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{INDICE 945 1954 1957 1968, 1967 1972 1977 ae 1986 1994 105 EL ULTIMO DIA. wv Ree reed eee et ec ue ea ener eects Juvenit orma-Fundalectura 1978 por iar ccd ree eae eae Cee nea eit oe een ara Ravens vel Bance del Libto do Venez ELLA AED TEL Ei rumor de que en Crantock ocurria algo {que escapaba a larazén y ala naturaleza siem- pre se mantuvo vivo enire sus habitantes. Pero era tan apacible y generosa Ja vida en aquel Tejano valle del sur, que nada hacia esperar el courioso final que tuvo el pueblo de Crantock sa horrenda tarde de enero. Era un lugar cuya belleza diffclmente lvidaban quienes alguna vez lo vieron, en medio de ese profundo valle. En uno de sus cextrernos se exguia el Perimontu, con sus cispi- des elernamente nevacas. A us pies la region se extendia verde y esplendorosa, dividida por el rio que bajaba serpenteando entre los Sergio Aguire ‘hosques para atravesar el pueblo y los prados y perder se, otra vez, en la hondura de la vegetacién. Las casas, ‘como una breve pausa de grises en el medio dl valle se amontonaban hacia el centro y se esparcian, cada vez és distanciadas, hasta confundirse com las granjas, 0 las afueras. A su alrededor se vetan los semibradios, pe- ‘quefios citregulares, que desde la altura semejaban re tazos de telas verdes unidos por costuras de piedra Crantock habia sido fundado en 1928, cuando un _grapo de inmigrantes escoceses descubbrié aquel paisaie «que evocaba su tierra de origen. Entonces construye- ron las primeras casas con las piedras de la zona e hi- cieron los primeros cultivos. ¥ en muy poco tiempo sé transform en lo que después sera: un lugar bello, préspero y tranquil. Pero cuando la iitima luz del dia se apagaba, ‘cuando las calles y los jardines quedaban desiertos y en el bosque sélo se ofa el grito de la lechuza, algo se~ creto irrumpia en el silencio de la noche, en cualquier rincén del valle, sin que nada lo anunciase, como s0- breviene lo oculto, lo que no se puede comprender. En esa epoca la tinica iturninacin de las eax Ies consist en pequenas limparas de meta, en forma de campana, suspendidas en cada una de las esquinas de Crantock. Era una apacible madnigada de verano, y atin falta ban dos horas para el amanecer, cuando las hhjas mds ats de un roble en la plaza emi- tieron un suave murmull, como si una brisa en esa noche sin viento, ls hubiese movido sélo a ella. Un instante después, se escuchs un pequefo estampido, La ldmpata en esa esquina, habia caido al suc. Permanec6 all exactamente cuatro se- gundos. 1954 Aiima entré al bosque después de mirar hace todos lados. Nadie la habia visto salir por los fondos de su casa, ni cuando corrié hacia la montatia, antes de desaparecer entre los ér- Doles, Eran las siete dela tarde de un dia de verano. Sus padres estaban en el campo y st. hermana visitaba a los abuelos, No volverian hhasia la hora de la cena Una sola vez se habian encontrado all pero recordaba el sendero que conducia a los dos daros; uno pequeto, y més aria el grar= de, donde Juan la esperaba. Se habia puesto su vestido rojo, Debia tener cuidado de quela ma- leza no lo ensuciara, Su madre se dara cuenta. Sergio Aguirre eg6 al primer daro, una especie de terraza desde donde divisé el pueblo, ali abajo, y los montes. del otro lado del valle. Cuesta arriba, la vegetacién se hacia mds cerrada, los senderos més estrechos y el sol apenas pe- netraba por el follaje. A través de la espesura parecia Un punto rojo, vivo, moviéndose en el verde profundo, «del bosque. Las ramas bajas la obligaban a camninar con difi- caltad, mientras sentia la hierba hiimeda rozando sus pias, Podta escuchar los latidos de su corazén, Per saba en él, en todo lo que tenian que hacer pata estar juntos. De pronto se detuvo. Duds de que hubiese to- mado el camino correcto. No reconocia aquel lugar: Allila arboleda, mas frondosa, cobraba mayor altura ¥ ya era imposible ver un pedazo de cielo. Aquél era un. lugar oscuro y fresco. Un silencio asombroso parecia brotar del bosque. Alz6 lo ojos y vio a un pijaro po- sado en una rama, El péjaro, al advertir su presencia, hhuy6 volando raso entre los troncos de los érboles. Me hiciste esperar Alma se volvié en direcci6n a Ja voz, Era Juan, que salia de atrés de unos arbustos. Se acercé a dla, la abraz6, la besd, y tomndola de Ja mano la condujo hasta detenerse al pie de un étbol ~dQué pasa? ~pregunté Alma, EI muchacho la miré de una manera extraia, y le roz6 la majilla con el dorso de la mano, Despues sin contestare