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Instrucción General
Instrucción General
ÍNDICE
PROEMIO
Testimonio de fe inalterada (2 - 5)
Manifestación de una tradición ininterrumpida (6 - 9)
Acomodación al nuevo estado de cosas (10 - 15)
CAP. I
IMPORTANCIA Y DIGNIDAD DE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
(16 - 26)
CAP. II
ACERCA DE LA ESTRUCTURA DE LA MISA, SUS ELEMENTOS Y
SUS PARTES
D) Rito de conclusión (90)
CAP. III
OFICIOS Y MINISTERIOS EN LA CELEBRACIÓN DE LA MISA
CAP. IV
DIVERSAS FORMAS DE CELEBRAR LA MISA
- Rito de la comunión
- Rito de conclusión
CAP. V
DISPOSICIÓN Y ORNATO DE LAS IGLESIAS PARA LA
CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA
CAP. VI
COSAS QUE SE NECESITAN PARA LA CELEBRACIÓN DE LA MISA
CAP. VII
ELECCIÓN DE LA MISA Y DE SUS PARTES
CAP. VIII
MISAS Y ORACIONES POR DIVERSAS NECESIDADES Y MISAS DE
DIFUNTOS
CAP. IX
ADAPTACIONES QUE CORRESPONDEN A LOS OBISPOS
Y A LAS CONFERENCIAS DE LOS OBISPOS (386-399)
Notas
PROEMIO
1. Cuando iba a celebrar con sus discípulos la Cena pascual, en la cual instituyó
el sacrificio de su Cuerpo y de su Sangre, Cristo el Señor, mandó preparar una
sala grande, ya dispuesta (Lc 22, 12). La Iglesia ha considerado siempre que a
ella le corresponde el mandato de establecer las normas relativas a la disposición
de las personas, de los lugares, de los ritos y de los textos para la celebración de
la Eucaristía. Tanto las normas actuales, que han sido promulgadas con base en la
autoridad del Concilio Ecuménico Vaticano II, como el nuevo Misal que la
Iglesia de rito Romano en adelante empleará para la celebración de la Misa,
constituyen un argumento más acerca de la solicitud de la Iglesia, de su fe y de su
amor inalterable para con el sublime misterio eucarístico, y testifican su tradición
continua e ininterrumpida, aunque se hagan algunas innovaciones.
Testimonio de fe inalterada
3. También el admirable misterio de la presencia real del Señor bajo las especies
eucarísticas, confirmado por el Concilio Vaticano II[6] y por otros documentos
del Magisterio de la Iglesia[7], en el mismo sentido y con la misma autoridad con
los cuales el Concilio de Trento lo había declarado materia de fe,[8] es
manifestado en la celebración de la Misa, no sólo por las palabras de la
consagración, por las cuales, Cristo, por la transubstanciación, se hace presente,
sino también por la disposición de ánimo y la manifestación de suma reverencia
y adoración que tienen lugar en la Liturgia Eucarística. Por esta misma razón se
exhorta al pueblo cristiano a que el Jueves Santo en la Cena del Señor y en la
Solemnidad del Santísimo Cuerpo y de la Santísima Sangre de Cristo, honre con
peculiar culto de adoración este admirable Sacramento.
6. Al dar a conocer las normas que deben seguirse en la revisión del Ordinario de
la Misa, el Concilio Vaticano II mandó, entre otras cosas, que algunos ritos
“fueran restablecidos de acuerdo con la primitiva norma de los Santos Padres”,
[11] usando, a saber, las mismas palabras que san Pío V escribió en la
Constitución Apostólica “Quo primum”, con la cual fue promulgado, en 1570, el
Misal Tridentino. Ciertamente, por esta misma conformidad de las palabras, se
puede señalar por qué razón ambos Misales romanos, aunque entre ellos medie
una distancia de cuatro siglos, recogen una misma e idéntica tradición. Pero si se
examinan los elementos internos de esta tradición, se entiende cuán acertada y
felizmente el primero es completado por el segundo.
8. Hoy, en cambio, aquella “norma de los Santos Padres”, que seguían los
correctores del Misal de San Pío V, fue enriquecida con innumerables escritos de
eruditos. Al Sacramentario Gregoriano, editado por primera vez en 1571,
siguieron los antiguos sacramentarios romanos y ambrosianos, repetidas veces
editados con sentido crítico, así como los antiguos libros litúrgicos de España y
de las Galias, que han aportado muchísimas oraciones de gran belleza espiritual,
ignoradas anteriormente.
Además, con el progreso de los estudios de los Santos Padres, la teología del
misterio eucarístico ha recibido nueva luz por la doctrina de los más eminentes
Padres de la antigüedad cristiana como San Ireneo, San Ambrosio, San Cirilo de
Jerusalén, San Juan Crisóstomo.
9. Por eso, la “norma de los Santos Padres” pide, no sólo que se conserven
aquellas cosas que nuestros inmediatos predecesores nos transmitieron, sino que
también se abarque y se estudie profundamente todo el pasado de la Iglesia y
todas las formas de expresión con las que la fe única se ha manifestado en
contextos humanos y culturales tan diferentes entre sí, como pueden ser los
correspondientes a las regiones semitas, griegas y latinas. Esta perspectiva más
amplia, nos permite ver cómo el Espíritu Santo suscita en el pueblo de Dios una
maravillosa fidelidad en la conservación inmutable del depósito de la fe, aunque
haya tanta variedad de ritos y oraciones.
Pues cuando los Padres del Concilio Vaticano II reiteraron las aseveraciones
dogmáticas del Concilio Tridentino, hablaron en una época muy distinta, y por
esta razón pudieron aportar sugerencias y orientaciones pastorales totalmente
imprevisibles hace cuatro siglos.
11. El Concilio Tridentino ya había reconocido el gran valor catequético
contenido en la celebración de la Misa, pero no le fue posible deducir todas las
consecuencias prácticas. De hecho, muchos solicitaban que se permitiera el uso
de la lengua vernácula en la celebración del sacrificio eucarístico. Pero el
Concilio, teniendo en cuenta las circunstancias que se daban en aquellos
momentos, juzgó que era su deber inculcar nuevamente la doctrina tradicional de
la Iglesia, según la cual el sacrificio eucarístico es, ante todo, acción de Cristo
mismo, del cual, por tanto, no se ve afectada su eficacia propia por el modo como
de él participan los fieles. En consecuencia, se expresó con estas palabras, a la
vez firmes y moderadas: “Aunque la Misa contiene gran materia de instrucción
para el pueblo fiel, sin embargo, no pareció conveniente a los Padres que, como
norma general, se celebrara en lengua vernácula”.[12] Y declaró que debía ser
condenado quien juzgara que “debe reprobarse el rito de la Iglesia romana por el
que se pronuncia en voz baja la parte del Canon y las palabras de la
consagración, o que la Misa deba ser celebrada sólo en lengua vulgar”[13]. Sin
embargo, si por una parte prohibió el uso de la lengua vernácula en la Misa, por
otra parte, mandaba que los pastores de almas lo suplieran con una conveniente
catequesis: “para que las ovejas de Cristo no padezcan hambre... el santo Sínodo
manda a los pastores y a cuantos tienen cura de almas que frecuentemente en la
celebración de la Misa, por sí mismos, o por medio de otros, expliquen algo de lo
que se lee en la Misa, y que, por lo demás, expliquen algún misterio de este
santísimo sacrificio, principalmente en los domingos y en los días festivos”.[14]
12. Por eso, el Concilio Vaticano II, congregado para adaptar la Iglesia a las
necesidades de su oficio apostólico en estos tiempos, miró profundamente, como
lo hizo el Concilio de Trento, el carácter didascálico y pastoral de la sagrada
Liturgia.[15] Y aunque ningún católico niega la legitimidad y eficacia del
sagrado rito celebrado en latín, también pudo conceder que: “En no pocas
ocasiones el empleo de la lengua y vernácula puede ser de gran utilidad para el
pueblo”, y autorizó su uso.[16] El ardiente interés con que fue acogido en todas
partes este decreto hizo que, bajo la dirección de los Obispos y de la misma Sede
Apostólica, se permitiera el uso de la lengua vernácula en todas las celebraciones
con participación del pueblo, con lo cual se entiende más plenamente el misterio
que se celebra.
14. Movido por el mismo espíritu e interés pastoral, el Concilio Vaticano II pudo
examinar, con una nueva consideración, lo establecido por el Tridentino acerca
de la Comunión que se recibe bajo las dos especies. Puesto que hoy nadie pone
en duda los principios doctrinales del valor pleno de la Comunión en la que se
recibe la Eucaristía bajo la única especie del pan, permitió algunas veces la
Comunión bajo las dos especies, cuando, de hecho, por la forma más clara del
signo sacramental se ofrezca a los fieles una oportunidad especial para captar
más profundamente el misterio en el que participan.[21]
Así, de manera más abierta, una parte del nuevo Misal, ordena las oraciones de la
Iglesia a las necesidades de nuestro tiempo; tales son, principalmente, las Misas
rituales y por diversas necesidades, en las que oportunamente se combinan lo
tradicional y lo nuevo. Y así, mientras que algunas expresiones provenientes de
la más antigua tradición de la Iglesia han permanecido intactas, como lo descubre
el mismo Misal Romano, editado tantas veces, otras muchas han sido
acomodadas a las actuales necesidades y circunstancias; otras, por el contrario,
como las oraciones por la Iglesia, por los laicos, por la santificación del trabajo
humano, por la comunidad de las naciones y por algunas necesidades propias de
nuestro tiempo, han sido elaboradas íntegramente, tomando los pensamientos y
muchas veces hasta las mismas expresiones de los recientes documentos
conciliares.
Es así, entonces, como las normas litúrgicas del Concilio de Trento han sido
razonablemente completadas y perfeccionadas en varias partes por las normas del
Vaticano II, que llevó a término los esfuerzos por acercar más a los fieles a la
Liturgia, esfuerzos realizados durante cuatro siglos, y especialmente en los
últimos tiempos, debido principalmente al interés que por la Liturgia suscitaron
San Pío X y sus sucesores.
Capítulo I
17. Por esto, es de suma importancia que la celebración de la Misa, o Cena del
Señor, se ordene de tal modo que los ministros y los fieles, que participan en ella
según su condición, obtengan de ella con más plenitud los frutos,[26] para
conseguir los cuales Cristo nuestro Señor instituyó el sacrificio eucarístico de su
Cuerpo y de su Sangre como memorial de su pasión y resurrección y lo confió a
la Iglesia, su amada Esposa.[27]
21. Así, pues, esta Instrucción se propone dar, tanto los lineamientos generales
con los cuales se ordene idóneamente la celebración de la Eucaristía, como
exponer las normas para la disposición de cada forma de celebración.[32]
Y así, él debe empeñarse en que los presbíteros, los diáconos y los fieles laicos
comprendan siempre más profundamente el genuino sentido de los ritos y de los
textos litúrgicos y, de esta manera, alcancen una activa y fructuosa celebración de
la Eucaristía. Para el mismo fin vigile celosamente que sea cada vez mayor la
dignidad de dichas celebraciones, para lo cual servirá muchísimo que promueva
la belleza del lugar sagrado, de la música y del arte.
