You are on page 1of 484

ESE ALGO ESPECIAL

Carla Domínguez

Índice
Portada
Sinopsis
Portadilla
Cita
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Sinopsis
Una novela romántica juvenil con la que aprenderás que es mejor
arriesgarse y equivocarse que quedarse con las ganas.
¿Te gustaría saber qué rumbo tomó el grupo de amigos que conocimos
en Tal y como eres?
Unos terminaron la carrera y siguieron estudiando; otros se pusieron a
trabajar. Incluso uno de ellos se fue a vivir a Australia una temporada.
Clara continúa compartiendo piso con su hermano Kevin, lo que le ha
permitido estudiar un máster, seguir dando clases de refuerzo a niños y
ahorrar algo de dinero. Ella se niega a reconocerlo, pero en su corazón hay
alguien con quien no se atrevió a dar el paso en su momento.
Didi terminó el doble grado y decidió ponerse a trabajar para poder
pagarse un máster de Educación Inclusiva. Aunque sigue sin creer en el
amor (eso no es para ella), le encanta ver a sus amigos enamorados. Hasta
que se topa con la persona que le hace volver a sentir ese «algo especial»
que había experimentado tiempo atrás.
¿Se dejarán llevar Clara y Didi por sus sentimientos o, por miedo, se
quedarán con las ganas?
En Ese algo especial descubrirás que siempre es mejor ser valiente y
arriesgarse.
 
Porque a veces no necesitas sentir mariposas
para saber que estás ante la persona acertada.
Solo necesitas encontrar ese algo especial que
te diga que es ella. Puede ser un gesto, una
mirada, una sonrisa...
O no..., quién sabe.
Si lo averiguas, cuéntamelo.
Capítulo 1

Es un martes cualquiera. La hora de mediodía hace rato que ha


quedado atrás.
Didi, cansada, coge la mochila y se la cuelga en los hombros.
Atraviesa el supermercado todo lo rápido que puede y llega hasta
las puertas automáticas.
No quiere pasar ni un segundo más del necesario ahí dentro.
Tiene tantas ganas de irse que la espera hasta que se abren las
puertas se le hace eterna. Cuando por fin empiezan a deslizarse,
sale y nota directamente el aire gélido en la cara, cosa que
agradece muchísimo. Este mes de enero está siendo muy frío.
Se abrocha el abrigo con una sonrisa al recordar la cantidad de
veces que sus padres le decían cuando era pequeña que se tapara
bien para evitar enfriarse y ponerse mala.
—Hola.
Didi se extraña, no tiene claro si se lo están diciendo a ella. Por la
cercanía con que lo ha oído cree que sí. Entonces alza la vista y se
sorprende al ver que tiene delante a una chica rubia que sonríe.
—Disculpa que te moleste.
—Hola, no te preocupes —contesta—. ¿Necesitas algo?
—Es que justo te he visto salir del súper y quería preguntarte si
trabajas aquí —dice la chica señalando el establecimiento.
Didi mira hacia el lugar donde esta indica y rápidamente sus ojos
vuelven a ella.
—Sí, justo ahí.
«Ojalá pudiese decir que no», piensa.
—¿Y sabrías decirme si está Martín Crespo? —le pregunta la
chica rubia.
—¿Martín, el gerente? —dice Didi para asegurarse.
La chica asiente sin perder la sonrisa.
—Sí, ese hombre siempre está —contesta Didi con tono irónico.
—Genial. ¡Muchas gracias! —responde la chica recolocándose el
pelo.
—Un placer.
—¡Igual!
Didi se la queda mirando hasta que la ve entrar en el
supermercado.
«No tiene pinta de ser mayor que yo», piensa.
Luego termina de abrocharse el abrigo hasta arriba, mete las
manos en los bolsillos y empieza a caminar hacia la parada de
autobús, que por suerte le pilla a tan solo unos pocos metros.
Cuando llega se apoya en la marquesina y, casi sin darse cuenta,
su mente comienza a pensar en el trabajo. El maldito supermercado
del que acaba de salir.
En cuanto terminó el doble grado de Magisterio y Educación
Social, decidió ponerse a trabajar. Le habría encantado encontrar un
puesto relacionado con su formación, pero fue misión imposible.
Como le hacía falta el dinero, estuvo un tiempo de camarera en un
bar y después cubriendo una suplencia en la recepción de un hotel.
De vez en cuando también ayudaba a su amiga Jimena en su tienda
de ropa vintage, pero muy a su pesar no podía vivir solo de eso.
Así que desde hace ya unos cuantos meses está trabajando en el
supermercado, aunque no le gusta nada. Ha intentado hacer
amistad con los compañeros, pero no lo consigue, y el jefe no es
que sea el tío más majo del mundo.
«Mira que lo he puesto todo de mi parte», se dice.
Ve llegar el autobús y alza el brazo para que este pare. Cuando lo
hace, se sube al vehículo. Hoy hay muchos asientos libres, así que
incluso puede elegir dónde sentarse.
Se decide por uno de ventanilla. Va hasta él, se quita la mochila
de los hombros y se acomoda.
La temperatura del interior es bastante alta, así que se
desabrocha un poco el abrigo. A continuación saca el móvil y ve que
tiene varios mensajes en WhatsApp.
Va directa al grupo que tiene con sus amigos.
Sebas
Entonces ¿esta tarde nos vemos?
Clara
Síííí, qué ganas.
Kevin
Al final quedamos en la cafetería
de los padres de Valentín, ¿no?
Sebas
Sí.
Kevin
¿La inauguran hoy?
Valentín
En realidad la abrimos ayer,
pero fue algo más familiar.

Didi
¿Podríais volver a pasar la ubicación del bar? Con
tantos mensajes, la he perdido.
Sebas
Por fin das señales de vidaaaa.

Ese comentario hace sonreír a Didi. Es consciente de que


últimamente no le sobra tiempo para estar tan pendiente del móvil
como antes.
Al minuto Valentín pasa la ubicación que le ha pedido por el
grupo. Didi bloquea el teléfono y apoya la espalda en el asiento.
«Me niego a que el trabajo me amargue el día, y menos hoy», se
dice.
Saca sus auriculares de la mochila, los conecta al móvil y busca
en la aplicación de Spotify alguna canción que la ayude a cambiar
su mood. Tras unos segundos de búsqueda se decide por You Make
Me Feel Like Dancing de Leo Sayer. No tarda en ponerse a tararear
la canción para sí misma y pensar en otras cosas.

Unas horas después Sebas y Valentín están ya en la cafetería.


Sebas está sentado en una butaca y apoyado en la barra,
mientras que su novio se encuentra al otro lado de ella limpiando
unos vasos.
—¿Tú crees que serán puntuales?
Valentín sonríe y mira a su chico alzando una ceja.
—Cariño, te recuerdo que el que siempre llega tarde eres tú.
—No sé ni para qué pregunto —dice Sebas de forma dramática.
En ese momento se acercan dos chicas a la barra y Valentín se
dirige hacia ellas para atenderlas.
Entretanto la puerta se abre y aparecen Clara, Kevin y Ángel.
Han decidido ir juntos en el coche de Clara. Temían no aparcar
fácilmente, pero tras dar un par de vueltas a la manzana han
encontrado un sitio libre justo enfrente de la cafetería Lendia, el local
de los padres de Valentín.
Lo primero que ve Clara es a su amigo Sebas sentado y cruzado
de piernas a la barra, y él, que justo estaba mirando en esa
dirección, exclama mientras se pone en pie:
—¡Mi pelirroja favorita!
Ambos se funden en un abrazo.
Al separarse el chico ve a la pareja que ha entrado detrás de ella.
—Por lo que veo, tienes preferencia en cuanto a hermano
pelirrojo, ¿eh? —bromea Kevin.
Sebas se ríe y también los abraza.
Los cuatro se acercan a la barra, y cuando Valentín termina de
atender a las otras chicas los saluda.
—¿Qué tal va la inauguración? —pregunta Ángel.
—Muy bien, tanto ayer como hoy ha venido mucha gente y mis
padres están muy contentos.
—El sitio os ha quedado superbonito —comenta Kevin.
Valentín mira con una sonrisa a su alrededor. Está orgulloso de lo
que han conseguido.
—No es un local muy grande, pero creo que lo hemos
aprovechado todo lo que hemos podido.
—Oye, ¿y por qué le han puesto el nombre de Lendia? —quiere
saber Clara.
—Es fácil, mis padres han jugado con las sílabas de mi nombre y
del de mi hermana: Valentín y Lidia —explica.
Pasan un par de minutos y la puerta de la cafetería vuelve a
abrirse. Ahora la que entra es Didi con un ramo de flores en las
manos.
Sebas es el primero en acercarse a abrazar a su amiga.
—Querida, tienes ojeras —susurra al darle un beso.
—Como para no tenerlas... —Ella ríe—. Antes de las siete de la
mañana ya estaba en pie.
—¡Qué horror!
Didi hace una mueca y saluda al resto de sus amigos.
Pone el ramo sobre la barra y, con las manos, se apoya en esta
para acercarse a darle un beso a Valentín.
—No será para mí... —bromea Kevin señalando el ramo.
Su amiga se incorpora, coge las flores de nuevo y se vuelve
hacia el pelirrojo.
—Lo siento, pero no. Son para los padres de Valentín porque,
como no tenía ni idea de qué se trae a la inauguración de una
cafetería, he tirado por unas flores, que es algo que siempre queda
bien.
Clara mira rápidamente a su hermano y le da un ligero golpe en
el brazo.
—¡¿Ves?, te dije que teníamos que traer algo! —se queja.
Kevin la mira y se encoge de hombros.
—No, no teníais que traer nada —se apresura a decir Valentín—.
Conque vinierais vosotros era más que suficiente.
—Oye, si queréis vamos ya a la mesa, es esa del fondo —sugiere
Sebas.
Didi mira a su amigo.
—Valen, ¿están tus padres? —le pregunta.
Él echa un rápido vistazo y los ve en la terraza.
—Sí. Ven, están en la terraza. Mi madre ha comprado unas
mantas y las quería dejar colocadas en las sillas. Mi padre está
comprobando que las estufas funcionen.
Didi lo sigue y ambos salen del local mientras el resto de los
amigos van directos a la mesa.
Tras darles el ramo y felicitarlos por lo bonito que lo han dejado
todo, Didi y Valentín se reincorporan al grupo.
—Ya he ganado puntos con sus padres —bromea ella pasando
por detrás de Sebas y dándole dos palmaditas en la espalda.
—No te atrevas a caerles mejor que yo —le advierte su amigo
apuntándola con el dedo.
Didi se sienta junto a Ángel.
—Un par de visitas más a la cafetería y... —Ella ríe.
Todos los observan divertidos, se nota el buen rollo que hay entre
ellos. Ambos tienen un humor muy parecido.
Sebastián y Valentín llevan cinco años juntos, empezaron la
relación en 2018 y desde entonces no se han separado. Y tienen la
suerte de caerles bien a sus respectivos suegros y suegras, ambos
están totalmente integrados en la familia del otro.
—Didi tiene pinta de ser la típica persona que cae bien a los
padres, a las suegras... —comenta Kevin.
En ese momento Valentín se acerca a la mesa.
—Todos, todos..., con los vuestros no lo conseguí —dice mirando
a Clara y a Kevin—. Para ellos debo de ser como el mismísimo
diablo.
Ese comentario hace que todos rían. Recuerdan perfectamente el
viaje que hicieron a Valencia en 2019 y la situación que vivieron con
los padres de los mellizos. Y aunque en el momento fue incómodo y
doloroso, ahora son capaces de sacarle la parte divertida y tratarlo
con humor.
Valentín llama su atención.
—Bueno, decidme qué queréis beber —dice libreta en mano.
Mientras tanto, en el exterior del local, Jacob llega frente a la
cafetería cargado con una bolsa grande del Mercadona que le ha
dejado su madre.
Hace demasiados meses que se fue y tiene muchas ganas de ver
a sus amigos. Empuja la puerta y, nada más entrar en el local, trata
de localizarlos. Aunque la verdad es que tampoco le hace falta
buscar mucho; en cuanto oye risas, se vuelve y da con su grupo.
Ellos todavía no lo han visto.
—Una Coca-Cola light para mí, porfa —pide Clara a Valentín.
El chico lo anota y se desplaza ligeramente hacia su derecha
para ir atendiéndolos a todos. Y entonces, justo en ese momento,
Clara puede ver frente a ella el resto del local.
Siente que su corazón se acelera cuando se da cuenta de que un
chico rubio acaba de entrar por la puerta. Se oculta tras unas gafas
de sol, pero lo reconocería aunque llevara una peluca rizada de
color oscuro. ¡Es Jacob!
De repente es como si todo se parara a su alrededor, solo lo ve a
él. Jacob se quita las gafas y se las coloca sobre la cabeza dejando
sus ojos al descubierto. Ella clava los suyos en los de él. Se sonríen
y, sin necesidad de pronunciar una sola palabra, se lo están
diciendo todo: que tenían muchas ganas de verse y que se han
echado de menos.
Clara echa una rápida mirada al resto de sus amigos, ninguno lo
ha visto aún.
Jacob camina hacia ellos y Clara se levanta y se desplaza unos
metros.
Él llega hasta ella, deja la bolsa en el suelo y ambos se abrazan.
Un abrazo fuerte.
Un abrazo con ganas.
Un abrazo muy deseado.
—No me puedo creer que estés aquí —le dice ella—. Te he
echado un montón de menos, Jacob.
—Yo a ti también, Clara —responde él.
La conexión que ha habido entre ambos desde prácticamente el
día que se conocieron es evidente. La química y el buen rollo que
tienen es innegable. E incluso podría haber algo más a ojos de Didi
y alguno más del grupo, pero Clara se niega a aceptarlo.
Extrañada porque su amiga se haya levantado sin decir nada,
Didi se inclina hacia su derecha para evitar a Valentín y se
sorprende ante lo que ve.
¡Ya ha vuelto!
—¡Pero si ha llegado el hijo pródigo! —exclama.
Gracias a su comentario, todos se dan cuenta de que Jacob ya
está en el bar y no tardan en levantarse para saludarlo.
—Estás morenísimo, tío —comenta Ángel.
—¿Perdona? ¿Y esas mechas rubias en distintos tonos? —
pregunta Sebas tocándole el pelo a su amigo tras abrazarlo.
—Ya ves lo que hacen el sol australiano y la sal del mar a diario
—responde Jacob también tocándose el pelo.
—Madre mía, y yo yendo todos los meses a la peluquería —se
queja su amigo.
—Te ha crecido muchísimo el pelo —señala Kevin volviendo a
sentarse tras saludarlo.
Todos regresan a sus sitios.
Jacob coge su bolsa y ocupa la silla vacía junto al pelirrojo.
Se sienta frente a Clara, con la que intercambia una rápida
mirada.
—Sí, tengo que ir a cortármelo.
—Tienes un rollito muy guay a lo Timothée Chalamet pero en
rubio, te queda muy bien —contesta Sebas.
—¿Quién es ese, otro de tus miles de crushes? —pregunta Ángel
interesado.
Sebas asiente con gracia.
¿Hay un número máximo de amores platónicos? Él está seguro
de que no, y así se lo demuestra hablándoles de uno nuevo cada
dos por tres.
—Vaya, veo que nada ha cambiado por aquí —bromea el recién
llegado.
Los demás asienten entre risas.
Una vez que todos tienen algo de beber sobre la mesa, se ponen
al día de sus vidas.
—La experiencia en Australia ha sido genial, mejor de lo que
esperaba —cuenta Jacob—. Bueno, ya habéis visto que al final me
quedé más tiempo del que tenía en mente...
Cuando Jacob acabó la carrera también buscó trabajo, pero no lo
encontró, así que, como su tío vive en Australia, decidió tomarse un
tiempo para él e irse unos meses allí.
En principio se iba de febrero a mayo o junio, para volver y pasar
el verano en casa. Pero estaba tan a gusto allí que alargó su viaje
hasta diciembre y llegó para celebrar Año Nuevo con su madre.
—Los días que hacíamos videollamada contigo se te veía feliz —
le dice Clara.
—Me lo he pasado muy muy bien —admite.
—Y por las fotos que mandabas, te has vuelto un hacha en el
surf, ¿no? —comenta Ángel.
—Qué va, solo he aprendido a mantenerme encima de una tabla
con algo de equilibrio. Surfear una ola ya sí que no lo conseguí.
¿Por qué creéis que solo os mandaba fotos y no vídeos? —Ríe.
Flavia, la madre de Valentín, pide a su hijo desde la barra que les
eche una mano.
—Os abandono unos minutos. Voy a ayudar a mi madre —
informa levantándose de la mesa.
Todos lo entienden y asienten.
—Bueno, ¿y vosotros qué tal?, ponedme al día —les pide Jacob.
A continuación da un trago a su vaso y se reclina en su silla.
Sus amigos se miran entre sí.
—Pues, como puedes comprobar, las maricas del grupo
seguimos juntas, y estas dos —dice Sebas señalando a las chicas—
continúan igual de solteras y petardas que siempre.
Rápidamente Didi lo mira y replica con una sonrisa:
—Me parece una falta de respeto que me hayas excluido al
referirte a las maricas del grupo.
—¿Tienes algo en contra de nuestra soltería? —pregunta Clara.
Sebas niega con la cabeza.
—Con lo bien que se vive sin el temor a que te rompan el corazón
—añade Didi.
Ángel y Kevin se miran. Ellos conocen el pensamiento pesimista
de su amiga en el tema amoroso, y el pelirrojo se burla.
—Mira que eres negativa con ese tema.
—No, no —responde la morena moviéndose en su silla—. Si a mí
me hace muy feliz veros en pareja. Ojalá que lo vuestro dure para
siempre, vayamos de boda y todo lo que haga falta.
Ángel se incorpora en la silla y toma la palabra.
—Yo sigo currando en mi gimnasio y en general todo va bien. No
ha habido grandes cambios —musita para desviar el tema—. Kevin
continúa en la empresa de Cecilia y Clara a veces los ayuda,
¿verdad?
Mira a Clara para que sea ella la que lo cuente.
—Sí —dice esta—. Una de las empleadas está de baja y, aunque
se han repartido bien el trabajo, hay días que voy a ayudar en lo que
necesiten. Sigo dando clases de apoyo a varios niños y niñas por
las tardes y, cómo no, sigo buscando algo.
—¡Y lo difícil que es encontrarlo! —se queja Didi, que está harta
de la búsqueda de trabajo—. Lo fácil que te lo pintan cuando estás
estudiando y lo complicado que es después.
—Es una mierda —murmura Sebas.
—La de veces que me han dicho que me falta experiencia...,
¿cómo no me va a faltar experiencia si nadie me da una
oportunidad? —Clara suspira.
—Y poco se habla de lo complejo que es dar con lo que te gusta
y quieres hacer en la vida —comenta Kevin.
Jacob asiente mientras los escucha. Estar con ellos siempre es
genial.
Minutos después Valentín regresa y se sienta de nuevo con ellos.
—Mira, esa es una cosa que envidio de mi amiga Amanda —
indica Clara—. Ella trabaja de camarera y es algo que le encanta,
desde pequeña sabía que quería dedicarse a la hostelería.
Clara y Amanda se conocieron cuando ambas vivían en Valencia
y sus novios eran amigos. De pasar tantas horas juntas acabaron
haciéndose amigas. Y al final es lo mejor que se han llevado de sus
relaciones, ya que ninguna de ellas está ya con sus respectivos
novios.
—¿Y busca trabajo? —quiere saber Valentín, ya que sus padres
están buscando gente para la cafetería.
Clara niega con la cabeza.
—Qué va. De hecho, ahora vive en Barcelona —responde y,
bromeando, añade—: Creo que le pilla un poco lejos venir a trabajar
aquí.
Valentín asiente y Sebas comienza de nuevo a hablar
dirigiéndose a Jacob:
—Como ya sabes, yo de momento he dejado aparcado lo que
estudiamos y estoy trabajando en una tienda de ropa, que es algo
que también me encanta.
Jacob, Didi, Clara y él se conocieron en la universidad, cuando
todos estudiaban el grado de Magisterio. Y a partir de ahí crearon su
grupo.
—Por cierto, se deja gran parte del sueldo en esa tienda... —
apostilla Didi con mofa.
Sebas le lanza una mirada y murmura:
—No seas exagerada, ya me controlo mucho más —y, pasándole
el brazo por encima de los hombros a su novio, añade—: Además,
estoy ahorrando porque Valentín y yo nos queremos ir a vivir juntos.
Valentín está en un pequeño piso él solo, a una calle de sus
padres. Sebas aún vive en casa con sus padres y su hermano
pequeño. Así que, tras hablarlo, decidieron ponerse a buscar un
piso un poco más grande que el de Valentín para los dos.
Ese comentario pilla al grupo desprevenido, y Kevin exclama:
—¡Qué me dices!
—¿Tenéis algo ya? —pregunta su hermana.
—Ya tenemos echado el ojo a algunos pisos, pero nada cerrado
ni confirmado. Sin embargo, como yo tengo trabajo y él trabajaba en
el bar, creo que es el momento idóneo.
El grupo sonríe al oír eso. Se alegran por ellos.
—¿Y cómo crees que se lo tomará tu madre? —quiere saber
Didi, que la conoce.
Sebas resopla, su madre es otro cantar.
—Supongo que habrá alguna que otra lágrima y un poco de
drama —indica—. Pero le encanta Valentín. Lo adora. Así que se
quedará tranquila.
Su amiga asiente, sabe que a pesar de los dramas será así.
—Me alegro un montón por vosotros, Sebas —le dice Kevin
pasándole el brazo por encima de los hombros de forma cariñosa.
—Que sepáis que cuento con vosotros para la mudanza —señala
él riendo.
—Madre mía, ya me encargaré yo de discutir y dejar de hablarme
contigo unos días antes para librarme de ella —bromea Didi.
Clara niega con la cabeza mientras ríe. Adora a sus amigos, al
igual que sus continuas bromas.
Entonces Jacob, utilizando la característica muletilla de su amiga,
interviene:
—¿Y qué es de tu vida, reina?
Didi sonríe al oírlo. Y cuando va a contestar, Sebas se le
adelanta:
—Esta vive amargada.
—Oye... —se queja ella.
Sebas suelta una carcajada y Jacob insiste:
—Sigues currando en el súper, ¿no?
—Sí, muy a mi pesar —afirma—. De momento, ahí sigo. Con
unos compañeros bastante rancios a los que el día que me vaya no
voy a echar de menos, desde luego, y un jefe al que no soporto.
Jacob asiente comprensivo. A veces no es fácil llevarse bien con
los compañeros de trabajo. Y, al ver su expresión cansada, decide
cambiar de tema:
—Bueno, ahora que estamos todos, he de deciros que os he
traído vuestros regalos de Navidad de Australia.
Los demás lo miran.
—¿Perdona? —suelta Kevin.
—Guauuu, regalitos, ¡me gusta! —Didi sonríe.
—Pero, Jacob, si... —comienza a decir Valentín.
—No hay peros —lo corta él—. Mientras estaba allí fui a varios
mercadillos y, como me acordaba de vosotros, os compré algunas
cositas...
Empieza a sacar regalos de una bolsa y los va repartiendo.
—A vosotros os he traído unas camisas de estas fresquitas para
el verano —explica mientras les da una prenda a Kevin, Didi, Ángel
y Valentín.
Ellos las cogen con una sonrisa.
—¡Me encanta! Mira qué tonos, qué ochentera... —exclama Didi.
Jacob asiente, conoce perfectamente los gustos de su amiga.
—Esta tela es superfresca —asegura Kevin tocando su camisa—.
¡Qué maravilla!
Felices y sonrientes, los cuatro le agradecen el detalle. A
continuación Jacob saca otro objeto de su bolsa.
—En uno de los puestos había una mujer haciendo prendas de
crochet y, al ver este bolso, solo pude pensar en ti —le dice a
Sebas.
Al ver que es para él, este se lleva una mano a la boca. Le
encanta el crochet. Es un precioso bolso hecho a mano, de color
blanco con cuadrados que imitan flores de colores.
—Pero qué fantasía —murmura—, con lo mucho que se lleva el
crochet ahora. ¡Muchas gracias!
Jacob sonríe. Sabe que solo queda un regalo por entregar, por lo
que, tras coger aire, saca el último de una bolsa de tela y se lo
tiende a Clara.
—Uno de los amigos con los que iba a hacer surf llevaba siempre
zapatillas personalizadas. Le pregunté y me dijo que se las hacía él,
así que, como recordaba que tus colores favoritos eran el rosa y
amarillo...
Clara abre la bolsa de tela y extrae unas zapatillas estilo
Converse de bota, pero pintadas a mano en color amarillo y, donde
iría el logo de la marca, hay un corazón rosa.
—Jacob, te has pasado, son preciosas... —susurra.
—Sabía que te gustarían —afirma el muchacho feliz.
—¡Muchísimas gracias! —Clara sonríe.
Didi los observa con curiosidad. Sigue pensando que harían una
excelente pareja, pero no dice nada.
Jacob, por su parte, también sonríe. Le encantaría abrazarla y
darle un beso, pero no debe hacerlo. Nunca ha percibido que Clara
sienta lo mismo que él, y prefiere que la cosa quede así a hacer algo
y fastidiarlo. Por lo menos necesita su amistad.
—Pero esto no es justo —se queja Kevin—. Habíamos quedado
en otra cosa, Jacob. Nosotros no tenemos nada para ti.
Este mira a sus amigos divertido. Estar con ellos es su mejor
regalo.
—Voy a decir algo muy de Sebas o de una película de domingo
por la tarde —suelta.
Todos lo miran mientras él se aclara la voz cómicamente y al final
dice:
—Mi mejor regalo sois vosotros.
Los otros sonríen al oírlo y, como atraídos por un imán, se
levantan y lo abrazan.
¡Qué bonito es volver a estar juntos!
Capítulo 2

Hace ya una semana que terminó la Navidad y todas las fechas


relacionadas con esas fiestas tan familiares, así que en la oficina
vuelven a estar a pleno rendimiento.
Con profesionalidad, Kevin se desplaza de un lado a otro con el
teléfono en la mano y el auricular en la oreja. Hoy le toca hacer
varias llamadas y resulta mucho más cómodo hacerlas así. Esta
semana entregan un piso y aún faltan muebles por llegar.
—Sí, te llamo de la empresa Terlia —le dice a la persona que
está al otro lado del teléfono mientras se rasca el cuello—. Es por el
retraso de unos muebles y dos lámparas. ¿Quieres el número de
albarán?
Clara, que está sentada a pocos metros de su hermano, recibe
entonces un mensaje en su teléfono móvil.
Jacob
¿Qué tal todoooo, estás en la ofi?

Al leerlo, sonríe, Jacob siempre la hace sonreír, y responde:


Clara
¡Buenos días! Sí, hay mucho curro
por aquí.

Una vez que deja el móvil mira a su hermano. Lo conoce y sabe


que cuando se rasca el cuello es que está agobiado. Para tratar de
ayudarlo un poco se levanta, se dirige a la sala de descanso, abre la
nevera y saca una botella de agua, sirve un vaso y, tras guardarla
de nuevo en el frigorífico, se encamina hacia Kevin.
—Toma —le susurra.
Él la mira, asiente y, con la mano, le dice que espere un segundo.
—No, pero... —Kevin pone los ojos en blanco.
Vuelve a mirar a su hermana y resopla con fuerza.
—Odio que me pongan en espera —se queja, y coge el agua que
Clara le ofrece—. Muchas gracias, me vendrá bien.
Bebe un trago y deja el vaso sobre la mesa. Después agarra el
respaldo de su silla y, gracias a las ruedas de esta, la arrastra para
aproximarse a la de su hermana. Se sienta resignado y ella coloca
la suya frente a él.
—¿Qué te han dicho?
—Nada, no me han dicho nada. Ese es el problema. Lo único que
han hecho es dejarme en espera dos veces —explica él—. Y yo lo
único que necesito es que me digan si el material va a llegar a
tiempo o me tengo que buscar la vida de otra forma, solo eso.
—¿Quieres que les envíe un email? —propone ella.
Kevin niega con la cabeza.
—Ni de broma, tardarían días en responder. Las llamadas suelen
ser más efectivas, aunque a menudo desesperantes.
Clara mira a su alrededor en busca de algo que pueda ayudar a
su hermano, pero no se le ocurre ni ve nada.
—¿Puedo echarte una mano con algo?
Él la mira, sabe que quiere ayudar, y lo piensa unos segundos.
—En realidad me puedes ir adelantando cosas, porque esto tiene
pinta de ir para largo —comenta refiriéndose a la llamada de
teléfono.
Clara coge su libreta de la mesa y un bolígrafo para apuntar.
—Necesito que busques a Bernard y le preguntes cómo van los
pintores del piso de la clienta Dolores Res —pide Kevin—. Y
recuérdale que mañana a las diez vamos juntos a casa de un
posible cliente a conocerlo y ver en qué podemos ayudarlo.
Ella lo va anotando todo.
—También necesitaría que le llevases estas muestras de
terciopelo a la tía Cecilia para ver cuáles le gustan más para las
alfombras que quiere poner en la obra en la que está trabajando
ella. Por cierto, que te dé medidas. Así las voy encargando.
Clara asiente mientras escribe.
Kevin se separa el teléfono de la oreja. Ve que dentro de poco
rato será la hora de comer, y añade:
—Necesito una última cosa.
Los hermanos se miran y luego este indica:
—Como ayer no nos dio tiempo a prepararnos los táperes para
hoy, necesito que pienses qué quieres comer y lo vayas pidiendo.
—Pero ¿tú qué quieres de comer? —pregunta ella.
—Lo que tú prefieras, tampoco te compliques.
De repente Kevin se levanta de un salto de su silla.
—Hola, sí, buenas tardes. Como les he dicho a tus otros dos
compañeros, llamo de la empresa Terlia...
Clara comprende que están atendiendo a su hermano de nuevo.
A ver si esta vez es la buena. Y, tras coger su móvil de la mesa, ve
que Jacob le ha respondido.
Jacob
Te iba a decir si te apetecía ir a tomar un café, pero
complicado, ¿no?
Lamentablemente Clara tiene que decirle que no. Sabe que no
puede irse y dejar a su hermano tirado.
Clara
Ahora mismo, imposible.
¿Te aburres o qué?

Segundos después recibe contestación:


Jacob
Nooo, si estoy limpiando la casa con Bruno Mars a
todo trapo en los altavoces del salón. Pero un break
nunca viene mal.

A la chica le hace gracia imaginárselo. Jacob es Jacob... Y


responde:
Clara
Ni para hacer un break tengo tiempo... Pero haremos
una cosa: hablamos
más tarde y quedamos uno de estos
días para tomarnos un helado o lo
que sea, ¿vale?

El joven asiente al leerlo y teclea:


Jacob
Perfect! Dale duro al curro.

Clara sonríe al leer el mensaje de su amigo y se guarda el móvil


en el bolsillo del pantalón. Ya quedará en otro momento con él. Y,
deseosa de ayudar a Kevin, coge su libreta, el boli y las muestras
para la alfombra y se va en busca de Bernard.
Tras unos minutos buscándolo se cruza con él en el pasillo.
—¡Hola, Clara! ¿Qué tal?
—Hola, Bernard, todo bien. —Ella sonríe—. Te buscaba porque
Kevin me ha dicho que te pregunte cómo van los pintores.
—Ah, dile que genial —responde él—. Acabo de hablar con ellos
por teléfono y me aseguran que terminarán su trabajo esta tarde. De
todas formas, después de comer me iré para allá para comprobar
que es así y no llevarnos sorpresitas.
Clara asiente. Es una idea excelente. Y, con su boli azul, lo
apunta y añade:
—Una última cosa: recuerda que mañana tenéis que estar a las
diez en casa de un posible cliente.
—Sí, lo tengo en mente —asiente Bernard—. Dile a Kevin que
me escriba a lo largo del día y me diga a qué hora quiere que pase a
recogerlo mañana con el coche. Él sabe que me pilla de camino.
—Genial, yo se lo digo.
—¿Algo más?
—Eso era todo. —Clara sonríe de nuevo—. Gracias, Bernard.
—Un placer —responde, y añade antes de seguir su camino—:
Lo que necesites, me dices.
Ella lo mira y asiente y a continuación prosigue por el pasillo
hasta llegar al despacho de su tía. La puerta está cerrada, así que
da tres pequeños golpes con los nudillos. No sabe si estará reunida
u ocupada.
—¡Pasa! —oye desde dentro.
Clara abre la puerta y se asoma.
—¡Hola, cariño! —exclama Cecilia al verla.
—Hola, tía. Vengo de parte de Kevin.
—Pasa, cariño.
La joven lo hace mientras Cecilia, con la mano, le hace un gesto
para que espere unos segundos. Ha de solucionar algo que está
mirando en el ordenador.
Clara lo observa todo a su alrededor con curiosidad. Aunque lleva
un par de meses ayudando en la oficina, nunca ha estado en esa
estancia más de un minuto. El despacho de Cecilia es elegante, de
muebles blancos y ventanales grandes. Todo está exquisitamente
colocado; pero entonces su mirada se detiene en la mesa, que está
toda desordenada. ¡Qué desastre! El iPad apoyado encima de
papeles, carpetas amontonadas, bolígrafos sin tapa, planos con
pósits por todos lados. Eso la hace sonreír. Su tía no es tan perfecta
como quiere hacer creer a todo el mundo.
—Ven, ponte cómoda —dice señalando la silla que tiene al otro
lado de la mesa.
Clara obedece y, entretanto, su tía termina de redactar un email y
lo envía. Una vez que acaba, pregunta:
—Dime, ¿qué necesitas, corazón?
Ella le enseña las muestras de tela en varios colores.
—¿Dónde te las dejo? —pregunta mirando la mesa.
—Aquí encima, no te preocupes.
La chica las deposita encima de unas carpetas. Cecilia mira a su
sobrina y sonríe. La conoce y sabe lo que está pensando, por lo que
comenta:
—No está tan desordenado como parece.
Clara la mira rápidamente.
—Si tú lo dices... —Ríe—. ¿Está siempre así?
Cecilia observa su mesa, es un verdadero caos. Pero es su caos
controlado..., por lo que bromea:
—Un par de veces al año me tomo la mañana para poner un
poco de orden en el despacho.
—Si quieres podría ayudarte a ordenarlo...
—No te preocupes, cariño —la interrumpe—, tengo mi orden en
mi desorden. Además, las reuniones las hacemos en la sala, que
para algo la tenemos.
—También tienes razón —responde la pelirroja.
Ambas sonríen y Clara entiende que su tía no quiera ayuda. En
muchas ocasiones solo tú entiendes tu propio desorden. Aunque
ella es más de tener las cosas colocadas y recogidas. Ese desorden
la agobiaría.
Cecilia coge las telas que ha puesto su sobrina sobre la mesa y
las mira.
—¿Estas son las muestras para las alfombras que le comenté a
tu hermano?
—Eso me ha dicho.
La mujer las toca y las examina con interés. A Clara le resulta
gracioso ver a su tía ahí en modo trabajo.
—Creo que me voy a quedar con el terciopelo blanco y el rosa —
dice Cecilia.
Mira a su sobrina y añade:
—¿Tú qué opinas?
Esta observa las telas, tiene claro cuál le gusta desde que las ha
visto encima de la mesa de su hermano esa mañana. Su mano va
directamente a tocar la de color rosa.
—No puedo ser objetiva, ya sabes que el rosa me encanta —
comenta—. Y esta tela en concreto es preciosa.
Su tía asiente, lo imaginaba: conoce sus gustos y el rosa es el
color de su sobrina.
Instantes después Clara recoloca la libreta en su regazo y anota
los colores que ha elegido Cecilia.
—Kevin me ha dicho que, si le das las medidas, ya las dejará
pedidas —señala a continuación.
—Ahora mismo no las tengo —responde Cecilia levantándose de
su silla—. Dile que intentaré ir esta semana a medirlo todo bien.
Clara asiente y apunta lo que le ha dicho.
—¿Quieres un poco de agua? —le ofrece su tía.
La joven alza la cabeza y la mira. La mujer ha abierto uno de los
muebles de su despacho y ha sacado un par de vasos.
—Sí, por favor —dice.
Cecilia se acerca a un dispensador que está a un lado del
despacho y empieza a llenar los vasos de agua.
Clara se levanta y echa un vistazo a su alrededor. Sus ojos se
detienen en un cuadro que hay colgado junto a su tía. «Debe de ser
carísimo», piensa. En el lado contrario de la estancia hay un gran
ventanal a través del cual se aprecia una bonita vista, ya que la
oficina está en una planta alta.
La pelirroja camina con lentitud por el despacho. Decide centrar
ahora la mirada en la estantería que hay detrás de la silla de su tía.
Es el sitio con más ornamentos, aunque acordes con la sobriedad
de la estancia: varios libros de decoración y de interiorismo, un
premio que ganó hace varios años, un pequeño pero bonito busto
de mujer, varias de sus gafas de sol...
«Espera..., ¿y eso?»
Cecilia termina de llenar los vasos y se vuelve hacia su sobrina.
Clara rodea la gran mesa y se acerca a un marco de fotos que se
encuentra en la estantería. Cuando está delante de la imagen,
confirma sus sospechas.
—¿En serio guardas esto?
Su tía se sitúa a su lado y le ofrece un vaso.
Ella lo acepta con gusto y Cecilia responde:
—Es la obra más preciada de todo el despacho.
—Tíaaaaa...
La mujer sonríe. Adora eso que su sobrina le está indicando.
—Te lo digo totalmente en serio —asegura—. Si hubiera un
incendio, sería lo primero que salvaría.
Ambas lo contemplan y sonríen. Dentro del marco de fotos hay
un dibujo que le regalaron Kevin y Clara a su tía cuando los mellizos
tenían diez años. En él aparece Cecilia en el centro del papel, con
cada sobrino a un lado, de la mano de ella, y en la parte superior de
la hoja se puede leer: Te queremos infinito, algo que ella siempre les
ha dicho.
En ese momento suenan unos rápidos toques en la puerta, esta
se abre y Kevin entra en el despacho como un huracán.
—O sea, yo trabajando mientras vosotras estáis aquí de
cháchara —se queja acercándose a ellas.
—Estamos hablando de arte —dice Cecilia.
Clara coge el marco de fotos y, riendo, se lo enseña a su
hermano.
—De esta obra de arte en concreto —puntualiza.
Kevin suelta una carcajada. Ha visto ese dibujo ahí mil veces,
sabe lo especial que es para su tía.
—Me alucina que, con lo minimalista que eres, guardes este tipo
de cosas —señala.
—¿Cómo no lo iba a guardar, cariño? —replica esta y, orgullosa,
afirma—: De mis niños lo guardo y lo guardaré todo siempre. Sois lo
mejor que tengo en mi vida.
Los hermanos se miran con complicidad y sonríen. Sin su tía, a
saber qué habría sido de ellos, por lo que Kevin afirma:
—Tú sí que eres lo mejor de nuestras vidas.
Cecilia asiente orgullosa. La conexión que siempre ha tenido con
ellos es imposible de explicar. Y, cuando va a hablar, Clara se fija
mejor en el dibujo y le pregunta a su hermano:
—¿Recuerdas cuando te cortaste el pelo en el baño de casa?
—Sí. —Kevin se carcajea—. Como para no acordarme... Mamá
no hacía más que decirme que las niñas tenían que llevar el pelo
largo. Y, cuanto más me lo decía, más me lo cortaba yo.
—A tu madre casi le da algo. —Su tía se ríe al acordarse—.
Recuerdo que me llamó enfadadísima. Uf..., es tan exagerada.
—Pues ni te imaginas la que se lio en casa —murmura Clara.
—Pero mereció la pena. A partir de ese día me dejó llevarlo corto
porque sabía que, si no, ya lo arreglaría yo —añade Kevin.
Los tres sonríen, a pesar de que son recuerdos amargos. Los
padres de Kevin y Clara, con los que no tienen ningún trato, nunca
han asumido que Kevin sea transexual. Eso es algo que no entraba
en sus planes y, por supuesto, nunca lo han aceptado.
Los tres están pensando en ello cuando Cecilia mira el reloj de su
muñeca y ve que es prácticamente hora de comer.
—¿Tenéis plan para almorzar? —pregunta.
—Íbamos a pedir algo.
—Pues cambio de planes. Os invito a comer al VIPS de aquí
abajo.
Sus sobrinos aceptan encantados. Les encanta ir al VIPS.

Horas después, tras una estupenda comida con su hermano y su


tía, Clara va de camino a dar las clases de refuerzo, a uno de sus
alumnos, que tiene programadas para esa tarde. Hace mucho frío y
lleva media cara oculta bajo una gran bufanda amarilla. De pronto le
empieza a sonar el teléfono y rápidamente lo saca de su bolsillo.
«¿Piero?»
¿En serio?
Solo conoce a un Piero: el chico que conoció el verano pasado en
un viaje exprés que hizo con Didi a Italia y que tanto le gustó.
Los nervios se apoderan de ella. ¿Lo coge? ¿No lo coge? ¿Qué
tiene que hacer?
Tras pensarlo unos momentos al final decide contestar la
llamada. Quiere saber de él.
—¿Sí?
—Buonasera, bella!
Clara reconoce esa voz, con ese acento italiano que tanto le
gustaba. Así pues, y a pesar de lo nerviosa que se ha puesto, lo
saluda intentando parecer serena:
—Hola, Piero, ¡cuánto tiempo!
—Demasiado..., ¿qué tal todo?
La pelirroja camina sin entender a qué viene esta llamada
después de tantos meses sin saber de él, pero aun así responde:
—Todo bien en general, con frío en Madrid. ¿Y tú?
—Molto bene! Tengo que contarte una cosa.
—Dime.
—Estoy en Madrid.
Ella coge aire boquiabierta.
—¿En serio? ¡Qué sorpresa! —exclama—. ¿Has venido de
vacaciones?
—No, he venido para quedarme.
Clara se detiene. Se recoloca la bufanda y luego pregunta
extrañada:
—¿Y cuánto tiempo vas a quedarte?
—Non lo so..., hasta que me apetezca.
«Joder, qué bien viven algunos», piensa ella.
—¿Nos vemos hoy? —sugiere él a continuación.
La joven parpadea y sigue andando. Quedar con él así como así
indicaría que no le ha importado que dejara de responderle a los
mensajes, por lo que contesta mientras niega con la cabeza:
—Lo siento muchísimo, pero hoy no puedo, tengo trabajo, Piero.
—Después del trabajo —insiste él.
Clara se para frente a un paso de peatones con el semáforo en
rojo.
—Tampoco puedo. Cuando termine me iré directa a casa, que
mañana madrugo.
Él se queda unos segundos en silencio, pues su intención era
verla. Y, tras un incómodo silencio, ella propone:
—Bueno, seguro que encontramos algún día para vernos. Luego
miro la agenda y te escribo, ¿te parece?
—Vale, sí —responde él—. Ciao, bella!
Y, antes de que Clara pueda decir nada más, el teléfono se queda
mudo.
—Hasta luego, Piero —susurra para sí.
Cuelga el móvil sorprendida. No pensaba volver a tener noticias
del italiano. Y, una vez que lo guarda en el bolsillo de su abrigo, se
pregunta: «¿Qué está haciendo Piero en Madrid?».
El semáforo se pone en verde y cruza la calle corriendo para
llegar a tiempo a dar sus clases.
 
 
Capítulo 3

Los amigos han vuelto a reunirse de nuevo. Hace algo más de dos
semanas desde que Jacob volvió a incorporarse a su grupo y todo
ha vuelto a la normalidad..., aun a pesar de algunos.
Hoy han quedado en la recepción del gimnasio de Ángel.
—Explicadme otra vez qué hago aquí, por favor —murmura Didi
horrorizada.
La chica mira a Sebas en busca de respuestas. Y Ángel, que se
encuentra a su lado, habla:
—Yo te explico lo que haces aquí, Didi: ver a tus amigos, pasar
tiempo con ellos y reducir ese estrés que tienes acumulado a causa
del trabajo gracias al deporte.
Ella lo mira y también mira a los demás, que le sonríen, y se
queja no muy convencida:
—No entiendo por qué sigo diciendo que sí a estos planes
cuando odio el deporte.
—Porque nos quieres —replica Jacob.
—En este momento yo no diría tanto —bromea ella.
La puerta del gimnasio se abre y llegan los que faltaban. Clara y
Kevin entran con sus esplendorosas sonrisas y se unen a sus
amigos, que hablan en la recepción.
—Ya era hora de que llegarais —señala Sebas.
Al oír eso Clara mira a su hermano, que sonríe.
—Perdón, pero alguien muy torpe ha decidido derramar la jarra
de café por todo el suelo de la cocina —indica—. Y..., claro, ¡había
que recogerlo!
Kevin se ríe al oírla.
—No lo digas así, que parece que lo he hecho aposta —dice—. Y
para nada.
—No lo tengo yo tan claro... —repone ella.
Didi resopla y, moviendo los brazos con exageración, musita:
—Algo parecido tendría que haber hecho yo..., así habría tenido
la excusa perfecta para quedarme en la cama.
Todos sueltan una carcajada al oírla.
—Venga —dice entonces Ángel—, tirad para las máquinas y
dejad ya de quejaros. Y tú —añade señalando a Didi—, piensa en el
precioso culito que se te va a poner gracias al deporte.
Ella se ríe, Clara también, y, tras pasar a la zona de máquinas,
Ángel consigue que durante una hora sus amigos hagan ejercicio, a
pesar de algún que otro «no puedo más» para intentar escabullirse
antes de tiempo.
—Esto y ya está, ¿no? —pregunta Clara sudorosa.
—Sí, subid y bajad el escalón durante un minuto y listos.
Todos realizan el ejercicio a duras penas. ¡Qué horror!
Por fin terminan y, agotados, siguen a Ángel a la sala contigua,
que se utiliza para estirar después de entrenar cuando está libre.
Una vez que entran todos, Ángel, al que le encanta el deporte,
cierra la puerta y pide:
—Venga, coged una esterilla cada uno.
—Nooooooo —susurra Didi.
Pero, al ver que los demás las cogen, por no seguir siendo la
nota discordante lo hace ella también. Extienden las esterillas en el
suelo, unas al lado de otras, y cuando se sientan Ángel dice:
—Por último vamos a practicar algo que lleváis tiempo sin hacer.
Didi se tumba de espaldas, se tapa la cara con los brazos y dice
en voz baja:
—No puedo más...
—Yo tampoco —afirma Clara.
Los chicos se ríen, y Ángel repite:
—Vamos, chicas, pensad en los traseros tan fibrados que vais a
lucir gracias a la gimnasia.
—Paso —remuga Didi—. Con el culo que tengo me conformo.
Todos ríen, opinan lo mismo que ella. Y Sebas, al ver que su
amigo no se da por vencido, insiste:
—Ángel, no hace falta que sigas.
Pero este, que se toma muy en serio el entrenamiento, los anima:
—Venga, que hacer un par de planchas no os hará daño.
—De verdad que no hace falta, cariño —murmura su novio,
Kevin.
Pero da igual lo que digan y cuanto se nieguen. Ángel les hace
hacer el ejercicio sí o sí.
Un par de minutos después Didi, que no puede más, susurra:
—Ya está, ¿no?
—Lleváis quince segundos —responde Ángel mientras controla el
tiempo en su reloj—, aguantad un poco más.
—No puedooooooo...
—Puedes, Didi. Claro que puedes —asegura Sebas.
—Por Dios, ¿por qué pasa el tiempo tan despacio? —se queja
Clara ante la sonrisa divertida de Jacob.
Por fin alcanzan los cuarenta y cinco segundos y todos se dejan
caer exhaustos sobre las esterillas.
—Ni de coña hago otra serie —musita Didi.
Ángel los observa desde arriba, ya que él está de pie. Sus cinco
amigos tienen pinta de estar cansados y, dándose por vencido, coge
una esterilla, se sienta junto a ellos y dice:
—Veeenga, vale, vamos a estirar.
—No tengo fuerzas ni para esto —se lamenta Jacob.
Con lentitud, imitan los ejercicios que les va indicando Ángel.
Como él dice, hay que evitar posibles lesiones estirando antes y
después de hacer ejercicio.
Entre quejas y risas, Kevin pregunta:
—¿Alguien se viene ahora a comer con mi chico y conmigo?
—Ojalá pudiera, pero tengo que ir directa a casa, que hoy tengo
el turno de tarde en el súper —responde Didi.
—Nosotros sí —dice Sebas incluyendo a Jacob—. Ya habíamos
quedado en ir a comer juntos, así que cuantos más, mejor.
—Yo tampoco puedo, tengo que terminar de preparar unas cosas
para esta tarde —comenta Clara.
—Comida de chicos entonces. —Kevin sonríe.
Acaban de estirar y, como es habitual, toca escoger una canción
y disfrutarla a un volumen alto para dar por terminado el entreno.
—Hoy elijo yo —dice Jacob.
Ángel le tiende su móvil ya conectado a los altavoces de la sala y
con la aplicación de Spotify abierta para que busque lo que quiera.
El resto recogen las esterillas, las enrollan y las dejan a un lado
mientras comienza a sonar Dile a los demás de Dani Fernández.
—Desde que volví de Australia estoy enganchadísimo a esta
canción —comenta Jacob devolviéndole el móvil a Ángel, que sube
el volumen.
Sin darse cuenta, todos empiezan a moverse y a cantar, o, en su
defecto, a inventarse la letra.
—Es adictiva —dice Sebas.
Todos disfrutan durante casi cuatro minutos de la música y luego
se van hacia las duchas.
Los primeros en salir de los vestuarios son Jacob y Clara, que se
encuentran en la recepción del gimnasio.
—Qué bien me ha sentado la ducha —murmura él.
Clara asiente, ella también la necesitaba.
—Por cierto —añade Jacob—, tenemos un helado o lo que sea
pendiente...
Ella lo mira. Qué bien huele Jacob. Recuerda los mensajes que
intercambiaron, y afirma:
—¡Es verdad!
—¿Te parece bien hoy?
Clara suspira, pues tiene otros planes. Pero, sin querer
contárselos, indica:
—Déjame que llegue a casa y mire la agenda, porque de
memoria no sé los horarios que tengo.
Él asiente con una sonrisa. Por ella puede esperar.
—Seguro que podré mover algunas clases y dejarme una tarde
libre entre semana —agrega Clara.
—O fin de semana, a mí me da igual —propone él—. Hasta que
encuentre curro tengo la agenda bastante libre.
Ambos sonríen mirándose a los ojos. Entre ellos siempre ha
habido mucha química, pero Clara se resiste y aún no entiende el
porqué.
Poco a poco sus amigos van saliendo también de los vestuarios.
Y, cuando ya están todos, se dirigen a la calle y se despiden. Hoy
los chicos se van por un lado y las chicas por otro.
Didi y Clara llegan al coche de esta última.
—¿Vas para casa, Didi?
—Sí.
—Sube, que te acerco.
Su amiga la mira sorprendida. Su casa no está de camino a la de
ella.
—¿Ah, sí? —pregunta.
—Claro.
Didi abre entonces la puerta del copiloto y murmura:
—Te lo agradezco, reina..., la verdad es que estoy agotada de
tanto gimnasio.
Ambas se acomodan en sus respectivos asientos, cierran las
puertas y se colocan el cinturón de seguridad. Clara arranca el
coche y, mientras lo pone en marcha, Didi pregunta:
—¿Y adónde vas para que mi casa te pille de camino?
La pelirroja se ríe.
—Al piso de Kevin.
Didi mira extrañada a su amiga, pues sabe que no le va de paso.
—Pero tengo algo que contarte —termina diciendo Clara.
—Ya me parecía a mí raro que te ofrecieras a llevarme... —Didi
ríe atando cabos—. ¿Es un chisme?
Clara asiente, así que su amiga no tarda en bajar el volumen de
la radio para que nada la distraiga. Sea lo que sea, quiere enterarse
bien.
—Soy toda oídos, ya sabes lo que me gusta un buen chisme.
Clara sonríe, pues le hace gracia esa palabra, y a continuación
susurra:
—¿A que no sabes quién me llamó el otro día por teléfono?
—No me lo digas... ¿Lady Gaga? —se apresura a decir Didi.
Ella ríe divertida y luego Didi insiste:
—¿Quizá Dua Lipa?
De nuevo Clara ríe a carcajadas.
—Pues no se me ocurre nadie más —dice Didi—, porque doy por
hecho que tus padres y tu ex no fueron.
—Piero —suelta entonces Clara.
Didi la mira. ¿Ha oído bien? Y pregunta:
—¿Quién?
Clara detiene el coche para dejar pasar a unas personas en un
paso de cebra y, mirando a su amiga, añade:
—Tía, Piero..., el italiano.
—¿El caradura? —pregunta la morena.
—No digas eso, si fue encantador.
Clara vuelve a poner el vehículo en marcha mientras Didi replica
boquiabierta:
—No, perdona, de encantador nada... Es un perfecto
embaucador, y te lo digo ahora igual que te lo dije cuando estuvimos
en Italia.
Clara sonríe. No opina como su amiga.
—No entiendo por qué te cae mal, si fue supersimpático con
nosotras.
—Simpático fue, pero un listo también —repone Didi.
—Anda ya...
—Desde que os conocisteis aquella noche que salimos, se nos
pegó como una lapa.
—No digas eso...
—Por Dios, Clara, que me tuvisteis de sujetavelas los dos últimos
días del viaje.
Ella se ríe, cree que su amiga es una exagerada.
—¿No será que tenías envidia?
Ahora la que se ríe, pero de forma sarcástica, es Didi.
—No, reina, envidia ninguna. Yo también me lo pasé muy bien en
Italia.
Clara le hace una mueca y Didi insiste:
—¿Envidia de tener a ese tío sobón todo el día encima? Quita...,
prefiero quedarme sola y vivir con veinte gatos.
—¿Sobón? —repite Clara.
—Me dirás que no... Si parecía que alguien le había echado
pegamento en las manos, todo el día encima de ti y repitiendo todo
el tiempo: «Amore!», «Bellissima!»...
Clara ríe negando con la cabeza sin despegar los ojos de la
carretera.
—Eres una exagerada.
—No, y lo sabes —responde Didi—. ¿Cuántas veces en esos tres
días nos dijo que si lo invitábamos a un helado, a cenar, a una
Coca-Cola...? Anda que se ofrecía él a pagar algo..., todo era pedir
y pedir.
Clara guarda silencio. Sabe que su amiga tiene razón en eso,
pero le hace gracia escucharla.
—Ah, ¿y recuerdas la noche que, como le daba pereza irse hasta
su casa, preguntó si se podía quedar en nuestra habitación a
dormir? —Un escalofrío recorre a Didi de pies a cabeza y luego
murmura—: Por Dios, menos mal que se fue..., qué repelús solo de
imaginármelo.
Clara ríe a carcajadas y entonces llegan a un semáforo en rojo.
—Y, a todo esto —continúa su amiga—, ¿qué hace Piero en
Madrid?
—Creo que me dijo que había venido para quedarse —dice
Clara.
—¡¿Crees?!
—Eso dijo.
Didi pone los ojos en blanco. El italiano siempre atonta a su
amiga.
—Y tiene donde alojarse, ¿no?
Clara alza los hombros, no lo sabe. Realmente no sabe nada de
él.
Pone el coche de nuevo en marcha y su amiga gruñe
gesticulando con las manos:
—Ni se te ocurra meterlo en el piso, pero ni de coña, ¿eh, tía?
—Claro que no... Además, el piso es de Kevin.
—Ni aunque fuese tuyo —recalca Didi.
Entre quejas y confesiones llegan al piso de esta última. La
morena se baja del coche y, antes de cerrar la puerta, mira a Clara y
suelta:
—Te digo todo esto porque eres mi amiga y me importas. Ese tío
es un caradura que no te conviene, y a ver si abres los ojos y te das
cuenta de una vez.
Clara asiente, pero no quiere escucharla más, por lo que le lanza
un beso.
Luego arranca el vehículo y se va.
Didi suspira mientras la ve marchar. Después entra en su portal y
monta en el ascensor. Una vez dentro mira de cuánto tiempo
dispone antes de tener que marcharse a trabajar.
«Vale, son las 11.54 y entro a las dos y media...»
¡Genial! Tiene un ratito para descansar.
Una vez frente a la puerta de su casa, la abre y va directa a
saludar a sus gatas Brisa y Duna. Con cariño las acaricia mientras
ellas ronronean. Adora a sus gatitas.
«Voy con tiempo de sobra.»
Tras un ratito de mimos se dirige a su habitación y ve que el sol
que entra por la ventana da directamente en la cama, por lo que se
deja caer sobre ella. Se siente exhausta a causa del puñetero
gimnasio.
Mientras disfruta del momento cierra los ojos y piensa: «Cinco
minutitos de vitamina D y me preparo la comida».
Cuando vuelve a abrirlos decide levantarse para no caer en la
tentación de quedarse dormida. Camina hasta la cocina y abre la
nevera para ver qué puede comer hoy. Pero la hora en el reloj del
microondas llama su atención, pues indica que son las 14.02.
«Ya debe de haber saltado la luz otra vez», se dice.
Siempre que se va la luz en el piso el reloj del microondas se
desconfigura.
En ese instante, su móvil empieza a sonar, cierra la nevera y va a
buscarlo. Lo ha dejado en la mesilla de noche cuando se ha
tumbado.
Ve que es su madre quien la llama, pero entonces repara en que
el teléfono señala que son las 14.03 y este no falla.
«¡Hostiaaaa! No..., no..., no..., ¿en serio me he dormido? ¡Madre
mía, que el reloj del microondas está bien!»
Como un relámpago Didi tira el móvil encima de la cama y corre
por su habitación buscando ropa que pueda ponerse. Pilla un
pantalón vaquero, unas botas negras y una sudadera. Se viste a la
velocidad de la luz, coge el teléfono de nuevo y sale del dormitorio.
Debe darse prisa, no tiene tiempo que perder.
Se pone el abrigo y mete en los bolsillos su cartera, el móvil y los
auriculares. Después coge un gorro y se lo coloca, sabe que va a
tener que correr y no quiere que las trenzas le vayan dando en la
cara.
—¡Joder, qué mala suerte!
Una vez equipada para el frío de enero en Madrid, pasa por la
cocina y comprueba que Brisa y Duna tienen comida y agua. A
continuación abre la nevera y echa un vistazo rápido. Al final no ha
comido, pero como ya no tiene tiempo para nada más, coge una
manzana y vuelve a cerrarla.
—¡No me echéis mucho de menos! —exclama antes de
abandonar su casa.
Didi baja la escalera lo más rápido que puede. No tiene tiempo de
esperar el ascensor. Una vez en el rellano, atraviesa el portal y corre
por la calle hacia la boca del metro. Esquiva a la gente como puede
y sube al metro justo cuando las puertas del mismo empiezan a
cerrarse ya.
«¡Por los pelos!»
No hay asientos libres. ¡Faltaría más! Así que se echa a un lado y
saca el móvil. Son las 14.17. Abre WhatsApp y decide mandarle un
audio a su madre:
Didi
▷ Hola, mamá..., perdona, pero me he dormido y llego
tarde al súper. Me ha tocado correr... y estoy que me
falta el aire. Madre mía... Hoy salgo a las 23.30, creo
que papá y tú estaréis despiertos, así que hablamos
esta noche... Un beso.

Envía la nota de voz mientras intenta recobrar el aliento.


«Y la carrera que me espera ahora del metro al súper..., madre
mía...», se lamenta.
Aprovecha el trayecto para comerse la manzana que ha cogido
hasta que, tras varias paradas, llega a la suya y sale lo más rápido
que puede.
¡A correr se ha dicho!
Llega al supermercado a tanta velocidad que no le da tiempo a
frenar y choca con una chica que sale. Didi la sujeta por el brazo
para que no se caiga al suelo.
—¡Joder! Perdona, no te he visto... ¿Estás bien?
La chica se aparta su largo pelo rubio de la cara y Didi se da
cuenta de que es la misma que el otro día le preguntó por Martín.
—Sí, sí. Estoy bien. ¿Tú lo estás? —pregunta ella enseguida.
—Perfectamente —responde Didi con ironía, apoyando las
manos en las rodillas para intentar normalizar su respiración.
Acto seguido dirige la mirada al interior del establecimiento. No ve
a Martín. Ojalá no la pille.
La otra chica la mira algo preocupada.
—¿Seguro que estás bien?
Ahora Didi la mira a ella y bromea.
—He tenido días mejores, pero sí.
La morena se incorpora, aún respirando con dificultad, y saca el
móvil. Las 14.35. Martín es superestricto con el horario. Llegar un
minuto tarde ya significa bronca, así que lo de hoy no será para
menos.
—Llegas un poquito tarde —susurra la rubia al ver la hora, y
añade—: He visto a Martín en el almacén hace un par de minutos.
Lo mismo, si te das prisa, ni te verá entrar.
—¿En serio? —exclama Didi.
La rubia asiente con una sonrisa.
—Muchas gracias...
—Marta, me llamo Marta —dice rápidamente la chica.
—Muchas gracias, Marta —repite ella y, tendiéndole enseguida la
mano, se presenta—: Yo soy Didi.
A Marta le hace gracia la situación, pues no esperaba estrecharle
la mano a una chica tan joven; es algo más típico de, por ejemplo,
los compañeros de trabajo de su madre.
—Un placer, Didi —responde.
Sus manos se separan y luego Didi corre hacia el vestuario del
súper mirando hacia todos lados por si está Martín por ahí.
Marta da media vuelta y se va a casa, su horario de trabajo ya ha
terminado.
 
 
Capítulo 4

Pasan los días y Clara sigue sin tener noticias de las muchas
entrevistas de trabajo que ha hecho. Encontrar trabajo es muy difícil,
por lo que no le queda otra que seguir intentándolo.
Pero hoy, por fin, se ha decidido a quedar con Piero, y eso la
tiene algo nerviosa. Cuando se vean ¿se besarán? ¿O, por el
contrario, solo la tratará como a una amiga más?
Después de sacar a su perrita Cora a dar un paseo y lamentarse
de las agujetas que tiene de la mañana de gimnasio que pasó con
sus amigos hace un par de días, se ducha al ritmo de La fama de
Rosalía y The Weeknd. A continuación se seca el pelo y, cuando
termina, se planta frente a su armario sin saber qué ponerse. Tras
dudar unos minutos, elige unas botas y un pantalón negro con un
jersey blanco que le regaló su hermano en Navidad.
Una vez vestida, vuelve al cuarto de baño para maquillarse.
Tampoco desea pintarse mucho, quiere ser ella misma. Cuando
termina se dirige a la planta baja del piso para coger el bolso, las
llaves y su abrigo.
Se despide de Cora con cariño y se va directa a la calle. Hoy
pasa de llevarse el coche, no le apetece conducir, así que se
encamina a la parada del bus. Por suerte, este no se hace esperar
mucho y, tras un breve trayecto, llega al punto de encuentro. En
cuanto se baja del autobús se le corta la respiración al ver que él
está ahí: Piero Marinelli. Ojos claros, media melena oscura y sonrisa
pícara.
Él sonríe nada más verla. La mira de manera descarada de arriba
abajo y se encamina de inmediato hacia ella. En cuanto se
encuentran se funden en un sentido abrazo que dura unos
segundos, hasta que Piero se separa unos centímetros de ella y
murmura mirándola a los ojos:
—Buonasera, bella.
Encantada por su tono de voz y por el modo en que la mira, Clara
responde con una sonrisa:
—Hola, Piero.
Acto seguido se observan unos instantes en silencio. Cada uno a
su manera ha echado de menos al otro.
Los ojos claros del italiano descienden lentamente hasta llegar a
los labios de ella, que no lo piensa dos veces y, dejándose llevar, se
le acerca y lo besa.
Piero la acepta de buen grado, pues había imaginado un
encuentro parecido. La rodea con los brazos para sentirla más cerca
y el beso se alarga, ninguno de los dos quiere detener ese momento
mágico.
Sin embargo, de pronto, una señora que va paseando a un perrito
les pide paso de malas maneras y la magia se esfuma. Ambos
intercambian una mirada cómplice, luego se disculpan con la señora
y, una vez que esta pasa, les da por reír.
—Bueno, ¿te parece si vamos a merendar y nos ponemos al día?
—sugiere Clara tomando la iniciativa.
Piero no acaba de comprender su propuesta, pero aun así
asiente. A pesar de que estudió español durante años, todavía hay
expresiones que se le escapan. No obstante, tiene ganas de estar
con ella, por lo que la coge de la mano y empiezan a caminar por la
calle hasta que llegan a una cafetería frente a la que Clara se
detiene para echar un ojo a su escaparate.
—¡Qué pintaza tienen esas tartas, por favor! —exclama.
—¿Quieres una torta? —pregunta él sorprendido, pues le
parecen una bomba de calorías.
Ella afirma con la cabeza y luego entran en el establecimiento de
la mano. Cuando la camarera les indica en qué mesa pueden
sentarse, se dirigen a ella, se quitan los abrigos y se acomodan. Hay
cierta tensión entre ellos, llevan mucho tiempo sin verse y tienen
bastante que contarse. Poco después se acerca la camarera para
tomarles nota.
—Yo quiero un café con leche y un trozo de tarta red velvet, como
la que tenéis expuesta en la entrada, por favor —pide Clara.
Piero observa a la camarera mientras esta toma nota. Las
españolas le parecen muy atractivas.
—¿Y para ti? —le indica la chica.
—Un expreso, por favor —dice él mirándola a los ojos.
La camarera asiente y, cuando se va, Clara, al ver que Piero
sigue mirándola, pregunta con inocencia:
—¿Quieres algo más? ¿La llamo?
El italiano deja de mirarla de inmediato y, sonriéndole a Clara,
replica:
—No. Non, tranquillo. Non voglio niente más, solo que hoy no he
ido al gimnasio y no quiero engordar.
Clara sonríe. Piero es como Ángel: se cuidan mucho en el
gimnasio. Solo hay que ver su cuerpo para entender las horas que
pasa en él.
—Bueno, cuéntame, ¿cómo es que estás por Madrid así de
repente? —quiere saber ella.
Piero sonríe.
Se vieron por primera vez el verano del año pasado, durante un
viaje de cuatro días que Didi y ella hicieron a Italia. La segunda
noche salieron de fiesta a una conocida discoteca, donde Clara lo
conoció, y a partir de ese instante pasaron el resto de su viaje
pegados el uno al otro.
Una vez que Clara regresó a España, se mensajearon e hicieron
videollamadas durante meses. Pero, un poco antes de Navidad, eso
casi terminó. Cada vez Piero tardaba más en responder a sus
mensajes, y ella simplemente acabó olvidándose de él sin darle
demasiada importancia. La distancia termina con muchas parejas, y
ellos ni siquiera lo eran.
Clara está pensando en ello cuando Piero suelta:
—Estoy aquí porque he decidido tomarme un tempo per me.
—¿Y tus padres qué dicen?
Él hace una mueca.
—Non importa. —Ríe—. Están encantados de no verme en una
temporada.
Ella cabecea sin más, puesto que no conoce lo bastante a los
padres del italiano como para poder formarse una opinión de lo que
este le cuenta.
—¿Y tú qué haces en Madrid? —pregunta él.
—Últimamente me dedico a buscar trabajo —contesta ella—.
Algunas mañanas ayudo en la empresa de mi tía, y por las tardes
doy clases de refuerzo a algunos niños de primaria y secundaria.
Él la escucha interesado.
—Sinceramente, Piero —añade Clara—, estoy en un punto en el
que cualquier trabajo me vale, hasta que consiga dedicarme a lo
que estudié.
—¿Qué estudiaste? —pregunta él mientras observa con disimulo
a la camarera.
—Pero si te lo conté cuando nos conocimos. —señala ella, y ríe.
Él ríe también. No se acuerda.
—Estudié Magisterio.
—Oh, sí..., ahí conociste a tu amiga... —recuerda él.
—Sí, a mi amiga Didi.
—Mi ricordo —afirma Piero.
Clara ríe de nuevo. Didi y él no se llevaban muy bien, pero como
no quiere hablar de ella, añade:
—No he tenido mucha suerte en la búsqueda de empleo, pero
¡no hay que perder la esperanza!
—¿Qué quieres hacer?
—Me encantaría ejercer de profesora —asegura ella soñadora—.
El trabajo de los profesores me parece apasionante. Están ahí en
los momentos en los que los niños forman su personalidad —añade
—. Tienen un papel fundamental en el crecimiento, el desarrollo y el
aprendizaje de cada niño y cada niña que pasa por sus clases.
Él la mira con curiosidad, aunque lo cierto es que lo que le cuenta
no le interesa mucho.
—Al final todos nos acordamos de muchos de los profesores que
hemos tenido en nuestra infancia, ¿no? —agrega Clara.
—Certo —asiente Piero por darle la razón.
—Pero de momento —suspira ella— seguiré intentando alcanzar
mi sueño, echando currículums, haciendo entrevistas...
—¿Tan difficile es? —pregunta él.
Clara asiente.
—Y más con el curso escolar empezado. ¡A ver si para el año
que viene lo consigo!
La camarera vuelve, deja los cafés y la porción de tarta sobre la
mesa y dice mirándolos:
—Os traigo dos cucharas por si queréis compartirla.
—¡Gracias! —responde Clara.
Acto seguido coge una de ellas y prueba la tarta mientras el
italiano echa algo de azúcar a su café y observa cómo la camarera
se va.
—¿Quieres? —Clara le ofrece una de las cucharas.
—No, grazie. Todo tuyo, amore.
Ella asiente y sonríe, que la llame de ese modo es normal en
Piero. Luego se acerca el plato y disfruta de la tarta, que está
buenísima.
—¿Y dónde vives? —dice él con interés.
—Con mi hermano —contesta ella mientras él se toma su café—.
Técnicamente vivo en su casa, ya que el piso es suyo.
Ambos se miran y después Clara pregunta:
—¿Y tú dónde te quedarás el tiempo que estés en Madrid?
Mientras ella abre su sobrecito de azúcar, lo vierte en su café y
comienza a removerlo, Piero dice:
—In questo momento estoy en casa de un amigo.
—¿Un amigo español?
—No. Italiano.
Clara asiente y luego vuelve a preguntar:
—Pero ¿le has alquilado una habitación, duermes en el sofá
hasta encontrar algo fijo...?
Él se recoloca en la silla. Tantas preguntas lo agobian.
—Es un piso con tres habitaciones —explica—. Ahí vivimos il mio
amico Tiziano, su amigo Víctor y yo.
Clara asiente, le alegra saber que tiene un sitio donde dormir.
—¿Y qué planes tienes aquí, en Madrid? —pregunta a
continuación—. ¿Sabes el tiempo que vas a estar...?
—No —la interrumpe él y, tras valorar su respuesta, añade—:
Solo he venido per divertirmi.
—Vaya... —Ella sonríe.
—He decidido tomarme un año para mí, estoy harto de estudiar
—agrega Piero—. Pero no sé si estaré en Madrid tutto il tempo o
viajaré a otros sitios.
Sorprendida porque el chico pueda tomarse un año sabático, la
pelirroja continúa:
—Y cuando pase ese año ¿qué harás?
Piero termina de tomarse el café y luego responde con desidia:
—L’idea para el año que viene es empezar en la inmobiliare de
mis padres.
Ella asiente, si sus padres tienen una empresa familiar es lógico
que comience a trabajar ahí. Su tía le dio la oportunidad a Kevin y
también a ella misma. Y sin duda los padres de Piero se la darán a
su hijo.
—¿En qué trabaja tu hermano? —quiere saber el italiano.
—Kevin es decorador de interiores en la empresa de mi tía
Cecilia.
—¿Es la empresa di famiglia? —pregunta él.
—Sí y no —dice ella—. Si te imaginas que hay más familiares
trabajando en la empresa, no es así. Pero sí que la considero la
empresa familiar porque, al fin y al cabo, es de mi tía. Y mi tía es
más familia que muchos que sí deberían serlo.
Piero cabecea, aunque no acaba de entenderla.
—Capisco... —dice—. ¿Y tus padres?
Clara resopla. Hablar de sus padres siempre la incomoda. No
sabe nada de ellos desde el episodio que vivieron en el viaje a
Cullera de 2019. Su última conversación con ellos fue una fea y
terrible discusión, de la que nunca se ha arrepentido. Pero, la
verdad, hablar de ellos es algo que evita, así que simplemente dice:
—Hace tiempo que no tengo trato con ellos.
Piero la mira extrañado. No recuerda que ella le comentara su
mala relación con sus progenitores, aunque lo cierto es que
tampoco le preguntó por ello. Ambos se miran en silencio unos
instantes. El ambiente se ha enrarecido y, al ver que ella desea
cambiar de tema, el chico dice:
—Amore, no me cuentes nada si no quieres. Te veo incómoda.
Clara asiente y da un trago a su café.
—Gracias —contesta—. La verdad es que no me gusta hablar de
ellos. La última vez que los vi les dejé claro que, si no aceptan a mi
hermano, tampoco me aceptan a mí.
—¿Aceptar a tu hermano? —repite él sin entender.
—Mi hermano es trans y tiene novio.
Boquiabierto, pues no se esperaba algo así, Piero pregunta:
—¿Tu hermano es transexual?
—Sí. Y es el mejor hermano del mundo —declara ella
convencida.
Piero afirma con la cabeza.
—Mis padres no lo aceptan tal y como es, y yo no acepto que
ellos sean como son.
Él extiende entonces un brazo, apoya la mano con cariño encima
de la de ella y señala:
—Pero son tus padres, amore...
—¿Y qué? —se apresura a replicar Clara.
—Que son tus padres —repite él.
Ella, que ya está por encima de esas cosas, niega con la cabeza
y responde con total sinceridad:
—Lo son y lo serán siempre. Pero eso no quiere decir que tenga
que pensar como ellos, y menos aún aceptar su mentalidad del siglo
XVII cuando mi hermano Kevin es una de las mejores personas que
conozco en este mundo. Los padres no siempre tienen la razón, y
en este caso en particular te aseguro que no la tienen en absoluto.
En ese instante suena el móvil de Piero.
La conversación lo está incomodando y cree que es mejor
cambiar de tema, por lo que, sacándose el teléfono del bolsillo, se
excusa y lo atiende.
Clara suspira, alterada por haber estado hablando de sus padres.
Espera que la conversación no continúe por esos derroteros, y
aprovecha para meterse la última cucharada de tarta en la boca.
—Qué pena que se acabe —se lamenta cuando ya se la ha
comido toda.
Al oírla, Piero sonríe. Ha terminado su conversación y, tecleando
algo en el teléfono, mira a la joven y pregunta:
—¿Te apetece conocer a mis amigos?
Ella lo mira sorprendida. Conocer a los amigos de Piero será algo
nuevo, pues en Italia no conoció a ninguno. ¿En serio los va a
conocer en España? Y, como realmente no tiene nada que hacer
hasta la mañana del día siguiente, accede complacida.
—Vale.
El italiano asiente, pide la cuenta y, una vez que Clara ha pagado,
salen del local.
Van caminando por las calles de Madrid sin despegarse el uno
del otro hasta llegar frente a un portal.
—Vivo aquí —dice Piero.
Es un barrio céntrico y caro. Entran en el portal, cogen el
ascensor, suben en él y, cuando este se abre, se oye música que
procede de la puerta del fondo.
Piero y Clara se miran y sonríen. Y él, sacándose unas llaves,
abre entonces esa misma puerta.
—Ciaooooo!! —los saluda un chico con bigote negro cuando
entran en el piso.
Clara sonríe y Piero y el chico se funden en un abrazo. Durante
unos segundos ella los observa, y al cabo Piero le dice:
—Clara, este es mi amico Tiziano.
El chico, otro apuesto italiano como él, se acerca a la joven y le
da dos besos.
—È un piacere.
—Lo mismo digo —responde ella con una sonrisa.
Piero le da la mano para que pase al salón. La casa es de techos
altos, grande y espaciosa. Cuando acceden al salón, dos chicas
entran desde la terraza quejándose del frío.
Clara las mira. ¿Quiénes serán?
—Chicas —llama su atención Piero—, esta es mi amiga Clara.
Las muchachas la miran con una sonrisa y una de ellas,
acercándose, le da dos besos y exclama:
—¡La famosa Clara!
En el fondo a ella le gusta oír eso.
—Mi chiamo Fabiana, soy la novia de Tiziano —dice la chica.
Clara asiente.
—Y yo soy Cayetana, la novia de Víctor —se presenta la otra.
—Un placer conoceros —asegura ella encantada.
Las dos chicas miran sus móviles para ver qué tal han quedado
las fotos que se acaban de hacer en la terraza y rápidamente hablan
de subirlas a las redes.
Piero se quita el abrigo y, con un gesto galante, ayuda a Clara a
quitarse el suyo y luego los deja sobre el sofá.
—¿Quieres?
Clara se vuelve y ve que Tiziano le ofrece tabaco a Piero. Él
asiente, coge un cigarro y lo enciende con el mechero de su amigo.
—¿Y tú desde cuándo fumas? —pregunta confundida.
Clara recuerda que en verano no lo vio fumar en ningún
momento.
—Solo a veces —responde él quitándole importancia.
El italiano se acerca a ella y le da un beso que ella acepta con
reticencia porque no le gusta el olor del tabaco.
—Piero, allora vieni a cena e poi a una festa? —pregunta Tiziano
apoyando la mano en el hombro de su amigo.
—Clara, ¿te apetece ir a cenar y luego a una festa?
A la pelirroja no le apetece demasiado. Además, al día siguiente
tiene que madrugar, por lo que se apresura a decir:
—Hoy no, Piero, mejor otro día. Pero ve tú si quieres, por mí no
hay problema.
Este mira a su amigo y, dándole unos golpecitos en el hombro,
añade:
—Un altro giorno. Prefiero quedarme con Clara.
Tiziano asiente y sonríe. Y, alzando la voz para que las chicas le
hagan caso, dice:
—Ragazze, é ora di andare, Víctor nos espera.
Las muchachas dan unas palmadas de alegría al oírlo. Ir de fiesta
les parece uno de los mayores placeres de la vida.
—¡Síííí —exclama Cayetana—, qué ganas de salir esta noche!
Ambas cogen sus abrigos y, tras despedirse, salen del piso.
Tiziano cierra la puerta y Clara y Piero se quedan solos. Después de
dar una última calada al cigarro y apagarlo en un cenicero lleno de
colillas, Piero se vuelve hacia Clara y ella lo mira con una sonrisa.
Él se le acerca y, con delicadeza, posa las manos en sus mejillas
y la besa. Ella lo acepta mientras siente cómo su corazón comienza
a latir con más fuerza.
El beso sube de intensidad. A cada segundo que pasa sus
cuerpos desean más, y ella le rodea el cuello con los brazos y le
acaricia el pelo.
Piero, por su parte, deseoso de continuar por ese camino, baja
despacio las manos por la cintura de Clara hasta abrazarla y
apretarla más contra sí, hasta que finalmente se separa de ella unos
milímetros y pregunta con sutileza:
—¿Quieres ver el piso?
Sin dudarlo, ella asiente. Sabe muy bien a qué se refiere con eso.
—Claro —dice.
Él agarra su mano y le va enseñando la bonita casa. La cocina de
muebles blancos y platos sucios en el fregadero, la terraza en la que
antes se hacían fotos las chicas, el único baño que tiene el piso, las
dos habitaciones de sus amigos y, por último, la habitación de Piero,
en la que todavía se ve la maleta abierta y sin deshacer en el suelo,
con ropa arrugada alrededor.
Una vez dentro del dormitorio, el italiano posa las manos en las
caderas de Clara y esta se da la vuelta para encontrarse con los
ojos claros de él fijos en los de ella. Como ambos lo desean,
vuelven a besarse, pero esta vez con más ganas.
Instantes después Piero se quita la camiseta acalorado y Clara,
aprovechando que él se ha apartado esos segundos, pregunta con
una sonrisa pícara:
—¿Seguimos donde lo habíamos dejado?
—Sì, amore —afirma él.
Y, acto seguido, y con una sonrisa de satisfacción, cierra la puerta
tras él para entregarse a la pasión con Clara.

Horas más tarde la pelirroja oye unos ruidos y se despierta. Mira a


su lado y ve a Piero durmiendo.
«Los ruidos provienen del salón», piensa.
Alcanza su móvil y ve que son las 5.07 de la madrugada.
También ve que tiene un mensaje de su hermano:
Kevin
No sé a qué hora vas a llegar,
no dejo la llave puesta por si vienes.

Tras unos segundos Clara decide marcharse. Se levanta de la


cama con cuidado de no despertar a Piero. A oscuras, busca su
ropa, que está tirada por la habitación, se viste, coge su bolso y el
móvil y sale del cuarto cerrando la puerta con sigilo. Caminando de
puntillas para no hacer ruido, se dirige al salón, coge su abrigo del
sofá y se lo pone.
—Ostras, perdona —oye entonces a su espalda.
Se da la vuelta y, gracias a la luz que se filtra por la ventana, ve a
un chico de pelo rizado.
—¿Te hemos despertado? —pregunta él.
—No, tranquilo, ya me iba —dice ella en voz baja—. Por cierto,
soy Clara.
—Yo Víctor, encantado —susurra él.
El chico le da dos besos como puede en la oscuridad del salón.
«Este debe de ser el novio de Cayetana», se dice Clara.
Se oyen risas procedentes de una de las habitaciones del piso.
—Bueno, me voy, pasadlo bien —se despide ella colgándose el
bolso al hombro.
—Adiós —dice él mientras desaparece por el pasillo.
Una vez en la calle, Clara pide un taxi a través del móvil.
«¡Madre mía, qué sueño y qué frío!»
 
 
Capítulo 5

Didi acaba de despertarse. Se levanta y se lava los dientes sin abrir


apenas los ojos cuando recibe un mensaje en el móvil.
Clara
¡Buenos díaaaaas!

La morena pone los ojos en blanco.


¡Qué vitalidad la de Clara de buena mañana! Deja el móvil a un
lado del lavabo. Es demasiado pronto para tanta energía.
Una vez que ha terminado de asearse, tras saludar a sus gatas,
que, mientras estaba en el baño, se restregaban contra sus piernas,
se dirige a la cocina y les da de comer. Después se prepara su
desayuno y, ahora sí, desbloquea el móvil y, tomando aire, le
contesta a su amiga mientras come:
Didi
Lo serán para ti, reina.

Está masticando los cereales cuando lee:


Clara
Me encanta el buen humor
con el que te levantas siempre.
Didi sonríe, percibe perfectamente el tono sarcástico de su
amiga, y teclea:
Didi
Lo siento, odio madrugar. Ya sabes
que dentro de un rato se me pasará.

Deja el móvil sobre la mesa. Vuelve a meterse otra cucharada de


cereales en la boca y lee:
Clara
Lo sé. Y tienes suerte de que te quiera
tal y como eres; si no, no te daba
ni los buenos días.

Didi suelta una carcajada.


Didi
¿Era ayer cuando me dijiste
que habías quedado con el italiano?

Durante unos segundos la morena mira atentamente la pantalla


del móvil. Conoce a Clara y sabe que está deseando hablar del
tema.
Clara
Sííííí.

Didi
¿Y qué tal?

Ve que su amiga escribe en el móvil hasta que recibe el mensaje.


Clara
Superbién, está incluso más guapo
que cuando lo conocimos en Italia.

Didi resopla. Está claro que su amiga ha vuelto a caer bajo el


influjo del caradura de Piero.
Didi
Bueno, esa es tu opinión, jajaja.
¿Te contó qué está haciendo aquí?

En cuanto envía su respuesta, sigue con el desayuno.


Clara
Según me dijo, este año se lo quiere tomar para él:
viajar y divertirse,
está harto de estudiar.

Didi lee el mensaje de su amiga y hace una mueca. El italiano


sigue siendo un caradura y su amiga, la misma tonta de siempre.
Así pues, evitando decirle lo que piensa, ya que en el futuro tendrá
tiempo suficiente para decírselo, teclea:
Didi
Vaya, qué suerte tienen algunos.

Leer eso hace que Clara suspire. Conoce a su amiga y sabe que
ha sido comedida en su respuesta. E, intentando darle un voto de
confianza a Piero, insiste:
Clara
El año que viene entrará a trabajar
en la inmobiliaria de su familia,
por eso quiere aprovechar ahora
y divertirse.

Didi asiente. Sabe que, diga lo que diga, Clara lo justificará.


Didi
¿Cuánto estará por Madrid?
¿Dónde se queda?