levé su mano al bosillo del pantalén y sacé ‘una navaja. Con la navaja en el pufio, se dio vuelta e hizo saltar un trozo de la corteza del érbol, después 10 ice ect Naas EL misterio de Crantock otro, y asi hasta que aparecié la primera letra de sus nombres, Ella lo observaba y sonreia, hasta que é! concluy6, encertdndolos en un corazén: Alma y Juan Era un corazin feo y desprolijo, con uno de los lados deforme, pero a ella le parecié lo mas hermoso que ha~ bia visto en su vida, (Mis tarde descenclian répidamente por el sender Cuando llegaron al primer claro alcanzaron a ver. en el poniente, que el crepisculo parecia un enorme incen- dio oculto detrés de los cerros, y que a través de las curiosas formas que las nubes habian tomado en esa parte del cielo, despedia vapores blancos,lilas, amari- los y pairpuras. ‘Alma no recordaba un atardecer ast. Senta la ‘mano firme de Juan toméndola ce la cintua,y le pare- 6 que descubsria, por primera vez, el cielo. Alma jamés habia sido tan feliz, Nunca mas regresaron a ese lugar del bosque Aunque ella volveria a ver ese drbol, por accidente, cuarenta afios despuss. Una ventosa noche de otofto, dl padte Castilo se hallaba sentado junto al hogar en su sillén de madera, En a mano sostenia un vaso de ginebra. No era habitual que el padre Castilo permaneciese cespierto hasta esa hora, y tampoco que tomara alcohol. ero no conseguta dejar de pensar en la titima confesin de esa tarde. u Sergio Aguirre Como todos los jueves, el padre Castillo haba abierta las puertas de la iglesia més termprano para per~ mranecer en el confesionario hasta la hora de ta risa. ‘Aunque no estaba en su naturaleza demostraro, sent ‘una gran preocupaciSn por sus files, y después de la ‘cena destinaba un momento pata metitar sobre las confesiones que habia escuchado. Fueron cinco, esa tat de: Lucia Babor, Olivia Reyes, la schora Bean, el nifio de los Muro. y Ia sefora Fogerty Lucia, la menor de los Babor, confesé malos pen- samientos, y uno en particular: que el novio de su hermana se mora “Tratdndose de semejante individuo, el padre Cas- tillo no se sorprendié de que alguien se viera asaltado por tales pensamientos. Sin embargo, en la confesion de Lucia habia percibido algo més que pensamientos: un dsc. Yo padre Castilo sentia temor de algunos deseos. Especialmente si provenfan de una nifia de tree anos. Tuc dio que Juan decia cosas malas de "una per~ ona” que ela queria mucho. Pero no mencioné su nom bre_Fs0 lo alarmaba, porque solo habja una razén para ‘ocular: esa nifia estaba enamorada. Aunque Lucia era ‘apenas una criatura, el padre Castillo teria o peor Lo curio con Alma, su hermana mayor ere tipo de co- sas que podta suceder: Alma esperaba un hijo de Juan ‘Vega. En pocas semanas, al menos, se casarfan. Todo el pueblo sabia que Juan no era un buen muchacho, pe ro Alma, la dulce Alma, se habia enamorado. Qué le cesperaba a esa nif, al lado de alguien tan violento? Secretamente, dl padre Castillo consideraba que él amor 2 EL misterio de Crantock ‘errenal era veces una enfermedad, inevitable tal vez, pero una enfermedad al fi, ¥ ain més en los Jove- pes, S6lo una enfermedad lograba enturbiar el juicio deesa manera y conducir a la equivocacién, a la infe- licidad. Sin embargo no fue lo que le dijo a Lucia en id confesionario, Le explicd, en cambio, que los actos jmputos manchan el amor ¢ insist en que recordase ique el verdadero amor podia esperar todo dl tlempo que fuera necesaro. La sefiora Bean solo encontré un pecado para ‘confesar esa tarde, Descle muy joven, Francisca Bean habia desatrollado una impresionante obsesién por la limpieza, que comenz6 por su casa, ¥ gradualmente fue extendiéndose a su alma, El esposo, un hombre de ca~ rcter débil, habia muerto alos pocos afos de casados, fantes de que hubiesen tenico hijos. Desde entonces adquirié el extrao habito de detenerse, en cualquier momento de la jornada, para revisar su conciencia. Heabia llegado, incluso, a inventar un tipo de pecado: “el pecado silencioso’. EI que, ‘por astucia del diablo no pe~ tra en la conciencia deca. “Como las bactrias: no Se ven, pero estén’. Aunque el pace Castillo la consideraba ‘una devotaferviente, en él pucblo muchos opinaban que ra una fandtica. Para otros, en cambio, una raujer muy religiosa; aunque en muchas ocasiones, durante la mi- 459, estos ilkimos no podian evitar reirse de los tonos draméticos que utilizaba la sefiora Bean al rezar. Esa tarde el padre Castillo la escuché confesar que habia dado mal su receta ce galletas de jengibre a una