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ALFAGUARA INFANTIL ‘|{® Ht Agu Trot Roald Dahl llustraciones de Quentin Blake J (IS) a Nota del autor a a Hace algunos anos, cuando mis hijos eran pequeiios, soliamos tener una o dos tortugas en el jardin. En aquellos tiempos era corriente ver algu- na tortuga doméstica arrastrandose por el césped de la casa o en el patio de atrds. Se podian comprar muy baratas en cualquier tienda de animales y eran, probablemente, los menos molestos de todos los ani- males favoritos de los nifios, y completamente in- ofensivas. Las tortugas solian llegar a Inglaterra por millares, embaladas en cajas, y procedian casi siem- pre del norte de Africa. Pero no hace muchos afios se promulgé una ley que declaré ilegal traer tortugas al pats. Eso no se hizo para protegernos. Las tortu- guitas no representaban un peligro para nadie, Se hizo simplemente por consideracién hacia las pro- pias tortugas. Lo que pasaba era que los comerciantes que las traian solian meterlas a la fuerza, por cente- nares, en las cajas de embalaje, sin comida ni bebida y en condiciones tan horribles que muchisimas de ellas 10 2 mortan durante el viaje por mar. De modo que, ara impedir que aquella crueldad continuara, el sobierno prohibié todo el negocio. Lo que van a leer en este cuento ocurri6 en los jempos en que cualquiera podia ir y comprar una ortuguita preciosa en una tienda de animales. Ei sefior Hoppy vivia en un departamento en lo alto de un elevado edificio de cemento. Vi- via solo. Siempre habfa sido un hombre soli- tario, y ahora que estaba jubilado se encontraba mas solo que nunca. En la vida del sefior Hoppy habfa dos amores. Uno eran las flores que cultivaba en su balc6n. Crecfan en macetas, cajas y cestos, y el balconcito se convertia durante el verano en un derroche de colores. El segundo amor del sefior Hoppy era un secreto que sélo él sabia. “Ay, si por lo menos —solia decitrse—, si por lo menos pudiera hacer algo estupendo como salvarle la vida o rescatarla de una pan- dilla de maleantes armados, si por lo menos pudiera realizar alguna hazafia que me convir- tiera en héroe a sus ojos. Si por lo menos...” Lo malo de la sefiora Silver era que daba todo su amor a otro, y ese otro era una tortu- guita llamada Alfie. Todos los dias, cuando el sefior Hoppy se asomaba al balcén y la veia susurrando a Alfie palabras carifiosas y acari- cidndole el caparaz6n, se sentia absurdamente celoso. Ni siquiera le hubiese importado con- vertirse en tortuga si ello hubiera hecho que la sefiora Silver le acariciase el caparazon todas las mafianas, susurrdndole palabras carifiosas. 16 Alfie llevaba afios con la sefiora Silver y vivia en su balc6én verano e invierno. Habia tablas en los lados del balc6n, para que Alfie pudiera andar por alli sin caerse por el borde, y en una esquina habfa una casita en la que podia meterse todas las noches para estar ca- lentita. Cuando en noviembre Ilegaba el tiem- po més frio, la sefiora Silver llenaba la casa de Alfie de heno seco, y la tortuga se metia den- tro y se enterraba profundamente en el heno para dormir durante meses de un tirdn, sin comida ni bebida. Eso se llama hibernar. A principios de primavera, cuando Alfie sentia a través de su caparazén que el tiempo era més célido, se