Clara
De momento no sabe el tiempo exacto que estará
aquí. Y se queda en el piso de unos amigos suyos.
Durante un rato las chicas hablan por WhatsApp y, tras dar por
terminada la conversación y Didi acabarse su desayuno, no le
queda otra que ir a su habitación a cambiarse de ropa y prepararse
para ir a trabajar. Algo que no le hace mucha gracia.
Cuando está lista, se ha despedido ya de sus gatas y ha cogido
todo lo necesario, sale a la calle y, tras ponerse sus auriculares, va
escuchando música mientras camina hacia el metro.
Al entrar, el característico olor del metro inunda sus fosas
nasales, y al mismo tiempo tiene la sensación de que esa mañana
estará más concurrido que nunca. El andén está hasta arriba de
gente con cara de sueño, expresión seria y la mirada refugiada en
su teléfono móvil.
Didi resopla algo agobiada. Con el frío que hace en la calle, allí
abajo parece que le falta el aire.
Segundos después el metro llega a la parada y, como siempre,
ella siente ganas de gritar eso de: «¡¿Alguien se acuerda de que
hay que dejar salir antes de entrar?!». Al final, después de llevarse
varios empujones y un pisotón, consigue entrar en el vagón. Ahora
lo difícil es hacerse un hueco, y a duras penas logra agarrarse a una
barra. Menos mal que el trayecto no es demasiado largo.
Por suerte, minutos después el convoy llega a su parada, y, de
nuevo entre empujones y malas caras, se cuela entre la gente para
salir cuanto antes de allí. ¡Qué horror es el metro en hora punta!
Como va con tiempo, recorre el camino hasta el súper con
tranquilidad. Piensa en sus cosas, escucha música, camina
despacio... Hoy no tiene que correr, por lo que disfruta de unos
minutos de paz antes de entrar.
Cuando finalmente llega al supermercado, va directa al vestuario.
Deja sus cosas en la pequeña taquilla en la que puso un cartelito
con su nombre el primer día y se fija en que en la de al lado hay una
pegatina en la que pone «Marta».
«Otra nueva», piensa.
Cuando sale del vestuario aún quedan un par de horas hasta que
el súper abra sus puertas. Eso le proporciona cierto alivio, pues
tener que aguantar a según qué personas a primera hora de la
mañana puede ser mortal. Ahora toca reponer productos, así que
coge un carro y lo llena con alimentos que va colocando en las
estanterías de los pasillos correspondientes.
—¡Buenos días! —saluda a dos compañeras que pasan por su
lado.
No recibe respuesta de ninguna de ellas. Menudas rancias.
Didi las ha saludado por pura educación, como le enseñaron sus
padres, pero está visto que en casa de otras la educación brilló por
su ausencia. Desde que empezó en este trabajo no ha conseguido
entablar relación con sus compañeros, y no entiende por qué. Ella
siempre los saluda, pero ellos o no la ven, o fingen que no lo hacen.
Nunca ha comprendido por qué, incluso ha llegado a pensar que
puede ser que sea una cuestión de racismo por su color de piel.
«Mejor me pongo mi música», se consuela.
La música es una gran compañera en su vida, pues sabe que
nunca le fallará. Didi siempre lleva unos auriculares en el bolsillo,
nunca se sabe cuándo los va a necesitar, y sin duda en este instante
los necesita.
Una vez que se los pone y comienza a escuchar su música, en
tono bajo para poder oír a Martín si la llama, su estado de ánimo
mejora. Incluso tararea. Y entonces, de pronto oye a alguien
canturrear. ¿Quién es y qué está cantando?
Se quita uno de los auriculares e intenta escuchar el tarareo.
Trata de identificar la canción, pero no, no la conoce.
—¡Anda, hola! —la saluda una chica que entra en el mismo
pasillo en el que ella está.
De inmediato Didi comprende que era ella quien cantaba, y al ver
de quién se trata, responde:
—¡Buenos días!
La chica que tiene frente a sí es la misma con la que se encontró
dos veces frente a la puerta del súper, e intentando recordar su
nombre, pregunta dudosa:
—Marga..., ¿no?
La joven niega con una sonrisa e indica:
—Casi, pero no. Soy Marta.
Didi asiente y le pide perdón con un gesto.
—Oye, disculpa por el golpe del otro día, tenía muchísima prisa y
no miraba por dónde iba.
Sin darle importancia, Marta responde mientras coloca latas de
conserva al ritmo de la música:
—¡No te preocupes! A todos nos ha pasado alguna vez.
Didi sonríe, la mira divertida y luego, con un paquete de pasta en
la mano, pregunta:
—Eras tú la que cantaba hace un momento, ¿verdad?
—Efectivamente —afirma Marta sonriendo—. Me encanta esta
canción, la tengo en bucle. ¿Te gusta Ana Mena? —añade
mirándola apoyada en su carrito lleno de productos.
Didi se apoya también contra el suyo y contesta:
—No me suena de nada. ¿Debería conocerla?
Marta se sorprende porque no conozca a esa cantante que tanto
le gusta y, gesticulando de manera exagerada con las manos,
exclama:
—¡Claro, tía! Esa canción se titula Música ligera y salió hace
poco. Es un temazo con rollito de los setenta... Tienes que ver el
videoclip.
Didi asiente divertida.
—Si me lo dices así, intentaré acordarme —afirma.
—Te encantará, ya lo verás.
—No estoy muy puesta en las canciones de ahora —dice—.
Suelo escuchar música de los ochenta y los noventa. Es la que más
me gusta.
Marta se incorpora y sonríe. Mueve su carro para ponerlo al lado
del de ella y luego afirma atusándose su melena rubia:
—Pues que sepas que ahora también hay música muy buena.
Didi sonríe divertida.
—Pues que sepas que, las pocas veces que pongo la radio, me
parece que todo suena igual —replica.
—Eso es porque no escuchas la música correcta —indica Marta.
Didi ríe y niega con la cabeza mientras coge un paquete de
macarrones y lo coloca en la estantería que tiene a su lado. O se da
prisa o no terminará de colocar.
—Mira —dice entonces Marta—, dame tu número de móvil y ya
verás como la música que yo te recomiendo no tiene nada que ver
con lo que imaginas.
Ella se vuelve para mirarla. La verdad es que la chica es
simpática. Y, queriendo empatizar con ella, coge el teléfono que la
otra le tiende.
—Vale, pero te lo advierto: si solo me mandas reggaetón, te
bloqueo.
Su respuesta hace reír a Marta.
—Prometo no hacerlo.
Y, tras alzar una mano, extiende el dedo meñique. Didi la mira
confusa. ¿Qué hace? Y Marta, al ver su cara de desconcierto, le
explica:
—Se supone que tú haces lo mismo que yo y entrelazamos los
meñiques. Se llama pinky promise.
—¿Pinky promise? —repite Didi con una carcajada.
Marta asiente y, tras estrechar su meñique con el de ella, declara:
—Prometo no mandarte reggaetón.
Ambas sonríen y, una vez que separan las manos, Didi teclea su
número en el teléfono y se lo devuelve a su dueña.
—Genial —exclama Marta guardándoselo—. Luego te escribo y
te recuerdo el título de la canción que te comentaba.
Marta mueve su carro para cambiar de pasillo, pero antes de
desaparecer se vuelve, lo que hace que Didi la mire de nuevo.
—¡Oye, tú también tendrás que recomendarme música!
—Ese no era el trato —replica Didi viéndola desaparecer del
pasillo.
—¡Davinia, espabila! —increpa la voz del jefe.
Didi se da la vuelta al oírlo y ve a Martín haciéndole señas desde
el otro lado del pasillo para que vaya más rápido. Ella solo sonríe y
asiente, aunque por dentro no haga eso precisamente.
Minutos después termina de colocar los productos de ese pasillo
que tiene en el carro y se traslada a uno más lejano. Nada más
llegar, de nuevo ve que Marta está en él.
—¿Te ha llamada Davinia? —le pregunta la joven.
Ella pone los ojos en blanco. No le gusta nada que la llamen así.
—Sí, y le he dicho mil veces que me llame Didi, pero nada, él
sigue llamándome Davinia.
Marta la mira confundida.
—Entonces ¿cómo te llamas?
Didi se acerca a ella con un montón de paquetes de galletas de
chocolate en las manos.
—Mis padres me pusieron Davinia Daniela en el DNI, pero odio
que me llamen de ese modo. Prefiero que me llamen Didi, que es
más corto y fácil.
—Pues yo creo que tienes unos nombres muy bonitos. Davinia
Daniela.
—Por favor... —refunfuña.
Marta la observa mientras ella coloca las galletas. Desde el
primer día que se encontró con ella en la puerta del súper le llamó la
atención. Y, al verla tan seria, pregunta en tono de broma:
—Tras ponerte ese nombre compuesto tan... bonito, ¿estás
segura de que tus padres te quieren?
Didi sonríe. Pero, al ver a Martín, vuelve a su carro a por más
productos y, cuando los coge, pregunta:
—¿Tú eres Marta a secas?
La rubia recoloca unas cajas que tiene enfrente.
—Exacto —dice—, solo Marta.
—Qué suerte tienes. Corto y conciso —responde Didi.
—Calla, que casi me llaman María Antonia —añade ganándose la
mirada y la posterior risa de Didi—. Mi abuela paterna se llamaba
así y era uno de los nombres que barajaban, aunque al final mis
padres entraron en razón y acabé siendo Marta.
Entonces Martín, que atraviesa el pasillo central, las ve y las
increpa levantando la voz:
—¡Menos hablar y más trabajar, chicas!
Ambas se miran. Saben que no han parado de colocar productos.
—No lo soporto —murmura Didi.
—¿En serio?
Didi se agacha para recolocar unas cajas.
—Y tanto que no —se queja—. Llevo trabajando aquí varios
meses y no puedo con él, es pesadísimo. Y eso por no hablar de su
afán de cambiar los turnos cuando le da la gana.
Marta la observa con expresión seria.
—Tú sabes que Martín es mi tío, ¿no? —suelta entonces.
«No... No... No... ¿En serio?»
Con ganas de gritar «¡Tierra, trágame!», Didi levanta la cabeza,
mira a la joven y murmura:
—Hostia, ¿qué dices?
—Lo que oyes.
Durante unos segundos que a Didi se le hacen eternos, ninguna
dice nada, hasta que esta, viendo peligrar su trabajo, susurra:
—Disculpa, Marta, no tenía intenci...
Pero se interrumpe al ver cómo la otra se echa a reír.
—Es broma, ¿no? —pregunta.
Marta asiente divertida.
—Deberías haber visto tu cara de circunstancias.
—¡Joder! —Didi resopla aliviada.
Y, viendo a la otra muerta de la risa, coge un paquete de galletas
y le reprocha divertida:
—Sí, claro, ríete, tú no te cortes...
Una vez que termina de colocar las galletas, Didi se pone en pie,
va a por su carro y, sin decir más, cambia de pasillo. Segundos
después Marta la sigue.
—Bueno, como ibas diciendo, Didi..., Martín te cae mal, ¿no? —
dice Marta retomando la conversación.
Ella se detiene para que a la otra le dé tiempo de aproximarse y
luego murmura:
—Es un imbécil.
La rubia asiente. Toda información es buena.
—Está bien saberlo. ¿Y algo que deba saber de los compañeros?
Ambas se agachan a recoger unas barritas energéticas que se
han caído al suelo, y Didi, viendo que nadie puede oírla, musita:
—Lo máximo que he conseguido alguna vez de ellos ha sido un
mísero «buenos días» y poco más. No termino de entender si es
que he hecho algo o si es que por ser negra no me ven o les caigo
mal.
Marta resopla. Lo que dice Didi es terrible. Y, poniéndose de su
lado, afirma:
—Tienen pinta de ser unos rancios.
—Lo son —conviene ella—. Créeme que lo son.
Divertidas por sus confidencias, las dos chicas vuelven a ponerse
de pie, y luego Marta, mirando a la morena, bromea:
—O sea que conmigo te ha tocado el billete dorado.
Didi sonríe al entender la referencia a la película de Charlie y la
fábrica de chocolate.
—Bueno, no cantes victoria antes de tiempo —replica.
Un rato después el supermercado abre sus puertas como cada
día. La jornada transcurre como una más salvo por un detalle para
Didi, y es que en Marta ha encontrado a alguien con quien poder
hablar y hacer más amenas las horas de trabajo.

El tiempo transcurre y llega el momento de irse. Y, aunque parezca


mentira, a Didi se le ha pasado la jornada de trabajo más rápido de
lo normal.
—¡Por fin! —exclama Marta entrando en el vestuario.
—Somos libres —dice Didi sentada en un taburete.
Marta abre su taquilla y empieza a cambiarse de ropa mientras
ella se centra en atar los cordones de sus Converse negras.
—Qué ganas tengo de salir de aquí, tengo tantísima hambre... —
murmura Marta.
—Sí, al menos saliendo a estas horas aún es de día en la calle —
comenta Didi—. Porque la salida del turno de tarde es horrible, a
esas horas ya es noche cerrada.
La morena termina de atarse las zapatillas y se pone en pie. Echa
un rápido vistazo a Marta y ve que se está cambiando la camiseta.
—La verdad es que tienes razón: aunque toque madrugar, es
mejor el turno de mañana —afirma esta última.
Con una sonrisa Didi saca su mochila y el abrigo de su taquilla y
después vuelve a cerrarla. La rubia hace lo mismo y ambas se
ponen los abrigos.
—¿Sales? —pregunta Marta.
Aunque Didi está deseando salir del súper, hoy no tiene esa
necesidad de cruzar los pasillos como alma que lleva el diablo. Ella
es lanzada y espontánea. ¿Por qué se queda tan callada delante de
Marta? Y, con cierta timidez, se aparta y deja pasar a la chica
mientras responde:
—Sí.
Marta sonríe y pasa por delante de ella. Y justo en ese momento
Didi se percata de que lleva un pin con la bandera LGBTIQ+ en la
mochila y su mente empieza a ir más rápido de lo normal. ¿En serio
va a tener tan buena suerte?
«No saques conclusiones precipitadas. Puede que lo lleve porque
es aliada, porque apoya al colectivo...», se dice saliendo del
vestuario y cerrando tras de sí.
Cuando cruzan las puertas del súper y están en la calle, Didi se
abrocha el abrigo. Hace frío.
—¿Hacia dónde vas? —le pregunta a Marta.
Esta mira hacia los lados en busca de algo y, al no encontrarlo, la
mira y responde:
—Justo hoy vienen a buscarme.
«Qué pena», piensa Didi decepcionada. Esperaba poder
compartir algo del trayecto juntas para seguir charlando como han
hecho durante toda la mañana. Pero no..., pues a Marta la vienen a
buscar, aunque no tenga ganas de despedirse de ella. Y, sin querer
mostrar su decepción, replica en tono de broma:
—¡Joder, qué nivelazo, con chófer y todo!
La rubia la mira. Le fastidia tener que despedirse de Didi.
—Sí..., superchófer... —contesta en tono gracioso—. Mi madre,
que ayer quedé en comer hoy con ella y su novio.
Didi suelta una carcajada y, tras caminar unos metros, es Marta la
que pregunta:
—Oye, ¿y tú adónde vas? Lo mismo podemos acercarte.
Los nervios se apoderan de la joven, que se apresura a
responder:
—No, no, tranquila. Voy a comer con unos amigos en una
cafetería. El metro me deja prácticamente en la puerta del local.
Un coche azul oscuro se detiene entonces frente a ellas. Ambas
levantan la vista y la mujer que conduce saluda con la mano. Marta
sonríe y le devuelve el saludo.
«Esa debe de ser su madre», piensa Didi.
—¿Segura? De verdad que nosotras podemos acercarte a donde
vayas —pregunta Marta ofreciéndose de nuevo.
—Sí, no te preocupes —dice ella con una sonrisa.
La rubia asiente dándose por vencida, pero se acerca a Didi, le
da un rápido abrazo y dice:
—Hasta mañana. Que vaya bien esa comida.
Acto seguido se da la vuelta para caminar hacia el coche y
entonces oye que Didi responde:
—¡Hasta mañana, billete dorado!
Su comentario hace reír a Marta, que se vuelve y le dice adiós
con la mano antes de subirse al coche con su madre.
Instantes después Didi echa a andar hacia el metro. Va
sonriendo, está contenta.
De pronto le suena el móvil. Lo saca del bolsillo de su abrigo y ve
que es un mensaje de un número que no tiene guardado.
Desconocido
Hola, Davinia Daniela, ya sabes
quién soy... Te paso la canción
de la que hemos hablado esta mañana. Escúchala, es
un temazo.
¡Hazme caso!

Sonríe, le encanta que Marta le haya escrito, y acto seguido mira


la pantalla y teclea:
Didi
Vale, María Antonia, ahora la escucho.

Feliz y motivada por haber hecho una nueva amiga, baja la


escalera del metro y saca los auriculares de su bolsillo. «A ver si es
un temazo o no», piensa. Y, sin saber por qué, vuelve a sonreír. Hoy
se siente feliz a pesar del madrugón y de haber currado en el
supermercado.
Capítulo 6

Aunque está algo cansada por el madrugón que se ha pegado para


ir a trabajar al súper, Didi les prometió a sus amigos que hoy
comerían juntos y está decidida a cumplir con su palabra.
Tras recorrer varias estaciones de metro, una vez que sale a la
calle y llega al Lendia, la cafetería de los padres de Valentín, ve a
todos sus amigos sentados alrededor de una mesa y el cansancio
pasa a un segundo plano.
Los saluda dirigiéndoles una sonrisa y, cuando se acerca a ellos,
Sebas exclama nada más verla:
—¡La que faltabaaaa!
Sin poder dejar de sonreír mientras retira la silla que hay junto a
Kevin, Didi se acomoda a su lado. Él la mira y le pasa la mano por la
espalda con cariño.
—Siento haberte cortado el rollo..., conociéndote seguro que me
estabas criticando —murmura la morena dirigiéndose a Sebas.
—¡Cómo lo sabes! Te estaba poniendo negra —bromea Jacob.
—¡Lo sabía! —suelta la joven con una carcajada.
Ángel, que estaba echándole un vistazo a la carta de la cafetería,
mira entonces a Didi, se la tiende y ella, que está hambrienta,
empieza a ojearla. ¡Necesita comer!
Clara, que ya ha decidido lo que va a tomar, se levanta para
acercarse a la barra a pedirle a Flavia un par de posavasos más.
Sabe lo molesto que es que se queden las marcas de los vasos en
la mesa.
De pronto Piero pasa por su cabeza. Le gusta que esté en su
vida de nuevo, pero al mismo tiempo le desconcierta. Está
pensando en el tema cuando, de repente, nota una presencia a su
lado y, al volverse, se encuentra con Jacob. Durante unos segundos
se miran a los ojos sin decir nada, hasta que él pregunta:
—¿Todo bien, Clara?
Ella asiente.
—Todo perfecto —dice mientras él se apoya a su lado en la barra
—, pero con algo de hambre.
Jacob cabecea. No duda que tenga hambre, pero la conoce y
sabe que algo le preocupa.
—Yo también tengo hambre a estas horas —comenta mientras se
retira el pelo de la cara.
Ambos sonríen y luego se hace un extraño silencio entre ellos.
—¿Sigues con mucho curro? —pregunta entonces el chico.
Clara afirma con la cabeza. Sabe por qué se lo pregunta, pues
recuerda la conversación que mantuvieron por WhatsApp acerca de
quedar los dos solos. Fue justamente el día en que Piero la llamó
para avisarla de que estaba en la ciudad.
—No he olvidado lo que hablamos —dice.
—Me alegra oír eso. —Jacob sonríe.
Algo nerviosa por su sonrisa, ella añade:
—Es... es solo que he tenido mucho curro y poco tiempo libre.
Pero sigo teniendo en mente esa tarde para nosotros y nuestros
helados.
Jacob está deseando quedar con ella, pero no quiere atosigarla,
así que asegura:
—Tranquila, no hay prisa, tenemos todo el tiempo del mundo.
En ese instante Flavia, la madre de Valentín, se acerca a ellos y
les da unos posavasos. Clara le da las gracias, regresa junto a
Jacob a la mesa y se sientan de nuevo con sus amigos.
Como siempre, les cuesta ponerse de acuerdo sobre los
entrantes, y finalmente, cuando lo logran, se los piden a Valentín y
este pasa la comanda a la cocina, donde está su padre.
Mientras esperan, todos hablan y ríen, no les faltan temas de
conversación, y por suerte no tienen que esperar mucho, pues la
comida no tarda nada en llegar. Acto seguido Valentín se sienta con
ellos y, justo antes de dar su primer bocado a la hamburguesa,
comenta:
—No sabéis lo complicado que está siendo encontrar un piso.
El resto, que también han empezado con sus platos, lo miran.
—¿No dijisteis que teníais echado el ojo a un par de pisos? —
pregunta Clara.
Sebas asiente mientras termina de masticar una patata frita.
—Sí —responde—, pero nos hemos quedado sin ninguna de las
dos opciones.
—¡No jodas! —exclama Didi.
Sebas afirma de nuevo.
—Uno de ellos porque, cuando llamamos para decir que lo
queríamos, la señora nos dijo que ya lo tenía reservado a otra
pareja.
—Qué chasco —murmura Kevin—. ¿Y qué pasó con el otro piso?
Sebas y su chico se miran y luego el primero cuenta:
—Ayer fui a ver el piso con mi madre para decir que nos lo
quedábamos. Todo iba bien hasta que me preguntó quiénes íbamos
a vivir en él, y al decirle que seríamos mi novio y yo, al señor le
cambió la cara.
—¡Ya estamos! —susurra Didi sabiendo lo que viene.
Todos miran a sus amigos con atención y Sebas finaliza:
—El hombre me dijo que no quería ese tipo de gente en su piso.
Que era un edificio de gente decente y que a saber lo que íbamos a
hacer allí.
En cuanto oye eso, Didi deja su sándwich vegetal en su plato y,
sin dar crédito, pregunta:
—¿Lo estás diciendo en serio?
Sebas asiente con pesar.
—Ese tío es gilipollas —musita Ángel.
—Muuuy gilipollas —afirma Kevin.
Rápidamente se abre un debate sobre lo ocurrido. Todos
comentan enfadados. No entienden cómo puede haber aún gente
tan retrógrada en el siglo XXI.
—Seguro que encontramos otro piso mejor. —Valentín suspira
mirando a su chico.
—De eso no te quepa duda —conviene Didi.
Sebas, que está tan decepcionado por el tema como Valentín,
asiente. Y Jacob, que conoce el carácter de su amigo, interviene:
—Y con lo que tú eres ¿no le dijiste nada?
Sebas sonríe.
—Lo iba a hacer, pero no me dio tiempo. Mi madre saltó como
una leona y..., bueno, me la tuve que llevar de allí casi a rastras. Era
eso o fijo que acabábamos en el calabozo.
—¡Ole tu madre! —aplaude Clara.
—No veas cómo se puso. —Sebas ríe al recordarlo.
—Normal, es que eso es denunciable. ¡Menudo imbécil! —afirma
Didi con tono serio.
Sebas mira a su amiga, sabe que tiene razón, pero si algo tienen
claro Valentín y él es que no quieren meterse en movidas. Ellos solo
desean encontrar un piso donde vivir tranquilos y dejar vivir a los
demás. Simplemente eso.
—En resumen —resopla Valentín—, que tenemos que seguir
buscando.
Todos asienten. La realidad con la que a veces se encuentran las
parejas del colectivo es desesperante.
—Ya veréis como encontráis uno muchísimo mejor —dice
entonces Jacob para animar a sus amigos.
—¡Por supuesto! —Sebas sonríe convencido.
Durante unos minutos siguen charlando y el buen humor vuelve a
instalarse entre ellos. En un momento dado Sebas saca el móvil de
su bolso, que está colgado en el respaldo de su silla, y comenta:
—Por cierto..., ¿habéis visto lo tremendamente bien que le queda
el pelo largo a Logan Lerman?
Les enseña su fondo de pantalla, en el que tiene una foto del
actor. Jacob se acerca para verlo bien.
—¿Un nuevo crush a la vista? —pregunta divertido.
Sebas y Valentín se ríen, pues lo de Sebas y sus crushes es ya
una tradición. Entonces Kevin afirma echándose hacia atrás en la
silla:
—Pues este crush me lo pido yo también.
Todos se carcajean y continúan bromeando. ¿Quién no tiene un
amor imposible?
—Por cierto, y hablando de crushes... —interviene Didi
dirigiéndose a Clara—, ¿les has contado ya lo del italiano?
Ella mira a su amiga algo sorprendida. ¿Por qué ha soltado eso?
Sobre ese tema solo ha hablado con ella y un poco por encima con
su hermano y su tía.
Los demás la miran esperando una explicación, pero Clara no
sabe qué decir. Hoy no tenía intención de hablar de ello. No tiene
nada con Piero, solo se han visto un par de veces. Sin embargo, al
sentir la mirada de Jacob, su incomodidad se acrecienta. Su amigo
se va a enterar de que ha quedado antes con Piero que con él.
Coge aire y luego mira a Didi con ganas de matarla por sacar el
tema, mientras Sebas, que juguetea con el tenedor en su comida, la
anima:
—¡Vamos! ¡Cuenta, cuenta...!
Sus amigos siguen mirándola en silencio a la espera de una
explicación.
—¿Os acordáis de que Didi y yo fuimos unos días a Italia el
verano pasado? —empieza a decir finalmente ella.
—¡Desde luego! —asegura Valentín.
—¿Y... recordáis que os hablamos de un chico que conocí y que
se vino con nosotras los últimos días del viaje?
Sus amigos asienten de nuevo. Todos recuerdan lo mucho que se
quejó Didi de un chico que se les acoplaba y nos las dejaba solas ni
un momento.
—¡Quiero saberlo todo, todito, todo! —exclama entonces Sebas.
Y, como no tiene más opción, Clara empieza a relatarles cómo lo
conocieron en Italia y termina disfrutando al recordar las distintas
anécdotas que vivieron con él.
Didi, que se sabe perfectamente la historia porque estuvo con ella
y ese tipo no le cae bien, decide desconectar y sacar su móvil de
uno de los bolsillos de su abrigo para echarle un ojo. En el momento
en que lo hace, la pantalla se ilumina y la morena sonríe
inconscientemente. Acaba de recibir un mensaje de Marta.
Cuando iba de camino en el metro para ver a sus amigos, Didi ha
escuchado la canción que ella le había enviado y le ha gustado
mucho, así que ha decidido recomendarle también una por su parte:
The Chain, de Fleetwood Mac.
Marta
¿Y si te digo que conozco esta canción?

Didi sonríe al leer el mensaje.


Didi
Me sorprenderías.

Mientras Clara sigue hablando, ve que Marta está escribiendo y


poco después lee:
Marta
Pues sí, la conozco gracias a Harry Styles, jajaja. Hizo
un cover en una emisora de radio inglesa y luego la
interpretó durante todo el tour. Estuve en el concierto
que dio en Madrid en 2018 y la gente se vino arriba
cuando
la cantó, yo incluida.

Kevin, que está sentado junto a Didi, ve de reojo que su amiga


está con el móvil y sonríe al observar que se mensajea con una tal
Marta. ¿Quién será?
Sin embargo, decide no preguntarle nada y vuelve a mirar a su
hermana. No le extraña que Didi haya desconectado de la
conversación, pues debe de saberse la historia de memoria igual
que él. A Clara le gustó mucho ese italiano y durante un tiempo no
paró de hablar de él.
Ajena a lo que Kevin piensa, Didi se apresura a teclear en
respuesta en su móvil:
Didi
Normal, es un temazo... Yo la conozco porque
Fleetwood Mac siempre ha sido el grupo favorito de mi
padre.

Marta, que está comiendo con su madre y su novio, sonríe.


Hablar con Didi le divierte y, sin querer romper ese momento, indica:
Marta
Te paso el vídeo de YouTube para que veas el cover
que hizo, a mí me encanta.

Didi asiente y, tras observar que Clara la mira, escribe:


Didi
Vale, luego lo miro, que sigo
con mis amigos.

Marta
¡Valeeee, pásalo bien!

Tras la conversación con Marta, Didi bloquea el móvil con una


tímida sonrisa en los labios y lo deja sobre la mesa, a un lado, para
que no moleste.
—Y..., bueno, pues ahora Piero está en Madrid —oye que sigue
contando Clara—. Llegó hace unos días.
—¡¿Qué me dices?! —exclama Sebas con la boca llena.
La pelirroja asiente evitando mirar a Jacob, y Ángel pregunta:
—¿Ha venido de vacaciones?
Clara niega con la cabeza.
—Ha terminado los estudios y se va a tomar un año para él. Y ha
decidido que su primera parada sea Madrid.
—Es un caradura —señala Didi.
Al oírla, Clara mira a su amiga.
—Didi... —murmura.
—Pero ¿se va a quedar aquí todo el año? —pregunta Valentín.
Tras observar a su amiga con seriedad, Clara contesta a Valentín:
—No lo sabe. Prefiere dejarse llevar por lo que le apetezca en el
momento.
Didi se muerde la lengua evitando decir lo que pasa por su
cabeza.
—Pero vamos a lo importante, ¿tienes algo con el italiano? —
recalca Sebas.
Clara se ríe un poco incómoda por el modo en que Jacob la mira.
—Sí y no —responde—. Me llamó la semana pasada para
avisarme de que estaba por aquí, y..., bueno, nos hemos visto un
par de veces, ya que con mis horarios sé que no es fácil. Se podría
decir que nos estamos conociendo.
Nada más decir eso sus ojos coinciden con los de Jacob y un
sentimiento de culpabilidad inunda su mente. Su amigo lleva desde
la semana anterior esperando a que ella le diga cuándo pueden
verse, y ella va y le da prioridad a Piero. Es una pésima amiga.
Incapaz de disimular su decepción, Jacob le sonríe y aparta la
mirada para dirigirla hacia Kevin, que dice algo que Jacob oye pero
no escucha, pues su mente está a otra cosa. Ahora entiende que
Clara no haya encontrado un momento para verlo.
Mientras los demás hablan, él piensa. Se alegra por ella. Se lo
repite una y otra vez. Los buenos amigos se alegran por la felicidad
de sus amigos. No obstante, en esta ocasión se alegra pero al
mismo tiempo le duele. Se reincorpora en su silla y, dice para
cambiar de tema:
—¿Y tú qué tal en el curro, Didi? ¿Ha sido muy dura la mañana?
Ella lo mira confundida, pues se ha percatado perfectamente del
cambio de tema que ha hecho Jacob. Intuye cosas, pero no piensa
decir nada al respecto. Y menos ahora mismo delante de todos.
—La verdad es que hoy ha ido bien —contesta, y al ver cómo la
miran admite—: No ha sido un día tan malo, y eso que he tenido que
madrugar y todo.
—¿Quién eres tú y qué has hecho con nuestra amiga? —bromea
Valentín haciéndolos reír a todos.
—Hoy he coincidido con Marta —añade Didi.
—¿Quién es Marta? —pregunta Clara con curiosidad.
Didi sonríe.
—Una compañera nueva del súper —dice—. Por fin puedo decir
que he mantenido una conversación con alguien del curro. Nos
hemos pasado la mañana charlando, y eso ha hecho que todo fuese
más ameno.
—Reina, dame ahora mismo el número de esa tal Marta porque
voy a tener que darle las gracias —se burla Sebas—. Esa chica ha
conseguido que no estés amargada, y eso es de agradecer.
—Y más si has madrugado. —Jacob ríe—. Todos sabemos que
no es nada fácil lidiar contigo por las mañanas.
Sus amigos se desternillan. Es la primera vez que Didi habla de
su trabajo y no lo hace para quejarse.
—No sé para qué os digo nada, malas víboras —replica ella con
sarcasmo.
Los siete amigos siguen comiendo entre risas, confidencias e
historias. Por culpa de sus respectivos horarios de trabajo, no
siempre es fácil poder verse. Pero ahora que están juntos, lo
aprovechan todo lo que pueden.
Nadie dijo que la vida adulta fuera fácil.
Capítulo 7

Es el último viernes de enero y los mellizos, Clara y Kevin, han


quedado en casa de tu tía y su novio Hunter para comer. Cuando
llegan al piso, llaman a la puerta y les abre Hunter, quien los saluda
con una bonita sonrisa.
—Welcome!
Ellos le devuelven el saludo sonriendo también y él los recibe con
un gran abrazo. Siempre ha sido muy cariñoso con los mellizos. Los
ha tratado con el mismo amor y el mismo respeto que su tía Cecilia,
y eso para ellos es de agradecer.
Una vez que entran en la bonita y espaciosa casa, atraviesan el
pasillo y llegan al salón. Al entrar se encuentran con su tía en el
comedor, que está poniendo la mesa. Nada más verlos deja lo que
tiene en las manos y se acerca a ellos.
—¡Hola, mis guapooos!
—¡Holaaaa! —saludan ellos al unísono a su tía.
A Cecilia se le dibuja una gran sonrisa en la cara. Adora a sus
sobrinos, sus niños. Qué diferente sería su vida sin ellos.
Sonriendo, ambos se acercan a abrazarla.
Tras varios besos y abrazos, Kevin y Clara siguen bromeando, y
Hunter y Cecilia intercambian una mirada satisfechos. La felicidad
que los dos muchachitos les aportan es comparable a la que siente
cualquier padre o madre cuando sus hijos los visitan. Y sin duda los
mellizos son como sus hijos.
Instantes después Kevin ve a los tres gatos de su tía durmiendo
en el gran rascador que tienen junto al sofá. Recuerda el día que los
adoptó, y, feliz, se acerca a saludarlos.
—Uf..., qué bien huele, tía —comenta Clara.
—Gracias, mi vida —afirma la mujer complacida.
—Cecilia ha preparado su lasaña —dice Hunter.
Los mellizos sonríen felices, pues la lasaña de su tía es la mejor
que han probado, y ambos sienten que la boca se les hace agua.
Por ello, y ahora incluso con más ganas de comer, Kevin propone:
—Pues venga, vamos a terminar de poner la mesa, que eso
huele demasiado bien como para seguir esperando.
Entre risas, confidencias y varios viajes a la cocina, terminan de
prepararlo todo. Como siempre, la mesa que su tía ha puesto para
ellos es bonita y especial. Antes de sentarse para disfrutar de la
maravillosa lasaña, Cecilia abre uno de los armarios de la cocina, en
el que guarda las copas, y pregunta:
—¿Quién va a querer vino tinto?
—Me! —responde Hunter.
—Yo también, tía —dice Clara.
Kevin entra en ese instante y Cecilia le pregunta:
—¿Tú quieres, cariño?
—No, prefiero una Coca-Cola.
Su tía asiente y saca las tres copas mientras Kevin abre la nevera
para coger su lata fría.
—¿Vamos a comer ya? —pregunta a continuación.
La mujer sonríe, le hace gracia su impaciencia por comer.
—Sí, vamos. No hagamos esperar ni un minuto más a la lasaña.
Una vez que se sientan, mientras Hunter abre la botella de vino
para llenar a continuación las copas, Cecilia sirve la lasaña en los
platos.
—Madre mía, qué buena pinta tiene —murmura Clara.
—Totalmente —dice Hunter.
—Desde ya te digo que voy a repetir —afirma Kevin contento.
Cecilia es muy feliz teniendo a sus chicos alrededor de la mesa.
Comienzan a comer y Kevin, tras probar la lasaña, exclama:
—¡Tía, esto está buenísimo...!
—This is really good! —añade Hunter.
—Gracias, chicos —contesta ella.
Clara, que los escucha divertida, da un trago a su vino y luego
comenta:
—Creo sinceramente que deberías hacer lasaña como mínimo
una vez a la semana. Y prepararnos unos táperes para Kevin y para
mí.
La mujer sonríe. Todos saben que la cocina no le gusta mucho,
de hecho, es algo que siempre intenta evitar.
—Mucho pides tú —responde.
El comentario de Cecilia hace reír al resto. Sus comidas siempre
son así, divertidas y amenas. Jamás les falta tema de conversación,
lo que nunca sucedía con los padres de los mellizos. Las últimas
comidas con ellos fueron tensas y en silencio. Nada que ver con las
que tienen con Cecilia y Hunter.
Una vez que han dejado la bandeja de la lasaña vacía, llega la
sobremesa.
—¿Quién quiere café? —pregunta Cecilia poniéndose en pie.
Kevin va a levantarse también, pero ella le hace una seña para
que se quede donde está.
—Tía, voy a ayudarte —dice él.
Ella niega con la cabeza, sabe de la buena disposición que tienen
siempre sus sobrinos.
—Hunter me ayudará —explica.
—Pero, tía... —insiste Clara.
—Vosotros dos, tranquilos —la corta su tía—. ¿Cómo queréis los
cafés?
—Con leche, porfa —indica Clara.
—Yo también —se suma su hermano.
Cecilia coge la bandeja vacía de la lasaña y se la lleva a la
cocina. Hunter se pone entonces en pie, recoge los cuatro platos y
murmura:
—Como dice la boss, ¡tranquilos!
Y la pareja desaparece en la cocina; en ese momento los
hermanos se miran.
—Están hechos el uno para el otro —afirma Clara.
Kevin asiente feliz. Ver a su tía junto a Hunter, el hombre que la
complementa en todos los sentidos, es maravilloso. Instantes
después ambos vuelven a aparecer con una bandeja con los cafés,
el azúcar y la leche, incluso pastelitos. La dejan sobre la mesa y,
cuando están tomando asiento, Kevin inquiere sorprendido:
—¿Pastelitos también?
Cecilia asiente con la cabeza.
—¿Qué se celebra? —pregunta Clara.
Hunter y Cecilia intercambian una mirada cómplice y sonríen.
—Que nos hemos comido una estupenda lasaña los cuatro juntos
—indica la mujer.
Divertidos por eso, todos ríen, y luego Cecilia pregunta mientras
se echa azúcar en su café:
—Kevin, ¿todo bien con Ángel?
El pelirrojo, que ha cogido una de las tazas, responde:
—Tan bien como siempre, tía.
—Son la pareja ideal —asegura Clara.
Los dos hermanos se miran y Kevin, volviendo a dirigirse a su tía,
dice:
—Ángel y yo estamos bien. Respetamos nuestros tiempos y
nuestros espacios y todo funciona a la perfección entre nosotros. Lo
hablamos todo para que nada se quede enquistado y, la verdad,
¡superbién!
Hunter y Cecilia sonríen. Kevin es un buen muchacho que se
merece ser feliz, y se alegran muchísimo de verlo tan bien.
Clara, que se está echando azúcar en el café con leche, imagina
que ahora la pregunta irá para ella. Realmente envidia cómo habla
su hermano de Ángel. Desde su punto de vista, tienen una relación
muy bonita y verdadera. Nada que ver con la que ella tiene con
Piero, al que apenas conoce.
Cecilia remueve su café mientras observa de reojo a su sobrina.
Sabe que ha empezado algo con ese italiano del que le ha hablado
en un par de ocasiones y, aunque a ella la ve bastante entregada,
por los comentarios que hace, siente que no es recíproco. Por ello, y
mientras piensa en cómo preguntarle con delicadeza a ella por su
relación, es su novio el que suelta:
—And you, Clara? ¿Qué tal con el chico de Italia?
Según oye eso, Cecilia casi se atraganta. Ella pensando cómo
abordar con delicadeza aquella pregunta, y va Hunter y la suelta sin
anestesia.
Clara sonríe al ver su expresión, no le extraña que Hunter sepa
de la existencia de Piero, y responde sin extenderse:
—Bien. Nos lo pasamos bien juntos.
—Perdona... —tercia Kevin de pronto y, dirigiéndose a su tía,
pregunta—: ¿Y ese anillo?
En cierto modo Clara agradece la interrupción de su hermano. Le
encantaría poder contar cosas bonitas de Piero como su hermano
las dice de Ángel, pero de momento no es así.
—Es nuevo, ¿verdad? —quiere saber Clara fijándose también en
la joya que señala su hermano.
Cecilia mira con complicidad a Hunter y extiende el brazo con
coquetería para que sus sobrinos puedan verlo. Se trata de un
discreto anillo de preciosos y finos brillantes.
—¿Y esoooooo? —repite Kevin al verlo más de cerca.
Todos sonríen y, cuando Kevin se percata de que su tía lleva el
anillo en el dedo anular de la mano izquierda, exclama poniéndose
en pie de un salto:
—¡No me lo puedo creer!
Hunter y Cecilia asienten con una gran sonrisa.
—¿Va en serio? —Sus tíos vuelven a asentir y Kevin, mirando a
su hermana, grita—: Clara, ¡que se casan!
La joven se incorpora a su vez de un brinco.
—Pero ¡¿qué me diceeees?! —exclama—. Ahora entiendo lo de
los pastelitos.
Cecilia vuelve a afirmar con la cabeza y Clara, emocionada, va a
abrazarla mientras Kevin abraza a Hunter.
—¡Enhorabuena, tía! —susurra ella.
Cecilia sonríe emocionada. Sabe que su niña está encantada con
la noticia, y murmura dándole un cariñoso beso:
—Gracias, mi amor.
Según dice eso, Clara se lanza a felicitar a Hunter y Kevin abraza
a su tía con fuerza.
—Kevin, cariño, ¿estás llorando?
El pelirrojo cabecea, las buenas noticias como esa le emocionan
mucho. Y, limpiándose las lágrimas con la manga de su jersey,
responde con la voz entrecortada:
—Ay, tía, es que nunca creí que esto fuese a pasar. Y me hace
tan feliz...
Cecilia sonríe y lo abraza con cariño.
—Surprise! —exclama Hunter.
—¡Y tan sorpresa! —Clara ríe.
Durante unos minutos los cuatro permanecen de pie hablando,
riendo, contando, hasta que Clara indica sentándose de nuevo en la
silla:
—A ver, que tengo muchas preguntas y muy pocas respuestas, y
yo quiero saber.
Los demás la imitan y toman asiento, y entonces Kevin suelta:
—Pero ¿tú no decías que, después de divorciarte del tío Julián,
no volverías a casarte nunca más?
Cecilia dice que sí, pues es cierto que lo decía. Se divorció de
Julián, el hermano de su padre, cuando los mellizos tenían trece
años. En aquel momento pensó que nunca más volvería a
enamorarse ni volvería a casarse. Pero cuando Hunter apareció en
su vida, todo cambió.
—Mira, cariño, cuando me divorcié la vida era oscura y gris. Y,
sinceramente, en lo último que pensaba era en volver a encontrar
una pareja. Pero cuando conocí a Hunter todo resultó distinto —
explica con cariño.
—Me costó enamorarla —murmura el aludido.
—Es dura de roer —matiza Kevin.
Los demás sueltan una carcajada y luego Cecilia añade:
—Hunter me hizo volver a reír como antes y me demostró que no
todos los hombres son iguales.
—Afortunadamente —tercia Clara pensando en su tío Julián.
—Con Hunter he vuelto a ser yo —prosigue Cecilia—. Él me hace
feliz y sé que yo lo hago feliz a él y..., bueno, visto lo visto, lo único
que pude hacer fue tragarme mis propias palabras y decirle «Sí,
quiero» cuando me lo pidió.
El neozelandés sonríe mirando a los mellizos.
—From the first day tenía claro que quería casarme con ella —
declara—. Y ahora, dentro de pocos meses, por fin podré decir...
«She is my wife!».
Clara se emociona al oírlo. Cuánto le gustaría a ella encontrar un
amor como el suyo.
—No solo voy a casarme con mi novio, sino también con mi mejor
amigo —añade entonces su tía abrazando a Hunter—. ¡¿Qué más
puedo pedir?!
La pareja se da un rápido beso en los labios mientras Kevin y
Clara los observan con ternura.
—Jo, qué bonito... —susurra la joven.
Kevin se aclara la voz, puesto que no quiere seguir llorando, y
después pide:
—Hunter, por favor..., necesito que me cuentes cómo se lo
pediste.
—Okay.
Cecilia lo mira divertida mientras se toma su café.
—So..., yo quería hacer something romantic —dice en su perfecto
spanglish—, pero fue un desastre. —Cecilia asiente al recordarlo—.
El año que viene cumplimos diez años juntos, pero quería pillarla...
unprepared.
—Y tan desprevenida que me pilló. —La mujer se ríe.
Kevin y Clara lo escuchan atentamente.
—Me levanté the other day, el día de nuestro aniversario, y pensé
que era el día. Cecilia se quedó durmiendo en la cama y yo fui a
hacer el desayuno —explica Hunter—. Puse dos tazas de coffee y,
como a ella le gusta tanto esa bebida, me pareció buena idea poner
el anillo inside.
—¿Dentro de la taza? —inquiere Kevin.
—Yes! —afirma Hunter.
Los hermanos se miran y, con gesto cómico, Clara vuelve a
preguntar:
—Pero ¿dentro de la taza con café? ¿A quién se le ocurre?
—Solo a él —responde su tía de buen humor.
Hunter las mira y alza los hombros.
—Yo creí que era una good idea —se excusa—, pero luego
pensé que era dangerous, porque podía tragarse el anillo y pasar
nuestro aniversario in the hospital. So..., cogí la taza y metí los
dedos para sacarlo.
—Y en ese momento entro yo en el salón medio dormida —
continúa explicando Cecilia—, y de repente veo que él se vuelve y
me mira con los dedos metidos en una taza rebosante de café
mientras esta goteaba en el suelo...
—¡¿Qué?! —Los mellizos se carcajean.
Cecilia asiente.
—Yo, la verdad..., no entendía nada.
Los chicos miran entonces a Hunter, que murmura tapándose los
ojos:
—Me pilló con las manos en la masa.
—Oye, ¡mira qué español te ha salido eso! —Kevin ríe al oírlo.
De nuevo, todos sueltan una carcajada.
—Total, que se vuelve y se me queda mirando como si hubiese
visto un fantasma —continúa Cecilia.
—Pobrecillo —susurra Clara.
—Me acerqué a él preocupada porque pensaba que le había
pasado algo...
—¿Y qué ocurrió? —pregunta Kevin acelerado.
Cecilia y Hunter se miran, se ríen, y luego el neozelandés dice:
—Me arrodillé, saqué finalmente el anillo del coffee y le pregunté:
«Cecilia, will you marry me?».
Al oír eso Kevin y Clara se miran embelesados y sueltan al
unísono:
—Ohhhhh, ¡qué bonitooo!
Cecilia y Hunter ríen, y Clara añade:
—Parece sacado de una novela romántica.
—¡O de una peli! —afirma Kevin.
A Cecilia le hace gracia ver las caras de sus sobrinos. Se nota
que están emocionados y felices con la noticia. Sabía que les iba a
gustar, pero no imaginaba que tanto.
—Sin duda, hiciste una pedida muy romántica y original —le
comenta Kevin a Hunter.
—Yes!
—Deberías haberlo visto ahí arrodillado, con una taza en una
mano y un anillo goteando café en la otra —señala Cecilia muerta
de la risa.
Todos ríen. Sin duda es un momento precioso que siempre
recordarán.
—At least it was funny! —dice Hunter.
—Sí, cariño —afirma Cecilia—. Fue precioso y divertido, y te
aseguro que lo voy a recordar toda la vida.
Los mellizos los miran con cariño. Para ellos son una pareja
modélica.
—¿Puedo contar con vosotros para algunos detalles de la
ceremonia? —les pregunta entonces su tía.
Ambos asienten sin dudarlo ni un momento.
—¿Cuándo será? —quiere saber Clara.
—Aún no lo tenemos decidido, pero en cuanto lo decidamos
seréis los primeros en saberlo —dice su tía—. Queremos que sea
en fin de semana y tenemos claro que vamos a hacer dos
celebraciones.
—¿Dos? —inquiere Clara.
Cecilia asiente y Kevin pregunta sorprendido:
—¿Has pasado de no querer volver a casarte a querer hacerlo y
celebrarlo dos veces?
Todos ríen. Visto así parece una locura, pero Hunter les explica el
porqué:
—Nos casaremos aquí y luego otra vez en New Zealand.
Cecilia sonríe complacida. Ni ella misma imaginaba que esto
podría llegar a pasar algún día.
—Aquí nos casaremos por el juzgado y haremos una gran fiesta
con nuestros amigos. Después lo celebraremos en Nueva Zelanda
con la familia de Hunter, y ya de ahí nos iremos directamente al viaje
de novios.
—Madre mía, lo tenéis más que organizado —comenta Clara.
A Kevin le alegra oír hablar a Cecilia de la boda y ver que está
tan ilusionada. A excepción de Clara y él, no tiene más familia, pues
era hija única y sus padres murieron hace años. Pero sin duda él y
su hermana harán todo lo posible porque sea un gran día para su
tía.
—¿En qué podemos ayudar? —se apresura a preguntar.
—Ya os iré diciendo —responde su tía gesticulando con las
manos—. Pero básicamente lo que quiero es que ese día vosotros
lo disfrutéis tanto como yo.
—Maybe they could be our groomsman and bridesmaid? —
propone Hunter.
Los pelirrojos miran a su tía, que sabe que Hunter ha dicho que
Kevin y ella podrían ser el padrino y la dama de honor.
—Cariño, en el juzgado no hay padrinos ni madrinas como tal —
le explica Cecilia—, pero sí cuento con que sean nuestros testigos.
Ellos se apresuran a asentir.
—¡Sí, claro!
Y luego se miran felices. Sin duda, que su tía y Hunter se casen
será el acontecimiento del año para ellos.
—Por cierto, se lo podéis decir a vuestros amigos, están todos
invitados. —Los mellizos se alegran mucho al oír eso, y luego
Cecilia añade—: Ya os pediré sus direcciones cuando llegue el
momento para mandarles las invitaciones.
Kevin y Clara asienten con una gran sonrisa.
—¡Será una gran boda!
Más tarde, tras salir de casa de Cecilia, Kevin y Clara no son
capaces de esperar para contarles a sus amigos una noticia de ese
calibre. Entran juntos en el grupo de WhatsApp y Kevin escribe:

Kevin
Reunión de emergencia mañana.
Como era de esperar, dicho mensaje llama la atención de todos,
que no tardan en responder y, tras intercambiar varios mensajes y
ver que es imposible quedar para cenar al día siguiente, lo aplazan
hasta el sábado por la noche, así aprovecharán el sábado noche
para verse y divertirse.
Capítulo 8

Por fin es sábado. La primera en llegar al Lendia es Clara. Tras ella


aparece Sebas, que al verla se apoya en una silla y pregunta:
—¿Qué pasa?
—¡Notición! —exclama la joven.
Valentín se acerca también y los saluda; en ese momento llega
Kevin, y Sebas insiste:
—¿De verdad no me vais a dar ni una pista?
Los mellizos se miran y sonríen.
—Hasta que estemos todos no vamos a decir nada —lo avisa
Clara.
—¿Os ha tocado la lotería? —pregunta Valentín sonriendo.
—¡Mejor! —afirma Kevin mientras observa cómo entra su chico.
Ángel se les aproxima y, tras darle un beso en los labios a Kevin,
Sebas le pregunta:
—¿Tú sabes qué pasa?
Ángel niega con la cabeza. Kevin tampoco le ha querido contar
nada.
—No. Pero con ver la cara de estos dos, sé que es algo bueno —
responde.
Llega Jacob y, como siempre, entra con su preciosa sonrisa. Tras
saludarlos a todos, mira su móvil. Espera un mensaje y, al verlo, se
aparta del grupo y contesta. Clara lo observa. Lo ve sonreír, pero,
sin querer pensar en ello, vuelve a hablar con los demás.
Durante un buen rato charlan y ríen imaginando qué es lo que
puede pasar. Falta Didi. Ella es la que sale más tarde de trabajar y
hay que esperarla.
—Venga, me mojo —apuesta Valentín—. Yo creo que la noticia
es que Cecilia se jubila y la empresa pasa a ser de Kevin y de Clara.
Los mellizos se miran y se echan a reír.
—Pero ¿cuántos años te crees que tiene nuestra tía? —pregunta
Kevin.
Valentín alza los hombros en señal de que no tiene ni idea. Era
solo una apuesta.
—Como se entere Cecilia de que has dicho eso, no tienes Madrid
para correr —asegura Ángel riendo.
Todos sueltan una carcajada.
—Yo creo que Kevin le va a pedir matrimonio a Ángel —sugiere
Jacob.
Ese comentario hace que los aludidos se miren. Ángel levanta
entonces las cejas y Kevin se queda sin saber qué decir. Clara no
puede contener la risa al ver el gesto de su hermano.
—¿Aquí, delante de todos y en un bar? —dice Sebas ofendido.
—¡Vete tú a saber! —repone Jacob.
Kevin se encoge de hombros y murmura:
—Qué pedida tan poco romántica..., en un bar y rodeado de
desconocidos.
—Eso no puede ser —asegura Sebas—. Kevin es demasiado
romántico.
De nuevo vuelven a reír. Las bromas siguen y siguen durante un
buen rato.
—A mí me da que no son realmente pelirrojos —dice Sebas al
cabo.
Eso hace que todos se vuelvan hacia él y este añade divertido:
—Aquí cada uno es libre de decir lo que quiera.
Kevin mira entonces a su chico, pues es el único de los presentes
que queda por hacer una apuesta. Y, mientras Ángel lo piensa, Didi
entra en el establecimiento y se les acerca.
—Espero que, sea lo que sea, no lo hayáis contado ya, o juro que
me voy a enfadar —dice llegando hasta ellos.
—Te estábamos esperando —afirma Clara sonriendo.
Didi asiente, le alegra oír eso.
—Yo creo que nos han reunido a todos porque Clara quiere
presentarnos a Piero —suelta Ángel.
Didi oye a su amigo, lo mira confundida y, colocándose a un lado,
murmura:
—¿Cómo?
Al ver su expresión, Clara suelta una carcajada. Rápidamente
Kevin se lo explica:
—Tranquila, solo están haciendo apuestas acerca de qué es lo
que os vamos a contar. Ahora te toca a ti.
Didi asiente. Por suerte, lo que ha dicho Ángel era una broma. Lo
piensa durante unos segundos, pero lo cierto es que no tiene ni
idea. Es más, conociendo a Kevin y a Clara, podría ser
prácticamente cualquier cosa. Aun así se quita el abrigo, lo deja
entre sus amigos y al final dice:
—Me tiro a la piscina... Creo que Clara se ha dado cuenta de lo
poco que valen los hombres heteros —y, dirigiéndose a Jacob,
aclara—: Excluyéndoos a ti, a mi padre y a pocos más... —Vuelve a
mirar a su amiga y termina diciendo—: Y ha tomado la inteligente
decisión de cambiarse de acera.
Al oírla, Clara suelta entre risas:
—Siento decirte que vas muy desencaminada.
Todos ríen a carcajadas y luego Sebas le pregunta a la recién
llegada:
—¿No te das cuenta de que no todas las chicas que conoces
pueden ser lesbianas?
—Porque no saben lo que se pierden —responde Didi alzando
las cejas.
De nuevo más risas. Y Jacob, que está impaciente por saber qué
pasa, apremia:
—Bueno, venga, ahora sí que estamos todos. Sacadnos de
dudas, por favor.
Clara y Kevin intercambian una mirada, están deseando
contárselo, y tomando aire dicen a la vez:
—¡¡Nos vamos de boda!!
Las caras de todos son un poema. No entienden nada.
—Si me dices que vas a casarte con el caradura del italiano, ¡juro
que te mato! —murmura Didi dirigiéndose a su amiga.
Acto seguido todos miran a Clara boquiabiertos, y esta, viendo
cómo Jacob la mira, se apresura a responder:
—Pero, Didi, ¿qué dices?
—Dime que no —insiste su amiga casi sin respiración.
—Pues claro que no —asegura Clara.
Según dice eso, la joven nota que todos sueltan un suspiro de
alivio. ¿En serio podían creer algo tan descabellado?
Todos sonríen, pero aún les falta información, así que Valentín
pregunta:
—Pero ¿quién se casa?
Sebas y Jacob miran a Ángel, aunque rápidamente lo descartan:
si fuese su boda, serían Kevin y él quienes la anunciaran. Mientras
tanto Didi observa a Clara buscando una respuesta, hasta que esta
dice:
—¡Cecilia y Hunter se casan!
Ahora sí tienen toda la información que necesitaban, y Didi
exclama encantada:
—¡¿Qué dices?!
—¡Que nuestra tía se casa! —insiste Kevin complacido.
—¡Vaya noticióóóón! —suelta Jacob.
La idea los sorprende. Conocen a Cecilia y sabían que eso no
entraba en sus planes.
—Pero ¿no decía que no volvería a casarse en su vida? —
pregunta Sebas, que aún está confundido.
Clara asiente. Ella también pensaba lo mismo.
—Lo decía hasta que llegó Hunter, la persona ideal, y el amor
entró en su vida.
—Ohhhh, qué romántico —susurra Valentín conmovido.
—Nos lo contaron ayer —dice Kevin—. Están felices y
enamorados, y que sepáis que todos vosotros también estáis
invitados.
Todos se alegran mucho al oír eso. Saben que Cecilia siempre
los ha tratado como si fueran de su propia familia.
—¿Y cuándo es la boda? —quiere saber Jacob.
—No lo saben aún —indica Kevin.
En ese instante el móvil de Jacob vibra, ha recibido un mensaje, y
Clara lo observa. Didi se ha dado cuenta de la escena y, apoyando
la mano en el hombro de Jacob, pregunta:
—¿Podremos ir acompañados?
—Por supuesto —se apresura a responder Kevin.
Según dice eso, los demás los miran. Jacob aparta la vista de su
móvil y luego afirma con gracia:
—Es bueno saberlo.
Todos empiezan a hablar entonces entre ellos, y Clara, mirando a
su amiga, susurra:
—Tía, ¿a qué ha venido eso?
Didi sabe a lo que se refiere y, al ver que Jacob sigue tecleando
en su móvil, contesta:
—Simple curiosidad.
—Pensaba que Jacob y tú iríais juntos a la boda —comenta la
pelirroja.
Ambas se miran y Didi sonríe, pues nota cierto interés en su
amiga.
—¿Porque somos los dos únicos solteros del grupo? No tiene por
qué, reina... A lo mejor cuando llegue el día de la boda Jacob
prefiere ir acompañado de alguna otra persona —murmura
señalando a su amigo, que continúa con el móvil—, o incluso yo me
he enamorado y quiero ir con mi pareja —y riendo añade—: Aunque
veo mucho más factible lo primero que lo segundo.
Clara sonríe e intenta disimular la mezcla de sentimientos que
nota en su interior. Didi la observa con atención. Tal y como
esperaba, a la pelirroja le ha descolocado la posibilidad de que su
amigo pueda ir con otra persona a la boda. ¿Es que acaso le
molesta la idea?
Instantes después Jacob, que ya se ha guardado el móvil, señala
mirando a Kevin:
—En cuanto sepáis la fecha, decidlo para poder reservarnos ese
día.
—Aún no tienen fecha ni nada decidido —responde él—. Pero,
conociendo a mi tía, puede que sea antes de que acabe el año.
Jacob asiente y, de nuevo, vuelven a hablar del evento, hasta que
Sebas exclama:
—Madre mía, qué presión. A ver qué nos ponemos, porque,
claro, si hablamos de final de año será una boda en invierno...
Valentín, que conoce a su chico y sabe cuánto se preocupa por
su outfit, le pone las manos sobre los hombros e indica:
—Vamos a ver, cariño, no empieces..., que nos conocemos y eres
capaz de llevarme el lunes de compras para una boda que aún no
tiene fecha.
—Además —indica Ángel—, conociendo a Cecilia, seguro que
pone un dress code de esos que tanto le gustan.
A lo largo de los años han ido a varias fiestas organizadas por
ella, y en cada una ha puesto un dress code distinto que no dejaba
indiferente a nadie, algo que hace que sus celebraciones sean
siempre divertidas, extravagantes y únicas.
—Bueno, ¿y cómo fue? ¿Se lo pidió Hunter o lo hizo Cecilia? —
quiere saber Jacob.
Kevin se dispone a contarlo, pero Didi lo para:
—¡Espera!
—¿Qué pasa? —inquiere Jacob.
Didi se levanta entonces de la mesa.
—Dejadme que me pida una copa y nos lo cuenta
tranquilamente.
—Voy contigo y así me pido otra —dice el pelirrojo poniéndose
también en pie.
Minutos más tarde vuelven con el resto del grupo y los mellizos
les cuentan emocionados todo lo que les narraron su tía y Hunter.
Una pedida de matrimonio así de bonita y desastrosa hay que
contarla bien, si no, ¿para qué?
Capítulo 9

Sobre las doce de la noche deciden ir a divertirse a una discoteca


que está cerca. El volumen de la música los desconcierta, pero a
pesar de eso los siete van directos a la pista cuando reconocen el
tema que está sonando: Todo de ti, de Rauw Alejandro.
—¿No decías que a ti la música de ahora no te gustaba? —le
pregunta Clara a Didi cuando la canción termina.
Ella asiente, ese estilo no es su favorito, pero responde:
—Como todo en la vida, hay temas que se salvan, aunque de la
letra a veces es mejor no hablar, y hay ritmos con los que es
imposible no moverte, como el de esta canción.
En ese instante empieza a sonar Música ligera de Ana Mena y a
Didi le entra la risa. Esa sí que la conoce bien. ¡A Marta le encanta!
Y, mirando a su amiga, dice:
—O esta canción.
La pelirroja observa a su amiga sorprendida. ¿Desde cuándo le
gusta esa clase de música?
—¿La conoces? —pregunta extrañada.
Didi afirma con la cabeza. Desde que Marta le habló de ella y de
esa cantante, ha estado investigando.
—Claro —afirma—. ¿Tú te crees que vivo en una cueva?
Ambas se ríen y finalmente, olvidándose de todo, se dejan llevar
por la música y disfrutan bailando. Tras varias canciones comienza a
sonar Vivir mi vida, de Marc Anthony, y ahora sí que Didi decide
echarse a un lado. Necesita tomar algo de aire.
Cuando lo hace, y ve a sus amigos bailando divertidos en la pista,
aprovecha para sacar su móvil y teclear:
Didi
Que sepas que estoy de fiesta
y acaba de sonar Música ligera.

Cuando va a guardar de nuevo el teléfono ve que Marta está en


línea y, tras unos segundos, lee:
Marta
Y te has acordado de mí...
Qué bonitooo, jajajaja.

Kevin, que está muerto de sed, decide apartarse del grupo y se


acerca a Didi, que al notar su presencia se guarda rápidamente el
móvil.
—¿Qué pasa? —le pregunta él al verlo.
—Nada —responde ella con cara de circunstancias.
Kevin sonríe.
—¿Pedimos algo de beber? —sugiere.
—¡Sí, claro! —contesta la chica, que sigue desconcertada por el
último mensaje de Marta.
Ambos piden algo para refrescarse en la barra, están muertos de
calor. Una vez que les sirve el camarero, sin hablar, Kevin y Didi
miran a sus amigos y sonríen al ver que Clara y Ángel intentan
bailar juntos, aunque son un desastre.
La noche avanza y el grupo de chicos baila, ríe, descansa, y en
un momento dado, cuando Jacob regresa de la barra de pedir otra
copa, pregunta:
—¿Dónde está Didi?
—Tanteando el terreno —bromea Ángel.
Kevin, divertido, le da un empujón a su chico, y Valentín indica:
—Hace rato que se ha ido al baño.
Jacob mira a su alrededor buscándola. La localiza al fondo,
apoyada en la pared mientras habla con otra chica. Sonríe. Didi y
sus ligues... Ya se imagina cómo acabará eso. Es rara la vez que
salen y Didi no triunfa.
—¡Es mona! —comenta Sebas mirándola.
Jacob asiente. El gusto de Didi por las mujeres siempre ha sido
excepcional, y cuando va a responder, Sebas se apoya en su chico
y señala:
—Hacía demasiado tiempo que no salíamos todos juntos,
deberíamos hacerlo más a menudo.
—Y tanto —tercia Valentín.
Los amigos sonríen.
—Sebas tiene razón, no podemos dejar que pase tanto tiempo
para salir todos juntos —dice Jacob.
—Completamente de acuerdo —afirma Kevin—. Pero es que con
las vidas que llevamos y los trabajos a veces todo se complica.
—Y tanto —repite Valentín.
El grupo no puede evitar asentir.
—Siento ser un aguafiestas, pero tengo que irme —dice de
pronto Ángel tras dar un último trago a su copa.
Los demás lo miran, pues justamente estaban hablando de verse
más.
—¿Por qué te vas tan pronto? —inquiere Sebas.
Ángel suspira y se encoge de hombros.
—Porque les prometí a mis sobrinos que mañana pasaría el día
con ellos.
—Y cuando promete algo a sus sobrinos —apostilla Kevin—, ¡es
inamovible!
Todos sonríen. Kevin mira a su novio, le encanta lo familiar que
es.
—Me voy contigo —dice.
Acto seguido la pareja se despide del resto y quedan en verse
otro día. Después recogen sus abrigos del guardarropa de la
discoteca y salen del local.
Jacob va a la barra a pedir otra copa. Ha intentado acercarse a
Clara, pero esta parece rehuirlo. ¿Qué será lo que le pasa con él?
Tras permanecer un rato observando cómo se divierte la gente,
regresa con el grupo y sus ojos coinciden con los de Didi. Va
andando hacia la salida con la chica con la que lleva tonteando toda
la noche, y Jacob se ríe cuando esta alza el brazo a modo de
despedida. Él le guiña el ojo y ella le responde con una sonrisa.
—Acabamos de perder a Didi —avisa acercándose a sus amigos.
Los otros tres miran hacia donde él señala. Didi va de la mano de
la chica de pelo corto, y Valentín cuchichea divertido:
—Como siempre.
Ninguno dice más. Todos saben lo mucho que su amiga triunfa
cuando sale de fiesta.
De pronto Clara saca su móvil para comprobar la hora y ve que
son las tres y veinte de la madrugada.
—Joder, ya me ha dejado colgada —se queja.
De nuevo todos ríen, y Valentín afirma:
—Didi es Didi, ¿o es que no la conoces?
Clara asiente con la cabeza, todos la conocen bien, eso no es
ninguna novedad.
—Quizá sea hora de que comencemos a retirarnos —sugiere.
Al oírla Jacob toma aire y se acerca a ella.
—No te preocupes —dice—, yo te acompaño a casa cuando nos
vayamos.
Clara lo mira sorprendida. Por lo serio que ha estado toda la
noche con ella, pensaba que estaba enfadado.
—¿Seguro? —le pregunta.
—Por supuesto —afirma él con una sonrisa.
No pasa ni medio minuto cuando Sebas, al que le encanta bailar,
vuelve a arrastrarlos a todos a la pista. Los cuatro disfrutan entre
risas y movimientos absurdos bailando la canción que suena hasta
que empieza Baila conmigo de Selena Gomez y Rauw Alejandro, y
Sebas, encantado, coge a su chico de la cintura para bailar con él.
Clara y Jacob se dan cuenta de la situación. En este punto de la
noche ya solo quedan ellos dos. La chica lo mira y él, con una
sonrisa, extiende el brazo mientras dice:
—¿Me concedes este baile?
En su cara se dibuja una sonrisa, lo que le hace saber que todo
está bien. Así pues, extiende ella también el brazo y le da la mano
sin dudarlo. En silencio, bailan la canción mientras sus cuerpos se
rozan sumidos cada uno en sus propios pensamientos.
Inevitablemente Clara se acuerda de la primera vez que Jacob le
hizo esa misma pregunta: fue en la primera fiesta organizada por su
tía a la que todos asistieron. Recuerda a la perfección cómo un
escalofrío le recorrió todo el cuerpo poniéndole la carne de gallina.
En ese instante supo que algo le pasaba con Jacob, que quizá
podía llegar a ser algo más que un amigo. Pero ella no se lo
permitió. Era el primer amigo que tenía tras su relación con Vicent,
su exnovio, y quiso anteponer su amistad con él a dejarse llevar por
el escalofrío que había sentido y que existiese la posibilidad de que
todo se fuese a la mierda.
Por su parte, y aunque disfruta del momento, algo se revoluciona
dentro de Jacob. Han sido muchos días y muchas noches en los
que ha pensado en Clara. Irse a Australia fue una forma de huir de
lo que sentía, y allí consiguió disiparlo un poco. Pero fue regresar a
Madrid y todo volvió a él. Y, muy a su pesar, sigue sin ver que Clara
sienta por él lo que él puede sentir por ella. Y menos ahora que
tiene al italiano.
Sumidos en sus pensamientos, continúan bailando sin darse
cuenta de un detalle, y es que hay unos ojos que no los han perdido
de vista durante gran parte de la noche. Piero está allí, en la
discoteca. Ha salido con sus amigos de fiesta, pero ellos están en
un reservado, de ahí que Clara no lo haya visto.
El italiano los observa mientras bailan. ¿Quién es ese chico con
el que está Clara? Sin quitarles ojo, los mira con atención y ve cómo
se miran, se hablan y finalmente ríen con complicidad. ¿De qué se
reirán?
Percibe la confianza que hay entre ellos y eso no le gusta. Desde
que se ha percatado de que ella estaba en la disco, ha estado
observándola desde la distancia, pero ya se ha cansado. No soporta
verla bailar con nadie más. Así pues, sale del reservado ante la
atenta mirada de otras chicas que le sonríen, baja una pequeña
escalera y va directo hacia la pista, donde está la pelirroja.
—Ciao, Clara —dice colocándose a su espalda.
Nada más oír su voz, la chica se separa rápidamente de Jacob y
se vuelve, sorprendida de ver a Piero ahí. ¿Cuándo ha llegado? Y el
italiano, deseando marcar terreno, evita mirar a Jacob, se inclina
sobre ella y, posando las manos sobre sus caderas, la acerca a él y
la besa.
Jacob, que no se ha movido de donde estaba, observa la escena.
Desde su punto de vista es un beso un poco teatral y exagerado,
pero sonríe, niega con la cabeza y se calla, aunque enseguida cae
en la cuenta de que se trata del misterioso italiano del que hablaban
y que a Didi le cae tan mal.
Desconcertada por ese saludo tan efusivo, Clara pregunta
cuando consigue separarse de él:
—¿Piero? ¿Qué haces aquí?
—He salido de fiesta con mis amici. E tu?
—¡Yo también!
Durante unos segundos ambos se miran.
—¡Qué coincidencia que hayamos ido al mismo local! —Ella
sonríe como puede.
—Una grande coincidenza —conviene Piero mirando a Jacob.
Clara lo mira también, después mira a Piero y, al ver que ambos
la observan a ella, pone una mano sobre el hombro de su amigo y
dice:
—Piero, te presento a mi amigo Jacob.
El italiano lo contempla de arriba abajo de una manera que hace
que Jacob frunza el ceño. Pero ¿ese tío de qué va? Al percatarse de
ello, Clara busca rápidamente a Sebas y a Valentín con la vista y, al
no verlos, dice algo apurada:
—Y a ti, Jacob, te digo lo mismo: te presento a Piero.
Ninguno se mueve, solo se miran, hasta que Jacob, al ver cómo
Clara lo observa, cabecea ligeramente a modo de saludo.
—Ti stai divertendo? —le pregunta el italiano a la joven.
Clara asiente, no va a mentir, y luego afirma sonriendo:
—Sí. Hacía tiempo que no salíamos todos los amigos juntos y
nos hemos reído mucho.
—Sí. Ya he visto cómo te reías —replica Piero en tono seco.
Jacob niega con la cabeza y vuelve a sonreír. De momento el
italiano le parece un engreído.
—¿Tú lo estás pasando bien? ¿Estás con Tiziano y el resto? —
dice Clara intentando aparentar normalidad.
—Sí, con Tiziano y unos amigos suyos —contesta él—. Pero está
claro que no mi sto divertendo tanto como tú.
Ese comentario hace que la pelirroja se agobie. Pero ¿qué le
pasa?
Jacob, incómodo al darse cuenta de que aquella es una
conversación privada, decide dar un par de pasos hacia atrás para
dejarles intimidad. Si es que ahí, en medio de la pista de baile, se
puede tener algún tipo de intimidad...
Clara, que ha visto el movimiento de su amigo con el rabillo del
ojo, en cierto modo se lo agradece, y, centrándose en el italiano,
pregunta:
—¿Qué dices, Piero?
—Lo que has oído, Clara —y viendo su cara añade—: Llevo tutta
la notte observándote con tus amigos.
Sin dar crédito, ella pregunta:
—¿Y por qué no me has dicho nada? Te los habría presentado.
Él levanta entonces la barbilla y murmura en tono ofendido:
—Perchè ho visto que con ellos ya te lo estabas pasando muy
bien.
Clara lo mira boquiabierta. ¿A qué viene este numerito? Pero, sin
conseguir descifrar su mirada, pregunta molesta:
—¿Tú no te lo pasas bien con tus amigos o qué?
El italiano asiente, se toca el cabello y se lo peina.
—Claro que me lo paso bien, pero non ballo con ellos —dice, y
añade con desdén—: Especialmente non ballo con mis amigas.
Ese comentario está de más y molesta a Clara, que no tarda en
responder cruzándose de brazos:
—Perdona, ¿estás tratando de insinuar algo?
Piero no contesta, solo la mira.
—Oye, Piero..., yo puedo bailar perfectamente con mis amigos,
con mis amigas y contigo, y sé diferenciar unas cosas de las otras.
Si tú no sabes hacerlo, es asunto tuyo. ¿Lo entiendes?
Él mira a su alrededor y respira hondo. La discoteca está llena, es
tarde y no le apetece discutir, por lo que, entrelazando las manos de
ella con las suyas, murmura en tono mimoso:
—Vale. Perdón, bellissima, he bebido demasiado... Olvida lo que
he dicho, solo quiero pasarlo bien contigo.
Clara está molesta. No le ha gustado el tono con el que le ha
hablado, pero él la mira y le sonríe. Lo hace de esa manera con la
que sabe que ella no puede resistirse, y cuando ve que comienza a
sonreír, se acerca a su cuello y susurra:
—Amore, me vuelves loco.
La sonrisa de Clara se ensancha. Sin duda la tontería que acaba
de decirle le encanta. Y Piero, tras besarla, propone en un tono que
le pone la carne de gallina:
—¿Te vienes al reservado? Seguro que Tiziano e Fabiana se
alegran di vederti.
Ella duda. Le apetece ir con él, pero está con sus amigos.
Ve a Sebas y a Valentín bailar, siguen divirtiéndose; tras volverse,
ve a Jacob más allá y, sin soltar la mano de Piero, echa a andar con
él en su dirección.
Jacob ve que se acercan y eso le molesta. El tono de voz que el
italiano ha empleado para hablar con ella le demuestra que es un
caradura, tal y como dijo Didi. Sin proponérselo, se ha enterado de
su conversación, pero lo que tiene claro es que no le va a decir nada
a Clara. Que ella decida con quién quiere terminar la noche.
—¿Hasta qué hora te vas a quedar? —le pregunta ella una vez
que está frente a él.
Jacob se encoge de hombros. No sabe ni qué hora es. Pero,
entendiendo que ahora es un estorbo para Clara, dice:
—Me voy a ir ya, estoy cansado.
Ella asiente. Sabe que lo que va a hacer es muy feo, y más
cuando Jacob iba a acompañarla a su casa.
—¿Te importa si me quedo con Piero? —pregunta a continuación.
Sí, sí que le importa, pero, evitando decir lo que piensa, el joven
sonríe y contesta:
—A mí no tienes que pedirme permiso, haz lo que tú quieras.
Clara asiente. Sabe que tiene razón.
—Te acompañará él a casa, ¿verdad? —dice entonces Jacob.
—Por supuesto —responde un serio Piero.
La joven sonríe al oírlo y, tras acercarse a Jacob, le da un abrazo
y dice:
—Hablamos, ¿vale?
Jacob afirma con la cabeza y, sin más, Clara se da la vuelta y se
marcha hacia el reservado con el italiano sin volver la vista atrás.
Eso a Jacob le duele, pero decide callar.
Poco después este se dirige hacia la pista, donde Sebas y
Valentín siguen dándolo todo, y los avisa de que él ya se va.
—¿Y Clara? —cuestiona Valentín.
Jacob señala hacia el reservado, donde Clara está besándose
con el italiano, y Valentín pregunta:
—Pero ¿quién es ese?
—Piero —responde Jacob con retintín.
—¿El italiano? —inquiere Sebas.
Jacob asiente, y al ver que la pelirroja baila ahora muy
acaramelada con aquel, indica con pesar:
—Resulta que su novio está en ese reservado con unos amigos y
ella ha decidido irse con él.
—Será traidora —murmura Sebas.
Los tres amigos la observan y ven a Clara disfrutar del momento.
Sebas y Valentín se miran y, al ver el gesto de Jacob, Valentín dice:
—Entonces, ahora los que te acompañamos a casa somos
nosotros a ti.
Jacob sonríe al oírlo.
—¿Qué dices?, no hace falta, chicos —se apresura a responder.
—Claro que síííí —afirma Sebas.
—De verdad, chicos, que puedo ir solo. —Ríe divertido.
Pero Sebas se acerca a su amigo. Aunque no ha hablado con él,
solo hay que fijarse en cómo mira a Clara. Y, agarrándolo él de un
brazo y Valentín del otro, mientras caminan hacia el guardarropa,
Sebas dice:
—Da igual lo que nos digas, mi querido y guapísimo Jacob. Mi
chico y yo te vamos a acompañar hasta tu casa, te vamos a arropar
e incluso te vamos a cantar una preciosa nana.
Entre risas, los tres llegan hasta el guardarropa y, tras coger sus
prendas de abrigo, se marchan. La fiesta ha acabado.
Capítulo 10

A comienzos del mes de febrero Didi y Marta están felices por haber
vuelto a coincidir en el turno de mañana. No es fácil que suceda,
pero eso significa que las horas de trabajo serán mejores y más
amenas.
Su amistad se ha ido afianzando. Se buscan la una a la otra por
la tienda con la mirada y, en cuanto pueden, pasan el rato juntas,
ganándose alguna que otra llamada de atención de Martín.
Esa mañana Marta termina de colocar los productos y va en
busca de su amiga. Sabe que está de cajera, por lo que se dirige
hacia la salida. Cuando consigue ver en qué caja se encuentra, se
percata de que está atendiendo a un hombre que va acompañado
de un niño de no más de cuatro o cinco años. Aminora el paso
mientras ve que Didi ayuda al hombre a meter las cosas en las
bolsas de tela que lleva al tiempo que le pone caritas graciosas al
niño para hacerlo reír.
Cuando poco después aquellos se marchan y Didi se queda sola
en la caja, Marta se le acerca.
—Qué bien se te dan los niños —comenta.
Didi se hace un rápido moño con el coletero que lleva en la
muñeca, pues las trenzas en la cara le molestan, y responde:
—¿Te puedes creer que el niño me ha mirado y ha dicho «Papi,
¡es negra!»?
Ambas ríen y luego Didi añade:
—Está claro que no debe de haber visto a muchas personas
negras como yo.
Las dos amigas vuelven a reír.
—Los niños no son lo mío —asegura Marta apoyándose en la
pared. Por suerte, el jefe no está cerca.
—A ver, cuando los niños son pequeños como ese, no son
complicados. Lo difícil viene en la adolescencia, cuando se
convierten en diablos egocéntricos y se creen muy listos —señala
Didi.
—¿Tanta experiencia tienes tú con niños? —pregunta su
compañera sorprendida.
Ella niega con la cabeza y se apresura a aclarar:
—Qué va. De hecho, he tenido muy pocos niños a mi alrededor.
Pero cuando los ha habido es como que hay algo que los atrae a mí.
De nuevo ríen y Marta explica:
—Pues yo tengo un montón de primos pequeños y, por desgracia,
aunque los rehúyo, ya te puedes imaginar a quién se acercan todos
en las reuniones familiares.
—Anda ya, exagerada —bromea Didi.
La rubia se aproxima entonces a la caja registradora y se apoya
en la estructura metálica.
—Mira —dice divertida—, si me dieran un euro por cada vez que
he oído eso de «Venga, id a jugar con la prima Marta, que los
mayores estamos hablando», no necesitaría estar trabajando aquí.
De nuevo se carcajean, y a continuación Didi exclama haciendo
aspavientos:
—¡Qué mal repartido está el mundo! Unas tanto y otras tan poco.
Marta asiente ante su comentario y, al ver que una señora se
acerca a la caja, se aparta mientras Didi saluda sonriendo:
—¡Buenos días!
La mujer, ofuscada en sus cosas, ni siquiera levanta la cabeza.
Las jóvenes intercambian una mirada que lo dice todo, y Marta le
dirige un gesto de burla a su amiga para que sonría.
Esta, que ve que la mujer no quiere conversación, se dedica a ir
pasando uno por uno todos los productos por el escáner, dejándolos
caer al otro lado para que la señora vaya guardándolos en sus
bolsas. Una vez que acaba, dice con tono profesional:
—Será 32 euros con 68 céntimos. ¿Cómo prefiere pagar?
—En efectivo.
Didi espera pacientemente a que la señora ponga las bolsas en
su carrito, busque su cartera en el bolso y saque el dinero. Sin
hablar, ni apenas mirarla, la mujer le entrega 35 euros, así que ella,
tras teclear, abre la caja y le devuelve 2,32 euros.
Instantes después la mujer se guarda el dinero y, tal como ha
llegado, se va.
Marta vuelve a acercarse a su amiga.
—¿Has visto? Ni hola me ha dicho —comenta Didi.
La rubia asiente. Lo ha visto con claridad.
—Hay gente muy maleducada —señala.
—El problema es que hay gente que se cree que los cajeros y las
cajeras de supermercado no somos seres humanos igual que ellos
—se queja Didi, que ya está harta de este tipo de cosas—. Mucho
aplauso durante el confinamiento por habernos dejado la piel como
trabajadores esenciales para que todo el mundo tuviera su jodido
papel de váter, entre otras cosas... —ambas sonríen—, eso sí, en
cuanto la pandemia se acaba, volvemos a ser invisibles.
Marta afirma con la cabeza, sabe que Didi tiene razón, pero, para
no calentarla más, se echa el pelo hacia atrás con gracia y replica:
—Bueno, mujer, vamos a dejar de juzgarla, que lo mismo tenía un
mal día.
Didi hace una mueca.
—Pues perdona, reina, pero entonces a este súper viene mucha
gente con un mal día.
Ambas ríen y en ese momento Didi ve a un hombre que conoce.
Es Roberto, un tipo encantador, y, señalándolo, comenta:
—¿Ves a ese hombre? —Marta asiente—. Pues nunca tiene un
mal día... Es de las personas más simpáticas y educadas que pasan
por aquí, y te aseguro que él sí que tendría motivos por los que
enfadarse.
Marta lo mira con curiosidad. Se trata de un señor de unos
sesenta y pocos años que va en silla de ruedas, empujando como
puede un carro de la compra. Este, al ver a Didi, alza la mano y la
saluda.
—¡Buenos días, Roberto! —se apresura a exclamar ella.
Al ver que el hombre se les acerca, Marta enseguida va a
ayudarlo.
—Yo le llevo el carro de la compra, no se preocupe, señor.
Aliviado, el hombre se lo agradece. No es fácil lidiar con esos
carros desde su silla.
—Muchas gracias, guapa —responde con una sonrisa—. Y, por
favor, no me trates de usted, que me hace sentir mayor de lo que
soy.
Con la misma complicidad con que él le habla, Marta asiente.
—Tomo nota, lo recordaré —dice.
Y rápidamente mueve el carro hasta la caja en la que está Didi.
Cuando comienza a colocar los productos sobre la cinta, el hombre
llega y saluda:
—Buenos días, Didi, ¿qué tal estás, guapa?
Marta, al oírlo, se anticipa y contesta:
—Ahora feliz de que venga gente como tú a este supermercado.
La aludida asiente con una sonrisa. Tiene una relación muy
especial con él desde el primer día que lo conoció. Y, comenzando a
pasar las cosas por el escáner, comenta:
—Ahora que estás tú aquí, Roberto, el día ha mejorado
muchísimo.
El hombre frunce el ceño. Conoce a la muchacha y sabe que más
encantadora no puede ser, por lo que pregunta preocupado:
—¿Qué te ha pasado?
Didi mira a ambos lados antes de responder para comprobar que
nadie puede oírla.
—Que a este súper vienen personas muy bordes que no son
capaces de dar ni los buenos días.
—Ya veo... —murmura él entendiéndola—. La gente está
demasiado amargada.
—Si solo fuera eso... —apostilla Marta.
Y los tres se entienden con una mirada.
La morena ve entonces que Marta se dispone a recoger de nuevo
las cosas para meterlas en el carro del hombre e indica:
—Es un domicilio.
—Vale —dice su amiga—. Pues mientras terminas de pasarlo
todo por el escáner, voy a avisar al chico que se encarga del
reparto. Ahora vuelvo.
Marta se aleja y Roberto mira a Didi.
—¿Qué pasa? —pregunta esta.
El hombre, que entiende que a menudo la gente no debe de
ponerle las cosas fáciles a la joven por ser de piel negra, murmura:
—Recuerda lo que te he dicho siempre: que nadie te haga sentir
que eres menos que los demás, ¿entendido?
La joven asiente. No es la primera vez que Roberto le dice algo
parecido.
—Tranquilo, que bien sabes tú que no lo permito —replica
guiñándole el ojo.
El hombre sonríe y luego señala a Marta.
—¿Es una compañera nueva?
Didi asiente y observa cómo su amiga habla con el chico que
hace el reparto a domicilio.
—Lleva ya algún tiempo, pero quizá no hayas coincidido con ella.
Se llama Marta.
Roberto la mira, y mientras Didi sigue pasando productos por el
escáner, afirma:
—Parece maja, y muy educada.
Ella sonríe y suspira.
—Sí que lo es. Además de simpática.
—Debe de ser más o menos de tu edad, ¿no? —dice entonces él
en un momento en que el escáner no consigue leer el código de uno
de los productos.
—Supongo —responde Didi tecleando los dígitos a mano.
—Pues ya sabes... —comenta él bajando la voz.
Al oír eso Didi deja de pasar las cosas por el lector del código de
barras y centra la mirada en él.
—¿Qué dices, Roberto? —Ríe.
El hombre niega con la cabeza y susurra:
—Que me gusta para ti. Hacéis buena pareja y parece que os
lleváis bien. ¡Eso es importante!
La joven alza las cejas boquiabierta.
Algunas veces, cuando sale del turno de mañana, si se encuentra
con Roberto se va con él a tomar algo a una cafetería cercana. En
esas ocasiones ambos han hablado de muchas cosas. Roberto es
un hombre que sabe escuchar y dar buenos consejos, e incluso ha
conseguido que Didi hable del amor, algo que podría parecer
imposible.
—Te aseguro que estás viendo cosas donde no las hay —replica
ella.
Roberto sonríe. Didi también. Y entonces la muchacha es
consciente de que, desde el día que chocó con Marta en el súper,
en más de una ocasión se ha visto pensando en ella. Pero no...
Rápidamente se lo quita de la cabeza. Didi no busca una relación, y
menos con una compañera de trabajo. Solo faltaría que tanto Marta
como ella pudieran tener problemas en el supermercado por la
chorrada esa que dice que afecta en el rendimiento.
—A ver, Didi —insiste Roberto—, os he visto cuando estaba
cogiendo esas galletas de chocolate que tanto me gustan y estabais
charlando cómodas y relajadas —y bajando la voz añade—: Como
habría dicho mi padre, que en paz descanse, ¡más sabe el diablo
por viejo que por diablo!, y yo he notado esa complicidad a
kilómetros.
—Serás cotilla —se mofa ella.
Ambos ríen y, cuando la joven continúa pasando los productos
por el lector, añade:
—Siento decirte que eso que crees ni existe ni existirá.
—Didi, ¡eres preciosa y joven! ¡Diviértete y disfruta del amor!
La morena niega con la cabeza. Su visión del amor y la de
Roberto poco tienen que ver.
—La vida puede hacerse demasiado larga si estás solo, Didi.
Eso le llega al corazón. En una de sus tantas Coca-Colas juntos,
Roberto le contó que enviudó hace seis años y que cada día que
pasa echa más de menos los abrazos y las charlas con su mujer.
—Roberto, me parece fatal que utilices el tema de tu mujer para
ablandarme el corazón —responde Didi con tono burlón. Entonces
ve que Marta se dirige a la caja en la que se encuentran y añade—:
Y ya viene Marta, así que ni se te ocurra decir nada de esto delante
de ella.
—Vale, muchachita, ¡vale! —El hombre ríe divertido al ver lo
nerviosa que se ha puesto.
Marta llega hasta ellos como un vendaval y, mientras empieza a
colocar las cosas en el carro, dice:
—Ya está arreglado, Roberto. Te llevarán la compra dentro de un
par de horas, ¿te parece bien?
—Muchas gracias, guapa —dice él—. ¡Cómo se nota cuando se
trabaja con ganas!
Marta y él intercambian una sonrisa. Se acaban de conocer, pero
ya se caen bien.
—A ver qué va a pasar aquí, Roberto. Te recuerdo que tu
persona favoritísima del supermercado soy yo —se queja
cómicamente Didi.
Marta se ríe y el hombre, siguiendo la broma, señala:
—Cuidado no te adelanten por la derecha.
Didi gesticula con la cara y con las manos, y mientras los otros
dos se ríen responde:
—Voy a hacer como que no he oído eso.
Los tres están divirtiéndose cuando Didi termina de pasar la
compra.
—Roberto, en total son 45 euros con 3 céntimos. Con tarjeta,
¿verdad?
Él afirma con la cabeza. Didi le tiende el datáfono y él pasa su
tarjeta y teclea su número secreto. Segundos después el tíquet sale
de la caja y la chica se lo entrega.
—Listo, Roberto; dentro de un par de horas lo tienes en casa.
El hombre asiente y se guarda el tíquet. A continuación mueve su
silla de ruedas y, antes de marcharse, mira a las dos jóvenes y se
despide con gracia:
—¡Hasta luego, pareja!
Ambas sonríen y, cuando él sale del súper, Marta mira a su
compañera y murmura:
—Sabes que a partir de ahora voy a ser la favorita de Roberto,
¿no?
Didi hace una mueca y, con su gracia habitual, agita el dedo en el
aire y replica:
—En tus sueños, reina.
Capítulo 11

Unas horas más tarde termina la jornada laboral de las jóvenes.


