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Pobreza y Vulnerabilidad Debates y Estud
Pobreza y Vulnerabilidad Debates y Estud
Este libro forma parte de la Colección México, una iniciativa del ciesas dirigida
al público universitario en general.
Pobreza y vulnerabilidad:
Debates y estudios contemporáneos en México
339.460972
P633p
Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por
cualquier medio o procedimiento comprendidos la reprografía y el tratamiento informático; la foto-
copia o la grabación sin la previa autorización por escrito del Centro de Investigaciones y Estudios
Superiores en Antropología Social, A.C. (ciesas)
Índice
Introducción v
Mercedes González de la Rocha y Agustín Escobar Latapí . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ix
La vulnerabilidad como marco para analizar
el México contemporáneo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . xvi
Bibliografía. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 261
viii
Índice de cuadros, gráficas y recuadros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 303
Índice
Introducción
1 ciesas-Occidente.
2 Director General del ciesas.
L s dsripciones de las condiciones de vida de los trabajadores duran-
te esos vertiginosos años de cambio social muestran que la transformación
económica del continente europeo sumió en la pobreza a un gran número
de hogares trabajadores. La mayor pobreza, a su vez, propició que eventos
que anteriormente podían enfrentar, en el nuevo escenario ya no pudieran
hacerlo. En los actuales contextos, la pérdida de un ingreso, la enfermedad, la
muerte de un miembro del hogar, la pérdida de la vivienda, etcétera, pasaron
de ser riesgos de baja probabilidad y relativamente manejables a altamente
probables y de consecuencias catastróficas: “la gran miseria”. En estos rela-
tos, la explotación de la fuerza de trabajo, la pobreza y la multiplicación y
x diversificación de viejos y nuevos riesgos (la exposición a ritmos de trabajo
nunca antes experimentados, el hacinamiento y el contagio de enfermeda-
des, entre otros) generados por la Revolución Industrial explican la vulne-
Mercedes González de la Rocha y Agustín Escobar Latapí
3 Según Hale (1997), los trabajadores pobres o the working poor son aquellas personas
que dedicaron 27 semanas del año o más a trabajar o buscar empleo y cuyos ingresos
ajustados al tamaño del hogar son inferiores a la línea de pobreza. Estos trabajadores
comparten ciertas características demográficas y económicas: a) enfrentan problemas en
En América Latina contamos con una tradición de por lo menos 80 años
de estudios sociales que han elaborado marcos propios para entender, expli-
car e intentar superar las evidentes brechas e injusticias sociales de nuestro
continente. Desde los años sesenta del siglo pasado se desarrollaron investi-
gaciones y reflexiones sobre la pobreza en este continente. Las ciencias so-
ciales latinoamericanas ofrecieron investigaciones puntuales y herramientas
conceptuales encaminadas al análisis y explicación de los procesos de urba-
nización e industrialización, los flujos migratorios del campo a las ciudades y
la persistencia de la pobreza en sociedades crecientemente urbanizadas e in-
dustrializadas. Preguntas enraizadas en distintas perspectivas teóricas, alre-
dedor de la sobrevivencia de los pobres, dieron lugar a una nutrida bibliogra- xi
fía que enfatizaba, por un lado, la marginalidad de las masas y, por el otro, la
capacidad de acción de los pobres desde enfoques que debatían las nociones
Introducción
acerca de la inmovilidad de los individuos ante las poderosas fuerzas de las
estructuras sociales. La marginalidad, como problema económico y cultural
(Vekemans, 1968), y la pobreza extrema o miseria (Vekemans y Venegas, 1966)
conformaron el núcleo de atención en los trabajos realizados en el Centro para
el Desarrollo Económico y Social de América Latina (desal, en Chile).4 A fines
de la década de los sesenta, Nun planteó la necesidad de analizar la margina-
lidad en sus tres distintas situaciones: a) la que aparece en las áreas rurales
atrasadas; b) la que surge como consecuencia de los movimientos migrato-
rios rural-urbanos; y c) la que se presenta en las ciudades por la contracción
el mercado laboral como desempleo, empleo de tiempo parcial involuntario y bajos in-
gresos; b) viven con frecuencia en estructuras familiares que son más conducentes o pro-
clives a la pobreza: hogares con niños dependientes y un solo generador de ingresos o
trabajador. En Estados Unidos, esta categoría de trabajadores está sobrerrepresentada
entre las mujeres, los negros, los hispanos y los escasamente escolarizados.
4 Las ideas surgidas de la desal se dieron a conocer en toda América Latina. Vekemans de-
finía la marginalidad como no participación en contextos sociales caracterizados por el
dualismo (económico, cultural y político) de las sociedades latinoamericanas. Para este
autor, los marginales (ejemplificados por el migrante del campo a la ciudad) no están
social ni económicamente integrados a la sociedad porque al no pertenecer al sistema
económico tampoco forman parte del sistema de clases. En realidad, el concepto “mar-
ginalidad” tiene una larga historia. Según Perlman (1976), el término se usó por primera
vez en estudios de corte psicológico con énfasis en el individuo. En la década de 1920,
Robert Park (1928) desarrolló su idea del hombre marginal como un híbrido cultural, al
margen de dos culturas y dos sociedades que nunca se fusionan. Durante la década de
1950, los términos marginal y marginalidad se usaron para describir las preocupaciones
urbanísticas sobre la existencia de barrios marginales. Los asentamientos marginales fue-
ron clasificados como “slums”, manifestaciones peligrosas de enfermedades sociales y
como zonas de total ruptura y crisis. La marginalidad fue vista como un problema de
vivienda por debajo de lo estándar y, vista así, se consideraba de fácil erradicación.
crónica del mercado de trabajo industrial. A los pobres y marginales ya no se
les veía como si estuvieran fuera del sistema; se enfatizó su inclusión a este,
pero en calidad de víctimas del desarrollo dependiente (1969).5 En otras pa-
labras, aunque podía existir la marginalidad de los modos de vida y trabajo
crecientemente desplazados, había otras marginalidades producidas desde
el seno de las economías urbanas “modernas”.
Al repensar las teorías y visiones de la marginalidad desde la óptica con-
temporánea de la vulnerabilidad, es posible afirmar que el enfoque de la
marginalidad “endógena” (la producida por el sistema urbano industrial mo-
derno en Latinoamérica) ofrece aún, a quien lo relea, pistas importantes para
xii entender la vulnerabilidad del siglo xxi.
En primer lugar, en la década de los sesenta era difícil sostener que la
marginalidad era endógena. En la mayoría de las sociedades latinoamericanas,
Mercedes González de la Rocha y Agustín Escobar Latapí
5 El marco teórico del Proyecto Marginalidad lo conformó un artículo escrito por Nun
(1969), titulado “Superpoblación relativa, ejército industrial de reserva y masa margi-
nal”, y que se publicó en un volumen dedicado al tema de la marginalidad y el artículo de
Nun, Murmis y Marín (1968), “La marginalidad en América Latina: informe prelimi-
nar”. Nun le da un contenido teórico al concepto marginalidad al situarlo en el marco del
materialismo histórico. Sobre todo, a Nun lo mueve el interés de dar contenido y estruc-
tura al concepto masa marginal para ser capaz de aplicarlo a la realidad latinoamericana.
La superpoblación relativa y el ejército industrial de reserva son, según Nun, categorías
distintas. El concepto ejército industrial de reserva es parte de una teoría particular del
modo de producción capitalista, y el de superpoblación relativa pertenece a una teoría
general: el materialismo histórico. Distingue entre los procesos específicos que generan
la superpoblación y sus efectos en el sistema. Para medir estos efectos usa los términos
funcional, disfuncional y afuncional porque, dice, no toda superpoblación es funcional al
sistema. El concepto ejército industrial de reserva alude a los efectos funcionales de la
superpoblación en el sistema en un doble sentido: a) como wage depressing force al intensi-
ficar la competencia entre los trabajadores; y b) como masa de fuerza de trabajo disponi-
ble para ser empleada en otros momentos (más activos como tiempos de expansión).
los empleados de las grandes corporaciones o el Estado contaban con nota-
bles seguridades de todo tipo. Hoy, la vulnerabilidad caracteriza también a
la mayoría de los trabajadores de bajo nivel de los sectores más modernos y
dinámicos, y del sector público.
La vulnerabilidad se extendió desde los márgenes de la sociedad indus-
trial moderna hacia el centro de la misma. Esta extensión de los márgenes
al meollo —que paradójicamente puede concebirse como la marginalidad en el
núcleo— explica una serie de contradicciones particulares de nuestra época
neoliberal. Los trabajadores, y en particular las trabajadoras manuales de las
industrias de exportación, o de las grandes cadenas de servicios, no cuentan
con seguridad laboral; apenas unas temporadas están afiliados a la segu- xiii
ridad social; viven en barrios informales e inseguros; a menudo no tienen
seguridad en la propiedad o la renta de una vivienda; sus hogares con fre-
Introducción
cuencia no cumplen con las normas mínimas mexicanas por lo que son
“carentes” en este rubro; y acumulan deudas, pero no los años de cotización,
ni los ahorros, necesarios para pensionarse. En cualquier momento pueden
perder, y de hecho pierden, el empleo, al renovarse un producto o desplazar-
se el ensamble de una planta en México a otra en otro país. Sus patologías
aparecen a edades tempranas (como la diabetes entre los niños): comen
fuera de casa alimentos muy poco saludables y hacen poco ejercicio. En
pocas palabras, son muy propensos a enfrentar riesgos graves, y a no ser
capaces de resistirlos y superarlos. Aunque estos trabajadores mexicanos
del sector de producción global pueden ser menos proclives a morir por
enfermedades infecciosas que los pobres trabajadores y desempleados del
puerto de Amberes o de las ciudades británicas del siglo xix descritos en los
epígrafes, no se pueden considerar menos vulnerables, pues sus perfiles de
vulnerabilidad son distintos. Ahora, los riesgos de padecer enfermedades
crónicas, de perder la vivienda y el empleo son mayores. Son perfiles de riesgo
distintos, pero igual de lacerantes.
Si el concepto pobreza alude de manera general a una situación en el
tiempo en la que determinados grupos de la población no cuentan con ingre-
sos y otros recursos suficientes para satisfacer sus necesidades o para desa-
rrollar una vida plena en sociedad, el concepto vulnerabilidad es el resultado
de la desprotección. Este es un fenómeno que se gesta en el tiempo cuando
las personas, desprovistas de recursos y carentes de defensas, enfrentan ries-
gos de distinta naturaleza, eventos y situaciones que atentan contra su bien-
estar, que les producen daños.
Los estudiosos de la vulnerabilidad han centrado sus análisis en la
exposición a riesgos (muchas veces como parte de los cambios en el entorno
social y económico) y los recursos que los individuos, las familias y las
comunidades tienen a su alcance. Moser (1996) planteó, siguiendo a Cham-
bers (1989-2006), que los recursos movilizados por las personas ante los
cambios en el entorno (los eventos considerados como exposición a riesgos)
son sus medios de resistencia y adaptación. Los análisis de Moser (1996) y
de González de la Rocha (1991, 1994a y 1994b) sobre los mecanismos de
adaptación y resistencia a diversas crisis económicas describen la impor-
tancia del recurso trabajo (fuerza de trabajo) y la intensificación de su uso
como una de las principales armas ante los embates económicos de las cri-
sis. Investigaciones posteriores demostraron que la capacidad de respuesta
y adaptación de los pobres tiene límites y que los ajustes económicos macro
xiv producen, en determinadas circunstancias, ajustes privados micro y proce-
sos de acumulación de desventajas que erosionan la capacidad de respuesta
(González de la Rocha, 2000, 2001 y 2006a). Kaztman y Filgueira (1999),
Mercedes González de la Rocha y Agustín Escobar Latapí
Introducción
diversas situaciones en que se muestra estable, o bien, cuando al cambiar la
situación también la probabilidad se modifica en sentido previsto, permiten
acumular evidencias para afirmar que, más que una regularidad en un conjun-
to de posibilidades que individualmente pudieran considerarse fortuitas, lo
que se observa es una tendencia que persiste: una propensión (idem: 25).
Los autores y los coordinadores de esta obra deseamos hacer visibles algu-
nas particularidades de la interacción entre la pobreza y la vulnerabilidad
en el México contemporáneo. A continuación tipificamos algunas de estas
Introducción
los de este libro reconocen esta relación bidireccional. Algunos hacen más
énfasis en la pobreza como precursora de la vulnerabilidad, otros en la vul-
nerabilidad como el paso previo de la pobreza. Lo importante es admitir y
analizar la retroalimentación de ambos fenómenos.
b) Extensión de la vulnerabilidad. La imbricación no es la única razón. La
segunda es que, para entender a la sociedad mexicana (y una parte creciente
de las sociedades en el mundo) es necesario tomar en cuenta que la vulnera-
bilidad se ha extendido. Si bien está relacionada con pobreza, es propio del
mundo neoliberal que la vulnerabilidad caracterice a grupos cada vez más
amplios de población. Incluso al nivel de profesionales y gerentes, el ingreso
(y el empleo) se ha vuelto contingente al rendimiento, entendido de diver-
sas maneras, y se responsabiliza al individuo de metas que con frecuencia
no dependen de él. Es necesario cotizar cada vez más años a la seguridad
social para alcanzar un retiro digno, y en cada vez más casos se reducen los
beneficios: la “densidad de cotización” (la proporción de la vida laboral en
la que de hecho se ha cotizado para el retiro) necesita ser cada vez mayor
para lograr la jubilación. Otro tanto sucede con el empleo. La adquisición de
vivienda, que en el pasado parecía ofrecer seguridad a varias generaciones,
tampoco la brinda: los años de pago de hipoteca se alargan, mientras que la
vida de las viviendas disminuye, y por tanto ya no garantiza techo ni para
una generación completa.
Los estudios sobre reproducción social han sido particularmente cuida-
dosos en mostrar esta relación, aunque es necesario llevar a cabo nuevos
estudios al respecto con la finalidad de que lo indaguen a profundidad: la
reproducción social de amplios estratos de la clase media profesional está
amenazada por esta extensión de la vulnerabilidad. Las nuevas condiciones
laborales, de seguridad social, de riesgos y costos de la salud, impiden o hacen
altamente improbable que las nuevas generaciones logren una inserción del
mismo nivel social y económico que las generaciones previas. Aunque esto
podría confundirse con un saludable aumento de la competencia en la mo-
vilidad social, en realidad coloca a la clase media mucho más cerca de las
clases trabajadoras o populares (González de la Rocha, 1995). Por el contrario,
las clases altas: políticos bien colocados, funcionarios de alto nivel, empre-
sarios y aquellos en altas posiciones en el mundo financiero, prácticamente
tienen asegurada la transmisión de sus privilegios a sus hijos. En estas nuevas
condiciones de vulnerabilidad, la desigualdad se acrecienta, no disminuye.
Los que se benefician de la estructura social son cada vez menos, y cada vez
xviii más los privilegiados.
c) Intensidad de la vulnerabilidad . Para González de la Rocha, la acumu-
lación de desventajas es un proceso por el cual la aparición de una vulnera-
Mercedes González de la Rocha y Agustín Escobar Latapí
Introducción
La hipótesis de este apartado: que el orden neoliberal produce una retracción
simultánea del aparato de protección estatal y de las redes sociales de ayuda
mutua, debe analizarse con cuidado y rigor. El análisis del impacto de las
políticas públicas en México es ya toda una tradición. Se han estudiado
los cambios históricos —desde enfoques de vulnerabilidad— como cambios
que han incrementado la probabilidad de que los pobres sufran eventos de
consecuencias catastróficas (García, 2002 y 2004; García y Suárez, 1996).
Se han analizado, también, los factores de vulnerabilidad y el impacto
diferencial de los mismos (o las posibilidades desiguales [Rubalcava, 2001])
según las etapas distintas del ciclo doméstico y distintas estructuras do-
méstico-familiares (González de la Rocha, 2006b). Las políticas públicas
—particularmente las políticas sociales— se han cuestionado para establecer
si disminuyen la propensión a estas consecuencias catastróficas o no (Hevia,
2011; ibidem; González de la Rocha y Escobar, 2008; Escobar y González de
la Rocha, 2008). La seguridad social clásica protegía a los trabajadores y a
sus familias y ello les daba elementos para no caer en espirales de desventajas
(gastos excesivos que se suman al desempleo, que fuerzan a los niños a aban-
donar la escuela, a ingresar precozmente al empleo, etcétera) ante eventos que
implican riesgos; por ejemplo, la enfermedad o muerte del principal provee-
dor económico. El ámbito de esta protección creció de manera continua de
1940 a 1980, y a partir de entonces se ha estancado, o ha decrecido.
En México hay algunas acciones públicas que deberían reducir la vul-
nerabilidad de los trabajadores y sus familias. El programa Progresa-Opor-
tunidades-Prospera brinda ingresos y servicios a los hogares que cumplen
con las condiciones de asistir de manera habitual a la escuela y a las clínicas
de salud. La regularidad de dicho ingreso (que en ocasiones suma cantidades
atractivas dependiendo del número de hijos que asisten a la escuela y el nivel
y grado educativo en el que están inscritos) tiene, entre uno de sus efectos,
la reducción de las consecuencias del desempleo, o de la pérdida de cosecha.
