You are on page 1of 7
FEDERICO GARCIA LORCA OBRAS COMPLETAS IIE Prosa Edicion de Miguel Garcia Posada GALAXIA GUTENBERG cfRCULO DE LEcTORES musa de Gonzalo de Bercco y el angel del Arcips de Hita se han de apartar para dejar paso a Jorge Mat {que cuando llega herido de muerte a las puertas del ca de Belmonte, La musa de Gregorio Hemandez ye] angel José de Mora han de alejarse para que cruce ef duende Hora lagrimas de sangre de Mena, y el duende con cal de toro asitio de Martinez Montafés; como la melancéli ‘musa de Cataluia y el ngel mojado de Galicia han de mi con amoroso asombro, al ditende de Castilla, tan lejos pan caliente y de la duleisima vaca, que pasa con normas, cielo barrido y tierra seca. Duende de Quevedo y duende de Cervantes, con verdes a rmonas de fisforo el uno y flores de yeso de Ruidera el of coronan el retablo del duende de Espaia. Cada arte tiene, como es natural, un duende de moda forma distinta, pero todos unen sus raices en un punto, donde manan los sonidos negros de Manuel Torres, mat tilkima y fondo comin incontrolable y estremecido, de son, tela, y vocablo. Sonidos negros deteés de los cuales estén ya en tierna ‘ida los volcanes, las hormigas, los céfiros, y la gran n apretindose la cintura con la Via Lactea. Sefioras y sefiores: He levantado tres afcos, y con mano: he puesto en ellos a la musa, al ngel y al duende. ‘La musa permanece quieta; puede tener Ia tinica de peqh fios pliegues o los ojos de vaca que miran en Pompeya, o| harizota de cuatro catas con que su gan amigo Picasso la pintado, El angel puede agitar cabellos de Antonello de Me sina, tinica de Lippi, y violin de Massolino o de Roussea El duende... Dénde esti el duende? Por el atco vacio un aire mental que sopla con insistencia sobre las cabeza los muertos, en busca de nuevos paisajes y acentos ignorat tun aire con olor de saliva de nino, de hierba machac velo de medusa, que anuncia el constante bautizo de las recign creadas. Conroe {Un poeta en Nueva York] Seitoras y seflores: Siempre que hablo ante mucha gente me parece que me he «quivoeado de puerta. Unas manos amigas me ban empulada y me encuentro aqui. La mitad de la gente va perdida entre te- Jones, arboles pintados y fuentes de hojalata y, cuando creen encontrar su cuarto 0 circulo de ribio sol, se encuentran con luo caiman que los traga 0... con el piiblice como yo en este momento. Y hoy no tengo mas especticulo que una poesia amwarga, pero viva, que creo podra abrir sus ojos a fuerza de latigazos que yo le dé. He dicho «un poeta en Nueva York» y he debido. decir Nueva York en un poeta». Un poeta que soy yo. Lisa y lla- rhamemte; que no tengo ingenio ni talento pero que logro es- ‘caparme por un bise! turbio de este espejo del dia, a veces an- ‘es que muchos nifios. Un poeta que viene a esta sala y quiere hacerse la ilusiGn de que esta en su cuarto y que vosotros... ustedes sois mis amigos, que no hay poesia escrita sin ojos es clavos del verso oscuro ni poesia hablada sin orejas deciles, orejas amigas donde la palabra que mana lleve por ellas san sre a los labios o eielo ala frente del quie oye. De todos modos hay que ser claro. Yo no vengo hey para ‘ntrerener a ustedes. Ni quiero, ni me importa, ni me da la prana. Mas bien he venido a luchar. A luchar cuerpo a cuer- o con una masa tranquila porque lo que voy a hacer no es hina conferencia, es una lectura de poesias, carne mia, ale- via mia sentimiento mio, y yo necesito defenderme de este enorme dragon que tengo delante, que me puede comer con sus trescientos bostezos de sus trescientas caberas defrau- ddadas. Y ésta es la lucha; porque yo quiero con vehemencia comunicarme con vosotros ya que he vei aqui, ya qu tico y no quiero daros miel, porque no tengo, Oy ya que estoy Fg0 silencio poe salgo por un instante de mi 164 rn cicuta o agua salada. Lucha euerpo a cuerpo en la cual ni me importa