26. Sin embargo, por cuanto se refiera a cambios y a adaptaciones más profundas
que tengan que ver con tradiciones y con la índole de pueblos y regiones que,
según el espíritu del artículo 40 de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia,
deban introducirse por utilidad o por necesidad, obsérvese lo que se expone en la
Instrucción “La Liturgia Romana y la inculturación”[36] y más adelante (núms.
395-399).
Capítulo II
I. LA ESTRUCTURA GENERAL DE LA MISA
27. En la Misa, o Cena del Señor, el pueblo de Dios es convocado y reunido, bajo
la presidencia del sacerdote, quien obra en la persona de Cristo (in persona
Christi) para celebrar el memorial del Señor o sacrificio eucarístico.[37] De
manera que para esta reunión local de la santa Iglesia vale eminentemente la
promesa de Cristo: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo
en medio de ellos” (Mt 18, 20). Pues en la celebración de la Misa, en la cual se
perpetúa el sacrificio de la cruz,[38] Cristo está realmente presente en la misma
asamblea congregada en su nombre, en la persona del ministro, en su palabra y,
más aún, de manera sustancial y permanente en las especies eucarísticas.[39]
29. Cuando se leen las sagradas Escrituras en la Iglesia, Dios mismo habla a su
pueblo, y Cristo, presente en su palabra, anuncia el Evangelio.
30. Entre las cosas que se asignan al sacerdote, ocupa el primer lugar la Plegaria
Eucarística, que es la cumbre de toda la celebración. Vienen en seguida las
oraciones, es decir, la colecta, la oración sobre las ofrendas y la oración después
de la Comunión. El sacerdote que preside la asamblea en representación de
Cristo, dirige estas oraciones a Dios en nombre de todo el pueblo santo y de
todos los circunstantes.[43] Con razón, pues, se denominan «oraciones
presidenciales».
32. La naturaleza de las partes “presidenciales” exige que se pronuncien con voz
clara y alta, y que todos las escuchen con atención.[44] Por consiguiente,
mientras el sacerdote las dice, no se tengan cantos ni oraciones y callen el órgano
y otros instrumentos musicales.
35. Las aclamaciones y las respuestas de los fieles a los saludos del sacerdote y a
las oraciones constituyen el grado de participación activa que deben observar los
fieles congregados en cualquier forma de Misa, para que se exprese claramente y
se promueva como acción de toda la comunidad.[47]
36. Otras partes muy útiles para manifestar y favorecer la participación activa de
los fieles, y que se encomiendan a toda la asamblea convocada, son
principalmente el acto penitencial, la profesión de fe, la oración universal y la
Oración del Señor.
38. En los textos que han de pronunciarse en voz alta y clara, sea por el sacerdote
o por el diácono, o por el lector, o por todos, la voz debe responder a la índole del
respectivo texto, según éste sea una lectura, oración, monición, aclamación o
canto; como también a la forma de la celebración y de la solemnidad de la
asamblea. Además, téngase en cuenta la índole de las diversas lenguas y la
naturaleza de los pueblos.
En las rúbricas y en las normas que siguen, los verbos “decir” o “pronunciar”,
deben entenderse, entonces, sea del canto, sea de la lectura en voz alta,
observándose los principios arriba expuestos.
39. Amonesta el Apóstol a los fieles que se reúnen esperando unidos la venida de
su Señor, que canten todos juntos salmos, himnos y cánticos inspirados
(cfr. Col 3,16). Pues el canto es signo de la exultación del corazón (cfr. Hch 2,
46). De ahí que San Agustín dice con razón: “Cantar es propio del que ama”,
[48] mientras que ya de tiempos muy antiguos viene el proverbio: “Quien canta
bien, ora dos veces”.
40. Téngase, por consiguiente, en gran estima el uso del canto en la celebración
de la Misa,atendiendo a la índole de cada pueblo y a las posibilidades de cada
asamblea litúrgica. Aunque no sea siempre necesario, como por ejemplo en las
Misas fériales, cantar todos los textos que de por sí se destinan a ser cantados,
hay que cuidar absolutamente que no falte el canto de los ministros y del pueblo
en las celebraciones que se llevan a cabo los domingos y fiestas de precepto.
Sin embargo, al determinar las partes que en efecto se van a cantar, prefiéranse
aquellas que son más importantes, y en especial, aquellas en las cuales el pueblo
responde al canto del sacerdote, del diácono o del lector, y aquellas en las que el
sacerdote y el pueblo cantan al unísono.[49]
Como cada día es más frecuente que se reúnan fieles de diversas naciones,
conviene que esos mismos fieles sepan cantar juntos en lengua latina, por lo
menos algunas partes del Ordinario de la Misa, especialmente el símbolo de la fe
y la Oración del Señor, usando las melodías más fáciles.[51]
42. Los gestos y posturas corporales, tanto del sacerdote, del diácono y de los
ministros, como del pueblo, deben tender a que toda la celebración resplandezca
por el noble decoro y por la sencillez, a que se comprenda el significado
verdadero y pleno de cada una se sus diversas partes y a que se favorezca la
participación de todos.[52] Así, pues, se tendrá que prestar atención a aquellas
cosas que se establecen por esta Instrucción general y por la praxis tradicional del
Rito romano, y a aquellas que contribuyan al bien común espiritual del pueblo de
Dios, más que al deseo o a las inclinaciones privadas.
La uniformidad de las posturas, que debe ser observada por todos participantes,
es signo de la unidad de los miembros de la comunidad cristiana congregados
para la sagrada Liturgia: expresa y promueve, en efecto, la intención y los
sentimientos de los participantes.
43. Los fieles están de pie desde el principio del canto de entrada, o bien, desde
cuando el sacerdote se dirige al altar, hasta la colecta inclusive; al canto
del Aleluya antes del Evangelio; durante la proclamación del Evangelio; mientras
se hacen la profesión de fe y la oración universal; además desde la
invitación Oren, hermanos, antes de la oración sobre las ofrendas, hasta el final
de la Misa, excepto lo que se dice más abajo.
Por otra parte, estarán de rodillas, a no ser por causa de salud, por la estrechez del
lugar, por el gran número de asistentes o que otras causas razonables lo impidan,
durante la consagración. Pero los que no se arrodillen para la consagración, que
hagan inclinación profunda mientras el sacerdote hace la genuflexión después de
la consagración.
Para conseguir esta uniformidad en los gestos y en las posturas en una misma
celebración, obedezcan los fieles a las moniciones que hagan el diácono o el
ministro laico, o el sacerdote, de acuerdo con lo que se establece en el Misal.
44. Entre los gestos se cuentan también las acciones y las procesiones, con las
que el sacerdote con el diácono y los ministros se acercan al altar; cuando el
diácono, antes de la proclamación del Evangelio, lleva al ambón el Evangeliario
o libro de los Evangelios; cuando los fieles llevan los dones y cuando se acercan
a la Comunión. Conviene que tales acciones y procesiones se cumplan
decorosamente, mientras se cantan los correspondientes cantos, según las normas
establecidas para cada caso.
El silencio
A) Ritos iniciales
En algunas celebraciones, que se unen con la Misa, según la norma de los libros
litúrgicos, se omiten los ritos iniciales o se realizan de modo especial.
Entrada
47. Estando el pueblo reunido, cuando avanza el sacerdote con el diácono y con
los ministros, se da comienzo al canto de entrada. La finalidad de este canto es
abrir la celebración, promover la unión de quienes se están congregados e
introducir su espíritu en el misterio del tiempo litúrgico o de la festividad, así
como acompañar la procesión del sacerdote y los ministros.
Acto penitencial
51. Después el sacerdote invita al acto penitencial que, tras una breve pausa de
silencio, se lleva a cabo por medio de la fórmula de la confesión general de toda
la comunidad, y se concluye con la absolución del sacerdote que, no obstante,
carece de la eficacia del sacramento de la Penitencia.
Cada aclamación de ordinario se repite dos veces, pero no se excluyen más veces,
teniendo en cuenta la índole de las diversas lenguas y también el arte musical o
las circunstancias. Cuando elSeñor, ten piedad se canta como parte del acto
penitencial, se le antepone un “tropo” a cada una de las aclamaciones.
Se canta o se dice en voz alta los domingos fuera de los tiempos de Adviento y
de Cuaresma, en las solemnidades y en las fiestas, y en algunas celebraciones
peculiares más solemnes.
Colecta
B) Liturgia de la palabra
Silencio
Lecturas bíblicas
57. Por las lecturas se prepara para los fieles la mesa de la Palabra de Dios y
abren para ellos los tesoros de la Biblia.[61] Conviene, por lo tanto, que se
conserve la disposición de las lecturas, que aclara la unidad de los dos
Testamentos y de la historia de la salvación; y no es lícito que las lecturas y el
salmo responsorial, que contienen la Palabra de Dios, sean cambiados por otros
textos no bíblicos.[62]
58. En la celebración de la Misa con el pueblo, las lecturas se proclamarán
siempre desde el ambón.
Después de cada lectura, el lector propone una aclamación, con cuya respuesta el
pueblo congregado tributa honor a la Palabra de Dios recibida con fe y con ánimo
agradecido.
Salmo responsorial
Homilía
Los domingos y las fiestas del precepto debe tenerse la homilía en todas las
Misas que se celebran con asistencia del pueblo y no puede omitirse sin causa
grave, por otra parte, se recomienda tenerla todos días especialmente en las ferias
de Adviento, Cuaresma y durante el tiempo pascual, así como también en otras
fiestas y ocasiones en que el pueblo acude numeroso a la Iglesia.[66]
Profesión de fe
68. El Símbolo debe ser cantado o recitado por el sacerdote con el pueblo los
domingos y en las solemnidades; puede también decirse en celebraciones
especiales más solemnes.
Si no se canta, será recitado por todos en conjunto o en dos coros que se alternan.
Oración universal
71. Pertenece al sacerdote celebrante dirigir las preces desde la sede. Él mismo
las introduce con una breve monición, en la que invita a los fieles a orar, y la
termina con la oración. Las intenciones que se proponen deben ser sobrias,
compuestas con sabia libertad y con pocas palabras y expresar la súplica de toda
la comunidad.
Las propone el diácono, o un cantor, o un lector, o bien, uno de los fieles laicos
desde el ambón o desde otro lugar conveniente.[68]
Por su parte, el pueblo, de pie, expresa su súplica, sea con una invocación común
después de cada intención, sea orando en silencio.