despertaba y salia muy des- pacio de su casa al balcén. Y la sefiora Silver aplaudia de jabilo, gritando: “|Bienvenida, ca- rifio! ;Cudnto te he echado de menos!” En momentos como ése, el sefior Hoppy deseaba mds que nunca poder cambiarse por Alfie y convertirse en tortuga. Y ahora llega- mos a una hermosa mafia- na de mayo en que ocurri6 algo que cambi6 y Ilené realmente de excita- ci6n la vida del sefior Hoppy. Fue cuando es- taba inclinado sobre la barandilla del balcén viendo a la sefiora Silver dar de desayunar a Alfie. —Toma este corazén de lechuga, amor —decia ella—. Y esta rodajita de jitomate fres- co y esta ramita de apio tierno. —Buenos dias, sefiora Silver —dijo el sefior Hoppy—. Alfie tiene muy buen aspecto esta mafiana. —jSi que es preciosa! —dijo ella, mi- randola con expresi6n radiante. 20 —Preciosisima —dijo el sefior Hoppy sin conviccién. Y luego, observando el rostro sonriente de la sefiora Silver que lo miraba a su vez, pens6 por milésima vez en lo guapa que ella era, lo encantadora y bondadosa y amable, y el corazdn le dolié de tanto amor. —Me gustaria tanto que creciera un poco mas deprisa —decia la sefiora Silver—. Todas las primaveras, cuando se despierta de su suefio invernal, la peso en la bascula de la cocina. ;Y en estos once afios que la tengo no ha ganado mas que cien gramos! jNo es casi nada! —(Cuanto pesa ahora? —pregunté el sefior Hoppy. —Sélo cuatrocientos gramos—respon- did ella—. Casi como una toronja. —Bueno, las tortugas crecen muy des- pacio —dijo el sefior Hoppy solemnemente—. Peto viven cien afios. —Lo sé —dijo la sefiora Silver—. Pero me gustaria tanto que se hiciera un poquito mayor. Es tan pequefiita. —A mi me parece muy bien tal como es —dijo el sefior Hoppy. ee) —jQué va, nada de muy bien! —excla- m6 la sefiora Silver—. jImaginese cémo debe de sentirse siendo tan poquita cosa! Todo el mundo quiere crecer. —Le gustaria realmente que se hiciera mayor, ;no? —dijo él y, mientras lo decia, su cerebro hizo de pronto “clic” y una idea se pre- cipité en su cabeza. —jClaro que me gustarfa! —exclamé la sefiora Silver—. {Daria cualquier cosa por que creciera! jPero si he visto fotos de tortu- gas gigantes tan enormes que la gente se pue- de subir encima! jSi Alfie las viera, se mori- tia de envidia! El cerebro del sefior Hoppy daba vueltas como un trompo. ;Alli te- nia, sin lugar a dudas, su gran oportunidad! “Apro- véchala —se dijo—. jAprovéchala corriendo!” 23° —Sefiora Silver —dijo—. La verdad es que sé c6mo hacer que las tortugas crezcan mds deprisa, si eso es lo que realmente quiere. — De veras? —exclamé ella—. jDiga- melo, por favor! ;A lo mejor es que no le doy de comer las cosas que le convienen? —Hace tiempo trabajé en el norte de Africa —conté él—. De allf es de donde vie- nen todas las tortugas de Inglaterra, y un be- duino de una tribu me revelé su secreto. —jDigamelo! —exclamé la sefiora Sil- ver—. jSe lo ruego, sefior Hoppy! Seré siem- pre su esclava. Al ofr las palabras “seré siempre su es- clava”, el sefior Hoppy sintié un escalofrio de emoci6n. . 