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Seminario
El tiempo de la adolescencia
Su clínica
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Dictado por
Estela Gurman

Clase 6

LA CLÍNICA CON ADOLESCENTES. ALGUNAS CUESTIONES EN TORNO A


LA TRANSFERENCIA

La primera pregunta que surge, no tiene nada de original pero es pertinente: la clínica con
adolescentes ¿tiene alguna especificidad?.
El hecho mismo de haber desarrollado este seminario, al menos para mi guarda una
respuesta afirmativa,pero agregando que especificidad no implica especialidad o
especialización. Si implica poder pensar en cuales son los movimientos propios de este
tiempo y que consecuencias tiene para la practica clínica.
El hecho más evidente surge de lo que comparten los tratamientos de adolescentes con los
tratamientos de niños y de otras situaciones donde no necesariamente la demanda y/o el
pedido dirigido al analista proviene del propio sujeto. A estos tratamientos suele
incluírselos bajo la etiqueta de tratamientos por encargo. Dos de los historiales freudianos
dan cuenta de ello: uno, el historial de Dora y el otro, el de la llamada Joven homosexual.
Precisamente en este ultimo, Freud se ocupa de describir cuales son las condiciones
necesarias para que se pueda llevar a cabo un tratamiento psicoanalítico en regla, y como
precisa y paradojalmente ese caso (podemos ampliarlo al de Dora) no reúne esas
condiciones. Los que y sufren se interrogan en principio, parecen ser los, o uno de los
padres, preocupados por algún síntoma o conducta problemática de esas jóvenes. Por otra
parte esta diferencia entre presencia de síntoma o cuestiones otras que pueden incluir
conductas perturbadas o perturbadoras, señala también una diferencia importante en cuanto
a la presentación.
Volvamos ahora a la primera cuestión: ¿qué ocurre cuando no es el adolescente quien
consulta sino sus padres y/o otros adultos pre-ocupados por el mismo?. Esto no es
infrecuente, por el contrario, aunque tampoco se trata de excluir de nuestras
consideraciones aquellos casos en que el adolescente mismo solicita ayuda.
De uno u otro modo, creo que vale aquí señalar que eso que llamamos adolescencia es un
proceso que incluye no solo a aquel que parece sufrirla en carne propia, sino que
compromete a todo el grupo familiar. No entro por ahora en cuestiones relacionadas con la
participación en dicho proceso de otras instituciones afectadas por el hecho de tener algún
vinculo o relación con la adolescencia. Sin embargo no quiero dejar de señalar algo que
llama la atención, que es la preocupación actual a nivel social respecto a los jóvenes,
preocupación en la que muchas veces nos encontramos con que se los ubica o se trata de
encarnar en ellos, todo aquello incomprendido o perturbador de los fenómenos de la
cultura, como si fuesen “ellos” sus protagonistas privilegiados. Se les atribuye afecciones,
patologías, transgresiones, etc, como si fueran (reitero el como si) parte de la esencia del ser
adolescente. Confundiéndose así las causas no descifradas del malestar social, con las
expresiones o conductas de quienes no son su causa sino en todo caso sufren los efectos de
un malestar que los toma.
Volviendo entonces al ámbito mas recortado del grupo familiar, sin especificar aquí la
amplitud o estrechez para definirlo, sino pensándolo en cuanto a estructura de relaciones
que marcan ciertos tipos de intercambio, digo entonces que la adolescencia implica una
movilización que los incluye y por lo tanto una consulta que proviene de padres
preocupados o angustiados por el hijo/a adolescente, los implica no solo como informantes
sino formando parte de una trama inconsciente de determinaciones, en la que algo estalla
con la adolescencia del hijo/a.
Por lo tanto el primer paso en este tipo de consultas es el de poder ubicar que se anuda en
esa queja y que lugar ocupa él o la adolescente en relación a esa queja o preocupación.
No necesariamente lo que preocupa o perturba a quienes consultan coincide con lo que
puede ser la preocupación o sufrimiento (en el caso que se de) de aquel o aquella por quien
se pide.
Me extenderé un poco mas acerca del lugar que suelen agrupar los padres en la consulta por
el adolescente, ya que suele resulta ser el primer obstáculo o punto de dificultad a atravesar.