vecina. Gncuenta gramos de harina de més eran suficientes 15 Sexgio Aguirre para que no salieran igual. Después de todo era su rece ta, y todos en Crantock sabian que las mejores galletas, de jengibre eran las que ella hacia. “@Vanidad, nunca djards ‘ranquilas tas mujeres habia repetido por horas la madre del padre Castillo una noche, maquillindose sin descan so frente al espejo, mientras 6 trataba de dormir El sa- cerdote ahuyents esa imagen de su infancia y volvié a la sefiora Bean. A pesar de que en ¢l confesionario ella, asentfa permanentemente con la cabeza, diciendo “Sf padre, si padre’, él sospechaba que no podia escuchar Sus consejos. A veces temia por ella, por su salud. Por- que consideraba que la sefiora Bean era, por sobre ‘cualquier otra cosa, una mujer extremadannente frégil “Tomés Muro, hijo del verdulero, contesé menti- ras. Minti al decile a su madre que. cuando se ence rraba en su habitacién, estudiaba, Mintié cuando dijo que habia realizado las curaciones a la pata del caba- lio de labranza: la infeccin avanzaba. Mints al decit que fue él quien habia reparado el alambrado que se- paraba su granja de la del vecino, como se le habia or denado. ET nino suponia que su padre habia hecho el arreglo, como otras veces, para cubrirlo ante su madre. 1Lo que atin no entencla era por qué, cuando Tomés le preguntaba, su padre nsistia en negirselo. Pero todo sal- dria, tarde o termprano, ala luz. Ahora temia el castigo, ‘pero no dl divino. Temia que su madre le hicera cumplir ‘algunas de sus interminables penitencias y Jo hunllase, como siempre, delante de sus amigos o de los clientes, del negocio, El sacerdote le recordé que la pereza era un pecado capital. ¥ un pecado muy peigroso. 4 El misterio de Crantock Olivia Reyes le pregunts, después de un largo ro- deo, si era pecado matar una gallina para realizar un ‘encanto’ porque dla queria enamorar a un muchacho. ‘Al padre Casillo lo apenaba que una joven como Oliva, buena y reservada, se sintcra tan fuertemente atraida, por el esoterismo. El sacerdote le respondié que los tinicos misterios eran los del Sefior. Las fantasias, asi como la creencia én magias y encantarnientos,repetia ‘en sus sermones, (urbaban la correcta percepcién, el correcto pensarniento,y el pecado era precisamente es: tun error, un tropiezo de la inteligencia, Su misién con- sisia en devolver al confeso a la raz. La raz, y s6= lola razén ~decia una y otra vez nos diferencia de los animales y nos conduct a la verdad, a Dis. Por eso lo perturbaba la confesién de la sefiora Fogerty. Ella se habia arrodillado en el confesionario luego de mirar hacia todos lados, como si alguien la hhubiese seguido, y de inmediato el sacerdote recono- i, en la voz de aquella muler, los signos del miedo. Ia sefiora Fogerty comenz6 a hablar, las palabras le bullian en la boca y le salfan a borbotones. Y a poco de comenzat, por primera vez en todos sus afios de sacerdate, el padre Castillo no quiso seguir escuchan- to. y dij: Usted no pudo ver 60, Ia sefiora Fogerty, un ser piadoso y servicial habla perdido a su marido hacia poco tiempo, y ahora esto. ZQué pecado la hacia merecer semejante castigo? Sentia que algo en él se negaba a presenciar 5 Sergio Aguirre tal degradacion de! espfritu, esa enfermedad que defor- rma a las personas hasta transformarlas en otra cosa, «en otros, Porque para e padre Castillo, si existaalgiin ddemonio, éste se lamaba locura. EL padre Castillo miraba fjamente el vaso de gine- bra, Estaba vacio. Pensé que era hora de acostarse cuando se oyeron los golpes en la puerta. Se dirgié hacia la entrada de la sacistia, Un mu chacho alto, cubierto con una capa, esperaba Padre, es por el sefior Romero. £] doctor no cree que pase la noche. ~Voy enseguida. ‘Tras cerrar la puerta el padre Castillo desaparecis por el corredor que conducta a la iglesia y regresd con agua bendita, la estola y la Biblia, Se puso el abrigo y sali hacia la noche, Una rafaga de viento lo recibis, en el callej6n. La luna alumbraba ta figura del sacer~ ote que se alejaba caminando junto a los muros de 1a iglesia. Laiglesia de Crantock era una réplica, en dimen- siones reducidas, de una antigua catecral de Escocia, Una construccién sobria levantada enteramente en piedra, al igual que las calles y las primeras casas del pueblo, ¥y cuyos tinicos omamentos eran la torre y las figuras de los doce apdstoes, seis a cada lado, eevandose sobre l tejado de pizarra El padre Castilo atravesé la plaza, donde el viento helado arrancaba de las desnudas ramas de los