25 —Espere —dijo—. Voy a entrar para escribirle algo. Al cabo de unos minutos, el sefior Hoppy estaba de vuelta en el balcén con un papel en la mano. —Se lo bajaré con una cuerda —dijo— para que no se vuele. Ahi va. La sefiora Silver cogié el papel y lo sos- tuvo ante sus ojos. Lo que leyé fue esto: AGU TROT, AGU TROT, jETZAH ROYAM, ROYAM! jECERC, ETAHCNIH, EBUS! jETATNAVEL! jETALENI! jEDNEICSA! jELLUGNE! ;AROVED! jETARROF! ;AGART! jADROGNE, AGU TROT, ADROGNE! jETALLORRASED, ETALLORRASED! jEMOC NU NOTNOM! & — Qué significa esto? —pregunté ella—. ;Es otro lenguaje? —Es lenguaje de tortuga —dijo el se- fior Hoppy—. Las tortugas son animales muy 26 enrevesados. Por eso sdlo entienden las pala- bras escritas al revés. Es logico, ;no? —Supongo que si —dijo la sefiora Sil- ver, perpleja. : —Agu Trot no es més que tortuga al revés —dijo el sefior Hoppy—. Mire. —Es verdad —dijo ella. —También las demas palabras estan es- critas al revés —dijo el sefior Hoppy—. Si se les da la vuelta para ponerlas en lenguaje hu- mano, no dicen mas que: TORTUGA, TORTUGA jHAZTE MAYOR, MAYOR! ;CRECE, HINCHATE, SUBE! jLEVANTATE, {NFLATE, ASCIENDE! ;ENGULLE! ;DEVORA! jFORRATE! jTRAGA! ;ENGORDA, TORTUGA, ENGORDA! {;DESARROLLATE, DESARROLLATE! ;COME UN MONTON! La sefiora Silver examind mds atenta- mente las palabras del papel. —Creo que tiene raz6n —dijo—. Qué inteligente. Pero hay muchas palabras que co- mienzan por “eta”. ;Quieren decir algo? —“Eta” es una palabra muy fuerte en cualquier idioma —dijo el sefior Hoppy—, especialmente en el de las tortugas. Lo que tie- ne que hacer, sefiora Silver, es ponerse a Alfie ante los ojos y susurrarle esas palabras tres ve- ces al dia: por la mafiana, al mediodia y a la noche. Vamos a ver cémo lo hace. Myy despacio y tropezando un poco en aquellas pafabras tan raras, la sefiora Silver leyé en voz alta todo el texto escrito en lenguaje de tortuga. —No esté mal —dijo el sefior Hoppy—. Pero trate de darle algo mas de expresién cuan- do se lo diga a Alfie. Si lo hace como es debi- do, le apuesto lo que quiera a que, dentro de unos meses, sera el doble de grande que ahora. 28 —Lo intentaré —dijo la sefiora Silver—. Intentaré lo que sea. Claro que si. Pero no pue- do creer que dé resultado. —yYa vera —dijo el sefior Hoppy, son- riéndole. Otra vez en su piso, el sefior Hoppy sen- cillamente temblaba de emocién. No hacfa mas que repetirse: “Seré siempre su esclava.” {Qué maravilla! Pero habia que hacer atin muchas cosas para que eso sucediera. Los tinicos muebles que habfa en su sa- loncito eran una mesa y dos sillas. Traslad6 las sillas al dormitorio. Luego sali6, compré una gran lona y la extendié por el suelo del salén para proteger la alfombra. Después tomé el directorio telef6nico y anoté la direggidn de todas las tiendas de ani- males de la Pa Habjia catorce en total. 30 Necesit6 dos dfas para visitar todas las tiendas de animales y elegir sus tortugas. Que- rfa muchas, por lo menos cien, tal vez mas. Y tenia que elegirlas con mucho cuidado. Para ustedes y para mi no hay gran di- ferencia entre una tortuga y otra. Sdlo se dis- tinguen por el tamaiio y el color del caparazén. Alfie tenfa un caparaz6én que tiraba a oscuro, por lo que el sefior Hoppy eligié sdlo tortugas de caparaz6n oscuro para su gran coleccién. E] tamaifio, desde luego, era lo mas im- portante. El sefior Hoppy eligié tortugas de todos los tamafios, algunas que pesaban sdlo algo mds que los cuatrocientos gramos de Al- fie, otras que pesaban mucho mas, pero nin- guna que