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Wpiblioteca Sak Virtual Emilia Pardo Bazan Mi suicidio 2003 - Reservados todos los derechos Permitido el uso sin fines comerciales Emilia Pardo Bazin Mi suicidio ‘A Campoamor Muerta «ella»; tendida, inerte, en el horrible atatid de barnizada caoba que atin me parecia ver con sus doradas molduras de antipatico brillo, ,qué me restaba en el mundo ya?” En ella cifraba yo mi luz, mi regocijo, mi ilusién, mi delicia toda..., y desaparecer asi, de sibito, arrebatada en la flor de su juventud y de su seductora belleza, era tanto como decitme con melodiosa voz, la voz magica, la voz que vibraba en mi interior produciendo acordes divinos: «Pues me amas, sigueme.» jSeguirla! Si; era la tinica resolucién digna de mi carifio, a la altura de mi dolor, y el remedio para el eterno abandono a que me condenaba a adorada criatura huyendo a lejanas regiones. Seguirla, reunirme con ella, sorprenderla en la otra orilla del rio fiinebre... y estrecharla delirante, exclamando: «Aqui estoy. ;Crefas que viviria sin ti? Mira cémo he sabido buscarte y encontrarte y evitar que de hoy mds nos separe poder alguno de la tierra ni del cielo» Determinado a realizar mi propésito, quise verificarlo en aquel mismo aposento donde se deslizaron insensiblemente tantas horas de ventura, medidas por el suave ritmo de nuestros corazones... Al entrar olvidé la desgracia, y pareciéme que «ella», viva y sonriente, acudia como otras veces a mi encuentro, levantando la cortina para verme mis pronto, y dejando irradiar en sus pupilas la bienvenida, y en sus mejillas el arrebol de la felicidad. Alli estaba el amplio sofi donde nos sentébamos tan juntos como si fuese estrechisimo; alli la chimenea hacia cuya lama tendia los piececitos, y a la cual yo, envidioso, los disputaba abrigindolos con mis manos, donde cabian holgadamente; alli la butaca donde se aislaba, en los cortos instantes de enfado pueril que duplicaban el precio de las reconciliaciones; alli la gorgona de irisado vidrio de Salviati, con las iiltimas flores, ya secas y palidas, que su mano habia dispuesto artisticamente para festejar mi presencia... Y alli, por titimo, como maravillosa resurreccién del pasado, inmortalizando su adorable forma, ella, ella misma... es decir, su retrato, su gran retrato de cuerpo entero, obra maestra de célebre artista, que la representaba sentada, vistiendo uno de mis trajes preferidos, la sencilla y airosa funda de blanea seda que la envolvia en una nube de espuma. Y era su actitud familiar, y eran sus ojos verdes y luminicos que me fascinaban, y era su. boca entreabierta, como para exclamar, entre halago y represién, el «jqué tarde vienes!» de la impaciencia carifiosa; y eran sus brazos redondos, que se cefiian a mi cuello como la ola al tronco del néufrago, y era, en suma, el fidelisimo trasunto de los rasgos y colores, al través de los cuales me habia cautivado un alma; imagen encantadora que significaba para mi lo mejor de la existencia... Alli, ante todo cuanto me hablaba de ella y me recordaba nuestra uni6n; alli, al pie del querido retrato, arrodillandome en el sofa, debia yo apretar el gatillo de la pistola inglesa de dos cafiones -que lleva en su seno el remedio de todos los males y el pasaje para arribar al puerto donde «ella» me aguardaba...-. Asi no se borraria de mis ojos ni un segundo su efigie: los cerraria mirandola, y volveria a abrirlos, viéndola no ya en pintura, sino en espiritu. La tarde caia; y como deseaba contemplar a mi sabor el retrato, al apoyar en la sien el caiién de la pistola, encendi la kimpara y todas las bujias de los candelabros. Uno de tres brazos habia sobre el secrétaire de palo de rosa con incrustaciones, y al acercar al pabilo el fosforo, se me ocurrié que alli dentro estarian mis cartas, mi retrato, los recuerdos de nuestra dilatada e intima historia, Un vivaz deseo de releer aquellas paginas me impulsé a abrir el mueble. Es de advertir que yo no poseia cartas de ella: las que recibia devolvialas una vez leidas, por precaucién, por respeto, por caballerosidad. Pensé que acaso ella no habia tenido valor para destruirlas, y que de los cajoncitos del secrétaire volveria a alzarse su voz insinuante y adorada, repitiendo las dulces frases que no habian tenido tiempo de grabarse en mi memoria. No vacilé -;vacila el que va a morir?- en descerrajar con violencia el primoroso mueblecillo. Salt6 en astillas la cubierta y meti la mano febrilmente en los cajoncitos, revolviéndolos ansioso. Sélo en uno habia cartas. Los demas los Ilenaban cintas, joyas, dijecillos, abanicos y pafiuelos perfumados. El paquete, envuelto en un trozo de rica seda brochada, lo tomé muy despacio, lo palpé como se palpa la cabeza del ser querido antes de depositar en ella un beso, y acercdndome a la luz, me dispuse a leer. Era letra de ella: eran sus queridas cartas. Y mi corazén agradecia a la muerta el delicado refinamiento de haberlas guardado alli, como testimonio de su pasién, como codicilo en que me legaba su ternura, Desaté, desdoblé, empecé a deletrear... Al pronto creia recordar las candentes frases, las apasionadas protestas y hasta las alusiones a detalles intimos, de esos que sélo pueden conocer dos personas en el mundo. Sin embargo, a la segunda carilla un indefinible malestar, un terror vago, cruzaron por mi imaginacién como cruza la bala por el aire antes, de herir. Rechacé la idea; la maldije; pero volvié, volvi6..., y volvié apoyada en los pirrafos de la carilla tercera, donde ya hormigueaban rasgos y pormenores imposibles de referir a mi persona y a la historia de mi amor... A la cuarta carilla, ni sombra de duda pudo quedarme: la carta se habia escrito a otro, y recordaba otros dias, otras horas, otros sucesos, para mi desconocidos. Repasé el resto del paquete; recorri las cartas una por una, pues todavia la esperanza terca me convidaba a asirme de un clavo ardiendo... Quiza las demas cartas eran las mias, y sélo aquélla se habia deslizado en el grupo, como aislado memento de una historia vieja y relegada al olvido... Pero al examinar los papeles, al descifrar, frotindome los ojos, un parrafo aqui y otro aculld, hube de convencerme: ninguna de las epistolas que contenia el paquete habia sido dirigida a mi... Las que yo recibi y restitui con religiosidad, probablemente se encontraban incorporadas a la ceniza de la chimenea; y las que, como un tesoro, «ella» habia conservado siempre, en el oculto rincén del secrétaire, en el aposento testigo de nuestra ventura..., sefialaban, tan exactamente como la brijula sefiala al Norte, la direccién verdadera del corazén que yo juzgara orientado hacia el mio... {Mas dolor, mas infamia! De los terribles parrafos, de las piginas surcadas por rengloncitos de una letra que yo hubiese reconocido entre todas las del mundo, saqué en limpio que «tal vez».... al

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