorpora e incluye el espacio social, que en la
escuela colonial quedaba afuera. La corrección queda adentro de la escuela,
como queda adentro la división del trabajo, el anclaje de niño al saber de
transmisión de la escuela y al saber de la sociedad y además la escritura
del método, que es una multiplicidad que contiene lo oral, la escritura, el
alma y el cuerpo, y por si fuera poco, el aprender de la mente. La escuela es
espacio y es tiempo, unidad indivisible que es la que se ha de transmitir al
niño, como sujeto social y sujeto de saber. Esta unidad del sujeto es en for-
ma extensa y ampliada, la población. De ella se ha de encargar la ciencia de
gobierno, las ciencias y las artes y la policía (aparato de bienestar y salud).
La escuela mutua hace en micro, lo que la sociedad y el Estado republicano,
deben hacer en macro.
Pasemos al saber elemental, para continuar con la ciencia de gobierno.
El saber de la escuela mutua se orienta en tres direcciones: hacia una analítica
del lenguaje, una orden de la enseñanza y el aprendizaje y una descompo-
sición del espacio. Toma como objeto el método de enseñanza, la clase y la
Catedra, formas de enseñanza que se usaban en los colegios y universidades.
Habla en extenso de la escritura, de la lectura y del aprender y cómo ense-
ñar, paso a paso y en forma continua. Opera una analítica del espacio, lo
descompone, lo arma y desarma, establece el orden del aprender en relación
al orden del enseñar. Deja atrás el silogismo y la lectio, y se basa en la clase.
En relación a la población establece una división del trabajo, una organización
del grupo, una inserción de la comunidad, descompone el sentido común y
crea el sentido se saber sobre la escritura. Introduce ritmos de aprendizaje,
tiempo, espacios múltiples. Es pues una disciplina completa a nivel social del
capitalismo: trabajo, saber de escritura, formación y potencia del cuerpo e
inscripción a la transmisión de la ciencia, el arte y la escuela. La enseñanza
mutua se basa en el manual y no en planes o expedientes, y el manual es una
escritura que habla de la población, de cómo insertar e incluir la población en
espacio de la letra y la escritura y en espacio social del trabajo.
El saber social o de población lo vemos en la Escuela mutua, como no se
veía en la escuela católica. Allí se trata de gobernar cuerpos. La estrategia,
que se llama método, por ser escolar, no debe engañarnos. El método no sólo
pretende enseñar la letra, la escritura y la aritmética, el método es una forma
de gobernar las personas, la gente, la comunidad, y el grupo. El método se
dirige al sujeto. Es como si saliera de la escuela y atravesara la República,
es una geografía, una estadística y un saber para conocer la trayectoria que
va de la escuela al trabajo y a la sociedad. No nos olvidemos que método es
camino, trayecto, mediación.

125
Humberto Quiceno Castrillón

Si nos instalamos en 1810 ¿cuál era el panorama de las escuelas?


1. Existían las escuelas de las comunidades religiosas cuyo modelo era la
experiencia de la vida en común. Los curas párrocos tendían a practicar
esta vida comunitaria en las escuelas parroquiales a donde iba un pequeño
número de niños. Vivir en común y practicar en común la comida, la lectura,
el rezo y ejercicios de piedad era recibir educación. 2. Por otra parte, existían
las escuelas cuyo modelo era el del rey, la instrucción pública era dirigida
por las órdenes del rey. La escuela y cada una de sus partes, las personas, las
cosas, los objetos y por lo tanto la instrucción era ordenada por el rey, por las
Constituciones o leyes que regían las escuelas y colegios (Ordenada en dos
sentidos, como poder, mando y como orden espacial). Si bien existía orden
común no existía vida en común, como la que existe en un seminario cuyo
espacio es de preparación para ser cura. 3. Hacia 1821 se crean las escuelas
mutuas, que son escuelas en donde educar proviene directamente de la
corrección e indirectamente de la vida en común y del rey. Estas escuelas
hay que dotarlas, conseguir un salón amplio y niños correctores. Era para
pobres, pero su carácter privado, y su dotación las convertía en escuelas para
alumnos de una mejor clase social.
Lo que se llamaba escuela tradicional o de primeras letras eran las
escuelas del Rey y las escuelas de la vida en común, por ejemplo, de la
parroquia. Las escuelas mutuas eran escuelas nuevas, no por contener
un modelo republicano, que no lo tenían, sino porque tenían un método
de instrucción basado en monitores. Todas estas escuelas eran para los
pobres de las villas y para hijos de criollos y mestizos. El resultado general
era aprender a ser obedientes, subordinados, piadosos y en lo posible,
aprender a leer el catecismo y algún libro y a escribir el nombre y las cuatro
operaciones de aritmética. Las reformas de la República (una vez producida
la Independencia) se dirigían a sustituir las constituciones del rey por leyes
de instrucción pública y a intentar crear normas de control republicano
como inspecciones y dotaciones. El hecho de que se apoyara la escuela
mutua, hasta mediados del siglo XIX, muestra, que el poder escolar seguía
siendo monárquico64. Un nuevo poder, una nueva forma de pensar el poder,
haría cambiar la escuela. Este no se constituye hasta finales del siglo XIX,
cuando en Colombia se discute el proyecto de la modernidad.

64
En términos históricos la escuela propiamente republicana tal y como la conoció Europa sería
aquella que introduce las ciencias humanas y la ciencia de la educación.

126
Escuela y nación en la Colonia y en la República

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130
Capítulo 4

LA NACIÓN EN NOVELAS
(ENSAYO HISTÓRICO SOBRE LAS NOVELAS MANUELA Y MARÍA.
COLOMBIA, SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX)

Gilberto Loaiza Cano1

Resumen

Este ensayo es un aporte al uso del concepto de nación en dos novelas


muy representativas del siglo XIX en Colombia, Manuela y María; el examen
incluye un análisis de las condiciones de enunciación de esas obras, lo que
permitió saber por qué una novela fue triunfante y la otra permaneció largo
tiempo en silencio. Ese hecho significó que un concepto de nación se impu-
so, el de la novela María.

Abstract

This paper is a contribution to the use of the concept of nation in two


novels very representative of the 19th century in Colombia, Manuela and
María; the examination includes an analysis of the conditions of enuncia-
tion of those works, allowing you to know why a novel was triumphant and
the other long time remained silent. This fact meant that a concept of nation
was imposed, that of the novel María.

1
Profesor titular del departamento de Historia, Universidad del Valle. Doctor en Sociología de la
Universidad Paris III-Iheal-Sorbonne Nouvelle. Premio Ciencias Sociales Humanas, Fundación
Alejandro Ángel Escobar, 2012. Responsable de la línea de investigación Historia intelectual de
Colombia, siglos XIX y XX, adscrita al grupo de investigación Nación-Cultura-Memoria.
Gilberto Loaiza Cano

Escribir la nación, escribir el orden

En este ensayo me propongo contribuir a descifrar el concepto de nación


que circuló en la segunda mitad del siglo XIX colombiano. Examino cómo
ese concepto pudo quedar plasmado en dos novelas más o menos paradig-
máticas en la historia de nuestra literatura; o mejor, cómo un momento his-
tórico del concepto de nación fue enunciado y discutido en dos novelas que
tuvieron génesis en esa parte de aquel siglo. He partido de suponer que la
nación ha sido, como otros conceptos constitutivos de la vida pública de esa
época, el resultado de una elaboración colectiva; que se estira y se recoge al
ritmo de las fluctuaciones de quienes van haciendo parte de la comunidad
política, al ritmo de quienes van siendo miembros de la vida de la polis.
Es decir, la nación es un concepto que revela disputas, forcejeos, discusiones
permanentes de una sociedad que incluye o excluye, que repele y abarca2.
La historiografía de por lo menos los dos últimos decenios, y sobre todo
la relacionada con el largo siglo XIX, está atiborrada de la palabra nación y
tiene como principal afinidad verla como la condensación de un problema
central en los procesos fundamentales de ese siglo que tuvieron que ver con
la instauración, legitimación y puesta en funcionamiento de un sistema po-
lítico basado en la representación de la soberanía popular. Es difícil, por no
decir que imposible, entender el siglo XIX sin las naciones y sin los naciona-
lismos. Agrego algo: no puede entenderse ese siglo sin tener en cuenta los
conflictos inherentes a ideales de nación y sin apreciar la importancia de los
dispositivos que se dispersaron en esos conflictos.
No es mi propósito hacer una genealogía del concepto ni partir de su eti-
mología, algo que suelen hacer los ejemplares estudios de historia conceptual.
Ya el historiador Elías Palti hizo un ejercicio al respecto en su libro La nación
como problema. Los historiadores y la cuestión “nacional”, donde de hecho hay
una introducción cuyo subtítulo es “La nación, su historia y la historia de la
historia”3. Me siento completamente incapaz de hacer algo tan enjundioso y
perspicaz, aunque admito que hace falta como premisa; entonces debo con-
formarme con intentar dejar en claro en qué consistió, a mi modo de ver, el
problema de la nación y cómo quedó enunciado en este par de novelas.
Para ir ampliando mis supuestos, afirmo que la nación es, principalmente,
una entidad definida por una élite o, mejor, por el conjunto de agentes
políticos que, en el siglo XIX, fue adquiriendo un aspecto muy variado; y
según quienes fuesen los agentes del poder político, quienes tuviesen el
2
Aquí, en particular, manifiesto mi apego a la obra ya mencionada de Pierre Rosanvallon.
3
Palti, Elías. La nación como problema. Los historiadores y la cuestión “nacional”. México: Fondo de
Cultura Económica, 2003.

132
La nación en novelas

control o la hegemonía en la difusión de ideales de nación, vamos a tener


una nación con un espectro de incluidos o excluidos, de individuos sujetos o
no a un mismo gobierno, sometidos o no a unas mismas leyes, incluidos o no
en la categoría de ciudadanos o de miembros de la nación. Por eso la nación
es una categoría conceptual abarcadora, a mi modo de ver, que comprende o
arrastra las definiciones de términos contiguos tales como república, pueblo
y democracia, principalmente.
La nación, por tanto, puede haberse convertido, en ciertas circunstancias
de tiempo y de lugar, durante ese largo siglo XIX, en un objeto de competen-
cias discursivas por definirla, por hacerse sentir partícipe de tal o cual idea
de nación. También, en consecuencia, la nación iba siendo un espacio de
poder construido por los discursos posibles, discursos que podrían provenir
de lugares de producción diversos y con diversa capacidad para imponer
tal o cual discurso como el hegemónico. Ahora sí, apelando a una de esas
definiciones recurrentes, por ejemplo la de Benedict Anderson, podríamos
afirmar que habrían podido existir y debatirse muchas formas de “comuni-
dad imaginada”, según la persistencia discursiva de los grupos de individuos
que recurrieron a la búsqueda de algún espacio de poder, que trataron de
tener algún grado de control hegemónico en el proceso sinuoso de definir o
imponer un ideal de nación4. De modo que en la discusión del asunto me fui
quedando con la idea según la cual la nación fue una construcción discursi-
va muy cambiante y muy densa. La nación fue una emergencia discursiva en
formatos múltiples y, principalmente, en todas aquellas formas de escritura
del siglo XIX que evocaron o señalaron algún tipo de orden. Escribir el or-
den en algún sentido era escribir acerca de la nación, ordenar era dominar,
controlar, predecir, medir, definir la nación. Esa obsesiva escritura del orden
fue plasmada en constituciones, reglamentos, manuales, lecciones, códigos,
mapas, escuelas, relatos de viajeros, libros de historia, memorias, diarios ín-
timos, en fin. Todos esos despliegues de escritura estaban motivados por la
necesidad de imponer un ideal de orden, de erigir tal o cual ideal de lo que
debía quedar encerrado en la categoría de nación. La nación era la cons-
trucción de un campo de racionalidad; pero el establecimiento o imposición
de ese campo fue siempre motivo de discusión en que unos y otros, con
mayor o menor capacidad, intentaban quedar incluidos o excluir a otros;
por eso esa disputa incluyó otros elementos menos apacibles que la escri-
tura, y entonces hubo guerras civiles, fraudes electorales, golpes de estado.

4
Recordemos la definición de nación de Anderson: “Una comunidad política imaginada como
inherentemente limitada y soberana”. Anderson, Benedict. Comunidades imaginadas. México:
Fondo de Cultura Económica, 1997. Primera edición, 1983, p. 23.

133
Gilberto Loaiza Cano

Hubo momentos de auge y de repliegue asociativo; hubo expansión de im-


presos de diverso formato; hubo competición por adquirir notoriedad pú-
blica; hubo dispersión de agentes sociales movilizados en la acción política:
el cura párroco, el artesano autodidacta, las mujeres politiqueras, gamona-
les, caudillos, políticos civiles cuasi-profesionales, en fin.
Las novelas fueron relatos que cumplieron labor específica en la difusión
de ciertos ideales de orden. Ellas contuvieron sus proyectos de nación,
discutieron y propusieron a su modo un ideal de orden republicano.
Ellas son inseparables de esa emergencia discursiva general en que se
discutía permanentemente acerca de la nación; por eso al escoger un par de
novelas para examinarlas no se trataba de incluirlas en un paisaje discursivo
al que ya pertenecían; se ha tratado, mejor, de tomarlas como perspectiva
de análisis fundamental que nos permita situar el contexto de discusión
en que estuvieron insertas y que ayuda a entenderlas. De modo que he
terminado haciendo un ejercicio en que un texto llamado novela necesita
ser explicado y, al tiempo, sirve para explicar; es la puesta en relación en
doble vía a la que deberíamos estar acostumbrados quienes interpretamos y
creo que la labor distintiva del historiador es la interpretación de los textos
que selecciona; e interpretar es, simplemente, poner el texto en situación.
Situar históricamente algo es saber darle alguna explicación, porque explica
la existencia de ese algo y hace comprensible por qué ese algo perteneció a
esa época. ¿Por qué los escritores acudieron a la forma novela? ¿Por qué tal
o cual novela dijo eso y no otra cosa? Este tipo de preguntas nos remite, sin
duda, a eso que un “arqueólogo” famoso llamó las condiciones de existencia
de los enunciados. Aquí vamos a averiguar, con dos novelas más o menos bien
conocidas, cuáles fueron las condiciones que hicieron posible esos relatos y
por qué una más que otra gozó de una generosa recepción. Explicando eso,
es mi apuesta en este escrito, podemos llegar a entender cuál fue el concepto
de nación triunfante en el siglo XIX colombiano.
En este examen nos hemos ubicado, y espero que los lectores ya lo hayan
presentido, en los terrenos de la historia intelectual en conversación con
la historia conceptual. Situar las novelas en el contexto de discusiones que
las hicieron posibles, en los respectivos horizontes de expectativas que las
acogieron, es colocar esos relatos en las coordenadas culturales que hicieron
posible enunciarlas, pero que, también, determinaron que una tuviese una
difusión trunca y la otra fuera el relato triunfante, el relato que colmaba
expectativas de un universo lector laboriosamente preparado por uno de
los agentes políticos de la época. Así, una aproximación de esta naturaleza a
la historia del concepto de nación nos podría ayudar a entender cuál fue el
concepto que emergió y se erigió como el dominante.

134
La nación en novelas

Historiadores y novelas

Los historiadores también leemos novelas. Hay una tradición de estudios


célebres que partieron de uno o varios textos de ficción o de ciertas formas
de textos literarios que, bien examinados, remiten a un universo de relacio-
nes que hicieron posibles esos textos. Las novelas y otras formas de textos
literarios tienen, para los historiadores, algún grado de validez documental;
porque aluden, de un modo u otro, a un universo más o menos regulado de
escrituras que informan o nos aproximan a una situación cultural determi-
nada, porque enuncian conflictos de una época, porque contribuyeron en
la construcción de mitos, porque son esfuerzos singularizados de un afán
colectivo de imponer pautas de buen decir, de buen gusto, de correcta escri-
tura, en fin5.
Bien dotado de ejemplos, Carlo Ginzburg nos recuerda que Tucídides
recurrió a pasajes de la Ilíada para fijar alguna información histórica6. Muy
a propósito, recientemente fue publicado en la revista Historia mexicana un
ensayo del historiador colombiano Marco Palacios acerca de Jorge Isaacs y
su novela María7. Allí hay mezcla de examen biográfico y de análisis de la
novela; pero además, y quizás lo más atractivo, pone en sintonía lo históri-
co con lo literario como premisa indispensable para entender el siglo XIX.
Una de las virtudes del ensayo de Palacios es mostrar que el siglo XIX es inex-
plicable sin los entronques entre proyectos de nación y el lugar preponde-
rante de minorías letradas en la construcción de universos que pretendieron
ordenar y regular la producción simbólica; es decir, admite que la cultura
letrada tuvo un peso enorme en la definición de los rasgos de la vida pública.

5
Es inevitable evocar el estudio de Mijail Bajtín sobre Rabelais: Bajtín, Mijail. La cultura popular en
la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de Francois Rabelais. Madrid: Alianza Universidad,
1987; más lejano, poco citado pero inspirador, sobre todo porque enseña a escribir historia a
partir de un texto literario, Febvre, Lucien. Amour sacré, amour profane. París: Gallimard, 1944. Y
más próximo, aunque parezca un estudio restringido a la historia del campo literario en Francia,
Bourdieu, Pierre. Les régles de l´art. Genèse et structure de champ littéraire. París: Seuil, 1992.
6
Ginzburg, Carlo. El hilo y las huellas. Lo verdadero, lo falso, lo ficticio. México: Fondo de Cultura
Económica, 2010. Véase especialmente su ensayo “París, 1647: un diálogo acerca de ficción e
historia”, pp. 109-132.
7
Palacios, Marco. “Caballero sin reposo: Jorge Isaacs en el siglo XIX colombiano”. Historia mexicana
LXII, Nº. 2, 2012, pp. 675-748. Para ser justos, otro historiador ya había señalado, en varios ensayos,
el vínculo indisoluble que hay entre historia y ficción, se trata, por supuesto, de Germán Colmenares
que, entre otras cosas, escribió un ensayo, no muy afortunado, sobre la novela Manuela. Véanse
de este autor: Colmenares, Germán. Partidos políticos y clases sociales en Colombia. Bogotá: Tercer
Mundo, 1997. Primera edición, 1968; Colmenares, Germán. Las convenciones contra la cultura.
Bogotá: Tercer Mundo, 1997. Primera edición. 1986.

135
Gilberto Loaiza Cano

Una minoría de la política, la riqueza y la cultura fue la productora funda-


mental de definiciones acerca de la nación.
Imposible, también a propósito, olvidar la obra imperfecta pero sugestiva
de Ángel Rama, La ciudad letrada; allí ha habido una veta de posibilidades de
interpretación de la condición histórica del siglo XIX y, sobre todo, de los al-
cances de la producción de las diversas escrituras que distinguieron ese siglo.
Con o sin Ángel Rama como referencia fundamental, ha ido construyéndo-
se en los ámbitos académicos de este lado del Atlántico, una comunidad de
investigadores que han convertido el hecho literario en un nudo explicativo
muy consistente, sobre todo a la hora de tratar de comprender los rasgos que
distinguieron lo que llamamos, todavía con cierta vaguedad, siglo XIX; ese
momento largo de predominio, en todos los órdenes, de una cultura letrada,
de un personal ilustrado detentador, no sin dificultades, de lo político y de lo
cultural. Entonces se vuelven inevitables las afinidades que, hoy, parecen bus-
car síntesis en lo que hemos dado en llamar historia intelectual. Ahí están, con
aportes diversos pero que tienen algún contacto o diálogo, las obras de Julio
Ramos, Elías Palti, Doris Sommer, José María Rodríguez, Flor María Rodrí-
guez, Patricia D’Allemand, Carmen Elisa Acosta, Iván Padilla Chasing. Todos
ellos se han fijado, de un modo u otro, en ese arsenal retórico y simbólico del
que dispusieron los políticos letrados de ese siglo y nos han ayudado a com-
prender que hubo un universo escriturario muy diverso que estuvo ligado a
una matriz cultural que explica esa proliferación de escrituras que convergie-
ron en unas funciones centrales de enunciación8. En las novelas y otros textos
literarios que circularon en aquella época hubo mucho de condensación de
ideales de nación que encontraron en esas formas de escritura dispositivos
que hicieron posible algún grado de popularización de esos ideales.
El siglo XIX latinoamericano es un periodo saturado de escrituras ver-
tidas en múltiples formatos, en diversos grados de auto-consciencia y con
dispares grados de formalización. Pero a pesar de ser un universo muy pro-
lífico, debió haber reproducido unas reglas discursivas generales. Hay que
reconocer, en el caso de la historiografía colombiana, la falta de trabajos em-
píricos bien documentados, el incipiente estado de los estudios sobre las pu-
blicaciones periódicas o sobre conjuntos de obras de autores determinados;
pero a medida que avanzamos, encontramos que esa proliferación escritu-
raria obedecía a unas intenciones predominantes. El nuevo orden político
pasó, por ejemplo, por la necesidad o ilusión de ordenar el caos mediante la
redacción de constituciones, un mito fundacional que aun hoy, en los fre-
cuentes tiempos críticos de las democracias latinoamericanas, lo tomamos

8
Ver al final listado bibliográfico.

136
La nación en novelas

como elemento redentor. Y otro posible hallazgo se insinúa: la fuerza dis-


cursiva de un proyecto conservador de república; la capacidad de los pu-
blicistas conservadores para desplegar, en diversas formas de escritura, un
ideal de nación. Ante eso, el historiador no puede quedarse indiferente,
necesita reconstituir un universo de relaciones significativas y conflictivas
entre autores, textos y público (o un mercado de lectores). En ese universo
había poder, y sobre todo lucha por el poder plasmada en los vínculos entre
el poder político y la escritura que es imposible despreciar.
Asoma una razón más para la incursión del historiador en estos asuntos:
una novela es un hecho histórico. Es producto intelectual de alguien y su gé-
nesis corresponde con circunstancias que trascienden la órbita del individuo
creador. Su proceso de creación, publicación y recepción está inmerso en
una discusión de época; es una respuesta a determinados dilemas y resulta
ser una propuesta de solución o una de las tantas perspectivas de esa dis-
cusión. El texto literario no es, pues, un hecho aislado e inexplicable por su
singularidad o rareza. El texto literario pertenece a un diálogo que ese texto
ayuda a reconstituir. Descifrar el texto es un camino en la comprensión de la
época y por tal razón no es nada despreciable en el ejercicio de reconstitu-
ción emprendido por el historiador. La aparición de Manuela (1858) y María
(1867), el olvido de la una y el éxito de la otra son hechos históricos que re-
miten a una situación de época que esas obras ayudan a entender. Volver hoy
a esas novelas puede provocar pequeños sacudimientos de lugares comunes
y no solamente en las circunstancias restringidas de la historiografía y la crí-
tica literaria en Colombia. La novela de Eugenio Díaz Castro fue pionera en
América latina en la expresión de un realismo literario, presenta y anticipa
lo que en décadas posteriores gozó de mayor audiencia con, por ejemplo, el
poema narrativo de José Hernández, El gaucho Martín Fierro (1872). Con
todas sus imperfecciones estilísticas, Manuela no deja de ser documento que
informa de una consciencia histórica popular, de la irrupción de gentes del
pueblo en la política; que la obra pertenezca o aluda a un momento colectivo
particular obliga al historiador a establecer las conexiones necesarias para
entender la obra y para entender la época. Entre el microcosmos del texto y
el macrocosmos de la época existe una tensión que intentamos recuperar en
nuestros ejercicios de interpretación.

Las dos novelas

Nadie pone en duda hoy que María (1867) se impuso como el canon de la
novela nacional en la Colombia de la segunda mitad del siglo XIX; no nos in-
teresa cuestionar la relativa calidad intrínseca del relato ni el éxito editorial

137
Gilberto Loaiza Cano

que tuvo en América latina. Sin embargo, se ha hecho poco examen de las
condiciones políticas y culturales que hicieron posible que María existiera y
se impusiera sobre otras novelas. Las condiciones que propiciaron su éxito
y evitaron que otras novelas gozaran de los mismos honores publicitarios son
poco conocidas y, en consecuencia, parecen excluidas o innecesarias para
cualquier valoración acerca de cómo una obra y un autor adquirieron una
notoriedad y, sobre todo, cómo logró imponerse como el modelo de escritura
de ficción que podía condensar un ideal de orden republicano en Colombia.
Y al mismo tiempo que ignoramos las condiciones de enunciación que
hicieron posible María, desconocemos las condiciones que impidieron
que la novela Manuela (1858), escrita y parcialmente publicada una década
antes que María, no hubiese gozado de los privilegios de circulación ma-
siva que tuvo la novela de Jorge Isaacs. La novela de Eugenio Díaz Castro
fue recibida, al inicio, con entusiasmo por quienes ostentaban la calidad de
“jueces en materia literaria” y hasta sirvió de buen pretexto para fundar el
primer gran periódico literario del siglo XIX, en 1858, El Mosaico; pero pron-
to la novela dejó de ser publicada por entregas, llegó hasta el octavo capítulo,
y quedó guardada por tres décadas hasta que por fin, en 1889, fue publicada
como libro en París por la Librería Garnier9.
El propósito de este ensayo se vuelve, entonces, evidente y quizás simple:
explicar por qué María sí y Manuela no. Examinar las condiciones del mun-
do político y letrado de parte de la segunda mitad del siglo XIX, en Colombia,
que hicieron posible el triunfo de María y el relativo desprecio de Manuela10.
Para ese examen voy a partir de varias afrimaciones; la primera tiene que
ver con la necesidad de situar esas novelas y otras formas de escritura en un
momento discursivo que nos permitiría entender su génesis, su emergencia.

9
En 1985, fueron publicados en dos tomos Novelas y cuadros de costumbres de Eugenio Díaz Castro
(Bogotá: Procultura), con una interesante nota crítico-biográfica de Elisa Mújica. Sin embargo, tal
edición no incluyó a Manuela. Mújica se detiene a examinar las posibles razones del desprecio al
que fueron sometidos tanto la novela como el autor. En la obra mencionada, páginas 13-16.
10
Debo admitir que hay una tesis doctoral que asumió prolijamente una pregunta semejante a la
que yo hago en este ensayo ante las dos novelas de marras; se trata de Escobar, Sergio. Manuela,
by Eugenio Díaz Castro, the Novel about the Colombian Foundational Impasse. Tesis de Doctorado,
University of Michigan, 2009. Sin embargo, la caracterización de Manuela no la comparto ple-
namente, sobre todo cuando considera que en la novela “aflora el modelo de un Estado-nación
popular liberal” (p. 9). En lo que estamos de acuerdo es en que “la canonización de María como la
marginación de Manuela fueron acontecimientos, que, de forma homóloga y combinada le dieron
expresión en el campo cultural a las presiones estructurales del campo político y del campo social,
en el momento histórico en el que distintas fuerzas y sectores estaban chocando por consolidar
diversos modelos de Estado nacional” (p. 9). También estamos de acuerdo en la significativa poli-
fonía de la obra.

138
La nación en novelas

Y esa génesis, creemos, está relacionada con el despliegue de formas de es-


critura en que el pueblo y la nación fueron las categorías centrales del ejer-
cicio de representación; en otras palabras, esas novelas y otras tentativas de
relatos aparentemente literarios hicieron parte de una producción escritu-
raria en diversos géneros que tenía como premisa la necesidad de inventar
una nación, de imaginarla, proponerla o imponerla como el ideal de orden
en la vida republicana. Ese momento discursivo fue pletórico puesto que
tuvo cierta saturación discursiva, si se compara con el momento discursivo
precedente, y el catalizador de ese torrente escriturario fue la irrupción en la
vida pública del pueblo como agente social y político inquietante, peligroso
pero fatalmente indispensable; un sujeto político incómodo pero necesa-
rio. Ese momento lo hemos de llamar el de la nación inventada, porque es
cuando se acumularon esfuerzos y resultados de agentes políticos y cultu-
rales que, con variados dispositivos, concentraron sus esfuerzos en dotar
al Estado de la capacidad de decir algo acerca de la sociedad que pretendía
gobernar; porque es el momento en que grupos de letrados, aun sin vínculo
directo con las tareas del Estado, se organizaron para construir un ideal de
orden político que pasó por ampliar un mercado lector —el público de la
opinión— capaz de consumir con cierta frecuencia variados productos de
escritura; porque se ampliaba el universo de los escritores, porque algunos
artesanos autodidactas habían adquirido alguna notoriedad escribiendo en
periódicos y como autores de libros y panfletos. Porque, en fin, se trataba de
una democratización en el acceso a la cultura letrada que correspondía con
una expansión política que, a pesar de guerras y revoluciones, hizo que la
política fuera asunto de más gentes y se superara en definitiva lo que hasta
entonces había sido lo que hemos denominado, como momento discursivo
antecedente, la república de los ilustrados11.
La tesis siguiente es que en ese nuevo momento discursivo, que arranca
desde la expansión asociativa de mitad de siglo, y más exactamente desde
1846 y se cierra en 1851 para tener un primer trágico desenlace en el gol-
pe artesano-militar del 17 de abril de 1854, ese nuevo momento discursivo
—decimos— se va a caracterizar por una contienda entre tres agentes de
producción de discursos acerca de lo que debió ser el orden republicano:
los dirigentes liberales, los dirigentes conservadores en alianza orgánica con
la Iglesia católica y el pueblo republicano hecho visible principalmente por

11
Para mayor detalle en la interpretación de ese momento, sugiero este ensayo: Loaiza Cano, Gilberto.
“El pueblo en la república de los ilustrados”. Conceptos fundamentales de la cultura política de la
independencia. Eds. Francisco Ortega y Yobenj Aucardo Chicangana. Universidad de Helsinki,
2011, pp. 221-258.

139
Gilberto Loaiza Cano

grupos organizados de artesanos con alguna experiencia en los asuntos pú-


blicos. Tres fuerzas históricas en competencia que hicieron esporádicas y
problemáticas alianzas, por ejemplo la equívoca alianza de los artesanos que
anhelaban medidas proteccionistas con el notablato liberal que auspiciaba el
librecambismo económico. Esa competencia hegemónica la fueron ganan-
do los dirigentes conservadores, los principales beneficiarios de la ruptura
entre artesanos y partido liberal; fueron los conservadores quienes impusie-
ron sus tácticas publicitarias y sus cánones acerca de lo verdadero, lo bello
y lo bueno hasta lograr erigirse en autoridades del proceso de producción
de escritura acerca de la nación. Sus círculos letrados, sus periódicos y un
público disponible hicieron parte de las condiciones que hicieron posible la
aparición (e interrupción) de las dos novelas que vamos a examinar en este
ensayo. Interesante retener el fenómeno que intentamos describir: una élite
político-letrada que, en aquel momento, decenios de 1850 y 1860, estaba por
fuera de cargos públicos —por designación y por representación— había
logrado convertirse en detentadora del control del campo de producción de
las escrituras acerca de la nación. De modo que mientras el liberalismo co-
lombiano se concentraba en su utopía educativa y en formas de sociabilidad
elitista (verbi gracia la masonería y las asociaciones de institutores), corría
en simultáneo y con mayor fuerza persuasora una utopía conservadora que,
como veremos, se basó en la consistencia ideológica de un grupo de escri-
tores que escribieron las obras fundamentales del pensamiento conservador
en Colombia. Fue en los códigos de esa utopía conservadora —he ahí otro
postulado nuestro— en que emergió y se impuso María.
Insistamos: entre 1850 y 1851 creemos hallar un punto de quiebre histó-
rico; la ruptura entre artesanos y liberales impulsó una eclosión de escritu-
ra identitaria entre los artesanos que ya se sentían decepcionados con una
alianza que terminó convertida en retaliaciones de parte y parte12. Varios ar-
tesanos, habituados a pequeños cargos públicos y con formación autodidac-
ta publicaron varios libelos, sostuvieron periódicos, apelaron a un lenguaje

12
No es tanto el golpe de Melo del 17 de abril de 1854, que lo vemos, mejor, como un corolario de
una situación de ruptura que se estaba viviendo desde años antes. El golpe artesano-militar fue
una consecuencia, una resultante de un acumulado de elementos que venían exponiéndose, por
lo menos, desde la guerra civil de Los Supremos y que luego, con la expansión de los clubes polí-
ticos liberales, puso en evidencia a los agentes políticos y sus proyectos de orden republicano. Era
la irrupción política del pueblo que, para muchos dirigentes, era una “plebe” intrusa que, como
sucedió en los acontecimientos del 7 de marzo de 1849, transgredió las normas de la democracia
representativa e incidió en la elección del presidente de la república, en este caso el triunfo del libe-
ral José Hilario López. Un análisis de esa coyuntura que vale la pena ser evocado: Gutiérrez Sanín,
Francisco. Curso y discurso del movimiento plebeyo, 1849-1854. Bogotá, Áncora Editores, 1995.

140
La nación en novelas

llano para un auditorio compuesto por sus cofrades, como supo advertirlo
uno de esos periódicos publicado por los artesanos de Cartagena: “Vamos
a tomar parte en la discusión de los negocios públicos hasta donde lo per-
mitan nuestra inteligencia y nuestros medios”13; reivindicaron la necesidad
de asociarse y defender sus oficios, exaltaron la participación ciudadana, la
inserción en ese mundo hostil pero indispensable de la representación po-
lítica. En esos años, el régimen liberal de José Hilario López hizo aprobar
gran parte de sus reformas que constituyeron, en América latina, la primera
gran ofensiva contra el tradicional poder de la Iglesia católica; pero, además,
hubo un embate reformador contra lo que el liberalismo de la época podía
considerar como vestigios de una sociedad tradicional, se aprobaron las le-
yes sobre abolición de la esclavitud, eliminación de los resguardos indígenas,
libertad absoluta de imprenta, descentralización administrativa, supresión
del fuero eclesiástico, expulsión de los jesuitas. Varias de esas medidas justi-
ficaron la rebelión de hacendados esclavistas en el suroccidente colombiano
y, también, alentaron las expresiones igualitarias de esclavos negros que tu-
vieron situación propicia para arremeter contra sus antiguos expoliadores. Y
fue en 1851, mientras el suroccidente era escenario de una guerra civil, que
el Estado dio inicio a una tarea científica aplazada, la de recorrer y conocer el
territorio y la población. La de medir, la de representar en mapas, en dibujos
y en un informe escrito oficial los rasgos de la población y el territorio; ese
informe escrito, Peregrinación de Alpha, iba a convertirse, entre otras cosas,
en paradigma de la escritura de costumbres.
En fin, entre 1850 y 1851 hubo una definición de agentes políticos histó-
ricos enfrentados, cada cual apelando a dispositivos de escritura, difundien-
do ideales de orden en el mundo republicano. El pueblo había irrumpido en
la política e hizo emerger un variado espectro de escrituras para controlarlo,
para contenerlo, también para conocerlo. De la idea de nación restringida al
cuerpo político que ejercía la representación, se había pasado, no sin violen-
cia, a una idea de nación que vislumbraba todo aquello que estaba por fuera
del universo predecible de los políticos letrados; comenzaba a percibirse que
la nación era un territorio y una población variados, inmensos y descono-
cidos que era necesario ir a conocer in situ. Era un Otro que estaba afuera
del círculo político-letrado. Las expediciones de la Comisión Corográfica
parecían admitir la existencia de un mundo desconocido y recomendaban
un método de solución: la premisa científica de conocer la nación para go-
bernarla; la necesidad de representar la nación a medida que dejaba de ser
un objeto lejano o ausente. El círculo letrado organizado en la estructura

13
El Artesano, Cartagena, 1º de febrero de 1850, p. 1.

141
Gilberto Loaiza Cano

incipiente de un Estado salía con sus instrumentos a hacerse su propia idea


de ese mundo disperso, mayoritariamente no letrado, abigarrado social y
étnicamente, quizás aferrado a otros sistemas de creencias, a otros valores, a
otras autoridades. La irrupción de un pueblo republicano había obligado
a pensar en esa desconocida nación de la cual había emergido.

Un intermediario cultural

Según relato, que es testimonio de parte, el 21 de diciembre de 1858, en


Bogotá, llegó hasta el cuarto de un prestigioso escritor un hombre vesti-
do con ruana, con “pantalones de algodón, alpargatas i camisa limpia, pero
sin corbata i sin chaqueta”14. Aquel hombre, que vestía como los “hijos del
pueblo”, llevaba “unos veinte cuadernillos de papel escritos” que constituían
los borradores de una novela, venía de alguna hacienda de tierra caliente
y buscaba en la gris capital un “juez en materia literaria” que examinara
sus manuscritos. El perplejo escritor bogotano tenía ante sí la visión poco
convencional de un hombre pobremente vestido pero instruido; parece que
sintió alivio cuando notó que aquel recién llegado tenía “su piel blanca, sus
manos finas, sus modales corteses, sus palabras discretas” que le anunciaban
que estaba ante un “hombre educado”. Era un excepcional escritor de ruana
al frente de un distinguido escritor de levita; un sobrio campechano, que
se había dedicado a escribir confinado en alguna hacienda cercana al calu-
roso valle del río Magdalena, buscaba en Bogotá el reconocimiento de un
trasegado publicista conservador. Ignoraba las finas normas de etiqueta, las
sutilezas formales de la apariencia, del buen vestir y buen decir; su perplejo
anfitrión era un reconocido exponente de la cultura letrada bogotana, repre-
sentante de los círculos de la gente de buen tono, conocedor y practicante
de las normas de recepción, legitimación y consagración en los exclusivos
recintos letrados. El inesperado visitante era Eugenio Díaz Castro y sus ma-
nuscritos eran los borradores de Manuela; el otro era José María Vergara y
Vergara, a quienes sus compañeros de cenáculo lo habían señalado como la
persona más adecuada para atender al escritor provinciano.
Díaz Castro había pasado la primera parte del examen de legitimación.
Luego de revisarle su indumentaria y sus modales, Vergara y Vergara siguió
con las letras de la novela y la vida del autor. “Dijimos que se le disculparían

14
Vergara y Vergara, José María. “El señor ‘Eujenio’ Díaz”. El Mosaico, Bogotá, 15 de abril de 1865,
pp. 89-91. Sobre los orígenes y el carácter de esa publicación periódica: Loaiza Cano, Gilberto.“La
búsqueda de autonomía del campo literario. El Mosaico, Bogotá, 1858-1872”. Boletín Cultural y
Bibliográfico. Nº. 67, 2004, pp. 3-20.

142
La nación en novelas

las faltas de su estilo desde que conociera su vida”, había advertido el


examinador15. Las faltas de estilo estaban provisionalmente perdonadas,
pero el humilde escritor tenía que someterse a un proceso de rehabilitación
en asuntos de forma; su juez consideró conveniente que se uniera a las
reuniones de la asociación de literatos de Bogotá; una prolongación de lo
que había sido, un par de años antes, el Liceo Granadino; con ese auxilio
letrado estaba garantizado el ascenso literario de aquel escritor silvestre:
“ligado íntimamente con los muy estimables escritores Carrasquilla y Borda,
estimado por nuestros literatos renombrados los señores Ortiz, y animado
sin cesar por la obligante y bondadosa cortesía con que el señor J. Arboleda
lo distingue, el señor Díaz irá bien lejos”. Todos aquellos nombres evocaban
un círculo de escritores netamente conservador, filo-hispánico y pro-jesuita.
El procedimiento del grupo letrado reunido en Bogotá fue admitir al raro
escritor de ruana recién llegado; había que enderezar sus faltas de Forma
(con mayúscula), “la diosa de este siglo literario”, ese era el propósito de un
grupo de escritores que, por entonces, ya se insinuaban como los principales
propagandistas de la verdad católica.
El relato de ese encuentro entre los dos escritores lo hizo el mismo José
María Vergara y Vergara y es revelador de un encuentro entre dos mundos
separados. El uno era el escritor trasegado y reconocido, cuya trayectoria
le adjudicaba alguna autoridad, a eso le agregaba ser un dirigente político
del partido conservador que ostentaba el poder presidencial en cabeza de
Mariano Ospina Rodríguez, desde 1857. Para 1858, los dirigentes conserva-
dores, principales beneficiarios de la ruptura entre liberales y artesanos, ya
concentraban sus esfuerzos en promover formas asociativas que contribu-
yeran al arraigo de la institucionalidad católica y, principalmente, a mitigar
los conflictos sociales mediante la difusión de las actividades de caridad.
Un año antes había sido fundada en Bogotá la conferencia de la Sociedad de
San Vicente de Paúl, toda una innovación en los métodos de acercamiento
de la Iglesia católica y sus aliados a los sectores populares, porque se trataba
del contacto directo con la pobreza. Ese mismo año había retornado al país
la Compañía de Jesús, expulsada por los liberales en 1851.
Eugenio Díaz Castro estuvo alguna vez en los claustros universitarios,
pero tuvo que interrumpir sus estudios para dedicarse a sobrevivir en las
tareas rudas del campo en haciendas de la sabana cundinamarquesa y luego
en aldeas de tierra caliente. Había vivido en las zonas marginales de la repú-
blica, donde según el determinismo geográfico de los políticos letrados de

15
Vergara y Vergara, José María. “Prólogo” a Manuela. El Mosaico, Bogotá, Nº. 2, 1º. de enero, 1859,
p. 16.

143
Gilberto Loaiza Cano

la época predominaba la barbarie y el desorden, donde era imposible cum-


plir a cabalidad con cualquier actividad intelectual. A Vergara y Vergara le
sorprendió, de inmediato, que un hombre de ruana —vestimenta distintiva
de los sectores populares— pudiese ser un escritor. Díaz Castro venía de
vivir y escribir inmerso en ese otro mundo; pero, lo que nos interesa, venía
con un relato que representaba la vida pública de esos lugares; que contaba
lo que decían, sentían, gozaban y padecían las gentes no letradas que ha-
bitaban en ese otro mundo donde no parecían haber llegado las pretendi-
das virtudes del orden republicano; donde todavía el cura párroco ejercía
una autoridad inconmovible, donde no había escuelas de primeras letras
ni periódicos ni talleres de imprenta. Era un mundo variopinto que estaba
lejos de lo que podían ver los círculos de políticos y letrados anclados en la
ensimismada Bogotá.
Los dos compartían, de modo desigual, el atributo de la escritura y
ejercían, también de modo desigual, el acto de escribir como herramienta
de representación de la realidad. Ahí asoma la diferencia ostensible que
caracterizaba a Díaz Castro; en sus manuscritos, con todas las supuestas
imperfecciones inherentes, el excepcional escritor de ruana traía la propuesta
de cómo narrar ese universo abigarrado, ausente o al menos distante de las
discusiones del círculo letrado capitalino. Traía las voces de afuera, describía
gentes, costumbres e ideas que no habían estado incluidas todavía en el
repertorio discursivo de las élites de la política y la cultura de aquel tiempo.
Las incorrecciones, los desaliños de su lenguaje eran el resultado de un
acercamiento fidedigno a esos modos de hablar que no estaban incluidos
o aprobados en la reglamentación escrituraria de los literatos de Bogotá; su
escritura se había cultivado en el contacto íntimo con las gentes de las aldeas
polvorientas de una república todavía incipiente. Díaz Castro era, por tanto,
poseedor de una perspectiva narrativa que no nos resulta despreciable; era
el narrador que había puesto en relación el mundo de la escritura con el
mundo todavía sin escritura. El entusiasmo inicial de Vergara y Vergara
por la novela que traía aquel rudimentario escritor de tierra caliente debió
responder a una doble curiosidad: la de aquello que era objeto del relato
y la del método narrativo que había adoptado Díaz Castro. Para nosotros,
ahora, el autor de Manuela se nos revela como un intermediario cultural
que, en su momento, trató de poner en limpio, en molde impreso, las voces
no letradas del universo republicano y de ese modo nos dejó abiertas las
puertas de una rica polifonía en la discusión acerca de lo que era y no era,
para los olvidados habitantes aldeanos, la nación. Viniendo de abajo a buscar
legitimación entre los círculos letrados de Bogotá, Díaz Castro comenzaba
a situarse entre dos mundos: del uno tomaba la materia de sus escritos, del

144
La nación en novelas

uno provenía su experiencia, como lo supo sustentar en muchos de sus


relatos; del otro tomaba el dispositivo escriturario, la tradición vertida en
normas de correcta escritura.
Y así fue, Díaz Castro aceptó humildemente la posición de un aprendiz
y esa condición la aprovechó en el periódico literario El Mosaico, fundado
entre él y su consagrado anfitrión. Varios de sus relatos están antecedidos
de dedicatorias y notas de agradecimientos para sus maestros de estilo; y
enseguida desparramó en el periódico su experiencia de vida en otras
regiones, en contacto con otros gustos, otras costumbres; tomó casos
“históricos” de aquí y allá para demostrar que, por ejemplo, los sectores
populares también tenían conocimientos musicales, que entre ellos también
existía “la soltura, la elevación y la finura”; que no podía imponerse un
universalismo en esa materia y que era necesario saber entender que el
país poseía una variedad de aires musicales que, en vez de considerarlos
desvíos de una norma, eran indicio de la riqueza en la producción musical16.
Un escritor como éste evocaba una polifonía que, seguramente, era uno de
los atributos centrales —y conflictivos, por supuesto— de su novela Manuela.

La distopía de la república o diatriba colectiva de


“nuestra república perfeuta”17

Manuela está impregnada, de principio a fin, de alusiones históricas.


No disimula referirse a hechos pasados inmediatos o a situaciones políticas
presentes o futuras: guerras civiles, revoluciones políticas, golpes de estado,
elecciones, incluso delata gustos literarios, iniciaciones en lecturas que ex-
presan inclinaciones o experiencias políticas acumuladas por varios de los
personajes18. El nombre de la villa o distrito —el narrador prefiere delatarse
usando “el grato nombre de parroquia”— que sirve de escenario principal es
de las pocas elisiones significativas, pero aun así no es difícil suponer el lugar
posible, cercano al río Magdalena, en descenso más o menos directo desde

16
Díaz Castro, Eugenio. “La variedad de los gustos”. El Mosaico. Bogotá, Nº. 43, octubre 29, 1859,
p. 348.
17
Además de la tesis doctoral ya mencionada, debo destacar entre los estudios antecedentes sobre
Manuela, los ensayos reunidos en la revista Lingüística y literatura, de la Universidad de Antioquia,
Nº. 59, 2011, en el número dedicado a la novela de Eugenio Díaz Castro; varios de ellos hacen
parte de un proyecto de investigación dirigido por Flor María Rodríguez Arenas, Colorado State
University, sobre literatura y sociedad en Hispanoamérica.
18
A propósito, Rodríguez Arenas, Flor María. “El realismo de medio siglo en Manuela (1858) de
Eugenio Díaz Castro: revisiones de la historia y de la crítica literarias colombianas”. Lingüística y
literatura. Nº. 59, 2012, pp. 21-46.

145
Gilberto Loaiza Cano

la alta y fría Bogotá19. El personaje masculino principal, Demóstenes, es ca-


racterizado como un “gólgota” y “radical” que ha salido de Bogotá a conocer
las villas o distritos próximos de tierra caliente, que ha conocido Estados
Unidos y “la vida civilizada”, que leía las novelas anti-jesuitas de Eugène de
Sue, que era lector asiduo de El Tiempo y El Neogranadino (periódicos cuasi-
oficiales del radicalismo bogotano) y que había sido miembro de un club
político de la elite liberal. Todo lo que acontece en la novela está situado en la
mitad de 1856, año de elecciones presidenciales, de las primeras y únicas por
mucho tiempo en Colombia en que se puso en ejercicio el sufragio universal
masculino que los mismos liberales radicales habían hecho aprobar en la
Constitución de 1853. En ese año de 1856 se enfrentaron las candidaturas
de Manuel Murillo Toro, por los liberales, y el conservador Mariano Ospina
Rodríguez, a la postre ganador; precisamente, el triunfo conservador hizo
que los liberales radicales fueran, en adelante, los principales enemigos del
sufragio universal puesto que favorecía ampliamente a sus rivales.
Capítulo a capítulo va quedando claro que Demóstenes es “un viajero”,
“un forastero” liberal de la antigua facción gólgota, que ya comenzaba a
denominarse radical, y que ha salido de la capital a conocer la vida aldeana;
el viaje a las provincias ya era en ese entonces una práctica asidua de una
élite ilustrada cuyo método había quedado plasmado en la publicación
por entregas, en la prensa de la época, a partir de 1851, de los informes
de la Comisión Corográfica, y reunidos en una primera edición publicada
en 1853 con el título Peregrinación de Alpha, hoy célebre en la literatura
proto-científica del siglo XIX y considerado texto pionero de la literatura
costumbrista en Colombia. El viajero con su libreta de apuntes, su morral
de libros e instrumentos, su criado y su mula, cuadro repetido en muchas
ocasiones entre el personal político que salía a conocer su potencial
dominio. Casi todos los capítulos hacen parte del itinerario de Demóstenes
o, mejor, casi todos los capítulos son escenas que corresponden al periplo
del viajero por la aldea. De tal manera que, en cada capítulo, el forastero
liberal establece conversación con alguno o algunos de los habitantes de la
parroquia. Cada conversación es una lección despiadada que va a quedar
consignada en su diario de viaje. Desde antes de llegar a la parroquia,
Demóstenes ha ido encontrando gentes que comienzan a informarlo de la
situación en aquella región. Primero va a encontrar, en una humilde choza a
la vera del camino, a Rosa “la trapichera”; pronto, en el capítulo tres, tendrá

19
Los posibles lugares son: San Juan de Rioseco, Quipile, en todo caso al oeste del actual departamento
de Cundinamarca, entre los ríos Seco y Magdalena; para la época, zona de influencia política
directa de Bogotá.

146
La nación en novelas

el encuentro con el cura de la parroquia. El contraste entre ambos es objeto


de detenida descripción: un cura buen lector, instruido en leyes, interesado
en elecciones, animador de la medicina homeopática, “algo que para las
pobres es excelente”20. En el diálogo, Demóstenes hizo rápido la pregunta:
“—Y de elecciones, ¿cómo andamos, señor cura? ¿Usted no votará, no?”21
El cura le responde sin titubeos que, por supuesto, va a votar. Entonces la
conversación se anima entre quien se auto-considera miembro de la “escue-
la socialista” y quien defiende los principios de la caridad cristiana. El cura
aprovecha para advertirle acerca de la superioridad tradicional de la iglesia
católica, de la autoridad ganada en su feligresía y afirma contundente:
“—A nosotros nos oyen cada ocho días y, se lo diré sin vanidad, nos creen
(…) ¿Le queda a usted duda de que nosotros hemos tomado la iniciativa, y
de que hemos conseguido mucho?”22
El cura párroco ha buscado a Demóstenes no solamente por el deseo de
conocer al forastero; también porque necesita a alguien con quien conversar
en un distrito donde casi nadie lee. A pesar de quedar claramente ubicados
en orillas políticas opuestas, los une la cultura letrada a la que pertenecen:
“Yo no tengo con quién conversar entre semana, sino con mis libros”. El cura
sabía, además, que tenía que estudiar para, entre otras cosas, luchar contra el
protestantismo y el liberalismo, y que además necesitaba demostrar la supe-
rioridad de la caridad sobre la divisa “libertad, igualdad, fraternidad”.
“Lo raro es ver a una persona como usted por aquí”, le dice en el segundo
capítulo don Blas, propietario de un trapiche23. La observación es buen anun-
cio de lo que irá acumulándose en la novela. Cada encuentro de Demóstenes
pone en evidencia el contraste entre alguien que es emblema de “civilidad”,
“buenas maneras” y la gente común de la parroquia. En el capítulo cuatro,
conoce a Manuela, mientras ella lavaba ropas en el río. La conversación se

20
La novela reproduce un mensaje que uno de los ideólogos del catolicismo igualitario había
pregonado a favor de la medicina homeopática; se trata de Manuel María Madiedo, uno de los
ideólogos conservadores más cercano de los círculos artesanales y oficiante de la homeopatía.
Véase, por ejemplo, Madiedo, Manuel María. Homeopatía: un eco de Hahnemann en los Andes.
Bogotá: imprenta de Nicolás Pontón, 1863. Pieza 4, Miscelánea José Asunción Silva 115, Biblioteca
Nacional de Colombia.
21
La novela ha tenido múltiples ediciones; hemos preferido utilizar la edición de lujo de la colección,
muy bien ilustrada, que alguna vez preparó la Fundación Carvajal, en Cali, cuando la dirigencia
política y económica del Valle del Cauca, una de las regiones más ricas del suroccidente de
Colombia, tenía ánimo, dinero y buen gusto para invertir en asuntos culturales. Uso esa edición
para rememorar buenos tiempos, que se van yendo, de la producción de impresos en Colombia.
Díaz Castro, Eugenio. Manuela. Cali: Fundación Carvajal, 1967, p. 27.
22
Ibíd., p. 29.
23
Ibíd., p. 19.

147
Gilberto Loaiza Cano

concentra en el contraste de las costumbres y normas de etiqueta bogotanas


y lo que es costumbre en aquella aldea; lo que puede hacerse en un pequeño
distrito pero es imposible hacer en público en las calles bogotanas; el viajero
liberal termina por admitir la distancia impuesta entre grupos sociales que
parece desvanecerse cuando se vive en la provincia:
“—La sociedad, Manuela, la sociedad nos impone sus duras leyes; el alto
tono que con una línea separa dos partidos distintos por sus códigos aristo-
cráticos24”.
Manuela lanza un sostenido reproche al visitante; le increpa que existan
gentes de “alto tono” y “nosotras las de bajo tono”. La discusión se va concen-
trando en las diferencias de clase y educación que sellan el lugar de cada gru-
po de individuos en la sociedad, por eso la lavandera remata así la discusión:
“Lo que creo es que la plata es la que hace que ustedes puedan rozarse con
todas nosotras cuando nos necesitan, y que nosotras las pobres sólo cuando
ustedes nos lo permitan y se les dé la gana”25.
Manuela es una muchacha mestiza de diecisiete años que camina casi
siempre descalza; el personaje condensa los rasgos y comportamientos de
mujeres trabajadoras en el campo, asediadas por el gamonal del lugar, el
enigmático “don Tadeo”; sometidas a las exacciones de los propietarios
de los trapiches; condenadas algunas a ser madres solteras, como sucede
con Rosa; respetuosas de la autoridad del cura de la parroquia —“¿Luego
no sabe que es él quien nos dirige?”, advierte más adelante Manuela acerca
de la autoridad que ejerce el sacerdote católico. La novela tiene personajes
femeninos inquietantes que nos refieren un mundo de inusitado activismo
político, existe por ejemplo el “partido manuelista”; también hay mujeres
enigmáticas que leen libros prohibidos; en el capítulo séptimo hay una
lectora de novelas que además vendía libros y que derivó en el indiferentismo
religioso, menudo hallazgo en aquella aldea; Marta, prima de Manuela, “sabía
retazos de las cartas de Eloisa a Abelardo”26. A veces ellas conversan acerca
de sus derechos; las “mujeres pobres” eran, según el relato, “desdichadas
arrendatarias”. El reclamo de dignidad en el trabajo y hasta de derechos
políticos cruza en diversas voces femeninas la novela: Rosa, Marta, Juana,
Clotilde, Melchora; pero la principal portadora de esos reclamos desde el
punto de vista de las mujeres trabajadoras es el personaje que brinda el título
de la novela. Es Manuela, por ejemplo, quien en Las lecciones de baile, capítulo
con tintes alegóricos, mueve la discusión sobre igualdad entre los individuos

24
Ibíd., p. 37.
25
Ibíd., p. 38.
26
Ibíd., cap. 11.

148
La nación en novelas

y sobre la variedad de gustos musicales en una sociedad escindida entre la


supuesta gran cultura de la elite y el atraso estético, según la perspectiva del
notable liberal, de los sectores populares. El narrador se ha ocupado, en este
episodio, de otorgarle realce a las palabras de Manuela, por ella hablan las
gentes sencillas que “expresan mejor una idea que los estudiantes de retórica
de los colegios”. Mientras aplanchaba encima de una gran mesa, la muchacha
le inquiere a Demóstenes acerca de cómo entiende la igualdad de derechos
en la sociedad y, principalmente, pone de presente la diferencia entre una
igualdad en abstracto y las desigualdades de la vida concreta:
“—Entonces diga usted que una cosa es cacarear y otra poner el huevo;
una cosa es hablar de igualdad y otra sujetarse a ella”27.
En otra conversación, Manuela y el huésped liberal discuten acerca del
funcionamiento del sistema electoral; otra vez se enfrentan la sabiduría po-
pular de quien ha experimentado la disputa lugareña por ganar las eleccio-
nes y las consignas del liberalismo genérico de alguien que ignora el trasunto
de los procedimientos fraudulentos que trastornaban con frecuencia lo que
se consideraba la médula del sistema político representativo. La república
ideal ateniense o romana es evocada por el letrado liberal en contraste con
el áspero testimonio de la mujer aldeana. Mientras Demóstenes defendía la
frecuente convocación a elecciones, porque según él servían para “que se
civilicen los ciudadanos, que se instruyan en sus derechos con el roce de las
cuestiones populares de la República, como los atenienses que vivían en la
plaza haciendo leyes (…)”; mientras esto argüía el notable radical, Manuela
insistía en convencerlo de que “en todo este distrito parroquial nadie sabe
qué cosa son las elecciones, ni para qué sirven, ni nadie vota si no le pagan
o le ruegan o le mandan por medio de la autoridad de los dueños de tierras
o del gobierno”28.
El tema de la igualdad es quizás el más persistente, adoptado por varias
voces. La presencia de Demóstenes había alentado en la aldea la discusión
acerca de la igualdad entre “los descalzados” y “los calzados”. El uso del cal-
zado sellaba una tajante distinción social; tener o no calzado ubicaba a cada
cual en un lugar social bien definido. Demóstenes era un ciudadano de rai-
gambre urbana, rico, culto, bien acostumbrado al uso de calzado; en aque-
lla parroquia pululaban las gentes descalzas, es decir, “nosotros los pobres”
como dicen algunos de los personajes. En el capítulo diez, unos estancieros
que deseaban hacerse escuchar por el forastero liberal, hablaban así sobre
las desigualdades en la república: “(…) Los calzados nos quieren tener por

27
Ibíd., p. 85.
28
Ibíd., pp. 270 y 271.

149
Gilberto Loaiza Cano

debajo a los descalzos los que componemos la mayor parte de la República.


Este cachaco (refiriéndose despectivamente a Demóstenes, GLC) está siem-
pre hablando de la igualdad y de la protección de los pobres; pero en lo que
menos piensa él es en la igualdad”29. El discurso sobre la igualdad es una
requisitoria sostenida en toda la novela; son las gentes de las aldeas que no
desaprovechan la ocasión para hacerle entender al visitante capitalino que
hay una honda diferencia entre los principios igualitarios que él pregona,
entre la igualdad abstracta que difunde su liberalismo y la realidad concreta
de una parroquia sometida a las pujas entre poderes diversos que intentan
imponerse a menudo de manera arbitraria. El mismo campesino dirá más
adelante: “No hay más igualdad que el garrote y no dejarse uno chicotear ni
de los ricos, ni de las autoridades, ni de nadie, como lo hago yo”30. Y luego,
invocando al gamonal de la parroquia, remata su perorata: “Yo no sé cómo
será la igualdad, mientras que los ciudadanos estemos repartidos en la cla-
se de los descalzos y la clase de los calzados. Don Tadeo dice que no pue-
de haber igualdad hasta que no acabemos con todos los cachacos de botas
y de zapatos”.
Estas palabras, y otras en otros personajes, exponen un discurso clasista
que se había asentado en la opinión política por lo menos desde inicios del
decenio 1850; es el discurso que supieron difundir periódicos de artesanos
que habían advertido que la organización republicana era imperfecta mien-
tras no resolviera el problema de las desigualdades sociales. El discurso cla-
sista se acentuó cuando los artesanos que se habían aliado con la dirigencia
liberal advirtieron que habían sido utilizados como instrumento electoral
y que luego fueron olvidados en sus peticiones de protección económica
para sus manufacturas. La requisitoria sobre la pretendida igualdad llega
a su culmen en el capítulo 19, cuando Dimas, un cartero o correista, pone
también en duda la igualdad pregonada por su patrón don Demóstenes.
Las palabras del “taita Dimas” están salpicadas de un registro de lengua po-
pular inconfundible y pone de relieve todas las variantes de las desigualda-
des: las sociales, las económicas, las políticas, las raciales:

[…] ¿Y por qué los dueños de tierras nos mandan como a sus criados? ¿Y
por qué los de botas dominan a los descalzos? ¿Y por qué un estanciero no
puede demandar a los dueños de tierras? ¿Y por qué no amarran a los de
botas que viven en la cabecera del cantón para reclutas, como me amarraron
a yo en una ocasión, y como amarraron a mi hijo y se lo llevaron? ¿Y por qué

29
Ibíd., p. 97.
30
Ibíd.

150
La nación en novelas

los que saben leer y escribir, y entienden de las leyendas han de tener más
priminencias que los que no sabemos? […] ¿Y por qué los blancos le dicen a
un novio que no iguala con la hija, cuando es indio o negro?31.