Dicho ingreso y el hecho de que le caracteriza una regularidad —cada dos
meses— que otras fuentes de ingresos domésticos no tienen, permite que
los peores momentos no sean tan catastróficos como podrían serlo. Si, ade-
más, el programa logra —como lo muestran algunos estudios— que los
jóvenes tengan mayores estudios y por ende mejores empleos, su impacto
final puede ser una sustancial reducción de la vulnerabilidad (Agudo, 2008;
González de la Rocha, 2008). Hay otros factores de vulnerabilidad que los
programas sociales existentes no pueden controlar, como la falta de empleo.
xx Ante mercados laborales saturados y francamente precarizados, los indivi-
duos enfrentan severos obstáculos para movilizar su fuerza de trabajo de
manera exitosa, aunque los programas sociales hayan logrado mantenerlos
Mercedes González de la Rocha y Agustín Escobar Latapí
Introducción
dad. Ni su éxito ni su fracaso deben presuponerse. Es necesario llevar a cabo
análisis específicos, desde la óptica de la protección social y la vulnerabili-
dad, para establecer cuál es su papel y su impacto en la vida social. Hay algu-
nos avances, como los estudios citados en los párrafos anteriores, pero estos
esfuerzos deben actualizarse y reforzarse con conocimiento nuevo basado
en análisis factual y no en suposiciones o nociones preconcebidas.
e) Vulnerabilidad y participación política. La vulnerabilidad influye sus-
tancialmente en la percepción pública de las instituciones del Estado y del
papel de los partidos. Si se encara el futuro con la confianza de que no su-
ceden eventos graves, o que se cuenta con el Estado y la familia para salir
adelante, es muy probable que las formas de participación política reflejen
dicha confianza. Si, por otra parte, se ha experimentado que no existen pro-
tecciones eficaces, se cree que los recursos públicos que deben servirnos
y protegernos son desviados, o que los políticos incumplen impunemente
sus promesas de campaña y cambian por completo de actitud al llegar al
poder, la participación política revestirá otras formas y otros contenidos,
que tal vez desestabilicen el sistema. Sobre todo, la vulnerabilidad fomenta
el miedo, y el miedo es una emoción útil para la sobrevivencia pero muy pe-
ligrosa para un sistema político. En suma, el marco conceptual de la vulne-
rabilidad ha sido fundamental para que rigurosos análisis empíricos como
los reunidos en este libro demuestren que el orden económico neoliberal no
solo profundiza y extiende la pobreza, sino que hace más vulnerables a gran-
des y diversos grupos de población, en particular a los pobres. Desde esta
perspectiva crítica, el marco conceptual de la vulnerabilidad enseña que, si
buscamos un futuro de fortaleza social para nuestro país, es necesario poner
en práctica políticas que brinden seguridad y protección social efectivas a
la población.
* * *
Introducción
concepto vulnerabilidad. Para ello, discute ideas y nociones que surgieron de
investigaciones realizadas mediante el enfoque de estrategias de adaptación
y sobrevivencia en las décadas de los setenta y ochenta del siglo pasado y
que actualmente forman parte del bagaje teórico detrás del concepto vulne-
rabilidad. Presenta aclaraciones necesarias acerca de los conceptos pobreza
y vulnerabilidad (distintos pero interrelacionados) y lleva a cabo una revi-
sión de las perspectivas sobre vulnerabilidad que distintas disciplinas socia-
les han desarrollado. Finalmente, se centra en el planteamiento de la acumu-
lación de desventajas (el surgimiento de cúmulos o racimos de desventajas)
para explicar por qué unos hogares son más vulnerables que otros cuando
enfrentan el mismo riesgo o evento amenazante. El énfasis de esta autora
está en la “acumulación de daños” o la vulnerabilidad como un proceso que
produce deterioro progresivo, cúmulos de desventajas y agudización de las
condiciones que debilitan las capacidades de respuesta y adaptación.
En el capítulo “Desigualdad y ciudadanía débil en México”, Alberto
Aziz se pregunta por la relación entre pobreza, desigualdad y condición
ciudadana. Plantea que los contextos actuales de pobreza, inseguridad y
libertades amenazadas o condicionadas no son conducentes al fortaleci-
miento de la ciudadanía, más bien, esta se vuelve frágil. Grandes segmentos
de población en condiciones de pobreza son vulnerables a relaciones de
clientelismo, entendido este como una lógica social del intercambio en con-
textos de pobreza y alta desigualdad. Aziz plantea que la ciudadanía en
México es una ciudadanía desencantada, desconfiada y desvinculada: “…el
ciudadano en México es desconfiado de los otros y de la autoridad, parti-
cularmente de las instituciones encargadas de la procuración de justicia; es
un ciudadano desvinculado y está muy desencantado con los resultados
de la democracia”. Resulta particularmente interesante el planteamiento del
debilitamiento de la solidaridad, de la participación en organizaciones, y de
la confianza hacia las instituciones. La mexicana es una ciudadanía, según
el autor, desconectada y el grado de desconexión (redes débiles incapaces de
proveer contactos para que las personas puedan hacer valer sus derechos) es
proporcional al aumento de la pobreza, la precariedad laboral y la baja esco-
laridad. Estos hallazgos coinciden con los resultados de un análisis reciente
en el que se corrobora la relación entre precariedad laboral y las dificultades
para formar parte de redes de intercambio social (González de la Rocha et
al ., 2016). Aziz concluye que los más pobres y los más desconectados son más
vulnerables al clientelismo y la manipulación política.
xxiv En “Pobreza y políticas públicas: nudos críticos y tendencias recientes
de las políticas de combate a la pobreza en México”, Felipe Hevia aborda
los avances latinoamericanos en materia de disminución de la pobreza y los
Mercedes González de la Rocha y Agustín Escobar Latapí
límites y las potencialidades de las políticas públicas que tienen como fi-
nalidad la erradicación de la pobreza en la región. El autor argumenta que
las políticas sociales han centrado su atención y esfuerzos a dos tareas
fundamentales: medir e identificar a la población pobre y, dependiendo de la
definición de pobreza como problema público, intentar abatir esta condición.
Así, las políticas de combate a la pobreza son solo una de muchas estrategias
que las políticas sociales integran en su conjunto. El autor propone que el
diseño e implementación de las políticas de combate a la pobreza tienen que
afrontar tres grandes decisiones: a) la articulación de la política económica
y la política social; b) la posición de las políticas de pobreza en la política
social; y c) la definición de la relación entre pobres y gobierno. Según las de-
cisiones que se tomen sobre estas dimensiones, el diseño de la política po-
drá ser más o menos efectivo para reducir la pobreza de manera sustentable
en el tiempo. Hevia concluye que estos nudos críticos, en México, no han
sido suficientemente resueltos y a ello atribuye que las políticas de combate
a la pobreza no han logrado, por sí solas, una reducción significativa de la
pobreza y la desigualdad.
Georgina Rojas, en “Trabajo y pobreza: cambio estructural, polariza-
ción y sobrevivencia”, aporta elementos que son centrales para entender que
las condiciones materiales de vida reciben la influencia directa del merca-
do de trabajo. Ofrece una mirada diacrónica para analizar las repercusiones
de las transformaciones macroeconómicas en la dinámica de los mercados
laborales y cómo estos cambios han afectado la vida de los trabajadores y
sus familias. Siguiendo a Reygadas (2008), afirma que las matrices de la
desigualdad se han modificado en las últimas décadas. Mientras que la desi-
gualdad de ingresos dependía, en la época caracterizada por la industriali-
zación vía sustitución de importaciones, del sector económico en el que la
fuerza de trabajo se insertaba, del lugar de residencia (rural o urbano), de la
entidad federativa y la pertenencia a una organización sindical; hoy, estos
elementos perdieron relevancia. Actualmente, más bien, se observa una re-
lativa homogeneización de los ingresos con tendencia a ser muy bajos. Esto
no quiere decir, sin embargo, que se haya gestado un proceso de equidad por
empobrecimiento (Cortés y Rubalcava, 1991), o no del todo, puesto que, de
acuerdo con Rojas, las diferencias se dieron dentro de los sectores económi-
cos en los que se vieron favorecidos los directivos al punto que la distancia
entre estos y los trabajadores, los segundos sí más o menos igual de pobres,
es mayor que en el pasado.
¿Son las instituciones microfinancieras instrumentos para abatir la xxv
pobreza? Esta es la pregunta de la que parte Lucía Bazán en su capítulo
“Microfinanzas ¿para abatir la pobreza? Desencuentros entre instituciones
Introducción
microfinancieras y prácticas financieras populares”. Desde una perspectiva
crítica, la autora discute los mecanismos de incorporación de los pobres al
sistema financiero mediante un contraste pormenorizado de las prácticas
financieras de los pobres —sus prácticas de ahorro y crédito— y las prác-
ticas sancionadas por el sistema financiero formal. Haciendo eco de una
publicación anterior (Bazán y Saraví, 2013), afirma que la pobreza actual se
ha monetarizado, pero existen contradicciones en los intentos de inclusión
financiera de los pobres mediante las instituciones microfinancieras. Una
de ellas es que se ha pretendido la inclusión financiera de los pobres sin que
esta se sustente en un paradigma de inclusión social.
En su capítulo “Jóvenes y vulnerabilidad: riesgos y exclusión en la ex-
periencia de transición a la adultez”, Gonzalo Saraví indaga la relación indi-
sociable de juventud y vulnerabilidad. Se propone explorar los riesgos que
ponen a prueba la fortaleza/fragilidad de los jóvenes y su vulnerabilidad
ante dichos riesgos. Saraví ofrece una reflexión sobre los cambios que han
ido construyendo una nueva configuración individuo-sociedad y se centra
en la multiplicación de los riesgos que disminuyen la previsibilidad de la
experiencia social. Plantea que las sociedades contemporáneas están carac-
terizadas por una “…nueva cuestión social dominada por la noción de riesgo,
la amenaza de la exclusión y la profundización de la desigualdad”. El autor
adopta una perspectiva procesual para dar cuenta de la transición a la adul-
tez, proceso que actualmente lleva el sello del debilitamiento de los soportes
institucionales. En su análisis, privilegia los factores estructurales y secu-
lares de naturaleza económica, social y cultural que han contribuido a pro-
fundizar la vulnerabilidad del proceso mediante el cual los jóvenes transitan
hacia la vida adulta.
En “Vulnerabilidad y desastres: génesis y alcances de una visión al-
ternativa”, García Acosta se centra en un conjunto de conceptos clave para
entender la pluralidad de factores que intervienen en la ocurrencia de los
desastres. La tarea de desnaturalizar los desastres requiere un enfoque que
aborde y analice los procesos de construcción social de los riesgos que incre-
mentan la vulnerabilidad de ciertas poblaciones. Dado que los desastres y la
vulnerabilidad a los mismos constituyen procesos, su mirada es necesaria-
mente diacrónica. García Acosta derrocha claridad en su reflexión concep-
tual. Hace aclaraciones conceptuales fundamentales para la discusión sobre
vulnerabilidad. En primer lugar, insta a no confundir los conceptos vulnera-
xxvi bilidad y riesgo. Aunque están muy ligados, no son lo mismo. Las amenazas
naturales, nos dice, adquieren la condición de riesgo cuando se presentan
en un espacio ocupado por una comunidad vulnerable frente a dichas ame-
Mercedes González de la Rocha y Agustín Escobar Latapí
Bryan Roberts1
2 Las agencias internacionales como la Comisión Económica para América Latina (cepal),
su División de Población (celade), el Banco Mundial y el Banco Interamericano de
Desarrollo (bid) concentran y analizan para uso público encuestas y censos oficiales de los
países latinoamericanos.
Los años ochenta fueron de estancamiento económico: los niveles
de pobreza se dispararon en la mayoría de los países latinoamericanos.
Con datos del Banco Mundial, Morley (1995) estimó que la pobreza en la
región pasó del 26.5 % en 1980 al 31 % de la población en 1989; la pobreza
urbana se habría elevado de 16.8 a 22 % y la rural de 45.1 a 53.4 %. El au
tor atribuye este incremento a las políticas de ajuste derivadas de la crisis
de la deuda que afectó a la región a inicios de los años ochenta. En cada
país fue diferente, pero todos sufrieron recesión, inflación y devaluación
de sus monedas, y casi todos implementaron reformas estructurales tales
como reducción de la participación del Estado, eliminación de controles de
precios, disminución o eliminación de los subsidios gubernamentales, y 7
liberalización del comercio. La inflación combinada con las privatizaciones
y las políticas de reducción del gasto y el empleo público tuvo mayores
Las mujeres tienen mayor probabilidad que los hombres de ser pobres,
debido a la tendencia a recibir salarios más bajos y a desempeñar trabajos de
escasa productividad. Los hogares de madres solas con hijos pequeños son
los más vulnerables, dado que en general los empleos que permiten combi
nar las responsabilidades domésticas con el trabajo se encuentran en el sec
tor informal; por ejemplo, el comercio informal en las calles. Sen (2010) nos
recuerda que, al centrar la atención en los hogares encabezados por mujeres,
se corre el riesgo de pasar por alto la existencia precaria de las mujeres en
otras estructuras familiares derivada de su falta de poder dentro del hogar y
las cargas de trabajo no remunerado que esposos e hijos descargan en ellas
(véase también González de la Rocha, 1986). El análisis de Chant (1991) de
los hogares encabezados por mujeres, por ejemplo, muestra que, dado que los
hombres no suelen aportar su ingreso completo, ellas pueden estar mejor
solas sin tener que hacer la comida y cuidar a una pareja. Esta observación
también es un recordatorio de que las estadísticas que estamos examinando
reflejan los ingresos estimados que reportan los hogares, pero pueden no re
flejar las prácticas reales de distribución de los ingresos dentro de estos.
El color de la piel también incide en la probabilidad de las familias y los
individuos de ser pobres. Cuanto más oscura es, aumenta la probabilidad de
que los individuos tengan bajos niveles de educación, ocupación e ingresos
(Telles et al ., 2014). Telles et al . utilizan datos de encuestas realizadas en
cuatro países latinoamericanos con una fuerte presencia de poblaciones de
origen indígena y africano: Brasil, Colombia, México y Perú. El color de la
piel establecido por los entrevistadores, de acuerdo con una paleta de colores,
mostraba una relación más fuerte con la desigualdad ocupacional y educa
tiva de lo que manifestaron los entrevistados. Todos estos países abrazan
el multiculturalismo y la ideología del mestizaje, pero en la práctica, como
lo muestra Villarreal (2010) en el caso de México, el color más oscuro de la
piel incrementa la posibilidad de una vida de privaciones.
Los indicadores multidimensionales de la pobreza amplían nuestra
comprensión de la misma al tomar en cuenta otros activos, más allá
de los ingresos, que afectan las capacidades de los pobres para alcanzar
condiciones de vida adecuadas. En el caso de la cepal (2014: 7092), el índi
ce multidimensional de pobreza empleado incluye las precarias condiciones
de la vivienda y los servicios básicos (44.4 %), los ingresos insuficientes para
cubrir necesidades básicas (14.8 %), la carencia de bienes duraderos (7.4 %),
los bajos niveles educativos (22.2 %), la falta de empleo de uno o más de los
miembros adultos de la familia (7.4 %) y la falta de seguridad social (3.7 %). 11
En términos generales, el índice multidimensional de la cepal arroja
la misma tasa de pobreza (28 %) que la medición de ingreso de los hogares.
más allá de esta solución, la mayoría de los hijos adultos se vieron obligados
a buscar vivienda en otra parte. En general, esto significó mudarse a la
periferia donde la vivienda es más accesible. De este modo dio inicio un
desplazamiento a gran escala del centro de la ciudad hacia la periferia
(Duhau, 2003; Roberts, 2010). Este proceso se vio estimulado también por
los intereses económicos en la renovación de las áreas centrales de la ciudad
con grandes áreas de consumo (centros comerciales), condominios para
sectores de altos ingresos y edificios de oficinas. Las políticas de vivienda
contribuyeron a este desplazamiento, al comenzar a subsidiar los gobiernos
de varios países proyectos de vivienda en gran escala para los sectores de
bajos ingresos.
Un símbolo del nuevo paisaje urbano es el coto. El ejemplo paradigmá
tico es la construcción de barreras en torno a los desarrollos inmobiliarios de
clase media vecinos a las favelas en Brasil; pero, a lo largo y ancho de todas
las ciudades latinoamericanas, los cotos han proliferado para brindar segu
ridad a las familias de ingresos medios y altos, tanto en el centro como en la
periferia (Caldeira, 1999 y 2000). La construcción de muros perimetrales se
ha extendido tanto que los vecinos la utilizan para brindar protección en los
viejos barrios céntricos, y las autoridades para controlar lo que consideran
asentamientos peligrosos de bajos ingresos (Roberts, 2010).
Estos desplazamientos intraurbanos y las localizaciones periféricas
socavan algunos de los recursos de la pobreza, tales como las relaciones fa
miliares y comunitarias, que en los años setenta y ochenta del siglo pasado
les permitieron a los pobres sobrevivir en la ciudad (González de la Rocha,
1986 y 2001). El principal factor que modificó la manera de sobrevivir de
los pobres fue el cambio estructural de las economías de América Latina
señalado anteriormente. En las décadas de 1960 y 1970, el empleo informal
predominaba en los asentamientos de bajos ingresos. La informalidad per
mitía aprovechar el trabajo infantil y facilitaba las actividades económicas
de padres e hijos. A fines de la década de los sesenta, el mercado de traba
jo para las generaciones más jóvenes era predominantemente local y des
cansaba en las relaciones de parentesco o vecinales, lo cual favorecía la
pesencia de los hombres adultos en el barrio durante el día (Roberts, 1980).
Las hijas, por ejemplo, colaboraban en las tareas domésticas, y ayudaban a
sus madres en actividades de costura, servicio doméstico o comercio infor
mal; mientras que los hijos varones participaban como aprendices de sus
padres en distintos oficios, como zapatero, sastre o albañil. Aunque estos
trabajos no brindaban muchos ingresos ni oportunidades de progreso, sí 15
contribuían a mantener la cohesión comunitaria y familiar.
La información que pude recabar en una encuesta llevada a cabo en 2007
dos, los maestros se ven a sí mismos como trabajadores sociales más que
como docentes. Cuando existen vínculos fuertes entre la familia y la escue
la, los alumnos son capaces de progresar en términos educativos, incluso
en los contextos más segregados. Para los habitantes de los barrios pobres,
las desventajas son acumulativas. Un estudio reciente de Bayón (2015) en
Chimalhuacán, localizado en la periferia de la Ciudad de México, resalta
gráficamente y de una manera convincente las múltiples dimensiones de la
exclusión social. Las biografías de los residentes de este municipio que par
ticiparon en la investigación muestran cómo la violencia, la falta de traba
jo, el aislamiento espacial, las relaciones sociales restringidas y la falta de
asociaciones comunitarias resultan en vidas plagadas de dificultades y con
poca esperanza. Por un lado, los vecinos deben atenerse y regirse por las
normatividades nacionales respecto a la asistencia escolar, la salud y la vio
lencia interpersonal. Pero al mismo tiempo, se enfrentan con escuelas que
ofrecen una educación deficiente y a clínicas de salud escasamente equipa
das; además, las condiciones de hacinamiento y los ingresos insuficientes
e inestables de los hogares favorecen la violencia doméstica y el trabajo
infantil. El nivel terciario de educación plantea otros desafíos; tal como lo
muestra Gelber (2014) en municipios cercanos a Chimalhuacán, la distan
cia respecto a las universidades u otras instancias de educación superior
imponen nuevas barreras económicas y de traslado.