pesara menos. —Deles hojas de col —le decian los duefios de las tiendas—. No necesitan otra cosa. Y un traste con agua. a LD: ‘t if REO IE FE CSUN Ree PER Rar Sr See Cuando terminé, el sefior Hoppy, arras- trado por su entusiasmo, habfa comprado nada menos que ciento cuarenta tortugas, y se las Ile- v6 a casa en cestos, de diez en diez y de quince en quince. Tuvo que hacer muchos viajes y estaba totalmente agotado al terminar, pero habia vali- do la pena. ; Vaya si haba valido la pena! ;Y qué aspecto tan sorprendente tenfa su sal6n cuando estuvieron todas reunidas! El suelo hervia de tor- 33 tugas de distintos tamafios, unas caminando len- tamente y explorando, otras mordisqueando ho- jas de col, otras bebiendo agua de un gran plato poco profundo. Hacfan un suavisimo ruido cru- jiente al moverse por la lona, pero nada mas. El sefior Hoppy tenfa que abrirse camino de punti- Ilas por aquel mar ondulante de caparazones pat- dos cuando atravesaba la habitacién. Pero ya basta. Tenia que continuar su trabajo. Antes de jubilarse, el sefior Hoppy ha- bie sido mecdnico. Ahora volvié a su antiguo leger de trabajo y pregunté a sus compafieros si podia utilizar su vieja caja de herramientas una o dos horas. Lo que tenfa que hacer era fabricar algo que pudiera llegar desde su balcén al de la se- fiora Silver y coger una tortuga. No era dificil para un mecdnico como él. Z Primero hizo dos dedos de metal y los sujet6 al extremo de un largo tubo. Metié dos alambres rigidos por su interior y los conecté a los dedos, de forma que cuando se tiraba de los alambres se cerraban, y cuando se los em- pujaba, se abrfan. Luego unié los alambres a un mango, al otro extremo del tubo. Fue muy sencillo. El sefior Hoppy estaba preparado para empezar. f ‘\ ———————————— ore > 37. La sefiora Silver no trabajaba todoei ie Lo hacfa de doce a cinco de la tarde les Gis laborables en una tienda de periédicos » Game melos. Eso facilitaba mucho las cosas al - Hoppy. De modo que, aquella primera excitante, después de comprobar que ‘ habjfa ido a trabajar, el sefior Hoppy sch el balc6n armado de su largo tubo de metal Le llamaba el cazatortugas. Se incliné sobre & barandal y bajé el tubo hasta el baleén de Ee sefiora Silver. A un lado, Alfie tomaba ef pal do sol. —Hola, Alfie —dijo el sefior Hoppy— Vas a dar un paseito. Movié el cazatortugas hasta que estuyo encima de Alfie. Empujé la palanca para las pinzas se abrieran del todo. Luego dejé ge: limpiamente las pinzas sobre el capara Alfie y tiré de la palanca. Las pinzas g El sefior Hoppy pesé a Alfie en la bas- cula de su cocina para comprobar que los cua- trocientos gramos que habia dicho la sefiora Silver eran exactos. Lo eran. Luego, agarrando a Alfie, se abrié paso cuidadosamente por su enorme coleccién de tortugas hasta encontrar una que, en primer lugar, tuviera el caparaz6n del mismo color que Alfie y, en segundo, pesara exactamente cin- cuenta gramos mas. 39 Cincuenta gramos no es mucho. Es me nos de lo que pesa un huevo de gallina peque— fio. Pero, ya saben ustedes, lo importante de su plan era cerciorarse de que la nueva tomas era mayor que Alfie, pero s6lo un poquati= mayor. La diferencia tenia que ser tan peque= fia que la sefiora Silver no la notara. 