Después de cambiarse de ropa y recoger sus cosas de la taquilla,
se dirigen juntas hacia la salida del supermercado.
—¿Hoy vas en autobús? —le pregunta interesada Marta a su
compañera.
Sin darle importancia, Didi afirma con la cabeza mientras se
deshace el moño que se ha hecho horas antes. Está deseando salir
del súper.
—Yo también —añade aquella.
Caminan aceleradas deseosas de marcharse cuando de repente
Martín, el encargado, llama a Didi.
—No me jodas —susurra esta.
—Te espero fuera —le indica Marta.
La morena asiente, pero, al ver en su móvil la hora que es, dice:
—No te preocupes, si llega el bus, súbete.
Marta cabecea apenada por tener que separarse de ella y Didi se
dirige hacia su jefe.
—Dime, Martín.
Él, un hombre de aspecto serio y reservado, la mira con sus ojos
inexpresivos y la increpa:
—Davinia, no debes emplear tanto tiempo hablando con los
clientes.
Según oye eso, Didi suspira. Al parecer a su jefe le molesta que
sea simpática con los clientes como Roberto.
—Disculpa, Martín, pero, como te he dicho en otras ocasiones,
prefiero que me llames Didi —señala con tono serio—. Y si lo dices
por Roberto, el hombre que va en silla de ruedas, no había nadie
esperando para ser atendido detrás de él.
El gerente, al que no le gusta que le rechisten, y aún menos ella,
replica:
—Pero podría haberlo habido.
—Pero no lo había —se apresura a decir Didi.
Martín la mira muy serio. Esa chica nunca le ha gustado, solo la
contrató porque fue una imposición desde arriba, por eso que,
según él, se lleva ahora de dar diversidad. Y, deseando llamarle la
atención por lo que sea, le advierte:
—Una última cosa... No me gusta el ejemplo que le estás dando
a tu nueva compañera.
De repente a Didi le cambia la cara. ¿Cómo le puede estar
diciendo eso?
—¿Perdona? —exclama ofendida.
Martín insiste:
—Marta es una buena trabajadora y está cogiendo tus malas
costumbres, como perder el tiempo hablando con los compañeros.
La morena aprieta la mandíbula y las manos. Ese tipo es de lo
más imbécil que ha conocido.
—¿Cuándo me has visto a mí hablar con los compañeros? —
inquiere.
Él no contesta porque no sabe qué decir, y al final acaba
añadiendo:
—Solo te pido que no la distraigas.
Didi respira hondo. Tiene que controlarse para no decir nada
fuera de lugar. Al fin y al cabo no puede olvidar que es su jefe.
—No estoy de acuerdo con lo que dices, Martín.
—Eso a mí no me preocupa —afirma él con la superioridad que le
otorga su puesto.
Jefe y empleada se miran. Y Didi, que sabe que, como continúe
por ese camino, la perjudicada va a ser ella, se cruza de brazos y
acto seguido suelta:
—¿Algo más?
Él no responde, solo la amonesta con la mirada.
—Voy a perder el autobús —señala ella entonces.
Martín sonríe. Le gusta sentirse superior.
—Nada más —dice—. Puedes irte.
Didi asiente y, aunque le gustaría ponerlo a caer de un burro, da
media vuelta y sale a paso ligero del supermercado antes de que
cambie de opinión. Al mirar hacia la parada del bus ve que este
cierra las puertas y arranca.
—Mierdaaaa...
Sin darse por vencida, echa a correr. Por suerte, en ese momento
hay tráfico y el vehículo no avanza demasiado. Consigue llegar
hasta él y da unos golpes en la puerta cerrada. La conductora la
mira y ella ve que rápidamente Marta le dice algo.
Didi las observa desde fuera. Espera a que le abran. Al final la
conductora se apiada de ella y abre las puertas.
—Muchísimas gracias —le dice sofocada mientras sube al
vehículo.
La conductora le dirige una sonrisa en respuesta. A continuación
ella coge su monedero y saca de él la tarjeta del bus y, tras
introducirla en la máquina, oye a su espalda:
—¡Aquí, Didi!
Es la voz de Marta, y sonriendo se encamina hacia ella. El
autobús está bastante lleno y, al llegar a donde está su amiga,
murmura:
—Gracias por interceder por mí ante la conductora.
—¿Acaso tú no lo habrías hecho por mí?
Didi asiente. Sin duda lo habría hecho, pues Marta cada día le
gusta más. Entonces repara en el sitio en el que va sentada su
amiga.
—No puedo sentarme ahí —dice.
Marta mira sorprendida el asiento libre que hay a su lado y, antes
de que pueda preguntar por qué, Didi aclara:
—Me mareo si voy en contradirección. Mejor me quedo de pie.
Nada más oírla Marta agarra su mochila y se levanta.
—No, pero tú quédate sentada —se apresura a decir la morena.
—De eso nada. Yo me levanto también.
Avanzan juntas hacia la mitad del autobús y, cuando encuentran
un hueco, dejan las mochilas en el suelo y apoyan la espalda en la
carrocería para mantener el equilibrio con más facilidad.
—¿Qué quería Martín? —pregunta Marta.
Didi resopla al tiempo que se mete las manos en los bolsillos.
—Incordiar y dejarme claro que es superior a mí —contesta.
—Ya le vale...
Didi asiente y luego añade en tono burlón mientras observa los
auriculares que Marta lleva puestos:
—Me ha regañado por hablar con Roberto y, de paso, me ha
echado en cara que soy una mala influencia para ti.
Marta la mira sorprendida.
—¿Me lo estás diciendo en serio? —pregunta.
—Te lo prometo —responde Didi rebuscando en los bolsillos de
su abrigo.
Marta no da crédito a lo que le cuenta su amiga. Si hay alguien
que se implique en su trabajo esa es Didi.
—Tú no le hagas ni caso a Martín —indica molesta con su jefe.
—Tranquila, que no se lo hago —y, al darse cuenta de algo, de
pronto se lamenta—: Mierda..., he perdido mis auriculares. Seguro
que ha sido al correr para pillar el bus.
Marta la entiende, alguna vez le ha sucedido lo mismo. Y, sin
pensarlo, ella, que lleva los suyos conectados al móvil, se quita el
auricular izquierdo y se lo ofrece:
—Toma, al menos podrás escuchar música lo que dure el viaje
juntas.
Didi lo acepta divertida. Mejor eso que nada.
—Pero elijo yo la música —puntualiza Marta con gracia—. Y,
tranquila, que hoy no pongo a Ana Mena.
Ambas se ríen y, a continuación, Didi observa cómo Marta busca
en su cuenta de Spotify. Al final ve que se decanta por Love Story
(Taylor’s Version) de Taylor Swift.
Didi, encantada, mueve ligeramente la cabeza al ritmo de la
música. Marta, al verla, no puede hacer otra cosa más que
preguntar:
—¿Te gusta Taylor Swift?
—¡Es una diosa!
Las dos sueltan una carcajada.
—Tiene canciones muy buenas —afirma Didi.
—Solo hay que escuchar las cancione...
—Sí, lo sé —la interrumpe Didi.
Marta la mira y esta, sin parar, añade:
—Tengo una amiga que es una swiftie acérrima. Y ya me puso al
día de todo el lío que tiene la cantante con sus discos, la
discográfica y demás. Así que, sí, lo sé. Me quedó bien claro que
solo hay que escuchar los discos regrabados por Taylor y las
canciones en las que ponga «Taylor’s Version» junto al título.
Marta sonríe, no esperaba que Didi supiese todo eso. Sin duda,
cada día que habla con ella la sorprende un poco más.
—Todo apoyo a Taylor es poco.
Didi asiente.
Durante un rato disfrutan de la música que Marta va eligiendo,
hasta que la morena ve que se acerca su parada y dice
devolviéndole el auricular:
—Me bajo en la próxima.
La rubia asiente y, mientras lo coge, susurra:
—Vaya..., qué pena.
Didi parpadea al oír eso. En ocasiones, por el modo en que Marta
la mira o le habla cree entender cosas diferentes, pero sin querer
pensar en algo que probablemente nunca sucederá, coge su
mochila y se encamina hacia la puerta.
—¡Chao, Marta! ¡Hasta mañana!
—¡Hasta mañana!
Didi se baja del autobús y, nerviosa por sus pensamientos,
comienza a caminar mientras Marta la observa desde dentro. Las
puertas del bus se cierran y la rubia no puede apartar los ojos de su
amiga. De pronto recuerda algo que ha visto a menudo en películas
románticas y piensa: «Vuélvete..., vuélvete... y dime adiós».
Y entonces, como si Didi la hubiese oído, se vuelve en dirección
al autobús y se despide de ella con la mano. A Marta le encanta ver
eso, es la prueba de que no va desencaminada en sus
suposiciones, y mientras la saluda con la mano piensa feliz: «¡Te
has vuelto!».
Capítulo 12

Ha pasado una semana desde que salieron de fiesta todos los


amigos juntos y, aunque en el chat del grupo nadie hizo referencia al
modo en que Clara terminó la noche, ella se siente rara. Sabe que lo
que hizo no estuvo demasiado bien, y desde ese día le ronda por el
corazón un sentimiento de culpabilidad.
No ha parado de darle vueltas a lo que pasó en la discoteca.
Además, es consciente de que Piero no dio una buena impresión a
Jacob. Ella no tenía en mente presentárselo así, pero simplemente
pasó y ahora necesita arreglarlo.
Por ello, y sabiendo que debe ser ella la que hable con Jacob, le
escribe para proponerle quedar, y sonríe al ver que Jacob acepta.
Al día siguiente, cuando Clara llega con su perra Cora a la
cafetería donde han quedado, el camarero le ofrece una de las
mesas de la terraza y ella, sin dudarlo, toma asiento. Cora, que es
una perrita educada, se sienta también y poco después se tumba.
Con un poco de suerte le caerá algo rico de comer.
No pasan ni dos minutos cuando aparece Jacob. Está tan guapo
como siempre y, cuando la ve, le sonríe. Clara se levanta de
inmediato, Cora también, y Jacob se acerca a su amiga y le da un
abrazo sin dudarlo. Tras unos segundos se separa de ella, acaricia
a Cora y todos se sientan.
—¿Qué tal todo, Clara? —pregunta Jacob.
Ella, recordando el intercambio de mensajes, bromea:
—Todo bien. Al final no hemos quedado para tomar un helado,
pero sí para almorzar.
Jacob asiente. Quedaría con ella para lo que fuera.
—Quedar para un brunch siempre viene bien. Hay tiempo de
sobra para tomarnos cientos de helados.
Oír eso hace que Clara sonría y, viendo que su amigo deja el
móvil sobre la mesa, bromea:
—Qué internacional..., llamando «brunch» a un piscolabis de toda
la vida.
Ambos sonríen.
—Ya lo ves, Australia me ha cambiado —afirma él apartándose
con gracia el pelo de la cara.
En ese momento se acerca el camarero para darles la carta. Los
dos observan las opciones y se deciden rápido.
—Yo quiero un café con leche y unas crepes con sirope de
chocolate, por favor.
El camarero toma nota de lo que ha pedido Jacob y a
continuación Clara indica:
—Para mí, un zumo de naranja y unas tortitas con sirope de
chocolate también, porfa.
Después de anotar la comanda, el camarero se aleja y justo en
ese momento a Jacob le vibra el móvil. Él lo mira sin moverse, pues
está sobre la mesa. Ha recibido un mensaje de Raquel. No hay
prisa, luego lo leerá.
Clara ve el nombre que ha aparecido en la pantalla del teléfono
de su amigo.
—Si tienes que contestar, a mí...
—Luego —la corta él.
Durante unos instantes ambos se miran en silencio, no saben qué
decirse, y después ella, intentando sacar tema de conversación,
pregunta:
—Bueno, cuéntame, ¿qué tal por Australia? ¿Estás contento con
la experiencia de haber vivido allí?
Él afirma con la cabeza. Pensar en Australia le trae buenos
recuerdos.
—Si te soy sincero, me lo pasé muy bien. Conocí a gente muy
interesante, pero no podría quedarme a vivir allí.
—¿Y eso?
—Echaba mucho de menos a mi madre y a mi gente —aclara
Jacob—. Es muy duro estar lejos de tus seres queridos. Así que de
momento Madrid seguirá siendo mi hogar.
Clara asiente, lo entiende.
—Creo que a mí me pasaría lo mismo —responde—. No me
imagino yéndome yo sola a vivir a otro sitio lejos de mi hermano y
de mi tía.
Los dos amigos sonríen. Está claro que para ambos es
importante estar cerca de su gente.
—¿Qué dijo tu madre cuando le contaste que volvías? —quiere
saber Clara—. Supongo que se alegró mucho.
—Ni te lo imaginas. —Él ríe—. Se lo comenté en una de las
muchas videollamadas que hacía con ella todos los días y, la
verdad, qué pena no haberla grabado: su reacción fue una mezcla
de shock y alegría.
—¡Has sido su regalo de Navidad! —bromea la chica.
—Se podría decir que sí.
Ambos sonríen de nuevo y Jacob sigue hablando:
—Cuando le dije que me quedaba más tiempo en Australia sé
que fue un chasco para ella, aunque nunca comentó nada. Pero
cuando le conté que volvía, la sonrisa que apareció en su cara me lo
dijo todo. Y, sinceramente, ella es la persona en la que más pensaba
mientras estaba allí. —Jacob evita decir que también pensó en
Clara—. Y, quieras que no, al estar divorciada de mi padre solo nos
tenemos uno al otro en el día a día.
—¿Tu madre no quiere rehacer su vida con nadie? —pregunta
ella entonces.
Él niega con la cabeza.
—Acabó tan harta de mi padre que de momento creo que no. Es
más, no quiere un hombre cerca ni en pintura —y, riendo, murmura
divertido—: A mí me tolera porque soy su hijo, si no..., otro gallo
cantaría. Y ya la he oído hablar con sus amigas de salir de fiesta el
día de San Solterín.
Ambos sonríen. Para la madre de Jacob San Solterín es el día de
San Valentín. Clara abre entonces su bolso y saca una goma de
pelo rosa.
—¿Tú sigues sin saber nada de tus padres? —pregunta Jacob.
Clara medio sonríe. Hablar de sus padres ya no le produce ni frío
ni calor, y una vez que termina de recogerse el pelo, responde:
—Nada de nada. Después de la discusión que tuve con ellos en
2019 es como si ya nos hubieran borrado por completo de sus
vidas.
Jacob suspira.
—Al principio sí que pensaba en ellos, no podía evitarlo —
continúa Clara—. Pero el tiempo ha pasado y, con su silencio, nos
han dado a entender que no les importamos nada, y..., bueno, nos
hemos acostumbrado a vivir sin ellos. Sobre todo yo, porque mi
pobre hermano, quieras que no, ya estaba habituado.
Jacob asiente. Sabe que los padres de los mellizos nunca han
aceptado la transexualidad de Kevin.
—Qué difíciles son a veces las relaciones familiares —musita.
—Totalmente —dice Clara, y convencida de que lo que hay es lo
que es, afirma—: Pero ¿sabes? Lo prefiero así. Cuando era
pequeña y echaron a Kevin de casa, para mí fue una situación
superincómoda. Yo adoraba a mi hermano y no pensaba como ellos,
pero, a pesar de mis sentimientos por Kevin, no podía ni
mencionarlo en casa. Querían que lo ignorase como ellos hacían,
pero no lo consiguieron. Y, bueno, tras la última conversación creo
que les quedó claro que, si no aceptan a mi hermano, no me
aceptan a mí.
Jacob se apena por Clara. La conoce mejor de lo que ella cree y
sabe perfectamente lo importante que es para ella el sentimiento de
familia.
—Es triste —dice—. Pero supongo que, una vez que te
acostumbras a que las cosas son como son, es más fácil de
sobrellevar.
—Sí, claro que te acostumbras —contesta ella; al recordar
algunas cosas que ha oído, expresa—: A mucha gente se le llena la
boca diciendo que, hagan lo que hagan tus padres, se los tiene que
querer siempre. Pero, desde mi punto de vista, están equivocados.
El hecho de que sean tus padres no significa que lo hagan todo
bien. Los padres también pueden equivocarse, y en este caso en
particular los míos se han equivocado mucho.
El camarero se les acerca de nuevo y la pelirroja deja de hablar.
Con cuidado, deposita la comanda sobre la mesa y, antes de
marcharse, deja en el suelo un pequeño cuenco con agua para
Cora.
Al ver eso Jacob y Clara se miran sorprendidos.
—Muchas gracias —le dice ella al camarero.
El hombre sonríe y luego se aleja mientras Cora, encantada de la
vida, bebe agua fresquita. Con disimulo Jacob mira a Clara. Hablar
de sus padres siempre le hace cambiar la expresión, pues sabe que
es algo que le duele; señala el cuenco del suelo y afirma para
cambiar de tema:
—Hay que ver lo mucho que dice de una persona un gesto tan
simple como ese.
Clara asiente. Está feliz por la atención que ha tenido el camarero
con su perra.
—Muchísimo. Es la primera vez que voy a una cafetería con Cora
y le ponen agua sin que tenga que ir a pedir algo para ponérsela yo.
Ambos sonríen y acto seguido Jacob coge el bote del sirope de
chocolate y empieza a verterlo sobre sus crepes. ¡Le encanta el
chocolate! Clara lo observa divertida y no puede evitar comentar:
—Más que crepes con chocolate, eso es chocolate con crepes.
Él hace una mueca.
—Ni te imaginas lo que lo voy a disfrutar —susurra.
En cuanto termina de echarse todo el chocolate que quiere, le
pasa el bote a Clara. Ella se sirve una mínima porción rápidamente,
y Jacob, cortando su crepe con el cuchillo, pregunta:
—¿Tan poquito te vas a echar?
—Ya te has echado tú por los dos —suelta ella con una
carcajada. Ambos sonríen y Clara añade—: Tampoco quiero
pasarme...
—¿Pasarte de qué?
Ella no contesta. Sabe que a Piero le gustan las chicas más bien
delgadas. Jacob observa a su amiga y murmura:
—No lo estarás diciendo por lo que creo, ¿no?
—¿Qué crees? —pregunta ella.
Jacob, que sabe cuánto le gusta el chocolate a Clara, responde:
—Por la tontería de no engordar.
Ella levanta las cejas. Su amigo tiene razón.
—Tú eres preciosa tal y como eres —añade él—. Y si te gusta el
chocolate, ¡cómetelo!
Ambos se miran y sonríen. Entonces Jacob pincha un trozo de
crepe con el tenedor, lo levanta y se lo enseña.
—Comer es uno de los mayores placeres de la vida, así que hay
que disfrutarlo como se merece —afirma mientras el chocolate
gotea en el plato.
Dicho eso, se mete el trozo en la boca bajo la atenta mirada de
Clara y suelta un sonoro:
—¡¡Mmmmm!!
Ella deja escapar una carcajada. Sabe que él tiene razón, por lo
que, olvidándose de todo, coge el bote del sirope de nuevo y esta
vez echa una buena ración de chocolate sobre las tortitas sin poder
evitar pensar en Piero y en la locura que le parecería si él lo viese.
Después deja el bote sobre la mesa, corta un trozo de su tortita, se
la mete en la boca y murmura con gusto:
—Mmmm, sí que está rico.
—Te lo he dicho. —Su amigo ríe encantado.
Varios minutos después disfrutan del placer del chocolate
mientras hablan un poco de todo. Durante ese rato vuelven a ser él
y ella, esos dos amigos que se entienden con solo mirarse y que
hablan de todo lo que se les ocurre.
—Por cierto, ¿se sabe algo más del bodorrio de tu tía? —
pregunta Jacob.
Clara pone los ojos en blanco, pero contesta con una sonrisa:
—Solo hace una semana que os lo contamos y Sebas ya me ha
escrito día sí y día también para preguntarme cuándo, cómo y
dónde será para saber qué es lo que tiene que ponerse. Así que no
vayas a hacer tú lo mismo, te lo pido por favor —y, al verlo sonreír,
indica—: La verdad es que no hemos vuelto a hablar del tema.
Jacob no puede parar de sonreír. Sabe cómo es Sebas con la
vestimenta, y más con algo tan gordo como una boda.
—Fíjate lo que te voy a decir —murmura Clara a continuación.
—Dime...
—Aún recuerdo como si fuera ayer cuando mi tía Cecilia se
divorció de mi tío y juró que no volvería a casarse. Y mírala ahora.
Quizá a tu madre le pase lo mismo algún día.
—Ella sabrá. —Jacob se encoge de hombros y añade—: Al final,
el sentimiento del amor no deja de ser algo sorprendente e
inesperado que hace que termines enamorándote de quien menos
esperas.
Las palabras de su amigo hacen que Clara se ponga algo
nerviosa; ¿lo dice con segundas? Pero cuando va a responder, el
móvil de Jacob vuelve a vibrar. De nuevo lee en la pantalla el
nombre de Raquel, y esta vez él sí que lo coge.
—Dame un segundo —le pide.
Clara asiente sin decir nada. Pasa por el plato la cuchara para
terminarse el chocolate mientras da vueltas a las últimas palabras
de Jacob. Con disimulo, mira a su amigo y lo ve sonreír mientras
teclea en su móvil. ¿Quién será la tal Raquel?
Unos segundos después Jacob deja el móvil sobre la mesa y se
dispone a decir algo, pero Clara se le adelanta:
—¿Raquel es tu novia?
Sorprendido por su pregunta, el joven la mira.
—De momento nos estamos conociendo —contesta
simplemente.
Clara cabecea mientras un extraño sentimiento que no llega a
entender se apodera de ella, y a continuación Jacob añade con una
graciosa mueca:
—Hablando de parejas..., a Piero no le caí muy bien el otro día,
¿verdad?
De inmediato la pelirroja mira a su amigo. Parece que, aunque
ella esperaba que no, Jacob se dio cuenta. Y responde apurada:
—Justamente de eso quería hablarte. —Clara toma aire—. Te
pido disculpas por su actitud del otro día..., había bebido de más y
se comportó como un tremendo idiota.
—En la forma en que se comportó te doy la razón —dice él
mirando a su amiga mientras juguetea con el tenedor—. Pero en lo
primero, ni de broma. Tú no tienes que pedir disculpas por nada ni
por nadie. En todo caso, tendría que hacerlo él.
—Ya, pero...
—Clara —la corta—, creo que ese tipo y...
Ahora es ella quien lo corta a él:
—Si no te importa, prefiero no hablar de Piero.
Oír eso a Jacob lo incomoda. ¿Desde cuándo Clara y él no
pueden hablar de lo que sea?
Un complicado silencio se instala entre ambos.
—De acuerdo, amiga —dice él al cabo—, vayamos a lo que
importa: ¿lo pasaste bien cuando te quedaste con él?
Confusa, Clara asiente, y Jacob agrega con una sonrisa forzada:
—Entonces me alegro.
Y, sin más, baja la mirada a su plato de crepes. Clara no quiere
seguir hablando de relaciones, o al menos de las suyas, así que
decide desviar el tema.
—Kevin y yo estamos pensando en cómo podemos sorprender a
mi tía antes de la boda.
Jacob levanta la mirada del plato.
—¿A qué te refieres?
—No sé... Nos gustaría hacer algo especial por ella.
El joven asiente, aunque en realidad sigue pensando en lo que
han hablado hace un momento y en las reacciones que ha tenido
Clara.
—Cecilia no tiene pinta de querer una de esas despedidas de
soltera típicas, ¿verdad? —Ella le da la razón—. No me extraña...,
son una horterada.
Ambos sonríen.
—¿Tenéis algo pensado? —pregunta Jacob a continuación.
Clara niega con la cabeza. Su hermano y ella están algo
perdidos, no tienen claro por dónde tirar.
—¡Se aceptan sugerencias! —exclama—. Se nos ocurrió
proponerle hacerse un tatuaje con Kevin y conmigo. Tatuarnos los
tres algo que sea especial para nosotros. Pero, claro, nuestra tía es
muy antitatuajes, así que eso queda descartado.
Jacob la mira sorprendido, eso sí que no se lo esperaba de
Cecilia.
—No es que los odie, pero creo que ni siquiera se lo ha planteado
—añade Clara.
Él asiente y confiesa:
—Fíjate que yo estoy pensando en hacerme uno.
Clara lo mira boquiabierta.
—¿De verdad? Sería tu primer tatuaje, ¿no?
Él vuelve a decir que sí y ella no puede con la duda.
—Cuéntame. ¿Qué tienes en mente?
Jacob sonríe. Esa Clara dispuesta a ayudar siempre le ha
encantado.
—Como para mí ha sido bonito vivir en Australia —empieza a
decir—, he pensado hacerme la silueta de Australia encima del
tobillo.
Clara asiente entusiasmada.
—Me parece muy buena idea.
Jacob sonríe. Ella tiene más de un tatuaje, se nota que le gustan.
Y, como entiende un poco más que él del tema, le dice:
—Te recomiendo que te lo hagas ahora o en otoño. En verano ni
se te ocurra: con el calor y el sudor podría complicarse la curación.
Él acepta su consejo de buen grado mientras observa cómo su
amiga pincha un trozo de su tortita y se la lleva a la boca.
—¿Alguna recomendación más, gurú de los tatuajes?
Ella lo mira divertida y mastica con rapidez para luego responder:
—Que no vayas solo. Siendo tu primer tatuaje no sabes si te vas
a marear —y añade bromeando—: O si vas a necesitar una mano
amiga que apretar mientras lloriqueas de dolor.
Jacob se echa a reír. Duda que eso vaya a pasar, pero,
siguiéndole la broma, pregunta:
—¿Estás tratando de decirme algo?
Clara y él se miran a los ojos. Es una de esas veces en que se
dicen más cosas con la mirada que con las palabras.
—Vaaaaale, Jacob, si no me queda más remedio, yo te
acompaño —suelta finalmente la pelirroja.
Sin poder remediarlo, ambos sonríen y continúan comiendo sus
tortitas, hasta que, un buen rato después, Clara y Cora acompañan
a Jacob al metro y quedan en volver a verse otro día.
Capítulo 13

Pasa una semana y llega el sábado por la tarde. Didi no tiene


ningún plan. Tampoco es que le preocupe lo más mínimo el tema,
puesto que está feliz con la idea de quedarse en casa con sus gatas
viendo alguna serie de televisión.
Mientras juguetea con el mando buscando qué ver, de pronto
suena su móvil. Al cogerlo para comprobar quién es, sonríe al ver
que se trata de Marta, y más cuando lee:
Marta
Hoooola, vengo con una de mis estupendas
recomendaciones:
Fever, de Dua Lipa y Angèle.

Didi conoce esa canción. Se apresura a abrir su aplicación de


Spotify, la busca y la música comienza a sonar mientras ella teclea
su respuesta:
Didi
¿Pensabas que no la conocía?
Con la de veces que me he quedado embobada
viendo el videoclip.
Al leer eso, Marta, que está en su casa repanchingada en el sofá,
contesta:
Marta
¿Qué diceeees? ¡Qué sorpresa!

Didi sonríe.
Didi
¡El disco Future Nostalgia de Dua Lipa
es buenísimo!

Como siempre, esta la sorprende. Nunca habría imaginado que lo


conocería.
Marta
Sííííí, lo he escuchado mil veces.
Pero ¿lo de embobada por qué?,
¿por la canción o por ellas?

Didi vuelve a reír nerviosa. No esperaba en absoluto esa


pregunta.
Didi
Obviamente por la canción...
¿Por quién me tomas?
Ni que ellas estuviesen increíbles
en todo el videoclip.

Las dos chicas se carcajean, cada una en su casa. La ironía de


Didi es evidente.
Marta
¿Cuál de las dos es más tu tipo?

Sin necesidad de pensarlo, ella responde:


Didi
Mmmm..., si tengo que elegir, me
quedo con Angèle, pero ambas son
unas tremendas diosas griegas.
Marta asiente.
Marta
Genial, yo me quedo con Dua,
que me van más las morenas.

Al leer su mensaje Didi no sabe qué contestar. Normalmente es


rápida y avispada en sus respuestas, no suele cortarse con nada ni
con nadie, pero con Marta todo es diferente, y más cuando acaba de
resolver una duda que tenía desde que comenzaron a hablar. Marta,
como ella, forma parte del colectivo LGTBIQ+. Eso le gusta y
mucho. Pero, al ver que la rubia sigue en línea pero no dice más al
respecto, pregunta:
Didi
A propósito de la canción..., ¿te he dicho alguna vez
que sé francés?

Asombrada, su amiga responde:


Marta
¿En serio? Eres una caja
de sorpresas, Didi.

Ambas vuelven a sonreír, y luego Marta pregunta decidida:


Marta
Por cierto, ¿estás ocupada?

Didi responde con el corazón algo acelerado:


Didi
¿Ahora?

Convencida de que quiere quedar con ella, Marta insiste.


Marta
Ahora y el resto de la tarde.
Didi se levanta del sofá, empieza a andar de un lado a otro de su
salón y responde:
Didi
Tenía pensado empezar
alguna serie nueva, ¿por?

Sin darle tregua, Marta prosigue.


Marta
Porque estoy aburrida en casa y mis amigos están
ocupados. Si te invito
a merendar, ¿me cuentas cómo es
que sabes francés?

A Didi le entra calor. Cuando queda con una chica es para algo
más que para merendar, pero, intentando tomárselo con calma,
pregunta:
Didi
¿Me estás diciendo que soy
tu segundo plato?

Marta suelta una carcajada, pues para ella Didi es su primer


plato, pero aun así responde:
Marta
A veces el segundo plato puede ser mejor que el
primero. Venga, ¡anímate!

Esa respuesta descoloca a Didi, que no se lo esperaba. Ahora


que sabe que Marta, la chica guapa y simpática del súper, es del
colectivo como ella, la asaltan las dudas. Son compañeras de
trabajo y no quiere líos. Si quedaran sería la primera vez que se
vieran fuera del horario laboral las dos solas. Se sienta de nuevo en
el sofá y susurra para sí:
—¿Por qué le estoy dando tantas vueltas? —y, tras decidirse,
escribe su respuesta.
Didi
Vale, me has convencido.

Tras ese mensaje y de hablar de dónde quedar, se ofrece a ir al


barrio en el que vive Marta. Es una zona más céntrica que la suya,
donde hay más bares y locales para tomar algo.
Una vez que se viste para salir y se pone un gorro gris para
protegerse del frío, se asegura de que lo lleva todo, en especial las
llaves, y tras mirar a sus gatas, que la observan subidas a su
rascador, indica:
—¡No me echéis mucho de menos!
Dicho eso, cierra la puerta, sale de su edificio y va directa al
metro con una gran sonrisa en la boca. ¡Ha quedado con Marta!
En el andén no hay mucha gente, y afortunadamente el metro no
tarda en llegar. Cuando se monta en él puede hasta sentarse; ¡qué
suerte!
En cuanto se sienta, hace el movimiento de buscar sus
auriculares en el bolsillo del abrigo y suspira al recordar que los
perdió y que todavía no se ha comprado otros. Por lo que, sin
música, se dedica a observar a las personas que están en el vagón
y posteriormente entran y salen de él.
Cuando llega su parada Didi se baja, sube la interminable
escalera que la lleva al exterior, y tan pronto como sale a la
superficie el frío de Madrid la envuelve.
Al llegar a la calle, donde ha quedado con Marta, la ve más allá.
Lleva un abrigo largo y negro y una bufanda gris que le tapa media
cara. Sin embargo, por el modo en que Didi ve que se le achinan los
ojos, sabe que está sonriendo.
Llega hasta ella y Marta, sorprendiéndola, no tarda en acercarse
y saludarla con un cariñoso abrazo. «Qué bien huele», piensa Didi.
Durante unos instantes se abrazan, hasta que Marta se separa de
ella, se quita los auriculares y, cuando se los guarda en el bolso,
aquella le pregunta:
—¿Qué escuchabas?
—Una canción de Shawn Mendes. Otro dios griego.
Didi sabe quién es: otro de los millones de amores platónicos de
su amigo Sebas.
—El chico es mono, pero en cuanto a tíos te los dejo todos para
ti. Lo mío son las mujeres —bromea.
Marta asiente, sonríe y afirma:
—Perfecto.
Esa respuesta vuelve a desconcertar a Didi. Las chicas
comienzan a caminar. No tienen ninguna prisa ni destino al que
llegar, así que recorren lentamente las calles de Madrid charlando y
riendo. Mientras pasean esquivan a la gente como pueden. Al ser
sábado por la tarde hay más aglomeraciones de lo normal por la
calle. Marta señala un local y pregunta:
—¿Qué te parece si entramos en esa cafetería?
Didi asiente. Antes de entrar echa un rápido vistazo a la carta que
tienen expuesta fuera, pero solo encuentra dos opciones veganas.
—¿Quieres entrar en esta cafetería por algo en especial? —
pregunta.
Marta se encoge de hombros.
—Simplemente me ha llamado la atención, ¿no te gusta?
La joven morena suspira.
—No es que no me guste, Marta, pero... ¿te he dicho alguna vez
que soy vegana?
La rubia se apresura a negar con la cabeza; no tenía ni idea de
ese dato de Didi. Hoy ha vuelto a sorprenderla con otra cosa más.
—En esta cafetería no hay demasiadas opciones para mí, pero si
a ti te gusta entramos, a mí no me importa.
Marta niega con la cabeza. Quiere ir a un sitio donde las dos
estén bien, y, cogiendo con familiaridad el brazo de Didi, dice
comenzando a caminar de nuevo:
—No se hable más, buscaremos otro lugar. ¡Será por cafeterías
en Madrid!
Didi sonríe, le gusta oír eso. Las chicas miran en otros lugares y
prueban en un par de cafeterías más, pero la morena no da con lo
que quiere. Marta, bromeando al acercarse a otro sitio, dice:
—¿A la cuarta irá la vencida?
Durante unos segundos ambas se miran. Ahí las opciones para
veganos son más variadas, y Didi asiente con una sonrisa.
—Como tú has dicho, a la cuarta ha ido la vencida.
Las dos amigas sonríen y, sin dudarlo, entran en el local. El
ambiente es agradable. Hay bastante gente de su edad hablando y
pasándolo bien, y, tras saludarlas una camarera con gesto amable,
acompaña a las chicas a una de las mesas que hay junto a la
ventana.
Ellas se apresuran a deshacerse de sus abrigos y los dejan
colgados en un perchero que tienen junto a la mesa. El local tiene
una buena calefacción. Una vez que se sientan, miran la carta
durante un rato, eligen lo que desean tomar y se lo piden a la
simpática camarera.
Cuando esta se retira, Marta dice apoyándose en la mesa:
—Bueno, ahora que hemos encontrado por fin un sitio donde
tomar algo y no pasar frío, cuéntame cómo es que sabes francés.
Didi sonríe; le encanta estar ahí con su amiga. Se echa hacia
atrás en su silla, se acomoda contra el respaldo y contesta:
—Tampoco tiene tanta historia.
—Seguro que me gusta oírla —afirma la otra.
Didi asiente.
—Mi padre es francés y mi madre sudafricana.
—Muy holandesa no te veía yo, la verdad... —Marta ríe.
Su comentario hace reír también a Didi, que añade:
—Durante años vivimos en Francia, cada cierto tiempo
cambiábamos de región y..., bueno, de ahí mi buen nivel de francés.
—O sea ¿que lo hablas con fluidez?
—Oui —asegura ella.
—Y, siendo tu madre de Sudáfrica, ¿hablas alguna lengua más?
Didi sonríe. Su madre lo intentó con el zulú, pero, al no
necesitarlo a diario, ella nunca prestó mucha atención.
—Sé decir alguna cosa suelta en zulú, pero hablarlo como tal, no.
No tengo la fluidez que pueda tener con el francés o el español.
En opinión de Marta, las personas que dominan varios idiomas
son superinteligentes.
—Dime algo en francés —insiste.
Didi la mira divertida. ¿Por qué cuando la gente se entera de que
hablas una segunda lengua te pide que le digas algo en ese idioma?
La morena mira a su amiga a los ojos y, pensando en la preciosa
sonrisa que tiene, dice:
—Tu as un joli sourire.
—¿Qué significa? —no tarda en preguntar Marta.
Didi sonríe. Saber un idioma que otro no entiende siempre es
divertido, por lo que cruzándose de brazos responde:
—Ahora te vas a quedar con la duda.
—Nooooo. —exclama Marta, y le reprocha—: Espero que al
menos lo que me has dicho sea bonito...
Didi se encoge de hombros con picardía.
—Oye, ¿y cómo te apellidas? —pregunta la rubia a continuación
—. Porque siendo tus padres de sitios tan diferentes...
—Lassare Mohapi —responde Didi.
Marta la mira con cara de asombro.
—¿Te llamas Davinia Daniela Lassare Mohapi?
—Sí, esa soy yo —afirma.
Su amiga asiente y luego, sin dejar de mirarla, murmura:
—Vaya pedazo de combinación, tía..., tienes nombre de persona
importantísima.
Didi suelta una carcajada al oírla, y en ese instante la camarera
regresa con su pedido. Lo deposita sobre la mesa y, cuando se
marcha, Marta mira sus churros con chocolate y se le hace la boca
agua.
—¿Quieres? —ofrece a Didi.
Esta mira su plato y se apresura a decir:
—No, gracias.
Marta asiente. Y Didi, señalando lo que tiene frente a ella,
pregunta:
—¿Te apetece a ti probar el mío?
Con curiosidad, la rubia ojea el plato de su amiga.
—¿Qué lleva?
Didi trata de recordar lo que ha leído en la carta.
—Es una fajita pasada por la sartén con queso crema vegano,
tomate, espinacas, garbanzos cocidos... y algo más que no
recuerdo.
Marta cabecea. En otro momento lo probaría, pero, tras mirar sus
crujientes y suculentos churros, responde:
—Mmm..., no suena mal, pero ahora me apetece dulce.
—¡Pues... que aproveche! —la anima Didi.
—¡Lo mismo digo! —Marta sonríe.
Las dos dan el primer bocado a sus correspondientes meriendas.
Dulce y salado. Ambas están buenísimas. Y Marta, tras tragar un
bocado, pregunta:
—¿Por qué has dicho antes que os mudabais mucho?
Didi da un rápido sorbo a su vaso de agua y se seca los labios
con la servilleta.
—Porque el trabajo de mi padre lo requería, aunque casi siempre
fue dentro de Francia. Habré vivido en unas siete u ocho casas
distintas durante mi infancia.
Marta asiente. Una infancia como la suya debe de tener su
gracia.
—Madre mía, y yo que nunca me he mudado... —comenta.
—De eso que te has librado. —Didi ríe.
—Las mudanzas son un rollo, ¿no?
Didi sonríe. Y encogiéndose de hombros contesta:
—Al final eso es lo de menos, ya que te acabas acostumbrando,
y..., bueno, debo decir que tengo un máster en hacer y deshacer
cajas. —Ambas sonríen y Didi añade—: Lo peor era cambiar de
colegio, dejar de ver a mis amigos, volver a empezar... ¡Un lío!
Didi guarda silencio. Corta su fajita con cuidado y se lleva un
trozo a la boca mientras Marta la observa con ternura y
desconocimiento a la vez. Ella no ha vivido nada parecido. Entró en
su colegio de pequeña y salió al terminar los estudios con diecisiete
años.
—Imagino que tanto cambio no fue fácil para ti —dice intentando
entenderla.
La morena cabecea mientras recuerda cosas de su pasado que
la hacen sonreír.
—No, no era nada fácil ser la niña nueva de la clase cada dos por
tres. Pero también tengo que decir que, gracias a que siempre he
tenido este carácter tan extrovertido, nunca me costó demasiado
hacer amigos.
Marta asiente.
—Aprendí lo complicado que es llegar a un sitio y ser el nuevo —
añade Didi—. Por eso, siempre que había alguien nuevo yo era la
primera en acercarme y hacerme su amiga.
La rubia la observa con una sonrisa. Didi cada vez la atrae más.
—Eso dice mucho de ti —elogia—. No hay duda de que eres una
buenísima persona.
—¡Gracias! —Ella sonríe y, viendo cómo la mira, añade—: Al final
solo se trata de tener un poco de empatía.
—Me gusta eso.
Al oírla a Didi casi se le cae el tenedor de las manos. Pero ¿qué
le pasa con Marta, que se pone tan nerviosa?
—¿A ti te ha tocado ser la nueva alguna vez? —pregunta
entonces para disimular.
Marta mastica su churro con chocolate, le hace un gesto con la
mano y, cuando traga, responde:
—Yo empecé los estudios en un colegio concertado y los terminé
en el mismo. Mis compañeros fueron los mismos siempre, así que
nunca fui la nueva.
Durante un rato las dos amigas siguen charlando. Pero las voces
que da una familia que está sentada a una mesa situada a unos
pocos metros de la suya las distraen. Se trata de un padre, una
madre, una niña y un niño. Este último llora enfadado porque su
hermana no le deja sus juguetes, mientras los padres intentan que
bajen la voz.
Alertadas por los lloros, Marta desvía la mirada hacia ellos y se
los queda mirando unos segundos.
—Vaya pollo tienen montado —bromea Didi.
Marta asiente.
—¿Tú tienes hermanos? —le pregunta a continuación con una
sonrisa.
—No, soy hija única —y, cogiendo su vaso, bebe agua y se mofa
—: Mis padres dicen que conmigo han tenido más que suficiente. ¿Y
tú?
La rubia ríe por su comentario y murmura negando con la cabeza:
—Que yo sepa, tampoco. Aunque, la verdad, me habría
encantado.
—¿Que tú sepas? —repite Didi intrigada.
Marta asiente.
—Mis padres se divorciaron cuando yo tenía diez años y, aunque
con mi madre he llevado una vida normal y ordenada, con mi padre
fue diferente.
—Entiendo —afirma Didi.
Acto seguido guardan unos instantes de silencio, hasta que Marta
dice:
—Que yo sepa, no tengo hermanos. Pero a estas alturas..., ¡vete
tú a saber!
Ambas ríen y luego Didi pregunta interesada:
—¿Y cómo has llevado lo de ser hija de padres divorciados?
—Bien —y haciendo una mueca añade—: Es algo a lo que te
acostumbras o estás jodida. Y, bueno, en mi caso sucedió hace ya
unos años, aunque al principio tenía su pequeña parte buena.
—¿A qué te refieres?
—Eso de recibir ración doble de regalos en cumpleaños y
Navidad ¡era una pasada! —murmura Marta con gracia.
Ambas sonríen, pero Didi, que se ha percatado de algo, vuelve a
preguntar:
—¿Por qué hablas en pasado?
—Porque hace años que dejó de tener parte buena —dice Marta,
y encogiéndose de hombros suelta—: Llevo seis años sin ver a mi
padre. —Se limpia la boca con la servilleta y continúa—: Lo último
que sé de él es que hará como dos años que se echó novia, y lo sé
porque vi algunas fotos de ellos juntos en su Facebook.
Didi asiente. Está claro que a veces las relaciones familiares son
complicadas.
—Como padre, sigue ingresando dinero en mi cuenta todos los
meses, y en fechas señaladas me manda el típico mensaje de
«Feliz cumpleaños, hija» o «Feliz Navidad, hija». Pero hasta ahí. Ni
comer juntos, ni pasar el día juntos... ¡Nada!
—¿No os veis ni habláis pero te ingresa dinero? —pregunta Didi
confundida.
Marta asiente.
—Sí, debe de ser tan tonto que cree que el amor y el cariño de
las personas pueden comprarse con dinero —y, cambiando su tono
de voz a otro más tajante, indica—: Te aseguro que estaría igual de
enfadada con él aunque no me ingresara el dinero. De hecho,
durante un tiempo sentí ganas de devolvérselo, pero tras pensar
egoístamente, no lo hice; ¿sabes por qué?
—¿Por qué?
—Porque eso ayuda a que mi madre no tenga que trabajar el
doble.
Didi asiente y, como le encantan los chismes, no puede evitar
preguntar:
—¿Al menos fue un divorcio amistoso?
—Al principio parecía que sí —afirma su amiga—. Pero a medida
que pasaban los meses la cosa se torció. No se ponían de acuerdo
en nada y el divorcio se alargó mucho.
—Qué putada —murmura Didi.
—Pues sí —conviene Marta mirando a la familia de al lado—,
porque en la mayoría de los casos acabamos pagando los platos
rotos quienes menos lo merecemos: ¡los hijos! —y al ver que Didi
está muy seria, para quitarle dramatismo a la conversación Marta
mueve las manos con gracia e indica—: Y por todo esto siempre
digo que mi mejor amiga es mi psicóloga.
Ambas ríen con su comentario. Aun así está claro que Marta no
lo ha pasado bien con ese asunto, y la morena dice entonces para
desviar el tema:
—Había olvidado contarte que hace unos días YouTube me hizo
una recomendación musical que creo que era más para ti que para
mí, y tengo una duda.
Agradecida por el cambio de tema, Marta responde:
—¡Tú dirás!
Didi sonríe.
—¿Qué es el Festival de San Remo? —pregunta.
Nada más decir eso la rubia vuelve a sonreír, justo lo que ella
quería.
—¡No me digas que te recomendó Duecentomila ore de Ana
Mena!
—Sí —afirma Didi.
Marta asiente y, emocionada por hablar de algo que le gusta,
explica:
—El Festival de San Remo es un concurso musical que se
celebra todos los años en Italia. Diversos solistas o grupos compiten
presentando sus canciones y, en la última gala, se anuncia el
ganador del festival.
Didi la escucha atentamente.
—Y ese ganador decide si representar a Italia en Eurovisión o no,
que lo lógico es que diga que sí —explica una animada Marta—.
¿Te ha gustado la canción de Ana?
Didi, más tranquila por ver a su amiga sonreír de nuevo,
responde:
—Te voy a decir la verdad: me ha sorprendido.
—¿Por qué?
—Pues mira, cuando comencé a escucharla no estaba
convencida. Pero ahora llevo días tarareándola sin parar.
Marta asiente. Le encantan tanto Ana Mena como esa canción.
—Normal que no dejes de tararearla. Es buenísima, ojalá gane.
Ambas ríen y luego la rubia vuelve a hablar:
—Aunque también he de decir que eso me haría tener el corazón
dividido para decidir mi ganador entre Italia y España. Obviamente
quiero que gane España, pero, claro, me gusta tanto Ana Mena
que..., uf...
Didi no puede hacer otra cosa más que reír por los comentarios y
los gestos que hace la rubia. Marta es tan divertida, tan espontánea,
que le encanta. Cada vez le gusta más.
Durante el resto de la tarde siguen charlando y conociéndose un
poco más. Se cuentan cosas que no sabían la una de la otra y,
cuando quieren darse cuenta, es la hora de despedirse. Se les ha
pasado el tiempo volando. Y, según dicen, piensan que eso es
bueno, porque el tiempo vuela cuando lo pasas bien.
Mientras caminan por las calles de Madrid en busca de una
estación de metro para que Didi lo coja, se paran frente a un
semáforo que está en rojo. En un momento dado las manos de las
chicas simplemente se rozan y a Didi se le acelera el corazón
mientras piensa en cuánto le gustaría besar a Marta, pero no..., no
puede hacerlo. Es su compañera de trabajo y, además, ¿y si se está
equivocando en sus suposiciones?
No, lo mejor es seguir como están y no liarla más. Por ello,
cuando llegan al metro, se despiden con un abrazo y dos besos y,
en el momento en que se separan, algo hace que las dos se miren a
los ojos. Durante unos instantes Didi y Marta se miran. Está claro
que hay una atracción entre ellas, pero Didi, que no quiere líos, da
un paso atrás, sonríe y, como si no sintiera nada, se aleja sin más.
¿Habrá hecho lo correcto?
Capítulo 14

Los lunes suelen ser un martirio en el que parece que no pasan las
horas. Sin embargo, no ha sido así para Clara, que se ha tirado la
mañana de un lado para otro ayudando en todo lo que podía en la
oficina de Cecilia.
Antes de salir ha comido una ensalada rápida con su hermano y
después se ha ido directa a casa con la intención de descansar,
puesto que esa noche saldrá con Piero hasta tarde y quiere pasarlo
muy muy bien con él.
Hoy es San Valentín, y para una romántica como ella ese día ha
de celebrarse como es debido. Así pues, cambió su horario de
clases para poder estar con el italiano. Aunque, la verdad, Clara
empieza a tener sus dudas, ya que le ha enviado un mensaje de
felicitación a las nueve de la mañana y son más de las tres de la
tarde y todavía no ha obtenido respuesta. Más aún: Piero ni siquiera
lo ha leído.
Mientras piensa en eso, llega a su casa, donde lo primero que
hace es soltar el bolso, el móvil, coge la correa de Cora y sale con
ella a la calle. Por norma, disfruta del paseo diario con su perra.
Caminar tranquilamente siempre le permite desconectar, pero hoy
es imposible. Que Piero no le haya contestado al mensaje en un día
tan especial la tiene en un sinvivir.
Una vez que regresa a casa, tras ponerle a Cora su cazo con
agua fresca mira el teléfono, que ha dejado sobre la mesa antes de
salir. Lo ha hecho aposta, pues no quería estar mirándolo cada dos
por tres. Pero las ganas de comprobar si Piero ha visto su mensaje
hacen que lo coja y, al encenderlo, sonríe al leer:
Piero
Feliz San Valentín, amore!

Sí, sí, por fin lo ha visto y le ha contestado. Y Clara teclea feliz:


Clara
¡Feliz San Valentín otra vez, guapo! ¿Nos vemos
cuando termine las clases?

Él deja entonces de estar en línea. «¿En serio?»


Durante unos minutos la pelirroja espera, pero al ver que no
obtiene respuesta, programa la alarma, silencia el móvil y se tumba
en la cama a descansar un poco. Está agotada.
Una hora y media después se despierta cuando suena la alarma
de su móvil. Rápidamente lo coge para ver si Piero ha escrito, pero
no, sigue sin dar señales de vida. Molesta, se levanta y, tras saludar
a Cora, se asea, recoge todo lo que necesita para las clases y, justo
cuando está a punto de salir del piso, recibe un mensaje.
Piero
Non posso, esta tarde juego
al fútbol con amici.

Sorprendida, Clara alza las cejas. Si no ha hecho otros planes es


porque él le dijo que pasarían la tarde noche del 14 de febrero
juntos. Pero, como no le apetece enfadarse, y menos aún siendo el
día que es, escribe:
Clara
¿Sobre qué hora terminaréis?

Piero está en línea. Tras un minuto, ella ve que el italiano escribe


y poco después lee:
Piero
Non lo so. ¿Te aviso y vienes a cenar?

Clara lee el mensaje y frunce el ceño con incredulidad. De mala


gana suelta el móvil y protesta en voz alta:
—¿En serio pretendes que pase San Valentín contigo y tus
amiguitos?
Cora la mira, pues pocas veces ha oído ese tono de voz molesto
de su dueña. Y entonces Clara decide coger de nuevo el móvil y
responder a su mensaje:
Clara
Paso. Ya nos veremos otro día.

Y dicho esto, recoge el bolso para marcharse a sus clases pero el


móvil vuelve a sonar.
Piero
¿No quieres que cenemos hoy, amore?

Clara, molesta, responde con retintín:


Clara
No, amore.

Piero, que está en su casa con sus amigos, tras decirle a la novia
de uno de ellos que le ponga un café, teclea:
Piero
Perché?
La paciencia de Clara comienza a acabarse. ¿En serio es tan
tonto que no sabe por qué? Y, sin medias tintas, responde:
Clara
Pues muy fácil, Piero. Porque no me apetece ir a
cenar contigo y tus amigos la noche de San Valentín.
Prefiero quedarme en casa viendo una peli.

Él asiente. ¿Quién se cree que es esa española para hablarle


así? Y, sonriendo con mofa, escribe:
Piero
Bravo.

A la pelirroja la saca de sus casillas leer eso.


Clara
¿Bravo, qué?

Durante unos segundos ve que Piero escribe y borra, escribe y


borra, y finalmente recibe:
Piero
Me ne frego.

«¡Será idiota!», piensa. Clara sabe que eso significa «me da


igual», y lo sabe porque no es la primera vez que se lo dice. Está a
punto de mandarlo a la mierda cuando él añade:
Piero
¿Y si voy después?

No, ni de coña. Ahora Clara está enfadada.


Clara
Mejor que no, mañana madrugo.

No obstante, él insiste:
Piero
Pero ¿tu hermano estará en casa?
Sin dudarlo, la joven escribe un simple:
Clara
Sí.

Dolida, Clara opta por mentir. ¿Cómo puede preferir estar con sus
amigos a cenar con ella a solas en un día tan especial, y más aún
cuando fue él mismo quien se lo propuso?
Molesta, camina de un lado a otro del salón bajo la atenta mirada
de su perra. Ese mediodía, mientras comían en la oficina, Kevin le
ha dicho que aún no tiene claro si se quedará a dormir con su novio
siendo la noche que es o regresará a casa, ya que al día siguiente
trabaja.
Sabe que su hermano y su chico no van a hacer nada especial,
puesto que se van a ocupar de los sobrinos de Ángel para que su
hermana y su cuñado puedan tener una noche romántica por
primera vez en tres años. Rocío, la hermana de Ángel, se lo pidió y
este, tras hablarlo con Kevin, decidieron hacerles el favor. Sus
padres están en Murcia, y solo Kevin y Ángel podían quedarse con
los niños.
El sonido de su móvil la saca de sus pensamientos.
Piero
Ciao, amore.

Clara cabecea con fastidio. Tras la reacción del italiano, lo último


que le apetece es verlo. Ella planeando una noche bonita y
romántica y él, comportándose así.
—Esta es la gota que colma el vaso, amore... —murmura.
Durante unos segundos duda si decirle algo más. Con lo
enfadada que está pasan miles de cosas por su cabeza, pero
finalmente decide ser precavida, no actuar en caliente, y, tras
guardarse el móvil en el bolso, se va a dar sus clases.
Mientras camina por la calle su mente no para de pensar. La
verdad es que no lleva tanto tiempo viéndose con Piero. Tienen
algo, pero tampoco quizá como para celebrarlo en San Valentín.
Poco a poco empieza a quitarle importancia. Total, Piero no es su
novio, solo es un rollo. ¿Por qué enfadarse con él?
«Quizá le estoy dando más vueltas de las que debería», se dice.

Esa tarde, cuando Clara termina de dar sus clases, vuelve a casa
algo desanimada. Es San Valentín y ella está sola. Todos tienen
planes a excepción de Didi, que trabaja. ¡Qué mala suerte!
Cuando entra en el piso, como siempre, Cora acude a su
encuentro. Los recibimientos de su preciosa y pequeña perra
siempre son de lo mejor y, tras agradecérselo, deja el bolso, coge la
correa y sale a la calle con ella para darle su paseo.
En el camino se cruza con diversas parejas que van abrazadas.
Algunas incluso llevan ramos de rosas y esas cosas que se regalan
el día de San Valentín, y la pelirroja los observa con cierta envidia.
¿Por qué no puede encontrar ella un amor así?
Tras darle un buen paseo a Cora, cuando regresan a la casa
Clara decide que no le apetece prepararse nada de cena, así que,
tras desbloquear el móvil, entra en una app y opta por pedir al
Telepizza más cercano. La boca se le hace agua imaginando la
pizza carbonara con doble de queso que se va a pedir. Ese
pensamiento hace que sonría. Si Piero lo supiera pensaría más en
las calorías que va a ingerir que en el gusto de comer. Eso también
le hace pensar en Jacob. No ha vuelto a hablar con él, a excepción
de los mensajes que intercambian por el grupo de WhatsApp.
¿Tendrá planes con la tal Raquel?
Finalmente se aparta la idea de la cabeza y pide lo que quiere por
la aplicación. La pizza tardará una media hora en llegar, así que
mientras tanto irá a ducharse y ponerse el pijama.
Veinticinco minutos después, justo cuando baja al salón suena el
telefonillo. Es el repartidor. Con una sonrisa Clara lo atiende y, una
vez que se despide de él, pasa por la cocina para cogerse algo de
beber con la caja de la pizza en la mano y, con Cora olisqueando el
aire detrás de ella, se dirige a la mesa del salón. Allí, tras comprobar
la deliciosa pinta que tiene la pizza y abrirse el refresco, enciende el
televisor y busca algo que pueda ver. Rápidamente descarta las
películas románticas, ese no es el día. Haciendo caso de la
sugerencia que le hizo su amiga Amanda, entra en Disney+ y pone
Encanto.
—¡Veamos qué tal! —afirma sonriendo.
Cuando la película empieza, Clara da buena cuenta de la pizza.
Está riquísima y, como siempre, al final tiene que compartirla con
Cora. La perra no para de darle la pata, quiere probar eso que huele
tan bien y, entre risas, ve la película, come, bebe y atiende a su
perrita.
Cuando un buen rato después la película termina, se despereza
en el sofá y murmura:
—Jo, qué bonita ha sido.
Cora está dormida al otro lado del sofá. Clara se levanta y va a
coger la caja de la pizza para llevarla a la cocina cuando su móvil
vibra. ¿Será Piero?
Rápidamente lo mira y sonríe al leer:
Didi
¿Cómo va tu día de San Valentín, reina? Si estás
ocupada, no respondas .
A Clara le hace gracia el mensaje, así que abre la caja de la
pizza, les hace una foto a los bordes de la misma que ha dejado y
se la manda.
Clara
¡Genial! Me acabo de comer esta pizza entera yo sola
y he visto la peli de Encanto. Por cierto, te la
recomiendo.

Sorprendida, Didi, que está en el súper trabajando, escribe:


Didi
¿Y el italiano dónde está?

Clara suspira. Eso quisiera saber ella.


Clara
Cenando con sus amigos, con los que se ha tirado
toda la tarde jugando al fútbol.

Boquiabierta, Didi maldice. Ese imbécil cada vez le cae peor.


Didi
¿Perdón? ¿Me estás vacilando?

Clara niega con la cabeza y, con gesto derrotado, contesta:


Clara
Ojalá.

Didi no puede creerse lo que está leyendo. Si hay una persona


romántica en el mundo esa es Clara. Sabe lo importante que es San
Valentín para ella. Es más, le contó que Piero le había propuesto
que lo pasaran juntos. E, incapaz de callarse, envía:
Didi
Menudo imbécil. Al menos te habrá regalado algo,
¿no?

Clara se ríe. Decide que es mejor intentar tomárselo a guasa.


Clara
Ni nos hemos visto. Y mira que yo con una flor me
conformo, jajaja. Pero, vamos, al fin y al cabo,
tampoco somos nada. Solo nos estamos conociendo.

Didi asiente. Sabe que eso es cierto, pero, joder, ¡es San
Valentín! Y si al principio de una relación esos días no se tienen en
cuenta, ¿cuándo van a hacerlo?
Necesita ayudar a su amiga, y de pronto se le ocurre algo. Pero
para ello no solo debe dejarla tirada en WhatsApp, sino que además
tiene que mentirle.
Didi
Reina, tengo que dejarte, que me llama Martín. Luego
te escribo.

Clara responde con un emoticono de un corazón rosa y,


sonriendo, se tumba junto a Cora. Al menos la tiene a ella.
Capítulo 15

Didi, a la que le ha dado mucha rabia saber eso de su amiga,


resopla. Se le ha ocurrido algo, pero ella sola no puede llevarlo a
cabo.
Como ha entrado en el turno de las dos y media a trabajar en el
súper, sabe que hasta las once y media de la noche como mínimo
no va a salir. Por ello, busca a Marta, se acerca a ella y, bajando la
voz, explica:
—Voy al baño. Si me busca Martín, cúbreme, porfa.
Sorprendida, la rubia la mira y pregunta:
—¿Pasa algo?
Didi niega con la cabeza, y Marta, inquieta, insiste:
—¿Estás bien?
—Sí, yo sí. Tranquila —y añade al verla preocupada—: Pero mi
amiga Clara me necesita. Luego te lo cuento.
Eso tranquiliza a Marta, que sabe quién es Clara.
Didi mira a su alrededor y, al no ver a Martín, corre hacia los
aseos. Una vez que entra en el de mujeres y cierra con el pestillo,
saca su móvil del bolsillo de su pantalón y teclea:
Didi
¿Te pillo ocupado con alguien?

Jacob, que está en tirado en el sofá de su casa jugando con la


PlayStation, no tarda en responder.
Jacob
No.

La joven sonríe y rápidamente escribe:


Didi
¿Puedo llamarte por teléfono?

Jacob
Por supuesto.

Sin esperar un segundo, ella lo llama y él descuelga divertido.


—Guau..., en los años que llevamos siendo amigos nunca me
habías llamado por teléfono. Sí que tiene que ser serio para que lo
hagas.
Didi asiente. Tiene razón, ella es más de mensajitos.
—Jacob, tenemos una emergencia —susurra.
—No me asustes. ¿Le ha pasado algo a alguien? —dice él en el
mismo tono bajo.
Didi, entendiendo que él pueda pensar que es otra cosa, se
apresura a aclarar:
—Tranquilo, todos están bien, que yo sepa.
Él se tranquiliza al oír eso y, a continuación, replica:
—¿Por qué susurramos?
Didi sonríe. Parecen dos espías hablando entre susurros.
—Porque me he encerrado en el baño del súper para llamarte:
como me pille el gerente me la cargo.
—Vale, cuéntame.
—Es por Clara.
Al oír eso el chico pega un respingo en el sofá.
—¿Qué ha pasado?
Oír ese tono de voz era lo que Didi esperaba. Aunque él no dice
nada, la chica nota que su amigo está totalmente colado por Clara.
—Bueno, cálmate, que no es nada grave.
—¿Qué pasa? —insiste él con seriedad.
—Que el gilipollas del italiano la ha dejado tirada en San Valentín.
Jacob asiente sin moverse. La imagen que él tiene del italiano no
es muy buena, y por los comentarios de Didi sabe que ella mucho
cariño tampoco le tiene. Pero eso es cosa de Clara y él no debe
meterse.
—A ver, Didi...
—El caradura de Piero, tras haber quedado con ella, ha preferido
cenar con sus amiguitos...
—Menudo imbécil —murmura él.
—Eso mismo he dicho yo.
Jacob suspira. No le gusta nada oír lo que su amiga le cuenta.
—¿Y dónde está Clara? —quiere saber a continuación.
—En el piso de Kevin.
—¿Y por qué me llamas precisamente a mí?
Didi resopla. Sabe que el resto de sus amigos están ocupados
con sus propios planes. Y, cerrando los ojos, musita:
—Porque estoy segura de que nadie quiere a Clara como tú.
Jacob sonríe al oírla. Sabe lo lista que es su amiga y que, aunque
él nunca le haya confirmado nada, sospecha muchas cosas. Adora
a Didi, y también su sinceridad y su intuición.
—Qué cabrona... —Ella sonríe, y luego él pregunta—: ¿Qué es lo
que quieres que haga en realidad?
Su amiga asiente, suspira y, con sinceridad, suelta:
—Tengo una idea. Pero como los demás estarán ocupados, como
buenos amigos suyos que somos, nos toca a nosotros llevarla a
cabo.
Jacob, que la conoce, se levanta del sofá y dice:
—Sorpréndeme.
Didi cabecea.
—Conociendo a Clara, con lo romántica que es, se habrá pasado
el día fantaseando con tener una bonita cena y recibir un regalito de
su parte —explica rápidamente—. A ver, sé que esto que te digo es
una putada para ti, pero, Jacob, no podemos permitir que nuestra
amiga se vaya a la cama teniendo un San Valentín de mierda por
culpa de ese caradura.
Él suspira. Su San Valentín también ha sido de mierda. Y, aunque
le duela verse metido en eso por los sentimientos que tiene hacia
Clara, no lo puede evitar, y dice:
—Opino igual.
De inmediato se encamina hacia su habitación. Está solo en casa
porque su madre ha salido con su grupo de amigas para celebrar
San Solterín, como dicen ellas. Lleva todo el día oyéndola hablar de
lo bien que lo va a pasar esa noche.
—La idea es comprar unos bombones, chuches, flores... —
sugiere Didi—, lo que sea, e ir a dárselo antes de que pase el
puñetero día de San Valentín. El problema es que yo no salgo de
trabajar hasta dentro de al menos veinte minutos y no llegaría a
tiempo para dárselo.
Jacob lo valora. Sabe que hacer eso es ser un idiota redomado, y
más cuando ella está pensando en otro, pero, deseoso de saber que
Clara está bien, se ofrece:
—Vale, yo me encargo de llevárselo.
—¡Eres el mejoooor!
—Más bien soy un gilipollas...
—¡No digas eso, Jacob! —musita Didi apenada.
Él cierra los ojos. Es consciente de que va a hacer el idiota, pero
es incapaz de negarse. Sabe que al cabo de diez minutos puede
estar en casa de Clara, así que pone el manos libres en el móvil y
comienza a cambiarse de ropa. Va a hablar de nuevo cuando Didi
pregunta:
—¿Estás en casa?
—Sí, pero en cinco minutos estoy saliendo por la puerta —dice
poniéndose una sudadera.
—¡Genial! —exclama ella.
—¿Dónde crees que podré encontrar algo para ella a estas
horas?
Didi piensa a toda prisa durante unos segundos.
—Me da a mí que vamos a tener que tirar de alguna gasolinera
de esas que abren las veinticuatro horas.
—Vale, sé dónde hay una.
Jacob se pone unos pantalones vaqueros y las deportivas.
—¿Crees que te dará tiempo? —le pregunta su amiga.
—Eso espero.
Entonces la puerta del baño se abre y Didi deja de hablar al
instante. Alguien ha entrado. Suenan un par de sutiles golpes en la
puerta y luego oye:
—Didi, Martín ya ha preguntado por ti dos veces.
La chica respira tranquila, pues es Marta.
—Joder, ese tío está obsesionado —murmura.
—¿Quién, yo? —pregunta extrañado Jacob al otro lado del
teléfono.
—No, el gerente, que es pesadísimo —se queja ella—. Tengo
que colgar.
Acto seguido quita el pestillo, abre la puerta y le hace una seña a
Marta para que le dé un segundo, y Jacob indica:
—Claro, no te preocupes.
—Ve poniéndome al corriente de la situación, ¿vale? —le pide
ella.
Jacob vuelve a coger el móvil, quita el manos libres, se lo lleva a
la oreja y, haciendo reír a su amiga, dice:
—Por supuesto, somos el Escuadrón Emergencia.
Los amigos se despiden y Didi cuelga.
—¿Ya está? —pregunta Marta interesada.
Didi abre la puerta y, cuando salen del baño intentando que
Martín no las vea, susurra:
—Luego te cuento.
Marta asiente. Se separan y continúan trabajando.
Capítulo 16

Jacob coge la cartera, las llaves y se pone un abrigo. Consciente de


dónde está la gasolinera que necesita, conecta sus auriculares
inalámbricos al móvil, elige la canción La Faraona de Fredi Leis y
empieza a caminar a paso ligero para llegar a tiempo.
Hace bastante frío, pero, solo un par de canciones después
Jacob entra en la gasolinera.
—Buenas noches —lo saluda la dependienta.
—¡Hola! —dice él.
Rápidamente echa un vistazo en busca de algún regalo propio de
San Valentín. Por suerte ve que quedan dos pequeños ramos de
flores algo pachuchas. Coge uno y luego va hasta la estantería de
las chocolatinas, donde comprueba que aún quedan cajas de
bombones de los que le gustan a Clara. Con todo ello en las manos,
se acerca a la cajera para pagar y esta, sonriendo, le pregunta:
—¿Regalito de última hora?
Jacob asiente. Si ella supiera que es para la chica a la que adora
pero que esta quiere a otro, pensaría que es un gilipollas, como
ahora mismo piensa él.
—Sí —dice simplemente.
—Sin duda es una chica afortunada —añade la dependienta.
Jacob paga, se despide de la joven y sale a toda pastilla de la
tienda.
Una vez en la calle, mira el reloj. Tiene menos de veinticinco
minutos para llegar. Se dirige al metro todo lo rápido que puede y lo
pilla a tiempo de entrar y que las puertas se cierren a su espalda.
¡Qué suerte ha tenido!
Toma asiento, solo serán tres paradas. Durante el trayecto mira a
su alrededor y ve que está rodeado de parejas, o al menos a él se lo
parecen. Las observa con cierta envidia. A pesar de llevar flores y
bombones en la mano hace demasiado que no tiene con quién
celebrar un día tan especial. De pronto recuerda que ha prometido
mantener informada a Didi, así que aprovecha la espera para
hacerles una foto a las cosas que ha comprado y mandársela. No
pasan ni dos minutos cuando recibe un mensaje suyo:
Didi
Genial. La misión del equipo va a salir
a la perfección. Si puedes, hazme videollamada para
ver su cara, porfa.

Él sonríe. Hay que ver lo que le gusta el salseo a Didi.


Jacob
Por supuesto.

Los minutos pasan y por fin llega a su parada. Sale del metro y, a
paso acelerado, camina hacia el portal de Clara pensando en qué va
a decirle cuando llame al interfono. Sin embargo la suerte está de su
lado, pues justo coincide con una pareja que sale del portal y él
aprovecha para entrar. Se sube al ascensor, le da al botón de la
octava planta y hace una videollamada a Didi.
Clara, que está tirada en el sofá hablando por el manos libres del
móvil con su amiga Amanda, se sorprende al oír que llaman a la
puerta.
—¿Eso ha sido el timbre? —le pregunta esta.
—Sí —responde ella extrañada.
—¿A estas horas?
Clara se quita de encima a Cora con cuidado.
—¿Será tu hermano? —sugiere Amanda.
Clara asiente, pues no espera a nadie.
—Seguramente sea él. Imagino que se habrá dejado las llaves.
La pelirroja se levanta con el móvil en la mano y se encamina
hacia la puerta con Cora detrás. Está convencida de que es Kevin,
pero abre y se encuentra con Jacob.
—¡Sorpresaaaaaa! —exclama él con una bonita sonrisa.
Clara parpadea sorprendida. ¿Qué está haciendo Jacob en su
casa? Y entonces, desde el teléfono de él, oye:
—¡Holaaaaa!
Sin dar crédito, da un paso atrás al ver a Didi a través de la
pantalla del móvil. Sonríe sin entender nada, y en ese momento
Amanda, que sigue en su teléfono en modo manos libres, pregunta:
—¿Es tu hermano?
Clara mira a Jacob a los ojos y ambos sonríen.
—Si es el idiota de Piero, ya le estás pasando el móvil para que
yo le diga cuatro cositas —se oye decir a Amanda.
La pelirroja finalmente consigue reaccionar.
—Son mis amigos —dice confundida—. Amanda, tengo que
dejarte, luego hablamos, ¿vale?
Al ver la prisa de su amiga por colgar, esta se despide:
—De acuerdo, Clarita. Un besooo.
Ella cuelga la llamada y mira a Jacob, que está frente a ella con
el móvil en la mano, y a Didi, que la saluda a través de él:
—¡Holaaaaaaaa!
Un extraño silencio se hace de pronto; entonces Jacob, que no
sabe realmente qué hacer o qué decir, suelta:
—¿Pensabas que íbamos a dejar que terminases este San
Valentín sin recibir flores?
Según dice eso mueve el brazo, que tenía escondido a la
espalda, y pone frente a ella el ramo de flores mustio y la caja de
bombones. Se siente ridículo.
—¿Esto es para mí? —pregunta Clara confusa.
—¡Claro, tía! —dice Didi a través del teléfono.
Jacob sonríe incómodo, pues la situación es surrealista.
—No entiendo nada —murmura Clara mientras coge las flores y
los bombones.
El chico vuelve a sonreír y piensa: «Yo tampoco».
—Vamos a ver, señorita Clara —se oye decir entonces a Didi a
través del móvil—. Como amigos tuyos que somos y que te
queremos, no podíamos permitir que tuvieses un día de San
Valentín como este.
Clara los mira sin dar crédito. Entonces ¿Jacob sabe lo que le ha
pasado?
«¿Qué ha hecho Didi?»
Y, mirando a la pantalla, va a hablar cuando Jacob tercia:
—Como bien ha dicho nuestra amiga, quienes te queremos nos
preocupamos por ti.
Bloqueada como pocas veces en su vida, y comenzando a
entender la situación, Clara pregunta:
—Pero, vamos a ver, ¿qué estáis tratando de decirme?
Didi y Jacob sonríen. Clara mira a su amigo e insiste:
—¿Has venido hasta aquí, a estas horas, solo para darme esto?
Jacob asiente sin dudarlo.
—Por supuesto que sí.
Clara se lleva las manos a las mejillas azorada. Es una preciosa
demostración de cariño.
—Mira, reina —interviene Didi—, no íbamos a permitir que
terminases el día sin al menos unas flores. Si no te las regala el
caradura ese al que cada día le tengo más manía, aquí están tus
amigos para hacerlo.
La pelirroja se acerca a Jacob emocionada y lo abraza. Él la
acepta con una sonrisa y, cuando Clara se aparta, murmura
mirándolos a ambos:
—Muchísimas gracias, de verdad. Es un detalle precioso.
Jacob gira el móvil para que Didi la vea e indica:
—La misión del Escuadrón Emergencia ha sido todo un éxito.
Ambos se ríen, mientras que Clara murmura:
—Todo esto parece sacado de una película...
—Si es que al final somos unos románticos —bromea Didi, y, con
la excusa perfecta se despide de ellos para dejarlos a solas—.
Bueno, os dejo, que ya he llegado a casa y todavía tengo que
ducharme y cenar. Un besooo.
Dicho eso, cuelga. Ha visto la situación ideal para dejar solos a
sus amigos. Quizá de esto salga algo bueno.
Jacob y Clara se miran y luego ella comenta:
—No me puedo creer que hayáis hecho esto por mí.
Él sonríe. Le encantaría decirle que haría lo que fuera por ella,
pero se aparta un mechón rubio del rostro y simplemente responde:
—Ha sido todo idea de Didi, el mérito es suyo. Yo solo he
ayudado a llevarlo a cabo.
Clara niega con la cabeza. Eso no es así.
—El mérito es de los dos —asegura.

Entretanto Kevin acaba de entrar en el portal del edificio. Al final ha


decidido dormir en casa, ya que a él le toca madrugar, mientras que
a su novio y a sus sobrinos no.
Una vez que sube al ascensor, pulsa el botón del octavo piso y,
cuando llega a la planta y las puertas se abren, oye unas voces
conocidas que provienen de la puerta de su casa.
—Si no haces estas cosas por alguien a quien quieres, ¿por
quién las vas a hacer?
En ese instante Clara ve a su hermano, que los mira
desconcertado mientras piensa: «¿Qué me he perdido?».
Cora se acerca corriendo a Kevin, que no duda en agacharse y
cogerla en brazos.
—Hola, Kevin, al final has venido —saluda Clara.
El pelirrojo se acerca a ellos sin tener claro qué pasa o qué ha
interrumpido
—Sí, prefería dormir en mi cama —murmura.
Jacob y Clara lo miran mientras él los mira a ellos. La situación es
rara, así que Kevin pregunta:
—¿Entras en casa, Jacob?
Al oír eso Clara se da cuenta de que, a causa de la sorpresa, ni
siquiera lo ha invitado a entrar.
—No, gracias —se apresura a decir él—. Yo ya me iba.
Clara se entristece al oír eso.
—¿No quieres tomar algo? —le pregunta.
Jacob niega con la cabeza. La situación ya es demasiado ridícula
como para continuar alargándola.
—Te lo agradezco, pero debo marcharme.
Y, sin más, se da la vuelta. Camina hacia el ascensor, pero antes
de llegar nota que alguien lo coge del brazo y, al volverse, se
encuentra con Clara, que lo mira con una bonita sonrisa y susurra:
—Muchas gracias por los regalos, son preciosos, y tú eres genial.
Jacob sonríe y ella, acercándose, le da un cariñoso beso en la
mejilla. Bloqueado, el chico no sabe qué hacer, y al sentir también la
mirada de Kevin, abre la puerta del ascensor y bromea:
—No os comáis todos los bombones esta noche, que os conozco.
Dicho esto cierra a su espalda, y acto seguido Clara y Kevin se
miran.
—Eehhh..., ¿tienes que contarme algo? —no duda en preguntar
él al ver que ella sujeta un ramo de flores y una caja de bombones.
Los hermanos entran con Cora en la casa. Kevin cierra la puerta
y Clara, sonriendo, responde:
—Que ha sido el San Valentín más raro y bonito de mi vida.
Kevin asiente, aunque no entiende nada. ¿Qué hacía Jacob
llevándole unos regalos a su hermana cuando debería haber sido
Piero? Y, viendo que Clara no puede parar de sonreír, y pensando
que ya la interrogará en otro momento, asegura:
—Te perdono los detalles porque es tarde y mañana hay que
madrugar mucho, pero con verte sonreír así me conformo.
Minutos después, una vez que los hermanos se despiden y cada
uno se marcha a su habitación, Clara, contenta, mira el ramo de
flores que Jacob le ha llevado. No sabe qué pensar al respecto. De
pronto su móvil se ilumina y le da un vuelco el corazón. Al cogerlo
ve que tiene varios mensajes de Amanda.
Amanda
Tía, ¿estás bien?
Amanda
Clara, dime algo.
Amanda
Claritaaaaaa...