érboles las ultimas hojas secas, y desplazaba en el cielo unas 16 El misterio de Crantock _gruesas nubes que a intervalos, ocultando y descubrien- do la luna, de pronto lo oscurecian todo, de pronto lo iluminaban. Cuando llegé a la casa de los Romero, la mujer lo recibié toméndolo de las manos: ~Padre.! Dos ancianas se levantaron de sus asientos cuanclo al padre entré en la sala. La sefora Romero, sefalando hacia una puerta, rompis en solloz0s. El sacerdote entré ‘ala habitaci6n. Habia visto al sefior Romero hacia dos semanas, pero ahora le costaba reconocerlo, Le im= presionaba el modo en que envejecia una persona cuando se acercaba la hora de la muerte, E1 hombre robusto que habia conocido, era un anciano, Se senté a un costado de la cama: =tQuieres confesarte? Los ojos del hombre se abrieron. Los movié en di- reccién al techo, las paredes, la ventana, una, otra vez hasta que se detuvieron en el rostro del sacerdte, Parpa- des, como si recién notara su presencia, y murmurs algo, que el padre Casilo no alcanzé a ofr Por eso inelin su cabeza basta muy cerca de los labios cel moribund: Dime. Entonees escuchd, en un susurr: = Padre, ésta no es mi casa! ifsta no es mi casa.! Al decir esto gin su cabeza, y permanecié con la vista fija hacia un costado de la cama, indferente a la presencia del sacerdote. rr Sergio Aguirre A salir de la casa el viento se habia calmado. £1 sacerdote pensaba en el sefior Romero. Ojalé Dios no le permitira a él morie ast perio en la insania. Alzé la vista al cielo. Observé las nubes oscuras, con sus bordes brillantes por la luz de la luna, deslizarse lenta- mente. Desde ali se apreciaban los tonos grises y fan tasmales que esa noche arrojaba sobre los tejados, De pronto, aunque no era necesario pasar por alll para re _ggesar a la iglesia, dob en la siguiente esquina y después de algunas metros se detuvo para asomarse a través ce alto seto de ligustrs que separaba la calle de un jardin, Era la casa de la seftora Fogerty, serena y en penumbras, confundida entre las copas de los érboles. Sin saber muy bien qué lo habia llevado hasta allt, sus ojos recortieron el jardin casi oculto por las sombras. No veia nada, Por segurida vez en esa noche, recordé a su madre: “Se llaman alucinaciones, le habe explicado el doctor cuando finalmente la Hevaron a ese hospital de la ciudad ‘es algo que les pasa a las personas cuando e5- tén muy enfermas” La iarde anterior ella habia estado nerviosa. Decia que un hombre, un hombre con cara de gato, la esperaba en la habitacién contigua. Que lo veia a través de la puerta abierta, “ESO no puede ser, mamé, “Te digo que esté ah" grit6, y entonces él se asomé a la habitacion. Estaba vacia. “No lo ves? le ‘pregunt6 ella abrazandolo, Los brazos de su madre eran fuerte. “iMe viene a buscar porque soy la mas Linda, chil6, y comenz6 a dar alarcos cada vez mds intensos. 18 El mistro de Crantock ‘También él empez6 a grtar, con la mirada fja en ese ‘quarto vacto, hasta que loge escapar Sali de la casa y se arrodild para rezar y pedirle al Seftor que lo salvase, {que lo alejara de aquella mujer. Pero a diferencia de su madre, pens6 el padre Cas- til, la sefiora Fogerty habia dado detalles, La records, rmiréndoto a través de la ej del confesionario, pre- gunténdole: “iB Dios? Dios no ae ess cosas. Comenz6 a rezar en vor baja para que Dios am- parara a ésa pobre mujer. Para que la guardase y la protegiese. Otra de sus hijas habia perdido la razén, ~Temo que cree usted demasiado en la raz6n, pa~ dre Castillo “Ie habia dicho Jerernias Crane. el intenden- te del pueblo, en una de sus charias~. Sabe muy bien (que no soy creyente, pero en su lugar yo confiaria més en Dios que en la razén De pronto sintié deseos de correr Ustad no pd ver eo Con paso apurado, el sacerdote atravesaba la plaza en direccién ala iglesia cuando de pronto volvié a su memoria el recuerdo de ese horrible dia de no- vierbre. en su pueblo natal. El dia de la Virgen de los Milagros, a procesion estaba a punto de comenzar La ence bezaban el cura paérroco y €l, junto al atro monaguillo. El pueblo, como era la tradicién, esperaba frente a la iglesia para cargar sobre sus hombros la imagen de la Virgen. y recorrer tres veces la plaza. Al fin las puertas 19 Sergio Aguirre se abrieron, En el fondo, en una caja de cristal detrés del altar, se vela la imagen de la Virgen, de pie, en ta~ rmafio natural con su corona repleta de piedras y la capa bordada de omamentos dorados y encajes que sobresalfan entre el brillo del raso celeste, inmacula- do, Desde