40 Con aquella enorme coleccién, al sefior Hoppy no le resulté dificil encontrar exacta- mente la tortuga que buscaba. Queria una que pesara exactamente cuatrocientos cincuenta gramos en su bascula de cocina, ni més ni menos. Cuando la encontré, la puso en la mesa al lado de Alfie e incluso a él le resulté dificil ver que una era mds grande que la otra. Pero lo era. Cincuenta gramos més grande. Era la Tortuga numero 2. Al El sefior Hoppy sacé la Tortuga nime- ro 2 al balcén y la sujeté con las pinzas de su cazatortugas. Luego la bajé al balc6n de la se- fiora Silver, dejdndola al lado de una preciosa hoja de lechuga fresca. La Tortuga ntimero 2 no habia comido nunca antes hojas de lechuga jugosas y tier- nas. Sélo hojas de col rancias y gruesas. Le en- canto la lechuga y empez6 a darle bocados con entusiasmo. Siguieron dos horas de bastante nervio- sismo esperando a que la sefiora Silver volvie- ra del trabajo. ¢Notaria alguna diferencia entre la nueva tortuga y Alfie? Iba a ser un momento de tensién. La sefiora Silver se ditigié rapidamente al balcén y al verla exclamé: — Alfie, carifio! {Ya ha vuelto mamita! éMe has extrafiado? El sefior Hoppy, mirando por encima de la barandilla, pero bien escondido detras de dos enormes macetas de plantas, contuvo el aliento. La nueva tortuga segufa tirandole boca- dos a la lechuga. 43 —Vaya, Alfie, hoy pareces muy ham- brienta —decfa la sefiora Silver—. Deben de ser las palabras magicas del sefior Hoppy que te he estado susurrando. EI sefior Hoppy la vio levantar la torra- gay acariciarle el caparazén. Luego ella se sac6 del bolsillo la hoja del sefior Hoppy y, soste- niendo a la tortuga muy cerca de sus ojos, le susurré: AGU TROT, AGU TROT, jETZAH ROYAM, ROYAM! jECERC, ETAHCNIH, EBUS! jETATNAVEL! j|ETALFNI! |EDNEICSA! jELLUGNE! ;AROVED! jETARROF! ;AGART! jADROGNE, AGU TROT, ADROGNE! jETALLORRASED, ETALLORRASED! jEMOC NU NOTNOM! 44 El sefior Hoppy asomé la sh cabeza entre el <2 follaje y gritd: SLYe XQ —Bue- SMF, nas tardes, ~ 7? sefiora Sil- ver. ¢Cémo est Alfie? —Oh, muy bien —dijo ella, levantan- do la vista radiante—. jY se le esta abriendo tanto el apetito! Nunca la habfa visto comer asi! Deben de ser las palabras magicas. —Nunca se sabe —dijo el sefior Hoppy misterioso—. Nunca se sabe. 45 El sefior Hoppy esperé siete dias ente- ros antes de actuar otra vez. En la tarde del séptimo dia, cuando & sefiora Silver estaba trabajando, el sefior Happy subi6 la Tortuga ntimero 2 del balcén de abe- jo y la metié en su salén. La nimero 2 pesebe exactamente cuatrocientos cincuenta grammes El sefior Hoppy tenia que encontrar ahora ome que pesara exactamente quinientos gramos cincuenta mas. En su enorme coleccién encontré facil- mente una tortuga de quinientos gramos y otra vez se cercior6 de que el color de los caparazo- nes era el mismo. Luego bajé la Tortuga nu- mero 3 al balc6n de la sefiora Silver. Como ustedes habrén adivinado ya, el secreto del sefior Hoppy era muy sencillo. Si un animal crece suficientemente despacio —quie- ro decir realmente muy despacio— no se nota que haya crecido nada, sobre todo si uno lo ve todos los dias. Lo mismo ocurre con los nifios. La yer- dad es que crecen todas las semanas, pero sas 46 madres no lo notan hasta que la ropa les queda chica. —Despacio, funciona —dijo el sefior Hoppy—. No hay que apresurarse. Las