Si ubicamos con Freud, como tarea fundamental del joven adolescente emprender eso que
designa como desasimiento, no es sin la contrapartida que implica para los padres el poder
“dejar ir” a aquel. ¿ Me podes dejar ir?, esta podría ser la pregunta central que atornilla el
conflicto. Y no se trata simplemente de lo que se da a leer bajo las diversas quejas respecto
a salidas, horarios, respecto de tareas y obligaciones etc. Sino algo mucho más radical,
aceptar la “otredad”, lo que ya no es mas parte de una cierta mismidad acordada. Lo que
rompe el espejo tanto para uno (el joven) como para los otros (los padres). Es la instalación
de la extranjeridad en el ámbito de lo familiar, aquello que Freud denomino “unheimlich”.
Poder registrar que de eso se juega cuando los padres consultan, no es tarea menor. Si lo
extraño toma forma de síntoma y de síntoma que compromete o hace sentir implicado al
adolescente, estaremos quizás en mejores condiciones para poder iniciar un trabajo
analítico, aunque no necesariamente sea suficiente, así como tampoco necesariamente sea
lo que observemos con mayor frecuencia en nuestra clínica.
Ahora quisiera comenzar a introducir una de las cuestiones que van a conformar parte de
las dificultades para quien ocupe el lugar de analista. A diferencia de lo que ocurre con un
niño que aun en ciertas situaciones complejas, tendera a aceptar aunque sea a
regañadientes, y rebeliones mediante, la decisión parental, en el caso del adolescente esto
será mucho más improbable, y diría que si pasivamente acepta y se entrega sin mas,
debería esto ser para nosotros motivo de preocupación.
La consulta, la elección de terapeuta, etc, podrán alimentar aun más la confrontación,
necesaria por otra parte, y la posible construcción de un lazo transferencial, estará teñido
por el lugar que ocupen esos padres en relación al analista. Dicho de otro modo, si en el
análisis con niños, la transferencia de los padres es una condición de posibilidad para que
haya análisis del niño, esto no rige de igual forma para el adolescente. En la medida que
para este, la destitución de cierto lugar que ocupan los adultos se hace necesaria, como
poder reunir entonces esa posición, con la necesaria instauración de la posición
transferencial que de inicio requiere de un cierto amor hacia ese Otro al que se le supone un
cierto saber. Cuestión compleja si por otra parte esa delegación de saber proviene de
aquellos a los que se esta en proceso de destituir de tal lugar, la cuestión no es nada fácil.
Habíamos dicho también que no siempre la consulta por un adolescente implica la
presencia de síntomas tal como el psicoanálisis lo entiende. Muchas veces la cuestión se
centra en quejas o preocupaciones por el hacer o el no hacer, por todo aquello que se define
en el plano de las conductas y de la acción (o de su inhibición) que confrontan a los padres
con un no saber que hacer. ¿Deberían saber? ¿de que saber se trata?. ¿O es justamente la
puesta en acto de un saber que cae?.
También habíamos señalado que en los últimos tiempos se ha producido una suerte de
exacerbación en cuanto a la preocupación por lo que hacen o dejan de hacer los
adolescentes. Riesgos, peligros, patologías que parecen salirse de lo esperable, actings,
pasajes al acto, “bordes” quien sabe de que, etc.
Lo que es indudable es que existe una cierta tendencia a lo mostrativo y la recepción de esa
mostracion suele ser la alarma. Poder verdaderamente diferenciar la gravedad o no de
muchas de esas presentaciones, no siempre es sencillo. No queda otra que el cada vez y el
uno por uno que puedan aportar alguna idea. Lo que si es importante señalar es que ni la
alarma, ni la universalización del problema que suelen conducir irremediablemente a la
psiquiatrizacion pueden ser el mejor abordaje. Toda categorización que borre la
singularidad apunta precisamente (aunque no dando en el blanco, sino errando) al punto
neurálgico en que el adolescente se debate, como decía uno de ellos: “como hacer para ser
yo mismo”. Cuestión imaginaria que puede sostenerse si algo de lo simbólico le presta
apoyatura, por ejemplo si algo del orden de un ideal entra en juego. No así, si la respuesta
que le viene del Otro es una nominación falaz tal como: es un borderline, es una adicta, es
anoréxica, etc. Formas en que toda formulación del interrogante acerca del ser, queda
coagulada en una respuesta lapidaria. Allí todo posibilidad de emergencia de sujeto queda
anulada en una objetalizacion que podríamos definir como superyóica--- sos eso --- lo que
yo digo que sos--- y nada mas que eso.