ser veneido. ‘Convengamos en que una de las actitudes mas hermosas del hombre es la actitud de san Sebastin, ~ AST pues, antes de leer en voz alta y delante de muchas cria- tras unos poemas, lo primero que hay que hacer es pedir aya- da al duende, que es la Gnica manera de que todos se ente- ren sitvayuda de intligencia ni aparato extio, salvando de modo instanténeo la dificil comprension de la metafora y c zando, con la misma velocidad que la vor, cl disciio __del poema. Porque la calidad de una poesfa de un poeta no se ‘Puede apreciar nunca ala primera lectura, y mis esta clase de poemas que voy a leer que, por estar lenos de hechos poéti= os dentro exclusivamente de una logica lirica y trabados tus pidamente sobre el sentimiento humano y la arquitectura del poema, no son aptos para ser comprendidos ripidamente sin Ja ayuda cordial del duende. De tados modos, yo, como hombre y como poeta, tengo una ‘gran capa pluvial, la capa del «ti tienes la culpa, que cuelgo sobre los hombros de todo el que viene a pedirme explicacios nes a mi, a mi que no puedo explicar nada sino halbucteelfae- ‘Bo que me quema No 08 voy a decir lo que es Nueva York por fitera, porque, juntamente con Moseti, son las dos ciudades antagénicas so- bre las cuales se vierte ahora un rio de libros descriptivoss ni voy a narrar un viaje, pero si mi reaccién lirica e ceridad y sencillez;sinceridad y seneille difcilisimas a los ine telectuales pero ficil al poeta. Para venir aqui he vencide ya, mi pudor postico. Los dos elementos que el viajero capta en la gran ciudad) son: atquitectara extrahumana y ritmo furioso. Geomesria y angustia. Fn una primera ojead, el ritmo puede parecer ale aria, pero cuando se observa el mecanismo dela vida social y In esclavitud dolorosa de hombre y maquina juntos, se co prende aquellatipica angustia vacia que hace perdonable, por, evasion, hasta el erimen y el handidaje. fee 65 Las aristas suben al cielo sin voluntad de nube ni voluntad de gloria. Las aristas g6ticas manan del corazén de los viejos Iuertos enterrados; éstas ascienden frias con una belleza sin ‘niees ni ansia final, torpemente seguras, sin lograr vencer y superar, como en Ia arquitectura espiitual sucede, la inten- ‘ion siempre inferior del arquitecto, Nada mas poetico y terri ble que la lucha de los rascacielos con el cielo que los cubre. Nieves, llvias y nieblas subrayan, mojan, tapan las inmensas torres, pero étas,ciegas a todo juego, expresan su intencién fra, enemiga de misterio, y cortan fos cabellos la ayia ha- «en visibles sus tes mil espadas através del eisne suave de la niebla La impresién de que aquel inmenso mundo no tiene rai, 05 «aptaa los pocos dias de legar y comprendeis de manera per~ festa como ef vidente Edgar Poe tuvo que abrazarse a lo miste- rioso y al hervor cordial de la embriaguez en aquel mundo. Yo solo y eerante evocaba mi infancia de esta manera: 1910. Intermedio» Yo, solo y errante, agotado por el ritmo de los inmensos ke- tueros luminosos de Times Square, huia en este pequeiio poema el inmenso ercito de ventanas donde ni una sola persona tie- ne tiempo de mirar una nube o dialogar con wna de esas delica- ths brisas que tercamente envia el mar sin tener jamais una res- puesta: «Vuelta de paseoo*, Vero hay que salir ala ciudad y hay que vencerla, no se pue- de uno entregar a las reacciones liicas sin haberse rozado con las personas de las avenidas y con la baraja de hombres de todo el mundo’ 1. Vase Poesia, vo. p. 512. 