Pobrecilla, con el subidón del momento ha olvidado por completo


escribirle, y, tumbándose en la cama con una sonrisa de oreja a
oreja, teclea:
Clara
Perdona, pero entre una cosa y otra he olvidado
escribirte. Como le he dicho a mi hermano hace unos
instantes, solo te diré que ha sido el San Valentín más
raro y bonito de mi vida.
Capítulo 17

Comienza un nuevo día, y Kevin y Clara se levantan y se preparan


para ir a la oficina de su tía. Mientras él termina de ducharse, su
hermana mira por decimoquinta vez el ramo de flores que sus
amigos le regalaron y que le llevó Jacob y sonríe. ¡Qué detalle tan
bonito!
Aún como en una nube por lo que vivió la noche anterior, entra en
la cocina con las flores en el jarrón y las deja sobre la encimera,
junto a los bombones. Después coge el cuenco de su perra, lo llena
de pienso y se lo pone para que desayune.
Cuando oye a su hermano salir de la ducha, empieza a preparar
las tostadas. Sabe que aparecerá de un momento a otro
perfectamente vestido, y, tras mirar su móvil, lo coge y desbloquea
la pantalla. Sigue sin tener noticias de Piero.
Cinco minutos después, cuando deja sobre la mesa las tostadas
listas, Kevin entra y abre un armario del que saca un bote de
Nutella. Sabe cuánto le gusta el chocolate a su hermana.
—El chocolate siempre es bueno para desahogarse —dice
colocándolo frente a ella.
Clara sonríe. A menudo ambos se han puesto hasta las cejas de
chocolate a raíz de algún problema, pero suspira y responde:
—Hoy prefiero una tostada con aguacate.
—Vayaaaa, ¡eso es nuevo! Pues yo me la haré con tomate y
aceite. —Kevin ríe dejando la Nutella en la encimera.
Ella lo mira, pues no está para bromas. Kevin se sienta a su lado
con un tomate y la aceitera.
—¿Puedo preguntarte ya qué pasó con el italiano?
Clara afirma con la cabeza, luego toma aire y se lo cuenta. Él la
observa sorprendido y, cuando termina, inquiere:
—Lo mandarás a la mierda definitivamente, ¿no?
Ella niega. Ya no está tan enfadada como la noche anterior.
—A ver, Kevin...
—No, no, no. No empieces a justificarlo —replica con seriedad—.
¿Me estás diciendo que, después de haber quedado contigo, ese tío
decide ir a cenar con sus amigos y pretende que tú aceptes ir con
todos ellos?
Clara no contesta y él continúa:
—Mira..., sabes que yo no me meto en tu vida, porque si quiero
que respeten la mía, primero tengo que respetar la de los demás.
Pero eres mi hermana y te conozco. Y solo con eso que me has
contado, sé que ese tío no te va a hacer feliz. ¿Qué haces con él?
—Me gusta... —responde Clara con sinceridad.
Él asiente. La entiende, puesto que él mismo estuvo en el pasado
con personas que no le convenían precisamente porque le
gustaban, pero insiste:
—¿Y solo porque te gusta vas a tragar con lo que te hizo?
Clara resopla. Su hermano se lo ha tomado a la tremenda.
—Vale —dice—. Mira, no quiero seguir hablando de esto.
El pelirrojo cabecea. Sabe que cuando su hermana se niega a
hablar de algo es difícil sonsacarla, y, tras coger la taza, da un trago
a su café. Durante unos minutos ambos permanecen en silencio
hasta que ella pregunta:
—¿Y esa pulsera?
Kevin sonríe al oírla. Deja la taza sobre la mesa y contesta
enseñándole la muñeca izquierda:
—Me la regaló Ángel ayer.
Es una pulsera hecha de pequeñas piedras negras y redondas.
—Qué bonito detalle, y la pulsera es preciosa —comenta ella.
Le parece muy bonito que Ángel le hiciese ese regalo a su
hermano ayer. Ella también esperaba algún detalle del chico con el
que creía tener algo, aunque al final lo recibió de otro. Rápidamente
sus ojos reparan en los bombones y en las flores que hay sobre la
encimera, pero vuelve la mirada hacia su hermano y pregunta:
—¿Y cómo no me la enseñaste anoche?
Kevin enarca una ceja.
—Perdona —dice—, pero anoche, cuando llegué, estabas
ocupada... —y antes de dar un mordisco a su tostada con tomate y
aceite añade—: ¿Puedo preguntarte sobre ello o tampoco quieres
hablar de eso?
Clara resopla. Sabe lo que opina su hermano de Jacob.
—Todo fue cosa de Didi, que no sabe estarse quieta —asegura
—. Hablé con ella, le comenté lo de Piero y..., bueno, embaucó a
Jacob para que viniera.
Su hermano asiente. No le hace falta hablar con Jacob para
saber que Didi no tuvo que embaucarlo mucho para que fuera.
—Así que, como ella no podía venir porque estaba en el súper,
habló con Jacob y él se presentó aquí con las flores y los bombones
—termina Clara.
Kevin sigue pensando lo mismo desde que conoció a Jacob: él y
su hermana hacen la pareja perfecta.
—Qué gesto tan bonito, eso sí que es amor. Qué pena que solo
seáis amigos... —suelta con cierto retintín.
Su comentario hace que se gane una mirada de reproche de
Clara. No es la primera vez que él o Didi se refieren a Jacob como
su pareja ideal.
—Sabes que si Didi no hubiera estado trabajando habría venido
ella, ¿no? —le reprocha sin saber muy bien por qué.
Él asiente con la cabeza.
—Conociéndola, no lo dudo ni un segundo, pero..., ya ves,
casualidades de la vida.
Los mellizos comparten muchas opiniones, y ambos están
seguros de que Jacob siente algo por Clara. Solo hay que ver cómo
la mira cuando está con ella para darse cuenta.
En ese momento suena el timbre de la puerta y eso hace que
Cora salga corriendo hacia allí mientras ladra.
—¿Esperas a alguien? —pregunta Kevin.
—No.
—¿Has pedido algo por Amazon? —insiste el pelirrojo.
Clara niega con la cabeza y él, dejando su tostada en el plato, se
pone en pie y se dirige hacia la puerta.
Una vez allí, sonríe al ver a Cora dando unos graciosos saltitos.
Abre y, sorprendido, se encuentra con un chico al que no ha visto
antes en persona, pero, por las fotos que le ha mostrado su
hermana, sabe que es Piero. Alto, moreno, estiloso en el vestir,
sonrisa de sinvergüenza... «El italiano», piensa mientras observa
que lleva un gran ramo de rosas rojas y un peluche en las manos.
—Buongiorno.
—Buenos días —responde Kevin con seriedad.
Durante unos segundos ambos se miran en silencio, hasta que
Piero pregunta sonriendo:
—¿Está Clara in casa?
Kevin asiente. Solo hay que ver el modo en que sonríe el italiano
para comprender que es un chulo. Sin embargo, respeta la decisión
de su hermana y, aunque le joda, contesta:
—Sí, pasa.
Piero obedece mientras Kevin aparta suavemente a Cora con el
pie para que no tropiece. La perrita es especialista en meterse entre
las piernas de la gente.
El italiano mira al pelirrojo. Sin necesidad de preguntar, intuye
que es el hermano de Clara, y cuando va a hablar este dice:
—Sígueme. Está en la cocina.
Piero echa a andar detrás de él y, al entrar en la cocina y ver a
Clara desayunando, la saluda con efusividad:
—Buongiorno, amooore!
Clara se sorprende al verlo, pero a la vez maldice. ¿Qué está
haciendo ahí?
Mira a Kevin, que se encoge de hombros, mientras Piero se
acerca a ella. Va a darle un beso en los labios, pero Clara gira la
cara sin dudarlo y pone la mejilla. Ese gesto hace sonreír a Kevin,
pero no a Piero, aunque intenta que no le afecte. Una vez que le da
el beso en la mejilla, extiende los brazos ante ella con los regalos
que ha llevado y anuncia:
—Toma, tutto questo è per te.
Ella asiente. Luego mira las flores y el peluche, los coge por no
hacerle un feo y, para no hacerlo sentir mal, le dedica una sonrisa a
modo de agradecimiento antes de volverse y dejarlo todo sobre la
encimera.
De pronto la tensión que hay en el ambiente podría cortarse con
un cuchillo. Clara no está por la labor de presentárselo a Kevin,
pues sigue enfadada con Piero. El pelirrojo se mueve incómodo. Él
no pinta nada ahí. Sabe que irse a su habitación no serviría de
nada, la conversación que deben tener esos dos tiene que ser en la
más absoluta intimidad, así que, excusándose, mira a Cora, que
está sentada a sus pies, y dice mientras la coge en brazos:
—Bueno, voy a ir a darle un paseo a Cora antes de que nos
vayamos a la oficina.
Los hermanos intercambian una mirada. Clara sabe que él hace
eso para quitarse de en medio.
—Vale —le dice—, pero no tardes.
Piero y Kevin se miran. El italiano hace un pequeño movimiento
con la cabeza y él, sin muchas ganas de confraternizar, da media
vuelta y sale de la cocina. Una vez que llega a la puerta, se pone su
abrigo, le pone también a Cora el suyo y, tras coger las llaves y la
correa de la perra, sale del piso.
—Qué poco se ha molestado en conocerla —murmura mirando al
animal en cuanto están ya en el ascensor—. Si se hubiera
preocupado un poquito, sabría que a Clara nunca le han gustado los
peluches.
En el interior de la casa ella y Piero continúan en silencio. El
ambiente sigue siendo incómodo, y parece que ninguno se anima a
romper el hielo. Clara se sienta entonces de nuevo, coge su tostada
con aguacate y le da un bocado nerviosa.
—Come stai? —pregunta él.
Intentando aparentar tranquilidad, ella mastica y responde:
—Bien, desayunando.
Acto seguido Piero se fija en el bote de Nutella y señala
cogiéndolo:
—Amore, non devi comer esto.
—¿Por qué? —pregunta Clara mirándolo.
Él, que es un obseso de la báscula y la perfección, se apresura a
indicar:
—Perchè è una bomba calorica.
Ella asiente. Desde luego, el italiano no va por buen camino...
Acto seguido le quita el bote de Nutella de las manos, lo abre, y, tras
meter un dedo, se lo chupa y afirma:
—Pues está buenísima.
Piero suspira. Sabe que lo que hizo el día anterior no estuvo bien
y que no será fácil hablar con ella, por lo que, echando mano de la
galantería italiana que su padre le inculcó, se sienta en el taburete
junto al suyo y susurra mirándola:
—Lo siento, amore.
Clara sonríe, vuelve a cerrar el bote de Nutella y, después de ver
que Kevin le ha enviado un mensaje en el que le pide que lo avise
cuando Piero se vaya de la casa, pregunta:
—¿Qué sientes?
El italiano suspira moviendo la cabeza.
—Siento non aver passato ayer la tarde y la noche contigo.
Ella vuelve a asentir, que se disculpe es un buen comienzo. Pero,
dando otro mordisco a su tostada, replica:
—Tranquilo, seguro que lo pasaste bien con tus amiguitos.
Piero maldice, pues no esperaba encontrarla tan enfadada y tan
fría con él. Y, mirando el ramo de flores y los bombones que hay
sobre la encimera, pregunta curioso:
—¿Se lo regalaron a tu fratello?
Sin dudarlo, ella niega con la cabeza.
—No, me lo regalaron a mí.
El italiano parpadea sin dar crédito, eso sí que no lo esperaba.
¿Quién le regaló eso a Clara el día de San Valentín? Cientos de
preguntas sin respuesta pasan por su mente.
—¿Y quién ha dato eso a ti?
Al oírlo, ella lo mira y replica:
—A ti te lo voy a decir.
Piero se levanta entonces enfadado.
—Mira —añade Clara—, creo que ayer quedaron claras cuáles
eran tus prioridades. Sin duda, tus amigos, no yo.
—Amore...
Clara se levanta también, necesita moverse.
—¡No me llames «amore»! —protesta.
El italiano la mira. Esa chica le gusta, puede pasarlo muy bien
con ella el tiempo que esté en España.
—Tú eres el mío amore —insiste.
A ella le gusta oír eso, pero, enfadada, le echa en cara lo
sucedido. Los dos discuten. Ninguno levanta la voz, no hace falta,
solo se dicen lo que piensan, lo que les ha molestado...
—Amore, estoy aquí —murmura él entonces para desarmarla—.
Me he dado cuenta de il mio errore. Lo siento.
Oír eso era lo que la joven necesitaba. Piero no es perfecto, pero
¿acaso ella lo es?
Se miran sonriendo. El italiano da un paso hacia ella. Quiere
tocarla, pero sabe que debe esperar. Clara da otro paso hacia él.
—Si vuelves a hacer algo así, no te lo voy a perdonar —musita.
Él no deja de sonreír. Ha conseguido lo que había ido a buscar, y,
agarrándola por la cintura, la acerca a su cuerpo y la besa.
—Sei bellissima —susurra a continuación.
—Piero...
—Ti prometto que lo que è successo no volverá a pasar.
Clara sonríe de nuevo. Piero está ahí, ha acudido y le ha pedido
perdón. ¿Qué más puede querer? Y, tras varios besos cargados de
deseo, al ver que él vuelve a mirar las flores de la encimera, dice en
voz baja:
—Me lo regalaron mis amigos.
El italiano asiente sorprendido mientras ella le cuenta cómo Didi y
Jacob la hicieron sonreír con ese simple detalle cuando ella estaba
mal. Piero piensa en Jacob, el chico que conoció en la discoteca y
que, por el modo en que lo miraba, intuyó que sentía algo por ella.
Le quema enterarse de que fue él y no Didi quien le llevó esos
regalos, pero sabe que, si quiere que Clara lo perdone, no debe
decir nada al respecto, al menos ese día, por lo que prefiere callar.
Instantes después, tras varios besos y mimos que hacen que
Clara vuelva a sonreír, el italiano acaricia las bonitas rosas rojas que
le ha llevado y pregunta:
—¿Te gustan le rose que he traído?
Ella asiente encantada.
—¿Mucho más que las flores que te trajeron tuoi amici?
Clara lo mira. Las flores de sus amigos le encantaron, pero,
deseosa de que Piero no pierda la sonrisa, se acerca a él, lo besa y
asegura:
—¡Mucho más!
Piero sonríe al oírla. Vuelve a tener a la chica donde él desea.
—¿A che ora terminas hoy de trabajar? —pregunta a
continuación.
Hoy tienen un día complicado, Clara lo sabe, pero responde:
—Como muy tarde, a las ocho.
El italiano pasea entonces la mano por la mejilla de ella y
murmura:
—Tengo una reserva para esta noche en un bello ristorante.
¿Qué me dices?
Clara lo mira y él añade con una dulce sonrisa:
—Tú y yo solos. ¿Qué más da celebrar San Valentín un giorno
dopo si lo haces con el tuo amore?
Oír eso la desarma. Ese chico le gusta mucho y le encanta su
proposición.
—Bella, dime que sí —insiste él.
La pelirroja sonríe, lo desea. Y, sin dudarlo y olvidando todo lo
ocurrido, responde:
—Te digo que sí.
Cinco minutos después el italiano se marcha contento mientras
Clara sonríe feliz. Mira el reloj, ¡es tarde!, por lo que le escribe a
Kevin para que regrese ya con Cora. Tiene un mensaje de Didi en el
que le propone quedar, pero, sin darle explicaciones, rápidamente le
dice que no.
Mientras espera, la joven parece flotar. Nunca se habría
imaginado que él iría a su casa a pedirle perdón, pero el caso es
que la hace muy feliz.
Capítulo 18

Didi ha quedado esa noche para tomar algo con Jimena, Isabel y
Candela, unas compañeras a las que conoció en COGAM, una
asociación relacionada con el colectivo LGTB+ de Madrid en la que
la morena colabora siempre que puede. También ha conseguido liar
a Sebas para que vaya con ellas y, aunque lo ha intentado con el
resto del grupo a través de WhatsApp, ha sido misión imposible.
Durante el día habla con Clara. Quiere saber cómo se encuentra
tras lo ocurrido con el idiota del italiano, y se queda boquiabierta al
enterarse de que esa noche la tonta de su amiga va a ir a cenar con
él. ¿En serio? ¿De verdad?... Didi tiene unas palabras con ella a
través del teléfono. No está de acuerdo con ciertas cosas y se las
tiene que decir. Pero Clara, una vez más, parece no escucharla.
Diga lo que diga Didi, Clara va a ir a cenar con Piero y no hay más
que hablar.
Antes de salir de su casa esa noche Didi se echa un último
vistazo en el espejo que tiene en el interior de la puerta de su
armario. Se ha decidido por sus Dr. Martens negras, un pantalón
beige al que le ha remangado el bajo para lucir bien las botas y un
jersey negro de cuello vuelto. «¡No está mal!», piensa.
Una vez escogido el outfit, como diría Sebas, sale de su
habitación, se pone su abrigo negro y, como siempre, mirando a sus
gatas, que están repanchingadas en el sofá, dice antes de cerrar la
puerta:
—¡No me echéis mucho de menos!
Cuando sale del portal camina hacia el autobús con una sonrisa
en los labios. Una media hora después llega a la puerta del local de
ambiente que propuso Jimena y, sacando su móvil, escribe:
Didi
¿Hay alguien dentro?

Segundos después recibe un mensaje que dice:


Jimena
Yooooo.

Se guarda el teléfono en el bolsillo del pantalón y entra en el


local. Nada más poner un pie en él le sorprende lo altísimo que está
el volumen de la música, pues el sitio no es muy grande. Aun así
sonríe; sus oídos se acostumbrarán dentro de un rato.
Busca a su amiga con la mirada y da con ella en una mesa alta
rodeada de cuatro taburetes.
—¡Pero si has conseguido mesa y todo! —se cachondea
acercándosele.
—Ya ves... Una, que tiene sus encantos —bromea Jimena
abrazándola.
La recién llegada se quita el abrigo y lo deja en el respaldo del
taburete antes de sentarse, pero no les da tiempo a decir
prácticamente nada, pues de pronto aparecen Candela y Sebas, y,
tras quejarse de lo alta que está la música, se saludan.
A continuación piden unas copas y los cuatro se sientan.
Didi le sonríe a una chica que intercambia la mirada con ella.
—Que sepáis que he salido por vosotros —señala—. Si por mí
fuera, hoy me habría quedado tirada en el sofá.
—¿Quién eres tú y qué has hecho con mi amiga Didi? —se burla
Jimena.
—La vida adulta —se lamenta la morena.
Sebas mira a las chicas. Le gusta quedar con ellas.
—¿No iba a venir Isabel?
Jimena suspira y se apresura a responder:
—Qué va... Desde que tiene novio, no se le ve el pelo.
Al oír eso, Didi sonríe.
—Ya me extrañó a mí que fuese la primera en decir que sí a lo de
hoy —comenta.
Las otras dos chicas se miran y asienten, y Candela dice
resignada:
—Siempre que tiene novio hace lo mismo.
—¡El mal de tener novio! —se mofa Didi.
—Si está soltera, puedes contar con Isa para todo —insiste
Candela—. Pero como tenga churri, olvídate.
Sebas las escucha en silencio.
—Pues se podría decir que nuestra amiga Clara está haciendo lo
mismo —comenta Didi con pesar—. Antepone al imbécil de su churri
a los amigos —y, al ver cómo la mira él, añade—: Sí, Sebas, sí. Ha
preferido irse a cenar con el italiano a venirse con nosotros.
Él se sorprende. Sabe lo que ocurrió con él ayer porque ha sido
el cotilleo en el WhatsApp.
—No jodas —murmura.
Didi asiente y, con gracia, les cuenta:
—Al parecer se presentó de buena mañana en su casa con unas
flores y su sonrisita italiana, y..., bueno, el resto ya te lo puedes
imaginar.
Él la mira boquiabierto.
—Bueno, Didi, al fin y al cabo es su vida, ¿no?
Ella asiente.
—Pues cuando alguna amiga me ha hecho eso —tercia Jimena
—, se lo he comentado. No me he podido callar. ¡Que tengas churri
no significa que no puedas tener amigos!
Didi, que todavía recuerda lo que ha hablado con Clara, sonríe y
acto seguido pregunta:
—¿Y se lo han tomado bien?
—En general, sí. Pero bueno, depende mucho de la persona,
porque a veces te llevas alguna sorpresa. —Jimena sonríe.
Candela mueve su taburete para acercarse más a sus amigos.
—Yo tenía una amiga que empezó a salir con un chico —dice— y,
según fueron pasando los meses, ella comenzó a cambiar su forma
de vestir, de peinarse..., ¡de todo! Hasta cambió su manera de
hablar y sus gustos musicales.
—¿Y le dijiste algo? —quiere saber Sebas.
—Hay que ver lo que nos gusta un buen chisme. —Didi ríe.
Candela asiente.
—Te das cuenta de que he dicho «tenía una amiga», ¿verdad? —
matiza—. Pues con eso te lo digo todo.
Él hace una mueca mientras Didi murmura:
—Qué pena.
—Ella se lo pierde —apostilla Jimena.
—¡Y tanto! —exclama Candela—. Ya vendrá cuando ese tonto la
deje, y entonces seré yo quien le diga cuatro cosas.
Minutos después el camarero se les acerca con sus bebidas en la
bandeja y las deposita con cuidado sobre la mesa.
—¿Qué le pasa a la gente? —se lamenta Jimena cuando este se
retira—. ¿Por qué cambian cuando tienen pareja?
—Porque les falta personalidad —sugiere Candela.
—O porque hay una gran falta de confianza en la relación —
propone Sebas.
Didi los escucha mientras juega con la pajita en su vaso.
—Creo que tan solo dejan de ser los protagonistas de su vida
para otorgarle erróneamente el protagonismo a la otra persona —
tercia.
Los demás la miran sorprendidos.
—¡Pero buenoooo! —exclama Jimena.
Los cuatro sonríen.
—Madre mía, Didi, qué filosófica te pones a estas horas —
bromea Candela.
—Pues espérate a que lleve un par de copas más... —afirma ella
riendo.
Sebas coge entonces su copa y la alza divertido.
—Eso merece un brindis.
Las demás lo imitan y él exclama:
—¡Por ser las protagonistas de nuestra vida!
Los cuatro hacen chocar sus copas y luego les dan un trago.
—Bastante corta es la vida como para, encima, ser el personaje
secundario —añade Candela—. ¡Y una mierda!
Los demás asienten, su amiga tiene razón, y Sebas dice
canturreando con gracia:
—Como diría la reina Chanel, «Voy siempre primera, nunca
secondary».
Jimena cabecea y a continuación afirma moviendo los brazos de
forma exagerada:
—¡Madre mía, cómo lo vamos a petar en Eurovisión, Sebaaaas!
—Síííííí —responde él riendo.
Didi los observa divertida mientras que Candela pregunta
mirando a Jimena:
—¿Tú crees? Fíjate que yo era más de la canción de Rigoberta
Bandini.
Sebas, que es totalmente pro Chanel, replica:
—Chanel lleva un pedazo de espectáculo increíble, y al final
Eurovisión es eso. Y, mira, te digo una cosa: no sé si la propuesta
de Rigoberta se habría terminado de entender del todo en el resto
de Europa. Pero vamos, que tú a mí me pones Ay mamá y lo doy
absolutamente todo.
Nada más decir eso comienza una canción que les encanta a los
cuatro, y, bajándose de sus taburetes, empiezan a bailar. ¡La noche
es joven!
Varias copas más tarde, y tras disfrutar bailando durante largo
rato, mientras las otras dos chicas están en el baño Didi toma
asiento agotada y, abriéndose como puede el cuello vuelto del
jersey, se queja muerta de calor:
—¿En qué momento se me habrá ocurrido ponerme esto?
Sebas la mira.
—Ya te vale, tía. Te vas a asfixiar. ¿No llevas nada debajo?
El chico da un trago a su tercera copa, está sediento, y Didi
responde:
—Nada de nada.
Acalorada, Didi busca algo en los bolsillos de su abrigo, que está
sobre el taburete. Saca un coletero naranja y se lo pone en la
muñeca. No tardará en recogerse el pelo.
Sus dos amigas regresan entonces del baño y Jimena dice
mientras se sienta:
—Oye, Sebas, que no te lo he preguntado. ¿Tú qué tal con tu
chico?
Sebas, que se estaba recolocando el pelo con ayuda de la
cámara frontal del móvil, alza la vista coqueto y mira a la chica.
—Genial, tía —contesta—. De hecho, le había dicho que se
viniera hoy, pero no ha podido por trabajo. Sus padres han abierto
una cafetería y están hasta arriba. Pero, vamos, mi chico y yo,
superbién..., con intención de irnos a vivir juntos pronto.
—¡Cuánto me alegro! —exclama Candela.
Didi los observa desde su taburete; entonces Sebas, que hacía
tiempo que no veía a Jimena y a Candela, pregunta para ponerse al
día:
—¿Y vosotras seguís solteras o ha aparecido alguien en vuestras
vidas?
Ellas se miran y se ríen.
—El mercado está muy mal —comenta Candela—. De momento,
nada de nada.
—Solterísima —afirma Jimena—. Pero si tienes alguna amiga o
amigo interesante, no dudes en presentármelo.
—Tomo nota. —Sebas sonríe.
Siguen charlando sobre el tema divertidos hasta que Candela,
llamando la atención de Didi, que solo escucha, le pregunta:
—¿Y tú qué, soltera de oro?, ¿hay alguien que ocupe tus
pensamientos?
—Qué poética, Candela —la elogia Jimena.
Didi se incorpora en su asiento y deja la bebida sobre la mesa.
En realidad sí hay alguien que ocupa sus pensamientos. Podrá
engañar al resto, pero engañarse a sí misma, imposible. Desde que
conoció a Marta no puede dejar de pensar en ella.
—No, no hay nadie —responde sin embargo—. Aunque la chica
que está al fondo de la barra, la del top azul, no para de mirarme.
Los demás se vuelven hacia la muchacha que ella indica y esta
les sonríe. Didi es una persona con un gran magnetismo que atrae a
la gente.
—¡Vayaaa, qué sorpresa! —exclama Sebas con ironía.
Todos ríen, puesto que saben que la morena triunfa siempre que
se lo propone. Y, viendo que van a seguir preguntándole, y como no
le gusta hablar de temas amorosos relacionados con ella, Didi
pregunta para quitarse de en medio:
—¿Había mucha cola en el baño?
Sebas sonríe al oírla. Una vez más, su amiga elude hablar de sí
misma.
—Por extraño que parezca, había poca cola para entrar. No
hemos tenido que esperar casi nada —contesta Jimena.
—Si tienes que ir, aprovecha ahora —la anima Candela.
Didi les hace caso. Y, tras dar un trago a su copa, se va directa al
baño. Cuando regrese ya estarán hablando de otra cosa y dejarán
de preguntarle a ella.
Mientras tararea la canción que suena en ese momento,
atraviesa el local. Esquiva como puede a la gente que baila y se
divierte hasta que llega al pasillo del baño y piensa: «Sí que tenían
razón, solo tengo dos chicas delante de mí».
No pasan ni dos minutos y llega su turno.
Entra en el baño y se mete en uno de los cubículos. Como
siempre, hace pis como puede intentando no tocar la taza.
Una vez que sale, se lava las manos y, mientras se las seca, se
mira en el espejo. Sigue teniendo buen aspecto, a pesar de lo que
está sudando, pero se recoge las trenzas en una coleta con el
coletero naranja que se ha puesto antes en la muñeca.
Cuando se dispone a salir del aseo, alguien abre la puerta con
fuerza, lo que hace que Didi se desplace bruscamente hacia atrás y
se golpee el hombro con el secador de manos.
—¡Joder! —protesta.
Dos chicas entran a toda prisa en el baño, una de ellas va directa
al inodoro a vomitar, y la otra suelta:
—¿Didi?
La aludida vuelve la cabeza y la mira. No puede creerse lo que
ve: ¡es Marta!
Durante unos segundos ambas se miran y sonríen. La rubia está
preciosa. Lleva el pelo suelto, no recogido en una coleta como
cuando está en el súper, y se ha hecho dos trenzas a los lados
adornadas con pequeños aritos y accesorios.
—¡Qué sorpresa! —saluda Marta abrazándola.
Didi la abraza a su vez y, cuando se separan, pregunta tocándose
el hombro dolorido:
—Pero ¿tú qué haces aquí?
—Divertirme, como tú.
Ambas sonríen y Marta añade:
—He salido con unos amigos. ¿Y tú?
Didi todavía no puede creer que la tenga delante, y tras echar un
vistazo al cubículo donde está su amiga, responde:
—Yo también —y agrega sin saber muy bien qué decir—: Fíjate
qué coincidencia.
Las arcadas de la otra chica resuenan en el lavabo. Tras pedirle
un segundo a Didi, Marta va a ver cómo está. Ella le dice que bien y
Marta suspira. Su amiga no controla y casi siempre suele terminar
así.
—Te hemos dado con la puerta, ¿verdad? —pregunta
acercándose de nuevo a Didi.
Ella la mira. Marta está muy muy cerca, lo que la está poniendo
muy nerviosa y no atina a contestar.
—Perdona —añade la rubia—, íbamos con urgencia y hemos
entrado a lo loco.
Sintiendo su mirada, Didi da un paso hacia atrás previsora
mientras piensa: «Llevo tres copas encima y no quiero hacer
ninguna tontería».
Marta sonríe al verla y ella consigue responder:
—No, no, tranquila. Estoy bien, de verdad —y, señalando hacia
atrás, agrega bajando la voz—: Creo que ella te necesita más que
yo.
Marta vuelve a mirar a su amiga, que aún está de rodillas en el
baño. No esperaba encontrarse con Didi.
—Vale, puede que tengas razón —afirma.
Las dos chicas están mirándose cuando la amiga de Marta sale
del baño y susurra:
—Tía, estoy fatal...
Marta asiente. No le extraña, Ari ha bebido demasiado. Pero
cuando se dispone a responder, esta se vuelve y vomita de nuevo.
Didi y Marta se miran con gesto asqueado y la primera dice:
—Cualquier cosa que necesites, estoy por aquí.
Marta asiente y luego Didi se va.
Aturdida por lo que la rubia le hace sentir cada vez que la ve, Didi
se encamina hacia donde están sus amigos mientras no puede
parar de pensar: «Madre mía, qué guapa está Marta con esas
trenzas...». Eso la hace sonreír. «¿Por qué me he echado hacia
atrás cuando se ha acercado?», se dice a continuación. Pero no
tiene respuesta. Así pues, cuando se reúne con sus amigos y da un
trago a su bebida con la cabeza llena de preguntas, piensa tratando
de autoconvencerse: «Vale, ya basta, he bebido demasiado. A partir
de ahora solo agua».
Los minutos pasan y, aunque intenta prestar atención a la
conversación que mantienen los otros tres, ella solo puede pensar
en Marta. Qué coincidencia encontrarla ahí. Con disimulo la busca
por el local con la mirada, ve que está con varios amigos, y
entonces se percata de que Marta también la busca a ella. Sus ojos
se encuentran en varias ocasiones, pero Didi disimula. No quiere
que sus amigos le pregunten.
—Voy a salir a fumar —oye que dice entonces Jimena.
Didi se apresura a ponerse de pie y, tras coger su abrigo, indica:
—Te acompaño. Me vendrá bien un poco de aire fresco.
Ambas salen del local, se separan unos metros de la puerta y,
tras apoyar la espalda en la pared, Jimena se enciende un cigarro.
—¿Qué te pasa? —le pregunta mientras se guarda el mechero.
Didi mira a su amiga sorprendida.
—¿Qué me va a pasar?
—No lo sé. Llevas mucho rato callada.
La morena se encoge de hombros.
—Estoy cansada, nada más.
Pero Jimena no la cree. Y, jugueteando con su cigarro entre los
dedos, insiste:
—¿Por qué has dicho que te vendría bien aire fresco?
Didi sonríe. Si Jimena cree que le va a sacar algo, lo lleva claro.
—Porque dentro hace mucho calor, este jersey me está matando,
estoy algo mareada y creo que he bebido demasiado. Vaya
interrogatorio —bromea.
Jimena asiente divertida. A continuación saca su móvil del bolsillo
y ve que tiene un audio de WhatsApp.
—Voy a escuchar el audio de mi hermano un momento, no vaya a
ser una emergencia.
Didi asiente mientras ve cómo ella se aleja con el móvil en la
oreja. Hace frío. Se mete las manos en los bolsillos del abrigo, cierra
los ojos y disfruta del aire fresco que le da en la cara durante unos
segundos, hasta que unos gritos la sorprenden y los abre
sobresaltada.
—¡Hostia, Ari! ¿Otra vez?
Mira hacia la izquierda y ve la escena. Marta y un chico han
salido con Ari, la chica del baño, y esta prácticamente les ha
vomitado encima.
—Qué asco, tía —se queja Marta viendo que a ella le ha caído en
los zapatos.
—Lo siento —musita la chica.
Marta hace aspavientos e intenta limpiarse como puede mientras
sugiere molesta:
—¿Y si la próxima vez pruebas a salir sin beber?
Ari asiente y el chico que está con ellas protesta:
—¡Mira cómo me has puesto!
Didi los observa desde donde está y ve que al chico le ha dejado
los pantalones finos.
En ese instante Jimena regresa a su lado.
—¡Lo voy a matar! —exclama.
Eso hace que su amiga la mire.
—¿A quién vas a matar? —quiere saber.
Pero la otra, que ahora está llamando por teléfono, busca algo en
su bolso y, sin mirarla, dice de pronto:
—¿Me puedes explicar cuántas veces te voy a tener que repetir
que no mezcles ropa de distintos colores en la lavadora?
Durante unos segundos Jimena escucha en silencio, gesticula y
luego vuelve a gritar:
—¡Pero ¿qué narices haces poniendo una lavadora a las dos de
la madrugada?!
Didi mira a ambos lados. Las dos escenas son dignas de ser
observadas. Cuando Jimena encuentra lo que buscaba en su bolso,
se acerca a ella y se lo da. Es un paquete de pañuelos de papel. La
morena enarca las cejas desconcertada y entonces Jimena señala
hacia Marta y sus amigos.
Ahora Didi lo entiende. Y, mientras su amiga sigue gritándole a su
hermano por teléfono, ella se acerca al grupito y le tiende el paquete
de clínex a Marta.
—No sé si serán de mucha ayuda...
La rubia la mira con una sonrisa. La ha visto con aquella chica en
la calle, pero, evitando preguntarle quién es, coge los pañuelos y
simplemente dice:
—Muchas gracias, Didi.
Como puede, Marta atiende a su amiga, que se ha sentado en el
suelo, y el chico, cogiendo uno de los pañuelos, se lo pasa por el
pantalón mientras gruñe:
—Lo que necesitamos es una amiga que no beba tanto.
—Venga, Miguel, no seas así... —tercia Marta al ver la expresión
de Ari—. No se encuentra bien.
Didi vuelve a su sitio, tampoco quiere meterse donde no la
llaman. El aire que corre es bastante frío, así que apoya la espalda
contra la pared y se cruza de brazos mientras Marta y Miguel tiran
los pañuelos usados en una papelera que está cerca. Cuando el
chico está ya más calmado, propone:
—Venga, Ari, te llevo a casa. Pero si tienes que vomitar, hazlo
aquí, ni se te ocurra hacerlo en el coche.
La aludida sonríe y se pone en pie.
—Yo me quedo —dice Marta al ver que su amiga está en buenas
manos—, que el resto aún están dentro.
Miguel y Ari se dirigen entonces hacia el coche de él, y Marta,
acercándose a Didi, comenta poniéndose frente a ella:
—¿Tomando el fresco?
La morena inspira hondo, siente que el corazón se le acelera e,
intentando disimular, responde:
—Dentro hace mucho calor.
De nuevo las dos chicas se miran a los ojos. La atracción que
existe entre ambas es brutal. Y Marta, sabiendo que o ella hace algo
o Didi nunca lo hará, dice mientras le devuelve el paquete:
—Muchas gracias por los clínex.
Didi, que se siente torpe, cuando suele ser rápida con sus ligues,
se guarda el paquete en el bolsillo.
—En realidad son de mi amiga Jimena —señala.
Ambas la miran. Jimena sigue hablando a gritos por el teléfono.
—¿Qué le pasa? —pregunta Marta.
—Creo haber entendido que su hermano ha desteñido la ropa en
la lavadora o algo así.
—Uff... —resopla la rubia—. Espero que su prenda favorita no
estuviese entre la colada.
Didi alza los hombros, no tiene ni idea. Cuando Jimena cuelga, se
acerca a ellas.
—¿Qué ha pasado? —quiere saber Didi.
Jimena resopla, luego mira a Marta y responde:
—Mi hermano y sus ideas... Le ha dado por poner una lavadora,
y resulta que una de sus sudaderas ha desteñido.
—¡Joder! —susurra Didi.
—¿De qué color era? —pregunta Marta curiosa.
—Roja —dice ella resignada.
—Uff...
Jimena niega con la cabeza. Su hermano es un desastre. Y,
dándose cuenta de que ahí sobra, indica gesticulando con los
brazos:
—Necesito una copa. Ya comprobaré la magnitud de la tragedia
cuando vuelva a casa.
Didi se dispone a decir algo, pero su amiga se apresura a añadir:
—Bueno, os dejo a lo vuestro.
La morena suspira. Quedarse a solas con Marta no le parece lo
más apropiado. Sin embargo, ahí están. Se miran y ella pregunta:
—¿Llegarán bien a casa tus amigos?
—Sí —responde la rubia—. Hoy Miguel no ha bebido nada. Él
traía el coche y es un chico responsable.
Didi asiente. A pesar del frío que hace, le sudan las manos.
—Por lo que he oído, ¿tu amiga suele hacer esto muy a menudo?
Marta se ríe, vaya primera imagen ha dado Ari.
—A ver, sí es cierto que tiene que aprender cuál es su límite con
el alcohol, pero también te digo que Miguel es la persona más
exagerada del mundo.
Ambas sonríen y Marta, apoyándose en la pared, le da
conversación.
Entretanto, dentro del local Jimena llega a la mesa en la que
están charlando Sebas y Candela. Ellos la miran y ven que regresa
sola, pero Jimena simplemente dice:
—Hemos perdido a Didi.
Los otros dos sonríen, entienden muy bien a qué se refiere, y no
preguntan más.
En la calle, Marta, dispuesta a conseguir lo que desea, se acerca
un poco más a Didi y, apoyando las manos en los brazos cruzados
de ella, dice:
—¿Vienes mucho por aquí con tus amigos?
—Es la primera vez —indica la morena tratando de aparentar
tranquilidad—. Nos gusta ir probando sitios distintos para ver qué
tal.
—Ajá —dice Marta.
La cabeza de Didi es un batiburrillo de pensamientos
encontrados. Lo habitual en ella cuando está así con una chica es
lanzarse, disfrutar la una de la otra para luego no volver a verse.
Pero ese caso es distinto. ¡Trabajan juntas!
—¿En qué piensas, Didi? —murmura Marta sin apartar la vista de
ella.
—En que creo que debería irme a casa.
La rubia niega con la cabeza. No se lo va a permitir.
—Aún es pronto —replica.
Didi traga saliva. Por el modo en que la mira Marta, sabe lo que
va a hacer, y esta se apresura a añadir:
—¿Puedo hacerte una pregunta?
Con rapidez Didi la mira y contesta:
—Sé lo que me vas a preguntar, y la respuesta es sí.
Al oír eso Marta no lo piensa y, pillándola desprevenida, la besa.
Sus labios se rozan, lo que hace que un cosquilleo recorra el cuerpo
entero de Didi, y más cuando el beso sube de intensidad. La locura
se apodera de ellas mientras se besan, hasta que de pronto Didi se
interrumpe e inquiere acelerada:
—¿Qué haces, Marta?
—¡¿Cómo?!
Ambas se miran y la rubia susurra:
—Pero si me has dicho que sí...
Acalorada y sin saber qué decir, Didi miente:
—Me refería a que sí tengo novia.
Marta abre los ojos con exageración. ¿Didi sale con alguien? Y,
molesta por no conocer ese dato con anterioridad, inquiere:
—¿Que tienes pareja?
La morena cierra los ojos al oír eso. Está tan nerviosa que no
sabe ni lo que dice. Los abre de nuevo y al ver cómo la mira Marta
se siente mal, por lo que aclara:
—Bueno, en realidad no.
Ella la observa confundida.
—Didi, no entiendo nada —protesta dando un paso atrás.
Esta respira hondo antes de volver a hablar.
—A ver, no, Marta..., no tengo pareja, ni la busco. Las cosas
ocurren sin más, y luego cada una se va por su lado.
La rubia asiente y Didi añade:
—Solo intentaba que no ocurriera lo que ha ocurrido.
Marta la escucha, pero lo único que le importa es saber que Didi
no tiene pareja.
—Vale. Entonces no me he metido en ninguna relación, ¿verdad?
—Verdad —afirma ella.
—Madre mía, menos mal... —murmura Marta—. Mi ex me la jugó
de esa forma y no soy de las que hacen lo mismo que me hicieron a
mí. Eso no va conmigo.
Durante unos segundos ambas guardan silencio. Está claro que
Marta ha dado el paso y ha hecho algo que ella creía que Didi
también deseaba.
—Vale. Entonces es que no te gusto —concluye la rubia.
—No es eso.
—¿Pues qué es?
—Marta...
Pero ella no la deja hablar e insiste:
—Por Dios, Didi, desde el primer día que nos vimos sentí que
entre tú y yo había una atracción. Pero, vale, si no te gusto, me lo
dices y no hay problema. No se puede gustar a tod...
—¡Claro que me gustas! —la interrumpe ella desesperada—. ¡Me
gustas muchísimo!
Oír eso hace que Marta sonría.
—Entonces ¿cuál es el problema?
—Primero, que yo no busco novia, y segundo, que trabajamos
juntas —responde Didi sin pensarlo.
La rubia vuelve a sonreír ligeramente. Eso no es ningún problema
para ella. Y, acercándose de nuevo, susurra:
—Y...
Consciente de que su cercanía está derribando todos sus muros
de contención, Didi murmura mirándola a los ojos:
—Que nos vemos prácticamente a diario y la cosa podría
complicarse.
—¿Y qué pasa?
Marta la coge de la mano y ella responde:
—Que va a ser una situación incómoda. Y... y, bueno, si Martín se
entera...
Marta junta entonces sus manos con las de ella.
—Ni se te ocurra mencionar a Martín en un momento como este
—le advierte.
Las dos chicas no pueden dejar de mirarse.
—Didi, me gustas mucho... —agrega.
—Tú también a mí.
Ambas sonríen.
—Vamos a ver —dice Marta—. Tú no buscas novia. Yo tampoco.
Probemos, y lo que tenga que ser... será.
Didi la mira. Le tienta lo que le propone, pero es consciente de
que puede resultarles difícil no saber separar las cosas.
—Oye —murmura—, creo que...
Entonces Marta la besa. Esta vez ella no se aparta. No puede.
Desea ese contacto tanto como la rubia y, cuando se separan,
susurra:
—De acuerdo. Pero sin compromiso ni obligaciones.
—Me parece bien —afirma Marta.
Sus labios vuelven a encontrarse. El beso es dulce, pausado,
deseado.
—Por mi parte prometo no hacerlo incómodo —dice la rubia al
cabo—, y nadie se dará cuenta en el trabajo.
—Yo también lo prometo —asegura Didi comenzando a sonreír.
La cabeza le va a mil. ¿Está bien aquello? Y, sin poder
remediarlo, pregunta:
—Pero ¿y si en el súper se dan cuenta y...?
—Didi —la interrumpe Marta—, si te dejas guiar por los posibles
«¿Y si...?» que aparezcan en la vida, te vas a perder un montón de
cosas.
Ella asiente. Marta tiene razón. Llegados a ese punto, sabe que
debe dar un paso adelante. Su amiga se lo ha currado, ha ido a por
lo que deseaba. ¿Acaso ella va a ser tan tonta de no ir también a
por lo que quiere?
Vuelven a besarse. Es lo que desean en ese instante, y Didi
decide dejarse llevar por el corazón. Se deshace sutilmente de sus
manos, pasa los dedos por la melena rubia de Marta y luego la atrae
hacia sí. Ahora es Didi quien toma la iniciativa. Sus labios se unen
en un beso lento y profundo, mientras las manos de Marta se
apoyan en su cadera para después introducirse por debajo de su
jersey y notar el calor que emana su cuerpo.
Tras unos minutos en los que se han dejado llevar por sus
deseos, Marta, feliz por la sorpresa que le ha dado la noche, se
separa y Didi musita abriéndose el cuello vuelto del jersey:
—Madre mía, qué calor...
Marta asiente. A pesar del frío que hace en la calle, el calor que
la una despierta en la otra es abrasador.
—Me dijiste que vivías sola, ¿no? —le pregunta a continuación.
Didi afirma con la cabeza, sabe por qué se lo pregunta, pero aun
así bromea:
—¿No decías que aún era pronto para que me fuese?
Marta sonríe. Luego vuelve a darle otro dulce beso en los labios y
responde:
—Aún era pronto para que te fueses tú sola..., quería decir.
Capítulo 19

«¿De dónde proviene esa música?», piensa Didi mientras abre los
ojos a duras penas.
Mira hacia los lados de su cama y ve a Marta durmiendo junto a
ella.
Sonríe, es preciosa. Verla dormida con el pelo revuelto es una de
las cosas más bonitas que ha visto nunca.
—Marta... —susurra—. Oye, Marta...
Pero ella ni se entera, está totalmente dormida, y Didi insiste
tocándole con delicadeza el hombro:
—Marta...
—Mmm...
La morena ríe.
—¿Esa música que suena es tuya?
La rubia despega la mejilla de la almohada y, al ver la preciosa
cara de Didi, musita con una sonrisa:
—Buenos díaaas.
Didi ríe y, cuando va a darle un beso, de pronto Marta se da
cuenta de que lo que suena es el estribillo de la canción Un bacio
all’improvviso de Ana Mena y Rocco Hunt, por lo que, dando un
salto, se pone de pie mientras exclama:
—¡Ay, sííííí! ¡Es mi alarma!
Sale de la habitación a toda mecha y va directa al sofá en busca
de su abrigo. Saca el móvil de uno de los bolsillos y la música se
interrumpe. Está en casa de Didi, han pasado una increíble noche
juntas, y tras regresar a la habitación se excusa al ver la hora que
es.
—Tengo que irme ya.
Su amiga suspira. Esperaba que su despertar fuera mejor.
—Perdón por la tabarra de la musiquita, pero me dejé la alarma
puesta —explica Marta.
Didi sonríe, la musiquita la estaba volviendo loca. ¡No sabía de
dónde venía!
—¿Eres de las que ponen canciones como despertador? —
pregunta frotándose los ojos.
—Sí —afirma ella mientras se pone la camiseta que llevaba la
noche anterior—. Pero cada mes la cambio, para no quemarlas y
acabar odiándolas.
—No sé cómo puedes, creo que yo acabaría detestándolas —
musita Didi.
Sale de la cama, coge una sudadera oversize que tiene colgada
en el pomo del armario y, tras ponérsela, pregunta interesada:
—¿Has dormido bien?
—No me has dejado, con tus ronquidos —bromea Marta
acercándose a abrazarla.
Didi sonríe gustosa y, cuando va a besarla, Marta le hace una
cobra.
—No te doy un beso porque no soporto tener la boca sucia —
aclara—, no porque no quiera besarte.
La morena asiente y su amiga insiste:
—Necesito lavarme antes los dientes. ¿No tendrás un cepillo de
sobra?
Didi lo piensa unos instantes. Puede que tenga alguno en el
baño.
—Creo que sí, voy a ver.
—Vale. —Marta sonríe.
Didi sale de la habitación y se mete en el baño mientras Marta se
pone su pantalón y regresa al salón.
—Buenos días, guapas —saluda a las gatas, que se pasean
tranquilamente por el piso.
La chica se acerca entonces a la ventana en la que decidieron
dejar sus zapatos para que el olor que llevaban gracias a su amiga
Ariadna no impregnara el piso. Los toca y comprueba que continúan
mojados y siguen oliendo fatal. Se aproxima a la puerta del baño y
pregunta:
—Didi, ¿qué número de pie tienes?
—El 41 —responde ella desde dentro.
«Perfecto», piensa la rubia.
—¿Te puedo pedir otro favor?
—Dime.
—¿Me dejas unas zapatillas y te las devuelvo el próximo día que
nos veamos?
Didi no lo tiene ni que pensar, ella se moriría del asco si tuviera
que ponerse los zapatos que hay en la ventana.
—Claro, coge las que quieras —afirma.
Marta vuelve a la habitación y echa un vistazo al calzado. Escoge
unas deportivas y se sienta en la cama para atárselas justo en el
momento en que su amiga sale del baño.
—Buena elección —señala Didi viendo que ha elegido sus
Converse negras.
Marta sonríe, vuelve a ponerse en pie y comenta:
—Tengo unas iguales.
—Oye, sí que tenía un cepillo de dientes de sobra, te lo he dejado
encima del mármol. El tuyo es el de color rosa —le dice Didi.
—Muchas gracias —contesta Marta dirigiéndose al baño con una
sonrisa.
Una vez a solas, y tras ir a acariciar a sus gatas, Didi se dirige a
la habitación para recoger su móvil. Con él en la mano va a la
cocina mientras atiende los diversos mensajes que tiene por leer.
—Ahora sí —dice Marta, que ya ha salido del baño. Y, después
de darle un cariñoso beso en los labios, pregunta—: ¿Qué tienes
para desayunar?
—Poca cosa —contesta ella bloqueando el móvil y dejándolo en
la encimera—. No suelo tener mucho tiempo para el desayuno.
Ambas sonríen y luego Marta pregunta:
—Oye, ¿por qué tus cepillos de dientes son como de madera?
—No son de madera, son de bambú —le aclara ella—. Intento
utilizar el menor plástico posible. Si cada uno pusiéramos un poquito
de ganas, el mundo iría mejor.
—O sea, ¿que también reciclas la basura? —Didi asiente y Marta
afirma—: En mi casa también reciclamos.
La morena abre la nevera y saca un cartón de leche.
—Nunca he probado la leche de soja —señala Marta fijándose en
él.
—Está buena.
La rubia se encoge de hombros y Didi sugiere:
—Si quieres, hoy puede ser tu primera vez.
—Guauuu, mi primera vez —bromea Marta.
Ambas sonríen mientras Didi saca un bote de uno de los armarios
y lo coloca frente a ella. Su amiga lo mira y la otra dice burlona:
—Seguro que esto sí lo conoces.
—Por supuesto. El Cola Cao es universal.
Didi coge entonces un tazón. Bajo la atenta mirada de Marta,
vierte leche y cacao en él y acto seguido pregunta:
—¿Te preparo uno?
—Sí, a ver qué tal está. Pero un vaso pequeñito, no vaya a ser
que no me guste —responde la rubia.
—Marchando un chupito de leche de soja —suelta Didi
mofándose.
Marta sonríe, y en ese momento oye cómo le rugen las tripas.
—Oye, y una vegana como tú no tendrá algún bollo, croissants o
algo así, ¿verdad?
—Para bollo en esta casa ya estoy yo —dice Didi, haciendo que
Marta se eche a reír—. Claro que existen los bollos y los croissants
veganos, pero no tengo. Particularmente soy más de comer salado
por las mañanas.
—Uf, yo al revés. Me encanta el dulce —admite la rubia.
Didi abre otro armario de la cocina, saca dos cajas y las deja
sobre la encimera.
—Te puedo ofrecer estas dos cosas dulces, ricas y veganas.
Marta las mira boquiabierta. Frente a ella tiene galletas Oreo y
cereales Choco Flakes.
—¡Qué dices! Estos cereales los tomo yo todas las mañanas.
Hay que ver lo buenísimos que están, madre mía.
Didi saca dos cucharas y un tazón limpio del lavavajillas para su
amiga. Luego las dos chicas lo cogen todo y se dirigen al salón,
donde se sientan a desayunar. Marta prueba entonces la leche de
soja y la otra observa su reacción.
—Se te ha puesto cara de haber lamido un limón —señala.
Marta, a quien la leche de soja no le ha gustado nada, murmura
dejando el vaso a un lado:
—Agggh..., no me convence a mí esto.
Ambas se sirven los cereales en sus respectivos tazones. Marta
sin leche en este caso.
—Tengo una duda sobre tu veganismo —comenta.
—Tú dirás.
—¿Qué hace una vegana como tú con unas botas Dr. Martens
como las que llevabas anoche? ¿No son de piel?
—No —asegura Didi—. Precisamente me las compré el año
pasado porque sacaron la versión vegana.
Marta asiente, no tenía ni idea.
—¡Qué bieeen!
La morena, que está hambrienta, sonríe y, antes de meterse una
cucharada de cereales en la boca, le pregunta:
—La canción que tienes a modo de despertador no era en
español, ¿verdad?
—En italiano. ¿Y a que no sabes quién la canta?
Didi no lo sabe, ni siquiera conocía la canción.
—Ana Mena —añade entonces la rubia con una sonrisa.
—Pero ¿no es española?
Marta afirma con la cabeza.
—Otro día ya te contaré cómo es que también canta en italiano.
—¿Cómo lo haces para acabar hablándome siempre de ella? —
murmura Didi riendo—. Tú quieres que me haga fan a toda costa,
seguro que te llevas comisión.
Marta suelta una carcajada. Ella escucha mucha música.
—Qué quieres que le haga, si es la cantante que más escucho
estos meses —y alzando su cuchara le advierte—: Cuando me dé
por otro artista diferente, no te quejes.
Las dos chicas terminan de desayunar y recogen la mesa. Un par
de minutos después, a Marta le suena el móvil. Ha recibido un
mensaje que se apresura a leer.
—Didi, perdóname, pero ahora sí que tengo que irme. Quedé en
acompañar a mi madre a comprar un vestido para la boda de una
amiga suya.
—Tranquila. No tienes que darme explicaciones.
Ambas se miran. Solo han estado juntas una noche, las cosas
están claras entre ellas.
—¿Tienes una bolsa de plástico donde meter mis zapatos? —
pide Marta a continuación.
Didi lo piensa y, abriendo uno de los cajones de la cocina, indica:
—De plástico, ahora mismo lo único que puedo darte es una
bolsa de basura.
—Me vale —dice ella y, bromeando, añade—: Una basura es lo
que son mis zapatos en este momento.
Acto seguido los mete en la bolsa y se pone el abrigo. Después
se cuelga el bolso al hombro y, tras tenderle la mano a Didi, esta se
la coge y van juntas hacia la puerta.
Una vez que llegan frente a ella, Marta le da un dulce beso en los
labios.
—Quiero que sepas que me lo he pasado muy bien contigo —
dice.
—Y yo contigo —asegura Didi.
Ambas sonríen, y Marta añade:
—Las dos sabemos que esto es lo que es, por lo que, tranquila,
que entre nosotras no hay obligaciones y, por supuesto, todo
seguirá igual en el súper.
A continuación extiende el meñique. Al ver eso Didi ríe. Su amiga
le propone hacer una pinky promise y, juntando su meñique con el
de ella, afirma:
—Opino igual que tú.
Luego abren la puerta y Marta sale del piso. Didi, que está triste
porque tenga que irse, posa con cariño las manos en sus mejillas y,
acercando sus labios a los de ella, le da un beso. Besar a Marta
podría convertirse en su pasatiempo favorito. Pero ¿cómo puede
ser, si ella es la que siempre ha puesto freno a lo que ha ocurrido?
—Davinia Daniela —dice Marta después de unos segundos—, si
no paras voy a quedar muy mal con mi madre, porque me voy a
meter de nuevo en tu casa y en tu cama, y no vamos a salir de ahí
en todo el día.
Didi suelta una carcajada. Nada le gustaría más, aunque no
quiera reconocerlo. Marta le da entonces un rápido beso y se
despide:
—Me voy, que me lías.
Acto seguido ella monta en el ascensor y, tras un último beso, las
puertas del mismo se cierran y Didi se queda a solas en el
descansillo de la escalera. Con una sonrisa dibujada en el rostro,
regresa a su casa y va directa a la cocina, donde la esperan sus
gatitas Brisa y Duna subidas a la encimera en busca de su
desayuno.
La joven se las queda mirando y se pregunta en voz alta:
—¿Qué estoy haciendo?
Capítulo 20

Son las 18.12 de la tarde y los amigos han vuelto a quedar en la


cafetería de los padres de Valentín. Ha pasado un mes desde la
última vez que se vieron, pues entre unas cosas y otras se les hizo
difícil reunirse todos de nuevo, aunque se han mantenido
conectados mediante su grupo de WhatsApp.
—Tengo que decir una cosa y no quisiera ofender a nadie —avisa
Didi.
—Buenooooo, ya estamos —se mofa Kevin.
Todos sonríen y Didi, mirando a Ángel, que toma asiento, declara:
—Sabéis que os quiero mucho, pero debéis saber que todavía os
quiero más cuando quedamos para cosas como esta y no para
hacer ejercicio.
Ángel le dirige una mueca divertido. Si hay alguien de quien
nunca se tomaría nada en serio es de ella.
—No me ofendes, reina —bromea—. Pero mi cometido en la vida
es conseguir que te guste el deporte.
—Pues lo llevas claro, rey —dice ella poniendo los ojos en
blanco.
Sebas suelta una carcajada y Ángel, mirándolo, lo señala con el
dedo.
—Y a ti te digo lo mismo —añade—. De hecho, estaba pensando
que en cuanto empiece a hacer buen tiempo, podríamos quedar
algunas mañanas para salir a correr.
—Guauuu, eso ya es subir de nivel —comenta Jacob.
—Imposible —replica Sebas solo de imaginárselo—. No corro ni
cuando voy a perder el bus, ¿te crees tú que voy a hacerlo por
placer?
Su comentario consigue que todos lo miren divertidos.
—Pero ¿tú no sabes hacer planes que no estén relacionados con
sufrir y tener agujetas? —inquiere Didi.
Valentín se une al grupo en ese instante y se sienta junto a su
chico.
—Mi madre ha hecho tarta de zanahoria —anuncia.
—¡Qué ricaaaaa! —exclama Sebas, y agrega—: Más os vale
pedir tarta a todos.
El resto se miran unos a otros. Si fuera tarta de chocolate o de
nata, sería otra cosa, pero ¿zanahoria?
—A ver, no es por ofender... —sonríe Jacob al ver sus caras—,
pero he probado la tarta de zanahoria que hace mi madre y, la
verdad, no es que sea uno de mis postres favoritos...
—¿Y no hay de chocolate? —pregunta Kevin.
—Ah, no... —les advierte Sebas—. Aquí vamos a pedir tarta de
zanahoria todos. Como si sois alérgicos, me da igual... Primero va la
felicidad de mi suegra y, después, si alguno es intolerante a algún
ingrediente, ya lo llevamos al hospital para que no se nos muera.
Todos ríen ante su ocurrencia, y Sebas añade señalando a Didi:
—La única que se salva es ella por vegana.
—Por un segundo he pensado que ibas a decir «por bollera». —
La morena ríe.
Todos sueltan una carcajada.
—También, reina. También —matiza él.
Valentín echa un ojo a la barra, que se está llenando, y, sin
dudarlo, se levanta a ayudar a su madre.
—Bueno, ¿qué pasa con Clara? —pregunta Sebas a
continuación mientras se echa el pelo hacia atrás—. ¿Hoy no viene?
Los demás se miran entre sí. Todos saben que Clara sigue con
Piero.
—Eso parece —murmura Ángel.
Didi observa a Jacob. En su rostro no ve un ápice de tristeza.
—Antes de salir de casa me he cruzado con ella y me ha dicho
que se iba al cine con Piero, que os lo dijese —explica Kevin—.
También me ha dicho que luego me escribiría para saber si
seguimos aquí y acercarse un rato.
—Qué pesada está con el italiano ese —susurra Sebas—. No
hay quien le vea el pelo. Que se lo traiga y así lo conocemos de una
vez.
Kevin y Ángel intercambian una miradita que no le pasa
desapercibida a Didi, y luego este último señala:
—Creo que él no quiere conocernos.
Su comentario llama la atención de los demás, que lo miran
sorprendidos.
—¿Perdón? —dice Didi sentándose muy recta en la silla.
Kevin asiente y, sin entender qué ha visto su hermana en ese tío,
cuenta:
—El otro día cenamos Ángel, ella y yo en casa y, hablando de
quedar y tal, comentó que Piero le había dicho que prefería no
mezclar amistades.
—¡Vamos, no me jodas! —exclama Didi—. ¿Acaso ella no conoce
a sus amigos?
Kevin asiente, pues opina igual que ella, y en ese momento
Jacob señala:
—Esto me huele un poco a persona tóxica..., red flag.
—A mí me huele fatal desde que lo conoció —protesta Didi.
—¿Y no le dijisteis nada? —pregunta Sebas con incredulidad—.
Especialmente tú, que eres su hermano.
Kevin y Ángel se miran.
—Claro que le dije algo —contesta el pelirrojo—. Le dije lo que yo
pensaba. Pero es una cabezona y, cuando no quiere entender, no
hay manera.
Jacob asiente. Sabe igual que Kevin lo cabezota que es Clara.
—¡De verdad que no sé qué ha visto en él! —exclama Didi con
fastidio.
En silencio, Jacob observa con interés a sus amigos. Parece que
todos tienen una opinión parecida sobre aquel italiano, y se dispone
a intervenir cuando el teléfono le vibra. Es Raquel, por lo que,
excusándose, se levanta de la mesa para hablar con ella.
Al hacerlo, todos lo observan.
—Creo que tiene churri —murmura Sebas.
—¿Quién es? —pregunta Ángel a Kevin.
Él se encoge de hombros. Sabe tan poco como el resto, pero no
le extrañaría que la tuviera, puesto que Jacob no solo es buena
persona, sino que además es un tío que físicamente está muy bien.
—A mí lo que me sorprende es lo rápido que lo perdonó Clara
con lo que le hizo en San Valentín —comenta Ángel—. Vale que no
eran novios. Vale que llevaban poco tiempo viéndose. Pero, joder,
¡habían quedado en cenar juntos ese día!
—En nuestro primer día de los Enamorados —cuenta Sebas—,
Valentín y yo prácticamente no llevábamos ni dos semanas
conociéndonos, y él —dice señalando a su chico, que se acerca en
ese momento a la mesa— me regaló un collar azulado precioso.
Sus amigos sonríen. En ese instante Jacob regresa y, al ver que
todos lo miran, inquiere:
—¿Qué pasa?
—¿Churri a la vista? —cotillea Sebas.
Jacob es ahora el que sonríe. Lo que tiene con Raquel no lo
considera nada. Es solo una amiga. Pero se encoge de hombros y
responde:
—El tiempo lo dirá.
Valentín y su madre llegan entonces a la mesa y dejan los platos
de la tarta de zanahoria sobre ella.
—¡Pero qué buena pinta tiene esta tarta, Flavia! —exclama
Kevin.
—Pues ya verás cuando la pruebes —avisa Sebas.
La mujer se acerca entonces con cariño a Didi y deja un plato
frente a ella.
—Esto es para ti, corazón. Valentín me ha contado que eres
vegana y que prefieres cosas que no sean tan dulces, así que te
hemos preparado unas tartaletas de hummus que espero que nos
hayan salido bien.
Didi mira con ternura a la mujer. Y, observando las pequeñas
tartaletas que hay en su plato, repone con cariño:
—¡¿Qué dices, Flavia?, no tenías por qué! —y, acostumbrada a ir
a sitios en los que no hay muchas opciones veganas, afirma—:
Tienen muy buena pinta. Te lo agradezco muchísimo, es todo un
detalle.
La mujer mira a la chica, le da un beso en la mejilla y luego dice
mientras se da la vuelta para alejarse:
—¡Buen provecho!
Instantes después Didi observa curiosa cómo sus amigos
prueban la tarta, incluso Jacob, que era algo reticente. Y al cabo
Kevin asegura con la boca llena:
—Buah, lo rico que está esto...
—Buenísimo —opina Ángel.
—¡Os lo dije, mamarrachas de poca fe! —se mofa Sebas.
—Vale, tenías razón —reconoce Jacob—. Le da mil vueltas a la
de mi madre. Esta no tiene sabor fuerte a zanahoria como la suya,
esta es... más dulce.
Sebas lo mira y alza las cejas como si dijera: «Te lo he
advertido».
Los amigos pasan la tarde charlando y poniéndose al día en
cuanto a cosas que han hecho o les han ocurrido. Didi piensa en
Marta. ¿Debería contarles que ha tenido algo con ella?
—¿Y tú qué tal vas con el curro? —pregunta Jacob mirándola.
—Sigue amargada, no hay más que verle la cara —suelta riendo
Sebas, que se gana una mirada de su amiga.
No. Definitivamente no les va a contar lo de Marta, ni de coña.
—Todo continúa casi igual —dice—, el gerente sigue siendo un
imbécil y el trabajo una tortura...
—¿Aún no has conseguido caerles bien a tus compañeros? —
pregunta Ángel.
Didi niega con la cabeza.
—Los compañeros siguen siendo unos rancios, aunque Marta se
salva de entre todos ellos —declara.
—¿Marta? ¿Quién es? —quiere saber Sebas.
Didi sonríe. Por suerte, la noche en la que se fue con ella a su
casa él no la vio. No sabe que Marta es la chica de esa noche. Y,
evitando poner demasiado énfasis en sus palabras, responde:
—Marta es la chica nueva de la que os hablé. La verdad es que
es un gusto poder pasarnos el día charlando y poniendo verde a
Martín. —Ríe—. No es que coincidamos siempre, pero cuando
ocurre al menos logramos hacernos la jornada más amena la una a
la otra.
Y hasta ahí cuenta de Marta.
—¡Qué bien! —exclama Kevin, que no solo recuerda que Didi les
ha hablado de ella en alguna ocasión, sino que también vio de reojo
su nombre en la pantalla de Didi uno de los días que quedaron.
—Por cierto —tercia Jacob mirando a Didi—, ¿tú no querías
estudiar un máster de Educación Inclusiva?
—Y sigo queriendo hacerlo —reconoce ella.
—¿Y por qué no lo haces? —insiste él.
—Porque tengo la intención de ser autosuficiente, que ya soy
mayorcita —explica—. Mis padres se han pasado la vida trabajando
para darme todo lo que han podido, y creo que ya es hora de que
deje de chuparles la sangre.
—Sabes que estás hablando de tus padres, ¿no? —recalca
Jacob.
—Lo sé —afirma Didi.
—Y, conociéndolos, estoy seguro de que estarían encantados de
ayudarte a que siguieras formándote para alcanzar tu sueño.
Didi asiente, sabe que Jacob tiene razón, pero recalca:
—Lo sé, pero quiero demostrarme que puedo yo sola. He mirado
diversas formas de hacerlo, aunque sea online, pero aún tengo que
ahorrar más dinero, porque es una pasta. Además, los cambios de
turno inesperados que hace Martín tampoco es que me ayuden.
Todos observan a Didi, y Sebas, que la conoce muy bien,
interviene:
—Déjalo, Jacob. Lo he hablado mil veces con ella y no hay
manera. Cuando se le mete algo en la cabeza es imposible. Mejor
que siga amargada en el súper.
—Exacto —bromea ella.
Sebas mira entonces a su novio y este le guiña el ojo. Tienen
algo que decirles.
—Bueno, queridas y querido amigo hetero —dice él con gracia
dirigiéndose a Jacob—. Valentín y yo tenemos que contaros algo.
Los demás los miran expectantes, y a continuación Valentín
exclama con alegría:
—¡Por fin tenemos piso!
—¡Sííííí! —grita Didi feliz.
—¡Qué bieeeen! —dice Kevin contento.
Todos se alegran mucho por ellos. Se merecen comenzar su
nueva vida juntos.
—De alquiler, ¿no? —pregunta Ángel.
—Sí. De momento, que yo sepa, no nos ha tocado la lotería —
afirma Sebas.
Felices por la noticia, Valentín y él se besan.
—¿Y cuándo podéis mudaros? —quiere saber Jacob.
—Creo que a finales del mes de marzo. Queremos irnos para allá
en cuantito se pueda —aclara Valentín.
—Os recuerdo que contamos con vosotros para la mudanza —
avisa Sebas.
Ángel y Kevin se miran.
—Seguro que será en marzo, ¿no? —señala Kevin dejando su
cuchara en el plato.
—Buenoooo, habéis hecho alusión a la mudanza y ya tenemos
las primeras bajas... —se burla Didi.
Ángel y ella se miran y ríen.
—Creo que sí —dice Sebas—, pero aún no estamos del todo
seguros.
—Si es en marzo, perfecto —indica Ángel—. Es que justo ayer
pillamos los billetes para irnos a Las Palmas de Gran Canaria en
Semana Santa.
—Estamos como locos por irnos —explica Kevin—. Allí nos
alojaremos en casa de una amiga de Ángel y así yo aprovecho el
viaje y visito a mi amigo Nazan, que hace muchísimo que no nos
vemos.
—¿Quién es Nazan? —pregunta Jacob.
—Un chico al que conocí por redes sociales hace unos años —
aclara el pelirrojo—. Cuando vio que yo era trans se puso en
contacto conmigo. En ese momento él estaba empezando con todo
el tema de la transición y tal. Lo ayudé con algunas dudas y con el
tiempo nos hicimos amigos. Siempre que él ha venido a Madrid nos
hemos visto, así que ahora me toca a mí ir a visitarlo.
Todos escuchan con atención a su amigo, ya que Kevin nunca les
había hablado de ese chico.
—Bueno, si no estáis aquí no pasa nada, chicos —dice entonces
Valentín.
—Pero ¿en qué fechas cae Semana Santa este año? —quiere
saber Sebas dudoso.
—Los festivos son del 14 al 17 de abril, pero tenemos los días de
asuntos propios, así que podemos estirar un poquito más —
responde Ángel.
—Ah, bueeeeno, no creo que haya problema —apostilla Valentín.
En ese momento suena una notificación de mensaje en el móvil
de Didi y esta bromea mirando el aparato:
—Fíjate, me acaba de salir un viaje a mí también.
Todos ríen por su ocurrencia y, mientras siguen charlando, ella
lee el mensaje que le ha llegado:
Marta
¡La recomendación musical de hoy: Dembow, de
Danny Ocean!

Didi no tarda en teclear.


Didi
Me gusta mucho la música
de ese chico, me encaaaanta
la canción Me rehúso.

Segundos después Marta contesta.


Marta
¡Lo conoces! Estoy orgullosa,
no estás tan anticuada en cuanto a música como yo
creía. Y esa canción que dices es un temazo
enooooorme. ¿Tú no decías que no te gustaba
el reggaetón?

La joven morena sonríe.


Didi
Él no hace solo reggaetón como tal. Pero, vamos, con
su música puedo
hacer una excepción.

Marta
Jajajaja.

Sebas observa a su amiga y ve que, en el rato que lleva mirando


el móvil, no le ha desaparecido la sonrisa de la cara en ningún
momento. Entonces estira la pierna y le da un toque con el pie, lo
que provoca que Didi levante la cabeza y lo mire extrañada.
—¿Con quién hablas? —susurra mientras los demás siguen con
su conversación.
—Con una amiga —dice ella quitándole importancia.
No ha mentido, Marta es una amiga. Sin embargo, como no
quiere que le hagan un interrogatorio, decide bloquear el móvil y
dejarlo encima de la mesa. Tema zanjado.
—Por cierto —comenta entonces Ángel—, el otro día un cliente
del gimnasio me comentó que lleva un par de meses trabajando en
un circuito de karts. Me dijo que lo avise un día para ir con quien
quiera, que nos puede hacer algún descuento.
—¡Me apunto! —dice Jacob.
—¿Ya estamos con los deportes de riesgo? —pregunta Didi
uniéndose de nuevo a la conversación.
—No seas exagerada —bromea Jacob—. Dentro de un kart no te
puede pasar nada, y además te obligan a ponerte casco.
—Un casco sudado y maloliente que se pone todo el mundo —
matiza Sebas con cara de asco.
—Venga, que puede ser muy divertido —los anima Kevin—.
Cuando vea a Clara, se lo comento y buscamos un día para ir todos
juntos.
Jacob coge su móvil para ver qué hora es y se da cuenta de que
la tarde ha pasado casi sin enterarse.
—Yo debería empezar a irme.
El resto decide entonces que lo mejor es pedir ya la cuenta,
pagan y se levantan. Kevin, Ángel, Didi y Jacob se despiden de
Sebas y de Valentín, que se quedan un rato más en la cafetería para
ayudar en lo que haga falta.
Los demás salen del local y se dan un par de besos. Al separarse
de Kevin, Didi no puede evitar comentar:
—Por cierto, dile a Clara de mi parte que muy mal.
Capítulo 21

Clara se mira en el espejo y termina de arreglarse el pelo. Ha


quedado con Piero y sus amigos para salir y quiere estar guapa.
Justo en ese momento su móvil le anuncia que ha recibido un
mensaje. Lo coge y comprueba que es de su chico.
Piero
Amore, ya estamos aquí.

Como ya está lista, tan solo tiene que ponerse el abrigo y coger el
bolso antes de salir del piso. Se despide de Cora con cariño, cierra
la puerta con llave y pulsa el botón del ascensor. Una vez que este
llega a su planta y las puertas se abren, la pelirroja se monta y baja
los ocho pisos.
Ya en la calle, ve un coche del que sale música a todo volumen.
Es el de Tiziano, por lo que camina hasta él y se sube en la parte
trasera.
Piero la saluda con un beso.
—Ciao, bella —murmura mirándola a los ojos.
—Hola, guapo —dice ella con una sonrisa.
Acto seguido Tiziano arranca.
—Oye, ¿luego vuelvo con vosotros en el coche? —pregunta ella.
Piero afirma con la cabeza y, cuando vuelve a darle un beso, oye
decir a Tiziano y a Fabiana, que van en los asientos delanteros:
—Ciao, Clara!
—¡Hola, chicos! —saluda ella poniéndose el cinturón.
Entre risas y canciones llegan a un local situado a las afueras de
Madrid. Clara lee el nombre en el letrero. Se llama «Da la vuelta».
Cuando bajan del coche Tiziano le entrega las llaves al
aparcacoches para que se encargue de él.
—Qué sitio más pijo —murmura Clara al verlo.
—¡Exclusivo! —repone Piero sonriendo mientras le pasa la mano
por la cintura.
Las dos parejas entran en el iluminado local y una camarera los
guía hasta una zona con sofás reservada para ellos. Al parecer, son
clientes Vip. Mientras se acomodan la camarera se retira para
regresar a los pocos minutos con copas de champán para todos.
Los cuatro están brindando cuando aparecen Víctor y Cayetana,
que rápidamente los saludan.
—Clara, este es mi amico Víctor —le presenta Piero.
Hasta este momento, tras conocerlo aquella noche a oscuras en
el piso de los chicos, Clara no había vuelto a coincidir con él. Según
le comentó Cayetana, estaba de viaje en Londres por algo
relacionado con el trabajo, y cuando la pelirroja le da dos besos él
comenta:
—Sí, ya nos conocemos.
Clara sonríe al ver que se acuerda de ella.
—¡Hola, Víctor! Esto sí es una presentación, y no lo de aquel día
—señala.
Ambos ríen. Víctor se acerca a la mesa a por una copa de
champán, y Piero le pregunta a Clara:
—¿Che cosa significa que ya os conocéis?
—Nos cruzamos la primera noche que pasé en tu piso. Yo me iba
de madrugada y ellos llegaban de fiesta —explica ella.
—Non capisco.
Clara bebe de su copa e insiste:
—Sí, Piero, el primer día que nos vimos tú y yo aquí, en Madrid.
Ellos volvieron de fiesta y, como hicieron ruido, me desperté. Al salir
vi a Víctor y nos saludamos. Después yo me marché.
El italiano la mira con expresión seria.
—¿E perché no me lo habías contado?
Clara se encoge hombros sin entender por qué parece molesto.
—No me había vuelto a acordar. Pero, vamos, fue un hola y
adiós.
Él asiente aún dándole vueltas al asunto.
—¿En serio te has puesto celoso? —pregunta ella abrazándolo.
—No, ero solo curioso —responde besándola.
En ese instante empieza a sonar el nuevo tema de Rosalía,
Chicken Teriyaki, y la gente se viene arriba. Esa canción lo está
petando.
—¡Clara, vamos a bailar! —se apresura a decir Cayetana.
La chica sonríe, le encanta pasárselo bien, y, dándole la mano a
Piero, le pregunta:
—¿Vienes?
—No, io non bailo —suelta él dejando ir su mano.
Clara suspira y luego bromea alzando la voz:
—¡Tú te lo pierdes!
Cayetana, Fabiana y ella se dirigen a la pista de baile y disfrutan
de la canción. Víctor va también con ellas, baila y las graba
haciendo el peculiar baile del videoclip. Cuando la canción está
acabando Clara se fija en que Tiziano y Piero se levantan y se
encaminan hacia la salida del local.
—¿Adónde van Piero y Tiziano? —le pregunta a Víctor.
—Seguramente irán a fumar —responde alzando la voz para que
la chica pueda oírlo con la música.
Ella decide que lo esperará en la mesa, pero aún no ha
abandonado la pista cuando empiezan a sonar las primeras notas
de Wow Wow de María Becerra y Becky G. Fabiana la coge de la
mano y la anima a bailar.
—Andiamoooo! —exclama.
Ella acepta encantada, se lo quiere pasar bien, es a lo que ha ido
allí. Pero, tras darlo todo durante varias canciones seguidas, está
sedienta, así que decide volver al reservado a beber algo.
Piero y Tiziano están en el sofá, tomándose unos chupitos.
—¡Claaaaaaara! —suelta su chico al verla.
—Bevi uno! —El amigo le ofrece un chupito a ella también.
—No, gracias —lo rechaza y, ante su negativa, se lo toma él.
Clara se sienta entonces junto a Piero y él se recuesta
cariñosamente sobre su hombro.
—¿Cuántos chupitos lleváis? —pregunta.
Tiziano la oye y responde levantando el vaso vacío:
—Uno, due, tre, quattro, cinque...!
Los dos chicos se ríen, aunque a ella no le hace ninguna gracia,
ya que había quedado en volver con ellos en el coche.
—¿Y no creéis que deberíais parar un poco? —les pregunta—.
Os recuerdo que habéis traído el coche.
—¡No pasa nada, io controllo! —Tiziano ríe chocándole los cinco
a Piero.
En ese momento Fabiana se acerca a ellos y extiende el brazo
para que Tiziano le dé la mano.
—Balliamo, tesoro?
El chico no duda. Se levanta de un salto y camina detrás de su
novia.
Clara los observa con cierta envidia y decide probar suerte. Se
pone en pie e, imitando a Fabiana, extiende el brazo y dice
poniendo acento italiano:
—Balliamo, amore?
Pero, en vez de darle la mano, Piero prefiere usarla para coger
una nueva copa.
—Más tarde, amore —replica.
Ella asiente sin decir nada, se da la vuelta y se aleja. Mira hacia
donde están los demás y ve a las dos parejas bailando entre risas.
«¿Tan difícil es tener eso?», se pregunta.
Como no quiere cortarles el rollo, decide ir al baño. Entra y apoya
las manos en el largo mueble del lavamanos mientras se mira al
espejo con semblante serio.
—¿Estás bien? —le pregunta una chica que se acerca a lavarse
las manos.
—No estoy teniendo mi mejor noche —responde.
Clara la observa mientras esta se enjabona las manos. Parece
algo mayor que ella.
—¿Problemas de amor, amistades, familiares...?
—De amor —resopla.
Las dos chicas se miran.
—¿Te hace feliz?
La pelirroja duda unos segundos mientras la otra se enjuaga las
manos.
—Quizá deberías empezar por saber por qué te cuesta tanto dar
respuesta a una pregunta tan simple —vuelve a decir la chica.
—Puede que tengas razón —admite Clara.
La desconocida cierra el grifo y coge un poco de papel para
secarse las manos.
—Esta noche he venido con unas amigas —comenta—. Si
quieres, estás más que invitada a venirte con nosotras.
Clara sonríe en señal de agradecimiento.
—Muchas gracias, pero creo que me voy a ir a casa.
—Bueno, si cambias de opinión estaremos ahí bailando —dice
despidiéndose con una sonrisa.
La pelirroja vuelve a mirarse en el espejo y se coloca bien el pelo.
Acto seguido saca su móvil y ve que son las 3.23 de la madrugada.
«Me voy», se dice.
Atraviesa todo el local, se dirige a su reservado y recoge su
abrigo. Piero no está allí, así que no tendrá que despedirse de él.
Sigue avanzando y llega a la salida. Hace mucho frío, por lo que
antes de pedir un coche decide ponerse el abrigo.
La app de su móvil le dice que el coche que la llevará a casa
tardará trece minutos en llegar. Le da igual esperar, ni de coña iba a
volver con Tiziano en coche con la cantidad de copas que se ha
tomado. Se hace a un lado para no estar en la puerta del local y
entonces, unos metros más allá, ve a Piero fumando y hablando con
un grupo de gente. Clara no sale de su asombro, pero no dice nada
y se dedica a contemplar la escena en silencio. Justo cuando menos
se lo espera, Piero se desplaza para abrazar a una de las chicas del
grupo y de pronto la ve junto a la puerta. Disimulando como puede,
el italiano se despide del resto y se le acerca.
—Clara, ¿qué haces aquí fuera? Non stavi ballando? —pregunta.
Intenta rodearla con el brazo, pero ella se aleja ligeramente.
—Sí, Piero, pero me he cansado y me voy a casa.
—Espera y dentro de un rato nos vamos tutti. Así dormimos
juntos. —Sonríe.
Ella niega con la cabeza. Ni loca va a dormir con él. Y, mirando su
móvil, afirma:
—No, Piero, dentro de seis minutos me voy a mi casa.
—Porca miseria! —exclama el italiano.
Clara se da cuenta de que todo el mundo los mira y empieza a
sentirse incómoda. Por el contrario, Piero da una calada al cigarro y
expulsa el humo con calma. La mira de arriba abajo y, agitando las
manos, inquiere:
—¿A qué viene toda questa tontería?
La joven toma aire tratando de no perder la calma.
—No es ninguna tontería, Piero. Yo me quedo en los sitios
cuando me lo paso bien y estoy a gusto; cuando dejo de estarlo...,
simplemente me voy.
—¿No estás a gusto con me? —pregunta él molesto.
—Ahora mismo, no.
El italiano aprieta la mandíbula, no le ha sentado bien lo que le ha
dicho. Y de pronto pregunta en tono chulesco:
—¿Ti divertiresti meglio con Víctor? ¿O quizá ti divertiresti meglio
con tus amigos?
Clara lo mira confundida. Pero ¿de qué habla ahora?
—¿En serio? —replica molesta.
Él da una calada a su cigarrillo mientras la escucha.
—Pues, mira, la verdad es que me da cierta envidia ver lo
compenetrados que están y lo bien que lo pasan Cayetana y
Víctor... ¿Y a qué viene lo de mis amigos?
Piero tira enfadado el cigarro al suelo.
—Cosa mancava! —exclama gesticulando con los brazos—.
Cuando te vi con tus amigos de fiesta te lo estabas pasando molto
molto bene.
—Por supuesto, yo salgo para eso.
Clara observa el cigarrillo encendido en el suelo y lo apaga con la
suela del zapato.
—Oh si? ¿Sales para bailar con tutti los chicos?
Ella lo mira sin dar crédito.
—Yo bailo con quien me da la gana —suelta enfadada—. Y más
aún con mis amigos. ¿Qué pasa, estás celoso?
—Non sono geloso, ma che coincidenza que todos tus amigos
sean hombres y que solo bailes con los chicos —responde él—. La
amistad así, entre hombres y mujeres, è impossibile.
Según dice eso, Clara resopla. Siente unas tremendas ganas de
darle un tortazo, pero se contiene. Quedan dos minutos para que
aparezca su coche.
—Estoy flipando contigo, de verdad, Piero. Si te hubieras
molestado en conocer a mis amigos, entenderías muchas cosas. Y
qué casualidad que solo me vieras bailar con ellos cuando
precisamente esa noche con quien más bailé fue con Didi —dice
moviéndose enfadada—. Entonces, según tu absurdo razonamiento
de que hombres y mujeres no podemos ser amigos, yo debería
estar celosa del grupo con el que estabas ahí cuando he salido,
¿no?
—Solo les he pedido un mechero —se excusa él con rapidez.
Clara ríe con sarcasmo.
—Por supuesto, Piero.
El italiano se mueve incómodo. Un coche para entonces a pocos
metros de ellos. La pelirroja revisa la matrícula que le sale a ella en
la app y confirma que es el suyo. Acto seguido guarda el móvil en el
bolso y echa a andar hacia él.
—¿Te vas? Davvero?
Ella se detiene y se da la vuelta para mirarlo.
—Sí, Piero, como ya te he dicho, me voy a mi casa.
Él la mira con seriedad. Nunca le ha rogado nada a una chica y,
por supuesto, ella no va a ser la primera.
—Vale, Clara. Ciao! —y, dicho esto, da media vuelta y entra de
nuevo en el local.
Clara sigue andando y entra en el coche sin comprender cómo es
posible que una bonita noche haya podido terminar así.
Durante todo el trayecto no deja de darle vueltas a lo suyo con
Piero. ¿Merecerá la pena seguir intentándolo? ¿Acaso sus amigos
ven en él algo que ella no ve? Le da vueltas y vueltas al tema. Si
algo tiene claro es que en momentos como el que acaba de vivir no
lo soporta, aunque en otros le encanta.
Cuando llega a su destino, le da las gracias al conductor y se
baja del coche. Entra en su portal y sube en el ascensor hasta el
octavo piso. Mete la llave en la cerradura con cuidado de no hacer
ruido para no despertar a nadie y, antes de entrar, se quita los
zapatos.
Nada más abrir la puerta se sorprende al oír música. Está muy
bajita y piensa que Kevin debe de haberse quedado dormido con
ella puesta. Empieza a recorrer con sigilo el pasillo y, cuando pasa
por delante de la cocina, se para en seco. Frente a ella tiene a
Kevin, sentado en la encimera con Ángel de pie ante él. Ambos van
sin camiseta y están besándose.
«Mierdaaa...»
Clara vuelve sobre sus pasos casi sin respirar, feliz de que Cora
seguramente estará dormida sobre la cama de su habitación. Sin
hacer ruido consigue llegar hasta la puerta, la abre y sale del piso.
Una vez fuera, se calza de nuevo los zapatos y entra en el ascensor
pensando a quién puede recurrir a esas horas.
Es la segunda vez que le pasa algo así con ellos. La primera se
despertó de madrugada con mucho calor, quiso bajar a por agua fría
y se los encontró en el sofá. Esa vez también consiguió pasar
desapercibida y volver corriendo a su habitación.
Abre WhatsApp.
Clara
Dime que estás despierta y puedo
dormir en tu casa, por favor.

El ascensor llega a la planta baja y cuando ella sale recibe un


mensaje.
Didi
Has tenido suerte, justo me iba
a la cama. Aquí te espero, pelirroja.

Clara resopla tranquila. Didi es siempre su salvación.


«Menos mal.»
Capítulo 22

Con la excusa de llevarle un trozo de tarta vegana y devolverle sus


Converse negras, Marta ha ido esa tarde a casa de Didi. Sabe que
no la puede presionar, no está por la labor de comenzar una
relación, pero ella lo va a intentar. Didi le gusta mucho, y como
siempre que se ven allí, una cosa lleva a la otra hasta acabar en la
cama.
Solo hace un rato que Marta ha salido por la puerta y Didi se ha
puesto una serie para hacer tiempo hasta que la avise cuando
llegue a su casa. Su móvil pita. «Seguro que es un mensaje de
Marta desde el coche», se dice. Extiende el brazo y coge el teléfono,
pero se lleva una sorpresa al ver de quién proviene el mensaje.
Clara
Dime que estás despierta y puedo dormir en tu casa,
por favor.

Didi mira el reloj y ve que son casi las cuatro de la madrugada.


No entiende cómo es que su amiga le escribe a esas horas, y
contesta:
Didi
Has tenido suerte, justo me iba a la cama. Aquí te
espero, pelirroja.

Y, como no se queda tranquila, añade:


Didi
¿Estás bien? ¿Ha pasado algo?

Clara, consciente de que la morena le hará un tercer grado,


responde:
Clara
Tranquila, ahora te cuento.

Didi mira la pantalla de su móvil con el ceño fruncido; ¿tendrá que


ver con el caradura? Pero su gesto cambia un par de minutos
después cuando recibe, ahora sí, el mensaje que estaba esperando.
Marta
¡Ya estoy en casa! Buenas nocheeeees.

Didi
¡Que descanses!

