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La Bruja Baba Yaga

Aleksandr Afanásiev

textos.info
Biblioteca digital abierta

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Texto núm. 1083

Título: La Bruja Baba Yaga


Autor: Aleksandr Afanásiev
Etiquetas: Cuento infantil

Editor: Edu Robsy


Fecha de creación: 15 de agosto de 2016

Edita textos.info

Maison Carrée
c/ Ramal, 48
07730 Alayor - Menorca
Islas Baleares
España

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La Bruja Baba Yaga
Vivía en otros tiempos un comerciante con su mujer; un día ésta se murió,
dejándole una hija. Al poco tiempo el viudo se casó con otra mujer, que,
envidiosa de su hijastra, la maltrataba y buscaba el modo de librarse de
ella.

Aprovechando la ocasión de que el padre tuvo que hacer un viaje, la


madrastra le dijo a la muchacha:

—Ve a ver a mi hermana y pídele que te dé una aguja y un poco de hilo


para que te cosas una camisa.

La hermana de la madrastra era una bruja, y como la muchacha era lista,


decidió ir primero a pedir consejo a otra tía suya, hermana de su padre.

—Buenos días, tiíta.

—Muy buenos, sobrina querida. ¿A qué vienes?

—Mi madrastra me ha dicho que vaya a pedir a su hermana una aguja e


hilo, para que me cosa una camisa.

—Acuérdate bien —le dijo entonces la tía— de que un álamo blanco


querrá arañarte la cara: tú átale las ramas con una cinta. Las puertas de
una cancela rechinarán y se cerrarán con estrépito para no dejarte pasar;
tú úntale los goznes con aceite. Los perros te querrán despedazar; tírales
un poco de pan. Un gato feroz estará encargado de arañarte y sacarte los
ojos; dale un pedazo de jamón.

La chica se despidió, cogió un poco de pan, aceite y jamón y una cinta, se


puso a andar en busca de la bruja y finalmente llegó.

Entró en la cabaña, en la cual estaba sentada la bruja Baba—Yaga sobre


sus piernas huesosas, ocupada en tejer.

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—Buenos días, tía.

—¿A qué vienes, sobrina?

—Mi madre me ha mandado que venga a pedirte una aguja e hilo para
coserme una camisa.

—Está bien. En tanto que lo busco, siéntate y ponte a tejer.

Mientras la sobrina estaba tejiendo, la bruja salió de la habitación, llamó a


su criada y le dijo:

—Date prisa, calienta el baño y lava bien a mi sobrina, porque me la voy a


comer.

La pobre muchacha se quedó medio muerta de miedo, y cuando la bruja


se marchó, dijo a la criada:

—No quemes mucha leña, querida; mejor es que eches agua al fuego y
lleves el agua al baño con un colador.

Y diciéndole esto, le regaló un pañuelo.

Baba—Yaga, impaciente, se acercó a la ventana donde trabajaba la chica


y le preguntó a ésta:

—¿Estás tejiendo, sobrinita?

—Sí, tiíta, estoy trabajando.

La bruja se alejó de la cabaña, y la muchacha, aprovechando aquel


momento, le dio al gato un pedazo de jamón y le preguntó cómo podría
escaparse de allí. El gato le dijo:

—Sobre la mesa hay una toalla y un peine: cógelos y echa a correr lo más
de prisa que puedas, porque la bruja Baba—Yaga correrá tras de ti para
cogerte; de cuando en cuando échate al suelo y arrima a él tu oreja;
cuando oigas que está ya cerca, tira al suelo la toalla, que se transformará
en un río muy ancho. Si la bruja se tira al agua y lo pasa a nado, tú habrás
ganado delantera. Cuando oigas en el suelo que no está lejos de ti, tira el
peine, que se transformará en un espeso bosque, a través del cual la bruja
no podrá pasar.

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La muchacha cogió la toalla y el peine y se puso a correr. Los perros
quisieron despedazarla, pero les tiró un trozo de pan; las puertas de una
cancela rechinaron y se cerraron de golpe, pero la muchacha untó los
goznes con aceite, y las puertas se abrieron de par en par. Más allá, un
álamo blanco quiso arañarle la cara; entonces ató las ramas con una cinta
y pudo pasar.

El gato se sentó al telar y quiso tejer; pero no hacía más que enredar los
hilos. La bruja, acercándose a la ventana, preguntó:

—¿Estás tejiendo, sobrinita? ¿Estás tejiendo, querida?

—Sí, tía, estoy tejiendo —respondió con voz ronca el gato.

Baba—Yaga entró en la cabaña, y viendo que la chica no estaba y que el


gato la había engañado, se puso a pegarle, diciéndole:

—¡Ah viejo goloso! ¿Por qué has dejado escapar a mi sobrina? ¡Tu
obligación era quitarle los ojos y arañarle la cara!

—Llevo mucho tiempo a tu servicio —dijo el gato— y todavía no me has


dado ni siquiera un huesecito, y ella me ha dado un pedazo de jamón.

Baba—Yaga se enfadó con los perros, con la cancela, con el álamo y con
la criada y se puso a pegar a todos.

Los perros le dijeron:

—Te hemos servido muchos años sin que tú nos hayas dado ni siquiera
una corteza dura de pan quemado, y ella nos ha regalado con pan fresco.