En el capítulo siguiente, dos carteros en plena caminata sostienen una


animada conversación que prolonga el sarcasmo popular sobre “nuestra Re-
pública perfeuta”32. La tergiversación de los lemas políticos del momento
es ostensible; uno de ellos pone en duda los beneficios del “voto secreto y
universitario” (por querer decir universal). La argumentación, plasmada en
el diálogo, cuestiona el pretendido ejercicio libre del sufragio universal; los
personajes demuestran que están sometidos a coerciones de sus patrones y
la voluntad soberana del pueblo no es más una consigna vacua y mal digeri-
da: “¿Por qué mandan unos poquitos que el pueblo haga cosas que el pueblo
no quiere, si el gobierno es el pueblo y el pueblo es el gobierno?”33.
El autor se ha esmerado en advertirnos que su novela es una acumulación
de “cuadros” y que su intención fundamental es reproducir con la fidelidad
del daguerrotipo; entonces, en vez de hablar de capítulos, prefiere presentar
“cuadros” que describen con minucia lugares, paisajes, personajes, gustos,
sentimientos, costumbres. Esa ilusión de realidad acompaña y sustenta la
perorata igualitaria a la que va añadiendo otros males que marcan el destino
del mundo rural; uno de ellos es el de la inevitable participación en política.
La política invadía todo y hasta el ser más apático quedaba inmerso, a su
pesar, en las disputas lugareñas y estaba obligado a escoger un “partido”;
aun más, la política era obstáculo de progreso económico. En una digresión
que lleva el relato a describir una situación bogotana, se expone la queja de
la ausencia de espíritu de riesgo empresarial, el desinterés por tecnificar la
producción agrícola; en vez de traer trilladoras, el notablato de la época ha
preferido invertir en talleres de imprenta: “Aquí en Bogotá hay diez impren-
tas, mientras que no hay una sola máquina de trillar en todo el cantón ni en
parte ninguna de la sabana”34. En un diálogo de artesanos, recubierto por la
remembranza del golpe de Melo de 1854, uno de ellos opta por no adherir-
se a ningún partido, suficientemente nefasta había sido su experiencia en

31
Ibíd., pp. 219 y 220. El subrayado priminencias es del original que puede corresponder a eminencias
o preeminencias. Nótese en el autor de la novela el deseo de subrayar términos que pueden ser
propios del habla popular de la época; pero la elección de los términos dignos de ser destacados
es a veces arbitraria. En este mismo extracto podría haberse subrayado, también, “como me
amarraron a yo”, por ejemplo, o “leyendas” que, sin duda, se refiere a leyes.
32
Otra vez el autor se ha ocupado de ser fiel con el habla popular, Ibíd., p. 233.
33
Ibíd.
34
Ibíd., p. 133.

151
Gilberto Loaiza Cano

aquella fracasada revolución artesano-militar que llevó al gobierno proviso-


rio del general José María Melo.
Los “cuadros” de Eugenio Díaz Castro no son unidades narrativas aisla-
das, uno a uno nos van conduciendo al conflicto central que intenta sostener
la tensión de la novela; el gamonal don Tadeo, fabricante y conocedor de
leyes, liberal moderado que condensa el discurso de revancha clasista de al-
gunos de los personajes, es el principal perseguidor de Manuela, poseerla ha
sido una de sus obsesiones; desde la mitad de la novela su figura sombría va
definiendo. En una primera caracterización, el gamonal es aquel individuo
que pretende mantener el monopolio del conocimiento acerca de las leyes
—“es el único que entiende y registra la Recopilación Granadina”—, y por
tanto “entiende en elecciones, cabildos, pleitos, contribuciones y demandas;
pero sacando de todo su tajada”35, de modo que a la expoliación laboral en
los trapiches se agrega la arbitrariedad de las autoridades del lugar, plegadas
a lo que el gamonal, también propietario de tierras, pretenda. Salvar a Ma-
nuela de las garras del gamonal va enseñándole al lector que la aldea es un
universo de poderes fragmentados y enfrentados, que la arbitrariedad es el
elemento directivo de la vida rural. La autoridad sempiterna del cura párro-
co se ha vuelto relativa y él mismo ha necesitado buscar aliados transitorios;
precisamente, una alianza episódica permitió reunir a los manuelistas: el
cura párroco, Demóstenes, algunos hacendados, los vecinos y los parien-
tes de Manuela; esa alianza episódica fue bautizada con un término muy
vernáculo, tan doméstico que es difícil de traducir y que era, para el siglo
XIX colombiano, el resultado de una deformación de un término de origen
chibcha, propio de los indígenas antes de la llegada de los conquistadores
españoles; en fin, los manuelistas decidieron reunirse y urdir un contrafóme-
que que no era otra cosa que “oponer a una picardía otra mayor”. El enfren-
tamiento de bandos obligó a Manuela y su novio a exiliarse en un distrito
vecino, Ambalema, en ese entonces centro del cultivo y la exportación de
tabaco, cuya descripción interesada lo señalaba como un lugar menos arbi-
trario, al menos laboralmente, para las mujeres.
Los manuelistas lograron hacer encarcelar, por muy poco tiempo, al te-
mido gamonal. Pero al final él termina imponiéndose sobre las fuerzas que
se han unido para neutralizarlo; el desenlace se hace sombrío para Manuela
y para el destino del sistema republicano en un distrito cualquiera y relati-
vamente cercano a Bogotá; ni la caridad cristiana, ni la democracia liberal ni
los terratenientes pueden evitar el avance de las fuerzas tadeistas que buscan
vengarse de “los oligarcas de las haciendas”; la venganza señala el destino de

35
Ibíd., p. 143.

152
La nación en novelas

buena parte de aquel distrito visitado por un notable del partido liberal de
la época. Los dos capítulos finales exponen la claudicación ante el embate
del gamonal; Demóstenes decide regresar a Bogotá, convencido de su muy
débil influencia en aquel lugar y el cura párroco se despide pidiéndole que
abogue por la instauración de una “república cristiana”. Al día siguiente, 19
de julio, fecha de la boda de Manuela, ocurren los sucesos aciagos por mano
del funesto gamonal; encerrados en la iglesia, Manuela y sus amigos son
víctimas de un incendio provocado; ella muere y en su agonía alcanza a ser
casada por el cura. El día siguiente, por tanto, fecha que comenzaba a ser el
día conmemorativo del sistema republicano en Colombia, era para aquella
aldea el día de luto, del sepelio de Manuela. Su muerte, entonces, parece, era
una manera de cuestionar la supuesta perfección de la república.
La novela de Díaz Castro exhibe de principio a fin un atributo que para
nosotros, hoy, es dato nada despreciable: es una novela polifónica; hablan
múltiples voces quizás reelaborando un viejo código de comunicación popu-
lar, el de los reclamos y representaciones, muy frecuente en los tiempos del
dominio colonial español. El patricio liberal, en vez de ilustrar a las gentes del
pueblo, recibe en la aldea una lección que ha consistido en la enunciación,
colectiva, de la distopía de la república. Al final, Demóstenes, símbolo quizás
de la demagogia liberal que, a mitad de siglo, hizo añicos la relación con el
artesanado, queda expuesto como alguien que ha ido, en plena campaña para
la elección presidencial, a buscar apoyo electoral para el dirigente radical Ma-
nuel Murillo Toro36. En efecto, el personaje admite en los capítulos finales que
“tengo intenciones de ir al congreso” y que ha creído, como otros políticos de
su tiempo, que el “estudio de costumbres” sirve como condición para atribuir-
se el derecho a ser representante del pueblo37. Esa polifonía popular ha sido,
sin duda, retóricamente superior al político radical inserto coyunturalmente
en la rutina de una aldea cercana a la capital de la entonces Nueva Granada.
Pero eso que puede ser atributo para un lector de hoy, pudo ser todo lo
contrario para los lectores del manuscrito de la novela en aquella época; ese
lenguaje popular de la política exponía las vicisitudes del orden republicano
e, incluso, los factores de su aniquilación: ni la Iglesia Católica ni la constitu-
ción política ni el prestigio de los hacendados lograban establecer un orden
libre de arbitrariedades. El universo político rural era desapacible y violento.

36
Manuel Murillo Toro fue quizás el principal dirigente del liberalismo radical en la segunda mitad del
siglo XIX; fue, como secretario del Interior, durante la presidencia de José Hilario López, el artífice
ideológico de la fundación de más de un centenar de clubes políticos que permitieron expandir
nacionalmente del partido liberal; fue presidente de los Estados Unidos de Colombia, 1864-1866.
37
Demóstenes ya había vivido una experiencia electoral adversa como “representante por un pueblo
de la costa, en donde los electores no me conocían ni aun por mi retrato”. Díaz Castro, Op. cit. p. 270.

153
Gilberto Loaiza Cano

Ese universo lo supo sintetizar Dámaso, el humilde campesino novio de la


protagonista: “Usted sabe que no habiendo leyes ni administración de justi-
cia, el más violento es el que manda”. La novela, en consecuencia, en vez de
sugerir un mundo ideal, en vez de proponer una armonía social y política,
pintó o retrató, palabras preferidas del novelista, una vida política aldeana
que estaba muy lejos de poner en obra los lemas de una república perfecta.

Jorge Isaacs: un escritor conservador que se volvió liberal

Mientras la vida y la obra de Eugenio Díaz Castro han sido muy débil-
mente ponderadas, la vida y la obra de Jorge Isaacs han sido motivo de un
voluminoso desparrame de críticos de aquí y de acullá38. Saturación, lugares
comunes y diversidad en la modulación crítica son algunos rasgos previsi-
bles de la abundante bibliografía acerca de María y su autor. Sin embargo, a
pesar de la abundancia, es muy reciente la compilación rigurosa de su obra
con notas críticas y precedida de una laboriosa indagación que ha culminado
en los tomos publicados por la Universidad Externado de Colombia, bajo el
cuidado de la profesora María Teresa Cristina, la investigadora más juiciosa
sobre la obra de Isaacs; por eso la edición de María que hemos preferido uti-
lizar es aquella amparada en la edición crítica que acabamos de mencionar
y que nos devuelve la versión original legada por Isaacs que había sido ol-
vidada por los descuidos y omisiones de las ediciones sucesivas39. Tampoco
existe, a pesar de los intentos tan variados, una biografía confiable y hemos
decidido aferrarnos a los datos escuetos que acoge y reproduce la investiga-
dora Cristina. Digamos, para empezar, que el autor de María nació en 1837
y murió en 1895; hijo de un comerciante inglés de origen judío que llegó a la
entonces Gran Colombia, cuando hubo una estrecha relación económica y
política entre la naciente república y el imperio británico. La fortuna inicial
de su familia provino de la explotación de minas de oro en el suroccidente
de la Nueva Granada en el decenio 1820. Luego se estableció en el valle del
gran Cauca donde compró dos haciendas, una de ellas aún hoy famosa por
haber devenido un próspero ingenio azucarero40. En la biografía de Isaacs
38
Aun así, no podemos afirmar que exista una biografía confiable sobre Jorge Isaacs y que es reciente
una compilación exhaustiva de su obra. Eso hace parte de la juventud de la disciplina histórica en
Colombia y del interés, más bien reciente, por el siglo XIX.
39
Anunciamos que nuestra lectura de María se apoya en la edición preparada por la Universidad
Externado de Colombia, bajo el cuidado de María Teresa Cristina, de las Obras completas de Jorge
Isaacs, vol. 1, María. Bogotá, 2005.
40
Se trata de la hacienda Manuelita, adquirida hacia 1840; la otra hacienda, famosa por ser el
principal escenario de la novela María, llamada hacienda El Paraíso, fue propiedad de la familia
Isaacs entre 1855 y 1858.

154
La nación en novelas

asoma de inmediato un rasgo diferenciador con respecto a Díaz Castro; Isa-


acs provenía de manera conspicua de una familia acaudalada; su trayectoria
pública, en buena parte, fue la de un funcionario con encargos importantes
principalmente durante su vínculo con los gobiernos radicales; ocupó car-
gos de representación política, fue designado además en cargos relacionados
con la diplomacia, la instrucción pública y las expediciones científicas. Su
parábola política fue excepcional en comparación con otros hombres públi-
cos colombianos del siglo XIX; fue de los muy pocos, por no decir el único,
que de ser dirigente del partido conservador, decidió hacia 1870 ingresar
en las filas del partido liberal y más estrictamente en la órbita de la facción
radical. Rareza ostensible cuando fue frecuente dar el paso contrario. Pocas
explicaciones plausibles asoman para semejante caso excepcional; nosotros
aventuramos que su salto del conservatismo al liberalismo radical se debió,
principalmente, a su precaria situación económica y a la necesidad de tener
acceso a puestos públicos por designación que eran posibles si había algún
vínculo con el liberalismo radical entonces en el poder; los cargos que ocupó
casi inmediatamente después de su transformación política pueden contri-
buir en la explicación de su conducta.
Cuando escribió María, valga precisarlo, Jorge Isaacs era un notable del
conservatismo colombiano; y antes de escribirla había cumplido con un
proceso de legitimación literaria ante el círculo letrado bogotano guiado por
la dirigencia conservadora y, especialmente, por el ya ineludible José María
Vergara y Vergara. Es decir, su novela no fue, como en el caso de Díaz Cas-
tro, su primera carta de presentación ante los letrados establecidos en Bogo-
tá; en 1864, Isaacs se aproximó a la tertulia ya consolidada del periódico El
Mosaico con una compilación de su obra poética que había concebido des-
de fines del decenio 1850. La aprobación pública de sus poemas, registrada
en el mencionado periódico, lo ratificaba como un joven escritor del cual
se esperaba, para entonces, próximas y mejores producciones literarias41.
Esta es otra diferencia sustancial en la génesis de ambas novelas; mientras
Díaz Castro, completamente desconocido, llegaba con su novela en busca de
un mentor que la aprobara, en un momento en que aún no se había estableci-
do una institución literaria que reuniese un círculo más o menos consolida-
do de escritores, Jorge Isaacs, en cambio, llegó a Bogotá en un momento en
que ya había un círculo letrado reunido en una tertulia, con una publicación

41
En una solemne velada, se hizo la presentación del “nuevo literato”, quien leyó treinta de sus
composiciones y luego “se determinó que los versos del señor Isaacs salieran a luz en un tomo
costeado por las trece personas que lo oyeron”, “Novedad literaria”. El Mosaico. Bogotá, Nº. 21, 4 de
junio, 1864, p. 163.

155
Gilberto Loaiza Cano

que sumaba varios años de existencia y cuando José María Vergara y Ver-
gara, escribiendo principalmente en El Mosaico, se había erigido en el con-
ductor del canon literario. En las páginas de aquel periódico, el dirigente
conservador dictaminaba con sistema acerca de obras que debían o no ser
leídas según los criterios moralizantes del dogma católico y según, sobre
todo, el ascenso de los lemas de un catolicismo intransigente. En suma, Jorge
Isaacs va a presentar su María, en 1867, cuando ya era un escritor conocido
y aceptado por el círculo letrado legitimador anclado en Bogotá; es más,
cuando ya acumulaba una trayectoria de hombre público que, incluso, había
tenido participación muy activa en la guerra civil de 1860 en contra de los
liberales. Por tanto, era en el momento de poner a circular su novela un dis-
tinguido escritor y un reconocido dirigente del conservatismo colombiano.
Pero, precisemos: la génesis de la novela, según los datos biográficos, po-
demos situarla en un momento liminar de las adhesiones políticas y de la
situación económica del autor; entre la guerra civil de 1860, en que había
luchado contra el general Mosquera, y 1867, año de la primera edición de
la exitosa novela, hubo mutaciones en su vida personal muy ostensibles y, a
nuestro modo de ver, determinantes. Una de ellas fue la muerte de su padre,
el 16 de marzo de 1861, algo que lo obligó a encargarse de los negocios fami-
liares que iban, en ese momento, en inminente decadencia; la dedicación a
las actividades comerciales y principalmente a resolver las deudas que dejó
su padre, le impidió continuar con sus estudios auto-didactas de medicina
y botánica. Poco después de la muerte de su padre, su familia perdió dos
haciendas; para 1864, el entonces presidente Tomás Cipriano de Mosquera
lo nombró inspector de caminos para el trayecto entre Cali y Buenaventura,
puerto sobre el océano Pacífico; se supone que en el desempeño de ese car-
go, en condiciones climáticas muy adversas, inició la redacción de María.
La escritura de la novela siguió en Bogotá, en 1865, mientras atendía una
tienda de mercancías importadas. Es decir, María fue escrita en un momen-
to crítico para el autor; un padre recién fallecido, una ruina económica plas-
mada en la pérdida de las haciendas, un cargo oficial obtenido del gobierno
radical presidido por su otrora enemigo político, el general Mosquera, y una
dedicación a las actividades de comercio que debieron permitirle e incen-
tivarle la escritura de una obra que tuvo, de inmediato, un éxito en ventas.
En fin, la escritura y aparición de la novela debemos situarla en el umbral de
su salida del partido conservador y de su adhesión al partido liberal, oficia-
lizada en 1869, cuando ya preparaba la segunda edición de María.
La novela fue escrita, no lo perdamos de vista, por alguien que estaba cer-
ca de volverse un dirigente liberal y que tenía algún conocimiento de los rit-
mos comerciales de la época; no podemos despreciar, en cualquier análisis,

156
La nación en novelas

que Isaacs, sin duda, conocía o intuía las posibilidades de su manuscrito en


un momento de ascenso propagandístico de la prensa conservadora, por
entonces mucho más exitosa que la prensa liberal. Las posteriores ediciones
de la novela dieron cuenta de la ambivalencia política de Isaacs. Por ejemplo,
en aquellos aspectos auto-biográficos vertidos en su obra, el autor osciló en-
tre suprimir o registrar ciertas precisiones; una muy evidente está expuesta
en el primer párrafo de la novela; las tres primeras ediciones suprimieron
el nombre del colegio de Bogotá donde hizo sus primeros estudios, luego,
protegido por el aura de su nueva militancia en el liberalismo radical, se
decidió por colocar el nombre del colegio de Lorenzo María Lleras, un tra-
segado educador, fundador de los primeros clubes políticos liberales a fines
del decenio de 183042.

La novela del catolicismo triunfante

María es un relato de la intimidad; su narración evoca aquellas formas


de escritura del siglo XIX teñidas por el recuerdo y la reconstrucción de una
vida afectiva situada principalmente en el plano personal. Está, por tanto,
muy cerca del diario, de la autobiografía, de las memorias, es decir, pertene-
ce al plano de la reconstrucción de un yo y de su mundo inmediato, íntimo,
de relaciones. Estas formas de lo autobiográfico fueron tendencia escritu-
raria en aquel siglo en que hubo una predisposición, en el personal letrado,
por la autorrepresentación como dispositivo que garantizaba la afirmación
de unos valores, de una sensibilidad, de unos gustos propios de una élite de
la riqueza y la cultura. La escritura de recuerdos sintonizaba, en consecuen-
cia, con un afán de recomposición, de poner en orden su propia vida por la
vía de un relato. La dedicatoria que antecede la novela, elidida en muchas
ediciones, afianza el carácter que el propio autor quiso adjudicarle a su rela-
to: “la historia de la adolescencia”, “el libro de sus recuerdos”.
Además de brindarse como un relato basado en nudos de recuerdos de
un joven, la novela relata un mundo perdido; la nostalgia fue, especialmente
en el relato costumbrista de los escritores conservadores colombianos de
aquella época, el principal elemento organizador de sus “cuadros” dedicados
a describir costumbres. Un tiempo pasado aplastado por las asunciones de
un mundo moderno fue el motor que movilizó el tono “raizal” dominan-
te de la literatura costumbrista. José María Vergara y Vergara, Ricardo Ca-
rrasquilla y José Manuel Groot, principalmente, defendieron en sus relatos
las virtudes y las supuestas buenas costumbres de los tiempos coloniales,

42
Isaacs, Op. cit. p. 3. Véase en esa página la nota crítica de la editora al respecto.

157
Gilberto Loaiza Cano

trastornadas o sepultadas por la instauración de la república. En María hay


una armonía social y política, una vida idílica en la hacienda esclavista que
ha quedado fija en el pasado y que solamente puede recuperarse por el ejer-
cicio de la nostalgia literaria. A eso puede agregarse el predominio narrativo
de la figura del padre de Efraín, de la habitación del padre y de la hacienda
como lugares centrales en la narración, a pesar de algunos pasajes significa-
tivos que evocan un mundo exterior.
Sostenida por esta escritura nostálgica, que es evidente desde las prime-
ras líneas, el relato es una continua presencia de un yo masculino, blanco,
rico, culto y católico. La novela está hecha en esa única y dominante voz
masculina que tiene algunos suspensos en los diálogos que acompañan el
relato. Todo pasa por el filtro de esa voz, de ese yo que anuncia en las prime-
ras líneas el recuerdo de su infancia y que termina, al final de la obra, con
su propia partida “a galope en medio de la pampa solitaria”. Y aquello que
no proviene directamente de sus emociones, de sus sentimientos, puede ser
prolongación; entonces el paisaje, la naturaleza, son descritos con los ojos
de ese narrador dominante. Como bien lo han dicho algunos críticos, esa
naturaleza fue idealizada, a ella se han trasladado ideales de belleza, de ar-
monía, de tranquilidad; pero también podía estar enlutada, oscurecida por
la tristeza o el dolor del personaje principal del relato. La metaforización de
la naturaleza para dar cuenta del estado sentimental de los individuos fue
uno de los atributos que distinguieron la escritura romántica.
Quizás uno de los principales méritos estilísticos de la novela es que
contenga una cierta armonía o síntesis entre el despliegue de una voz ro-
mántica y la descripción de un mundo exterior; es decir, María logra una
amalgama de romanticismo y costumbrismo. Pasa del tono intimista con-
centrado en los afectos y las emociones al relato de asuntos de la vida co-
tidiana de una aldea o a la descripción de las labores propias del campo en
aquella época. Aún más, podría afirmarse que la novela sintetiza géneros
de escritura propios del individuo ilustrado del siglo XIX: la auto-biografía,
el relato de costumbres, el informe de viajes. Y aunque toda la obra esté te-
ñida por el tono dominante de la intimidad, de la historia de una frustrada
relación amorosa, hay digresiones afortunadas para la estructura general
de la obra que relatan sucesos del mundo rural; por ejemplo, el capítulo XIX
introduce otro registro de lengua, el de los provincialismos, el del registro
coloquial con que hablaban los trabajadores del campo. Otros capítulos,
como el XLVIII y el siguiente, contienen entretenidos diálogos que, entre
otras cosas, exhiben a un culto personaje que es capaz de conversar según
los usos populares de la lengua. Estos vínculos con los sectores popula-
res en la obra sirven, posiblemente, para edificar la idea de un personaje

158
La nación en novelas

en alta sintonía con su medio, de una élite letrada cercana a los ritmos de
la vida provinciana43.
Pero, sin duda, la base del relato es la narración de una tragedia amorosa;
el presentimiento de una pérdida emocional; un amor frustrado por la
muerte temprana de la mujer que le da título a la novela. De principio a fin,
el relato fundamental es la relación amorosa entre Efraín y María. Ese yo
masculino, blanco, rico, culto y católico del personaje narrador es el punto
de partida; él sostiene el proceso de los afectos que circundan la obra; son sus
recuerdos los que le dan sustento al relato. Y a través de él se filtran algunos
matices auto-biográficos que no son despreciables en la comprensión de
la obra; varias son las transposiciones auto-biográficas que le dan sentido
a la novela y entre ellas destacamos la figura del padre asociada con el
origen judío de la familia de Isaacs y con la posterior ruina económica44.
A partir de este tono intimista y autobiográfico, la novela restituye unos
mundos conexos o paralelos que dotan de riqueza simbólica el relato; por
ejemplo, como ya lo han percibido otros estudiosos, alrededor del romance
entre María y Efraín hay otras cinco parejas que gravitan con sus expectativas
y sentimientos45. Algunas de esas parejas amorosas constituyen digresiones
narrativas de enorme significado; y también hay que agregar las constantes
alusiones a un ambiente intelectual, a ciertas formas de recepción de la
literatura romántica que fue, en muchos casos, inspiración para el mismo
autor; esa alusión a autores y obras, esas semejanzas con ciertos pasajes de
otras novelas no son solamente un bagaje erudito que contribuye a explicar
la filiación de María con tal o cual corriente literaria, sino, y sobre todo,
nos restituye un ambiente de simpatías y gustos literarios, una sensibilidad
alimentada por ciertas formas de escritura, unos paradigmas acerca de las
relaciones amorosas y, además, acerca de las relaciones de esos individuos
con formas de trascendencia divina.
En María hay una riqueza de recursos narrativos que no encontramos
en Manuela; la última es novela rústica si se compara con la variedad de
recursos desplegados en aquella. Puede decirse que el autor se preocupó por
crear un clima moral romántico y, principalmente, por repartir una simbo-
logía del presentimiento fúnebre y del amor casto. El destino trágico aparece

43
La aguda editora de la novela nos recuerda, además, que el propio Jorge Isaacs fue un laborioso
colector de coplas populares. Fue una afortunada decisión de la editora anexar, al final de la novela,
un inventario de los provincialismos desplegados en la narración.
44
Por ejemplo, en relación con el origen judío de la familia de Isaacs, los capítulos VII y XXXVIII; con
la ruina de su padre, los capítulos XXXIII y XXXVI.
45
Esto lo explica en detalle Gustavo Mejía en su prólogo a la edición de la novela preparada por
Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1988, pp. IX-XXXII.

159
Gilberto Loaiza Cano

anunciado desde las primeras líneas; al inicio y al final los cabellos aparecen
como signo ambiguo de vida y muerte. Así aparece la rápida divagación
acerca de la vida y la muerte en el primer capítulo, cuando el niño Efraín
tiene que separarse de la casa paterna para comenzar estudios en Bogotá:
Me dormí llorando y experimenté como un vago presentimiento de muchos
pesares que debía sufrir después. Esos cabellos quitados a una cabeza infantil;
aquella precaución del amor contra la muerte delante de tanta vida, hicieron
que durante el sueño vagase mi alma por todos los sitios donde había pasado,
sin comprenderlo, las horas más felices de mi existencia46.

En varios pasajes de la obra, sobre todo en las relaciones de María y


Efraín, aparece el despliegue de símbolos anticipatorios de la muerte tem-
prana de la protagonista. La presencia de un ave negra, elemento simbólico
presente en otras novelas sentimentales; la cabellera negra de María se añade
al triste presagio; pero también el amor casto e inalcanzable queda asociado
con cartas y flores, especialmente rosas y azucenas. Trozos de azucenas eran
guardados en los libros de novelas y en las cartas. No solamente el amor
casto tiene su repertorio preciso de signos evocadores; la conversación entre
Salomé y Efraín tiene, por contraste, matices sensuales. La belleza de Salomé
es carnal y seductora, mientras la de María es lejana y pura. En fin, en la no-
vela de Isaacs hay un repertorio de recursos narrativos que fijan el indudable
sello romántico de la novela.
Sin embargo, María no es solamente una novela a tono con las exigencias
narrativas del romanticismo literario. La novela no se reduce a la exposi-
ción y solución de un conflicto amoroso; no agota su riqueza significativa
en la fatalidad de una relación trunca entre un hombre y una mujer que
se amaban. En María está expuesto un código de afectos, de creencias, de
adhesiones. La solución novelesca pasa por la valoración, de principio a fin,
del culto católico y su preponderancia en la vida íntima, en el terreno de los
sentimientos. Los personajes y sus dilemas están envueltos en una matriz
cultural bien orientada en todo el relato y que no es otra cosa que el catoli-
cismo; en otras palabras, la situación romántica expuesta en la novela está
vertida en los códigos sentimentales y morales del catolicismo. Es según ese
sistema de creencias que se entiende el destino de todos los personajes, las
relaciones entre ellos, las diferencias o proximidades de grupos sociales en el
sistema esclavista, las nociones acerca del amor y la muerte, en fin.
María, el personaje, está impregnada de eso que nos permitimos llamar tras-
cendentalismo católico; ella es mujer redimida. Es una mujer judía, huérfana

46
Isaacs, Op. cit. p. 3.

160
La nación en novelas

y enfermiza; la conversión al catolicismo y la acogida en un hogar que tam-


bién se ha vuelto católico la redimen; pero la fatalidad de su enfermedad es
el lastre de su origen. Ella no anuncia vida sino muerte, porque arrastra una
desgracia original. “María puede arrastrarte y arrastrarnos a una desgracia”,
le advierte el omnisciente padre a Efraín y luego este expone así el dilema
entre el amor y la muerte en su relación con María: “Mía o de la muerte, entre
la muerte y yo”47. La cabellera de María era tan oscura como el ave premoni-
toria que atraviesa el relato48. Al morir ella, Efraín ha quedado solo, sí, pero
libre y con un horizonte menos desgraciado. La desgracia era atribuible a una
relación perdurable con María. Pero María también era como La Virgen pin-
tada por Rafael, ella rezaba siempre a la virgen, ella leía, como otras mujeres
devotas, la Imitación de la virgen. La virginidad de María concuerda bien, en
la obra, con la reiteración del amor casto, siempre sublimado. En fin, María
está rodeada de redención católica y presagio de muerte, de fe y desdicha.
El culto católico también acompaña en forma de alivio o de salvación. “Si
el cristianismo da en las desgracias supremas el alivio que tú me has dado
(…)”, decía el padre de María al padre de Efraín49. En una digresión que
ocupa cuatro capítulos, dedicada a la historia de la esclava Feliciana, Efraín
es un narrador que desplaza la voz de la esclava50, relata la conversión de
Sinar y Nay, nombres nativos de quienes iban a ser sometidos a la esclavitud
raptados de su lugar en el continente africano y llevados a América. Antes
de ser atrapados, Sinar y Nay reciben la iluminación de la religión católica
por el contacto con un sacerdote francés que les ha dicho que “su Dios debe
ser nuestro Dios”. El amor de ambos ha quedado sellado, antes de ser escla-
vos, en la aceptación de la nueva religión por vía del sacramento del bautis-
mo. La moraleja que recorre el relato de la conversión al catolicismo de este
guerrero y esta princesa que vivían cerca de la ribera del río Gambia es que
el catolicismo mitiga las situaciones más humillantes. Ser amo y ser esclavo
no eran condiciones incompatibles con ser católicos; el catolicismo acompa-
ñaba los gestos paternales del amo latifundista y amparaba la resignación del
esclavo separado de su origen africano. En fin, el catolicismo queda expues-
to, en esta parte de la novela, como ideología orgánica del sistema esclavista
que ayudaba a morigerar el conflicto inherente a una condición fundada en
la desigualdad de los individuos.

47
Isaacs, Op. cit. cap. XVI, pp. 51 y 54.
48
“Algo oscuro como la cabellera de María”, al referirse de nuevo a la “ave negra”; Isaacs, Op. cit. cap.
XLVII, p. 249.
49
Isaacs, Op. cit. cap. VII, p. 22.
50
Lo que hace Efraín es referirnos una historia que, en la infancia, le había contado la esclava
Feliciana.

161
Gilberto Loaiza Cano

El nacimiento, la vida y la muerte aparecen como momentos de la exis-


tencia humana que no pueden ser vividos ni entendidos sin la presencia
ostensible del credo católico; ora mediante la práctica de los sacramentos,
ora mediante la invocación de lo divino. De principio a fin, la novela de
Isaacs está cubierta por el manto de un catolicismo regulador de la vida
íntima y de la vida en sociedad. Incluso la intertextualidad, fenómeno bien
examinado por otros críticos, sustenta la inclinación cultural de una éli-
te por la lectura de determinados autores y obras. Autores y obras que
remiten, primordialmente, a un nexo entre romanticismo y catolicismo
expuesto por escritores españoles y franceses. Sin embargo, no hay que
despreciar en el análisis que se mencionen obras de Ségur y Tocqueville,
lo cual evoca un pensamiento liberal y republicano conciliable con el ca-
tolicismo demostrativo predominante en María. En fin, esta novela trans-
pira un catolicismo triunfante, paradigma de orden en la intimidad y en
la vida en sociedad; paradigma de los afectos y de las relaciones entre los
hombres, así esas relaciones tengan el peso humillante de la esclavitud.
Novela concentrada en la figura femenina portadora a la vez de fe, devo-
ción y fatalidad, condensada en un nombre central en la tradición religiosa
católica: María.

Epílogo: La utopía conservadora de la república católica

Bien, creo que hemos reunido suficientes argumentos en el examen de las


dos novelas que nos permiten responder a las preguntas que han motivado
este ensayo: ¿por qué Manuela no pudo ser la novela difundida como el
canon de la novela nacional durante el siglo XIX en Colombia y por qué, en
cambio, María fue aupada, recibida y aclamada como la novela que corres-
pondía plenamente a un ideal de nación?
Una parte de la respuesta está en la condición intrínseca de cada obra;
Manuela fue una novela escrita en un tono requisitorio que ponía en cues-
tión el funcionamiento del sistema republicano y ese tono fue expuesto en
una narración sostenida por la polifonía, por la presencia de múltiples vo-
ces que representaban a individuos de la vida aldeana; en consecuencia,
su lenguaje era rústico, plagado de provincialismos y coloquialismos di-
fíciles aún de asimilar y, sobre todo, de aceptar por el círculo letrado que
podía, en ese entonces, legitimar la obra. Podría pensarse que, para 1858,
la novela de Eugenio Díaz Castro no tenía un público preparado para leerla
y, también, que la novela no estaba escrita en un registro aceptable para
los criterios o normas de buen uso que empezaban a imponerse en el ca-
non del buen gusto de los letrados que trataban de darle alguna estabilidad

162
La nación en novelas

institucional a la creación y el consumo literarios en la Colombia de entonces.


La novela planteaba en aquel momento, mas no resolvía, el problema de
cómo representar el pueblo en el plano literario, si al representarlo se repro-
ducían o no sus formas de habla. La opción de Díaz Castro fue la aproxi-
mación realista basada en lo que él llamaba el cuadro o daguerrotipo que le
daba licencia para reproducir formas populares de habla. Para el incipiente
círculo letrado establecido en Bogotá no fue fácil adoptar o aceptar, así, la
obra de Díaz Castro. Es muy diciente que la aclimatación de este tipo de
relato haya tomado, a partir de la novela Manuela, casi una década que tuvo
su punto culminante de expresión en la publicación, en 1866 (un año antes
de la aparición de María), del Museo de Cuadros de Costumbres, colección
de relatos prologada y reunida por Vergara y Vergara; precisamente, él en
su prólogo expuso la dificultad que tuvo para definir criterios ortográfi-
cos que le dieran uniformidad a los escritos de un muy variado número
de autores. Es decir, aún en 1866, la comunidad exclusiva de los letrados
(o literatos, según uso frecuente en la época), no había logrado acordar
cómo relatar costumbres, describir lugares y “figuras humanas”. Preocu-
pado por lograr ajustarse a los “los preceptos de la Academia”, refiriéndose
por supuesto a la Academia de la Lengua de Madrid, a Vergara y Vergara
le inquietaba que los escritores tuviesen que “batallar con el uso del país”
que podía ser, con frecuencia, muy diferente al uso peninsular que quería
imponerse. Las preocupaciones por la forma correcta de escritura afloraron
desde la publicación de los primeros capítulos de Manuela en el periódico
El Mosaico y la interrupción de la publicación por entregas de los capítulos
de la obra obedeció a la necesidad de obtener, como premisa, criterios o
normas de uso de la lengua.
En suma, la élite letrada apenas estaba edificando sus propios criterios de
creación y consumo literarios cuando apareció Díaz Castro con su Manuela
y puso en debate cómo esa elite letrada podía construir el relato acerca de la
nación, como podía poner en relación sus gustos, usos y normas de escritu-
ra con los gustos y usos de las formas populares de expresión. La novela en
mientes, en vez de ofrecer una propuesta de canon de expresión de una elite
letrada en su relación con los sectores populares, dejaba hablar descarnada
y descaradamente a esos sectores populares y desdibujaba o ponía en un
plano muy secundario la voz narrativa de esa élite. De manera que Manuela
no contribuía en aquel momento a cimentar la identidad de una élite de la
riqueza, de la política y de la cultura, sino que se adelantaba en la emergen-
cia de las aspiraciones políticas de sectores populares que se sentían aban-
donados por el Estado y que no encontraban satisfacción en las coordenadas
del sistema republicano.

163
Gilberto Loaiza Cano

María, en contraste, era novela precedida de un proceso de depuración


formal; los manuscritos de la novela contaron con varios ojos de notables
correctores, entre ellos su hermano Alcides, profesor conocedor de gramáti-
ca, y Miguel Antonio Caro, quien iba a ser el más importante dirigente con-
servador del último cuarto del siglo XIX y exponente del saber filológico en
Colombia al lado de Rufino José Cuervo. Además de eso, la novela de Isaacs
lograba proponer la presencia narrativa dominante de una élite que podía, al
tiempo, conversar con las gentes del pueblo, reproducir el registro popular y
expresar los sentimientos amorosos en el código de afectos del cristianismo.
Su escritura proponía una solución expresiva para una élite que venía bus-
cando cómo representar la nación en la ficción literaria y, al tiempo, cómo
representar sus propias necesidades expresivas. Dicho en otras palabras,
María condensaba la construcción del mundo expresivo de una élite que
le sirviese de herramienta para entender su situación en el mundo y para
entender ese mundo. La amalgama de romanticismo y costumbrismo ponía
a dialogar el yo de una élite preocupada por distinguirse como la dueña de
la forma de la escritura acerca de la nación. María se ofreció como para-
digma de escritura de una élite que luchaba por fijar normas de uso; por
distinguirse y distanciarse del pueblo para poder asumir, en la escritura, su
superioridad social, política y cultural. La novela proponía la síntesis en la
forma de representar y relatar la sensibilidad, los sentimientos, el paisaje, los
seres humanos en su diversidad social.
Todo esto nos lleva a la otra parte de la respuesta que está fuera de los
textos, que nos obliga a examinar la importancia de los momentos discursi-
vos en que surgieron las novelas y que en muy buena medida determinaron
su grado de difusión y su fracaso o éxito ante un público. Para empezar a
explicar esto, digamos que Manuela fue escrita en un momento discursivo
muy diferente al de María. Para 1858 no había ni un círculo letrado bien
establecido ni un público consolidado que fuese un mercado lector disponi-
ble para leer esa novela. El círculo letrado no estaba listo para promover un
relato que volvía problemática la difusión de formas de habla populares; una
élite que apenas intentaba conformar sus propias reglas de reconocimien-
to y distinción para poder sentirse lo suficientemente separada y superior
del resto de la sociedad, le quedaba muy difícil aún proponer y aprobar las
reglas para expresar las formas en que esa élite podía representar la diversi-
dad de la nación en sus costumbres, en sus tipos humanos, en sus lugares,
en fin. Manuela era, para decirlo breve, una novela escrita con anticipación
y carente de un público a la expectativa.
Díaz Castro puso a comparecer su novela cuando el conservatismo colom-
biano recién estaba posesionado en la presidencia del país, con la asunción

164
La nación en novelas

de Mariano Ospina Rodríguez (1857-1860), y cuando apenas se esbozaba


la iniciativa en lo que iba a ser, en adelante, por lo menos hasta la guerra
civil de 1876, la ofensiva asociativa y cultural de la dirigencia conservadora
por imponer su utopía de una república confesional católica. La presidencia
de Ospina Rodríguez fue el punto de partida de una reorganización y ex-
pansión asociativas en el frente de la caridad con la llegada, en 1857, de la
Sociedad San Vicente de Paúl y la Asociación del Sagrado Corazón de Jesús;
y con el retorno, al año siguiente, de la Compañía de Jesús que los liberales
habían expulsado del país en 1851. El inicio de una etapa de difusión de la
sociabilidad caritativa, acudiendo principalmente al modelo del catolicismo
francés, puede entenderse como una faceta de un catolicismo a la ofensiva;
el despliegue asociativo en el frente de la caridad puso a la dirigencia lai-
ca y religiosa del conservatismo colombiano en un contacto muy cercano
con los sectores populares y propició la formación de un personal femenino
consagrado a la difusión del mensaje católico. En lo religioso, las obras de
caridad eran testimonio de la fortaleza y la generosidad de la fe católica,
que la colocaban como la verdadera concreción de la palabra fraternidad.
El contacto directo con la pobreza le otorgaba una dimensión piadosa a la
fe cristiana y permitía reivindicarla como el “verdadero comunismo”. En lo
social, significaba la legitimación de las diferencias de clase y ponía en una
escala superior el papel paternal de los hombres ricos comprometidos en
la acción social. Por último, los conservadores desplazaban el liderazgo de
la dirigencia liberal, cuestionada por sus reformas de mitad de siglo y por
los sucesos de 1854, y cimentaban un frente asociativo que iba a preparar
un personal —laico y eclesiástico— comprometido en el contacto cotidiano
con las gentes pobres; las prácticas de las obras de misericordia contenían el
propósito de alejar a los artesanos y a las gentes del pueblo del contacto con
ideologías que pudieran poner en peligro la propiedad, la riqueza y el pre-
dominio cultural de la Iglesia Ccatólica. De modo que para 1858 el discurso
que exaltaba la caridad cristiana apenas comenzaba a desplegarse junto con
la creación de asociaciones en muchas regiones.
En el caso de la prensa conservadora puede decirse algo semejante; el
mayor exponente del periodismo conservador era, por entonces, y desde
1849, el periódico El Catolicismo, órgano oficial del arzobispado de Bogo-
tá que sirvió en la formación de una pléyade de escritores conservadores
que fungieron transitoriamente como sus directores, varios de ellos rec-
tores de renombrados colegios en la capital del país. Hubo que esperar a
la fundación de El Mosaico, inspirado, como hemos dicho antes, en el en-
tusiasmo despertado por el manuscrito de Eugenio Díaz Castro, para que
se insinuara un sistemático esfuerzo publicitario conservador que tuvo

165
Gilberto Loaiza Cano

expresión en la continuidad de ese periódico y en el surgimiento de otros


que lograron una popularidad, sobre todo entre el público bogotano, que
nunca pudieron obtener los periódicos liberales. En fin, solo fue en los de-
cenios de 1860 y 1870 que fue consolidándose la labor periodística con-
servadora con periódicos cuya influencia escapó del ámbito local en que
nacieron. Precisamente, la María de Isaacs aparece cuando al lado de El
Mosaico circulaban o habían circulado de manera asidua y con las mejo-
res cifras en la cantidad de abonados, periódicos conservadores como La
Caridad, Biblioteca de Señoritas, La Unidad Católica y El Obrero en el caso
estrictamente bogotano.
Para el momento de la aparición de María, ya existía un mercado lector
femenino bien formado en los preceptos publicitarios católicos, gracias a la
popularidad de algunos periódicos guiados por letrados conservadores. La
importancia de la mujer en la expansión del ideal caritativo católico estuvo
estrechamente asociada con la iniciativa católica de conquistarla como des-
tinataria regular de su mensaje. Eso significó, por ejemplo, su reclutamiento
en un sistema de enseñanza privado, sobre todo en Bogotá. Desde 1855, los
colegios y los periódicos católicos manifestaron claramente la intención de
contribuir a la formación de la mujer de la elite, mientras que los liberales
sólo a partir de la década de 1870 ofrecieron una alternativa laica para su
educación. Pero, a pesar de los esfuerzos liberales, el discurso católico per-
maneció como la matriz fundamental de la formación de mujeres lectoras e
incluso de las escritoras a lo largo del siglo XIX.
Los periódicos dedicados al “gracioso sexo” o al “bello sexo” comenza-
ron a aparecer en Bogotá, hacia 1855, con la fundación de La Esperanza,
bajo la dirección de José Joaquín Ortiz, quien luego iba a ser el fundador y
director del influyente periódico La Caridad. En 1858, también en Bogotá,
la voluntad de conquistar a las mujeres fue aún más evidente con la publi-
cación simultánea de La Biblioteca de señoritas y de El Mosaico. Una déca-
da después, en 1868, José Joaquín Borda fundó El Hogar. Ese mismo año
nació, en Medellín, La Aurora. Otra contribución al periodismo femenino
con intención católica fue la de Manuel María Madiedo quien publicó, en
1871, el semanario El Museo literario. En 1872, en Cartagena, fue publi-
cada La Lira; en 1874, en Barranquilla, fue fundado El Iris. La década de
1870 conoció también algunos periódicos escritos exclusiva o mayorita-
riamente por mujeres. Por ejemplo, la congregación del Sagrado Corazón
de Jesús de Cartagena tuvo su periódico La Fe, entre 1878 y 1884. En 1878,
apareció en Bogotá la revista La Mujer, dirigida por Soledad Acosta de
Samper, órgano oficial de la Sociedad protectora de los niños desampara-
dos. Ahora bien, algunos grandes periódicos católicos, como La Caridad,

166
La nación en novelas

pretendían dirigirse “en primer lugar, a las mujeres sensibles, buenas y


generosas de la Nueva Granada”51.
La prensa católica, consciente del gusto femenino por ciertos géneros lite-
rarios, se ocupó de aconsejar acerca del tipo de lecturas más adecuado para
las mujeres y recomendó a los padres que ejercieran tenaz vigilancia en el
hogar. En 1857, según El Catolicismo, las madres debían evitar que sus hijas
leyeran novelas, principalmente las de Eugène de Sue, e imponer como única
lectura los textos de instrucción cristiana: “La lectura de novelas y relatos
amorosos es uno de los medios utilizados por las madres para corromper
a sus propias hijas. Lo mejor es que ellas lean lecciones de historia sagrada,
historia universal, historia eclesiástica (…) Hay que desconfiar de las novelas
de Sue, principalmente Les mystères de Paris y Le juif errant”52. Todas estas
publicaciones se proclamaban, al mismo tiempo, católicas, femeninas y lite-
rarias. Todas cumplían funciones educativas y moralizantes; preconizaban
una presencia pública discreta para las mujeres, siempre en las actividades
cotidianas de difusión del mensaje cristiano en sus hogares y de expansión
del frente de caridad. La mujer de las élites era la destinataria principal que,
además, disponía del tiempo suficiente para la lectura y podía hacer gastos
suntuarios, como la suscripción a los periódicos. La importancia que se le
concedió al público femenino condujo a ciertos cambios en la prensa como,
por ejemplo, la aparición de secciones consagradas a las novedades de la
moda. La Biblioteca de señoritas se jactaba de contar con la exclusiva colabo-
ración de una corresponsal en Paris y La Caridad creó una “revista de moda
con el fin de tener informadas a nuestras lectoras de las novedades parisinas”.
La mayoría de esos periódicos circulaba el sábado en la tarde porque, prin-
cipalmente en Bogotá, ese era el momento habitual del ocio y las tertulias.
En 1865, la presencia de mujeres suscriptoras en las listas de los periódicos
no era despreciable. Entre los 1479 suscriptores de La Caridad, 420 (28.3%)
eran mujeres. Ellas podían, por tanto, constituir, en esa ciudad, un tercio de
la población lectora o, al menos, consumidora de periódicos53.
En fin, desde 1857 fue evidente un ciclo ascendente de sociabilidad ca-
tólica y de esfuerzos publicitarios que tuvieron a las mujeres —a las devotas
mujeres de la élite— en su centro de atención. Durante ese ciclo, a las mu-
jeres con fortuna y alguna iniciación en las letras o en las bellas artes, se les

51
La Caridad. Bogotá, n° 1, 24 de septiembre, p. 1.
52
El Catolicismo. Bogotá, n° 291, 10 de noviembre, 1857, p. 361.
53
Todos estos datos sobre la prensa y el mundo lector de la segunda mitad de siglo provienen de mi
tesis doctoral Sociabilité et définition de l´État nation en Colombie, 1845-1886. Tesis de doctorado,
Iheal-Sorbonne Nouvelle, 2006; pero, también, puede verse: Acosta, Carmen Elisa. Lectura y nación:
novela por entregas en Colombia, 1840-1880. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2009.

167
Gilberto Loaiza Cano

confirió un lugar importante en la estructura asociativa de las actividades


de caridad. Es precisamente en este período que podríamos hablar de la
formación de los cuadros laicos permanentes de la difusión de la verdad
católica y de lo que algunos autores han llamado, para el caso de otros paí-
ses, «la feminización del catolicismo»54. Esa feminización se concretó en las
actividades públicas que comenzó a ejercer la mujer, cada vez más sistemáti-
camente, en nombre de la Iglesia católica y sus prácticas caritativas; también
se plasmó en una insistente divulgación de una iconografía en que había una
personificación femenina de la caridad; la caridad era, por ejemplo, “una be-
lla y robusta mujer que tiene entre sus brazos dos criaturas, a quienes ama-
manta en su seno; mientras que un niño y otro, y otros niños se asen de sus
vestidos y se amparan bajo su manto”55. En otra imagen, la caridad cristiana
era “una virgen con los ojos vendados y la mano abierta”56. En aquella época,
a la caridad se le había conferido un aura femenina, porque, según afirmaba
el escritor católico Charles Sainte-Fox, la «mujer ha sido dotada por Dios
para las actividades de la caridad”57. En consecuencia, se creía que la mujer
podía ejercer la caridad por un don natural, luego se le impuso como un
deber y gracias a la moral religiosa se reivindicó para ella ese don o destreza
para ejercer esta virtud teologal.
La reivindicación de la mujer en las actividades proselitistas de la Iglesia
católica debió contar, también, con el influjo de la renovación del culto del
Sagrado Corazón de Jesús y de la devoción a la Virgen María que, por ex-
tensión, se expresó en lo que Gèrard Cholvy calificó como “una verdadera
sacralización de la mujer”58. Esa sacralización se tradujo en el lugar prepon-
derante que se le concedió a la mujer en el conjunto de actividades públicas
de la Iglesia católica durante el siglo XIX, tanto en Europa como América
latina. A propósito de eso, la prensa católica colombiana saludaba así la im-
portancia de las mujeres en las sociedades caritativas: “Bendita sea mil veces
la religión santa que ha enseñado a las mujeres, antes hijas de Eva la culpable
y ahora hijas y hermanas de María, a emplear en bien de los desgraciados
hasta los atractivos de la belleza”59.

54
Langlois, Claude. “Féminisation du catholicisme”. Histoire de la France religieuse. t. 3, Ed. Jacques
Le Goff. París: Seuil, 1996, p. 146
55
“La caridad”. La Caridad. Bogotá, n° 2, 30 de septiembre, 1864, p. 19.
56
“Filosofía religiosa. De la caridad y de la filantropía”. El Catolicismo. Bogotá, n° 58, 1° de agosto,
1852, pp. 498-499.
57
“La misión de caridad de la mujer”. La Caridad. Bogotá, n° 22, 17 de febrero, 1865, p. 367
58
Cholvy, Gérard y Hillaire, Yves-Marie. Histoire religieuse de la France contemporaine (1800-1880).
Toulouse: Editions Privat, 1985, pp. 171-176.
59
Anales de la Sociedad de San Vicente de Paúl. Bogotá, n° 15, 20 de marzo de 1870, p. 252.

168
La nación en novelas

De tal manera que la novela María no apareció en un terreno yermo.


Para entonces ya se habían acumulado factores que la hacían posible y que
la hacían familiar, por no decir que compatible con un público, especial-
mente femenino, que había recibido una laboriosa educación sentimental
mediante los publicistas conservadores de la época. La mujer católica adqui-
rió preponderancia pública estimulada por los movimientos de expansión
del catolicismo en su lucha contra las tentativas laicizantes del liberalismo
y se consolido como agente de difusión de la fe católica. María, en un siglo
de sacralización de la mujer y en un momento de expansión hegemónica de
mecanismos asociativos, quedaba inserta en un proceso publicitario de afir-
mación de la utopía de un orden político conservador. No era obra solitaria
y extraña, sino que sintonizaba con un momento discursivo muy prolífico
entre los escritores defensores del ideal de una república católica en Colom-
bia. Fue precisamente en el popular periódico La Caridad donde José María
Vergara y Vergara saludó, el 5 de julio de 1867, la novela de Isaacs, y la sa-
ludó como una obra escrita casi estrictamente para complacer un mercado
lector femenino, cuando afirmó: “María hará largos viajes por el mundo,
no en las balijas del correo, sino en las manos de las mujeres, que son las
que popularizan los libros bellos. Las mujeres la han recibido con emoción
profunda, han llorado sobre sus páginas, y el llanto de la mujer es verdade-
ramente el laurel de la gloria”60.
María nació, pues, para un público a la expectativa que la presentía y
que la iba a disfrutar, compuesto primordialmente de mujeres rezanderas
y adineradas, mujeres que constituían el pilar de la movilización del catoli-
cismo ultramontano en Colombia. Pero la novela también nació en un pro-
ceso formativo de un personal político y letrado de raigambre conservadora
que concibió y produjo, entre 1857 y la guerra civil de 1876, la guerra civil
netamente religiosa de nuestro siglo XIX. Es decir, la novela de Isaacs no es
un producto aislado o excepcional, perteneció a un régimen de afinidades
discursivas, participó de una intención de difusión que comenzó a gestarse
en los albores del gobierno de Ospina Pérez, a base de decisiones individua-
les de algunos prominentes miembros del conservatismo. Hubo un círculo
muy activo de escritores concentrados en la defensa de la supremacía polí-
tica y cultural del legado católico, que asumieron su escritura como un acto
orgánico de adhesión, defensa y exaltación del dogma católico en la so-
ciedad de su época. Ellos fueron, en múltiples variantes, desde el simple
artículo, pasando por el sermón, la poesía, el cuadro costumbrista hasta
llegar al laborioso libro de historia, ellos fueron, repetimos, los escritores

60
Vergara y Vergara, J. M. “María”. La Caridad. Bogotá, Nº. 41, 5 de julio, 1867, pp. 649-651.

169
Gilberto Loaiza Cano

que defendieron a ultranza la matriz cultural católica. Ese círculo de escri-


tores estuvo compuesto de miembros del clero, pero en su mayoría fueron
escritores de origen laico. Entre los miembros del clero debemos destacar al
sacerdote Federico Aguilar, en Bogotá, y al obispo de Santa Marta, Rafael
Celedón. Entre los escritores laicos, Manuel María Madiedo, José María Ver-
gara y Vergara, José Joaquín Borda, José Manuel Groot, Ignacio Gutiérrez
Vergara, Ricardo Carrasquilla, José Joaquín Ortiz, José Manuel Marroquín,
José Caicedo Rojas, Miguel Antonio Caro y Sergio Arboleda. Todos tuvie-
ron en común su participación directa en la fundación de periódicos, en la
administración de un taller de impresión, en la publicación de artículos y
libros, en la traducción de obras de pensadores católicos, principalmente
franceses. La mayoría de estos escritores laicos hizo su carrera pública en
Bogotá. Todos fueron institutores más o menos asiduos, fundaron colegios
privados y escribieron manuales escolares. Otro rasgo común destacable es
que muchos de ellos no ocuparon puestos públicos, salvo durante el parén-
tesis conservador del régimen de Ospina Rodríguez, 1857-1860.
Fue entre los escritores conservadores que se notaron los primeros ras-
tros del influjo del positivismo de Saint-Simon y Comte. Fueron José Euse-
bio Caro, en 1838, y más sistemáticamente Manuel María Madiedo, quienes
se interesaron en formular los principios de una ciencia social. Aquel dejó
al menos las inquietudes iniciales que expuso cabalmente Madiedo en sus
obras Teoría social (1855) y La ciencia social (1863). Ahora bien, Madiedo
resumía en la segunda mitad del siglo XIX un acumulado simbólico en que
el catolicismo intentaba presentarse como una doctrina preocupada por los
problemas sociales y que ofrecía soluciones a los sectores populares acu-
diendo, por ejemplo, a la propagación de la medicina homeopática. Su dis-
curso en defensa de la homeopatía, en 1863, sintetizaba los esfuerzos que
algunos farmaceutas y médicos venían haciendo desde fines de la década de
1830 por aclimatar una práctica médica muy cercana, por razones económi-
cas, a los bolsillos de las gentes del pueblo, y que además era una buena mez-
cla de positivismo y romanticismo condensado en una forma de conocer el
cuerpo humano61.
Manuel María Madiedo fue el principal punto de contacto con la obra
de Félicité de Lamennais. Como otros escritores conservadores de la época,
condenó los excesos de la doctrina comunista, pero a diferencia de un José
Manuel Groot o de un José María Vergara y Vergara, se detuvo en Lamennais
para exaltar la presencia activa del pueblo en la vida republicana. En su
Teoría social decía que “la teoría de la expansión individual de la soberanía

61
Madiedo, Op. cit.

170
La nación en novelas

del yo, que es la verdadera teoría cristiana, rechaza esas formas toscas de
una comunidad de mujeres, de propiedades”62. El propósito más evidente de
Madiedo fue tratar de alejar a los artesanos de la dirigencia liberal radical,
a la que consideró enemiga de los principios cristianos; en La ciencia social
o el socialismo filosófico. Derivación de las grandes armonías morales del
cristianismo y El catolicismo y la libertad (aprox. 1868), Madiedo presentó lo
que él consideraba las bases científicas de una “política social” que encontraba
sus fundamentos, entre otros autores, en el pensamiento de Lamennais
y su exaltación de las virtudes del pueblo laborioso; por eso afirmaba
que “las masas populares son el cimiento del orden social” y, agregaba,
“los verdaderos patriotas son los hombres que cultivan los campos, que
animan los talleres, que surcan los mares”63. En el segundo libro, publicado
cuando la polémica entre la Iglesia católica y el proyecto educativo laico del
liberalismo radical comenzaba a agitarse, Madiedo pedía un alinderamiento
decisivo a favor de la defensa del catolicismo como la auténtica doctrina
de origen social popular y, por tanto, esencialmente democrática; alertando
sobre los peligros del protestantismo —al que tanto se le temió en Colombia
en el siglo XIX a pesar de su presencia tan débil— el ideólogo colombiano
puso en contraste el presunto origen aristocrático del protestantismo con
un catolicismo “democrático en su origen, en su culto al alcance de todos,
por sus símbolos, imágenes y pompas festivas”. Su discurso anti-liberal y
anti-protestante sintonizó bien con la tradición católica del artesanado que,
sobre todo en Bogotá, reprodujo con entusiasmo una obra que exaltó la
igualdad de todos los seres humanos ante Dios y le adjudicó un papel central
y modelador al sacerdote católico. Como sucedió con otros pensadores del
catolicismo en Colombia, Madiedo le dio cimiento a una armonía entre
religión católica y sistema republicano: “La República está sentada sobre una
base más ancha y más sólida que la aristocracia y la monarquía; esta base
es la opinión del mayor número. Por otra parte, ese sistema de gobierno
rechaza los méritos tradicionales de la herencia, y llama a todos los hombres
aptos al ejercicio del poder público”64. La gran virtud de este autor fue darle
apariencia de teoría o ciencia de la sociedad —he ahí su positivismo— a la
propuesta de un orden político en que el catolicismo ocupara el lugar de una
doctrina capaz de reunir, por su esencia presuntamente igualitaria, a todos
los hombres considerados como individuos iguales ante un ser supremo.

62
Madiedo, Manuel María. Teoría social. Bogotá: Imprenta de Francisco Torres Amaya, 1855, p. 25.
63
Madiedo, Manuel María. La ciencia social o el socialismo filosófico. Derivación de las grandes
armonías morales del cristianismo. Bogotá: Imprenta de Nicolás Pontón, 1865, p. 296.
64
Madiedo, Op. cit. pp. 222-223.

171
Gilberto Loaiza Cano

Eran una mezcla de anticuarios e historiadores, de polemistas religiosos,


de institutores, de periodistas y, según la denominación más frecuente de la
época, de literatos. Para aquellos que habían decidido emprender la escritu-
ra de la historia de la Iglesia católica, o más bien su apología, el período de
1855 a 1857 fue el momento propicio para comenzar a escribir sus obras,
gracias a la protección del régimen conservador de Ospina Rodríguez.
Borda, Vergara y Vergara, y Groot, comenzaron sus obras apologéticas en
este lapso, cuando el catolicismo colombiano pasó en definitiva a la ofen-
siva ideológica y asociativa. El primero se consagró a escribir una historia
vindicativa de la presencia de la Compañía de Jesús, publicada finalmente
en 1872; Vergara y Vergara publicó en 1867 su Historia de la literatura de la
Nueva Granada en cuyo prólogo advertía que quien “no gusta de escritos
católicos, debe abandonarlo desde esta página” y afirmaba más adelante
que “desearía que todas mis obras estuvieran al servicio de la causa cató-
lica”; y José Manuel Groot, luego de atravesar muchas dificultades, pudo
empezar a publicar en 1869 el primero de los tres volúmenes de su Historia
eclesiástica y civil de la Nueva Granada, obra saludada por el mismo Papa
Pio IX. Ese mismo año hizo su aporte el joven Miguel Antonio Caro con
la publicación de su Estudio sobre el utilitarismo, donde cuestionaba los
fundamentos, según él inmorales, de la legislación de Bentham. En fin, un
grupo de autores y obras que rendía homenaje a la Iglesia católica al tiempo
que el liberalismo radical trataba de extender su proyecto laico de instruc-
ción pública primaria.
María no nació ni circuló solitaria, quedó incluida en las intenciones dis-
cursivas de un núcleo de escritores que habían decidido consagrarse a la
publicidad del catolicismo. Esos propósitos quedaron plasmados, principal-
mente, en las décadas de 1860 y 1870. La novela de marras quedó inserta
en este proceso de popularización y ascenso de periódicos y libros escritos
por conservadores, y hace parte de los más inmediatos antecedentes de la
institucionalización de ese tipo de literatura pro-católica con la creación, en
1871, de la Academia de la lengua. María, en fin, fue novela que acompañó
y nutrió un proceso de difusión de un proyecto de nación, el que deseaban
los dirigentes conservadores, el de una nación confesional católica. El que se
impuso y se prolongó en Colombia hasta tiempos muy cercanos, y del cual
quedan huellas en nuestras vidas privadas y públicas.

172
La nación en novelas

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______ (5 de julio de 1867). “María”. En La Caridad, Bogotá, (41), p. 649-651.