Conclusión
1 ciesas-Occidente.
Introducción2 27
sobre los Problemas del Medio Ambiente en Francia (scope, por sus siglas
en inglés), los especialistas en temas del medio ambiente discutieron en tor-
no a las diferencias entre las sociedades caracterizadas por la acumulación
de reservas (recursos) y las que, en contraste, son más pobres. Las primeras,
las sociedades con riquezas acumuladas, en opinión de estos científicos, son
más capaces de combatir o resistir el impacto de las alteraciones en el entor-
no porque el control de recursos es un efectivo mecanismo de defensa ante
las amenazas (Timmerman, 1981). Schneider y Temkin (1978, citados por
Timmerman, 1981) se preguntaban si algunos sectores de la sociedad eran,
en ese entonces, más o menos vulnerables que en el pasado a los cambios
del medio ambiente. Es posible apreciar en estos ya clásicos análisis acerca
de la variabilidad climática y sus impactos en la humanidad tres de los más
importantes elementos de los enfoques actuales de vulnerabilidad: a) los
recursos (riqueza, reservas) con los que se cuenta; b) la resiliencia (la habili-
dad para responder ante un riesgo o amenaza capaz de evitar resultados des-
favorables o daños), llamada también resourcefulness por algunos autores
(véase Moser, 1996), y c) el impacto diferencial de las amenazas y los cam-
bios del entorno.5 Se puede apreciar que desde entonces se atribuía un fuerte
componente social a la definición de un evento como “desastre”.
Mucho se ha escrito desde entonces. A partir de que Timmerman escri-
bió Vulnerability, Resilience and the Collapse of Society en 1981, han proliferado
5 Estos tres elementos de la vulnerabilidad, como se verá en la siguiente sección, fueron ex-
tensamente analizados en los estudios sobre estrategias de sobrevivencia y en aquellos
dedicados a conocer los impactos de las crisis económicas. La resiliencia está asociada al
uso y manejo eficiente de recursos. Las respuestas a eventos amenazantes involucran la
movilización de recursos.
las investigaciones sobre el impacto de cambios económicos, sociales, po-
líticos y ambientales en distintas sociedades y grupos sociales específicos.
Casi todas las disciplinas de las ciencias sociales están representadas en el
actual amplio abanico de investigaciones en torno a la vulnerabilidad. Des-
de la década de los setenta, estudiosos del medio ambiente y de los desastres,
antropólogos y sociólogos interesados en profundizar en el conocimiento de
las sociedades rurales y urbanas de distintas regiones del mundo, economistas
e investigadores en el campo de los estudios del desarrollo, han contribuido
a entender los procesos de cambio y los impactos de distintos eventos (crisis
económicas, sequías, guerras) en las familias y grupos domésticos, en la vida
y el bienestar de las personas. 29
Contribuir a ubicar teóricamente el término vulnerabilidad y dotarlo de
sentido es el objetivo central de este capítulo. Para ello, en la sección “Grupos
Latina. Autores como Duque y Pastrana (1973), Bilac (1978), Schmink (1979
y 1984) y González de la Rocha (1986 y 1994a), entre muchos otros, se valie-
ron del enfoque de las estrategias de sobrevivencia para describir y demostrar
la importancia de prácticas sociales (domésticas y familiares)6 para un fin
económico por excelencia: la sobrevivencia con ingresos muy bajos. Aunque
América Latina sirvió como escenario de múltiples e importantes investiga-
ciones respecto a estos temas, historiadores y sociólogos europeos y estadou-
nidenses especializados en el estudio de la familia y el impacto de cambios
sociales en la vida familiar hicieron contribuciones muy importantes. Tilly
(1987) hizo uso del concepto estrategias familiares para enfatizar que los po-
bres, a pesar de la escasez de recursos que los caracteriza, no son actores
pasivos ante los procesos de cambio económico y político, sino que respon-
den a estos. Anderson (1980) y Morgan (1989) reconocieron las respues-
tas activas de las familias a las presiones y cambios estructurales, y Hareven
(1975 y 1982) analizó las estrategias familiares de trabajo como respuesta a
los cambios sociales gestados por la industrialización.
Lo crucial en las investigaciones en torno a las estrategias de sobreviven-
cia era el análisis de los recursos del hogar o grupo doméstico (materiales,
monetarios, pero también sociales) y las maneras en las que estos recursos
son movilizados en contextos de pobreza para evitar caer aún más bajo cuan-
do, por ejemplo, algún miembro del hogar queda sin empleo o enferma de
gravedad. El análisis de la diversificación de las ocupaciones y la participa-
ción económica de adultos, niños, jóvenes y ancianos para generar ingre-
6 Como la intensificación del uso de la fuerza de trabajo familiar, el uso de las redes socia-
les de ayuda, la expansión de los arreglos residenciales no nucleares y otros mecanismos
de defensa ante agresiones y cambios en el entorno.
sos a favor del grupo doméstico resultó crucial para mostrar que el trabajo
es un recurso indispensable que se moviliza de manera flexible. Estas in-
vestigaciones sentaron las bases para: a) entender la relevancia de los recur-
sos en manos de los pobres y el hecho de que son de distintos tipos (tangi-
bles, intangibles, materiales, simbólicos, monetarios, sociales); b) aquilatar
la importancia de centrar el análisis en el grupo o unidad doméstica porque
es en ese espacio social donde se instrumentan las respuestas al cambio eco-
nómico mediante el manejo de recursos (se envían más miembros al tra-
bajo, por ejemplo); c) reconocer que, a pesar de su gran importancia en la
sobrevivencia y la reproducción, el grupo doméstico es una unidad contra-
dictoria que incluye relaciones de solidaridad, cooperación, negociaciones y 31
conflictos, en los que hay desigualdades en el acceso a los recursos y, por tan-
to, distintos niveles de bienestar, aun bajo el mismo techo; d) aceptar que los
los ingresos reales individuales habían descendido más del 30 % (González de la Rocha,
1988, 1991 y 1994a). Por su parte, Moser encontró que en la medida en que los hogares
se empobrecen como resultado de la crisis, las mujeres, los niños y jóvenes ingresan al
mercado laboral (Moser, 1996). Un análisis posterior, con evidencia de 15 países, con-
firmó que la intensificación del trabajo familiar y las restricciones del consumo son las
respuestas más comunes (además de algunos cambios en la estructura de los hogares)
de los grupos domésticos frente a las crisis económicas (González de la Rocha, 2000).
Devereux (1999) también incluye en su análisis las prácticas de intensificación del tra-
bajo en el caso de los hogares rurales en Malawi, al igual que la venta de activos domés-
ticos y productivos.
8 Las familias de los trabajadores de Guadalajara, de 1982 a 1985, cambiaron sustancial-
mente sus patrones de consumo. En la mayoría de los hogares estudiados, el consumo
disminuyó: se comía dos veces al día y no tres. Se iban a dormir sin cenar. Se comía más
huevo y menos carne de res o de pollo. En algunos hogares se dejó de consumir gas para
la preparación de los alimentos y en su lugar se usó leña. Postergaban las consultas médi-
cas (pues muchos preferían la medicina privada que no tenían con qué pagar) y algunos
niños, los de los hogares más pobres, dejaron de asistir a la escuela porque sus padres no
tenían recursos para comprarles los uniformes o calzado (González de la Rocha, 1988,
1991 y 1994a). Moser encontró, en Commonwealth, una disminución del consumo de
siete bienes básicos, reducción del monto que los padres dan a los niños para la compra
de colaciones en la escuela en Cisne Dos (Guayaquil); descenso del uso de transporte
motorizado para ir al trabajo en Chawama y Commonwealth. Las amas de casa en Ang-
yalföld dejaron de comprar alimentos costosos que sustituyeron por los de menor calidad
y costo. Devereux (1999), además de la reducción y la diversificación del consumo con
lo que coincide con Moser y González de la Rocha, incluye la disminución del número
de consumidores mediante, sobre todo, el envío temporal o permanente de niños a otros
grupos domésticos.
9 Al hablar de costos, el autor no se refiere a costos monetarios, sino a trade-offs, o lo que la
gente tiene que sacrificar (por ejemplo, educación) para llevar a cabo la estrategia (venta
de fuerza de trabajo infantil).
uso de ahorros para, con ese recurso, obtener alimento o medicinas. Las es-
trategias de sobrevivencia se instrumentan después de las de enfrentamiento,
cuando estas no fueron suficientemente defensivas, porque tienen costos
más altos en el largo plazo y resultan difícilmente reversibles. La venta de ac-
tivos productivos es un ejemplo de este tipo de respuestas. Las mismas acciones
pueden formar parte de unas y otras (por ejemplo, la modificación del consu-
mo), pero se distinguen por el grado en el que se llevan a cabo. La reducción
de porciones de alimento (enfrentamiento) contrasta con el racionamiento se-
vero que incluye saltarse comidas (en vez de tres comidas al día, comer dos o
una, típico de las estrategias de sobrevivencia); pedir dinero prestado a algún
amigo a intereses bajos (enfrentamiento) vs. contraer deudas con un pres- 33
tamista a intereses muy altos (sobrevivencia); o bien, emigrar durante alguna
estación del año para buscar trabajo vs. migración definitiva como resultado
10 A estos cambios se les llamó, por quien esto escribe (González de la Rocha, 2000), “ajustes
privados”, precisamente porque el análisis mostró que los grupos domésticos y las familias
son extremadamente sensibles al cambio económico. Las políticas de ajuste estructural
provocaron ajustes en el ámbito privado, como se describió en la anterior nota al pie.
“los recursos de la pobreza” (González de la Rocha, 1986, 1994a y 2001) y el
abandono del enfoque que enfatiza la capacidad (casi infinita) de adaptarse
a los cambios del entorno (económicos o de otra índole).
Pobreza y vulnerabilidad
11 Esta noción de pobreza, limitada a lo monetario, solo aplica en contextos en los que la
definición (y por tanto la medición) está basada únicamente en los ingresos de las perso-
nas. En el caso de México, donde la medición oficial de la pobreza es multidimensional
(ingresos, acceso a educación, salud, seguridad social, vivienda, alimentación y servicios
en la vivienda), es posible conocer el impacto de distintas instancias, distintas estructu-
ras e instituciones económico-sociales (y atribuir responsabilidades).
breza alude a un estado caracterizado por condiciones de privación y caren-
cias y, dado el desarrollo cada vez más sofisticado de métodos para su me-
dición, en México se cuenta con una metodología que mide la pobreza no
solo en términos de ingresos sino, además, en términos de carencias socia-
les en materia de educación, acceso a servicios de salud y seguridad social,
alimentación, calidad y espacios de la vivienda y acceso a servicios básicos
en la vivienda (Coneval, 2009). Toda medición se realiza en un momento
determinado en el tiempo y por eso algunos autores han planteado que el con-
cepto pobreza es necesariamente estático (se es pobre en un momento dado,
véase Moser, 1996). Alwang et al . (2001) consideran que esta afirmación es
36 incorrecta porque también tiene una dimensión temporal (véase también Ja-
lan y Ravillion, 1998). Dan tres argumentos: a) la distinción que hace la eco-
nomía entre pobreza transitoria y pobreza crónica, responde precisamente a
Mercedes González de la Rocha
13 Lo que sí se puede hacer es predecir, con base en los presupuestos teóricos, qué tipo de
hogares o grupos específicos son vulnerables a sufrir daños en su bienestar ante algún
posible evento futuro.
que la pobreza es una condición que vulnera las capacidades de quienes la su-
fren y, por el otro, reconoce que la vulnerabilidad produce (aún más) pobre-
za. Así, la vinculación entre ambos fenómenos provoca que la pobreza sea un
factor de vulnerabilidad, impida la satisfacción de necesidades básicas, atente
contra la dignidad de las personas y limite sus libertades fundamentales. Los
individuos y grupos domésticos vulnerables son más propensos a caer en la
pobreza y reproducirla de generación en generación. Por ello, se plantea que
la vulnerabilidad es una función de la posición social (Coy, 2010). La interre-
lación entre pobreza y vulnerabilidad es tal que se ha sugerido que la pobreza
debe considerarse como un indicador de la vulnerabilidad (Adger, 1999, ci-
38 tado por Alwang et al ., 2001).
Mercedes González de la Rocha
16 El campo de los estudios basados en el enfoque de los activos de los hogares y el campo
de estudio de los modos de subsistencia (livelihoods), aunque incluyen a muchos econo-
mistas rurales y del desarrollo, no pueden considerarse realmente como “subáreas” de la
literatura económica. Se trata de campos de investigación en los que la presencia activa
de sociólogos y antropólogos ha sido crucial.
17 Como la habilidad para hacer uso de las oportunidades, la habilidad para resistirse me-
diante el uso y movilización de recursos y recuperarse de los impactos o shocks.
(ingreso/consumo) para entender y ponderar los cambios en el bienestar de las
personas motivó a los miembros de este gremio (socioantropología) a entender
la vulnerabilidad desde perspectivas más sociológicas (Alwang et al ., 2001) y
mediante métodos de investigación distintos a la aplicación de encuestas —o
sea, por medio de métodos cualitativos y etnográficos—.
Se puede observar que, a pesar de las discrepancias entre las disciplinas,
hay muchos elementos en común. En los párrafos siguientes se presentan los
principios generales sobre el concepto vulnerabilidad a la luz de la revisión de
Alwang y sus coautores.
La vulnerabilidad es un concepto que alude a procesos que se darán en el
40 futuro (forward-looking). La incertidumbre es un elemento inherente a la vulne-
rabilidad porque esta es el producto del enfrentamiento de los hogares, comuni-
dades o sistemas con eventos (riesgos o amenazas) más o menos probables pero
Mercedes González de la Rocha
19 El uso del término activos en las discusiones académicas antropológicas y sociológicas podría
considerarse, en sentido estricto, como un ejemplo más de la invasión de términos econo-
micistas para explicar la compleja realidad social (como el de “capital” humano o “capital”
social). En el uso que Kaztman y Filgueira (1999) le dan, sin embargo, tiene un potencial
heurístico que ha valido la osadía de tomarlo prestado de la jerga empresarial/financiera.
Kaztman y Filgueira (1999) parten de los planteamientos de Moser,
pero ofrecen una nueva conceptualización de “activos” como parte del enfo-
que al que ellos llaman “activos-vulnerabilidad-estructura de oportunidades”
(aveo). Suscriben la idea moseriana de la necesidad de tomar en cuenta los
recursos de los hogares y la forma en la que las personas los utilizan. Intro-
ducen la idea de la variabilidad del monto y tipo de recursos en manos de
las personas y los hogares y, también, el dinamismo en las formas en las que
estos recursos se emplean. Ninguno de estos elementos permanece estático
a pesar del tiempo. Lo crucial en este planteamiento es que los recursos de
los hogares no pueden ser valorados en sí mismos, independientemente de la
estructura de oportunidades a la que se tiene acceso. Los recursos se convier- 43
ten en activos, nos plantean Kaztman y Filgueira, en la medida en que permiten
el aprovechamiento de las oportunidades que ofrecen el mercado, el Estado
“...que se refiere a su capacidad para controlar las fuerzas que lo afectan” depen-
de de la posesión o control de activos, esto es, de los recursos requeridos para
el aprovechamiento de las oportunidades que brinda el medio en que se desen-
vuelve. Los cambios en la vulnerabilidad de los hogares pueden producirse por
cambios en los recursos que poseen o controlan, por cambios en los requeri-
44 mientos de acceso a la estructura de oportunidades de su medio o por cambios
en ambas dimensiones (Kaztman y Filgueira, 1999: 20).22
Mercedes González de la Rocha
Acumulación de desventajas
26 Los niños y niñas que ya fueron forzados a salir de la escuela para ingresar al mercado
laboral difícilmente podrán compensar, en su vida adulta, el déficit en su formación
que se presenta usualmente asociado a empleos sin prestaciones sociales y de escasa
remuneración.
evitar que los cúmulos surjan y favorecer la separación de los racimos.27 Los
autores utilizan el caso de una mujer, Leah, para mostrar la manera en la que
las desventajas se acumulan en forma de racimos. Es evidente que no todas
las desventajas son iguales o que no tienen el mismo peso específico en el
conjunto o racimo. Hay algunas desventajas, como la falta de salud, la es-
casa escolaridad y la escasez de ingresos asociada a empleos precarios que
conforman desventajas que podríamos llamar “estructurales”. Cuando no
se tiene la educación formal que los empleos requieren o si las personas su-
fren una enfermedad que los incapacita, es más fácil que a este conjunto de
desventajas se sumen otras. Lo importante aquí es la pluralidad o acumulación
48 de las mismas. Sin duda, la falta de confianza que un individuo puede sufrir
no es en sí misma generadora de procesos de deterioro en el bienestar. Si esta
surge junto con el desempleo, la falta de ingresos o procesos de enfermedad,
Mercedes González de la Rocha
27 “Si los gobiernos, al mejorar las vidas de quienes están en peor situación, logran la sepa-
ración de los racimos de desventajas de tal manera que ya no sea posible decir quiénes en
la sociedad son los que están peor, entonces [esos gobiernos] podrán decir que han cam-
biado el rumbo de la sociedad hacia la equidad” (Wolff y De-Shalit, 2007: 10). Todos los
individuos son, en teoría, “vulnerados en potencia”. Las personas de todos los estratos
socioeconómicos y clases sociales pueden padecer situaciones y procesos de vulne-
rabilidad. En ese sentido, la vulnerabilidad no es un asunto de pobres. Sin embargo,
los procesos de formación de cúmulos o racimos de desventajas de Wolff y De-Shalit
(2007) incluyen escasez e insuficiencia de ingresos (pobreza). La relación entre pobreza
y vulnerabilidad es clara: a mayor escasez y deterioro de los recursos/activos, mayor
vulnerabilidad y viceversa.
28 La autora agradece a quien realizó uno de los dictámenes (anónimo) por la idea de las
desventajas estructurales.