La chica sonríe. A pesar de sus reticencias, cuando Marta le


propone verse no es capaz de decir que no. No puede engañarse a
sí misma. Ella le gusta cada vez más y no puede luchar contra eso.
Didi sigue viendo la serie mientras aguarda a Clara. Está claro
que su amiga la necesita.
Minutos más tarde suena el telefonillo de su piso. Se levanta, le
da al botón para abrir y la espera con la puerta ya abierta.
—Buenas noches, reina —dice apoyada en el marco.
—Hola, Didi, gracias por dejarme venir —responde ella mientras
sale del ascensor—. Me has salvado la vida.
Entra en casa de su amiga, deja el abrigo en un pequeño mueble
situado en la entrada y ambas van directas al sofá del salón.
—¿Por qué dices eso? ¿Ha pasado algo grave? —pregunta Didi
dejándose caer en el asiento.
Clara resopla y se acomoda a su lado.
—Más bien qué no ha pasado.
Didi se mueve para ponerse cómoda y, así, aunque está algo
cansada, escuchar a su amiga.
—Te he preguntado que si podía venir y quedarme a dormir
porque, al volver al piso, me he encontrado a mi hermano y a Ángel
muy acaramelados en la cocina.
Didi se ríe.
—¿Y les has cortado el rollo? —pregunta divertida. Al ver que su
amiga niega con la cabeza, insiste—: ¿No te han visto?
—No, pero casi. He huido como he podido y te he mandado el
mensaje con la esperanza de pillarte despierta. —Sonríe—. ¿Tú
qué, estabas viendo una serie?
La morena mira su televisor y ve la pantalla pausada; la ha
parado antes de ir a abrirle la puerta.
—Sí, pero me había quedado medio dormida —miente, aunque
es una buena excusa. Tiene claro que no piensa contarle nada de
Marta.
Didi se fija de nuevo en su amiga. Ve lo maquillada que va y
cómo va vestida.
—Oye, ¿y tú de dónde vienes?
—Había salido con Piero y sus amigos.
—Ah, ¿conocer a sus amigos y salir con ellos sí, pero conocer él
a los tuyos no? —y, al ver la expresión de Clara, añade—: Nos lo
comentaron Kevin y Ángel el día que no viniste.
—Ah, vale.
—Por cierto —agrega Didi—, me parece fatal que no vengas a
nuestras quedadas cuando sabes lo difícil que es cuadrar los
horarios para todos y poder vernos.
—Valeeeeeee —murmura Clara quitándole importancia.
Las chicas se miran, Didi intuye que la pelirroja oculta algo y se
interesa.
—¿Y qué estás haciendo aquí si has salido con ellos?
En el fondo Clara sabe que se lo tiene que contar, las amigas
están para eso. Y más para escuchar tus dramas a las cuatro de la
madrugada.
—Bueno..., he discutido con Piero.
—Ya sabía yo que el hecho de que estuvieras aquí iba a tener
algo que ver con ese gilipollas.
—Didi, ¡no lo llames así!
—Gi-li-po-llas —insiste ella.
Clara resopla, pero, entendiendo que quizá tenga razón,
murmura:
—Sí. La verdad es que un poco sí lo es.
La morena asiente. Y, sin querer decir otras cosas que opina de
él, pregunta:
—¿Qué ha pasado ahora?
Necesitando hablar sobre lo ocurrido, Clara le cuenta punto por
punto cómo ha transcurrido la noche hasta llegar a donde ha
llegado.
—Es un amargado y un celoso —termina diciendo—. Salir de
fiesta con él es verlo beber alcohol, fumar y quedarse sentado en el
sofá del reservado casi toda la noche.
—Menudo muermo de tío.
—Pues sí lo es. Tú sabes que a mí me gusta salir y pasármelo
bien, que baile conmigo, o al menos lo intente —se apresura a
añadir Clara—. Veo a sus amigos bailar con sus novias, pasarlo bien
con ellas y, quieras que no, me da envidia, porque en el fondo eso
es lo que yo quiero.
—Pero con él sabes que no va a ser así —afirma Didi.
La pelirroja cabecea, consciente de que a su amiga no le falta
razón.
—Pero en Italia sí que era así —susurra—, tú misma lo viste.
Didi asiente. Reconoce que, aunque siempre pensó que Piero era
un caradura, en Italia era un tío más divertido que se apuntaba a
todo.
—Allí te mostró lo que tú querías ver —dice—. Un chico divertido.
Y ahora que al parecer ya tenéis más confianza, se muestra como
realmente es. ¡Un gilipollas!
Clara suspira y niega con la cabeza.
—La gente no puede cambiar tanto, ni que fuese un actor de
Hollywood...
Didi mira a su amiga y, aunque quiere rebatir lo que ha dicho, no
lo hace. Prefiere no seguir por ahí porque sabe lo cabezota que
puede llegar a ser Clara; en muchas ocasiones es mejor que se dé
cuenta ella sola. Además, no le apetece entrar en debates. Y menos
a las cuatro de la madrugada.
—Bueno, ¿y lo de celoso por qué lo dices?
—Porque parece que le molesta cualquier interacción mía con un
chico —protesta—. Hoy me ha llegado a decir que la amistad entre
hombres y mujeres es imposible.
Didi pone los ojos en blanco y niega con la cabeza, es muy tarde
para oír semejantes tonterías.
—¿Sabes que la última vez que salimos todos juntos él nos vio?
—añade Clara.
Pero, por la cara de aquella, se da cuenta de que no tiene ni idea.
—¿No os lo ha contado Jacob?
Didi sabe lo poco que Jacob ha dicho. Que apareció Piero y se
fue con él.
—No, no sé de qué me hablas.
A Clara le extraña que su amigo no haya contado nada a los
demás. ¿Por qué no lo habrá hecho?
—Bueno, básicamente es que él estaba con unos amigos en el
mismo local que nosotros.
—Pues sí que es pequeño Madrid. —Didi ríe.
—Y nos estuvo observando toda la noche.
—Qué creepy —murmura su amiga—. ¿Por qué no fue a
saludarte?
Clara comprende que lo que cuenta es un poco espeluznante.
—Pues porque vio que me estaba divirtiendo con mis amigos.
Hasta que, cuando nos quedamos Sebas, Valentín, Jacob y yo solos
sí lo hizo.
—¿Y qué tiene de malo divertirse?
—No tiene nada de malo, pero, según él, me pasé toda la noche
bailando y acercándome solo a mis amigos chicos.
—Si es que el que es tonto ¡es tonto! —exclama Didi, que, al ver
cómo la mira su amiga, añade con gracia—: Cómo se nota que no
los conoce. Si se esforzara un poco más en conocerte a ti y a tus
amigos, sabría que somos casi todos maricas. De hecho, de los seis
la que más peligro puede tener soy yo.
Con ese comentario Didi consigue hacer reír a su amiga.
—Aunque, claro —puntualiza con rapidez—, con alguien como
Jacob por ahí, normal que se ponga celoso... Hacéis mejor pareja
que él y tú.
—Didi...
—Solo digo la verdad.
—No empieces con eso, que te pones muy intensa —avisa Clara.
Didi asiente, pero sabe que debe darle cierta información, y dice:
—¿Sabes que Jacob está empezando algo con una tal Raquel?
Clara parpadea sorprendida. Ya ha oído ese nombre más veces
antes.
—¿Jacob sale con esa chica? —pregunta.
Al ver el cambio en la expresión de su amiga, la morena sonríe.
Está claro que a Clara le interesa Jacob, ahora solo hace falta que
se dé cuenta y reaccione y, sobre todo, que no sea tarde.
—Ni lo ha confirmado ni lo ha desmentido. Pero algo tienen.
Clara cabecea. Saber eso la incomoda, pero, como no quiere
hablar de él, vuelve a mencionar a Piero y, durante un rato, sigue
quejándose del italiano, hasta que Didi no puede más y dice
frotándose los ojos agotada:
—¿Y si nos vamos a la cama y mañana mientras desayunamos
seguimos hablando del tema?
—Sí, claro, es tardísimo —asiente ella.
Se levanta del sofá y entonces repara en un top que sale de
debajo de un cojín. Es rosa con unos pajaritos azules, es imposible
que sea de Didi.
—¿Y esto de quién es? —pregunta enseñándoselo.
Ella sonríe al ver el top de Marta. Se lo quitó esa tarde y ahí se
quedó. Y, cogiéndolo, murmura sin darle importancia:
—Como diría Sebas, de una churri.
Clara sonríe. Sabe lo mucho que triunfa su amiga con las chicas.
Pero, cuando va a preguntar, Didi se le adelanta para evitarlo:
—Lo que yo saco en claro de todo lo que me has contado es que
lo mejor es que mandes al italianini a la purita mierda.
Su amiga se ríe. Didi es Didi. Y le da un pequeño empujón para
que entre en la habitación. Instantes después ella le deja un pijama
y, antes de que se lo termine de poner, esta ya está en el quinto
sueño. Clara la mira. «Pues sí que estaba cansada, sí», se dice.
Se tumba y, durante un rato, permanece mirando el techo a
oscuras incapaz de dormirse, hasta que la pantalla de su móvil se
ilumina. Lo coge y resopla al leer el mensaje que acaba de recibir:
Piero
Ciao, bellissima, quiero pedirte perdón. Me he dado
cuenta de que no me he comportado bene esta noche.
He bebido demasiado y solo he dicho tonterías.
Espero que hayas llegado a casa bene. Un grande
bacio, amore. Buona notte.
Capítulo 23

Didi mira el reloj, pues está deseando salir. «Venga, solo queda
media hora.»
Marta y ella, que se han visto más veces de las que en un
principio pensaron, están cada día mejor juntas. Las cosas fluyen de
una manera increíble entre las dos y a Didi le encanta sentirla cerca
en el trabajo sin que nadie sepa lo que hay entre ellas.
Justo en ese momento está en un pasillo colocando unos
productos con visión directa a la caja registradora en la que está
Marta. La ve hablar con los clientes, escanear los productos,
sonreír...
—¡Hola, Didi! —oye de pronto a su espalda.
La chica se sobresalta. Por poco deja caer al suelo el bote de
espárragos que tiene en las manos, y al volverse y ver quién es
exclama:
—¡Qué susto me has dado, Roberto! Anda que si se me cae el
bote de cristal, la que liamos es pequeña...
Eso hace reír al hombre, que pone una mano sobre la rueda de
su silla.
—¿Qué tal estás? —pregunta Didi mientras deja el bote en la
estantería.
—Bien, todo bien. Por cierto, esta noche ceno con mis hermanas
—le cuenta él muy motivado.
Tener un evento como ese siempre lo llena de alegría, y ella lo
sabe bien.
—¡Qué bien, Roberto! Me alegro mucho.
El hombre, con dificultad, empuja su carro hacia un lado.
—¿Y tú cómo estás, Didi? —quiere saber.
Ella responde mientras se agacha para seguir colocando:
—Como siempre que nos vemos, trabajando.
Gracias a que ella se ha agachado, Roberto ve que Marta está en
la línea de cajas. Ahora entiende qué era lo que miraba la chica
embobada cuando él ha llegado.
En ese instante la rubia, que lo ve, le dice hola con la mano
desde lejos, y él murmura:
—Mira quién nos saluda...
Didi alza entonces la cabeza y su mirada coincide con la de
Marta. Ambas sonríen, pero la morena vuelve a centrarse con
rapidez en lo que estaba haciendo, y Roberto se da cuenta.
—¿Y a ti qué te pasa? —pregunta.
Didi lo mira.
—¿A mí? Nada.
Él sonríe. Conoce a la chica mejor de lo que ella piensa.
—¿Crees que no me he percatado de cómo mirabas
disimuladamente a Marta cuando he llegado y de lo rápido que has
apartado la mirada ahora?
Didi se apresura a hacerle un gesto para que baje la voz. ¿Cómo
puede conocerla tan bien ese hombre?
—Roberto, lo que menos quiero ahora mismo son rumores entre
los compañeros —murmura.
—Entonces ¿tengo razón? —susurra él.
—Madre mía, lo que te gusta a ti un buen chisme —bromea Didi.
Gira el cuerpo para mirarlo de frente.
—Ves cosas donde no las hay —afirma.
—No estoy yo tan seguro. Si las miradas pudiesen hablar...
Ella resopla. Sabe que Roberto no se va a dar por vencido. Echa
una rápida mirada para comprobar que Marta sigue en su sitio y
vuelve a mirarlo. Sabe que puede confiar en él. Y no es que no
pueda confiar en sus amigos, sencillamente es que no quiere
compartirlo con nadie. Tal vez sea una tontería, pero es la manera
que tiene de protegerse a sí misma.
—Vale sí, hemos tenido algo —le cuenta—. ¿Contento?
Roberto tenía razón.
—¡Lo sabía! —exclama sonriendo—. ¿Y ahora qué?
—Ahora nada.
—Didi...
—Vale, nos vemos alguna que otra vez —señala con disimulo
consciente de lo mucho que se ven—, pero nada más.
Él asiente atento.
—Entonces ¿sois pareja?
—No —dice ella con rapidez.
—Pero ¿tú no me contaste que nunca vuelves a ver a las chicas
con las que tienes algo?
Ella asiente. Hasta el momento era así.
—Es la verdad, Roberto —admite agachando la cabeza—. Y si te
soy sincera, esto me tiene hecha un lío porque no sé si estoy
haciendo bien o no.
El hombre la mira con cariño. Los dos han tenido muchas charlas
en los meses que ella lleva trabajando ahí. A veces no han sido más
que conversaciones banales, pero otras han sido charlas sinceras.
Igual que Roberto le contó momentos que había pasado con su
mujer, Didi le confesó que solo se había enamorado una vez en su
vida, y que le dolió tanto cuando terminó que decidió no volver a
hacerlo nunca más. Desde ese instante su filosofía de vida se
convirtió en pasarlo bien con chicas, pero no repetir ni volver a
quedar con ellas.
—Didi, ¿puedo ser sincero contigo?
Ella lo mira. Siempre ha tenido buena conexión con él.
—Por supuesto, Roberto, sabes que siempre puedes serlo.
Como ella está agachada, él apoya la mano en su hombro y dice:
—Vives encerrada en el miedo a volver a enamorarte y sufrir.
—Ya estamos... —murmura Didi—. Roberto, que yo no estoy
enamorada.
Él hace oídos sordos a lo que ella responde y sigue hablando.
—Que te hicieran daño una vez no quiere decir que te lo vayan a
hacer siempre. Por suerte los seres humanos no todos somos
iguales. Y, aunque no lo creas, hay más gente buena en el mundo
que mala.
Ella sonríe y no puede hacer otra cosa más que bromear:
—Eres un romántico empedernido, Roberto.
El hombre asiente. Con su mujer siempre fue un gran romántico.
—No te digo yo que no —responde moviendo su silla—. Pero,
Didi, tú déjate llevar y disfrútalo. Eres muy joven y la vida puede ser
muy bonita si te lo planteas.
Ella sonríe y se incorpora. Dirige la mirada a la estantería en la
que tiene cosas que ordenar y añade:
—Anda, hombre romántico, tira..., que como el gerente me vea
hablando contigo tanto rato me va a regañar.
Él se ríe, mueve como puede su silla y el carro de la compra y se
desplaza hasta la caja en la que está Marta. Didi los observa con
disimulo unos instantes y, al ver que se saludan, se da la vuelta y
sigue a lo suyo.

Pasa la jornada y finalmente llega la hora de marcharse. Didi entra


en el vestuario y, antes de cambiarse de ropa, se sienta en el
pequeño banco para responder un par de mensajes de sus padres
que le han llegado al móvil. Está ensimismada escribiendo cuando
de pronto la puerta se abre y aparece Marta.
Es verla y querer estar a su lado, como sabe que le pasa a ella,
pero esta, sin acercarse más de lo normal, señala su móvil y
pregunta:
—¿Poniéndote al día?
Didi asiente. Termina de contestar a sus padres y deja el teléfono
junto a ella.
—¿Qué tal con Roberto?
—Muy bien —y, abriendo su taquilla y empezando a cambiarse
de ropa, la rubia bromea—: Al final conseguiré caerle mejor que tú.
Didi sonríe. Marta parece estar siempre de buen humor.
—¿Qué, no te cambias?
Ella alza la vista hasta sus ojos.
—Sí, claro —dice poniéndose en pie.
Marta, que es la primera en terminar, se apoya en las taquillas
con el móvil en la mano y le cuenta:
—Fíjate, mi madre y su novio, Álvaro, tenían reserva para comer
en un restaurante y no van a poder ir por motivos de trabajo.
—Qué pena —responde Didi mientras se pone la camiseta.
Cuando acaba de hacerlo se da cuenta de que Marta la mira
fijamente. La va conociendo y sabe lo que está pensando. Entonces,
mientras se pone una gorra gris oscuro, la rubia pregunta:
—¿Tienes plan para comer?
Didi se queda callada. Desde luego no puede decir que Marta no
sea perseverante. Eso la hace sonreír y las palabras de Roberto le
vienen a la mente en ese momento: «Déjate llevar y disfrútalo».
—La verdad es que no —reconoce finalmente siguiendo el
consejo de su amigo.
Marta sonríe.
—Me ha dicho Álvaro que vaya con quien quiera.
—Eso está bien —repone Didi.
Feliz por haber conseguido su atención, Marta cuenta:
—Al parecer, es un restaurante italiano en el que cuesta mucho
conseguir mesa.
—Qué interesante. —La morena ríe.
Entonces, al ver que ambas van vestidas con chándal y
sudaderas, pregunta:
—Pero ¿así vamos bien?
—Perfectas —contesta la rubia, que, acercándose a ella, añade
—: Ese chándal azul te queda increíble.
Didi sonríe. Le encanta Marta. Y, sin dudarlo, se le aproxima y la
besa. Su amiga parece sorprendida, pero, dejándose llevar, disfruta
del beso hasta que la puerta del vestuario se abre de golpe y ambas
se apresuran a separarse. De inmediato entra una de sus
compañeras y, como siempre, ni saluda ni dice nada. Marta y Didi se
miran, han estado a punto de pillarlas, pero sonríen divertidas. Está
claro que se han dejado llevar.
Poco después salen juntas del súper, al igual que otros
compañeros, y tras caminar durante un buen rato entre risas y algún
que otro beso y roce de manos, llegan al restaurante.
Didi lo contempla sorprendida, pues el establecimiento es
tremendamente distinguido. No obstante, Marta no se detiene, sino
que entra directa y se acerca a la mujer que hay en la puerta, le dice
el nombre al que está la reserva y la señora se va a consultarlo.
Una vez que se quedan solas, Didi aprovecha el momento.
—Marta —murmura—, has dicho que íbamos bien vestidas así...
La joven asiente y, tras colocarle a su amiga la capucha de la
sudadera, afirma:
—Yo creo que estamos guapísimas.
Didi mira a ambos lados. El local es puro glamur.
—Pero ¿tú has visto este sitio?
—Sí. Es precioso, ¿verdad?
Didi no entiende cómo es que Marta no ve lo mismo que ella.
—La gente va arregladísima y nosotras... así —insiste.
La camarera regresa y les hace una seña para que la sigan, su
mesa está lista.
Marta coge de la mano a Didi con decisión y, juntas, echan a
andar tras la mujer, hasta que llegan frente a una elegante mesa y la
camarera dice mirándolas con toda normalidad:
—Esta es su mesa, ¿les parece bien?
—Perfecta —responde Marta.
Las chicas se sientan, la mujer toma nota de las bebidas y les
deja un par de cartas para que vayan echando un ojo.
Una vez que las deja a solas, Didi se da cuenta de que las
personas de las mesas de su alrededor las miran y, ocultándose tras
la carta, musita:
—Qué vergüenza.
Marta, que también se ha percatado de que el resto de los
comensales las observan, le quita importancia; los mira e inquiere
mientras le retira la capucha con mimo:
—¿Vergüenza de qué? Si somos las personas con más estilo de
todo el local.
La seguridad que siempre desprende Marta la hace sonreír.
—Por cierto —añade la rubia—, no tenemos que preocuparnos
de la cuenta, Álvaro me ha dicho que se encarga él.
Didi abre mucho los ojos y susurra:
—¿En serio?
Marta asiente.
—Álvaro es un tío muy enrollado. Algún día, si eres buena, te lo
presentaré.
Oír eso hace sonreír de nuevo a Didi, que, echando un ojo a la
carta, suelta:
—¿Sabes? Últimamente todo está relacionado con Italia.
—¿Y qué tiene de malo? —dice Marta confundida—. Italia tiene
pinta de ser preciosísima.
Didi asiente. Lo que ha visto ella de Italia es una maravilla.
—Y lo es. Pero yo lo decía por el tío con el que está mi amiga
Clara —cuenta—. Es un italiano chulo y déspota, y no puedo con él.
A Marta le hace gracia el desprecio con el que habla del chico.
Pocas veces, a excepción de Martín, oye a Didi hablar así de nadie.
—¿Tan mal te cae?
—No me fío de él, no lo veo trigo limpio.
—Pues yo estoy deseando ir a Italia. Especialmente a Verona —
expresa la rubia.
Didi aparta la mirada de la carta un momento.
—¿Y eso?
—Porque mi película favorita transcurre allí —explica, y viendo su
cara añade—: Se llama Cartas a Julieta.
—No la he visto —repone Didi.
Sin dar crédito, Marta gesticula como si tuviera ante ella al
mismísimo demonio y suelta en tono serio:
—¿Perdona? No me lo puedo creer... ¿Cómo que no has visto
esa película, con lo bonita, preciosa, auténtica y romántica que es?
La morena se encoge de hombros. Las pelis románticas son cosa
de Clara.
—Ni siquiera me suena el título —admite—. Pero, vamos,
tampoco es que me gusten demasiado las pelis románticas.
Marta niega con la cabeza. Tiene que poner remedio a eso.
—Seguro que esta te gusta —dice—, ya te la pondré yo algún
día.
La camarera regresa con sus bebidas y, de paso, toma nota de lo
que les apetece comer.
Poco después empiezan a servirles los platos, que más ricos no
pueden estar, y la comida transcurre con tranquilidad, sin
importarles si las miran bien o mal por el modo en que van vestidas.
—Roberto me ha dicho que esta noche iba a cenar con sus
hermanas —comenta Marta mientras enrolla sus espaguetis a la
carbonara en el tenedor.
—Sí —responde Didi—. Me alegro muchísimo por él, sobre todo
porque saldrá de casa y disfrutará. Sé que está bastante solo desde
que murió su mujer y..., bueno, ir en silla de ruedas tampoco es que
le facilite la vida.
De repente cae un cubierto al suelo y ambas se vuelven hacia el
lugar del que procede el ruido.
—Mierda —murmura Marta de inmediato por lo bajini.
Didi la mira sin entender. Y, apoyando una mano sobre la de ella
para que la mire, pregunta:
—¿Qué ocurre?
La rubia resopla.
—Mi ex está ahí —susurra poniendo mala cara.
—¿Dónde?
Marta se vuelve de nuevo con disimulo y lo ve al fondo del local,
en compañía de una chica.
—El rubio del jersey azul con rayas blancas —indica.
Didi lo busca con la mirada y lo ve. Es un chico de pelo claro y
muy pijín vistiendo.
—¿Ese es tu ex?
Marta asiente y Didi cotillea divertida:
—Nunca te imaginé saliendo con un tío así.
Su amiga sonríe.
—Ahora, a tiempo pasado, yo tampoco sé por qué salí con
Quique durante casi un año.
—¿Puedo saber por qué se acabó? —pregunta Didi.
—Porque me puso los cuernos con Gemma, la chica que está
sentada con él —explica Marta con gracia.
Didi los observa de nuevo y la rubia añade:
—Los pillé y..., bueno, el resto ya te lo puedes imaginar.
Ella asiente, pero entonces la tal Gemma la mira e, instantes
después, él se vuelve también para mirarlas.
—Siento decirte que te han visto —murmura Didi.
—Noooooooo.
Didi afirma de nuevo y, al ver que el chico se levanta, se apresura
a cogerle la mano y agrega:
—Tu ex viene hacia aquí.
—¡La madre que lo parió! —gruñe Marta.
La morena no sabe muy bien qué hacer, pues en ocasiones es
embarazoso encontrarse con un ex.
—Marta, ¿eres tú? —oye que pregunta el chico mientras se
acerca a su mesa.
La aludida resopla, pone los ojos en blanco y, cambiando el gesto
por una sonrisa de lo más falsa, se da la vuelta y lo mira.
—Anda, Quique, ¿qué haces tú por aquí?
El chico las observa. Primero a Marta y luego a Didi. Y,
percatándose de que esta última le tiene la mano cogida, murmura
con cachondeo:
—Vaya..., veo que ahora te van morenitas y sin clase.
Según dice eso, Didi se enerva. «¿He oído bien?» Odia que la
prejuzguen por su color de piel. Marta se apresura entonces a
ponerse de pie y lo mira directamente a los ojos mientras suelta:
—La morenita, como dices tú, se llama Didi. Y, antes de que
vuelvas a abrir ese buzón de correos que tienes por boca, te diré
que tiene más clase, más elegancia y más de todo de lo que tú
nunca tendrás en la vida —y, echándole un fugaz vistazo a Gemma,
añade—: Y una cosa más: yo que tú me alejaría, porque, como me
sigas cabreando, todo el restaurante, incluida tu querida Gemma, se
va a enterar de lo mucho que te ponen los chicos asiáticos.
Quique se queda sin habla, no esperaba esa reacción por parte
de Marta, y dándose la vuelta se aleja sin decir más.
—Lo siento —dice Didi al cabo—, pero me van mucho los
chismes... ¿A qué te referías con eso último que has dicho?
Marta sonríe y toma asiento. Ve que Quique ha regresado junto a
la que es ahora su chica y, volviendo a mirar a Didi, cuenta:
—Ahí donde lo ves, tan machito y hetero, es tan bisexual como
puedo serlo yo, pero lo oculta. Y los chicos asiáticos son su
debilidad.
Didi se ríe. Saber eso le hace muchísima gracia.
—La verdad, nunca lo habría imaginado.
—Ni tú ni nadie —señala su amiga.
Acto seguido ambas sonríen con complicidad.
—¿No hay gente que dice que en Madrid nunca te encuentras
con tu ex?
De nuevo ríen y entonces Marta, poniéndose la capucha de la
sudadera, musita:
—¿Por qué habré tenido la mala suerte de nacer bisexual y que
no solo me gusten las mujeres?
Su comentario hace reír a Didi, que responde con naturalidad:
—Porque nadie es perfecto.
Marta resopla y luego la morena pide sacando su móvil:
—Espera, no te muevas.
—¿En serio me vas a hacer una foto? —protesta Marta sin dar
crédito.
—Sí. De ese modo recordarás este maravilloso momento para el
resto de tu vida —bromea ella—. Vamos, ¡posa para mí!
La rubia, que tiene los codos encima de la mesa, apoya la cabeza
en una mano mientras con la otra agarra el tenedor con gracia.
Didi le saca una foto divertida y se la enseña.
—Bueno, no está mal. Pero ahora te toca a ti —dice Marta.
—¿Me toca qué?
—Ponerte la capucha de la sudadera y que yo te haga una foto
—explica desbloqueando su móvil y abriendo la cámara.
Didi se ríe. Cada instante que pasa le gusta más aquella chica. Y,
cuando Marta le hace la foto, la oye decir mientras se la enseña:
—Perfecta. Mira qué bien has quedado.
Ella asiente y Marta, deseosa de marcharse de allí para dejar de
respirar el mismo aire que su ex, pregunta guardándose el móvil:
—Bueno, ¿qué hacemos?
—Tomar el postre —indica Didi, pero al verla inquieta añade—:
No te apetece estar aquí, ¿verdad?
Marta resopla, no va a mentir. Así que Didi propone:
—¿Quieres que lo tomemos en mi casa?
Ella asiente sin dudarlo. Si van a su casa harán algo más que
comerse un rico postre, por lo que afirma haciendo reír a su amiga:
—Me muero de ganas de saber qué me ofrecerás.
 
 
Capítulo 24

Llega el día: ¡Sebastián y Valentín se van a vivir juntos! Y, por


suerte, todos sus amigos les van a echar una mano con la mudanza.
El grupo se ha dividido en dos. Por un lado Ángel, Kevin y Jacob,
que se ocuparán de ir al piso de Valentín para meter las cosas en la
furgoneta que les ha prestado su padre. Y, por otro lado, Didi y Clara
ayudarán a Sebas.
Pero el drama en casa de Sebas está servido. Su madre llora. Su
padre llora. Su hermano llora. Sebas llora. Y cuando Didi ya no
puede con tanto melodrama, pues hasta ella llora, decide esperar
con todos los trastos en la calle a que Clara llegue con su coche.
Está sentada sobre una caja intentando serenarse un poco
cuando Sebas cierra la puerta del portal, se acerca a su amiga y,
sentándose sobre otra caja, murmura lloriqueando:
—¡Qué triste!
—Lo es...
Ambos se miran en silencio. Las despedidas nunca son fáciles. Y
Sebas, que es un mar de lágrimas, susurra:
—Ay, reina, qué mal me siento. Tengo la sensación de que los
estoy abandonando.
Didi asiente, pues ella tuvo el mismo sentimiento cuando se
independizó de sus padres. Y, pasando la mano por encima del
hombro de su amigo, murmura:
—No los abandonas. Solo comienzas una nueva vida con
Valentín.
Ambos se miran, los dos están emocionados. Dejar el nido es lo
que todos los jóvenes ansían en algún momento, pero cuando llega
el día es duro. Didi le pasa un clínex para que se seque los ojos.
—¡Tranquilo! Tanto tú como ellos estaréis bien —lo anima.
Su amigo asiente, pero susurra con la voz entrecortada:
—Pensaba que no iba a ser tan difícil, la verdad.
—Y eso que te vas solo diez calles más abajo —bromea ella.
Los dos amigos se miran y al final, entre lágrimas, se echan a
reír.
—Deja de llorar, joder, que si tú lloras, ¡yo también! —se queja
Didi cómicamente.
Sebas vuelve a soltar otro gemido lastimero al oírla.
—Debería haberme unido al bando de Valentín —comenta
entonces ella—. Él ya pasó por todo esto hace un tiempo y seguro
que está de risas con los chicos.
—¡Jo, tíaaaaa!
Sebas se seca la cara con la manga de su abrigo.
—Necesitaba que me acompañaras tú —susurra.
Ella sonríe y le da un cálido abrazo.
—Aaaaay, mi marica favorita... —Ambos ríen y Didi añade—:
Sabes que yo haría esto por ti una y mil veces, rey.
—Lo sé...
Luego la morena se levanta y le tiende la mano a su amigo para
que haga lo mismo.
—Venga, piensa que a partir de ahora el día solo puede mejorar.
—No estoy yo tan seguro... —murmura él mirando todas las
cosas que tienen que llevar al piso.
—También es verdad —reconoce Didi siguiendo la dirección de
su mirada—, ¿a quién pretendo engañar?
Minutos después un coche se detiene frente a ellos y de él se
apean Clara y un chico al que Sebas no conoce.
«¿En serio ha venido el italiano? Qué pereza, por favor», se
lamenta Didi para sí al verlo.
—¿Y esas caras? —pregunta Clara preocupada al verlos—. ¿Ha
pasado algo?
Sebas se suena la nariz mientras Didi responde:
—Que hacerse mayor es una mierda e independizarse es
doloroso.
Las dos amigas se miran y Piero, acercándose a ella, la saluda
dándole un abrazo.
—Ciao, Didi! Cuánto tiempo sin vernos.
Ella le devuelve el abrazo sin muchas ganas. Pero de inmediato
lo saluda apartándose:
—Hola, Piero.
Clara, que se ha percatado del frío saludo por parte de su amiga,
suspira y dice al ver el modo en que Sebas la mira:
—Sebas, te presento a mi novio Piero —y mirando al italiano
repite—: Y, Piero, este es mi amigo Sebas.
Los dos chicos se estrechan entonces las manos.
—¡Un placer!
—Piacere mio!
Ahora sí, Didi le da un abrazo a su amiga y susurra en su oído
consciente de lo último que habló con ella:
—¿Qué hace este pesado aquí? ¿Otra vez estás con él?
Clara la mira. Tras lo ocurrido, Piero y ella han vuelto a darse otra
oportunidad.
—Didi, no empecemos —murmura.
La morena cabecea. Clara no parece darse cuenta de que ese
chico no le conviene. Y entonces justamente él pregunta mirando las
cajas que hay en la acera:
—¿Hay que meter tutto questo en el coche?
Sebas asiente y coge su plantita con cariño.
—Sí, todo eso —responde Didi.
Piero resopla. Lo último que desea es ayudar en la mudanza. No
le apetecía en absoluto, pero Clara se puso tan pesada que terminó
aceptando. Sin moverse, mira las cajas, y su chica los anima
abriendo el maletero del coche:
—Venga, vamos, que esto no es nada.
Sin tiempo que perder, y viendo que el italiano se hace el
remolón, Didi arrastra la maleta más grande y la mete atrás. Sebas
coloca dos más pequeñas, y entre Clara y Piero acomodan un par
de cajas.
—Esto es como jugar al Tetris. Solo hay que encontrar el hueco
perfecto —explica Clara cerrando el maletero.
Los demás sonríen. Y luego Sebas, señalando las otras dos cajas
y mostrando su plantita, indica:
—Lo que queda nos va a tocar llevarlo encima.
—¡No hay problema! —afirma Didi dispuesta.
Minutos después ella y Sebas se meten en los asientos traseros
con las dos cajas encima. Clara conduce el coche, así que a Piero le
toca ir en el asiento del pasajero con las hojas de la planta dándole
en la cara. Didi se ríe, Sebas también y Clara, que los mira por el
retrovisor, sonríe al darse cuenta.
De pronto el italiano empieza a moverse en su asiento y se saca
un paquete de tabaco del bolsillo.
—Piero, en mi coche no se fuma —le advierte Clara al verlo.
—É vero —dice volviendo a guardarlo molesto.
Tras sortear el poco tráfico que encuentran por Madrid, finalmente
llegan a destino y Clara estaciona en un sitio que acaba de quedar
libre. Cuando salen del vehículo ven a los demás charlando unos
metros más allá. Didi y Sebas los llaman, estos se vuelven y
rápidamente los saludan mientras los recién llegados se acercan a
ellos.
Piero observa al grupo. Si está ahí es por Clara, no porque a él le
apetezca conocerlos, así que aprovecha para, ahora sí, encenderse
un cigarro.
—¡Buenos días! —los saluda Valentín cuando llegan a su altura.
Con cariño los amigos se saludan, y Clara, que ve cómo todos la
miran a ella y, en especial, a su chico, dice:
—Bueno, chicos, este es Piero.
Los demás asienten. No han oído hablar muy bien de él, pero si
Clara así lo ha decidido, ellos no tienen nada que objetar.
—Piero, estos son Valentín y Ángel, y a mi hermano y a Jacob ya
los conoces —añade ella.
—Buongiorno —los saluda el italiano dándoles la mano.
Didi observa con disimulo a Jacob, que en ningún momento ha
cambiado la expresión ni ha hecho un mal gesto, y suspira. Le
entristece que el joven, teniendo los sentimientos que tiene por
Clara, deba tragar con todo eso.
Acto seguido, y para destensar un poco el ambiente, Didi se
asoma al interior de la furgoneta abierta y la ve llena de cosas.
—¿Hay que subir todo esto?
—¡Todo! —afirma Jacob.
La joven parpadea sin dar crédito e insiste dirigiéndose a
Valentín:
—Pero ¿tú no decías que era poco?
—Sí. —Él ríe—. En mi defensa diré que en mi piso no parecía
tanto.
Sus amigos sonríen tomándoselo con humor, cosa que Piero no
hace.
—Yo ya estoy agotado y solo lo hemos bajado de la casa y
metido en la furgoneta —comenta Jacob.
Ángel se quita entonces su abrigo y lo deja en el asiento del
conductor, deben ponerse manos a la obra. Mientras tanto Piero
fuma tranquilamente y Kevin cuenta:
—Estábamos diciendo que quizá lo mejor sea empezar con lo
que más pese ahora, porque, si no, luego estaremos agotados.
—Parece lo más sensato —conviene Clara.
Acto seguido Jacob se sube las mangas de la camiseta, monta
en la parte trasera de la furgoneta y dice mirando su contenido:
—Las cosas que más pesan son el sofá y el colchón.
—Pues es lo primero que vamos a sacar —afirma Ángel
subiéndose también.
Entre los dos van sacando cajas y trastos que les van dando a
sus amigos para que los dejen a un lado, donde no molesten.
Cuando han conseguido hacer hueco, Jacob pasa por encima del
sofá hacia el interior del vehículo y avisa:
—¡Empujo!
Ángel baja de la furgoneta y, segundos después, con la ayuda de
Valentín, Didi y Kevin, consiguen apoyar el sofá en el suelo.
—Bueno, ¿cómo lo hacemos? —pregunta Kevin a continuación.
—¿Cómo lo habéis hecho para bajarlo del otro piso? —quiere
saber Clara.
Los cuatro chicos se miran y Jacob murmura divertido:
—Allí había ascensor.
—¿Perdona? —Didi se dirige a Sebas—: ¿Es que aquí no hay
ascensor?
—Uy... —musita este sonriendo con timidez—, olvidé decírtelo.
—Fíjate, qué detalle tan pequeño e insignificante —replica ella
con ironía.
Se abre un debate con respecto a cómo cargar el sofá y subirlo,
hasta que Ángel, para animarlos, da unas palmaditas al aire y dice:
—Venga, que hoy se van a notar todas esas horas en el
gimnasio.
—Ya has dicho la palabra gimnasio y el cuerpo se me ha
arrugado —refunfuña Didi.
Como siempre, el buen humor es la nota dominante entre el
grupo de amigos, que uno a uno se fijan en Piero. Cuando no está
fumando está mirando el móvil, parece que no le interesa en
absoluto el tema de la mudanza. Didi, Kevin y Jacob intercambian
una mirada cómplice pero, por Clara, prefieren no decir nada.
—Vale, yo creo que, con lo que pesa el sofá, deberíamos ser
mínimo tres personas para subirlo —comenta Jacob.
Kevin asiente y acto seguido señala con mala leche:
—Objetivamente deberían hacerlo los más fuertes del grupo, que
a mi parecer sois tú, Ángel y Piero.
Didi sonríe. El italiano, al oír su nombre, tira enseguida el cigarro
al suelo y se excusa:
—Non posso, debo hacer una llamada. —Se lleva el móvil a la
oreja y se aleja de ellos.
—Sin duda, tu chico es de gran ayuda —murmura Kevin
dirigiéndose a su hermana.
Clara no sabe qué decir, pero, al ver que todos la miran, propone:
—Yo ocuparé su lugar.
—¡Ni de broma! —intercede Jacob.
—Ya lo hago yo —se postula Kevin.
—No, Kevin, me pongo yo —indica Valentín.
Didi observa al italiano mientras se muerde la lengua. Después
mira a su amiga, que parece descolocada, y decide callar. A Clara le
molestaría todo lo que dijera de él. Pero, ¡joder!, siempre ha odiado
que la gente tire las colillas al suelo. ¿No se dan cuenta de que es
un acto muy incívico? ¿Tanto cuesta apagar el cigarrillo y esperar a
encontrar una papelera?
Valentín, que como todos es consciente de que Piero, mucho
músculo, pero a la hora de utilizarlo es de los que se escabullen,
dice entonces:
—Venga, cuanto antes lo hagamos antes nos lo quitaremos de
encima.
Al final todos excepto Piero ayudan a mover el sofá hasta el
interior del portal.
—Esto va a ser horrible —musita Sebas.
—Peor... —apostilla Didi.
Jacob se pone el primero, le tocará subir la escalera de espaldas;
Valentín se coloca hacia la mitad del sofá. Y por último Ángel, que
es el más fuerte, cargará con el peso. El resto del equipo regresa a
la furgoneta a por más cosas.
—Vale, bien, chicos, podemos con ello —los anima Ángel.
Suben poco a poco. La escalera no es estrecha, pero sí
incómoda como para subir un sofá por ella.
—¡Giramoooos! —avisa Jacob al llegar a una esquina.
Valentín y Ángel hacen lo que pueden mientras no dejan de reír.
El sudor corre por sus frentes cuando Jacob pregunta divertido:
—¿Habéis visto la serie Friends? —Los otros asienten a duras
penas y Jacob añade—: Porque esto me recuerda al ataque de risa
que les da cuando intentan subir el sofá de R...
—¡Calla, Jacob! —grita Valentín riendo casi sin aire.
A Ángel le hace gracia la situación, y cuando ve las puertas del
primer piso los anima:
—¡Venga, que ya vamos por la mitad!
Mientras los chicos siguen liados con el sofá, el resto llega hasta
la furgoneta. Miran a Piero, que continúa hablando por teléfono, y
Sebas, al ver el gesto de Didi, la mira y susurra:
—Pasa de él. No lo necesitamos.
La morena asiente y luego afirma levantando la voz para que su
amiga Clara lo oiga también:
—Por suerte, no lo necesitamos.
La pelirroja no replica. En cierto modo la manera de comportarse
de su chico la está dejando en evidencia.
—Joder... —suelta en voz baja—. No sé qué decir.
—No digas nada. Es mejor —señala su hermano. Y, dando por
hecho que Piero no va a ayudar, añade—: Yo creo que entre los
cuatro podemos subir el colchón.
—Me parece que estás siendo muy optimista —comenta Clara
tocándolo.
—Demasiado, diría yo —afirma Sebas.
Al oírlos Didi se pone del lado de Kevin y los anima:
—Vamos, chicos, ¡que no se diga!
Sin dudarlo, los demás asienten y se ponen en marcha. Entre los
cuatro sacan el colchón de la furgoneta y, con gritos y risas, lo llevan
hasta el portal.
—Dios mío, lo que pesa esto —se queja Sebas al dejarlo en el
suelo.
Kevin, algo cansado, apoya los brazos en las caderas y luego
observa la escalera.
—Yo creo que podemos subirlo —dice.
—Pero ¿a ti qué te pasa, que estás tan optimista hoy? —bromea
Clara.
Él alza las cejas.
—¿Qué podemos perder por intentarlo? —tercia Didi.
—¿Los riñones? —sugiere Clara.
—¿Las uñas? —murmura Sebas.
Didi y Kevin se miran y sonríen.
—Venga —insiste el pelirrojo—. Si vemos que es imposible, con
parar y esperar a que bajen los del sofá es suficiente. ¿O acaso
preferís que nos quedemos aquí de brazos cruzados?
—¡Ni de coña! —exclama Didi viendo al italiano tan fresco y a su
rollo.
Clara asiente y, siguiendo la mirada de su amiga, indica:
—Estoy de acuerdo. No tenemos nada mejor que hacer.
Los cuatro vuelven a levantar el colchón a pulso y comienzan a
subir la escalera. Pasito a pasito, como dice la canción, van
acercándose a su meta y casi consiguen llegar al primer piso, donde
las fuerzas ya flaquean.
—Me muerooooooooo —se queja Clara acalorada.
—Madre mía, lo que pesa esto —repite Didi.
Entonces Sebas, que se ha quedado atrapado entre la pared y el
colchón, exclama:
—¡Si vais a parar, avisadme, que no quiero pasar a la historia
como la marica que murió aplastada por un colchón el día de su
mudanza!
Los demás sueltan una carcajada, algo no muy bueno en ese
momento, pues las risas les hacen perder la fuerza.
—O paramos aquí y ahora o me voy a caer para atrás —susurra
Didi.
Rápidamente apoyan el colchón en el suelo con cuidado de no
soltarlo. No están todos al mismo nivel. Si se mueven, cualquiera
podría caer por la escalera rodando junto al colchón.
Entonces Ángel, que es el primero en bajar, se encuentra con la
escena y se echa a reír.
—Para que luego os quejéis y me digáis que el gym no sirve para
nada.
—Cariño, ¡n o es momento! —se queja Kevin entre risas.
—¡Socorroooooo! —Didi ríe.
Valentín y Jacob, al oír el escándalo que aquellos tienen montado
en la escalera, se apresuran a ir en su ayuda y, una vez que tienen
el colchón, con decisión y algo de esfuerzo consiguen subirlo hasta
el piso.
Diez minutos más tarde, después de beber agua y tomar algo de
aire, regresan todos a la furgoneta. Todavía quedan muchas cosas
por subir.
—Oye, Clara, ¿le pasa algo a Piero? —le pregunta Sebas a su
amiga.
La joven alza los hombros algo apurada.
—Creo que no —contesta.
En cuanto llegan a la furgoneta comienzan a repartirse cajas para
subirlas. En ese instante el italiano se guarda el móvil en el bolsillo,
se acerca a ellos, y Didi dice plantándole una caja en las manos:
—Toma, hay que dejarla en el segundo piso.
Piero asiente y no dice nada; al menos se ha evitado subir el sofá
y el colchón, y sigue a los demás. No le queda otra.
Durante un par de horas todos se centran en subir cuadros,
lámparas, un televisor y cajas, muchas cajas... Todos, excepto
Piero, que se escabulle cada dos por tres.
En uno de los muchos viajes Jacob llega a la furgoneta y
exclama:
—¡Vamos, equipoooooo!
Mientras todos se ríen al oírlo, Piero se hace a un lado para
encenderse un cigarrillo. Está harto. Y Clara, acercándose a él,
pregunta:
—¿Qué tal vas?
—Bene, un poco cansado.
—Como todos —afirma la pelirroja.
Él da la primera calada. La situación no le gusta nada.
—Lo bueno es que ya prácticamente hemos terminado —añade
ella.
Piero no dice nada, solo expulsa el humo por la boca.
—Hemos decidido quedarnos todos a comer aquí —le cuenta
Clara—. Pediremos comida a domicilio y así la casa queda
inaugurada oficialmente.
Según oye eso, él niega con la cabeza.
—Clara, non posso quedarme a comer.
—¿Y eso por qué?
El italiano da una nueva calada a su cigarrillo antes de contestar.
—Perché he quedado con mis amigos.
Ella hace una mueca molesta.
—Hoy habíamos quedado en pasar el día con los míos.
—No, me dijiste que venía a ayudar en una...
—Mudanza —termina ella.
—Questo è.
Clara lo mira.
—Piero, me parece muy injusto por tu parte.
El chico la observa con el cigarro en la boca mientras ella le
reprocha:
—Habíamos quedado en que hoy pasaríamos el día con mis
amigos. Veníamos a ayudar en una mudanza y a lo que surgiera.
Igual que yo he conocido a Tiziano, a Víctor y demás saliendo de
fiesta, yendo a cenar...
—O conociéndolos de madrugada —murmura el italiano.
La pelirroja lo mira. ¿Otra vez le sale con lo de Víctor?
—¿Estás de coña? —pregunta enfadada.
Piero se saca el móvil del bolsillo y lo mira.
—Clara, me voy ya. Non voglio discutere.
—Sí, vete —susurra ella furiosa—. Porque, para lo que estás
haciendo, es mejor que te vayas.
Él la mira, va a decir algo, pero se arrepiente y simplemente
indica:
—Ciao, hablamos después.
Luego se le acerca, va a darle un beso en la boca, pero Clara le
hace una cobra, por lo que finalmente el beso acaba en la mejilla.
Acto seguido Piero da media vuelta y se aleja caminando.
La chica se vuelve horrorizada. Está avergonzada por lo que
puedan haber oído sus amigos, pero, por suerte, ve solo a Ángel.
—¿Todo bien, Clara? —le pregunta este cuando ella se le
aproxima.
—Sí, todo bien. —Sonríe con disimulo—. Piero se va porque le
duele la espalda, me ha dicho que me despida de su parte.
Ángel asiente. Ha oído la conversación entre ellos, y, sabiendo
que en ese instante lo último que necesita Clara es que le hablen
del tema, dice:
—Venga, yo cojo las dos cajas que quedan y tú la alfombra.
¿Podrás?
Sin dudarlo, ella afirma con la cabeza.
—¿No te van a pesar mucho las dos cajas juntas?
Él sonríe y le enseña el bíceps.
—Cuñada, soy entrenador personal y tengo que dar ejemplo.
Clara ríe con su comentario. Adora a Ángel.
Instantes después cogen lo que queda, cierran la furgoneta, se
meten en el portal y suben la escalera. Cuando entran en el piso se
los encuentran a todos tirados en el suelo e inevitablemente
comienzan a reír.
Mientras Clara deja la alfombra en la habitación del fondo, Ángel
se apresura a decirles por señas a sus amigos que Piero se ha ido y
se lleva el dedo a los labios para que no pregunten.
—¿Pedimos la comida? —sugiere Kevin cuando ve que su
hermana sale ya de la habitación.
—Sííííííí —exclama Sebas.
—Me muero de hambre —afirma Jacob.
—Pensé que no lo ibais a decir nunca —se lamenta cómicamente
Didi.
—Pues no se hable más —dice Sebas—. ¿Os apetece un VIPS?
Capítulo 25

Es otro miércoles más para Clara en la empresa de su tía. Solo hay


una pequeña diferencia con respecto al resto, y es que Kevin no
está. Ángel y él se han montado esa misma mañana en un avión
rumbo a Las Palmas de Gran Canaria.
Recibe un mensaje de Piero, que quiere quedar con ella esa
tarde. Durante unos segundos Clara duda. Desde el día de la
mudanza de Sebas, aunque se han arreglado, no paran de discutir;
si le dice que no quiere verlo lo harán de nuevo, y como no tiene
ganas de que ocurra le responde y queda con él.
—Disculpa, Clara.
Ella levanta la vista del ordenador.
—Dime, Bernard —dice sonriéndole al chico, que va cargado con
unos muestrarios.
—Acabo de estar con Cecilia y, como le he contado que te había
visto, me ha pedido que te dijera que pases por su despacho
cuando puedas —indica él.
—Gracias por avisar.
Bernard asiente y, con la misma sonrisa con la que ha llegado, se
va.
Clara se apresura a guardar el documento en el que estaba
trabajando y, una vez que lo tiene todo controlado, se levanta y va
directa al despacho de su tía. Antes de entrar, como siempre, da
tres golpes en la puerta.
—¡Buenos días, cariño! —la saluda ella cuando entra.
—¡Hola!
Cecilia se pone en pie, camina hacia su sobrina y se abrazan.
—¿Sabes si la pareja ha llegado ya a Las Palmas? —pregunta la
tía interesada cuando se separan.
La joven se encoge de hombros.
—Aún no sé nada de ellos, pero por la hora que es, deben de
estar a punto de aterrizar.
Cecilia sonríe y, en cuanto ambas se sientan en las sillas,
pregunta:
—Bueno, ¿y tú qué haces hoy por aquí?
Clara no tenía por qué ir hoy a la oficina, ya que normalmente lo
que hace es ayudar a Kevin, pero necesitaba hacer algo.
—He pensado que sería más útil aquí que en casa no haciendo
nada —dice.
Cecilia ríe. Sus sobrinos, sus niños, son un pilar fundamental
para ella y también para la empresa.
—No hagas lo mismo que tu hermano hace unos años y te
encierres en el trabajo —le advierte—, que os conozco muy bien. —
La mujer aparta entonces unos papeles que tiene delante y añade
—: Bueno, cuéntame, ¿qué tal va todo?
Clara se pone cómoda en la silla y musita:
—Bien...
Ese «bien» tan escueto no le gusta nada a Cecilia. Ha hablado
con Kevin, que le ha explicado que el novio de Clara no es de su
agrado.
—¿Qué tal con el chico italiano con el que estabas? —murmura y,
al ver que ella solo alza los hombros, pregunta—: ¿Te hace feliz?
La muchacha la mira. Esa pregunta fue la misma que le hizo la
desconocida aquella noche en el bar y, sin querer mentir, finalmente
responde:
—Digamos que nos estamos conociendo. Poco más.
Cecilia asiente.
—Aquí estoy a cualquier hora siempre que me necesites —indica
a continuación.
—Lo sé, tía, lo sé... —Ella sonríe.
Ambas se miran. En sus ojos se puede ver el amor que se tienen.
—Por otro lado sigo buscando trabajo y haciendo todas las
entrevistas que puedo —añade Clara para desviar el tema—. El otro
día fui a una que me dio muy buena onda.
Su tía asiente. Al igual que Kevin, Clara siempre tendrá un puesto
de trabajo en su empresa. Ella lo sabe, pero aun así se empeña en
buscar un empleo relacionado con lo que estudió.
—¡Qué bien, ojalá sea así! ¿Para qué era la entrevista?
—Para una academia de repaso.
Cecilia afirma con la cabeza. Sabe lo importante que sería para
su sobrina obtener ese trabajo.
—Te deseo muchísima suerte, cariño.
Clara le sonríe agradecida. En ese momento le viene a la mente
algo a lo que lleva ya un tiempo dándole vueltas.
—Tía... —musita a continuación—, necesito comentarte una
cosilla.
—Cuéntame, cariño —dice Cecilia poniendo toda su atención.
La chica toma aire algo apurada.
—Verás, tengo un pequeño dilema. Kevin y Ángel llevan juntos
casi cuatro años, y tanto tú como yo vemos futuro en ellos y...,
bueno, con lo feliz que está mi hermano, ojalá que duren toda la
vida y más...
—La verdad es que hacen una pareja maravillosa —afirma su tía.
Clara asiente.
—Va a sonar fatal lo que te voy a decir, pero es que a veces se
me hace un poco complicado compartir piso con ellos... Sé que me
quieren tanto como yo a ellos, pero en ocasiones noto que sobro.
—Pero ¿qué dices, corazón?
La chica cabecea, no es fácil hablar de ello sin parecer una idiota.
—Tía, pero si incluso ha habido varias veces que casi les corto el
rollo...
—¿A qué te refieres con cortarles el rollo? —indaga Cecilia.
Clara se carcajea.
—Me refiero a querer bajar a beber agua fresquita y verlos
enrollándose en el sofá, o llegar a casa y encontrármelos en la
cocina a puntito de... eso. —Ríe—. Aunque, entre tú y yo, debo
decirte que no vi nada y hui sin que me pillaran.
Su tía sonríe. Por un instante había pensado que era por algo
grave. Y, cuando va a hablar, su sobrina se apresura a añadir:
—Esto, por favor, por favor, que quede entre tú y yo... No se lo
cuentes a Kevin porque se moriría de vergüenza y encima, sabiendo
cómo es, se sentiría hasta mal.
La mujer asiente, pues conoce muy bien a su sobrino.
—Tranquila, lo que se habla en este despacho queda en este
despacho.
Clara respira aliviada y continúa:
—Lo que yo quería comentarte es si tú, que tienes tantos
contactos y conoces a tanta gente, podrías enterarte si alguien
alquila un piso en Madrid que se ajuste a mi economía.
Al oírla Cecilia coge entonces un taco de pósits amarillos, escribe
algo en uno de ellos y lo pega en uno de los laterales de su
ordenador.
—En cuanto tenga un hueco —dice—, haré unas llamadas a ver
qué podemos encontrar.
Clara sonríe.
—Muchas gracias, tía. Te debo un favor enorme.
Cecilia es ahora la que sonríe. Piensa unos segundos y, tras
mirar su agenda, indica:
—Fíjate, cariño..., me voy a cobrar ahora mismo ese favor.
—¿Ahora?
—Como no está Kevin para ayudarme, ¿me acompañas tú a
tomar medidas de uno de nuestros proyectos? —propone la mujer.
Clara asiente encantada de poder ayudar y se pone en pie.
—Por supuesto.
Cecilia se levanta a su vez y, mientras coge el iPad, un cuaderno,
el metro y el bolso dice:
—Perfecto. Dame unos segundos que lo coja todo y nos vamos
para allá.
Cuando la mujer acaba, pasan juntas por la mesa de la joven
para recoger sus cosas y a continuación se dirigen al parking.
Instantes después salen del edificio en el coche de Cecilia y, unas
calles más adelante, llegan a su destino.
—Qué cerca estamos del piso de Kevin —observa Clara
bajándose del coche.
—Eso mismo pensé yo el primer día que vine —dice su tía
cerrando la puerta del coche, que han dejado en el aparcamiento
subterráneo—. Sígueme —pide sacando unas llaves de su bolso.
Se dirigen hacia un ascensor y, tras montar en él, llegan hasta la
quinta planta. Ya en el rellano Cecilia abre su bolso, y dice al tiempo
que le entrega las llaves a Clara:
—Toma, cariño, abre tú, que voy sacando las gafas. Ya sabes
que sin ellas no soy nadie.
La chica abre la puerta. Ya de entrada el piso le parece muy
luminoso.
—Ven —dice su tía—, primero te lo enseño y luego ya nos
paramos a tomar medidas y ver los detalles que debamos apuntar.
Clara la sigue mientras lo observa todo con curiosidad.
—El domicilio consta de dos plantas y, como ves, Hunter ya ha
pasado por aquí a hacer alguna reforma. —La muchacha asiente y
Cecilia prosigue—: En esta primera planta tenemos salón con
cocina integrada, un baño completo, una habitación, despacho o lo
que la dueña quiera. ¿Qué te parece?
Clara, que ve que en el despacho hay ya un par de alfombras,
lámparas y un cuadro, responde:
—Me encanta la amplitud de todo. Y el ventanal que tiene el
salón me recuerda al de tu despacho.
Su tía asiente y, dirigiéndose entonces hacia la escalera,
continúa:
—En esta segunda planta accedemos directamente a la suite
principal con puerta corredera por si se quisiese dar algo de
intimidad.
Clara mira fascinada a su alrededor. El piso le parece una
maravilla. Un lujazo.
—La suite cuenta con un esplendoroso baño completo.
—¡Qué ducha tan grande! —Ella se sorprende.
—Cuando Hunter me dijo de agrandar la ducha no estaba muy
convencida —repone su tía—, pero una vez que lo vi hecho me di
cuenta de que era lo que el baño necesitaba.
—Totalmente —murmura ella.
Salen del baño y vuelven al dormitorio.
—Por supuesto, la suite cuenta con un amplio vestidor —indica
Cecilia.
Clara asiente. Ese piso es una pasada de bonito. Y la mujer
sonríe al ver la boca abierta de su sobrina, y más aún cuando la oye
exclamar:
—¡Madre mía! Esto es enorme. Ni Kevin y yo juntos llenaríamos
este vestidor de ropa. Aunque..., bueno, estoy segura de que Sebas
sí.
Cecilia se echa a reír. Conoce al chico y sabe que es un loco de
la ropa.
—Queda una cosa por ver de este bonito piso —añade.
—¿Hay más?
Ella dice que sí con la cabeza y le pide que la siga con una
sonrisa. Sin dudarlo, Clara lo hace. Su tía coge entonces un mando
a distancia y le da a un botón. Las cortinas se abren y Cecilia
apunta:
—El piso cuenta con una terraza enorme.
Clara la mira con incredulidad y su tía abre la puerta.
—¡Qué pasada!
Las dos salen a la terraza. Las vistas de Madrid son preciosas
desde allí, y cuando el viento les da en la cara Cecilia señala:
—Hoy no luce mucho porque, a pesar de ser abril, el cielo está
medio nublado, pero en cuanto haya un día de sol con buena
temperatura y haya aquí un par de tumbonas, se estará de lujo.
Clara asiente mirando a su alrededor.
—En esta terraza cabe de todo..., si es más grande que mi
habitación actual. Más aún, si este piso fuese mío, incluso le pondría
una piscinita a Cora.
—Gran idea —comenta su tía—. Anda, vamos dentro y
empecemos a tomar medidas.
Ambas vuelven al interior del piso y Cecilia cierra la gran puerta
de cristal. Bajan la escalera y, ya en el salón, se vuelve hacia su
sobrina.
—¿Te gusta este piso? —le pregunta.
Clara sonríe.
—Es espectacular, tía. Y mira que el de Kevin es increíble, pero
este no se queda atrás.
La mujer sonríe y, tras sacar su iPad del bolso, lo desbloquea e
indica lista para apuntar:
—Necesito que me digas qué cosas cambiarías o cuáles no te
convencen.
—¿Me estás vacilando? —Clara mira a su alrededor y luego
vuelve la vista hacia Cecilia—. Tía, este piso es perfecto tal y como
está, no hay nada que cambiar.
—¿Estás segura? —dice la mujer.
—¡Y tanto que estoy segura! Y encima, con el buen gusto que
tenéis Hunter y tú, en el momento en que le pongáis muebles y lo
decoréis, esto va a ser más increíble aún.
Cecilia sonríe. Su sobrina esta tan emocionada que todavía no ha
entendido nada.
—Pues tendrás que decirme cómo quieres decorarlo —contesta
—. Si te parece bien, esta misma tarde nos ponemos con ello.
Al oír eso el gesto de Clara cambia y, con el corazón acelerado,
pregunta:
—¿Qué has dicho?
—Lo que has oído, cariño. Este piso es para ti —responde Cecilia
con una gran sonrisa.
La joven se queda petrificada. ¿Para ella? ¿En serio?
—Tía, perdona..., pero no entiendo nada.
Ella, al ver la expresión desconcertada de su niña, la coge con
cariño del brazo y, sentándose con ella en el suelo, señala:
—A ver, Clara, ven, no te vayas a caer redonda.
Ambas sonríen y Cecilia aclara:
—Esto es algo que tenía en mente desde el día en que te viniste
a vivir a Madrid. Sin embargo, preferí esperar a que acabaras la
carrera para que te centraras en los estudios y no tuvieras la presión
económica. Independizarse no es fácil. Sé que vas a encontrar muy
pronto un empleo de tu especialidad, pero, mientras tanto, cuentas
con el trabajo a tiempo parcial de mi oficina y todas las clases
particulares que das, así que creo que estás lista para emprender
esta aventura en solitario.
Clara no sabe si sonreír o llorar. Como siempre, Cecilia está
tratando de facilitarles la vida.
—Pero, vamos a ver, tía... —murmura—, ¿cómo me vas a regalar
un piso?
—¿No le regalé uno a tu hermano? —Su sobrina no puede ni
responder, y ella añade—: Pues aquí está el tuyo. Por cierto, la
plaza de parking en la que hemos dejado mi coche va con el piso.
Clara se pasa las manos por el pelo. Tiene hasta calor de los
nervios que eso le está provocando.
—Ya, tía, pero no es lo mismo...
—¿Por qué no es lo mismo?
—Porque Kevin es como un hijo para ti —dice Clara entonces en
un hilo de voz— y, literalmente, le salvaste la vida el día que
nuestros padres lo echaron de casa.
La mujer suspira al percibir la emoción en la voz de su sobrina.
Lo que ocurrió en el pasado no fue agradable para nadie.
—Tu hermano y tú sois lo más importante de mi vida —declara
cogiendo las manos de Clara—. Os quiero a los dos como si fueseis
mis hijos, y lo sabes muy bien, cariño. Y yo, como cualquier madre,
solo quiero lo mejor para mis hijos, por lo que ayudaros en todo lo
que puedo significa...
No puede continuar. Clara la abraza con fuerza y susurra:
—Te quiero mucho, mucho, mucho.
Cecilia sonríe. Oír eso y sentir el amor que los mellizos le han
dado desde pequeños es una de esas cosas especiales que te
regala la vida.
—Tanto como te quiero yo a ti —musita besándole la mejilla con
cariño.
A Clara se le humedecen los ojos a causa de la emoción.
—Así que este piso y la plaza de parking son tuyos y solo tuyos
—concluye Cecilia—. Y, lo mejor, tendrás a Kevin a solo cuatro
calles de distancia. Conociéndoos, seguro que será casi como si
siguierais viviendo juntos.
Clara se seca las lágrimas que le caen por las mejillas; aún sigue
en shock.
—Pero ¿cómo me vas a regalar todo esto? —insiste extendiendo
los brazos—. Es demasiado, no lo merezco.
Cecilia sonríe.
—Cariño, te voy a decir lo mismo que le dije a tu hermano —
replica mirándola a los ojos—. Tú te lo mereces todo. Y, mientras yo
pueda dártelo, lo voy a hacer.
—Ay, tía... —musita Clara, a la que le falta el aire, mientras se
abrazan de nuevo.
Cuando se separan la mujer le enjuga las lágrimas de la cara con
mimo.
—En cuanto a los gastos —añade—, te digo lo mismo que a
Kevin: solo tendrás que hacerte cargo del consumo básico de una
casa: electricidad, gas, agua... Del resto ni te preocupes.
Tras unos segundos en los que a Clara se le pasa el nerviosismo
y deja de llorar, una vez que se ponen en pie, la chica mira la que
ahora sabe que es su casa y murmura:
—No sé cómo agradecértelo.
—Con que me sigas queriendo me vale, cariño —afirma la mujer.
A Clara se le humedecen los ojos de nuevo y abraza a su tía otra
vez.
—Gracias, gracias, gracias..., de verdad.
»¿Kevin sabe todo esto? —pregunta la chica cuando se separan.
—Uy, qué va, cariño. Si se lo hubiera contado a tu hermano,
seguro que me habría chafado la sorpresa —bromea—. Y verás tú
cuando le diga a Hunter que te he enseñado el piso sin él, con lo
ilusionado que estaba.
Oír eso le hace gracia y, sonriendo, la joven propone:
—Siempre podemos venir otro día con él y yo me hago la
sorprendida.
Ambas ríen y luego Cecilia sugiere:
—¿Te apetece que vayamos a comer algo juntas y dediquemos la
tarde a ver cómo quieres decorar tu piso?
Feliz y tremendamente motivada por el regalazo que acaba de
recibir, la pelirroja afirma con una esplendorosa sonrisa:
—Me encantaría.
Y, después de echar un último vistazo al piso, tía y sobrina salen
de él y van hasta el parking. Minutos más tarde, cuando van
circulando en el coche por las calles de Madrid comienza a sonar
por la radio Skate, de Bruno Mars, Anderson .Paak y Silk Sonic.
—¡Me encanta esta canción! —exclama Cecilia empezando a
tararearla.
—Y a mí, tía.
Mientras la mujer conduce y canta feliz, Clara saca su teléfono y
empieza a teclear sin dudarlo ni por un segundo:
Clara
Piero, me ha surgido algo y no voy a poder quedar
contigo esta tarde.

Le da a «Enviar» y se guarda el móvil. Nada de lo que conteste el


chico le va a estropear ese bonito día en compañía de su tía.
Capítulo 26

Hoy es sábado y, afortunadamente, Didi libra en el súper. Le ha


venido la regla. Algo que odia con todas sus fuerzas, aunque sabe
que es lo que hay y que no le queda otra más que desear que se le
vaya rapidito y no sea muy dolorosa.
Está adormilada y tirada en el sofá, con el televisor encendido,
cuando el pitido de su móvil la despierta. Alguno de sus amigos ha
escrito en el grupo de WhatsApp.
Sebas
¿Qué hacéis esta tardeeeee?
Kevin
Yo estoy libre.
Jacob
¡Yo también!
Ángel
Yo tengo curro en el gym. Hoy salgo
a las 20.00.
Sebas
¿Os apetece veniros a merendar
al Lendia?

Didi lee los mensajes de sus amigos, pero no responde.


Jacob
Perfect!

Por su parte, Clara ve esa quedada de sus amigos como la


oportunidad perfecta para contarles lo de su nuevo piso. Hasta hoy
ha preferido mantenerlo en secreto. Aunque sí que hay dos
personas que lo saben: su amiga Amanda y su hermano Kevin.
Ante la necesidad de contarlo y hablarlo con alguien, Clara se
decantó por Amanda, puesto que a Didi quiere explicárselo
mirándola a la cara para ver su reacción, y con respecto a su
hermano, en cuanto puso un pie en Madrid después de su viaje de
Semana Santa, se lo llevó directo a su piso nuevo y él se quedó
boquiabierto.
Piero aún no sabe nada de la casa, hay algo que a Clara le
impide contárselo. Y, aunque esa tarde ha quedado con él, le manda
un mensaje que dice:
Clara
Hola, guapoooo. Oye, al final
hoy no vamos a poder vernos, había olvidado que
tenía una clase extra para ayudar a uno de mis
alumnos con un examen.

Ha decidido decirle una pequeña mentira. Sabe que, si le dice


que no va con él para quedar con sus amigos, él se lo tomará a mal.
Instantes después Clara escribe en el grupo de amigos.
Clara
Hoy había quedado con Piero,
pero me encantaría veros.

Al leer eso, Didi se apresura a teclear:


Didi
Hombreee, ¿nos vas a honrar
con tu presencia, reina?
Clara sonríe.
Clara
Tengo algo importante que contaros.

A Didi le sorprende eso, ¿a qué se referirá? Su intención era


quedarse en casa, pero con eso último que ha dicho su amiga no va
a ser capaz. La intriga puede con ella.
Sebas
No estarás embarazada, ¿no? Porque me niego a ser
tío tan joven.

Clara suelta una carcajada al leer eso.


Clara
No, tú tranquilo. Para eso aún queda muuucho tiempo,
jajaja.

Kevin
Yo sí voooy.
Didi
¿No nos lo puedes decir
por aquí, Clara?

Clara
Noooo.

Deseosa de saber qué es lo que pasa, la morena finalmente


contesta:
Didi
Bueeeno, pues contad conmigo.
Kevin
¿A qué hora nos vemos?
Sebas
¿Sobre las 18.30?

Cuando quedan de acuerdo, Didi bloquea el móvil y lo deja a su


lado en el sofá. Dolorida por la maldita regla, coge el mando de la
tele y entra en Netflix con la esperanza de encontrar algo que le
apetezca ver.
«¿A quién quiero engañar, si sé que voy a acabar viendo un
musical?», piensa.
Pero aun así echa un ojo. ¡Nunca está de más!
Su móvil vuelve a pitar, lo coge intuyendo que serán sus amigos
de nuevo. Sin embargo, cuando ve quién le ha escrito se le escapa
una sonrisa.
Marta
¿Tienes planes para hoy?

Le alegra ver que el mensaje que ha recibido es de Marta. Estar


con ella se está convirtiendo en algo muy muy placentero, y escribe:
Didi
Pues sí y no. No pensaba moverme de casa porque
estoy con la regla y no me apetece una mierda. Pero
Clara dice que tiene que contarnos algo y hemos
quedado esta tarde para vernos todos. Espero que no
sea que se va a vivir con Piero o alguna tontería así,
porque juro que la mato. Pero hasta las seis no pienso
moverme del sofá.

Marta, que está en su casa, sonríe y teclea:


Marta
Hay que ver lo que te va un buen chisme.

Al leerlo Didi suelta una carcajada.


Didi
¡Soy la reina de los chismes, jajaja!

Marta asiente divertida. Didi le gusta cada día más.


Marta
Espero que lo de tu amiga sea realmente un notición.
¿Lo pasas muy mal con la regla?
Didi, que tiene unas reglas muy dolorosas, contesta:
Didi
Bastante. Pero si estoy tumbada y me tomo una
pastilla lo llevo mejor.

Marta
Vaya..., espero que te sea leve. Te dejo para que
puedas descansar.

Didi
¡Gracias! Hablamos luego.

La morena bloquea el móvil de nuevo y vuelve a centrarse en la


televisión, pero ahora mucho más contenta que antes. Sin darse
cuenta se queda medio dormida, hasta que suena el timbre de su
casa y la sobresalta. Duda en levantarse, ya que está convencida de
que se habrán equivocado, pero como aprovechará para ir al baño,
se acerca a la mirilla y ve algo a través de ella que la hace reír.
A continuación abre la puerta y suelta riendo:
—¿Y tú qué haces aquí?
Marta le da un rápido beso antes de entrar en la casa y bromea:
—Yo también me alegro de verte, Davinia Daniela.
Didi cierra la puerta.
—He venido a verte y a hacerte compañía, si tú quieres —explica
Marta.
—¿Me lo estás diciendo en serio? —Didi la mira confundida.
—¡Claro!
—¿No tienes nada mejor que hacer en tu sábado libre? —insiste
su amiga.
Marta niega con la cabeza. No se le ocurre nada mejor que estar
con ella.
—Además, te he traído cositas.
Didi sigue a la chica hasta la cocina. La recién llegada se quita la
mochila que lleva a la espalda, la deja sobre la encimera y empieza
a sacar cosas.
—Cuando yo tengo la regla, lo que me pide el cuerpo es dulce.
Así que, aunque sé que tú no eres mucho de dulce, eso es lo que he
traído.
—¡Ah, genial! —se burla Didi.
—¿Qué te parece esta tarrina de helado vegano? —añade Marta
divertida por su gesto.
—Tiene pintaza —afirma su amiga.
La rubia, contenta al ver el gesto de felicidad de Didi, la guarda
en el congelador y continúa sacando paquetes de la mochila.
—También he traído unas galletas veganas que he visto en el
súper. No tienen la mejor pinta del mundo, pero quizá mojadas en la
leche de soja esa que tomas estén ricas.
Didi la mira sin dar crédito.
—Y, por último, pero no menos importante, he traído una caja de
Choco Flakes. No sé cuántos te quedarán, pero de esto hay que
tener siempre en casa.
Didi está asombrada.
—Nunca nadie había hecho algo así por mí —murmura mirando a
Marta.
Esta se vuelve y se coloca frente a ella. La mira a los ojos y
sonríe. Luego pasa los brazos por encima de sus hombros e indica:
—Pues ya me tienes a mí.
Didi la atrae hacia sí y acto seguido ambas se funden en un tierno
abrazo.
—Muchas gracias, Marta —musita la morena.
Ella le da un pico en los labios y, cogidas de la mano, caminan
hacia el salón, donde, al entrar, Marta saluda a las gatas.
—Holas, guapas —y, mirando el televisor, pregunta—: ¿Qué
estabas viendo?
Didi se apresura a responder:
—Nada, llevo un rato buscando, pero no he encontrado nada.
Pon lo que te apetezca. Antes de sentarme voy un momento al
baño.
Minutos después, cuando Didi regresa, se acurruca al lado de
Marta en el sofá, y esta dice en voz baja:
—¿Me dejas autoinvitarme a tu sábado de sofá y peli?
—Si ya lo has hecho. —Didi ríe.
Marta se recoloca en el asiento, la mira a los ojos y susurra:
—Oye, Didi, sé que prácticamente te he invadido... Pero, si no te
apetece tener compañía, me lo puedes decir con toda la confianza
del mundo y yo...
—Ahora mismo no habría compañía mejor para mí que tú.
Su comentario hace sonreír a la rubia, que se pega más a ella.
«¿En serio he dicho yo eso?», piensa Didi.
—¿Cuál es tu género cinematográfico favorito? —pregunta Marta
después de unos instantes en silencio.
—Me encantan las películas musicales, son mi perdición.
—¡Pues ya sabemos por dónde empezar! —dice la rubia—. ¿Hay
alguna nueva que tengas ganas de ver?
Didi duda unos segundos mientras la otra la mira con atención.
—Alguna hay —responde finalmente—, pero si te soy sincera, lo
que más me apetece ver cuando estoy así son mis películas
favoritas.
Marta sonríe. Intenta conocer a Didi, saber qué le gusta y qué no.
—¡Pues no se hable más! ¿Y cuáles son? —quiere saber.
La morena sonríe.
—La película a la que recurro siempre que tengo un día de
mierda o estoy con la regla es Mamma Mia!
Marta asiente. En la vida se lo habría imaginado.
—Perfecto, porque yo la segunda no la he visto —y mirando la
hora en su móvil añade—: Nos da tiempo de sobra de verla antes de
que te vayas con tus amigos.
—¿En serio no la has visto? —pregunta Didi sorprendida.
—No.
—Pues entonces no nos queda más remedio que hacer maratón
y ver las dos pelis seguidas —propone encantada.
—Me parece bien, he venido preparada para ello —dice Marta
poniéndose en pie y señalando su chándal. Ambas ríen y luego la
rubia agrega—: ¿Te parece si antes preparo algo de arroz o quinoa
con verduras y después nos hacemos unas palomitas?
—La verdad es que no tengo mucha hambre... —murmura Didi—.
Y lo siento, pero no tengo palomitas.
—Pues entonces nos apañaremos con unos Choco Flakes —
afirma su amiga caminando hacia la cocina.
Didi se queda sola en el salón y, mientras busca la película, su
mente empieza a dar vueltas a muchas cosas. Le da miedo lo
cómoda que está con Marta, pero no quiere cambiarlo. Nunca ha
estado con ninguna otra chica así en su casa, y le gusta esa
sensación. ¿A quién hace caso? ¿A su cabeza o a su corazón? Está
pensando en ello cuando las palabras de Roberto resuenan en su
cabeza: «Déjate llevar y disfrútalo».
—Ya estoy aquííííííí —anuncia Marta entrando en el salón—.
Como me parecían pocos cereales los que cabían en este cuenco
que he encontrado en tu cocina, me he traído la caja por si acaso.
Segundos después se acomoda junto a Didi, coloca el cuenco de
cereales entre las dos y esta última le da al play.
Horas después, tras acabar de ver las dos películas de Mamma
Mia!, Marta se levanta del sofá y susurra al tiempo que se limpia las
lágrimas:
—Me parece fatal que no me hayas avisado de que iba a llorar.
Didi se ríe.
—Si lo hacía, te jodía la película —indica levantándose también.
Marta la mira y comienza a tararear divertida Dancing Queen
mientras recoge las cosas y se dirige a la cocina. Ella la observa,
esa chica cada día le fascina más, y va tras ella.
—Te digo una cosa —comenta Marta cuando entra en la cocina
—: pocas películas he visto yo en las que se note tanto lo bien que
se lo pasaron los actores y las actrices rodándolas.
—Totalmente de acuerdo —murmura Didi mientras rebusca en
uno de los armarios.
—Y tú, mucho decir que no te gustan las películas románticas,
pero sin las historias de amor Mamma Mia! no sería nada.
Didi se vuelve, ve a su amiga apoyada en la encimera y la
corrige:
—Pero lo primordial es la música. Sin las canciones de ABBA
Mamma Mia! no sería nada.
La rubia asiente, ahí tiene razón.
—He visto muy pocos musicales porque nunca me han llamado la
atención —expone—. No sé si es que no les he dedicado el tiempo
suficiente, no he dado con el momento adecuado...
—O quizá no dabas con la compañía adecuada para verlas —
susurra Didi.
Ella asiente; desde que ha llegado la morena, en varias
ocasiones le ha dicho cosas muy bonitas.
—Puede ser —afirma alzando los hombros.
Didi, que sigue mirando en el armario, da con la caja que
buscaba e, intentando sacar algo de ella, pregunta:
—¿Has visto Burlesque?
—No me suena el título.
—Si quieres, podemos verla —propone Didi—. Es otro peliculón.
La rubia asiente.
—Pero ¿hace llorar? —pregunta algo desconfiada.
—No, esta no. —Didi ríe.
Marta mira entonces su móvil y se da cuenta de la hora que es.
—A ver —dice—, dentro de un rato te tienes que ir con tus
amigos. ¿Te parece si yo mientras tanto preparo la cena, vemos
después la peli y me dejas quedarme a dormir?
Didi finalmente consigue lo que quería; cierra el armario, se da la
vuelta y admite:
—Y sin hacer la cena también.
Ambas se miran. La morena piensa si decirle a Marta que la
acompañe. Pero no, no puede. Y menos cuando Clara quiere
comentarles algo a sus amigos.
—¿Te duele? —pregunta entonces la rubia al ver que su amiga
ha cogido una pastilla.
—Un poco, y como tengo que salir dentro de un rato, prefiero
tomármela ya.
Marta abre la nevera, saca una botella de agua y se la da al
tiempo que aprovecha para echarle un ojo al interior.
—No hay casi nada en la nevera, Marta —dice Didi—, mejor
pedimos algo.
La aludida se vuelve hacia ella.
—Venga, vístete y vete con tus amigos, y cuando vuelvas
cenaremos la mejor ensalada que hayas probado nunca —responde
con cariño.
«Seguro que sí», piensa ella.
A esas alturas cualquier cosa que provenga de Marta le gusta.
Capítulo 27

El grupo de amigos se encuentran en el Lendia y se sientan


alrededor de una de las mesas libres. Solo falta Ángel, que está en
el gimnasio, pero Kevin ya lo pondrá al corriente más tarde.
Valentín, a quien le toca trabajar porque hay mucha gente en el
local, toma nota a sus amigos y, minutos después, cuando lo tiene
todo preparado lo lleva a la mesa. Aprovechando que su chico está
allí, Sebas pregunta:
—Bueno, Clara, sácanos de dudas. ¿Qué es eso que querías
contarnos?
La joven sonríe.
—Ya tiene que ser importante si ha cancelado sus planes con el
italiano —comenta Didi.
Clara mira a su amiga. Hay que ver cómo le gusta tirárselas a
Didi. Pero, después de dar un trago a su Coca-Cola light, la deja
sobre la mesa y dice:
—Tengo dos cosas que contaros.
—Uy, ¡dos cosas! Qué será..., será... —Valentín ríe.
Clara lo mira divertida por su comentario.
—Pues una está relacionada con lo laboral y la otra, con mi vida
personal.
Didi y Sebas intercambian una mirada.
—¿Por fin has encontrado trabajo? —pregunta Jacob.
Rápidamente Clara sonríe y exclama:
—¡Sííííí!
Todos se revolucionan. Encontrar un empleo en los tiempos que
corren, y más de lo que a uno le gusta, es como encontrar una aguja
en un pajar.
—El lunes por la tarde empiezo a trabajar en una academia de
repaso —añade Clara.
—¡Viva mi hermana! —aplaude Kevin.
Esta lo mira, ambos sonríen y después ella puntualiza:
—Tendré alumnos desde primaria hasta bachillerato.
Jacob sonríe. Es una excelente noticia. Y, al ver que el resto
hablan, murmura mirándola:
—Cuánto me alegro por ti.
—Gracias —susurra Clara al oírlo mientras se vuelve hacia él.
Ambos se miran durante unos segundos, hasta que Sebas se
pone en pie y aplaude.
—¡Qué bieeen, Claraaaaaaaa!
Enloquecido, abraza y besa a su amiga. Y entonces Didi,
recordando que el curso escolar suele terminar a mediados de junio,
pregunta:
—Pero ¿empiezas tan pronto? Aún queda curso por delante.
La pelirroja asiente y, tras recibir un nuevo beso de Sebas,
responde:
—Sí, y en realidad es lo más lógico, porque, aunque estemos en
abril, hay que ir preparando todo el temario y los meses pasan
volando.
Sus amigos empiezan a hablar sobre el tema y al cabo Sebas,
que es un impaciente, inquiere:
—¿Y la otra cosa que tenías que contarnos?
Clara mira con cariño a su hermano antes de decir:
—¡Me mudo!
Esas dos palabras dejan callados a sus amigos.
—¿Cómo que te mudas? —se apresura a preguntar Jacob a
continuación—. ¿Adónde?
—No te volverás a Valencia, ¿no? —comenta Didi.
—Ay, maricón, ¡que esta se va a vivir con el italiano! —musita
Sebas.
—No jodas... —dice Valentín en un hilo de voz.
Clara ríe a carcajadas al oírlos, mientras Kevin se lo explica.
—Noooo, tranquilos, se muda ella sola a un piso aquí, en Madrid.
A tan solo unas calles de mi edificio.
Todos la miran boquiabiertos. ¿De dónde ha sacado Clara el
dinero para poder hacer eso?
—Mi tía me ha regalado un piso —aclara ella al ver la expresión
de sus amigos.
—Qué suerteeeeeeeee —exclama Didi.
Clara afirma con la cabeza, sabe que tiene razón, e indica:
—¿Os acordáis de que tía Cecilia le regaló a Kevin el piso en el
que vivimos? —Todos asienten y la pelirroja añade—: Pues ahora
me ha regalado uno a mí.
—¿Tu tía no querrá un sobrino más? —pregunta Sebas entonces.
Todos ríen al oírlo y Clara, que todavía está como en una nube,
continúa:
—Yo... yo no tenía ni idea. La acompañé a tomar unas medidas a
un precioso piso y, cuando salí de él, llevaba en mi bolsillo las llaves
de mi nueva casa.
—Yo también me apunto a ser sobrino de tu tía —bromea Jacob.
Ella sonríe.
—Felicidades, Clara —dice Didi cogiendo la mano de su amiga—,
me alegro un montón.
Ambas se miran. A pesar de sus diferencias acerca del italiano,
saben que se tienen para todo lo que se necesiten y, sin dudarlo, se
abrazan. Lo que Clara está contando es una excelente noticia.
Mientras el grupo habla, Didi recuerda lo que le comentó su
amiga que le había sucedido en el piso de su hermano y que tanto
la agobiaba. Está claro que los mellizos necesitan tener cada uno su
intimidad. Y de pronto oye que Sebas exclama:
—¡Madre mía, otra mudanza!
—Creo que me voy a Australia de nuevo —comenta Jacob.
Todos ríen a carcajadas y Clara se apresura a decir:
—Tranquilos, en mi caso no vais a tener que hacer nada. Son
pocas cosas y, además, Hunter me ha dicho que se encargará él.
Al oír eso Sebas y Didi ríen, se miran y chocan los cinco
cómicamente.
—¿Y cuándo te irás a vivir a tu nuevo piso? —quiere saber
Jacob.
Clara se encoge de hombros.
—Aún no lo sé, mi tía se está encargando de todo. Pero imagino
que lo haré en cuanto esté terminado.
Los demás asienten y, acto seguido, Sebas musita:
—Vamos a ver. La verdadera pregunta es: ¿cuándo nos lo vas a
enseñar?
—Lo veréis cuando esté todo listo.
—Jooooo —protesta Valentín.
—La que es mala... es mala —se mofa Didi.
—Dijo la Maléfica del grupo. —Sebas ríe.
Clara, divertida al oír a sus amigos, apoya entonces una mano en
el hombro de su hermano Kevin y tercia:
—Él, obviamente, ya lo ha visto.
—¿Y Ángel? —pregunta Didi.
Clara y Kevin niegan con la cabeza y este último indica:
—No tiene ni idea. Clara me hizo prometer que no se lo contaría
hasta que os diera la exclusiva a todos a la vez. Pero, eso sí, como
él ahora no está, esta noche ¡se lo cuento!
Los demás asienten.
—Siento no haberos dicho nada —se excusa Kevin—, pero era
cosa de Clara. No podía llegar yo y chafarle la noticia.
—Es comprensible —conviene Jacob.
—Solo os diré que el piso es superbonito —afirma el pelirrojo—,
que a ella le pega mucho y que tiene una terraza en la que creo que
vamos a pasar mucho tiempo tomando el sol y mirando la luna.
—Eso, tú ponnos la miel en los labios —se queja Sebas.
Ríen divertidos y luego Didi pregunta:
—¿Piero ha visto el piso?
Clara niega con la cabeza.
—Ni lo ha visto, ni sabe nada de él.
Eso los sorprende a todos.
—Me alegra saberlo, porque si el italiano estuviese por delante
de nosotros —bromea Didi—, íbamos a tener un grave problema,
reina.
Clara niega con la cabeza y Jacob, que no quiere hablar más de
aquel, que le cae tan mal, tercia dirigiéndose a Kevin:
—¿Y tú qué? ¿Cómo ha ido vuestro viaje?
El pelirrojo suspira y sonríe. Lo ha pasado de lujo con Ángel.
—El viaje ha sido genial y lo hemos disfrutado un montón —
cuenta—. Nos pasábamos horas y horas en la playa,
desconectando de todo y solo oyendo el sonido de las olas del mar.
—Vamos..., todo un sufrimiento —se burla Didi.
Valentín aprovecha que todas las mesas están atendidas y se
sienta con sus amigos.
—Oye, qué alegría lo del piso y lo del curro, Clara.
¡Felicidadeees!
—Graciaaaas.
—¿Cómo lleváis vosotros eso de vivir juntos? —pregunta
entonces Kevin.
Sebas y Valentín se miran, y este último comenta:
—Acostumbrándonos poco a poco.
Sebas sonríe, da un cariñoso beso en la mejilla a su novio e
indica:
—Es sorprendente lo que voy a decir, pero, gracias a haberme
independizado, me he dado cuenta de lo desordenado que soy.
Didi sonríe, pues siempre lo ha sabido.
—¿En serio ha hecho falta que te fueses de casa para que vieses
que no eres perfecto? —pregunta.
—Está claro que lo de «Maléfica» se te queda corto —murmura
Sebas mirando a su amiga.
Didi suelta una carcajada, mientras que Clara se interesa:
—Pero ¿os adaptáis bien estando juntos?
Valentín asiente.
—Sí, la convivencia es buena. Solo que aquí, mi chico —dice
señalando a su novio—, entre otras cosas se cree que el lavavajillas
se llena solo.
Al ver que sus amigos lo miran, Sebas intenta excusarse:
—A ver, ¿qué culpa tengo yo de que cada vez que cocinas algo
utilices y ensucies quince mil cacharros, espátulas, cubiertos y de
todo?
—¿En casa de tus padres no cooperabas? —comenta Jacob.
Sebas sonríe.
—Cuando yo era pequeño, en casa de mis padres se
establecieron unas normas, y había cosas que hacía yo y cosas que
hacía mi hermano —y riendo añade—: Y, vale, ¡lo asumo! Y, como
buen hermano mayor, ya me encargué yo de que algo tan
asqueroso y repugnante como llenar el lavavajillas fuese cosa de mi
hermano pequeño.
Clara y Kevin se miran, conocen ese tipo de pactos y divisiones
entre hermanos. Más de una vez les tocó repartirse tareas que
ninguno de los dos quería hacer.
—Qué abusones sois los hermanos mayores —dice Didi.
—Calla, que tú, como hija única, no tienes ni idea. Los hermanos
pequeños disfrutan de unas ventajas que los mayores no llegamos a
tener nunca —protesta Sebas.
Los amigos entran en debate y se pasan la tarde riendo y
hablando de tareas domésticas que odian hacer. Y, cuando ve que
son las 21.14, Didi decide marcharse, pues hoy por primera vez en
muchísimo tiempo la está esperando alguien.
Sin decirles nada a sus amigos, o la acribillarán a preguntas, se
despide de ellos y se va para su casa, donde nada más abrir la
puerta Marta le recibe con una gran sonrisa y, tras poner la mesa
juntas, se tiran en el sofá a ver la película Burlesque.
Capítulo 28

Hoy es el primer día de Clara en su nuevo empleo y está un poco


nerviosa. Como no tiene que estar allí hasta las tres y media, Piero y
ella han decidido comer en un centro comercial cercano y así, de
paso, él hace unas compras.
Después de tomar una hamburguesa y unas patatas, salen y
caminan cogidos de la mano hasta que de repente Piero la suelta y
entra en una tienda de ropa. Ella lo sigue. Durante unos minutos el
italiano se dedica a coger diversas prendas y se dirige a los
probadores.
—Te espero fuera —le dice Clara.
Sale de la tienda, se sienta en un banco y mira el móvil.
Didi
¡Que vaya genial hoy!
Sebas
¡Ánimo en tu primer díaaaaaa!
Jacob
Seguro que hoy te va superbién,
Clara, ¡ya nos contarás!
La pelirroja sonríe ante los mensajes de cariño que le mandan
sus amigos. ¡Por fin ha conseguido un trabajo para el que se ha
preparado! Su corazonada era cierta.
Clara
¡Muchas graciaaaas! Luego os cuento.