Ante la vacilación fantasmatica que el movimiento producido a partir de la pubertad
suscito, rompiendo con alguna consistencia minimamente lograda hasta ese momento,
dado que dicha vacilación pone en cuestión el lugar de sujeto, el otorgamiento de alguna
consistencia de ser, aun la de un encuadramiento psicopàtologico puede llegar a ser
apaciguador aunque lo sea con un alto costo. Lo que seria totalmente inadecuado es que el
analista respondiera reforzando esa consistencia. Consistencia imaginaria que muy bien
puede estar siendo demandada por los padres, como modo de hacerse de un cierto saber que
les quite la inquietud de la incerteza. O que al modo del pedido del padre de la Joven
homosexual solicite un “póngamela en el buen camino”, creyendo así poder arreglar lo
desarreglado.
Si este tipo de cuestión, y valga la redundancia, no es puesta en cuestión, bien puede ocurrir
que se repita el destino sufrido por Freud tanto con Dora como con la joven de su historial.
Cuestión esta que nos lleva al punto nodal de pensar los efectos de la transferencia y a lo
ineludible de ubicarla como eje del trabajo analítico.
Planteadas algunas cuestiones que podríamos definir como preliminares, aunque no dejen
de insistir mas allá de los tiempos iniciales de un proceso de cura, si nos abocamos ahora al
curso de instalación de la transferencia en los tiempos de la adolescencia, podríamos
intentar ver que elementos pueden jugar como singulares o distinguiéndose de otras
situaciones.
Volvemos entonces al punto donde ubicada la demanda en el adolescente, este concurre con
alguna pregunta o quizás sin ella. Si, delimitado al menos un mínimo de participación en
esa cuestión que aqueja a otros (sus padres) o a alguna otra cosa que le haga cuestión.
Nuevamente hago un paréntesis aquí para aclarar que todo lo precedente bien puede
ubicarse en el trabajo preliminar a una posible entrada en análisis. De todas maneras no hay
tiempo pre-visto para ese trabajo preliminar y no es sin que algo de la transferencia
comience a desarrollarse.
En algún momento anterior señale que la presencia de síntoma/s , en el sentido
psicoanalítico del termino, puede ser auspicioso en tanto mueve alguna interrogación, por
ejemplo: ¿por qué me pasa esto?. Y además, por que en tanto expresión de un goce sexual,
tal como Freud lo ha definido, como modos de goce del neurótico, puede abrir a esa
instancia de la transferencia que Lacan define como puesta en acto del inconsciente en tanto
sexual. Lo abre en tanto pueda hacerse síntoma en transferencia o dicho al modo de Freud
en tanto se instale esa nueva enfermedad que es la neurosis de transferencia.
Cabe recordar que el síntoma como formación de compromiso muestra a su vez dos caras,
una de las cuales puede ser dada a leer como apelación a un Otro que escuche lo que en ese
síntoma se juega. Es decir el síntoma esta dirigido. El ejemplo quizás más elocuente podría
ser (ya que en la adolescencia suele jugar un lugar importante) el síntoma fóbico. Allí
donde lo que se abre en el síntoma es la solicitación a un corte no realizado o realizado
parcialmente de la situación incestuosa. Bajo la forma de angustia de castración se insinúa
lo no logrado en cuanto desligamiento del objeto edipico y la angustia concomitante a
quedar atrapado/a o devorado/a por el mismo.
En esta vertiente la presencia de la fobia si puede servir para llamar a ser escuchada por un
analista, puede paradojalmente resultar propiciatoria.
Una forma habitual de presentación en la adolescencia es aquella que se da bajo la forma de
proliferación de actings, lo que nos podría llevar a preguntarnos si no son esos, los actings-
outs, los síntomas por excelencia en la adolescencia.