Recuadro 2.1 Caso Leah
Leah es una migrante de origen beduino, del Norte de África, que llegó a Israel
con su familia de origen siendo aún una niña. La migración de la familia, como es
la de muchos migrantes, obedeció a la pobreza que caracterizaba sus vidas en su
lugar de origen y la urgencia de encontrar mejores condiciones de vida. Su padre
nunca contó con empleos estables y su participación económica se limitó a tra-
bajos eventuales y muy mal pagados. Leah asistió a la escuela solo durante unos
años de la educación primaria. Su padre, guiado por su ortodoxia religiosa, la
obligó a contraer nupcias a los 18 años con un hombre que poco tiempo después
culpó y abandonó a Leah porque, al cabo de un año de matrimonio, la joven 49
mujer parecía tener problemas de fertilidad. Sus padres y hermanos, la socie-
dad en su conjunto, la hicieron sentir fracasada. Se sentía humillada. La presión
Fuente: Síntesis elaborada por la autora con información de Wolff y De-Shalit (2007: 1-3).
No es solo la pobreza la que sume a las Leah del mundo en la vida miserable
que se ha descrito. Es la suma de varias desventajas: la dependencia, subordi-
nación y el confinamiento, tristeza, depresión y mal humor por ser tan pobre
y no poder comprar ni lo más básico, la humillación, la falta de autonomía y
capacidad de decisión, la muy baja escolaridad, la incapacidad de reciprocar
favores y la falta de confianza en sí misma. Sufrir desventajas de múltiples
tipos, nos dicen Wolff y De-Shalit, hace a las personas vulnerables al empeo-
ramiento de sus condiciones de vida.
Años antes de la publicación del libro de Wolff y De-Shalit, investiga-
ciones antropológicas realizadas en México visibilizaron procesos de vul-
nerabilidad caracterizados por la acumulación de desventajas (González de
la Rocha, 1999, 2001 y 2006a). Estos análisis no gozaban del optimismo
característico de los estudios sobre las estrategias de sobrevivencia porque
enfatizaban procesos de erosión en la capacidad de movilización de los
recursos en manos de los pobres. Durante la crisis económica de los ochenta
(1982-1985) se observó que los hogares respondían mediante una estrate-
gia de intensificación del uso de la fuerza de trabajo de sus miembros y
prácticas de restricción del consumo (González de la Rocha y Escobar, 1986).29
50 A lo largo de la crisis de la década de los noventa se registraron periodos más
largos de desempleo en escenarios de creciente precarización del empleo.
Las personas enfrentaban más dificultades para solucionar los problemas
Mercedes González de la Rocha
cotidianos acerca de dónde trabajar, qué comer, con qué pagar las cuentas
de transporte, gas y electricidad y cómo recibir atención médica sin contar
con lo necesario para cubrir el costo de la consulta y los medicamentos. Se
observaron procesos de atomización y aislamiento social ahí donde en el
pasado florecía el intercambio de favores y la ayuda mutua (Bazán, 1999;
González de la Rocha, 1999). Sin vínculos sociales de apoyo, las personas y
sus familias son aún más vulnerables a las crisis y la adversidad. La erosión de
los vínculos puede conducir al debilitamiento de las redes sociales más am-
plias y, con ello, generar todavía mayores problemas para encontrar un empleo,
producir entornos de desconfianza, miedo, fracturas del tejido social y dismi-
nución de la participación en la vida comunitaria. La perspectiva y el método
longitudinales de las investigaciones en las que se basaron estas ideas permi-
tieron la formulación de un modelo sobre la dinámica de la reproducción
social de los grupos domésticos de escasos recursos en situaciones previas
a la crisis económica y los cambios que se observaron durante y después de
la misma. Se enfatizó, con ello, la erosión de las capacidades de las personas
para hacer uso de su fuerza de trabajo y, por tanto, una escalada de efectos
en otras dimensiones de sus vidas en procesos acumulativos de desventajas.
Poco después, en un análisis comisionado por undp Nueva York, basado en
29 El análisis del impacto de la crisis de la década de los ochenta mostró, en primer lugar,
que los grupos domésticos responden a la caída de los ingresos con estrategias de minimi-
zación del consumo (disminuyen el gasto total mediante cambios en los hábitos alimen-
ticios y cortando el consumo de bienes no esenciales). En segundo lugar, las respuestas de
los hogares al estrés económico incluyen acciones y mecanismos para proteger el ingreso
por medio de la intensificación del uso de la fuerza de trabajo familiar (el envío de más
miembros del hogar —incluidos niños y mujeres, no incorporadas con anticipación al
trabajo asalariado— al mercado de trabajo en condiciones de elevada precariedad).
información proveniente de 15 países de distintas regiones del mundo, se
develaron sorprendentes similitudes en las respuestas domésticas y fami-
liares ante procesos de deterioro del empleo (González de la Rocha, 2000).30
Dichas respuestas mostraban indicios claros del agotamiento de los recursos
otrora dedicados a comer mejor (se documentaron restricciones del gasto en
alimentos), vivir más saludablemente (constricciones de gastos en salud), tejer
y nutrir relaciones sociales de apoyo y solidaridad (se observaron procesos de
deterioro de las relaciones de intercambio social). El aislamiento social, como
producto de la falta de recursos para reciprocar, recibió atención especial en
estos análisis (Devereux, 1999; González de la Rocha, 1999, 2000 y 2001;
González de la Rocha y Villagómez, 2006).31 Estas ideas fueron recibidas 51
30 Las principales tendencias que dicho análisis encontró fueron: a) mecanismos de inten-
Conclusión
33 El uso del término capacidades se refiere a las competencias de las personas para el ejercicio
de las funciones requeridas (Nussbaum, 2002). Esta autora señala que el concepto ca-
pacidades humanas se refiere a lo que la gente realmente tiene posibilidades de hacer y
de ser. Las capacidades funcionales humanas centrales, según Nussbaum, son la vida
(la capacidad de vivir hasta el final de una vida humana de duración normal), la salud
física, la integridad física, la capacidad de desarrollar y poner en práctica los sentidos,
la imaginación y el pensamiento (mediante educación y formación adecuadas, libertad
de expresión y para ejercer una religión, si eso responde a una decisión y elección libre),
recreación, asociación, etcétera. Un significado amplio del concepto indica que las ca-
pacidades son lo que posibilita a las personas de una sociedad desempeñarse de manera
adecuada y obtener, mediante ese desempeño, resultados de acuerdo con sus intereses
y necesidades: las habilidades y posibilidades de los individuos, instituciones y colec-
tividades para diseñar objetivos, ejecutar funciones, resolver problemas y lograr los
objetivos fijados (pnud, 2009).
incrementa la propensión de los hogares a ser afectados por la exposición a
los riesgos; aumenta la vulnerabilidad. En cambio, a medida que los grupos
domésticos cuentan con más recursos, sus capacidades para responder a los
shocks serán mayores, más oportunas y eficaces para proteger el bienestar y
evitar daños (Moser, 1996; Kaztman, 1999; González de la Rocha, 2000;
Gassmann et al ., 2013).
La vulnerabilidad no puede comprenderse en el vacío. Su visibilización
y análisis requiere la contextualización del fenómeno de manera que sea po-
sible el reconocimiento de los riesgos ante los cuales las unidades de obser-
vación (por ejemplo, los hogares) son vulnerables. La naturaleza procesual
54 del concepto vulnerabilidad hace necesario adoptar un enfoque diacrónico que
privilegie el análisis de los cambios en el bienestar. Todas las personas — de to-
dos los estratos y niveles socioeconómicos, están expuestas a riesgos—. Por
Mercedes González de la Rocha
ejemplo, todos los hogares y personas de un país están expuestos a una crisis
económica que, potencialmente puede provocar procesos de deterioro en el
bienestar de las personas de distintos grupos sociales.34 Este evento puede
generar la caída en la pobreza de hogares que antes no eran pobres o intensificar
la pobreza de aquellos que ya estaban en esta situación.35 Sin embargo, como
ya se aclaró, la pobreza es un factor de vulnerabilidad: hace más vulnerables a
quienes la sufren. Algunos grupos domésticos son capaces de defenderse con
más éxito que otros dependiendo del monto de recursos a los que tienen acce-
so y la posibilidad de usarlos de manera defensiva o protectora.
En este capítulo se insistió en los aportes sustanciales del enfoque de las
estrategias de sobrevivencia y de las investigaciones sobre el impacto de las
34 Es difícil, sin embargo, afirmar que todos los habitantes de un país están igualmente
expuestos a una crisis económica. Por ejemplo, los campesinos de subsistencia son me-
nos vulnerables al incremento de los bienes de consumo (alimentos) que los trabajadores
urbanos porque estos están sujetos al deterioro de sus salarios reales y dependen, para
la satisfacción de sus necesidades básicas, del mercado.
35 Cortés y Rubalcava (1991) documentan los efectos de empobrecimiento de toda la po-
blación mexicana durante la crisis económica de la década de los ochenta, dando como
resultado una situación de mayor homogeneidad o menores diferencias en los ingresos
de los hogares. Un análisis realizado por González de la Rocha (1995), durante la primera
parte de los noventa, mostró que los ingresos de los hogares de clase media se colapsa-
ron en los años de reestructuración económica que siguieron a las sucesivas crisis y que,
en cambio, los hogares de la clase trabajadora habían logrado “defender”, con relativo
mayor éxito, sus niveles de ingresos. Los primeros siguieron privilegiando la escolari-
dad de los niños y jóvenes, mientras que los hogares de la clase trabajadora fueron los
escenarios de procesos de intensificación del uso de la fuerza de trabajo —incluido el
trabajo de los niños y jóvenes— para contrarrestar la caída de los ingresos individuales.
El resultado fue una sorprendente similitud económica entre unos y otros.
crisis económicas en el bienestar y organización social de los grupos domés-
ticos para la construcción del concepto vulnerabilidad. Vale preguntarse, si-
guiendo a Roberts,36 si las diferencias entre los distintos enfoques responden a
cambios estructurales (por ejemplo, los cambios producidos por la dinámica
macroeconómica) o a la evolución de las instituciones en el campo del de-
sarrollo, en particular el surgimiento y la importancia de las agencias inter-
nacionales y las agencias de desarrollo o las grandes ong. Roberts plantea
que los cambios en la terminología no necesariamente contribuyen al cono-
cimiento o la comprensión de los fenómenos que se analizan, sino que, más
bien, reflejan las prioridades institucionales. Tal es el caso del término activos,
cuyo éxito se explica por la conveniencia para una aproximación economista 55
cuantificadora de la realidad, pero que añade poco a nuestra comprensión de
las prácticas (y significados) de las personas ante los desafíos y oportunidades
37 La migración de hombres y mujeres en edad laboral y reproductiva implica que, con fre-
cuencia, dejen a sus hijos al cuidado de otras personas, parientes o no. Lo mismo pasa con el
trabajo asalariado de las mujeres en la maquila industrial, a menudo realizado en condicio-
nes de muy escasa flexibilidad y con jornadas largas y extenuantes. Todo ello conduce a
situaciones en las que es cada vez más difícil, para los padres, ejercer su papel de protecto-
res y proveedores de cuidados (además del de proveedores económicos).
han acumulado desventajas y pérdidas de las que no han logrado recuperarse.
Un hogar caracterizado por cúmulos de desventajas (en los que la escasez de
recursos se suma a la falta de salud, a problemas en el acceso a la educación y
al aislamiento social) es un hogar con graves problemas para responder y para
reparar el daño. La comprensión de estos procesos —la gestación de racimos
o cúmulos de desventajas— requiere información que se yuxtapone (no sepa-
rada) de eventos, relaciones, prácticas, biografías personales e historias fami-
liares. Esta información yuxtapuesta —que asocia distintas dimensiones y
elementos de las mismas— es la que permite observar la asociación entre un
daño y otro, es decir, la gestación de procesos de acumulación de desventajas.
El método basado en estudios de caso de corte etnográfico es el indicado para 57
hacer observables estos procesos.
1 ciesas-Ciudad de México.
Introducción 59
2 De acuerdo con un estudio de Oxfam, “Casi la mitad de la riqueza mundial está en ma-
nos de solo el 1 % de la población. La riqueza del 1% de la población más rica del mundo
asciende a 110 billones de dólares, una cifra 65 veces mayor que el total de la riqueza que
posee la mitad más pobre de la población mundial. La mitad más pobre de la población
mundial posee la misma riqueza que las 85 personas más ricas del mundo. Siete de cada
diez personas viven en países donde la desigualdad económica ha aumentado en los
últimos 30 años” (Fuentes-Nieva y Galasso, 2014: 2-3).
Con independencia de la manera en la que se entienda el ejercicio de
la democracia, existe una parte fundamental que le da sentido a todo este
proceso político: la ciudadanía. Del mismo modo en que se puede quedar
solo en la parte formal y no ir a la sustantiva, la ciudadanía es la condición
necesaria para el ejercicio democrático. En los últimos años, se ha generado
un consenso sobre los procesos que han vaciado de sentido a la democracia
y sobre las formas como se ha modificado la condición ciudadana. El compli-
cado tema de la ciudadanía necesita algunas referencias básicas para ir más
lejos de una mera nominación jurídica o un simple listado de derechos y
obligaciones.
Mucho y poco se ha avanzado desde que el planteamiento ya clásico de 61
Thomas H. Marshall propuso los tipos de ciudadanía y derechos —civiles, po-
líticos y sociales—.3 Mucho, porque el tipo de sistema social sobre el que hizo
3 De acuerdo con el planteamiento clásico de Marshall, los derechos civiles son “Libertad
de la persona, de expresión, de pensamiento y religión, derecho a la propiedad y a es-
tablecer contratos válidos y derecho a la justicia […]. Por elemento político entiendo el
derecho a participar en el ejercicio del poder político […]. El elemento social abarca todo
el espectro, desde el derecho a la seguridad y a un mínimo bienestar económico […]. Las
instituciones directamente relacionadas son, en este caso, el sistema educativo y los ser-
vicios sociales” (1998: 22-23).
ubica solo como medios para llegar a tener una ciudadanía de calidad (Nun,
2002: 84). En el fondo, se trata de saber si los derechos sociales están da-
dos como parte de los bienes de un ciudadano o son un objetivo que ha de
conquistarse mediante el ejercicio de la política.
Cuando hablamos de vaciamiento democrático —algunos lo han lla-
mado posdemocracia (Crouch, 2004)—, aludimos a la ruptura del equilibrio
democrático y el compromiso que había en el Estado de bienestar entre las
élites y los ciudadanos. Una de sus consecuencias más visibles es el enorme
aumento de la desigualdad social, incluso en los países desarrollados, en los
que se ha dado marcha atrás en los niveles de igualdad que se lograron des-
62 pués de la Segunda Guerra Mundial: “Durante la posdemocracia sobreviven
prácticamente todos los elementos formales de la democracia, lo cual es
compatible con la complejidad de un periodo pos” (ibidem: 39). Este supues-
Alberto Aziz Nassif
5 Existen diversos planteamientos sobre cómo funciona la relación entre democracia y de-
sarrollo socioeconómico, como el marco más amplio en el que se situaría el problema de
la relación entre ciudadanía y pobreza. En el marxismo clásico había una determinación
de las condiciones materiales sobre las formas de conciencia, en la que se ubicaría la ciu-
dadanía (Marx y Engels, 1977). En un momento posterior, con la sociología de Weber
(1977), se estableció una relación no determinista entre condiciones económicas y cul-
turales. Los trabajos de Bourdieu (2003) hacen una síntesis muy creativa entre los dos
paradigmas anteriores y consiguen una ampliación cualitativa entre las condiciones
materiales y culturales. En otras elaboraciones, la teoría de la modernización de Gino
Germani (1985) propuso que se necesitaba tener cierto desarrollo económico y social
como requisito para que hubiera una democracia, en un planteamiento muy cercano a
aquellos presupuestos clásicos en los que una condición ciudadana necesita de ciertos
niveles de ingreso y educación para funcionar.
derechos —una educación básica y un salario suficiente—, resulta difícil
ejercer la ciudadanía, o para decirlo en otros términos, se imponen restric-
ciones específicas para ese ejercicio.
La relación entre derechos ciudadanos y condiciones de pobreza se
observa en diferentes contextos sociales y políticos. No se trata de una ecua-
ción igual en todos lados. En una investigación sobre las variedades de capita-
lismo en Latinoamérica, establecimos diferencias entre tres países: Brasil,
Argentina y México. Mientras que en los dos primeros existe una estructura de
organización social, sindical, que ha logrado mantener un desarrollo del mer-
cado interno y un poder adquisitivo del salario, en México hay una ausencia
66 de esta pieza, y esto ha llevado a una estrategia dominante de exportaciones
y a un salario que ha perdido capacidad adquisitiva desde 1976. El empodera-
miento de las organizaciones sociales es un elemento fundamental para el
Alberto Aziz Nassif
Desigualdad y ciudadanía
enero de 2015, el número se había reducido a 80” (Esquivel, 2015: 5). México,
según Esquivel, forma parte del 25 % de países más desiguales del mundo,
y a pesar de que la desigualdad del ingreso disminuyó entre mediados de la
década de los noventa y 2010, la desigualdad crece por dos razones contra-
dictorias: ha aumentado el ingreso per cápita, pero los índices de pobreza
permanecen, por lo cual el “crecimiento se concentra en las esferas más al-
tas de la distribución” (ibidem: 7). Los datos apuntan hacia una evidencia: “La
cantidad de millonarios en México creció en 32 % entre 2007 y 2012” —en el
sexenio de Felipe Calderón (2006-2012)—. “En el resto del mundo, en ese mis-
mo periodo, disminuyó 0.3%” (ibidem: 16). En México, los multimillonarios no
han crecido en número, son 16 personas, pero su riqueza ha crecido de for-
ma exponencial: en 1996, “equivalían a 25 600 millones de dólares; hoy esa
cifra es de 142 900 millones de dólares” (ibidem: 8).
El grado de esta acumulación no se debe solo a los impulsos de la glo-
balización sobre ciertos mercados, sino a un tipo de capitalismo en el que el
Estado es una palanca básica para la concentración del ingreso. Sin duda,
el modelo neoliberal ha propiciado transformaciones radicales, que son la
raíz de la desigualdad. Los cuatro mexicanos más ricos están ubicados en
mercados que pasaron de ser públicos a privados y en actividades concesio-
nadas por el Estado. Se trata de telecomunicaciones, minería y banca. Ellos
son Slim, Larrea, Bailleres y Salinas Pliego, entre los más destacados.