4. Véase Poesia, vol. 1, p. $11. Citado en el manuserito como «Ases ‘ando por el cdlew J, Sigue en el texto del manuserito tachado, of poema ~Asesinato Dos veces de madrugada en Riverside Drives (véase Poesia, vol I 366 rows Contes or YY me lanzo a la calle y me encuentro con los negros. Nueva York se dan eta las razas de toda la tierra, pero nos, armenios, rusos, alemanes siguen siendo extranje ‘Todos menos los negros. Es indudable que ellos ejercen en sme influencia en Norteamérica y, pese a quien pes, son Ig ris espiritual y lo mis deicado de aquel mundo. Porg teen, porque esperan, porgue cantan y porque tienen un texquista perezareligiosa que los salva de todos sus pelig sos afanes actuales. Si se recorre el Bronx o Brooklyn, donde estan los americ nos rubios, se siente como algo sordo, como de gentes qi aman los muros porque devienen la mirada; un rloj en ead «asa y un Dios a quien slo se atisba la planta de ls pes. Bs cambio, enl barrio negro hay como un constante cambio sonrisas, un temblor profundo de terra que oxida las col nas de néquel y algiin ninito herido te ofrece su tarta de mane rencia. istica tpica de raza que es ol recelo, Puertas ‘ntornadas,nifios de porfido que temen a las gentes ricas de Park Avenue, fondgrafos que interrumpen de manera brusca su canto, Espera de los enemigos que pueden llegar por East River y sefalar de modo exacto el sitio donde duermen los ilolos. Yo queria hacer el poema de la raza negra en Norte- américa y subrayar el dolor que tienen los negros de ser negros nun mundo contrario, esclavos de todos los inventos del hombre blanco y de todas sus maquinas, con el perperuo sus- to de que se les olvide un dia encender Ia estufa de gas 0 guiar «1 automévil o abrocharse el cucllo almidonado o de clavar- se el tenedor en un ojo, Porque los inventos no son suyos, vi ven de prestado y los padrazos negros han de mantener una \isciplina estrecha en el hogar para que la mujer y los hijos no nloren los discos dela yramola o se coman las llantas del auto. En aquel hervor, sin embargo, hay un ansia de nacién bien vetceptible a todos los vistantesy, sia veces se dan en espec- ticulo, guardan siempre un fondo espicitual insobornable, Yo vi en un cabaret ~Small Paradise~ cuya masa de pablico slanzante era negra, mojada y grumosa como tna caja de hue- vas de caviar, una bailarina desnuda que se agitaba convulsa- mente bajo una invisible lovia de fuego. Pero, cuando todo el mundo gritaba como ereyéndola poseida por el ritmo, pude sorprender un momento en sus ojos la reserva, la lejania, la certeza de su ausencia ante el pablico de extranjeros y ameri- «anos que la admiraba, Como ella era todo Harlem. ‘Orra vez, vi a una nia negrita montada en bicicleta, Nada mas enternecedor. Las piernas ahumadas, lo dientes fries en el rosa moribundo de los labios I cabeza apeloronada con pelo sie oveja, La mieé fijamente y ella me mito. Pero mi mirada de- ‘saz «Nila, por que vas en biccleta? :Puede una negrita mon- lar en ese aparato? gE tuyo? gDénde lo has robado? ¢Crees ‘que sabes guiarlo?». Y, efectivamente, dio una voltereta y se «ay6 con piernas y con ruedas por una suave pendent Pero yo protestaba todos los dias, Protestaba de ver a los ruchachillos negros degollados por los cuellos dros, von trajes y botas violentas, sacando las escupideras de hombres Isios que hablan como patos. zanas si lo miras con ins Yo bajaba muchas mafianas desde la universidad dond vivia y donde era no el cerrible mister Lorca de mis profes res sino el insélito sleepy boy de las camareras, para verloy bailar y saber qué pensaban, porque es la danza la tinica fo ima de su dolor y la expresi6n aguda de su sentimiento, y. crib este poema: «Norma y paraiso de los negros era todavia no era esto. Norma estética y paraiso azul cera lo que tenia delante de los ojos. Lo que yo miraba y pi seaba y soflaba era el gran barrio negro de Harlem, fa dad negra mas importante del mundo, donde lo lirico tit tun acento de inocencia que lo hace perturbador y religios Barrio de casas rojizas lleno de pianolas, radios y cines, lo y precedido de ay siguientes lines, cambign tach rachel aginico barrio armenio oiga deteis de peed estas voces gue expresan an asesinat 1, Véase Poesia, vol. ly pp. 517-5184 168 Prva