un tragaluz a esa hora, un rayo de sol caia oblicuo sobre la caja produciendo un efecto celestial EI grupo marchabo al rezo del Ave Maria, La voz ‘del sacerdote iniciaba la plegaria, y los fieles la con cluian en un susurro. Entonees se escuché un grito ahogado. Le siguieron otros, en medio de un murmullo cre= ciente, Una mujer se desploms en el suelo, pero nadie la socorn6, y alguien, 2 pocos metros de la imagen, se puso de rodillas ante aquella vision, La Virgen estaba moviendose. ‘Todos vieron cémo extendia sus brazos y abria la caja de vidrio, Muy lentamente adelanté un pic, luego el otro, y sali, Con la majestuosidad de una rei- na, comenz6 a bajar los escalones de métmol, y avan= 26 hacia ellos. Algunos retrocedian, ottos se postraban, lorando, atontados por el milagro. Y él no podia sacar sus ojos de aquella imagen viviente. La vefa incinar graciosamente la cabeza hacia ambos lados, como si saludase a sus stibditos, con una sonrisa que ahora de jaba ver esos dientes...Entonees la imagen habl6, con luna voz conocida: Gracias, puedo ir caminando, ra su madre. EL misterio de Crantoak De pronto, una nube se corr y la luna volvis a ituminar el pueblo, En el caleién el viento arremolinaba ‘unas hojas que finalmente desaparecieron en algtin co- ro de sombra, y el padre Castillo records sus palabras, para concluir aquella charia con Crane: ~Si pees la razén pees todo. Sus pasos eran lo tno que se escuchaba en el si- Tencio de la noche, ¥ no habla avanzado més que unos [pocos metros por ese oscuro pasaje ctando otro ruido, queno era el de sus pies, lo detuvo. Pareta provenir des- de algtin lugar en los muros de la iglesia, en lo alto. Fue cuando alz6 los ojos y vio que San Pablo ‘Apéstol movia, como si fuera un mufieco de piezas ” ensambladas, uno de sus brazos. 2 Pate Brain Quiero que reciba mis dsculpas por escribir «sta carta, tanto tiempo después de mi partida de Crantock. Tengo ta seguridad de que Obispo to ha puesto al tanto de las razon pr las cuales me he r= tirade deta diss. Sospecko que el Setor me hand cargar con a misma cuz que a i madre, yey is puesto a acepiar ese destino. Padre Bear, le eso To ragjor. Mis oraciones estan con usted ‘Que Dios nos ayuce Padre Ramén Castille El padre Benjarnin doblé la carta, la guar- dé en al tiltimo cajén del escritorio, y lo cer6 Sergio Aguirre con llave. Todo lo referente al caso del padre Castillo ~ameritaba reserva, Sabia por el sefor obispo que en su familia hubo aniecedentes de enfermeded mental, aunque ‘munca, en todos sus afios en Crantock habia mostrado indicos de ello. Sin embargo, hacia dos aos se encerrs un dia en su habitacin, negindose a salir siquiera para dar misa. Y una semana més tarde, cuando arribé el Xinico coche de pasojeros que lleba hasta el pucblo, se fue. Desde entonces permanecia en una casa de descan- 0 de los padres Salesianos,en las sierras de Cérdoba ‘Muchas cosas se dijeron acerca de la abrupta partida del padre Castillo. Se habl6, incluso, de alguna relacién con otra huida del pueblo, en la misma épo- ca la de la sefiora Fogerty. Chismes de pueblo. El padre Benjamin, por expresa indicacién del obispo, se en= cargé de aclarar la razén de aquella conducta: un re- pentino problema de salud que suftiera el sacerdote. Y después, echar un manto de silencio sobre todo aquel asunt. EL padre Benjaruin se levant6 del escritorio y fue ala cocina a poner el agua para su té de la tarde, La csposa del doctor Finn le habia traido esa maiiana una tarla de manzanas y atin le quedaban galletas de jeng- bre de la sefiora Bean. Al parecer, una de las tradicio~ nes de Crantock era que, cada semana, una mujer del pueblo le acercara al sacerdote algiin dulce. Todas la ccumplian rigurosamente, rotando por turnos, @ excep cin de la sefiora Bean, que insista en traerle sus ga- letas casi en secreto, todas las semanas. Argumentaba que él era muy joven y delgado y debia alimentase bien 24 El misterio de Crantock para servir a Dios. La sefiora Bean no tenia muchas, amigas. que él supiera, y tema que sus atenciones pro~ vocasen algtin canflcto con las otras sefioras. Le expli- 6 que provenia de una farnilia muy humilde y que no cra su costumbre comer tantas confituras, pero €30 parecia entusiasmarla ain mas. Sentado a la mesa de la cocina pensaba en lo afortunado que habia sido al ser designado pérroco de Crantock. En la pared, justo frente a su vista, colgaba ‘un cuadro. Era la tnica pertenencia, con unas pocas ropas, que lo acompatiaba desde que habla dejado su «asa para ingresar al seminatio, La