C) Liturgia Eucarística
Cristo, pues, tomó el pan y el cáliz, dio gracias, partió el pan, y los dio a sus
discípulos, diciendo: Tomad, comed, bebed; esto es mi Cuerpo; éste es el cáliz de
mi Sangre. Haced esto en conmemoración mía. Por eso, la Iglesia ha ordenado
toda la celebración de la Liturgia Eucarística con estas partes que responden a las
palabras y a las acciones de Cristo, a saber:
1) En la preparación de los dones se llevan al altar el pan y el vino con agua, es
decir, los mismos elementos que Cristo tomó en sus manos.
3) Por la fracción del pan y por la Comunión, los fieles, aunque sean muchos,
reciben de un único pan el Cuerpo, y de un único cáliz la Sangre del Señor, del
mismo modo como los Apóstoles lo recibieron de las manos del mismo Cristo.
En primer lugar se prepara el altar, o mesa del Señor, que es el centro de toda la
Liturgia Eucarística,[70] y en él se colocan el corporal, el purificador, el misal y
el cáliz, cuando éste no se prepara en la credencia.
En seguida se traen las ofrendas: el pan y el vino, que es laudable que sean
presentados por los fieles. Cuando las ofrendas son traídas por los fieles, el
sacerdote o el diácono las reciben en un lugar apropiado y son ellos quienes las
llevan al altar. Aunque los fieles ya no traigan, de los suyos, el pan y el vino
destinados para la liturgia, como se hacía antiguamente, sin embargo el rito de
presentarlos conserva su fuerza y su significado espiritual.
También pueden recibirse dinero u otros dones para los pobres o para la iglesia,
traídos por los fieles o recolectados en la iglesia, los cuales se colocarán en el
sitio apropiado, fuera de la mesa eucarística.
74. Acompaña a esta procesión en la que se llevan los dones, el canto del
ofertorio (cfr. n.37 b), que se prolonga por lo menos hasta cuando los dones
hayan sido depositados sobre el altar. Las normas sobre el modo de cantarlo son
las mismas que para canto de entrada (cfr. n. 48). El canto se puede asociar
siempre al rito para el ofertorio, aún sin la procesión con los dones.
75. El sacerdote coloca sobre el altar el pan y el vino acompañándolos con las
fórmulas establecidas; el sacerdote puede incensar los dones colocados sobre el
altar, y después la cruz y el altar mismo, para significar que la oblación de la
Iglesia y su oración suben como incienso hasta la presencia de Dios. Después el
sacerdote, por el sagrado ministerio, y el pueblo por razón de su dignidad
bautismal, pueden ser incensados por el diácono, o por otro ministro.
76. En seguida, el sacerdote se lava las manos a un lado del altar, rito con el cual
se expresa el deseo de purificación interior.
77. Depositadas las ofrendas y concluidos los ritos que las acompañan, con la
invitación a orar junto con el sacerdote, y con la oración sobre las ofrendas, se
concluye la preparación de los dones y se prepara la Plegaria Eucarística.
En la Misa se dice una sola oración sobre las ofrendas, que se concluye con la
conclusión más breve, es decir: Por Jesucristo, nuestro Señor; y si al final de ella
se hace mención del Hijo: (Él) que vive y reina por los siglos de los siglos.
Plegaria Eucarística
Rito de la comunión
81. En la Oración del Señor se pide el pan de cada día, que para los cristianos
indica principalmente el pan eucarístico, y se implora la purificación de los
pecados, de modo que, en realidad, las cosas santas se den a los santos. El
sacerdote hace la invitación a la oración y todos los fieles, juntamente con el
sacerdote, dicen la oración. El sacerdote solo añade el embolismo, que el pueblo
concluye con la doxología. El embolismo que desarrolla la última petición de la
Oración del Señor pide con ardor, para toda la comunidad de los fieles, la
liberación del poder del mal.
Rito de la paz
82. Sigue el rito de la paz, con el que la Iglesia implora la paz y la unidad para sí
misma y para toda la familia humana, y con el que los fieles se expresan la
comunión eclesial y la mutua caridad, antes de la comunión sacramental.
83. El sacerdote parte el pan eucarístico, con la ayuda, si es del caso, del diácono
o de un concelebrante. El gesto de la fracción del Pan realizado por Cristo en la
Última Cena, que en el tiempo apostólico designó a toda la acción eucarística,
significa que los fieles siendo muchos, en la Comunión de un solo Pan de vida,
que es Cristo muerto y resucitado para la salvación del mundo, forman un solo
cuerpo (1Co 10, 17). La fracción comienza después de haberse dado la paz y se
lleva a cabo con la debida reverencia, pero no se debe prolongar
innecesariamente, ni se le considere de excesiva importancia. Este rito está
reservado al sacerdote y al diácono.
Comunión
84. El sacerdote se prepara para recibir fructuosamente el Cuerpo y la Sangre de
Cristo con una oración en secreto. Los fieles hacen lo mismo orando en silencio.
85. Es muy de desear que los fieles, como está obligado a hacerlo también el
mismo sacerdote, reciban el Cuerpo del Señor de las hostias consagradas en esa
misma Misa, y en los casos previstos (cfr. n. 283), participen del cáliz, para que
aún por los signos aparezca mejor que la Comunión es una participación en el
sacrificio que entonces mismo se está celebrando.[73]
87. Para canto de Comunión puede emplearse la antífona del Gradual Romano,
con su salmo o sin él, o la antífona con el salmo del Graduale Simplex, o algún
otro canto adecuado aprobado por la Conferencia de los Obispos. Lo canta el
coro solo, o el coro con el pueblo, o un cantor con el pueblo.
Por otra parte, cuando no hay canto, se puede decir la antífona propuesta en el
Misal. La pueden decir los fieles, o sólo algunos de ellos, o un lector, o en último
caso el mismo sacerdote, después de haber comulgado, antes de distribuir la
Comunión a los fieles.
89. Para terminar la súplica del pueblo de Dios y también para concluir todo el
rito de la Comunión, el sacerdote dice la oración después de la Comunión, en la
que se suplican los frutos del misterio celebrado.
En la Misa se dice una sola oración después de la Comunión, que termina con
conclusión breve, es decir:
— Si se dirige al Hijo: Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
D) Rito de conclusión
c) La despedida del pueblo, por parte del diácono o del sacerdote, para que cada
uno regrese a su bien obrar, alabando y bendiciendo a Dios.
d) El beso del altar por parte del sacerdote y del diácono y después la inclinación
profunda al altar de parte del sacerdote, del diácono y de los demás ministros.
Capítulo III
Pero si el Obispo no celebra la Eucaristía, sino que encomienda a otro para que lo
haga, entonces es conveniente que sea él mismo quien, revestido de estola y capa
pluvial sobre el alba, con la cruz pectoral, presida la Liturgia de la Palabra y al
final de la Misa imparta la bendición.[80]
97. No rehúsen los fieles servir con gozo al pueblo de Dios cuantas veces se les
pida que desempeñen algún determinado ministerio u oficio en la celebración.
98. El acólito es instituido para el servicio del altar y para ayudar al sacerdote y al
diácono. Al él compete principalmente preparar el altar y los vasos sagrados y, si
fuere necesario, distribuir a los fieles la Eucaristía, de la cual es ministro
extraordinario.[84]
En el ministerio del altar, el acólito tiene sus ministerios propios (cfr. núms. 187 -
193) que él mismo debe ejercer.
100. En ausencia del acólito instituido, pueden destinarse para el servicio del
altar y para ayudar al sacerdote y al diácono, ministros laicos que lleven la cruz,
los cirios, el incensario, el pan, el vino, el agua, e incluso pueden ser destinados
para que, como ministros extraordinarios, distribuyan la sagrada Comunión.[85]
101. En ausencia del lector instituido, para proclamar las lecturas de la Sagrada
Escritura, destínense otros laicos que sean de verdad aptos para cumplir este
ministerio y que estén realmente preparados, para que, al escuchar las lecturas
divinas, los fieles conciban en su corazón el suave y vivo afecto por la Sagrada
Escritura.[86]
102. Es propio del salmista proclamar el salmo u otro cántico bíblico que se
encuentre entre las lecturas. Para cumplir rectamente con su ministerio, es
necesario que el salmista posea el arte de salmodiar y tenga dotes para la recta
dicción y clara pronunciación.
103. Entre los fieles, los cantores o el coro ejercen un ministerio litúrgico propio,
al cual corresponde cuidar de la debida ejecución de las partes que le
corresponden, según los diversos géneros de cantos, y promover la activa
participación de los fieles en el canto.[87] Lo que se dice de los cantores, vale
también, observando lo que se debe observar, para los otros músicos,
principalmente para el organista.
104. Es conveniente que haya un cantor o un maestro de coro para que dirija y
sostenga el canto del pueblo. Más aún, cuando faltan los cantores, corresponde al
cantor dirigir los diversos cantos, participando el pueblo en la parte que le
corresponde.[88]
d) Los que, en algunas regiones, reciben a los fieles a la puerta de la iglesia, los
acomodan en los puestos convenientes y dirigen sus procesiones.
106. Conviene que al menos en las iglesias catedrales y en las iglesias mayores,
haya algún ministro competente, o bien un maestro de ceremonias, con el
encargo de disponer debidamente las acciones sagradas para que sean realizadas
con decoro, orden y piedad por los ministros sagrados y por los fieles laicos.
107. Los demás ministerios litúrgicos que no son propios del sacerdote o del
diácono, y de los que se habló antes (núms. 100 - 106) también pueden ser
encomendados, por medio de una bendición litúrgica o por una destinación
temporal, a laicos idóneos elegidos por el párroco o por el rector de la iglesia.
[89] En cuanto al ministerio de servir al sacerdote en el altar, obsérvense las
normas dadas por el Obispo para su diócesis.
109. Si están presentes varios que puedan ejercer un mismo ministerio, nada
impide el que se distribuyan entre sí las diversas partes del mismo ministerio u
oficio. Por ejemplo, un diácono puede encargarse de las partes cantadas y otro
del ministerio del altar; si hay varias lecturas, conviene distribuirlas entre
diversos lectores; y así en lo demás. Pero de ninguna manera conviene que varios
se dividan entre ellos un único elemento de la celebración: por ejemplo, que una
misma lectura sea leída entre dos, uno después del otro, a no ser que se trate de la
Pasión del Señor.
110. Si en la Misa con el pueblo solo está presente un ministro, ejerza éste los
diversos ministerios.