cosas ocurrieron asf en las ocho se- manas siguientes. Al principio A.Fiz: 400 gramos Al terminar la primera semana TORTUGA NUMERO 2: 450 gramos Al terminar la segunda semana Y TorRTUGA NUMERO 3: 500 gramos 47 Al terminar la tercera semana TORTUGA NUMERO 4: 550 GRAMOS Al terminar la cuarta semana TORTUGA NUMERO 5: 600 GRAMOS Al terminar la quinta semana TORTUGA NUMERO 6: 650 GRAMOS 48 Al terminar la sexta semana Hasta al sefior Hoppy, que miraba por encima de su barandal, la Tortuga nimero 8 le parecia muy grande. Era sorprendente que la sefiora Silver no hubiera notado nada du- rante aquella gran operaci6n. Sélo una vez ha- bia levantado la vista y habfa dicho: —Sabe, sefior Hoppy, creo que estd cre- ciendo un poquito. ;Qué le parece? —Yo no veo mucha diferencia —habfa respondido él sin darle importancia. a TORTUGA NUMERO 8: 750 GRAMOS Alfie pesaba 400 gramos. La Tortuga ntimero 8, setecientos cincuenta. Muy despa- cio, a lo largo de siete semanas, el tamafio del animalito de la sefiora Silver se habia duplicado casi sin que la buena sefiora hubiera notado nada. 50 Pero tal vez habfa llegado el momento de hacer una pausa, y aquella tarde el sefior Hoppy estaba a punto de salir y sugerir a la sefiora Silver que pesara a Alfie, cuando un grito de sobresalto que venia del balcén de abajo lo hizo salir. —jMire! —gritaba la sefiora Silver—. jAlfie es demasiado grande para entrar por la puerta de su casita! ;Debe de haber crecido muchisimo! —Pésela —dijo terminantemente el senor Hoppy—. Llévela dentro y pésela en seguida. La sefiora Silver lo hizo y, medio minu- to mas tarde, estaba de vuelta sosteniendo la tortuga con las dos manos, balancedndola so- bre su cabeza y gritando: —Sabe una cosa, sefior Hoppy? :Sabe una cosa? jPesa setecientos cincuenta gramos! iEs casi dos veces mayor de lo que era! iAy, carifio! —exclamé, acariciando a la tortuga—. iQué chicarrona més enorme! jFfjate en lo que ha hecho contigo el sefior Hoppy! El sefior Hoppy se sintid de pronto muy valiente. 52 —Sefiora Silver —dijo—. ¢Le impor- tarfa que bajara un momento a su balc6n para tener un ratito a Alfie? —jClaro que no! —exclamé ella—. Baje ahora mismo. . EI sefior Hoppy bajé las escaleras co- rriendo y la sefiora Silver le abrié la puerta. Juntos salieron al balcén. —jMirela! —le dijo orgullosa—. ;No es espléndida? —Ahora es una tortuga de muy buen tamafio —dijo el sefior Hoppy. — iY ha sido usted quien lo ha hecho! —exclamé la mujer—. jEs usted realmente prodigioso! Pero, qué voy a hacer con su casi- ta? Tiene que tener una casa donde pasar la noche, y ahora no pasa por la puerta. Los dos estaban en el balcén mirando a la tortuga, que trataba de entrar en su casa haciendo fuerza. Pero era una tortuga dema- siado grande. —Tendré que ensanchar la puerta—dijo la sefiora Silver. —No lo haga —dijo el sefior Hoppy—. No destroce esa casa tan bonita. Después de todo, Alfie sélo necesita ser un poquitin més pequefia para poder entrar sin dificultad. —Y cémo se va a volver mds pequefia? —pregunt6 la sefiora Silver. —Eso es facil —dijo el sefior Hoppy—. Cambie las palabras magicas. En lugar de de- cirle que se haga mayor y mayor, digale que se haga un poco menor. Pero en lenguaje de tor- tuga, claro. —

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