Protestaba de toda esta carne robada al paraiso, manejada por judios de nariz gélida y alma secante, y protestaba de lo més triste, de que los negros no quieran ser negros, de que se inventen pomadas para quitar el delicioso rizado del ca~ bello, y polvos que vuciven la cara gris, ¥ jarabes que ensan- Sanco y marchitan el suculento kaki de los labios. Protestaba, y una prucba de ello es esta oda al rey de Har- Jem, espirtu de la raza negra, y un grito de aliento para los ~ que tiemblan, recelan y buscan torpemente la carne de las mujeres blancas', Y, sin embargo, lo verdaderamente salvaje y frenético de Nueva York, no és Harlem. Hay vaho humano y gritos i fantiles y hay hogares y hay hierbas y dolor que tiene consue- lo yherida que tiene dulce vendaie. ‘Lo impresionante por frio y por cruel es Wall Street. Lle~ ‘ga el oro en rios de todas las partes de la tierra y la muerte Tega eon él. En ning sitio del mundo se siente como all la ausencia total del espiritu: manadas de hombres que no pue- den pasar del tres y manadas de hombres que no pueden pa- sar del seis, desprecio de la ciencia pura y valor demoniaco del presente. ¥ lo terrible es que toda la multitud que lo lle= nna cree que el mundo sera siempre igual, y que su deber con- siste en mover aquella gran maquina dia y noche y siempre, Resultado perfecto de una moral protestante, que yo, como espaiiol tipico, a Dios gracias, me crispaba los nervios. ‘Yo tuve la suerte de ver por mis oos, el iltimo crack en que se ~Ferieron varios Fillones de dolares, un verdadero cumulto de dinero muerto que se precipitaba al mar, y jams, entre varion suicidas, gents histéricas y grupos desmayados, he sentido la impresin de la muerte real, la muerte sin esperanza, la muer- teque es podredumbre y nada mas, como en aquel instante, por- ue era un especticulo terrible pero sin grandeza. Y yo que soy de un pais donde, como dice el gran padre Unamuno, «sube por la noche la terra ‘al cielo», senta como un ansia divina de bom- bardear todo aquel desfiladero de sombra por donde las ambur lancias se Hevaban a los suicidas com las manos llenas de anillos, 4, ease Poesia, vol pp. §18-522. fon si Por eso yo puse al esta danza de la muerte. El mascarén ti pico africano, muerte verdaderamente muerta, sin éngeles ni resurrexit, muerte alejada de todo espiritu, barbara y primiti- ‘x como los Estados Unidos que no han lichado ni lucharén por el cel Y la multitud, Nadie puede darse cuenta exacta de lo que es ona multitud neoyorquina; es decir, lo sabia Walt Whitman «que buscaba en ella soledades, y lo sabe T.S. Eliot que la es- truja en un poema, como un limén, para sacar de ella ratas hecidas, sombreros mojados y sombeas fluviales. Pero, sia esto se une que esa maltitud esta borracha, ren- direntos uno de los espectaculos vitales mas intensos que se pueden contemplar. Coney Island es una gran feria a Ia cual los domingos de verano acuden mais de un millén de eriatucas. Beben, gritan, ‘omen, se revuelean y dejan el mar leno de periédicos y las calles abarrotadas de latas, de cigarros apagados, de mor- dlscos, de zapatos sin tacon. Vuelve la muchedumbee de la feria cantando y vomita en geupos de cien personas apoya slas sobre las barandillas de los embarcaderos, y orina en ssrupos de mil en los rincones, sobre los bareos abando- hnados y sobre los monumentos de Garibaldi o el soldado desconocido. Nadie puede darse idea de la soledad que siente alli un es- pafiol y mas todavia si éste es hombre del sur. Porque, site ‘aes, ends atropellado, y,sireshalas al agua, azrojarén sobre {i los papeles de las meriendas. El rumor de esta terrible multitud lena todo el domingo de Nueva York golpeando los pavimentos huecos con un ritmo Ae tropel de caballo. La soledad de los poemas que hice de la multitud siman con ‘otros del mismo estilo que no puedo leer por falta de tiempo, como los nocturnos del Brooklyn Bridge y el anochecer en Hattery Place, donde marineros y mujercillas y soldados y po: lias bailan sobre un mar cansado, donde pastan las vacas si- renas y deambulan campanas y hoyas mugidoras. 