Un criterio para poner a prueba las reformas del sexenio de Enrique Peña
Nieto (2012-2018) es la calidad regulatoria del Estado frente a estos grandes
intereses.8 El gobierno actual está muy lejos de modificar los altísimos
8 En los primeros dos años del sexenio de Enrique Peña Nieto se realizaron diversas refor-
mas constitucionales en materia educativa, fiscal, electoral, energética, etcétera, producto
niveles de concentración monopólica. Un ejemplo de la captura es que, en
contradicción con el discurso oficial de la baja de precios en servicios de
telecomunicaciones, México sigue con las tarifas más caras del triple play,
según un estudio reciente con una muestra de 12 países (ocde, 2015). Por
otra parte, la lógica de los gobiernos del pri y el pan, para enfrentar una
de las más graves consecuencias de la desigualdad y la captura, es decir, la
pobreza, ha fracasado. Sexenio a sexenio cambia de nombre el programa
para combatir la pobreza, pero los niveles de pobreza no han cambiado en
los últimos 20 años, en los que ha gobernado la derecha. No hay combate
a la pobreza sino administración de la pobreza. El análisis de esos años
(1995-2015) es del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desa- 69
rrollo Social (Coneval); su secretario ejecutivo afirma que “en 25 años no ha
mejorado el ingreso de las familias y por ello no se ha reducido la pobreza”
de un acuerdo entre el gobierno federal y los tres principales partidos —Partido Acción
Nacional (pan), Partido Revolucionario Institucional (pri) y Partido de la Revolución
Democrática (prd)—. El resultado es polémico y no ha rendido los frutos esperados para
tener más bienestar y desarrollo. Sobre las reformas, véase Valencia y Ordoñez (2016).
◆ Los más ricos se mueven en sectores privilegiados: “La falta de compe-
tencia económica y un débil marco regulatorio constituyen el escenario
ideal para el abuso por parte de empresas con un cierto poder mono-
pólico u oligopólico”.
◆ Los impuestos al consumo son regresivos y afectan a quienes menos tie-
nen: “La estructura fiscal en México está mucho más orientada a gravar
el consumo que el ingreso personal o empresarial” . “En una economía
tan desigual como la mexicana, esto significa que los hogares pobres
pueden terminar pagando, en forma de impuestos, más que los hogares
ricos, a pesar de las exenciones en algunos productos”.
70 ◆ La población indígena es cuatro veces más pobre: “Mientras que el 38 %
de la población hablante indígena vive en pobreza extrema, el porcen-
taje correspondiente para la población total es inferior al 10 %. Esto
Alberto Aziz Nassif
Una parte de la desigualdad toca el tema de las capacidades (Sen, 2000), pero
hay otra que apunta hacia otra dimensión, más complicada de establecer:
¿qué se requiere para acceder a una vida digna, para ser ciudadanos? Göran
Therborn retoma el planteamiento de Martha Nussbaum que propone,
no las capacidades, sino “las dimensiones básicas de la vida humana […].
Los seres humanos son personas, cada una con su propio ego, que viven
su vida en contextos sociales llenos de significado y emociones. Los seres
humanos son actores, capaces de actuar en pro de sus metas y objetivos”
(Therborn, 2015: 57-58). Con este planteamiento, se elabora una tipología
sobre diferentes tipos de desigualdad.
Según Therborn, habría tres tipos de desigualdad: una vital, enfocada
en las oportunidades que puede tener la vida de las personas, cuyos indica-
dores son las tasas de mortalidad, la esperanza de vida y las condiciones
de la salud, como la alimentación y la nutrición; la otra es la desigualdad
existencial, referida a la autonomía, la dignidad, los espacios de libertad, los
derechos y el desarrollo; y la tercera es la más conocida, la desigualdad de
recursos, referida a las carencias que impiden el desarrollo (2015: 58).
Para relacionar estas formas de desigualdad con la ciudadanía, se puede
establecer que la desigualdad vital es una plataforma indispensable para el
ejercicio ciudadano. Las condiciones de existencia en las que se vive, el acce-
so a la salud, a la alimentación y la protección, forman parte de un gran reper- 71
torio de posibilidades de entre las que se obtienen tasas de esperanza de vida
al nacer de 59 años en Burkina Faso, de 77 años en México y de 81 años en un
10 Por falta de espacio, se dejará fuera el debate sobre los “regímenes de bienestar” (Esping-
Andersen, 1993), las reformas sociales y el tipo de régimen que existe en México, con
características mixtas, residuales, mercantiles y de universalismo mínimo, como lo ha
llamado Carlos Barba (2009).
Del corporativismo al clientelismo
Existen diversos conceptos en las ciencias sociales que cruzan por varias
disciplinas, forman parte de repertorios teóricos, y sobre todo, se emplean
para hacer investigación empírica, aplicada o etnográfica. Tienen una ca-
racterística que los vincula; su uso se extiende y ajusta a diversos contex-
tos sociales y marcos disciplinarios tan variados que es necesario hacer
precisiones sobre su sentido y su capacidad de explicación. Así sucede con
democracia, capital social y poder; pero también con populismo, y el que
nos interesa en este momento, clientelismo. Estos dos últimos, además, for-
man parte de los debates políticos, de los discursos que emplea la clase 73
política para tener referencias y descalificar a sus antagonistas.
En esta época, ya es una moda que la derecha neoliberal, la que defien-
de bróker que toma forma de acuerdo con las divisiones territoriales, ya sea
por cuadras, secciones, colonias, rancherías o ejidos. Es la figura que esta-
blece la vinculación (Schröter, 2010).
Una de las críticas que se hacen a la tesis de que en México hemos pasa-
do de una estructura de organización corporativa a otra clientelar es que en
la época corporativa también existía un intercambio clientelar. Sin embar-
go, es necesario hacer una distinción entre los dos. Ya anotamos antes las
características clientelares, ahora veamos las características del corporativis-
mo, de acuerdo con lo que plantea Philippe Schmitter (1974): un número limi-
tado de organizaciones con un membrete político; con un sistema único y no
competitivo, sin competencia; con una obligatoriedad normada por códigos y
leyes laborales; que se ordenan de forma jerárquica; su funcionamiento obedece
a una diferenciación ocupacional-profesional; tienen reconocimiento del Esta-
do; hay un monopolio en la representación; se controlan los liderazgos y hay
una articulación de intereses (Aziz, 1989). En este modelo había una es-
tructura política que operaba mediante un partido de masas integrado en sec-
tores — campesino, obrero y popular—, como fue el pri hasta que se cambió
el modelo económico y llegó la competencia electoral. Se trataba de estruc-
turas en las cuales el ingreso a un puesto de trabajo conducía a un sindicato,
después de una central y un sector, y todo estaba encuadrado en un partido
que repartía los puestos de elección de acuerdo con una lógica de agregación
de intereses, más que de representación colectiva. Es posible que en diversas
partes de la estructura hubiera intercambios entre líderes y bases, pero la ló-
gica dominante no era la clientela sino la corporación; no era personal, a pesar
de que hubo relaciones personales y era formal. En la lógica clientelar, la infor-
malidad es central, de la misma manera que no hay reglas, incluso el intercam-
bio está penalizado cuando se trata de uso electoral de recursos públicos.
Algunas de las investigaciones que nos ayudan a ubicar el tema son las
que se hacen con un enfoque antropológico y mediante la etnografía, como
los trabajos de Javier Auyero (2002) en Buenos Aires, en los que llega a una
conclusión interesante:
Este tipo de análisis localiza el hecho de que los sectores y grupos más vul-
nerables al clientelismo fueron las familias pobres con ingresos de menos
de mil pesos, es decir, dos dólares diarios. Esa es la franja más vulnera-
ble. Estos grupos se vuelven muy apetecibles para los partidos políticos en
contextos urbanos y rurales en los que hay secciones o distritos muy compe-
tidos electoralmente. Con la alternancia electoral, se ha incrementado tanto
la competitividad entre los partidos como el clientelismo. Además, se pue-
den añadir dos tendencias, una es la estabilidad en la que se ha mantenido
el porcentaje de pobres en el país, y otra, el incremento de los gastos que
alimentan el dinero político, tanto por medio de programas y gasto social
como por el gasto de los partidos, el cual ha subido a partir de la reforma de
2007 porque ya no tienen que pagar por espacios en radio y televisión y pue-
den destinar mucho más dinero directo a fortalecer sus redes clientelares.
El clientelismo puede tener múltiples referencias; se puede delimitar
como un fenómeno observable, pero lo importante es que obedece, como
el populismo, a una lógica social que tiene la capacidad de cruzar distintos
objetos y fenómenos. En este sentido, es un modo de construir los intercam-
bios políticos. Buena parte de los grupos que viven en condiciones de pobre-
za son vulnerables a cualquier tipo de clientelismo y su ejercicio ciudadano
está limitado a moverse dentro de esas redes de intercambio, por lo mismo,
76 sus derechos terminan donde empiezan sus necesidades —terreno en el que
trabajan los intermediarios y se da el intercambio de bienes, servicios y
obras—. El clientelismo es una lógica social del intercambio en contextos de
Alberto Aziz Nassif
Los resultados del Informe país sobre la calidad de la ciudadanía en México (ife,
2014) muestran una ciudadanía que se caracteriza por tres D —desencanto,
desconfianza y desvinculación—. La ciudadanía mexicana está lejos de los
niveles que necesita un sistema democrático. Esta investigación tiene una en-
cuesta con una muestra de alta representatividad —más de 11 000 casos—,
con enfoque regional, estatal y municipal. Al mismo tiempo, se hizo un no-
vedoso estudio sobre redes individuales y sociales en 12 municipios del país.
Los resultados muestran que, en México, el ciudadano es desconfiado de los
otros y de la autoridad, en particular de las instituciones encargadas de la
procuración de justicia; es un ciudadano desvinculado y está muy desencan-
tado con los resultados de la democracia.
Cinco problemáticas sobresalen de los resultados de este informe so-
bre la ciudadanía: 77
tiene alguno y 8.7 % tiene más de uno. Cuando se ven las redes en función
de los derechos, los porcentajes de desconexión se agravan. Este es el
campo más propicio para el clientelismo y la manipulación política. La
parte del estudio de las redes muestra que el capital social está vinculado
directamente al género, el nivel educativo y los ingresos, y es inversamen-
te proporcional a la pobreza, la baja educación y la precariedad salarial.
11 Los cuadros 3.1 y 3.2 están basados en un análisis estadístico de la relación entre las varia-
bles de calidad de la ciudadanía y condiciones de pobreza y rezago en México. Se utilizó
Cuadro 3.1 Opiniones sobre leyes, democracia y gobierno
Mayor proporción de población en Mayor proporción de población que no
condiciones de pobreza es pobre
Se puede asociar con opiniones del Se puede asociar con opiniones del
siguiente tipo: siguiente tipo:
Las leyes no se respetan nada o poco. Las leyes se respetan algo o mucho.
Las leyes se pueden ignorar cuando Las leyes se tienen que obedecer.
parecen injustas.
Es más importante que las autoridades Es importante respetar los derechos
capturen a las personas que han humanos para capturar a personas que
cometido algún delito, que respetar los han cometido un crimen. 79
derechos humanos.
En el cuadro 3.2 se aprecian con mayor claridad las dos formas de valorar la
democracia y las actividades comunitarias. Mientras que entre la población
con menos recursos hay una propensión a participar en formas comunita-
rias, en marchas y mediante peticiones, en la otra parte la comunidad la
protesta es menor, pero crecen la queja ante la autoridad, el uso de las redes
sociales y la participación electoral.
la encuesta del Informe país sobre la calidad de la ciudadanía en México (ife, 2014), así como
los datos sobre pobreza multidimensional en el ámbito estatal para 2012, publicados por
el Coneval (2014b). Para este análisis, se seleccionaron algunas variables relevantes de la
encuesta, que aparecen en los cuadros, y se estudiaron sus correlaciones con algunos da-
tos seleccionados de pobreza y carencias de varios tipos. Para las definiciones de pobreza
del Coneval, véase <http://www.coneval.gob.mx/Medicion/Paginas/glosario.aspx>. En
la elaboración de los cálculos y los cuadros colaboró Isabel Oñate Falomir.
Cuadro 3.2 Actitudes y acciones ante democracia y comunidad
Mayor proporción de población en Mayor proporción de población que no
condiciones de pobreza es pobre
Está asociado con: Está asociado con:
Más participación en trabajo para la Menos participación en trabajo para la
comunidad. comunidad.
Mayor tendencia a organizarse con Menor tendencia a organizarse con
personas afectadas, en presencia personas afectadas, en presencia de un
de un problema. problema.
Menor disposición a quejarse ante Mayor disposición a quejarse ante las
80 las autoridades, en presencia de un autoridades, en presencia de un problema.
problema.
Menor propensión a enviar mensajes Mayor propensión a enviar mensajes en
Alberto Aziz Nassif
Conclusión
Epílogo
12 Véase <http://www.coneval.org.mx/Medicion/MP/Paginas/Pobreza_2016.aspx>.
completamente reprobado. Las razones son por el tamaño del aparato
estatal y del gobierno federal, que puso en operación una estrategia de
apoyos y visitas de todo el gabinete; además de la fragmentación del voto
de la izquierda, porque el prd le hizo el gran favor al pri de dividir el voto de
ese sector, y de las alianzas que hizo el pri con una coalición de tres partidos
—Partido Verde Ecologista de México (pvem), Partido Encuentro Social (pes),
Partido Nueva Alianza (Panal)—, con los que se ha aliado y le suman votos
que hacen la diferencia en comicios muy competidos y cerrados.
Frente a este panorama, la ciudadanía que vive en condiciones de po-
breza también se debilita, porque la autoridad electoral está capturada y es
84 incapaz de tutelar sus derechos. Resulta que en este caso hubo decenas de
denuncias, múltiples evidencias sobre cómo el gobierno federal movió de for-
ma estratégica al gabinete y sus recursos para apoyar al pri, pero la autori-
Alberto Aziz Nassif
dad, el ine y el Tribunal Electoral no vieron nada de lo que sucedió. Con esa
autoridad administrativa y con la poca confianza que despierta el Tribunal
Electoral, se perfila una elección muy complicada en 2018, en la cual la ciu-
dadanía no tiene garantías de respeto a su voluntad, a su voto.
En este paquete, la pobreza y la desigualdad juegan un papel muy im-
portante porque abren enormes posibilidades para la manipulación, compra y
coacción del voto. La pobreza y la desigualdad afectan el ejercicio de la ciuda-
danía porque la necesidad de sobrevivir se impone a la necesidad de elegir en
libertad, y ese desbalance hace que haya ciudadanías que se puedan ejercer
en libertad y otras que quedan sometidas a la necesidad económica.
4. Pobreza y políticas públicas
Nudos críticos y tendencias recientes de las políticas
de combate a la pobreza en México
Felipe J. Hevia1
1 ciesas-Golfo.
Introducción 87
88
Precisiones conceptuales: políticas públicas, políticas sociales
y políticas de combate a la pobreza ¿son lo mismo?
Felipe J. Hevia
De ahí que sea importante definir con claridad cuáles son las “cuestiones”
o problemas que las políticas públicas requieren resolver (Merino, 2010). 89
Desde esta perspectiva, un punto fundamental tiene que ver con la inclusión
de diversos actores. Así, por ejemplo, Aguilar (2007: 36) define las políticas
Existe una amplia literatura que analiza las políticas sociales en América La-
90 tina —vale decir, la respuesta gubernamental para asegurar la protección y
ejercicio de derechos sociales— desde diversas perspectivas, en las cuales
sobresalen los esfuerzos por comprender la evolución histórica de los mode-
Felipe J. Hevia
los de política social en el siglo xx. Estos modelos analizan las políticas es-
pecíficas de combate a la pobreza y ofrecen una panorámica general y la
necesidad de articular diversas políticas públicas. Así, por ejemplo, Sottoli
(2000) definió una “política social tradicional”, con objetivos de integración
social y redistributivos, basados en los idearios de solidaridad y justicia dis-
tributiva, que caracterizó la época de posguerra, y una “nueva política so-
cial” que puso al combate a la pobreza como objetivo principal, por medio
de programas selectivos y focalizados y que se movía bajo el ideario social
de subsidiariedad, responsabilidad personal y libertad individual. Franco
(2001) realiza un ejercicio similar, puesto que identifica paradigmas emergen-
tes y dominantes de las políticas sociales en América Latina con importantes
diferencias en sus objetivos, enfoques e indicadores. Estos modelos por lo
general coinciden en señalar la importancia explícita de la pobreza como
uno de los objetivos de la “nueva” o “emergente” política social. De políti-
cas sociales universales e inclusivas para grandes sectores de la población
propias de las décadas de la posguerra, transitamos a políticas sociales fo-
calizadas que tenían como principal objetivo y grupo beneficiario a los po-
bres. En este sentido, Roberts (2012: 345) afirma que “la pobreza como una
responsabilidad admitida e institucionalizada del gobierno es un fenómeno
relativamente reciente en la región”.
Comprender las políticas de combate a la pobreza como políticas
sociales requiere distinguir las corrientes que definen sus objetivos, su
articulación con una perspectiva de derechos humanos, y su concepción
del derecho al desarrollo. Estas corrientes son: desarrollo humano y social,
inclusión social y protección social.
El desarrollo humano, perspectiva utilizada por organismos internacio-
nales como el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, busca ampliar
la visión reduccionista del desarrollo como crecimiento económico, al incluir
un enfoque de derechos humanos fundamentales como salud, educación y
otros derechos sociales (Arriola, 2007). Algunos programas incluso utilizaron
en su nombre esta perspectiva: por ejemplo, el Programa de Desarrollo Hu-
mano Oportunidades de México, aunque sus paradigmas teóricos se acercan
más a la teoría de las capabilities de Sen. En términos conceptuales, al ampliar
la perspectiva de desarrollo desde un enfoque de derechos, más allá del cre-
cimiento económico, se pudo incorporar a las agendas de los gobiernos y las
agencias internacionales temáticas como el acceso a la salud, la educación y
el medio ambiente como dimensiones articuladas con un proyecto de desarro-
llo e ir más allá de la discusión instaurada en la guerra fría de asociar desarrollo 91
con la selección de un modelo económico capitalista o socialista.
Una segunda corriente se centra en la idea de desarrollo social, que se
Cuadro 4.2 Personas que residen en América Latina y que viven con menos de 4 dólares diarios
Año 1981 1984 1987 1990 1993 1996 1999 2002 2005 2008 2010 2011
Porcentaje 47.5 51 46.9 46.5 45.3 45 44.9 44.6 37.3 30.5 28 26.6
Millones de personas 173.2 198.2 193.3 202.9 208.3 217.8 227.3 236.1 205.1 173.9 163.6 158.7
Fuente: Elaboración propia basada en información del Banco Mundial, 2015b.