No le da tiempo a salir de WhatsApp cuando recibe otro mensaje:


Piero
Clara, vieni, per favore.

Ella se levanta, entra de nuevo en la tienda y, al no ver a su chico,


va directa a los probadores, donde se encuentra con Piero
mirándose en el espejo.
—¿Qué pasa?
Él se vuelve al oírla.
—¿Cómo me queda esto?
Ella lo mira, hace una mueca y al final responde:
—Te queda bien.
El italiano asiente y vuelve a mirarse en el espejo. Sabe
perfectamente que le sienta bien, pero lo que quiere es que ella se
lo diga. Mientras tanto Clara está pensando: «¿En serio necesita
que le diga cómo le queda la ropa?».
Minutos más tarde, y después de que la chica haya alabado
varias veces a Piero, el italiano paga lo que se lleva y, con él
cargado de bolsas, salen de la tienda.
Clara vuelve a darle la mano, le gusta esa sensación. Y, luego,
pensando en el trabajo, exclama:
—¡Qué ganas tengo de empezar hoy! Ojalá todo vaya bien y yo
cumpla con sus expectativas como profesional.
—Non capisco perché has aceptado ese trabajo si dentro de
nada los estudiantes estarán de vacaciones —comenta Piero.
Ella lo mira confundida. ¿Acaso no sabe que para ella es
importante?
—¿Qué es lo que no entiendes exactamente? —Él se encoge de
hombros, no contesta, y ella insiste—: Llevo meses buscando
empleo y por fin me han cogido en uno para el que he estudiado. Ni
de broma iba a decir que no.
Él la observa con gesto serio, pues no le gusta que Clara tenga
horarios. Entonces ella, sonriendo, decide contarle algo que él
todavía no sabe.
—Necesito el dinero, y más ahora que voy a vivir sola... —suelta.
El italiano la mira con cara de sorpresa.
—Problemi con tuo fratello? —quiere saber.
—Para nada, la relación con mi hermano es perfecta —explica
ella—. Pero sí es cierto que necesita su intimidad, y yo la mía. Y mi
tía me ha hecho un regalazo.
Piero la escucha con atención y ella continúa hablando:
—Tal y como hizo con Kevin en 2018, Cecilia me ha regalado
ahora un piso a mí.
Él sonríe sorprendido. Le gusta la idea de que ella tenga piso
propio.
—Veramente?
—Sí, de verdad, Piero —afirma ella emocionada—. Hace meses
que tenía en mente lo de buscarme algo para mí sola, pero ella se
me ha adelantado.
—¡Guauuu, ese es un gran regalo! —asegura él alucinando.
Clara asiente, lo sabe bien, y aún casi ni se lo cree. ¡Es dueña de
su propio piso!
Piero le suelta la mano con delicadeza, le pasa el brazo por los
hombros para atraerla hacia sí y luego pregunta en tono meloso:
—¿Y cuándo me vas a enseñar tu nuovo appartamento?
—Buf... —Clara resopla—. Prefiero esperar a cuando esté listo
para mudarme. Todavía estamos ultimando la decoración, los
muebles...
—E quando sarà? —la interrumpe.
Ella piensa unos segundos en las conversaciones que ha
mantenido con Cecilia esos días.
—Pues..., por lo que me dice mi tía, yo creo que ahora para mayo
o así. Ya han llegado algunas cosas, pero me gustaría tenerlo todo o
casi todo ya allí antes de mudarme.
Piero asiente, quizá sea lo más sensato, aunque a él lo incomoda
sentirse fuera de sus planes. Entonces se fija en que Clara vuelve a
mirar la hora en su móvil. Sabe que está pensando en el trabajo.
—Amore, hay un problema con tu nuovo empleo.
—¿Qué problema?
—Vamos a tener menos tiempo para vernos.
En eso tiene razón, pero indica bromeando:
—Piero, no seas dramático. Si hay ganas, hay tiempo.
—Si tú lo dices...
Clara pasa el brazo por encima de la cadera de él, Piero la
estrecha contra sí y prosiguen su camino. De pronto un chico se
acerca a ellos y la pelirroja se detiene a escucharlo. El italiano los
mira confundido.
—¡Hola, pareja! Somos una nueva marca de cabinas de fotos y
estamos intentando darnos algo de publi —les explica—. Es por ello
por lo que durante estas primeras semanas podréis pasar y haceros
unas fotos de manera completamente gratuita. ¿Os animáis?
A Clara le gusta la idea. Mira a Piero, pero ve que hace una
mueca.
—Puede ser divertido, ¿no? —insiste animada.
—Mejor otro día, amore, hoy no tengo el pelo bene —responde él
apartándose el cabello de la cara con la mano.
Clara y el chico del fotomatón se miran. ¿En serio no van a
hacerse una foto por lo del pelo? Pero ella, sin darle más
importancia, pregunta interesada:
—¿Hasta cuándo vais a estar con la promoción?
—Hasta el día de la Madre —le contesta dándole un folleto de
publicidad—. Después la cabina continuará aquí para que la uséis
cuando queráis, pero al precio normal.
—Genial, muchas gracias —se despide con una sonrisa.
—Grazie! —le agradece también Piero, que, cuando el muchacho
se va, pregunta—: ¿Perché tienes que ser tan amable con ese
desconocido?
Clara lo mira sin dar crédito. Ella intenta ser amable con todo el
mundo.
—Porque me sale así —responde parándose—. Él está
trabajando y no cuesta nada ser empática con la gente.
—¿Y tu sonrisa? ¿Perché le sonreías de ese modo?
A la pelirroja no le gusta oír eso. Los celos son un tema que
nunca ha llevado bien. Y, tomando aire, empieza a decir:
—Mira, Piero, creo que ya hemos hablado de...
—Sí —la corta él—. Mejor lo dejamos.
Se ponen otra vez en marcha. De nuevo se hace evidente que
hay ciertas cosas que los separan.
—¿Cuándo es el día della Mamma? —pregunta él al rato
intentando suavizar el tono.
—Aquí se celebra el primer domingo de mayo. Este año es el día
1.
—¡Ah, bene, tenemos tiempo suficiente entonces! Otro día nos
hacemos las fotos —propone él.
Ella lo mira y sonríe olvidándose de lo ocurrido.
Siguen caminando por el centro comercial hasta que Clara se da
cuenta de que dos locales más allá hay una heladería. Mira a Piero,
que tiene los ojos clavados en el móvil, coge el suyo y comprueba
que aún le queda media hora.
—¿Te apetece que nos tomemos un helado para pasar el rato?
—sugiere.
—Un gelato? —dice él sin apartar la vista del móvil—. No hace
tiempo para tomarse un gelato.
—Pues a mí me apetece siempre —bromea ella.
Piero, ahora sí, aparta los ojos de la pantalla y la mira.
—Mejor otro día que haga más calor —repone él.
—Como quieras.
El teléfono del chico pita y este lo vuelve a mirar. De refilón Clara
ve que el mensaje es de su amigo Tiziano.
—Tiziano ya ha arrivato.
Piero le da un rápido pico a modo de despedida en los labios y
ella lo mira confusa.
—Ah, pero ¿te vas ya?
—Sí, había quedado con il mio amico —explica él—. Tú entras
ahora a trabajar, ¿no?
—Casi —responde sorprendida.
Piero la mira con su embaucadora sonrisa y sugiere con prisa:
—Puedes llamar a tu fratello por teléfono y así haces un po’ di
tempo.
Ella se limita a asentir. Está claro que está deseando marcharse.
—Vale, me voy, Clara —se despide él—. Luego te llamo. Buona
fortuna!
Sin decir más ella se despide a su vez con un gesto de la mano y
observa cómo Piero desaparece tras cruzar las puertas del centro
comercial.
«Vaya..., yo habría esperado con él hasta que hubiese entrado a
trabajar», se dice un poco desilusionada.
En ese momento el sonido de su móvil consigue sacarla de sus
pensamientos.
—¡Hola, Claritaaaa! —la saluda su amiga Amanda desde el otro
lado de la línea.
«¡Justo a tiempo!»
—¡Hola, Amanda, qué sorpresa!
—¿Te pillo ocupada? —pregunta la chica con rapidez—. Hoy
empezabas en la academia, ¿no?
Clara sonríe al ver que su amiga se acuerda y responde:
—Sí, empiezo hoy. Pero aún tengo unos veinte minutos para
hablar contigo. Podemos hablar mientras voy hacia allí.
—¡Perfecto! —exclama Amanda feliz—. Quería comentarte que
estoy pensando en irme unos días a Madrid.
—Ah, ¿sí?
Clara sale del centro comercial y sigue su paseo en dirección a la
academia.
—Sí, un fin de semana de mayo.
—Vaya, ¡qué ilusión!
—¡Sí, qué bien! Tengo muchas ganas de ver a Cora —bromea
Amanda—. Y a ti también, no te me pongas celosona...
Ambas ríen mientras Clara llega a su destino. Como aún no es la
hora, decide sentarse en un banco.
—Oye, cuéntame, ¿cómo va lo de tu casita nueva? —pregunta su
amiga.
—Superbién, tía —responde Clara ilusionada—. Ya han llegado
un montón de cosas del piso y todo va tomando forma. Va a quedar
genial, tengo unas ganas de verlo ya todo listo...
—¿Y para cuándo tienes prevista la mudanza?
—Con lo bien que va, yo creo que incluso antes de lo previsto,
así que a lo mejor estrenamos juntas mi nueva casa.
Durante unos minutos siguen hablando hasta que Clara se
despide de Amanda. No quiere llegar tarde en su primer día de
trabajo.
Capítulo 29

Hoy no hay demasiada gente en el súper, por lo que la mañana está


siendo bastante tranquila.
Didi se acerca a la zona de frutería y coloca más peras en el
expositor. Busca a Marta con la mirada, pero no la ve por ahí. Al
parecer hoy Martín las ha puesto en secciones distintas.
Desde donde se encuentra, distingue que una chica en silla de
ruedas entra en el súper. Al igual que a Roberto, a la joven le cuesta
muchísimo coger un carro y, sobre todo, manejar la silla y este a la
vez. ¿Por qué no buscarán una solución?
Cuando termina de colocar las frutas se encamina hacia el
vestuario. Mira hacia los lados y, viendo que Martín no anda por ahí,
entra en la sala. Se sienta en un banco, saca su móvil, abre Google
y hace una búsqueda rápida: «Carros de compra adaptados a silla
de ruedas».
«Estamos en 2022, esto tiene que existir», piensa.
No tarda ni dos segundos en encontrarlo. Pasa un rato
informándose en internet, no solo pensando en la chica que ha visto
entrar y en Roberto, sino también en todas las personas que tienen
que luchar a diario con su silla y el carro. Con la información
fresquita en su memoria, se decide a hablar de ello con el gerente.
Sale del vestuario y lo busca por la tienda.
—Perdona, ¿has visto a Martín? —le pregunta a un compañero.
Este se limita a negar con la cabeza. Como siempre, la
amabilidad brilla por su ausencia.
Después de recorrer toda la tienda y no encontrarlo por ninguna
parte, se le ocurre que igual está en el almacén. Cuando va hacia
allá, se cruza con Marta en la puerta.
—¿Y tú qué haces por aquí? —le pregunta la rubia.
—Estoy buscando a Martín —dice Didi.
—Lo tuyo es masoquismo —se mofa Marta, y las dos ríen—.
Hace rato que no lo veo por aquí.
Luego se quita la goma que lleva en la muñeca y se recoge el
pelo en una coleta mientras Didi le muestra en el móvil la
información sobre carros adaptados que ha encontrado.
—Quiero enseñarle esto —dice.
La rubia lo mira, le parece muy interesante, pero de pronto oyen:
—¿Os pago por hablar o por trabajar?
Ambas alzan la vista y ven que el gerente está a unos metros de
ellas. Didi rápidamente se separa de Marta y se encamina hacia él.
—Martín, ¿tienes un momento para que te comente una cosa?
El hombre, que como siempre la mira con gesto serio, responde:
—Sí, pero mejor vamos a mi despacho.
Marta y ella intercambian una mirada y finalmente Didi va tras él.
Una vez que llegan al despacho, entra y él cierra la puerta.
—Bueno, cuéntame —dice Martín.
Didi se sienta al otro lado de la mesa y, tomando aire, empieza:
—He estado informándome acerca de los carros de compra
adaptados para las personas en silla de ruedas.
El gerente la mira en silencio y ella continúa:
—Supongo que te habrás dado cuenta de las dificultades que
tienen a la hora de desplazarse con una cesta o un carro... —Él
sigue sin decir nada y Didi añade—: En primer lugar, los carros
actuales son demasiado altos para ellos y, además, intentar manejar
las dos cosas al mismo tiempo les complica bastante la movilidad.
Sin tiempo que perder, la chica desbloquea el móvil y se lo acerca
para que vea las fotos que ha encontrado.
—En este supermercado ya he visto a varias personas en silla de
ruedas y...
—Sí, como tu amiguito —le corta él.
Su tono no es en absoluto conciliador, pero la joven lo ignora y
prosigue:
—Exacto. Por lo que sé, Roberto lleva años viniendo aquí, y creo
que facilitar la compra a los clientes que lo necesiten podría...
—Recuerdas que vienes a trabajar y no a dedicarte a mirar a la
gente, ¿no? —inquiere entonces Martín echándose hacia atrás en
su silla.
Didi lo observa e intenta respirar hondo. «Piensa en Roberto,
piensa en él...», se dice mientras responde:
—Por supuesto, Martín, pero trabajar no me impide ser
consciente de las cosas que pasan a mi alrededor.
Él la mira con gesto serio.
—En los años que llevo en Madrid, me parece que nunca he visto
uno de estos carros adaptados en ninguna tienda —cuenta ella—.
Así que creo que el hecho de que tú incorporaras uno o dos a la
tuya podría ser beneficioso para el supermercado y su imagen.
—Vaya, veo que has hecho un estudio de mercado y todo. —Él
ríe con sarcasmo.
—No, pero se podría hacer —dice Didi con toda su buena
intención—. Esto es simplemente lo que he encontrado en diez
minutos. Seguro que hay muchas más opciones, ideas,
información...
Martín se echa hacia delante, apoya los codos sobre su mesa y
murmura en tono despectivo:
—O sea, que has dedicado parte de tu horario de trabajo a mirar
esto.
«No entiendo por qué me molesto en intentar explicarle nada a
una persona que no quiere entender...»
—Solo he visto una posibilidad de hacer que la tienda se
modernizara un poco y he creído que sería buena idea comentártelo
—responde ella guardándose el móvil—. Ahora tú, con la
información que te he dado, haces lo que quieras.
—Por supuesto que haré lo que yo quiera, para eso soy el
gerente —replica él.
Didi lo mira, sabe que nunca se entenderá con ese hombre.
—De acuerdo, Martín —murmura.
La morena va a levantarse de su silla, pero entonces él le suelta:
—¿Qué te traes con Marta?
Ella lo mira sorprendida.
—¿A qué te refieres?
—A que veo que últimamente tenéis mucha complicidad y ahí
fuera estabais muy juntitas —dice refiriéndose al almacén.
«¿En serio me está preguntando esto? ¿Y a él qué coño le
importa?»
—Somos amigas —se limita a contestar.
Él la observa esperando a que diga algo más. Pero Didi,
sosteniéndole la mirada, inquiere:
—Martín, ¿me estarías haciendo esta misma pregunta si yo fuese
un tío?
—Claro, ¿por qué no?
—No lo sé, dímelo tú —replica con dureza.
Didi se cruza de brazos mientras él sonríe con desdén.
—Davinia, Davinia..., a la gente como tú la tengo calada.
«Ya estamos con el puñetero “Davinia” en la boca...»
Pero Didi decide que ese tío no le va a joder el día, así que
cambia la expresión y, con una sonrisa, contesta:
—Ah, ¿sí? ¿Por qué dices eso?
—Porque es fácil reconoceros. Siempre vais por ahí
pregonándolo a los cuatro vientos.
Vale, ya le ha quedado claro a lo que se refería Martín.
—No me digas... —murmura con ironía.
De pronto Didi se da cuenta de que él se mueve incómodo en su
silla. Es consciente de que los comentarios que está soltando están
fuera de lugar, pero ahora ella no piensa parar. Ha vivido
demasiadas situaciones como esa y está harta. Él solito se ha
metido en un jardín, y él solito tendrá que salir de él.
—¿Qué se supone que voy pregonando? —insiste.
Martín la mira incómodo. No sabe qué responder, y finalmente, al
ver que ella espera contestación, indica:
—Que te gustan las mujeres.
Didi sonríe y niega con la cabeza.
—Efectivamente, soy lesbiana, ¿y...? —replica.
El gerente parece cada vez más incómodo. Ver la seguridad de la
chica le hace sentir que lo que hace no está bien.
—Tengo un contrato laboral según el cual debo trabajar en este
supermercado un determinado número de horas —señala Didi acto
seguido—. Una vez que salgo de aquí, mi vida privada a ti no
debería incumbirte lo más mínimo, y lo sabes muy pero que muy
bien.
A Martín comienzan a sudarle las manos, pero ella prosigue:
—¿Acaso eres de los que creen que dos mujeres o dos hombres
no pueden tener una relación? —Él no contesta y Didi,
envalentonada, añade—: Y, según tú, ¿ir pregonándolo a los cuatro
vientos es ir de la mano de tu pareja o darle un beso en la calle...?
—Por ejemplo —la corta él.
—Ya veo... —afirma la joven, que, incapaz de callar, pregunta—:
¿A tu mujer y a ti os han llamado la atención alguna vez por ir
pregonando vuestro amor yendo cogidos de la mano o por besaros
delante de otras personas?
—Por supuesto que no —se apresura a responder él—. Pero en
ciertos casos hay cosas que deberían quedar de puertas para
dentro.
Didi respira hondo. No soporta la homofobia. Sin embargo, no
quiere enfadarse ni decir nada de lo que vaya a arrepentirse. Martín
es su jefe y no puede ignorar eso. Así pues trata de contener la
rabia que crece dentro de ella y declara:
—O sea, que me estás diciendo que lo que hagas tú con tu mujer
está bien, pero lo que yo haga o no con quien me dé la gana está
mal...
Martín está sudando.
—Vamos a ver, Davinia —contesta—, no tergiverses mis
palabras.
Comienza a quitarse la chaqueta del traje como puede.
—Es lo que acabas de dar a entender, Martín —replica ella.
Acalorado por el lío en el que se está metiendo, él deja la
chaqueta sobre la mesa.
—Estás intentando pintarme de un modo que no soy —dice—.
Mira, mi sobrino Paco es gay y no tengo ningún problema...
«Pues pobrecillo, espero que no toda la familia sea así, porque, si
no, vaya cenas navideñas y reuniones familiares le esperan...»,
piensa Didi.
—Perdona, pero que tengas un familiar o un amigo que
pertenezca al colectivo LGBTIQ+ no excluye que seas homófobo —
señala.
Él rápidamente niega con la cabeza y se excusa:
—Yo no tengo nada en contra de la gente como tú, pero...
—Mira, Martín, vayamos por partes —lo interrumpe Didi—. Si
después de la frase «no tengo nada en contra de la gente como tú»
hay un «pero», siento decirte que sí, que eres homófobo.
Él la mira muy serio.
—Y no solo eso —prosigue ella—, sino que si encima, al hablar,
haces una distinción entre la gente como tú y la gente como yo, te
reafirmas más en tu homofobia. Y, mira, si no me crees a mí, háblalo
con tu sobrino Paco, que seguramente te va a explicar lo mismito
que te estoy explicando yo.
Martín abre la boca para decir algo, pero su teléfono empieza a
sonar.
«Salvado por la campana», piensa.
Didi y él se miran. Está claro que nunca van a ser amigos.
—Bueno, Martín, te dejo, que veo que tienes trabajo —dice ella
poniéndose en pie.
Instantes después sale del despacho dejando dentro al
desconcertado gerente y, una vez fuera, no puede evitar que se le
escape la risa.
Capítulo 30

Marta entra en el vestuario y se encuentra a Didi. Ve que la morena


no se ha dado cuenta de su llegada, así que cierra la puerta con
cuidado.
Didi, que está cogiendo sus cosas de la taquilla, nota que alguien
la abraza por detrás. Sin necesidad de ver quién es, rápidamente se
le dibuja una sonrisa en la cara, y más cuando la rubia propone:
—¿Te apetece venirte a comer a casa?
Didi se vuelve, sus caras están a pocos centímetros la una de la
otra.
—¿Y tu madre? —pregunta.
—Se ha ido unos días con Álvaro.
Su amiga asiente y, casi sin darse cuenta, dice:
—Vale.
Marta sonríe, ha hecho bien preguntándole, y la atrae hacia sí
para darle un beso. ¿Por qué esperar?
Minutos después, tras salir del supermercado, las dos van a la
parada del autobús.
—Oye, ¿qué ha dicho Martín de tu idea? —quiere saber Marta.
—No lo he visto muy interesado —responde—. Pero la charla que
hemos mantenido me ha servido para ver lo homófobo que es y que
está demasiado pendiente de nosotras.
Marta la mira sorprendida. Didi ve entonces que llega el autobús
y alza el brazo para que pare.
—¿Que está pendiente de nosotras? —pregunta—. ¿Martín es
homófobo?
El bus se detiene y las chicas suben. Una vez que se han
sentado, Didi mira a su amiga y explica:
—Es un homófobo de mierda al que no le hace ninguna gracia
trabajar con una lesbiana como yo. Eso sí, ya le he dejado claro que
a mí se me contrató para trabajar dentro de un horario y que, en mi
tiempo libre, ni él ni nadie tiene que decirme a quién puedo besar o
amar.
—Muy bien —afirma Marta.
—Y, encima, el muy cretino me salta con que él tiene un sobrino
que es gay, que cómo va a ser homófobo.
Marta la mira y ella prosigue.
—Según Martín, que dos heteros vayan por la calle cogidos de la
mano es normal, pero, en su opinión, la gente como nosotras
debería dejar esas cosas de puertas para dentro.
La rubia mueve la cabeza y se lamenta:
—Qué desastre, en vez de evolucionar, el mundo involuciona
cada día más...
Didi asiente, es la verdad. Solo hay que ver las noticias o toparse
con personas como Martín para darse cuenta de ello.
—Pues a mí nunca me ha dicho nada al respecto —comenta
Marta.
—Tarde o temprano te soltará algo, y más llevando ese pin en la
mochila —señala su amiga.
Marta mira el pin de la bandera inclusiva y entonces recuerda
algo.
—¡Por cierto! —dice abriendo su mochila y rebuscando en su
interior—. ¡Toma!
Didi coge lo que le tiende y lo mira. Es un pin con la bandera
lésbica.
—¿Y esto? —Ríe.
—Mi madre, que, como trabaja en publicidad, siempre tiene
cosas por casa que le sobran de distintas campañas.
—Muchas gracias —dice Didi mientras lo engancha en su
mochila.
Hablando sobre la homofobia, llegan a su parada y bajan del
autobús. Caminan por la calle hasta el portal de Marta y, una vez
que entran en su piso, esta va directa al baño.
Mientras tanto Didi lo observa todo a su alrededor con atención.
Le gusta mucho la decoración, nunca había estado ahí. Da
sensación de calidez. Le llama la atención una de las paredes del
salón, que está revestida de ladrillo visto, y se acerca a tocarlo.
—Eso fue idea mía —oye que dice Marta.
—Pues queda fenomenal.
Didi la sigue hasta la cocina. La ve tirar algo a la basura y coger
una caja blanca de una estantería.
—¿Te encuentras mal? —quiere saber.
—Hoy soy yo la que está con la regla, tía —se lamenta.
Marta llena un vaso de agua y se toma una pastilla.
—¿Te duele mucho? —pregunta Didi.
—Qué va, a mí no me suele doler mucho.
—O sea, que esto ha sido una trampa —bromea apoyándose en
la encimera.
Su comentario hace que Marta la mire con atención.
—Me has traído para que te haga la comida, igual que tú me
hiciste a mí la cena cuando estuve con la regla.
La rubia se echa a reír.
—Ni confirmo ni desmiento —dice con guasa.
Didi sonríe. Haría muchas cosas por Marta.
—Vale, pero odio cocinar. Así que dime qué te apetece comer y lo
pido.
—¡Genial!
Vuelven juntas al salón y miran opciones para comer.
—¿Has probado alguna vez el Tasty Poke? —pregunta Marta.
—Sí, y me encanta.
Didi ha comido mil veces esos deliciosos cuencos de verdura.
—Pues ya está, decidido —concluye la rubia.
Eligen cómo quiere cada una su bol y los piden. Como
esperaban, la comida no tarda mucho en llegar, y las chicas se
sientan en el sofá para comer.
Marta coge el mando y enciende el televisor.
—¿Qué te apetece ver? —pregunta Didi interesada.
Su amiga deposita su bol sobre la mesa y se levanta. Se acerca a
un mueble, abre la puerta, coge algo y la cierra de nuevo. Después
se da la vuelta y deja un montoncito de películas en DVD sobre la
mesa.
—Hoy toca ver las películas que a mí me gustan.
—O sea, las románticas —murmura Didi.
—Y como te he dicho ya mil veces, Mamma Mia! no sería nada
sin las historias de amor.
Han tenido ese debate decenas de veces en sus largos turnos en
el súper.
Didi coge una cucharada de su comida y se la mete en la boca.
—Mmm —responde.
Marta se ríe y coge un DVD del montón.
—La primera que quiero que veamos es mi peli favorita: Cartas a
Julieta.
Marta saca el DVD de la funda y lo introduce en el reproductor.
Coge su bol y se sienta de nuevo al lado de Didi. Ambas disfrutan
juntas de la comida y la película.
Cuando esta termina Marta se vuelve hacia Didi y exclama:
—¡Sé que te ha gustado, estás sonriendo!
—La verdad es que es muy bonita —reconoce ella.
La rubia celebra que le haya gustado.
—¿Cuándo he dicho yo que no me gusten las películas
románticas? —pregunta luego ganándose una mirada de su amiga
—. Me gustan, pero no todas.
—Eso lo dices ahora para quedar bien. —Marta la pica.
—No, si lo digo de verdad. Mira, hay una peli romántica que me
encanta, la habré visto tres o cuatro veces.
La rubia la mira atentamente.
—Se llama Una cuestión de tiempo.
Marta se pone en pie a gran velocidad y busca entre el montón
de DVD que ha dejado antes sobre la mesa. Encuentra el que busca
y la mira.
—¿Te refieres a este pedazo de obra de arte? —dice
enseñándole la película en cuestión.
—Exacto.
—Pues nada, si quieres ahora la vemos.
Didi asiente, no tiene nada mejor que hacer. Marta coge los dos
boles de la mesa y se los lleva a la cocina. Antes de volver al salón,
pasa por el baño y, cuando regresa, pregunta sentándose junto a
Didi:
—¿Alguna vez has escrito una carta de amor?
—Nunca.
Ambas sonríen y Didi piensa en la película que acaban de ver, y
recordando las cartas de amor que han salido en ella añade:
—Yo no sabría hacer eso.
—Todo es ponerse y dejar que los sentimientos fluyan —
responde Marta.
Didi la mira con curiosidad.
—¿Tú has escrito alguna carta de amor?
Marta se ríe.
—¿Tú qué crees?
—Con lo que te gustan estas películas, yo diría que sí —contesta
Didi.
—Sí, alguna he escrito. Me encanta escribir cartas.
—Yo no he mandado una carta en mi vida.
Marta la mira sorprendida.
—¿Me lo estás diciendo en serio?
Didi asiente.
—Uf..., a mí me encanta escribir cartas, ya sean de amor o no —
explica Marta—. Busco cualquier excusa para hacerlo. De hecho,
cada año por Navidad escribo una carta distinta a todas las
personas a las que quiero y se las envío.
—O sea, que está la gente que no manda nada por Navidad, es
decir, yo. Luego la gente que suele enviar postales navideñas. Y
luego estás tú, que envías cartas personalizadas —bromea Didi.
—Esa soy yo, y me encanta. —Sonríe—. Lo hago desde bien
pequeña.
—Eres una romántica empedernida desde pequeña —comenta
Didi.
Marta nota entonces que su móvil vibra y lo coge.
—Todo es culpa de mi abuela, que me sentaba con ella a ver
telenovelas. —Ríe.
Echa un vistazo al teléfono.
—Didi, mis amigos dicen de ir a tomar algo; ¿te apuntas?
Ella la mira sin saber bien qué responder. «¿Y qué pinto yo ahí?»
—No sé, son tus amig...
—Te van a caer genial, te lo prometo —la interrumpe Marta.
La morena lo piensa. Meter a los amigos de por medio puede
complicar la cosa, pero al ver su expresión no puede decir más que:
—Venga, valeeeeeeee.
Capítulo 31

Las chicas llegan a un local que Didi no conoce. Cuando entran


Marta y la mujer de la recepción se saludan con complicidad.
—Hoy estáis en la sala 3 —le dice.
—¡Graciaaaas! —responde Marta.
La rubia coge cariñosamente del brazo a Didi y caminan juntas
hasta la puerta con el número 3 en el centro. Marta la abre y Didi y
ella entran.
—¡Hombreeee, ya estamos todos! —exclama un chico que se
acerca a saludar a Marta.
Didi los mira sorprendida.
—Didi, te presento a Miguel, Ari, Tana, Carlos y Nuria —dice
según los va señalando y, dirigiéndose luego sus amigos, añade—:
Y esta es Didi.
La chica reconoce a Miguel y a Ari, y alza el brazo a modo de
saludo general.
—¡La famosa Didi! —exclama Tana.
Marta se tapa la cara. En ese momento le gustaría matar a su
mejor amigo.
—¿Famosa? —murmura Didi.
—Casi paso más tiempo contigo en el trabajo que con mi madre...
De alguien tendré que hablar —bromea Marta intentando salir del
paso.
Sus amigos la miran con una sonrisa. Vale, se han ido de la
lengua. Tendrán que contenerse.
Didi observa la sala en la que están. No es demasiado grande,
pero tiene un sofá bastante amplio y frente a él hay una enorme
pantalla.
—Bueno, ¿preparadas para darlo todo? —pregunta Ari.
—Sí, pero sin nada de alcohol, querida, que te conocemos —
avisa Tana.
Didi ve que todos se sientan en el sofá y ella se acomoda junto a
Marta.
Carlos coge entonces la tablet que hay sobre la mesa y teclea
algo. Luego se la pasa a Marta y esta se pone en pie.
—Vamos, Nuria, ya he pedido nuestras bebidas.
La chica se levanta y Didi ve cómo sacan dos micrófonos del
mueble que hay bajo la pantalla.
«¿Un karaoke?», piensa algo asustada.
Carlos toca la gran pantalla táctil y elige una canción.
—¡Empiezas tú! —avisa.
—¿Otra vez, tíoooo? —se queja Nuria.
Empieza a sonar Shallow de Lady Gaga y Bradley Cooper.
Didi los mira divertida y más aún cuando Carlos empieza a
venirse arriba como una buena diva. La pareja termina y los demás
aplauden.
—No pienso volver a cantar esta canción contigo, Carlos, que lo
sepas —avisa Nuria—. No es justo que yo tenga que ser siempre
Bradley Cooper y tú Lady Gaga.
—No te creas nada —murmura Marta dirigiéndose a Didi—,
siempre acaban cantándola juntos de nuevo.
—¡Me tocaaaa! —exclama entonces Ari levantándose.
Toca la pantalla, se pone frente a ellos y, en cuanto empieza a
sonar Bad Habits de Ed Sheeran, la chica lo da todo, mientras
Carlos, que no ha llegado a sentarse, baila con ella.
Los siguientes en salir son Tana y Nuria de nuevo, que escogen
Blinding Lights, de The Weeknd y Rosalía. Su gran actuación
consigue que todos acaben de pie bailando con ellos, incluida Didi.
—¿Cantamos una? —le propone Marta cuando terminan.
—No, no. Yo no puedo —se apresura a responder Didi—. Me
moriría de vergüenza.
—¿Esto te da vergüenza? —pregunta Marta sorprendida.
—Muchísimo —admite—. Para otras cosas soy lanzada, pero lo
de cantar en un karaoke puede conmigo. Yo canto en la ducha,
cuando limpio la casa o en los conciertos, que ahí hay tanto ruido
que sé que nadie me oye.
—Pero si hay hasta música de esa que te gusta a ti, de los años
ochenta —dice Marta riendo, aunque no consigue convencerla.
Didi no se va a poner detrás de ese micro, lo tiene claro. Tana,
que las ha oído, las mira.
—Ya se te pasará, no hay prisa —anima el chico.
Didi sonríe, pero no cree que eso vaya a suceder. Nunca ha
llevado bien cosas como el karaoke o las actuaciones escolares. Ser
el centro de atención es algo que odia con todas sus fuerzas.
—¡Tengo una! Veníos, chicas —dice Marta señalando a sus
amigas.
La rubia corre hasta la pantalla y la busca.
—Yo me pido Lola Índigo, que aún no he cantado ninguna.
—Vale, pues yo Tini —elige Ari.
Nuria asiente, le parece perfecto cantar las partes de Belinda.
Suena La niña de la escuela y las tres lo dan todo.
Tana, que está de pie con Carlos y Miguel, le tiende la mano a
Didi para que se acerque a ellos.
—Los «Oh, nena» del estribillo son nuestros —la avisa alzando la
voz.
Ella asiente y, cuando los ve cantar, gritan los cuatro juntos:
—¡OOOOH, NENA, OH, NENAAAAA!
Tana y ella se miran y sonríen. En cierta manera ese chico le
recuerda a su amigo Sebas.
Las siguientes dos horas las pasan cantando, bailando y
disfrutando. Didi no se anima a cantar nada en solitario ni en pareja,
pero sí cuando cantan todos juntos.
Al final lo importante es divertirse, y es lo que hacen.
Capítulo 32

Hace un precioso día de primavera en Madrid.


Sebas acaba de llegar al lugar donde ha quedado con sus
amigos y, al ver a Didi, se acerca para abrazarla. Una vez que se
separan, él murmura:
—Explícame qué estamos haciendo aquí.
—Llevo un rato preguntándomelo —responde ella mirando a su
alrededor.
Ángel, promotor de la actividad, consiguió convencerlos y
encontrar un día en el que todos pudieran ir juntos al circuito de
karts. No es un plan que a Didi y a Sebas los entusiasme, pero son
conscientes de que en un grupo de amigos a veces se hacen cosas
que les gustan más a unos y otras veces cosas que les gustan más
a otros. Lo importante es pasarlo bien todos juntos.
Los amigos van llegando uno a uno y, al rato, Ángel aparece junto
a un chico que no conocen.
—Os presento a Zahid —dice.
—Él fue el que te dio la idea de traernos aquí, ¿no? —señala
Sebas recordando cuando su amigo les habló de un cliente del
gimnasio que trabajaba en los karts.
—Exacto, ese soy yo. —Zahid ríe—. ¿Ya estamos todos?
Kevin mira a su alrededor. Ve a algún que otro niño correr, pero
no encuentra a la persona que está buscando.
—Falta mi hermana, que está a punto de llegar —avisa.
—¡No somos los últimos, cari! —exclama Sebas mirando a
Valentín encantado, pues, a su pesar, siempre suelen ser los últimos
en aparecer.
—¿Sabes si viene con el idiota? —pregunta entonces Didi.
Antes de que el pelirrojo pueda responder, Jacob ve algo y le
hace una seña a su amiga.
—Me temo que sí.
La chica mira hacia el lugar donde este le indica y ve a la pareja
acercarse cogidos de la mano.
—Qué pereza, por favor... —susurra.
Ellos llegan a su altura y los saludan.
—¿Qué tal, tío? —dice Ángel intentando ser amable.
Piero lo mira e intenta sonreír. Estar con ellos no le apasiona,
pero responde:
—Tutto bene.
Clara se sitúa junto a Didi y ambas intercambian una sonrisa.
—¿Ahora sí que estamos todos? —pregunta Zahid. Ángel asiente
—. Perfecto, pues veníos conmigo.
El grupo camina junto a él.
—Como sabéis, habéis venido a un circuito de karts —explica—.
Desde fuera conducir un kart puede parecer fácil, pero una vez que
estamos montados en él la cosa se complica un poco más. Hay que
estar ágil física y mentalmente.
—Mal empezamos —bromea Sebas haciendo reír a los que tiene
a su alrededor.
—Por ello, y para seguridad de todos, primero vais a pasar a esta
sala —dice señalando una puerta—, para que mi compañera os
haga el briefing.
—¿Que nos haga qué? —pregunta Valentín confundido.
—Es como una sesión informativa de todo lo que necesitáis saber
antes de subiros a un kart —explica Zahid.
—¡Ay, no! Que encima hay que estudiar... —murmura Sebas
consiguiendo un suspiro de Didi.
Zahid abre la puerta y todos entran en la sala que les indica. En
el tiempo que pasan allí dentro les enseñan todo lo que necesitan
saber una vez que estén montados en sus karts y cómo reaccionar
ante varias situaciones que podrían darse cuando haya empezado
la carrera. Al cabo de un rato todos salen de ella.
—Madre mía..., creo que ya he olvidado todo lo que nos ha
contado —musita Jacob.
—Ha sido demasiada información de golpe —dice Valentín.
Zahid los ve y va a su encuentro.
—Veo que ya habéis salido, ahora veníos de nuevo conmigo y
vamos a por los monos.
Todos lo siguen hasta un vestuario.
—Vale. Aquí los tenéis ordenados por talla, id cogiendo el que
queráis. Recordad que os lo tenéis que poner encima de vuestra
ropa —avisa.
Se acercan a la estantería y van escogiendo hasta que Sebas,
echando un ojo, pregunta:
—¿Todos son de color negro?
—¿Y qué esperabas? —Didi ríe a su lado—. ¿Toda una gama de
colores, tejidos y brillos?
Sebas le lanza una mirada, y Jacob bromea haciéndolos reír a
todos excepto al italiano:
—Oye, pues unos brillos no le quedarían nada mal, seguro que
me favorecerían.
Piero los escucha, pero no interviene. No le interesa su
conversación. Minutos después todos van poniéndose los monos
encima de su ropa. Bueno, todos menos Sebas, que mira el suyo
con ciertas dudas.
—¿Está limpio? —le pregunta con discreción a Zahid.
—Sí —dice el chico, que al ver su expresión añade—: Te lo
aseguro.
A Sebas no le queda más remedio que ponérselo. Tendrá que
fiarse de él.
—¿Hacemos una porra? —propone Valentín abrochándose el
mono.
—¿Para qué? Si está claro quién va a ganar —comenta Didi
subiéndose el mono como puede.
—A veces te puedes llevar grandes sorpresas —avisa Zahid.
Didi niega con la cabeza.
—Estoy segurísima de que va a ganar Ángel.
Su comentario hace que las miradas se dirijan al chico. Este
levanta entonces la mano derecha como si estuviera en un juicio y
declara:
—Prometo que no he ido a un circuito ni he conducido un kart en
mi vida.
—No te lo crees ni tú. —Valentín ríe.
Zahid sonríe por los comentarios del grupo.
—¿Por qué crees que va a ganar Ángel? —le pregunta a la
morena.
—Por favor, si solo hay que verlo —dice ella—. Que me podrán
gustar las tías, pero las cosas como son: el Capitán América al lado
de Ángel no es nadie.
—Qué exagerada eres, Didi. —Kevin ríe.
—El Capitán América será el culo de América, pero sin duda
Ángel es el culo de Españita —bromea Sebas recordando memes
que ha visto en Twitter.
Todos se echan a reír.
—Entonces ¿ninguno ha ido a los karts antes? —quiere saber
Zahid.
Clara mira a Piero. De camino le ha contado que él ha ido más de
una vez con sus amigos. Este levanta la mano, y Ángel murmura
entonces mirando a Didi:
—Pues ya sabemos quién va a ganar.
Sebas es el último en abrocharse el mono.
—¿Has ido muchas veces? —le pregunta Jacob al italiano
intentando ser amable.
—He estado en el circuito de karts unas cuatro o cinco veces con
miei amici in Italia —responde Piero con su característica chulería.
—¿Y has ganado alguna carrera? —señala ahora Kevin
interesado.
Piero asiente.
—He ganado varias.
—¿Es muy tarde para retirarme? —inquiere Sebas.
—Anda, veníos conmigo. —Zahid ríe.
Todos lo siguen hasta el circuito, se colocan junto a los karts y
Zahid coge entonces una caja de la que saca unas redecillas
desechables.
—Tomad, poneos una cada uno encima del pelo —indica y,
mirando a Didi, señala—: Yo que tú me metería las trenzas dentro
del mono o bajo la red.
Ella se apresura a bajarse un poco la cremallera del mono y, con
ayuda de Jacob, las introduce en la parte trasera. No quiere sustos.
—¿De verdad tenemos que ponernos estas redes de cocinero?
—pregunta Sebas horrorizado al coger la suya.
—Los cascos se los pone mucha gente —le advierte Piero
mientras se coloca la suya—. E la gente suda molto.
Nada más oírlo Sebas se tapa el pelo con la red. Ha sido fácil
convencerlo.
—Sois ocho personas, así que estos de aquí serán vuestros karts
—explica Zahid—. Sentaos en el número que prefiráis cada uno.
Didi se va tranquilamente hacia el kart número 8, el último. Ángel
acompaña a Kevin al kart número 1 y él se sienta en el 2. Piero
escoge el número 3, y Clara el 4. Jacob se instala en el siguiente
que queda libre, el número 5.
—¿Cuál quieres? —le pregunta Valentín a su chico.
Sebas mira a Didi.
—Yo quería el último —se queja.
—No, rey, tú te subes a ese —dice ella señalando el número 7—,
y así estás al lado de Valentín, que para eso es tu novio.
Sebas rechista, pero obedece, mientras que Valentín se sienta
justo en el de delante, el número 6.
Los compañeros de Zahid los ayudan a ponerse el cinturón.
—Chicos y chicas —dice él entonces llamando la atención de
todo el grupo—, ahora vais a dar unas vueltas para que cojáis
sensaciones, conozcáis el circuito en primera persona y os habituéis
a vuestro kart.
Todos asienten y Zahid se pone junto a Kevin y le indica:
—Ya puedes salir.
Kevin pisa el acelerador con algo de miedo y se pone en marcha.
Tras él van saliendo todos. Avanzan unos metros y algunos
empiezan a acelerar. Clara acelera más de la cuenta y hace un
trompo en una de las curvas. Dan un par de vueltas más y Zahid los
avisa para que paren los karts en la salida.
Colocan los vehículos en sus posiciones, siguiendo las marcas
que hay pintadas en el suelo. Didi y Sebas se miran y ella lo saluda
con la mano.
—¡¿Todos listos?! —Zahid llama su atención elevando la voz—.
Recordad, espalda pegada al asiento y ojos en la carretera. ¡En
cuanto haga ondear la bandera, a por todas!
El chico se quita de en medio y agita la bandera. Los ocho pisan
el acelerador, unos más que otros.
Ángel y Piero salen a toda velocidad, mientras que los demás los
siguen como pueden. Dan varias vueltas, y Valentín adelanta a
Clara. Ella se asusta y, de nuevo, el coche le hace un trompo en una
curva.
Los que van en los primeros puestos adelantan varias veces al
resto, hasta que, tras unas vueltas más, Zahid hace ondear la
bandera. Ya tienen ganadores.
Una vez que han parado todos los coches y los chicos se han
bajado de ellos, Zahid les cuenta:
—Ahí tenéis vuestra clasificación.
Los ocho miran la pantalla. Sebas se quita el casco y la redecilla
del pelo agobiado.
—Al final tenías razón y todo —dice Zahid mirando a Didi.
El ganador de la carrera ha sido Ángel, seguido de Piero y Clara.
—Eso os pasa por no confiar en mi intuición —advierte ella.
—Estoy sudando muchísimo, qué calor —le comenta Jacob a
Sebas.
—Lo he pasado fatal... —murmura este.
—Normal..., para que yo haya acabado por delante de ti, con lo
lenta que iba... —bromea Didi al oírlo.
Zahid los lleva entonces a una zona de descanso donde hay
agua fría para que se relajen.
—¿Vamos a hacer una seconda carrera? —pregunta Piero.
—Sí, pero ahora les toca correr a otros grupos —responde Zahid
—. En cuanto acaben, vuelvo a por vosotros.
—Quieres la revancha, ¿eh? —Ángel lo pica.
El italiano asiente revolviéndose el pelo. Todos toman asiento
dejando los cascos a un lado.
—¿Qué tal la experiencia? —pregunta Ángel antes de darle un
trago a su botella de agua.
—¡Superbién, me ha encantado! —responde Clara.
—He tenido el corazón a mil durante todo el rato, pero la verdad
es que genial —dice Jacob.
—Yo lo que tengo claro es que solo pienso acelerar cuando haya
una recta larga, si no, en las curvas me voy a la mierda —comenta
Clara recordando los trompos que ha hecho en la primera carrera.
Todos asienten excepto Sebas, que murmura:
—Es divertido, pero esto no es para mí. Lo he pasado fatal.
—Yo te he visto suelto en el circuito —lo anima Valentín.
Su chico lo mira y le da la mano.
—Cariño, con ese comentario demuestras lo mucho que me
quieres, porque he ido tan lento que hasta esa niña lo habría hecho
mejor. —Señala a una chiquilla de no más de cinco años que juega
con otros niños.
—Entonces ¿te animas para la segunda carrera? —le pregunta
Kevin.
—Ni de broma —contesta Sebas—. Yo nací para ser cheerleader,
tenéis que aceptarlo. Así que me quedo en la valla y os animo
desde ahí.
Piero bebe de su botella.
—Y os digo una cosa —vuelve a hablar Sebas—: si antes ya me
daba miedo sacarme el carnet de conducir, no creo que ahora lo
haga nunca. Cuando mis padres me presionen pienso echaros la
culpa a vosotros.
Todos charlan tranquilamente hasta que Zahid vuelve. Entonces
se ponen en pie y lo siguen. Llegan a los karts y vuelven a colocarse
en el mismo orden. Como Sebas no participa esta vez, Didi se sitúa
en una posición anterior.
—¡Vamos, que lo vais a hacer genial! —los anima su amigo
desde la valla.
Zahid les da la orden para que den un par de vueltas primero. A
continuación colocan los coches en las líneas de salida y esperan a
que este haga ondear la bandera como ha hecho antes.
El chico lo hace y todos aceleran. De nuevo Piero y Ángel se
colocan en las primeras posiciones.
Tras un par de vueltas, todos empiezan a pisar un poco más el
acelerador.
—¡Vamos, Didiiiiii! ¡Reina! —grita Sebas agitando la redecilla del
pelo que tiene en la mano, pero, al pasar, ve que era el kart número
4, y murmura—: Uy, creo que esa no era Didi...
La carrera llega a la recta final. Piero y Ángel adelantan a varios
de sus amigos doblados y entran en la última vuelta. Jacob acelera
más de lo que debería en la última curva del circuito y hace un
trompo que lo deja en medio del trazado. Clara y Valentín, que iban
justo detrás de él, intentan esquivarlo, con la mala suerte de que sus
karts se dan entre ellos.
—¡Ay, madre! —exclama Sebas al verlo.
—La que se está liando en la curva —oye decir a unos señores a
su lado.
Kevin se encuentra la escena e intenta sortear a sus amigos,
pero su kart acaba yéndose a la arena. Sebas se preocupa por Didi.
«A ver qué número es ella... —se dice—. Iba detrás de mí y yo,
detrás de Valentín, que era el número 6... ¡Didi es el 7!»
Piero y Ángel llegan a la curva en la que están parados sus
amigos y tratan de esquivarlos, pero Ángel no lo consigue.
—¡DIDI, CUIDADOOO! —grita Sebas con la esperanza de que su
amiga lo oiga.
Pero no, la morena llega a la curva y se encuentra todo el percal.
Decide cerrar los ojos a la espera del golpe y mover el volante hacia
los lados. Al ver que el golpe no llega, vuelve a abrirlos y se da
cuenta de que su kart pasa junto a Jacob sin tocarlo. La chica entra
en la última recta y acelera.
Los trabajadores del circuito entran para ayudar a sus amigos a
recolocar los karts y que al menos crucen la línea de meta.
—Si le pisa bien, le pillará el rebufo al de delante —vuelve a oír
Sebas que dicen los de su lado.
—¡Corre, Didi, que le pillas el rebufo! —grita sin saber qué es lo
que está diciendo.
Los hombres miran a Sebas, él los mira y estos asienten. Él
asiente también.
Piero echa una rápida mirada hacia atrás y ve que Didi le pisa los
talones. El italiano no lo duda y pisa el freno, y ella, que no lo
esperaba, choca con él. Todo su cuerpo da un brusco tirón hacia
delante.
Piero cruza la línea de meta, mientras que Didi aún no sabe ni lo
que ha pasado. Deja caer el pie con cuidado sobre el pedal para
acelerar y mueve el kart con lentitud hacia la zona en la que debe
dejarlo. Nada más llegar Zahid se acerca a ella y le levanta la visera
del casco.
—¿Estás bien?
La morena lo mira y pestañea varias veces seguidas.
—Estoy un poco mareada.
—¿Puedes levantarte?
Didi se agarra al chico y él la sujeta con fuerza hasta que
consigue ponerse en pie. Y entonces Sebas llega corriendo hasta su
amiga.
—Didi, mi reina, dime que estás bien, por favor.
—Está un poco mareada, la voy a llevar con los sanitarios —
explica Zahid.
La muchacha y él se alejan caminando.
—¿Didi está bien? —pregunta Piero aproximándose a Sebas.
Este lo mira muy serio. Se ha dado cuenta de lo que ha ocurrido,
desde donde él estaba ha podido verlo perfectamente, y responde
dándose la vuelta para recibir al resto de sus amigos:
—No lo sé.
Estos paran los karts y se bajan con rapidez.
—Sebas, ¿qué ha pasado con Didi? —inquiere Jacob—. Desde
allí no hemos podido ver nada.
El aludido se muerde la lengua. Lo que ha visto no le ha gustado
nada y sabe que, como lo cuente, se va a liar bien gorda.
—¿Adónde se llevan a Didi? —pregunta Kevin preocupado.
Ángel corre para acompañar y ayudar a Zahid y a su amiga.
—Piero, ¿qué ha pasado? —quiere saber Clara.
Sebas lo mira y se cruza de brazos, y aquel responde con cara
de angelito:
—Non lo so.
Ver su cara y en especial el gesto de Clara le revuelven las tripas
a Sebas, que suelta irónicamente:
—Ah, ¿no lo sabes? —Piero lo mira y él añade—: ¿Acaso no has
frenado para evitar que Didi te adelantase?
Clara mira a su chico confundida.
—Non lo so —dice él—. El kart se ha frenado all’improvviso.
Sebas niega con la cabeza. Él sabe muy bien lo que ha visto.
—Fíjate qué casualidad... —murmura Jacob.
Todos se miran entre sí en silencio unos instantes y luego Sebas
afirma:
—Piero, yo sé lo que he visto y tú lo sabes también.
En ese momento una de las empleadas del recinto se acerca a
ellos.
—Chicos, por favor, necesito que os apartéis de aquí porque
tiene que venir otro grupo, ¿vale? —les pide.
—¿Qué pasa con nuestra amiga? —pregunta Jacob preocupado.
—Zahid se la ha llevado con los sanitarios, ellos tratan cosas así
a diario. Está en buenas manos, no os preocupéis —intenta
tranquilizarlos la joven—. Si queréis podéis esperarla en la zona en
la que estabais descansando antes.
—Gracias —dice Kevin.
Todos van a donde ella les indica. El primero en llegar es Piero,
junto a una desconcertada Clara, que enseguida toma asiento.
—¿Habrá cámaras aquí? —pregunta Sebas inquieto.
—Supongo —le dice Valentín sentándose en una de las sillas.
Jacob deja el casco a un lado y comienza a quitarse el mono.
Está agobiado por la situación y tiene mucho calor. Los demás lo
ven y lo imitan. Ya no necesitarán los trajes para nada. En ese
momento Clara se percata de algo. A Jacob, al quitarse el mono, se
le levanta un poco el pantalón vaquero que lleva debajo y la chica ve
algo. Concretamente ve que lleva un tatuaje de la silueta de
Australia en el tobillo. ¿Al final se lo ha hecho sin ella? Y, aunque
tiene curiosidad por saber, decide no preguntarle a su amigo por el
tema. No es el momento, hay demasiada tensión en el ambiente.
Media hora después Ángel vuelve con ellos ya con el mono
quitado y todos se ponen en pie al verlo.
—Vale, tranquilos. Didi está bien, y nos espera en la entrada —
avisa viendo sus caras de circunstancias—. Coged los monos y los
cascos y veníos conmigo.
Todos hacen rápidamente lo que les dice su amigo y lo siguen.
Cuando llegan a la recepción Sebas ve a Didi sentada en una silla
junto a una de las chicas que trabajan allí. Sin tiempo que perder, le
da el mono y el casco a su novio y se va directo hacia ella.
—¿Estás bien?
—Saldré de esta. —Didi sonríe.
Él va a darle un abrazo, pero ella pone el brazo y lo frena. Tras el
golpe le duele todo, y lo que menos quiere es que le duela más aún.
—Mejor dejamos el abrazo para otro día, rey. —Sebas asiente y
le da la mano con cariño.
Después de dejar los monos y los cascos, los demás también se
acercan a Didi. Justo en ese momento aparece Zahid.
—Bueno, espero que te mejores pronto, Didi. Acuérdate de hacer
reposo, es importante —le dice. Y, mirando al resto, añade—:
Espero volver a veros por aquí —aunque sabe que, a corto plazo,
no va a ser así.
Ellos se ríen, se despiden de él y empiezan a caminar hacia la
salida. Kevin mira preocupado a Didi, que está demasiado callada.
—Oye, Ángel, no hemos pagado —comenta Valentín.
—No te preocupes, he pagado yo —responde él—. No está el
ambiente como para pararnos a hacer cuentas ahora, otro día lo
hablamos.
Valentín asiente, será lo mejor.
Una vez fuera del recinto, llegan al aparcamiento. Didi suelta
entonces la mano de Sebas, acelera el paso y se planta frente a
Piero haciéndolo parar en seco.
—¡¿Se puede saber por qué coño has hecho eso?! —lo increpa.
Todos la miran sorprendidos.
«Ya decía yo que estaba demasiado callada», piensa Kevin.
—¿Qué he hecho? —pregunta el italiano.
—Frenar sabiendo que yo estaba justo detrás de ti —replica
enfadada.
Piero levanta las cejas, sabe que todos lo miran, y se limita a
decir:
—Yo no he frenado.
—¿Estás seguro de eso? —insiste la joven—. Porque yo he visto
cómo te volvías para ver dónde estaba justo antes de frenar.
Piero saca entonces el paquete de tabaco del bolsillo de su
chaqueta, pero Didi se lo tira furiosa al suelo de un manotazo. Clara
se sitúa a su lado cuando el italiano gesticula con las manos y
exclama subiendo la voz:
—Ma che cosa fa?! ¡Si tú no sabes conducir, non è problema mio!
Didi, que está calentita, se acerca más a él y grita:
—¡¿Y lo tuyo es saber conducir?!
—Relájate, Didi, piensa en tu cuello —le advierte Ángel.
Piero se agacha para recoger el paquete de tabaco del suelo y
Clara lo mira con semblante serio. Sebas, alucinado porque nunca
había visto así a Didi, se coloca a su lado y pregunta en tono
calmado para intentar tranquilizarla:
—¿Qué te han dicho los sanitarios?
—Que tengo un puto esguince cervical de grado 1 por culpa del
imbécil este —se queja señalándolo.
—No me faltes el rispetto —le advierte Piero.
—Respeto he tenido ahí dentro porque había niños delante, aquí
fuera ninguno. ¡No te lo mereces! —replica Didi.
Clara no sabe qué pensar ni qué hacer. Está entre los dos.
—Creo que es mejor que te calles, Piero —tercia Jacob con
rotundidad al ver que el italiano va a contestar.
Ambos intercambian miradas poco amistosas y Sebas pregunta:
—¿Y te duele? ¿No te han recetado nada para el dolor?
—Claro que me duele, Sebas —responde Didi y, volviendo a
mirar a Piero, añade—: Pero más me duele que este tío pretenda
mentirme ahora en mi puñetera cara.
Ángel, que como todos nota la tensión en el ambiente, murmura
dirigiéndose a Sebas al ver que Clara y su chico hablan:
—Le han mandado antiinflamatorios y relajantes musculares.
Piero se mueve inquieto, quiere irse de ahí, y asegura mirando a
Clara:
—Yo no he mentido. En el briefing nos habían avisado de que
queste cose podían succedere.
Didi va a hablar de nuevo, pero Sebas frena a su amiga, y el
italiano agrega:
—Eso te pasa por no aver prestato attenzione.
—Ya vale, Piero, basta —se queja Clara.
Ángel toca entonces con cariño el brazo de Didi y musita:
—Yo creo que deberíamos...
Pero Jacob lo interrumpe. Cree a su amiga, no a aquel imbécil
que siempre que está con ellos tiene que hacerse el superior. E,
incapaz de callar, matiza:
—Claro que estas cosas pueden suceder, pero de manera
accidental, no provocada.
Al oírlo, Piero se le enfrenta. Jacob no le gusta. No le gustó
desde el primer momento en que lo vio bailando con Clara.
—Mi stai dicendo che l’ho fatto apposta? —lo increpa como un
macarra.
—Básicamente. —Jacob se cruza de brazos.
Piero se mueve haciendo aspavientos y luego exclama
acercándose a él:
—Non rompere i coglione!
Jacob sonríe. El otro ha dicho de malos modos y en su idioma
que no le toque los cojones, y con la misma chulería le responde:
—No me los toques tú a mí.
El ambiente se tensa más aún. Está claro que, como no lo
detengan, ahí va a haber más que palabras. Así que Ángel
rápidamente se pone entremedias de los dos y, separándolos,
vocea:
—¡Vale ya!
Jacob y Piero se miran desafiantes.
—Yo creo que será mejor que dejemos esta discusión aquí —
añade Ángel—. Está claro que si seguimos así no vamos a llegar a
ningún lado. —Sus amigos lo escuchan con atención—. Clara, te
pido por favor que Piero y tú os montéis en tu coche y os vayáis. —
La pelirroja asiente incómoda—. Sebas y Jacob, que se vayan en el
coche de Valentín —y, mirando a su novio, añade—: Y Didi se viene
con nosotros y la llevamos a su casa.
Todos asienten conformes, saben que es lo mejor.
Entonces Piero mira a Didi con una sonrisa sarcástica y se
despide:
—Ciao, bella!
El italiano da media vuelta y empieza a caminar hacia el coche de
Clara. La morena lo mira furiosa y exclama:
—¡Espero no volver a verte en mi vida, gilipollas!
Clara, que está totalmente desconcertada, se acerca para
despedirse de ella.
—Lo siento muchísimo, Didi —murmura.
—Más lo siento yo por ti, reina. No debe de ser una situación fácil
—repone ella mirando a su amiga—. Lo que sí te pido es que, si se
apunta a algún plan de grupo como hoy, que por favor me avises.
Paso de verle la cara y volver a coincidir con él.
Clara asiente, entiende a Didi. Se despide de ella y, consciente de
que debe tener unas palabras con el italiano, camina hacia su
coche.
Con disimulo, Didi se agarra del brazo de Ángel; aún sigue un
poco mareada por el dolor de cuello. Luego pregunta a Sebas:
—Eras tú el que gritaba durante la carrera, ¿no?
—¿Me has oído?
—Claro —afirma—. No sé lo que decías, pero reconocería ese
tono de voz en cualquier parte del mundo.
—No sabes lo superhetero que me he sentido gritándote cosas
que no entendía. —Su amigo ríe.
Y eso es justo lo que ella quería ver antes de irse: una sonrisa en
una cara amiga.
Capítulo 33

Después de pagar la carrera, Cecilia le da las gracias al taxista que


la ha llevado a su misteriosa cita con Hunter en su restaurante
favorito y se baja del coche.
Cuando entra, pregunta por la mesa a nombre de su novio y el
camarero la guía.
—Pero ¿qué estáis haciendo vosotros aquí? —exclama
sonriendo al ver que, en lugar de Hunter, en la mesa están sus
sobrinos.
Kevin y Clara se levantan.
—Darte una sorpresa —contesta él dándole un abrazo.
—¿Una sorpresa a mí? —dice Cecilia cuando se separan.
Clara sonríe y abraza también a su tía.
—Hoy la sorpresa es para ti —afirma.
La mujer los observa con cariño. Y, mientras se acomodan
alrededor de la mesa, Kevin murmura:
—Hunter nos chivó que este era tu restaurante favorito y nos
ayudó a conseguir mesa.
Cecilia sonríe.
—¿Y cómo lo habéis hecho para que no me cuente nada? —
pregunta sorprendida—. Conociendo a Hunter, no debe de haber
sido nada fácil.
Los mellizos se ríen, saben lo difícil que es guardar secretos para
Hunter, pero en esta ocasión lo ha conseguido.
—Nos vas a tener que aconsejar tú qué comer, porque nosotros
nunca hemos venido aquí —dice Kevin mientras le pasa la carta a
su tía.
—Este restaurante asiático es increíble, ya lo veréis —afirma
Cecilia—. Entonces ¿os fiais de lo que yo pida?
—Tú conoces nuestros gustos, ¿no? —bromea Clara.
—Casi mejor que los míos, cariño. —La mujer ríe.
—Entonces pide lo que tú quieras —responde Kevin.
Minutos después se acerca el camarero y, ante la atenta mirada
de los mellizos, Cecilia pide lo que van a comer. Una vez que él
anota la comanda, recoge la carta y se va, la mujer mira a sus
pelirrojos preferidos.
—Bueno, ¿qué tal todo? —pregunta—. Contadme.
Clara suspira. Los últimos días con Piero han sido algo intensos.
—¿Recuerdas que te comenté que íbamos a ir a los karts? —
empieza.
—Sí.
—Pues fuimos hace unos días y hubo movida en el grupo.
Cecilia la mira sorprendida, ya que el grupo de sus amigos se
lleva muy bien.
—Pero ¿qué ocurrió?
Kevin y Clara intercambian una mirada.
—Que tuve la gran idea de llevar a Piero conmigo —se lamenta
ella—, eso fue lo que ocurrió.
Su tía los mira a ambos sin entender nada.
—A ver, cariño, explicádmelo desde el principio para que yo me
entere.
Kevin toma la palabra, y Clara, que observa en silencio, se da
cuenta de cómo a su tía le va cambiando la cara según avanza la
historia.
—Pero ¿Didi está bien? —quiere saber la mujer.
Los gemelos afirman con la cabeza.
—Le he mandado un mensaje esta mañana y me ha dicho que
está bien —dice Kevin—, que le sigue doliendo, pero no como para
volver al hospital. Y..., bueno, que se había librado del curro un par
de días, aunque mañana ya le toca volver sí o sí.
Cecilia asiente. Adora a Didi y, ahora que sabe lo que sucedió,
intentará contactar con ella más tarde para ver cómo está.
—¿Tú has vuelto a hablar con ella? —le pregunta a continuación
a Clara.
—La llamé el mismo día que sucedió todo por la noche y le pedí
perdón —cuenta la chica—. Me dijo que conmigo no tenía ningún
problema, que no tenía por qué pedirle disculpas, pero que no
quiere volver a ver a Piero ni en pintura.
—No me extraña —murmura su hermano.
—¿Y Piero se ha disculpado? —pregunta Cecilia tras tomar aire.
—No, él dice que no tiene que pedir perdón por nada.
—Es un idiota —afirma Kevin.
Al oírlo Clara suspira.
—No empieces otra vez, por favor.
Cecilia niega con la cabeza, no le gusta lo que oye.
—Entonces ¿me estáis diciendo que el accidente fue
intencionado? —insiste.
Kevin mira a su hermana, quiere oír su respuesta.
—Piero dice que no, pero yo, sinceramente, no me lo creo —
indica ella.
—Menos mal —susurra el pelirrojo.
Cecilia está orgullosa de que su sobrina diga eso y, tras poner su
mano sobre la de ella, señala:
—En la vida es importante saber ganar, pero también saber
perder.
Los tres asienten, y luego Kevin se queja:
—Lo peor es que Piero no iba a perder la carrera: era el ganador
le adelantase Didi o no, pero su orgullo de machote no le permitió
que una mujer le pasara en la recta final.
—Basta, Kevin —protesta Clara.
—Vale. Pero solo digo la verdad —insiste él.
En ese momento un par de camareros se aproximan a la mesa.
Dejan sobre ella varios platos que tienen una pinta estupenda, y
Cecilia pregunta interesada:
—¿Y tú qué tal estás con Piero?
Clara la mira y, sin ganas de mentir, afirma:
—No lo sé, tía. Solo sé que estamos raros desde ese día.
Kevin y Cecilia intercambian una mirada cómplice.
—Te voy a ser sincera, cariño —añade la mujer jugándosela—. Si
un chico con el que llevo poco tiempo le hace eso a mi amiga,
siendo como soy yo, corto la relación al minuto.
Su sobrino asiente, opina igual que ella.
—Me creas o no, lo he pensado mucho estos días —dice Clara.
—¡Notición! —exclama Kevin, que, al ver cómo lo mira su
hermana, pregunta—: Pero ¿tú eres feliz con él?
La chica suspira. Lo que comenzó siendo una bonita ilusión, cada
día que pasa se está convirtiendo en algo que no sabe definir.
—Es que ahí está el problema —responde—. Que hay días en
los que estoy superbién con él y otros en los que no.
Los tres se miran. Está claro que Clara debe tomar decisiones.
—Sé que eres juiciosa y lista y sabrás qué determinación tomar
—dice Cecilia—. Aun así, necesites lo que necesites, nunca olvides
que Kevin y yo estamos aquí, ¿de acuerdo, cariño?
Clara asiente. Sabe perfectamente que puede contar con ellos.
Acto seguido la mujer, consciente de que deben cambiar ya de
tema, señala los platos y anima:
—Venga, vamos a probar todo esto, que tiene superbuena pinta.
El ambiente se relaja en cuanto dejan de hablar de Piero y la
comida transcurre con normalidad, mientras charlan de todo un
poco.
—¿Os acordáis de mi amiga Amanda? —dice Clara al cabo.
—Sí —afirma Kevin.
—Era una amiga tuya de Valencia, ¿verdad? —Cecilia duda.
Clara asiente.
—Exacto. Era de Valencia, aunque ahora lleva un tiempo viviendo
en Barcelona con su primo. Pues el caso es que se va a venir un fin
de semana a Madrid conmigo.
—¿Cuándo? Me encantaría verla —comenta Kevin.
—Aún no sé los días, pero en cuanto lo sepa te lo confirmo.
—Yo creo que tu piso podría estar listo para cuando ella llegue —
tercia Cecilia—, ya no falta prácticamente nada.
—¿Tú crees? —Su tía asiente y la joven murmura—: Me haría
mucha ilusión que pudiese quedarse en mi casa.
Kevin mira a su tía con una sonrisa. Todavía recuerda la emoción
que sintió cuando le regaló su piso.
—¡Se viene fiestón! —suelta.
Los tres ríen y Cecilia, haciendo una pausa, mira su bolso e
indica:
—La decoración está muy avanzada. Tengo el segundo juego de
llaves aquí, así que, si queréis, podemos ir a verlo cuando
terminemos de comer.
—¡Me muero de ganas, tía! —exclama Kevin.
Clara sonríe. De momento su hermano es la única persona,
aparte de Hunter y su tía, a la que se lo ha dejado ver. Y aunque ella
prefiere esperar a que todo esté listo, lo cierto es que le apetece
mucho compartir ese momento con ellos.
—De acuerdo. Me parece una idea excelente.
Mientras hablan, los camareros dejan un surtido de postres en el
centro de la mesa. Los hermanos se miran y, después de que Clara
le haga un gesto a su hermano, este dice:
—Bueno, tía, en realidad sí que hay un motivo para esta
comida...
Cecilia los observa con atención.
—Nos dijiste que no querías despedida de soltera ni ningún tipo
de fiesta —indica Clara—, así que se nos ocurrió invitarte a comer.
Solo nosotros tres, como algo especial.
La mujer sonríe. Cualquier cosa que sus sobrinos hagan para ella
es especial.
—Muchísimas gracias a los dos —murmura con cariño—. Está
siendo una comida maravillosa.
Kevin y Clara sonríen.
—Por cierto —dice entonces él—, hemos dado muchas vueltas
intentando decidir qué regalarte por tu boda y..., bueno, no creas
que ha sido fácil.
Su tía los mira y se apresura a decir:
—Vamos a ver, chicos, no tenéis por qué regalarme nada. Con
saber que os tengo a mi lado y que formáis parte de mi vida es más
que suficiente.
Kevin se lleva la mano al corazón al oír eso. Clara abre entonces
su bolso, saca una caja negra con un lazo blanco y se la tiende a su
tía.
—De Kevin y mío, ¡esperamos que te guste!
Emocionada, la mujer mira la caja y, susurrando, bromea sin
cogerla:
—Mira que sois cabezones.
Los hermanos se miran, les gusta ver la emoción en el rostro de
su tía, y Kevin indica:
—Que sepas que la primera idea que se nos ocurrió, y también la
que más nos gustaba, era llevarte a un estudio de tatuajes y
hacernos algo los tres juntos. —Cecilia abre mucho los ojos al oír
eso y su sobrino matiza—: Pero como sabemos que tú nunca te
harías un tatuaje, lo descartamos rápido.
—Menos mal. —La mujer suspira aliviada.
—Entonces —prosigue Clara—, seguimos pensando en cosas
que te gustan pero que a la vez nos representan a los tres y...
Clara le da la caja a su tía. Esta la abre y, al ver lo que hay en su
interior, murmura emocionada:
—Ay, madre mía, qué cosa tan bonita.
Con los ojos vidriosos Cecilia saca una preciosa y brillante
pulsera de oro blanco con un infinito. Sabe que ese símbolo tiene un
significado especial para los tres, puesto que lleva diciéndoles «Te
quiero infinito» toda la vida.
—Hunter nos aseguró que no tenías ninguna así —afirma Clara.
Cecilia los mira. La emoción que siente no le permite hablar.
—Si te fijas —señala Kevin—, aparte del infinito, en la cadena
hay repartidos tres pequeños brillantes, que nos representan a
nosotros.
—Chicos, os habéis pasado, no teníais porq...
—Por una persona como tú se hace esto y más, tía —expresa su
sobrino complacido—. Y que sepas que no te llamo «mamá» porque
a estas alturas quedaría raro, pero es lo que realmente eres para
mí.
—Y para mí —admite Clara.
A Cecilia le corren lágrimas de emoción por las mejillas.
—Aún queda una cosa más —avisa su sobrina.
Emocionada, la mujer los mira y Kevin indica riendo:
—Como nuestra primera idea nos gustó tanto, fuimos y nos
hicimos esto.
Acto seguido los mellizos se descubren los brazos y Cecilia ve
que cada uno se ha tatuado encima del codo la frase «Te quiero
infinito».
—No tengo palabras, chicos, de verdad —murmura con las
lágrimas resbalándole por el rostro.
Kevin y Clara se levantan y abrazan a una llorosa Cecilia, que los
estrecha contra sí llenita de amor. Y, tras soltar varias bromas para
hacer reír a la mujer, Clara pregunta:
—¿Te gusta la pulsera?
Cecilia asiente.
—¿Que si me gusta? Me encanta, cariño —y aún emocionada
añade—: Esto que habéis hecho es el regalo más bonito que he
recibido en mi vida.
Emocionados, los tres se miran. Vuelven a levantarse y,
abrazándose sin importarles que el resto de los comensales los
miren curiosos, Cecilia susurra:
—Os quiero infinito.
Capítulo 34

Didi va sentada en un vagón del metro mientras sacude la pierna sin


cesar. Está agobiada y, además, no está siendo su mejor semana, ni
de lejos. No solo le duele el cuello, sino que además va de camino a
un trabajo que prácticamente detesta y en el que, encima, su jefe le
demostró que es un homófobo.
Luego está el tema de Piero. Si antes lo odiaba, ahora ya no sabe
ni cómo calificar lo que siente hacia él. Por fortuna, el trato entre ella
y Clara sigue igual. Está claro que su amiga entiende la situación y,
aunque sigue con él, la siente cerca de ella. No quiere perderla.
Y luego está el tema de Marta. Cuando está con ella se deja
llevar, no sabe qué siente, no sabe qué hacer y, en el fondo, eso la
aterra. En su cabeza tiene un cacao que ni ella misma entiende, y
cada día que pasa siente que no puede más.
Mientras hace el trayecto hasta el súper en el metro se ha puesto
I Wish de Stevie Wonder en sus auriculares nuevos para ver si la
música la ayuda a relajarse, pero no ha funcionado. Y, cuando llega
a su parada, se pone en pie y abandona el metro.
Como hoy es sorprendentemente pronto, empieza a caminar
tranquila por la calle hasta que llega al supermercado. Comprueba
la hora y, al ver que le sigue sobrando tiempo, se apoya con cuidado
en la pared que hay a unos pocos metros de la puerta y saca su
móvil del bolsillo.
Saluda con una sonrisa a algunos vecinos que pasan por allí y la
conocen del súper mientras desconecta los auriculares. Se los
guarda en el bolsillo y, a continuación, llama a su madre. Sabe que
le vendrá muy bien hablar con ella.
—¿Sí? —oye que contesta después de un par de timbrazos.
—Hola, mamá.
La mujer sonríe al oírla y enseguida la saluda:
—¡Hola, Dani! ¿Cómo estás, cariño?
Sus padres le pusieron un nombre compuesto por una razón, y es
que a cada uno le gustaba uno distinto. Así que desde pequeña su
padre la llama Davi, de Davinia, mientras que su madre se refiere a
ella como Dani, de Daniela. Para el resto del mundo es algo raro,
pero ella está más que acostumbrada.
—Si te soy sincera, no estoy teniendo mi mejor día —reconoce la
chica.
Oír esa voz tan pesimista en su hija no es lo normal, y
rápidamente su madre se preocupa.
—¿Ha pasado algo?
—Es un cúmulo de cosas, mamá. —Ella suspira—. Siento que
esta semana va a acabar conmigo.
La mujer asiente, pero indica tratando de mantener la calma:
—A ver, vamos por partes. ¿Cómo va lo de tu cuello?
Didi les contó a sus padres lo del accidente, aunque no fue del
todo sincera. No quería preocuparlos en exceso, así que les dijo que
había tenido un leve golpe y que estaba con algo de medicación.
Pero nada de un esguince cervical.
—Me duele todo el rato.
—¿Te estás tomando los medicamentos?
—A rajatabla, te lo prometo —le asegura—. Pero el dolor no para.
—¿Y por qué no te acercas a Urgencias?
—Paso, mamá. Me dijeron que si el dolor iba a más fuese a un
hospital, pero no ha sido así —explica—. Sin embargo, es un
malestar continuo.
Su madre resopla al otro lado del teléfono.
—Mira que eres cabezota, igualita que tu padre —murmura—. ¿Y
si pides cita en un centro de fisioterapia?
Su hija lo sopesa unos segundos. La verdad es que también lo ha
pensado.
—Vale —afirma—, cuando salga de currar busco alguno que me
venga bien.
Al oír eso la mujer pregunta preocupada:
—Espera un segundo, Dani..., ¿hoy ya vas a ir a trabajar?
Didi sonríe. No le queda otro remedio. Y, mirando la puerta del
súper, asegura:
—Claro, mamá, entro dentro de unos minutos.
La mujer suspira. Se plantea decirle que no debería hacerlo, pero
conoce bien a su hija y sabe que no va a conseguir nada.
—¿Y qué tal estás en el trabajo, ya mejor? —pregunta en
cambio.
—No demasiado —responde ella cansada—. Como ya sabes,
Marta es la única con la que hablo.
Eso es todo lo que saben sus padres de ella. Ha mencionado su
nombre en contadas ocasiones, siempre refiriéndose a ella como
una simple compañera de trabajo, aunque su corazón desee decir
otra cosa.
—Pero el trabajo sigue siendo la misma mierda de siempre, para
qué te voy a engañar.
—¿Y cuánto tiempo piensas seguir con esta tontería? —oye decir
entonces a una voz masculina.
Didi se queda callada. Esa voz es la de su padre. Pensaba que
solo estaba hablando con su madre, pero entonces esta indica:
—Dani, he puesto la llamada en altavoz para que papá también
te escuche.
Ella resopla. Lo que menos quiere ahora mismo es un cónclave
familiar.
—Vale. Hola, papá —saluda—. ¿Qué decías?
—Lo que has oído, cariño —protesta él—. Empezaste en el
supermercado para ganar algo de dinero mientras buscabas un
trabajo para el que te has preparado en la facultad, pero ahí sigues.
¡Hasta he perdido la cuenta del tiempo que llevas ahí!
Didi escucha a su padre en silencio, y luego su madre prosigue:
—Está claro que ese trabajo no te gusta, me basta con oír tu tono
de voz cada vez que hablamos para saber lo mucho que lo detestas.
Daniela, de verdad que no entiendo por qué demonios sigues
empeñada en continuar ahí.
—Mamá, sabes que quiero ser autosuficiente —replica Didi.
—Lo sé, cariño, y me encanta tu perseverancia. Pero, hija,
también sé que no eres feliz, y para mí eso es lo primordial.
—¿Y qué quieres que haga? —pregunta nerviosa.
—Pedir ayuda, por ejemplo —se apresura a decir su padre.
Didi lo escucha, pero no dice nada. Hace ya un tiempo se
propuso independizarse, así que pedir ayuda a sus padres es lo
último que querría. Sin embargo, todo se le está haciendo muy
cuesta arriba y, en el fondo, lo sabe.
—Hija —añade su padre—, a veces, aunque no queramos,
necesitamos pedir ayuda. Sabes que mamá y yo estaremos
encantados de echarte una mano. ¡Eres nuestra niña!
Didi asiente. Sabe que lo que su padre dice es verdad, pero, algo
agobiada, suspira.
—Pero, vamos a ver, ¿cómo voy a dejar el trabajo?
—Fácil, hija. Entras y le dices a tu jefe que lo dejas —bromea su
padre.
—¿Y con qué pago el alquiler del piso? Os recuerdo que,
además, tengo dos gatas. Y aún no he conseguido ahorrar el dinero
que quería para estudiar...
—Dani, nosotros nos hacemos cargo —afirma su madre—.
¿Cuántas veces te lo tenemos que decir?
La chica escucha a su madre mientras ve a uno de sus
compañeros salir del supermercado. Eso quiere decir que empieza
su turno.
—¿Tú no quieres hacer un máster? —pregunta su padre.
—Sí..., el de Educación Inclusiva —murmura ella.
—¡Pues a por ello, cariño! —la anima él—. Seguro que si te
apuntas ahora en alguna universidad encuentras plaza.
Didi lo medita en silencio. Tiene la mente tan alborotada que casi
no puede ni pensar. Y, mientras ve salir a un par de compañeros
más, propone:
—Vamos a hacer una cosa. Lo pienso. Prometo que esta vez lo
pensaré y luego, cuando salga del curro, hablamos. ¿Vale?
—De acuerdo, Davi. ¡Hasta luego! —se despide el padre.
—Perfecto, Dani, que vaya bien en tu último día de trabajo. Besos
—afirma su madre esperanzada antes de colgar.
Sin reflexionar mucho sobre lo último que le ha dicho, Didi mira la
pantalla de su móvil: debería haber entrado hace tres minutos. Se
toca con cuidado el dolorido cuello y, cuando va a empezar a
caminar hacia el interior del establecimiento, Marta sale con una
gran sonrisa.
—Cuidado con el cuello —advierte Didi echándose hacia atrás
cuando ve que se dispone a abrazarla.
Marta asiente, está preocupada por ella, y evitando darle el beso
en los labios que quisiera darle pregunta:
—¿No estás hoy mejor?
Didi hace una mueca.
—Bueno...
—Mi amiga Ingrid es fisio —dice entonces Marta—. Si quieres,
hablo con ella y te paso su contacto —y al ver su expresión insiste
—: Deja que te ayude, por favor.
Didi sonríe y contesta mientras mira a unos clientes que la
saludan al pasar por su lado:
—Tampoco quiero molestar a tu amiga con esto. Aunque no lo
creas, ya me has ayudado muchísimo estos días con la compra, las
comidas y haciéndome compañía en casa.
Marta asiente. Se enteró el mismo día del accidente al escribirle
por la noche para interesarse por cómo lo había pasado. Nada más
saberlo, la rubia se plantó en su casa en plan enfermera para que
Didi pudiera descansar y no se preocupara por nada. Únicamente la
dejó sola para ir a trabajar.
—Me necesitabas... —musita ella emocionada al oírla.
Didi toma aire. La situación que vive, en general, la tiene algo
ahogada.
—Marta, has hecho más de lo que imaginas por mí —indica—, y
te lo agradezco un montón. Pero no quiero que te preocupes. Ya
estoy bastante mejor y seguro que no tiene mayor importancia...
—Claro que la tiene —la interrumpe la rubia cogiéndole las
manos—. Todo lo que le pase a mi novia me importa.
Según dice eso, Didi parpadea. «¿Cómo? ¿Qué acaba de
decir?»
Se desplaza ligeramente hacia atrás soltando las manos de Marta
y haciendo que su espalda vuelva a tocar la pared en la que antes
estaba apoyada. El corazón se le acelera y empieza a notar un
sudor frío por todo el cuerpo.
«¡¿“Novia”?! ¡¿Cómo que “novia”?!»
La mira mientras piensa: «No puede haber dicho eso. No me lo
había dicho antes; de hecho, nunca había mencionado esa palabra.
Esas cosas se hablan, ¿no? ¿Qué sentido tiene llegar y soltarlo así,
sin una conversación previa, y menos aún cuando sabe que yo no
quiero nada más?».
Por su parte, Marta la observa confundida esperando a que diga
algo. Pero la cabeza de Didi va a mil por hora y ni siquiera le salen
las palabras.
—Perdona, Marta... —consigue balbucear al cabo—, ¿qué has
dicho?
—Que claro que tiene importancia lo que te pase.
—Lo otro —murmura Didi.
—¿Que todo lo que le pase a mi novia me importa? —repite ella
desconcertada.
La morena la mira con gesto serio, mientras siente que en su
cabeza hay un montón de Didis pequeñitas corriendo hacia todos
lados sin saber qué hacer, qué decir o cómo actuar. Por eso suelta
sin pensar:
—Pero... tú y yo no somos eso.
Al oírla, Marta se recoloca la mochila que lleva colgada a la
espalda y empieza:
—A ver, Didi...
—Tú y yo no somos novias —insiste ella.
La rubia, que es consciente de que lo que ha soltado por la boca
ya llevaba tiempo cuajando en su interior, indica entonces:
—Sé que no lo hemos hablado, pero es prácticamente lo que
somos. Y si te paras a pensar, a lo largo de la semana paso más
tiempo contigo que con nadie más.
Didi asiente, no puede decirle que no tiene razón.
—Aun así —protesta—, creo que deberíamos haberlo hablado,
¿no? No puedes etiquetar las cosas sin más.
—Didi...
—No, Marta, no..., ¡yo no funciono así!
Ambas se miran a los ojos. En ellos hay incertidumbre, pero
sobre todo miedos. Marta no consigue leer bien a Didi, y esta no se
permite ser completamente sincera consigo misma ni con los
demás.
—Venga, vale, vamos a hablarlo —propone entonces la rubia
cruzándose de brazos.
Didi echa un rápido vistazo a la entrada del súper. Sabe que
ahora mismo no tiene escapatoria, así que asume la bronca que le
va a caer después por parte de Martín; intentando excusarse para
huir de la situación, dice:
—Marta, me tengo que ir a trab...
—No huyas y dime qué piensas.
Los ojos de Didi se apartan de ella con velocidad. Le resulta difícil
mirarla. Odia hablar de sentimientos, puesto que le cuesta
muchísimo exteriorizarlos.
—No lo sé, Marta —responde agobiada—. Tengo demasiadas
cosas en la cabeza ahora mismo y no puedo pensar con claridad.
La rubia la observa. No desea perder lo que tiene con ella.
—Lo que está claro es que hay algo entre nosotras, pero no le
hemos puesto nombre aún.
—Si tú lo dices...
Molesta por su apatía, Marta insiste:
—¿Cómo que si yo lo digo?
—Mira...
—¿Acaso no nos hemos buscado la una a la otra desde el día
que nos conocimos?
Didi asiente ligeramente, y Marta, que comienza a enfadarse,
expone:
—Nos hemos pasado horas hablando y contándonos nuestra vida
tanto en el trabajo como fuera de él, cualquier excusa ha sido buena
para ir a tu casa o que tú vinieras a la mía, nos hemos cuidado
cuando lo hemos necesitado, hemos salido juntas un montón de
veces, incluso hemos ido con mis amigos al karaoke, aunque no te
guste cantar...
—Vale, Marta, ¡vale!
A Didi la supera toda esa información de golpe.
—Yo no busco ni novia, ni pareja, ni nada —dice agobiada—.
Llevo años negándome a tener algo así, ¡y te lo dije! Es más, no
creo que esté hecha para estar en pareja.
La rubia niega con la cabeza. No le gusta la incómoda
conversación, pero, consciente de que la ha iniciado ella, replica:
—Didi, todo el mundo ha sufrido alguna vez por amor. —La
aludida no dice nada—. Cuando una relación se acaba, lo pasas mal
un tiempo, lloras y estás hecha una mierda. Pero, joder, te acabas
recuperando antes o después.
—Lo sé —dice la morena.
—Escúchame, Didi —insiste Marta desesperada—, no puedes
pasarte la vida pensando que van a volver a hacerte daño, porque el
amor no es dolor. Estar enamorada es una de las cosas más bonitas
del mundo.
Ella la mira. Le duele tener esa conversación con Marta, que se
porta siempre tan bien con ella, pero, incapaz de dar su brazo a
torcer, murmura:
—Sé que no te falta razón, pero no estoy preparada para amar.
Marta resopla, ¡ya no sabe qué decir! Sin embargo, como no
quiere que se acabe lo que tienen, se acerca a la morena, le coge
las manos y entrelaza sus dedos con los suyos cariñosamente, sin
importarle dónde están. A Didi le entra mucho calor de repente. No
sabe si es por la cercanía que tienen en ese momento o por los
nervios que le provoca la situación.
—¿Puedes dejar de ser tan cabezota y escucharme un segundo?
—inquiere Marta. Ella la mira y esta prosigue—: Sé que va a sonar
muy cursi, pero conocerte ha sido lo mejor que me ha pasado en
estos últimos meses. Disfruto mucho del tiempo que paso contigo, y
eso se percibe cuando es mutuo.
«No me digas que me quieres, no me digas que me quieres...»,
piensa Didi.
—Dime que tú no sientes lo mismo —termina diciendo Marta.
La boca de Didi se abre para responder, pero, tras unos
segundos, lo único que sale de ella es:
—Ahora mismo no sé muy bien lo que siento.
La morena, que esta vez no ha apartado la mirada de ella,
percibe cómo los ojos de Marta transmiten ahora tristeza.
La rubia asiente como puede y aprieta la mandíbula para
contener las lágrimas. No piensa llorar delante de ella. Da un paso
hacia atrás, le suelta las manos y luego murmura mirándola a los
ojos:
—Mira, lo que está claro es que, para tener un compromiso,
primero hay que quererlo. Y tú ni lo querías, ni lo quieres, ni lo vas a
querer —y, dando un paso atrás, se despide—: Didi, espero que te
mejores del cuello.
Didi se siente fatal. De pronto siente que no ha sabido explicarse
y no se ha comportado bien.
—Espera, Marta —musita—, no te vayas así...
Pero ella se marcha sin volver la vista atrás. Se acabó sufrir por
alguien que no quiere nada con ella.
Al verla alejarse Didi entra a trabajar resignada. Sabe que lo ha
hecho fatal y la invade un terrible sentimiento de culpa.
Capítulo 35