1 Vease Poesia, vol, pps 924-987. 170 Pras Llega el mes de agosto y con el calor, estilo ecijano, g asola a Nueva York, tengo que marchar al campo. Lago verde, paisaje de aberos. De pronto, en el bosque, tuna rueea abandonada. Vivo en easa de unos campesinos. Un nifta, Mary, que come miel de arce, y un niio, Stanton, g toca um arpa judia, me acompafian y me ensefian con pacien- «ia Ta lista de los presidentes de Norteamérica. Cuando llega- mos al gran Lincoln saludan militarmente. El padre del n Stanton tiene cuatro caballos ciegos que eompr6 en la aldea de Eden Mills, La madre esta casi siempre con fiehre. Yo ccorro, bebo buen agua y se me endulza el dnimo entre los abe- tos y mis pequerios amigos. Me presenran a las seforitas de Tyler, descendientes pobrisimas del antiguo presidente, que, viven en una cabafa, hacen forografias que titulan «silencio ‘exquisito» y tocan en una increible espineta canciones’ de la época heroica de Washington. Son viejas y usan pantalones paara que las zarzas no las araiien porque son muy pequetitasy pero tienen hermosos cabellos blancos y, cogidas de la mano, ‘oyen algunas eanciones que yo improviso en la espineta, ex: ivamente para ellas. A veces me invitan a comer y me dan solo té y algunos trozos de queso, pero me hacen constar que 4a tetera es de China auréntica y que la infusién tiene algunos jazmines. A finales de agosto me llevaron a su cabafa y me dijeron: «No sabe usted que ya llega el otono?». Efectiva- ‘mente, por encima de las mesas y en la espineta y rodeando el setrato de Tyler estaban las hojas y los pmpanos amarillos, rojizos y naranjas mas hermosos que he visto en mi vida En aquel ambiente, natucalmente, mi poesia tom6 el tone. del bosque. Cansado de Nueva York y anhelante de las po- bres cosas vivas mas insignificantes, eseribi un inseetario que no puedo ler entero pero del que destaco este principio en el ‘cual pido ayuda a la Virgen, a la Ave Maris Stella de aquellas deliciosas gentes que eran catdlicas, para cantar a los insec~ 03, que viven su vida volando y alabando a Dios Nuestro Se- jior con sus dimimatos instrumentos'. +. Bl poeta habia escrito primeramente soraconess, 2 Vase «fl pocta pide ayuua ala Virgen», en Poesia, vol. p. 586, Conferences a Pero un dia la pequeia Mary se cayé a un pozo y la sacaron shogada, No est bien que yo diga aqui el profundo dolor, la \esesperacidn auréntica que yo tuve aquel dia, Eso se queda para os drboles y las paredes que me vieron, Inmediatamente recordé aquella otra nfia granadina que vi yo sacar del aljbe, las manecitas enredadas en los garfios y la cabeza golpeando contra las paredes,y las dos nfas, Mary y a otra, se me hi- sieron una sola que lloraba sin poder sali del circulo del pozo dentro de esa agua parada que no desemboca nunca: «Nita ahogads en el pozo. Granada y Newburg. Con la nia muerta ya no podia estar en la casa, Stanton «omia con cara triste la miel de arce que habia dejado su her- ‘mana, y las divinas seitortas de Tyler estaban como locas en el bosque haciendo fotos del otofio para obsequiarme. Yo bajaba al lago y el silencio del agua, el cuco, ec, ete, hhacfa que no pudiera estar sentado de ninguna manera por. «gue en todas las posturas me sentialitografa romantica con el siguiente pie: «Federico dejaba vagar su pensamiento». Pero, al fin, un espléndido verso de Garcilaso me arcebaté esta tes- ‘arudez plastica. Un verso de Garcilaso: Nuestro ganado pace, El viento espa Y nacié este poema doble del lago de Eden Mills. Se termina el veranco porque Saturno detiene los tenes, y hhe de volver a Nueva York. La nifia ahogada, Stanton nifio come-azticar», lo caballos ciegosy las senorita pantaloni ticas me acompafian largo rato. El tren corre por la raya del Canada y yo me siento desgra- tiado y ausente de mis pequeiios amigos. La nifia se aleja por 1 pozo rodeada de angeles verdes, yen el pecho del ntio co- inienza a brotar, como el salitre en la pared hiimeda, la cruel estrella de los policfas norteamericanos. 