Con esta clasificación, la pobreza se mide en términos de Línea de Pobreza.
Según la cepal, en los últimos 20 años, en la región se produjo una disminu-
ción sostenida de la pobreza extrema y moderada medida por ingresos. Esto
se dio de manera muy acelerada entre 2000 y 2008, y más tenue desde 2011,
incluso con posibilidades de revertirse a partir de 2014 en algunos países
(cepal, 2014). En términos absolutos, debido al crecimiento demográfico,
para 2014 se estimaba en la región que 71 000 000 de personas vivían en
situación de pobreza extrema (indigencia) y 167 000 000 en la pobreza.
La disminución de la pobreza por ingresos afectó de manera diver-
sa a los países de la región. De acuerdo con datos oficiales, mientras que
Argentina y Perú disminuyeron sus porcentajes de pobreza entre 2006 y 95
2012, en México aumentó de 31.7 a 37.1 %, y la indigencia de 8.7 a 14.2 % en
esos mismos años (cepal, 2014).
Pobreza multidimensional
económico (en el cual se define una línea de bienestar medida por ingresos
con dos cortes). Esta combinación de variables permite identificar cuatro
categorías:
Con esta metodología, es posible observar que, entre 2010 y 2014, la po-
blación en situación de pobreza se mantuvo en un 46.2 %, que un 52 % de la
población recibió ingresos inferiores a la línea de bienestar, que 74.2 % de
la población tenía al menos una carencia social y que solo 20.5 % de la po-
blación no se consideraba ni pobre ni vulnerable.
Como se puede advertir, a pesar de los avances conceptuales y la
búsqueda por trascender de la pobreza solo por insuficiencia de ingresos,
existen dos limitaciones importantes respecto de esta definición que mere-
cen mencionarse: la primera es que limita, y no amplía, la categoría de “pobre”:
se requiere la conjunción de ingresos insuficientes más carencias sociales,
no una de las dos, que sería más adecuada a una clasificación desde un en-
foque de derechos. La segunda limitación es que, dentro de la categoría de
carencias sociales, no se encuentra el acceso al trabajo, que es considerado
Cuadro 4.3 Porcentaje y población según su situación
de pobreza multidimensional, 2010-2014
Tipo de pobreza 2010 2012 2014
Pobreza multidimensional (%) 46.1 45.5 46.2
Millones 52.8 53.3 55.3
Vulnerables por ingresos (%) 5.9 6.2 7.1
Millones 6.7 7.2 8.5
Vulnerables por carencias (%) 28.1 28.6 26.3
Millones 32.1 33.5 31.5 97
Población con ingreso inferior a línea bienestar mínimo (%) 52 51.6 53.2
2 Esta idea proviene de uno de los dictámenes anónimos, al que agradezco y doy crédito
por esta observación.
Cuadro 4.4 Incidencia de la pobreza multidimensional, alrededor
de 2005 y 2012 (porcentaje población total)
País/año aproximado 2005 2012
(%) (%)
Nicaragua 79 74
Honduras 73 71
Guatemala 79 70
Bolivia 84 58
98 El Salvador 53 53
Paraguay 65 50
Felipe J. Hevia
México 43 41
República Dominicana 48 38
Perú 62 37
Colombia 41 35
Ecuador 46 31
Venezuela 32 19
Costa Rica 19 15
Brasil 28 14
Uruguay 18 9
Argentina 30 8
Chile 13 7
Fuente: Elaboración propia con base en cepal, 2014.
Un segundo nudo crítico tiene que ver con la posición relativa y la articu-
lación de las políticas de combate a la pobreza en la política social. Tal como
Arellano y Cabrero describen, las organizaciones gubernamentales son dua-
les “se deben a una doble lógica: nacen predeterminadas, en sus fines y en
los mecanismos generales de acción y obtención de resultados. A la vez con-
tinúan siendo organizaciones por sí mismas, con su vida interna, su cultura,
su contexto” (2000: 13). Y al mismo tiempo, se ubican dentro de una red de
organizaciones gubernamentales que determina su contexto.
Con una definición multidimensional de la pobreza, la posición de las 103
políticas de combate a la pobreza en el contexto más general de las políticas
de desarrollo social es central. Al respecto, es posible identificar una tensión
protección social, resulta en una de las grandes tensiones para el diseño e im-
plementación de los programas. Para el caso brasileño, por ejemplo, debido
a la importancia de la intersectorialidad Bolsa Família nació en un comien-
zo en la Oficina de la Presidencia, y fue solo después de que se creó el Minis-
terio de Desarrollo Social cuando este programa migró, convirtiéndose en
el área del ministerio con más presupuesto (Hevia, 2011b). En el caso mexi-
cano, diversas evaluaciones del Programa Oportunidades fueron consisten-
tes en mostrar que los beneficios y efectos positivos de estos programas
estaban limitados por la baja calidad de los servicios de salud y educación
ofrecidos a la población beneficiaria (insp y ciesas, 2006), misma crítica
que se realizó a los procesos de atención ciudadana y quejas por abusos de
poder (Fox, 2007).
La articulación intersectorial, y el peso relativo de los programas so-
ciales de combate a la pobreza, adquiere una complejidad mayor cuando se
analizan los diseños institucionales y los efectos en términos de progresivi-
dad o regresividad de la política; es decir, si los beneficiarios directos de
estos programas son los más pobres, o, al contrario, los más ricos. Al res-
pecto, los análisis de John Scott (2012) muestran una gran variedad de pro-
gramas y políticas que discursivamente son progresivos, o atienden a la
población más pobre, pero que en la práctica se benefician los deciles más
ricos de la población, en particular con algunos programas de subsidios al
campo (Fox y Haigth, 2010).
El tercer nudo crítico tiene que ver con la definición de los receptores de los
programas y políticas sociales, cómo se les identifica, reconoce y cómo pueden
influir en el ciclo de las políticas. Esto es importante para medir la calidad
de la política pública, en el entendido de que aquellas políticas diseñadas
con procesos participativos de los directamente afectados son más legíti-
mas y eficaces. Analizar la relación pobres-gobierno sirve también para
comprender los vínculos de poder alrededor de programas diseñados
para una parte de la población que históricamente ha sido relegada de la
toma de decisiones en el diseño de las políticas públicas (Fox, 2007).
Respecto del primer punto, tal como reseñan la mayoría de los manua-
les sobre política pública, la participación e inclusión de la voz de los direc-
tamente afectados en los procesos o etapas hacen que estas incorporen el
punto de vista de los colectivos en el diseño del problema y el diseño de las 105
soluciones (Kliksberg, 2000; ocde, 2008; Aguilar, 2011). Esto implica, para
el caso analizado, que las políticas de combate a la pobreza generen meca-
Conclusión
1 ciesas-Ciudad de México.
Introducción 111
2 La autora cita a uno de los dictaminadores anónimos de la obra, a quien agradece esta
enfática aclaración.
3 Por ejemplo, en Europa y, aunque menos universalista, también se registró en algunos
países del Cono Sur latinoamericano.
sino la heterogeneidad estructural y una muy baja retribución a la par-
ticipación económica de los trabajadores (Salas y Zepeda, 2003; Rojas y
Salas, 2011).
En términos de los planos de análisis, la relación entre el trabajo y la po-
breza es una arena privilegiada para aprehender la interacción entre los ámbi-
tos macro y micro, pues la conformación de la estructura laboral deriva de
las políticas seguidas desde el Estado y, a su vez, las presiones que este recibe
por las condiciones impuestas en el mercado internacional y los organismos
multinacionales que han dictado por décadas los lineamientos macroeco-
nómicos que siguen países como México. El énfasis en los estudios antro-
pológicos en el plano microdemanda, necesariamente, examina las diversas 113
formas en que se ve afectada la reproducción social, pues el alcance de los
cambios macroeconómicos sobre las condiciones de trabajo implica desde la
Trabajo y pobreza
estabilidad en el empleo hasta los niveles de ingreso, y todo ello repercute en
el ámbito en el que se reproduce la fuerza de trabajo. Los trabajadores tienen,
por lo general, una familia y un hogar en el cual esta se organiza.
Para aprehender tal interacción entre los planos macro y micro, utilizo
una estrategia metodológica que combina información cuantitativa y
cualitativa. La primera proviene de fuentes oficiales que miden con regulari-
dad el comportamiento de la estructura macroeconómica, del trabajo y de la
pobreza (por ejemplo, el inegi, la oit, la cepal y el Coneval). Esta informa-
ción estadística sobre las transformaciones en la esfera macro es reforzada
y a la vez matizada por expresiones locales y personales. Por ello, a lo lar-
go del texto haré referencia a evidencias propias de investigaciones previas
relacionadas con dos sectores económicos en áreas geográficas diferentes,
con la finalidad de mostrar cómo las transformaciones socioeconómicas en
el ámbito laboral repercuten en las vidas de trabajadores involucrados en
diferentes sectores económicos y en localidades diferentes, cuya reproduc-
ción depende de ese desempeño macro.
Uno de dichos sectores ilustra las repercusiones de la política de cierre
o privatización de empresas paraestatales, aplicada entre las décadas de
1980 y 1990 por el gobierno federal. Se trata de la industria siderúrgica en
Monclova, Coahuila, que fincó su crecimiento durante el periodo de indus-
trialización pos sustitución de importaciones (isi) en una economía de
enclave alrededor de la empresa Altos Hornos de México, S. A. (ahmsa).
El otro sector económico es el del trabajo doméstico remunerado (tdr), so-
bre el cual haré mayor énfasis en la Ciudad de México, aunque las eviden-
cias utilizadas también son nacionales. El tdr se ha clasificado dentro de las
actividades informales porque entre quienes se dedican a ella es casi univer-
sal la falta de seguridad social. Igual que otras actividades clasificadas por el
inegi como “elementales”, el tdr se ubica en los escalones inferiores de la
jerarquía ocupacional y los ingresos son, en promedio, muy bajos.
A continuación presento una muy breve descripción de los cambios
macroeconómicos a partir del ajuste que tuvo lugar en la década de 1980,
así como una caracterización de la estructura laboral en México.
4 Alarcón y McKinley (1997) señalaron que 98 % de los insumos de las maquiladoras son
importados.
no se ha compensado por la inversión privada. Asimismo, a pesar de que se
ha logrado cierta diversificación, el petróleo sigue siendo predominante y
las exportaciones en manufactura se deben, sobre todo, a la industria ma-
quiladora (Zepeda et al., 2009; Salas, 2013).
De acuerdo con diferentes autores, una consecuencia de la política de
estricta economía abierta ha sido la mayor vulnerabilidad hacia los constreñi-
mientos externos. Y es la economía norteamericana de la que más se depende.
Por ello, la recesión de Estados Unidos de 2008 tuvo fuertes efectos sobre la
economía mexicana. En particular, se redujo la demanda de las exportacio-
nes de México, cayeron los precios de las materias primas, crecieron los costos
de capital y se contrajo el crédito. Adicionalmente, se redujeron dos fuentes 115
importantes de divisas para México: las remesas y el turismo (Salas, 2013).
Según el autor, algunas de las medidas que tomó el gobierno mexicano en
Trabajo y pobreza
el momento resultaron ser tardías e insuficientes, de modo que la recupera-
ción fue gradual y el comportamiento de indicadores como el pib, ha sido
más bien mediocre.
En el largo plazo, la consolidación de los cambios macroestructurales
en México ha implicado un costo social que, considero, se ha transmitido
por dos vías: una es el comportamiento del Estado —en tanto actor econó-
mico activo y mediador político—, y la otra, la transformación propiamente
de la esfera laboral.
El cambiante papel del Estado como actor económico ha tenido diversas
repercusiones en la esfera laboral. Se podrían identificar tres cambios relevan-
tes: uno de ellos es el retraimiento del Estado como empleador. Su efecto más
importante se puede observar en el cierre o privatización de empresas pa-
raestatales. Dussel (1995) señala que entre 1982 y 1993, el total de empre-
sas paraestatales se redujo de 1 115 a 210. Esta fue una drástica política
mediante la cual el Estado abandonó su papel de gestor y empleador en los
tres grandes sectores económicos. En la producción de acero, por ejemplo,
todavía en la década de 1970 se invertía en infraestructura de las empresas si-
derúrgicas paraestatales y se decidió crear Sidermex para administrar, desde
la federación, la producción nacional. Pero una década después, en pleno
periodo de ajuste severo, se cerraron empresas, como Fundidora de Monte-
rrey en 1986, o se privatizaron, como fue el caso de ahmsa. Es importante
señalar que, como política federal, la desaparición del carácter paraestatal
ha continuado hacia otros sectores que al inicio del periodo de ajuste estruc-
tural hubieran sido impensables, léase sector energético, que abarca tanto
la producción y distribución de la energía eléctrica (Luz y Fuerza del Cen-
tro, cerrada en 2009), como el petróleo —el desmantelamiento de Petróleos
Mexicanos (Pemex), que lleva ya algunos lustros—.
Otro aspecto que ha caracterizado el comportamiento del Estado es
la contención salarial en tanto estrategia para atraer al capital extranjero
(Zepeda et al., 2009). Tal estrategia ha tenido profundas implicaciones para
las condiciones de vida de los trabajadores, como veremos en el siguiente
apartado.
Un tercer rasgo tiene que ver con la falta de observancia de la ley y la
desregulación de los derechos laborales. Así, la progresiva ley que en la letra
reconoce una serie de derechos para los trabajadores —cobertura de segu-
ridad social, salario remunerador, pago de utilidades para los empleados
de empresas privadas— que solo excepcionalmente admite contratos tem-
116 porales, no era aplicada aún antes de la reestructuración de la década de
los ochenta (Roberts, 1991). El “régimen” de relaciones entre el Estado y los
sindicatos (Bensusan y Middlebrook, 2013) permitió que el Estado ejer-
Georgina Rojas García
Trabajo y pobreza
d) reducción en los salarios reales (Tokman, 1986: 22). A pesar de que estos
ejes analíticos fueron sugeridos por el autor en una etapa todavía temprana
del ajuste económico, considero que son válidos para examinar hacia dónde
se han encaminado los cambios en la esfera laboral en el país.
Como señalé antes, en México, la pobreza está relacionada más con los in-
gresos laborales que con el desempleo abierto (Salas y Zepeda, 2003). El
término anglosajón working-poor es más aplicable a la situación mexicana
en el sentido de que las tasas de participación son relativamente altas, pero
los volúmenes de población pobre, también. La aparente paradoja del mer-
cado de trabajo mexicano de las históricamente bajas tasas de desempleo
abierto en una economía estancada, se ha explicado por la falta de un se-
guro de desempleo,5 que orilla a la población a realizar cualquier actividad
que le genere algunos ingresos (Rojas y Salas, 2011). Sobre esta tendencia
histórica del indicador y su explicación más sostenida, habría que hacer un
par de acotaciones. Por una parte, es claro que, como se ha señalado (idem),
la tasa de desempleo abierto es poco precisa si mediante ella se quiere co-
nocer el desempeño de la economía mexicana, toda vez que ni en años de
crisis severas estas cifras han llegado a dos dígitos.
5 Salvo el muy limitado seguro que se estableció en 2007 para el Distrito Federal (García
y Sánchez, 2012).
Cuadro 5.1 Tasas de desocupación abierta en México
(porcentaje para algunos años seleccionados)
Año Tasa (%)
1979 5.7
1983 6.9
1990 6.0
1995 6.9
2000 2.6
2008 4.0
118 2010 5.4
Fuentes: Para 1979 y 1983 (Tokman, 1986); 1990 (Rojas, 2002); resto (Ruiz y Ordaz, 2011).
Georgina Rojas García
En estricto sentido, como hacen notar García y Sánchez (2012), las cifras del
cuadro 5.1 no pueden compararse, toda vez que se han hecho ajustes a las
fuentes de 1990 en adelante. No obstante, llama la atención que las cifras
previas a dicho año (obtenidas de Tokman, 1986), fueran bajas también y
que, por ejemplo, para 1983, un año económicamente difícil en México, la ci-
fra fue similar a la registrada en 1995 (6.9 %), otro año crítico para el país. Sin
embargo, aun con las limitaciones de este indicador para el caso mexicano,
en el examen que realizaron hace poco las autoras, encontraron que después
de la crisis de mediados de los años noventa, la tasa de desempleo regresó a
un mínimo hacia fines de dicha década (2.6 %). Pero no ha sucedido lo mismo
después de la recesión estadounidense de 2008. En el cuadro 5.1 se puede ob-
servar que para 2010 la tasa de desempleo abierto para la pea total era de
5.4 % y, a pesar de que comparativamente con otros países la tasa en sí misma
no es alta, las cifras absolutas sí lo son, pues como enfatizan las autoras “en-
tre 2.2 y 2.9 millones de mexicanos han buscado un empleo sin encontrarlo
desde que inició esta crisis global” (García y Sánchez, 2012: 20).
En ese mismo sentido, hasta hace algunos años, se había reportado
que el desempleo afectaba a la “fuerza de trabajo secundaria” en términos
de Tokman (1986), es decir, no a los proveedores principales del hogar
(que pudieran haber sido los hijos o las esposas del jefe del hogar). Si bien
dicho rasgo se había reportado en relación con el desempleo en México
(Rendón y Salas, 1992), datos más recientes muestran que la tendencia
se ha modificado. García y Sánchez et al. (2012: 12) hacen notar que “los
desempleados se expandieron entre los jefes y no jefes de hogar y entre
los trabajadores residentes en áreas menos y más urbanizadas y con dife-
rentes niveles de escolaridad”. En cuanto al nivel de las tasas, la gráfica 5.1
Gráfica 5.1 Tasas de desocupación abierta en México, 2005-2015
14
12
10
8
6
4
2
119
0
2014
2015
2009
2010
2011
2012
2013
2005
2006
2007
2008
Trabajo y pobreza
Desocupación urbana Desocupación juvenil
Fuente: Elaboración propia con base en oit (2015: 85 y 88, cuadros 1 y 3).
refuerza las evidencias de García y Sánchez (2012), aunque hacia el final del
periodo observado, los datos reportados por la oit sugieren cierto descenso.
Llama la atención que, si bien los jóvenes (15 a 24 años) son un grupo de po-
blación especialmente expuesto a enfrentar una inserción precaria al merca-
do de trabajo (Saraví, 2009), la proporción de quienes buscan activamente
insertarse al mercado, sin lograrlo, se ha mantenido en tasas de dos dígitos
y considerablemente por arriba de los niveles previos a la recesión (véase el
capítulo de Gonzalo Saraví en este volumen).