Después de lo que ha sucedido con Marta, Didi pasa una tarde


terrible en el supermercado, donde encima hoy le ha tocado estar en
la caja. Finge estar bien, intenta que lo que le ocurre no se refleje en
su expresión, pero su cabeza no para de darle vueltas a todo lo que
ha pasado con Marta, y se encuentra peor cada segundo que pasa.
—¡Hola, Didi! —La voz de Roberto consigue sacarla de sus
pensamientos.
A diferencia de otros días, no le sonríe, pero sí sale de la caja
rápidamente para ayudarlo a poner los productos sobre la cinta.
—Hola, Roberto.
El hombre se sorprende al notar su voz sin chispa y explica
intentando mantener una conversación:
—No estoy comprando mucho porque me voy a ir a pasar unos
días a Cádiz con una de mis hermanas.
—¡Genial! —contesta Didi.
Una vez que lo coloca todo sobre la cinta, vuelve a ponerse
detrás de la caja y oye que Roberto le pregunta:
—¿Tú estás bien?
Sin mirarlo, ella coge uno de los productos y lo pasa por el
escáner.
—No está siendo mi mejor día —murmura.
El hombre asiente. Conoce a la chispeante e incluso a veces
satírica Didi, y viendo cómo se encuentra le pide:
—Cuéntame.
Como siempre le sucede a Didi con Roberto, todo lo que pasa por
su cabeza lo suelta. Y cuando le cuenta lo que ha hablado con sus
padres, el hombre no duda en animarla:
—Será una pena porque no te veré más aquí, pero ya estás
tardando en dejar este trabajo. Aprovecha ahora que eres joven y ve
a por tus sueños. No te quedes anclada en un empleo que no te
hace feliz y busca vivir intensamente la vida en todos los sentidos.
Ella sonríe al oírlo, pero Roberto percibe que eso no era todo, y
vuelve a preguntar:
—¿Y qué más te pasa?
—¿Qué más me va a pasar? —dice mientras pasa los productos
por el escáner.
—Didi, ya te conozco lo suficiente como para saber que esa cara
de ajo no se debe solamente al trabajo.
La joven sonríe. Sin duda, él no habría tenido precio como
psicólogo.
—Mira, sí, Roberto, tienes razón —admite mientras coge una
bolsa de nachos—. Estoy así porque seguí tu consejo y la he
cagado.
—¿A qué te refieres?
Didi suelta la bolsa.
—A que no sé por qué te hice caso cuando me dijiste eso de
«Déjate llevar y disfrútalo».
El hombre asiente. Y como la edad es un grado, piensa en la
joven rubia y pregunta mirando por si la ve por allí:
—¿Ha pasado algo con Marta?
—No la busques, su turno ya ha terminado —musita Didi al ver
que él mira a su alrededor—. Y claro que ha pasado.
—¿Habéis roto? —quiere saber.
Ella resopla.
—Tampoco éramos nada, así que no había nada que romper.
Roberto, que no quita ojo a la joven, ve su gesto serio. Por su
tono sabe que no lo está pasando bien, así que acerca todo lo que
puede su silla de ruedas a la cinta y murmura:
—Cuéntame qué ha pasado, Didi, tengo todo el tiempo del
mundo.
Ella lo mira y, como no hay nadie esperando tras él, se sienta en
su taburete y responde:
—Se ha referido a mí como su novia.
Él asiente. Ahí está lo que la martiriza.
—Y te has asustado, ¿verdad? —pregunta, pues la conoce.
Didi cabecea bajando la mirada.
—Me he acojonado, Roberto —admite—. Y ahora una parte de
mí se arrepiente como no te imaginas.
—Normal. Marta es una muchacha estupenda —afirma él.
—Y encima me ha pillado en una semana de mierda que...,
bueno...
—Hablar solo es fácil cuando tienes muy claro lo que quieres
decir.
Entonces Didi ve a Martín al fondo y se levanta de inmediato para
seguir pasando los productos por el lector.
—No me perdono el haberle hecho daño —reconoce—. ¡Soy un
monstruo!
—Mujer, no exageres.
Pero Didi insiste:
—Me he portado fatal.
—¿Tan grave ha sido? —quiere saber el hombre.
—Sí. Me ha parecido que se iba llorando.
Roberto ve que Didi dirige con rapidez la mirada al techo y
musita:
—Como estás a punto de hacer tú...
Ella vuelve a mirarlo. Sabe que tiene razón y se traga las
lágrimas.
—Cállate, liante —susurra.
Ambos sonríen.
—Eres consciente de que sé perfectamente la cantidad de
lágrimas que oculta ahora mismo esa sonrisa, ¿no?
Didi aparta de nuevo la mirada, apoya las manos junto a la caja
registradora y se centra en controlar la respiración. No puede llorar.
No ahí. Y, necesitando quitarse de en medio, pregunta:
—¿Vas para tu casa?
—Sí.
Ella afirma con la cabeza. Cobra a Roberto con tarjeta, como
siempre, y, una vez que mete sus cosas en un par de bolsas, cierra
la caja, se acerca a un compañero y dice mostrándoselas:
—Voy a ayudarlo, ahora vuelvo.
Este asiente y sigue a lo suyo, mientras Didi piensa que cargar
con las bolsas no es lo mejor que puede hacer por su cuello.
—¿Me vas a llevar la compra a casa? —bromea Roberto.
—Eso es justo lo que voy a hacer —afirma la joven sabiendo la
bronca que le caerá del gerente en cuanto regrese.
Ambos avanzan unos metros en silencio, hasta que Roberto
pregunta:
—¿Qué te ha dicho exactamente Marta para que te hayas
asustado tanto?
Didi suspira.
—Que soy de lo mejor que le ha pasado en estos últimos meses.
—Madre mía, eso es toda una declaración —comenta el hombre
—. ¿Y tú qué le has dicho?
—Que ahora mismo no sé muy bien lo que siento —responde
mirando al suelo mientras se arrepiente de cada una de sus
palabras.
Al oír eso Roberto detiene su silla de golpe y protesta:
—¡Didi!
La joven se vuelve para mirarlo.
—¿Y qué querías que le dijera?
Roberto, que fue siempre un romántico con su mujer, se apresura
a contestar:
—Lo que te hubiera salido del corazón. Tú, jovencita, te dejas
guiar demasiado por la mente, y debes saber que no siempre lleva
la razón.
La chica respira hondo. En el fondo lo sabe, claro que lo sabe.
—¿Qué sientes por ella?
—¿Que qué siento por ella...? —repite comenzando a caminar de
nuevo y sonriendo—. Me encanta pasar tiempo a su lado, aunque
sea tiradas en el sofá de mi casa con mis dos gatas. Me gusta que
siempre tenga una sonrisa en la cara y que sea tan expresiva. Me
divierte verla jugar con su pelo. Incluso me he acostumbrado a que
en mi casa haya dos cepillos de dientes en el cuarto de baño y una
caja de cereales abierta sobre la encimera...
Ambos se miran. Al decir todo eso Didi es consciente de sus
sentimientos y, sorprendida, admite en voz alta:
—Sí, Roberto..., acabo de darme cuenta de que me he pillado por
Marta.
Una gran sonrisa aparece de inmediato en la cara del hombre.
¡Por fin! Y ella, que se ha percatado de lo mal que lo ha hecho,
murmura agobiada:
—¿Y ahora qué hago?
Roberto se pasa la mano por el cuello y se encoge de hombros.
—Ahora es tan sencillo como decirle a ella lo mismito que me
acabas de decir a mí.
—No sé si soy capaz...
—¿Por qué? ¿Qué hay de malo en que sepa lo que sientes?
¿Acaso ella no te ha hecho saber lo que siente por ti?
Didi lo medita unos segundos mientras sigue a su amigo por la
calle.
—Ya. Pero en cuanto lo diga, no habrá vuelta atrás —musita—. Y
la última vez que realmente me abrí a alguien, me acabó haciendo
daño.
—Ese alguien es pasado, mientras que Marta es presente y
futuro. —La chica asiente y él continúa—: Didi, tienes tanto miedo
de que vuelvan a hacerte daño que eres tú sola la que se está
dañando a sí misma.
Roberto le indica que han de girar a la derecha con la mano.
—Pero ¿y si vuelve a salir mal? —insiste ella.
Entonces él se para frente a su portal y pregunta:
—¿Y si esta vez sale bien?
Didi sonríe. Puede que tenga razón.
Acto seguido lo ve sacarse las llaves del portal de un bolsillo y,
sin decir nada, le entrega las bolsas de la compra.
—¿Y ahora qué vas a hacer, muchacha? —quiere saber Roberto.
Didi no puede parar de sonreír. Solo le ha hecho falta hablar con
él y decir lo que siente en voz alta para darse cuenta de lo
equivocada que estaba.
—En primer lugar, dejar de trabajar en el supermercado —
responde.
—Excelente decisión.
Ambos sonríen y luego ella indica:
—Pero dame tu número para que estemos en contacto. No quiero
perderte como amigo, ni ahora ni nunca.
El hombre, encantado porque una muchacha tan joven como ella
quiera mantener su amistad, afirma sin dudarlo:
—¡Por supuesto!
Con una sonrisa de oreja a oreja, Didi saca su móvil y se percata
de que tiene un mensaje de Marta.
Marta
Te paso el contacto de Ingrid,
mi amiga fisio.

«Al final me lo ha mandado —piensa. No puede evitar que se le


escape una sonrisa—. No está todo perdido.»
A continuación graba el número de su amigo en su agenda y
vuelve a guardarse el teléfono.
—Roberto —dice—, ¿conoces algún súper por aquí que tenga
carros de la compra adaptados a las sillas?
—Si lo hubiese, te aseguro que lo conocería.
Ella asiente, ya se informará. Momentos después se despide de
él y vuelve al súper decidida a decir adiós a Martín y a todo su
séquito de rancios.
Media hora más tarde, tras hacer eso que llevaba deseando
desde hace tanto tiempo, sale del supermercado con la esperanza
de no volver nunca más y se dice a sí misma: «Tengo que empezar
a hacer las cosas bien desde hoy».
Capítulo 36

Ya falta poco para el día de la Madre y, como en los viejos tiempos,


Jacob le ha pedido a Clara que lo acompañe a comprar los regalos
para la suya. El año pasado estuvo en Australia y no pudieron
celebrarlo, así que este la va a compensar comprándole varias
cosas. Su madre se lo merece.
Han quedado en la puerta del centro comercial que está al lado
de la academia en la que trabaja Clara. Ella ha llegado primero, por
lo que, para hacer tiempo, se sienta en un banco y se entretiene
respondiendo mensajes. Está tan concentrada que ni siquiera se da
cuenta de que alguien se le acerca por detrás.
—Excuse me. Could you help me?
Al volverse no puede hacer otra cosa más que reírse. Es Jacob.
—¿Hablando en inglés como el día que nos conocimos en la uni?
—comenta.
Jacob asiente mientras rodea el banco para colocarse delante de
Clara. La chica se levanta y se dan un abrazo lleno de cariño.
—Gracias por acompañarme, Clara. La última vez que me
ayudaste con el regalo de cumple para mi madre acertaste de pleno.
—¿Tienes algo en mente para esta ocasión? —quiere saber ella.
—Mi madre es más de collares que de pulseras. Así que había
pensado en un collar o un conjunto de collar y pendientes.
—¿Y prefieres plata, oro...?
—Ella es de plata —afirma Jacob.
—Vale, sígueme. Sé exactamente dónde encontrarás lo que
buscas.
Y, dicho esto, empiezan a caminar uno al lado del otro hacia la
tienda donde Clara compró con su hermano la pulsera para su tía.
Allí tienen cosas preciosas.
Una vez en el interior de la joyería, se dirige a un expositor. La
dependienta se acerca y les pregunta si necesitan ayuda, pero ellos
prefieren echar un vistazo a su aire.
—¿Tienes claro el estilo que estás buscando? —le pregunta
Clara a su amigo.
—Buf, lo tendré claro cuando lo vea —responde él sin apartar la
vista de las joyas que tiene delante.
Ambos las observan unos segundos, pero ninguna les llama la
atención.
De repente, por los altavoces de la tienda empieza a sonar la
canción Simplemente dilo, de Melendi y Miriam Rodríguez, y Clara
no puede evitar canturrearla. Se la sabe enterita.
Jacob la sigue por la tienda hasta otra vitrina y ella dice entonces
mientras señala algo:
—Este conjunto con la perla rodeada de brillantitos es muy
bonito.
Él lo mira y hace una mueca.
—Mejor evitamos las perlas, no le van demasiado.
—Vale. Vamos a ver por aquí...
Jacob sigue a su amiga hasta otro expositor.
—Regalarle un collar con la «J» de «Jacob» sería muy
egocéntrico por mi parte, ¿no? —pregunta él.
Clara mira a su amigo alzando una ceja.
—¿Estás seguro de que quieres que responda a esa pregunta?
—Mejor déjalo.
Ambos sonríen y luego la chica sugiere:
—¿Y ese conjunto de piedrecitas rosa?
Jacob lo observa.
—No acaba de convencerme —y, al acercarse al cristal para verlo
más de cerca, exclama—: ¡Caray! Mira cómo se parece el adorno
de ese collar a la caja mágica de la peli de Spiderman: No Way
Home. Es igual.
Clara lo mira extrañada. No sabe de lo que habla.
—¿Que se parece a qué? —inquiere.
—Nada. —Él sonríe—. Había olvidado que no eres seguidora de
las pelis de Marvel.
Los dos amigos observan cada uno de los expositores de la
tienda en busca de algún conjunto que llame su atención.
—¿Cuál es su color favorito? —quiere saber Clara.
—Le gusta mucho el azul.
Sabiendo ese dato, la chica encuentra algo y, cuando va a
decírselo, ve que él está escribiendo algo en su teléfono móvil. Con
disimulo mira por encima y lee el nombre de Raquel en la pantalla.
No dice nada. Y cuando ve que él guarda su teléfono, pregunta
señalando:
—¿Y este conjunto de collar y pendientes de piedra color
turquesa en forma de lágrima?
Jacob lo mira.
—La verdad es que este es precioso —musita.
—Lo es.
—Y pega con el color de sus ojos.
—Es verdad —afirma Clara.
Jacob sonríe, asiente y, mirando a su amiga, declara:
—Creo que ya hemos encontrado lo que buscábamos.
—¿Estás seguro?
—Sí. Le va a encantar —dice el joven sin dudarlo.
Clara sonríe y, ahora sí, le piden ayuda a la dependienta, que
rápidamente abre el expositor y deposita el conjunto encima de una
tela para que puedan verlo de cerca.
—Es precioso —dicen ambos al unísono.
—¿Lo ponemos para regalo entonces? —quiere saber la
dependienta.
—Sí, por favor —le pide Jacob.
La mujer empaqueta el conjunto en una preciosa caja con un lazo
y una tarjeta para que Jacob pueda escribir lo que quiera. Él paga
con la tarjeta y, una vez hecha la transacción, la dependienta le
entrega la caja dentro de una bolsita de cartón y dice con una gran
sonrisa:
—Todo listo. Muchas gracias por tu compra.
Jacob la coge, se lo agradece y Clara y él salen de la tienda.
Durante unos segundos ambos permanecen callados, hasta que él
pregunta:
—Oye, ¿tienes prisa?
—No, ¿por...?
—Por si te apetece ir a tomar algo —propone él.
Sin dudarlo, Clara lo toma entonces del brazo y afirma:
—¡Claro que sí! ¡Vamos!
Jacob asiente con una gran sonrisa.
—Por casualidad no te apetecerá un helado, ¿verdad? —dice
luego ella con picardía.
El joven, al que le gustan tanto como a ella, asegura sin dudarlo:
—A mí siempre me apetece un helado.
Encantada, rápidamente Clara propone:
—Genial, porque hay una heladería en este mismo pasillo y cada
vez que paso por delante se me hace la boca agua.
La pelirroja echa a andar en esa dirección. Jacob la sigue y luego
le pregunta interesado en ella:
—¿Y cómo es que aún no has probado esos helados si trabajas
tan cerca?
Clara se encoge de hombros.
—No lo sé... No me apetecía ir sola, y Piero tampoco es mucho
de helados.
—Ajá —asiente él.
Llegan a la heladería y, como no hay gente, los atienden al
momento.
—A mí me gustaría tomar una tarrina de dos bolas. Una de
helado de Kinder Bueno y la otra bola de vainilla —pide ella.
Jacob lo piensa unos segundos antes de decidirse.
—Yo también una tarrina de dos bolas, pero de helado de menta
y mango —y mirando a su amiga añade—: Ve a sentarte, hoy invito
yo.
—¿Seguro?
—Segurísimo —afirma él—. Es lo mínimo que puedo hacer
después de haberme acompañado para buscar el regalo de mi
madre.
Ella accede. Con una sonrisa elige una mesa y, al cabo de unos
minutitos, Jacob llega con los helados, le entrega el suyo y se sienta
a su lado.
—¡Mmmm, qué rico! —exclama él probando su tarrina.
Clara, al ver los sabores que ha pedido, lo critica entre risas:
—Por favor, sigues teniendo el mismo mal gusto... —Jacob sonríe
y entonces ella añade evitando mencionar el nombre de Raquel—:
Espero que no tengas el mismo mal gusto para todo.
—Te aseguro que no —se apresura a decir él mirándola a los
ojos.
El móvil vibra en el bolso de Clara. Ella lo saca y comprueba que
tiene un mensaje de Piero.
Piero
Hola, amore.

Sin dudarlo, saluda:


Clara
Holaaa.

Va a bloquear el móvil, pero entonces él dice:


Piero
¿Te vienes?

Clara mira a Jacob, que está comiéndose su helado


tranquilamente. Quiere quedarse, pero no puede decirle a Piero que
está a solas con él porque sabe que no lo entenderá. Así que le
hace una rápida foto a su pequeña tarrina y se la manda junto con
una mentira.
Clara
Estoy tomando un helado
con una amiga.

Piero
Davvero non vas a venir?

Su insistencia la sorprende, pero le contesta sin dudarlo:


Clara
Si quieres, mañana nos vemos.
Una vez que manda el mensaje, deja el móvil sobre la mesa.
Jacob aparta los ojos de su helado para mirarla a ella y preguntar:
—Bueno, cuéntame, ¿cómo vas con lo de la academia?
—Bastante bien, incluso podría decirte que mejor de lo que
esperaba. —Él la observa con atención—. Me falta acostumbrarme
a alguna cosilla, pero dentro de unos días ya lo tendré todo
controlado.
—Qué bien, Clara, me alegro un montón.
Jacob se mete una cucharada de helado en la boca y luego ella
pregunta:
—¿Tú has encontrado algo ya o todavía nada?
La búsqueda de empleo es complicada y, cuando el joven traga
su cucharada de helado, responde:
—Estas semanas he estado preguntando en varios colegios, y de
momento hay un par que, al ver mi buen nivel de inglés, podrían
estar interesados para que entrara de profesor o de apoyo de cara
al próximo curso —explica—. Eso sería ya para septiembre, pero
puede que quieran que vaya este mes para ver qué tal y eso.
—¡Eso es genial, Jacob! —exclama su amiga dejando su tarrina
encima de la mesa—. A mí de momento me ha salido la oportunidad
de estar en la academia de refuerzo para los meses de verano.
Hasta que acaben las clases solo voy media jornada y, a partir de
finales de junio, ya será a jornada completa. Además, me han
dejado entrever que es muy probable que también cuenten conmigo
para el año que viene.
Él la escucha atentamente. Sin duda es una excelente noticia.
—La madre de uno de los niños a los que doy clase me dijo que
valoraría la posibilidad de llevar a su hijo al centro y también me
pidió mi currículum —añade Clara—. No sé muy bien para qué, pero
como nunca se sabe...
—Se lo mandaste, ¿no? —Ella asiente mientras come helado—.
Eso es que tiene mano o contactos en algún centro.
—Ojalá —dice ella con la boca llena, y, al darse cuenta, añade—:
¡Uy, perdón!
Ambos se ríen por eso, y luego de pronto Jacob comenta:
—Me encanta disfrutar de tu compañía.
—¿A qué te refieres? —pregunta ella limpiándose con una
servilleta.
—A esto..., a pasar un rato los dos solos comiéndonos un helado
—dice él—. Antes de irme a Australia lo hacíamos a menudo, pero
desde que regresé en enero casi siempre que nos hemos visto ha
sido con todo el grupo.
Clara lo entiende, pero, evitando hablar de Piero, dice:
—A propósito de eso, el otro día me di cuenta de una cosa, pero
no era el momento de comentártelo. —Jacob la mira sin saber a qué
se refiere—. El día que fuimos a los karts, se te levantó un poco el
bajo del pantalón y pude ver que ya te has hecho el tatuaje del que
hablamos...
Jacob afirma con la cabeza.
—Sí, fui hace unas semanas. Intenté cuadrarlo contigo, pero fue
imposible. Como tenía la decisión tomada, decidí hacérmelo.
Clara asiente, sabe que su amigo tiene razón. En los últimos
tiempos recibía mensajes de Jacob hablándole del tema, pero ella
no terminaba de darle una respuesta concreta. Con Piero los planes
siempre le surgen de un momento para otro, así que no podía
asegurarle nada. Así pues, si le decía que tenía que hablar con él lo
retrasaría todo, y otras veces incluso olvidaba responder a sus
mensajes.
—¿Y qué tal fue la experiencia? ¿Al final fuiste solo?
Jacob se agacha y se remanga un poco el pantalón para que su
amiga vea bien el tatuaje. Es un dibujo de línea fina de la silueta de
Australia.
—Al final me acompañó Raquel —dice.
Clara asiente. Oír ese nombre de su boca hace que tome aire y,
como si no le importara nada, pregunta:
—¿Es tu chica?
Jacob, que se ha visto varias veces con ella, sonríe. Raquel y él
solo son amigos, pero no quiere parecer un pringado a ojos de
Clara, por lo que indica:
—Se podría decir que sí.
La pelirroja cabecea. No sabe por qué, pero saberlo en cierto
modo le molesta.
—En cuanto al tatuaje, la experiencia fue muy buena —señala
Jacob—. Pensaba que me iba a doler muchísimo y al final no fue lo
que esperaba.
Ella asiente. Está a punto de preguntarle si Raquel lo cogió de la
mano, pero sabe que eso está fuera de lugar. Así pues, sonríe, mira
el tatuaje de su amigo y afirma bromeando:
—Te ha quedado precioso. Y, por cierto, ten cuidado, que esto se
vuelve adictivo. Ya sabes lo que dicen: «Cuando haces pop, ya no
hay stop».
Jacob se ríe por el comentario de su amiga. No es la primera
persona que se lo dice. Y, como ya ha planeado hacerse otro,
replica:
—Ya veo, ya... Oye, para el próximo, si quieres y no estás tan
ocupada como ahora, sí que me gustaría que me acompañaras.
—Me encantaría —dice Clara sin dudarlo.
Ambos se sonríen mirándose a los ojos. Como siempre que se
miran, una corriente de algo que no saben entender qué es los
traspasa, y Jacob, para cortar el momento, pregunta al recordar el
día de los karts:
—Oye, ¿y tú qué tal con Piero? Porque, chica, no hay quien te
vea el pelo desde que estás con él.
Clara se toma unos segundos para responder.
—Bueno, bien. Vamos a días. Tenemos caracteres distintos y eso
nos hace percibir las cosas de manera diferente. Ahora, por
ejemplo, le he dicho que estaba tomando un helado con una amiga,
porque si le digo que es contigo le sentaría fatal...
Jacob hace una mueca. Eso no le gusta.
—¿En serio? —Ella asiente—. Qué pena que tenga que ser así,
con lo maravilloso que es que tu pareja, además de eso, sea tu
mejor amigo y alguien a quien puedas contarle las cosas sin filtros,
tal y como son.
«Ojalá fuese así con Piero», piensa Clara.
—¿Y qué vas a hacer cuando él se vuelva a Italia? —insiste
Jacob.
Ese es un tema en el que la chica ha pensado varias veces, pero
al final siempre decide dejar de hacerlo. Cuando llegue el momento,
ya se verá.
—No lo sé —responde—. Me ha dicho que por ahora no tiene
billete de vuelta, pero, vamos, supongo que si se va, lo que tenemos
se terminará. Yo no quiero relaciones a distancia, deben de ser
complicadísimas.
Clara vuelve a comer de su helado y acto seguido pregunta:
—¿Y tú dejaste a alguien especial en Australia?
—Qué va —se apresura a contestar Jacob—. Tampoco quería,
sabía que yo sí que tenía billete de vuelta a España. Claro que he
conocido gente y me lo he pasado bien, pero hasta ahí. Sin
ataduras.
—Tampoco eres de relaciones a distancia, ¿no?
—No, ni de broma. Ya lo intenté una vez y fue un fiasco.
Él apoya la espalda en su silla y toma una cucharada de helado.
Ella lo mira interesada, quiere saber más.
—El primer año de universidad vino gente de Erasmus y fui tan
tonto de pillarme de Ebba, una chica alemana —le cuenta Jacob—.
Todo iba genial hasta que en enero ella volvió a su país y las cosas
empezaron a complicarse. Nos escribíamos y hacíamos varias
videollamadas al día, pero, según fue pasando el tiempo, ambos
vimos que eso no era suficiente. Y acabamos tomando la decisión.
—Ya decía yo que las relaciones a distancia nunca funcionan —
dice Clara.
—Tampoco es eso —replica él—. Yo tengo amigos que han
tenido o tienen relaciones a distancia y les va muy bien. Todo
depende de las ganas que uno ponga.
Ella asiente, sabe que tiene razón, aunque no cree que lo de
Piero y ella funcionase en ese sentido. Ni siquiera tiene claro qué
siente al tenerlo en Madrid, así que en Italia menos aún.
—Por cierto, Clara, como el 11 de mayo es mi cumpleaños —dice
entonces Jacob—, he pensado que voy a hacer una fiesta.
Obviamente, tú estás más que invitada.
Ese «tú» le hace saber que Piero no lo está.
—¡Qué guay, Jacob! —exclama—. Seguro que lo pasamos
genial.
Tras acabar de ponerse al día y terminarse los ricos helados, se
encaminan hacia la salida del pequeño centro comercial.
—¡Perdonad!
Una chica llama su atención y ellos se paran para ver qué quiere.
—Somos una marca nueva de cabinas de fotos y estamos
intentando darnos a conocer —les explica—. Por eso, estas
primeras semanas podéis pasar por ella y haceros unas fotos de
forma completamente gratuita. ¿Os animáis?
Jacob y Clara se miran. Ella recuerda lo que pasó la última vez
que, yendo con Piero, les propusieron lo mismo, y le pregunta a su
amigo:
—¿Qué dices?
Él asiente sin dudarlo.
—A las cosas gratuitas nunca hay que decirles que no.
Ella se ríe. Luego ambos miran a la chica, que les abre
encantada la cortina del fotomatón.
—¡Adelante! Solo tenéis que darle al botón rojo y empezará la
cuenta atrás en la pantalla —les explica—. A partir de ahí os saldrá
una cuenta atrás igual antes de cada foto. Serán cuatro en total.
—Entendido —afirma Jacob.
Se sientan dentro del habitáculo y la chica corre la cortina. Clara
apoya la pierna encima de la de su amigo, porque de lo contrario no
caben. A continuación se mira en la pantalla colocándose el pelo y
ve que Jacob le da al botón.
—Pero ¡¿qué haces?! —exclama ella riéndose—. Quería
peinarme antes.
—¡Sonríe! —le dice él—. Las mejores cosas de la vida suelen ser
las inesperadas.
Ambos miran la pequeña cámara y esta hace la primera foto.
Para la segunda, Jacob le coge con suavidad la cara y le da un beso
en la mejilla, lo que provoca que, sin querer, Clara se ponga algo
nerviosa. Para la siguiente ella le hace lo mismo a él.
Solo queda una foto. Él tiene claro lo que quiere hacer, pero no
puede, y entonces ella se apresura a decir:
—Pon una cara graciosa.
Jacob le hace caso y la cámara saca la foto. Ambos salen riendo
de la cabina. Qué buen rato han pasado.
—¡Aquí tenéis! —dice la chica dándoles las dos tiras de fotos que
han salido impresas—. Si os bajáis la aplicación en el móvil e
introducís el código que tenéis aquí arriba a la derecha —indica
señalando las fotos—, os las podréis descargar en alta resolución.
—Muchas gracias —dicen los dos al unísono cogiendo las fotos.
Ahora sí, salen del pequeño centro comercial, y Jacob comenta:
—Yo voy al metro.
—Yo tengo el coche en el parking —responde Clara.
Ambos se miran. Han pasado unas horas maravillosas y se
despiden con un abrazo lleno de sentimientos con miedo a florecer.
—Gracias por pedirme que te acompañara —dice ella con una
sonrisa.
Jacob contiene las ganas que siente de besarla en los labios y
responde:
—Sabes que es un placer.
Dicho eso, se da la vuelta y camina hacia la boca de metro,
donde desaparece entre la multitud, mientras mira las fotos que se
han hecho y sonríe feliz de haber vivido ese momento con Clara.
Capítulo 37

Los días pasan volando. Al final Clara tiene el piso listo para
trasladarse antes de lo previsto, por lo que ha hablado con su amiga
Amanda y, junto con Didi, han organizado un fin de semana de
chicas.
Antes de entrar en el portal de Clara, Didi se para unos segundos
en la entrada. Llega demasiado pronto. Piensa en Marta y se
entristece. Tras lo ocurrido aquel día en el súper, por más que
intenta hablar con ella, esta no quiere saber nada de ella, y Didi ya
no sabe qué hacer para llamar su atención.
Tras tomar aire e intentar dejar sus problemas personales aparte,
decide entrar en el edificio en el mismo momento en que lo hace
una chica e intercambian una sonrisa. Al llegar frente al ascensor,
ambas lo esperan. Montan en el mismo y, cuando llegan a la quinta
planta y las dos van a bajar, Didi deja que la otra salga primero y se
sorprende al ver que se dirige hacia la misma puerta que ella.
«¿Será la amiga de Clara?», se pregunta.
Pocos segundos después la puerta del piso se abre y se asoma
una sonriente Clara. Cora sale corriendo a saludar y Didi la oye
exclamar:
—¡Amandaaaa!
—¡Claritaaa!
Didi confirma sus sospechas, es la amiga de Clara, y casi en el
acto oye que alguien dice:
—Ciao!
Didi se pone tensa. «No me jodas...»
En ese mismo momento Clara deja de saludar a Amanda, ve a
Didi y parpadea. No esperaba que llegara tan pronto.
Inmóvil, Didi observa cómo el idiota de Piero le da un abrazo a
Amanda.
Entonces Clara se acerca a ella para abrazarla y le susurra al
oído:
—¡Hola, Didi! Disculpa que Piero esté aquí, ya se iba.
—No te preocupes —miente abrazando a su amiga.
Ambas se separan y Clara se apresura a decir mirando a la
recién llegada:
—Amanda, esta es mi amiga Didi, de la que tanto te he hablado.
La rubia se acerca a ella y le da dos besos.
—Fíjate que cuando hemos subido las dos juntas al ascensor he
tenido la corazonada de que tú eras Didi.
—A mí me ha pasado prácticamente lo mismo al llegar al
descansillo —afirma ella riendo.
La morena se agacha para coger a Cora en brazos, pero al
ponerse en pie intercambia una tensa mirada con el italiano y, por
educación, dice:
—Hola, Piero.
—Ciao, Didi!
Clara, que nota la tensión entre ellos, se adentra en el piso e,
intentando estar animada, propone:
—¡Venid, que os lo enseño!
Sin embargo, Piero se hace entonces a un lado y señala con
frialdad:
—Yo ya lo he visto. Voy a por una cerveza.
Didi asiente y, cuando desaparecen de la vista del italiano, la
morena se acerca a su amiga y murmura:
—Que sepas que Sebas te va a despellejar cuando se entere de
que este ha visto el piso antes que él.
Clara la mira, lo sabe. La situación entre su novio y sus amigos
es muy complicada. Y, al ver que Didi le guiña un ojo con
complicidad, sonríe, toma aire y luego dice:
—El piso tiene dos plantas. En esta primera hay un despacho, un
baño y el salón con la cocina integrada.
—Tía, mi habitación en Barcelona es tan grande como tu baño —
comenta Amanda sorprendida.
—Qué pasada, Clara, es todo chulísimo —afirma Didi dejando a
la perrita en el suelo.
Mientras ella les enseña el salón, Didi se fija en que Piero abre y
cierra los armarios de la cocina y, cuando va a preguntar, Clara
señala mientras sube los escalones:
—Pues si esta planta os ha flipado, ya veréis la de arriba.
Las chicas la siguen y llegan a la habitación, y entonces Didi
musita divertida:
—Es muy injusto que mi piso entero tenga las mismas
dimensiones que tu cuarto.
—Por aquí tenemos mi bañooooooo —señala Clara encantada.
—Con una ducha en la que se puede hacer una fiesta —apostilla
Amanda.
—Y por aquí el vestidor. —Las guía abriendo una puerta
corredera.
Ambas alucinan al ver la cantidad de armarios que tiene para ella
sola.
—¡Yo sueño con estoooo! —murmura Amanda mirando a su
alrededor.
Didi y Clara se ríen. Ella y media humanidad.
La morena lo observa todo encantada y, conteniendo las ganas
de decir que la única pega que le encuentra al piso es el idiota que
está en la primera planta, asegura:
—Es una casa increíble, no tiene ni una pega.
Clara asiente. Sabe la suerte que tiene de ser ella la dueña de
semejante maravilla.
—Queda una última cosa, que es de mis favoritas —dice
entonces.
—¿Aún hay más? —pregunta Amanda.
Clara echa a andar y le da a un botón para descorrer las cortinas.
—El piso tiene una terraza increíble —anuncia abriendo la puerta.
Las chicas salen a la terraza y se quedan asombradas. ¡Menudas
vistas!
Didi había oído hablar a Kevin sobre la terraza, pero es mucho
mejor de como él la pintaba.
—¿Ese no es el edificio de tu hermano? —pregunta señalando
más allá.
Clara asiente.
—Sí —susurra—. Pero él no tiene esta terraza.
Las chicas ríen divertidas por eso, luego regresan al interior y se
dirigen a la planta baja.
—Es un piso fabuloso —comenta Amanda—. No hay ni un pero,
¡es que es perfecto!
Llegan a la cocina, donde Piero está sentado en una silla,
tomándose tranquilamente una cerveza mientras mira el móvil. Al
verlas entrar levanta la cabeza. Didi lo ignora y se dirige a su amiga.
—Como te dijo Sebas aquel día, ¿tu tía no querrá otra sobrina?
—bromea—. Yo no tendría ningún inconveniente, puedo cenar con
ella en Navidad, trabajar en su empresa..., lo que haga falta.
Amanda la mira divertida y afirma:
—Me apunto, que sean dos sobrinas más, por favor.
Clara ríe. Está feliz. Sabe la suerte que tiene de que su tía esté
en su vida.
—Dejadme que se lo comente y os digo qué le parece la idea.
Piero se levanta entonces de la silla y se acerca a ella.
—Amore, me voy.
—Vale, aquí nos quedamos —asiente Clara deseosa de que se
marche.
Piero la mira, pues cada vez la nota más fría con él, y pregunta:
—¿Me das las llaves di emergenza?
—¿Cómo? —inquiere Didi.
Al oírla, Clara se hace la loca con Piero y le explica a su amiga:
—Sí, ya sabes que siempre recomiendan que tu gente cercana
tenga las llaves del piso «por si acaso»...
La morena asiente.
—Las mías las tiene Sebas —indica y, mirando fijamente a Clara,
sugiere—: ¿Y no sería mejor que las llaves de tu casa las tuvieran tu
tía o tu hermano?
La expresión molesta de Piero es digna de ver, mientras que
Amanda observa la situación en silencio.
A continuación Clara se saca las llaves del bolsillo.
—Sí, cuando vea a Kevin y a mi tía les daré un juego a cada uno
—dice mostrándolas.
Entonces Didi, al ver el modo en que Piero mira las llaves que su
amiga tiene en las manos, se las arrebata sin dudarlo de un rápido
movimiento.
—Mira, mejor me las quedo yo —dice.
—Muy buena idea —afirma Amanda.
Didi se gana una seria mirada de Piero. Clara, intentando no
sonreír porque ha hecho justo lo que ella pensaba que haría,
pregunta entonces:
—¿Segura?
—Segurísima —responde Didi.
La pelirroja asiente. Le agradece en el alma a su amiga lo que
acaba de hacer, y, mirando a su incómodo chico, indica sin ninguna
pena:
—Bueno, pues nada... Te acompaño hasta la puerta.
Una vez que Amanda y Didi se quedan solas en el salón,
intercambian una mirada cómplice y asienten. Sin necesidad de
decir nada, está claro que ambas piensan igual en lo referente al
italiano.
Un par de horas más tarde, y tras ponerse cómodas, Clara aparece
en el salón con las pizzas que les acaban de llevar para cenar.

—Carbonara para Amanda, vegana para Didi y para mí la


barbacoa —dice colocándolas sobre la mesa del salón.
—¡Uff..., qué bien huelen! —exclama Amanda haciéndosele la
boca agua.
Las tres cenan contándose cosas sobre su vida para que
Amanda y Didi se conozcan un poco mejor.
—Yo sigo trabajando de camarera, que es algo que me gusta —
cuenta la valenciana—. Me encanta tratar con la gente. Y..., bueno,
seguramente empiece a trabajar con una empresa de catering para
ir de extra a todo tipo de celebraciones los fines de semana.
—O sea, que no vas a parar —dice Didi.
—Si veo que no puedo, lo dejo. Pero me apetece tirarme a la
piscina y probar.
—Pues hace unos días yo dejé el trabajo en el supermercado,
cosa que me ha hecho muy feliz —explica Didi—. Y ahora estoy
buscando un sitio en el que estudiar el máster de Educación
Inclusiva que quiero hacer.
Clara sonríe. Al día siguiente de dejar el trabajo, Didi se lo contó
a sus amigos. Aunque ninguno, ni siquiera ella, sabe que omitió lo
de Marta. Todos se alegraron mucho por ella, estaban deseando
que su amiga dejase ese maldito trabajo que tan poco le gustaba y
donde tan mal la trataban. Y, por supuesto, el que más se alegró fue
Sebastián, puesto que por fin ya no volvería a ver a su amiga
amargada día sí y día también.
—Si quieres que le pregunte a mi tía si tiene algún hueco en la
empresa no tienes más que decírmelo —comenta Clara.
—Cuando me acepten en el máster y vea los horarios, lo
hablamos —responde Didi cogiendo su vaso de agua—. Pero,
vamos, tú ve diciéndole lo de las dos nuevas sobrinas...
Su comentario hace reír a las otras dos.
—¿Y tú qué tal en la academia? —quiere saber Amanda.
Clara asiente feliz.
—La verdad es que estoy muy contenta preparándome para las
clases que impartiré este verano. Los compañeros son geniales y,
de momento, ningún problema.
—¡Cuánto me alegro de oír eso! —exclama Amanda.
Clara sonríe y luego le pregunta a Didi:
—¿Te dije que acompañé a Jacob una tarde para comprarle un
regalo a su madre?
—Ah, ¿sí?
A la morena le sorprende que ninguno de los dos lo haya
comentado antes en alguna de las quedadas del grupo. Y entonces
Clara explica con una sonrisa de oreja a oreja:
—Sí, quedamos en el centro comercial que hay cerca de la
academia. Fue muy gracioso porque yo lo estaba esperando
sentada en un banco, y se acercó por detrás y empezó a hablarme
en inglés.
A Didi eso le suena de algo.
—Así fue como os conocisteis, ¿verdad? —pregunta curiosa.
Clara asiente con una sonrisa. Recordar eso siempre la hace
sonreír. Entonces Amanda, que las está escuchando atentamente,
deja su último trozo de pizza en la caja, se limpia con una servilleta
y, gesticulando con las manos, musita:
—A ver, queridas..., un segundo porque me estoy perdiendo.
¿Quién es Jacob y por qué yo no lo conozco?
La pelirroja y Didi se miran, y esta última explica:
—Jacob es un amigo de nuestro grupo. Es una persona
maravillosa, dulce y encantadora, de esas cuya cara refleja que es
bueno, aparte de ser guapísimo y tener un cuerpazo.
Clara se ríe. Didi no lo ha podido definir mejor.
—O sea, ¿me estás diciendo que es un partidazo? —indica
Amanda.
—Básicamente —afirma Didi—. De hecho, desde que se unió al
grupo siempre he pensado que Clara y él harían una pareja
increíble, pero esta petarda no me hace ni caso...
Amanda se vuelve y clava la mirada en ella.
—No me mires así, alguna vez te he hablado de él.
—¿Perdona, Claritaaaaa? Creo que no.
—Pues crees mal —replica la aludida.
—¿Soltero, casado, viudo, divorciado...? —pregunta Amanda a
continuación.
—Soltero y guapísimo. —Didi ríe, y añade—: Y que conste que a
mí me gustan las mujeres, pero Jacob ¡es Jacob!
Amanda asiente y, cuando va a decir algo, Clara se le adelanta:
—Perooooo... no está libre. Sale con alguien.
—Ohhhhh.
—¿Con quién? —inquiere Didi al oírla.
Clara da un mordisco a su pizza, y, sin querer que se note cuánto
le molesta, responde:
—Con una tal Raquel.
Didi asiente. Ella también lo ha visto tontear con esa Raquel.
—Necesito ahora mismo foto, signo del zodíaco, edad, la colonia
que usa..., todo —exige Amanda.
Clara pone los ojos en blanco. Mientras tanto Didi desbloquea su
móvil divertida y busca en Instagram el perfil de su amigo.
—Su cumpleaños es el 11 de mayo —murmura Clara.
—O sea, que es tauro, como mi hermano... —concluye la
valenciana—. Bueno, suelen ser personas bastante cabezonas,
pero muy leales, cariñosas y decididas. De las que no dudan en
lanzarse a una nueva aventura.
—Aquí lo tienes —indica Didi.
Amanda coge entonces el móvil y examina una a una las fotos
que él tiene colgadas en su Instagram. Tras unos segundos
despega la vista de la pantalla y, mirando a las dos chicas que tiene
enfrente y comen pizza, exclama:
—¡Este tío está buenísimo!
Ellas se echan a reír.
—¿Dónde está el defecto? —le pregunta Amanda a Didi.
La morena bebe un poco de su vaso.
—Yo llevo siendo amiga suya desde hace varios años y aún no
se lo he encontrado —asegura.
Amanda, que sigue cotilleando en la red social de Jacob, susurra
al ver una foto suya tumbado en un sofá:
—Clara, tía, pero si está guapo hasta dormido...
Luego le devuelve el móvil a su dueña, mientras la pelirroja
comenta:
—No es mi tipo, Amanda.
—Clarita, por favooor, este chico es el tipo de todo el mundo.
Didi deja el móvil sobre la mesa y, acto seguido, pregunta
mirando a su amiga:
—Entonces ¿cuál es? ¿El típico malote como Piero? —Clara no
contesta y Didi añade—: Porque eso es lo que es el puñetero
italiano. Y mira lo que te digo: tengo amigos italianos que son
encantadores, pero justo has ido a fijarte en uno que no puede ser
más tonto.
Clara las observa a las dos negando con la cabeza hasta que
Amanda, que sabe de su pasado con Vicent, su ex, un chulito al que
su amiga tuvo que dejar, le reprocha:
—¿Vas de chulito en chulito?
Sin dudarlo, Didi asiente.
—Puedes creer que sí.
Sorprendida, Amanda mira a su amiga Clara y añade:
—A ver, Clarita. En este tiempo me has hablado de Piero: que si
Piero esto, que si Piero lo otro. Pero ahora que estoy aquí,
mirándote a los ojos, ¿qué me cuentas de él?
—Que es tonto.
—¡Didi! —protesta Clara.
La aludida se ríe. No lo puede remediar.
—Por cierto —dice Clara recordando lo de antes—, gracias por lo
de las llaves. Piero llevaba dándome la matraca toda la mañana
para que le diera una copia y ya no sabía cómo decirle que no.
Didi y Amanda se miran y la primera responde:
—De nada. Luego te las doy.
Clara niega con la cabeza.
—No, quédatelas. Tú eres de total confianza.
Didi sonríe. Le gusta que Clara piense eso.
—Quiero saber de Pieroooooo —repite entonces Amanda.
Didi aprovecha para recoger las cajas de las pizzas y llevarlas a
la cocina. Amanda y Clara cogen los tres vasos y se trasladan al
sofá mientras la pelirroja le explica.
—Piero no es mala persona. Solo que es un poco especial. Y...,
bueno, aunque estamos bien, tenemos días buenos y días malos,
como en todas las relaciones.
Amanda asiente, pues lo que ella dice es totalmente cierto.
—Pero ¿cuáles predominan?, ¿los buenos o los malos?
La pelirroja no sabe qué contestar. Mira a Didi, que la observa en
silencio, y Amanda pregunta al darse cuenta:
—¿Estás enamorada de él?
Didi se sienta junto a ellas en uno de los sofás.
—Tanto como enamorada... creo que no —responde finalmente
Clara.
—No sabes cómo me alegro —murmura Didi.
Amanda asiente. Solo le ha bastado estar cinco minutos con
Clara y Piero para hacerse una idea.
—Mira, yo tengo que ser sincera contigo —indica—. Por lo que te
conozco y por cómo te he visto con el italiano, tú no estás
enamorada. No habéis tenido ni un solo gesto de complicidad,
cuando tú eres todo amor y cariñitos.
La pelirroja suspira. Sabe que Amanda tiene razón. La ilusión con
la que comenzó meses atrás con Piero ya no es la misma.
—¿Y qué tiene de malo Jacob para que no estés con él? —
inquiere de pronto Amanda.
Clara, al ver cómo la miran sus dos amigas, se apresura a
responder:
—Pues, por ejemplo, que es más joven que yo.
Didi suelta una carcajada.
—Oye, por favor, que solo tiene dos años menos que tú. Qué
manía de encontrarle pegas al chico. Solo estás buscando excusas.
—¿Excusas? —repite Clara.
Ambas se miran y Didi, echándose hacia delante para estar más
cerca de su amiga, declara:
—Llevo años viendo cómo os miráis. Llevo años siendo testigo de
la compenetración y el buen rollo que tenéis, de lo pendientes que
estáis el uno del otro...
—Didi...
—Tú puedes decir lo que quieras, reina, pero la realidad que yo
veo es diferente de la tuya. Y no solo lo veo yo, sino también tu
hermano, Sebas y cualquiera del grupo que tenga ojos y sea un
poco observador.
Clara niega con la cabeza, y Didi añade entonces mirando a
Amanda:
—¡Si hasta le llevó el regalo el día de San Valentín! ¿Qué más
pruebas quiere?
Amanda mira a Clara y Didi finaliza:
—Dime tú quién haría eso a esas horas de la noche, aparte de
mí, claro está, porque todas sabemos que soy una amiga increíble
—bromea.
—¿Fue él? —pregunta Amanda recordando lo que le contó su
amiga de aquella noche.
Clara asiente y luego Amanda murmura en un hilo de voz:
—Clarita, ese chico te quiere, no hay duda.
La pelirroja las escucha. Sabe que entre Jacob y ella siempre ha
existido un feeling diferente.
—Tenéis que entender que él fue el primer amigo que tuve tras
romper con Vicent —repone.
—¿Y acaso los amigos no pueden pasar a ser algo más? —
cuestiona Didi.
Ella asiente y Amanda, que no puede quedarse con la duda,
pregunta:
—Clara, sé sincera: ¿a ti te gusta Jacob, aunque sea solo un
poco?
La chica se toma unos segundos para pensar qué responder a
eso. Negar lo evidente es ridículo, y mentirse a sí misma es más
ridículo aún.
—Puede que un poco sí —declara finalmente.
Didi aplaude al oírla, vitorea, y Clara, que es consciente de lo que
ha dicho, añade:
—Pero ¿y si yo a él no? No querría joder nuestra amistad por
nada en el mundo.
Didi alza los brazos desesperada.
—¡Por favoooor —exclama—, pero ¿tú has visto cómo te mira
ese chico desde el día que os conocisteis?!
Clara sonríe y Didi, jugándosela, insiste:
—Mira, si lo intentas y los sentimientos no son mutuos, te
prometo que me rapo la cabeza.
Las tres se echan a reír. Y al cabo Amanda pregunta:
—¿Y tú qué, Didi?, ¿hay alguien en tu corazón o estás soltera
como yo?
La morena duda qué responder a eso. ¿Contar la verdad o seguir
escondiéndola? «Si Clara se ha sincerado, yo también tengo que
hacerlo», se dice.
—Lo cierto es que había alguien, pero lo fastidié...
De inmediato Clara la mira sorprendida.
—¡¿Perdona?!
Didi asiente. Sabe que cuando sus amigos se enteren la van a
matar.
—¿Cómo que había alguien? —insiste la pelirroja.
—Lo había, pero la cagué —se sincera ella.
Clara no da crédito, no sabe qué pensar. Didi es la conquistadora
del grupo. Es la típica que noche que sale, noche que liga, pero que
por nada del mundo quiere una pareja.
—¿Sebas lo sabía? —le pregunta a su amiga.
Esta niega con la cabeza y, sabiendo lo mal que lo ha hecho con
todos, responde:
—Ni él ni nadie. Y soy consciente de que me vais a matar.
Clara se levanta boquiabierta y luego vuelve a sentarse. Que Didi
haya estado conociendo a alguien no es en absoluto propio de ella.
—Sin duda esto es histórico —murmura—, y prepárate, porque
Sebas te va a despellejar viva.
La morena sonríe. No esperaría menos de él.
—¿Por qué hablas en pasado de esa persona?, ¿qué ha
ocurrido? —dice a continuación Amanda al ver la tristeza en la
mirada de Didi.
Ella toma aire antes de empezar. Aparte de con Roberto, no ha
hablado con nadie de lo que siente por Marta.
—Pues ha pasado que no quiere saber nada de mí —dice.
—¿Por qué? —pregunta Clara desconcertada.
Didi se acomoda en el sofá.
—Porque me confesó lo que sentía por mí y yo me asusté, dije lo
que no debía decir y la cagué.
La pelirroja escucha a su amiga con atención intentando
descifrarla. Pero Amanda, que no conoce a Didi, añade:
—Pero ¿por qué te asustaste? ¿Ella a ti no te gusta?
La morena sonríe pensando en Marta.
—Llevo muchísimo tiempo negándome a tener pareja porque la
última que tuve me lo hizo pasar muy mal —aclara—. Estuve dos
años con una chica y soporté prácticamente de todo. Hasta que, de
repente, el día de su cumpleaños apareció con un chico y lo
presentó como su novio. Eso me dejó destrozada.
Las dos la escuchan con atención. Clara nunca había conseguido
saber por qué su amiga se cerraba tanto al amor y, al oír eso, se
siente fatal. Ahora entiende muchas de las reacciones de Didi.
—Y, bueno —sigue contando ella—, después de ese palo lo pasé
tan mal y me costó tanto recuperarme que decidí que no volvería a
tener pareja nunca más.
—¿Y qué ha cambiado ahora? —quiere saber Clara.
Didi sonríe, coge aire y musita:
—Que ella apareció, la conocí y, aunque no quería, me he
terminado pillando... ¡Joder! Es que es perfecta para mí.
Clara la observa con ternura. Esa es una faceta de su amiga que
no conocía: una Didi más abierta, más vulnerable.
—A ver —tercia entonces Amanda haciéndolas reír—,
necesitamos foto, signo del zodíaco..., ya sabes.
Didi coge su móvil sonriendo y, una vez que encuentra el perfil de
la rubia, se lo tiende para que le echen un vistazo.
—Se llama Marta..., bonito nombre —susurra Amanda.
Ella asiente, y entonces Clara, recordando algo, pregunta:
—¿Es la misma que trabajaba contigo en el súper?
—Sí.
—Estoy por matarte por haberme ocultado esto —murmura la
pelirroja.
Didi cabecea y, al ver cómo la mira su amiga, va a hablar, pero
ella se le adelanta.
—Tiene cara de simpática —comenta.
—Lo es. Y siempre se está riendo —asegura Didi.
—Me encanta esta foto —dice Amanda devolviéndole el móvil.
Didi se fija en la que ella indica y sonríe. Es una foto de Marta en
mitad de la calle, va vestida con una chaqueta roja y se ríe a
carcajadas.
—Esta se la hice yo —señala recordando el momento.
—¿Y no has vuelto a hablar con ella? —pregunta Amanda con
interés viendo su gesto triste.
—Ha sido imposible —dice dejando el móvil a un lado—. Le he
escrito varias veces por WhatsApp, pero nunca responde. La he
llamado y no me lo coge. Fui al súper y también ha dejado de
trabajar allí. Sé dónde vive, pero no me atrevo a plantarme en su
casa.
Amanda y Clara se miran. Verdaderamente aquello es un
problema.
—¿Marta sabe lo que sientes por ella? —quiere saber la primera.
Didi niega con la cabeza.
—¡Pues tiene que saberlo! —exclama Clara.
Si Didi supiera cómo, sin duda lo haría.
—Ella te dijo lo que sentía, ¿no? —tercia Amanda.
—Sí.
—Entonces tú también tienes que hacerlo —dice la rubia—. No
tengas miedo a hablar de lo que sientes. Si ella tiene ese algo
especial, ¡no la pierdas!
Didi se echa hacia atrás en el sofá.
—Ojalá fuese tan fácil.
Las tres se miran buscando una solución.
—¿Conoces a algún amigo de Marta? —pregunta Clara al cabo.
Ella asiente y, acto seguido, la pelirroja propone—: ¿Y por qué no
intentas hablar con ellos?
Didi lo había pensado, pero no quería ser una pesada. Entonces,
viendo que esa parece ser la única solución, afirma albergando una
pequeña esperanza:
—Lo haré.
Las otras dos chicas sonríen.
—Aun así, os juro que, si consigo hablar con ella, no sé qué voy a
decirle susurra luego.
Clara y Amanda se miran.
—Pues lo que sientes —suelta la pelirroja—, ¿qué le vas a decir?
Las tres se ríen y, justo después, Amanda sugiere:
—Tienes que hacer algo que le toque el corazón.
—¿Qué le gusta? —pregunta entonces Clara.
Didi no necesita pensar, pues sabe muy bien lo que le gusta.
—Le encantan las películas románticas.
Amanda chasquea los dedos y luego agita las manos en el aire.
—¡Ahí lo tienes, Didi! —exclama—. Tienes que hacer un gran
gesto romántico, como los que ella ve en sus películas favoritas.
—Madre mía, ¿y eso cómo se hace? —se lamenta la morena.
Clara suelta una carcajada y, mirando a su descolocada amiga,
bromea:
—Eso ya se te tiene que ocurrir a ti, no te lo podemos dar todo
hecho.
—Solo tienes que pensarlo un poco, seguro que hay algo
especial entre vosotras dos. Cuando es la persona indicada,
siempre hay algo —insiste Amanda.
Entonces, viendo la situación de cada una y los líos que las dos
tienen en lo referente a los temas del corazón, Amanda decide
contarles algo.
—¿Sabéis qué es lo que me ayuda a mí a saber si estoy con la
persona adecuada? —dice acaparando sus miradas—. Pues ni más
ni menos que encontrar ese algo especial en ella.
—¿A qué te refieres? —pregunta Clara, que no termina de
entenderla.
Amanda se recoloca en el sofá y añade:
—A esa cosa, ese gesto, esa mirada, esa palabra..., ese algo
especial que solo tiene esa persona y que a ti te encanta, te vuelve
loca. En cada persona es diferente y único.
Didi asiente y, pensando en la chica que no logra quitarse de la
mente, comparte:
—Para mí ese algo especial de Marta es su sonrisa..., me
encanta verla sonreír.
—Madre mía, amiga, estás enamoradísima —suelta Clara.
Didi la mira, asiente y se ríe. Sabe que no le falta razón.
—Para mí, ese algo especial de Julen era lo romántico que era
conmigo, no como cuando estaban sus amigos delante... —dice
Amanda—. Pero estando los dos solos era la persona más
romántica que he conocido hasta el momento.
—¿Era tu novio?
Amanda mira a Didi y asiente.
—Sí, pero lo dejamos hace un par de años —y, dirigiéndose a
Clara, pregunta—: ¿Qué es ese algo especial que te hace estar con
Piero?
La pelirroja observa a sus amigas mientras piensa qué decir, pero
pasan los segundos y su mente sigue en blanco. No se le ocurre
nada.
—¿Lo ves? —susurra Didi al cabo—. No tiene nada especial.
Amanda suelta una carcajada, Clara sonríe también, y Didi
insiste:
—Si no se te ocurre nada de Piero, piensa en Jacob. ¿Él tiene
ese algo especial?
Ahí Clara no tiene casi ni que pensarlo antes de contestar:
—Es amable, empático, tiene buen corazón... y, sobre todo, sobre
todo, me hace sentir siempre muy bien.
Amanda y Didi intercambian una mirada cómplice.
—Vaya... —declara entonces la morena—, Jacob gana a Piero
por goleada.
Las tres sueltan una carcajada.
—Jacob me hace sentir bien —confiesa Clara—. Estoy cómoda a
su lado. Con él puedo hacer y decir cualquier cosa sabiendo que no
me va a juzgar, porque siento que puedo ser yo misma.
Amanda sonríe. Está claro por quién se decanta el corazón de su
amiga.
—A veces no necesitas sentir mariposas para saber que es la
persona acertada. Solo necesitas sentirte cómoda y feliz —sugiere.
Clara mira a Didi. Lo que acaba de decir es muy fuerte. ¿Cómo
puede no encontrar nada especial en Piero y sí en Jacob? Por ello,
se pone en pie incómoda y dice:
—Mejor vamos a cambiar de tema, que os estáis poniendo
pesadísimas.
Sus amigas se echan a reír. Clara tiene que solucionar lo que le
pasa.
—¿Queréis ver una peli? —se apresura entonces a proponer
Amanda.
—Sí —y, sonriendo, Clara indica—: Veamos una comedia
romántica, a ver si le viene la inspiración a nuestra amiga.
Rápidamente Didi se pone en pie.
—Ni de coña, que os vais a poner muy intensas —protesta.
—¿Y si jugamos al Trivial? —sugiere Clara.
Las otras dos aceptan. Amanda se levanta y recoge los tres
vasos para hacer espacio. Clara saca en ese momento la caja del
juego de uno de los muebles del salón y la pone sobre la mesa.
—Una cosa, chicas... —dice entonces Didi, que es consciente de
lo que acaba de confesarles—. Lo que se ha hablado hoy aquí se
queda aquí, ¿vale?
Clara y Amanda asienten.
—Lo que pasa en casa de Clarita se queda en casa de Clarita —
asegura la rubia.
Capítulo 38

A la mañana siguiente, tras una noche divertida y llena de


confidencias junto a Amanda y Clara, Didi es la primera en
levantarse.
Poco rato después, como ve que las chicas siguen dormidas, se
toma un café y luego decide irse a su casa. Necesita poner orden en
su cabeza, y sabe que pasear y ver a sus gatas la ayudará. Antes,
por supuesto, les deja una nota para que no se preocupen por ella.
Está segura de que Clara lo entenderá.
Con mimo, se despide de Cora sin hacer mucho ruido. Y después
sale del piso.
Una vez en la calle, camina a paso lento hacia el metro, dándole
vueltas a todo lo que hablaron anoche. Y lo que tiene claro es que
debe arreglarlo con Marta. No sabe cómo, ¡pero tiene que intentarlo!
No soporta esa situación. Sabe que ha cometido un error, que la
culpable es ella y que a ella es a la que le toca arreglarlo, pero
¿cómo?
«Con lo superromántica que es Marta, debe ser algo que esté a
la altura», piensa.
Baja la escalera hacia el metro y llega al andén. El tren acaba de
irse, por lo que no le queda otra más que esperar unos minutos.
Intenta distraer la mente mirando a su alrededor, pero no hay mucha
gente, así que sus pensamientos vuelven a centrarse en Marta.
En su sonrisa.
En el modo en que la mira.
En lo a gusto que está con ella...
Minutos después llega el metro, Didi se acerca a una de las
puertas y, cuando estas se abren, entra y se sienta. Saca los
auriculares del bolsillo, los conecta a su móvil y se los pone,
tratando de distraerse con música. Abre su cuenta de Spotify y le da
al play en modo aleatorio. Empieza a sonar la canción Cuando me
acerco a ti de Danny Ocean.
«No me lo puedo creer...», se lamenta para sí al darse cuenta de
qué canción es y recordar su letra. Se echa hacia atrás en el asiento
resignada. ¿Por qué todo parece estar conectado con Marta?
Un buen rato después, tras bajarse del metro y caminar unas
calles, llega a su casa, donde sus gatas la reciben con arrumacos.
Allí decide ponerse a limpiar con la música bien alta, todo para
intentar evitar oír sus pensamientos. Antes, sin embargo, ve que
tiene un mensaje de Clara en el móvil.
Clara
Ánimo, reina. ¡Saca tu lado
más romántico!

Leer eso la hace sonreír. ¿Ella tiene un lado romántico?


Después de pasar varias horas limpiando la casa como llevaba
tiempo sin hacerlo, decide prepararse un poco de quinoa con
verduras. Como siempre que se sienta a comer, sus gatas se ponen
frente a ella, la miran y esperan que les dé algo. Y, tras compartir su
comida y hablar con ellas, una vez que termina, Didi lo recoge todo
y se tira en el sofá.
Piensa en qué ver. Y, por más vueltas que da por las plataformas
de contenido que tiene en la televisión, no encuentra nada
interesante, hasta que de pronto ve una película, Cartas a Julieta, y,
sabiendo que es la preferida de Marta, decide volver a verla.
Desde el minuto uno Didi se queda enganchada a la película. Y,
cuando esta termina, de pronto ¡se le enciende la bombilla! «¿Y
si...?»
Se levanta y busca papel y boli mientras piensa qué poner en la
carta, y, cuando lo encuentra, se sienta a su pequeña mesa de
comedor y empieza a escribir.
Tras varios intentos fallidos, por fin cree que lo tiene.

Madrid, 2022
Querida Julieta:
La he fastidiado.
Llevo unos meses conociendo a Marta, una chica maravillosa y con una gran sonrisa.
Pero, a causa de mis absurdos miedos, lo he estropeado todo.
Me he dejado llevar erróneamente por esas tres estúpidas letras que tanto conozco: «y
si». Tres letras que en sí no suponen ninguna amenaza, pero que en cuanto las
colocamos una al lado de la otra pueden atormentarnos para el resto de nuestra vida.
Ese ha sido mi problema, Julieta, que me he dejado llevar por esas tres insignificantes
letras.
Me limité a hacerme las preguntas incorrectas una y otra vez: «¿Y si no sale bien? ¿Y
si me vuelven a romper el corazón?»... En lugar de hacerme la única que merecía la
pena: «¿Y si esta vez sale bien?».
Julieta, me he dado cuenta de que estoy enamorada de Marta. Me enamoré
perdidamente y sin querer de ella el día que subí a un autobús en el que estaba ella y
prefirió estar de pie conmigo antes que ir sentada con toda comodidad. Aquel día ella
se coló en mis pensamientos sin que apenas me diera cuenta.
No sé si podrás ayudarme, Julieta, quizá estoy pidiendo demasiado...
Pero ojalá nunca acabe algo que comenzó sin querer.
Con todo mi amor,

Didi
«Qué cosa tan cursi», piensa cuando acaba de leerla.
Termina la carta y, necesitada de una segunda opinión, tras
ponerles a sus gatas agua y comida, sale de nuevo de su casa y
regresa al piso de Clara, donde es bien recibida.
Sin tiempo que perder, Didi les cuenta a las chicas que, viendo la
película favorita de Marta, se le ha ocurrido una idea: escribirle una
carta al más puro estilo Cartas a Julieta. Ellas la escuchan y sienten.
Tienen claro que, siendo su película preferida, seguro que ha dado
en el clavo. ¡Como si tiene que escribirle una, dos, cuatro o mil
cartas!

Esa misma tarde las chicas se reúnen con los demás, tal y como
habían quedado. Clara presenta a su amiga Amanda y esta encaja a
la perfección con todos. Ni que decir tiene que, cuando esta conoce
a Jacob, se lo dice todo con la mirada a su amiga, y esa noche
ambas disfrutan de horas de risas, charlas y colegueo con el resto
del grupo.
Cuando la noche acaba Didi y Amanda se quedan de nuevo a
dormir en el piso de Clara, y al día siguiente, que es domingo, muy a
su pesar esta y la morena acompañan a Amanda hasta la estación
de Atocha. Se lo ha pasado muy bien en Madrid, pero debe volver a
Barcelona puesto que al día siguiente le toca trabajar.
Las chicas se abrazan con cariño y Amanda entra en la estación
con su pequeña maleta a rastras. Se vuelve una última vez para
mirarlas antes de pasar el control y, alzando la voz, les dice:
—¡Mucha suerte, y mantenedme informadaaaa!
Capítulo 39

El lunes por la mañana Didi se levanta dispuesta a mandar la carta


al piso de Marta. Tiene tentaciones de releerla, pero al final decide
reprimirse. Si lo hace, querrá cambiar cosas, y no quiere hacerlo.
Así pues, se convence de que lo que escribió el sábado en ese
papel es lo que siente realmente, y no hay más que hablar.
Tras asearse y cambiarse de ropa, mientras desayuna unos
cereales ve que Clara le ha enviado un mensaje:
Clara
La suerte está echada. Estás haciendo
lo correcto, Didi.

Ella sonríe.
Didi
Espero que estés en lo cierto, reina.
Estoy acojonada.

Antes de salir de su casa busca en el móvil dónde le queda la


oficina de Correos más cercana. Después se despide de sus gatas y
sale a la calle.
Cuando llega a la oficina de Correos ve que hay gente haciendo
cola. Eso le sorprende, pero espera su turno pacientemente.
Cuando al final le toca, se acerca a un pequeño mostrador en el que
hay un señor sentado detrás y saluda:
—Hola, buenos días. Me gustaría mandar esta carta, pero no sé
muy bien cómo se hace.
El hombre la mira y ella, con gesto desconcertado, le enseña el
papel doblado por la mitad.
—¿Nunca has enviado una carta? —pregunta el hombre
sorprendido.
—Es la primera vez.
El hombre sonríe, niega con la cabeza y bromea:
—¡Hay que ver con las nuevas generaciones! Con tanto móvil y
tanto ordenador...
Didi asiente. No le va a decir que no.
—Lo primero que necesitas es un sobre —dice el hombre.
Se mueve para coger algo y le ofrece tres sobres distintos.
—Mira a ver cuál te va mejor.
Didi coge uno de ellos, mete el papel de la carta y entra sin
problemas.
—Este mismo.
—Perfecto —asiente el señor—. ¿Tienes las direcciones del
remitente y el destinatario?
La joven asiente desbloqueando el móvil y luego él indica
señalando con el dedo:
—Pues la del destinatario la escribes por este lado, y la del
remitente en el otro, en la solapa.
—Entendido —afirma ella.
—Toma.
El hombre le ofrece un bolígrafo azul que ella acepta encantada.
Mira en su móvil y copia la dirección de Marta. Al terminar, Didi le da
la vuelta al sobre y anota su dirección.
—¿Lo cierro? —pregunta cuando acaba de escribir.
—Sí, si no tienes que meter nada más en él, puedes cerrar el
sobre.
La chica despega una tira de papel de la solapa y la pega bien al
sobre para que no se abra.
—Trae, dámelo —dice el señor extendiendo el brazo.
Ella le da el sobre y le devuelve el boli.
—Hay que ponerle un sello, ¿no? —pregunta Didi.
—Exacto, pero eso se lo pongo yo ahora.
Observa cómo él teclea algunos datos en su ordenador y, a
continuación, pega un sello en el sobre.
—¿Envío ordinario?
—¿Cuánto va a tardar en llegar? —pregunta ella.
—Siendo Madrid, mañana mismo está ahí —le asegura él.
—Entonces sí, envío ordinario.
El hombre le indica el precio total y ella paga con tarjeta.
—Pues ya está —dice él mirándola, y añade bromeando—:
¡Enhorabuena, has enviado tu primera carta!
Didi sonríe y se despide de él:
—¡Muchísimas gracias! Que tenga un buen día.
Instantes después la chica sale de Correos y suspira.
«Ojalá funcione...»
Pasan dos días y Didi no recibe contestación, por lo que, decidida a
conseguir su propósito, vuelve a coger papel y boli y escribe:

Madrid 2022
Querida Julieta:
Estoy desesperada. Viví un amor intenso como el tuyo, pero por mi mala cabeza puede
que ese amor me haya olvidado.
¿Crees en las segundas oportunidades? Yo era escéptica, pero esta vez quiero creer. Y
quiero creer porque esa chica a la que amo llamada Marta lo merece. Ella es
maravillosa en todos los sentidos. En tantos, que no creo que nadie pueda superarla
nunca.
Julieta, por favor, ¡ayúdame! Haz que Marta piense en mí. Que no me haya olvidado y
desee tener junto a mi esa segunda oportunidad.
Con amor,

Didi

De nuevo se dirige a la oficina de Correos para enviar la carta


con la esperanza de que Marta le responda, pero los días
transcurren sin noticias de ella y Didi está cada vez más convencida
de que no le va a dar una segunda oportunidad. A pesar de ello, le
envía una tercera carta y hasta una cuarta.
Didi se martiriza. Sabe que se portó con ella peor que mal y se
castiga pensando que no se la merece después de haberla tratado
como lo hizo en la puerta del súper. Aun así no se arrepiente de
haberle enviado las cartas. En unas pocas líneas y por primera vez
en su vida ha sido capaz de expresar lo que su boca no supo decir
con palabras.