Capítulo IV
En la Misa que celebra el Obispo, o en la que está presente sin que celebre la
Eucaristía, obsérvense las normas que se encuentran en el Ceremonial de los
Obispos.[92]
113. Dése también mucha importancia la Misa que se celebra con una
determinada comunidad, sobre todo con la parroquial, ya que representa a la
Iglesia universal en un tiempo y en un lugar determinados, y en especial a la
celebración comunitaria del domingo.[93]
114. Pero entre las Misas celebradas por algunas comunidades, ocupa un lugar
especial la Misa conventual, que es parte del Oficio cotidiano, o la Misa que se
llama “de comunidad”. Y aunque estas Misas no conlleven ninguna forma
peculiar de celebración, sin embargo, es muy conveniente que se hagan con
canto, y sobre todo con la plena participación de todos los miembros de la
comunidad, sean religiosos o sean canónigos. Por lo cual, en ellas ejerza cada
uno su ministerio, según el Orden o el ministerio recibido. Conviene, pues, que
todos los sacerdotes que no están obligados a celebrar en forma individual por
utilidad pastoral de los fieles, a ser posible, concelebren en ellas. Además, todos
los sacerdotes pertenecientes a una comunidad, que tengan el deber de celebrar
en forma individual para el bien pastoral de los fieles, pueden también
concelebrar el mismo día en la Misa conventual o “de comunidad”.[94] Es
preferible, pues, que los presbíteros que están presentes en la celebración
eucarística, a no ser que estén excusados por una justa causa, ejerzan como de
costumbre el ministerio propio de su Orden y, por esto, participen como
concelebrantes, revestidos con las vestiduras sagradas. De lo contrario llevan el
hábito coral propio o la sobrepelliz sobre la sotana.
115. Se entiende por “Misa con el pueblo” aquella que se celebra con
participación de los fieles. Conviene, pues, en cuanto sea posible, que la
celebración se realice con canto y con el número adecuado de ministros,
especialmente los domingos y las fiestas de precepto;[95] no obstante, también
puede celebrarse sin canto y con un solo ministro.
117. Cúbrase el altar al menos con un mantel de color blanco. Sobre el altar, o
cerca de él, colóquese en todas las celebraciones por lo menos dos candeleros, o
también cuatro o seis, especialmente si se trata de una Misa dominical o festiva
de precepto y, si celebra el Obispo diocesano, siete, con sus velas encendidas.
Igualmente sobre el altar, o cerca del mismo, debe haber una cruz adornada con
la efigie de Cristo crucificado. Los candeleros y la cruz adornada con la efigie de
Cristo crucificado pueden llevarse en la procesión de entrada. Sobre el mismo
altar puede ponerse el Evangeliario, libro diverso al de las otras lecturas, a no ser
se lleve en la procesión de entrada.
b) En el ambón: el leccionario.
Es loable que se cubra el cáliz con un velo, que puede ser del color del día o de
color blanco.
Todos los que se revisten con alba, usarán cíngulo y amito, a no ser que por la
forma del alba no se requieran.
Ritos iniciales
b) Los ministros que llevan los cirios encendidos y, en medio de ellos, el acólito
u otro ministro con la cruz.
125. Sigue el acto penitencial. Después se canta ose dice el Señor, ten piedad,
según lo establecido por las rúbricas (cfr. n. 52).
127. En seguida el sacerdote, con las manos juntas, invita al pueblo a orar,
diciendo: Oremos. Y todos, juntamente con el sacerdote, oran en silencio durante
un tiempo breve. Luego el sacerdote, con las manos extendidas, dice la colecta.
Concluida ésta, el pueblo aclama: Amén.
Liturgia de la palabra
129. Después, el salmista, o el mismo lector, recita o canta los versos del salmo y
el pueblo, como de costumbre, va respondiendo.
130. Si está prescrita una segunda lectura antes del Evangelio, el lector la
proclama desde el ambón, mientras todos escuchan, y al final responden a la
aclamación, como se dijo antes (n. 128). En seguida, según las circunstancias, se
pueden guardar unos momentos de silencio.
131. En seguida, todos se levantan y se canta Aleluya u otro canto, según
corresponda al tiempo litúrgico (cfr. núms. 62-64).
134. Ya en el ambón, el sacerdote abre el libro y, con las manos juntas, dice: El
Señor esté con ustedes; y el pueblo responde: Y con tu espíritu; y en
seguida: Lectura del Santo Evangelio, signando con el pulgar el libro y a sí
mismo en la frente, en la boca y en el pecho, lo cual hacen también todos los
demás. El pueblo aclama diciendo: Gloria a Ti, Señor. Si se usa incienso, el
sacerdote inciensa el libro (cfr. núms. 276-277). En seguida proclama el
Evangelio y al final dice la aclamación Palabra del Señor, y todos
responden: Gloria a Ti, Señor Jesús. El sacerdote besa el libro, diciendo en
secreto: Las palabras del Evangelio.
137. El Símbolo se canta o se dice por el sacerdote juntamente con el pueblo (cfr.
n 68) estando todos de pie. A las palabras: y por la obra del Espíritu Santo,
etc.,o que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, todos se inclinan
profundamente; y en la solemnidades de la Anunciación y de Navidad del Señor,
se arrodillan.
138. Dicho el Símbolo, en la sede, el sacerdote de pie y con las manos juntas,
invita a los fieles a la oración universal con una breve monición. Después el
cantor o el lector u otro, desde el ambón o desde otro sitio conveniente, vuelto
hacia el pueblo, propone las intenciones; el pueblo, por su parte, responde
suplicante. Finalmente, el sacerdote con las manos extendidas, concluye la
súplica con la oración.
Liturgia Eucarística
El sacerdote ayudado por el acólito o por otro ministro recibe las ofrendas de los
fieles. Al celebrante llevan el pan y el vino para la Eucaristía; y él los pone sobre
el altar; pero los demás dones se colocan en otro lugar adecuado (cfr. n. 73).
141. El sacerdote, en el altar, recibe o toma la patena con el pan, y con ambas
manos la tiene un poco elevada sobre el altar, diciendo en secreto: Bendito seas,
Señor, Dios. Luego coloca la patena con el pan sobre el corporal.
142. En seguida, el sacerdote de pie a un lado del altar, ayudado por el ministro
que le presenta las vinajeras, vierte en el cáliz vino y un poco de agua, diciendo
en secreto: Por el misterio de esta agua. Vuelto al medio del altar, toma el cáliz
con ambas manos, lo tiene un poco elevado, diciendo en secreto: Bendito seas,
Señor, Dios; y después coloca el cáliz sobre el corporal y, según las
circunstancias, lo cubre con la palia.
147. Entonces el sacerdote inicia la Plegaria Eucarística. Según las rúbricas (cfr.
n. 365), elige una de las que se encuentran en el Misal Romano, o que están
aprobadas por la Sede Apostólica. La Plegaria Eucarística por su naturaleza exige
que sólo el sacerdote, en virtud de su ordenación, la profiera. Sin embargo, el
pueblo se asocia al sacerdote en la fe y por medio del silencio, con las
intervenciones determinadas en el curso de la Plegaria Eucarística, que son las
respuestas en el diálogo del Prefacio, el Santo, la aclamación después de la
consagración y la aclamación Améndespués de la doxología final, y también con
otras aclamaciones aprobadas, tanto por la Conferencia de Obispos, como por la
Sede Apostólica.
En cada Plegaria Eucarística hay que adaptar las fórmulas ante dichas a las reglas
gramaticales.
152. Terminada Plegaria Eucarística, el sacerdote con las manos juntas, dice la
monición antes de la Oración del Señor; luego, con las manos extendidas, dice la
Oración del Señor juntamente con el pueblo.
153. Concluida la Oración del Señor, el sacerdote solo, con las manos extendidas,
dice el embolismo Líbranos de todos los males, terminado el cual, el pueblo
aclama: Tuyo es el reino.
154. A continuación el sacerdote solo, con las manos extendidas, dice en voz alta
la oración: Señor Jesucristo, que dijiste; y terminada ésta, extendiendo y
juntando las manos, vuelto hacia el pueblo, anuncia la paz, diciendo: La paz del
Señor esté siempre con ustedes. El pueblo responde: Y con tu espíritu. Luego,
según las circunstancias, el sacerdote añade: Dense fraternalmente la paz.
El sacerdote puede dar la paz a los ministros, pero permaneciendo siempre dentro
del presbiterio para que la celebración no se perturbe. Haga del mismo modo si
por alguna causa razonable desea dar la paz a unos pocos fieles. Todos, empero,
según lo determinado por la Conferencia de Obispos, se expresan unos a otros la
paz, la comunión y la caridad. Mientras se da la paz, se puede decir: La paz del
Señor esté siempre contigo, a lo cual se responde: Amén.
155. En seguida el sacerdote toma la Hostia, la parte sobre la patena, y deja caer
una partícula en el cáliz, diciendo en secreto: El Cuerpo y la Sangre de nuestro
Señor Jesucristo unidos en este cáliz. Mientras tanto, se canta o se dice por el
coro el Cordero de Dios (cfr. n.83).
156. Entonces, el sacerdote dice en secreto y con las manos juntas la oración para
la ComuniónSeñor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, o Señor Jesucristo, la comunión
de tu Cuerpo y de tu Sangre.
158. Después, de pie vuelto hacia el altar, el sacerdote dice en secreto: El cuerpo
de Cristo me guarde para la vida eterna, y come reverentemente el Cuerpo de
Cristo. Después, toma el cáliz, dice en secreto: La Sangre de Cristo me guarde
para la vida eterna, y bebe reverentemente la Sangre de Cristo.
No está permitido a los fieles tomar por sí mismos el pan consagrado ni el cáliz
sagrado, ni mucho menos pasarlo de mano en mano entre ellos. Los fieles
comulgan estando de rodillas o de pie, según lo haya determinado la Conferencia
de Obispos. Cuando comulgan estando de pie, se recomienda que antes de recibir
el Sacramento, hagan la debida reverencia, la cual debe ser determinada por las
mismas normas.
Pero si la Comunión se hace bajo las dos especies, obsérvese el rito descrito en su
lugar (cfr. núms.284 -287).
El sacerdote regresa al altar y recoge las partículas, si las hay; luego de pie, en el
altar o en la credencia, purifica la patena o el copón sobre el cáliz; después
purifica el cáliz diciendo en secreto:Haz, Señor, que recibamos, y seca el cáliz
con el purificador. Si los vasos son purificados en el altar, un ministro los lleva a
la credencia. Sin embargo, se permite dejar los vasos que deben purificarse, sobre
todo si son muchos, en el altar o en la credencia sobre el corporal,
convenientemente cubiertos y purificarlos en seguida después de la Misa, una vez
despedido al pueblo.
165. Luego, de pie en la sede o desde el altar, el sacerdote, de cara al pueblo, con
las manos juntas, dice: Oremos; y con las manos extendidas dice la oración
después de la Comunión, a la que puede preceder un breve intervalo de silencio,
a no ser que ya lo haya precedido inmediatamente después de la Comunión. Al
final de la oración, el pueblo aclama: Amen.
Rito de conclusión
170. Pero si a la Misa sigue alguna otra acción litúrgica, se omite el rito de
conclusión, es decir, el saludo, la bendición y la despedida.
c) Proclama el Evangelio y puede, por mandato del sacerdote que celebra, hacer
la homilía (cfr. n. 66).