Las bajas tasas de desempleo abierto, como una característica de la
estructura laboral mexicana, han originado diferentes estudios específicos
(véase, por ejemplo, Fleck y Sorrentino, 1994; Martin, 2000). En ese debate,
una de las explicaciones que se han dado tiene que ver con la carencia de un
seguro de desempleo y la consecuente necesidad de realizar cualquier acti-
vidad que permita obtener ingresos. No obstante, al observar el contexto la-
tinoamericano, Bayón (2006) hace un cuestionamiento sobre la concepción
misma de qué es el trabajo para los mexicanos, más allá de la disponibili-
dad o no de un seguro de desempleo. Esta carencia, señala la autora, no es
privativa de México y, sin embargo, las tasas de desempleo son comparati-
vamente más bajas en el país. En ese sentido, en México, cuyas altas pro-
porciones de trabajo informal representan una característica estructural, “el
trabajo tiende a estar más asociado a la generación de ingresos que a la esta-
bilidad y la protección” (idem: 141).
El segundo de los elementos sugeridos por Tokman (1986) para enten-
der los alcances del ajuste estructural es el subempleo visible, mismo que,
según el autor, se manifiesta mediante la reducción de la jornada. En México
se presenta cierta tendencia hacia la polarización del número de horas tra-
bajadas, de modo que una proporción de la fuerza de trabajo —que tiende
a concentrarse en las mujeres— se ubica dentro de dicho subempleo visible
(véase Rendón y Salas, 1992); en tanto que hay un segmento de trabajadores
que ha optado por la autoexplotación (Cortés y Ruvalcaba, 1991), al inten-
sificar el uso de su fuerza de trabajo (véase Rojas y Toledo, 2017).
Si bien la propuesta analítica de Tokman (1986), sobre los costos del ajuste
económico, fue atinada al introducir en la discusión la expansión de las acti-
vidades informales —caracterizadas por la baja productividad y la baja
retribución—, me parece adecuado también examinar de manera más am-
plia algunas tendencias asociadas a dicha expansión que se han presentado en
la estructura laboral mexicana en forma simultánea y concatenada desde fines
de los años setenta. Se trata de la pérdida de capacidad de la manufactura
en la generación de empleo, la consecuente mayor importancia relativa del
sector terciario, así como el estancamiento del trabajo asalariado (Rendón y
Salas, 1992). Dichas tendencias han estado, además, estrechamente vincu-
ladas con la proliferación de las microempresas (Salas y Zepeda, 2003).
A fines de la década de 1970, las empresas medianas y grandes habían
perdido la capacidad de absorber fuerza de trabajo, pero todavía la manufactu-
ra concentraba aproximadamente la mitad de la población ocupada (Rendón y
Salas, 1992). A fines de la siguiente década, sin embargo, apenas rebasaba la
tercera parte de la población ocupada. Los trabajadores asalariados en la ma-
nufactura al principio del mismo periodo eran el 61 %, y a fines de los ochenta
esa cifra se había reducido a 47 % (idem). Esta drástica disminución se dio en
las empresas grandes, en aquellas que habían sido durante el periodo isi las
que dieron la pauta del dinamismo económico y fueron ejemplo de empleo
estable —sectores de metalmecánica, generación de electricidad, juguetes,
productos de algodón y otras fibras naturales, incluso en empresas orientadas
al mercado externo, como cemento y automóviles— (Dussel, 1995; Salas y
Zepeda, 2003). De acuerdo con Salas y Zepeda, entre 1987 y 1994,6 la pérdida
Trabajo y pobreza
consolidó. Entre otras cosas, el cambio se ha traducido en la expansión
de la industria maquiladora en México. Este proceso de “maquilización”
(Kopinak, 1995) se ha profundizado; lo que significa no solo el estableci-
miento de este tipo de empresas a lo largo del territorio nacional, sino el
alcance de esta forma de trabajo a diversos subsectores de la industria y, por
tanto, la mayor generalización de las condiciones de trabajo que esta indus-
tria ofrece. Algunas de las cifras indican que en 1975 la industria maquilado-
ra, asentada entonces en la frontera norte, contaba con 60 000 trabajadores
y aumentó a 420 000 en 1990 (Salas y Zepeda, 2003). Se ha destacado el
afianzamiento de la maquiladora después de la entrada en vigor del tlcan,
mismo que se observa por medio de los trabajadores con que contaba a fines
de dicha década: 1 130 000 en diferentes partes del país (ibidem). Visto de
otra manera, en 1980 el 5 % del total de empleos en la manufactura en es-
tablecimientos fijos correspondían a la maquiladora, en tanto que en el año
2000 esa cifra fue de 30 % (ibidem). García Guzmán (2012) reporta que el
empleo en las maquiladoras, a pesar del amortiguador que en momentos ha
sido para que la fuerza de trabajo se inserte en el sector secundario, en el
año 2000 participaba en la manufactura 28.4 % de la población ocupada, en
tanto que en 2009 había descendido a 24 por ciento.
Por otra parte, siguiendo con el examen de las tendencias asociadas a
la falta de capacidad de la manufactura para generar empleos, se observó
que el sector terciario sirvió como receptáculo de miles de trabajadores.
El sector creció tanto con empleo asalariado como con no asalariado; esta
expansión, según Rendón y Salas (1992: 22), “se debe más al estableci-
miento de pequeños negocios en busca de ingresos para sobrevivir, que a un
fenómeno de demanda derivada de un crecimiento importante de todos los
sectores de la economía”. Esto último, el crecimiento del sector terciario
como consecuencia del dinamismo de la industria principalmente, fue un
fenómeno que se observó durante el periodo isi, pero no desde los años
ochenta (Roberts, 1991).
A partir de la década de 1980, el sector terciario ha ganado espacio en
la estructura laboral mexicana, de modo que en la última década pasó de
54 % del total de la fuerza de trabajo en el año 2000 a 63 % en 2009 (García
Guzmán, 2012). Como resalta la autora, el sector terciario es muy amplio y
heterogéneo en términos de las condiciones de trabajo. En cuanto a su com-
posición, así como este sector incluye a los servicios financieros y profesio-
nales, agrupa también a los trabajadores de la educación y la salud; pero,
122 asimismo, “están generosamente representados en el sector terciario las
actividades del comercio al por menor y los servicios personales, las cuales
son generalmente desempeñadas por cuenta propia o por micronegocios, y
Georgina Rojas García
proporcionan las más de las veces magros ingresos” (idem: 97). Cabe seña-
lar que una característica adicional del sector terciario es que, comparativa-
mente con los otros sectores económicos, es el que más fuerza de trabajo
femenina ocupa (Álvarez y Tilly, 2006). Tal vez la afirmación de que el sec-
tor terciario ha sido un “refugio” para la fuerza de trabajo (Rendón y Salas,
1992), se refuerza con estos rasgos que se han destacado: sobrerrepresenta-
ción de las mujeres, bajos ingresos, dependencia de los micronegocios para
la generación de este tipo de trabajo, así como ser el “corazón del sector in-
formal” (Álvarez y Tilly, 2006: 355).
En México, también desde la década de 1980, la creación de trabajo ha
descansado en buena medida en dichas microunidades económicas: en 1990
el 40.3 % de la fuerza de trabajo urbana estaba ocupada en micronegocios y
en 2004 había llegado a 44.9 % (Salas y Zepeda, 2003). Los autores desta-
can que el comportamiento de estas unidades económicas es contracíclico,
de modo que crece más en los periodos de crisis. Salas reporta que, en el
periodo difícil de 2008 a 2009, la generación de trabajo decreció en las
empresas de todos los tamaños, pero un año después el 80 % de todo el tra-
bajo creado se debió a las microunidades (Salas, 2013: 209). Estas empresas
de baja productividad se han convertido en una alternativa desde el periodo
del ajuste severo de los años ochenta (véase Escobar, 1988).
Sobre las condiciones poco favorables que enfrenta casi dos terceras
partes de la fuerza de trabajo en el mercado en México, una mirada com-
plementaria a la alta dependencia de la informalidad —asociada a la baja
productividad, el empleo en pequeñas empresas, la falta de cobertura de segu-
ridad social y los bajos ingresos, según registran los autores previamente
referidos— es ofrecida por el desempeño de las “actividades elementales”.
El inegi (2011) ha identificado como “elementales” a una serie de actividades
Cuadro 5.2 Algunos rasgos de trabajadores en ocupaciones
“elementales”, México, 2015
Algunos rasgos seleccionados
Total Mujeres 6 años de Sin acceso Ingresos
(%) educación a seguridad hasta
o menos social 2 sm
(%) (%) (%)
Trabajadores en 2 043 478 59.2 34.2 77.6 48.0
preparación de
alimentos y bebidas en
establecimientos 123
Trabajadores en cuidados 989 696 67.6 29.2 82.5 53.2
personales y del hogar
Trabajo y pobreza
Trabajadores de apoyo en 2 957 825 16.8 40.1 72.8 47.1
minería, construcción e
industria
Ayudantes en la 472 810 65.6 34.1 84.3 44.6
preparación de alimentos
Vendedores ambulantes 1 531 998 54.5 48.4 99.7 57.6
Trabajadores 3 581 103 76.0 51.8 73.9 67.9
domésticos, de limpieza,
planchadores y otros
trabajadores de limpieza
Fuente: Elaboración propia, con base en la enoe (segundo trimestre).
Trabajo y pobreza
eran, como máximo, el equivalente a dos salarios mínimos por una jornada
completa. En esa misma situación se encontraba el 67.9 % de los trabajado-
res domésticos, de limpieza, planchadores y similares. El conjunto de estos
grupos ocupacionales representa, en efecto, “el corazón” de la informalidad
(Álvarez y Tilly, 2006), marcado tanto por el alto nivel de indefensión so-
cial como por los deplorables ingresos que llevan a estos trabajadores y sus
dependientes a luchar cotidianamente por su sobrevivencia.
El rubro de los ingresos laborales es el cuarto elemento sugerido por
Tokman (1986) para entender las repercusiones del ajuste económico.
Dada la centralidad que tiene para el caso mexicano, revisaré con más dete-
nimiento en la siguiente sección este rasgo de la retribución monetaria de
la fuerza de trabajo en México.
9 Los autores hicieron esos cálculos para la fuerza de trabajo estable (que labora de tiempo
completo a lo largo de todo el año).
Gráfica 5.2 Salarios reales en México, 1990-2012
120
100
80
60
40
20
0
127
1990
1995
1996
1997
1998
1999
2000
2001
2002
2003
2004
2005
2006
2007
2008
2009
2010
2011
2012
Trabajo y pobreza
Índice 1990=100 Índice 2000=100
Varios factores podrían explicar los salarios más altos de los trabajadores sin-
dicalizados: el poder económico y político de su organización, su ubicación
en sectores más avanzados de la economía, su mayor dotación de capital hu-
mano, o la habilidad de las empresas protegidas de pagar a sus trabajadores
utilidades de sus ganancias monopólicas (Alarcón y McKinley, 1997: 511).
Trabajo y pobreza
Ayudantes de obreros 3 859 3 723 3 614
Total 5 600 5 166 4 764
Fuente: Elaboración propia, con base en la enoe, segundo trimestre.
Nota: Ingresos reales de 2012.
10 Para el caso de la crisis de mediados de los años noventa, véase Rojas (2002).
Por otra parte, es pertinente señalar que en los diversos cálculos
elaborados por el Coneval (2015), se observa que en años recientes la po-
breza —en sus diferentes facetas e intensidades— se ha acrecentado en
México.11 Para momentos específicos, así como para las variantes e intensi-
dades diferentes de la pobreza, remito al lector a los datos del Coneval. Pero
es necesario vislumbrar la profundidad de las repercusiones de los bajos sa-
larios en las condiciones de vida de la población trabajadora, dado que es
el problema nodal de la estructura laboral en México. El cuadro 5.4 es re-
velador al respecto.
Retomo este cuadro de la cepal (2006) porque me resulta muy ilus-
130 trativo de la distribución de los volúmenes de pobreza dentro de diferentes
grupos ocupacionales, de manera que muestra lo que sería propiamente el
segmento de los working-poor —el término que se utiliza en Estados Unidos
Georgina Rojas García
Trabajo y pobreza
de los trabajadores los fenómenos abordados previamente; es decir, trataré de
examinar las repercusiones de los cambios estructurales de la esfera laboral
y, en particular, de la contracción de los ingresos sobre las condiciones de
vida de los trabajadores y sus familias. Para ello, como señalé en la parte in-
troductoria de este texto, me baso en estudios previos realizados con traba-
jadores de dos sectores, cuyo papel en la estructura económica del país ha
sido muy diferente y que, sin embargo, han tendido a converger, dadas las
implicaciones del cambio estructural emprendido hace ya tres décadas. Se
trata de los trabajadores de la siderurgia en Monclova, Coahuila, y las traba-
jadoras domésticas en diferentes partes del país.
En este ejercicio de síntesis no haré una descripción detallada de cómo
se han dado los cambios en cada sector, pues excede los objetivos de este ca-
pítulo, amén de que existe una amplia bibliografía al respecto, a la cual par-
cialmente haré referencia según se requiera en la discusión. Me interesa, en
todo caso, mostrar cómo a pesar de que ambos sectores han jugado papeles
muy diferentes en la estructura económica desde la época del periodo isi, las
condiciones de trabajo —especialmente entre los trabajadores de la siderurgia
que fueron convertidos en fuerza de trabajo redundante debido a los cambios
estructurales— han tendido a acercarse en las últimas décadas.
En virtud de los papeles que han jugado en la economía del país, consi-
dero que tanto el sector de la industria siderúrgica como el trabajo doméstico
remunerado (tdr) son casos de estudio paradigmáticos por las siguientes
razones:
(Goldsmith, 1993).
◆ La segmentación de los mercados ha implicado la polarización de las
condiciones de trabajo. Durante el periodo isi, los beneficios sociales
logrados por la organización sindical ubicaba a los trabajadores de la
siderurgia en el privilegiado contingente de la llamada “aristocracia
obrera”. Con los cambios estructurales, una parte de ellos se convirtió
en redundante, pero otra conservó los beneficios que tenía. Las mujeres
que realizan el trabajo doméstico, como se destacó en la sección previa,
han ocupado, tanto en el periodo isi como en el actual, los escalones más
bajos de la estructura laboral y de ingresos.
Trabajo y pobreza
comparativamente mejores que en otras partes del estado y el país. El vo-
lumen de la fuerza de trabajo de Monclova que llegó a trabajar en ahmsa13
o en el empleo en la manufactura que derivaba de esta —en empresas más
pequeñas establecidas en la misma ciudad— y la estabilidad laboral y eco-
nómica que se conoció en la capital de Coahuila sostuvieron una percepción
colectiva de seguridad en su modo de vida y robustez de la empresa recto-
ra de la economía regional. Los trabajadores de dicha empresa y sus filiales
conocieron en su vida diaria condiciones lo suficientemente decorosas con
base en el ingreso de un proveedor.
No obstante, se ha documentado que la creciente participación femeni-
na en la fuerza de trabajo se empezó a registrar en México a partir de la
década de 1980 (García y Oliveira, 1997; Rendón, 2008). Aunque diversos
factores, como la mayor escolaridad de las mujeres y el descenso de la fecun-
didad —que implica menos tiempo dedicado al cuidado y crianza de hijos
pequeños— favorecieron tal participación, la difícil situación económica
que han enfrentado los sectores populares desde la década de los ochenta,
las ha obligado a insertarse a la fuerza de trabajo.
La percepción entre los trabajadores, en general, es que, sin la partici-
pación de ambos cónyuges, es difícil sostener a la familia. La experiencia
del señor Isidro de 47 años, basada en su vida como obrero es la siguiente:
don Isidro trabajó como obrero en ahmsa, pero fue “reajustado” cuando la
empresa se privatizó. Él recuerda ese tiempo como el periodo más estable
económicamente para él y su familia. Ellos se mudaron a Ciudad Acuña
Trabajo y pobreza
viven en la casa donde trabajan, tienden a ser casadas, no jóvenes, no son
migrantes —o no son migrantes recientes— y tienen la misma escolaridad
promedio que el resto de la fuerza de trabajo femenina (inegi, 2012; Rojas
y Toledo, 2013). Las trabajadoras domésticas representan el 10 u 11 % de
la fuerza de trabajo femenina en el país, son 2 000 000 de personas, lo que
equivale aproximadamente al mismo número de mujeres en el empleo públi-
co, solo que, a diferencia de estas, sus condiciones de trabajo son poco favo-
rables. En general, en vez de contrato, solo media un acuerdo verbal entre
la trabajadora y la empleadora —dada la prevaleciente división sexual del
trabajo, esta relación laboral se establece básicamente entre mujeres—; es
prácticamente universal la carencia de seguridad social y se ubica en la parte
más baja de la estructura de ingresos. Dado que las actividades derivadas de
la reproducción social no se ven como trabajo productivo y es poco valorado,
este empleo hereda la devaluación del trabajo doméstico no remunerado, y
se asume que las trabajadoras no necesitan calificación, puesto que son ta-
reas “naturales” inherentes a las mujeres (Goldsmith, 1993).
¿En qué han tendido a converger las condiciones de vida de estos grupos
de trabajadores? Como ha señalado Roberts (1996), la clase trabajadora du-
rante el periodo isi recibió beneficios sociales en forma estratificada en
virtud de la relación corporativa que existía. En esa relación, los trabaja-
dores de ahmsa se encontraban en la parte beneficiada. La pérdida del em-
pleo traída por la privatización de la empresa fue un punto de inflexión en
su trayectoria laboral, pues como dijo Óscar (un exobrero de la siderurgia,
reajustado), la sorpresa de hallarse “con el dinero [del finiquito] en la mano
y sin saber qué hacer”, los obligó a cambiar el rumbo cuando la expectativa
—para los trabajadores en activo y para sus hijos— era poder mantener la
estabilidad que daba un contrato de planta en ahmsa. Dado que no toda la
fuerza de trabajo disponible tenía posibilidad de insertarse en esta siderúr-
gica, la población trabajadora de Monclova estaba fragmentada, aun antes
de la privatización de la empresa. Pero al darse la privatización, en forma
automática se crearon grupos sociales que no existían (Martínez, 2016).