175
Capítulo 5

ÉLITES, MEDIDAS Y ESTADO EN COLOMBIA EN


LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIX. ORDEN REPUBLICANO
Y SISTEMA MÉTRICO DECIMAL

Luis Carlos Arboleda1

Introducción

Colombia es actualmente una nación metrizada. El metro está incorpo-


rado en la cultura de los colombianos desde edad temprana. Con excepción
de algunas comunidades étnicas y rurales que alternan su uso con unidades
tradicionales de origen diverso, los habitantes de nuestro territorio emplean
los múltiplos y submúltiplos del metro en sus actividades privadas y en las
transacciones oficiales que involucran medición de cantidades. Así pues, el
metro está encarnado en las costumbres de los ciudadanos a través del len-
guaje, las leyes, la música, los símbolos, los recuerdos, los mitos…
Sin embargo, este concepto que hoy se nos representa de manera natural,
fue un día una invención que con el tiempo logró sintonizarse con los in-
tereses de los colombianos, en un proceso complejo de apropiación social,
reinterpretación de costumbres tradicionales y reconstitución del sentido
de las prácticas de medición. Invención, por ejemplo, en el sentido de los
primeros discursos de los criollos santafereños de la independencia en los
cuales el metro era un orden de medida ideal que vendría a reemplazar la ar-
tificialidad y confusión de las medidas anteriores, y que ante todo era funda-
mento de un modelo de sociedad alternativa al orden monárquico colonial.
1
Profesor titular emérito de la Universidad del Valle. Grupo de Historia de las Matemáticas, Grupo
Nación, Cultura y Memoria. Ensayo elaborado en el marco del proyecto: Aproximación histórica al
concepto de nación. Colombia 1810-1910. Universidad del Valle. 2011-2013.
Luis Carlos Arboleda

Entonces, entendemos el sentido de la nación metrizada que somos cuando


alineamos la aparente necesidad del metro en el presente con las prácticas
tradicionales contra las cuales se estableció su hegemonía. Es decir, cuando
hacemos memoria de aquello que por ser contingente está destinado al olvi-
do, pero que verdaderamente cobra sentido cuando desciframos su papel en
la heurística de los procesos de constitución de tal hegemonía2.
Hacer la historia social y cultural del metro es un recurso para entender
las vicisitudes de la organización social y del estado en el siglo XIX. Examinar
la apropiación compleja de ese universal que es el SMD en nuestro territorio,
es una manera de seguir los procesos de conformación de comunidades de
prácticas de medida a nivel de la nación. Y, a nivel del estado, una manera
de evidenciar la modernización de la administración pública, los desarrollos
en las transacciones comerciales y los esfuerzos por establecer rupturas
simbólicas con el pasado. Las luchas a lo largo del siglo por introducir el
SMD y en general un sistema unificado de medidas apuntaban a homologar
las actividades de los ciudadanos en el reino de la medida y la cantidad.
Esto no dejó de tener consecuencias sociales y políticas en otros niveles de la
organización del Estado. No era tan evidente que los ciudadanos interiorizaran
y aceptaran el SMD como un dispositivo de regulación y puesta en común
de la vida privada y en sus relaciones con el Estado. Todo emprendimiento
teórico y práctico para domesticar el SMD en la cuantificación y medición
de fenómenos implicaba transformaciones culturales y educativas en la
concepción filosófica del mundo y las matemáticas. Estas luchas enfrentaron
distintos sistemas de representación de la realidad y, en consecuencia,
movilizaron un rasgo constitutivo de la nación colombiana: la diversidad
cultural. En fin, todo lo anterior para reafirmar que la utilización del SMD
como lenguaje metrológico por la mayoría de la población ha sido un proceso
lento y complicado en Colombia y en otros países de América Latina3.
En este ensayo se estudian las iniciativas de metrización emprendidas por
las elites letradas y los dirigentes políticos en la Nueva Granada a lo largo de
la primera mitad del siglo XIX. Antes de que se introdujera la enseñanza y
aprendizaje de la aritmética decimal en los colegios y universidades, a partir
de los años 1830, el medio más corriente para la difusión informal del siste-
ma métrico decimal (SMD) en Colombia fueron las prácticas empíricas de
medición de exploradores y naturalistas. Humboldt fue tal vez el primero
en utilizar el metro en sus viajes por la Nueva Granada entre 1799 y 1803.
2
Smith, A. D. Nationalism and Modernism. A critical survey of recent theories of nations and
nationalism. London: Routledge, 1998.
3
Vera, H. The social life of measures. Mtrication in the Unites States and Mexico, 1789-2004. PhD
Dissertation. New York: The New School for Social Research, 2011.

178
Élites, medidas y Estado en Colombia en la primera mitad del siglo XIX

No solo lo hizo personalmente sino que aconsejó a los criollos que impor-
taran copias del patrón del metro, para lo cual les ofreció asesoría e inter-
mediación con sus amistades científicas en Francia. Esta iniciativa temprana
de apropiación y uso del metro fracasó, como posteriormente ocurriría con
otras en el mismo sentido. Las circunstancias históricas de estos fracasos
están relacionadas grosso modo con las vicisitudes de la empresa de orga-
nizar un estado republicano, dotado de los medios técnicos y políticos para
introducir e imponer un nuevo orden de medida en un entorno social regi-
do por los órdenes tradicionales de medición, fueran estos prehispánicos o
monárquicos, de signo francés o español.
A Caldas y a otros criollos ilustrados de la elite no les era desde luego
ajena la importancia de las metrizaciones. Lo sabían por su relación con
exploradores europeos como Humboldt y por la lectura de obras científicas
dentro del nuevo paradigma como la aritmética de Lacroix o la física de
Haüy. Pero el sello característico de su oficio de ingenieros y naturalistas, su
habitus, y el entorno en el que lo ejercían habían sido moldeados para repro-
ducir la tradición de las medidas francesas (toesas y pies). Más recientemen-
te, en la segunda mitad del siglo XVIII, habían adoptado el sistema unificado
de medidas castellanas (vara de Burgos) siguiendo el mandato de la Corona,
pero sobre todo por las evidencias técnicas de su aplicación en nuestro te-
rritorio que encontraron en observaciones científicas y relaciones de viajes
como las de Jorge Juan. El cambio cultural en dirección de las nuevas medi-
das francesas empezará a manifestarse en la generación siguiente de letrados
que estaban destinados a fungir como ingenieros, políticos y dirigentes de la
república a partir de los años 1830.
El caso más notable es la ardorosa defensa que hizo el joven Lino de Pom-
bo de la importancia del metro como patrón de medida universal en una so-
ciedad que empezaba a considerar la manera de organizarse como república
independiente. Este punto de vista aparece en sus conclusiones de geografía
y astronomía del Colegio del Rosario en un momento en que la Suprema
Junta de Santafé de 1810 se planteaba la organización del estado naciente de
Cundinamarca. No obstante esta idea de unificación de medidas alrededor
del metro una vez más se reveló prematura. El orden de medida que resultó
viable para la república, según la ley de 1821, no fue el SMD, sino un siste-
ma hibrido de medidas antiguas y medidas castellanas que preservaban las
prácticas de la población en las regiones.
Esta determinación política no obedeció a un prurito meramente conser-
vador de los dirigentes políticos o a su desconocimiento de lo que represen-
taba para el nuevo régimen metrizar la nación. Existen evidencias de que por
entonces el tema era objeto de estudio a distintos niveles y que las prácticas

179
Luis Carlos Arboleda

itinerantes de ingeniería y de reconocimiento del territorio, como la céle-


bre misión Boussingault, hacían un uso cada vez más frecuente del SMD.
Más bien primó el criterio de que el sistema unificado “debía responder a las
circunstancias del momento”, en el sentido de atenuar el tremendo gasto eco-
nómico, social y político que conllevaba introducir este tipo de homologación
en la diversidad de prácticas consuetudinarias de medida. Pensemos solamen-
te en lo que significaba importar del extranjero prototipos de las nuevas pesas
y medidas, distribuirlos en un número suficiente en las provincias y garantizar
el monopolio de su uso en las principales prácticas públicas y privadas.
La ley de 1836 representó un nuevo giro en la tuerca de la unificación.
La hibridización resultó entonces de adoptar indirectamente el SMD como
equivalente para el establecimiento de un sistema de pesos y medidas na-
cionales basado en la vara y la libra granadinas. La ley permaneció como
letra muerta a lo largo de diez años hasta que la primera administración de
Tomás Cipriano de Mosquera (1844-1849) comisionó a su ministro Lino
de Pombo para hacerla entrar en vigor, precisamente en el aspecto más crí-
tico de su aplicación, la construcción y apropiación regional de patrones.
Pombo también se encargó de introducir la decimalización en la reforma
monetaria con el fin de corregir el desorden imperante en las transacciones
del mercado interno y en las exportaciones. El antiguo colegial del Rosario
se enfrentaba ahora no a la invención intelectual del metro sino a hacerlo
realidad en las prácticas de la sociedad. Para ello tuvo que aprender a en-
frentar desde el gobierno las luchas de resistencia a su universalización por
parte de agricultores, comerciantes, mineros y líderes políticos regionales.
En este trabajo se empezará por examinar la aparición de un nuevo estilo
de hibridización de medidas en la ley de 1853. Esta modalidad de adopción
restringida del SMD era lo viable dentro de las condiciones sociales y polí-
ticas de organización del Estado durante esos años. Se limitó su aplicación a
los trámites oficiales de pesos y medidas y se autorizó el uso de los sistemas
anteriores de pesos y medidas en todo lo relacionado con las actividades
privadas. Aunque ello será objeto de un estudio posterior, cabe recordar
que todavía a finales del siglo XIX la unificación centrada en el metro era
todavía una asignatura pendiente en Colombia. El enfoque de hibridación
de la ley de 1853 no había logrado garantizarle al Estado la universalización
del SMD en el territorio de la república, pues en distintos lugares predo-
minaba el uso de unidades de medida prehispánicas y españolas con sus
diversas variantes nacionales.
Además de los recursos de ley, el SMD contó con otros instrumentos de
difusión. A partir de mediados del siglo se asistió en el país al florecimien-
to de una gran variedad de discursos sobre el SMD como sistema teórico

180
Élites, medidas y Estado en Colombia en la primera mitad del siglo XIX

conceptual y en sus aplicaciones a las prácticas públicas y privadas de me-


dición. En el ensayo se analizan estos discursos nacionales y extranjeros
para constatar la formación de una cultura de la élite sobre el SMD con dos
componentes: como sistema de conceptos que se deducen lógicamente de la
aritmética decimal, y como orden racional de medida con una instrumen-
tación social específica en el contexto del nuevo régimen. Esta doble cultura
se formó en la lectura de autores franceses y se encarnó en la escritura de los
primeros textos autóctonos de aritmética y álgebra a cargo de los profesores y
primeros egresados del Colegio Militar (1848-1851). Se mostrará que en esta
producción intelectual de la élite, rigor conceptual y sentimiento patriótico
aparecen indisolublemente ligados. Esta será la tendencia dominante incluso
cuando el discurso parece encerrarse herméticamente alrededor de una no-
vedad epistemológica, como fue el caso de la construcción de los irracionales
en la aritmética de Liévano. Por último, se interpretará esta propiedad dual
como expresión del propósito de la élite de ascenso social a través de las ma-
temáticas y de afirmación de autonomía corporativa con respecto al Estado.

Humboldt y la introducción de las primeras metrizaciones


en la exploración del territorio de la Nueva Granada

A comienzos de siglo XIX tenía poco sentido hablar de un sistema unifi-


cado de medidas en nuestro territorio. Las mediciones no eran ni uniformes
ni homologables entre sí, y dependían de las unidades tradicionalmente em-
pleadas por los distintos sectores de la población. Dos iniciativas trataban sin
embargo de introducir cierto orden en las prácticas públicas y privadas de
medir cantidades de magnitud: una de la Corona para los trámites oficiales y
otra de los expedicionarios y naturalistas en el reconocimiento del territorio,
un sector que se perfilaba cada vez más estratégico para los intereses patrió-
ticos de los criollos. Pero ninguna de tales iniciativas daba señales claras en
una sola dirección para quienes pudieran estar interesados en considerarlas.
Más adelante nos referiremos a las contradicciones de la política de la Corona
en esta materia. En lo que se refiere a los eruditos criollos, sus observaciones
se expresaban indistintamente en unidades del orden monárquico. Mutis y
Caldas, por ejemplo, empleaban toesas y pies de Francia o varas de Burgos
para medir alturas de montañas, pies y pulgadas para el ancho de los cami-
nos, leguas para los largos trayectos, grados Fahrenheit, De Luc, o Réaumur
para la temperatura o líneas de pulgada en la escala barométrica para la pre-
sión atmosférica o las variaciones meteorológicas de los lugares.
Humboldt no habría podido sustraerse a esta costumbre, pero sin duda
fue quien empezó a darle sentido al uso del metro y sus correlatos de pesos

181
Luis Carlos Arboleda

y medidas en la Nueva Granada. Las nuevas unidades fueron utilizadas por


Humboldt en la descripción geográfica de estas regiones entre 1799 y 1803,
principalmente en mediciones de altura a nivel del mar. De hecho el barón
es reconocido como uno de los primeros naturalistas que empleó el metro
en sus exploraciones. Por lo regular cada medida suya (en metros), aparece
con su correspondiente equivalente en el viejo sistema (en toesas). Estas ob-
servaciones y mediciones fueron publicadas en 1805 en la edición francesa
de la Geografía de las plantas (Humboldt, 1805), una obra cuya traducción
publicó Caldas por partes en el Semanario del Nuevo Reino de Granada. Pri-
mero bajo el título de “Geografía de las Plantas o Quadro físico de los Andes
Equinoxiales…”,4 y luego como “Quadro físico de las regiones ecuatoriales”5.
Pero existen varios testimonios de que tanto Mutis como Caldas, Lozano y
otros miembros de la élite conocieron los manuscritos de Humboldt desde
1803, antes de su publicación en el Semanario a partir de 18096.
Además de difundir el uso del nuevo sistema en su propia práctica, Hum-
boldt se preocupó en favorecer su apropiación en las prácticas de los criollos.
Puso a disposición de ellos el manuscrito que circuló entre varias manos antes
de su publicación, como se advierte en correspondencias y otros documen-
tos. Igualmente les recomendó disponer de una copia del metro patrón para
utilizarlo en sus mediciones7. En efecto, a su paso por Popayán en marzo de
1802 elaboró una lista de instrumentos incluyendo una copia de este proto-
tipo, y entregó a Caldas y a otros criollos cartas de recomendación a Lalande
y otros contactos suyos en París para apoyar el trámite de su compra y ex-
portación8. Luego veremos hasta qué punto la construcción en el extranjero

4
Von Humboldt, Alexander. “Geografía de las Plantas o Quadro físico de los Andes Equinoxiales,
y de los países vecinos; levantado sobre las observaciones y medidas hechas sobre los mismos
lugares desde 1799 hasta 1803”. Semanario del Nuevo Reino de Granada. Trad. Jorge Tadeo Lozano,
Pref. y notas Francisco José de Caldas, nos. 16 al 25 (1809)
5
Von Humboldt, Alexander. “Quadro físico de las regiones ecuatoriales”. Semanario del Nuevo Reino
de Granada. Memorias 8 y 9 (1810). Trad. del francés y anotado por Francisco José de Caldas.
6
Para ésta y otras cuestiones relacionadas con la traducción y anotación de las publicaciones de
Humboldt en el Semanario, ver: Nieto Olarte, Mauricio. Orden natural y orden social. Ciencia y
política en el Semanario del Nuevo Reyno de Granada. Bogotá: Uniandes-CESO, 2008, pp. 229-235.
7
Sin duda Humboldt estaba al tanto que el prototipo estándar del metro patrón elaborado en
platino, fue adoptado el 22 de junio de 1799 por el legislativo y estaba depositado en los Archivos
nacionales de Francia.
8
Entre los instrumentos de la lista aparece “un metro (la nueva medida francesa) en cobre o hierro,
en su caja”. Igualmente “una toesa de París dividida en pies, pulgadas y líneas, en hierro o cobre”.
Ver: Arias de Greiff, J. “Algo más sobre Caldas y Humboldt. El documento inédito de una lista
de instrumentos”. Boletín de la Sociedad Geográfica de Colombia 27, nº 101, 1970, consultado 31
agosto, 2013, http://www.sogeocol.edu.co/documentos/101_alg_mas_sob_cald_y_humb.pdf

182
Élites, medidas y Estado en Colombia en la primera mitad del siglo XIX

y la difusión en las provincias de prototipos de las nuevas unidades del SMD


revelaría las dificultades estructurales de la organización de un estado nacio-
nal republicano en la primera mitad del siglo diecinueve en Colombia.
Por lo antes expuesto queda claro que desde antes de su viaje Humboldt
era plenamente consciente de la importancia de promover la apropiación y
difusión del metro en América. Una copia del metro patrón hizo parte de su
equipaje científico junto con otros instrumentos de medida como la brújula,
el barómetro, el termómetro, el higrómetro, el sextante, el cuarto de círculo, el
teodolito, el círculo de reflexión, el cronómetro marino, el grafómetro y
el electrómetro9 (Musée des Arts et Métiers, 2007). Todo ello se comprende
si se recuerdan las relaciones privilegiadas que sostuvo con el mundo cien-
tífico parisino. En una carta del 3 de junio de 1798 escrita en París pocos
meses antes de viajar a Marsella para embarcarse hacia América, Humboldt
informa a Zach que aprovechando su amistad con Lalande había entrado
en relación con Delambre, Burkhard y otros científicos que en los últimos
años venían adelantando actividades geodésicas sobre el meridiano de Dun-
kerque, París y Barcelona. Humboldt demuestra estar al tanto de estas activi-
dades e incluso se disponía a participar en las operaciones de triangulación
en Perpiñán aceptando la invitación de Delambre10.
Se trata de la comisión nombrada en 1792 por la Academia de Ciencias
de París y coordinada por Delambre y Méchain con la misión de realizar la
medida del arco de meridiano entre Dunquerque y Barcelona. Esta medi-
da sobre el terreno permitió definir de manera objetiva el metro como la
longitud igual a la diez millonésima parte de dicho arco de meridiano. A
partir de esta unidad de longitud se derivaron en forma simple y directa las
demás unidades de superficie y volumen, así como el kilogramo, el litro y el
franco. Mediante el decreto del 22 de junio del mismo año se estableció que
los prototipos en platino del metro y el kilogramo fueran depositados en los
Archivos de la República y dedicados À tous les temps, á tous les peuples.
Otra consideración no menos importante a tener en cuenta en la intro-
ducción del sistema métrico en las regiones del Ecuador por parte de Hum-
boldt se refiere a su visión holística de los fenómenos de la naturaleza, en la

9
Musée des Arts et Métiers. “La Boussole et l’Orchidée”. Le Petit Journal. Dossier de l’enseignant.
París, 2007, pp. 1-7, consultado 31 agosto, 2013, http://2007.artsetmetiers.net/pdf/ DEPJ-Boussole-
orchidee1.pdf.
10
Hamy, E. T. ed. Lettres américaines d’Alexandre de Humboldt (1798-1807). París: E. Guilmoto,
1905?, pp. 2-3. Consultar a este respecto: Vera, Op. cit. p. 314. Ver igualmente: Leitner, U. “Los
diarios de Alexander von Humboldt: un mosaico de su conocimiento” en Alexander Von
Humboldt: estancia en España y viaje americano. Eds. Mariano Cuesta Domingo y Sandra Rebok.
Madrid: Real sociedad geográfica, consejo superior de investigaciones científicas, 2008, p. 165.

183
Luis Carlos Arboleda

cual la ubicación de las montañas juega un papel fundamental. De ahí que


el cálculo de la altura en metros sea un dato fundamental para determinar
los factores geográficos que dependen de ella y cuya medida se expresa en
otras unidades. Estos dos criterios epistemológicos, observación integral de
los fenómenos y apropiación del nuevo sistema unificado de medición, se
articulan en ciertos principios que le imprimen un sello característico a la
experiencia científica en el contexto de los Andes. Uno de tales principios
de la memoria de Humboldt en donde más se pone de presente la impor-
tancia del nuevo sistema de medida en el reconocimiento del territorio, es
el siguiente: “La altura del lugar de ubicación modifica a un mismo tiempo
la disminución del peso, el grado de calor del agua hirviendo (ebullición), la
intensidad de los rayos solares y su refracción”.
Principios como éste se objetivizan en cálculos que articulan medidas de
variables correlacionadas y permiten caracterizar las zonas tropicales de la
Nueva Granada a través del clima, los fenómenos meteorológicos, las espe-
cies de plantas y animales, etc. De esta manera, el lector del Semanario podía
entender que el sistema métrico y la escala centígrada para la temperatura,
eran dispositivos de un nuevo orden de medida para fundamentar tanto la
descripción objetiva del territorio de la Nueva Granada como la explicación
científica de la distribución de las “formas de vida” en sus regiones diversas.
Tanto más, que al hablar de la posición geográfica de la zona ecuatorial,
principal objeto de estudio de la obra, Humboldt advierte: “Sería útil ob-
servar que en todo el transcurso de esta obra, siempre que no se indique lo
contrario, se ha utilizado el termómetro centígrado y la medida lineal del
metro, pero de la antigua división del tiempo y los grados de latitud11”.
En cierto momento, a comienzos de siglo, cuando el sistema métrico de-
cimal estaba lejos de rivalizar con la hegemonía de las unidades antiguas, y
cuando todavía había que esperar varios decenios para que el nuevo sistema
alcanzara un nivel promedio de apropiación, Humboldt incluso tuvo la pre-
caución de alertar a los criollos que debían tener en cuenta el peso de estas
tradiciones para saber controlar su uso, por ejemplo, en la elaboración de
mapas científicos:
Aunque según los principios que he sentado muchas veces, insisto en preferir
las medidas nuevas a las antiguas, no he añadido sin embargo a mis mapas
la escala de los grados centesimales. La Oficina de Longitudes de Francia ha
seguido constantemente, ya en el Conocimiento de los tiempos, ya en las nue-
vas Tablas astronómicas que acaba de publicar, la manera antigua de contar
las latitudes, y en vano haría frente una persona sola a preocupaciones tan

11
Von Humboldt, Alexander. Essai sur la géographie. p. 47.

184
Élites, medidas y Estado en Colombia en la primera mitad del siglo XIX

arraigadas, presentando solo las latitudes en partes centesimales. Es una lás-


tima que el sistema métrico establecido por el decreto del 13 brumario año
IX de la república (4 de noviembre de 1800) no se haya hecho general, y que
aun en Francia se haya aumentado la confusión, imaginando un pie métrico y
pulgadas que está uno expuesto a tomar por pulgadas de pie de rey12.

Otra tradición que Humboldt controvirtió en sus escritos, aunque de ma-


nera menos explícita, sin tematizarla como en el anterior comentario del
pie de rey, fue el apego de los criollos al sistema de medidas de la Corona.
Ello se traducía en la costumbre de convertir medidas de toesas francesas
a varas castellanas, o de calcular directamente sus observaciones en varas.
Para Humboldt la unidad de referencia principal es el metro, y las medidas
en toesas y varas vienen en segundo lugar como equivalentes suyos. Un caso
significativo es la tabla del Cuadro físico de las regiones ecuatoriales, con las
alturas al nivel del mar de depresiones, montañas, volcanes y ciudades más
importantes de la época en América, Europa, Asia y África.

Caldas: entre el reconocimiento teórico del nuevo sistema


y las dificultades sociales y políticas para su apropiación

Caldas prefiere, por su parte, tomar como unidad de referencia las varas
castellanas, tanto en sus propios trabajos como en las anotaciones suyas a la
Geografía y el Cuadro13. Para Caldas, la altura de Santafé es de 3216 varas;
la del Observatorio Astronómico es de 1352, 7 toesas con su equivalente de
3156, 3 varas de Burgos; la del salto de Tequendama es de 219, 9 varas, dato
éste que le parece una mejor aproximación comparado con el propuesto por
Humboldt de 600 pies ingleses y que Caldas traduce en 212 varas.
Entre más relevante el objeto de medida, mayor parece ser el apego de
Caldas al antiguo sistema. Esto se constata, por ejemplo, cuando discute
los cálculos de Humboldt para precisar los límites altitudinales mínimos
y máximos de las regiones en donde se cultivaban la quinas, el género de
mediciones quizás más representativo del programa de ciencia utilitaria

12
Von Humboldt, Alexander. Ensayo político sobre Nueva España, Suplemento. Tercera edición.
Tomo V. Barcelona: Librería de Juan Oliveres, 1836, pp. 168-169. El original fue publicado por
Buret en 1811 en París.
13
De Caldas, Francisco José. Semanario de la Nueva Granada. Miscelánea de ciencias, literatura,
artes e industria. París: Librería Castellana, 1849. Nueva edición corregida y aumentada con varios
opúsculos inéditos de Caldas bajo el cuidado de Acosta. Contiene modificaciones al texto original
y cambios en la traducción de la Geografía autorizados por von Humboldt. Consultado el 31
agosto, 2013 en el sitio web de Google Books. En las notas de Acosta las medidas ya vienen dadas
en el sistema métrico decimal.

185
Luis Carlos Arboleda

de los criollos, y más importantes desde el punto de vista de los intereses


económicos de los potentados criollos y de la estrategia de dominio colonial
del virreinato en materia de agricultura y comercio del virreinato. Lo mis-
mo ocurre en la tabla de su artículo sobre “el influjo del clima en los seres
organizados”14, uno de los trabajos que le daría mayor renombre, en donde
relaciona la altura (en varas) con la presión atmosférica de ciertos lugares.
En la determinación de la “verdadera” altura del cerro de Guadalupe15
encontramos tal vez la explicación de por qué Caldas, al menos hasta ese
momento, se obstina en utilizar las unidades de medida de los antiguos sis-
temas. Sus cálculos se basan en las triangulaciones y observaciones hechas
por La Condamine, Bouguer y Jorge Juan en la expedición de 1735-1745 a
la Real Audiencia de Quito. Para Caldas y cualquier otro criollo ilustrado de
la época, ésta era la medición más significativa. El cálculo de un grado de
meridiano en la provincia de Quito había permitido validar, junto con los
resultados de la expedición a Laponia, la teoría científica (newtoniana) de
la figura de la tierra. Las publicaciones de los expedicionarios ofrecían un
cúmulo de métodos, experiencias y datos geofísicos, astronómicos y me-
teorológicos sobre los Andes que les resultaban preciosos en sus propias
actividades. Todas estas medidas estaban dadas, desde luego, en el antiguo
sistema: en toesas francesas, para cuando Caldas aprovecha las medidas de
La Condamine o Bouguer, o en varas castellanas para el caso de las Observa-
ciones astronómicas de Jorge Juan16. Caldas se vale expresamente de la razón
aritmética entre toesa y vara encontrada por Jorge Juan en su obra. Lector
cuidadoso de las Observaciones como demuestra que fue en éste y otros tra-
bajos, a Caldas no podría escapársele el criterio político que esgrime Jorge
Juan cuando se trata de establecer por primera vez la conversión de unida-
des francesas a unidades castellanas de medida de longitud:

(Una vez) establecida la magnitud del grado en toesas del pie de Rey de París
(en itálicas en el original, LCA), será bien que la arreglemos a varas castellanas
a fin de que sean igualmente partícipes de esta determinación de grado aque-
llos que carecieren del pie. Para ello nos valdremos de la razón que dimos en la

14
De Caldas, Francisco José. “Del influjo del clima sobre los seres organizados”. Semanario del nuevo
reino, pp. 155-156. Publicado originalmente en el nº 22 del Semanario.
15
De Caldas, Francisco José. Observaciones sobre la verdadera altura del cerro de Guadalupe que
domina esta ciudad, dirigidas a los editores del “Correo Curioso”. Obras completas, Francisco José
de Caldas. Bogotá: Imprenta nacional, 1966, pp. 365-374.
16
Juan, J. Observaciones astronómicas y físicas hechas de orden se S. M en los reinos del Perú… de la cua-
les se deduce la figura y magnitud de la tierra y se aplica a la navegación. (Madrid: Impreso por Juan
de Zúñiga, 1747). Se anota como hecho curioso, que la versión digital en Google Books contiene en
la contra carátula una anotación manuscrita con la razón aritmética para convertir toesas en varas.

186
Élites, medidas y Estado en Colombia en la primera mitad del siglo XIX

p. 101 de dicho pie a vara, la cual siendo como 144 a 371, las 56.767, 788 toesas
que se asignaron al grado de meridiano contiguo al Ecuador equivaldrán a
132.203 varas castellanas, que son las que comprenderá el mismo grado17.

Existe al menos una indicación de que Caldas capturó el mensaje implí-


cito en este texto. Acontecimientos posteriores mostrarán que el Jorge Juan
asesor de la Corona, tenía razones prácticas y políticas para introducir la
conversión. Nieto Olarte ha examinado el manuscrito original de la traduc-
ción de Lozano de la Geografía de las plantas actualmente conservado en el
Jardín Botánico de Madrid. Este documento, fechado el 14 de junio de 1803
en Santafé de Bogotá, difiere en varios lugares de la versión que habría de
publicarse años después en el Semanario. Una de las notas de Caldas en el
manuscrito de Lozano hace explícito su argumento para convertir cantida-
des de longitud medidas en toesas a su equivalente en varas de Burgos: que
la primera es una medida extranjera nada familiar a los lectores. “Con este
fin hemos convertido las toesas en varas de Burgos, según la relación esta-
blecida por el ilustre D. Jorge Juan”18.
No hay duda de que por estos años de comienzos de siglo tanto Caldas
como los criollos novogranadinos —y, ciertamente, los funcionarios del vi-
rreinato—, eran conscientes de que precisamente este argumento era la base
de la política para la unificación de los sistemas de pesos y medidas que la
Corona venía implementando en las regiones de España y sus colonias a tra-
vés de las reformas metrológicas de los últimos cincuenta años. En el célebre
Informe sobre esta materia elaborado en 1758 por el jesuita Burriel para el
Consejo de Castilla, se afirma con base en prolijas citaciones de la obra, que
las anteriores consideraciones de Jorge Juan en las Observaciones astronómi-
cas “motivaron” la Real Orden de Fernando VI de 14 de febrero de 1751 para
“que en las dependencias de Guerra y Marina se usase la Vara Castellana en
lugar de la Toesa”19.
El punto de vista del Informe es que “la necesidad de la uniformidad de
pesos y medidas en todos los reinos de la monarquía, (se deduce de) aquel
elemento político que para constituir un cuerpo de nación estable y firme, es
forzosa la unidad de religión, de lengua, de leyes, de moneda, de costumbres
y de gobierno”20.

17
Juan, Op. cit. pp. 296-297
18
Nieto Olarte, Op. cit. p. 238.
19
Burriel, A. M. Informe de la Imperial Ciudad de Toledo al Real y Supremo Consejo de Castilla
sobre Igualación de Pesos y Medidas en todos los Reynos y Señoríos de Su Magestad según las Leyes.
Madrid: M. Martín, 1758, p. 3, consultado 31 agosto, 2013. www.googlebooks.com
20
Ibíd., p. 4.

187
Luis Carlos Arboleda

Otras razones que convergen a la mencionada necesidad son “las


utilidades del comercio de unas provincias con otras y de todas con su corazón
la corte”, y la urgencia de resolver los daños y perjuicios, controversias y
disputas ocasionados por la babelización de sistemas de medida utilizados
consuetudinariamente en las provincias de España. En cuanto a los sistemas
“foráneos”, el Informe reafirma que la reforma debe estar inspirada ante todo
en el principio de soberanía del estado monárquico español: “nuestro fin
es indagar cuál deba ser, según las leyes de España, el valor de sus pesos
y medidas, tomando de la confrontación de las otras solo aquello que sea
indispensable a la verdadera inteligencia de nuestras leyes”21. Esta situación
condujo a que el Consejo de Castilla abriera un expediente en 1757,
recomendando a las audiencias, cancillerías, universidades, intendentes,
corregidores y ayuntamientos, que propusieran medidas prácticas para
implementar la unificación en el ámbito de sus respectivos territorios22.
Con todo, la Real Orden del Consejo de Castilla de 1751 no se había
podido implementar a lo largo de medio siglo. Las asimetrías y la anarquía
continuaban prevaleciendo en las prácticas cotidianas de medición de can-
tidades. No era nada fácil que el sistema de Castilla negociara su hegemo-
nía entre otros con los sistemas de Cataluña, Valencia, Navarra, Mallorca
y Aragón, históricamente legitimados por las costumbres y por sus fueros.
La pragmática de Carlos IV de 26 de enero de 1801 retoma la normativa cas-
tellana y ordena que todo el reino utilice la vara de Burgos para las medidas
lineales, la media fanega de Ávila para las medidas de capacidad, la cántara
de Toledo para los líquidos y el marco de ocho onzas del Consejo de Castilla
para los pesos, junto con sus múltiplos y divisores binarios o duodecima-
les23. No se trataba tanto de oponerse a la introducción del sistema métrico
decimal en España y sus dominios, como de enfrentar una asignatura pen-
diente de la monarquía borbónica ilustrada que tenía serias implicaciones
en la regulación del comercio y, en general, en la ordenación del estado24.

21
Ibíd., p. 156.
22
Martínez, M. S. Librería de jueces utilísima y universal. Para alcaldes, corregidores, intendentes,
jueces, eclesiásticos, subdelegados y administradores de rentas, cruzada, espolios y excusado,
escribanos y notarios, regidores, síndicos, personeros y diputados del común de todos los pueblos
de España, 4 volúmenes, Madrid: Imprenta de Eliseo Sánchez, 1768, consultado 31 agosto, 2013,
www.googlebooks.com.
23
Aznar García, J. V. “La unificación de los pesos y medidas. El sistema métrico decimal”. Técnica
e ingeniería en España. Tomo VI: El ochocientos. De los lenguajes al patrimonio. Ed. Manuel
Silva Suárez. Zaragoza: Real Academia de Ingeniería, Institución “Fernando Católico” Prensas
universitarias de Zaragoza, 2011, pp. 345-379.
24
Ibíd., p. 348.

188
Élites, medidas y Estado en Colombia en la primera mitad del siglo XIX

La apropiación del sistema métrico francés en España demoró un siglo,


desde su llegada en las obras científicas en los años de 1800 hasta su uso ge-
neralizado en las prácticas sociales. Algo semejante ocurriría en Colombia.
Es posible documentar casos aislados de mediciones de longitud en metros
a comienzos de siglo relacionados con la recepción de obras científicas que
incorporan el nuevo sistema, sin que ello aparentemente pase del nivel de
cultura letrada a la transformación de prácticas tradicionales de medición.
En un trabajo publicado en el Semanario en 1809 y reproducido en las
Obras25, Caldas introduce correcciones a la altura a nivel del mar del Ob-
servatorio astronómico. Una cuestión importante dada su responsabilidad
como Director y sustituto de Mutis en ese cargo. Pero además porque, desde
el punto de vista científico, una precisión en este dato y en el método para ob-
tenerlo, eran determinantes en su aplicación a los cálculos de altura de otros
sitios prominentes en Santafé y la Nueva Granada; es decir, para el programa
patriótico de Caldas y los criollos de elaborar un mapa científico del país.
El nuevo cálculo emplea una fórmula logarítmica que había encontra-
do Laplace recientemente y que obliga a Caldas a utilizar, según parece por
primera vez, el metro como unidad de medida. El resultado obtenido para
la posición del Observatorio a nivel del mar es de 2686, 33 metros, con sus
equivalentes de 1378, 54 toesas y 3216, 60 varas. Un aspecto característico
de la estrategia comunicativa de Caldas en el Semanario, es su preocupación
por presentar argumentos, métodos de cálculo y demás procedimientos con
la mayor claridad posible, de manera que favoreciera su apropiación y uso
por los lectores. Sin embargo, el atraso de las técnicas de impresión, en casos
como éste, representaba un desafío no despreciable para la comunicación,
pues obligaba al autor a expresar en lengua natural ideas cuyo pleno sentido
sólo se podía capturar a través de un lenguaje matemático que ya entonces
empleaba notaciones y símbolos especializados: “Hemos puesto el porme-
nor del cálculo para que los observadores puedan aplicar esta fórmula a sus
operaciones. Sentimos que la imprenta carezca de caracteres algebraicos
para poder dar la expresión del célebre Laplace, y reducir todas las ideas de
este género de medidas a una sola línea […]”26.
25
De Caldas, Francisco José. “Elevación del pavimento del salón principal del Observatorio de
Santafé de Bogotá” (1801), en Obras completas, pp. 139-141.
26
De Caldas, Francisco José. Obras completas, p. 141. La precariedad de las técnicas de la imprenta fueron
una limitación importante en la producción matemática y científica de los criollos en Colombia, al
menos en la primera mitad del siglo XIX. No es casual que los primeros textos modernos de aritmética
y álgebra se publicaran en los años 1850 cuando las imprentas estuvieron en condiciones de importar
de tecnologías modernas siguiendo la iniciativa emprendedora de personajes como Ancízar. Ver:
Loaiza, Gilberto. Manuel Ancízar y su época. Biografía de un político hispanoamericano del siglo XIX.
Medellín: Editorial UdeA-Fondo Editorial Eafit, 2004.

189
Luis Carlos Arboleda

Otra consideración significativa sobre el estilo de Caldas consistente en


agregar a sus artículos científicos informaciones sobre las condiciones del
contexto de producción de sus resultados, es la narración de la manera como
obtiene la fórmula de logarítmica de Laplace. Haciendo abstracción de la
retórica del discurso es posible reconocer en el artículo una indicación sobre
la presencia de factores contingentes en el derrotero de la actividad científica
de los criollos. Caldas explica que había estado buscando infructuosamente
la fórmula y que solo fue a través de José María Cabal que pudo encontrarla
en el Traité Élémentaire de Physique de Haüy, que aquél había traído consigo
de su reciente viaje de estudios por Cádiz, Madrid y París27.
Caldas celebra con entusiasmo el oportuno descubrimiento del tratado.
Se refiere a él como una obra sólida y profunda cuya traducción al castella-
no podría contribuir a “derramar la ilustración por todas partes”. Destaca
especialmente su carácter pedagógico y el hecho que presente con claridad y
precisión los resultados más recientes sobre el barómetro. Si estudió deteni-
damente este libro como asegura, Caldas ha debido tener muy en cuenta el
subcapítulo titulado De la nouvelle unité de poids,28 en donde Haüy expone
los fundamentos del sistema métrico decimal de pesos y medidas lineales,
superficie y volumen que utilizará a lo largo del libro, con los respectivos
factores de conversión en unidades del sistema antiguo francés.
Al final de este aparte Haüy hace algunas consideraciones que de hecho
erosionaban la fuerza de los argumentos de quienes se obstinaban en mante-
ner su preferencia por el sistema castellano de medidas con respecto a cual-
quier otro sistema “foráneo”, en particular el que en los primeros decenios
del siglo continuó denominándose sistema francés a pesar de su posiciona-
miento universal. En ese sentido, Caldas, Cabal y los lectores criollos de la
obra podrían haberse sentido en principio aludidos por tales consideracio-
nes. Sin embargo, no sobra insistir en ello, en América como en España, la
circulación de saberes y conocimientos sobre el sistema métrico decimal en
obras científicas y tratados de enseñanza (incluidos aquellos de producción
autóctona), no tuvo la fuerza suficiente para transformar prácticas socia-
les consuetudinarias de medición en los sistemas tradicionales. La situación
solo empezó a cambiar significativamente hacia finales de siglo cuando el
metro empezó a ser un dispositivo de orden republicano para reglar los
asuntos de Estado y la vida privada y pública de los ciudadanos.

27
De Caldas, Francisco José. Obras completas, 140. Se trata de: R. J. Haüy, Traité élémentaire de
physique, 2v. París: Courcier, 1803-1806, consultado 31 agosto, 2013, http://archive.org/stream/
traitlmentaired02hagoog#page/n77/mode /2up. Tiene la siguiente indicación en la portada: “Obra
destinada a la enseñanza en los liceos nacionales”.
28
Haüy, René. Traité élémentaire de physique. vol. 1, pp. 39-40.

190
Élites, medidas y Estado en Colombia en la primera mitad del siglo XIX

Las consideraciones de Haüy se basan en argumentos técnicos, académi-


cos y políticos. En primer lugar, la posición geoestratégica del objeto sobre
el cual se establece la subdivisión que permite definir al metro como uni-
dad de medida, es decir la línea del meridiano Dunkerque-París-Barcelona.
En segundo lugar, el carácter “natural e invariable” de este objeto (en alu-
sión a la artificialidad y variabilidad del objeto pie de Rey de París); por lo
tanto, se trata de unidad de medida que “conviene igualmente a todos los
pueblos”, es decir, un objeto universal de medida. En tercer lugar, el proce-
dimiento utilizado para sancionar la validez de la escogencia de la unidad
de medida; esto es, por un medio original de consulta a la comunidad cien-
tífica internacional que con el tiempo se revelaría más efectivo e idóneo en
la propia prestación de servicios al Estado, que la figura del “savant de la
Cours du Roy”. Sobre este punto Haüy agrega a la explicación del sistema
métrico decimal la siguiente consideración que desde la perspectiva actual
puede interpretarse legítimamente como un discurso republicano en pro de
la colaboración internacional como modalidad de trabajo de la moderna
empresa científica. Igualmente se puede reconocer como una defensa de la
autonomía corporativa del intelectual, en tanto para Haüy tal colaboración
internacional obra en beneficio no solamente del trabajo científico, sino de
su aplicación al establecimiento del nuevo orden en los estados nacionales:
Por invitación del gobierno francés, muchas potencias extranjeras han en-
viado científicos distinguidos, quienes, conjuntamente con los comisarios
del Instituto nacional (Academia de Ciencias), han discutido observacio-
nes y experiencias de las cuales se dedujeron las unidades fundamentales
de longitud y de peso, concurriendo de esta manera, con su rigor y sus cono-
cimientos, a realizar esta vasta empresa. Jamás las ciencias han ofrecido un
espectáculo más digno de ellas que esta asociación tan interesante, la cual,
proporcionando una nueva prueba de que los hombres ilustres de todos los
países pertenecen a una misma familia, sancionaba de alguna medida este
sistema cuya adopción podría convertirse en garantía de una unión más es-
trecha entre las mismas naciones29.

Un discurso patriótico del joven Pombo


sobre el sistema métrico y su instrumentación
en la organización del nuevo régimen

El 16 de julio de 1811 el colegial Lino de Pombo, quien entonces ronda-


ba los 13 años, realiza una ardorosa defensa del sistema métrico en tanto
saber constitutivo del programa patriótico de gobierno del nuevo Estado

29
Ibíd., p. 39

191
Luis Carlos Arboleda

de Cundinamarca. Esta defensa se inscribe en el certamen de conclusiones


de sus estudios de geografía descriptiva y geografía astronómica bajo la di-
rección de Luis José García el catedrático de artes, del Colegio del Rosario30.
Es bien conocida la importancia que revestían estos actos literarios no solo
para la promoción en los niveles de la formación de estudios superiores, sino
para la consagración de los jóvenes como miembros distinguidos de la élite
local. A lo anterior se agrega que el joven talentoso Pombo, seguramente
aconsejado por sus orientadores, sintoniza su discurso con el momento de
efervescencia política que vivía Santafé en vísperas del 20 de julio de 1810.
En consecuencia, este documento representa un momento particular-
mente significativo en la introducción del nuevo sistema de medida en las
prácticas intelectuales de la Nueva Granada. Tanto más que el año anterior
Pombo había obtenido igualmente la distinción de presentar conclusio-
nes en sus estudios de aritmética y geometría bajo la supervisión de Cal-
das, catedrático de matemáticas del Colegio. Por cierto, no deja de llamar
la atención el profundo reconocimiento y la admiración que manifiesta
Pombo por la teoría neperiana de los logaritmos31. Sin duda se trata de un
indicador del interés inculcado en este tema por su supervisor, precisa-
mente en un momento en que, como lo hemos evocado antes, Caldas está
haciendo una acuciosa apropiación de la función logarítmica de Laplace
en la física de Haüy.
El colegial Pombo dedica sus conclusiones a Juan Pío Montufar, marqués
de Selva Alegre, el noble que acogió y hospedó a Humboldt en su estancia
de 1802 en Quito, Este personaje está vinculado a dos situaciones históricas
consideradas en este trabajo. Su hijo Carlos fue escogido por Humboldt
como miembro de su expedición en lugar de Caldas, en circunstancias
que deben haber pesado en el ambiente de rivalidades entre los grupos de
Santafé y Quito. En efecto, esta determinación podría haber cambiado la
orientación de la carrera de Caldas, y éste siempre consideró tener mayores
merecimientos científicos que el quiteño para acompañar a Humboldt. Por
otra parte, fue Montufar padre el encargado por Humboldt de transmitir a
Mutis, vía Caldas, su manuscrito de la Geografía de las plantas que, como se

30
De Pombo, Lino. “Discurso pronunciado por D. Lino de Pombo O’Donnell en el Colegio Mayor del
Rosario de Santafé, dedicando varias tesis de geografía astronómica y descriptiva al Marqués de Selva-
alegre y demás patriotas que emprendieron la libertad de Quito el 10 de agosto de 1809”. El ingeniero
don Lino de Pombo O’Donnell. Ed. J. M. Mier. Bogotá: Sociedad Colombiana de Matemáticos, 2003.
31
De Pombo, Lino. “Discurso pronunciado por el colegial Lino de Pombo en la capilla del Colegio
del Rosario, dedicando unas conclusiones de Aritmética y Geometría a Santo Tomás”. Confidencias
de un estadista. Epistolario de Lino de Pombo con su hermano Cenón 1834-1877. Eds. Santiago
Díaz-Piedrahita y Luis Guillermo Valencia Santana. Bucaramanga: UIS, 2010, pp. 23-30.

192
Élites, medidas y Estado en Colombia en la primera mitad del siglo XIX

ha explicado anteriormente, tuvo gran incidencia en las actividades cientí-


ficas y naturalistas de los criollos de la Nueva Granada.
En su dedicatoria a Montufar, Pombo revela la naturaleza de los ideales
patrióticos y el trasfondo político de las posiciones de los criollos ilustrados
que compartía a una edad tan temprana, y que irían a ser determinantes en
su futuro como ingeniero, estadista, político e intelectual. La sustentación
pública de su primer trabajo en geografía y astronomía estaba orientada cla-
ramente a revindicar para sí mismo y para su grupo social, un nuevo estatus
en la coyuntura; es decir, las conclusiones tratan de aprovechar el momento
político para favorecer el proyecto de los criollos ilustrados de utilizar el co-
nocimiento como dispositivo para consagrar su ascenso al poder.
Quien mejor encarnaba este proyecto era Montufar. En tanto represen-
tante de la élite de criollos ilustrados compuesta por nobles, terratenientes
y miembros de la burocracia quiteña, Montufar había liderado el movi-
miento que depuso al presidente de la Audiencia y lo puso a la cabeza de la
Junta Autónoma de Gobierno entre abril y septiembre de 1809. El colegial
Pombo se hace vocero del romanticismo libertario de la élite al afirmar que
estos “hombres virtuosos y sabios, estos patriotas ilustres, se opusieron de
frente al despotismo para dar la libertad a Quito”. Hoy sabemos que otra
era la naturaleza del régimen al cual aspiraban. La lealtad a Fernando VII y
el propósito independentista de este colectivo no eran contradictorios con
un proyecto monárquico situado y respondiendo a las características del
contexto local que le confería sentido a su patria. Así lo evidenciaron en
las declaraciones que nos dejaron sobre el modelo de gobierno por el cual
propugnaban, e incluso en los rituales, símbolos y mecanismos despóticos
a través de los cuales ejercieron su efímero poder32.
Todas las tesis que defiende el colegial Pombo en sus conclusiones de
geografía y astronomía se basan en cálculos de medidas de magnitud. Se
trata de hallar la latitud y la longitud de un lugar, el diámetro del ecuador
terrestre y sus paralelos, la distancia entre dos lugares, las variaciones en la
posición del sol en un mismo lugar, las diferencias horarias entre dos luga-
res, etc. Estas mediciones apuntan a la determinación geográfica de “reinos
y provincias” de la tierra a través de la elaboración de mapas científicos.
La narrativa histórica de Pombo se orienta a mostrar que la nueva ciencia, la
astronomía y la mecánica racional newtoniana, es una ciencia de la medida
con claras repercusiones en el estado de la geografía:

32
Valencia Llano, Alonso. “Élites, burocracia, clero y sectores populares en la independencia quiteña
(1809-1812)”. Procesos, Revista Ecuatoriana de Historia, nº 3, 1992.

193
Luis Carlos Arboleda

En esta época de efervescencia y de actividad por los progresos de las cien-


cias, la geografía fue la que sacó las mayores ventajas. Los sabios derramados
por todas las zonas del globo, midieron, observaron y describieron los países
a donde los había arrastrado el fuego de la sabiduría. Entonces se vieron car-
tas de una precisión inesperada, y la geografía extendió por todas partes los
límites de su imperio33.

Un ejemplo privilegiado de expediciones científicas que ilustran, para


Pombo, el furor de la época de ejercitar la geografía astronómica como cien-
cia de la medida, fueron las que envió la Academia de Ciencias de París a
Laponia y el Ecuador para medir un grado de longitud del meridiano y que
concluyeron confirmando la teoría newtoniana de la figura de la tierra:

(La Academia) envió tropas de sabios a la Laponia y a Quito, mientras traba-


jaba en el corazón de la Europa. El grado de la vecindad de la línea se halló
mucho menor que el del polo: la tierra se declaró un esferoide elevada al
Ecuador y depresa (sic) hacia los polos. Newton triunfó con su cálculo, y se
llenó de gloria34.

Estas mediciones serían perfeccionadas y complementadas a finales del


siglo con los desarrollos del “cálculo” newtoniano y sus aplicaciones en las
triangulaciones del arco de meridiano entre Dunkerque-París-Barcelona, a
partir de las cuales se pudo definir el metro como la diezmillonésima parte de
la longitud del cuadrante de este meridiano desde el Ecuador al polo norte.
Al establecer la Academia al metro como “fundamento de toda medida”,
atendió por fin a la aspiración histórica de una medida que a su carácter
universal añadiera el ser dictada por la misma naturaleza.
Es interesante la observación de Pombo de que fue precisamente en el
nuevo contexto de revolución “contra el yugo tiránico de Robespierre y de
Marat”, que la Academia creó “un sistema de pesos y medidas invariantes
y eternas” (decreto del 10 de diciembre de 1799). El concepto de “metro”
aparece aquí, quizás por primera vez en los discursos científicos de los crio-
llos santafereños de los años de la primera república, designando un orden
universal de medida en el contexto de un nuevo orden de Estado: el orden
propio de una sociedad metrizada, normalizada y con una nueva capacidad
de organización35. Aunque las ideas no se expresan en forma clara y distinta

33
Mier, Op. cit., p. 67.
34
Ibíd.
35
Ordoñez, J. “Utopía y distopía en el XIX español”. Utopías, quimeras, y desencantos: el universo
utópico en la España liberal. Coord. M. Suárez Cortina. Santander: Ediciones de la Universidad de
Cantabria, 2008.

194
Élites, medidas y Estado en Colombia en la primera mitad del siglo XIX

en uno y otro caso, es posible hacer dos consideraciones sobre las caracterís-
ticas de este pensamiento: una sobre la crítica a la subjetividad de las medi-
das tradicionales con respecto al metro, otra sobre la ruptura que presupone
la adopción del metro como patrón de medida y organización social, frente
a los discursos reificadores del orden matemático clásico.
En primer lugar, las conclusiones de Pombo critican las unidades antiguas
de medida porque se fundamentan en el peso de la costumbre, y porque
son subjetivas, en cuanto no responden a problemas de indagación sobre la
naturaleza ni se adoptaron, como el metro, a través de procedimientos de
rigor geométrico y astronómico. La toesa, la yarda, la vara de Burgos… son
productos de la barbarie y de la arbitrariedad, mientras que el metro es una
medida de carácter universal y dictada por la naturaleza.
A nivel discursivo la aparición de estas ideas se traduce en una toma de
distancia con respecto a las posiciones de Caldas y los criollos neogranadi-
nos de años anteriores. Ya no se trata de convertir, por ejemplo, toesas de
Francia en varas de Burgos para aplicar un sistema unificado de medidas
en los territorios de la Corona, de acuerdo con la práctica de conversiones
iniciada en las Observaciones de Jorge Juan, adoptada luego en el informe
Burriel de 1758 y convertida en política de la monarquía a partir de enton-
ces. Ahora se invita a aplicar el sistema universal de medidas (de alguna
manera asociado en las conclusiones con el carácter republicano del régi-
men de procedencia), por oposición a cualquiera de los sistemas antiguos
(de naturaleza feudal o monárquica). En particular contra la vara de Burgos,
unidad de medida que el alumno del Colegio del Rosario en el ambiente
político de 1811, ya no se representa como aquella que era necesario aplicar
en acuerdo con el mandato de la corona para todos sus dominios, sino como
una medida “arbitraria” de la época de la “barbarie goda”36.
El instrumento distintivo de la nueva organización social por la que pro-
pugnaban los criollos en esos momentos en Santafé y otros lugares de Amé-
rica, era por consiguiente el metro y no la vara de Burgos. Al menos era el
propósito que el distinguido colegial formulaba al final de sus conclusiones
delante de las autoridades, catedráticos y demás asistentes del acto público
en los siguientes términos:

36
La alusión remonta a la introducción en la península ibérica de las medidas de longitud de origen
romano en la época de las invasiones de los godos y vándalos. Pero la estandarización de su uso
data de la gran unificación de los estados españoles con el advenimiento al poder de Fernando
e Isabel en el siglo XIV. La adopción formal como “vara de Burgos” aparece en la pragmática de
Felipe II del 24 de junio de 1568. Ver, por ejemplo: Bowman, J. N. “The Vara de Burgos”. Pacific
Historical Review. 30, nº 1, feb. 1961, pp. 7-21.

195
Luis Carlos Arboleda

¡Ojalá que conforme al voto general de los sabios, nuestro Estado naciente de
Cundinamarca, y todos los demás de América adopten esta medida sabia, y
olviden para siempre la vara de Burgos, que tal vez hemos heredado de la bar-
barie goda! La confusion y la incertidumbre de las medidas presentes forman
el sello de nuestras divisiones y de nuestra antigua ignorancia.

Sin embargo, las acciones del “Estado naciente de Cundinamarca” de in-


troducción de un orden matemático en las prácticas públicas y particulares
apuntaban en una dirección distinta a la unificación de las medidas en el
sistema métrico. Para la Suprema Junta de Santafé de 181037, el concepto de
“orden matemático” que debía modelar la organización de la nueva sociedad
era clásico, inspirado más en la geometría de los griegos que en la matemati-
zación newtoniana de la naturaleza; la universalidad de este orden radicaba
no tanto en el rigor de los procedimientos y experiencias seculares emplea-
dos para validar las observaciones sobre la naturaleza, como en principios
metafísicos de razón y equidad, de buen gobierno, de bienestar de los pue-
blos que, en última instancia, eran de proveniencia divina. La universalidad
del orden matemático que interesaba a la junta suprema no era el del reino
concreto de la medida, sino aquel que dada su generalidad le permitía al le-
gislador abstraerse de lo local y lo particular, y garantizar el funcionamiento
uniforme de la “máquina civil”. De ahí la siguiente declaración:
El poder legislativo es de orden más alto; y como un geómetra tira las lí-
neas, mide los ángulos sobre el papel, resuelve los problemas, sin necesidad
de transportarse al terreno, sin usar de cuerdas ni caminar por fragosidades;
del mismo modo el legislador hace combinaciones, medita y proponiéndose
como único objeto la salud de la patria, prescribe normas generales y abstrac-
tas, prescindiendo de los casos particulares, en que hay muchos tropiezos y
desigualdades que pueden desviar de lo justo.

En breve, los criollos de la Junta Suprema de Santafé a quienes Pombo di-


rigía su idea de que “la confusión y la incertidumbre de las medidas presentes
forman el sello de nuestras divisiones y de nuestra antigua ignorancia”, no es-
taban en condiciones de valorar la importancia de adoptar un sistema unifica-
do de medidas con base en el metro para adelantar el nuevo ordenamiento de
la sociedad. De hecho, como veremos más adelante habría que esperar hasta
la ley del 12 de octubre de 1821 para que los políticos y las élites a cargo del
estado republicano respondieran a la aspiración del joven Pombo de procla-
mar, al menos formalmente, la necesidad de un sistema unificado de medidas.

37
Anónimo. “Discurso sobre la organización de los poderes en la Suprema Junta de esta capital de
Santafé”. Diario Político de Santafé de Bogotá. nº 19, 26 octubre, 1810.

196
Élites, medidas y Estado en Colombia en la primera mitad del siglo XIX

Sin embargo, esta unificación no tuvo como referente el sistema universal de


pesos y medidas basadas en el metro, sino que dio lugar a un hibrido entre
medidas antiguas y medidas españolas utilizadas predominantemente en las
regiones del país. Más allá del lirismo de los discursos elitistas contra el carác-
ter retardatario e iletrado de las prácticas tradicionales de medida, el legislador
decidió no “inventarse” una tradición. Prefirió tener en cuenta y reinterpretar
las denostadas culturas “bárbaras” de medición, reconstituyéndolas en el sis-
tema unificado que le pareció más adecuado a las condiciones del momento.

Las mediciones de Boussingault y la representación


de símbolos nacionales

En sus Memorias38, las crónicas de sus viajes y la correspondencia que sos-


tuvo con Humboldt y otras personalidades europeas, se constata que Bous-
singault —quien se había formado en la Escuela de Minas de Saint Etienne
en la promoción de 1816— empleó corrientemente el Sistema métrico deci-
mal en sus prácticas como naturalista y científico en Venezuela, Colombia y
Ecuador. Poco después de su llegada a la Guaira, en la ascensión a la silla de
Caracas de 1822, los instrumentos con las escalas modernas que había traído
de Europa le permiten medir la altura en metros, la temperatura en grados
centígrados con fracciones decimales y la altura del barómetro en milíme-
tros. Sin embargo, sigue midiendo las grandes distancias y extensiones en
leguas y leguas cuadradas respectivamente, de acuerdo con la costumbre del
momento de emplear libremente las unidades tradicionales junto con las del
nuevo sistema. Por ejemplo, al fijar las características de la cuenca del Lago
Tacarigua en el Valle del Aragua de Venezuela, recuerda que:

El coronel Codazzi calcula en 80 leguas cuadradas la superficie del terreno


cuyas aguas llegan al lago por 22 ríos […]. El largo del lago de Tacaripa, desde
Guaruto hasta la desembocadura del río de los Guayos, es de 51 kilómetros
de este a oeste. La mayor profundidad de acuerdo con los sondeos llevados a
cabo por don Antonio Manzano sería de 65 metros y la profundidad prome-
dio no sería superior a los 21 metros.

O cuando, ubicado ya en la meseta de Bogotá, combina unas y otras


unidades para determinar la situación geográfica de la nación Muisca y la
extensión de su territorio en la época de la conquista:

38
Boussingault, J. B. Mémoires. Chamerot et Tenouard, 5 vols. París, 1985, consultado 31 agosto,
2013 en el sitio web de Gallica - Bibliotèque Nationale de France (BNF): http://gallica.bnf.fr/.
La edición original Boussingault (1892-1903) contiene una advertencia del editor aclarando que la
obra fue redactada por el autor al final de su vida con base en sus recuerdos y notas.

197
Luis Carlos Arboleda

del 4º al 6º de latitud boreal, con un largo de 45 leguas y un ancho de 13 leguas


en promedio. Su superficie, por consiguiente, se aproximaba a las 600 leguas
cuadradas. La región fría, de una altitud de 2.000 a 3.000 metros, se hallaba
en las cercanías de las regiones tibias de Fusagasugá, Pacho y Cáqueza.

Sin embargo, en algunas oportunidades el uso del sistema métrico se im-


pone de manera estricta; por ejemplo, en la determinación de los límites de
las regiones del sur de Bogotá y en los accidentes del valle del Magdalena en-
tre Honda e Ibagué. (Memorias, capítulo IX). O en las mediciones de las va-
riables de altitud, temperatura, presión, humedad, etc., para la determinación
geográfica de distintos parejas a lo largo de la ascensión al volcán de Puracé.
Llama la atención que en el aparte consagrado a la descripción de las ca-
racterísticas antropológicas y culturales de los muiscas, Boussingault consi-
dera indispensable presentar las ideas básicas de la estructura de su sistema
de numeración. No podría ser de otra forma para un ingeniero de la repú-
blica para quien un principio natural es hacer reposar la organización social
de toda civilización antigua o moderna en un fundamento matemático. Si
bien la explicación de la cultura matemática prehispánica es la del obser-
vador europeo para quien el orden por excelencia es el sistema de numera-
ción decimal, Boussingault es cuidadoso en mostrar la relación que el orden
numérico tradicional mantiene con su contexto original en la cosmovisión
muisca. Por ello se siente obligado a discriminar los morfemas de los diez
primeros numerales contados con los dedos de la mano, los cuales venían
expresados en las siguientes palabras de la lengua muisca:

1. ata 6. ta
2. bosa 7. ghupeca
3. misca 8. suhuzo
4. mughica 9. aca
5. hisca 10. ubchihica

También observa que este modelo decimal es cíclico y que cuando el conteo
anterior termina en los dedos de la mano se repite con los dedos de los pies,
para anteponiendo el morfema “quihicha” (pie) a la sucesión de los anteriores
numerales. Con la salvedad del numeral veinte para el cual el pensamiento
muisca prefirió especializar el morfema “gueta” con el fin de continuar el
conteo por veintenas, gueta ata, etc., hasta formar veinte veintenas.
Aunque Boussingault no se refiere al modelo de morfemas que le per-
mitía a los muiscas realizar operaciones aritméticas con estos numerales, lo
cierto es que es capaz de identificar y explicar algunos de los procesos lógi-
cos de pensamiento que dentro de la cosmovisión muisca eran portadores

198
Élites, medidas y Estado en Colombia en la primera mitad del siglo XIX

de un orden matemático, e igualmente mostró el grado avanzado de orga-


nización social que alcanzaron al aplicar tales procesos en prácticas consue-
tudinarias. En efecto, con base en este sistema de numeración la sociedad
prehispánica no solamente estuvo en condiciones de calcular magnitudes
de pesos y medidas, sino que se inventó los dispositivos técnicos apropiados
(monedas) para reglar los intercambios mercantiles en términos de medidas
equivalentes. Boussingault anota a este respecto que:
Las unidades de medida para la longitud eran el largo de la mano y el paso;
la única medida de capacidad se llamaba “aba” y se utilizaba para vender y
comprar el maíz en grano. Parece que la nación muisca fue la única del nuevo
continente que utilizó el oro como moneda. Eran discos fundidos en un mol-
de uniforme cuya circunferencia promedio se acercaba a la que uno forma al
curvar el dedo índice hasta la base del pulgar. De acuerdo con el calendario
muisca, el año consistía en 20 lunas y el siglo en 20 años. El mes comenzaba
con la luna llena, “Ubchihica” y se contaban 7 días hasta la cuadratura.