Ritos iniciales
Liturgia de la palabra
176. Si no está presente otro lector idóneo, el diácono proclamará también las
otras lecturas.
177. Las intenciones de la oración de los fieles, después de la introducción del
sacerdote, de ordinario las dice el diácono desde el ambón.
Liturgia Eucarística
181. Después de que el sacerdote haya dicho la oración de la paz y: La paz del
Señor sea siempre con ustedes, y que el pueblo haya respondido: Y con tu
espíritu, el diácono, según las circunstancias, hace la invitación a la paz,
diciendo, con las manos juntas y vuelto hacia el pueblo:Dense fraternalmente la
paz. Él la recibe del sacerdote y puede darla a los ministros más cercanos.
Rito de conclusión
186. Luego, juntamente con el sacerdote, venera el altar con un beso, y hecha la
inclinación profunda, se retira del modo en que había entrado.
187. Las funciones que el acólito puede ejercer son de diversa índole y puede
ocurrir que varias de ellas se den simultáneamente. Por lo tanto, es conveniente
que se distribuyan oportunamente entre varios; pero cuando sólo un acólito está
presente, haga él mismo lo que es de mayor importancia, distribuyéndose lo
demás entre otros ministros.
Ritos iniciales
188. En la procesión hacia el altar, puede llevar la cruz en medio de dos ministros
con cirios encendidos. Cuando hubiere llegado al altar, erige la cruz junto al altar
para que sea la cruz del altar; pero si no se puede, la lleva a un lugar digno.
Después ocupa su lugar en el presbiterio.
Liturgia Eucarística
Ritos iniciales
194. En la procesión hacia el altar, en ausencia del diácono, el lector, vestido con
la vestidura aprobada, puede llevar el Evangeliario un poco elevado, caso en el
cual, antecede al sacerdote; de lo contrario, va con los otros ministros.
195. Cuando hubiere llegado al altar, hace inclinación profunda con los demás. Si
lleva el Evangeliario, se acerca al altar y coloca el Evangeliario sobre él.
Después, juntamente con los otros ministros ocupa su lugar en el presbiterio.
Liturgia de la palabra
196. Desde el ambón hace las lecturas que preceden al Evangelio. Y en ausencia
del salmista puede también proclamar el salmo responsorial después de la
primera lectura.
c) Para la Misa conventual y para la Misa principal que se celebra en las iglesias
y en los oratorios.
202. Corresponde al Obispo, según las normas del Derecho, ordenar la disciplina
de la concelebración en todas las iglesias y oratorios de su diócesis.
204. Por una causa especial, como sería el mayor sentido que tiene un rito o de
una festividad, se concede facultad de celebrar o concelebrar varias veces en el
mismo día, en los siguientes casos:
206. Ninguno jamás pretenda tomar parte de una concelebración, ni sea admitido
en ella, una vez que la Misa haya ya empezado.
Si tampoco están presentes otros ministros, las partes propias de ellos pueden ser
encomendadas a otros fieles idóneos; de lo contrario serán cumplidas por algunos
concelebrantes.
Ritos iniciales
210. Cuando todo está debidamente preparado se hace, como de costumbre, la
procesión hacia el altar por en medio de la Iglesia. Los sacerdotes concelebrantes
preceden al celebrante principal.
Liturgia de la Palabra
Liturgia Eucarística
215. Después de haber dicho el celebrante principal la oración sobre las ofrendas,
los concelebrantes se acercan al altar y permanecen cerca de él, pero de tal modo
que no impidan el desarrollo de los ritos y que la acción sagrada pueda ser bien
presenciada por los fieles, ni que sean impedimento al diácono cuando, por razón
de su ministerio, debe acercarse al altar.
El diácono desempeñe su propio ministerio cerca del altar, sirviendo, cuando sea
necesario, en lo que se refiere al cáliz y al misal. Sin embargo, en cuanto sea
posible, permanezca un poco detrás de los sacerdotes concelebrantes, quienes
están de pie cerca del concelebrante principal.
Es muy loable que se canten las partes que deben ser dichas simultáneamente por
todos los concelebrantes y que en el misal están embellecidas con nota musical.
a) Bendice y santifica, oh Padre, con las manos extendidas hacia las ofrendas.
b) El cual, la víspera de su Pasión y Del mismo modo, acabada la cena, con las
manos juntas.
c) Las palabras del Señor, si parece conveniente, con la mano derecha extendida
hacia el pan y hacia el cáliz; pero en la elevación miran la Hostia y el cáliz y
luego se inclinan profundamente.
d) Por eso, Padre, nosotros, tus siervos, y Mira con ojos de bondad, con las
manos extendidas.
223. La intercesión por los difuntos (Acuérdate también, Señor, de tus hijos) y Y
a nosotros pecadores, siervos tuyos, conviene encomendarlos a uno u otro de
los concelebrantes y él solo las pronuncia con las manos extendidas y en voz alta.
225. Por Cristo, Señor nuestro, por quien sigues creando es dicho sólo por el
celebrante principal.
Plegaria Eucarística II
226. En la Plegaria Eucarística II Santo eres en verdad, Señor, es dicho sólo por
el celebrante principal, con las manos extendidas.
a) Por eso te pedimos que santifiques, con las manos extendidas hacia las
ofrendas.
b) El cual, cuando iba a ser entregado a su Pasión y Del mismo modo, acabada
la cena, con las manos juntas.
c) Las palabras del Señor, si parece conveniente, con la mano derecha extendida
hacia el pan y hacia el cáliz; pero en la elevación miran la Hostia y el cáliz y
luego se inclinan profundamente.
228. Las intercesiones por los vivos Acuérdate, Señor, de tu Iglesia y por los
difuntos Acuérdate también de nuestros hermanos, conviene encomendarlas a
uno u otro de los concelebrantes y las pronuncia él solo con las manos
extendidas, en voz alta.
Plegaria Eucarística III
229. En la Plegaria Eucarística III Santo eres en verdad, Padre, es dicho sólo por
el celebrante principal, con las manos extendidas.
a) Por eso, Padre, te suplicamos, con las manos extendidas hacia las ofrendas.
c) Las palabras del Señor, si parece conveniente, con la mano derecha extendida
hacia el pan y hacia el cáliz; pero en la elevación miran la Hostia y el cáliz y
luego se inclinan profundamente.
Plegaria Eucarística IV
a) Por eso, Padre, te rogamos, con las manos extendidas hacia las ofrendas.
c) Las Palabras del Señor, si parece conveniente, con la mano derecha extendida
hacia el pan y hacia el cáliz; pero en la elevación miran la Hostia y el cáliz y
luego se inclinan profundamente.
d) Por eso, Padre, al celebrar ahora el memorial y Dirige tu mirada sobre esta
Víctima con las manos extendidas.
Rito de la comunión
237. Después, con las manos juntas, el celebrante principal dice la monición
antes de la Oración del Señor, y en seguida, con las manos extendidas,
juntamente con los demás concelebrantes, quienes también extienden las manos,
y con el pueblo, dice la Oración del Señor.
245. La Sangre del Señor se puede tomar o bebiendo directamente del cáliz o por
intinción, o con una cánula, o con una cucharilla.
Los concelebrantes, uno tras otro, o de dos en dos, si se emplean dos cálices, se
acercan al altar, hacen genuflexión, beben la Sangre, limpian el borde del cáliz y
vuelven a sus asientos.
Pero los concelebrantes pueden beber la Sangre del Señor permaneciendo en sus
lugares y bebiendo del cáliz que les ofrece el diácono o un concelebrante, o
también pasándose seguidamente el cáliz. El cáliz siempre se purifica o por el
mismo que bebe o por quien presenta el cáliz. Cuando cada uno haya comulgado
vuelve a su asiento.
En este caso, el celebrante principal toma la Comunión bajo las dos especies
como de costumbre (cfr. n. 158), observando, sin embargo, el rito para la
Comunión del cáliz elegido en cada caso, que seguirán los demás concelebrantes.
Los concelebrantes, uno tras otro, se acercan al altar, hacen genuflexión, toman
una partícula, la mojan en parte en el cáliz y, poniendo el purificador debajo de la
boca, comen la partícula mojada y, en seguida, se retiran a sus sitios como al
inicio de la Misa.
Rito de conclusión
250. Todo lo demás, hasta el fin de la Misa, lo hace como de costumbre (cfr.
núms. 166-168) el celebrante principal, permaneciendo los concelebrantes en sus
sillas.
251. Los concelebrantes antes de retirarse del altar, hacen inclinación profunda al
altar. Pero el celebrante principal venera el altar con un beso como de costumbre.
253. Con todo, si el ministro es un diácono, él mismo cumplirá las funciones que
le son propias (cfr. núms. 171-186) y además realizará las otras partes del pueblo.
254. No se celebre la Misa sin un ministro, o por lo menos algún fiel, a no ser por
causa justa y razonable. En este caso se omiten los saludos, las moniciones y la
bendición al final de la Misa.
Ritos iniciales
257. Después el sacerdote con el ministro, estando de pie, se signa con el signo
de la cruz y diceEn el nombre del Padre; vuelto hacia el ministro lo saluda,
eligiendo una de las fórmulas propuestas.
259. Luego, con las manos juntas, dice: Oremos, y después de una pausa
conveniente, dice, con las manos extendidas, la oración colecta. Al final, el
ministro aclama: Amén.
Liturgia de la palabra
260. Las lecturas, en cuanto sea posible, se proclamarán desde el ambón o desde
el facistol.
263. En seguida, el sacerdote, según las rúbricas, dice el Símbolo juntamente con
el ministro.
264. Sigue la oración universal, que también puede decirse en esta Misa. El
sacerdote introduce y concluye la oración, pero el ministro dice las intenciones.
Liturgia Eucarística
265. En la Liturgia Eucarística todo se hace como en la Misa con pueblo, excepto
lo que sigue.
266. Terminada la aclamación al final del embolismo que sigue a la Oración del
Señor, el sacerdote dice la oración Señor Jesucristo, que dijiste; y luego
agrega: La paz del Señor esté siempre con ustedes, a lo que el ministro
responde: Y con tu espíritu. Según las circunstancias, el sacerdote da la paz al
ministro.
Rito de conclusión
Genuflexión e inclinación
En la Misa el sacerdote que celebra hace tres genuflexiones, esto es: después de
la elevación de la Hostia, después de la elevación del cáliz y antes de la
Comunión. Las peculiaridades que deben observarse en la Misa concelebrada, se
señalan en sus lugares (cfr. núms. 210-251).
Pero si el tabernáculo con el Santísimo Sacramento está en el presbiterio, el
sacerdote, el diácono y los otros ministros hacen genuflexión cuando llegan al
altar y cuando se retiran de él, pero no durante la celebración misma de la Misa.
De lo contrario, todos los que pasan delante del Santísimo Sacramento hacen
genuflexión, a no ser que avancen procesionalmente.
