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AMOR A LA MUERTE Y AMOR A LA

VIDA (O UN ARGUMENTO MÁS


SOBRE POR QUÉ CONGA NO VA)
En el tercer capítulo de El corazón del hombre, Erich Fromm aborda dos orientaciones
humanas básicas, esencialmente contrarias, si bien pueden manifestarse en un individuo
ambas de forma simultánea. Son la necrofilia y la biofilia, literalmente amor a la muerte
y amor a la vida, respectivamente.

La necrofilia va más allá de ser una mera perversión sexual, y e implica un odio activo a
la vida.

La persona con orientación necrófila se siente atraída y fascinada por todo lo que no
vive, por todo lo muerto: cadáveres, marchitamiento, heces, basura. Los necrófilos son
individuos aficionados a hablar de enfermedades, de entierros, de muertes. Empiezan a
vivir precisamente cuando hablan de la muerte. (Fromm 1966: 38)

Un ejemplo extremo de la orientación necrófila será nada menos que Hitler, cuyas
acciones se vuelven inteligibles si consideramos que «su satisfacción más profunda
estribaba en presenciar la destrucción total y absoluta: la del pueblo alemán, la de los
que lo rodeaban, la suya propia» (Fromm 1966: 39).

La oposición con la biofilia resulta evidente:

Mientras la vida se caracteriza por el crecimiento de una manera estructurada, funcional,


el individuo necrófilo ama todo lo que no crece, todo lo que es mecánico. La persona
necrófila es movida por el deseo de convertir lo orgánico en inorgánico, de mirar la vida
mecánicamente, como si todas las personas vivientes fuesen cosas. (Fromm 1966: 40-
41)

Fromm rechaza estar hablando de una mera abstracción o de un conglomerado de


tendencias. De lo que se trata, tanto con la necrofilia como con la biofilia, es de una
«orientación fundamental» que trasciende rasgos particulares y representa «una
orientación total, todo un modo de ser» (Fromm 1966: 45-46). En el caso de la necrofilia,
«es la orientación hacia la vida más morbosa y más peligrosa de que es capaz el
hombre», es «una verdadera perversión» (Fromm 1966: 45).

La biofilia se despliega completamente en la orientación productiva, y «es movida por la


atracción de la vida y de la alegría; el esfuerzo moral consiste en fortalecer la parte de
uno mismo amante de la vida»[1] (Fromm 1966: 48-49).
La necrofilia, afirma Fromm, y a diferencia del instinto de la muerte de Freud, es una
psicopotalogía y no parte de la biología normal (Fromm 1966: 52-53), lo que lo lleva a
formular la siguiente pregunta:

¿Qué factores producen el desarrollo de las orientaciones necrófilas y biófilas en general,


y más específicamente, la mayor o menor intensidad de la orientación en un individuo o
un grupo dados? (Fromm 1966: 53).

Recordemos, pues, que salvo en casos extremos, de ser un Hitler o un santo, la mayoría
de individuos cuentan con rasgos de ambas orientaciones, si bien una tiene siempre que
predominar, pues «resulta innegable que cada individuo avanza en la dirección que ha
elegido: la de la vida o la de la muerte, la del bien o la del mal» (Fromm 1966: 19).

Si bien existe, pues, un elemento irreducible donde entra en juego la libertad de cada
persona, hay factores personales, de crianza, como sociales, que influirán en el
desarrollo y la intensidad en la adopción de una orientación, siendo importante el grado
de injusticia presente en una sociedad dada, entendida la injusticia, en últimas instancia,
como «una situación social en que el hombre no es un fin en sí mismo, sino que se
convierte en medio para los fines de otro hombre» (Fromm 1966: 55).

Como resultado de las sociedades industriales, Fromm hablará del homo mechanicus,
«indiferente a la vida, fascinado por todo lo que es mecánico y al fin atraído por la muerte
y la destrucción total» (Fromm 1966: 63). Este tipo de hombre está claramente marcado
por la orientación necrófila, propensa a tratar como cosas a las personas, a atropellar la
libertad de los individuos usando como excusa la regularidad de las leyes naturales,
cuyo único uso legítimo se da sobre las cosas. Añadirá:

Las características de la orientación necrófila existen en todas las sociedades


industriales modernas independientemente de sus respectivas estructuras políticas. Lo
que el capitalismo estatal soviético tiene de común con el capitalismo de sociedades
anónimas es más importante que los rasgos en que difieren los dos sistemas. Ambos
tienen en común la actitud burocrático-mecánica y ambos se preparan para la
destrucción total[2]. (Fromm 1966: 64)

El mundo industrializado está lejos de ser malo en sí mismo, mas de lo que se trata es
de «si los principios de vida están subordinados a los de mecanización, o si los principios
de vida son los predominantes» (Fromm 1966: 66). Termina Fromm el capítulo
precisamente en este punto, con el esbozo de una pregunta que todavía no ha hallado
respuesta en la práctica:

¿Cómo es posible crear un industrialismo humanista opuesto al industrialismo


burocrático que gobierna hoy nuestras vidas? (Fromm 1966: 67)

Finalmente, para conectar la temática de esta entrada con un tema de actualidad, veamos
la siguiente imagen, práctica común de muchos proyectos mineros, que no tienen
problema en convertir un río en tuberías.
Ver también: Una demoledora crítica al existencialismo de Sartre y de Heidegger,
cortesía de Erich Fromm.