Sábado, 14 de mayo de 2022


Hoy es el gran día. Es la final de Eurovisión, y para los eurofanes es
un momento muy esperado.
Kevin, Didi, Clara y compañía han quedado en casa del pelirrojo
para ver el festival juntos. Piero no ha sido invitado.
Llaman a la puerta, Clara se apresura a ir a abrir y se encuentra
con Sebas y Valentín.
—¡Hola, guapa! —dice Sebas abrazándola.
Didi, que ha llegado hace ya varios minutos, se asoma y lo ve.
Mira la hora en su móvil, son las 19.31, y se burla:
—¡Fíjate lo puntual que eres hoy!
Sebas piensa que la que ha sido muy puntual es ella.
—¿Qué pasa contigo? ¿Has venido antes de tiempo? —señala.
—Única y exclusivamente para llegar antes que tú, rey.
Sebas se acerca a ella y le da un abrazo y, justo cuando Clara se
dispone a cerrar la puerta, salen del ascensor Ángel y Jacob, a los
que recibe con una sonrisa.
—¡Bienvenidos!
Los chicos saludan a su amiga con cariño y, sin dudarlo, pasan al
interior del piso.
—Bueno, ahora que ya estamos todos —dice Sebas—, lo primero
es dar las gracias a Jacob, que nos ha hecho el favor de retrasar la
fiesta de su cumpleaños al fin de semana que viene para que, como
las buenas mamarrachas que somos, podamos disfrutar del Festival
de Eurovisión en condiciones.
Todos aplauden a Jacob, que se levanta y saluda cómicamente a
sus amigos.
—Y lo segundo —añade Sebas—, ¿habéis hecho los deberes?
Todos lo observan sin tener muy claro qué responder.
—¿Te refieres a que si hemos visto las semifinales del martes y el
jueves? —prueba Kevin.
—Exacto, maricón —replica Sebas.
—Yo lo intenté, pero reconozco que me quedé dormido —
comenta Jacob—. ¿Pasó algo que deba saber?
Valentín asiente.
—Se produjo un robo tremendo y no dejaron pasar a Albania a la
final.
—Totalmente de acuerdo —conviene Kevin.
—Tanto la canción como la actuación tenían muchísima fuerza,
era una combinación muy eurovisiva —añade Ángel.
Sebas lo mira sorprendido.
—Te veo muy puesto en Eurovisión a ti.
—Por supuesto, nací siendo eurofán —afirma aquel.
—Qué buen gusto —lo halaga Sebas, que, enseñándoles el
fondo de pantalla de su móvil, agrega—: Y, hablando de buen gusto,
os tengo que enseñar a mi nuevo crush. El mismísimo Abraham
Mateo.
Todos echan una ojeada a la foto que Sebas les muestra y Clara
pregunta sorprendida:
—Madre mía..., ¿ese es Abraham Mateo?
—Sí, reina.
—Pues cómo ha crecido y lo bien que lo ha hecho —observa
Clara.
Todos ríen al oír eso y Sebas murmura mirando a su amiga:
—Este chico es como el buen vino. ¡Mejora con los años! —Los
demás ríen de nuevo y después él indica—: Por cierto, Didi, seguro
que te encanta su nueva canción, tiene vibes ochenteros como las
que a ti te suelen gustar. Luego te la paso.
Ella asiente, todo lo que sea música con rollito ochentero le
encanta.
Antes de que se haga más tarde deciden pedir algo para cenar.
Tardan un rato en ponerse de acuerdo. Unos quieren chino, otros
indio, otros hamburguesas, pero al final optan por unas pizzas.
Suele ser la opción más fácil y rápida.
Tras pedirlas y decirles que tardarán como una media hora en
llegar, aprovechan para poner la mesa y preparar algo para picar:
patatas, aceitunas y pistachos. Cuando lo tienen todo listo se
sientan alrededor de la mesa y siguen comentando algunas de las
actuaciones de las semifinales.
En un momento dado Didi se levanta a buscar un refresco a la
nevera. Cuando lo coge y cierra la puerta del frigorífico se apoya en
la encimera para mirar el móvil. Entra en Instagram y lo primero que
le salen son las historias que ha subido Marta. Las mira y
comprueba que, al igual que ella, Marta se ha juntado con sus
amigos para ver Eurovisión. Los mismos amigos que ella conoció la
noche del karaoke.
Está observando la pantalla cuando Clara entra en la cocina y se
interesa:
—¿Alguna novedad?
Didi bloquea el móvil y mira a su amiga con gesto derrotado.
—Ninguna.
—Bueno, dale tiempo, las cartas tienen que funcionar sí o sí —la
anima.
Clara abre también la nevera para coger algo fresquito y
entonces es Didi la que pregunta:
—¿Tú tienes alguna novedad de lo tuyo?
La pelirroja niega con la cabeza. Pensar en Piero y qué hacer con
lo que tiene con él la vuelve loca y, bajando la voz, asegura:
—De momento, no, tengo la cabeza hecha un lío.
—¿Qué cuchicheáis por allí? —pregunta Sebas llamando la
atención de las chicas desde donde está sentado.
Didi y Clara se miran. Hay que ver lo que le van los chismes a
Sebas.
—¡Ahora te vas a quedar con las ganas, por cotilla! —grita Didi.
En ese instante suena el timbre y, como ellas están más cerca,
van a la puerta y recogen las pizzas.
—Vamos a cenar, que se nos echa el tiempo encima —apremia
Valentín.
Justo terminan de comer unos minutos antes de que dé comienzo
Eurovisión y, como no quieren perderse nada, deciden que ya
recogerán después. Se limpian las manos y se instalan unos en el
sofá del comedor y otros en el de la terraza, que Kevin ha metido en
casa para que todos disfruten del festival cómodamente.
Laura Pausini abre la gala interpretando algunas de sus
canciones más icónicas y Kevin exclama feliz:
—¡Esto empieza bien!
—¿Os habéis fijado en que, cada vez que Laura canta una nueva
canción, el vestuario cambia completamente de color? —comenta
Clara.
—No sabía cómo decir gay rights en televisión, así que lo ha
hecho representando lo colores de casi toda la bandera —explica
Sebas riendo.
Laura Pausini acaba su actuación y empiezan a salir los
representantes de cada país con sus banderas.
—¡Vamos, reina, que lo vas a petaaar! —grita Didi entre los
aplausos de sus amigos cuando aparece Chanel.
Empieza la primera actuación y todos prestan la máxima
atención. No quieren perderse nada esa noche. En la segunda todos
se vienen arriba con Llámame, de WRS, la propuesta de Rumanía, y
Valentín y Didi cantan al unísono.
—Me parece que la voy a oír muuucho este verano —comenta
Jacob.
Y así transcurre la gala, hasta que llega la décima actuación.
—Es posible que vayamos a vivir un chanelazo en directo —
murmura Sebas.
—Lo va a hacer increíble —asegura Ángel.
Comienza la actuación de Chanel con SloMo y todos animan y
aplauden.
—¡Vamos, vamos, vamos! —exclama Didi cuando llega el dance
break hacia el final.
Los siete respiran aliviados al ver que tanto a ella como a los
cuatro bailarines que la acompañan les han salido todos los pasos
perfectos. Una vez que Chanel grita «¡AGUAAAA!» y termina la
canción, todos aplauden, gritan, saltan..., lo celebran a lo grande.
—¡HEMOS VIVIDO UN CHANELAZO EN DIRECTOOOOO! —
grita Sebas yendo de un lado a otro del salón.
—Es impresionante lo que acaban de hacer tanto ella como los
bailarines —declara Jacob.
—Esto ha sido histórico, seguro que en el futuro lo estudian en
los colegios —bromea Kevin.
—Este año tenemos que ganar sí o sí —dice Valentín.
La gala continúa y los chicos siguen comentando el resto de las
actuaciones.
—Los de Moldavia me recuerdan a las fiestas de mi pueblo —
afirma Ángel.
—¿Y qué me decís de la canción de Suecia? —pregunta Didi.
—Temazooo —dice Jacob.
—Es de mis favoritas este año —responde Valentín.
—Me parece una pasada. Y la voz rota de ella le da un toque
más allá aún —opina Didi.
Pasan los minutos y llegan las últimas actuaciones.
—Vaya pedazo de power ballad que lleva Australia, me ha puesto
los pelos de punta —asegura Jacob.
—Sam Ryder, el representante de Reino Unido de este año, me
da muy buen rollo —comenta Clara—. Siempre tiene una sonrisa en
la cara.
—¿La de Serbia se está lavando las manos? —pregunta Kevin
confundido.
—Sí, porque su canción es una denuncia a los problemas de
salud de los artistas en su país —le explica su novio.
El pelirrojo asiente, no tenía ni idea.
Al terminar las actuaciones recogen la mesa entre todos y
regresan de nuevo a los sofás.
—¿Hacemos una porra a ver quién acierta? —propone Valentín.
—Venga, y al que gane el resto lo tenemos que invitar a cenar —
sugiere Ángel.
—Pero nada de escribirla en el móvil, la hacemos en papel, que
os conozco y vais a empezar a cambiar cosas según vayan saliendo
las votaciones —advierte Kevin.
Acto seguido se levanta y va hacia el despacho para coger un
cuaderno y varios bolígrafos. Cuando regresa reparte una hoja de
papel a cada uno. Todos se animan y van apuntando su top 3 de
ese año mientras Mika sale al escenario e interpreta Happy Ending,
una de sus canciones más representativas.
—Uff..., esta canción, qué recuerdos —señala Kevin—. ¿Vosotros
veíais Fama, ¡a bailar!?
—¡Clarooo! —responde Didi—. Esta canción marcó a toda una
generación.
—La ponían cada vez que alguien era expulsado del concurso —
dice Ángel.
Tras la actuación de Mika llegan los votos del jurado.
—¡Qué nervioooos! —exclama Sebas.
Los países empiezan a dar puntos a España, incluso varios 12
seguidos.
—¡Esto es históricooo! —grita Ángel.
La votación del jurado termina con Italia dando sus puntos.
—¿Perdona? —dice Sebas al cabo—. ¿Italia no nos ha dado ni
un mísero punto?
—Sabían que éramos los favoritos y les ha dado miedo.
¡Cobardes! —replica Clara sin importarle que su chico sea italiano.
Kevin niega con la cabeza.
—Ahora viene el voto del público, este es el verdaderamente
importante —explica Valentín—. Pueden cambiarlo todo en un
segundo.
—Casi todo el público de Eurovisión son maricas como nosotras,
así que tiene que ganar la diosa Chanel sí o sí —comenta Sebas.
Tras varios minutos de votación se confirma que Rumanía se
queda en la decimoctava posición.
—¡Qué injusto! —se queja Kevin.
—Mi bebebé merecía muchísimo más —se lamenta Didi.
Todos están de acuerdo. Y, tras varios minutos de tensión con los
votos, se sabe la clasificación final. En el primer puesto queda
Ucrania, en el segundo Reino Unido y en el tercero España.
—¡Qué penaaaaaa! Por qué poquito —dice Jacob.
—No pasa nada, lo de esta noche ha sido histórico —anima un
Sebas que, de los nervios, no ha podido sentarse durante toda la
votación—. La ganadora moral de este año es Chanel, y así la
vamos a tratar.
—¡Bien dicho! —exclama Clara.
—Oye, ¿quién ha ganado la porra? —se pregunta Valentín.
Todos miran los papeles.
—¿Nadie? —quiere saber Jacob extrañado.
Ninguno ha terminado acertando la porra.
—No tenemos suerte ni para esto —dice Didi haciéndolos reír.
Kevin coge entonces el mando de la tele, abre YouTube y pone la
canción de SloMo a todo volumen. Y todos se levantan a bailar y a
cantar. Ese tercer puesto les sabe a victoria.
Capítulo 40

Pasan un par de días y Clara, que está sentada junto a Piero, ríe
ante lo que acaba de decir Cayetana. Hoy ha salido a cenar con los
amigos del italiano para celebrar el cumpleaños de Tiziano.
—Deberíamos hacer un viaje todos juntos, en parejas —propone
Víctor apoyando su copa en la mesa.
—Che bella idea! —exclama el cumpleañero.
La pelirroja los mira divertida. Se nota que ya llevan unos cuantos
vinos encima.
—¿Y adónde vamos? —quiere saber Cayetana.
—Podríamos ir este finde a Ibiza —propone Víctor.
Tiziano y su novia Fabiana se miran y él sonríe.
—Contare con nosotros —asiente ella.
Piero pasa entonces el brazo por la espalda de Clara.
—E con noi! —exclama.
Nada más decir eso se gana una rápida mirada de su chica, pero
a él le da igual.
—Conmigo por supuesto que puedes contar cariño —dice
Cayetana.
—Perfecto. Estáis seguros, ¿no? Porque en cuanto salgamos del
restaurante llamo a mi padre y dentro de un rato nos tiene
organizado el viaje —señala Víctor.
Todos asienten menos Clara, que sabe que no puede irse así
como así. Además, ya tiene planes para el sábado.
—Víctor, mil gracias, pero yo no voy a poder —explica.
—¡Qué pena, Clara, no será lo mismo sin ti! —se lamenta
Cayetana.
Piero mira a su chica molesto. ¿Qué es eso de que no va a ir?
—Tranquillo, al prossimo viaggio vieni si o si —asegura Fabiana.
Clara asiente con una sonrisa, pero con el rabillo del ojo se ha
dado cuenta de la reacción de Piero. En ese instante se acerca a la
mesa un camarero con una bonita tarta de cumpleaños. Al verlo,
todos se ponen a cantar al unísono el Cumpleaños feliz a su amigo.
Prácticamente el restaurante entero se une a ellos y, al terminar,
Tiziano sopla las velas y agradece a todos el detalle.
—Grazie mille, amore mio! —le dice a Fabiana dándole un
apasionado beso.
El grupo disfruta de la tarta entre anécdotas y buen rollo y, al
terminar, deciden ir a casa de los chicos a tomar algo, ya saldrán de
fiesta más tarde.
—¡La noche es larga! —afirma Fabiana cogida de la mano de su
novio.
Como el restaurante está cerca del piso, van andando. Las tres
parejas caminan por la calle mostrándose cariño y cercanía. Todas
excepto una.
Al salir del restaurante Piero le ha dado la mano a Clara, pero no
se ha molestado en abrir la boca en todo el camino. Sin duda está
enfadado.
Llegan al piso y Cayetana va directa a poner música, mientras
Víctor se dirige a la cocina y unos minutos más tarde reaparece en
el salón con chupitos para todos. Cada uno coge un vasito y Piero
alza el suyo.
—Por Tiziano, salute! —exclama.
El resto lo imita y chocan sus vasos con cuidado.
—Ufff... —resopla Clara al terminarse el suyo.
Deja su vaso vacío en la mesa, pero Víctor se apresura a cogerlo.
—¡Otra rondaaa!
—Uy, qué dices, yo no puedo más. —Clara ríe.
—Yo tampoco —asegura Fabiana.
La italiana coge de la mano a Clara y se la lleva a bailar mientras
los demás vuelven a brindar. Instantes después se unen a ellas
Víctor y Cayetana, y los cuatro lo dan todo durante un rato al ritmo
de Daddy Yankee, Anitta o Rosalía.
A pesar de estar bailando y pasándolo bien, Clara no le quita ojo
a Piero y observa que está casi todo el rato pendiente de su móvil.
¿Qué esperaba?
En cuanto empiezan a sonar los primeros acordes de Señorita,
de Shawn Mendes y Camila Cabello, Fabiana reconoce la melodía y
se echa a los brazos de Tiziano. Le encanta esa canción. Víctor y
Cayetana también se unen para bailar y Clara busca a Piero con la
mirada; sin embargo, él se levanta y va a la cocina. Decide ir tras él,
pues no quiere quedarse ahí sola entre las dos parejas
acarameladas, y al entrar ve que se está rellenando la copa.
—¿Bailamos? —sugiere Clara con una sonrisa.
Pero él no está por la labor y, volviéndose, responde:
—No me apetece in questo momento.
Ella suspira. Siente mucha envidia de la intimidad que comparten
las otras dos parejas que hay en el salón. ¿Por qué ella tiene tan
mala suerte?
—¿Perché no quieres ir a Ibiza? —inquiere él entonces.
—Tengo planes para el sábado, ya lo sabes —responde Clara—.
Además, yo no puedo irme así sin más. Tengo a Cora, y ahora
mismo tampoco me va bien económicamente. Al vivir sola he de
adaptarme.
—Puedes pedirle el dinero a tu hermano.
Clara niega con la cabeza. «Este chico no se entera de nada»,
piensa.
—Piero, no es tan fácil.
—Tampoco lo has intentado —protesta él.
Termina de rellenar su copa y le da un trago.
—¿Qué planes tienes per sábado?
—Te lo dije la semana pasada: mi amigo Jacob hace una fiesta
por su cumpleaños.
Molesto por sentirse siempre excluido de cualquier plan con los
amigos de Clara, el italiano protesta:
—¿Y vas a ir sola? Senza di me?
Ella lo mira y se apresura a contestar:
—Claro que voy a ir sola. Y que sepas que, antes de estar
contigo, también iba a esas fiestas sin acompañante.
Piero niega con la cabeza e inquiere molesto:
—¿Y eso es más importante que un viaggio a Ibiza conmigo?
—Por supuesto, Jacob es mi amigo.
El italiano asiente; Jacob nunca le ha caído bien. Y, alzando
ligeramente la voz, indica mientras señala hacia el pasillo:
—Ellos también son tus amigos.
Desde luego, Clara considera solo conocidos a las personas que
están bailando en el salón, por lo que matiza:
—No te equivoques, ellos son tus amigos.
—Ma cosa stai dicendo?! —exclama Piero gesticulando con las
manos.
Se mueve incómodo en el sitio. Que le lleven la contraria no le
gusta nada.
—Mira, mejor vamos a tu habitación a hablar, porque no quiero
que los demás se enteren de nuestras movidas —propone Clara—.
Esto son cosas entre tú y yo.
Él asiente sin dudarlo. Ambos salen de la cocina, atraviesan el
salón, en donde el resto siguen pasándolo bien, y llegan a la
habitación de él. Nada más entrar ella se sienta en la cama, pero él
se mantiene en pie. Se lo ve incómodo y trata de relajarse con un
cigarro, por lo que Clara rápidamente se levanta y abre la ventana
para tener que soportar la menor cantidad de humo posible.
—¿Qué cosa vuoi parlare?
Ahora ella se quede de pie frente a él. Está claro que ha llegado
el momento de solucionar su problema.
—De que las cosas entre nosotros no van bien, Piero —
responde.
Él la mira con gesto serio.
—Sei tu quien quiere hacer planes por separado —le echa en
cara—. Se supone que somos una pareja.
—Por supuesto. Pero que seamos pareja no quiere decir que
tengamos que hacerlo todo juntos —replica—. Bastantes cosas me
he perdido con mis amigos por intentar pasar tiempo contigo y los
tuyos.
Él niega con la cabeza. ¡Sus amigos no tienen punto de
comparación con los de Clara! Los suyos son divertidos y
adinerados, mientras que los de ella son aburridos e insustanciales.
—No entiendo perché prefieres ir a una fiesta cutre antes que a
Ibiza —señala dando una calada a su cigarro.
Según dice eso, Clara parpadea. Pero ¿qué dice ese imbécil?
—Piero, ¿me lo estás diciendo en serio? —pregunta ofendida—.
¿Estás llamando «cutres» a mis amigos?
—Comparados con miei amici, sì.
Clara tiene cada vez más calor y sabe que es el del enfado que
va creciendo en su interior.
—Estoy flipando...
El chico simplemente bebe de su copa, y Clara replica mirándolo:
—No voy a consentir que insultes a mis amigos llamándolos
«cutres», cuando aquí el único cutre que hay eres tú. —Piero
levanta las cejas y luego ella añade—: Y te voy a decir una cosa:
nunca has tenido la menor intención de conocerlos y...
—Come no?
—No, Piero, no. Para dos veces que he conseguido que vinieras
a algún plan, mira de lo que ha servido. —Y, pensando en la
mudanza y en el día de los karts, añade—: Es más, para
comportarte como lo hiciste con mis amigos, podrías haberte
ahorrado el viaje.
—Lo que estás diciendo es molto egoísta —suelta él molesto.
Ella lo mira sin dar crédito.
—¿Egoísta, yo?
Clara camina nerviosa de un lado a otro de la habitación y
protesta:
—O sea, yo, que literalmente te he abierto las puertas de mi
casa, soy la egoísta, ¿no?
Piero alza los hombros y suelta:
—¿Al final qué ha pasado con las llaves di casa tua?
Clara asiente. Está claro que ese es uno de los temas que le
molestan. Pero, como no quiere hacer leña del árbol caído, indica:
—Que se las queda Didi.
—Davvero?
La pelirroja asiente convencida.
—Por supuesto. Ella es de mi total confianza.
El italiano se enfada más aún al oír eso y exclama levantando la
voz:
—Incredibile! Un amico è más importante que yo.
Piero grita, grita y grita. Le echa en cara demasiadas cosas y,
cuando se acerca a la ventana para tirar la ceniza del cigarro, ella lo
mira y, negando con la cabeza, piensa: «Esto no tiene futuro».
Al ver que Clara no dice nada, añade:
—¿Posso hacerte una pregunta?
—Claro, dime.
Él da entonces una calada a su cigarrillo, toma aire e inquiere con
una sonrisita:
—¿Tutti tus amigos tienen que ser... así?
Clara no sabe si lo ha entendido bien, y susurra:
—¿Perdona?
Piero asiente y, moviendo las manos, aclara:
—Si tienen que ser gais, lesbiche...
Terriblemente molesta, Clara se cruza de brazos y lo corta.
—¿Me lo estás preguntando en serio?
Él asiente, aunque sabe bien que eso le molesta.
—Llama la mia attenzione —contesta.
Clara, a quien esa pregunta y su mala intención le hacen
entender que lo suyo se acaba sí o sí, coge aire y luego murmura
furiosa:
—Piero, tu pregunta y tus comentarios son de muy mal gusto.
—Según tú...
Ella lo mira desconcertada. Pero ¿cómo ha podido estar con
alguien así? Y rápidamente replica:
—Busco tener a mi lado personas que de verdad valgan la pena,
y mis amigos lo son. Son las personas más maravillosas que he
conocido en la vida, por mucho que a ti te joda. Me gusta rodearme
de gente que me hace sentir bien y con la que puedo compartir
risas, bailes y dramas, y, por supuesto, no doy prioridad a saber a
quién quieren o dejan de querer. Les doy prioridad a ellos, a ellos
como personas, igual que ellos me la dan a mí.
Piero no dice nada y Clara añade:
—¿Todos tus amigos tienen que ser heteros?
Él asiente sin dudarlo.
—Estoy con persone con las que me sento cómodo.
Clara cabecea. ¿En serio ha estado saliendo con un tipo así?
—Ahora entiendo muchas cosas —murmura.
Piero da una última calada a su cigarro y lo apaga en el alféizar
de su ventana. La chica se acuerda entonces de muchos de los
desprecios que él les ha hecho a sus amigos y dice alto y claro:
—Esto se acabó, Piero.
Él abre los ojos con exageración.
—Che cosa? —susurra.
—Sabes perfectamente a lo que me refiero —dice Clara—.
Somos del todo contrarios, no tenemos nada en común. Tú no estás
dispuesto a entrar en mi mundo, con mi gente, y yo, aunque sí lo he
hecho en el tuyo, me niego a seguir.
Ambos se miran en silencio unos instantes; en la habitación solo
se oye la música y las risas procedentes del salón.
—Tus amigos son maravillosos —asegura la pelirroja—, cosa que
no puedo decir de ti. —Piero la escucha sorprendido—. Y ya,
después de lo que has dicho hace un momento y que me demuestra
qué clase de persona eres, me lo has dejado más claro aún.
—Ma ora sei enfadada, quizá mañana...
—No, Piero, ni mañana, ni pasado mañana, ¡ni nunca! —lo
interrumpe—. Sé que dicen que no hay que tomar decisiones en
caliente, pero esto es algo que viene de lejos y ya no puedo más.
No te soporto y ahora, con lo que sé de ti, mucho menos.
Él yergue la espalda, se miran a los ojos y luego el italiano dice
con cierta chulería:
—Sei sicuro?
—Segurísima.
—Me vas a echar de menos —se mofa.
—Lo dudo —afirma Clara convencida dándose la vuelta y
caminando hacia la puerta de la habitación.
Piero no le quita ojo; nunca antes lo han dejado. Él es quien
siempre deja, por lo que no tiene intención de moverse y, al ver que
ella abre la puerta, avisa:
—Se te ne vai, no nos vamos a volver a ver más.
Según lo oye, Clara sonríe. No tiene ninguna intención de volver
a verlo. Y, antes de salir, lo mira por última vez y dice:
—Que te vaya bien.
Acto seguido cierra la puerta e inconscientemente suspira
aliviada al darse cuenta de que se ha quitado un gran peso de
encima y que por fin puede volver a ser ella misma.
Capítulo 41

Ya han pasado casi dos semanas desde que Didi le mandó las carta
a Marta y sigue sin recibir respuesta, por lo que piensa cosas como:
«¿Le habrán llegado? ¿Puse mal la dirección? ¿Estará durmiendo
en casa de otra persona y por eso no las ha recibido? ¿Las habrá
tirado a la basura sin ni siquiera leerlas? ...».
Le da vueltas y más vueltas al tema y, la verdad, no sabe qué
pensar. Para el día de hoy Didi ha decidido comer un plato de arroz
con garbanzos al curry sentada en el sofá mientras ve la tele.
De pronto su móvil suena, lo coge y ve que es un mensaje de
Sebas.
Sebas
Te paso la canción de mi crush,
que al final el otro día se me olvidó.
Él sale guapísimo. Y la canción
seguro que te encantaaaa.

Didi accede al enlace que le manda su amigo y conecta el móvil a


la tele para ver el videoclip de Quiero decirte en ella. Empieza a
sonar la melodía y solo con los primeros compases ya sabe que le
va a gustar. La sorpresa viene cuando en la pantalla aparece un
segundo nombre, el de Ana Mena.
«Perfecto..., la cantante favorita de Marta. ¿Es que todo me tiene
que recordar a ella?», se lamenta.
Didi escucha atentamente la canción hasta cinco veces seguidas
y se sorprende con la letra. «Es perfecta...»
Coge su móvil, abre Instagram y se va directamente al perfil de
Marta. Busca en sus fotos hasta que encuentra una en la que sale
con su mejor amigo, Tana. Tiene que escribirle. No le gusta ser
pesada, pero la situación es desesperada, por lo que se va directa a
su perfil y le manda un mensaje privado.
Didi
Hola, Tana, soy Didi.

Él no tarda en responder:
Tana
¡Hola!

Feliz por su rápida respuesta, le echa valor y escribe:


Didi
Necesito tu ayuda, por favor.

Didi espera, espera, espera y al final lee:


Tana
Dime, pero no te prometo nada.

«Vale, al menos me da una oportunidad», se dice ella.


Didi
Imagino que Marta te habrá contado
lo que pasó entre nosotras. No sabes
lo mucho que me arrepiento de ello.
Fui una imbécil.
Tana
De momento vas bien.

«Guay», piensa la morena, y sigue escribiendo.


Didi
Ese día me bloqueé y no supe estar
a la altura, no supe expresarme.
Pero ahora lo tengo claro y quiero
hacer las cosas bien.

De nuevo, espera, espera y espera, hasta que lee:


Tana
Me alegra que reconozcas que no lo hiciste bien. Pero
¿qué quieres decirle concretamente? Porque el día
que te conocí me caíste muy bien, pero, si vas a volver
a hacerle daño a mi amiga, paso de ayudarte en nada
y te bloqueo ahora mismo.

Horrorizada, ella se apresura a teclear.


Didi
¡No me bloquees! Solo quiero decirle que los
sentimientos son mutuos. Que ha conseguido que me
pille por ella aun cuando yo misma creía que eso era
imposible. Y me gustaría pedirle
una segunda oportunidad.

El chico tarda unos segundos que a Didi se le hacen eternos en


contestar.
Tana
Vale, cuenta conmigo. Por cierto,
me gustaron tus cartas.
¿Qué hay que hacer?

Didi sonríe. Saber que Marta ha recibido las cartas e incluso se lo


ha comentado a su amigo es una buena señal. Lo celebra en
silencio en su casa y luego, dispuesta a todo, escribe:
Didi
Perfecto, te cuento...

Y, sin más, la joven le cuenta lo que se le ha ocurrido y juntos


empiezan a darle forma a la idea.
Capítulo 42

Horas más tarde Didi llega al sitio acordado con Tana hecha un
manojo de nervios.
Una vez allí, mientras se acerca al chico y a Ari, se pregunta si lo
de hoy servirá para algo. Si está haciendo lo correcto. Ni siquiera
tiene claro si Marta quiere volver a verla y por eso pasa de sus
cartas.
«Aunque supongo que, si no quisiese volver a verme, sus amigos
no me ayudarían», se dice para animarse.
—¡Hola, Didi! —la saludan Tanta y Ari al verla.
—Hola, chicos —responde ella con una gran sonrisa.
Los dos amigos intercambian una mirada. Saben lo mal que lo
está pasando Marta por lo sucedido entre ellas.
—¿Nerviosa? —le pregunta Ari.
—Bastante —reconoce ella.
La chica sonríe. Las cosas del amor siempre le han encantado. Y,
deseando ser positiva, comenta:
—Que sepas que tus cartas de amor me han parecido ¡lo más!
Didi asiente e, incapaz de callar, dice:
—Me alegra saberlo, pero más me alegraría saber que a Marta
también le han parecido ¡lo más!
Los tres sonríen.
—Creo que cuando Marta te vea lo sabrás —asegura Ari.
Didi afirma con la cabeza, eso espera ella también. Entonces
Tana se da cuenta de que la morena desvía la mirada hacia el local
que está junto a ellos.
—Ya lo he hablado con la dueña y está todo preparado —la
informa—, así que no te preocupes.
Ella asiente. En la vida ha hecho nada parecido. En la vida ha
sacado esa vena tan romántica, pero ahí está, dispuesta a todo por
la chica a la que adora.
—¿Habéis hablado con Marta? —pregunta a continuación.
—Sí —dice Tana—. Viene hacia aquí. Tardará una media hora
más o menos.
Didi cabecea y, consciente de que hay que ser agradecida, acto
seguido murmura:
—Oíd, chicos..., os agradezco mucho que me ayudéis con todo
esto prácticamente sin conocerme.
Ellos dos se miran. Saben que lo que están haciendo será bueno
para Marta.
—No hay de qué —contesta Ari—. Además, haríamos cualquier
cosa por ver a nuestra amiga feliz. Y sabemos que, aunque se hace
la dura, está como loca por verte.
—¿Creéis que le va a gustar la sorpresa? —pregunta entonces
Didi.
Ari y Tana intercambian de nuevo una mirada y sonríen.
—¿Estás de broma? —dice él—. Con lo romántica que es,
seguro que le va a encantar.
—Estoy convencida de que esto entrará directamente en el top
five de las cosas más románticas que le han pasado nunca —
susurra Ari emocionada.
Didi sonríe. Si ellos, que conocen a la perfección a Marta, opinan
eso, seguro que le gusta.
Pasan unos minutos, entonces las puertas del local se abren y de
él salen Nuria, Miguel y Carlos, los amigos de Marta que faltaban.
Didi los saluda.
—Hola, Didiii —responde Nuria.
—Hoy estamos en la sala seis —informa Carlos.
—El seis es mi número de la suerte, así que eso significa que
todo va a salir bien —expresa Ari.
Todos charlan tranquilamente durante un rato hasta que Tana
recibe un mensaje.
Marta
Estoy a tres paradas de metro.

—Marta llega en menos de diez minutos —avisa el chico—. Hay


que ponerse en marcha.
Entran en el local y acompañan a Didi a la sala número 6.
—Una vez que estés dentro, la puerta solo volverá a abrirse
cuando sea Marta la que entre —explica Tana a una nerviosa Didi.
—Vale... —dice ella en un hilo de voz.
—Solo tienes que darle a este botón y en la pantalla aparecerá el
vídeo con las imágenes que hemos montado con tu voz en off
leyendo las cartas. Por cierto, ¡ha quedado espectacular!
Didi asiente. Los amigos de Marta la han ayudado a hacer un
montaje con la película Cartas a Julieta. Los momentos más
románticos, las imágenes de Verona y las escenas más bonitas, con
su voz leyendo lo que le escribió.
—De verdad, muchas gracias. No sé cómo agradecéroslo.
Tana sonríe. Ari también y cuchichea:
—Si haces feliz a Marta, con eso nos damos por agradecidos.
Los tres sonríen.
—¿Y no hay otro lugar para escondernos que no sea el baño? —
se queja Miguel—. Qué sitio tan poco higiénico.
Sus amigos lo miran y Nuria indica:
—Cuando Marta entre en la sala, podremos salir del baño. Te lo
he dicho ya cuatro veces, tío.
—Era por confirmar —se excusa él.
Tana echa un vistazo a su móvil y alza la cabeza con rapidez.
—Tú, para dentro —dice señalando a Didi, y mirando a sus
amigos añade—: Y vosotros, al baño ¡ya! Yo iré a la puerta del local
a esperar a Marta.
—Ya vamos, jefe —bromea Carlos.
—¡Buena suerte! —le desea Nuria a Didi.
—¡Enamórala! —suelta también Ari
Didi asiente y entra en la sala que le han indicado hecha un
manojo de nervios, mientras Nuria, Carlos, Miguel y Ari corren a
refugiarse en el cuarto de baño.
—De aquí sale una boda —dice Ari ganándose un pequeño golpe
en el brazo de parte de Miguel.
—Calla, no empieces con tus prisas —la increpa él.
Entretanto Tana juguetea en la calle con el móvil para hacer
tiempo hasta que aparezca Marta. Y ella no tarda ni dos minutos en
hacerlo.
—Hola, Tanita —lo saluda con un abrazo.
—Hola, Marta, ¿qué tal?
—He tenido días mejores —admite separándose de él—. Me va a
venir genial tener hoy una noche de karaoke.
—Seguro que sí.
La rubia se dispone a entrar, pero ve que Tana no va con ella.
—¿Vienes?
—Sí, ahora voy, que tengo que llamar a mi hermana para ver si
mañana la acompaño al dentista o no —miente—. Ve pasando tú y
vete directamente a la sala seis, que creo que el resto estaban
pidiendo las bebidas.
Ella asiente y, sin dudar de lo que él dice, entra en el local.
Saluda a la empleada de la recepción y va directa a la sala que le
ha indicado su amigo. Abre la puerta y entra prácticamente sin mirar.
Y, antes de que pueda levantar la vista del suelo, empieza a sonar la
música de una canción que Marta reconoce de inmediato, y es Love
Story (Taylor’s Version) de Taylor Swift. Justo la canción que sale en
su película favorita. Y cuando levanta la mirada ve a Didi. Ambas se
miran; ninguna dice nada. Entonces la morena levanta las manos y
susurra, por miedo a que Marta se dé la vuelta y se marche:
—Dame un minuto. ¡Solo un minuto!
Boquiabierta y sorprendida, la rubia asiente. Ver a Didi frente a
ella era lo que más deseaba desde hacía días. De pronto la sala se
queda a oscuras y por la pantalla donde suelen salir las letras de las
canciones del karaoke, empiezan a verse imágenes de Cartas a
Julieta, y se oye la voz de Didi, leyéndole aquellas cartas que le
envió y a las que ella no ha respondido.
Con la emoción en la mirada y la piel de gallina, Marta disfruta del
montaje que Didi ha organizado y no se puede mover. Solo es capaz
de observar aquello tan bonito y que segundo a segundo le está
tocando el corazón.
Pasados un par de minutos el vídeo se acaba. Didi da al botón
para que las luces de la sala se enciendan, y comienza a sonar de
fondo la canción de Ana Mena y Abraham Mateo Quiero decirte.
Una canción que Didi sabe que a Marta le gustará.
Sin hablarse se miran mientras a Didi le sudan hasta las manos
de lo nerviosa que está. Sin quitar ojo a la morena, Marta deja su
mochila en el sofá y se queda de pie frente a ella.
Didi está muerta de vergüenza. «Madre mía, ¡me mueroooo!»
Cierra los ojos pensando en que si esto no funciona, nada de lo que
haga funcionará.
—¡Didi, abre los ojos!
Al oír su voz la morena le hace caso, y lo que se encuentra frente
a ella la hace sonreír. Marta la mira y sonríe. Por su gesto sabe que
todo lo que ha hecho le ha gustado.
—Sé que lo hice mal. Pero le he pedido ayuda a Julieta para
tener una segunda oportunidad. Y creo que me la está dando —
susurra Didi.
Marta asiente. Se acerca a la morena, que sabe que tiene el
corazón roto, y murmura:
—Julieta sabe muy bien lo que hace...
Didi no deja de sonreír; aquello pinta bien. Y cuando Marta está a
unos pocos centímetros de ella, Didi la atrae hacia sí con las manos
y la besa sin dudarlo. Sus labios se unen con ganas, pues se han
echado mucho de menos. Sus brazos recorren sus siluetas y el
calor entre ellas aumenta, hasta que Marta, separándose
ligeramente de ella, musita:
—Hace mucho calor, ¿no?
—Muchísimo —afirma Didi.
Durante unos segundos ambas se miran a los ojos. Se han
echado tanto de menos..., demasiado.
—Eres increíble —dice Marta en un hilo de voz, feliz por lo que
Didi ha sido capaz de hacer por ella.
La joven morena coge entonces la mano de la rubia y la lleva
hasta el sofá. Allí se sientan una frente a la otra y, cuando Didi va a
hablar, Marta pregunta:
—¿Cómo te has atrevido a hacer esto?
—Ni yo misma lo sé —contesta ella aún acalorada—. Pero
necesitaba verte y hablar contigo y no había forma de hacerlo.
—Tus cartas me parecieron preciosas.
Al oír eso Didi parpadea desconcertada.
—¿Y por qué no me dijiste nada?
Marta sonríe y, encogiéndose de hombros, admite con gracia:
—Solo quería mantener unos días la intriga. Como en la película.
Boquiabierta, Didi sonríe y luego murmura:
—Pues te recuerdo que en Cartas a Julieta Claire tarda cincuenta
años en obtener la respuesta a su carta. ¿Pensabas tenerme en vilo
hasta los setenta y cuatro o qué?
Marta suelta una carcajada y, tras darle un cálido pico en los
labios, indica:
—Didi, las cartas que me escribiste son lo más bonito y romántico
que he leído nunca, y sobre todo sabiendo que iban dirigidas a mí.
—Hice caso de lo que me dijiste sobre las cartas de amor y dejé
que fuese mi corazón el que hablase, aunque..., bueno, no soy una
experta ni escribiendo cartas ni hablando de sentimientos —admite.
—Pues lo hiciste muy bien.
—Gracias —musita Didi.
Ambas se miran a los ojos. Se han echado mucho de menos y
tienen muchas cosas que decirse.
—Marta, quiero y necesito pedirte perdón —empieza Didi—. El
último día que nos vimos estuve muy desafortunada. La situación
me superó y no estuve a la altura.
—Yo también me equivoqué... No debería haberle puesto nombre
a lo nuestro sin hablarlo antes contigo.
Didi sonríe. Nada le gustaría más que el hecho de que Marta
fuera su novia.
—Necesito que sepas que pienso y siento absolutamente todo lo
que puse en las cartas —susurra—. Cada coma, cada punto..., todo.
Y lo pienso porque tú tienes... ese algo especial.
Marta no sabe qué decir. El romanticismo que Didi le expone a
corazón abierto la ha pillado totalmente desprevenida.
—Conocerte es de lo mejor que me ha pasado en los últimos
meses —continúa la morena—. Incluso empezó a gustarme ir a
trabajar solo por pasar tiempo contigo —dice recordando las
palabras de Marta la última vez que se vieron—. Adoro estar
contigo, aunque sea viendo una película romántica. Y me encanta
que lo primero que hagas por las mañanas nada más despertarte
sea sonreír, porque tienes que saber que tienes la sonrisa más
bonita del mundo y yo soy una afortunada por poder verla en
primicia. Y, dicho esto, quiero pedirte una oportunidad. La
oportunidad de ser tu novia y que tú seas la mía y...
Pero no puede seguir, pues Marta pone la mano sobre sus labios
y murmura con seriedad:
—Didi, yo estoy dispuesta a intentarlo, pero hay una sola
condición.
—Dime —dice ella en un hilo de voz.
—Que dejes tus miedos a un lado y disfrutemos de lo que
vivamos.
La morena respira hondo. Está dispuesta a aceptar su condición.
—Así será —responde.
—¿Segura? Mira que a Julieta no se le puede mentir.
Didi asiente. A partir de ahora Julieta para ella es una diosa. Y,
recordando algo muy suyo, alza el brazo para poner la mano frente
a ella con el dedo meñique extendido. Marta ríe al darse cuenta de
que quiere hacer una pinky promise como ella misma le enseñó, y
cuando sus dedos se unen Didi afirma:
—Te lo prometo.
Marta se lanza feliz a sus brazos y rápidamente sus bocas se
unen en un precioso beso. Está claro que las dos se quieren y
desean que lo que hay entre ellas funcione.
De repente se oyen un par de golpes en la puerta de la sala y
esta se abre.
—¿Se puede o interrumpimos algo? —pregunta Ari asomándose.
—Podéis pasar —asegura Marta riendo.
Didi y ella se ponen en pie. Marta está saludando a sus amigos,
ya que antes no los ha visto, y en ese momento Tana se acerca a
Didi.
—¿Qué tal ha ido? —quiere saber el chico.
—Superbién —afirma ella.
Marta se separa de Miguel y este comenta:
—Pues sí que están bien insonorizadas estas salas, porque mira
que he pegado la oreja a la puerta y aun así no he conseguido oír
nada...
—Mira que eres cotilla. —Ella ríe al saber que sus amigos
estaban compinchados.
Una vez que están todos en la sala, Nuria coge uno de los
micrófonos.
—¿Cantamos algo?
—¡Sííííí, Shallow! —se apresura a decir Carlos.
—Pero hoy canto yo la parte de Lady Gaga —avisa Nuria.
—Nooooo, ni de coña —protesta él.
—Carlos, no empecemos —se queja la chica.
El resto se acomodan en el sofá mientras ellos discuten, y Marta
susurra acariciando el brazo de Didi:
—Entonces ¿ahora qué somos?
—Pareja, ¿no? —dice ella con seguridad
Ambas se miran, sonríen y Marta musita:
—Por lo tanto, ¿puedo decir que eres mi novia?
A Didi se le escapa una mueca. Nunca había pensado que eso
volviese a ocurrir. Pero, sí, oficialmente tiene una novia.
—Por supuesto —afirma.
Marta sonríe y vuelve a besar a su novia en los labios.
Capítulo 43

El sábado 21 de mayo, todos están listos para celebrar el


cumpleaños de Jacob aunque sea con diez días de retraso. Los
invitados van llegando a su piso, que se llena de música y de gente.
—¡Adelante, estáis en vuestra casa! —dice él a los recién
llegados.
Sebas y Valentín se abren paso entre la gente.
—Pero ¿tú cuántos amigos tienes? —pregunta Valentín
sorprendido de la cantidad de gente que ve allí.
—Uno tiene sus contactos. —Jacob ríe.
Llegan al salón y rápidamente Sebas ve a alguien que conoce.
—¡Ahí está Didi, vamos!
Coge a su novio de la mano mientras Jacob vuelve a salir para
abrir la puerta a más gente.
—¡Hola, guapoooos! —dice ella al verlos llegar.
—Vaya fiestón ha montado Jacob, ¿no? —comenta Valentín tras
saludar a su amiga.
—Estoy igual de sorprendida que vosotros —responde la morena.
Se están moviendo al ritmo de la música cuando oyen:
—¡Aquí estáis!
Acaban de llegar los tres que faltaban. Didi se fija en Clara. No es
que deseara ver al caradura de Piero, pero le sorprende que su
amiga acuda sola.
—¿Estáis preparados para el momento en que suene SloMo? —
pregunta Sebas ahora que están todos—. Porque, como la buena
mamarracha que soy, me he pasado toda la mañana
aprendiéndome el dance break de la canción.
Los seis se echan a reír.
—¿Qué me he perdido? —dice Jacob uniéndose a ellos.
Sebas se lo explica y también se une a las risas.
—A ver, ahora que estamos todos y aún no habéis bebido, quiero
contaros una cosa —comenta Didi.
Con el ruido de la música, les cuesta oírse.
—Esperad, veníos a la cocina —indica Jacob.
Los demás lo siguen. Allí hay menos jaleo.
—¿Qué nos quieres contar? —pregunta Valentín intrigado.
—Ay, Maléfica, ¿estás embarazada? —exclama Sebas.
—¿Te han cogido para lo del máster? —sugiere Ángel.
—¿Has recibido la llamada del Señor y quieres ser monja? —se
mofa Jacob.
Ella niega con una sonrisa. Sus amigos son una de las mejores
cosas que tiene en la vida.
—No es nada de eso —contesta—. Pero, por favor, quiero que
cuando os lo cuente no os pongáis superpesados con el tema. Ya
habrá otros días para hablarlo con calma y entrar en detalles,
¿entendido?
Todos asienten y no se dan cuenta de que Didi y Clara
intercambian una mirada cómplice. Ella sabe lo que les va a contar
su amiga y no puede hacer otra cosa más que mirar a los demás
expectante.
—Dios mío, dilo ya —se queja Kevin.
—Es oficial, tengo novia —suelta entonces Didi de sopetón.
Los chicos se quedan unos segundos en silencio procesando la
información. ¿Que tiene novia?
—Es coña, ¿no? —dice Sebas sorprendido.
La morena sonríe, le enseña su móvil para que vean que tiene
puesta una foto de fondo de pantalla y añade:
—Os presento a Marta.
Todos se acercan para ver bien la imagen y Sebas se lleva las
manos a la boca de forma dramática.
—¡¿Qué me estás contandoooooo?!
—Vaya con Didi... —dice Kevin—, un poco más y nos enteramos
el día de la boda.
Ella lo mira divertida.
—No corras tanto.
Todos comentan, todos dicen algo al respecto, pero a Didi nunca
le ha gustado mucho ser el centro de atención.
—Es guapísima —señala Ángel a continuación.
—Es que tengo muy buen gusto. —La morena ríe.
—¿Y no le has dicho que venga a la fiesta? —quiere saber
Jacob.
Ella niega con la cabeza. Lo pensó, pero prefiere que la
presentación sea de otra manera. Y, señalando al grupo, increpa:
—No porque, aparte de que hoy el protagonista eres tú, no quiero
que de primeras os conozca aquí y se asuste.
—¿Perdona? —protesta Sebas.
—¡Madre mía, para que digas eso, a saber qué le has contado de
nosotros! —Valentín ríe.
—Oye, guapa, que aquí somos todos simpatiquísimos y
superformales —bromea Kevin.
—Sobre todo formales —repite Clara entre risas.
Sebas, que aún no se cree al cien por cien lo que su amiga les
acaba de contar, murmura:
—Didi, necesito saberlo todo. Pero absolutamente todo. Cómo os
conocisteis, quién dio el primer paso, cómo ha conseguido esa chica
que la eterna soltera deje de serlo...
—Bueno, pero eso ya lo dejamos para otro día —dice ella
guardándose el móvil—. Hoy es la noche de Jacob.
—Pero ¿cómo me voy a quedar así? —se queja él.
Didi tiene suerte y en ese momento empieza a sonar About Damn
Time de Lizzo.
—¡Me encanta esta canciónnnn! —exclama Valentín arrastrando
a su novio hacia el salón.
El resto del grupo hacen lo mismo y disfrutan bailando y cantando
ese temazo.
Tras darlo todo durante varias canciones seguidas, Clara decide
sentarse un rato. Didi se da cuenta y va con ella.
—¿Qué te pasa, reina? —pregunta acomodándose a su lado.
—Que necesitaba tomar un poco de aliento —dice quitándose el
pelo de la cara.
Las dos miran a la gente, que sigue divirtiéndose al ritmo de Lady
Gaga.
—Vaya sorpresa les has dado contándoles lo de Marta, no
pensaba que fueses a decirlo tan pronto —comenta Clara.
—Me daba pereza seguir ocultándolo; ¿para qué, si estar con ella
me hace feliz?
La pelirroja asiente. Cuando estás feliz, lo que más te apetece
hacer es gritarlo a los cuatro vientos y compartirlo con la gente a la
que quieres.
—Me ha sorprendido ver que hoy venías sola —afirma Didi.
Clara asiente. Nadie sabe lo que ha ocurrido con el italiano.
—Piero y yo ya no estamos juntos —confiesa.
Rápidamente Didi mira a su amiga. Ahora entiende ese algo raro
que veía en ella.
—¿Y qué ha ocurrido para que se dé semejante milagro?
Clara sonríe. Ahora mismo no le apetece entrar en detalles, ya
tendrán tiempo como para comentarlo con tranquilidad.
—Que me cansé de sus tonterías, su egocentrismo y su egoísmo
—contesta simplemente.
Didi pone los ojos en blanco. Odia tanto ciertas actitudes que no
puede hacer otra cosa que lamentarse.
—Qué pereza me dan los machirulos, de verdad. Menos mal que
Jacob, el hetero del grupo, no es uno de ellos.
Clara se ríe, pues ve cómo su amiga intenta reconducir la
conversación hacia donde ella quiere. Y entonces Didi, señalando a
sus amigos, que bailan, pregunta:
—¿No les vas a contar lo de Piero?
La joven niega con la cabeza.
—Esta noche no. Como tú misma has dicho, el prota es otro.
Sus ojos van directos a Jacob, y su amiga se da cuenta. En ese
momento está haciéndose fotos con unos amigos que ellas no
conocen. Posan de mil maneras distintas, ninguna igual que la
anterior.
—¿Estará Raquel en esta fiesta? —suelta entonces Didi con
sarcasmo.
Oír ese nombre hace que Clara tome aire, pero, sin querer hacer
un drama sobre algo en lo que sabe que no tiene que meterse,
contesta:
—Posiblemente.
Didi asiente, pero sigue picando a su amiga:
—Hoy nuestro cumpleañero tiene el guapo subido, ¿no crees?
Clara afirma con la cabeza. Decir lo contrario sería ridículo.
—La verdad es que sí.
La morena la mira sorprendida, por fin sale de su boca un halago
hacia él y no una tonta excusa. Jacob, que en ese instante
intercambia una mirada con ellas y se da cuenta de que lo están
observando, les sonríe y se dirige hacia ellas.
—Vaya —murmura Didi sarcástica—, fíjate quién viene...
Él llega hasta donde se encuentran y se agacha para estar a su
altura, ya que siguen sentadas en el sofá.
—¿Qué tal, chicas? —pregunta.
—¡Bien! —afirman las dos al unísono.
—¿De qué habláis?
Ellas se miran y es Didi la primera en hablar.
—De lo guapísimo que estás hoy.
—Ah, ¿sííííí? —Él ríe—. ¿Os gustan mis pantalones? Me los ha
regalado mi madre por mi cumpleaños.
—Te quedan muy muy bien —responde Clara.
—Desde que he entrado por la puerta llevo buscando la manera
de robártelos —bromea Didi—. ¿De dónde son?
—Creo que de Zalando, mañana te paso la referencia.
Mientras ellos charlan Clara no le quita ojo. Al estar en cuclillas, a
Jacob le cuesta mantener el equilibrio y, antes de perderlo, apoya
con naturalidad la mano encima de la pierna de ella. Él no parece
darle mayor importancia, pero a Clara cada vez que lo hace se le
pone la carne de gallina.
Didi, a quien no se le escapa una y siempre nota esa corriente
especial entre ellos, cuando oye la canción que está empezando a
sonar les coge una mano a cada uno y dice:
—¡Vamos, esta me encanta!
Los tres se ponen en pie de un salto y Didi los arrastra entre la
gente que baila y canta Cristina, de Sebastián Yatra.
—¿Tú conoces esta canción? —pregunta Jacob asombrado.
—Hombre, por supuesto... Vaya imagen tenéis todos de mí, ¡que
tampoco vivo en una caverna! —protesta ella.
No pasan ni veinte segundos hasta que Didi encuentra la forma
de escabullirse.
—¡Ahora mismo vuelvo! —dice antes de alejarse.
«Es para matarla...», piensa Clara viendo la situación.
Jacob mira a la pelirroja y le ofrece la mano.
—¿Seguimos bailamos?
Ella acepta encantada y sus cuerpos comienzan a moverse al
ritmo de la música.
—«¿Cómo te pido que te enamores...?» —canta Jacob.
Ella lo mira sin dar crédito, ¿eso dice la letra de la canción?
—¿Te la sabes? —pregunta con nerviosismo.
—Claro, si la playlist para la fiesta la he hecho yo —afirma con
una sonrisa.
La canción continúa y a Clara se le hace cada vez más difícil
sostenerle la mirada. E, incapaz de dejar de pensar en algo que le
ronda la mente, dice:
—¿Tu chica está por aquí?
—¿Qué chica? —quiere saber Jacob.
Viendo que el ansia por saber la ha llevado a esa situación, Clara
murmura:
—Raquel.
Jacob asiente al oír ese nombre y, tras acercar la boca a su oreja,
susurra:
—Raquel es la chica que está junto a la ventana con la falda
vaquera.
Clara mira hacia allí de inmediato. La que indica Jacob es una
chica alta, rubia, muy guapa. Sin duda pega bastante con él.
—Y el chico que está a su lado, Jonás, es su novio —añade él
entonces.
Según dice eso, Clara parpadea y Jacob afirma con una sonrisa:
—Raquel es solo una buena amiga, nada más.
Boquiabierta, ella no sabe qué pensar.
—Pero tú dijiste...
—Por decir —la corta Jacob— se pueden decir muchas cosas.
Ella asiente desconcertada.
—¿Qué tal con Piero? —pregunta él a continuación—. Pensé que
hoy vendrías con él.
Clara lo mira. Es absurdo mentir. Y, sin poder remediarlo, sale de
su boca:
—Ya no estoy con él. Rompimos hace unos días.
Según dice eso, Jacob se para en seco.
—No me digas, Clara —musita—, lo siento mucho.
—No lo sientas. Es lo mejor —indica ella.
Vuelven a bailar y, al poco, él le dice:
—¿Estás bien?
—Sí, no te preocupes —asegura Clara—. Éramos demasiado
diferentes.
—Ahora que ya no estáis juntos, te voy a ser sincero —dice
entonces Jacob mirándola—. Piero no me gustó nunca para ti.
Ella lo mira a su vez mientras nota el calor de sus manos sobre
su cuerpo. Jacob le encanta.
—¿Y eso por qué? —pregunta.
—No sé, no me daba buen rollo... No sé explicarlo.
Clara se esfuerza en sostenerle la mirada.
—Entonces ¿quién te gusta para mí?
Jacob hace una mueca simulando que lo está pensando y
después, mirándola directamente a los ojos, murmura:
—Mmmm..., no sabría qué decirte... Pero creo que de esta fiesta,
nadie.
Ella sonríe y, en un tono más íntimo de lo normal, pregunta:
—¿Cómo que nadie?
Jacob no puede apartar la mirada de ella. Le alegra saber que ya
no está con el italiano. Y, cuando va a dar un paso, y quizá a
cometer la cagada del siglo, un chico alto con el pelo largo se les
acerca, pasa el brazo por los hombros de Jacob y dice con
familiaridad:
—¡Jacob, ¿qué tal, tío?! How you doing?
Clara y él intercambian una mirada de complicidad. Jacob no
puede hacer otra cosa que soltar sus manos y saludar al chico.
Clara se aleja entonces de él y ve a Didi apoyada en una pared
tomándose una Coca-Cola.
—¿Qué, observando tu obra maestra? —dice al llegar junto a
ella.
—Qué putada que haya aparecido el amigo, ibais tan bien... —se
lamenta la morena.
Clara le quita la bebida a su amiga y da un trago. Didi aprovecha
y desbloquea el móvil para enseñarle algo.
—Dime que no ves complicidad aquí.
La pelirroja observa la foto y se da cuenta de que son Jacob y
ella hace unos segundos.
—O sea, ¿que no te vale con ser celestina, que ahora también
eres paparazzi? —Ríe imaginándose a su amiga al hacer la foto.
—Estabais a puntito de caramelo —afirma Didi.
—Qué va, ves cosas donde no las hay.
—Sí, claro..., como que yo me chupo el dedo —dice la amiga.
Kevin y Ángel se les acercan y el primero se fija enseguida en la
foto.
—¿Eso cuándo ha pasado? —pregunta haciendo que las chicas
lo miren.
—Hace más o menos un minuto —responde Didi.
La pareja observa más detenidamente la foto.
—Si Piero se entera de esto, no creo que le haga mucha gracia...
—comenta Ángel al ver la más que evidente complicidad que
desprende la imagen.
—Por el caradura no hay problema, ya no están juntos —suelta
Didi.
Las caras de los chicos son un poema. Clara les explica lo que
pasó y Kevin abraza a su hermana mientras celebra:
—¡Por fin! No veía la hora de que dejases a ese machirulo
engreído.
—¿Tan mal te caía? —pregunta ella sorprendida.
—Fatal, no podía con él —dice Ángel.
—Si tan mal os caía a todos, ¿por qué nadie me dijo nada? —
protesta ella.
Los tres amigos se miran entre sí.
—No queríamos meternos donde no nos llaman —acaba diciendo
Ángel.
—Bueno, reina, creo que yo sí te dije más de una vez lo que
pensaba del italiano y, después de los karts, creo que todos te lo
dijeron también sin necesidad de hablar —repone Didi.
Clara asiente, sabe que su amiga tiene razón.
—Desde luego, tú me lo dejabas bien claro casi a diario —afirma
riéndose.
En ese momento empieza a sonar SloMo y prácticamente todo el
mundo que está en la fiesta grita y se va hacia salón cantando. Los
amigos se miran entre sí. Han visto el vídeo de la actuación cientos
de veces, ya sea por su cuenta o porque Sebas ha hecho que
vuelvan a verlo.
—¡SEBAAAAS! —grita Didi buscándolo.
Ni dos segundos tardan Sebas y Valentín en pasar de la cocina al
salón.
—¡Chanelazooooo! —se oye exclamar a una chica.
Llega el estribillo y Ángel, que está junto a los interruptores,
comienza a apagar y encender las luces imitando la actuación de
Eurovisión.
Se acerca la parte del dance break de Chanel y todos hacen
espacio en el centro del salón. No solo se anima Sebas, sino que
dos chicas se unen a él y todo el mundo se pone a gritar.
—¡DALE, SEBAAAS! —chilla Didi.
—¡Vamos, cariñooooo! —lo anima Valentín mientras lo graba.
Él y las otras dos chicas se mueven con agilidad, hasta se tiran
por el suelo y hacen el movimiento de melena del final. Todo el
mundo canta y baila y, antes de que termine la actuación, y como
hace Chanel, exclaman:
—¡AGUAAAA!
Una vez que acaban, la casa se llena de aplausos y silbidos, y
Sebas va hacia sus amigos con una gran sonrisa en la cara.
—Han servido de algo... las horas que le he dedicado... esta
mañana —dice casi sin aire.
Sus amigos lo reciben alucinados entre felicitaciones.
—Sebas, lo has clavado, increíble —lo halaga Clara.
—Impresionante —dice también Ángel.
A continuación suena Agua, de Daddy Yankee, Rauw Alejandro y
Nile Rodgers, y Clara no lo duda. Le encanta esa canción, y arrastra
a sus amigos a bailar con ella.
Capítulo 44

La noche avanza y la fiesta sigue por todo lo alto. Jacob baila,


disfruta, se hace fotos con sus amigos... Todo va como él quería,
mejor incluso. Y más tras enterarse de que Clara ya no está con
Piero. Sabe que tendrá que hablar de eso con ella, pero será otro
día. Quiere darle tiempo para que no se sienta agobiada.
En un momento dado Clara va a la cocina a buscar algo de beber
y, cuando regresa, lo busca con la mirada. Lo ve moverse con una
chica rubia al ritmo de Bailé con mi ex de Becky G y no puede hacer
otra cosa más que quedarse mirando. No lo ha visto bailar así con
nadie en toda la noche.
Jacob coge con suavidad las manos de la chica. Ella da una
vuelta sobre sí misma con gracia y a continuación lo hace él. Ambos
se echan a reír.
«Se entienden bastante bien...», piensa Clara.
Kevin, que está charlando con los demás a unos metros, hace
unos minutos que se ha percatado de que su hermana está
pendiente de Jacob.
—No le quitas ojo, ¿eh? —murmura acercándose a ella.
—Solo miraba lo bien que bailan —miente.
Kevin y Clara intercambian una mirada.
—Sabes que entre nosotros no hay secretos, ¿no? —dice él—.
Así que a otros quizá sí, pero a mí no me engañas.
Clara asiente.
—Pero es mi amigo, Kevin —se lamenta su hermana mirando a
Jacob.
—¿Y qué hay mejor en esta vida que el hecho de que tu pareja
sea tu amiga? —responde él.
Ella sabe que tiene razón. Ahora es Didi la que se acerca a ellos.
—Clara, vengo a dar una posible mala noticia.
Ella aparta la vista de Jacob para mirar a su amiga.
—¿Ha pasado algo?
—Me acabo de enterar por unos amigos de Jacob de que la chica
con la que está bailando es su ex.
Kevin mira a su hermana, consciente de que en ese momento la
atacan los nervios.
«Antes, cuando hemos bailado, me ha dicho que no le gustaba
nadie para mí, y ahora está bailando con ella... ¿Habré perdido mi
oportunidad?»
—Si yo fuera tú y quisiera decirle algo, lo haría en este mismo
momento. No te vayas a arrepentir de haberte quedado esperando y
te lamentes después de que otra vea en él ese algo especial —
apostilla Didi.
La mente de Clara va a mil por hora. «¿Lo hago o no lo hago?»,
se repite una y otra vez.
—Te daré un consejo que me dio un buen amigo: déjate llevar y
disfrútalo —añade su amiga antes de volver con los demás.
Kevin se queda pendiente de su hermana. ¿Qué va a hacer? Ni
ella misma lo sabe. Pero, de pronto, cuando acaba la canción, se
encamina hacia él sin dudarlo y dice agarrándolo de la mano para
llamar su atención:
—Jacob, necesito hablar contigo.
—¿Ahora? —pregunta él algo confundido.
—Ahora.
Jacob se disculpa con los amigos con los que está y, tras agarrar
su mano, indica:
—Ven.
Clara se deja guiar hasta llegar a la habitación. Una vez que han
entrado los dos, Jacob cierra la puerta y pregunta preocupado:
—Dime, ¿qué pasa? ¿Necesitas algo?
Clara asiente. No sabe realmente qué decirle, y entonces suelta
todo lo rápido que puede:
—Necesito decirte lo que siento.
Jacob alza las cejas sorprendido. De todas las respuestas que
podía darle, esa era la que menos se esperaba.
—Vale —musita—, vamos a sentarnos.
Los dos se aproximan a la cama y se sientan en ella.
—No sé ni por dónde empezar... —dice Clara nerviosa como en
su vida.
Jacob se acerca a ella, le acaricia la mano y susurra:
—Digas lo que digas, estará bien dicho.
Clara coge aire y lo mira.
—Desde que te conocí —comienza—, has sido un muy buen
amigo y me gustaría que, diga lo que diga ahora, eso no cambie.
—Te lo prometo —asegura Jacob.
—Bueno, pues, como te he dicho, siempre has sido un gran
amigo, y así es como te veía hasta la primera fiesta de mi tía Cecilia
a la que fuimos juntos.
Él asiente.
—Esa noche, cuando bailamos La promesa de Melendi, mi
canción favorita, algo cambió dentro de mí. Recuerdo que se me
puso la carne de gallina y hasta se me aceleró el corazón, pero creo
que lo disimulé bastante bien.
—Ajá...
—A partir de ese día traté de autoconvencerme de que no me
podías gustar. Me repetía una y otra vez que no eras mi tipo, que
eras más joven que yo, que no me gustan los rubios...
—Si quieres, me tiño de moreno y probamos —bromea él
haciéndola sonreír.
—Y todo fue bien... Luego te marchaste a Australia, nos veíamos
alguna vez por videollamada... Yo seguí conociendo chicos, pero es
cierto que tú siempre estabas en mi cabeza.
Jacob no aparta la mirada de ella ni un segundo. En la vida
imaginó nada de lo que le está contando, y le encanta.
—Pero, aaay, madre... —prosigue ella—. Cuando volviste de
Australia con el pelo largo y alborotado, la piel morena de haber
estado haciendo surf y, encima, me regalaste esas zapatillas
personalizadas..., esa tarde me di cuenta de que era incapaz de
sostenerte la mirada, y noté que se me complicaba la vida.
Él sonríe mientras la escucha.
—Justo en ese momento apareció Piero de nuevo en mi vida, y
empecé con él como quien se agarra a un clavo ardiendo —admite
Clara—. Lo pasaba bien con él, pero creo que al final era una forma
de intentar mantener la mente ocupada y no pensar en ti. Porque tú
eres mi amigo y no la quiero cagar contigo.
La chica vuelve a coger aire profundamente. Necesita seguir
hablando y que el nudo de su garganta no pueda con ella.
—Y ahora estoy aquí, en tu fiesta de cumpleaños, deseando
estar contigo, porque tú... tú... tienes ese algo especial, pero te veo
bailar con tu ex y...
—¿Mi ex?
Clara asiente.
—Sí, la chica rubia con la que estabas bailando hace un
momento.
Jacob se echa a reír y responde con sinceridad:
—Esa no es mi ex. Esa es mi prima Dorothy, que ha coincido que
estaba en Madrid este fin de semana y le he dicho que se viniera a
la fiesta.
Clara lo mira con la boca abierta, y luego él pregunta divertido:
—¿Quién te ha dicho que era mi ex?
Clara niega con la cabeza. Didi es una lianta de mucho cuidado.
—Nuestra querida amiga Didi —contesta.
Según dice eso, los dos rompen a reír. La risa afloja las
tensiones. Jacob coge entonces su mano, la mira a los ojos y dice:
—Como tú acabas de exteriorizar tus sentimientos, yo voy a
hacer lo mismo.
Clara respira hondo y desea que sea algo mutuo. De no ser así,
se morirá de vergüenza.
—El día que me dirigí a ti por primera vez en la universidad sabía
que hablabas español —asegura él—. Te oí preguntarles a unas
chicas si podían ayudarte y pensé que resultaría más divertido si yo
te hablaba en inglés. Pensé que así, entre tanta gente, conseguiría
marcar la diferencia.
Ella lo mira sin dar crédito, no tenía ni idea.
—Después te uniste a nuestro grupo y poco a poco empecé a
darme cuenta de lo mucho que me gustaba pasar tiempo contigo.
Pero como por tu parte nunca vi ningún interés más allá de una
amistad, me conformé. Y no es que yo no haya conocido chicas
estos años, el problema era que ninguna eras tú.
—Jacob...
—Eso también fue algo que me impulsó a irme a Australia
cuando tuve la oportunidad, distanciarme y conocer gente nueva me
vendría bien —explica—. De hecho, al regresar y ver que
empezabas con el italiano, pensé que eso era justo lo que
necesitaba para darme cuenta de que lo nuestro no iba a ser, y por
eso dejé que creyeras que Raquel era mi chica.
Clara lo mira apenada. Jamás habría imaginado lo que le está
contando.
—Pero antes —prosigue Jacob—, cuando Didi nos ha dejado
solos bailando la canción de Sebastián Yatra y tú me has dicho que
ya no estás con Piero, he sabido que tenía que hablar contigo,
porque tú para mí tienes ese algo especial que m...
Clara lo besa. Lo hace callar con un beso. Sus bocas, tímidas en
un principio, se van animando cada segundo que pasa y el deseo
los hace dejarse llevar y disfrutar. Está claro que ambos ansiaban
ese beso.
Jacob acerca su cuerpo al de ella. Una de sus manos le acaricia
el muslo y eso hace que a Clara se le erice la piel, mientras ella
posa las manos en su nuca y juguetea con su pelo sin parar de
besarlo.
—Va... val... vale... —murmura él echándose hacia atrás.
Ambos sonríen acalorados.
—Mejor paramos —susurra Clara.
—Sí, mejor. No es el momento —responde él consciente de que
tiene la casa llena de gente.
Ella se pone en pie para que le dé un poco el aire mientras Jacob
bromea:
—Después de tanto tiempo deseándolo, no me puedo creer que
acabe de pasar esto.
La joven asiente, sonríe.
—Con la cantidad de veces que me ha dicho Didi lo buena pareja
que haríamos... —añade él.
—¿A ti también? —pregunta ella.
—Sí.
—La madre que la parió —se mofa Clara.
—Nuestra amiga es toda una celestina. —Jacob ríe.
Luego se levanta y se recoloca la camiseta. Clara lo observa y él
se da cuenta, por lo que, acercándose a ella, la abraza por la cintura
y musita:
—No me puedo creer que este día acabe así.
La pelirroja sonríe, lo mira a los ojos y susurra:
—Las mejores cosas de la vida suelen ser las inesperadas.
Jacob vuelve a acercarse a ella para besarla y, cuando el beso
acaba, pregunta:
—¿Cuándo se lo decimos a estos?
Clara entiende de inmediato que «estos» son sus amigos. Pero
entonces lo hace callar con una seña y, dirigiéndose a la puerta, la
abre de sopetón y exclama riendo a carcajadas:
—¡Estos ya se han enterado!
Didi, Kevin, Sebas, Valentín y Ángel ríen divertidos.
—Menuda panda de cotillas —murmura Jacob con cariño.
Los amigos se abrazan riendo. Sin duda lo que acaba de ocurrir
es algo que todos deseaban en cierto modo. Entonces, de pronto
comienza a sonar As It Was del fabuloso Harry Styles y los chicos
salen de la habitación para darlo todo, bailar y disfrutar.
Epílogo

Septiembre de 2022

Meses más tarde llegó la esperada boda de Cecilia y Hunter.


La ceremonia se celebró hace un par de semanas en el juzgado.
Kevin y Clara los acompañaron, firmaron y lo festejaron yéndose a
comer los cuatro juntos.
Lo bueno de la boda viene ahora. La pareja ha alquilado una villa
con un amplio jardín, piscina privada y fácil acceso a la playa en
Marbella. Han invitado a muchas personas, algunas de las cuales se
quedarán a dormir en la casa, ya que esta cuenta con varias
habitaciones, y otras irán a un hotel.
Los mellizos y sus amigos se alojan todos en la villa. De hecho,
han viajado todos juntos en avión y una furgoneta los ha trasladado
hasta la casa desde el aeropuerto.
—¿Me estás vacilando? —murmura Valentín al bajar del vehículo.
Uno a uno se apean y alucinan al ver el casoplón que tienen
delante.
—¿Estáis seguros de que estamos en el sitio correcto? —Ángel
duda.
Kevin echa un ojo a su móvil mientras su chico y Jacob ayudan a
bajar las maletas.
—Que yo sepa, sí —confirma el pelirrojo.
—A mí me dices que la dueña de esta villa es una de las
hermanas Kardashian y me lo creo —dice Sebas con la boca
abierta.
Cuando han descargado ya todo el equipaje, cada uno coge su
maleta y, juntos, caminan hacia el interior. Llegan a la puerta y un
hombre la abre para que pasen dentro.
—Esto es increíble —dice Marta con la boca abierta.
Cecilia no tarda en aparecer.
—¡Ya habéis llegado! —exclama saludándolos uno a uno con
familiaridad.
—¿Somos los primeros? —quiere saber Clara.
Su tía asiente.
—Cecilia, te presento a Marta, mi novia —dice Didi.
La mujer la saluda con dos besos igual que al resto y la rubia se
apresura a decir:
—Le agradezco mucho que me haya invitado a su boda.
—¡Uy! No me hables de usted, que no soy tan mayor —bromea
Cecilia—. Encantada, Marta, tenía ganas de conocerte.
La chica asiente con una sonrisa.
—¿Y este pedazo de casa, tía? —pregunta su sobrino.
—Nos apetecía tirar la casa por la ventana. —Ríe y, poniéndose
frente a todos, les explica—: A ver, como hay más invitados que se
quedarán a dormir, vais a tener que compartir habitaciones.
Ellos asienten.
—Tenéis dos dormitorios, así que lo mejor será que os dividáis
dos parejas en cada uno, aunque eso ya es decisión vuestra.
Clara y Didi se miran.
—Las habitaciones están aquí, en la planta baja. Únicamente
tenéis que ir hacia allá —señala—. Atravesáis el salón y la cocina y
llegáis sin problema. Están una al lado de la otra y no hay ninguna
más, o sea que podréis estar tranquilos. Cada habitación cuenta con
baño propio, aunque disponéis de más aseos en esta planta.
Por sus caras Cecilia se da cuenta de que los ocho siguen
alucinando con la casa, así que decide darles la última información y
dejar que se instalen.
—Si tenéis hambre, solo tenéis que ir a la cocina, donde siempre
encontraréis comida, las veinticuatro horas del día. La ceremonia se
celebrará esta tarde en el jardín, sobre las cinco y media, después
habrá una cena y, por último, fiesta hasta que los cuerpos aguanten.
¡Nos vemos luego!
Cecilia se va y los mellizos se miran entre sí.
—Ha dicho por allí, ¿no? —pregunta Kevin.
Clara comienza a caminar siguiendo las indicaciones de su tía.
—¡Madre mía, qué bien huele! —exclama Valentín al pasar frente
a la cocina.
—Con el hambre que tengo, dentro de cinco minutos estoy por
aquí —dice Didi.
Llegan frente a las habitaciones y Clara no tarda en avisar:
—Una es para nosotras —y mirando a su hermano añade—: La
otra, para vosotros.
—¿Y eso por qué? —se queja Valentín.
—Porque hemos sido más rápidas. —Didi ríe.
—No sé si voy a poder perdonaros que me hayáis dejado fuera
de la habitación de chicas —informa Sebas cruzándose de brazos.
Didi mira a su amigo y se vuelve a reír.
—Lo que te gusta a ti un buen drama.
Marta no puede más que observarlos, son un show. Ese verano
los ha conocido bastante, incluso un día fueron sus amigos y los de
Didi juntos al karaoke. Fue una noche memorable. Pero, aun
habiendo pasado tiempo con ellos, le sigue sorprendiendo y
divirtiendo cómo reaccionan en según qué situaciones.
—Si tú quieres, Sebas, te cedo mi sitio —le ofrece Jacob.
Él lo mira con una gran sonrisa.
—¿Ves?, esto es un buen amigo —dice desviando la vista hacia
Didi—. Acepto encantado el cambio.
—Cuidado, que aún vas a dormir en el baño esta noche —lo
avisa su amiga.
Los ocho entran en las habitaciones y deshacen las maletas.
Cuelgan la ropa en los amplios armarios, ya que no quieren que
todo esté arrugado para la tarde.
—¿Y ahora qué hacemos? —pregunta Marta cuando ha
terminado.
Clara mira el reloj, aún tienen varias horas por delante.
—¿Nos ponemos los bikinis y nos damos un chapuzón? —
sugiere.
A todos les parece un buen plan.
Una vez que salen de las habitaciones con sus bañadores y
pasan por la cocina, salen al jardín.
—Creo que podría acostumbrarme a vivir así —dice Jacob viendo
las vistas que tienen de la playa.
—Tú y todos, rey —responde Didi dándole una palmadita en la
espalda.
Bajan a la playa y allí pasan las horas que les quedan
metiéndose en el mar, tomando el sol, caminando, charlando...
Cuando ven que ya se acerca la hora, vuelven a la casa y, en esta
ocasión, se cruzan con otros invitados. Se nota que se acerca el
momento de la celebración.
Los amigos se duchan por turnos y se arreglan en las
habitaciones siguiendo el dress code que Cecilia ha pedido que se
respete, como es habitual en ella cuando organiza algún evento. En
esta ocasión era: colores. Dejó claro que cuanto menos negro
hubiera, mejor. Quiere una boda viva, divertida y que transmita
cosas.
Marta se pone su mono de tirantes y pantalón largo color verde
manzana.
—¿Pelo suelto o recogido? —pregunta recogiéndoselo con las
manos.
Didi la mira dudosa y, tras darle un rápido pico, indica:
—Yo diría suelto.
—Sí, suelto mejor —comenta Sebas, que al final se ha instalado
con ellas en la habitación.
Marta asiente y va directa a mirarse al espejo. Didi, en su caso,
ha optado por un traje rosa oversized con camiseta blanca.
—¿Me lo abrochas?
Didi rápidamente se acerca a Clara y la ayuda con su vestido
azul.
—Yo creo que el pelo suelto también, ¿no? —pregunta la
pelirroja.
—Sí, aunque yo lo recogería un poco por detrás..., para que no
se te venga a la cara, pero que caiga por los hombros y la espalda
—apunta Sebas.
Clara hará caso a su amigo.
—Yo me voy a hacer una coleta alta —afirma Didi.
—Yo creo que me voy a hacer un moño —bromea Sebas
haciendo reír a su amiga.
Mientras ellas acaparan el baño para peinarse, Sebas termina de
ponerse su traje azul cielo con brillos y se va a ver a los chicos a su
habitación.
—¡Pero buenoooooo! —exclama nada más entrar.
—Cariño, ese traje te queda increíble —lo halaga Valentín.
Sebas se acerca a darle un beso a su chico y se fija en lo bien
que le sienta el traje oversized verde menta que lo ayudó a comprar.
Mientras que Ángel se decantó por un traje rojo con camisa negra
de transparencias, Kevin optó por uno rosa claro.
—¿Camisa por dentro o por fuera? —le pregunta Ángel a Sebas.
—En una habitación me preguntan sobre peinados y en la otra
sobre camisas. —Ríe—. Mejor por dentro.
—Poco puedo hacer yo —responde Ángel tocándose la cabeza.
Este verano decidió raparse, así que aún tiene el pelo corto.
—Sebas, camiseta por dentro, ¿verdad? —le indica Jacob.
—Totalmente. Y ese color te favorece mucho.
Jacob ha escogido un traje color naranja melocotón con una
camiseta de tirantes del mismo tono.
—En el pelo me echaré algo de gomina y que caiga hacia donde
quiera —dice.
Sebas asiente. Vuelve a la habitación de las chicas y las
encuentra maquillándose.
—Hoy debo de tener cara de estilista, porque todos me habéis
pedido opinión.
Marta ríe mientras busca algo en su neceser.
—Me voy a echar un poco de brillo en los ojos; ¿quieres? —le
ofrece.
—¡Sííííí! Que me he dejado mi neceser en casa y lo estoy
pasando fatal —responde acercándose a ella.
—Del mío puedes usar lo que quieras.
Un rato después todos se reúnen en el salón y Jacob, al ver a
Clara, se aproxima a ella y le da un dulce beso en los labios.
—¿Te he dicho hoy lo preciosa que estás? —susurra.
Clara sonríe. Estar con Jacob es lo mejor que le ha pasado
nunca. Su relación y la que tuvo con su ex o con Piero no tienen
absolutamente nada que ver. Y, dándole un divertido azote en el
trasero, afirma:
—Tú sí que estás precioso.
—Que sepáis que estoy muy orgulloso de todos nosotros,
ninguno ha venido de color gris —señala Sebas.
Marta y Didi se miran.
—Ella estuvo a punto —se chiva la rubia.
—¡Pero no lo digas! —se queja la morena y, señalando su traje
rosa, añade—: Fue solo un momento de bloqueo, ya lo veis.
Clara y Kevin se van a buscar a su tía y a Hunter. El resto sale al
jardín y se sientan en las sillas que hay colocadas allí. Desde donde
están se percatan de que hay una banda de música a uno de los
lados.
—¡Qué bonito! Habrá música en directo —comenta Marta.
Sebas, a su lado, también mira hacia allí.
—Alerta: nuevo crush —avisa a sus amigos—. El pianista.
Consigue que todos lo miren.
—No está mal —dice Ángel.
—Ganaría sin barba —asegura Valentín.
Minutos después empiezan a sonar los primeros acordes de Your
Song de Elton John y un chico comienza a cantar.
—Ay, por favor, qué canción tan bonita... —murmura Marta
apoyándose en el hombro de Didi, que la coge de la mano y
entrelaza sus dedos con los suyos.
En ese momento aparecen Hunter y Clara caminando despacio
hacia el altar. Él lleva un traje blanco precioso.
—Qué guapos —declara Jacob mirando a su chica.
Marta oye algo a su lado y, al volverse, ve a Sebas llorando.
—¿Qué te pasa? —pregunta asustada.
—No lo sé..., debe de ser la música, la situación o lo mamarracha
que soy —explica—. Pero no puedo parar...
Marta suelta la mano de Didi, saca un pañuelo que lleva en el
bolsillo y le limpia las lágrimas de las mejillas. La morena se da
cuenta de que algo pasa y los mira.
—Sebas, ¿estás llorando?
—Es la emoción —responde Marta.
Didi se ríe, no esperaba menos de su amigo.
—Sebas, necesito que pares de llorar porque yo estoy a punto de
hacerlo y no quiero —le pide Marta.
—¿Y cómo quieres que pare? ¿Tú estás oyendo la letra de la
canción?
Ella vuelve a centrarse en la ceremonia. Hunter y Clara llegan al
altar y él le da un fuerte abrazo a la chica, que se sienta luego en
primera fila.
—«How wonderful life is while you’re in the world» —canta Jacob
al terminar la canción. Y su chica sonríe al oírlo y saber que ha
dicho «qué bonita es la vida cuando tú estás en ella».
A Marta, que por culpa de Sebas ha empezado a prestarle más
atención a la letra de la canción, se le humedecen los ojos. Sin
apenas tiempo para recuperarse de la primera, empieza a sonar
entonces More Than Words de Extreme.
—Esta canción nooo —susurra Marta mientras la primera lágrima
le cae por la mejilla.
Sebas y ella se miran y lloran juntos.
—Vaya cuadro —murmura Didi.
La chica le toca entonces el hombro a Ángel, que está sentado
delante de ella.
—Dime.
—¿Tienes un pañuelo? Es para estas dos magdalenas.
Ángel se vuelve y hace que Valentín y Jacob se vuelvan también.
—Pero, cariño, ¿estás bien? —Valentín se preocupa.
—Es la emoción —repite Marta.
Ángel le da un pañuelo a cada uno.
—Gracias —dice Didi.
En ese momento aparecen Cecilia y Kevin caminando a paso
lento en dirección a Hunter.
—Qué monos... Cecilia y Hunter llevan el mismo traje blanco los
dos... —musita Sebas mientras las lágrimas recorren sus mejillas.
Ángel sonríe al intercambiar la mirada con su chico.
Llegan al altar y Cecilia también le da un cariñoso abrazo a su
sobrino. Acto seguido Kevin se sienta junto a su hermana.
La música acaba, lo que hace que Sebas y Marta respiren
aliviados. Pero cuando los novios y las personas que los quieren
empiezan con los discursos, ambos vuelven a emocionarse y a llorar
sin freno.
Una vez que la preciosa ceremonia termina, los novios se hacen
una divertida sesión de fotos con todo el mundo. No quieren dejarse
a nadie fuera.
Como hace una tarde perfecta, las mesas también están
montadas en el jardín. Los amigos se buscan en la división de las
mesas y rápidamente ven sus nombres, excepto Clara y Kevin, que
se sentarán a la mesa principal con los recién casados.
—Somos la mesa que más cerca está de los novios —comenta
Jacob al llegar a ella.
—Eso es que es a nosotros a los que más quieren —asegura
Sebas.
Los amigos toman asiento y disfrutan de una deliciosa cena llena
de risas, brindis y gritos de «¡Vivan los novios!».
Antes de llegar al postre, los novios pasan por las mesas para ver
qué tal están sus invitados.
—You are all gorgeous! —exclama Hunter al acercarse al grupo.
—Me sumo a lo que dice Hunter, estáis todos guapísimos —
afirma Cecilia—. Y sabía que no me fallaríais con el dress code,
siempre sois los mejores.
Todos le agradecen sus palabras.
—¿Qué tal todo, bien?
—Genial, ha sido una ceremonia preciosa —responde Valentín.
—Me ha recordado a las de las películas románticas que tanto
me gustan —comenta Marta.
—Estos dos no han parado de llorar —avisa Ángel.
Cecilia mira sorprendida a Sebas y a Marta.
—Es que tenéis muy buen gusto musical —dice ella—. Las dos
canciones que han sonado a vuestra llegada eran tan bonitas que
ha sido imposible contenernos.
—Era todo, Cecilia —añade Sebas—. La música, lo guapos que
estáis, el sitio, los discursos... Una boda preciosa.
La pareja sonríe contenta. Llevaban tiempo planeando la boda, y
ver que todo está saliendo bien es la mejor noticia que podrían
darles.
—¿Por qué habéis elegido ir los dos de blanco? —quiere saber
Didi.
—Fue idea de Hunter —explica Cecilia—. Queríamos que la vida
y el color los trajesen los invitados. Porque, al final, ¿qué somos los
unos sin los otros? Nada, lienzos en blanco.
—Queríamos que supierais que sois very important para nosotros
—agrega Hunter.
Sebas se lleva las manos a la boca y bromea:
—Espérate, que lloro otra vez...
—Pues no llores, que ahí viene la fotógrafa —le aconseja la
mujer.
Rápidamente se unen a ellos los mellizos, que se estaban
haciendo unas fotos con los trabajadores de la empresa de Cecilia,
y el momento queda inmortalizado.
Tras la ronda por las mesas de los invitados sirven la tarta, el
cava y los cafés y, después de varios brindis, la cena termina. A
partir de ese momento todos se trasladan a la zona de césped,
donde han dispuesto una gran barra y un amplio espacio para bailar.
De pronto comienza a sonar I Don’t Want to Miss a Thing de
Aerosmith, y Cecilia y Hunter empiezan a bailar.
—Qué gran canción han elegido para abrir el baile —comenta
Didi.
Clara y Kevin se abrazan mientras los observan.
—Qué feliz se ve a la tía, ¿verdad? —dice Clara.
—Muchísimo. Me alegro tanto por ellos... —afirma su hermano.
—No veas lo nervioso que estaba Hunter antes de salir para el
altar —le cuenta su hermana—. Estaba hecho un flan, le temblaba
todo.
Él la mira sorprendido.
—Yo a la tía no la he visto nada nerviosa. De hecho, hemos
brindado por la vida y nos hemos tomado un chupito juntos.
—O sea, que la tía iba borracha —bromea Clara—. Porque, antes
de ir a cambiarme de ropa, conmigo también se ha tomado uno.
A Kevin se le abre la boca.
—¿Lo habrá hecho con alguien más?
Ambos se echan a reír. Hunter se acerca entonces a los mellizos
y le pregunta a Clara:
—Can I have this dance?
Ella le da la mano y sale a bailar con él. Cecilia hace lo mismo
con su sobrino y este acepta encantado. Jacob y Ángel, al ver que
sus parejas están ocupadas, deciden bailar juntos y, poco a poco, se
va sumando más gente a la pista.
Tras el baile nupcial comienza la fiesta. Jacob y Valentín se
hacen con una mesa alta en la que dejar las copas, y el resto se les
une.
—Una pregunta —dice Kevin alzando la voz por encima de la
música—. ¿Mi tía se ha tomado un chupito con vosotros?
Todos niegan con la cabeza.
—¿Debería? —pregunta Jacob.
—No. Es que mi hermana tiene la teoría de que la tía iba
borracha..., pero queda desmentida —afirma.
—Queda desmentida por ahora... —murmura Marta señalando la
barra, donde Cecilia está tomándose otro chupito con unos amigos.
—El fin de fiesta puede ser divertido. —Ángel ríe.
—Oye, ¿puedo preguntaros algo? —comenta entonces Marta.
Los mellizos la miran y asienten.
—¿Con vuestra tía todo es siempre así?
Los amigos se echan a reír. Imaginan que Marta debe de estar
flipando.
—Si te refieres a hacer fiestas en villas, no. Nunca habíamos ido
a una —responde Clara.
—Pero sí que le gusta organizar distintos eventos... —continúa
Kevin—. Al menos una vez al año monta uno, ya sea relacionado
con la empresa, con su cumpleaños, con alguna festividad..., da
igual, siempre se le ocurre algo.
—Es una mujer muy divertida —asegura Sebas.
—Disculpad, chicos, ¿os puedo hacer unas fotos? —los
interrumpe la fotógrafa.
Todos acceden encantados. Primero se hacen unas por parejas y
luego los ocho juntos.
—Me acabo de dar cuenta de un error fatal —avisa Sebas
mientras se colocan para la foto de grupo—. Si nos hubiésemos
comunicado bien y no hubiésemos repetido colores, podríamos
haber formado la bandera LGTBIQ+ con nuestros outfits.
Sus amigos no pueden más que echarse a reír con sus
ocurrencias, incluso la fotógrafa ríe con ganas.
La noche transcurre entre copas y bailes. De vez en cuando los
mellizos van siguiendo los movimientos de su tía para comprobar
que continúa de una pieza.
Sin necesidad de decir nada, en cuanto comienza a sonar
Wannabe de las Spice Girls, los ocho amigos salen corriendo hacia
la pista de baile con ganas de darlo todo con esa canción.
Cuando termina, Ángel va un momento al baño y al poco se une
de nuevo al grupo.
—¿Sabéis que han puesto un fotomatón en el salón? —comenta.
A Clara se le ocurre algo. De inmediato coge a Jacob de la mano
y juntos se dirigen al salón.
—Luego nos podemos hacer unas fotos ahí todos juntos —
sugiere Valentín.
—Es pequeñito, los ocho a la vez no entramos ni de broma.
Clara llega al fotomatón y abre la cortina.
—Vamos a hacernos unas fotos.
Jacob entra y se sienta junto a ella.
—¿Tanta prisa por unas fotos? —Él ríe.
La chica le da a un botón rojo y la máquina se pone en
funcionamiento.
—No son unas simples fotos: es la foto que quise hacerme
contigo la primera vez que entramos en un fotomatón.
A Jacob no le da ni tiempo a contestar. Clara le coge la cara entre
las manos y lo atrae hacia sí para besarlo. Aquella tarde en el centro
comercial se quedó con las ganas, pero hoy no.
Ya fuera, Clara recoge sus fotos.
—¿Ves?, ahora sí —dice dándole una copia a él.
Jacob sonríe. Le encanta su efusividad. Y, tras darle un beso, ella
pregunta:
—¿Qué pasa, que está todo el mundo apelotonado en el jardín?
El joven mira donde ella señala.
—Ni idea.
Rápidamente Clara lo coge de nuevo de la mano y apremia:
—Corre, vamos a ver qué ocurre.
Una vez que llegan, ven que lo que pasa es que Cecilia va a
lanzar el ramo. Marta tiene enganchada del brazo a Didi, pero en
cuanto esta se percata para lo que es, se escabulle y sale corriendo
de la escena.
—¿No quieres coger el ramo? —se mofa Ángel viéndola llegar a
toda prisa a la mesa alta.
—Ni de coña, casarme nunca ha entrado en mis planes.
—Sabes que las personas que suelen decir eso son las primeras
en hacerlo, ¿no?
El chico se gana una mirada asesina de Didi.
Cecilia se pone de espaldas y se prepara para lanzar el ramo.
—Tres..., dos..., uno... ¡YA! —exclama.
El ramo vuela hasta caer en manos de una de las camareras que
pasaba por allí. Y todo el mudo lo celebra como si de un gol de la
Selección Española se tratara mientras la camarera ríe junto a los
demás.
La música continúa y la gente sigue pasándolo en grande, incluso
los menos bailones se han venido arriba cuando ha sonado el
temazo de Gloria Gaynor I Will Survive.
Cuando acaba la canción los ocho amigos están más que
sofocados. Jacob coge su copa de la mesa y le da un trago.
—¿Qué pasaría si ahora nos metiésemos en la piscina? —
comenta a continuación.
Todos miran el agua cristalina.
—Que, posiblemente, sería la mejor idea de la noche —afirma
Ángel.
—¿Nos ponemos los bañadores? —sugiere Sebas.
—¿Y si nos tiramos tal cual estamos? —propone ahora Marta.
Los amigos dudan.
—No hay huevos —reta Valentín.
Marta mira a Didi y esta se da cuenta de que ahora tiene que
tirarse sí o sí. Deja su copa en la mesa, se quita la chaqueta rosa
del traje y suelta el móvil encima. Marta hace lo mismo con el suyo.
Didi le da la mano a su novia y, mirando a sus amigos, dice:
—Huevos no habrá, pero ovarios hay muchísimos —y, mirando a
su chica, propone—: ¿Vamos? —Ambas salen corriendo hacia la
piscina y, sin pensarlo dos veces, saltan al agua.
Los demás alucinan y el resto de los invitados aplauden y
vitorean lo que acaban de hacer las chicas.
—Yo no pienso quedarme con las ganas —dice Jacob quitándose
también la chaqueta.
Y, así, uno a uno se van tirando al agua vestidos.
Mientras los chicos disfrutan del chapuzón, algunos invitados
empiezan a irse. Cuando salen del agua cogen algunas toallas de
las que hay en unos cestos colocados alrededor de la piscina, las
extienden en el césped y se dejan caer sobre ellas.
—Qué bien me lo he pasado hoy —comenta Valentín.
—Ha sido la mejor boda de mi vida —admite Marta.
Todos asienten.
—Hace tanto que no me tiraba a una piscina vestido que ya ni me
acuerdo —cuenta Kevin.
—Pues no eres tan mayor, ¿eh? Esto hay que hacerlo mínimo
una vez al año —replica Didi.
—Mirad, chicos, está amaneciendo ya —señala Clara.
Sebas mira a su novio y ve que se ha quedado dormido.
—Pobrecito, se va a perder este momento tan romántico —indica.
—Chicos, gracias a todos por haber venido hoy —dice Kevin—.
Creo que también hablo en nombre de Clara cuando digo que no
sabéis lo mucho que ha significado ver a mi tía tan feliz, casándose
con el amor de su vida y rodeada de gente que de verdad la quiere y
la valora. Teneros a todos aquí ha sido maravilloso.
Las palabras de Kevin les llegan al corazón a sus amigos.
—Cállate, que me vas a hacer llorar otra vez —se queja Sebas
dándole un abrazo.
—Gracias a vosotros por dejarnos formar parte de vuestras vidas
—dice sinceramente Jacob.
Clara, que está tumbada a su lado, lo mira y esboza una sonrisa.
—No podemos estar rodeados de mejores personas —afirma la
pelirroja.
—¿Mejores que nosotros? Imposible —responde Didi.
Los demás ríen. El cansancio empieza a poder con ellos y, poco a
poco, van cayendo en los brazos de Morfeo.
Ángel, que observa tranquilo el amanecer, murmura:
—¿Qué tienen los amaneceres que hace que no puedas dejar de
mirarlos?
Y Didi, que está tumbada a su lado, susurra antes de quedarse
dormida:
—Simplemente tienen ese algo especial.

You might also like