pintura representaba a un nifo y una nia a punto de cruzar un pequefio puente de madera, A sus espaldas, un angel extendia sus brazos en acttud protec= tora, Adelante, hacia la mitad del puente, podia apre- iarse que dos maderas estaba rotasy, por debajo, un. peligroso rio de aguas turbulentas, EI Angel de la Guatda “El te va a cuidar’ le haba dicho su madre cuant= do Jo acomodé en su pequefa valija, ‘porque 508 € Ihombre mas bueno del mundo’ Después ce lavar la taza y el plato y dejar la me~ sada perfectamentelimpia, mind el rel Eran las seis de Ja tarde, Esa noche, como todos los primeros viernes de cada mes, irfa a cenar a ‘Los Alerces a casa del se- for Crane, continuando una pequefia tradicién iniciada por dl padre Castillo, Jeremias Crane habia lamentado la partida del sacerdote, y la tinica vex que hablé del tema, mostré la prudencia de no ahondar demasiado 25 Sergio Aguire en la extraia manera en que se produjo. Al padre Ben- jamin le reconfortaba saber que si exista la piedad en- tre los hombres, que era posible no condescender a Ja malsana curiosidad por la vida del projimo. ‘Resul- ta penoso, padre” decia sefialando su profusa biblioteca, “que alguien necesiteespiar la vida del vecino, cuando Ja literatura nos ofrece tanias vidas interesantes”. Al padre ‘Benjamin le encantaba visita al seior Crane. Podia pasar= se horas escuchéndolo hablar de sus viajes, sus lecturas, su inteligente modo de percibir el mundo. Pero el ma- yor beneplécito del sacerdote era observar que, a pesar sultaba interesante observar la singular emocién que cjerca lo misterioso en la gente, y al mismo tiempo el rechazo que provocaba, especialmente en Crantock, cuando «0 parecia estar tan cerca, Todos sus afios en. Crantock le habian ensefiado que no era bueno perte- necer al grupo de los que perciben cosas extras ~Supersticiones ~sentencid Walter Crane aquella tarde, mientras mantentan una de sus tipicas discusio- nes, jugando ajerez sobre la mesa de mérmal dispues- ta en uno de los extremos del parque que circundaba “Los Alerces’ Uno de los productos de la ignorancia, Flix. -El hombre comin siempre se ha explicado lo que no entiende como puede, Walter, espiritus, ma- gia.. -el médico hizo una pausa mientras reflexiona~ boa sobre la jugada a seguir-. No sabemos mucho, 6a es la verdad, Cuando el hombre cree saber, la 8% Sexgio Aguirre naturaleza se encarga de decir: “Aqui hay otra causa, coculta? El mundo es un Iugar.. extrafo, El doctor Finn, que miraba el tablero, no perabié que Walter Crane habia desviado fugazmente la vista hhacia otro lugar, cuando murmurs: ~Cierto,, ~Y naturalmente ~prosiguié Finn, para alimentar la discusién-, ese tipo de cosas siempre acaba en el vvigjo asunto del bien y del mal. Es inevitable -dijo Crane con su seguridad habi- tual~ Son las categorias necesarias pare nuestra super- vvivencia. Seguimos siendo animales, después de todo. Ah en ese punto tengo mis dudas. Los animales son seres simples. Maravillosos, pero simples, La natu raleza humana, me terno, ¢s mucho més. oscura ~Oscura.. -repitié Crane, algo divertido, mientras movia una pieza~. Qué palabra més odiosa para un hombre de ciencia. ~Exacto, Por eso me interesa la botinica, la natu~ raleza en su estado puro, Atin podemos confiar en ella En cambio, tratindose del hombre... uno nunca sabe. A veces pienso que el hombre ha dejado de pertene- cer a la naturaleza, Walter, si es que alguna vez fue parte de ella. And. 2 a dénde pertenece, entonces? ~pregunts Crane, en tono irdnico. No lo sé. Probablemente a un lugar del que no conoceros mucho -¢l doctor Finn hizo un silencio, y on una sontisa agregé~ Si Benjamin estuviese aqui dlirfa que al cielo at Bl mistaro de Crantock Crane lanzé una carcajada: Me inclnaria por e infiero, a juzgar por lo que se lee en los diario. ~Quién sabe... A lo mejor estés en lo cierto. La historia se encargé de mostrarnos que aun los grandes, hombres han sido capaces de actos infernal. La expresion de Crane cambié ligeramente al es- ccuchar esto ultimo, Un recuerdo, como una sombra, ‘eruz6 por su mente en ese moment. Mi madre, que no tuvo oportunidad de estudiar historia, siempre repetia que..