La cancela dijo:

—Te he servido mucho tiempo sin que a pesar de mis chirridos me hayas
engrasado con sebo, y ella me ha untado los goznes con aceite.

El álamo dijo:

—Te he servido mucho tiempo, sin que me hayas regalado ni siquiera un


hilo, y ella me ha engalanado con una cinta.

La criada exclamó:

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—Te he servido mucho tiempo, sin que me hayas dado ni siquiera un
trapo, y ella me ha regalado un pañuelo.

Baba—Yaga se apresuró a sentarse en el mortero; arreándole con el mazo


y barriendo con la escoba sus huellas, salió en persecución de la
muchacha. Ésta arrimó su oído al suelo para escuchar y oyó acercarse a
la bruja. Entonces tiró al suelo la toalla, y al instante se formó un río muy
ancho.

Baba—Yaga llegó a la orilla, y viendo el obstáculo que se le interponía en


su camino, rechinó los dientes de rabia, volvió a su cabaña, reunió a todos
sus bueyes y los llevó al río: los animales bebieron toda el agua y la bruja
continuó la persecución de la muchacha.

Ésta arrimó otra vez su oído al suelo y oyó que Baba—Yaga estaba ya
muy cerca: tiró al suelo el peine y se transformó en un bosque espesísimo
y frondoso.

La bruja se puso a roer los troncos de los árboles para abrirse paso; pero a
pesar de todos sus esfuerzos no lo consiguió, y tuvo que volverse furiosa a
su cabaña.

Entretanto, el comerciante volvió a casa y preguntó a su mujer.

—¿Dónde está mi hijita querida?

—Ha ido a ver a su tía —contestó la madrastra.

Al poco rato, con gran sorpresa de la madrastra, regresó la niña.

—¿Dónde has estado? —le preguntó el padre.

—¡Oh padre mío! Mi madre me ha mandado a casa de su hermana a


pedirle una aguja con hilo para coserme una camisa, y resulta que la tía es
la mismísima bruja Baba—Yaga, que quiso comerme.

—¿Cómo has podido escapar de ella, hijita?

Entonces la niña le contó todo lo sucedido.

Cuando el comerciante se enteró de la maldad de su mujer, la echó de su

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casa y se quedó con su hija.

Los dos vivieron en paz muchos años felices.

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Aleksandr Afanásiev

Aleksandr Nikoláyevich Afanásiev (????????? ?????????? ?????????;


Boguchar, Vorónezh, 29 de junio - Moscú, 11 de octubre) fue el mayor de
los folcloristas rusos de la época, y el primero en editar volúmenes de
cuentos de tradición eslava que se habían perdido a lo largo de los siglos.

Afanásiev tuvo que realizar un duro trabajo de recopilación, ya que los


cuentos eslavos, al igual que los celtas irlandeses, no se dejaron por
escrito, eran exclusivamente de tradición oral. Hecho agravado por las

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reformas del zar Pedro I el Grande, que dejó de lado la Rusia tradicional
ortodoxo-eslava para introducir en las frías estepas el código de vida
europeo. Los boyardos fueron sustituidos por los duques y marqueses y el
lenguaje ruso se vio reducido a las clases media-baja de la sociedad rusa,
pasando la nobleza a hablar en francés.

Fue educado en Vorónezh y cursó estudios de derecho en la Universidad


de Moscú, donde descubrió a los escritores Konstantín Kavelin y Timoféi
Granovski. Su primer trabajo fue el de profesor de historia antigua, pero
fue despedido por una falsa acusación de Sergéi Uvárov, otro escritor de
la época.

Fue entonces cuando dedicó su vida al periodismo, escribiendo sus


artículos sobre los principales escritores rusos del siglo pasado, algunos
nombres tan célebres como Nikolái Novikov, Denís Fonvizin y Antioj
Kantemir.

Fue en 1850 cuando Afanásiev se dedicó enteramente a su pasión de


folclorista de la llamada Vieja Rusia, recorrió provincias enteras obteniendo
relatos de todas partes de Moscovia. Sus primeros artículos causaron gran
impresión en la escuela mitológica rusa de aquella época. Sus principales
fuentes fueron los cuentos de la Sociedad Geográfica de Rusia y algunas
contribuciones de Vladímir Dal.

Afanásiev murió pobre, desahauciado en Rusia. Sus obras no fueron


publicadas allí debido a su amistad con Herzen. Murió de tuberculosis,
obligado a vender su librería personal a la edad de 45 años.

La obra de Afanásiev consta de un total de 680 cuentos tradicionales rusos


recogidos en ocho volúmenes que realizó de 1855 a 1863, algunos tan
conocidos como Basilisa la Hermosa, La leyenda de Márya Morevna o El
soldado y la muerte.

Sus principales artículos periodísticos mitológicos fueron "Los brujos y las


brujas", "Exorcismo eslavo" (Sortilegio eslavo) y "Leyendas paganas
acerca de la isla Buyán".

Realizó importantes estudios como historiador e investigador literario como


el Domovói (1850), Concepciones poéticas de los eslavos sobre la
naturaleza,su trabajo fundamental en 3 volúmenes que realizó de 1865 a
1869, e Historia de los cosacos (1871).

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Fue miembro de la Academia de Geografía rusa desde 1852. Esta
organización fue la impulsora de la publicación de sus volúmenes de
cuentos.

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