Incensación
d) después de ser colocados el pan y el vino sobre el altar, para incensar las
ofrendas, la cruz y el altar, así como al sacerdote y al pueblo;
Con dos movimientos del turíbulo se inciensan las reliquias y las imágenes de los
Santos expuestas para pública veneración, y únicamente al inicio de la
celebración, después de la incensación del altar.
La cruz, sí está sobre el altar o cerca de él, se turifica antes de la incensación del
altar, de lo contrario cuando el sacerdote pasa ante ella.
El sacerdote inciensa las ofrendas con tres movimientos del turíbulo, antes de la
incensación de la cruz y del altar, o trazando con el incensario el signo de la cruz
sobre las ofrendas.
Las purificaciones
278. Siempre que algún fragmento de la Hostia se haya adherido a los dedos,
sobre todo después de la fracción o de la Comunión de los fieles, el sacerdote
debe limpiar los dedos sobre la patena y, o según la necesidad, lavarlos. Del
mismo modo, deben recogerse los fragmentos que hubiera fuera de la patena.
279. Los vasos sagrados son purificados por el sacerdote, o por el diácono o por
el acólito instituido, después de la Comunión o después de la Misa, en cuanto sea
posible en la credencia. La purificación del cáliz se hace con agua o con agua y
vino, que tomará el mismo que purifica. La patena, como de costumbre, límpiese
con el purificador.
Préstese atención a que lo que quizás quedare de la Sangre de Cristo después de
la distribución de la Comunión, se beba inmediata e íntegramente en el altar.
281. Cuando la sagrada Comunión se hace bajo las dos especies el signo adquiere
una forma más plena. De esta forma, en efecto, el signo del banquete eucarístico
resplandece más perfectamente y expresa más claramente la voluntad divina con
que se ratifica la Alianza nueva y eterna en la Sangre del Señor, así como
también la relación entre el banquete eucarístico y el banquete escatológico en el
reino del Padre.[105]
282. Procuren los sagrados pastores recordar, de la mejor manera posible, a los
fieles que participan en el rito o que intervienen en él, la doctrina católica sobre
las formas de distribución de la sagrada Comunión, según el Concilio Ecuménico
Tridentino. En primer lugar, recuerden a los fieles que la fe católica enseña que
también bajo una sola de las dos especies se recibe a Cristo todo e íntegro y el
verdadero Sacramento; y que, por consiguiente, en lo tocante a su fruto, no se
priva de ninguna gracia necesaria para la salvación a quienes sólo reciben una de
las especies.[106]
283. La Comunión bajo las dos especies se permite, además de los casos
expuestos en los libros rituales:
En cuanto al modo de distribuir a los fieles la sagrada Comunión bajo las dos
especies y a la extensión de la facultad, las Conferencias de Obispos pueden dar
normas, una vez aprobadas las disposiciones por la Sede Apostólica.
A los fieles, que quizás quieran comulgar solo bajo la especie de pan, déseles la
sagrada Comunión de esta forma.
285. Para distribuir la sagrada Comunión bajo las dos especies, prepárese:
Capítulo V
I. PRINCIPIOS GENERALES
289. De ahí que la Iglesia busca continuamente el noble servicio de las artes y
acepta las expresiones artísticas de todos los pueblos y regiones.[109] Más aún,
así como desea vivamente conservar las obras y los tesoros de arte dejados en
herencia por los siglos pretéritos[110] y también, en cuanto es necesario,
adaptarlos a las nuevas necesidades, trata de promover las nuevas formas de arte
acordes con la índole cada época.[111]
Por eso, al escoger e instruir a los artistas y también al elegir las obras destinadas
a las iglesias, búsquese un preeminente valor artístico que alimente la fe y la
piedad y que responda de manera auténtica al sentido y al fin para el cual se
destinan.[112]
290. Todas las iglesias serán dedicadas o, por lo menos, bendecidas. Sin
embargo, las catedrales y las iglesias parroquiales serán dedicadas con rito
solemne.
294. El pueblo de Dios, que se congrega para la Misa, posee una coherente y
jerárquica ordenación que se expresa por los diversos de ministerios y por la
diferente acción para cada una de las partes de la celebración. Por consiguiente,
conviene que la disposición general del edificio sagrado sea aquella que de
alguna manera manifieste la imagen de la asamblea congregada, que permita el
conveniente orden de todos y que también favorezca la correcta ejecución de
cada uno de los ministerios.
Los fieles y los cantores ocuparán el espacio que más les facilite su activa
participación.[114]
EL ALTAR Y SU ORNATO
296. El altar, en el que se hace presente el sacrificio de la cruz bajo los signos
sacramentales, es también la mesa del Señor, para participar en la cual, se
convoca el Pueblo de Dios a la Misa; y es el centro de la acción de gracias que se
consuma en la Eucaristía.
298. Es conveniente que en todas las iglesias exista un altar fijo, que signifique
más clara y permanentemente a Cristo Jesús, la Piedra viva (1Pe 2, 4; Ef 2, 20);
sin embargo, para los demás lugares dedicados a las celebraciones sagradas, el
altar puede ser móvil.
Se llama Altar fijo cuando se construye de tal forma que esté fijo al suelo y que,
por lo tanto, no puede moverse; se llama “móvil” cuando se puede trasladar.
300. Dedíquese el altar, tanto el fijo como el móvil, según el rito descrito en el
Pontifical Romano; adviértase que el altar móvil sólo puede bendecirse.
301. Según la costumbre tradicional de la Iglesia y por su significado, la mesa del
altar fijo debe ser de piedra, y ciertamente de piedra natural. Sin embargo, puede
también emplearse otro material digno, sólido y trabajado con maestría, según el
juicio de la Conferencia de Obispos. Pero los pies o basamento para sostener la
mesa pueden ser de cualquier material, con tal de que sea digno y sólido.
302. La costumbre de depositar debajo del altar que va a ser dedicado reliquias
de Santos, aunque no sean Mártires, obsérvese oportunamente. Cuídese, sin
embargo, que conste con certeza de la autenticidad de tales reliquias.
303. Es preferible que en las iglesias nuevas que van a ser construidas, se erija un
solo altar, el cual signifique en la asamblea de los fieles, un único Cristo y una
única Eucaristía de la Iglesia.
Sin embargo, en las iglesias ya construidas, cuando el altar antiguo esté situado
de tal manera que vuelva difícil la participación del pueblo y no se pueda
trasladar sin detrimento del valor artístico, constrúyase otro altar fijo
artísticamente acabado y ritualmente dedicado; y realícense las sagradas
celebraciones sólo sobre él. Para que la atención de los fieles se distraiga del
nuevo altar, no debe ornamentarse el altar antiguo de modo especial.
304. Por reverencia para con la celebración del memorial del Señor y para con el
banquete en que se ofrece el Cuerpo y Sangre del Señor, póngase sobre el altar
donde se celebra por lo menos un mantel de color blanco, que en lo referente a la
forma, medida y ornato se acomode a la estructura del mismo altar.
Durante el tiempo de Adviento el altar puede adornarse con flores, con tal
moderación, que convenga a la índole de este tiempo, pero sin que se anticipe a
la alegría plena del Nacimiento del Señor. Durante el tiempo de Cuaresma se
prohíbe adornar el altar con flores. Se exceptúan, sin embargo, el
Domingo Laetare (IV de Cuaresma), las solemnidades y las fiestas.
Los arreglos florales sean siempre moderados, y colóquense más bien cerca de él,
que sobre la mesa del altar.
306. Sobre la mesa del altar se puede poner, entonces, sólo aquello que se
requiera para la celebración de la Misa, a saber, el Evangeliario desde el inicio de
la celebración hasta la proclamación del Evangelio; y desde la presentación de
los dones hasta la purificación de los vasos: el cáliz con la patena, el copón, si es
necesario, el corporal, el purificador, la palia y el misal.
Además, dispónganse de manera discreta aquello que quizás sea necesario para
amplificar la voz del sacerdote.
307. Colóquense en forma apropiada los candeleros que se requieren para cada
acción litúrgica, como manifestación de veneración o de celebración festiva (cfr.
n. 117), o sobre el altar o cerca de él, teniendo en cuenta, tanto la estructura del
altar, como la del presbiterio, de tal manera que todo el conjunto se ordene
elegantemente y no se impida a los fieles mirar atentamente y con facilidad lo
que se hace o se coloca sobre el altar.
308. Igualmente, sobre el altar, o cerca de él, colóquese una cruz con la imagen
de Cristo crucificado, que pueda ser vista sin obstáculos por el pueblo
congregado. Es importante que esta cruz permanezca cerca del altar, aún fuera de
las celebraciones litúrgicas, para que recuerde a los fieles la pasión salvífica del
Señor.
EL AMBÓN
Conviene que por lo general este sitio sea un ambón estable, no un simple atril
portátil. El ambón, según la estructura de la iglesia, debe estar colocado de tal
manera que los ministros ordenados y los lectores puedan ser vistos y escuchados
convenientemente por los fieles.
Póngase la silla del diácono cerca de la sede del celebrante. Para los demás
ministros, colóquense las sillas de tal manera que claramente se distingan de las
sillas del clero y que les permitan cumplir con facilidad el ministerio que se les
ha confiado.[121]
311. Dispónganse los lugares para los fieles con el conveniente cuidado, de tal
forma que puedan participar debidamente, siguiendo con su mirada y de corazón,
las sagradas celebraciones. Es conveniente que los fieles dispongan
habitualmente de bancas o de sillas. Sin embargo, debe reprobarse la costumbre
de reservar asientos a algunas personas particulares.[122] En todo caso,
dispónganse de tal manera las bancas o asientos, especialmente en las iglesias
recientemente construidas, que los fieles puedan asumir con facilidad las posturas
corporales exigidas por las diversas partes de la celebración y puedan acercarse
expeditamente a recibir la Comunión.
Procúrese que los fieles no sólo puedan ver al sacerdote, al diácono y a los
lectores, sino que también puedan oírlos cómodamente, empleando los
instrumentos técnicos de hoy.
Como norma general, el tabernáculo debe ser uno solo, inamovible, elaborado de
materia sólida e inviolable, no transparente y cerrado de tal manera que se evite
al máximo el peligro de profanación.[126] Conviene, además, que se bendiga
según el rito descrito en el Ritual Romano antes de destinarlo al uso
litúrgico. [127]
315. Por razón del signo conviene más que en el altar en el que se celebra la Misa
no haya sagrario en el que se conserve la Santísima Eucaristía.[128]
Por esto, es preferible que el tabernáculo, sea colocado de acuerdo con el parecer
del Obispo diocesano:
317. Tampoco se olviden de ninguna manera las demás cosas que para la reserva
de la Santísima Eucaristía se prescriben según las normas del Derecho.[131]
Capítulo VI
319. La Iglesia, siguiendo el ejemplo de Cristo, ha usado siempre pan y vino con
agua para celebrar el banquete del Señor.