En las Memorias se encuentran otras trazas de la introducción del metro


como unidad de medida en prácticas de matematización. Algunas adquie-
ren un valor significativo cuando se las sitúa en su contexto social y político.
Una de ellas es la narración de su encuentro con el objeto natural que más
había llamado la atención de Humboldt en su exploración del valle de Ara-
gua en 1800: el célebre Samán de Güere. A Boussingault le resultó extrema-
damente llamativa la siguiente descripción del samán que Humboldt dejó
consignada en su Viaje a las Regiones Equinocciales del Nuevo Continente:
Al salir del pueblo de Turmero, a una legua de distancia, se descubre un obje-
to que se presenta en el horizonte como un terremontero redondeado, como
un tumulto cubierto de vegetación. No es una colina ni un grupo de árboles
muy juntos, sino un solo árbol, el famoso Samán de Güere, conocido en toda
la provincia por la enorme extensión de sus ramas, que forman una copa
hemisférica de 576 pies de circunferencia. El Samán es una vistosa especie de
Mimosa, cuyos brazos tortuosos se dividen por bifurcación. Su follaje tenue
y delicado se destacaba agradablemente sobre el azul del cielo. Largo tiempo
nos detuvimos debajo de esta bóveda vegetal. El tronco del Samán de Güere
que se encuentra sobre el camino mismo de Turmero a Maracay, sólo tiene
60 pies de alto y 9 de diámetro; pero su verdadera belleza consiste en la for-
ma general de su cima. Los brazos se despliegan como un vasto parasol y se
inclinan todos hacia el suelo, del que quedan uniformemente separados de
12 a 15 pies. La periferia del ramaje o de la copa es tan regular, que trazando
diferentes diámetros hallé que tenían de 192 a 186 pies. Uno de los lados
del árbol estaba por entero despojado de sus hojas a causa de la sequía y en
otros quedaban a un mismo tiempo hojas y flores. Cubren los brazos y des-
garran su corteza Tillandsias, Loranteas, Pitahayas, y otras plantas parásitas.

199
Luis Carlos Arboleda

Los habitantes de estos valles, y sobre todo los indios, tienen veneración por
el Samán de Güere, al que parecen haber hallado los primeros conquistadores
poco más o menos en el mismo estado en que hoy lo vimos… El aspecto de
los árboles vetustos es en cierto modo imponente y majestuoso; así es que la
violación de estos monumentos de la naturaleza se castiga severamente en los
países que carecen de los monumentos de arte39.

Boussingault transcribe el aparte anterior de Humboldt en lo esencial:


la especie a la cual pertenece el árbol, sus características fisonómicas, su
entorno natural, su representación simbólica en la cultura ancestral, el
estado de preservación en que se encontraba y la modelación geométrica
de la envergadura del ramaje mediante una semicircunferencia. Pero al
verificar el cálculo que Humboldt había hecho veinticinco años atrás del
radio de esta semicircunferencia, Boussingault prefiere expresar su medida
en el equivalente en metros en lugar de pies, como si tuviera que responder
a una exigencia de fijar en la nueva unidad la forma matemática del
aspecto físico de un objeto sagrado que ya entonces se prefiguraba como
un dispositivo fundador de nacionalidad republicana40. Pero Boussingault
no parece interesado en preservar en su transcripción de la cita anterior,
ese estilo de Humboldt que sí retendrán las narrativas históricas interesadas
en resaltar el “capital simbólico” del samán de Güere que tratarán de
apropiarse en lo sucesivo los regímenes políticos de signo diverso. En la
retórica de Humboldt las variables biológicas y matemáticas se entrelazan
con las metáforas literarias con el fin de humanizar el samán y agregarle
39
Von Humboldt, Alexander. Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente. Caracas:
Monte Ávila Editores, 1956, pp. 87-88. La edición original Von Humboldt (1814-1825) contiene
la siguiente dedicatoria: “À l’Illustre Auteur de la Mécanique céleste P. S. Laplace, Membre de
l’Institut de France comme un faible hommage d’admiration et de reconnaissance”.
40
Ver a este respecto en Wikipedia (http://es.wikipedia.org/wiki/Sam%C3%A1n_de_G%C3%BCere):
“El árbol fue declarado monumento nacional en 1933 por el entonces presidente de Venezuela
Juan Vicente Gómez. Junto al árbol se encuentran rodeándolo elementos de la Independencia
de Venezuela, incluyendo cañones de la era y rifles de la época independentista que rodean en
estilo de cerca el árbol. Actualmente el árbol y su ambiente inmediato constituyen un monumento
histórico natural por ciertos eventos del pasado, incluyendo haber sido el punto visitado por el
Libertador Simón Bolívar con sus tropas en su paso por Aragua. (…) Junto con von Humboldt,
otros científicos, historiadores, poetas y artistas dedicaron segmentos al Samán de Güere en sus
obras, incluyendo Andrés Bello, Rafael María Baralt, Fernando Bolet y Jacobo Borges. Bello, por
su parte, estando en Londres, escribió un poema titulado Alocución a la poesía en donde compara
al Libertador Simón Bolívar con el Samán de Güere. (…) En uno de los rituales característicos de
Hugo Chávez, se reunió el 17 de diciembre de 1982 luego de salir a trotar con tres colegas militares,
para fundar su Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR-200) con una juramentación
simbólica en el Samán de Güere. (…) Poco después de ser elegido presidente de Venezuela, Chávez
volvió al samán a reiterar su juramento de dos décadas”.

200
Élites, medidas y Estado en Colombia en la primera mitad del siglo XIX

una dimensión estética a su naturaleza geobotánica. Como ocurre con la


descripción de ese otro objeto privilegiado suyo, la montaña, Humboldt
considera al samán igualmente como objeto estético cuya percepción genera
intensas emociones y condiciona los estados del ánimo del sujeto41.

Las vicisitudes de la política de estado sobre


unificación de pesos y medidas

Queda claro que prácticas empíricas de medición de exploradores y natu-


ralistas como Boussingault fueron un medio de apropiación, instrumentación
y “difusión informal” del sistema métrico decimal (SMD) en nuestros países.
Como veremos más adelante, la “difusión formal” del SMD en distintas
prácticas discursivas de enseñanza o aprendizaje de la aritmética solo será
posible en el país a partir los años 1830 y 184042. No es posible pues hablar de
“difusión formal” del SMD en este primer texto autóctono para la enseñanza
de la “nueva” física43. Parece que el apego a la matriz cultural ilustrada que
caracterizaba la enseñanza de las ciencias de Restrepo en las instituciones
coloniales y del nuevo régimen, le impuso límites al propósito del texto de
formar el espíritu científico de los jóvenes de la república y lo condujo en
cierta medida a reproducir la tradición anterior.
En efecto, comparada con la enseñanza de la física de los años de 1810
que favoreció la aparición de piezas como el discurso del colegial Pombo en
el colegio del Rosario, la obra de Restrepo aparecerá quince años después
41
Arboleda, L.C. “Caldas y la matematización de la naturaleza. La querella con Humboldt sobre el
hipsómetro”. Popayán: 470 años de historia y patrimonio. Eds. A. Escovar y M. S. Reyna. Bogotá:
Letrarte, 2006, pp. 119-135. Disponible el 31 de agosto de 2013 en: http://www.scribd.com/
doc/20912705/La-Querella-de-Humboldt-y-Caldas-sobre-Hipsometria
42
Incidentalmente el SMD ha podido circular de manera restringida en la enseñanza a través de
textos de amplia difusión en nuestros países como el célebre Traité élémentaire d’Arithmétique de
Lacroix. La séptima edición revisada y corregida de 1807 presenta el patrón que posteriormente
seguirán los textos autóctonos: Primero se explica la aritmética decimal con las cuatro operaciones,
las aproximaciones a los quebrados por decimales y las fracciones periódicas. En segundo lugar se
expone el nuevo sistema métrico con aplicaciones aritméticas. Después se presentan las razones y
proporciones y las distintas modalidades de regla de tres. Enseguida se comparan diversas medidas
del mismo género como relaciones entre medidas antiguas y nuevas junto a sus respectivos
métodos de conversión. Finalmente aparecen las equivalencias de monedas y medidas extranjeras
con respecto a las unidades francesas.
43
De Restrepo, J. F. . Lecciones de Física Fundamental. 1825. En R. A. Pinzón (Comp.), Restrepo, José
Félix de. Obras completas. Sobre el papel de las Lecciones en la difusión de la física newtoniana en
Colombia, ver: Arboleda, “Acerca del problema de la difusión científica en la periferia: el caso de la
física newtoniana en la Nueva Granada (1740-1820)”. Quipu. Revista Latinoamericana de Historia
de las Ciencias y la Tecnología 4, 1987, pp. 7-30.

201
Luis Carlos Arboleda

todavía anclada en la reproducción del pensamiento ilustrado. Mientras que


el discurso de Pombo se forma en textos más avanzados de enseñanza de
las ciencias como el de Haüy, las Lecciones de Restrepo siguen siendo sub-
sidiarias del enfoque de enseñanza experimental de la física de Nollet. Este
libro que gozaba todavía del prestigio que tuvo en la segunda mitad del siglo
anterior como obra de difusión formal de la física por la vía experimental,
ya había sido superado desde comienzos del siglo por obras con un enfoque
más orientado a la enseñanza de las bases matemáticas de la óptica, la mecá-
nica newtoniana, el sistema del mundo y sus aplicaciones44.
Esto ocurría concretamente a mediados de la década de 1820 no solo
en las escuelas francesas de formación de ingenieros sino incluso en Bo-
gotá. Al tiempo que en el Colegio de San Bartolomé y otros planteles de la
república se enseñaba por el texto de Restrepo, hay evidencias de que otro
era el tipo de formación en la física newtoniana y sus aplicaciones a la quí-
mica, la geología, la mineralogía, la metalurgia, la agricultura y otros cono-
cimientos prácticos, que se venía impartiendo desde 1824 en el Museo de
Historia Natural y la Escuela de Minas. Los responsables de esta formación
eran jóvenes con una preparación idónea en ciencias y artes adquirida en
establecimientos europeos y franceses, como el químico peruano Mariano
Rivero, el ingeniero de minas Jean Baptiste Boussingault y el naturalista Jus-
tin Goudot entre otros45. Estos habían sido contratados por Zea en Francia a
instancias de Bolívar y con el respaldo de científicos de la notoriedad de Cu-
vier, Humboldt, Dumenil y Desfontaines que simpatizaban con el proyecto
republicano del libertador.
Las mediciones del territorio y las experiencias geofísicas realizadas en su
viaje de Caracas a Bogotá por Boussingault, uno de los miembros destacados
de la “Comisión Zea”, dan cuenta de prácticas de apropiación e instrumen-
tación de conocimientos en física y sus aplicaciones que contrastan con el
enfoque estrictamente experimental de la física de Restrepo. Un indicador de
ello es el tipo de sistema de mediciones empleados por uno y otro. Como ha
quedado claro Boussingault utiliza el SMD. Por su parte, las mediciones que
describe Restrepo en sus lecciones se expresan todas en unidades tradiciona-
les. Un caso notable —por cuanto se trata de la validación de ciencia univer-
sal en el contexto local— es la explicación de la teoría newtoniana de la figura

44
Aún a finales de los años 1830 el libro de Nollet seguiría teniendo una fuerte incidencia en la
enseñanza de la física en las regiones más pobres de Colombia; ver Safford, F. The Ideal of the
Practical. Colombia’s Struggle to form a Technical Elite. Austin: University of Texas, 1976, p.105.
45
El estudio más completo sobre la historia de ambas instituciones, su organización académica y plan de
estudios es Rodríguez Prada, M. P. “Investigación y Museo: Museo de Historia Natural de Colombia,
1822-1830”. Cuadernos de Música, Artes Visuales y Artes Escénicas. 5, nº1, 2010, pp. 87-108.

202
Élites, medidas y Estado en Colombia en la primera mitad del siglo XIX

de la tierra (capítulo 23) a partir de la descripción de los resultados obtenidos


por la expedición de Bouguer y La Condamine en la medición del grado de
meridiano en el ecuador en toesas o sus equivalentes en varas castellanas.
Antes hemos visto que la difusión de un libro de ciertas características
como el de Haüy, marca una diferencia en cuanto a la naturaleza de los con-
tenidos y enfoques en la formación dentro de un campo científico (la físi-
ca), y su posible incidencia en las prácticas de los lectores en determinado
contexto histórico. El concepto de SMD se revela útil como aglutinador de
otros conceptos relativos al texto y a sus correlatos en el contexto, mediados
unos y otros por conceptos de representaciones e interpretaciones. De esta
manera, a partir de la información que confirma la lectura del libro en 1810
es posible formular ciertas consideraciones sobre la formación científica de
Pombo y los colegiales del Rosario, y se pueden interpretar sus representa-
ciones sobre orden matemático y orden social en el contexto político de la
Bogotá de la época.
Pero en los años de 1820 la formación en física estaba orientada pre-
dominantemente por la estrategia de Restrepo de enseñanza experimen-
tal à la Nollet. Los alumnos suyos en el Colegio de San Bartolomé (y lue-
go los lectores de su libro en otros establecimientos) probablemente no
tuvieron acceso a la lectura de textos con un enfoque epistémico diferente
—no obstante que ya estaban disponibles en los nuevos establecimientos
educativos de Bogotá—, que les habrían permitido complementar o tras-
cender la cultura hegemónica de la física experimental. Pero igualmente les
habrían dado la oportunidad, al menos en el caso concreto del Haüy, de
informarse de las discusiones que desde comienzos del siglo se venían ade-
lantando en la comunidad académica internacional sobre la necesidad de
integrar el SMD en las prácticas cotidianas de medición.
Esta era precisamente la situación de sus vecinos en la Casa de la Ex-
pedición Botánica de Mutis: los estudiantes del Museo de Historia Natural
y la Escuela de Minas que nunca funcionó de manera independiente sino
en el marco de la primera institución. La formación científica y técnica
impartida en las trece cátedras del Museo y las seis de aplicación prácti-
ca en la Escuela proporcionaban, dentro de los estándares de la época, una
buena preparación en mineralogía, geología, química general y aplicada a
las artes, botánica, agricultura, zoología y conchología, entomología, ana-
tomía comparada, física y matemáticas, astronomía y dibujo. De acuerdo
con los propósitos de los nuevos establecimientos, esta formación era en-
tendida como un medio de promover los proyectos nacionales de desarrollo
y contribuir a instaurar el orden republicano en la vida de los ciudadanos
(concretamente mediante la unificación de las medidas y la universalización

203
Luis Carlos Arboleda

del SMD)46. Esta representación se basaba en la letra del proyecto misional


del museo y la escuela de minas47, en sus fuentes de inspiración, las corres-
pondientes instituciones de la República de Francia, en el equipo de jóvenes
científicos provenientes de París, en las nuevas orientaciones de la organiza-
ción académica de los planes de estudios, en el método empleado para esta-
blecer los gabinetes y colecciones del museo, en las políticas de investigación
y extensión de los servicios de las nuevas instituciones a las regiones, etc.48
Sin embargo, no bastaba con los dispositivos antes estudiados para
la difusión y formación de una cultura favorable a la adopción del SMD.
Era necesario disponer ante todo de políticas de estado orientadas a facilitar
su implantación en las distintas esferas de lo público y lo privado, y ello no
era todavía viable en el decenio de 1820. En efecto, el SMD no fue el sistema
de referencia para la ley del 11 de octubre de 1821 mediante la cual el Congre-
so Constituyente de Cúcuta promulgó por primera vez una normativa sobre
uniformidad de pesos y medidas49. Es cierto que al adoptar un sistema unifi-
cado la ley se proponía controlar la arbitrariedad y la confusión de la diver-
sidad de medidas imperantes en las provincias, e instaurar el buen orden y la
confianza pública en las transacciones del régimen de propiedad con el fin de
darle mayor impulso y facilidades al comercio. Pero en términos de la ley este
sistema unificado “debía responder a las circunstancias del momento y (ser)
compatible con los usos y reglas autorizados por las leyes existentes”.
Así pues, para el constituyente de 1821 la base de la unificación que mejor
convenía a los intereses de la república no era todavía el sistema francés.
Es cierto que éste era entonces cada vez más valorado como objeto de estudio
por sus aplicaciones en actividades académicas de prestigio y en las prácticas de
46
Cierta corriente historiográfica le atribuye a la Misión Zea la primacía en la introducción de la
enseñanza del sistema métrico francés en Colombia. Ver por ejemplo: Torres Sánchez, J. y Salazar
Hurtado, L.A. Introducción a la historia de la ingeniería y de la educación en Colombia. Bogotá:
Universidad Nacional de Colombia, 2002.
47
Ver el decreto del 28 de julio de 1823 en virtud del cual el Congreso aprueba la contratación de la Co-
misión Zea y todos los aspectos académicos y administrativos de los estudios en el Museo y la Escuela
de Minas en: Cuerpo de Leyes de la República de Colombia (1821-1827), 3 volúmenes. Caracas: Im-
prenta de Valentín Espinal, 1840, pp. 107-109. Algunos interesantes comentarios al respecto de éste y
otros eventos relacionados se pueden leer en: Duque Gómez, L. “El Estado y la Ciencia en Colombia
en el siglo XIX”. Revista de la Academia Colombiana de Ciencias. 17, nº 66, 1990, pp. 405-414.
48
Las disposiciones del museo establecían que los gabinetes y colecciones de muestras conseguidas
en Europa y recolectadas en las regiones en campos como la geología y la mineralogía deberían
organizarse de acuerdo con el método de Haüy empleado en la Escuela de Minas de París. Ver:
Rodríguez, Op. cit. p. 101.
49
Cuerpo de leyes. Op. cit., pp. 102-103. Sobre la legislación del siglo diecinueve en sistemas de medi-
ción, ver los comentarios muy útiles de S. Kalmanovitz, “Constituciones y crecimiento económico
en la Colombia del siglo XIX”. Revista de Historia Económica 26, nº 2, 2008, pp. 205-242.

204
Élites, medidas y Estado en Colombia en la primera mitad del siglo XIX

ingeniería y exploración del territorio. Sectores esclarecidos del gobierno y la


élite estaban al tanto de las ventajas que este recurso de política pública tenía en
el posicionamiento internacional de las jóvenes repúblicas. En consecuencia, la
opción del gobierno por las medidas tradicionales no parece haber respondido
a un simple prurito conservador o al desconocimiento de lo que significaba la
adopción del sistema francés en la racionalidad del nuevo régimen.
Hay una anécdota bien reveladora a este respecto aún si no disponemos de
los documentos que la avalen completamente. En la parte de sus memorias
como encargado de negocios en París entre 1866 y 1868, Aníbal Galindo50
se refiere al encuentro que sostuvo con Charles Émile Laplace, hijo de Pierre
Simon, el matemático y astrónomo cuyo nombre apareció asociado al co-
mienzo de este trabajo con el empleo de funciones logarítmicas y las prime-
ras prácticas de metrización de Caldas y sus alumnos. Recordemos de paso
que el “célebre Laplace” al que se refiere Caldas en el Semanario de 1809, debe
ser ante todo el autor de la “Mecánica celeste”, la obra que perfeccionaba el
sistema del mundo newtoniano, y que resumía el estado de arte de la astro-
nomía de la época51. Pero no es improbable que Caldas también estuviera en-
terado de que Laplace había hecho parte en 1790 del comité de la Academia
encargado por primera vez, junto con Lagrange y Monge, de la concepción y
adopción de un sistema de pesos y medidas basado en el metro como unidad.
En los años siguientes Laplace se destacaría como uno de los savants más
comprometidos con la difusión del SMD en Francia. La lección (9ª.) del 30
de abril de 1795 en su curso de matemáticas de la École Normale Supérieure
es una de las primeras exposiciones del SMD en una institución educativa:
Interrumpo hoy el orden de las lecciones de matemáticas para informarles
sobre el sistema de pesos y medidas que acaba de ser definitivamente de-
cretado por la Convención nacional. Uno de los objetos más útiles que los
ocuparán cuando retornen a sus departamentos será hacer conocer a sus
conciudadanos y especialmente a los institutores de las escuelas primarias,
este beneficio de las ciencias y la revolución. Voy entonces a exponer aquí su
importancia con el debido detalle52.

50
Galindo, A. Recuerdos históricos: 1840-1895. Bogotá: Imprenta de la luz, 1900, consultado 1
noviembre, 2013, http://www.lablaa.org
51
Ver la nota 34 sobre la dedicatoria de von Humboldt a Laplace en tanto “ilustre autor de la Mecánica
Celeste”.
52
Laplace, P. S. “De la variation de la pesanteur à sa surface, quelques mots sur la mesure qui en a
été faite par les académiciens français, et du système des poids et mesures qui en résulte”. Revue
scientifique et industrielle 1, 1840, pp. 139-149. La novena lección de Laplace fue publicada con notas
del editor en J. Dhombres, L’École Normal de l’An III. Leçons de Mathématiques. Laplace, Lagrange,
Monge. París: Dunod, 1992, pp. 117-124. Originalmente apareció como “cinquante-unième séance
(en) Mathématiques (de) Laplace, Professeur” Séances des Écoles Normales 5, pp. 201-219.

205
Luis Carlos Arboleda

Efectivamente la lección 9ª es una exposición completa sobre la consti-


tución del SMD: las mediciones, observaciones astronómicas y experiencias
geofísicas que permitieron su reciente introducción; la característica funda-
mental del metro como unidad de medida objetiva y natural que lo distin-
gue de la subjetividad de la antigua toesa; la decimalización del metro y la
conformación de la escala de múltiplos y submúltiplos; la correspondencia
de las distintas unidades de medida de longitud, área, volumen, capacidad,
peso y monedas que constituye al SMD en medida universal; la nomenclatu-
ra sencilla y uniforme del sistema que tiene la ventaja de “aliviar la memoria
y simplificar la lengua del comercio, aquella que entre todas las lenguas debe
ser la más fácil y la más clara”.
Laplace expone igualmente las razones que permitían confiar en que este
sistema fuera adoptado no solamente en Francia sino en todas las demás
naciones. Para ello era necesario superar los obstáculos de las mentalidades
aferradas al antiguo sistema de medida. Los normalistas de la École debían
contribuir a esta tarea haciendo entender las ventajas del SMD a los institu-
tores que encerrados en sus prejuicios y hábitos podrían naturalmente verse
inclinados a rechazarlo porque venía a complicarles la vida. Las razones a
las cuales se oponían los prejuicios de las tradiciones eran, por supuesto,
las de los savants y miembros de la Convención nacional. Como ellos, La-
place creía fervientemente que la aritmética decimal y el sistema de pesos y
medidas que de ella se deduce, terminarían por imponerse por la fuerza de
las ideas: “Una vez introducidas, las nuevas medidas se mantendrán por ese
poder que, apoyado en la razón, asegura a las instituciones humanas una
eterna duración” 53. Sin embargo, esta confianza en el poder ineluctable de
las medidas racionales se debilitaría años después al constatar Laplace que
no obstante su oposición, en Francia se imponía un estado de relajamiento
en las metas de estandarización del SMD. Peor aún, su mayor desilusión fue
asistir impotente a la instauración de políticas como el decreto de Napoleón
de 1812 que legitimaban “medidas usuales en aproximación a los estánda-
res” como el sistema híbrido de medidas con base duodecimal54.
El nombre de Laplace ocupa pues un lugar importante en la historia de
la adopción del SMD en Francia y a nivel internacional. Pero también en
Colombia, si hemos de creerle al testimonio de Galindo. En la continuación
del relato de sus memorias, Émile le confió a Galindo que poco antes de su
muerte en 1825 su padre le “había dirigido al gran Libertador Simón Bolívar
53
Según la versión de la novena lección incluida al final del capítulo XIV de P. S. Laplace, “Exposition
du Systéme du Monde” (1796). Oeuvres complètes, 6e. Éd. vol. 6, París: Bachelier, 1835, pp. 85-86.
54
Hahn, R. Pierre Simon Laplace 1749-1827: A Determined Scientist.Cambridge: Harvard University
Press, 2005, p. 135.

206
Élites, medidas y Estado en Colombia en la primera mitad del siglo XIX

una memoria extensa y muy bien elaborada, recomendándole la adopción


del sistema métrico decimal en los países por él acabados de libertar” 55.
En 1828, tres años después de la muerte de Laplace y cuando se encontraba
de nuevo en Bogotá de regreso de la campaña del Perú, Bolívar le respondió
a Laplace agradeciendo el envío de la memoria. La carta, según Émile, se
hallaba cuidadosamente conservada entre los papeles de su padre, no así la
memoria; razón por la cual le solicitaba a Galindo que a su regreso a Bogotá
la buscara y le enviara una copia. El relato de Galindo da a entender a todas
luces que la memoria no apareció en los papeles de Bolívar y que probable-
mente nunca fue publicada.
Por su parte, para un personaje de la talla política e intelectual de Laplace
hijo enterarse de la suerte del documento era algo más que un asunto de
familia. Se trataba de valorar el estado de adopción del SMD a nivel inter-
nacional a finales de la década de 1860, concretamente en los países boliva-
rianos. Aunque Galindo no lo menciona, “el General, Senador y Marqués
de Laplace” jugó un papel importante en la completa restauración del SMD
en Francia. Especialmente en la comisión encargada de proponer la ley del
4 de julio de 1837 que estableció el uso exclusivo del SMD a partir del 1º de
enero de 183756.
Al evidenciar las dificultades de adopción del SMD en su propio país de
origen el anterior episodio permite igualmente aclarar los condicionamien-
tos de las políticas de nuestros primeros gobiernos republicanos en materia
de unificación de pesos y medidas según el canon del SMD, empezando por
la ley correspondiente del constituyente de 1821. Para poder contar con una
capacidad razonable de imponer en las regiones, sin mayores traumatismos,
un monopolio del orden en las pesas y medidas y garantizar un lenguaje
metrológico común en la organización social, los asuntos de gobierno, la
gestión del comercio y la economía exportadora, el estado central le apos-
taba a lo medianamente establecido: a las unidades de medidas del anti-
guo régimen como el pie y la vara de Burgos, la libra y la fanega con sus

55
Galindo, Op. cit.
56
Sobre la participación del general Laplace en la elaboración de los informes sobre esta ley y su sus-
tentación ante la Cámara de Diputados y la Cámara de Pares, ver: Bigourdan, G. Le système métri-
que des poids et mesures. Son établissement et sa propagation graduelle, avec l’histoire des opérations
qui ont servi à déterminer le mètre et le kilogramme. París: Gauthier-Villars. 1901, pp. 200, 201,
212, 220, 226, 259. Consultado 1 septiembre, 2013, http://archive.org/stream/lesystmemtri00bigo/
lesystmemtri00bigo_djvu.txt. En el catálogo de los Laplace Papers de California se registra la exis-
tencia de un manuscrito de Emile Laplace titulado “Notice sur le système métrique décimal des
poids et mesures”, circa 1864. Sería interesante estudiar la probable conexión de este manuscrito
con los mencionados informes.

207
Luis Carlos Arboleda

respectivas subdivisiones, y otras unidades tradicionales españolas como el


cahiz, el moyo y el estadal57.
Estas medidas seguramente no cumplían las características de simplici-
dad y uniformidad del canon francés y contribuían a afianzar, no a debi-
litar, los prejuicios y mentalidades contra las cuales alertaba Laplace a los
normalistas en su lección de 1795. Pero para los gobernantes y la opinión
mayoritaria de la élite colombiana de los años 1820 las medidas de la consti-
tución de 1821 sí constituían un sistema realista de unificación de los pesos
y medidas, el “lenguaje del comercio” viable y posible. Según Kalmanovitz:

La ley buscaba minimizar la subjetividad en la definición de las medidas y


estaba dirigida especialmente a comerciantes y agrimensores. Conservaba
muchas de las medidas antiguas, adicionando algunas nuevas como la “Legua
colombiana” que equivalía a seis mil varas de largo, y cuyo nombre se puede
interpretar como una manera de distinguir esta medida de otras similares que
aplicaron en otros espacios coloniales, hecho que corrobora las diferencias
que una misma medida del sistema español podía tener en distintas regiones58.

El orden del sistema de medidas en las prácticas sociales era claramente


concebido como medio para asegurar otro tipo de orden, a nivel del Estado,
el cual debía presidir la adopción del censo en la administración pública
y las políticas sobre tenencia y uso de la tierra. El mismo 11 de octubre se
promulgó una segunda ley sobre enajenación de tierras baldías. Para ello
se creaban las oficinas de agrimensura y el cargo de agrimensor de provin-
cia con las funciones de medir y levantar planos topográficos y asegurar la
objetividad de los trámites de registro de propiedad y comercio de tierras.
El estado central se aseguraba el control y monopolio de todos los regis-
tros y planos de las provincias a través del agrimensor general radicado en
Bogotá, cuyas funciones eran “levantar, recoger, rectificar y custodiar todos
los libros, mapas y cartas geográficas, topográficas e hidrográficas, de las
provincias de Colombia, de sus costas, lagos, ríos navegables, o propios para
establecimientos de utilidad pública”59.
Como parte de sus iniciativas para tratar de desmontar la estructura colo-
nial en la organización del Estado, principalmente en hacienda y economía,
el gobierno de Santander introdujo algunos cambios en el sistema de 1821.

57
“Antiguas medidas españolas”. Un listado de las antiguas medidas españolas con múltiplos y sub-
múltiplos y sus respectivas conversiones en el sistema métrico decimal. Wikipedia, La enciclo-
pedia libre, 2015. Disponible en <https://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Antiguas_medidas_
espa%C3%B1olas&oldid=81339638>.
58
Kalmanovitz, Op. cit. p. 36.
59
Cuerpo de Leyes, Op. cit. pp. 103-105.

208
Élites, medidas y Estado en Colombia en la primera mitad del siglo XIX

El 26 de Mayo de 1836 se promulgó la ley 12 “fijando i uniformando las pe-


sas i medidas nacionales” y adoptando la vara y la libra granadinas como
unidades del sistema unificado de pesas y medidas. Este sistema consagraba
como nacionales las unidades de medida coloniales, pero al mismo tiempo
éstas se definía en términos del sistema francés. Así, la vara granadina “queda
igual a ocho decímetros (ochenta centímetros), medida francesa”, y la libra
“equivale a medio kilogramo, medida francesa”. La ley contenía una “tabla de
correspondencia” que permitía expresar el resto de medidas granadinas en
sus equivalentes como múltiplos y submúltiplos del SMD60. Esta hibridación
de medidas se revelaría poco funcional, y estaba aún lejos del propósito repu-
blicano de trasformar las costumbres de medición y reemplazarlas por el cál-
culo simple y eficaz de los decimales. De hecho, la nueva ley no fue aplicada
por las subsiguientes administraciones. Los patrones de pesos y medidas que
se contrataron en el extranjero durante el gobierno de Santander permane-
cieron abandonados por años en una bodega en Santa Marta sin ser distri-
buidos a las provincias. Aparentemente ni siquiera se cumplió lo dispuesto
en el parágrafo del artículo 8º sobre la difusión restringida de estos patrones:
“Una colección completa de las pesas y medidas nacionales se depositará en
la Secretaría del Despacho del Interior, en área cerrada, y otra en el Museo
Nacional”61. La ley permaneció como letra muerta a lo largo de diez años, y
habría que esperar la primera administración de Mosquera para que volviera
a entrar en vigor cuando se comisionó a Lino de Pombo para dirigir nueva-
mente la construcción y apropiación regional de los patrones62.
Más allá de su importancia técnica como dispositivo para viabilizar la
uniformización de los pesos y medidas, los nuevos prototipos se convirtie-
ron en uno de los instrumentos del estado central para tratar de imponer
a los poderes locales y regionales el monopolio nacional de su orden. Jun-
to con las relaciones internacionales, el crédito nacional, la naturalización
de extranjeros y las tierras baldías, las políticas públicas en la unificación de
60
Ver la llamada “Recopilación Granadina”. Comp. Lino de Pombo. Recopilación de Leyes de la
Nueva Granada. Formada y publicada en cumplimiento de la Ley de 4 de mayo de 1843 por comisión
del poder ejecutivo. Contiene toda la legislación nacional vigente hasta el año de 1844 inclusive.
Bogotá: Imprenta de Zoilo Salazar, 1845, pp. 86-87, consultado el 1º septiembre, 2013: http://www.
bibliotecanacional.gov.co /recursos_user /fpineda/fpineda_505_pte1.pdf. En 1850 se ordenó la
adición de un apéndice publicado por José Antonio de Plaza, en el que se incorporaron las leyes
expedidas entre 1845 y 1850.
61
Ibíd, p. 86.
62
Helguera, L.J. The First Mosquera Administration in Nueva Granada (1845-1849). PhD Thesis,
University of North Carolina, Chapell Hill, 1958, p. 194. Ver la traducción al castellano del capítulo
6, “Educational Progress”, en Helguera “La educación durante el primer gobierno de Mosquera:
1845-1849”. Trad. Enrique Hoyos Olier. Revista Colombiana de Educación, nº 26, 1993, pp. 7-30.

209
Luis Carlos Arboleda

pesos y medidas especialmente con base en el SMD, serían objeto de un cla-


ro posicionamiento estratégico de la primera administración de Mosquera.
La decimalización adquiere un nuevo aliento con la reforma monetaria de
la ley del 2 de junio de 1846 propuesta y defendida ante el cuerpo legislativo
por Pombo, secretario de Hacienda de Mosquera entre 1845 y 1847. En este
episodio volvemos a encontrarnos con Don Lino. El joven cadete del Cole-
gio del Rosario de los años 1809 y 1810, ahora es uno de los miembros más
prominentes de la élite republicana. Con estudios de ingeniería en Alcalá de
Henares y en la Escuela de Puentes y Calzadas de París, Pombo se desem-
peñó a partir de los años 1830 como profesor de matemáticas de la Univer-
sidad del Cauca antes de comenzar una brillante carrera como funcionario
de la administración pública que alternó con periodos como representante
y senador. Fue secretario del interior y de relaciones exteriores en las admi-
nistraciones de Santander (1833 y 1836) y de Márquez (1837, 1838, 1840).
La reforma monetaria de Pombo uniformizó la ley 0.900 que ajustaba las
monedas nacionales al mismo título de “finura” o relación entre el peso de la
cantidad de oro o plata contenida y el peso de la moneda; esto es, 9 décimos
de metal puro y 1 décimo de liga. También permitió la adopción —junto con
la ley del 27 de abril de 1847 a cargo de Florentino González, de un régimen
monetario decimal que entre otras medidas introdujo el décimo y medio dé-
cimo de real y el granadino de 10 reales. Con el fin de garantizar la uniformi-
dad en los intercambios con monedas extranjeras como la francesa en arreglo
con el sistema decimal, se fijaba el peso del granadino en veinticinco gramos
del peso francés (doce adarmes y treinta y dos granos) según la ley 0.90063.
Pero la razón de fondo de estas reformas era corregir el caos monetario
generado por la legislación neogranadina posterior a 1821 con la introduc-
ción de una diversidad de monedas de oro que solo se diferenciaban de las
de la época colonial en los tipos; mientras que en las de plata se había redu-
cido la ley64. No cabe duda que con esta reforma monetaria el gobierno de
Mosquera, a través de su ministro Pombo65, demostraba estar bien al tanto
de las ventajas de la aritmética decimal en la organización de este importante

63
Obregón, G. Manual de metrología o Cuadros comparativos de las medidas y monedas extranjeras
con las nacionales granadinas. Edición oficial ordenada por el Poder Ejecutivo. Bogotá: Imprenta
del Estado, 1856, consultado 1 septiembre, 2013, http://books.google.com/
64
Roca, Meisel. “El patrón metálico”. El Banco de la República. Antecedentes, evolución y estructura,
ed. Meisel Roca, et al. Bogotá, Banco de la República, 1990, consultado 1 septiembre, 2012, http://
www.banrepcultural.org/blaavirtual/economia/banrep1/indice.htm
65
Además de Secretario de Hacienda, Pombo se desempeñó como director de tres despachos
estratégicos para la implementación del SMD durante la primera administración de Mosquera: el
Crédito Nacional, la Oficina General de Cuentas y la Casa de la Moneda.

210
Élites, medidas y Estado en Colombia en la primera mitad del siglo XIX

sector del Estado, pues además de permitirle fijar estándares de calidad para
acuñar el metálico, su nomenclatura transparente y uniforme introducía un
orden en la babelización monetaria y dotaba a los intercambios económicos
de una base segura.
Sin embargo, la aplicación de esta reforma se dio en el marco de luchas
de resistencias de los mineros y comerciantes que se oponían al monopolio
del nuevo orden de estado. Como lo ha documentado Helguera, los mine-
ros antioqueños liderados por el gobernador Mariano Ospina Rodríguez se
opusieron a la reforma al considerar que su propia fuente en la ley de 1836
(la decimalización) la hacía inaplicable66. Sus prácticas y transacciones habi-
tuales en polvo de oro se basaban en las viejas unidades de pesas y medidas.
En la Nueva Granada no había copias de los nuevos patrones asequibles
para los mineros sin costos onerosos. Al mantenerse como plazo el 1º de
septiembre de 1846 para adoptar la decimalización en las medidas, “estas
innovaciones darían lugar a disturbios ya que (los miembros de) el pueblo
de Antioquia no eran matemáticos”.
En editoriales del Antioqueño constitucional de 1846 y 1847, citados por
Helguera, se ponen en cuestión las nuevas medidas argumentando que la
nación no estaba preparada para su uso; incluso se pregunta por qué debería
la Nueva Granada imitar en todo a Francia. Ante la fuerza de su imposición
legal y dados sus beneficios indiscutibles en las prácticas de agricultura, estos
sectores refractarios al uso del SMD lo irán aceptando poco a poco con la
condición de que el Estado les permita seguir utilizando las antiguas medidas
coloniales. Esta situación era representativa de lo que ocurría en otras
provincias, en particular en Santa Marta en donde los poderosos comerciantes
criticaban, por los mismos años, al gobierno en el Semanario por cambiar las
medidas tradicionales. De manera que en los meses de agosto y septiembre de
1847, al tomar otras disposiciones dirigidas a los gobernadores ordenándoles
promover el uso del SMD como base del sistema nacional unificado de pesos y
medidas, la administración central se vio obligada a distribuir en las provincias
tablas de las medidas vigentes con sus equivalentes tanto en unidades francesas
como españolas67. Este régimen de hibridación de medidas será finalmente
sancionado como política pública en la ley de 1853 que adopta el metro como
unidad para la unificación del sistema nacional de pesos y medidas.

66
Helguera, Op. cit. p. 125.
67
Helguera, Op. cit. p. 128. La información de Helguera no ha sido suficientemente aprovechada
por los autores que se han ocupado de la decimalización monetaria en el gobierno de Mosquera
y sus acciones en pro del establecimiento del SMD en Colombia. Ver, en particular, V. M. Patiño,
Historia de la cultura material en la América Equinoccial, tomo VI: Comercio, (Bogotá: Biblioteca
científica de la Presidencia de la República, 1984).

211
Luis Carlos Arboleda

Antes de pasar a examinar este primer momento de estabilidad en la di-


fusión (restringida) del SMD en Colombia, conviene revisar algunas de las
características mencionadas sobre la política de metrización en el gobierno
de Mosquera, con base en documentos oficiales publicados en la Gaceta de la
Nueva Granada de 1847. Nos interesa evidenciar en estos eventos las dificul-
tades prácticas de implementación de la política oficial por su pretensión de
querer transformar en tan poco tiempo las costumbres del orden tradicional.
Igualmente queremos ilustrar los recursos a los que apelaba entonces el Estado
para tratar de imponer el nuevo orden venciendo las resistencias de los jefes
políticos. En todo ello quedará claro el carácter conflictivo y desfasado de la
construcción de una categoría estructuradora del orden social como el SMD.
En la Circular del 28 de julio el Secretario de Gobierno remite a los go-
bernadores las primeras colecciones de cuadros comparativos de pesas, me-
didas y monedas para que las distribuyan en las jefaturas políticas y distritos
parroquiales de sus respectivas provincias. Otra remesa de un número ma-
yor de ejemplares se enviará dos meses después, lo que muestra la inusual
diligencia de la imprenta oficial en contribuir a hacer efectiva la difusión y
apropiación del SMD en las provincias68. La circular de julio aclara que es
necesario que esto se conozca bien: “A ustedes toca adoptar las medidas con-
venientes para alcanzar a la mayor brevedad, un resultado satisfactorio69”.
Un mes después otra circular del Secretario de Gobierno volverá sobre las
acciones incluso punitivas que debían adelantar los gobernadores en cum-
plimiento de su función de vigilancia constante del cumplimiento de la ley
de pesos, pesas y medidas:
Dispone el Poder Ejecutivo que Ud. mande que por medio de las autoridades
del régimen político se invigile constantemente en el cumplimiento y ob-
servancia de la ley que arregla los pesos, pesas y medidas, y que se visiten
las tiendas, almacenes y demás lugares públicos, en donde por razón de co-
mercio deben estar provistos los particulares de las medidas, pesos y pesas
legales, para que se examinen y verifiquen, y para que se proceda contra los
infractores de las disposiciones vigentes, con arreglo a las leyes”70.

Como quiera que Mosquera había recibido informes de que la ley no se


estaba ejecutando en varias provincias por la resistencia de algunos jefes
políticos y alcaldes, la circular del 12 de agosto de 1847 ordena a los gober-
nadores dar inicio a los procedimientos de destitución de tales funcionarios:

68
Circular del 22 de septiembre del Secretario de Gobierno a los Gobernadores publicada en: Gaceta
de la Nueva Granada (GNG), no 916, 30 septiembre, 1847, p. 647.
69
GNG, Nº. 902, 12 de agosto de 1847, p. 526.
70
GNG, Nº. 903, 15 de agosto de 1847, p. 529.

212
Élites, medidas y Estado en Colombia en la primera mitad del siglo XIX

Los empleados del ministerio público, encargados de promover el cumpli-


miento de las leyes, deberán perseguir judicialmente a los que resistan y no
cumplan las disposiciones legales y ejecutivas en esta materia, y usted no so-
lamente les hará prevenciones, sino que suspenderá a los que no cumplen en
tanto si son miembros del ministerio público, como si fueren empleados del
régimen político, y los sujeterá al juicio a que haya lugar dando cuenta a este
Despacho para conocimiento del Poder Ejecutivo, y para resolver su remoción.

Pero, de otra parte, la circular es persuasiva frente a aquellos actores so-


ciales que acogiéndose a la ley no obstante no la aplican de manera completa
por incomprensión de los procedimientos de decimalización en el cálculo
de ciertas medidas. Una vez expone con base en ejemplos los procedimien-
tos para construir patrones de decimalización de varias medidas de capa-
cidad y volumen con el fin de disipar las dudas existentes, instruye a los
gobernadores para que el texto de la circular con estas explicaciones “no
solamente se publique en todos los distritos parroquiales, sino que se lleve
a puro y debido efecto en ellos, construyéndose los patrones de todo género
en los lugares en que no los haya y deben hacerse construir con arreglo a la
ley”. Y por último conmina a los gobernadores a su cumplimiento en los si-
guientes términos: “Espero que usted dará cuenta cada dos meses del modo
como se ha adelantado y cumplido el establecimiento del nuevo sistema de
metrología granadino, y las medidas más eficaces que crea usted oportunas
para llevarlo a efecto”.

La implantación del sistema métrico decimal


en la década de 1850, entre el dualismo de la ley
y el rigor aritmético de la élite

A veces se da por hecho que la ruptura definitiva con el sistema espa-


ñol de pesos y medidas, por lo menos de manera formal, se dio con la ley
del 8 de junio de 185371. Sin embargo, el texto de adopción oficial del SMD
todavía autoriza que en las transacciones no oficiales se puedan continuar
realizando prácticas de intermediación y reinterpretación de las nuevas uni-
dades de medida con las antiguas medidas españolas. En virtud del primer
artículo se adopta “el sistema métrico decimal francés para todos los actos
y efectos oficiales”. En el artículo tercero se determina que “(desde) el día
primero de enero de 1854 no se usará en los actos oficiales de otros pesos,
pesas y medidas que los que se establezcan conforme al sistema decimal
indicado”. El ejecutivo se fijaba este plazo para fabricar los patrones de pesas

71
Kalmanovitz, Op. cit. p. 37.

213
Luis Carlos Arboleda

y medidas que debían distribuirse a las provincias y localidades para hacer


efectiva la implementación de la ley. En el artículo 4º se aclara el por qué de
la insistencia en que la adopción del sistema métrico valía únicamente para
los actos oficiales: “Los particulares pueden emplear en sus transacciones los
pesos y medidas que a bien tengan”72.
Antes hemos visto que en la administración de Mosquera la implementa-
ción de la decimalización monetaria y el SMD se enfrentó a incomprensio-
nes prácticas y luchas de resistencia en las provincias por parte de mineros,
comerciantes y agricultores. De manera que en las condiciones precarias en
que todavía se hallaba el Estado a comienzos de los años 1850 para ejer-
cer el monopolio del poder frente a las provincias, parece que el legislador
prefirió proceder con cautela atendiendo los reclamos de los jefes políticos
por un manejo dual de los órdenes antiguo y nuevo de medida. La ley con-
cede entonces que los ciudadanos pueden continuar utilizando libremente
las unidades de medida tradicionales con tal de someterse al orden de la
metrización cuando las transacciones privadas requieran de formalización
oficial sea en asuntos de gobierno, en la gestión del comercio o en la eco-
nomía exportadora. Para implementar el orden dual de medidas, como en
la administración de Mosquera, los ciudadanos dispondrán de cuadros de
conversión de “medidas granadinas” en “medidas francesas” con sus apli-
caciones pertinentes a las actividades sociales y económicas. Estos cuadros
hacían parte de la circular dirigida a los gobernadores de las provincias re-
mitiéndoles la ley y el decreto orgánico.
El tono de la circular es persuasivo y busca ostensiblemente granjearse el
apoyo de los jefes políticos en tres asuntos que eran motivo de discordia des-
de la vigencia de la ley de 1836. Frente a las quejas de que el nuevo sistema era
artificial e incomprensible con respecto al antiguo, todavía vigente, la circular
muestra que tanto la vara como el metro se definen como partes alícuotas del
meridiano terrestre. Es decir, que ambas unidades de medida son invariantes,
objetivas y comparables. Frente a la objeción de que se estaba imponiendo en
el país un orden de medida de origen francés, la circular argumenta que la
ventaja principal del sistema métrico, su claridad y sencillez, consistía en su
fundamento en las fracciones decimales, una teoría clara, simple y uniforme,
a nivel de su nomenclatura y de su estructura. Si Francia lo adoptó desde

72
Ley del 8 de junio de 1853. Gaceta Oficial, Nº. 1548, 16 junio, 1853, p. 501. Ver el folleto: Sistema
Métrico Decimal de la Nueva Granada. 1853 que contiene la ley del 8 de junio de 1853, el Decreto
orgánico del sistema métrico decimal del 1º de julio de 1853, la circular relativa al decreto anterior
de la misma fecha, un par de “Cuadros métricos” con las equivalencias de pesos y medidas
granadinas en el SMD francés y una sección con ejemplos de aplicación de estas conversiones a
situaciones prácticas.

214
Élites, medidas y Estado en Colombia en la primera mitad del siglo XIX

1791 fue precisamente porque por años “había experimentado todos los in-
convenientes de un régimen complicado y arbitrario” como el que derogó la
ley de 1853 y su decreto orgánico. La circular explica mediante una tabla que
la escala de múltiplos y submúltiplos, y la nomenclatura de la metrización
decimal eran más armónicas y uniformes que las medidas anteriores. En fin,
frente a la crítica de las provincias de que el gobierno no estaba preparado
para hacer operativa la ley al no poder garantizar la distribución oportuna
de copias de los nuevos prototipos sin costos excesivos para los usuarios, la
circular del 1º de julio firmada por el Secretario de gobierno Rafael Núñez
concluía con una promesa de dudoso cumplimiento:
El poder ejecutivo dispondrá cuanto antes la fabricación de las correspon-
dientes pesas y medidas; y tan luego como esto se verifique esta Secretaría
hará de ellas la conveniente distribución, a fin de que desde el día 1º de enero
próximo comience a regir, en todas sus partes, el decreto orgánico del sistema
métrico nacional.

Con todo y ello, esta argumentación en pro del nuevo sistema no pasaba
de ser un discurso probablemente razonable pero nada práctico, pues la ley
abría la puerta para que se mantuvieran las costumbres de aplicar las medi-
das vigentes y para que el SMD no fuera adoptado como un imperativo en
todos los actos públicos y privados de la república. Es cierto que la circular
hablaba en términos del “sistema métrico nacional”, pero el artículo 4º de
la ley relativizaba el alcance de la metrización de medidas como política de
Estado, y permitía que el metro fuera tenido en cuenta solo como referente
para las equivalencias con las medidas granadinas de uso consuetudinario.
La ley no se proponía crear condiciones para garantizar la “nacionalización”
del sistema francés, propiciando por ejemplo la búsqueda de un estado de
equilibrio en la uniformidad y universalidad del uso de la nueva unidad en
las prácticas de medida en los territorios y comunidades. Por ello tal vez era
más apropiado el concepto de “sistema métrico oficial de la República” em-
pleado en el artículo 1º del Decreto orgánico.
No hay nada en este proceder que resulte extraño. La historia de la difu-
sión y apropiación de teorías científicas en los siglos XVIII y XIX nos mues-
tra que la nueva opción teórica representada por ejemplo en un texto de
física de newtoniana (o el SMD basado en la aritmética decimal) tuvo que
interactuar con condiciones específicas del medio local (intermediaciones
con otros sistemas teóricos o reinterpretaciones), para poder conquistar un
mínimo consenso favorable. Luego tuvo que recorrer un largo trecho para
convertirse en opinión paradigmática estable y consistente, capaz de funcio-
nar como pensamiento vivo en la sociedad. Es por ello que la explicación

215
Luis Carlos Arboleda

histórica de la manera como un discurso científico o un texto se localizan


en la periferia se convierte en una metodología privilegiada para reconstruir
nuestra historia cultural y científica en un período determinado73.
A pesar de su alcance restringido, la ley de 1853 es un discurso prescrip-
tivo sobre la metrización del estado en la sociedad colombiana. Pero este
discurso no fue el único vehículo de difusión del SMD en Colombia. Al lado
suyo es necesario considerar otros discursos académicos originados en sec-
tores ilustrados de la sociedad con autonomía relativa frente a las políticas
de estado. Hay que recordar que por la misma época en que se estableció
esta normativa oficial ya existía un acumulado de casi medio siglo de prác-
ticas discursivas sobre el SMD como sistema teórico conceptual y aplicacio-
nes a prácticas públicas y privadas de medición.
Antes hemos considerado el significado de la circulación en el país de
textos en física y ciencias naturales como el de Haüy que contenían exposi-
ciones parciales del SMD y que, además de despertar el interés en nuestras
élites sobre la conveniencia de introducir el sistema francés, favorecieron la
elaboración de las primeras valoraciones sobre su importancia social y po-
lítica. En este mismo sentido hay que destacar las lecturas privadas de obras
extranjeras y nacionales que fueron vectores de transmisión y de creación de
una opinión favorable al SMD en el país. La más importante fue el un texto
de aritmética publicado por Silvestre-François Lacroix 74 que llegó en forma
temprana a España y a sus antiguas colonias en América, en particular a la
Nueva Granada, precedido de la fama de servir en la enseñanza en las ins-
tituciones educativas de Francia. Dado el número de ejemplares que aún se
conservan en nuestras bibliotecas en distintas ediciones (sean del original o
de su traducción al español por Rebollo y Morales), esta obra fue sin duda es-
tudiada por nuestros letrados a nivel particular y muy seguramente expuesta
de alguna forma en sus actividades de enseñanza de la aritmética en los es-
tablecimientos de Bogotá y las provincias75. Algunos de estos letrados bien
pudieron ser Lino de Pombo y Aimé Bergeron en sus cursos de aritmética
en el Colegio Militar (1847-1854) que dieron lugar a la primera cohorte de

73
Arboleda, Acerca del problema de la difusión científica en la periferia. Op. cit.
74
Lacroix, Silvestre-François. Traité élémentaire d’Arithmétique. París: Courcier, 1797. Hasta 1848
se reportan al menos veinte ediciones revisadas y corregidas en francés. Es el primer volumen
del Cours élémentaire de Mathématiques pures, que incluyó otros volúmenes en Álgebra (1800),
Geometría (1799), Trigonometría rectilínea y esférica, y aplicaciones del Álgebra a la Geometría
(1798). El análisis de cada uno de estos volúmenes se encuentra en: Lacroix, Essai sur l’enseignement
en général et sur celui des mathématiques en particulier. París: Courvier, 1805.
75
El más reciente de los autores que comentan la divulgación en Colombia de Lacroix a lo largo del
siglo XIX y hasta el primer tercio del siglo XX es Poveda Ramos, 2012, pp. 31-42, 281-283.

216
Élites, medidas y Estado en Colombia en la primera mitad del siglo XIX

textos modernos de aritmética publicados en Colombia76. Recordemos que


el Colegio Militar fue una de las joyas de la corona de la administración
Mosquera. El Colegio fue creado en 1847 mediante una ley concebida y tra-
mitada por el mismo Pombo con el propósito de formar “la élite de oficia-
les científicamente preparados para el escalafón general, para el cuerpo de
ingenieros, la artillería, la caballería, la infantería y los ingenieros civiles”77.
Así mismo, además de liderar proyectos de exploración científica del terri-
torio y desarrollo de la infraestructura nacional, estos hijos distinguidos de
las familias neogranadinas ocuparían poco después posiciones destacadas
en la administración pública y serían responsables de reproducir el ciclo de
la formación de ingenieros matemáticos en las instituciones republicanas78.
A comienzos de los años 1850 el texto de Bergeron era de obligada re-
ferencia en los estudios de “aritmética razonada” en establecimientos edu-
cativos como el Liceo de Familia en donde se formaba lo más destacado de
la élite bogotana bajo la orientación de profesores que a su vez habían sido
ex presidentes, próceres o hijos de próceres de la República. El responsable
de esta enseñanza era el director del plantel, Antonio B. Cuervo, hijo Rufi-
no Cuervo, Vicepresidente de la República en la primera administración de
Mosquera. Se sabe por el folleto de invitación al certamen, que los alumnos
de Cuervo que se presentaron al examen de final de curso de 1856 debieron
dar cuenta de los contenidos de la aritmética de Bergeron. También se sabe
que el panel de examinadores estaba presidido por Lino de Pombo y que de
él hacían parte dos ingenieros graduados del Colegio Militar, Ramón Guerra
Azuola y Indalecio Liévano79.
76
Ver Bergeron, A. Lecciones de Matemáticas. Parte primera: Aritmética. Bogotá: Imprenta de Ancízar,
1848; y de Pombo, Lino. Lecciones de Aritmética y Álgebra. Bogotá: Imprenta de la Nación, 1858.
77
Helguera, Op. cit.
78
El capítulo seis de la tesis de Helguera La educación durante el primer gobierno de Mosquera sigue
siendo una referencia obligada sobre el periodo fundacional del Colegio Militar (1848-1854).
Entre los estudios históricos más recientes con información actualizada sobre esta primera etapa
del colegio, la formación de Pombo y su función en la enseñanza de las matemáticas, se destacan
Poveda Ramos, G. Historia de las Matemáticas en Colombia. Medellín: Ediciones Uniaula, 2012;
Sánchez, C. H. Los ingenieros-matemáticos colombianos del siglo XIX y comienzos del XX. Las
tesis para ser profesor en ciencias matemáticas. Facultad de Matemáticas e Ingeniería 1891-1903.
Bogotá: Universidad Nacional, 2007; y Sánchez C. H. y Albis, V. “Historia de la enseñanza de las
matemáticas en Colombia. De Mutis al siglo XXI”. Quipu, Revista Latinoamericana de Historia de
las Ciencias y de la Tecnología 14, (2012): 109-157.
79
Ver el impreso: Índice de exámenes de los alumnos del “Liceo de Familia, en Helguera Collection of
Colombiana. Otro documento a consultar en esta colección son los Certámenes de la Universidad
del Magdalena y del Istmo. En el certamen del 13 de diciembre de 1838 los alumnos de aritmética del
profesor José Dionisio Araujo expusieron conclusiones sobre el sistema decimal y sus aplicaciones
al nuevo sistema de medidas o métrico.

217
Luis Carlos Arboleda

Como ocurrió en otros países de Iberoamérica los primeros textos


autóctonos de aritmética siguieron el enfoque del libro de Lacroix en lo
concerniente a sustituir las complicadas operaciones con fracciones de
denominadores diferentes por la exposición de la teoría de la aritmética
decimal, para luego deducir de esta teoría las reglas y aplicaciones del SMD.
Tanto Bergeron como Pombo adoptan en sus obras la siguiente presentación
de Lacroix que era corriente en los círculos matemáticos de los letrados a
finales de los años 1840: “Una vez que se hayan desarrollado suficientemente
los procedimientos del cálculo con fracciones decimales, corresponde
mostrar su aplicación a las cuestiones más corrientes en las relaciones sociales,
cuyos elementos se encuentran en las diversas partes del sistema métrico”80.
Así mismo, los criollos compartían sin duda la confianza que expresaba
los Essais en que el poder ineluctable del orden racional, característico de
las nuevas medidas, terminaría por imponerse a los prejuicios arraigados
en las malas costumbres debidas al uso de las antiguas medidas81. Esta
idea tenía mucha fuerza desde el mismo momento de adopción del SMD
por la república. Ya hemos visto que Lalande se había manifestado en los
mismos términos en su lección de 1795 de la École Normale Supérieure.
Tal vez estos mismos criollos letrados, dado el papel social de “patricios”
republicanos que Helguera les ha asignado82, no estarían lejos de compartir
la interpretación de Lacroix sobre las luchas de resistencia interpuestas en
Francia por los sectores no letrados de campesinos, mineros y comerciantes
a la implantación del SMD:
Jamás podría creer que no sea una notoria mala voluntad respaldada en
asociaciones de ideas tan extrañas y perjudiciales a los progresos de la ra-
zón, lo que ha ocasionado todas las resistencias que ha enfrentado el esta-
blecimiento de las nuevas medidas. […] Ignoro cuál será la suerte definitiva
de esta institución (SMD) basada en los progresos de la Astronomía y de la
Física, y que muchas gentes se obstinan en clasificar entre los revoluciona-
rios con los cuales no tiene no obstante ninguna relación ni por las cosas
ni por los hombres, pero considero un deber de todos quienes confían en

80
Lacroix, Essais sur l’enseignement en général et sur celui des mathématiques en particulier. París:
Bachelier, 1816, pp. 236-237, consultado 1 septiembre, 2013, sitio web de Gallica - BNF. http://
gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k107598s
81
Ibíd. (1805).
82
Helguera, The First Mosquera. Op. cit. p. 71. Según Helguera el número de “ciudadanos” en todo el
país (la designación corresponde a la Constitución de 1843 elaborada por Mosquera) no habría sido
mayor de diez mil si se tiene en cuenta la participación política anual en la década 1843-1853. De
manera que un término tal vez más apropiado para referirse a los miembros de la élite no monárqui-
ca neogranadina era el de “patricios”, en un sentido parecido a la ciudadanía en la república romana.

218
Élites, medidas y Estado en Colombia en la primera mitad del siglo XIX

el avance de las ciencias y de la razón, combatir hasta donde sea posible


por la conservación y propagación de una reforma vivamente deseada y
finalmente alcanzada83.

