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La necrofilia va más allá de ser una mera perversión sexual, y e implica un odio activo a
la vida.
La persona con orientación necrófila se siente atraída y fascinada por todo lo que no
vive, por todo lo muerto: cadáveres, marchitamiento, heces, basura. Los necrófilos son
individuos aficionados a hablar de enfermedades, de entierros, de muertes. Empiezan a
vivir precisamente cuando hablan de la muerte. (Fromm 1966: 38)
Un ejemplo extremo de la orientación necrófila será nada menos que Hitler, cuyas
acciones se vuelven inteligibles si consideramos que «su satisfacción más profunda
estribaba en presenciar la destrucción total y absoluta: la del pueblo alemán, la de los
que lo rodeaban, la suya propia» (Fromm 1966: 39).
Recordemos, pues, que salvo en casos extremos, de ser un Hitler o un santo, la mayoría
de individuos cuentan con rasgos de ambas orientaciones, si bien una tiene siempre que
predominar, pues «resulta innegable que cada individuo avanza en la dirección que ha
elegido: la de la vida o la de la muerte, la del bien o la del mal» (Fromm 1966: 19).
Si bien existe, pues, un elemento irreducible donde entra en juego la libertad de cada
persona, hay factores personales, de crianza, como sociales, que influirán en el
desarrollo y la intensidad en la adopción de una orientación, siendo importante el grado
de injusticia presente en una sociedad dada, entendida la injusticia, en últimas instancia,
como «una situación social en que el hombre no es un fin en sí mismo, sino que se
convierte en medio para los fines de otro hombre» (Fromm 1966: 55).
Como resultado de las sociedades industriales, Fromm hablará del homo mechanicus,
«indiferente a la vida, fascinado por todo lo que es mecánico y al fin atraído por la muerte
y la destrucción total» (Fromm 1966: 63). Este tipo de hombre está claramente marcado
por la orientación necrófila, propensa a tratar como cosas a las personas, a atropellar la
libertad de los individuos usando como excusa la regularidad de las leyes naturales,
cuyo único uso legítimo se da sobre las cosas. Añadirá:
El mundo industrializado está lejos de ser malo en sí mismo, mas de lo que se trata es
de «si los principios de vida están subordinados a los de mecanización, o si los principios
de vida son los predominantes» (Fromm 1966: 66). Termina Fromm el capítulo
precisamente en este punto, con el esbozo de una pregunta que todavía no ha hallado
respuesta en la práctica:
Finalmente, para conectar la temática de esta entrada con un tema de actualidad, veamos
la siguiente imagen, práctica común de muchos proyectos mineros, que no tienen
problema en convertir un río en tuberías.
Ver también: Una demoledora crítica al existencialismo de Sartre y de Heidegger,
cortesía de Erich Fromm.
Bibliografía:
FROMM, Erich
La condición más importante para el desarrollo del amor a la vida en el niño es,
para mí, estar con gente que ama la vida. El amor a la vida es tan contagioso
como el amor a la muerte. Se comunica sin palabras ni explicaciones, y desde
luego sin ningún sermoneo acerca de que hay que amar la vida. Se expresa en
gestos más que en ideas, en el tono de la voz más que en las palabras. Puede
observarse en todo el ambiente de una persona o un grupo, y no en los
principios y reglas explícitas según los cuales organizan sus vidas. Entre las
condiciones específicas necesarias para el desarrollo de la biofilia mencionaré
las siguientes: cariño; relaciones afectuosas con otros durante la
infancia; libertad y ausencia de amenazas; enseñanza ―por el ejemplo y no por
prédicas— de los principios conducentes a la armonía y la fuerza interiores; guía
en el «arte de vivir»; influencia estimulante de otros y respuesta a la misma; un
modo de vida que sea verdaderamente interesante. Lo opuesto a estas
condiciones fomenta el desarrollo de la necrofilia: crecer entre gente que ama la
muerte; carecer de estímulo; frialdad, condiciones que hacen la vida rutinaria y
carente de interés; orden mecánico en vez de orden determinado por relaciones
directas y humanas entre las personas.