320. El pan para la celebración de la Eucaristía debe ser de trigo sin mezcla de
otra cosa, recientemente elaborado y ácimo, según la antigua tradición de la
Iglesia latina.
321. La naturaleza del signo exige que la materia de la celebración eucarística
aparezca verdaderamente como alimento. Conviene, pues, que el pan eucarístico,
aunque sea ácimo y elaborado en la forma tradicional, se haga de tal forma, que
el sacerdote en la Misa celebrada con pueblo, pueda realmente partir la Hostia en
varias partes y distribuirlas, por lo menos a algunos fieles. Sin embargo, de
ningún modo se excluyen las hostias pequeñas, cuando lo exija el número de los
que van a recibir la Sagrada Comunión y otras razones pastorales. Pero el gesto
de la fracción del pan, con el cual sencillamente se designaba la Eucaristía en los
tiempos apostólicos, manifestará claramente la fuerza y la importancia de signo:
de unidad de todos en un único pan y de caridad por el hecho de que se distribuye
un único pan entre hermanos.
322. El vino para la celebración eucarística debe ser “del producto de la vid”
(cfr. Lc 22, 18), natural y puro, es decir, no mezclado con sustancias extrañas.
323. Póngase sumo cuidado en que el pan y el vino destinados para la Eucaristía
se conserven en perfecto estado, es decir, que el vino no se avinagre, ni el pan se
corrompa o se endurezca tanto que sea difícil poder partirlo.
325. Así como para la edificación de las iglesias, también para todos los
utensilios sagrados, la Iglesia admite el género artístico de cada región y acoge
aquellas adaptaciones que están en armonía con la índole y las tradiciones de
cada pueblo, con tal que de todo responda adecuadamente al uso para el cual se
destina el sagrado ajuar.[135]
326. En la elección de los materiales para los utensilios sagrados, además de los
que son de uso tradicional, pueden admitirse aquellos, que según la mentalidad
de nuestro tiempo, se consideren nobles, durables y que se adapten bien al uso
sagrado. La Conferencia de Obispos será juez para estos asuntos en cada una de
las regiones (Cfr. n. 390).
III. LOS VASOS SAGRADOS
328. Háganse de un metal noble los sagrados vasos. Si son fabricados de metal
que es oxidable o es menos noble que el oro, deben dorarse habitualmente por
dentro.
330. En cuanto a los cálices y demás vasos que se destinan para recibir la Sangre
del Señor, tengan la copa hecha de tal material que no absorba los líquidos. El
pie, en cambio, puede hacerse de otros materiales sólidos y dignos.
331. Para las hostias que serán consagradas puede utilizarse provechosamente
una patena más amplia en la que se ponga el pan, tanto para el sacerdote y el
diácono, como para los demás ministros y para los fieles.
338. La vestidura propia del diácono es la dalmática, que viste sobre el alba y la
estola; sin embargo, la dalmática puede omitirse por una necesidad o por un
grado menor de solemnidad.
339. Los acólitos, los lectores y los otros ministros laicos, pueden vestir alba u
otra vestidura legítimamente aprobada en cada una de las regiones por la
Conferencia de Obispos (cfr. n. 390).
340. El sacerdote lleva la estola alrededor del cuello y pendiendo ante el pecho;
pero el diácono la lleva desde el hombro izquierdo pasando sobre el pecho hacia
el lado derecho del tronco, donde se sujeta.
a) El color blanco se emplea en los Oficios y en las Misas del Tiempo Pascual y
de la Natividad del Señor; además, en las celebraciones del Señor, que no sean de
su Pasión, de la bienaventurada Virgen María, de los Santos Ángeles, de los
Santos que no fueron Mártires, en la solemnidad de Todos los Santos (1º de
noviembre), en la fiesta de San Juan Bautista (24 de junio), en las fiestas de San
Juan Evangelista (27 de diciembre), de la Cátedra de San Pedro (22 de febrero) y
de la Conversión de San Pablo (25 de enero).
c) El color verde se usa en los Oficios y en las Misas del Tiempo Ordinario.
g) En los días más solemnes pueden usarse vestiduras sagradas festivas o más
nobles, aunque no sean del color del día.
Sin embargo, las Conferencias de Obispos, en lo referente a los colores
litúrgicos, pueden determinar y proponer a la Sede Apostólica las adaptaciones
que mejor convengan con las necesidades y con la índole de los pueblos.
347. Las Misas Rituales se celebran con el color propio o blanco o festivo; pero
las Misas por diversas necesidades con el color propio del día o del tiempo o con
color violeta, si expresan índole penitencial, por ejemplo, núms. 31. 33. 38; las
Misas votivas con el color conveniente a la Misa que se celebra o también con el
color propio del día o del tiempo.
348. Además de los vasos sagrados y de las vestiduras sagradas, para los que se
determina un material especial, el otro ajuar que se destina, o al mismo uso
litúrgico,[140] o que de alguna otra manera se aprueba en la iglesia, sea digno y
corresponda al fin para el cual se destina cada cosa.
350. Póngase, además, todo el cuidado en los objetos que están directamente
relacionados con el altar y con la celebración eucarística, como son, por ejemplo,
la cruz del altar y la cruz que se lleva en procesión.
Capítulo VII
I. ELECCIÓN DE LA MISA
b) En las ferias de Adviento antes del 17 de diciembre, en las ferias del tiempo de
Navidad desde el 2 de enero y en las ferias del Tiempo Pascual, puede elegirse la
Misa de la feria, o la Misa del Santo, o la de uno de los santos de los que se haga
memoria, o la Misa de algún santo que esté inscrito ese día en el Martirologio.
c) En las ferias del Tiempo Ordinario, puede elegirse la Misa de la feria, o la
Misa de una memoria libre que quizás caiga ese día o la Misa de algún Santo
inscrito ese día en el Martirologio o una de las Misas por diversas necesidades o
una Misa Votiva.
Por el mismo motivo, elegirá con moderación las Misas de difuntos: pues
cualquier Misa se ofrece tanto por los vivos como por los difuntos y en la
Plegaria Eucarística se tiene una memoria de los difuntos.
Sin embargo, donde los fieles aprecian especialmente las memorias libres de la
bienaventurada Virgen o de los Santos, satisfágase su legítima piedad.
356. Al elegir los textos de las diversas partes de la Misa, tanto del Tiempo,
como de los Santos, obsérvense las normas que siguen.
Las lecturas
357. Para los domingos y para las solemnidades se asignan tres lecturas, esto es:
del Profeta, del Apóstol y del Evangelio, con las cuales es educado el pueblo
cristiano en la continuidad de la obra de salvación, según el admirable plan
divino. Empléense rigurosamente estas lecturas. En Tiempo Pascual, según la
tradición de la Iglesia, en vez del Antiguo Testamento, se emplea la lectura de los
Hechos de los Apóstoles.
Para las fiestas se asignan dos lecturas. Sin embargo, si la fiesta, según las
normas, se eleva al grado de solemnidad, se agrega una tercera lectura, que se
toma del Común.
En las memorias de los Santos, a no ser que tengan lecturas propias, se leen
habitualmente las asignadas a la feria. En algunos casos se proponen lecturas
apropiadas, esto es, que iluminan un aspecto particular de la vida espiritual del
Santo o de su obra. El uso de estas lecturas no hay que urgirlo, a no ser que en
efecto lo aconseje una razón pastoral.
358. En el Leccionario Ferial se proponen las lecturas para todos los días de cada
una de las semanas y para el transcurso de todo el año. Por tal motivo, se elegirán
estas lecturas preferentemente para el día al cual son asignadas, a no ser que se
celebre una solemnidad o una fiesta, o bien una memoria que tenga lecturas
propias del Nuevo Testamento en las cuales se hace mención del Santo
celebrado.
En las Misas para grupos particulares está permitido al sacerdote elegir textos
más apropiados a la celebración particular, con tal de que los textos se elijan de
un leccionario aprobado.
Estos leccionarios se han preparado para que los fieles sean conducidos,
mediante la escucha más apropiada de la Palabra de Dios, a comprender más
plenamente el misterio en el que participan y para instruirlos en un amor más
encendido de la Palabra de Dios.
Por consiguiente, los textos que se proclaman en una celebración deben ser
determinados teniendo presente, tanto los motivos pastorales, como también la
posibilidad de elección en esta materia.
360. Al elegir entre las dos formas que presenta un mismo texto, hay que guiarse
también por un criterio pastoral. Se da, en efecto, algunas veces, una forma larga
y una forma más breve del mismo texto. En este caso, conviene tener en cuenta la
posibilidad de los fieles de escuchar con provecho la lectura más o menos
extensa, como también su posibilidad de oír el texto más completo, que será
explicado después en la homilía.[142]
361. Pero cuando se concede la facultad de elegir entre uno y otro texto ya
definido, o propuesto a voluntad, habrá que atender a la utilidad de los que
participan, esto es, según se trate de emplear un texto que es más fácil o más
conveniente para la asamblea reunida, o de un texto que hay que repetir o
reponer, que se asigna como propio a alguna celebración y se deja a voluntad
para otra, siempre que la utilidad pastoral lo aconseje.[143]
Esto puede suceder cuando el mismo texto debe ser leído de nuevo en días
cercanos, por ejemplo, el día domingo y el día siguiente, o cuando se teme que
algún texto produzca algunas dificultades en alguna asamblea de fieles. Sin
embargo, cuídese de que en la elección de los textos de la Sagrada Escritura no se
excluyan continuamente algunas partes de ella.
362. Además de las facultades para elegir algunos textos más apropiados, de los
cuales ya se habló, se concede facultad a las Conferencias de Obispos, en
circunstancias particulares, para indicar algunas adaptaciones en lo referente a las
lecturas, sin embargo, con la condición de que los textos se tomen de un
leccionario debidamente aprobado.
Las oraciones
363. En cualquier Misa, a no ser que se indique otra cosa, se dicen las oraciones
propias de esa misma Misa.
En las memorias de los Santos se dice la colecta propia o, si falta, la del Común
correspondiente; en cambio, las oraciones sobre las ofrendas y después de la
Comunión, a no ser que sean propias, pueden tomarse del Común o de la feria del
tiempo corriente.
Pero en las ferias del Tiempo Ordinario, además de las oraciones del domingo
precedente, pueden elegirse las oraciones de otro domingo del Tiempo Ordinario
o una de las oraciones por diversas necesidades, que se encuentran en el Misal.
Sin embargo, siempre está permitido tomar de esas Misas la sola colecta.
De esta manera se presenta una más rica abundancia de textos, con los que se
nutre más copiosamente la oración de los fieles.
Sin embargo, en los tiempos más importantes del año, esta adaptación ya se hace
en el Misal, por medio de oraciones propias que se ofrecen para los días
pertinentes en esos tiempos.