Como quiera que sea, el libro de Bergeron implementa el enfoque


aritmético de Lacroix con un tratamiento teórico incluso más avanzado
cercano a la presentación de los textos actuales. Después de las cuatro
primeras lecciones consagradas básicamente a la aritmética de los enteros
seguida por la aritmética de los quebrados o fracciones, Bergeron explica
en la lección quinta los llamados “números complejos” que define como
“aquellos que tienen varias especies de unidades dependientes las unas de
las otras, según una ley diferente a la decimal. Por ejemplo, 15 pesos 7 reales
18 maravedizes, o 11 toesas 5 pies 9 pulgadas 11 líneas 7 puntos”. Aclara que
estas subdivisiones pertenecen al sistema unificado de pesos, pesas y medidas
granadinas de la ley del 25 de mayo de 1836 con la tabla correspondiente
de equivalencias en medidas españolas. “Pero como la tendencia es hacia
el sistema adoptado en Francia no expondremos aquí sino este sistema”84.
Sin embargo, antes de pasar a exponer la aritmética decimal con base en
la cual explicará el sistema francés en la lección siguiente, Bergeron cree
conveniente presentar las cuatro operaciones aplicadas a los números
complejos, tal vez con el ánimo de resaltar la economía de pensamiento y
la conveniencia en las aplicaciones que representan las fracciones decimales
con respecto a las fracciones comunes, y lo adecuado del SMD comparado
con las medidas granadinas y españolas. En ello Bergeron parece seguir a
Lacroix quien a su vez retomaba las ideas de Laplace sobre la uniformidad
y aplicabilidad del sistema decimal comparado con la complejidad y
artificialidad de los anteriores, en su lección de 1795.
La racionalidad de este sistema unificado y su naturaleza invariante se-
rían resaltadas años después por Pombo al explicar el SMD en sus Lecciones
de aritmética y álgebra:
(n)ada deja que desear un sistema de pesas y medidas sencillo y elegante,
en que todo está relacionado armoniosamente con una base bien definida,
invariante y única; en que las subdivisiones o aglomeraciones sucesivas son
uniformes y adaptadas al cálculo decimal aritmético, y cuya nomenclatura se
limita a la fácil combinación de unas pocas palabras85.

83
Lacroix, Essais sur l’enseignement. Op. cit. p. 240.
84
Bergeron, Op. cit. pp. 42-43.
85
Pombo, Lecciones de aritmética. Op. cit.

219
Luis Carlos Arboleda

El SMD y sus aplicaciones conforman los capítulos 7º y 8º de la primera


parte de las Lecciones. La presentación se deduce claramente de la teoría de
representación de los números (racionales) mediante fracciones decimales.
Según el prólogo, se trataba de disponer de un texto autóctono de referencia
en la enseñanza de unos contenidos básicos en aritmética y álgebra que,
de acuerdo con la tradición formativa del Colegio Militar, permitiera supe-
rar la enseñanza empírica, rutinaria y memorística prevaleciente en el país.
En la divulgación de la aritmética decimal con sus aplicaciones al SMD, se
debía utilizar un esquema que articulara lógica y método con contenidos
útiles. Este esquema era necesario para la “regeneración constitutiva de la
República y el desarrollo de su industria”. En consecuencia, una tarea de la
mayor importancia era contribuir a la elaboración de textos con este enfo-
que de enseñanza aplicado a las condiciones del contexto colombiano.
Es interesante tener en cuenta que a diferencia de la aritmética de Berge-
ron que trata de manera marginal la legislación granadina sobre unificación
de pesos y medidas, el capítulo que las Lecciones de Pombo consagran al SMD
francés está precedido de una noticia sobre la legislación de pesos, medidas y
monedas en Colombia entre 1836 y 1857. Como ingeniero, profesor de mate-
máticas, estadista y autor de la primera recopilación de leyes de la República,
Pombo comprendía bien la conveniencia de integrar en un mismo texto la
explicación de los contenidos aritméticos del SMD, y las condiciones nor-
mativas que legitimaban su aplicación en los asuntos de la administración
pública y de las prácticas sociales y económicas. Por lo demás, éste estilo de
presentación del SMD en cierta medida era compartido por otros textos de
aritmética como el de Fray Tomás Mora Sánchez que tuvo una gran difusión
en el país y el extranjero86. Según parece la obra se publicó originalmente en
La Habana en 1818 pero solo se conoció en el país a partir de 182687.

86
Mora Sánchez, T. Elementos de Aritmética integral, decimal y comercial escritos según el método ma-
temático para el uso de la juventud granadina. Con noticia y tablas de todas las medidas de Francia,
Inglaterra y España. Bogotá: José A. Cualla, 1834. La obra tuvo una edición en París, Mora Sánchez
(1859), en la cual la presentación de la aritmética no estaba restringida al uso de la juventud gra-
nadina. Ver: Hidalgo, D. Diccionario general de bibliografía española, v. 5. Madrid: Imprenta de las
escuelas pías, 1862-1881, p. 298.
87
Estos datos se encuentran sin mayor soporte documental en la noticia biográfica de Mora Sánchez
en: Mesanza, A. y Ariza, A. Bibliografía de la Provincia Dominicana de Colombia. Caracas: Uni-
versidad Católica Andrés Bello, 1981. En la página 96 los autores afirman: “No sabemos su lugar
de nacimiento. Era conventual de Cartagena en 1816, donde fue procesado por Morillo como
patriota. En 1828 vivía en casa particular en Santa Fe, y allí ocultó a (Pedro) Carujo después de la
nefanda noche septembrina (25 de septiembre de 1828). En 1829 estaba en Cartagena. Al tomar el
Convento (1832) el obispo para su curia, el P. Mora continuó viviendo en Corozal, donde fundó y
regentó un Colegio, hasta su muerte (27 de noviembre de 1845)”.

220
Élites, medidas y Estado en Colombia en la primera mitad del siglo XIX

Este texto es un caso particularmente interesante de la disposición ma-


nifiesta del autor y de los editores responsables de las sucesivas reimpresio-
nes, de adecuar la producción intelectual a los nuevos requerimientos de la
política de metrización del Estado, para convertirla en un dispositivo más
eficiente en la formación de opinión favorable a tal política. Anotemos de
paso que esta actitud representa un cambio de pensamiento en la represen-
tación de la élite sobre la introducción del SMD en el país, pues contraria-
mente a los discursos retóricos de los años 1810 que proclamaban adoptar el
nuevo sistema sustituyendo a toda costa las tradiciones culturales iletradas
en el uso de las medidas antiguas, los textos autóctonos se preocupan por las
condiciones que hagan posible la instalación del primero en interacción con
las segundas. Esto es lo que, en particular, parece explicar las reimpresiones
de la aritmética de Mora Sánchez.
La primera reimpresión fue publicada por José A. Cualla en Bogotá en
1834, bajo el seudónimo de “un amigo de su educación”. La segunda se debe
también a Cualla, y fue publicada en 1839 sin variaciones aparentes con res-
pecto a la anterior. La cuarta de Vicente Lozada apareció en Bogotá en 1847
dos años después de la muerte Mora Sánchez, y a partir de entonces éste
aparecerá identificado como autor del texto. Hasta la quinta reimpresión de
1852 no hay diferencias sustanciales en la presentación de los contenidos
aritméticos, al menos en cuanto a la aritmética decimal. Tampoco en el mé-
todo: se empieza por enunciar la regla aritmética, luego se consideran uno o
varios problemas relacionados con la regla, a continuación se hace evidente el
enunciado a través de la “resolución” y se pasa por último a la “demostración”.
Las diferencias en las reimpresiones tienen que ver con la necesidad de in-
sertar los sucesivos cambios en las disposiciones nacionales en materia de
unificación de pesos y medidas hasta la adopción oficial del SDM. Los ajustes
se advierten igualmente en las aplicaciones de las reglas aritméticas a situa-
ciones concretas y en los anexos con las tablas de las correspondientes equi-
valencias de la “metrología granadina” con las medidas internacionales.
Sin embargo, existe una cuarta reimpresión por N. Gómez en 1857 en la
cual se introducen “correcciones de un inteligente” que están hechas con la
evidente intención de hacer más clara y simple la presentación de los conte-
nidos aritméticos en el nuevo contexto de adopción oficial del sistema mé-
trico decimal. Así por ejemplo, se integra al cuerpo de la exposición teórica
de la aritmética decimal un aparte sobre fracciones periódicas y fracciones
continuas que en las ediciones anteriores aparecía en un apéndice al final.
También se actualiza el aparte de la edición de 1852, subsiguiente a la “me-
trología granadina”, cuyo título de “sistema decimal” se reemplaza por el
más preciso de “sistema métrico decimal”. La presentación del SMD en la

221
Luis Carlos Arboleda

edición de 1857 se acompaña de tres cuadros y una tabla tomados de autores


franceses. A semejanza de los cuadros de la circular de la ley de 1853, están
elaborados para explicarle al lector de manera concisa las propiedades del
SDM, contribuir a su mejor aceptación y favorecer su aplicación al menos en
los usos oficiales. Al presentar la correspondencia del SMD con las medidas
granadinas en ambos sentidos, los cuadros destacan la sencillez y claridad
del SMD en su conjunto, y visualizan las ventajas del nuevo sistema con res-
pecto a los antiguos en materia de nomenclatura y uniformidad de múltiplos
y submúltiplos. El apéndice recuerda que en 1857 la enseñanza del SMD ya
“es obligatoria en todas las escuelas de la provincia de Bogotá en virtud de lo
dispuesto por la ordenanza 15, (por lo cual) su estudio ha venido a ser una
necesidad indispensable” (Apéndice, p. V).
Para concluir con esta parte del ensayo dedicado a presentar las moda-
lidades de introducción de la teoría y práctica del SMD en los textos co-
lombianos de aritmética en la década de 1850, falta reseñar el más célebre
de ellos, el Tratado de Aritmética88. Liévano fue el primero de los egresados
del Colegio Militar en continuar la empresa de escritura de textos iniciada
por sus maestros Bergeron y Pombo. Esta era su respuesta al reto planteado
por Pombo en 1850 en sus Lecciones de geometría, de comenzar a “escribir
textos adecuados para la enseñanza o solitario aprendizaje de varios ramos
de las matemáticas puras en su estado actual de adelanto, (…en una) época
en que principia a estar en boga en el país el estudio reflexivo de las cien-
cias exactas”89. El Tratado de Aritmética de Liévano resume su experiencia
docente en el Colegio de San Bartolomé, y desarrolla el plan de la obra que
había concebido en sus años de alumno del Colegio Militar. En el prefacio
se reconocen las nuevas circunstancias del contexto educativo republicano
en las que se sitúa el texto. La dedicatoria a Pombo, el ingeniero matemáti-
co entonces mejor situado en el campo del Estado, trata de emular con el
“patriota filósofo” en sus designios de formar a la juventud en aritmética y
coadyuvar a su “celo patriótico y filantrópicos deseos”. Pero también refleja
su búsqueda de legitimidad social y de ascenso social en la élite a través
del conocimiento. De ahí que la retórica de gratitud al maestro se combine
con su manifestación de lealtad a la República. En sus Lecciones de aritméti-
ca y álgebra publicadas poco después, Pombo otorgará la sanción esperada
por su alumno90. Al trazar en las Lecciones de aritmética y álgebra el perfil
del matemático de la república, Pombo presenta a Liévano como el joven

88
Liévano, Indalecio. Tratado Elemental de Aritmética. Bogotá, Imprenta de Echeverría, 1856.
89
de Pombo, Lino. Lecciones de geometría analítica. Bogotá: Imprenta de El Día, 1850.
90
de Pombo, Lino. Lecciones de aritmética y álgebra. Bogotá: Imprenta de la Nación, 1858.

222
Élites, medidas y Estado en Colombia en la primera mitad del siglo XIX

instruido autor del ingenioso tratado de aritmética que le presta un me-


ritorio servicio al país. Como muestra de la originalidad del pensamiento
aritmético de Liévano, las Lecciones incluyen en anexo dos proposiciones de
Liévano sobre propiedades de mínimo común múltiplo y máximo común
divisor de la clase de fracciones irreductibles.
Igualmente Liévano hace evidentes en el Tratado los ideales y moti-
vaciones matemáticos que, de acuerdo con el nuevo espíritu de la época,
fundamentan el entramado discursivo de la aritmética. Ideal de rigor en la
exposición de las propiedades de los números y operaciones mediante el
razonamiento deductivo. Ideal de simplicidad en la explicación y en la es-
trategia comunicativa: “He sido algo lacónico en algunos puntos; pero esto
ha sido precisamente porque creo que así conviene en los tratados elemen-
tales que han de servir de guía en la enseñanza.” Ideal de originalidad en el
enfoque “enteramente diferente al rumbo ordinario seguido por todos los
autores”. Esta originalidad se aclara en el aparte que se refiere a las “notabi-
lidades” de la obra: 1º Una presentación exhaustiva de la teoría de número y
cantidad, 2º La simplificación de la división de enteros, 3º La generalización
de las cuatro operaciones, y 4º La teoría de las cantidades inconmensurables.
Es necesario aclarar que en la presentación grosso modo deductiva de
los contenidos de la aritmética el Tratado contiene un procedimiento para
construir números irracionales a partir de los racionales. Es la “notabilidad”
número cuatro de la “teoría de las cantidades inconmensurables”. Liévano
precede esta exposición con las otras tres “notabilidades” que se expresan
en una reflexión conceptual sobre los objetos y técnicas constructivas in-
volucrados en su teoría (número, cantidad, variación, magnitud, conjunto,
continuo, infinito). Pero el pensamiento de Liévano oscila entre un razona-
miento positivo dirigido a caracterizar las propiedades matemáticas nuevas
del objeto que se propone construir (los números inconmensurables), y un
discurso escolástico que trata de conducir ese razonamiento a las especula-
ciones ontológicas y sustancialistas. En todo caso, la propuesta de Liévano
rompe con la tradición aritmética consistente en restringir el número a una
relación entre magnitudes homogéneas.
Igualmente hay que reconocer que Liévano introduce un nuevo estilo de
enseñanza del SMD. En la lección VII del tratado, formula una especie de
criterio epistemológico para justificar la escogencia de un sistema de medidas
entre otros posibles: el nuevo SMD debe poder deducirse lógicamente, ya
no tan solo de la aritmética decimal, sino de una aritmética del continuo.
Con este criterio Liévano quiere distinguir su presentación conceptual del
SMD de otras publicaciones con sello oficial para la difusión empírica de
los saberes y técnicas de medición del SMD en el campo de organización

223
Luis Carlos Arboleda

del Estado91. Pero también lo diferencia del propio enfoque del SMD empleado
por Pombo en las Lecciones de 1858. Dentro de un estilo “lacónico” y simple,
la presentación de Liévano expresa un pensamiento dual caracterizado, en
primer lugar, por el rigor conceptual: El sistema debe derivarse lógicamente
de su teoría de los números. Pero también por un pensamiento operatorio:
El saber conceptual del SMD debe en todo caso sintetizarse en una regla o
algoritmo que permita su aplicación en situaciones significativas del mundo
de la cantidad. Esta escogencia epistemológica de Liévano comporta la
afirmación en un principio de autonomía corporativa como miembro de
la élite de ingenieros matemáticos: el Estado es advertido que a partir de ese
momento la enseñanza de saberes útiles para garantizar el monopolio de su
régimen de poder, tenía además que ajustarse a ciertas exigencias intelectuales
y académicas.
La afirmación de autonomía corporativa de la élite que expresa Liévano
en su aritmética parece alinearse medio siglo después con las declaraciones
de los primeros científicos republicanos en pro de la universalización del
metro. En la primera parte de este ensayo nos referimos a los argumentos de
Haüy para convencer a sus lectores del tratado de física sobre las ventajas del
nuevo sistema: su naturaleza objetiva y uniforme, su aplicabilidad en los más
variados contextos y, en materia política, el rasgo que permitía distinguir al
SMD del orden de medida monárquico: el hecho de haber sido adoptado en
el marco de una alianza de nuevo tipo del Estado con los científicos en tanto
comunidad. Metrizar la sociedad, contribuir a su manejo en la organización
del Estado republicano, implicaba en buena medida para estos científicos
avanzar en la profesionalización de su estatus en un sentido diferente al del
savant de la corte del rey.

91
Entre los numerosos folletos y manuales de este tipo se distingue Obregón (1856). El carácter
oficial de la edición ordenada por el Poder Ejecutivo queda manifiesto en la siguiente autorización
que lleva la firma del secretario de hacienda Rafael Núñez: “Siendo, como es, dicha obra de indu-
dable utilidad para las Oficinas de Hacienda, y muy particularmente para las Aduanas, publíquese
y circúlese oficialmente.”

224
Élites, medidas y Estado en Colombia en la primera mitad del siglo XIX

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230
Capítulo 6

LA SOBERANÍA DE LA NACIÓN A PRUEBA EN


“LOS PUÑALES DEL 7 DE MARZO DE 1849”

Natalia Suárez Bonilla1

Introducción

A partir de la revolución del 1789 emerge la idea de la soberanía del pue-


blo como principio organizador del orden político moderno. La particula-
ridad de esta nueva soberanía es que está estrechamente relacionada con
la idea de nación la cual aún no es percibida como una figura abstracta,
simbólica y virtual sino como un personaje colectivo encarnado en aquellos
hombres que en las calles hacen la revolución y se perciben a ellos mismos
como la nación real2. De esta manera en la idea de nación convive la visión
de la soberanía del pueblo y la soberanía de la nación y por ende prevalece
una idea de régimen en el que el pueblo aparece a la vez como directamente
legislador y magistrado (autogobierno). Sin embargo, en el momento que
comienza a perfilarse el debate alrededor del tipo de régimen que mejor
1
Doctora en Sociología de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS) París. Sus
líneas de trabajo son sociología del Estado y sociología de la acción pública. Dentro de sus últi-
mas publicaciones se encuentran los capítulos “Vivre sous la violence paramilitaire: le cas de la
Colombie”, en el libro de Myriam Klinger, Sébastien Schehr, Les dynamiques sociales et leurs con-
flits: mobilisations, régulations, représentations, Université de Savoie; “Epreuves d’altérité dans
les enclaves insurrectionnelles: le cas de la Colombie”, en Bazenguissa-Ganga Rémy, Makki Sami
(dir.), Sociétés en guerre. Ethnographie des mobilisations violentes, Éditions de la Maison des
sciences de l’homme, Collection Colloquium; y el artículo “Le travail ethnographique dans des
contextes de conflit armé interne: le cas des enclaves de groupes paramilitaires en Colombie”, en
Recherches qualitatives.
2
Rosanvallon, P. La démocratie inachevée. Folio Histoire, 2000, p. 25.
Natalia Suarez Bonilla

debe encarnara la idea de la soberanía del pueblo, emerge una posición de


rechazo frente a la eventualidad que se instaure un régimen de tipo demo-
crático. En efecto, contrariamente a lo que se podría pensar, la democracia
se percibe de manera peyorativa ya que es relacionada con el desborde y
fracasos al igual que es asociada a una forma arcaica y utópica de gobernar3.
Esta situación va a tomar la forma de una oscilación entre una soberanía-
principio que no se inscribe en la perspectiva de un gobierno popular sino
más bien es de tipo virtual ya que el poder originario y último pertenece a la
nación; en este sentido, se hablará de una soberanía de la nación la cual irá
de mano con un régimen de tipo representativo; y una soberanía-ejercicio
o soberanía del pueblo, la cual, sin embargo, se contempla solo en los mo-
mentos de crisis y fundadores como lo es el caso de las revoluciones y será
asociada a la democracia directa4.
El poco entusiasmo frente a la participación directa del pueblo y la nece-
saria mediación de su voluntad por parte de representantes electos encuen-
tran sus orígenes en una representación de las masas como manifestación
espontánea y no mediada de las emociones. La adopción de una democracia
representativa y no de una democracia directa revela, en efecto, una des-
confianza frente al papel que puede jugar la emotividad en la definición del
nuevo espacio político: la democracia, es decir, el gobierno del pueblo, es
pensada como el lugar de las pasiones desbocadas mientras que el régimen
representativo es identificado como ese momento en que la emotividad ha
sido domesticada por la razón. Y esto a pesar de que los amigos de la sobera-
nía del pueblo parecen abrazar un pensamiento político de agorafilia5 el cual
los lleva a ver en la participación de ese pueblo la manifestación concreta
de la democracia directa. Sin embargo, en realidad, estos comparten con los
partidarios de la soberanía de la nación ese pensamiento político agorafo-
bico que ve en el pueblo la expresión máxima de la irracionalidad y, por lo
tanto del final de la República.
La necesidad de controlar las emociones remonta a la edad media, un
periodo en el que se piensa el cuerpo político desde las metáforas antropo-
mórficas6. Estas dejan ver como el cuerpo natural del príncipe y el cuerpo
político actúan el uno sobre el otro bajo el efecto de la conmoción. De aquí
se elabora la idea de que el cuerpo del príncipe ideal debe anunciar su pro-

3
Ibíd., p. 25.
4
Ibíd.
5
Dupuis-Déri, Francis. “Qui a peur du peuple?”. Variations, n 15, 2011, consultado 22 octubre,
2013, http://variations.revues.org/93.
6
Kantorowicz, E.H. The King’s two bodies. A study in mediaeval political theology, vol. 8. Princeton
University Press, 1975, p. 568.

232
La soberanía de la nación a la prueba de “los puñales del 7 de marzo de 1849”

pensión a ejercer la autoridad haciendo uso de manifestaciones emocionales


específicas y razonables7. Esta representación será profundizada por Hobbes
el cual funda su teoría del pacto social sobre la concepción de un estado de
naturaleza que se transforma en un estado de guerra por causa de sus con-
tradicciones internas. Dichas contradicciones provienen de las pasiones hu-
manas por lo que son denunciadas como factores perturbadores del orden
político8. Esta idea será completada por J. J. Rousseau, especialmente cuan-
do describiendo la importancia de la figura del contrato social, argumenta
cómo éste depende de la participación de cada uno en el interés general, lo
que supone abandonar algunas ambiciones personales para lograr apoyar la
voluntad general. Aquí la emoción toma la forma de una virtud en el sentido
de que para que se dé esta transformación y se logre mantener el contrato se
debe demostrar una capacidad de contener las pasiones9.
Estas ideas tendrán una influencia particular sobre aquellos hombres
ilustrados como Condorcet, que piensan la definición de los principios
fundadores del nuevo espacio político que emerge de la revolución.
En particular, éste intelectual señala la importancia que juegan ciertas
condiciones culturales en la organización de un espacio democrático10.
Este tipo de régimen presupone ciudadanos libres, es decir, personas que
tienen conocimiento de sus derechos como ciudadanos así como de las
leyes que garantizan su felicidad. Sin embargo, en un contexto en el que
las personas se encuentran en la ignorancia es más fácil que, frente a la
frustración, los ímpetus individuales sean aquellos que organicen la acción
política. En ese sentido la educación toma una importancia central ya que
mediante ésta se busca cambiar los referentes culturales que hacen aparecer
las emociones como el motor de la transformación política, para introducir
el referente de la iluminación que le da a la razón los instrumentos culturales
necesarios para defenderse del entusiasmo que podría hacerla descarrilar.
Dicha domesticación de las emociones es la que permitirá, según Condorcet,
despegar las instituciones republicanas de sus orígenes circunstanciales,
tumultuosos, caóticos y pasionales para así formar no hombres revolucionarios
sino ciudadanos libres y responsables. En ese sentido, para que el pequeño

7
Smagghe, Laurent. “Représentations, usages et pouvoirs de l’émotion dans le discours politique des
ducs de Bourgogne (XIVe-XVe siècles)”. Position de thèse. 5 décembre 2010.
8
Saada-Gendron, J. “L’analyse des passions dans la dissolution du coprs politique: Espinoza et
Hobbes”, Asterion. 3, 2005.
9
Esquenazi, Jean-Pierre “Vers la citoyenneté: l’étape de l’émotion. Mots”. Les langages du Politique, n
75, 2004, Émotion dans les medias.
10
Baczko, Bronislaw . “Démocratie rationnelle et enthousiasme révolutionnaire”. Mélanges de l’Ecole
française de Rome. Italie et Méditerranée T. 108, n 2, 1996, pp. 583-599.

233
Natalia Suarez Bonilla

desprovisto de riqueza y de dinero, es decir, el pueblo social, se pueda tomar


la forma del pueblo jurídico (ciudadano) y del pueblo étnico (nación),11 éste
debe pasar inevitablemente por un proceso formativo.
Esta reserva frente a la manifestación de las emociones en la vida polí-
tica la encontramos presente en los discursos de los hombres letrados del
conjunto de los países hispánicos donde desde el inicio de la independen-
cia se sientan las bases de un gobierno representativo fundamentado sobre
el principio de la soberanía de la nación12. Dicha nación es pensada como
aquella en la que reside la soberanía y por consiguiente está formada por
individuos-ciudadanos, iguales frente a la ley, la cual anula privilegios y dis-
tinciones de tipo étnico-racial. Al igual que en el viejo continente, se está
lejos de un ejercicio directo de la democracia ya que estos individuos ejercen
su carácter de ciudadano por medio de la elección de representantes cuyo
poder está regulado por una constitución que prevé la separación de los po-
deres y un predominio del legislativo sobre el ejecutivo. La representación
es argumentada como una necesidad para impedir los excesos de la plebe,
limitando la intervención del pueblo al solo acto electoral y, por consiguien-
te, la delegación del ejercicio del poder a los más dignos. Para los pensadores
de este periodo solo algunos individuos son racionales o competentes en
materia política, como lo es el caso de aquellos dotados de un título parti-
cular tales como guerreros, sacerdotes, letrados, terratenientes. Estos indi-
viduos, que no pertenecen al pueblo por razones de nacimiento, posición
social o de formación, son considerados como los más aptos para gobernar
el pueblo irracional, el cual debe contentarse con admirarlos y obedecerles13.
Dicha concepción no cambiará con la revolución del 1848 que difunde un
nuevo ideal democrático, materializado en el sufragio universal: las diferen-
tes disposiciones electorales que se implementan en esa época como el su-
fragio indirecto apuntan, antes que todo, a hacer la división entre el pueblo
dominado por las emociones y las élites dotadas de razón.
Nuestra investigación se propone reflexionar sobre el concepto de la sobe-
ranía de la nación en Colombia y de sus supuestos normativos a partir de las
pruebas de emoción que las elecciones presidenciales del 1849, bien conoci-
das como “los puñales del 7 de marzo”,14 generaron en “el pueblo soberano”.

11
Dupuis-Déri, Op. cit.
12
Annino, A. y Guerra, F. X. Inventando la nación. Iberoamérica XIX. México: Fondo de Cultura
Económica, 2003.
13
Dupuis-Déri, Op. cit.
14
Uribe de Hincapié, María Teresa y López Lopera, Liliana María. Las palabras de la guerra: metáfora,
narraciones y lenguajes políticos. Un estudio sobre las memorias de las guerras civiles en Colombia.
Colombia: La Carreta Editores, 2006.

234
La soberanía de la nación a la prueba de “los puñales del 7 de marzo de 1849”

Ese día, el Congreso por medio de la elección presidencial se prepara a per-


feccionar la elección presidencial en el recinto de la iglesia de Santo Do-
mingo bajo la presencia de un público que, en su mayoría, demuestra ser
simpatizante de la candidatura del General José Hilario López. A pesar de
que éste no participa directamente del proceso de votación, ya que el pac-
to de representación excluía sustituirse a los representantes en los procesos
deliberativos y aún menos participar en dichos procesos, su sola presencia
es denunciada por los Goristas y Cuervistas como el final de la soberanía de
la nación. En efecto, la metáfora utilizada es aquella de “los puñales del 7 de
marzo”, haciendo alusión así a la pasión enceguecedora del pueblo lopista
que lleva a violar las normas de la democracia representativa utilizando la
coerción como medio para conquistar el poder15.
Más allá de las aparentes rivalidades políticas e ideológicas que dichas
elecciones generan entre los nacientes partidos liberal y conservador, las
denuncias públicas que acompañan la visibilidad del evento, y que son pu-
blicadas en los diferentes periódicos locales y nacionales, al igual que en
las memorias de varios personajes históricos, se articulan alrededor de una
argumentación que toma como eje central los valores y las normas que le
dan contenido al concepto de soberanía de la nación tanto en su aspecto
ideal como empírico. Nuestro propósito es describir, mediante el análisis
de dichas denuncias, cómo la sociedad neogranadina había sido socializada
previamente en esos valores y normas, con el propósito de entender, a la vez,
el carácter no arbitrario de la indignación suscitada por el escándalo del 7
de marzo del 1849, y el aspecto emocional que acompaña la enunciación
pública de dicha indignación.

Reconstrucción del acontecimiento de los


“puñales del 7 de marzo de 1848”

El día del 6 de marzo del 1849, en la Iglesia de Santo Domingo de Bogotá,


se reunió en Congreso las cámaras legislativas con un número de veinticinco
senadores y cuarenta y siete representantes. Como era ritual de la forma de
operar de las sesiones del Congreso, se leyó y aprobó el acta del 17 de agosto
del 1848 cuyo objeto era verificar el escrutinio de las elecciones para presi-
dente de la república que habían tenido lugar algunos días antes y perfeccio-
narlas, en su caso, conforme al artículo 90 de la constitución.

15
Según David Bushnell, el uso de las armas en los procesos electorales no fue un hecho aislado
en la Nueva Granada durante el siglo XIX. Bushnell, David. Las elecciones en Colombia: siglo XIX.
Colombia: Edición en la biblioteca virtual del Banco de la República, 1994.

235
Natalia Suarez Bonilla

Finalizada la lectura, el presidente dispuso que se procediera a la apertura


de los ciento trece pliegos remitidos por el administrador de correos del cen-
tro los cuales contenían los registros de las asambleas electorales. Una vez
verificado el número de pliegos y nombrados dos escrutadores, se procedió
a la lectura del cantón de Rionegro de la provincia en Antioquia. Al terminar
el escrutinio de los votos dados por aquella asamblea electoral, el senador
Mantilla tomó la palabra para proponer que “se suspenda el escrutinio, y
para dar cumplimiento a la disposición constitucional que previene que las
sesiones sean públicas se arregle el local en que actualmente está el Congre-
so como ha sido costumbre hacerlo en esta misma iglesia”16.
Esta proposición fue puesta en discusión y después de algunas modifi-
caciones se aprobó aquella que proponía el arreglo del local, de tal manera
que el público pudiera ver los actos que iban a verificarse en la sesión del
Congreso. Con el propósito de dar cumplimiento a la proposición votada,
el presidente procedió a suspender la sesión por veinte minutos mientras
que los porteros se encargaban de arreglar el espacio conforme a la proposi-
ción. Una vez terminada la tarea, se procedió a abrir, leer y escrutar setenta
y nueve registros de los ciento y uno. Sin embargo por falta de tiempo, el
presidente suspendió la sesión y aplazo para el día siguiente, es decir el 7 de
marzo, el escrutinio de los registros faltantes.
Es así como el día 7 de marzo, a las 10 de la mañana, se prosiguió el es-
crutinio de los treinta y cuatro registros de elección faltantes. Finalizado el
proceso, los señores escrutadores dieron cuenta del resultado del escrutinio
y la distribución de los mil setecientos dos votos dados por las Asambleas
electorales. Sin embargo, no habiendo reunido ninguno de los candidatos
la mayoría constitucional, se dispuso, con arreglo al artículo noventa de la
Constitución, perfeccionar la elección eligiendo el presidente de la Repú-
blica a pluralidad absoluta de votos entre los tres individuos que mayor nú-
mero habían obtenido en las Asambleas electorales: el General José Hilario
López, el doctor Joaquín José Gori y doctor Rufino Cuervo.
Enseguida, los ochenta y cuatro miembros del Congreso procedieron a
dar su voto, lo que dio como resultado una paridad de treinta y siete entre el
candidato López y el candidato Cuervo, viéndose excluido de la contienda
el doctor Gori, quien solo obtuvo diez sufragios. Frente a este resultado, las
votaciones siguieron su curso nuevamente. En esta etapa del proceso se pre-
sentó un elemento perturbador: frente al último voto que fue dado en favor
del doctor Cuervo, el público, creyendo que el resultado era el definitivo,

16
Acta Congreso. En Gazeta oficial (1020 al 1093). Tomado de: https://play.google.com/books/reade
r?id=fLszAQAAMAAJ&printsec=frontcover&output=reader&hl=es&pg=GBS.PA1

236
La soberanía de la nación a la prueba de “los puñales del 7 de marzo de 1849”

hizo irrupción en el recinto del Congreso. Este evento favoreció un clima de


confusión que impidió el proceso normal de la publicación de los resulta-
dos, lo que indujo a que el presidente del Congreso, incapaz de hacerse oír
así como de hacer respetar el reglamento interno, apeló a la autoridad del
Gobernador de la provincia de Bogotá. Sin embargo, la intervención de éste
último no fue en últimas necesaria ya que el público se calmó frente a la pe-
tición de algunos diputados liberales, quienes trepados en las mesas y sillas
pidieron a los asistentes mantener la serenidad y respetar la representación
nacional. Una vez que la calma regresó, el presidente del Congreso autorizó
una nueva votación sin antes haber prevenido al público de la necesidad
de conservar el orden so pena, como lo contempla el reglamento de esta
institución, de hacer despejar el local. Para gran sorpresa, la votación no
alcanzó a dar a ninguno de los candidatos la mayoría de cuarenta y tres vo-
tos. Estos resultados fueron acompañados de nuevo por una ola de desór-
denes entre los espectadores, lo que indujo al Presidente a tomar esta vez la
decisión de suspender la sesión con el fin de hacer desalojar el templo. Fue
así que intervino el Gobernador de la Provincia quien se encargó de hacer
retirar los individuos de la barra hasta la puerta del templo. Después de un
largo intervalo continuó la sesión, la cual, sin embargo, fue interrumpida
por el representante Ortega, quien propuso que se suspendiera la elección
de Presidente de la República y se retomara otro día. Dicha proposición
fue puesta en discusión, y en el curso de ella tomaron sucesivamente la
palabra varios Senadores y Representantes, algunos de los cuales manifes-
taron que no había libertad para votar. Una vez cerrado el debate, se puso a
votación la proposición de suspensión, la cual, no obstante, fue negada por
una mayoría de cuarenta y ocho votos contra treinta y seis a favor. En con-
secuencia, se procedió a nuevo escrutinio, y recogidos y contados los vo-
tos, estos dieron la victoria definitiva del candidato José Hilario López con
cuarenta y cinco votos frente a los treinta y nueve obtenidos por el doctor
Rufino Cuervo.
Al inicio del acontecimiento de “los Puñales del 7 de marzo”, encontramos
el escándalo organizado por los simpatizantes del partido conservador alre-
dedor de la denuncia de coacción. Dicha denuncia, que se realiza pública-
mente por medio de la prensa, busca movilizar un público con el propósito
de obtener, más que la reparación legal, la condena moral de la forma como
se llevaron a cabo las elecciones al igual que de sus protagonistas, el naciente
partido liberal. En ese orden de ideas, el trabajo de denuncia se acompaña
de una serie de estrategias de indignación que se organizan alrededor de
la enunciación de palabras acerca de la causa universal de la defensa de la
democracia como sistema representativo, al igual que una serie de acciones

237
Natalia Suarez Bonilla

que buscan los medios para hacer decir y hacer creer que los hechos en cues-
tión son efectivamente escandalosos.
Sin embargo, dicha denuncia produce la reacción inmediata de la parte
denunciada, es decir de los simpatizantes de la candidatura de López, lo
que conlleva a que el escándalo alrededor del 7 de marzo tome la forma
de un acontecimiento (affaire). En efecto, la unanimidad de la denuncia
inicial se rompe cuando los acusados comienzan a su vez a denunciar
públicamente los argumentos utilizados por el denunciante. Esto genera una
indeterminación en las posiciones iniciales del culpable y de la víctima, ya
que los simpatizantes liberales realizan un trabajo de defensa frente a las
acusaciones de los conservadores que hace emerger los problemas políticos
de fondo que se generaron durante los gobiernos precedentes, de los cuales
éstos no participaron, y que condujeron a que no solamente la victima fuera
el régimen democrático sino también la nación entera.

“Hopalantas y Ruanetas armados de puñal”


amenazan la democracia representativa
Para ese periodo en el que los hombres letrados relatan los eventos del 7
de marzo, la democracia representativa como tipo de régimen en el que se
materializa la soberanía de la nación aparece ya como un tópico, algo aceptado
por la mayoría. En ese sentido, se puede entender la gran perplejidad que
manifiesta el campo de los simpatizantes de la candidatura conservadora
frente a los eventos del 7 de marzo del 1948 en los que, según los diferentes
contenidos de las críticas, el pueblo aparece ejerciendo directamente su
soberanía sin la mediación de sus representantes. Es el caso del capítulo
sobre este evento consagrado por Joaquín Posada17 en sus memorias y cuyo
principal argumento de crítica a las elecciones presidenciales es aquel de
la violación del principio de representatividad. Esta alusión se encuentra
presente cuando éste acusa los medios empleados por los lopistas para
ganar las elecciones presidenciales sin especificar, sin embargo, cuáles son
esos medios. El autor se limita a narrar cómo, en esos dos días de elecciones,
el 6 y 7 de marzo de 1849, se sacó a la democracia de sus “justos límites”,
un acto que él juzga “no sólo (…) un ensayo sumamente peligroso, sino
un crimen de lesa patria”. Como elemento perturbador que genera esta
situación denunciada ésta la presencia del público en el recinto del Congreso,

17
Posada Gutiérrez, J. Memorias Histórico Políticas de Joaquín Posada Gutiérrez. Bogotá: Imprenta
Foción Mantilla, 1865, consultado en http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/historia/
memhist/indice.htm

238
La soberanía de la nación a la prueba de “los puñales del 7 de marzo de 1849”

una presencia que ejerce presión sobre los delegados provinciales encargados
de elegir el presidente de la república.
Con el propósito de argumentar su crítica, el autor hace referencia a la
forma como históricamente se ha transformado la participación del pueblo
en el proceso de elección de sus gobernantes dejando ver de esta manera
representaciones compartidas que trascienden el espacio nacional alrededor
de este tema. Inicia así un recuento de lo que es la democracia directa en
la Grecia antigua, enseguida explica el funcionamiento de la república en
Roma antigua y finalmente hace referencia a la democracia representativa, la
cual es interpretada por el autor como ese régimen “en el que el pueblo pro-
piamente dicho, no el populacho, ejerce la soberanía, por un medio único,
que consiste en elegir por sufragio sus representantes y mandatarios (…)”.
Lo interesante de este trabajo argumentativo es que se pone en evidencia las
ambigüedades constitutivas que están al origen de la democracia representa-
tiva y más específicamente la difícil conjugación entre la soberanía del pue-
blo implícita en el concepto de democracia directa con un tipo de régimen
representativo.
El autor muestra como en el proceso evolutivo que caracteriza la instau-
ración de la democracia representativa, la participación directa del pueblo,
es decir la proximidad de éste en el proceso de selección de los altos manda-
tarios, se va perdiendo en favor de una distancia la cual es promovida por un
dispositivo jurídico que autoriza la mediación entre la voluntad de la mayo-
ría y la forma como esta voluntad toma forma políticamente. El eje central
alrededor del cual se organiza dicho dispositivo es la figura del diputado el
cual es elegido por voto popular con el propósito de representar la volun-
tad de sus electores. Este se presenta, por lo tanto, como el mediador entre
la voluntad de todos y la voluntad del gobernante. Para el autor el sistema
representativo es, pues, la forma ordenada y correcta en la que se manifiesta
la soberanía de la nación siendo “(…) cualquiera otro modo por donde se
pretenda ejercer la omnipotencia, anárquico, subversivo del orden público,
criminal (…)”
Como en el viejo continente, el significado de este rechazo frente a la
democracia directa encuentra aquí su fundamento en un pensamiento ago-
rafóbico que se organiza alrededor de unas representaciones discriminato-
rias del pueblo en las que éste aparece como incapacitado para gobernar.
Esta incapacidad está en general asociada a una idea del pueblo como un
grupo social que está por naturaleza determinado por sus emociones y sus
deseos más que por la razón. La irracionalidad se manifiesta a la hora de
la toma de decisiones las cuales se hacen de una manera impulsiva, lo que
conlleva a que éstas muchas veces se presenten de forma contradictoria.

239
Natalia Suarez Bonilla

El carácter irracional del pueblo también tiene efectos sobre su capacidad de


participar en las cuestiones públicas ya que este se encuentra atrapado en la
gestión de su cotidianidad, lo que le impide que tenga el pensamiento libre
para ocuparse de las cuestiones complejas como lo es el manejo de la política.
Esta dificultad en el manejo de las emociones va de la mano con un confor-
mismo social que se manifiesta en la adhesión a los grupos mayoritarios no
con el propósito de alcanzar intereses colectivos sino individuales como los
pueden ser aquellos de no sentirse marginalizado lo que hace más fácilmen-
te manipulable por los demagogos.
Este pensamiento de agorafobia política que deja ver un miedo por la
movilización de las masas y su participación en los procesos deliberativos se
encuentra presente en la denuncia realizada en el periódico El Sufragante18
simpatizante de la candidatura Cuervista , cuando en una sección intitulada
“Carta al presidente” se crítica abiertamente la carta publicada por José Hi-
lario López, electo nuevo presidente de la República, en el punto en que éste
hace alusión a las causas que estarían al origen de la inestabilidad política de
la Nueva Granada. Para el autor del artículo el origen real de dicho problema
no reside, como lo identifica López, en la falta de voluntad de los gober-
nantes de representar la voluntad de la mayoría, sino más bien en la ambi-
valencia que caracteriza la movilización del pueblo. En efecto, los demago-
gos manipulan las masas con el fin de alcanzar el poder haciendo promesas
irrealizables que generan en los futuros representados un descontento que
los lleva a buscar nuevos representantes que hagan finalmente realidad las
promesas. El pueblo parece, en un primer momento, apoyar al líder carismá-
tico; sin embargo, en realidad este apoyo está condicionado al cumplimien-
to de las promesas alrededor de las cuales fueron llamadas a congregarse.
Este descontento esta en el origen de la violencia, ya que el pueblo cegado
por sus frustraciones se demuestra listo a empuñar “(…) las armas, violen-
tando la democracia con el fin de obtener lo prometido”.
Con el propósito de ilustrar su argumentación, el autor hace referencia a
varios ejemplos históricos en los que los líderes fueron inicialmente segui-
dos por las masas y después traicionados: la aclamación del pueblo de Israel
frente a la llegada de Jesús a Nazareth el domingo de ramos y la forma como
este mismo pueblo tres días después pide que lo crucifiquen; El general José
María García, el patriarca de la revolución del 1810, adulado por las calles de
la ciudad por su patriotismo y después “(…) atacado por la muchedumbre
que antes le bendecía i ensalzaba, llegando al extremo de que los soldados

18
El Sufragante, Nº. 7, 24 de mayo, 1849.

240
La soberanía de la nación a la prueba de “los puñales del 7 de marzo de 1849”

españoles tuvieran que hacer uso de sus armas para libertar a él i a sus com-
pañeros de los insultos i ultrajes de aquella turba infame”.
El caso de Neira, libertador de la capital de las lanzas de los llaneros, el
cual ve por sus mismos compañeros ultrajada su memoria condenando sus
hechos y “(…) haciéndose cooperadores del atentado proditorio del 7 de
marzo”. El autor prosigue argumentando cómo esta ambigüedad que carac-
teriza la movilización de las masas y la violencia que éstas pueden ejercer
frente a la frustración es lo que será aprovechado estratégicamente por los
liberales en las elecciones del 7 de marzo, quienes tildados de “hopalantas
y ruanetas armados de puñal” buscarán, por medio del enfrentamiento san-
griento, alcanzar el poder. Desde esta visión de la arena pública como sinó-
nimo de guerra civil, como un espacio en que se enfrentan las facciones que
nacen de intereses individuales irreconciliables, el autor cuestiona la capaci-
dad de representatividad del público que presenció el escrutinio ya que “(…)
no solo no representa al pueblo de la Nueva Granada, pero ni siquiera a la
inmensa mayoría del pueblo moral y sensato de la capital”.

La mayoría como el soporte de la democracia


Los argumentos utilizados por los simpatizantes de la candidatura de Ló-
pez se organizan alrededor de un pensamiento muy cercano a la agorafilia
política la cual se manifiesta en una simpatía hacia la participación de cada
miembro de la comunidad en los procesos de deliberación, especialmente
cuando la plebe se reúne en la plaza pública con el fin de contestar la agora-
fobia política. Para los agorafílicos, los argumentos utilizados por los agora-
fóbicos no son neutrales ni racionales sino más bien están impregnados de
emoción, de esas pasiones irracionales que animan a los gobernantes como
lo son la sed de poder y de gloria. En ese orden de ideas, la élite que, según
el discurso agorafóbico, es aquella que debe gobernar por su capacidad de
autocontrol, se le acusa de llevar en su seno aquella irracionalidad cons-
titutiva del pueblo. No solo las decisiones de los gobernantes encuentran
sus orígenes en sus emociones que son las que van a guiar sus accionar; la
posición de poder que estos ocupan hace que las decisiones que se tomen
estén determinadas por una fuerte subjetividad, siendo el objetivo principal
de los hombres políticos tomar el poder y conservarlo. Finalmente, la nece-
sidad de alcanzar estos fines de carácter egocéntrico hace que las élites sean
ellas mismas víctimas del miedo o del odio hacia el pueblo, lo cual cuestio-
na inevitablemente la racionalidad intrínseca que se les había atribuido al
momento de postularlas como los sectores más adecuados a representar el
pueblo soberano.

241
Natalia Suarez Bonilla

A pesar de que los simpatizantes de la candidatura de López no com-


parten la idea central del pensamiento de agorafilia que ve el pueblo como
magistrado y legislador, encontramos una simpatía hacia éste a la hora de
defenderse de las acusaciones provenientes del bando Gorista-Cuervo.
Los lopistas organizan su defensa alrededor de una serie de argumentos que
denuncian el lado irracional de la elite política al gobierno con el propósito
de restituirle la legitimidad al proceso de delegación de la soberanía del pue-
blo a los representantes políticos. De esta manera se hace énfasis en la nece-
sidad de una proximidad del representante con los representados, la cual se
manifiesta en la forma como el primero se presenta como la fiel expresión
del representado, como su voz; por otro lado, se menciona la necesidad de
que el representante sea un hombre de confianza, un mandatario informado
de las necesidades de los que los han elegido19.
El principio de la confianza como atributo indispensable de la relación
representante-representado y por lo tanto de la democracia representativa
se encuentra presente en el discurso de posesión del presidente José Hilario
López proclamado el 1 de abril del 1849 en el diario La Democracia20. En dicho
discurso, el presidente declaró que la causa principal de las “convulsiones
políticas” en Nueva Granada y en los estados hispano americanos, reside
en que no existe un empeño real por parte de los gobernantes en cumplir
en todos sus actos y disposiciones la voluntad popular. El comportamiento
de los gobiernos precedentes ha sido de tutores, mas no de agentes de dicha
voluntad. En este sentido, uno de los principales objetivos políticos del
nuevo presidente es la defensa de la mayoría en favor de la cual López se
propone trabajar con tesón con el propósito de que el dogma de la soberanía
popular se desenvuelva genuinamente en todos los actos y disposiciones del
gobierno. Dicho propósito se logra por medio de una actitud que consiste
en “inclinarse respetuosamente, ante la opinión y la mayoría de las cámaras”
quienes son considerados como los representantes legales de la opinión
general. Su gobierno se presenta así como un gobierno del pueblo y para
el pueblo. En este orden de ideas, el presidente sustenta que mientras el
gobierno se presente como la obra de la voluntad popular y esté dispuesto
a gobernar con la opinión pública, no se hace necesario el mantenimiento
permanente de una gran fuerza militar como mecanismo de disuasión frente
a los intentos de insurrección del pueblo.
La importancia de la confianza en la relación representante-representado
se encuentra igualmente especificada en el número 4 del 1 de mayo del

19
Rosanvallon, Op. cit.
20
La Democracia. 1 abril, 1849.

242
La soberanía de la nación a la prueba de “los puñales del 7 de marzo de 1849”

periódico El Fanal21 cuando el narrador de los eventos del 7 de marzo se


interroga sobre el significado del concepto de democracia. Aparece entonces
que el sistema democrático es aquel en que gobiernan las mayorías, directa
o indirectamente, es decir, por sí mismas, o por medio de sus delegados.
Pero igualmente, es aquel en que se practica la alternancia del poder, la
igualdad y la libertad. Este último aspecto no parece haberse practicado
desde la independencia, ya que lo que caracterizó ese periodo tan largo
fue la alternancia de regímenes democráticos, dictatoriales y oligárquicos;
fueron periodos en los que, sostiene el autor, reinaron fuertes medidas de
seguridad, la prohibición de la discusión de artículos constitucionales, los
destierros, los encarcelamientos, los fusilamientos ilegales y el clientelismo.
Sobre la base los supuestos de la proximidad del representante con los
representados y la del representante como hombre de confianza se puede
entender el significado que los lopistas atribuyen a los escrutinios del 7 de
marzo: un momento histórico en que finalmente la democracia se pone en
práctica no tanto en el sentido de que el pueblo aparece como directamente
legislador y magistrado; sino en el sentido del respeto de la voluntad de la
mayoría por parte José Hilario López como presidente electo de la Republi-
ca. Esta visión de los gobiernos precedentes como actores que no promue-
ven la democracia es destacada por el periódico El Censor en sus números
41 y 4322. Para este semanario, la elección de López es el resultado de un
sufragio espontáneo de un pueblo agobiado de sufrimientos. El 7 de marzo
es, por tanto, considerado como el primer día de realidad, es decir, como
ese momento en que el pueblo puede vivir, por primera vez, la realidad del
sueño democrático. Dicho sueño se puede resumir en un solo principio que
es el de la emancipación de los impedimentos políticos propiciados por los
gobiernos precedentes. Los principios que triunfan el 7 de marzo son enton-
ces los de la democracia, la libertad y de la emancipación humana.
A pesar de que el sistema representativo genera una distancia aritmética
entre el pueblo sociológico y el pueblo cívico, en realidad dicha distancia no
es cuestionada por los lopistas a la hora de defenderse de las críticas de los
Gorista-Cuervistas. En efecto, para estos, dicha distancia es colmada por la
relación de proximidad que el representante mantiene con los electores. Esto
permite entender el rol central que éstos le atribuyen a la participación de las
masas en los procesos democráticos. Esta situación se encuentra claramente
ilustrada en el periódico La Democracia, de filiación liberal y dirigido por

21
El Fanal. Nº. 4, 1 mayo, 1849.
22
El Censor. Nº. 41-43, 1849.

243
Natalia Suarez Bonilla

Rafael Núñez23. En su argumentación el narrador resalta los aportes de la


participación de la mayoría al régimen democrático ya que estas le dan “a
las cosas su medida, a los hombres su valor y ponen en contacto e intimidad
a la República personificada en la nación con el pensamiento de la República
personificada en el Congreso. Ellas establecen entre la Nueva Granada y el
cuerpo legislativo el nivel de las ideas”. Para el autor, el respeto a la voluntad
de la mayoría es sinónimo de práctica de la democracia. La democracia es la
unanimidad de las necesidades, de los derechos y de los intereses, la demo-
cracia es la convocación de todos a las urnas,
[…] la democracia es la Nueva Granada, son ellos, somos todos, son nuestras
familias, nuestros hogares, nuestros campos, nuestras iglesias. Los buenos
ciudadanos se identifican con todas estas cosas que hacen parte de su exis-
tencia, a la cual asocian la República que no es otra cosa en sus pensamientos
sino su personalidad política, su voluntad exterior traída al gobierno por la
representación.

Cuando la mayoría gobierna no hay riesgo de revoluciones.


Sin embargo, esta relación de proximidad que el representante mantiene
con las masas que lo han elegido, no puede, según los lopistas, ser mantenida
cuando existe un Congreso que se interpone entre la voluntad de las masas y
sus representantes. Esta posición es explicitada por el redactor del periódico
El Censor24, para quién la condición indispensable para que se conserve el
orden público es que se ponga fin al sistema representativo en la elección del
presidente de la república. Según el artículo, las experiencias revolucionarias
y sangrientas enseñan que gran parte de la violencia que se ha presentado
durante las elecciones pasadas proviene de la mediación del congreso, es de-
cir, de la sumisión de la voluntad de una nación a la voluntad de unos pocos.
Esto no significa para el autor que se deba proceder a la eliminación de los
partidos, a pesar de que la imagen que de estos se tiene es un tanto peyorati-
va. En efecto, en cada contienda electoral, éstos se lanzan fanáticamente con
el fin de representar no el bien público sino de “arrancarle al otro partido el
poder de las manos”. Esta situación de competencia electoral se ve reforzada
por los tiempos tan amplios que separan el periodo en que se da el voto en
las asambleas primarias y el momento en que se reúne el congreso para deci-
dir. Según el autor, durante este lapso de tiempo de aproximadamente ocho
meses, los ánimos se van exasperando hasta finalmente llegar el “momento
crítico” de las elecciones definitivas, en que los partidos se encuentran frente

23
La Democracia, Nº. 3, 20 abril, 1849.
24
Ibíd.

244
La soberanía de la nación a la prueba de “los puñales del 7 de marzo de 1849”

a frente “preparados para medir sus fuerzas”. Según el artículo, esta situación
de rivalidad favorece la relación conflictiva que los diferentes actores tejen
con el Congreso ya que éste se ve atrapado en las intrigas y maquinaciones
fabricadas por los diferentes partidos con el fin de imponer, por medio de la
mayoría, sus intereses particulares.
Esta situación que desdibuja el carácter neutral y objetivo de la función
deliberativa de este órgano, trae como resultado la estigmatización a la vez
del Congreso y del Candidato electo. En efecto, cualquiera que sea el vence-
dor de la contienda, el proceso por medio del cual se obtiene su elección es
cuestionado ya sea bajo los argumentos de coerción o aquellos de coacción
y, por consiguiente, el candidato elegido es inevitablemente objeto de acoso
por parte de los vencidos. Para el autor, el problema de la violencia reside en-
tonces, allí donde va a decidirse en cinco minutos acerca de las esperanzas,
de los trabajos, de los cálculos, de las maquinaciones de mucho tiempo. Allí
donde un partido oye pronunciar su sentencia de muerte por un voto contra
una inmensa mayoría, allí es donde será siempre muy difícil que enconados
partidos se sometan repentinamente al yugo de la razón y de la ley.
Sin embargo, para el autor, esta actitud no proviene únicamente de los
nacientes partidos, sino también de las masas. La figura de la representación
encarnada en el Congreso puede llevar a que la voluntad de las provincias,
expresada en las elecciones primarias no sea respetada por el diputado que
la representa; igualmente este dispositivo de mediación se presta para que el
pueblo manipulado por demagogos crea no solo que puede hacer valer di-
rectamente la voluntad a la asamblea nacional sino que además piense que,
porque no se elige el candidato de su preferencia, la voluntad de unos pocos
se está suplantando a la voluntad de la mayoría.
Para el redactor de este artículo, esta situación genera una reacción
violenta la cual puede terminar en una guerra civil. Por eso es de la idea
que la mejor solución se encuentra en el dispositivo jurídico que promueve
la elección directa del presidente, y esto a pesar de que éste sostiene que
los procesos electorales seguirán, por naturaleza, produciendo intrigas y
efervescencias. Sin embargo, la forma que pueden tomar dichas intrigas no
conducirán al enfrentamiento violento, ya que este nuevo dispositivo obliga
a los partidos a ocuparse de la publicidad de los méritos de su candidato
entre sus potenciales votantes, al igual que a instruir a estos últimos en sus
derechos como votantes, de manera que ejerzan con consciencia el derecho
al voto. Este nuevo dispositivo presupone igualmente un cambio en las
funciones del Congreso, las cuales sin comprometer su dignidad, se reducen
al conteo de los sufragios, a la verificación que los criterios que garantizan
los derechos del electorado sean cumplidos así como el reglamento que

245
Natalia Suarez Bonilla

asegura la validez del proceso electoral y, finalmente, a la enunciación del


candidato de la mayoría.

La puesta en escena de las emociones

Cuando las partes apelan al principio general de la democracia represen-


tativa para criticar o justificar las elecciones presidenciales del 7 de marzo
del 1849 hacen referencia, como lo vimos con anterioridad, a un conjunto
de valores que son los que le dan contenido a dicho concepto. Sin embar-
go, la operatividad de dichos valores depende de los dispositivos jurídicos
que permiten la puesta en escena de la democracia. En sentido general los
dispositivos formales traducen la delimitación así como la valorización de
algunas formas de comportamiento hacia el otro y hacia la sociedad. Estos
cumplen un papel central especialmente en los momentos de conflicto ya
que muestran cuáles son los procedimientos que tienen que ser seguidos
por las personas en el caso que se quiera realizar públicamente un recla-
mo, permitiéndoles articular el ideal de justicia al cual éstas aspiran con las
situaciones específicas de disputa en justicia. Estos enmarcan entonces lo
que se denomina en la sociología pragmática pruebas de realidad o pruebas
institucionalizadas los cuales favorecen que las personas implicadas en un
diferendo se pongan de acuerdo sobre el valor general de los sujetos y de las
cosas que las rodean.
En el caso que nos concierne, el dispositivo jurídico que regula el fun-
cionamiento de las elecciones presidenciales es el que define quiénes eli-
gen, cómo se elige, cuándo se elige, dónde se realizan dichas elecciones, cuál
es el comportamiento que se debe adoptar y el ritual que las acompañan.
Es con base a este dispositivo jurídico que se organiza tanto la crítica como
la defensa de las elecciones del 7 de marzo. En efecto, el trabajo de crítica y
de defensa de las partes implicadas en el affaire va de la mano con la referen-
cia a dichos dispositivos y al conjunto de los objetos que lo componen ya que
son estos los que les permiten demostrar la valides de las argumentación y
aspirar a una reparación tanto formal como informal.

Fueron los puñales y las pistolas las que arrancaron


a los diputados la elección de López
La crítica proveniente del bando de filiación conservadora se organiza
alrededor de la denuncia de la violación de los dispositivos jurídicos por
medio de los cuales se materializa los principios de la democracia represen-
tativa. Dicha denuncia se organiza alrededor de la coacción que ejercieron
los simpatizantes del candidato lopista, lo que afectó el carácter solemne

246
La soberanía de la nación a la prueba de “los puñales del 7 de marzo de 1849”

del evento y amenazó el régimen democrático ya que los diputados con-


servadores dieron su voto con el puñal sobre la frente25. Como prueba de
esta situación, los denunciantes citan la justificación que acompaño el voto
del diputado Mariano Ospina en la votación final que dio como ganador al
general López. El voto del diputado se acompañó en efecto de un mensaje
que decía: Voto por el General José Hilario López, para que el Congreso no sea
asesinado. Mariano Ospina26.
En sus memorias, Joaquín Posada narra cómo días antes de las elecciones
presidenciales del 6 de marzo, un sentimiento de inquietud se vislumbra
entre aquellos que sostienen las candidaturas conservadoras, a propósito
del modo como se piensa que los lopistas se van a comportar frente a este
evento. Varios son los elementos que concurren para generar un clima de
inquietud: las amenazas provenientes del partido lopista, las denuncias de
algunos artesanos de las sociedades democráticas a propósito de la existen-
cia de planes para violentar el Congreso, la división al interior del partido
conservador entre los que apoyan la candidatura de Cuervo y los que prefie-
ren la del señor Gori.
Frente a esta situación, los diputados conservadores organizan una reunión
en la casa del señor Raimundo Santamaría con el propósito, además de tratar
de conciliar las dos candidaturas conservadoras, de acordar “las medidas
a cubierto de los peligros que se anunciaban”. Es así como es diseñado un
dispositivo de seguridad con el propósito de implementarlo al interior de la
iglesia de Santo Domingo como complemento al dispositivo policivo estatal
previsto para esta fecha. Este último se articula alrededor de las quinientas
plazas del batallón número 5, un regimiento de caballería compuesto de 300
hombres y la brigada de artillería, cuyos “(…) jefes y oficiales enteramente
adictos a la candidatura conservadora, perfectamente disciplinadas,
equipadas y municionadas, aguardaban en sus respectivos cuarteles la señal
de ponerse en movimiento”27 . Dicha señal podía provenir del presidente de
la República, el general Mosquera, del gobernador de la provincia, doctor
Pradilla, o del jefe del orden de la ciudad, señor Pedro Gutiérrez, quienes
eran igualmente simpatizantes de la ideología conservadora. De la misma
manera, en las cercanías de la iglesia de Santo Domingo, frente al cuartel
de artillería, estaban cargados seis cañones cuyas bocas, dirigidas hacia la
calle, husmearon durante los días de las elecciones. Finalmente al interior

25
El Censor. Nº. 42, 1849.
26
Cordovez Moure, José María. Reminiscencias de Santafé y Bogotá. tomos III y IV. Bogotá: Librería
Americana, 1899.
27
Camacho Roldán, S. “Los puñales del 7 de marzo”. El Siglo, 22 abril, 1849.

247
Natalia Suarez Bonilla

del recinto, se encontraban posicionados tres cornetas disfrazados para tocar


allí mismo las órdenes que se les diese28.
En la reunión en la casa del señor Santamaría se procedió entonces a
organizar un nuevo dispositivo articulado en tres partes con el fin de garan-
tizar esta vez, la seguridad de los diputados al interior del recinto sagrado.
La primera parte consistió en la dotación por parte de los congresistas y
de los servidores públicos de armas de largo alcance como las pistolas y de
corto punzante como las navajas y cuchillos. Como lo narra en sus memoria
José María Cordobez Moure29, la particularidad de esto es que las armas no
son disimuladas sino más bien expuestas de manera desacomplejada por sus
portadores como es el caso del el escrutador Argáez, quién justifica el porte
de un puñal diciendo que es su “limpiadientes”; o el caso de Mariano Ospina
quien con imperturbable calma (…) sacó de un bolsillo una pistola y la colocó
impasible sobre la mesa que tenía al frente30.
Dicho dispositivo se articula igualmente alrededor de la figura del es-
colta, el cual acompaña el Congresista desde la entrada al recinto hasta su
salida nuevamente. Los escoltas, que son allegados o asistentes de los dipu-
tados, tienen como función garantizar la seguridad de estos últimos durante
todo el proceso electoral por medio de un control minucioso de lo que su-
cede en la Iglesia, con el fin de actuar de manera súbita en caso de amenaza.
Esta situación se le presenta al diputado conservador Ospina cuando, frente
a la destrucción parcial por el público de la barrera de madera, “Un amigo
del señor Ospina, que como otros muchos ciudadanos había corrido para
defender a los suyos, reparando en aquel movimiento, corrió hacia el asiento
de dicho señor y presentándole una pistola le dijo: “defiéndase usted porque
lo van a asesinar31”.
Finalmente, dicho dispositivo incluye la implementación de una barra de
madera con el propósito de asegurar la integridad física de los participantes.
En este sentido, el espacio es dividido en dos por medio de unas tablas su-
perpuestas las unas sobre las otras asegurando así la distancia física y espa-
cial entre los miembros del Congreso y el público.