Recordemos que una de las formas de pensar el acting-out, es pensarlo como una
transferencia salvaje, transferencia sin análisis. Forma mostrativa por excelencia que
convoca a un Otro, en este caso al analista si lo hay, a una posible interpretación que no por
correcta deja de insistir como fallida. Pero a caso ¿el adolescente no es un buscador por
excelencia de la falla en el Otro?. Otro que ubicado en el analista, atribución que realiza el
adolescente, puede pasar a encarnar al decir de Jean J. Rassial al Adulto.
Por lo tanto necesaria búsqueda de desafio al mismo, e intento de destituirlo de un lugar de
supuesto saber. Intento de destitución que puede llegar a instalarse paradojalmente al
comienzo de un análisis y no al final como suele esperarse en cualquier otro análisis. En
este sentido creo importante señalar que cierta posición de desconfianza no debe precipitar
al analista a ninguna definición psicopatologica sacada del manual de definiciones.
Actings-outs y pasajes al acto, meollo del temor a tomar adolescentes en análisis. Pero
¿podría ser de otra manera?. Si el marco que presta el fantasma vacila, la necesariedad de
montar alguna escena donde algo del sujeto pueda alojarse, necesariamente se motoriza.
Precisamente cuando ni un precario montaje fantasmatico puede sostenerse, nos
enfrentamos al riesgo del pasaje al acto. Con esto no concluimos que todo pasaje al acto
implica riesgo o peligro mayores, también el abandono de un análisis puede serlo y no
siempre lo es para peor. Se trata en todo caso si hay alguien allí, tanto en el caso del acting
out como del pasaje al acto que pueda sostener la situación. Como podría decir Winnicott
alguien que no se rompa, que no se destruya aun y a pesar de la vertiente destructiva de esa
acción.
En este sentido podría decirse que el análisis con adolescentes requiere ciertas cualidades
por parte del analista, entre otras el de no perder rápidamente la paciencia.
Tato Pavlovsky, psicoanalista y psicodramatista con amplia experiencia en el trabajo con
grupos de adolescentes, en una suerte de decálogo para quienes trabajan con adolescentes,
ubica en un lugar privilegiado el sentido del humor. Si recordamos que el humor es una de
las formas más sutiles de transgresión a la ley superyóica, esto se nos hace más
comprensible. Nada peor que actitudes superyoicas frente a un adolescente que de eso ya
tiene bastante, aunque las apariencias engañen y se presente como un hábil transgresor.
Ciertas ideas que tuvieron vigencia en épocas pasadas, de un respeto rígido al llamado
encuadre analítico (honorarios, horarios, etc) no eran sino expresiones de una concepción
superyóica del psicoanálisis en su vertiente formalizante. Tampoco este planteo debe
inducirnos a otro deslizamiento posible y nada infrecuente, que es la posición seductora y
aquisciente que no hacen sino encubrir la fragilidad de la posición del analista. Si señalo
estas cuestiones es por que pienso que suelen ser tentaciones de respuesta producidas en
parte como efecto de la singular posición adolescente.
Si la tarea que debe llevar a cabo el adolescente hace a ese desasimiento freudiano que ya
mencionamos, podemos pensar que la dirección de la cura no es extraña a esa suerte de
acompañamiento en la tarea de despegue y separación a realizarse.
En este sentido todo aquello que pueda incrementar aspectos regresivos e intensificar la
dependencia en que se debate, irían contra la dirección necesaria.
En diálogos compartidos con otros colegas, nos hemos encontrado contándonos de aquello
acontecido muchas veces, que es el ir y venir del adolescente. Poder dejarlo alejarse,
habilita a que pueda volver. No se trataría de forzar una continuidad que se les torna
muchas veces encerrante.
Si bien la adolescencia como segundo tiempo de la sexualidad, efectúa una segunda vuelta
a lo inacabado de la estructuración en la infancia, tampoco podemos pensar que se produce
un cierre o un acabamiento, por lo tanto cabe preguntarse si se puede pensar un final de
análisis como suele pensárselo para los llamados analizantes adultos.
Creo que si debe operarse algo de este llamado desasimiento ( o por que no, segunda vuelta
de una operación de separación), pero que este no es sin esos avatares que señale de idas y
vueltas, tanto en un sentido practico (dejar el análisis por un tiempo,volver... o no) como en
un sentido otro que es el de las idas y vueltas que la vida misma propone en las cuales algo
de ese análisis se pondrá a prueba.

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