[1] En este punto la teoría moral de Fromm es acorde a la doctrina de la virtud de


Immanuel Kant. Por ejemplo, ver: Sobre el ánimo valeroso y alegre en el ejercicio de la
virtud (o sobre la complementariedad del pensamiento de los estoicos y de Epicuro de
acuerdo a Kant).

[2] Nótese la descripción de la URSS como una sociedad capitalista.

Bibliografía:

FROMM, Erich

El corazón del hombre. México D. F.: Fondo de Cultura Económica, 1966.


Amor a la muerte y amor a la vida
Publicado el 30 enero, 2012 por Enrique Pallarés Molíns

Hoy celebramos el Día Mundial de la Paz y de la No Violencia, precisamente en


el aniversario de la muerte de Mahatma Gandhi (30 de enero de 1948).
Me ha parecido oportuno, en este día, transcribir dos citas del libro El corazón
del hombre, de Erich Fromm. En este libro desarrolla Fromm la potencialidad
humana para el bien y para el mal (para el mal y para el bien); para la vida y
para la muerte (para la muerte y para la vida). Revisa la distinción que Sigmund
Freud había hecho entre impulsos de vida (Eros) y los que consideraba más
radicales y potentes todavía impulsos de muerte (Thánatos). Es necesario elegir,
con todas sus consecuencias, entre el amor a la muerte (Necrofilia) y el amor a
la vida (Biofilia).
«Crear vida es trascender la situación de uno como criatura que es lanzada a la
vida, como se lanzan los dados de un cubilete. Pero destruir la vida también es
trascenderla y escapar al insoportable sentimiento de la pasividad total. Crear
vida requiere ciertas cualidades de que carece el individuo incapaz. Destruir
vida requiere sólo una cualidad: el uso de la fuerza. El individuo incapaz, si tiene
una pistola, un cuchillo o un brazo vigoroso, puede trascender la vida
destruyéndola en otros o en sí mismo. Así, se venga de la vida porque ésta se le
niega. La violencia compensadora es precisamente la violencia que tiene sus
raíces en la impotencia, y que la compensa. El individuo que no puede crear
quiere destruir. Creando y destruyendo, trasciende su papel como mera
criatura. Camus expresó sucintamente esta idea cuando hace decir a Calígula:
«Vivo, mato, ejercito la arrobadora capacidad de destruir, comparado con la
cual el poder de un creador es el más simple juego de niños.» Ésta es la violencia
del impotente, de los individuos a quienes la vida negó la capacidad de expresar
positivamente sus potencias específicamente humanas. Necesitan destruir
precisamente porque son humanos, ya que ser humano es trascender el mero
estado de cosa». (Erich Fromm: El corazón del hombre. Capítulo 2, Diferentes
formas de violencia).
«Si, por otra parte, se sigue la hipótesis expuesta aquí, hay que formular esta
pregunta: ¿Qué factores producen el desarrollo de las orientaciones necrófilas y
biófilas en general, y más específicamente, la mayor o menor intensidad de la
orientación hacia el amor de la vida en un individuo o un grupo dados? No
tengo una contestación plena a esta importante pregunta. En mi opinión es de
la mayor importancia estudiar más este problema. No obstante, puedo
aventurar algunas respuestas de tanteo a las que llegué sobre la base de mi
experiencia clínica en psicoanálisis y de la observación y el análisis de la
conducta de grupo.

La condición más importante para el desarrollo del amor a la vida en el niño es,
para mí, estar con gente que ama la vida. El amor a la vida es tan contagioso
como el amor a la muerte. Se comunica sin palabras ni explicaciones, y desde
luego sin ningún sermoneo acerca de que hay que amar la vida. Se expresa en
gestos más que en ideas, en el tono de la voz más que en las palabras. Puede
observarse en todo el ambiente de una persona o un grupo, y no en los
principios y reglas explícitas según los cuales organizan sus vidas. Entre las
condiciones específicas necesarias para el desarrollo de la biofilia mencionaré
las siguientes: cariño; relaciones afectuosas con otros durante la
infancia; libertad y ausencia de amenazas; enseñanza ―por el ejemplo y no por
prédicas— de los principios conducentes a la armonía y la fuerza interiores; guía
en el «arte de vivir»; influencia estimulante de otros y respuesta a la misma; un
modo de vida que sea verdaderamente interesante. Lo opuesto a estas
condiciones fomenta el desarrollo de la necrofilia: crecer entre gente que ama la
muerte; carecer de estímulo; frialdad, condiciones que hacen la vida rutinaria y
carente de interés; orden mecánico en vez de orden determinado por relaciones
directas y humanas entre las personas.

En cuanto a las condiciones sociales para el desarrollo de la biofilia, es evidente


que son las mismas condiciones que fomentan las tendencias que acabo de
mencionar respecto del desarrollo del individuo. Pero es posible llevar más
lejos la especulación sobre las condiciones sociales, aun cuando las
observaciones siguientes son solo el comienzo, y no el fin, de dicha
especulación». (Erich Fromm: El corazón del hombre. Capítulo 3, Amor a la
muerte y amor a la vida)

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