[…] Entre las principales medidas de precaución que se tomaron se encuentra


aquella relativa al orden en que debían colocarse los asientos, para impedir
que fuesen rodeados por el puebla soberano; tal era el título pomposo que
se arrogaban, y suelen arrogarse, usurpándolo a la Nación entera, grupos

28
Ibíd.
29
Ibíd.
30
Ibíd.
31
Cordovez Moure, Op. cit.

248
La soberanía de la nación a la prueba de “los puñales del 7 de marzo de 1849”

más o menos numerosos de una ciudad. Resolvióse que los miembros de


ambas Cámaras ocuparían el espacio que media entre el altar mayor y el
arco toral de la nave principal y los primeros de las naves laterales. De este
modo, dejando para los espectadores todo el resto del templo, y separando el
recinto destinado al Congreso con una fuerte barra de tablas, los Senadores
y Representantes podían entrar y salir por la puerta del claustro bajo, y los
espectadores por la iglesia32.

El sentimiento de miedo de los simpatizantes conservadores frente a la


forma violenta que pueden tomar las elecciones, se materializó en el relato
que los diferentes denunciantes hicieron del modo cómo se comportó el pú-
blico dentro del recinto sagrado y, más específicamente, de la reprobación de
la elocuencia como instrumento de movilización de las masas utilizada por
el público simpatizante de la candidatura de López. Como es bien sabido, la
elocuencia es el arte de seducir la razón, de excitar las pasiones y de mane-
jarlas por medio de las palabras. Esta se presenta como un arte apto para la
democracia directa la cual se ejerce sobre la plaza pública frente a una tribu-
na con el fin de defender los intereses del pueblo y controlar de esta manera
el poder. Sin embargo, en la democracia representativa donde triunfa la ra-
cionalidad, la oralidad será asociada a los demagogos que buscan animar los
ánimos del pueblo ignorante contra el poder de las élites y por lo tanto será
remplazada por la forma escrita33.
Esta situación emerge en las memorias de Joaquín Posada, cuando re-
lata cómo en ese día del 6 de marzo se presentó una serie de situaciones
que ya en la junta reunida dos días antes en casa del señor Santamaría
se habían pronosticado: Un público, bajo el ímpetu de la revancha, que
manifiesta públicamente por medio de su voz y de insignias su apoyo a
López. Dicho alboroto al igual que el público que lo genera es denunciado
como parte de una estrategia promovida por las sociedades democráticas
con el objetivo de generar presión en el recinto. Una prueba de esto son las
consignas escritas que aparecen en las cintas rojas en los sombreros en que
se lee “Viva López, candidato popular”. El autor se pregunta “¿Qué objeto
tenía esta divisa? ¿Sería temeridad creer que con ella se querían evitar, en
el acontecimiento anunciado, los golpes que de otro modo pudieran recibirse
por equivocación?”.
Este desorden promovido por los que el autor llama entre comillas “Pue-
blo soberano” con el propósito de cuestionar la forma como estos mismos se
autodefinen, y que “no representa más de “treinta o cuarenta jóvenes de los

32
Posada Gutiérrez, Op. cit.
33
Baczko, Op. cit.

249
Natalia Suarez Bonilla

que en los colegios oficiales se educaban”, es favorecido igualmente por los


miembros del congreso de filiación liberal, quienes con su actitud frente al
público y frente a la asamblea interrumpen lo que el autor llama un acto so-
lemne. Es el caso del senador el general José María Mantilla, quien, violando
el reglamento que regula el proceso de escrutinio, obstaculiza de manera
precipitosa el inicio de la lectura de los registros de las votaciones de las
asambleas electorales. El propósito es denunciar el dispositivo de seguridad
implementado al interior de la iglesia y que, según el senador, genera una
distancia entre el público y el Congreso lo que impide que se oiga y se siga
claramente el escrutinio violando así el criterio de publicidad para las elec-
ciones exigido por el artículo 90 de la Constitución.
Para el autor de la denuncia dicha situación favorece el paso al acto, es
decir, la reacción violenta del público frente al dispositivo de seguridad,
una reacción que —el autor precisa— ya se sabía que iba a suceder y por
lo cual se había previsto la barra como forma de contención. Ese día 6 de
marzo se asiste entonces a la destrucción por parte del público de la ba-
rrera de madera, quien “zanjó a su modo las dificultades rompiendo la ba-
rra, echando al suelo trozos que arrancaba, e invadiendo de tropel el recinto
de las sesiones, con horrible algazara”. El recinto del Congreso queda así,
según el relato, sin obstáculos que marquen claramente no solo el carác-
ter trascendental del evento sino también permitan visualizar los criterios
que garantizan el funcionamiento correcto de la representatividad en la
elección del presidente de la república. Es en ese contexto de confusión
que toma sentido las expresiones utilizadas para juzgar dicho evento tales
como “acto salvaje”, “situación deplorable”, “la situación extrema a la que
ha llegado la república”.
Según Joaquín Posada, esta situación expuso al congreso a una nueva
irrupción más efectiva y eficaz que la primera. En efecto, si la destrucción
de la barrera de madera sirvió para que las mesas de los secretarios y escru-
tadores se desplazaran hasta llegar al límite que anteriormente separaba el
público de los diputados con el fin de permitir el seguimiento del evento,
dicha situación aumenta la amenaza para los diputados y para el sistema
representativo. En efecto, según el autor, el público comienza a cercar los
asientos de los diputados hasta tal punto que quien hubiera querido salir del
espacio donde se desarrollaba el escrutinio no lo hubiera podido hacerlo ya
que se encontraba encerrado por una masa humana atenta al desenlace de
las elecciones. El clima de amenaza se incrementa con el comportamiento
verbal violento del público quien

250
La soberanía de la nación a la prueba de “los puñales del 7 de marzo de 1849”

[…] En la cuenta que se hacía de los votos que se proclamaban, cada vez
que los favorables al señor Cuervo se adelantaban a los del general López,
las filas que pecho con espalda cercaban a los senadores y representantes,
prorrumpían en insultos y frases desvergonzadas e insolentes, con ademanes
amenazadores, anuncio todo de mayores excesos […].

Esta situación que se torna peligrosa en las rondas siguientes se alimenta


de la ignorancia del público respecto a las reglas que rigen el escrutinio:
en cada una de las diferentes votaciones éste, creyendo que los resultados
de cada sesión son los definitivos, reaccionara de manera tumultuosa.
En ese orden de ideas, parte del público corre de manera desordenada hacia
el exterior del recinto sagrado, mientras que otra parte armada de puñales
y desplazando de manera agresiva los asientos, ocupa el espacio reservado
al Congreso. Frente a esta situación el comportamiento de los diputados
varía: algunos se quedan en sus sillas y esto a pesar de que en su espalda se
encuentra apuntado el “puñal de los agresores”; otros corren a buscar refugio
al lado del presidente “para recibir la embestida de frente”.
La forma como esta situación de “tumulto violento” es presentada en las
diferentes denuncian que abordan este tema aparece no como un acto es-
pontaneo sino como el resultado de un plan previamente elaborado por los
simpatizantes liberales e implementado por medio de un dispositivo de aco-
so bien articulado. Dicho dispositivo se articula en diferentes etapas: despla-
zamiento y movilización de un público hasta la iglesia de Santo Domingo,
manifestación pública del apoyo al candidato lopista por medio de lemas y
de insignias; destrucción de la barrera de madera, y por ende el encierro de
los diputados. A esto se le debe añadir la presencia de algunos grupos que

[…] a modo de guardia, estaban apostados en ciertos puntos para impedir la


salida a los diputados que entraban”, al igual que la ocupación de “[…] una
puerta del claustro del convento, que se había reservado para que los diputa-
dos entrasen y saliesen por allí […] de manera que el Congreso quedase en
estrecha prisión”. Finalmente, la presencia de personas armadas que “tienen
una misión especial” es decir asesinar a los personajes políticos importantes
del bando opuesto.

“Los goristas y cuervistas ven puñales y asesinos por todos lados”


Si los simpatizantes del bando conservador articulan su denuncia
alrededor de la violación de los dispositivos jurídicos de la democracia
representativa, los partidarios del campo lopista organizaron su defensa a
partir de una argumentación que buscaba deslegitimar el carácter neutral y
objetivo que pretenden darle a sus denuncias los Goristas y los Cuervistas.
El periódico El Censor en su número 42 cuestionó cómo los periódicos

251
Natalia Suarez Bonilla

de oposición se pusieron de acuerdo en decir que “fueron los puñales y las


pistolas las que arrancaron a los diputados la elección de López.”. Con el fin de
contestar tal acusación, el autor se propone demostrar que dichas elecciones,
contrariamente a lo que se dice, sí se realizaron en secreto y en total libertad.
Como prueba se cita el caso del cura que fue desalojado de su confesionario.
Este hecho se presenta cuando antes de proseguir con el último escrutinio,
algunos diputados conservadores manifestaron no querer proseguir hasta
estar seguros que en la iglesia de Santo Domingo no quedaba una sola alma
a excepción del Congreso. Fue así como se revisaron todos los rincones del
templo y se encontró en un confesionario un cura el cual fue inmediatamente
desalojado y conducido fuera del recinto.
Contra la acusación de coacción se eleva también Salvador Camacho,
quién en su respuesta a una hoja suelta que circula apelando al pueblo del
7 de marzo del 1849 a insurreccionarse contra el nuevo presidente, destaca
la infundada acusación de los conservadores sobre el comportamiento vio-
lento por parte de los simpatizantes de López. Con tal propósito trae como
prueba de su argumentación la referencia al dispositivo de seguridad im-
plementado por el gobierno y la relación de éste con el comportamiento
del público que asiste. Según el autor, el general Mosquera, el gobernador
de la provincia el doctor Pradilla y las otras autoridades conservadoras, a
pesar de detentar el monopolio de la fuerza no estaban dispuestos, por el
respeto de las leyes, a imponer por la fuerza a su candidato así como a re-
primir la presencia del pueblo. Sin embargo, en el caso que hubiera habido
amenaza real, éstos no hubiesen dudado un solo instante en usar las armas.
En efecto, tanto el general Mosquera, como el gobernador de la provincia y
el encargado del orden, eran simpatizantes de los candidatos conservadores
lo que llevaba a que las órdenes de estos tres funcionarios tuvieran el apoyo
de “la fuerza militar que espera el señal para ponerse en movimiento”. En ese
orden de ideas, si durante los dos días que ocuparon las elecciones no hubo
un despliegue de fuerzas, es porque en realidad no existía una amenaza por
parte de las masas que asistieron al evento. Al contrario, éstas, al igual que
el partido liberal, estaban “bastantes tranquilas”. Este clima de tranquilidad
es señalado en las memorias de José María Cordovez Moure el cual relata
como para esa fecha “la ciudad parecía tranquila: todos estaban ocupados en
sus tareas ordinarias, y en apariencia nada indicaba que en ese día se iba a
jugar en una sola suerte el porvenir de los partidos que se disputaban el poder”.
La acusación de coacción no parece pues fundada. Como prueba ulterior,
Salvador Camacho precisa como el partido Liberal sabía que solo en la paz y
el orden podían obtener buenos resultados. Además en Bogotá, lugar de las
elecciones, el partido estaba mal estructurado lo que hacía imposible apelar

252
La soberanía de la nación a la prueba de “los puñales del 7 de marzo de 1849”

al uso grupal de la fuerza, igualmente su único apoyo eran los artesanos que
se reunían de manera pacífica. Las sociedades democráticas actuaban más
bien en respeto de la representación nacional y en adhesión con la voluntad
del Congreso en su elección del presidente. A pesar del rumor que circulaba
a propósito de los actos anárquicos de estas asociaciones, varias comisiones
de la sociedad democrática fueron enviadas al recinto donde se realizaban
las elecciones con la tarea de reafirmarle al presidente del Congreso, los pro-
pósitos que estas perseguían y que no eran otros que el de instruir y mora-
lizar al pueblo, respetar las leyes y sostener la libertad del Congreso en ese
día de las elecciones:
Una comisión en su seno (sociedad de artesanos) fue encargada de felici-
tar el señor Pradilla por su nombramiento como gobernador en tan críticas
circunstancias y de ofrecerle la colaboración de sus miembros en el soste-
nimiento del orden y de la libertad en el acto solemne de la emisión de sus
votos como primer magistrado.

Según el autor, Salvador Camacho, si bien el gobierno de Mosquera ha-


bía organizado un dispositivo de defensa de las elecciones del 7 de marzo,
la parte no militar se encontraba temerosa por miedo a la venganza de las
víctimas de la guerra del 1840 ya que, temían que la política de López fuera
vengativa, perseguidora y excluyente. Este sentimiento de miedo es resalta-
do igualmente por el diario el Censor cuando relata como los conservadores
invadidos por el temor terminan por propiciar un clima de aprensión en-
tre los miembros del Congreso. Esta situación es la que se presenta cuando
antes de iniciar las últimas votaciones, el cura Rodin hace la proposición,
que después será negada, de suspenderlas enarbolando el argumento, bajo
juramento de su honor y de su vida, de que se sabía de manera cierta que
entre el público se escondía “150 puñales desinados a asesinar los diputados
cuervistas”. Según el autor del artículo, esta proposición es la que intimida a
los votantes y los lleva a dar su voto a López y no “los gritos y los aplausos de
un pueblo entusiasta”.
Este sentimiento de amenaza que les hace “ver puñales y asesinos por
todos lados”, los conduce pues a prepararse para obrar enérgicamente por
medio de la implementación en la Iglesia de Santo Domingo del dispositivo
de seguridad antes mencionado. Así “Bajo la influencia de estos temores
quiméricos se había levantado en medio de la iglesia unas barreras que
dejaban al congreso a bastante distancia del publico (…)”, lo cual termina por
atentar contra la democracia. Según el relato, este aspecto fue denunciado
por el general José María Mantilla quien interrumpiendo la lectura de los
registros de las votaciones de las asambleas electorales, criticó la forma

253
Natalia Suarez Bonilla

como se habían dispuesto los asientos de “irregular e indebida y atentatoria


contra la democracia y contra la soberanía popular,” ya que por la distancia
que dejaban entre el público y los diputado, lo que se decía en el recinto del
Congreso no se podía oír de manera clara ni era accesible a todos. Mantilla
acusa indirectamente al miedo de los conservadores como el responsable de
esta situación, cuando declara que entre el público y el Congreso no debía
haber, por miedo de la masa, ningún objeto que propiciara la separación
entre los dos actores y que más bien era el pueblo quien debía ser el único
guardián de la protección de los diputados.
Esta crítica que inicialmente es expuesta oralmente ante el resto de los
congresistas será después plasmada en una proposición con el objetivo de
ponerla en discusión. Esta dio lugar a un debate interesante entre los diputa-
dos sobre la forma en que los valores de la democracia debían materializarse
en un dispositivo de representatividad democrática. Pero antes de comen-
zar el debate, los conservadores criticaron la inexactitud de las razones del
general Mantilla argumentando que no había violación de la constitución y
en especial del articulo 90 ya que el dispositivo de seguridad implementado
por los simpatizantes del partido conservador no obstruía la publicidad del
evento siendo “la sesión a puerta abierta, en un espacioso edificio, en el que
cabían, y había en efecto, muchos centenares de espectadores”. Una vez critica-
da la proposición, se pasó a su modificación. En este momento de la discu-
sión se evidencia que no existe entre las partes un consenso sobre las causas
que impiden el correcto desarrollo del proceso electoral: para algunos, es el
espacio escogido; para otros, su dimensión; para otros más, la presencia físi-
ca del público; finalmente, para otros más, es la separación entre el público
y el Congreso. En ese orden de ideas, los diputados harán una serie de pro-
puestas con el fin de modificar la proposición inicial del general Mantilla.
El señor Mariano Ospina Rodríguez de filiación conservadora es de la idea
que el público debe ser excluido de la sesión y por lo tanto se debe suspender
el escrutinio y trasladarse la sesión del Congreso a la galería baja de la casa
consistorial. Para el señor Manuel Murillo el espacio tiene que reorganizarse
de tal forma que el público presencie mejor los actos que han de verificarse
en el Congreso. Para el señor Lino de Pombo la cuestión se resuelve con el
traslado de los asientos del presidente, escrutadores y secretario a la barra.
Los argumentos, que fueron presentados a la hora de votar las diferentes
proposiciones, permiten saber cómo los participantes entendían la materia-
lización del concepto de representación. En efecto, la proposición del señor
Pombo fue negada porque dejaba subsistente la separación de los miembros
del Congreso y de los espectadores, en cambio fue aprobada la del señor
Murillo por los mismos que negaron la anterior.

254
La soberanía de la nación a la prueba de “los puñales del 7 de marzo de 1849”

A pesar de que el espacio fue reorganizado con el fin de hacer cumplir la


decisión votada, en realidad la forma definitiva que tomó esta reorganización
fue el resultado de la irrupción del público en el recinto y que obligó a los
diputados a modificar de facto la disposición de las mesas y de las sillas.
Esta irrupción, que se produce el día siete de marzo será denunciada por
los conservadores como el momento en que los liberales deciden “pasar
al ataque del Congreso”, mientras que para los simpatizantes del candidato
de López es el resultado del interés demostrado por el público, de manera
pacífica y respetuosa, hacia el proceso electoral. En efecto, según el autor,
la expectativa general alrededor de este evento lleva a que el recinto de la
iglesia se llene de una multitud ansiosa y que los últimos que entran, en su
anhelo de seguir de cerca el proceso, empujen a aquellos que los preceden,
obligándolos sin querer a ejercer presión sobre las barreras de madera. Esto
hace que una de las tablas ceda y que por el espacio que se abre, la gente
penetre al recinto del Congreso. Sin embargo, bajo el flujo de las personas
que se abren espacio, la tabla finalmente cae con estruendo sobre las losas
del pavimento, lo que según el autor “(…) debió sonar de distinto modo para
algunos diputados”.
A pesar del tumulto y de la confusión que esto generó, el comportamien-
to del público contradijo, según el autor, la reacción que tuvieron los con-
servadores frente al evento. En efecto, una vez que el estruendo invadió el
recinto, el doctor Mariano Ospina le exigió al presidente del Congreso que
desplegara el dispositivo de seguridad concebido para defender al Congreso.
Sin embargo, a pesar de los insultos que el doctor Ospina dirigió hacia “el
pueblo inerme y respetuoso”, el público obedeció de manera pacífica al llama-
do del presidente, el cual a su vez apeló a las armas “de la razón y de autori-
dad moral del Congreso”. La misma reacción pacífica y obediente se verificó
hacia el final de las elecciones cuando el público fue invitado de nuevo a des-
alojar el recinto. Es solo hacia las cinco de la tarde cuando se conocieron los
resultados definitivos que “estalla frenéticamente el entusiasmo comprimido
hasta entonces por respeto de la representación nacional”.

Conclusión

El escándalo alrededor de “los puñales del 7 de marzo” nos permite ver la


ruptura que se opera en el sentido común de los narradores letrados de ese
periodo histórico, respecto a lo que se considera que debe ser la soberanía de
la nación, el régimen que la materializa al igual que su referente cultural que
es la iluminación. Para éstos dicha soberanía se caracteriza por ser abstrac-
ta y racional, dejando entender con esto que la participación no mediada

255
Natalia Suarez Bonilla

del pueblo en las elecciones es sinónimo de desorden. Esto se puede ver no


solo en los autores simpatizantes del campo gorista, quienes acusan a los
lopistas de amenazar la democracia por medio de la irrupción directa del
pueblo sociológico en el recinto donde se realiza el proceso electoral; tam-
bién lo encontramos en aquellos que, defendiendo la candidatura Lopista,
acusan a los partidarios de Gori de actuar bajo el temor obstaculizando de
varias maneras el libre ejercicio de las elecciones. A pesar de que los autores
tratan de tomar distancia frente a las acusaciones mutuas de irracionalidad
emotiva, los diferentes relatos dejan ver el rol que juegan las emociones en
la redefinición de las relaciones de poder en el seno de los grupos sociales.
La forma como los narradores del evento ponen en escena las emociones
para cada uno de los bandos, al igual que las acciones y la concatenación de
las reacciones, nos deja ver las relaciones de fuerza y de alianzas en constan-
te reconfiguración en el seno de la elite política. La retórica de las emociones
participa de ese proceso y es por eso que más allá de la autenticidad de las
denuncias y contradenuncias, lo interesante en la narración de este escán-
dalo es que los narradores juzguen pertinente invocar y poner en escena
construcciones del evento que hacen énfasis en la emoción así sea solo para
denunciarlas.

Bibliografía

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Periódico El Siglo.
Memorias
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El Sufragante, Nº. 7 (24 mayo, 1849). Cartagena: Imprenta de José Antonio Cualla.
La Democracia, (1 abril, 1849 – 20 abril, 1849). Cartagena: Imprenta de los here-
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El Fanal, no 4 (1 mayo, 1849). Cartagena: Imprenta de los herederos de Jota
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256
La soberanía de la nación a la prueba de “los puñales del 7 de marzo de 1849”

El Siglo (22 abril, 1849). Bogotá: Imprenta de José Antonio Cualla.


Acta Congreso Gazeta oficial números del 1020 al 1093.

Secundaria
Annino A., & Guerra, F. X. Inventando la nación. Iberoamérica XIX México: Fondo
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Bushnell, David. Las elecciones en Colombia: siglo XIX, Edición en la biblioteca vir-
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guerra: metáfora, narraciones y lenguajes políticos. Un estudio sobre las memorias
de las guerras civiles en Colombia. Colombia: La Carreta editores, 2006.

257
Capítulo 7

DEFINICIONES DE NACIÓN EN LA INVESTIGACIÓN


JURÍDICA DE JOSÉ MARÍA SAMPER
(1873-1886)

Eric Rodríguez Woroniuk1

Introducción

El pensamiento de José María Samper, como la gran mayoría de los


políticos del XIX colombiano, desde sus primeros manuscritos de 1848 hasta su
Filosofía en cartera de 1887, se desenvuelve dentro de la recurrente búsqueda
de la definición de términos como justicia, libertad, gobierno, civilización,
soberanía, nación y Estado. La prolífera obra de José María Samper nos
conduce a nuevas y renovadas formas de interpretarlo. Lo considerado en
su “Discurso de recepción en la Academia Colombiana” como uno de sus
“pecados mortales” por la “prodigalidad en hablar y escribir”, producto de
una excesiva confianza en su capacidad llegando incluso a lo que denominó
una “gula de la publicidad”; esos pecados que, según aseguró, felizmente “no
han hecho daño, que yo sepa, sino a mi reputación literaria y a mi bolsillo”2,
se han convertido en un verdadero reto para su interpretación desde los
tiempos contemporáneos.
Recientemente Patricia D’Allemand estimó pertinente revaluar los
aportes de José María Samper desde múltiples problemáticas presentes en
su obra, esto lleva a romper con las barreras disciplinares desde donde se
1
Doctor en Ciencia Política de la Universidad del Salvador, Buenos Aires, Argentina, Profesor de la
Universidad del Valle.
2
Samper, José María. “Discurso de recepción en la Academia Colombiana”. Selección de estudios.
Bogotá: ABC, 1953, p. 169.
Eric Rodríguez Woroniuk

han interpretado sus escritos3. Las reflexiones políticas, jurídicas y socia-


les relacionadas con la institucionalización de la república, las indagaciones
científicas y metodológicas, sus estudios históricos y de casos sobre países
latinoamericanos, sus escritos literarios, hasta inclusive sus puntos de vista
teológicos de juventud, comprenden un panorama intelectual problemático
dispuesto a diversas interpretaciones.
Impulsado por la necesidad de delinear a la política en Colombia auscul-
ta los caracteres, comportamientos, conflictos y concepciones filosóficas y
científicas dominantes en Europa y Latinoamérica. Estas indagaciones con-
figuran el marco de su pensamiento. Los significados otorgados a los térmi-
nos recurrentes en su vocabulario político sin duda cambian de acuerdo con
sus valoraciones y experiencias personales como político activo e intelectual
en el transcurso de su adherencia a la conformación de una clase política
en el país. En este artículo pondré especial atención a su madurez como
investigador en el campo filosófico jurídico; conforme a las consideraciones
metodológicas por él concebidas para las ciencias humanas y sociales, hasta
entonces inexistentes en Colombia.
Las variaciones en sus ideas, orientadas en la búsqueda de dar una forma
institucional a la Colombia post independista, estuvieron motivadas por su
personal manera de conceptualizar la política las dimensiones de político
militante, intelectual doctrinario y en la última época de su vida entrelaza
un interés académico comprometido con el desarrollo de la investigación ju-
rídica en Colombia. Esta lo llevó a un movimiento pendular en su militancia
política; un registro biográfico denominado como una transición ideológica,
de acuerdo con las consideraciones de Héctor Charry Samper, el cual des-
cribe un giro desde posiciones radicales en su juventud hasta la hibridación
de concepciones liberales y conservadoras durante su participación como
delegatario en la Constituyente de 1886. Este autor al reflexionar sobre la
vida intelectual de Samper identifica laberínticas transiciones y cambios de
posición en su pensamiento político, donde “confluyen en ellas deslumbra-
mientos, golpes, razonamientos e intuiciones, en diversos grados. A veces
son el resultado de sedimentaciones lentas, otras de decisiones súbitas”4.
Rubén Sierra Mejía consideró este cambio biográfico como la decepción
de radicalismo. Al reconstruir las experiencias adversas de José María Sam-
per a partir de 1875. Precisa como en su actividad de periodista de la época

3
D’Allemand, Patricia. José María Samper, Nación y cultura en el siglo XIX colombiano. Suiza: Peter
Lang, 2012, 4.
4
Charry Samper, Héctor. “La transición ideológica de José María Samper Agudelo”. Boletín de
Historia y Antigüedades, Órgano de la Academia Colombiana de Historia. Nº. 800, 1878.

260
Definiciones de nación en la investigación jurídica de José María Samper (1873-1886)

marca distancia de los efectos del proyecto liberal dominante en la organi-


zación política de aquel entonces; en particular cabe destacar su referencia
a sus consideraciones acerca de las consecuencias negativas del federalismo
en el país como la atomización de la unidad nacional y el protagonismo de
los gamonales regionales por encima de los partidos políticos5.
En el presente escrito, dentro de la historiografía sobre José María Samper,
resulta orientativa la síntesis realizada por Jaime Jaramillo Uribe acerca de
esta transformación; en su interpretación de la autobiografía de este autor,
Historia de una alma, observa un giro en su pensamiento “del liberalismo
revolucionario al liberalismo clásico constitucionalista, y del espíritu román-
tico y utopista a la tolerancia y cautela de un liberalismo conservador”6.
En particular, me concentraré en la dispersión de su definición de nación,
en relación con soberanía, gobierno, libertad y Estado entre 1873 y 1887.
El período de su transición hacia el liberalismo clásico constitucionalista,
donde se encuentra una tensión teórica de sugestiva. Me detendré en sus
obras jurídicas el Curso elemental de ciencias de le legislación de 1873 y De-
recho público interno de Colombia de 1886, ambos considerados por Rubén
Sierra Mejía como sus más libros rigurosos7. El primero responde a sus con-
cepciones liberales y el segundo a su período de afinidades con el liberalismo
conservador. Esto sin dejar de lado precisiones previas realizadas en diversas
publicaciones como El programa de un liberal a la convención constituyente
de los Estados Unidos de Nueva Granada de 1861, donde aparecen ideas de
suma importancia para interpretar su idea de nación.
Si bien los términos en los escritos de José María Samper pueden tratarse
de manera independiente, resulta de especial interés, conforme a los signi-
ficados asignados a su literalidad, hallar relación entre ellos. En el conjunto
de su inquieto pensamiento sus definiciones parecerían circular sin desti-
no, pero en la dispersión de sus obras encontramos una prolífera vaguedad.
El lector una vez superada la incertidumbre en el ejercicio interpretativo
encuentra un campo semántico abierto a conceptualizaciones, abonado en
las reflexiones propias de las problemáticas del XIX acerca de los intrincados
destinos de la construcción de la nación en Colombia.
Asumir esta perspectiva en el análisis no es ajeno al desarrollo del térmi-
no nación en Occidente, de acuerdo con el ejercicio conceptual realizado por
Francesco Rossolillo. Su uso habitual en el vocabulario político se remonta

5
Sierra Mejía, Rubén. “José María Samper: la decepción del Radicalismo”. El Radicalismo colombiano
del Siglo XIX. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2006.
6
Jaramillo Uribe, Jaime. El pensamiento colombiano en el siglo XIX. Bogotá: Alfaomega, 2001, p. 174
7
Sierra Mejía, Op. cit. p. 65.

261
Eric Rodríguez Woroniuk

a la Revolución Francesa y desde entonces no ha dejado de tener variacio-


nes considerables de acuerdo con los contextos a los que se han referido los
intelectuales. De ahí su significativa gravitación en los contextos de organi-
zación política en la Latinoamérica post independentista. Al emerger en la
modernidad europea, su irrupción en nuestro medio introduce mutaciones
dentro de su contenido semántico. Al respecto se potencia aquello recono-
cido en su uso por Francesco Rossolillo: el término nación se ha convertido
hasta ahora “entre los más vagos e inciertos del vocabulario político”8.
Conforme con este autor podría considerar una transformación del con-
cepto de nación en José María Samper inicialmente concebida “como un
grupo de hombres unidos por un vínculo natural” de acuerdo con el ius
naturalismo. Según Francesco Rossolillo “con este fin se cumple la idea, que
forma parte del núcleo semántico fundamental del término nación, de un
vínculo natural y profundo, que inviste incluso la esfera más íntima de la
personalidad de los individuos que por ello están unidos, tanto que justi-
fica la elaboración ritual y de una simbología”9. En 1861 empieza a tomar
forma esta concepción dentro del ideario del intelectual colombiano, en
El programa de un liberal a la convención constituyente de los Estados Unidos
de Nueva Granada, sostiene la convicción que en Colombia, más allá de la
organización federal de aquel entonces, “ha habido y lo que hay es un solo
pueblo, una nacionalidad indivisible”10.
En las distintas fases de su pensamiento la idea de nación tiende a rela-
cionar diferentes sistemas de creencias tendientes a garantizar la fidelidad de
los ciudadanos hacia organizaciones políticas. En su período liberal revolu-
cionario para “la reconstitución” de la republica evocaba como principios de
legitimidad, propios de la “manifiesta opinión nacional” a la democracia, la
federación y la garantía de la libertad individual11, mientras en su período
de liberal conservador la reconstitución de la república se rigen por el prin-

8
Rossolillo, Francesco. “Nación”. Diccionario de ciencia política, ed. Norberto Bobbio. México:
Fondo de cultura económica, 2005, pp. 1022-1023.
9
Ibíd., p. 1024.
10
Samper en El programa de un liberal era enfático al sostener la importancia de la unidad nacional
como trasfondo en la integración política de los Estados federales. Para él “la existencia le toda nación
tiene la condición implícita y necesaria de la perpetuidad, o mejor dicho, de lo indefinido, por la muy
sencilla razón que el pueblo es una entidad permanente, un ser que se compone de las generaciones
que fueron, que son y que serán, encadenadas por intereses perdurables como son los de la naturaleza
humana. Si alguna vez la guerra puede romper la asociación federal, momentáneamente, es solo
como un medio coercitivo de obtener justicia; sin que por eso deba desaparecer la unidad social o
popular”. José María Samper, El programa de un liberal a la convención constituyente de los Estados
Unidos de Nueva Granada. París: Imprenta de E. Thunot y C, 1861, pp. 15-16.
11
Ibíd., p. 13.

262
Definiciones de nación en la investigación jurídica de José María Samper (1873-1886)

cipio unitario en la organización política, la autoridad del Poder Ejecutivo,


el reconocimiento del catolicismo como el sistema de creencias capaz de
expresar la unión de los colombianos.
Se requiere destacar el marco histórico donde se encuentra inserta la
transformación conceptual de José María Samper. El mismo está moldeado
por la Regeneración, período del acontecer político dominante en Colombia
entre 1878 y 1900, según Marcos Palacio. Éste historiador identifica distintas
fases en su delimitación: “la Regeneración fue primero un proyecto liberal,
1878-1885; evolucionó hacia una alianza de conservadores y liberales
independientes 1885-1887, que trató de formar un partido nacional, y en
la metamorfosis final quedó convertida en un proyecto del ala nacionalista
mayoritaria del partido conservador”12. Teniendo en cuenta la periodización
realizada, el Curso elemental de ciencias de le legislación de 1873 y en
consonancia con las ideas de su época corresponde al proyecto liberal previo
a la Regeneración y el Derecho público interno de Colombia, corresponde
al período en el cual José María Samper asumió el liberalismo clásico
constitucionalista y un liberalismo conservador como parte de los liberales
independientes integrantes de la Regeneración.
Debo realizar una anotación con relación a la concepción general de nación
soberana en el pensamiento de José María Samper; el cual durante el período
estudiado, en alguna medida, se habría mantenido invariante. El mismo es
reconocido como el hallazgo histórico en la orientación de la redacción de
su Derecho público interno de Colombia, de este modo observa entre 1810 y
1886, en medio de múltiples expresiones de violencia, “una especie de flujo
y reflujo fatales, inevitables en sentidos opuestos; algo como una antinomia
permanente” respecto al mismo principio republicano. Es decir el principio
asumía diversas formas conforme se lo definía en cada período, podía variar
según el régimen, por ejemplo ya sea centralista o federalista, liberal o
conservador13. En el desarrollo de sus observaciones sobre las experiencias
de organización institucional colombiana es asertivo al insistir, de manera
semejante a la posición asumida en El programa de un liberal de 1861, en su
tratado de derecho constitucional de 1886 que: “en todo su desenvolvimiento
desde la proclamación de la independencia, contienen en sustancia de la
historia política y social de nuestra patria como nación soberana”14.

12
Palacios, Marco. “La Regeneración ante el espejo liberal y su importancia en el siglo XX”, en Marco
Palacios La clase más ruidosa y otros ensayos. Bogotá: Norma, 2002, p. 144.
13
Samper, José María. Derecho público interno de Colombia, t. I. Bogotá: Biblioteca Popular de
Cultura Colombiana, 1951, p. 2.
14
Ibíd., p. 7.

263
Eric Rodríguez Woroniuk

Esta idea habría estado sumamente arraigada en su pensamiento a lo lar-


go de su vida política e intelectual. En Historia de una alma, su autobiografía
publicada en 1881, a propósito de su activa participación en la creación del
estado de Panamá en 1855 rememora: “En el orden político, yo quería que
a todo trance se mantuviese la unidad nacional, entendiendo por tal todo
aquello que, en las instituciones y estructura de gobierno, había que man-
tener un solo pueblo, compuesto por la totalidad de los neogranadinos, con
los mismo derechos y deberes y un territorio común, y por lo tanto una sola
nación soberana”15.
Ésta concepción de nación, a pesar de presentar intermitencias en las fases
estudiadas, no deja de convertirse en el sustrato básico de identificación del
colectivo político. Se puede afirmar que el término nación hace referencia a
una conformación histórica previa, desde la cual se prefiguran, en los distintos
períodos de su vida intelectual, diversas formas organizativas de la república.
Moldeándose por lo además los distintos sistemas de creencias, ya sean libe-
rales o católicos-conservadores, para legitimar las organizaciones políticas.
Sin embargo, como lo anticipé, cuando deja la idea general de nación
para aproximarse a la definición de sus particularidades en su obra jurídica
las diferencias se profundizan. Al respecto es importante subrayar el peso
histórico de su tratado de derecho constitucional Derecho público interno de
Colombia frente a su Curso elemental de ciencias de le legislación. El primero
de manera inequívoca estaba destinado a la justificación y legitimación de
una idea de nación en el ordenamiento constitucional de 1886; el cual estaba
destinado, además como el segundo, a su uso por parte de estudiantes de
derecho de la Universidad Nacional de Colombia. En su tratado de derecho
constitucional se encuentran como rasgos destacados limitada la libertad
individual en la definición de soberanía de la nación y consolida una visión
del gobierno de la nación; cuya autoridad, de manera particular, se presenta
por encima del Estado mismo. Además dentro de la concepción de nación,
ubica al catolicismo como fuente medular de la fidelidad de los ciudadanos
al Gobierno, estableciendo con ello una retracción en relación con el libera-
lismo revolucionario de su juventud.

Letras e investigación en José María Samper

Dentro del pensamiento de José María Samper no menos controverti-


da aparece su concepción metodológica acerca de la investigación. Desde
su juventud la ciencia gravitó en sus preocupaciones intelectuales. Patricia

15
Samper, José María. Historia de un Alma. Bogotá, Imprenta Zalamea Hermanos, 1881, p. 332.

264
Definiciones de nación en la investigación jurídica de José María Samper (1873-1886)

D’Allemand destaca la impronta dejada en aquel entonces por el proyecto


de la Comisión Corográfica y la relación con Manuel Ancizar y Agustín Co-
dazzi16. Los intereses en la investigación se convirtieron en referencia para
aglutinar la clase política naciente durante el XIX, un hecho particularmente
acentuado a partir de la década del 70.
Su compromiso con la organización de la investigación se hizo mani-
fiesto como congresista en repetidas ocasiones. En marzo de 1857 presentó
a la cámara de diputados un proyecto de decreto donde proponía recupe-
rar los espacios para la investigación y se le daba una nueva organización
en la Academia Nacional. Ellos comprendían el observatorio astronómico,
el gabinete de historia natural, el museo mineralógico, las bibliotecas pú-
blicas de obras extranjeras y nacionales, el laboratorio de química, y demás
establecimientos de semejante naturaleza. Esta iniciativa no prosperó. Sin
embargo es de interés rescatar la importancia dada al cultivo del lenguaje
en sus consideraciones, una posición ratificada a lo largo de su vida; a
propósito expone: “La Academia tiene, aparte de sus objetos naturales i
comunes, en lo relativo a ciencias, literatura i bellas artes, la principal mi-
sión de atender el estudio i la creación i perfección de la historia i la lengua
del país”17.
La preocupación acerca de la institucionalización de la investigación en
el país vuelve a aparecer en 1864, cuando nuevamente presenta un proyecto
de ley al congreso. A diferencia del presentado en 1857, el último estaba
influido por su viaje a Europa. El mismo comprendía la formación de un
Instituto Nacional de Enseñanza Superior compuesto por tres escuelas: de
ingeniería civil y militar, de ciencias naturales y medicina y cirugía. Por otra
parte se proponía crear la Academia Nacional con las secciones de literatura
y humanidades, ciencias físicas y matemáticas, ciencias naturales y medici-
nales, ciencias morales y políticas y finalmente de bellas artes18.
Finalmente esta idea de fundar una sola Academia Colombiana don-
de se integraran diversas disciplinas no tuvo acogida. El camino fue la
fundación de diversas academias especializadas cuya durabilidad y su-
pervivencia fueron variables. En 1871 se creó bajo el liderazgo de Mi-
guel Antonio Caro la Academia Colombiana centrada en el estudio de la
gramática y la filología. El mismo año de su fundación recibió el recono-
cimiento de la Real Academia Española. Malcolm Deas destaca el par-
ticular interés de sus miembros por reconocer a la gramática y filología

16
D’Allemand, Op. cit. p. 10.
17
Samper, José María. “Crónica interior”. El Neogranadino. Marzo 12, 1857.
18
Samper, José María. Proyecto de lei sobre fomento de la instrucción pública.Bogotá, 1864.

265
Eric Rodríguez Woroniuk

como ciencias19. José María Samper fue acogido en la Academia Colombia-


na. En su discurso de recepción destacó la importancia del desarrollo de la
lengua dentro del país, y no sin desencanto hizo referencia a “la escases de
ingenieros, naturistas y otros servidores de las ciencias naturales y exactas”20.
En su análisis el aislamiento geográfico, demográfico y económico del
país “motivaron la conservación de nuestra lengua, de tal modo, que habla-
mos mejor que en algunos pueblos de España misma y casi todos de Amé-
rica Española”21. Era incisivo al reconocer la existencia de “una literatura
nacional”; desde su perspectiva reconocía “sin dificultad nuestra pequeñez y
deplorable atraso en que vivimos, razón tenemos, sin embargo, para procla-
mar que somos un pueblo esencialmente literario”22. Esta apreciación podría
dejar de ser una visión caprichosa sino más bien una acertada intuición; la
enorme influencia en el espacio latinoamericano de María de Jorge Isaacs a
partir del siglo XIX y el impacto global de la obra de Gabriel García Márquez
en el siglo XX, parecerían darle la razón acerca de las particulares capaci-
dades de los colombianos para el uso de la lengua en la creación literaria.
La organización de las restantes Academias perdurables aún quedó rezagada
en el tiempo23.
El peso en la composición de los miembros de la Regeneración como
cultores de la lengua castellana fue considerable. Para Malcolm Deas “la
gramática, el dominio de las leyes y de los misterios de la lengua, era un

19
Deas, Malcolm. “Miguel Antonio Caro y amigos: gramática y poder en Colombia”. Del poder y
la gramática y otros ensayos sobre historia, política y literatura colombianas. Ed. Malcolm Deas.
Bogotá, Tercer Mundo, 1993, pp. 31-32.
20
Samper, “Discurso de recepción”. Op. cit. p. 184.
21
Ibíd., p. 191-192.
22
Ibíd., p. 192.
23
Para Santiago Díaz Piedrahita “La más antigua entre las academias creadas mediante la ley y que
actúan como órganos consultivos del gobierno nacional es la Academia Colombiana de la Lengua,
entidad que, con base en un acuerdo de la Real Academia Española (aprobado el 24 de noviembre
de 1870 y que la declaraba entidad filial), inició labores el 10 de mayo de 1871. Con posterioridad
fueron creadas la Academia Nacional de Medicina (febrero 9 de 1873), la Academia Colombiana
de Jurisprudencia (9 de septiembre de 1894), la Academia Colombiana de Historia (9 de mayo
de 1902), la Sociedad Geográfica de Colombia (20 de agosto de 1903), la Academia Colombiana
de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (28 de mayo de 1936) y la Academia Colombiana de
Ciencias Económicas (3de mayo de 1984). Otros organismos consultivos del gobierno, como la
Sociedad Colombiana de Ingenieros y su homóloga la Sociedad de Arquitectos, fueron fundados,
respectivamente, el 29 de mayo de 1887 y el 6 de junio de 1934,en tanto que el Instituto Caro y
Cuervo inició labores el 25 de agosto de 1942. El Colegio Máximo de las Academias de Colombia,
organismo que agrupa a las citadas academias y sociedades, inició actividades el 2 de octubre de
1989”, en Santiago Díaz Piedrahita, “La organización en 1871 de la Academia Nacional de Ciencias
Naturales y sus reglamentos”, Boletín de Historia y Antigüedades XCII, Nº. 829, junio, 2005.

266
Definiciones de nación en la investigación jurídica de José María Samper (1873-1886)

componente muy importante de la hegemonía conservadora que duró desde


1885 hasta 1930”24. Es pertinente observar que José María Samper se cons-
tituyó en uno de los fundadores de esta corriente académica que relaciona-
ba el dominio de la gramática y las leyes; su obra jurídica de madurez son
muestras de ello.
Durante la Regeneración se destaca a la escritura literaria como referente
de identificación de la clase política colombiana. Por ello no debe resultar
curioso como antecedente la coincidencia de José María Samper con Mi-
guel Antonio Caro, dirigente conservador y tal vez el máximo defensor del
catolicismo en la vida política de la época, en la publicación de sendos poe-
mas comprendidos dentro del volumen titulado Corona poética a la Vir-
gen María, recuerdo del 8 de diciembre de 1872, editada por la Imprenta del
Tradicionalista.
Así también el reconocimiento conjunto de los artífices del proyecto de
la Constitución de 1886, Miguel Antonio Caro y Rafael Núñez, hecho por
José María Samper en su “Discurso de recepción en la Academia Colombia-
na” donde sin reparos encomia sus tareas literarias al afirmar: “En el género
rigurosamente clásico, don Miguel Antonio Caro, que ha dado ejemplo de
seriedad en la composición, de completa pureza en el lenguaje y elevación
de estilo y rectitud en las ideas. En género filosófico, de suyo muy difícil, a
don Rafael Núñez, que ha sabido así, pulsar robusta lira como manejar las
riendas del gobierno”25. El acuerdo entre ilustres escritores estaba sellado
para la procurar dar nueva forma institucional a Colombia desde los círcu-
los de la Academia Colombiana.

La búsqueda de un método desde Latinoamérica

José María Samper para el estudio jurídico propuso un método propio,


al que en lugar de ecléctico lo prefirió denominar como complejo en la pre-
sentación de su Curso elemental de ciencias de la legislación de 1873. Los mé-
todos conocidos en las ciencias sociales eran restringidos desde su punto de
vista. Los métodos postulados por el espiritualismo, sensualismo, raciona-
lismo, positivismo experimental, analítico naturalista, histórico, antropoló-
gico, estadístico y geográfico, sólo resolvían algunos aspectos de la realidad,
pero no asimilaban “toda la verdad”. Por ello era indispensable contar con
un panorama más amplio, con su método complejo le era posible “considerar
la totalidad de los hechos que le sirven de fundamento, empelando de todos

24
Deas, Op. cit. p. 28.
25
Samper, “Discurso de recepción”, Op. cit. pp. 182-183.

267
Eric Rodríguez Woroniuk

los métodos conocidos recursos útiles o conducentes a una elaboración ver-


daderamente científica”26.
En el desarrollo del pensamiento jurídico para José María Samper “la fi-
losofía abarca el estudio de todas las ciencias”27. Para él definir y distinguir
bien las cosas era “el medio más seguro de darse cuenta de ellas con exactitud,
evitando errores y sofismas”28. Entendía por filosofía social aquella encargada
de investigar “los hechos, o sea el conocimiento de las leyes, derivadas del
orden de la moral y de los hechos a que dan lugar las relaciones humanas”29.
Su método complejo encuentra sus gérmenes iniciales en sus indagacio-
nes sobre la realidad latinoamericana y en particular la colombiana culti-
vada particularmente en Europa. En este sentido sus primeros sus escritos
fueron La Confederación Granadina y su población (1860) y Ensayos sobre
las revoluciones políticas (1861); podría incluirse también Viajes de un co-
lombiano por Europa (1862) los cueles fueron realizados bajo la influencia
intelectual de la Sociedad Oriental y Americana de Etnografía de París de
la cual era miembro30. Particularmente sus Ensayos sobre las revoluciones
políticas le sirvieron para desarrollar su concepción de Civilización mestiza.
Su propuesta muestra caracteres eclécticos al considerar la posibilidad de
combinar los diversos componentes culturales presentes en Latinoamérica
regidos bajo el principio de la diversidad en la unidad como directriz de un
proyecto civilizatorio31.
Retomado su exposición metodológica del Curso elemental de ciencias de
la legislación, Jaime Jaramillo Uribe considera que José María Samper fraca-
sa en su puesta en marcha en este libro. A propósito señala “Samper inicia
su obra sobre las bases del eclecticismo metodológico y doctrinal aceptando
puntos de vista que luego abandona”, en su desarrollo su escritura se “en-
tronca directamente con el movimiento clásico del derecho natural y del
racionalismo jurídico iluminista”.

26
Samper, José María. Curso elemental de ciencia de legislación, dictado en clases orales. Bogotá:
Imprenta de Gaitán, 1873. XVI.
27
Ibíd., p. XX.
28
Ibíd., p. 106.
29
Ibíd., p. 8.
30
Su adhesión a esta entidad académica se produjo a instancias de Edme François Jomard, Director
del Depósito de Mapas de la Biblioteca Imperial y miembro además de la Academia de Inscripciones
y Bellas Letras. Samper, José María. Historia de un alma. Op. cit. pp. 398-399.
31
Rodríguez Woroniuk, Eric. “Política y Civilización en el pensamiento de José María Samper”.
Miradas críticas de la cultura. Eds. Gilberto Loaiza Cano y Humberto Quiceno Castrillón. Cali:
Universidad del Valle, Facultad de Humanidades, 2011, p. 129.

268
Definiciones de nación en la investigación jurídica de José María Samper (1873-1886)

Sin embargo José María Samper permaneció fiel a las ideas básicas ex-
puestas en el Curso elemental de ciencias de la legislación, según Jaime Ja-
ramillo Uribe su inspiración continuó “durante años como profesor de
derecho constitucional, las que defendió como legislador y en su obra
de madurez el Derecho público interno de Colombia”32. Este tratado fue diri-
gido por Samper “a exponer lealmente a la juventud estudiosa el resultado
de una investigación que, guiada por el patriotismo y el amor a la ciencia,
no debe conducir a ninguna denigración ni glorificación de personas o par-
tido, sino poner de manifiesto la verdad científica, tal como la historia y la
experimentación colectiva y de largos años la presentan”33. El primer tomo
contiene la crítica histórica ajustada al estudio de los hechos, el segundo
tomo referido al estudio de la carta política de 1886 comprende un análisis
particularizado de “los principios de la Ciencia constitucional, a la verdad de
los hechos parlamentarios, y a una sana hermenéutica”34.
Tal vez su método complejo tuvo desarrollos especiales en la concepción
clásica del constitucionalismo liberal presente en el Derecho público interno
de Colombia. Según Jaime Jaramillo Uribe la composición de este tratado
aparece “notablemente mezclada con elementos históricos, y por lo tanto,
desprovista de su primitiva rigidez teórica”35. Pareció acomodarse a la
disposición narrativa de los intelectuales de su generación, según lo reconoce
en su “Discurso de recepción en la Academia Colombiana”, la cual dota “el
espíritu observador y el aticismo y agudeza que predominan en Bogotá,
predisponían a muchos de nuestros hombres a en ensayar sus fuerzas en
la descripción y critica de las costumbres nacionales”36. Su mirada sobre
el desenvolvimiento histórico fue acomodándose a los acontecimientos
observados para repensar de manera crítica desde nuevos puntos de vista
valorativos la disciplina jurídica y social, con el propósito de proveer una
la nueva forma institucional en Colombia. José María Samper aclara su
posición metodológica al iniciar su tratado, para él los pueblos

tienen una conciencia colectiva como lo es su existencia y como lo son sus


procedimientos y aspiraciones; y esa conciencia es la Historia, o mejor decir
su propia historia. Ellos van formando, a medida que viven y se desarrollan,
y en ella van preparando su glorificación o la condenación de sus actos; y así,
estudiando la vida que han vivido en épocas más o menos determinadas y

32
Jaramillo Uribe, Op. cit.., p. 179.
33
Samper, Derecho público. Op. cit.., p. 7-8.
34
Ibíd., p. 355.
35
Ibíd., p. 188.
36
Samper, “Discurso de recepción”, Op. cit.., p. 178.

269
Eric Rodríguez Woroniuk

prolongadas, fácil les es darse cuenta, por infortunios que han sufrido, y por el
encadenamiento lógico de estos, de los errores y faltas en que han ocurrido37.

Jaime Jaramillo Uribe destaca en la redacción del Derecho público interno


de Colombia la influencia de “nuevas corrientes de ideas cuyo contacto
renovador actuaba sobre un espíritu siempre abierto y liso a modificarse como
el suyo. Las leyes universales de armonía social apenas si se mencionan en
forma esporádica, y en cambio, los elementos históricos propios de la realidad
americana y colombiana entran cada vez en el análisis político y constitucional”38.
A grandes rasgos su composición conjuga una interpretación histórica
crítica de los intentos de institucionalización política en Colombia con
concepciones propias del constitucionalismo liberal clásico. Su pretensión
es realizar un “estudio crítico de la historia” procediendo bajo el deber moral
de “la más estricta imparcialidad”, para ello aspira a
deducir del encadenamiento mismo de los hechos, la filosofía del Derecho
constitucional, poniendo de manifiesto la verdad que se desprende de la sana
concepción y la práctica de los principios proclamados en teoría, según que
éstos se han acomodado o no a las verdaderas necesidades y condiciones de
la sociedad colombiana y a las leyes de estabilidad que rigen, de modo inelu-
dible, la vida política de todos los pueblos civilizados39.

Ilustrados y regeneración

Sin duda alguna los desarrollos intelectuales de José María Samper como
producto de la modernidad paradójicamente lo condujeron a sustentar po-
siciones tradicionales. En alguna manera hizo plenamente consciente la hi-
bridez reconocida por François-Xavier Guerra de los “actores modernos”
en Latinoamérica en el siglo XIX en sus aspiraciones políticas. Éstos al te-
ner comportamientos privados profundamente tradicionales, ya sea por ser
estimados como notables, o terratenientes, o prestigiosos administradores,
entre otros, tuvieron dificultades para sus realizaciones públicas de acuerdo
con las exigencias de la modernidad. Por ello destaca “desde este punto de
vista, su influencia política resulta más de su capacidad de acción antigua
que de la adhesión a la política moderna que formulan”40.

37
Samper, Derecho Público…, Op. cit.., p. 1.
38
Jaramillo Uribe, Op. cit.., p. 188.
39
Samper, Derecho Público…, Op. cit.., p. 7.
40
Guerra, François-Xavier. “Hacia una nueva historia política: actores sociales y actores políticos”.
Figuras de la modernidad hispanoamericana siglos XIX y XX. Comp. Annick Lempérière y Georges
Lomné. Bogotá: Universidad Externado de Colombia y Taurus, 2012, p. 38.

270
Definiciones de nación en la investigación jurídica de José María Samper (1873-1886)

En la culminación de su transición ideológica, al momento de redactar sus


tomos del Derecho público interno de Colombia, José María Samper, según la
interpretación de Héctor Charry Samper, lejos de haberse constituido en una
decisión súbita, respondió a lentas sedimentaciones. Precisamente al hacer
una retrospectiva de su biografía intelectual, para búsqueda de un nuevo en-
foque se corrige en el Derecho público interno de Colombia al afirmar:
Nos hemos estrellado todos contra lo imposible, porque no hemos querido
comprender que toda la verdad no está comprendida en el conservatismo ni
en el liberalismo; sino que la verdadera ciencia social y política, que es la de la
justicia, tiene que ser conciliadora, acomodándose a lo posible, a lo razonable,
a lo que los hechos naturales y sociales permiten en el terreno del derecho y
de las aspiraciones justas”41.

Esta transformación del pensamiento de Samper estuvo moldeada por su


experiencia política previa. En la redacción de su tratado deja al descubierto
el abandono del liberalismo revolucionario y utopista juvenil. En las pági-
nas conclusivas del primer tomo de su tratado de derecho constitucional es
elocuente:
Hemos querido, como el pueblo francés (nuestro modelo), hacer de las ideas
de gobierno no un método, sino un sistema; no una experimentación guiada
por la noción de justicia, sino una abstracción fundada únicamente en la ló-
gica de los razonamientos. Esclavos de la lógica y de las teorías de una especie
de mecánica social, hemos querido hacer de la república una armazón con
todas sus piezas arregladas a un plan preconcebido de movimiento; sin acor-
darnos de que el engranaje político y social las piezas no han de funcionar
como se quiere, sino como se puede42.

Sin duda el Derecho público interno de Colombia publicado el mismo año


en que fue sancionada la constitución de 1886 se erigió por más de un siglo
como una de las obras con suficiente autoridad en el pensamiento consti-
tucional en Colombia. No en vano es considerado de acuerdo con Jaime
Jaramillo Uribe “una de las obras que mayor influencia han tenido en el
pensamiento constitucional y político colombiano”43
Por el modo de su composición contrasta con el carácter dogmático
de Bases de Juan Bautista Alberdi, fuente de la Constitución argentina de
1853. Sumido en un profundo desencanto producto de la observación de

41
Ibíd., pp. 366-367.
42
Samper, Derecho Público…, Op. cit.., p. 367.
43
Jaramillo Uribe, Op. cit.., p. 183

271
Eric Rodríguez Woroniuk

la realidad, José María Samper en la madurez presenta un pensamiento por


completo antagónico al de Juan Bautista Alberdi, embriagado éste de ener-
gías utópicas propias de la modernidad que tenía como punto de arranque
la ocupación de grandes extensiones de tierra con “migraciones, la cons-
trucción de ferrocarriles y canales navegables, la colonización de tierras de
propiedad nacional, la introducción y establecimiento de nuevas industrias,
la explotación de capitales extranjeros y la exploración de ríos interiores”44.
Inequívoco, José María Samper, lejos de sus convicciones juveniles en la
madurez se limita a observar. Es así como en su “Discurso de recepción en
la Academia Colombiana”, describe a Colombia como “un vastísimo país,
esencialmente montañoso en sus más cultas y sanas regiones, y sus cinco
cordilleras y las ramificaciones de éstas lo han destinado a un aislamiento
relativo”; más adelante continua recogiéndose en las representaciones tra-
dicionales:
Estas condiciones físicas de Colombia han determinado, salvo algunas nota-
bles excepciones, la aglomeración de lo más sano, inteligente, robusto y vigo-
roso de su población en las altas mesetas, las vertientes de las montañas y los
ricos y amenos valles del interior, generalmente secuestrados de un tráfico
frecuente con el mundo comercial y del gran movimiento de la civilización.
La industria ha sido, por tanto, casi nula y el comercio exterior muy limi-
tado; la inmigración extranjera nos ha faltado por completo; las relaciones
internacionales se han reducido casi a la esfera diplomática, y a lo que han
podido procurar a nuestros jóvenes acomodados y nuestros negociantes ri-
cos sus viajes por los países extranjeros; y obligada nuestra sociedad a vivir
una especie de vida propia y sin extraño contrapeso, necesariamente ha dado
un giro particular a sus ideas, su carácter, sus costumbres y sus aspiraciones45.

Finalmente sus pretensiones científicas culminan por ofrecer una repre-


sentación desencantada. Esta podría ser una consecuencia de su actividad
investigativa orientada a la búsqueda de la una forma institucional estable y
garante de la pacificación interior, un asunto de particular preocupación en
el pensamiento de José María Samper. Conforme a las concepciones de Max
Weber, se podría interpretar en su búsqueda un abatimiento de sus represen-
taciones utópicas de juventud frente a las evidencias ofrecidas por la historia
y la observación de los comportamientos políticos habituales desde la época
de la independencia. Su pretensión de establecer un orden jurídico eficaz a
través del reconocimiento de evidencias observables lo llevó finalmente a te-
ner una mirada desencantada. Pareció ser resultado de sentencia weberiana

44
Botana, Natalio. El orden conservador. Buenos Aires: Hyspamerica, 1985, p. 45.
45
Samper, “Discurso de recepción”, Op. cit.., p. 188.

272
Definiciones de nación en la investigación jurídica de José María Samper (1873-1886)

acerca de las “virtudes” requeridas para tales fines: “la eliminación del amor,
del odio y de todos los elementos sensibles puramente personales, de todos
los elementos irracionales que se sustraen del cálculo”46; en su caso, produc-
to de sus aspiraciones científicas para definición de un nuevo ordenamiento
constitucional como lo fue su experiencia de 1886. Sus aserciones no dejan
de tener algo de conformidad ante la presunción de la presencia de una “rea-
lidad” inmodificable “lo artificial no puede vivir, y las naciones han de tener
vida natural como los hombres o los pueblos que la componen”47.
Retomando la interpretación de François-Xavier Guerra acerca de los
“actores modernos” en Latinoamérica en el siglo XIX encontramos en José
María Samper una situación paradójica. Por medios modernos como lo es la
investigación, o al menos lo que se estimaba como investigación en su épo-
ca, culmina por formular un tratado de Derecho Constitucional que pasa a
convertirse en parte de la formula política donde finalmente se legitiman las
concepciones parroquiales del Antiguo Régimen propias del orden colonial.
Es elocuente su desdeño en las conclusiones del tomo I de su Derecho público
interno de Colombia, al sostener:

Ha sido una quimera, —quimera generosa inspirada por los más filantró-
picos anhelos, pero siempre quimera—, la pretensión de hacer andar súbi-
tamente por los amplios y luminosos senderos de la libertad democrática, a
unas poblaciones profundamente ignorantes, incomunicadas, perdidas y dis-
persas en inmensos y complicados territorios, educadas conforme a las ideas
e instituciones del siglo XV, y arrancadas, por los esfuerzos de un heroísmo
portentoso, pero rudo y desordenado, a la quietud, el silencio y las tinieblas
del régimen colonial48.