1b Vease Poesia, vol, pp. 544-545 2. Wéase Poesia, vol, pp. 37-538 Despuss... otra ver el ritmo frenérico de Nueva York. Peco ya‘no me sorprende, conozco ef mevanismo de las calles, ha blo con la gente, penetro wn poco mas en la vida social y la denuncio. ¥ la denuncio porque vengo del campo y creo que lo:mas importante no es el hombee El riempo pasa; ya no es hora pradente de decir mas poe- mas y nos tenemos que marchar de Nueva York. Dejo de leer los poemas de la Navidad y los poemas del puerto, pero alin dia los eran, si les intersa, en el libro. EE tiempo pasa y ya estoy en el barco que me separa de la urhe aulladora, hacia las hermosas islas Antillas. La primera impresién de que aquel mundo no tiene rary perdora porque sila rueda olvida su frmula ya puede cantar desnuda con las manadas de cabsllos ysiuna llama quema los helados proyectos el cielo cendra que hui ante el rurmulto de las ventanas, Arita y ritmo, forma y angustia, se los va tragando el cielo. ‘Yano hay lucha de torre y nue, ni los enjambres de ventanas se comen mas de la mitad de la noche. Peces voladores tejen huimedas guimaldas,y el cielo, como la terrible mujerona azul ‘de Picasso, corre con los brazos abiertos alo largo del mar: El cielo ha triunfado del raseacielo, pero ahora Ia arqui- tectura de Nueva York se me aparece como algo prodigioso, algo que, descartada la intencién, lega a conmover como un ‘especticulo natural de montatia 6 desierto. El Chrysler Bui ding se defiende del sol con un enorme pico de plata, y puen- tes, barcos, ferrocarriles y hombres los veo encadenados sordoss eneadenadoy por an sistema econdmico cruel al que pronto habri que cortar el cuello, y sordos por sobra de dis ciplina y falta de la imprescindible dosis de locura De todos modos me separaba de Nueva York con senti- riento y con admiracién profnda, Dejaba muchos amigos, 1. Vase «Nueva York, Oficina y denanciae, en Poesi, vol. 1, Pps 55557: Conference my yy habia recibido la experiencia mas iil de mi vida. Tengo que darle gracias por muchas cosas, especialmente por los azules de oleografia y los verdes de estampa britanica con que la ori- lla de New Jersey me obsequiaba en mis paseos con Anita, la india portuguesa, y Sofia Megwinov, la rusa portorriquena, ¥ por aquel divino aquartem y aquella casa de fieras donde yo ine sentinifio v me acordé de todos los det mundo. Pero el barco se aleja y comienzan a llega, palma y eanela, los perfumes de la América con raices, ln América dé Dios, a ‘América espaol ‘Pero qué es esto? :Oera vez Espatia? ¢Otra vez la Andalu- Es el amasillo de Cadiz con wn grado mis, el rosa de Sevilla sirando a carmin y el verde de Granada con una leve Fosfor reseeneia de pez La Habana surge entre cafiaverales y ruido de maracas, cor- netas chinas y marimbas. Y en el puerto, zquién sale a reci- birme? Sale la morena Trinidad de mi nifiez, aquella que se paseaba por el muelle de La Habana, por el muelle de La Ha hana paseaba una maftana, YY salen los negros con sus ritmos que yo descubro tipicos el gran pueblo andaluz, negrtos sin drama que ponen los ojos en blanco y dicen: «Nosotros somos latinos». ‘Con las tres grandes lineas horizontals, linea de cafiaveral, ‘nea de trrazas y linea de palmeras, mil negras con las meji- llas tetidas de naranja, como si tuvieran cincuenta grados de fiebee,bailan este son gue vo compuse y que llega como una bisa de la isl Cuando Hlegue la luna Hlena iré a Santiago de Cuba Lal. 1. Vease «Son de negros en Cubas, en Poesia vol. pp. $7257

You might also like