~antes de conctuir la fra se, el doctor Finn se detuvo al advertir que uno de sus alfles corria serio peligro No todas son fo que parece Fue en ese momento cuando vio acercarse al padre Benjamin Venia cargado de paquetes envueltos en celofén de colores. A los cuarenta afios el padre Benjamin se habla convertido en un hombre regordete y calvo, cu yo rostro parecia no haber envejecido, al igual que su sontisa pura y bondadosa. “iDoctor Finn! iQué alegria verlot ~y sin que le preguntase nada, afladié~: Aqui me ve, camino a la e5- cuela jen domingo! Los chicos han preparado uma ker- esse en beneficio de fa iglesia. io del rio que acta cerca de ali, con los afluentes que bajaban del Perimontu. Con la marcha, aquel sonido se hhacia més fuerte y claro. Se estaba acercando. Una so- la vez habia intentado legar hasta el nacimiento del ¥¥o, pero desde mucho antes la vegetacién se tomaba tan cerrada, el terreno tan accidentado, que le results imposible seguir avanzando. Sin embargo ahora, aquel sendero le permit aproximarse sin mayor dificultad, Por la intensidad que cobraba el ruido del agua, no se hallaba muy lejos. En eso pensaba cuando de pronto 1 bosque se sumié en un silencio absolute EI sonido del rio ces6 de escucharse repenti~ namente ¢Qué habla ocurride?, se preguntaba, atin sin sa- liz de su asombro, desorientado por aquel fenémeno, Era eso, una especie de fendmeno acistico? Algo vaci- lant, reanudé la marcha en aquella direccién. Of sus pasos, el sonido de su respiracién... No estaba sordo, Pocos metros mas adelante el sendero llegaba a su fin. Ant abajo estaba, debia estar, el ri. Se aproximé con extremo cuidado, y al asomarse por aquel barranco 90 El misterto de Crantock vio que la corriente de agua habia desaparecido. En el fondo de esa profunda cafada fluia un lento aeroyuelo, desplazéndose entre las piedras. Lo recorrié con a mi- rada siguiendo su curso cuartdo, en el mismo naciriento del to, creyé ver algo. Algo que no paredia natural eQué era? Permanecié de pe, sin sacar la vista de ese sitio, lamentand no haber Bevado su muna ote juramente habia permanecido oculto bajo la co- ihe de agua que oh era me prfuda No pod irse sin observar aquelio més de cerca. Sin pensarlo demasiado, se afirmd en algunas raices de arboles que sobresalian en esa pendiente que legaba hasta el i, y ‘comenz6 el descenso. Bajar por all era muy peigroso. Pero no le import. Hl cuerpo sin vida del doctor Finn fue descubierto por und nia que tba camino de la escuela, la mafia ra siguiente Estaba atascado enire las piedras, debajo dde un puente, Sdlo su rostro permanecia en la super- fick, con los ojos abiertos. La nifia, antes de acercarse, cey6 ver una mascara que flotaba en el rio. a1 Se aenuvieron un instante ante la puerta de hhierro, en la entrada del cementerio. Uno de los hombres la abri6, y apoyando levemente su ‘mano en la espalda del otto, lo condo hacia d interior AIK, tomaclos del brazo, avanzaron con paso cauteloso. Era una extrafa tarde de ‘octubre. El viento nore habia ternplado el cli- rma, ¥ aunque el sol ya estaba oculto tras los certos la luz del ceptisculo hacta que las flo- res depositadas sobre algunas de las turnbas ain irradiasen un color vivo ¢ intenso. Es por aqui -ijo uno, sefialando con el ‘brazo libre un seridero, innecesariamente, pues ‘su compaero era ciego. Sergio Aguirre Después de caminar por las calles de Crantod como cuando eran nitios, Victor le pidis a rable lo acompafiase al cementerio para visitar la tumba de su madre, Olivia Reyes habia fallecido hacia tres aftos Un leve malestar en el estémago, que ella insists en tratar con preparados a base de hierbas y hongos que recogia del bosque, acabé con su vida en dos dia sabero ella mista se haba envenenads. ___“Me dijo que conocia muy bien lo que estaba usan= do’ repetia su marido, atin incrédulo ante el cadaver de su esposa. Desde entonces Victor regresaba a Crantock Ju de neva ea vermis prolrgadon Tes grade en leyes habfa conseguido ingresar, gracias a una reco- rmendacién de Crane, a un estudio de Buenos Aires y rometia convertrse en wn joven y prestgioso abogado, "Hl ciego’ como lo larmaban sus colegas, demostraba una singular lucides para interpretar la ley, especialmente ‘aquellos pasajes donde se tomnaba oscura para los dems, No habia abandonado, sin embargo, su antigua pasién Por inventar historias. Gozaba ya de irta notoriedad es- cribiendo obras de teatro para nifis no videntes. Su amigo Pablo habia abia permanecido en Cran- tock, al frente de la farmacia que fue de su padre, y antes de su abuelo, Se casé con su primera novia, con quien tuvo un hijo, y esperaba, feliz el segundo, Ambos permanecieron en silencio frente a la tumba, Al acudieron a la memoria de Pablo fos tes ‘ecuerdos mis nifidos que conserva dela made de 4 El misirio de Crantock Leyéndoles, sentada en aquel banco debajo del cedro, en el patio de la casa Subienco