Había llegado a la certeza de conformar una clase política organizada


opuesta a una mayoría desorganizada. En cierta medida una concepción
muy próxima a la definición dada por Gaetano Mosca de clase política, a
la cual le reconoce el desempeño de “todas las funciones políticas, mono-
poliza el poder y disfruta de las ventajas que van unidas a él”49. A propósito
es interesante revisar la organización de la clase política al momento de la
constituyente de 1886. En la misma gravitó desde el comienzo al final la
figura del presidente electo Rafael Núñez. La iniciativa arrancó con la de-
signación de los delegatarios por parte de los jefes políticos de cada Estado

46
Weber, Max. Economía y sociedad. México: Fondo de cultura económica, 1977, p. 732.
47
Samper, Derecho Público…, Op. cit.., p. 359.
48
Ibíd., p. 368.
49
Mosca, Gaetano. La clase política. México: Fondo de cultura económica, 2004, p. 91

273
Eric Rodríguez Woroniuk

guardando una proporción entre independientes y conservadores, y finalizó


con la aprobación del texto constitucional por parte de los alcaldes quienes
manifestaron un consenso abrumador con 705 municipios a favor y solo 14
en contra. La particularidad del proceso muestra la cómoda influencia de
Núñez en todo el proceso. Tanto los jefes políticos de los Estados encargados
de elegir a los delegatarios a la constituyente, como los alcaldes encargados
de aprobar la versión final habían sido designados por el presidente de la
república50.
José María Samper era consciente de la dificultad de establecer una repú-
blica conforme a las exigencias modernas, en lugar de ello concluye favorable
claudicar a favor de la clase política compuesta por intelectuales, reducida a
los gramáticos donde la Academia Colombiana tuvieron especial atracción,
especialmente Miguel Antonio Caro, cuya influencia política se extendió
hasta 1900, fecha en la que expira en la historiografía de Marco Palacios la
Regeneración. José María Samper no dudó en legitimar esta situación:

Que siendo el régimen republicano el más complicado y difícil, el más sabio


y perfecto posible, somos incapaces —por nuestra ignorancia general, por
nuestra pobreza, nuestra falta de unidad y enorme desproporción en que se
hallan nuestro territorio y nuestra población—, de practicar el gobierno re-
publicano con todas sus consecuencias; por lo que nos es forzoso moderarlo y
dejando la autoridad y a la parte ilustrada y fuerte de la sociedad mucho de lo
que, en mejores condiciones sociales, podría y debería dejarse a la libertad, a
la iniciativa individual, a la gran masa del pueblo51.

Esta apreciación fue producto en buena medida de la institucionalización


política observada en su viaje por Argentina y Chile en 1884. De esto da
cuenta en su Derecho público interno de Colombia, donde reconoce el nota-
ble rezago de Colombia en relación con los países del cono sur. Su balance
en aquel entonces es poco alentador, para él mientras que otras repúblicas
americanas prosperan, “gobernándose con cordura y practicando la demo-
cracia con moderación, Colombia ha perdido durante treinta años, un tiem-
po precioso para el desarrollo de su prosperidad”52.
Al respecto en la República Argentina el logro del progreso y esta-
bilidad se produjo “centralizando y condensando las fuerzas que ha-
bía tenido esparcidas”; por su parte Chile lo ha logrado a través de “un

50
Melo, Jorge Orlando. “La constitución de 1886”. Nueva historia de Colombia, vol. III. Bogotá:
Planeta, 1989, consultado en www.jorgeorlandomelo.com.
51
Samper, Derecho Público…, Op. cit.., p. 373.
52
Ibíd., p. 366.

274
Definiciones de nación en la investigación jurídica de José María Samper (1873-1886)

gobierno vigoroso”53. En ambos países gravitaron personajes ilustrados,


en Argentina Domingo Faustino Sarmiento autor de Facundo, y en Chile
Domingo Santa María, a quien José María Samper le dedica un detenido
análisis en su libro Chile y su presidente de 1882, donde lo observa como
“un pensador que, formado en la escuela de la historia, tenga de tiempo
atrás muy hondamente arraigadas sus idea, en el sentido del respeto por
el derecho humano y por la verdad de los hechos sociales”54. La gran dife-
rencia entre estos líderes políticos latinoamericanos y José María Samper,
es que ambos propiciaron la abolición de las regulaciones parroquiales
a cargo de la Iglesia católica en favor de instituciones modernas en sus
respectivos países. Algo que por el contrario fue consagrado en la Cons-
titución de 1886 en Colombia, inclusive a expensas del delegatario José
María Samper.

La soberanía entre la libertad y la nación

Para introducirnos en el complejo movimiento en el pensamiento de José


María Samper que condujo a su concepción de nación expuesta en el Dere-
cho público interno de Colombia, es pertinente tener en cuenta la precisión
de Carlos Valderrama Andrade acerca de la poca claridad presente en los
términos nación y Estado en la ciencia política de la época, pudiendo inclu-
so considerárselos o no como sinónimos. Esto nos expone a un pensamiento
donde se tensan ambigüedades en la búsqueda de fórmulas políticas adecua-
das al ritmo de las exigencias de la Regeneración55.
Dentro del Curso elemental de ciencias de le legislación escrita antes de
la Regeneración, la tematización de la nación no gravita como en su Dere-
cho público interno de Colombia. En esta última obra la soberanía emana de
la unidad nacional56. Es importante subrayar la ambigüedad en entre sobe-
ranía y nación en la primera obra mencionada. Esto se pone en evidencia
cuando sostiene: “no hay pues otro soberano, es decir superior á cada uno
ó á cualquier minoría, sino la totalidad de los individuos que forman la po-
tencia colectiva llamada sociedad, nación ó Estado”57. En la estructura de
esta obra la soberanía tenía prelación sobre la nación. De esta manera puso

53
Ibíd., p. 369.
54
Samper, José María Chile y su presidente. Bogotá: Imprenta de vapor de Zalamea Hermanos, 1881,
p. 34.
55
Valderrama Adrade, Carlos. “Miguel Antonio Caro y los personajes políticos de su época”. Núñez
y Caro, Jaime Jaramillo Uribe et al. Bogotá: Banco de la República, 1986, p. 95.
56
Samper, Derecho público…, Op. cit.., pp. 12-13.
57
Samper, Curso elemental… Op. cit.., p. 330.

275
Eric Rodríguez Woroniuk

ahínco en la definición de soberanía. Influido por la etimología latina de la


palabra entendía por ella a:

la autoridad y potencia de toda sociedad constituida, ejercida sobre sí misma


y sobre sus miembros, para el gobierno de los intereses públicos. Es por tanto
una fuerza que reside en todos los asociados; que no se hace ni debe hacerse
sentir, sino respecto de los intereses colectivos, como gobierno, y solamente
como protección y amparo, respecto de los derechos individuales; que no
puede alcanzar nunca hasta la confiscación de los mismos derechos, ni puede
ser ejercida aisladamente por ninguno de los asociados58.

Su credo liberal había llegado a la madurez, en sus Apuntamientos para


la historia política i social de la Nueva Granada de 1853 sostenía “proclamar
la Republica en una constitución, es proclamar la soberanía individual, base
necesaria para el gobierno de todos”59. Una concepción embrionaria de so-
beranía en aquel entonces si la comparamos la versión de 1873, donde de-
sarrolla con mayor precisión la estrecha relación entre soberanía y libertad.
Desde su concepción filosófica “fácil es determinar la verdadera naturaleza
de la soberanía, si se comprende su origen. Cada hombre, cada ser humano,
por el mero hecho de aparecer sobre la tierra, nace con necesidades que le
es forzoso satisfacer y que reclaman la elección de medios adecuados: esta
elección la constituye la libertad y por lo tanto el hombre nace libre y tiene
que ser libre”60
La libertad en ésta obra de José María Samper se relaciona con la respon-
sabilidad asociada a la justicia, regulada por la combinación del derecho y
el deber en el comportamiento humano conformando un juego de diversos
elementos donde se constituye la moralidad. En relación con ella, los com-
portamientos individuales en su conjunto componen lo que llama sociedad.
De esta manera nacen nuevas necesidades como “resultado de la existencia
de ese cuerpo colectivo”, por ello:

Así en realidad la soberanía es un hecho complejo: no puede existir sin los in-
dividuos que componen la sociedad y son poseedores del derecho individual;
no tiene por fundamento, sino la necesidad de proteger este derecho de cada
uno; sin embargo, no reside separadamente en cada uno, sino en todos; es el
derecho, la fuerza, la autoridad de todos61.

58
Ibíd., p. 330.
59
José María Samper. Apuntamientos para la historia política i social de la Nueva Granada. Bogotá:
Imprenta Neogranadina, 1853, p. 46.
60
Samper, Curso elemental…, Op. cit.., p. 331.
61
Ibíd., p. 331.

276
Definiciones de nación en la investigación jurídica de José María Samper (1873-1886)

En su Derecho público interno de Colombia Tomo II de 1886, publicado


después de sancionada la carta constitucional que regiría por más de
un siglo en Colombia, el pensamiento de José María Samper da un giro.
Como ex delegatario define la soberanía no en relación con la libertad sino
en relación con la nación. Al referirse al artículo primero donde reza que
“la nación colombiana se reconstituye en forma de República unitaria”,
es explícito al considerar la definición de nación como fundamental
para sentar las bases de la nueva institucionalidad colombiana. De esta
manera la nación se convierte en la simiente de la república como forma
de gobierno. La precede y determina. La define conforme a su concepción
metodológica de la siguiente manera: “La nación es cosa histórica, el
hecho social y político por excelencia; a ella están adheridos un nombre,
una lengua, un cúmulo de tradiciones, una inseparable idea de existencia y
honor, de derechos y deberes colectivos. La nación es todo, el primer objeto
que ocupa la mente del legislador constituyente”62. Aquí se puede observar
como la nación no se presenta como una ruptura sino como la continuidad
histórica de vínculos profundos, preexistentes, articulados en sistemas
culturales complejos.
Finalmente en la Constitución de 1886, la libertad se difumina en favor
de la nación, los derechos y deberes no aparecen como en su obra de 1873.
De manera decisiva la idea de nación se impone como soberana, se presenta
como una e indivisible. Es enfático al afirmar: “Cualquier división que se
haga, en la forma, no es soberanía (supremo poder o autoridad), sino me-
ramente de su ejercicio. Si la soberanía, como principio vital colectivo, es
propia de la nación, no puede haber dentro de ésta otros soberanos, so pena
de anularse el principio”63. Así la soberanía está constituida por la nación y
libertad se restringe. Esto lo ratifica en su tratado como ex constituyente al
interpretar el artículo 2º donde se establece que la soberanía reside exclusi-
vamente en la nación.
Los derechos individuales se escatiman. Se reconoce la propiedad
intelectual, la conciencia individual y el derecho de petición. Sin embargo
el debido proceso, el derecho de libertad de asociación y prensa quedan
limitados. En la mayor parte de la formulación de los derechos individuales
la autoridad competente puede intervenir de diversas formas. De manera
notable su concepción del Derecho Constitucional de 1886 contrasta con
la expuesta durante 1852 en su Cuaderno que contiene la explicación de los

62
Ibíd., p. 11.
63
Ibíd., p. 12

277
Eric Rodríguez Woroniuk

principios cardinales de la ciencia constitucional, escrito destinado en su


juventud a los estudiantes del Colegio Nacional de Bogotá donde establecía:
“El derecho común de todos i de cada uno de los individuos al goce perfecto
de la vida, la libertad i la igualdad legal, de la propiedad i la seguridad para
obtener el fin de la reunión social, cual es el bienestar”64.
José María Samper quien en el programa de un liberal a la convención
constituyente de los Estados Unidos de Nueva Granada de 1861 había pre-
visto que “la libertad no se defiende sino con la libertad”65, en el Derecho
público interno de Colombia se corrige al sostener “la libertad absoluta ha
dado muerte a la libertad posible y moderada”66. Con vehemencia justifica
la Constitución de la Regeneración. En su tratado interpreta que la fede-
ración había traído funestas consecuencias de fragmentación política: “el
exceso de libertades teóricas condujo forzosamente a las satrapías en todos
los Estados, y a la relajación de todos los resortes del gobierno y de la vida
republicana”67; por su parte el gamonalismo había erosionado la vida polí-
tica: “a fuerza de desprestigiar la autoridad con teorías de libertad absoluta,
hemos consolidado la autoridad del abuso, en manos de todos los caciques,
grandes o pequeños, oficiales o existentes de hecho”68; así mismo ocurría
con las relaciones sociales en general: “Colombia necesitaba limitar los de-
rechos individuales teóricamente reconocidos, porque su absolutismo los
anulaba y era destructor del orden social”69.

64
En el mencionado texto de su juventud establece: “En resumen, la ciencia constitucional está
reducida a nueve principios universales cuyo lógico desarrollo conduce a la solución de todas las
cuestiones que puede suscitarse; tales son: 1. “la universalidad de la soberanía, que hace necesaria
la universalidad del sufragio; 2. El derecho común de todos i de cada uno de os individuos al goce
perfecto de la vida, la libertad i la igualdad legal, de la propiedad i la seguridad para obtener el fin
de la reunión social, cual es el bienestar; 3. El derecho exclusivo de las mayorías al ejercicio del
poder; 4. El origen popular de toda autoridad o mandatario; 5. La independencia de los poderes
públicos como garantía de las libertades i derechos de todos; 6. La alternación de los ciudadanos
en los puestos públicos; 7. La responsabilidad de todos los gobernantes en el ejercicio de sus
funciones; 8. La existencia de la soberanía, respectivamente, donde quiera que existe el pueblo;
i 9. La negación de toda restricción opuesta a la voluntad soberana del pueblo”. En Samper, José
María. Cuaderno que contiene la explicación de los principios cardinales de la ciencia constitucional,
trabajo para el servicio de los cursantes de Ciencia Constitucional en el Colegio Nacional de Bogotá,
Bogotá, 1852.
65
Samper, El programa de un liberal…, Op. cit. p. 13.
66
Samper, Derecho público…, Op. cit. p. 367.
67
Ibíd., p. 366.
68
Ibíd., p. 369.
69
Ibíd., p. 371.

278
Definiciones de nación en la investigación jurídica de José María Samper (1873-1886)

El gobierno de la nación y el dilema del Estado

Desde el Curso elemental de ciencias de le legislación la relación entre go-


bierno y soberanía ocupó un espacio importante en las reflexiones de José
María Samper. Entendía por gobierno “una función, no una persona ó en-
tidad; es la acción del soberano, sea que éste obre directamente como en
las antiguas democracias y algunos cantones suizos, sea que funcione por
medio de representantes o mandatarios; es en una palabra, el ejercicio de la
soberanía”70. De manera diferente se presenta la relación Estado con la sobe-
ranía. Al respecto señala que “la soberanía viene á ser una especie de poten-
cia sui generis, por cuanto el Estado ha adquirido una personalidad propia,
distinta a las personas individuales”71. El Estado se presenta en tensión con
la soberanía pudiéndose presentar como algo distinto, ajeno.
En su tratado de Derecho Constitucional de 1886 la definición de na-
ción comprende “un compuesto convencional, fruto necesaria de la unión
de cuatro elementos, a saber: un Territorio propio y particular, un Pueblo
que lo posee como soberano, un conjunto de instituciones orgánicas del Es-
tado, y un Gobierno, expresión y ejercicio de la soberanía”72. Sin embargo la
relación entre Estado y nación aparece mucho difusa en el desarrollo de la
interpretación de la carta política de 1886.
José María Samper en El programa de un liberal a la convención constitu-
yente de los Estados Unidos de Nueva Granada de 1861 estableció limitacio-
nes a la soberanía de los Estados federales. En él sostiene que “en la demo-
cracia, ó todo el mundo es soberano en su esfera, —la Nación, el Estado y el
Ciudadano— lo que no es más que un juego de palabras, porque no puede
haber varias soberanías sobre un territorio común (…) En todo caso, si al-
guien puede merecer el nombre de soberano es la nación”73. Esta débil fuerza
del Estado se mantiene en la interpretación realizada por José María Samper
de la Constitución de 1886.
El término república aparece como gravitante en articulado de la carta
política de la Regeneración. La república como forma de gobierno. En su
comentario del artículo 114º donde se establece la modalidad de elección
del presidente señala que los encargados de ejercer los poderes legislativo y
ejecutivo son “los gobernantes del soberano y gerentes de la cosa pública”74.
La nación es gobernada. Uno de los tópicos centrales de los debates de la
70
Samper, Curso elemental…, Op. cit. pp. 313-314.
71
Ibíd., p. 312.
72
Samper, Derecho público…, t. II Op. cit. p.79.
73
Samper, El programa de un liberal…, Op. cit. p. 17.
74
Samper, Derecho público…, t. II, Op. cit. p. 263.

279
Eric Rodríguez Woroniuk

constituyente giró en torno a la autoridad del presidente de la república


como cabeza del gobierno. Eduardo Lamaitre da cuenta de una situación
dentro del consejo de delegatarios, donde José María Samper hizo frente y
logró suprimir del proyecto original algunas pretensiones desmesuradas de
Miguel Antonio Caro para fortalecer al máximo el principio de autoridad
del ejecutivo nacional. En esta oportunidad Samper se definió como “un
conservador progresista científicamente liberal, con esta bandera conserva-
dora: in justitia libertas”75.
Sin embargo, en su Derecho público interno de Colombia insiste en la im-
portancia de dar prelación al principio de autoridad, de ahí la diferencia con
Caro no fue de fondo, independientemente de los excesos propuestos por
éste en el Consejo de Delegatarios. En este sentido José María Samper es
claro en su justificación: “la acción revolucionaria ha ido demasiado lejos en
el sentido democrático, la correspondiente reacción ha venido a enfrentarla,
a corregirla y balancearla en favor de la autoridad”76.
Como desarrollo de la autoridad del gobierno al comentar el artículo 3º
señala: “Un gobierno constituido, entidad más o menos convencional, que
dirige y define el Estado”77. En esta exposición el Estado queda subordinado
a su creación por parte del gobierno. De esta manera el constitucionalista
define una nación con un Estado por conformar, éste queda a cargo de su
definición por parte del gobierno. El Estado en su interpretación se refiere a
la superación de la organización federal78. Por ello los Estados son el com-
puesto descentralizado a suprimir. El Estado nacional se proyecta como una
cuenta pendiente79.

75
Lamaitre, Eduardo. “Cómo nació la Constitución de 1886”. Núñez y Caro, Jaime Jaramillo Uribe et
al, Bogotá: Banco de la República, 1986, p. 53.
76
Samper, Derecho público…, t. I, Op. cit. p. 2.
77
Ibíd., p. 14.
78
Ibíd., pp.17-18.
79
Carlos Valderrama Andrade en su exposición acerca de las dificultades en la definición de los
términos Estado y nación, extrae una glosa acerca de las discusiones de la época, la misma
dice lo siguiente: “El concepto de Estado es sinónimo de Nación y sólo se aplica a naciones
independientes o a aquellos cuerpos políticos que forman una federación, se rigen por leyes
propias y en rigor son repúblicas aliadas. Los Estados colombianos eran soberanos. Hoy se ha
reconocido que la república es unitaria, o de otro modo, que la soberanía reside únicamente en
la nación. El nombre de Estado, por lo tanto, en esta nueva Constitución, nada significaría en
hecho de verdad” Anónimo, Antecedentes de la Constitución de 1886 y debates del proyecto en
el Consejo Nacional Constituyente, (Bogotá: Librería Americana, Bogotá 1913), 47. Citado por
Valderrama Andrade, Carlos. “Miguel Antonio Caro y los personajes políticos de su época”.
Núñez y Caro, p. 95.

280
Definiciones de nación en la investigación jurídica de José María Samper (1873-1886)

En su conjunto el pensamiento de José María Samper puede parecer ti-


tubeante, y en algunos momentos hasta podría considerase irónico frente
a la amargura de los sucesivos fracasos políticos colombianos del XIX. Su
Filosofía en cartera puede tomarse como reflexiones dispersas o un con-
junto de glosas escritas al pie de página de sus libros. Parece paradójica
una reflexión fechada en 1885, realizada un año antes de la constituyente
de 1886, donde define a la soberanía como “la suprema autoridad de los
Pueblos constituidos en Estados, que faculta para conservar su territorio
legítimamente adquirido, defender su seguridad contra cualquier enemigo
y procurar su propia conservación y su expansión y progreso, dentro de los
límites de la Moral”80. En esta glosa aparecería una relación explicita entre
soberanía y Estado. Un año después con su participación en la constituyen-
te habría quedado persuadido acerca de dejar al en un lugar subordinado
al Estado en relación a la soberanía nacional. El Estado era una posibilidad,
un reto por construir. Llama aún más la atención que en la misma página
de su Filosofía en cartera y en la misma fecha, como una concepción resig-
nada en las negociaciones de la Constitución de 1886, define al Estado con
detenimiento, para él:

Es el organismo de la autoridad social, destinado a concentrar, proteger y


administrar los intereses comunes. Es una manifestación y necesidad perma-
nente de la sociedad, pero no es la sociedad misma solamente. Esta moral-
mente dentro de la sociedad, y de ésta deriva su existencia; pero no debe ni
puede confiscar a esta sus derechos naturales ni su colectividad; debe vivir de
ella y para ella: jamás en contra de ella. En su forma visible, el Estado es un
compuesto de tres elementos: un Pueblo, un territorio propio y un conjunto
de leyes; todo representado por un Gobierno81.

En alguna manera los contenidos de esta definición se encuentran en su


Derecho público interno de Colombia, sin embargo alejados del ejercicio de
la participación ciudadana en las estructuras del Estado impulsadas en su El
programa de un liberal a la convención constituyente de los Estados Unidos de
Nueva Granada de 1861 donde decía: “Si el Estado es la fórmula y síntesis
del derecho y del deber de todos, en lo colectivo, claro es que todos los ciu-
dadanos y partidos tienen derecho á participar, en la medida de sus fuerzas
y aptitudes, de la dirección de la política”82.

80
Samper, José María. Filosofía en cartera. Bogotá: Imprenta de La Luz, 1887, p. 152.
81
Ibíd., p. 152.
82
Samper, El programa de un liberal…, Op. cit. p. 13

281
Eric Rodríguez Woroniuk

Nación conservadora bajo el imperio del catolicismo


y la limitación de la libertad:

En el Consejo Constituyente encargado de redactar la carta política de


1886, Miguel Antonio Caro en una intervención puntualiza que José María
Samper con acierto había reconocido “que la religión católica es la de la casi
totalidad de los colombianos”83. Esta posición la había asumido después de
su reconciliación con la jerarquía de la Iglesia católica, como el rasgo más
significativo de su denominada “conversión religiosa”.
En verdad puede afirmarse que José María Samper conforme al pensa-
miento liberal profesado por la generación de su juventud no fue irreligiosa,
tal como lo destaca Jaime Jaramillo Uribe84. Si en el Clero ultramontano de
1857 reaccionó contra lo se denominaba en la prensa de la época la “curia
romana”, era porque ponía “a la Relijion, que es toda espiritual i celestial, al
servicio de una causa a que tiene la tendencia de impedir el progreso, matar
la libertad i hacer dejenerar la Democracia”85. Ésta no debe considerarse una
posición anacrónica desde el punto de vista de los idearios liberales compro-
metidos con la institucionalización de una república bajo la forma por ellos
propuesto. Sobre todo teniendo en cuenta la posición del pontífice Gregorio
XVI, quien después de la revolución del 30 en Francia endureció las posi-
ciones del integrismo católico a través de la encíclica Mirari vos. Sobre los
errores modernos de 1832, donde condenó las libertades civiles propiciadas
en las repúblicas al considéralas como parte de los males actuales.
No está de más en anotar las posiciones pendulares asumidas por la
alta jerarquía eclesiástica de Roma en aquella época. A propósito recuer-
da François-René de Chateaubriand en sus Memorias el momento de su
primera reunión con León XII como embajador francés ante la Santa Sede
en enero de 1828. El diplomático se encontró con un Pontífice modera-
do dispuesto a reconocer a las repúblicas, especialmente con las nacientes
republicas latinoamericas. A propósito le confió a Chateaubriand: “en el
mismo momento en que la Curia pontifica se inclina a preconizar a los
obispos nombrados por Bolívar”86, hecho que ya había sido confirmado
por el Arzobispo de Bogotá Fernando Caycedo y Florez87. Esto evidencia

83
Caro, Miguel Antonio. “La religión de la nación”. Estudios Constitucionales y Jurídicos. Bogotá:
Instituto Caro y Cuervo, 1986, p. 176.
84
Jaramillo Uribe, Op. cit. p. 172.
85
Samper, José María. El clero ultramontano. Bogotá: Imprenta de El neo-granadino, 1857, p. 6.
86
De Chateaubriand, François-René. Memorias de ultratumba II. Barcelona: Folio, 1999, p. 497
87
El Arzobispo de Bogotá se refiere de esta manera: “Se aumentaban entretanto los males; los
clamores de las Iglesias de Colombia se repetían sin cesar en la Corte de Roma, hasta que movido

282
Definiciones de nación en la investigación jurídica de José María Samper (1873-1886)

la asimilación de la jerarquía católica a través de la posibilidad de asu-


mir posiciones conciliadoras en ese momento después del fuerte impacto
padecido en sus estructuras por la Revolución Francesa. Pocos días des-
pués de aquella primera entrevista de Chateaubriand el Pontífice fallece.
Durante los preparativos del nuevo Cónclave para la designación del suce-
sor el diplomático francés se muestra pesimista: “Un Papa penetrado del
espíritu del siglo, y que se colocase a la cabeza de las generaciones ilustra-
das, podría rejuvenecer al Papado; pero estas ideas no pueden caber en
las viejas cabezas del Sacro Colegio”88. En lo sucesivo la línea conciliadora
de la Curia cedió ante las concepciones integristas contrarias a los dere-
chos individuales promulgados por las repúblicas de entonces. En efecto
después del breve pontificado de Pio VIII, en 1831 fue elevado a la silla de
Pedro Gregorio XVI. Este cambio en la posición oficial de la Iglesia no dejo
de tener repercusiones en América Latina. En este sentido Enrique Dussel
en su Historia general de la Iglesia en América Latina identifica en la jerar-
quía del catolicismo una “función apologética de la defensa de opciones
antiliberales”89 la cual trajo consigo conflictos con las nacientes estructu-
ras estatales hasta avanzado el siglo XX.
José María Samper en su Clero ultramontano echó mano a argumentos
teológicos, de acuerdo con el estilo del debate político latinoamericano del
XIX90, para enfrentar el apoyo de los sacerdotes católicos con el partido con-
servador el cual favoreció el encumbramiento de Mariano Ospina Rodrí-
guez como presidente de la república en 1857, en detrimento del candidato

de todo esto el Padre Universal de los fieles, considerándose, no como un político a quien podían
detener respetos humanos, sino como un Pastor y Padre de la Iglesia de Jesucristo y como Vicario
suyo en la tierra, rompió las ataduras que se lo impedían, y en 21 de Mayo de 1827 firmó el decreto
de nombramiento y preconización de los Arzobispos destinados para las Iglesias Metropolitanas
de Santafé de Bogotá y de Caracas, y de cuatro Obispos para Santa Marta, Antioquia, Quito y
Cuenca, cuyo nombramiento re cayó en los mismos sujetos que le había propuesto nuestro
Gobierno de Colombia: mandó librar a cada uno sus bulas, y a los Arzobispos las suyas con sus
correspondientes Palios”. Caycedo, Fernando y Flórez, Fernando. Nos el Dr Fernando Caycedo y
Flórez por la gracia de Dios y de la Santa sede Apostólica Arzobispo de la Iglesia Metropolitina de
Santa Fe de Bogotá. Bogotá: Imprenta Bruno Espinoza, 1828.
88
Chateaubriand, Op. cit. p. 505.
89
Dussel, Enrique. Historia general de la Iglesia en América Latina. Tomo I: introducción general a la
historia de la Iglesia en América Latina. Salamanca: Editorial Sígueme, 1983, pp. 32-33.
90
François-Xavier Guerra destaca las referencias bíblicas y teológicas como algo relativamente
habitual en los debates políticos del XIX latinoamericano. Guerra, François-Xavier “‘Políticas
sacadas de las Sagradas Escrituras’ la referencia a la Biblia en el debate político (Siglos XVII al XIX)”.
En: Guerra, Figuras de la modernidad, Op. cit.

283
Eric Rodríguez Woroniuk

de su partido, el liberal Manuel Murillo Toro91. Un hecho para nada fortuito


porque marcó el advenimiento de una profunda hibridación entre el partido
conservador y la Iglesia católica en la afirmación de una identidad nacional
con contenido religioso92. De esta manera adhirió al cardenal y teólogo fran-
cés Huges Felicité Robert de Lamennais, quien en desde la revolución del 30
se había mostrado partidario de “la libertad de conciencia y culto, la libertad
de prensa y la libertad de enseñanza”93; posiciones que fueron acalladas por
Gregorio XVI con la encíclica de Mirari vos. Sin embargo el teólogo francés
volvió a la carga en 1834 con la escritura de Las palabras de un creyente.
La reacción de Gregorio XVI no se hizo esperar, a través de la encíclica Singu-
lari Nos condenó el libro del cardenal en junio 24 de ese mismo año.
En la presentación castellana de su traductor Mariano José de Larra pu-
blicada en 1836 puntualiza en su introducción las diferencias entre el pen-
samiento de Lamennais y las posiciones integristas asumidas por la Curia
romana: “Religión pura, fuente de toda moral y religión, como únicamente
puede existir, acompañada de la tolerancia y de la libertad de conciencia;
libertad civil; igualdad completa ante la ley, é igualdad que abra la puerta á
los cargos públicos para los hombres todos, según su idoneidad, y sin nece-
sidad de otra aristocracia que la del talento, la virtud y el mérito; y libertad
absoluta del pensamiento escrito. He aquí la profesión del traductor de las
Palabras de un creyente”94.

91
El martes 9 de septiembre de 1856, en su columna titulada “Elecciones” José María Samper
arremete contra el apoyo de sacerdotes católicos a la campaña de Mariano Ospina Rodríguez: “La
tradición nacional ha demostrado que toda la fuerza del partido conservador o tartufo de estas
provincias andinas, donde el espíritu fecundo de la libertad no ha penetrado sino entre las clases
elevadas, permaneciendo como antes estúpidas i sumisas las turbas complacientes de indígenas
estarán por mucho tiempo al servicio del partido tartufo, porque sus falanjes obedecen al impulso
que les da el primer menguado sacristán o presbítero que se les presenta como un santo-cristo en
la mano para hacerles en nombre de Dios contra la libertad, en nombre de la Relijion contra los
intereses populares, en nombre de del Infierno contra los principios de la democracia, i en nombre
del Purgatorio i del Evangelio contra las doctrinas cristiana de la fraternidad i la igualdad”. María
Samper, José. “Elecciones”. El Neogranadino. 9 septiembre, 1856.
92
González, Fernán. “Reflexiones sobre las relaciones entre identidad nacional, bipartidismo e
Iglesia Católica”. Para leer la política. Ed. Fernán Gonzales. Bogotá: Cinep, 1997.
93
Heer, Friedich. Europa madre de revoluciones, t. II. Madrid: Alianza, 1980, p. 707.
94
Lamennais, El dogma de los hombres libres. Palabras de un creyente. Madrid: Imprenta de Don
José María Repulles, 1836, pp. XVII-XVIII. El pensamiento de José María Samper no era lejano a
las concepciones de Lamennais, a propósito en su manuscrito de 1848 titulado Examen filosófico
de las Constituciones de Colombia y la Nueva Granada, es elocuente al señalar: “Es evidente,
incuestionable que los progresos actuales de las leyes, el espíritu de adelanto que se desarrolla
en el mundo son una consecuencia del desarrollo del principio democrático; del conocimiento
profundo i filosófico de las máximas del cristianismo donde existe la igualdad erigida en dogma,

284
Definiciones de nación en la investigación jurídica de José María Samper (1873-1886)

La redacción del Clero ultramontano está atravesada por la lectura del


libro de Lamennais al que inclusive cita de manera literal. Esta posición,
además de cuestionar a la jerarquía de la Iglesia al propiciar una ruptura
con el pontífice y una depuración del clero desataron la furia de sacerdotes
y creyentes. Los embates de los periódicos católicos El porvenir y el Catoli-
cismo se hacían sentir en la medida que José María Samper avanzaba en la
publicación de su Clero ultramontano en sucesivos números de El Neogra-
nadino. Se sumó la reedición del periódico El centinela cuyos números espe-
cialmente salieron para desmentir especialmente las visiones de José María
Samper sobre el infierno, el purgatorio y el diablo. Por otra parte aparecieron
libelos para rebatir las posiciones de Samper en cada una de sus entregas, los
mismos fueron publicados durante 1857 en formato de libro por la bajo el
título Cartas de un sacerdote católico al redactor de El Neogranadino en cuya
introducción se atribuye su autoría a José Joaquín Ortiz95.
Las consecuencias de la redacción del Clero ultramontano fueron desme-
suradas en las relaciones interpersonales de José María Samper, inflamó el
fanatismo religioso de los católicos de aquel entonces, fue satanizado, sufrió
excomunión de sacerdotes, el personal de servicio de su casa se retiró deján-
dolos solos por temor y atentaron contra su vida. Pocos meses después José
María Samper y su familia emprendían su viaje a Europa96.

la libertad protegida por el nombre de Dios, la fraternidad predicada en todas las palabras
evangélicas, la dignidad de los seres humanos defendida en los ejemplos de la virtud divina; en una
palabra la democracia sancionada por Dios… Los pueblos aman y desean practicar las ideas del
Cristianismo, y como la democracia es el cristianismo aplicado a la política, los pueblos se afanan
por el establecimiento de la democracia” [los subrayados corresponden al manuscrito original].
José María Samper, Examen filosófico de las Constituciones de Colombia y la Nueva Granada.
Manuscrito, 1848, Biblioteca Nacional de Colombia.
95
Consecuencias previstas por José María Samper al anunciar el inicio de sus publicaciones
periódicas sobre el catolicismo en El Neogranadino en septiembre 9 de 1856: “Que llueva sobre
nosotros las escomuniones; que el clero ultramontano nos maldiga; que sus escritores nos lancen
una tempestad de censura i ataques; que la chusma fanática nos amenace i reniegue; que los
tartufos nos detesten un poco mas, si es posible. Eso no importa: nosotros lo aceptamos todo,
i resueltos a las consecuencias, i dominados por el sentimiento patriótico, recogemos el guante.
La campaña está abierta; i como hemos tenido el valor para decir toda la verdad, para combatir al
ejercito, a los monopolistas, a los enemigos de la paz pública, combatiremos también con energía
a esos explotadores de la República que a la sombra de la sotana trabajan para conseguir la ruina
de la libertad!” Samper, “Elecciones”.
96
Samper, Historia de…, Op. cit. pp. 342-355. En carta pública escrita al Arzobispo de Bogotá
Antonio Herrán fechada el 20 de abril de 1857 a propósito del atentado sufrido comunica: “Yo
sabía que me asechaban i perseguían muchos fanáticos, i que podía ser asesinado públicamente,
sin que ninguna autoriad, ni influencia lo impidiera; pero sabía también la indignación de mis
copartidarios i amigos, muchos de ellos armados, harían despues que mi sangre costaría mui caro

285
Eric Rodríguez Woroniuk

Posteriormente, en El programa de un liberal a la convención constitu-


yente de los Estados Unidos de Nueva Granada de 1861 redactado en Europa
insiste en atacar la relación entre los conservadores y la Iglesia católica que
llevó al poder a Mariano Ospina Rodríguez en 1857. Por ello estima que se
debe “privar y exonerar de todo derecho y deber político al sacerdote, exi-
miéndole de toda contribución que le grave su renta ó profesión sacerdotal”,
considera esta medida “mucho mejor para la religión como para la libertad;
pero implica, eso sí, la prescripción de penas severas contra el sacerdote que
intervenga en elecciones”97.
En 1864 luego de su retorno al país y como representante a la cámara
vuelve a arremeter contra la estructura del catolicismo al presentar un pro-
yecto de ley donde proponía la confiscar bienes de la Iglesia, prohibir la ocu-
pación de cargos públicos por parte de sacerdotes y obligarlos a prestar jura-
mento de lealtad al Estado; sin embargo no les restringía el derecho al voto o
la libertad religiosa98. Esta iniciativa la abandonó poco antes de retirarse a la
vida privada. En escrito autobiográfico José María Samper registra esta épo-
ca como el inicio de su “conversión religiosa”, fuertemente condicionada por
los vínculos familiares con su esposa y sus hijas quienes eran practicantes
católicas99. Ya como constituyente en 1886 revisa por completo sus concep-
ciones enarboladas por el partido liberal en su juventud:

la idea de hostilidad al clero católico, la separación completa de la Iglesia y


el Estado, y el fomento del protestantismo, con la idea de libertad absoluta
(innecesaria en la República), como medio para suscitar al catolicismo una
competencia que no era reclamada por la opinión nacional. Todo esto fue
artificial, complicó la política con graves cuestiones religiosas, concitó y su-
blevó el alma de los creyentes, contra el liberalismo, y fue un semillero de
dificultades y conflictos100.

a los responsables directos o indirectos de mi muerte. El asesinato consumado en mi persona


habría sido la señal de un espantoso conflicto de las mas graves i duraeras consecuencias. Hoy
mismo, después del Edicto de US. No me considero seguro, y estoy preparado para la muerte.
Yo sé que un dia u otro podrán darme una puñalada, en nombre de la Relijion, i estoi prevenido
para todo. Acaso se me ha querido colocar en la alternativa de escojer entre la muerte violenta
o la retacción de mis convicciones. La elección no es fácil para mí: yo escojo el peligro con
todas sus consecuencias”. Samper, José María. “Carta al Arzobispo de Bogotá Antonio Herrán”.
El Neogranadino, 23 abril, 1857.
97
Samper, El programa de un liberal…, Op. cit. pp. 18-19.
98
Patricia D’Allemand referencia la tesis de Harold Hinds sobre José María Samper de 1976; en
D’Allemand, Op. cit. p. 73.
99
Samper, José María. “Mi conversión religiosa”. Repertorio colombiano. Nº. 2, 1883.
100
Ibíd., p. 362.

286
Definiciones de nación en la investigación jurídica de José María Samper (1873-1886)

José María Samper en sus cartas a Diógenes Arrieta de 1873 procu-


ró modular la relación entre catolicismo y política101, pero al igual que sus
apelaciones a la independencia de la Iglesia católica en sus cometarios a la
constitución en su Derecho Público Interno (tomo II)102, quedan como una
vana erística frente a la infalibilidad del Papa ratificada en el Concilio Va-
ticano I realizado entre 1869 y 1870103. De esto era consciente en 1873, al
afirmar con referencia al Syllabus del Pio IX que cuando una religión se
“convierte en gobierno político, o se amalgama con algún gobierno, desvir-
túa su objeto; corre el peligro de tornarse en tiranía o despotismo; rompe
por su propio título, que es la libertad del alma humana, y sujeta su modo de
ser, su influencia y su porvenir a todas las vicisitudes de la política y todos
los contratiempos y luchas por la civilización”104.
La constitución de 1886 consagró en la literalidad del artículo 38ª que
“la religión Católica, Apostólica, Romana, es la de la nación”. Esta idea
había no era nueva, podría citarse la posición asumida por La Sociedad
Católica de Bogotá en 1838, al dejar en claro que “sin un sentimiento re-
ligioso, no es posible fundar los principios que constituyen la legitimi-
dad de los gobiernos”105. Del cúmulo creencias que definen la nación es
la religión católica la única reconocida por los constituyentes. En tanto
idea de nación cuenta con rituales elaborados y de una rica simbología
acumulada a lo largo del tiempo desde la vigencia del “orden colonial”.
Ninguna otra tradición es tenida en cuenta, sólo el catolicismo tiene una
centralidad exclusiva, su identidad con el conservadorismo se impone.
De manera coherente con esta decisión el artículo 41º establece que “la
educación pública será organizada y dirigida en concordancia con la Reli-
gión Católica”. En el comentario de este artículo José María Samper en su

101
Samper, José María. “La libertad y el Catolicismo”. Orígenes de los partidos políticos en Colombia.
Comp. Jorge Orlando Melo. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, 1978.
102
Samper, Derecho público…, t. II, Op. cit. pp.114-115.
103
El Concilio Vaticano I en su sesión del IV de julio 18 de 1870 dice: “Que el Romano Pontífice,
cuando habla ex cathedra esto es, cuando cumpliendo su cargo de pastor y doctor de todos los
cristianos, define por su suprema autoridad apostólica que una doctrina sobre la fe y costumbres
debe ser sostenida por la Iglesia universal, por la asistencia divina que le fue prometida en la
persona del bienaventurado Pedro, goza de aquella infalibilidad de que el Redentor divino quiso
que estuviera provista su Iglesia en la definición de la doctrina sobre la fe y las costumbres; y,
por tanto, que las definiciones del Romano Pontífice son irreformables por sí mismas y no por el
consentimiento de la Iglesia. [Canon.] Y si alguno tuviere la osadía, lo que Dios no permita, de
contradecir a esta nuestra definición, sea anatema”.
104
Samper, “La libertad y el Catolicismo”, Op. cit. p. 181.
105
Anónimo, “Parte política”. El Investigador Católico, Nº. 2, 25 marzo, 1838.

287
Eric Rodríguez Woroniuk

Derecho Público Interno sostiene la importancia porque estaba en armonía


con las creencias populares106.
Esta posición la había asumido en 1881 con la redacción del programa
del partido conservador donde “reconoce como regla de conducta y por
fundamento necesario del orden social y político y por supuesto de la le-
gislación y gobierno de la Republica, la moral de la religión que profesa la
casi totalidad del pueblo colombiano”107. En esta línea como constituyen-
te de 1886 promueve la legitimación del régimen republicano a través del
catolicismo. La discrecionalidad otorgada a los sacerdotes católicos la vida
colectiva es más que elocuente. En su comentario del artículo 54º José María
Samper puntualiza que “la misión del sacerdote es de enseñanza, educación
y caridad”108. Esta era una concepción de raigambre en aquel entonces den-
tro de las filas conservadoras. Mariano Ospina Rodríguez había hecho un
diagnóstico de las posibilidades del clero de asumir la educación en el país
en 1872; a propósito reconocía la magnitud del reto teniendo en cuenta la
debilidad de la formación de los sacerdotes no sólo en materia religiosa, sino
también el campo de las ciencias y las artes. Para tal efecto proponía tres me-
dios principales destinados a la instrucción del clero: “la enseñanza escolar
en el seminario, el estudio privado obligatorio y la difusión de libros”109.
En Diciembre de 1887 se firmó el Concordato entre la Santa Sede y el
gobierno colombiano. En la línea de la Constitución se reconoce a la reli-
gión católica como la religión nacional; se ratifica la enseñanza a cargo de
la Iglesia con la carga integrista en contra de la libertad; y se establece como

106
Samper, Derecho público…, t.. II, Op. cit. p. 88. Es interesante anotar la diferencia de los desarrollos
constitucionales en Colombia en relación con los de Argentina en materia de Educación. Domingo
Faustino Sarmiento en su Comentario a la Constitución de la Confederación Argentina (1852), hace
especial énfasis en la obligatoriedad de la enseñanza primaria establecida en el artículo 5°. A pro-
pósito traen en su comentario el Artículo 8 de la Constitución de Indiana, donde define: “Siendo
los conocimientos y el saber difundidos por toda una comunidad necesarios para la conserva-
ción de un gobierno libre, será del deber de la Asamblea General fomentar, por todos los medios
convenientes, el progreso moral, intelectual científico y agrícola, y proveer por medio de una ley
un sistema general y uniforme de escuelas comunes, donde se dará gratuitamente la enseñanza
y estarán abiertas para todos” Faustino Sarmiento, Domingo. Comentario a la Constitución de la
Confederación Argentina (1852). Constitución y política. Ed. Natalio Botana. Buenos Aires: Hydra,
2012. En 1882 el congreso argentino sanción la Ley 1420 de Educación Común, donde establecía
la educación laica, gratuita y obligatoria.
107
González, Fernán. Partidos políticos y poder eclesiástico. Bogotá: Cinep, 1997, pp. 152-153.
108
Samper, Derecho público…, t. II, Op. cit. p. 118.
109
Ospina Rodríguez, Mariano. “Instrucción del clero”. Escritos sobre economía y política. Mariano
Ospina Rodríguez, Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 1969. Este artículo fue publicado
en La Sociedad de Medellín, Nº. 3, 1872.

288
Definiciones de nación en la investigación jurídica de José María Samper (1873-1886)

matrimonio válido para los católicos el canónico, con sus respectivos efectos
civiles110. José María Samper muere poco menos de un mes después de pu-
blicada la carta Encíclica Libertas Praestantissimum de León XIII sellada el 20
de junio de 1888. En ella el Sumo Pontífice en la línea integrista de sus pre-
decesores desde Gregorio XVI, es categórico al sostener que: “es totalmente
ilícito pedir, defender, conceder la libertad de pensamiento, de imprenta, de
enseñanza, de cultos, como otros tantos derechos dados por la naturaleza al
hombre. Porque si el hombre hubiera recibido realmente estos derechos de
la naturaleza, tendría derecho a rechazar la autoridad de Dios y la libertad
humana no podría ser limitada por ley alguna”111.
En virtud de la infalibilidad del Papa y al reconocimiento del imperio de
la Iglesia en el campo de desarrollo espiritual y educativo del pueblo colom-
biano, la libertad quedó limitada como constitutiva de la nación. Al final
parecen haber triunfado en la Regeneración los propósitos políticos del inte-
grista Miguel Antonio Caro; para quien, según Rubén Sierra Mejía, estaba el
restaurar “la cultura española que se había implantado en América a partir
del Conquista, de restaurar la cultura colonial con sus costumbres, su reli-
giosidad y sus maneras literarias y de su pensamiento”112.

Conclusión

A lo largo de la obra de José María Samper aparece con intermitencias


la idea de una sola nación soberana, sin embargo en su tratado de derecho
constitucional de 1886 se podrían apreciar dos definiciones yuxtapuestas,
las cuales se podrían considerar complementarias más que antagónicas.
La primera de un carácter jurídico político en donde asume de manera con-
vencional la relación de territorio, pueblo, Estado y gobierno, donde este
último se presenta como garante de la soberanía. La prelación dada al go-
bierno se desprende del consenso regenerador acerca de la importancia
otorgada en ese momento a la autoridad del poder ejecutivo.
La segunda se desprende de concepciones histórico culturales donde
procura vislumbrar el vínculo “natural” en la composición de la nación.
Aquí comprende “una lengua, un cúmulo de tradiciones, una inseparable
idea de existencia y honor”. José María Samper en sus escritos de
juventud no dejaba de reflejar una tensión entre el avance de los ideales

110
Gonzales, Partidos políticos…, Op. cit. pp. 156-157.
111
León XIII, Libertas Praestantissimum, 1888. www.vatican.va.
112
Sierra Mejía, Rubén. “Miguel Antonio Caro: religión, moral y autoridad”. Miguel Antonio Caro y la
cultura de su época. Ed. Rubén Sierra Mejía. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2002, p. 31.

289
Eric Rodríguez Woroniuk

republicanos y liberales con las inercias aun presentes en las comunidades


colombianas del orden colonial. Pero la aceptación del peso de los siglos en
la conformación de las comunidades lo llevó a sostener en la época de su
madurez intelectual que “la nación es cosa histórica”. Pasadas siete décadas
de la independencia, como delegatario constituyente en 1886, le pareció
inapropiado desconocer el cúmulo de sistemas de creencias heredados
desde la colonia.
Las dos definiciones concebidas en la puesta en práctica de las concep-
ciones propias del constitucionalismo moderno se apoyan en la organiza-
ción de una clase política profundamente permeada por los intelectuales
de la Academia Colombiana, convencida en establecimiento de una cen-
tralización encarnada en el gobierno del poder ejecutivo, como concreción
propia de la Regeneración. A través de esta magistratura se pretendía mol-
dear un nuevo Estado hacia el futuro como salida luego de la disolución de
los Estados federales; pero partiendo de un reconocimiento del pasado, de
las creencias sedimentadas a través del tiempo en las poblaciones disper-
sas en el territorio. En este sentido, como sustrato básico de identificación
del colectivo político, encontró en el catolicismo la elaboración simbólica
encargada de profundizar los vínculos entre los miembros de la nación co-
lombiana. Aún a expensas de la propia libertad, expuesta al compás de las
definiciones discriminatorias de la jerarquía eclesiástica en aquella época.

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293
Capítulo 8

DEL VIAJE A LAS REGIONES EQUINOCCIALES…


DE ALEJANDRO DE HUMBOLDT AL ATLAS DE LAS NARRATIVAS
CIVILIZATORIAS EN LA NACIÓN COLOMBIANA

Juan Moreno Blanco1

Resumen

Se hace la lectura del mencionado texto de la narrativa humboldtiana


inspirada en claves interpretativas sugeridas por Mary Louise Pratt
y Margarita Serje para, de nuestro lado, tematizar su influencia en la
narrativa de la geografía e historias imaginarias del relato de la nación
en Colombia en el siglo XIX. Se demuestra que, sobre un soporte mítico-
simbólico, la referencia al salvaje cumple la función de auto-figurativizar
al civilizado, según la propuesta de Roger Bartra, y se postula que las
técnicas de representación y la trama mítico-divina del narrador Humboldt
prefiguraron el relato político criollo-republicano. Retomando la semántica
y la pragmática que Edward Said señala como propias del Orientalismo se
postula que la concepción y realización de la nación neogranadina pueden
ser vistas como una pragmática textual. Este trabajo intenta seguir la
hermenéutica de Gilbert Durand.

1
Grupo Nación/Cultura/Memoria de la Universidad del Valle. Doctor en Estudio Ibéricos e Ibe-
roamericanos, Université Bordeaux 3-Michel de Montaigne. Profesor titular de la Escuela de
Estudios Literarios, Universidad del Valle. Especialidad en literatura colombiana y hermenéu-
tica literaria. Libros publicados en 2015: Novela histórica colombiana e historiografía teleológica
a finales del siglo XX y Transculturación narrativa: la clave wayúu en Gabriel García Márquez,
Programa Editorial de la Universidad del Valle, Cali, Colombiana.
Juan Moreno Blanco

No hay duda de que la geografía y la historia ima-




   
  -
miento íntimo que tiene de sí misma, dramatizando
la distacia y la diferencia entre lo que está cerca y lo
que está lejos.
EDWARD SAID

Que el relato de la nación colombiana se halla desde sus orígenes trazada


por la violencia simbólica es una constatación que puede ser entendida por
el hecho de que “la Modernidad es una máquina generadora de alteridades”2
y de que la nación fue construida en torno a “fronteras imaginadas” que
le dieron coherencia y normalizaron la separación-clasificación-exclusión
de la población3. No obstante, habría que preguntarse acerca del proceso
de configuración del relato que cuenta la nación narrando —poniendo
en intriga— tanto la frontera como la alteridad desde un yo que organiza
a la población en el espacio. Si suponemos que la transición de colonia a
república desordenó parciamente la realidad podemos plantearnos que
para las elites hacedoras del relato de la nueva nación era necesario narrar
un todo reordenado que hiciera posible el cosmos político del que ellas eran
protagonistas —y donde se establecieran esencialidades que permitieran
distinguir entre quién era y quién no era sujeto político.
Nos anima la intuición de que el relato que ordenaba lo humanamente
heterogéneo para hacer posible el posterior relato político de la república
es un relato mítico divino cuya paulatina configuración en la pluma de los
letrados criollos tendría inspiración en la puesta en intriga de las realidades
del Nuevo Mundo que narró en las primeras décadas del siglo XIX, el viajero
Alejandro de Humboldt.

Frontera y alteridad en el relato republicano

La transición de colonia a república en la Gran Colombia de comien-


zos del siglo XIX conlleva grandes cambios en la imaginación política de
los criollos. Sus concepciones e ideas sobre el destino colectivo se cons-
truyen articulando significados y temas que les permitan emerger desde
el desorden y sostenerse narrativamente para pasar del indigente relato
2
Castro-Gómez, Santiago. “Ciencias sociales, violencia epistémica y el problema de la ‘invención
del otro’”. La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas.
Comp. Edgardo Lander. Buenos Aires, CLACSO, UNESCO, 2003, pp. 145-161.
3
Múnera, Alfonso. Fronteras imaginadas. La construcción de las razas y de la geografía en el siglo XIX
colombiano. Bogotá: Planeta, 2005.

296
Del Viaje a las regiones equinocciales…

imperial-virreinal-colonial al nuevo relato republicano. Construir o inventar


la nueva realidad necesita de un despliegue nuevo de la “capacidad humana
de comunicar y organizar la experiencia en forma narrativa”4, que levante la
representación de un todo nacional focalizado, organizado y jerarquizado
(sin importar que con frecuencia “Los significados narrativos llegan a impo-
nerse por sobre los referentes de historias presumiblemente verdaderas”5).
Esa trama o construcción narrativa es perceptible en un informe de 1823 de
José Manuel Restrepo, Secretario del Interior de la República de Colombia,
en su fórmula para orientar y transformar a una población particular sobre
el sendero del nuevo común destino en la nación:

… poco a poco los indígenas serán otros hombres bajo el imperio de la liber-
tad y de las instituciones republicanas […] No hay leyes algunas que puedan
tener tan vasta influencia sobre los futuros destinos de Colombia, como la
que declaró libres a los partos de las esclavas, y la del 4 de octubre del año 21
que hizo iguales a los indígenas con el resto de los ciudadanos. Dentro de cin-
cuenta a sesenta años á los más tarde, Colombia será habitada solamente por
hombres libres, los indios se habrán mezclado con la raza europea y con la
africana, resultando una tercera, que según la esperiencia no tiene los defec-
tos de los indígenas; finalmente las castas irán desapareciendo poco a poco de
nuestro suelo. Esta perspectiva sin duda es halagüeña y muy consoladora…6.

Ya en su Carta de Jamaica, 1815, Bolívar había pasado por esos signifi-


cados narrativos que diseñando la nación daban un destino a la alteridad,
insertando de paso distribución de la población en el espacio:
La Nueva Granada se unirá con Venezuela, si llegan a convenirse en formar
una república central, cuya capital sea Maracaibo o una nueva ciudad que,
con el nombre de Las Casas (en honor a ese héroe de la filantropía), se funde
entre los confines de ambos países, en el soberbio puerto de Bahía-honda.
Esta posición, aunque desconocida es más ventajosa por todos respectos. Su
acceso es fácil, y su situación tan fuerte, que puede hacerse inexpugnable.
Posee un clima puro y agradable, un territorio tan propio para la agricultura
como para la cría de ganados, y una grande abundancia de maderas de cons-
trucción. Los salvajes que la habitan serán civilizados, y nuestras posesiones
se aumentarán con la adquisición de la Goajira. Esta nación se llamará Co-
lombia como un tributo de justicia y gratitud al criador de nuestro hemisferio.

4
Bruner, Jerome. “Los usos del relato”. La fábrica de historias. Derecho, literatura, vida. México:
Fondo de Cultura Económica, 2002, p. 33.
5
Ibíd., p. 22.
6
Citado por König, Hans-Joachim. En el camino hacia la nación. Nacionalismo en el proceso
de formación del Estado y de la Nación de la Nueva Granada, 1750-1856. Bogotá: Banco de la
República, 1994, p. 351

297
Juan Moreno Blanco

Su gobierno podrá imitar al inglés; con la diferencia que en lugar de un rey


habrá un poder ejecutivo electivo, cuando más vitalicio, y jamás hereditario
si se quiere república7.

Más allá del siglo XIX, la gran longevidad de tramas o construcciones


narrativas que dan significado y destino a la alteridad que contrasta con la
figura del civilizado-sujeto político (“los indígenas”, “los partos de las escla-
vas, “los indios”, “los salvajes” que habitan “los confines”) en la imaginación
total de la nación todavía es detectable en los Estudios de Región en la últi-
ma década del siglo XX en Colombia donde, según la antropóloga Margarita
Serje, se entrevé un ordenamiento del territorio a través de metáforas espa-
ciales asociadas “al concepto occidental de frontera [que] se vio condensado
finalmente en la demarcación espacial de las zonas civilizadas, apropiadas
por la administración colonial y las salvajes, tras la que se expresa la separa-
ción de un mundo amenazante sobre el que se proyectan por igual sueños y
pesadillas.”8
Tal vez el primer asomo crítico a esa narrativa a finales del siglo XIX su-
cedió en De sobremesa, la novela en que José Asunción Silva toma a buen
recaudo la calidad plástica de esos significados narrativos que tatuaron la
civilización en la geografía e historia imaginarias de la nación:
…para salvar al país desde Europa, José Fernández fantasea un plan para
civilizar el trópico americano […] Entiéndase por “civilizar”, en la parodia de
Silva, europeizar en su más tosco sentido: trasplantar Europa al trópico ame-
ricano, literalmente, a pesar del clima, de sus gentes y de su vegetación […]
me parece que la narrativa ahí desplegada es un pastiche cuya fuerza centrí-
peta es la parodia no solamente del pensamiento del liberalismo económico
del siglo XIX […] sino del discurso geográfico naturalizado como científico
por las élites decimonónicas colombianas, desde Francisco José de Caldas, a
comienzos de siglo, hasta Carlos Cuervo Márquez, a finales […] En la fan-
tasía civilizatoria de Fernández se ponen en funcionamiento todas las metá-
foras espaciales con las que las élites se refirieron al trópico americano…”9

La puesta en narración de la nación civilizada —y la instalación de la


frontera simbólica que la configura por oposición a la oscuridad del salva-
je— se prolongaba de relato en relato y hacía el tejido de la cultura; también

7
Bolívar, Simón. “Carta de Jamaica”. Tres documentos de Nuestra América. Ed. Roberto Zurbano. La
Habana: Casa de las Américas, 1979, p. 26.
8
Serje, Margarita. El revés de la nación. Territorios salvajes, fronteras y tierras de nadie. Bogotá:
Uniandes-CESO, 2005, p. 118.
9
Martínez Pinzón, Felipe. “Leer a Silva a contrapelo: De sobremesa como novela tropical”. Antípoda.
Revista de antropología y arqueología, Nº. 15, julio-diciembre 2012, pp. 91-92.

298
Del Viaje a las regiones equinocciales…

en la pluma del poeta fue dúctil superficie para la metáfora, el pastiche, la


parodia y la ironía, precisamente porque siempre había funcionado dentro
de una lógica meramente narrativa con holgada independencia respecto a lo
real. No obstante —y ahí está la paradoja—, esa producción de significado
ha tenido el suficiente poder performático para impactar la experiencia y
grabar un efecto de realidad en la estela de la intersubjetividad que imagina
la nación a lo largo de un extenso periodo que sobrepasa el siglo XIX.

Un modelo previo de la puesta en intriga


del relato de la nación

Sobre esta manera de tatuar líneas imaginarias sobre la realidad no pode-


mos dejar de hacernos la misma pregunta que para el caso del Orientalismo
se hizo Edward Said: ¿“Cómo adquieren las ideas autoridad, ‘normalidad’ e
incluso categoría de verdades ‘naturales’”?10. Para respondela en el contexto
de la formación de la imaginación política republicana en Colombia habría
que inspeccionar el fondo de donde proceden esas maneras o técnicas de
representación pues
los modos como los seres humanos “dan significado a la experiencia” tie-
nen su propia historia. Los dispositivos de “producción de significado” —
grillas de visualización, vocabularios, normas y sistemas de juicio— produ-
cen experiencia; no son producidos por ella […] Estas técnicas intelectuales
no se presentan listas para usar; es preciso inventarlas, refinarlas y esta-
bilizarlas, diseminarlas e implantarlas de diferentes maneras en diferentes
prácticas…11.

Y nos parece que la invención de esas técnicas de naturalización y norma-


lización de la relación entre civilizado y salvaje en el tiempo y el espacio ame-
ricanos tuvo lugar en la narrativa de los viajeros europeos no ibéricos cuyos
ojos imperiales recorrían el mundo a finales del siglo XVIII y comienzos del
XIX. Así, los libros y escritos de uno de los más ilustres de esos viajeros por el
Nuevo Mundo, Alejandro de Humboldt, habrían sido la vía de entrada de los
criollos neogranadinos a esa invención que al representar a las poblaciones
y asignarles un lugar en la trama imaginaria de la geografía y la historia con-
figuraba tambien el lugar jerárquico del yo narrador de la nación imaginada
y narrada.

10
Said, Edward. Orientalismo. Barcelona: Mondadori, 2002, p. 428
11
Rose, Nikolas. “Identidad, genealogía, historia”. Cuestiones de identidad cultural. Comps. Stuard
Hall y Paul du Gay. Buenos Aires: Amorrortu, 2003, pp. 218-219.

299
Juan Moreno Blanco

En esos libros de europeos el viajero narrador nos presenta la trama don-


de es inevitable la puesta en intriga de su relación con el Otro. La trama de
esta relación asimétrica y monológica estará marcada por el hecho de que el
Uno es sujeto de la representación-invención mientras el Otro es solamente
su objeto; de ahí derivará una estabilización de los significados que, en épo-
ca del expansionismo de los imperios europeos modernos12, dan figura y
densidad al narrador investido de la misión de extender al mundo entero sus
maneras de ver y que no considera posible la existencia de otra visión ni de
otro tipo de sujeto no europeo que pueda ser considerado como civilizado,
es decir, como su coetáneo. Y con esa producción de significados vendrá la
invención de un tipo de relación entre mismidad y alteridad que se organiza
en el espacio de lado y lado de la frontera:

La lectura del “Otro” como signo […] se limita a una serie cerrada y reitera-
tiva de significados […] la cual, a su vez, depende mecánicamente de otras
representaciones en un sistema “totalizador” que, a la manera de un atlas,
representa el mundo según el “nosotros”. Este sistema (o “atlas”) está surcado
por fronteras que definen a los diversos “otros”, más o menos significativos,
aunque la frontera principal sería, como lo expresaba Lotman, la de la prime-
ra persona plural, pues a través de la misma se marca una línea de inclusión
y exclusión del “nosotros” y los “otros”13.