Plegaria Eucarística
364. Muchos de los prefacios con los que se enriquece el Misal Romano miran a
que el tema de la acción de gracias resplandezca más plenamente en la Plegaria
Eucarística y a que los diversos aspectos del misterio de salvación se propongan
con luz más abundante.
El canto
366. No está permitido sustituir por otros cantos los incluidos en el Ordinario de
la Misa, por ejemplo, para el Cordero de Dios.
367. En la elección de los cantos interleccionales, lo mismo que los cantos de
entrada, ofertorio y Comunión, obsérvense las normas que se establecen en sus
lugares (cfr. núms. 40-41; 47-48; 61-64; 74; 86-88).
Capítulo VIII
368. Puesto que para los fieles bien dispuestos la liturgia de los Sacramentos y de
los Sacramentales hace que casi todos los sucesos de la vida sean santificados
con la gracia divina que emana del Misterio Pascual[144] y puesto que la
Eucaristía es el Sacramento de los sacramentos, el Misal proporciona modelos de
Misas y de oraciones que pueden emplearse en las diversas ocasiones de la vida
cristiana, por las necesidades de todo el mundo o de la Iglesia universal o local.
369. Teniendo presente la más amplia facultad para elegir lecturas y oraciones, es
conveniente que se usen con moderación las Misas por diversas necesidades, es
decir, cuando lo exijan las circunstancias.
370. En todas las Misas por diversas necesidades, a no ser que se determine
expresamente otra cosa, está permitido usar las lecturas feriales y además los
cantos interleccionales que se encuentran entre ellas, si son adecuados a la
celebración.
371. Entre las Misas de este género se cuentan las Misas Rituales, las Misas por
diversas necesidades, las Misas para diversas circunstancias y las Misas Votivas.
373. Las Misas por diversas necesidades y las Misas por diversas circunstancias
se eligen para circunstancias determinadas, a veces, o en tiempos establecidos.
De éstas, la Autoridad competente puede elegir Misas a favor de los que
suplican, según lo establezca la Conferencia de Obispos en el transcurso del año.
374. Si se presenta alguna necesidad más grave, o por utilidad pastoral, por
mandato o con licencia del Obispo diocesano, puede celebrarse la Misa que está
convenga con ella, todos los días, exceptuadas las solemnidades, los domingos de
Adviento, Cuaresma y Pascua, los días dentro de la Octava de Pascua, la
Conmemoración de todos los fieles difuntos, el Miércoles de Ceniza y las ferias
de Semana Santa.
376. En los días en que se celebra una memoria obligatoria o una feria de
Adviento hasta el 16 de diciembre inclusive, del tiempo de Navidad desde el 2 de
enero, o del tiempo pascual después de la Octava de Pascua, se prohíben de por sí
las Misas por diversas necesidades, por diversas circunstancias y las votivas.
Pero, si una verdadera necesidad o utilidad pastoral lo exige, en la celebración
con pueblo puede emplearse la Misa que, a juicio del rector de la iglesia o del
mismo sacerdote, sea conforme con esa necesidad o utilidad.
377. En las ferias durante el año en las que se celebran memorias libres o se hace
el Oficio de la feria, puede celebrarse cualquier Misa o emplearse cualquier
oración por diversas necesidades, exceptuadas, sin embargo, las Misas rituales.
380. Entre las Misas de difuntos ocupa el primer lugar la Misa Exequial, que
puede celebrarse todos los días, excepto las solemnidades de precepto, el Jueves
santo, el Triduo Pascual y los domingos de Adviento, Cuaresma y Pascua,
observando, además, lo que hay que observar, según las normas del Derecho.
[146]
Las otras Misas de difuntos, o sea las Misas “cotidianas” pueden celebrarse en las
ferias durante el año en las que ocurren memorias libres, o se hace el Oficio de la
feria, con tal de que realmente se apliquen por los difuntos.
383. Estimúlese a los fieles, especialmente a los familiares del difunto, para que
también participen por medio de la sagrada Comunión en el sacrificio eucarístico
ofrecido por el difunto.
384. Si la Misa Exequial está directamente unida con el rito de las exequias,
dicha la oración después de la Comunión, y omitido el rito de conclusión, se hace
el rito de la última recomendación o despedida; éste rito solamente se celebra
cuando está presente el cadáver.
Tengan además los pastores especial consideración por aquellos que, con ocasión
de las exequias, están presentes en las celebraciones litúrgicas o escuchan el
Evangelio y sean acatólicos, o católicos que nunca o casi nunca participan en la
Eucaristía, o también que parece han perdido la fe: los sacerdotes son ministros
del Evangelio de Cristo para todos.
Capítulo IX
Sin embargo, para que la celebración responda más plenamente a las normas y al
espíritu de la Sagrada Liturgia, en esta Instrucción y en el Ordinario de la Misa se
proponen algunas ulteriores adaptaciones que se confían al juicio del Obispo
diocesano o de la Conferencia de Obispos.
387. El Obispo diocesano, que debe ser tenido como el gran sacerdote de su grey,
de quien deriva y depende en cierto modo la vida de sus fieles en Cristo,
[148] debe fomentar, conducir y vigilar en su diócesis la vida litúrgica. A él, en
esta Instrucción, se le confía ordenar la disciplina de la concelebración (cfr.
núms. 202; 374), establecer las normas acerca de los que sirven al sacerdote en el
altar (cfr. n. 107), acerca de la distribución de la sagrada Comunión bajo las dos
especies (cfr. n. 283), acerca de la construcción y disposición de las iglesias (cfr.
n. 291). Y le corresponde a él mismo, en primer lugar, fomentar el espíritu de la
sagrada Liturgia en los presbíteros, diáconos y fieles.
388. Las adaptaciones, de las que se hablará más adelante, que piden más amplia
coordinación, deben ser determinadas en la Conferencia de Obispos, según la
norma del Derecho.
El Misal Romano debe ser editado íntegramente, tanto en el texto latino, como en
las traducciones legítimamente aprobadas a las lenguas vernáculas.
— Los gestos de los fieles y las posturas corporales (cfr. antes n. 43)
Más aun, podrán ser incluidos en el Misal Romano, en un lugar adecuado, con
previa aprobación de la Sede Apostólica, los Directorios o Instrucciones
Pastorales que las Conferencias de Obispos juzguen útiles.[150]
Empléese un lenguaje que responda a la capacidad de los fieles y que sea apto
para la proclamación pública que conserve, sin embargo, las características
propias de los distintos modos de hablar contenidos en los libros bíblicos.
Sin embargo, es mejor que en las regiones que tienen un mismo idioma, en
cuanto sea posible, haya una misma traducción para los textos litúrgicos,
especialmente para los textos bíblicos y para el Ordinario de la Misa.[152]
Les corresponde también juzgar qué formas musicales, qué melodías y qué
instrumentos musicales pueden admitirse en el culto divino y hasta qué punto
pueden ser realmente adaptados o adaptarse al uso sagrado.
394. Conviene que cada Diócesis tenga su Calendario y su Propio de las Misas.
Pero la Conferencia de Obispos, por su parte, prepare el calendario propio de la
nación o, juntamente con otras Conferencias, el calendario de una jurisdicción
más amplia, para ser aprobado por la Sede Apostólica.[154]
En la ejecución de este trabajo hay que preservar y proteger el día domingo como
primordial día de fiesta, por lo cual no se le antepondrán otras celebraciones, a no
ser que de verdad sean de máxima importancia.[155] Téngase cuidado,
igualmente, de que no se oscurezca con elementos secundarios el año litúrgico,
revisado por decreto del Concilio Vaticano II.
Conviene que en la edición del Misal las celebraciones que son propias para toda
la nación o jurisdicción, se incluyan en su lugar dentro de las celebraciones del
calendario general, pero las que son para una región o una diócesis, colóquense
en un Apéndice particular.
395. Por último, si la participación de los fieles y su bien espiritual requieren más
profundas y variadas adaptaciones para que la sagrada celebración responda a la
índole y tradiciones de los diversos pueblos, especialmente en favor de los
pueblos recientemente evangelizados, las Conferencias de Obispos podrán
proponerlas a la Sede Apostólica, según la norma del artículo 40 de la
Constitución sobre la Sagrada Liturgia, para ser introducidas con su
consentimiento.[157]Obsérvense atentamente las normas especiales contenidas
en la Instrucción “La Liturgia Romana y la inculturación.”[158]
397. Obsérvese también el principio según el cual cada una de las Iglesias
particulares debe estar de acuerdo con la Iglesia Universal, no sólo en la doctrina
de la fe y de los signos sacramentales sino también en los usos universalmente
recibidos de la ininterrumpida tradición apostólica, que deben observarse, no sólo
para evitar los errores, sino también para transmitir la integridad de la fe, porque
la ley de la oración de la Iglesia corresponde a su ley de la fe.[160]
El Rito Romano constituye parte insigne y preciosa del tesoro litúrgico y del
patrimonio de la Iglesia Católica, cuyas riquezas contribuyen al bien de la Iglesia
Universal, de tal manera que su pérdida la perjudicaría gravemente.
Este Rito no sólo conservó en el decurso de los siglos los usos litúrgicos oriundos
de la ciudad de Roma, sino que también de modo profundo, orgánico y armónico,
en sí les dio toda su fuerza a algunos otros que se derivaban de las costumbres y
de la índoles de diversos pueblos y de diversas Iglesias particulares, ya de
Occidente, ya de Oriente, adquiriendo así alguna índole suprarregional. Y en
nuestros tiempos la identidad y la expresión de unidad de este Rito se encuentra
en las ediciones típicas de los libros litúrgicos publicados por la autoridad del
Sumo Pontífice y en los libros litúrgicos correspondientes a éstos, aprobados por
las Conferencias de Obispos para sus jurisdicciones, y reconocidos oficialmente
por la Sede Apostólica.[161]
398. La norma establecida por el Concilio Vaticano II para que las innovaciones
en la instauración litúrgica no se hagan a no ser que lo exija una utilidad real y
cierta de la Iglesia, y empleando cautela para que las nuevas formas en cierto
modo crezcan orgánicamente a partir de las formas ya existentes,[162] debe
también aplicarse al trabajo de inculturación del Rito Romano.[163] La
inculturación, además, requiere tiempo abundante para que la auténtica tradición
litúrgica no se contamine apresurada e incautamente.
Notas
[11] Cfr. Ibíd. , núm. 50
[33] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre el oficio pastoral de los
Obispos,Christus Dominus, núm. 15;Cfr. también Concilio Vaticano II,
Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 41
[116] Cfr. Ibíd.
[117] Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Inter Oecumenici, día 26 de
septiembre de 1964, núm. 96: A.A.S. 56 (1964) pág. 899.
[146] Cfr. Misal Romano XXX; CIC, núms. 1176-1185; Ritual Romano, Ordo
Exequiarum, ed. typ. 1969.