las escaleras de la casa de Crane con el rostro demudado, cuando la lamaron el dia de aquel curnpleafos; ‘Acs recuerdo siempre le seguia el de la ira del sefior Crane al enterarse de las circunstancias de aquel zgolpe. Aunque Orson lo juraba, nadie creyé que habla sido un accidente YY la tltima imagen, aquella que si pudiera quita~ ria de su memoria: Ja madre de Victor girando la ca~ beza, sobresaltada, la tarde en que abrié por accidente la puerta del cuarto de la sefiora Reyes y la descubrié arrodillada en ef centro de lo que le parecié un cireulo de velas encendidas, rodeando simbolos extranos, pin- tndos en rojo, sabre el piso de la habitaci. Walter Crane habia sido uno de los temas de con versacién durante la caminata de esa tarde, cuando Pablo le conté las pocas novedades del pueblo. A propésito de la reciente incorporacién de Peter como secretario, y lo que ya parecta una suerte de reinado de los Crane en el municipio, le relaté un par de anécdotas que reflejaban la impresionante similitud de catécter entre ambos, a pesar de que no eran de la misma sangre. Se trataba de una observacién ya di- sica en Crantock, teniendo en cuenta la personalidad ‘del verdadero padre de Peter, muerto a causa del al- cohol hacia algunos aftos. Victor no dejaba de asom~ brarse por la insistencia de la gente en explicar el 9% Sagio Aguirre comportamiento de las personas a partir de la sangre ¥ asf fue como Pablo propuso el ejemplo opuestor el propio sobrino, Orson Crane, con su vida turbia y disipada ~Se dice que tuvo problemas con la ley ~difo, he- ciéndose eco de los rumores sobre una fuerte indinacién al juego, entre otros vicis. Victor perranecié en silencio, ~eQuién esté enterrado al lado? ~pregunté Vieion Pablo mirs la lépida que se hallaba a la derecha: ~Los MeNait, enterraron a los dos juntos. ~éLos McNair murieron? ~El aio pasado. Primero él, y ella a los pocos ‘meses ~y agregs, con curiosidad-. dPor qué querés sa- bber a quign enterraron al lado de tu mamé? ~Por nada en especial. Me acuerdo de un cuen to que escribs hace unos meses, de muertos que son. vecinos. Vecinos de tumba Pablo sonrié. Otra vex Victor con sus historias. =€Y de qué se trata? ~De unos vecinos que se odiaban, Después de que ambos creyeran que la muerte, al fin, Jos Iibraria dela presencia del otro tuvieron la mala suerte de que Jos enterraran en tumbas contiguas. ¥ quedan conde nados a permanecer juntos, para continuar odisndose bajo la terra, cada uno como tnica compafia del otro, en la eterna oscuridad.. ~Divertido, Como se llama? El Inferno’ 9% EL misterio de Crantock De pronto Pablo, que ahora miraba el espacio va- clo que seguia a la tumba de los MeNait, sot una rsa Espero entonces que ninguno de los Ferraz sea enterrado aqui, junto a los McNair. dor qué? ~preguni6 Victor, intrigado Huo una pelea. algo que dio que hablar por tunos dias en el pueblo, ~AUna pelea? Bllos eran vecinos...Unos meses antes de mori, ‘MeNair denuncié que los Ferraz se habian metido en. su casa, Decta que los habia escuchado en el techo un par de noches, robindole las tejas. ‘Victor echo Jevemente la cabeza hacia até, algo sorprendido: “EY eso era certo? ~Por supuesto que no. La historia viene de antes. Los Ferraz le habian propuesto comprare te granja para cuando MeNair ya no pudiera trabajarla Siempre quisieron esa propiedad. El viejo McNair lo sabia, y 680 no lo dejaba tranquilo, Era un hombre obsesi nado con su granja, de los que mantienen todo or- denado, limpio, como recién pintado... Los Ferraz, en cambio, nunca fueron gente cuidadosa. ¥ era la pe- sadila de MeNair: que su granja cayera en manos de Jos Ferraz. Cuando el comisario fue a inspeccionar en- contré todo en su sito. Parecfa una locura del viejo Sin embargo la sefora McNair también habia ofdo ruidos en el techo. ~ZElla también? ~de pronto Victor se mostraba interesado. ” Sergio Aguirre “St. Al poco tiempo McNair hizo otra denunca esta vez los acusaba de haber cambiado el vidrio de tuna ventana del galpén, que se habia roto al quedar__ abierta un dia de mucho viento. Como MeNair ya ne Podla levantarse de a cama, el video continus ast por un tiempo, Una mafiana la mujer le djo que alguien fo hrabia.cambiado. Se puso furioso. Los Ferraz aseguraban, que ellos no habjan tocado nada. Fueron una tarde, incluso, para hablar con él y aclarar las cosas. Pero el viejo, como pudo, se levanté dela cama, abri la puer= ‘a. ¥ a punta de escopeta les dio que no los queria ver Por ah nunca mas. ~

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