La narrativa de ese atlas totalizante dinamiza una producción de signi-


ficación que, al negar la civilidad del salvaje, por efecto especular, fortalece
y hace perdurar la figura del civilizado soportada, como lo señala Roger
Bartra, por el trasfondo mítico de Occidente:

El gran ausente en el banquete de la civilización es el salvaje, pero es evidente


que con la silueta del hueco que deja su expulsión se conforman los modales
del hombre civilizado. […] el llamado proceso de civilización no es, en los
hechos históricos, la transición del comportamiento salvaje hacia una con-
ducta civilizada. La idea misma del contraste entre un estado natural salvaje
y una configuración cultural civilizada es parte de un conjunto de mitos que
sirve de soporte a la identidad del Occidente civilizado. Pero basta una ojeada
al mito del hombre salvaje para darnos cuenta de que se trata de una forma-
ción imaginaria que solo existe en su dimensión mitológica14.

12
Véase Pratt, Mary Louise. Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación. México: Fondo de
Cultura Económica, 2010.
13
Gustafsson, Jan. “El cronotopo cultural, el estereotipo y la frontera del tiempo: la preterización
como estrategia de representación del “Otro”. Cultura, lenguaje y representación. Revista de Estudios
Culturales de la Universidad Jaume I, Nº. 1, mayo 2004, p. 141.
14
Bartra, Roger. El mito del salvaje. México: Fondo de Cultura Económica, 2011, p. 156.

300
Del Viaje a las regiones equinocciales…

Veamos ejemplos de la narrativa de los viajeros europeos en África en el


siglo XVIII, que —como bien lo dice Mary Louise Pratt— sin duda influyó
en la imaginación geográfica e histórica del joven Humboldt. Entre esos na-
rradores tenemos a Mungo Park, autor de Viaje al interior de África, hecho
en 1795, 1796 y 1797. En su libro vemos como la relación del viajero con el
habitante de los territorios explorados y narrados es doble. Por un lado, la
relación con el sujeto de ascendencia europea, considerado como un igual y,
por otro, la relación con el Otro radicalmente otro, con quien la relación es
de neta jerarquía y a quien el viajero va a convertir —como Humboldt déca-
das después en América— en fuente de servicio y conocimiento:

El doctor Laidley que conocía a ese negro, me lo recomendó, y lo tomé a


mi servicio, en calidad de interprete […] también me dio para acompañar-
me a otro negro que le pertenecía y que se llamaba Demba. Este Demba era
un joven negro inteligente y alegre. Hablaba no solamente la lengua de los
mandingas, sino también la de los seráwoullis, pueblo que reside a orillas del
Senegal, […]. Para comprometer a Demba a comportarse bien, el doctor le
prometió que si a mi regreso yo daba cuenta favorable de su fidelidad y sus
servicios, él le daría la libertad15.

Otra característica de esta narrativa es la descripción del marco natural


desde el interés propio al proyecto imperial, dejando a los seres humanos
como un detalle que casi se funde con la naturaleza:

No siendo el país sino un llano inmenso, casi enteramente cubierto de bos-


que, ofrece a la vista una aburrida y triste uniformidad. Pero si la naturaleza
le ha rechazado las bellezas románticas de un paisaje variado, su mano liberal
le acuerda ventajas más importantes, la fertilidad y la abundancia. El mínimo
cultivo le hace producir una cantidad suficiente de grano; el ganado encuen-
tra ricos pastizales, y los habitantes pescan muchos excelentes peces, ya en el
río de Gambia ya en la caleta de Walli16.

En otro viajero europeo en África, el sueco André Sparmann, autor de


Viaje al Cabo de Buena Esperanza y alrededor del mundo con el capitán Cook,
y principalmente en el país de los hotentotes y los cafres, publicado por pri-
mera vez en 1783, encontramos la imagen que refiere al Otro y a la vez le da
significado que lo ubica en la polaridad opuesta de “lo civilizado”:

15
Park, Mungo. Voyage dans l’intérieur de l’Afrique fait en 1795, 1796 et 1797, t. I. Trad. J. Castéra.
París: Chez Tavernier, 1799, p. 43.
16
Ibíd., p. 14.

301
Juan Moreno Blanco

Como las circunstancias y la ocasión influyen con frecuencia sobre la natu-


raleza de las cosas, y esta observación es verdadera sobre todo con relación
al bello sexo, juzgué a propósito relacionar aquí toda esta aventura, exacta-
mente como ella sucedió, sin sacar ninguna conclusión. Estoy no obstan-
te convencido de que los Hotentotes de los dos sexos son más fríos y más
moderados en sus deseos que muchas otras naciones. Esta moderación es la
consecuencia moral de su carácter apático, indolente, casi dije insensible; es
el efecto del régimen debilitador que ellos siguen, y de la extrema inacción
que, en un cierto grado, vivifica nuestras facultades y físicas, pero cuyo exce-
so las embota y las mata17.

El inglés Guillaume Patterson, autor de Relación de cuatro viajes al país de


los hotentotes y en la Cafrería, durante los años 1777,1778 y 1779, publicado
en 1790, nos describe a los habitantes del territorio explorado en vecindad a
la bestialidad animal:

… e hice algunas salidas a fin de examinar esas montañas, que parecían cu-
biertas de muchas plantas raras, aunque uno esté sin cesar expuesto al peligro
de encontrar bestias feroces o Boshmens que bajan con frecuencia y buscan
la ocasión de robarle a los habitantes sus animales. Los Boshiesneas […] son
enemigos jurados de la vida pastoral. Una de sus máximas es vivir de la caza
y del pillaje y nunca conservar con ellos un animal vivo durante el espacio
de una noche. Por ese medio se hacen odiosos al resto de los hombres y son
en todos lados perseguidos y exterminados tan vivamente como las bestias
feroces, de las que han cogido los usos y costumbres […] Un fiero animal
como el león no está al abrigo de su alcance [de las flechas hotentotes envene-
nadas]. Ese fiero animal cae herido […] mientras que el hotentote escondido
[…] seguro del efecto de su veneno, del que pone el más virulento que le sea
posible, contempla con un bárbaro placer a la bestia que él ha herido para
verla languidecer y morir casi en el mismo instante18.

Frontera, alteridad y teleología


civilizatoria en Humboldt

Si bien la narrativa de Humboldt es tributaria de los libros de los viajeros


europeos en África en el siglo XVIII, es de interés resaltar que él le imprimirá
inéditos relieves en su “reinvención de América”. La narrativa de los viaje-
ros europeos en África, al producir la significación del Otro, no lo había

17
Sparmann, André. Voyage au Cap de Bonne-Espérance, et autour du monde avec le capitaine Cook,
et principalement dans le pays des hottentots et des caffres. Trad., M. Le Tourneur. Francia: Chez
Buisson 1787, p. 232.
18
Patterson, Guillaume. Relation de quatre voyages dans le pays des hottentots et dans la caffrerrie,
pendant les années 1777, 1778 & 1779. Trad. M. T. M. París: Chez Letellier, 1790, pp. 30-31, 55-56.

302
Del Viaje a las regiones equinocciales…

integrado a una trama común con el Uno en donde, a pesar de la frontera


que separa las partes del atlas, se compartieran las coordenadas de un des-
tino; en otras palabras, esta narrativa no presenta la imagen ordenadora del
espacio y el tiempo que escenifique una trama relacional diferente a la de
amo/esclavo. En ese sentido, Humboldt será un innovador pues su narrativa
no se limitará a fortalecer la impermeabilidad de la frontera. Más bien su
narrativa dramatiza una circulación de la “civilidad” hacia la “no civilidad”,
una teleología de la misión civilizadora donde obrará un vector de sentido
de su imaginación: la trama común entre el centro difusionista del Uno civi-
lizado y la periferia pasiva y receptiva del Otro salvaje que jerarquiza y, sepa-
rándolos, articula los cuerpos en el espacio y el tiempo19. Esta organización
teleológica del atlas de la narrativa del viajero prusiano, según Margarita
Serje, tendrá una gran longevidad en la imaginación-narración del espacio
nacional en Colombia:

Se podría afirmar que la caracterización geográfica de las Fronteras [en las


últimas décadas del siglo XX] se construye en términos de los mismos su-
puestos [de “vistas y monumentos”], que surgen de la representación colo-
nial “clásica” de América Equinoccial: América es naturaleza, en cuyas vastas
soledades se esconden pletóricas riquezas, aislada por una naturaleza dra-
mática y abrumadora, hundidas en las profundidades de la Selva Virgen a la
espera de que vengan Hombres (en masculino y con mayúscula) en una gesta
heroica en pos de riqueza y libertad, para hacer que surjan de ella prósperas
ciudades llenas de comercio […] La teoría de los lugares centrales representa,
en últimas, la traducción a los términos autoritativos y cuantificables de las
ciencias espaciales, de la vieja teoría difusionista de las áreas culturales […]
visión vigente desde comienzos del siglo XIX, como lo atestiguan los argu-
mentos de Humboldt […] De acuerdo con ella, se puede distinguir en toda
distribución de rasgos y comportamientos sociales y culturales, un núcleo
central desde donde estos se difunden hacia la periferia, formando una se-
cuencia de zonas concéntricas a partir del círculo inicial20.

19
Hay que señalar otra diferencia de la narrativa de Humboldt con la narrativa sobre América que le
ha precedido: en la introducción de Viaje a las regiones equinocciales… anuncia que su “itinerario”
es distinto al de Mungo Park, “hombre emprendedor que con la fuerza de su entusiasmo penetra
solo en el centro de África para descubrir allí, en el seno de la barbarie de los pueblos, los vestigios de
una antigua civilización”, pues en el Nuevo Mundo no hay civilización sino naturaleza: “En el viejo
mundo son los pueblos y los matices de su civilización los que dan al cuadro su principal carácter;
en el nuevo, el hombre y sus producciones desaparecen por decirlo así en medio de una gigantesca
y salvaje naturaleza. El género humano allí sólo exhibe algunos restos de hordas indígenas poco
adelantadas en cultura o una uniformidad de costumbres e instituciones trasplantadas a playas
extranjeras por los colonos europeos”. De Humboldt, Alejandro. Viaje a las regiones equinocciales
del nuevo continente, t. I. Caracas: Monte Ávila Editores, 1991, pp. 27-29.
20
Serje, Op. cit., pp. 125 y 133.

303
Juan Moreno Blanco

A propósito de la distribución de rasgos y comportamientos sociales y


culturales, que se produce narrativamente para distinguir y articular centro
y periferia, la siguiente imagen inscrita en Viaje a las regiones equinoccia-
les… ilustra como la puesta en intriga de Humboldt produce la separación y
jerarquización de la población en el espacio:
Por la noche, en el campamento, se montaba una especie de caja de cuero que
contenía las provisiones; al lado se colocaban los instrumentos y las jaulas
con animales; alrededor se colgaban nuestras hamacas, y algo más lejos, las
de los indios. El extremo límite lo formaba el fuego, que se encendía para
ahuyentar a los jaguares. Así se organizaba nuestro campamento a orillas del
Casiquiare21.

Podríamos decir que el narrador Humboldt da pliegues a la realidad y en


la técnica de su expresión “El ser humano es emplazado, representado a tra-
vés de un régimen de dispositivos, miradas, técnicas que se extienden más
allá de los límites de la carne, hacia espacios y montajes”22. Pero… ¿cómo
funciona esta técnica?
En la introducción de Viaje a las regiones equinocciales… Humboldt
presenta su programa narrativo como orientado al interés científico por lo
natural: “Si la América no ocupa un puesto distinguido en la historia del
género humano y de las viejas revoluciones que lo han agitado, ofrece un
campo mucho más vasto para los trabajos del físico (…) Las ventajas que
ofrece el nuevo mundo para el estudio de la geología y la física general están
desde largo tiempo reconocidas”23. Se indica al lector que el programa na-
rrativo no se centrará en la vida social: “Pormenores hay de la vida común
que acaso sea útil consignar en un itinerario (…) De aquellos he conservado
un corto número; pero he suprimido la mayor parte de esos incidentes per-
sonales que en cuanto a verdadero interés de situación no lo tienen, pudien-
do en ellos únicamente la perfección del estilo comunicarles graciosidad”24.
Y la intencionalidad de la narración se auto-presenta como poco proclive a
“la relación histórica”: “Yo había salido de Europa con la firme resolución de
no escribir lo que se ha convenido en llamar la relación histórica de un viaje,
y más bien publicar el fruto de mis investigaciones en obras puramente des-
criptivas (…) En medio de una naturaleza imponente, vivamente engolfado
en los fenómenos que a cada paso muestra, poco tentado se ve el viajero a

21
De Humboldt, Alejandro. Del Orinoco al amazonas. Barcelona: Labor, 1962, pp. 274-275.
22
Rose, Op. cit. p. 239.
23
De Humboldt, Op. cit. p. 30.
24
Ibíd., pp. 28-29.

304
Del Viaje a las regiones equinocciales…

consignar en sus diarios lo que se refiere a sí mismo y los detalles minucio-


sos de la vida”25.
La presentación del programa narrativo ante el lector revela una con-
ciencia sobre “el itinerario” de la narración y sus objetivos circunscritos a la
descripción de la naturaleza. No obstante, aquí y allá, las referencias de
la narración también abarcan lo humano, lo histórico y lo cultural —el “…sí
mismo y los detalles minuciosos de la vida”—, y sucede con tanta frecuen-
cia que podríamos afirmar que en realidad la narración parece atender a
dos programas narrativos paralelos, con la particularidad de que el segundo
no está anunciado por el narrador y es más bien discreto. Esto hace que
la narración cumpla dos funciones de la representación: mientras refiere la
realidad de la naturaleza al mismo tiempo produce el atlas que regula la re-
lación entre el civilizado y el salvaje. El hecho de que el segundo programa
narrativo no esté anunciado podría explicar las tantas lecturas de Humboldt
que no tienen conciencia de que el paisaje de su narración no se limita a lo
natural (a menos que sean lecturas para las cuales lo humano americano
hace parte de lo natural). Por nuestra parte, quisiéramos dejar sentado que
la narrativa humboldtiana sí aborda lo histórico, lo humano y lo cultural y
lo hace con tal coherencia que construye un atlas que articula, desde y con la
impermeabilidad de la frontera, el acá del viajero y el allá del Otro en el pla-
no del espacio y del tiempo. Ese vector de sentido va dando forma narrativa
a la imagen separadora y ordenadora de la teleología del civilizar.
Aunque la lengua parece meramente descriptiva, las marcas de evalua-
ción subjetiva hacen relucir la trama imaginaria que precede a la narrativa
y le da un orden. Veamos como esas marcas operan ya no describiendo la
naturaleza sino ordenando a los seres en las dos partes del atlas, en este caso,
en el espacio:

… y más allá de estas elevaciones vive un pueblo que hasta hace poco era
aún nómada, apenas salido del estado de la naturaleza, salvaje, pero no
bárbaro, de limitada inteligencia, no porque haya vivido mucho tiempo
abandonado, sino, simplemente, porque conoce pocas cosas26.

Mientras el deíctico “más allá” es descripción de un límite del estado


objetivo de las cosas en el espacio, el establecimiento inmediato de otros
límites separadores ya no se sitúa en el mismo plano. Al enunciar que “un
pueblo” es “apenas salido de”, la imagen inscrita ya no traza un estado con
relación a un límite espacial que ve el ojo desnudo; el siguiente “de limitada

25
Ibíd., pp. 25-26.
26
Ibíd., p. 54

305
Juan Moreno Blanco

inteligencia” tampoco. Que la misma tercera persona “haya vivido (…)


abandonado” y “conoce pocas cosas” termina de situar al sujeto referido en
un sistema de polaridades pues la implícita especularidad de los pronom-
bres instala una semántica discreta (del proyecto narrativo discreto) que
completa el sentido total: el yo que nombra al él y lo sitúa en el “vivir aban-
donado” y el “conocer pocas cosas” no mora en ese vivir y en ese no conocer
sino más bien en la polaridad opuesta, donde no habría abandono ni des-
conocimiento. La eficacia de los significados narrativos produce la frontera
simbólica separadora de las dos partes del atlas. Gracias a la inscripción de la
imagen que real-iza distribución de rasgos, en el signo que nombra la polari-
dad del Otro se dice sin decir la polaridad del Uno; esta imagen dicotómica
produce en la narración la trama total del estado del mundo: un centro y
una potencial zona de difusión, carente por el momento de lo que hay en
ese centro. La retórica de la imagen de separación usa los límites objetivos
para soportar la parcialidad ordenadora y distribuidora de atributos. Esa
parcialidad ordenadora precede a la narrativa, está en la imaginación del
narrador y es una producción de significación que gobierna la imagen. La
objetividad cede a la pulsión de la imaginación como sucede en la creación
poética en el fenómeno que Bachelard llama topofilia: “El espacio tomado
por la imaginación ya no puede seguir siendo el espacio indiferente dejado a
la reflexión del geómetra. Es un espacio vivido. Y lo es no en su positividad
sino con todas las parcialidades de la imaginación”27. Veamos otro ejemplo
donde el límite espacial objetivo abruptamente coincide con una atribución
de rasgos y confirma la existencia de una parcialidad imaginaria que precede
y genera la imagen:
Entre los grados cuatro y ocho de latitud, el Orinoco forma no sólo la fron-
tera entre la gran selva del Parime y las peladas sabanas del Apure, el Meta
y el Guaviare, sino que separa también hordas de formas de vida muy dis-
tintas […] gentes asquerosamente sucias, orgullosas de su independencia
salvaje, difíciles de situar en un suelo y de habituarlas a un trabajo regular y
metódico28.

Pero los pliegues de la trama imaginaria del viajero no sólo ordenan las
dos partes del atlas en el espacio. Desde el supuesto teleológico de que la
parte del Uno va a determinar el futuro de la parte del Otro, ésta es sig-
nificada en su potencialidad futura: “Encontramos en ella [misión de San
Borja] seis casas habitadas por guaibos, aún no catequizados que en nada se

27
Bachelard, Gaston. La poétique de l’espace. París: Presse Universitaires de France, 1957, p. 17.
28
Humboldt, Del Orinoco…, Op. cit. p. 222

306
Del Viaje a las regiones equinocciales…

distinguían de los salvajes”29. La pretendida difusión próxima del catecismo


desde el centro hacia este fragmento del mundo que lo necesita aúna a la
topofilia de la imaginación una cronofilia, un ordenamiento querido —de-
seado, imaginado— del tiempo que anuncia el dominio en el futuro de una
mitad del atlas por otra. Otro tanto sucede cuando el narrador evoca en la
introducción el destino de su libro:

Si entonces sobrevivieren al olvido algunas páginas de mi libro, el habitante


de las orillas del Orinoco y el Atabapo verá con enajenamiento que ciudades
populosas y comerciales, que campiñas labradas por manos libres, ocupan
los mismos lugares donde, en la época de mi viaje, no se hallaban sino selvas
impenetrables o terrenos anegadizos30.

Con todo, la parcialidad de la cronofilia del viajero no se limita a producir


significados en el futuro. La trama imaginaria también sitúa la naturaleza
del Nuevo Mundo en un tiempo anterior al tiempo de su narración, situa-
da ésta, como pivote de observación, en el tiempo contemporáneo. Y en
su desplazamiento por el ordenado espacio americano, el viajero llegará al
legendario pasado de la humanidad:

En cuanto se ha dejado la gran catarata, se entra en un mundo nuevo: se sien-


te que queda atrás la barrera que la propia naturaleza parece haber levantado
entre las zonas costeras civilizadas y los territorios salvajes y desconocidos
del interior. Se van sucediendo animales de los tipos más distintos. “Es como
el paraíso”, decía nuestro timonel, viejo indio de las misiones. Y en realidad
todo recuerda aquí el estado original del mundo31.

Si el Uno trae el futuro al Otro, y si el mundo de ese Otro se encuentra


en el pasado, la narrativa ha logrado separar en el tiempo lo que está en
contigüidad espacial; el aquí/ahora empírico queda refundado por la
producción de significado. De modo que una de las propiedades de esta
narrativa es la de instaurar una frontera de tipo temporal que deja situado
al Otro en la no contemporaneidad. Es la negación de la contemporaneidad
del Otro, la preterización del Otro. Al inscribir su configuración imaginaria
en el Nuevo Mundo, en el que el tiempo/espacio es escindido por la trama
de la teleología civilizadora, en efecto, como tanto se ha dicho, la narrativa
de Humboldt reinventa América.

29
Ibíd., p. 218
30
Humboldt, Viaje a las regiones…, Op. cit. p. 33.
31
Humboldt, Del Orinoco…, Op. cit. pp. 189, 245.

307
Juan Moreno Blanco

Humboldt y Colón son figuras fundadoras de dos narrativas de América,


dos “invenciones de América” que corresponden a dos momentos de la apro-
piación imperial que viene acompañada de su particular producción de signi-
ficados, de ahí que sea inevitable hacer su comparación. En Discurso narrativo
de la conquista de América, Beatriz Pastor señala que la representación-inven-
ción del Otro en Colón (que sucede como proceso de mitificación y ficcionali-
zación), obedece a un “modelo de relación entre cristianos e infieles”. “En él, la
necesidad de la acción conquistadora no se cuestionaba; su justificación era in-
herente al espíritu cristiano que la definía primordialmente como movimiento
de propagación de la fe (…) Y la apropiación de los elementos materiales de
cualquier cultura descubierta era, de acuerdo con el modelo ideológico domi-
nante de la época, el botín legítimo de los esfuerzos que llevaba aparejado el
proceso de propagación de la fe”32. En Colón, también, cada hecho de la reali-
dad no hará sino confirmar la narrativa del “descubridor”; en este caso, el atlas
superpuesto a la realidad viene dado por la teleología evangelizadora.
Si en los dos inventores la teleología no es la misma, la calidad sémica de
la frontera producida por la narrativa que coloca al Otro como polaridad del
sujeto narrador también difiere: en tanto Humboldt significa al Otro como
detenido en el pasado y esperando la llegada de la contemporaneidad, el traza-
do sémico de Colón convertirá al Otro en cosa susceptible de ser esclavizada:
…las mismas cualidades que definen al hombre como cristianizable —su pri-
mitivismo y su indefección— lo ligan al código confirmando su condición de
dominable y utilizable. Las dos caracterizaciones se complementan y preparan
el terreno para la última caracterización —la que se dará dentro del código
mercantil— que culminará en la transformación del hombre en mercancía
[…]. El eje de articulación […] lo constituye el tercer gran objetivo declarado
del proyecto colombino inicial: la ganancia material. Dentro de él, la percep-
ción y caracterización de la realidad americana como almacén de productos
aprovechables para el mercado europeo culmina lógicamente en la percepción
y caracterización del hombre americano como mercancía deshumanizada33.

Transposición de un remanente mítico Occidental


al Nuevo Mundo en Humboldt

Si “a la vista de sus propias declaraciones (…) Colón se veía a sí mis-


mo como instrumento de la voluntad divina y (…) se consideraba guiado y
protegido por Dios en sus acciones más diversas”34, la teleología evangeli-
32
Pastor, Beatriz. Discurso narrativo de la conquista de América. La Habana: Ediciones Casa de las
Américas, 1983, p. 38.
33
Ibíd., pp. 100-101.
34
Ibíd., p. 44.

308
Del Viaje a las regiones equinocciales…

zadora revela como dinamismo de su producción de significado un vector


mítico clarísimo. En cuanto a la diacronía motivadora de la otra narrativa de
la “invención de América” no podemos evitar preguntarnos: ¿Tiene también
la teleología civilizadora de la narrativa de Humboldt un dinamismo míti-
co que le subyace y motiva? Y si es así, tres siglos después de Colón, en un
narrador de la Ilustración tardía que desocupó el sitio de Dios ¿cuál puede
ser ese mito?
Para responder a esa pregunta, la inspección del dispositivo narrativo que
consiste en retratar la polaridad opuesta para, por efecto especular, cons-
truir la imagen del sí mismo, nos llevará a vislumbrar la semántica total del
mundo narrado-fantaseado por el civilizado. Veremos cómo, no tan lejos de
Colón, el dinamismo simbólico de la narrativa de Humboldt escenifica —y
funda— en el Nuevo Mundo un proyecto también mítico-divino35 y, con
todo, de gran longevidad en el relato de la modernidad nacional.
La lógica narrativa de Humboldt, en lo que hemos llamado el progra-
ma narrativo discreto, construye paso a paso una acabada imagen del Otro.
En uno de los episodios de ese programa concluye que “el indio” no sabe o,
más bien, no puede tener las técnicas de un saber:
Nos mostraron una planta de flores compuestas que llegan a tener 5.5 metros
de altura […] y la sangre de drago indígena, una especie aún no catalogada
de euforbia, cuyo jugo, rojo y astringente, se emplea como reforzante de las
encías. Distinguían las especies por el olor, y más aun mascando las fibras
leñosas. Por lo demás, el agudo olfato de nuestros guías no nos servía de gran
cosa, pues, ¿cómo alcanzar hojas, flores o frutos adheridos a ramas que se
hallan a 16 metros sobre el nivel del suelo?36

El narrador ha cesado la descripción para insertar una suposición sor-


prendente: el indio no conoce su sistema natural y lo que afirma es infunda-
do. En el siguiente episodio, el narrador queda frustrado porque no accede
a ese saber que, esta vez, no niega:

35
Es el método de análisis para la comprensión del sentido profundo de los relatos y las narrativas
que preconiza Gilbert Durand: “La mitocrítica evidencia, en un autor, en la obra de una época y
de un entorno determinados, los mitos directores y sus transformaciones significativas. Permite
demostrar cómo un rasgo de carácter personal del autor contribuye a la transformación de la
mitología dominante o, al contrario, acentúa uno u otro mito dominante. Tiende a extrapolar el
texto o el documento estudiado, a abarcar, más allá de la obra, la situación biográfica del autor,
pero también a alcanzar las preocupaciones socio o históricoculturales. La mitocrítica reclama,
pues, un “mitoanálisis” que sea, a un momento cultural y a un conjunto social determinado, lo que
el psicoanálisis es la psique individual”. Durand, Gilbert. De la mitocrítica al mitoanálisis. Figuras
míticas y aspectos de la obra. Barcelona: Anthropos, 1993, p. 347.
36
Humboldt, Del Orinoco…, Op. cit. p. 66.

309
Juan Moreno Blanco

…un indio […] había sido mordido por una serpiente venenosa […] Mu-
chos indios corrieron a la choza del enfermo y le administraron raíz de mato.
No podemos decir de manera precisa de qué mata se extrae este contravene-
no. El botánico viajero tiene que pasar con harta frecuencia por el disgusto
de no ver las flores ni los frutos de las plantas más útiles…37

Pero lo más frecuente es que el narrador niegue ese saber: “…pero como
en estas selvas crecen, entremezcladas, especies de familias distintas, y cada
árbol de halla cubierto de plantas trepadoras, nos parecía dudoso fiarnos de
las afirmaciones de los indios cuando nos aseguraban que tales flores eran
de tal o cual árbol”38.
¿Cómo resuelve el narrador la situación de buscar un saber pero no ad-
mitir que el Otro del mundo americano lo tenga? De una manera que no
fisura su lógica narrativa: poniendo a Europa como la única fuente posible
de ese saber:
Habrá un gran trabajo químico y fisiológico que hacer, en Europa, acerca de
la acción de los tóxicos del Nuevo Mundo […] En cuanto a nuestros cono-
cimientos botánicos acerca de los vegetales empleados para hacer venenos,
no podrán aclararse sino muy lentamente. La mayor parte de los indios que
se entregan a la fabricación de las flechas envenenadas, ignoran totalmente la
naturaleza de las sustancias venenosas que otros pueblos les traen39.

No obstante, sucede un contrasentido en la lógica narrativa a renglón


seguido: “Un velo misterioso cubre por doquier la historia de los tósigos y
de los antídotos. Entre los salvajes, su preparación es el monopolio de los
Piaches…”40. De repente, en esta cuestión de si “el indio” sabe o no sabe, se
quiebra la verosimilitud pues el narrador afirma una cosa y su contrario.
Se produce una tensión entre veracidad y verosimilitud pero se impone la
fidelidad al sí mismo y la confirmación del régimen de verdad de quién no
puede creer que el Otro tenga conocimiento. Y toda esa coherencia es posi-
ble solamente a condición de que simplemente se desconozca el posible en-
tendimiento con el Otro mediante un lenguaje común; de hecho, no puede
existir con él ningún tipo de intercambio que se pueda calificar de huma-
no. El narrador simplemente no puede escuchar el lenguaje del “indio”; si
éste tuviera lenguaje se tornaría coetáneo y dejaría de ser mero objeto del
proyecto narrativo-representativo, lo cual transformaría completamente el

37
Ibíd., p. 261.
38
Ibíd., p. 258.
39
Humboldt, Viaje a las regiones…, t. IV, Op. cit. p. 359.
40
Ibíd., p. 359.

310
Del Viaje a las regiones equinocciales…

estado del mundo de la teleología del civilizado. En eso, Humboldt está aún
muy cerca del Colón:
La descalificación por parte de Colón de la información concreta que le po-
dían dar los indígenas se completa dentro de su discurso con la descalifica-
ción global de los mismos como hablantes de sus propias lenguas (…) De
cuestionar la capacidad de los habitantes de América de pronunciar sus pro-
pias lenguas a cuestionar la capacidad indígena de hablar no hay más que un
paso. Y Colón lo da con una facilidad asombrosa. Dice Colón en su Diario
del primer viaje que a su regreso a España llevará consigo una partida de
indios. La razón que esgrime para explicar tal decisión es que lo hace “para
que desprendan fablar”41.

En la paulatina contrucción de significación de lo poco humano aparece-


rá en Humboldt la tesis del Otro como huella de un “naufragio” y su calidad
de “razas degradadas”:
…las rocas graníticas están cubiertas de figuras simbólicas. Estas esculturas
anuncian que las generaciones extinguidas pertenecieron a pueblos diferen-
tes de los que habitan hoy esos mismos lugares. Al Oeste, sobre la Cordillera
de los Andes, nada parece ligar la historia de México a la de Cundinamarca
y el Perú; pero en las llanuras del Este, una nación belicosa, largo tiempo
dominadora, ofrece, en sus rasgos y en su constitución física los aspectos
de un origen extranjero […] Tal fenómeno merece atención particular; la
merece, cualquiera que sea el grado de embrutecimiento y de barbarie que
los europeos hayan encontrado , a fines del siglo quince, en todos los pueblos
no montañeses del nuevo continente. Si es verdad que la mayor parte de los
salvaje, como parecen probarlo sus lenguas, sus mitos cosmogónicos y una
multiplicidad de otros índices, no son sino razas degradadas, restos escapa-
dos de un naufragio común, es doblemente importante examinar los cami-
nos por los cuales esos vestigios fueron empujados de un hemisferio al otro42.

Con el cuidado del orfebre el narrador ha terminado de esculpir la ima-


gen del Otro. Las adjetivaciones peyorativas son el contorno de la certeza de
que “el indio” no tiene saber, no tiene lenguaje, está en el pasado y además es
la huella degradada de un naufragio. La acabada producción de significado
del Otro lo pondrá como la oscuridad de la luz que, en el otro polo del atlas
narrado, es el Uno. Humboldt tiene claro que a esta no humanidad corres-
ponde su polo opuesto: seres humanos con calidades esenciales en la histo-
ria y la geografía, “puntos luminosos” de origen prestigioso que contrastan
con lo que abundantemente su narrativa significa como borrosa humanidad:

41
Pastor, Op. cit. pp. 79-80.
42
Humboldt, Viaje a las regiones…, t. V, Op. cit. pp. 17-18.

311
Juan Moreno Blanco

No podemos dudar de que el aspecto físico de Grecia, entrecortada por pe-


queñas cordilleras y golfos mediterráneos, haya contribuido en los albores de
la civilización, al desarrollo intelectual de los helenos. Pero la acción de esta
influencia del clima y de la configuración del suelo no se revela, en todo su
poder, más que allí donde las razas de hombres, dotados de una feliz dispo-
sición de calidades morales, reciben algún impulso exterior. Estudiando la
historia de nuestra especie se ve de tiempo en tiempo, dispersados por el glo-
bo, semejantes a puntos luminosos, estos centros de una antigua civilización:
es impresionante esta desigualdad entre culturas, entre pueblos que habitan
entre análogos climas y cuyo suelo natal parece igualmente favorecido por los
dones más preciosos de la naturaleza43.

Y gracias a estos “puntos luminosos” —que como “impulso exterior” se


puede difundir sobre el espacio Otro— “…la civilización va a ser llevada
irremisiblemente a las regiones en las cuales la naturaleza misma anuncia
los grandes destinos por la configuración física del suelo, por la ramifica-
ción prodigiosa de los ríos y por la proximidad de los dos mares que bañan
las costas de Europa y de la India”44. Allí donde coinciden seres de esa no
humanidad y el “impulso exterior” de las instituciones de la civilización,
el proceso no puede ser sino irreversible (“irremisible”): “Las misiones se
transforman en pueblos españoles, y los indígenas olvidan muy pronto que
tuvieron una lengua propia. Así va avanzando la cultura tierra adentro desde
la costa, lentamente, frenada por humanas cualidades, pero con paso segura
y regular”45. La producción de significación articula la diferencia cultural
consumando en el Nuevo Mundo la civilización de enclave: la oscuridad
será penetrada por la luz.
Es necesario examinar más de cerca el dinamismo simbólico de esta
narrativa para comprender la auto-figurativización divina con la que el
narrador colma de sentido total el atlas que al producir la significación del
Otro también produce la significación del Uno. El Otro está en el pasa-
do, en la oscuridad de la no humanidad, su expresión no merece ser teni-
da como lenguaje y lo que sabe no es un verdadero saber; la producción
de significado va esencializando poco a poco al Otro como no iniciado
y en estado de in-acabamiento, tal como en la mitología griega eran los
hombres antes de que Prometeo los completara. Leídos desde el prisma del
poema órfico citado por Kérenyi46, los salvajes americanos de la narrativa

43
Humboldt, Viaje a las regiones…, t. IV, Op. cit. p. 339.
44
Ibíd., pp. 348-349.
45
Humboldt, Del Orinoco…, Op. cit. p. 93.
46
Kérenyi, Karl. “Hombre primitivo y misterio”. Arquetipos y símbolos colectivos: Círculo de Eranus, t,
I. Barcelona: Anthropos, 2004, pp. 35-36.

312
Del Viaje a las regiones equinocciales…

de Humboldt tendrían mucho en común con la fase pre-humana de la


humanidad griega:

Y las inútiles estirpes de los mortales, carga de la tierra, criaturas semejantes a


la sombra, no suficientemente listos para percatarse del infortunio inminen-
te, ni para eludir las consecuencias del mal, ni para volverse hacia lo bueno y
saber qué hacer cuando aparece, sino ignorantes, inútiles, nada previsores…

En los mitos helénicos “para devenir hombre a partir del protohombre


(hombre primitivo), es necesario una segunda formación, creación o naci-
miento (…) El hombre proviene de la tierra, pero se convierte en hombre
solamente en la segunda fase de la creación: por medio de un acabamien-
to demetérico o prometeico.”47 En la tragedia de Esquilo, Prometeo cuenta
cómo eran los hombres antes de que él los completara:
En un principio, aunque tenían visión, nada veían y, a pesar de que oían, no
oían nada, sino que, igual que fantasmas de un sueño, durante su vida dilata-
da, todo lo iban amasando al azar.
No conocían las casas de adobes cocidos al sol, ni tampoco el trabajo de la
madera, sino que habitaban bajo la tierra, como las ágiles hormigas, en el
fondo de grutas sin sol.

La homología entre la narrativa griega de la pre-humanidad y la narra-


tiva de Humboldt sobre los salvajes de América es evidente48. Si el atlas que
ordena la relación frente al Otro americano lo significa como pre-humano
¿no comporta esta significación la contraria polaridad significativa de quien
es diferente, civilizado, humano y que está en este mundo para traerle, como
Prometeo, la luz de la humanidad? Como bien lo ha visto Roger Bartra en su
análisis de la prolongación del mito del salvaje, “rasgos que podrían haberse
perdido en la noche de los tiempos son rescatados por una nueva sensibilidad
cultural para tejer redes mediadoras que van delineando los límites externos

47
Ibíd., p. 43.
48
Ya otras lecturas críticas de la escritura de Humboldt han señalado esta perspectiva sintética y, al
mismo tiempo, homogenizadora: “El método comparativo abre aquí un espacio cultural común
de creatividad humana dentro de la cual se abandonan los desarrollos particulares a favor de las
ideas de una marche uniforme. La experimentada heterogeneidad del espacio cultural americano
es absorbida por una homogeneidad construida del espacio cultural global, cuyo meridiano pasa
definitivamente —tanto para Humboldt como para Goethe— a través de la antigua Grecia”. Ette,
Omar. “Tres fines de siglo: colonialismo/poscolonialismo/posmodernidad. Espacios culturales
entre lo homogéneo y lo heterogéneo”. De Colón a Humboldt. Ed. Leopoldo Zea. México: Instituto
Panamericano de Geografía e Historia / FCE, 1999, pp. 98-99.

313
Juan Moreno Blanco

de una civilización…”49. Es decir que los dispositivos de los que el narrador


se sirve para yuxtaponer su atlas al mundo americano son una transposición
cultural; en este caso los pliegues míticos del mundo helénico son actualiza-
dos no solamente para construir la frontera simbólica que ordena el mundo
sino también para asignar su lugar a los dos términos de la relación humana
en el espacio tiempo americano. Buscando explicar las parcialidades de la
imaginación que imponen sus pliegues y fronteras —el atlas— a la realidad
el antropólogo Gilbert Durand propone la existencia de esquemas que sirven
de soporte imaginario a las narrativas; en la descripción de lo que él denomi-
na “los símbolos espectaculares”, mencionará rasgos semánticos universales
que vemos a la obra en la narrativa de Humboldt:
Al igual que el esquema de la ascensión se opone punto por punto, en sus
desarrollos simbólicos, al de la caída, igualmente a los símbolos tenebrosos se
oponen los de la luz y especialmente el símbolo solar. Un notable isomorfis-
mo une universalmente la ascensión a la luz, lo que hace escribir a Bachelard
que “es la misma operación del espíritu humano la que nos lleva hacia la luz
y hacia la altura”50.

La nación neogranadina como pragmática textual

Más allá de la semántica de los textos de Humboldt, veamos cómo, en la


dimensión pragmática —como si el desarrollo de historia fuera simple prag-
mática textual—, éstos han producido un efecto de realidad en, por ejemplo,
el Francisco José de Caldas conociendo a Humboldt:
¡Qué no pueda en los estrechos límites de esta carta decir a Usted cuanto me
ha dicho y cuanto me ha enseñado este hombre singular y raro! El uso y la
forma de todos sus instrumentos, las experiencias y sobre todo sus discursos,
me arrebatan y me hacen sentir anticipadamente el dolor mortal de perderlo.
¡Ah, mi amigo, esta es una luz efímera que se nos escapa casi sin disfrutar de
su influjo y beneficios! ¡Quién sabe si, semejante al relámpago, nos ilumina
fuertemente en un instante, para dejarnos caer en tinieblas más espesas!51.

La trama divina ha salido de los textos y ha comenzado a hacer parte de


la experiencia. El atlas que dibujará Caldas sobre el territorio nacional en
“El influjo del clima sobre los seres organizados” (publicado en el Semanario

49
Bartra, Roger. “El salvaje europeo”. Culturas líquidas en la tierra baldía. Madrid: Kats, 2008, p. 37.
50
Durand, Gilbert. Les structures anthropologiques de l’imaginaire. París: Dunod, 1992, pp. 162-163.
51
De Caldas, Francisco José. “Carta de Don Francisco José de Caldas a Don Santiago Arroyo”.
Documento de Del Orinoco al Amazonas. Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente.
Alejandro de Humboldt. Barcelona: Labor, 1962, p. 426.

314
Del Viaje a las regiones equinocciales…

del Nuevo Reyno de Granada en 1808), actualiza con sus propios matices
narrativos esa trama. Los signos quieren separar los cuerpos y atravesar el
mundo americano con la frontera; en una parte los titanes de la luz y en la
otra los semi-humanos de la oscuridad:
El amor, esta zona tórrida del corazón humano, no tiene esos furores, esas
crueldades, ese carácter sanguinario y feroz del mulato de la costa. Aquí [en
los Andes] se ha puesto en equilibrio con el clima, aquí las perfidias se lloran,
se cantan, y toman el idioma sublime y patético de la poesía. Los halagos, las
ternuras, los obsequios, las humillaciones, los sacrificios, son los que hacen
los ataques. Los celos, tan terribles en otra parte, y que más de una vez han
empapado en sangre la base de los Andes, aquí han producido odas, cancio-
nes, lágrimas y desengaños. Pocas veces se ha honrado la belleza con la espa-
da, con la carnicería y con la muerte. Las castas todas han cedido a la benigna
influencia del clima, y el morador de nuestras cordilleras se distingue del que
está a sus pies por caracteres brillantes y decididos”52.

Del narrador Humboldt al narrador Caldas se verifica en los textos la


semántica de la frontera y, en la dimensión pragmática, se despliega el poder
performático del signo que, al separar a la población, construye las subjeti-
vidades. En la auto-referencialidad de los titanes el salvaje no tiene ningún
saber ni nada que decir; es como si no hubiese un mundo común entre los
dos términos del paisaje humano o como si, en el estado del mundo que nos
depara el atlas del civilizado, el otro fuera una no existencia, un espectro o
un desaparecido potencial. Se nos narra un mundo donde su ausencia es
una necesidad —o un anuncio— de la teleología que vehicula la narrativa…
y sabemos que en el mundo violento desde donde escribimos el espesor de
los signos convertirá el espejismo en realidad.
De los centauros del himno nacional al esencialismo de los practicantes
del mejor español del mundo la técnica del dispositivo se irá refinando para
delinear el espacio tiempo total de lo nacional donde titanes de figura cada
vez más precisa trazan la historia y la geografía. En contraste con la narrativa
de la conquista y la colonia que en la Crónica de Indias dejaba traslucir la
heterogeneidad cultural del mundo americano y las paradojas históricas que
de ello derivaban53, la narrativa civilizatoria de inspiración humboldtiana
presenta una coherencia interna impermeable a la alteridad. Tal imper-
meabilidad será consolidada por la orientación católica y conservadora que

52
De Caldas, Francisco José. “Del influjo del clima sobre los seres organizados”. Obras completas de
Francisco José de Caldas. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, Imprenta Nacional, 1966,
p. 100.
53
Moreno Blanco, Juan. Las crónicas de Indias y la Expresión americana. Cali, Gobernación del Valle
del Cauca, 1998.

315
Juan Moreno Blanco

las elites imprimirán al proyecto político nacional en el siglo XIX y habrá de


proyectarse sobre la historiografía de la Colombia del siglo XX. Ejemplo de
la longevidad del atlas del civilizado que atraviesa los siglos es la Historia
de Colombia para la enseñanza secundaria de Jesús María Henao y Gerardo
Arrubla, publicado por primera vez en 1911, texto que según Jorge Orlan-
do Melo54 será referencia para la enseñanza de la historia nacional durante
buena parte del siglo XX. En él, según los autores, “la juventud estudiosa
[hallará] grandes enseñanzas, múltiples ejemplos y modelos qué imitar”55.
Los “rasgos de virtud y heroísmo” anunciados en la introducción son en-
carnados por seres semi-divinos marcados por lo luminoso y ascensional y
tomados como origen o fundación de lo nacional:

Colón:
…su cuna, modesta, si bien se le ha querido señalar alto linaje, olvidando que
honra más llegar a la cima gloriosa que deparan la virtud y la labor perseve-
rante, cuando hay que ascender paso a paso…
…Y al levantarse el sol alumbró una isla plana de rica vegetación; la marine-
ría de la Pinta entonó el Te Deum […] la imagen del Redentor y el estandarte
regio levantados en alto, dominaban aquella escena imponderable…
…y entró, por último, en extensas consideraciones sobre el vasto campo que
al celo cristiano se ofrecía para esparcir la luz del evangelio…56.

Ojeda:

… una celada […] en la que fue herido en un muslo con flecha envenenada,
pero se salvó debido a su energía y valor, pues se hizo aplicar hierros enroje-
cidos sobre la fresca herida57.

Núñez de Balboa:
…tomó solemne posesión del mar que se llamó del sur […] empuñando una
bandera que tenía la imagen de la virgen con el Niño y las armas de Castilla
y de León, entró en el agua, tiró de la espada, echóse a la espalda el escudo y,
haciendo tremolar el estandarte, aclamó a los Reyes58.

54
Melo, Jorge Orlando. “La literatura histórica de la República”. Manual de literatura colombiana, t.
II, Bogotá: Procultura, Planeta, 1988.
55
María Henao, Jesús y Arrubla, Gerardo. Historia de Colombia para la enseñanza secundaria.
Octava edición corregida y aumentada. Bogotá, Librería voluntad, 1967, p. XIII.
56
Ibíd., pp. 8, 15 y 17.
57
Ibíd., p. 50.
58
Ibíd., p. 56

316
Del Viaje a las regiones equinocciales…

En la orfebrería narrativa heredada del viajero prusiano el decorado mí-


tico prometeico viene a brillar gracias al contraste con la oscuridad del Otro
que se encuentra, por supuesto, al otro lado de la frontera que los significa-
dos narrativos han producido:
San Pedro Claver […] fue a Cartagena, lugar que le destinaba la Providencia
para llenar su misión altísima […]. Y para que se conozca lo difícil y ad-
mirable de aquel ministerio se dará una idea del alojamiento de los negros
esclavos en Cartagena […] En esos lugares, tirados por el suelo y hacinados,
yacían los negros en medio del hedor y las enfermedades: tal fue el jardín en
donde el santo operario venció la debilidad de la naturaleza con la fuerza de
la gracia59.

También la cronofilia del dispositivo narrativo es desplegada citando a


viajeros europeos para situar al otro en el pasado:
En la Sierra Nevada de Santa Marta, en sitios apartados de toda habitación
humana, existen soberbios caminos empedrados que hoy solo frecuentan los
tapires, los pécaris y los jaguares60.

En el cronotopo de lo nacional la teleología civilizatoria es naturalizada


por la narrativa de los atenienses suramericanos. Del paso de colonia a repú-
blica parece derivarse el cambio de régimen mítico-divino del atlas configu-
rado en el relato: si antes el centro estaba ocupado por el rey —representante
de dios sobre la tierra— ahora está ocupado por los titanes de la luz que van
a civilizar al salvaje o a hacer que él deje de ser lo que es.
Desde el espejismo del Uno se lee el espacio, el tiempo y la escindida co-
munidad imaginada de lo nacional; los significados narrativos producen ex-
periencia que a su vez se muta en sentido común y pre-estructuras de cono-
cimiento: “La imaginación geopolítica desde donde se construye el proyecto
Nacional, se estructura alrededor de (…) supuestos y premisas de [la] tradi-
ción de conocimiento e interpretación que se basan en las ideas historicistas
del evolucionismo social y del difusionismo, su correlato geográfico (…) Se
consuma así el acto fundacional de la dominación que es el arrancar al Otro
la propia historia y la propia significación”61. Las técnicas de representación
del Uno anticipan y anuncian el proyecto de dominación sobre la alteri-
dad; de tal suerte, el dominio del Uno sobre el Otro parece desenvolver-
se como una pragmática textual; la frontera simbólica y estado del mundo

59
Ibíd., p. 218
60
Ibíd., pp. 26
61
Serje, Op. cit. pp. 242 y 252

317
Juan Moreno Blanco

narrados-trazados por un yo que se desplaza en el espacio reemplazan la


realidad. Es la opinión de Said a propósito de la proyección de esas técnicas
de representación por parte de Occidente sobre Oriente a través del Orien-
talismo; “Decir que el orientalismo era una racionalización del principio
colonial es ignorar hasta qué punto el principio colonial estaba ya justifica-
do de antemano por el orientalismo”62. Construida por los mismos agentes
histórico-sociales que llevarán a realización esa experiencia ya narrada, es
para esos agentes que la representación tiene sentido pues es su mediación
simbólica con un estado del mundo que ellos dominan, o donde dominan el
“allí”, primero textual luego pragmático, del Otro. Bien lo precisa Said: “que
el orientalismo tenga sentido es una cuestión que depende más de Occiden-
te que de Oriente, y este sentido le debe mucho a las técnicas occidentales de
representación que hacen que Oriente sea algo visible y claro, que esté “allí”
en el discurso que se elabora sobre él”63; y en el “allí”, enteramente tributario
de la producción de significado del sujeto del “acá”, la alteridad será una
sombra sin significado autónomo. No vemos diferencia entre el funciona-
miento de estas técnicas desde los imperios europeos hacia sus colonias y las
que se pusieron en obra para significar, distribuir en el espacio y jerarquizar
a la alteridad cultural de la nación civilizada en el siglo XIX en Colombia. El
atlas de las narrativas republicanas que instalan sobre el territorio nacional
la frontera simbólica entre civilizados y salvajes funciona, según usanza de
las técnicas occidentales de representación, como naturalización del princi-
pio colonial y continúa su lógica simbólica.

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Serje, Margarita. El revés de la nación. Territorios salvajes, fronteras y tierras de na-
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320
ÍNDICE

A Bouguer 186, 203


Boussingault, J. B. 180, 197, 198, 199, 201, 202
Acosta, Carmen Elisa 136, 167 Bruner, Jerome 297
Acosta de Samper, Soledad 166 Burkhard 183
Agamben, Giorgio 86, 89 Burriel, A. M. 187, 195
Alamán, Lucas 14, 66, 68, 69, 70, 71, 76 Bustamante, Anastasio 66, 69, 70, 71
Alberdi, Juan Bautista 46, 272 Bustamante, Carlos María de 63
Allende, Ignacio 64
Alzate, José Antonio 62 C
Ancizar, Manuel 265
Cadalso, José 28
Anderson, Benedict 10, 133
Caicedo Rojas, José 170
Annino, Antonio 20, 234
Calasanz, José de 107
Anónimo 280, 287
Caldas, Francisco José de 88, 89, 106, 108, 124,
Antuñano, Estevan de 71
179, 181, 182, 185, 186, 189, 190, 192,
Arboleda, Luis Carlos 15, 16, 177, 201, 216
201, 205, 314, 315
Arboleda, Sergio 170
Camacho Roldán, S. 247
A. Rey 100
Capmany, Antonio de 33
Arias de Greiff 182
Caro, José Eusebio 170
Ariès, Philippe 89
Caro, Miguel Antonio 164, 170, 265, 266, 267,
Ariza, A. 220
274, 280, 282, 289
Arrieta, Diógenes 287
Carrasquilla, Ricardo 143, 157, 170
Arroyo, Santiago 314
Carujo 220
Arrubla, Gerardo 316
Caruso, M. 113
Aznar García, J. V. 188
Castro-Gómez, Santiago 13, 86, 90, 99, 104, 296
B Catanzaro, G. 123
Caycedo y Florez, Fernando 282
Bachelard, Gaston 306, 314 Celedón, Rafael 170
Baczko, Bronislaw 233 Charry Samper, Héctor 260, 271
Balzátegui, Manuel 102 Chateaubriand, François-René de 282, 283
Bartolache, José Ignacio 62 Chiaramonte, José Carlos 25, 26, 44
Bartra, Roger 295, 300, 313 Cholvy, Gèrard 168
Bell 110, 112 Clavijero, Francisco Javier 29
Bello, Andrés 43 Codazzi, Agustín 197, 265
Bentham 172 Colón, Cristobal 308, 309, 311, 313, 316
Bergeron, Aimé 216, 217, 218, 219, 220, 222 Comenio, Jan Amos 107
Bolívar, Simón 39, 45, 46, 106, 206, 282, 297 Condamine, la 203
Bonaparte, Napoleón 30, 33, 34, 59 Condorcet 233
Borda, José Joaquín 143, 166, 170, 172 Cordovez Moure, José María 247, 248, 252
Botana, Natalio 272 Cotero, José Manuel 68
Cristina, María Teresa 154 Gregorio XVI 283, 284
Cruz, Nicolás de la 30 Groot, José Manuel 157, 170, 172
Cualla, José A. 221 Guadalajara, Diego de 63
Cuervo, Rufino José 164, 217, 236, 237, 242, 247, Guadalupe Victoria 66
251 Guerra, François-Xavier 20, 33, 234, 270, 273, 283
Cuesta Domingo, Mariano 183
Guerrero, Vicente 66, 69
D Gustafsson, Jan 300
Gutiérrez, Pedro 247
D’Allemand, Patricia 136, 259, 260, 264, 286
Gutiérrez Vergara, Ignacio 170
David Bushnell 235
Deas, Malcolm 265, 266, 267 H
De Cosio 39
Delambre 183 Hahn, R. 206
Dhombres, J. 205 Hamy, E. T. 183
Díaz Castro, Eugenio 103, 137, 138, 142, 143, Haüy, René-Just 65, 179, 190, 192, 203, 204, 216,
144, 145, 147, 152, 153, 154, 162, 164 224
Díaz Piedrahita, Santiago 266 Heer, Friedich 284
Dupuis-Déri, Francis 232, 234
Helguera 211, 218
Duquesne, Domingo 92, 108, 109
Henao, Jesús María 316
Durand, Gilbert 295, 314
Dussel, Enrique 283 Henríquez, Camilo 44
Hernández de Alba, Guillermo 85, 94, 100, 101
E Hernández, José 137
Elhúyar, Fausto de 63 Herrán, Antonio 285
Emmer de Vattel 26 Herrerón Peredo 39
Escovar, A. 201 Hidalgo, D. 220
Esquenazi, Jean-Pierre 233 Hidalgo, Miguel 39, 60, 64
Humboldt, Alexander von 17, 178, 181, 183, 184,
F
185, 192, 197, 199, 200, 201, 205, 295,
Fernández Sebastián, Javier 19, 21, 22, 50 296, 299, 301, 302, 303, 304, 305, 306,
Fernando VII 33, 34, 35, 39, 40 307, 308, 309, 310, 311, 312, 313, 314, 315
Finestrad, Joaquín de 26, 27
Foucault, Michel 84, 86, 87, 114 I

G Isaacs, Jorge 135, 138, 154, 157, 159, 164, 166,


169, 266
Galindo, Aníbal 205, 206, 207
Iturbide, Agustín de 66
Gamboa, Francisco Xavier de 61
García, José María 240 J
García, Luis José 192
García Márquez, Gabriel 266 Jaramillo Uribe, Jaime 261, 269, 270, 271, 282
García Sánchez, Bárbara 90 Joaquín, D. Mateo 39
Gilbert Durand 309 José I 30, 33
Ginzburg, Carlo 135 Juan, Jorge 179, 186, 187, 195
Gómez de la Cortina, José Justo 77
Gómez Farías, Valentín 66, 67, 69, 72, 75, 77 K
Gómez, N. 221
Gómez Pedraza, Manuel 69, 71, 72 Kalmanovitz, S. 204, 208, 213
González Angulo, Bernardo 77 Kantorowicz, E.H. 232
González, Fernán 284, 288 König, Hans-Joachim 21, 86, 297
Gori 236, 247 Koselleck, Reinhart 10, 13, 22, 23, 102

322
L Montesquieu 28, 68
Montufar, Juan Pío 192, 193
La Condamine 186 Mora, J. M. L. 73
Lacroix, Silvestre-François 179, 201, 216, 218, Mora Sánchez, Fray Tomás 220, 221
219 Morelos, José María 60
Lagrange 205 Moreno Blanco, Juan 17, 295
Lalande 182, 183, 218 Moreno, Mariano 40
Lamaitre, Eduardo 280 Moreno y Escandón, Francisco A. 85, 94, 106
Lamennais, Félicité de 170, 171, 285 Mosca, Gaetano 273
Lancaster 110, 112 Moscoso, Gabriel 38, 39
Laplace, Charles Émile 200, 205, 219 Mosquera, Tomás Cipriano de 156, 180, 212,
Laplace, Pierre Simon 205, 207 214, 217, 218, 247, 252, 253
Larra, Mariano José de 284 Múnera, Alfonso 296
Lasalle 102 Muñoz, José Miguel 67
Lassaga, Juan Lucas 61 Murillo Toro, Manuel 146, 153, 254, 284
Leitner, U. 183 Mutis, José Celestino 181, 182, 189, 203
León XIII 289
Liévano, Indalecio 181, 217, 222, 224 N
Llave, Pablo de la 65
Lleras, Lorenzo María 157 Napoleón, Simón 206
Loaiza Cano, Gilberto 15, 131, 139, 142, 268 Nariño, Antonio 27, 95, 106
López, José Hilario 236, 237, 238, 240, 242, 243, Neira 241
246, 247, 249, 252 Nieto Olarte, Mauricio 88, 182, 187
López Lopera, Liliana María 234 Nollet 202
Lotman 300 Núñez de Balboa 316
Loyola 102 Núñez, Rafael 215, 224, 244, 267, 273, 280
Lozada, Vicente 221 O
Lozano 187
Luis Mora, José María 47 Obregón 224
Ojeda, Alonso 316
M Olmedo, Joaquín 46
Madiedo, Manuel María 147, 166, 170, 171 Ordoñez, J. 194
Mantilla, José María 253 Ortiz, José Joaquín 166, 170, 285
Marat 194 Ospina Pérez, Mariano 169, 247, 248
María Henao, Jesús 316 Ospina Rodríguez, Mariano 112, 143, 146, 165,
Marroquín, José Manuel 170 170, 172, 211, 254, 283, 284, 288
Martí, Manuel 29 P
Martínez Boom, Alberto 84, 87, 91, 92, 99, 109,
110, 118 Padilla Chasing, Iván 136
Martínez de Lejarza, Juan José 65 Palacios, Marco 135, 263, 274
Martínez, M. S. 188 Palti, Elías 10, 31, 87, 132, 136
Méchain 183 Pareto, Wilfrido 57
Melo, Jorge Orlando 274, 287, 316 Park, Mungo 301, 303
Melo, José María 140, 151, 152 Pastor, Beatriz 308, 311
Mesanza, A. 220 Patterson, Guillaume 302
Mier, J. M. 192, 194 Pestalozzi 111, 112
Miguel Antonio Caro 172 Pio IX 172
Miranda, Francisco de 37, 39 Pio VIII 283
Miranda, Fray Antonio de 93 Pombo 224
Mitre, Bartolomé 51 Pombo, Lino de 179, 180, 191, 192, 193, 194, 196,
Molina, Juan Ignacio 29 216, 217, 218, 219, 220, 222, 254
Monge 205 Posada Gutiérrez, J. 238

323
Posada, Joaquín 238, 247, 249, 250 Santander, francisco de paula 208
Poveda Ramos 216 Santo Domingo 102
Pratt, Mary Louise 295, 300, 301 Sarmiento, Domingo Faustino 275
Prometeo 312, 313 Serje, Margarita 303, 317
Q Severo Maldonado, Francisco 68
Sierra Mejía, Rubén 260, 261, 289
Quiceno Castrillón, Humberto 14, 15, 83, 108, Silva, José Asunción 147
268 Silva, Renán 84, 88, 90, 92, 95, 99, 106
R Silva Suárez, Manuel 188
Simon Laplace, Pierre 205, 206
Rama, Ángel 136 Smagghe, Laurent 233
Ramos, Julio 136 Smith, A. D. 178
Restrepo, Estela 99 Sommer, Doris 136
Restrepo, José Félix de 89, 94, 95, 96, 106, 201, Sparmann, André 301, 302
202, 203
Suárez Bonilla, Natalia 16, 231
Restrepo, José Manuel 297
Suárez Cortina, M. 194
Rey de España 41
Reyna, M. S. 201 Sue, Eugène de 146, 167
Rico, Gaspar 38 T
Río, Andrés Manuel del 63, 64, 65, 68
Río, D. Andrés del 63 Tolsá, Manuel 63
Rivadeo, Ana María 87 Torres, Camilo 36, 37
Robert de Lamennais, Huges Felicité 284 Triana, José María 113, 117, 118
Robespierre 194 Tucídides 135
Rodríguez Arenas, Flor María 136, 145
Túpac Amaru 25
Rodríguez, José María 136
Rodríguez Woroniuk, Eric 17, 259, 268 U
Rosanvallon, Pierre 13, 231, 242
Rosas, Juan Manuel de 48 Uribe de Hincapié, María Teresa 234
Rose, Nikolas 299
Rossolillo, Francesco 261, 262 V
Rousseau, J. J. 233
Valderrama Andrade, Carlos 275
S Valencia Llano, Alonso 193
Varnhagen, Mitre 50
Saada-Gendron, J. 233 Vattel, Emmer de 25
Sáenz, Antonio 43
Velázquez de León, Joaquín 61, 64
Safford, Frank 113
Vera, H. 178
Said, Edward 295, 296, 299, 318
Sainte-Fox, Charles 168 Vergara y Vergara, José María 142, 143, 144, 155,
Saldaña, Juan José 13, 14, 57, 58, 59, 68, 77 157, 163, 169, 170, 172
Salvador Camacho 252, 253
W
Samper, José María 17, 259, 260, 261, 262, 263,
264, 265, 266, 267, 268, 269, 270, 271, Wasserman, Fabio 13, 19, 21, 50
272, 273, 274, 275, 276, 277, 278, 279, Weber, Max 273
280, 281, 282, 283, 284, 285, 286, 287,
288, 289 Z
San Martín, José de 44
San Pedro Claver 317 Zach 183
Santa Anna, Antonio López de 66, 72, 75 Zea, Francisco 46, 106, 202
Santa María, Domingo 275 Zea, Leopoldo 313
Santamaría, Raimundo 247 Zuluaga, Olga Lucía 110, 112, 114

324

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