El grupo de extrabajadores con el paso del tiempo se reconocían a sí mis-
mos como “reajustados” (Rojas, 2007).
Inmediatamente después de la pérdida del empleo había cierto optimis-
mo en la ciudad, pues según diferentes relatos, les parecía que era mucho di-
nero el que habían recibido como finiquito los “reajustados” —como uno de
ellos dijo, como obreros nunca habían tenido tanto dinero en las manos—.
138 Se puede afirmar que prácticamente todos, dependiendo de la edad, volvieron
a insertarse en el trabajo. Hubo, según la información de campo, algunas his-
torias de despilfarro. Pero los reajustados trataron, en general, de aprovechar
Georgina Rojas García
Conclusión
Trabajo y pobreza
ta por el Estado mismo; el papel de este como agente económico activo
—empleador— y como igualador por los beneficios sociales que propor-
cionaba, también se modificó; la economía abrió sus puertas al mercado
internacional. Por el largo alcance que ha tenido esta transformación, para
efectos analíticos, el punto de partida necesario es plantear que no se trata
de una coyuntura (Martínez, 2016). Algunos rasgos que se notaron en los
primeros años del ajuste, se consolidaron en la década de los noventa y en
la primera de este siglo.
México no es el país más pobre de la región —en términos de sus
recursos y su capacidad productiva—, pero sí es uno de los más polarizados
en cuanto a las condiciones de trabajo y, además, uno de los que tiene los
ingresos laborales más bajos de la región. Las matrices de la desigualdad
(Reygadas, 2008) se han modificado en las últimas décadas. Los factores
que explicaban los diferenciales en término de ingresos laborales en el perio-
do isi —el sector económico en el que la fuerza de trabajo se insertaba, el
lugar de residencia rural o urbano y la entidad federativa, la pertenencia a
una organización sindical— perdieron relevancia, pues los niveles de ingre-
so entre ellos se acercaron, tendiendo a la baja (Alarcón y McKinley, 1997).
En cambio, otros factores se activaron: las diferencias se dieron dentro de
los sectores económicos y se vieron beneficiados aquellos que ocupan
puestos directivos, al punto que la distancia entre los grupos más favore-
cidos y los menos es mayor que en el periodo previo.
La fuerza de trabajo mexicana, en general, es muy barata. Pero no lo era,
ni lo sería, si la política al respecto fuera diferente. Muy tempranamente en el
ajuste se adoptaron medidas que contuvieran, en forma estricta, los salarios.
Como la iniciativa privada, por medio de las empresas medianas o grandes,
no ha tenido capacidad de absorber la fuerza de trabajo que sale al mercado
por primera vez ni a los miles de trabajadores que han perdido el empleo
— por el cierre o privatización de empresas paraestatales, o bien, por la
desaparición de empresas privadas que no logran competir— grandes vo-
lúmenes de trabajadores se han insertado en actividades en las que luchan
por obtener ingresos que les permitan sobrevivir, nada más. A mediados
de la segunda década de este siglo, los salarios y los ingresos obtenidos en
actividades realizadas por cuenta propia se hallan aproximadamente 30 %
por debajo del nivel que tenían en 1990. De 2002 en adelante, los ingresos
laborales se han estancado, pues las variaciones que muestran año con año
son prácticamente nulas, según cifras de la oit (2013).
140 Si bien el estado de bienestar que se conoció en México durante el pe-
riodo isi fue débil y la protección que proporcionó a la ciudadanía resultó
altamente estratificada (Roberts, 1996), la ruptura de los lazos sociales que
Georgina Rojas García
Trabajo y pobreza
tificados para el manejo de datos oficiales sobre la situación en el trabajo,
el desarrollo social y la pobreza —oit, cepal, Coneval— han destacado en
sus cálculos la profundidad que ha alcanzado el costo social de la aplicación
puntual de un modelo que ha castigado las condiciones de vida de millones
de trabajadores en México. Pero dicho modelo se mantiene. Ante ello, surge
la pregunta: ¿qué tan elástica puede ser la capacidad de llevar a cabo la re-
producción social en estas difíciles y dolorosas condiciones?
6. Microfinanzas ¿para abatir la pobreza?
Desencuentros entre instituciones microfinacieras
y prácticas financieras populares
Lucía Bazán1
1 ciesas-Ciudad de México.
Introducción 143
3 “En enero de 2014, Oxfam reveló que las 85 personas más ricas controlaban tanta riqueza
como la mitad más pobre de la población mundial. Para enero de 2015, el número se ha-
bía reducido a 80. La profundización de la desigualdad económica es la tendencia más
preocupante para 2015, según el Foro Económico Mundial […] El Global Wealth Report 2014
señala, por su parte, que el 10 % más rico de México concentra el 64.4 % de toda la riqueza
del país. Otro reporte de Wealth Insight afirma que la riqueza de los millonarios mexicanos
excede y por mucho a las fortunas de otros en el resto del mundo. La cantidad de millona-
rios en México creció en 32 % entre 2007 y 2012. En el resto del mundo y en ese mismo
periodo, disminuyó un 0.3 %.
El número de multimillonarios en México no ha crecido mucho en los últimos años.
Al día de hoy son solo 16. Lo que sí ha aumentado, y de qué forma, es la importancia y
económico actual, se mercantiliza. Los pobres, incorporados al sistema finan-
ciero, pueden ser “consumidores” de crédito y, por tanto, generadores de más
dinero y, con el tiempo, si sus micronegocios prosperan, también emprende-
dores generadores de riqueza.4
Esta es la perspectiva que quiero desarrollar en el presente trabajo. Por
eso la pregunta que lo introduce: ¿son las instituciones microfinancieras (imf)
instrumentos para abatir la pobreza? O, para expresarlo con mayor precisión,
¿el objetivo de las imf es combatir la pobreza o este combate es un efecto
necesario, deseado incluso, pero no el fin último que se persigue con su crea-
ción? Se trata, pues, de introducir el debate sobre pobreza y microfinanzas, o
146 de manera ampliada entre pobreza y finanzas populares y entre finanzas po-
pulares y microfinanzas.
El trabajo pretende explicitar el diálogo —o la ausencia de este— entre
Lucía Bazán
magnitud de sus riquezas. En 1996 equivalían a $25,600 millones de dólares, hoy esa
cifra es de $142,900 millones de dólares. Esa es una realidad: en 2002, la riqueza de 4
mexicanos representaba el 2% del pib; entre 2003 y 2014 ese porcentaje subió al 9%. Se
trata de un tercio del ingreso acumulado por casi 20 millones de mexicanos” (Esquivel,
2005: 7-8).
4 “Se estima que la inclusión [financiera] plena podría aportar un potencial de $6 a $8.5 mil
millones de dólares estadounidenses en el sector financiero [mexicano]. Estas y otras ob-
servaciones buscan sugerir maneras mediante las cuales México pueda alcanzar la inclu-
sión plena para el 2020, con una estrategia que movilice a todos los proveedores y partes
interesadas junto con los actores del gobierno” (Center for Financial Inclusion, 2010).
En contraposición, parecería que las imf, presentadas en el apartado si-
guiente, desconocen —o al menos no integran en sus propuestas— estas mo-
dalidades de administración financiera popular, lo que hace difícil (por decir
lo menos) la integración efectiva de estos sectores a las actividades microfi-
nancieras comerciales. Las conclusiones destacan algunas contradicciones
que se generan desde la unilateral propuesta de las imf.
Pobreza y microfinanzas
No hay duda de que los sectores populares y los pobres realizan prácticas y 147
tienen manejos financieros —con características muy diversas a las prácticas
financieras sancionadas por el sistema económico— de manera permanente,
5 Para mantenernos dentro de la literatura mexicana, habría que decir que fue hasta
avanzada la década de los noventa cuando se empezó a atender la situación financie-
ra de los pobres: Catherine Mansell escribió su texto Las finanzas populares en México
(1995), para después, en 2009, publicar Las nuevas finanzas en México. Desde la antro-
pología social si bien se había escrito e investigado mucho sobre los pobres, fue has-
ta 1999, cuando Magdalena Villarreal (ciesas-Occidente) escribió su primer artículo
acerca de los manejos financieros de los pobres (en este caso de mujeres campesinas)
(Villarreal y Espinoza, 1999) y desde entonces ha publicado abundantes trabajos sobre
este tema, con particular énfasis en la deuda, convirtiéndose en una referencia obliga-
da para quienes estudiamos esos temas (Villarreal, 2000, 2004a, 2004b, 2009, 2012a,
2014a, 2014b, 2014c y 2014d). Así, en 2004 coordinó un libro escrito por múltiples
autores denominado Antropología de la deuda, y en 2014 también el número 44 de la re-
vista Desacatos (ciesas), dedicado igualmente a la antropología de la deuda. Antes, en
1993, se había publicado el texto de Chamoux et al., Prestar y pedir prestado (2014), los
investigadores del ciesas-Ciudad de México y la uia realizamos una investigación sobre
Ahorro y crédito en unidades domésticas mexicanas. Patrones de comportamiento e impacto de
los servicios financieros populares (Bazán et al., 2006), investigación de la cual derivaron
otros productos e impulsó nuevas investigaciones relacionados con el tema (Bazán y
Saraví, 2013). En otros ámbitos no antropológicos, hay que mencionar el trabajo de Pilar
Campos (2005) acerca del ahorro popular y los trabajos de Conde Bonfil (2000) sobre
instituciones y prácticas financieras populares.
propuestas microfinancieras resultan distantes de la realidad y de las necesi-
dades y capacidades de los pobres a quienes, supuestamente van dirigidas?
La creación y fortalecimiento de las imf, la denominada “Revolución
Microfinanciera” (Otero y Rhyne, 1994; Robinson, 2004), se propagó con el
impulso de M. Yunus desde Bangladesh con la creación del Grameen Bank en
1983. Diversas modalidades y discusiones conceptuales han surgido en tor-
no a las microfinanzas y microcréditos, algunas versan, fundamentalmente,
acerca del origen y manejo del capital que respalda a estas instituciones: a
su sostenibilidad o a su dependencia de donaciones para mantener vigente
la oferta de créditos; a su asimilación a los créditos comerciales por las tasas
148 de interés o a la reducción de estas en consideración a los destinatarios de
dichos créditos; a las restricciones o apertura en la definición de dichos desti-
natarios: restricciones de género, de edad, de niveles de pobreza, de activida-
Lucía Bazán
7 La inclusión financiera se refiere al acceso que tienen las personas y las empresas a
una variedad de productos y servicios financieros útiles y asequibles que satisfacen
sus necesidades —como pagos y transferencias, ahorro, seguros y crédito— y que se
prestan de una manera responsable y sostenible (Banco Mundial, 2016e).
8 Véase también Robinson (2004, capítulo 3).
(véase Anuario Financiero de la Banca en México, ejercicio 2011, p. 2 y cgap,
2007). Su fortalecimiento como institución financiera comercial se sus-
tenta, al decir de sus críticos, en los elevados niveles de ganancias que
reciben sus accionistas que, parecería, son más cuidados que la pobla-
ción pobre a la que iban dirigidas las acciones iniciales de Compartamos.
10 Posteriormente se demostrará que muchos negocios impulsados bajo esta premisa fraca-
san y no solo no provocan la salida de la pobreza a sus titulares, sino los hunde más en ella.
Los pobres de México y su manejo financiero
Un reciente estudio del inegi arroja nuevos datos sobre distribución del ingreso
en México. Aparece un país con menos pobreza por ingresos: 30 % de la pobla-
ción y no 51.6 %. Pero también proyecta un país con mucho mayor desigualdad:
Gini de .630 en lugar de .440. Hay menos pobreza. Menos de un tercio de la
población tiene ingreso insuficiente para cubrir lo más indispensable. Y no la mi-
tad como suponíamos. Son 20 puntos porcentuales de diferencia.
La desigualdad se hace mucho más pronunciada. La diferencia de ingresos
entre el 10 % más pobre (decil i) y el 10 % más rico (decil x), es 57 a 1 y no 19
a 1 como arrojaba la enigh. El 10 % más rico (decil X) concentra la mitad del
ingreso. Esto es, lo mismo que el restante 90 % (deciles i a ix). “Los de abajo”
tienen aún menos. […] Y los de arriba concentran mucho más. El 1% más rico,
1.2 millones de personas con mayor ingreso perciben el 17.3 % del ingreso. Esto
es 17 veces su tamaño relativo. Entre ellas, 120 mil personas (el 0.1 %), perci-
ben el 5.2 % del ingreso total. Esto es 52 veces su tamaño relativo. Y entre ellas,
12 mil personas (el 0.01 % de la población) perciben el 1.46 % del ingreso, esto
es 146 veces su tamaño relativo.11
11 El mismo autor, un poco más adelante, señala que la información manejada proviene
de una fuente seria y un método riguroso. Precisa que: “Los resultados están publicados
por la revista Este País (junio 2016), en el artículo Hacia una estimación más realista de la
distribución del ingreso en México de Alfredo Bustos y Gerardo Leyva. Ahí se presentan los
datos que comparto en este texto y se explica el método usado para combinar datos de la
enigh, del Sistema de Cuentas Nacionales y de casi 3 millones de declaraciones fiscales”
(Gómez, 2016).
Hay, sin embargo, otras formas de aproximarse al conocimiento de la pobreza.
Me refiero, sobre todo, a los estudios que no se centran en los fenómenos
económicos, mensurables y comparables en términos de indicadores duros,
sino a los estudios de los pobres, de ese gran sector de la población mexicana
(para acotarlo a este país) con historias, condiciones, relaciones propias, con
matices particulares y experiencias diversas, que comparten, sí, las carencias
y las restricciones de quienes conforman los primeros deciles de ingresos en
las pirámides estadísticas. La aproximación a estos pobres se ha realizado des-
de diversas perspectivas. Para ceñirnos al siglo xx mencionaré algunas de ellas,
no porque considere que es un listado exahustivo, sino porque en términos
154 metodológicos orientaron y estimularon nuevos estudios. Por el carácter de
este libro, enfatizaré los estudios antropológicos, aún reconociendo las aporta-
ciones de la demografía y la sociología. Así, en los primeros años de la década
Lucía Bazán
En México hay dos millones más de pobres que hace un par de años. El creci-
Lucía Bazán
13 De acuerdo con el informe del presidente Enrique Peña Nieto en la fao, Roma, en junio
de 2015 (Arteaga y Álvarez, 2016).
14 Esta afirmación no niega los beneficios reales que el programa ha llevado a millones
de familias con las transferencias mensuales, que llegan a ser un componente esencial de
sus ingresos. Las evaluaciones cualitativas que se han hecho de dicho programa así lo
demuestran (véase González de la Rocha, 2006b).
participar en las dinámicas financieras nacionales, de obtener y manipular sus
recursos monetarios para subsistir, de la misma manera que constituyen un
“nuevo, creciente e importante nicho de mercado para empresas y negocios
(incluyendo el sector financiero) que orientan sus productos y servicios hacia
ese sector de la población”:
En la primera mitad del siglo pasado, para hablar de los pobres más pobres
se aludía al concepto de nivel de subsistencia. En este nivel, los trabajos et-
nográficos describían a muchos de ellos viviendo en las ciudades con in-
gresos parcos, inestables, volátiles, consumiendo algunos de los productos
básicos, con suerte con acceso a servicios de salud de la entonces Secretaría
de Salubridad y Asistencia (ssa), sin empleo seguro y por ello sin seguridad
158 social, educando a sus hijos en las primarias públicas y con un acceso a
niveles superiores de estudio casi vetado. Por esos mismos años, quienes
vivían en el campo procuraban sembrar para el autoconsumo básico: maíz,
Lucía Bazán
frijol y tal vez algunas otras plantas comestibles que se podían sembrar en
temporal. Los niños, y sobre todo las niñas, iban a la escuela de manera
irregular y atendían su salud fundamentalmente con medicinas y prácticas
tradicionales. Sin embargo, el periodo de desarrollo estabilizador imprimió
algunas características de desarrollo que permitieron pensar en una “mejo-
ría sistemática”:
162
Como puede observarse por los datos aquí aportados, la incidencia de la ac-
tividad microfinanciera en el combate a la pobreza es marginal. Las cifras
Lucía Bazán
La obtención de recursos
17 Toda la información con la que se elabora este apartado está sustentada en diversas in-
vestigaciones etnográficas sobre estos temas realizadas durante más de una década en
diversos sectores, urbanos y rurales de México, entre población de escasos recursos. Las
investigaciones se sustentan en entrevistas a profundidad en hogares pobres, algunas de
ellas (Bazán et al., 2006) seleccionadas en una muestra de una encuesta basal previa
levantada por Bansefi-Sagarpa, y la mayoría realizada con objetivos específicos: educa-
ción financiera (Bazán y Valentin, 2013) y educa (Bazán et al., 2015), Sedesol-Seguro
Popular (Bazán, 2010), udec (Bazán y Castillo, 2016). Lo que aquí se presenta es un in-
tento de síntesis o modelo que generaliza estos datos. Sin embargo, la realidad está llena
de matices que es imposible rescatar en este trabajo.
La administración doméstica. Las diversas etapas de la vida familiar
Cada núcleo familiar madura cuando los hijos empiezan a formar sus
propias familias y adquieren responsabilidades propias al frente de ellas.
Encontramos una costumbre muy arraigada en todos los ambientes —rural
y urbano, en el norte, centro y sur del país— que mantiene a los hijos varones
recién casados en el hogar paterno e incluye a las esposas en las dinámicas
domésticas de dicho hogar. Esto implica que la economía del hogar paterno,
al menos durante los primeros años de vida familiar de los hijos, lejos de
reducir sus gastos los incrementa, aunque se espera que también los ingresos
se diversifiquen con la colaboración de los hijos recién casados.
En la medida que los hijos logran ahorrar para adquirir su propia vivien-
da, los padres empiezan a quedarse solos y su bienestar depende, por una
parte, de su capacidad previa para acumular o consolidar un buen negocio
o ingresos estables independientes de la capacidad física de los actores
(jubilaciones, por ejemplo). Las dos fuentes más comunes de quebranto du-
rante esta etapa —comúnmente conocida como de “disolución”— tienen
que ver con la pérdida de recursos: los bienes se consumen, pero no se
reproducen. La volatilidad de los ingresos se incrementa y si bien hay un
pequeño grupo que recibe apoyos regulares de programas gubernamenta-
les, esto acontece en una mínima proporción. Otro factor adicional hace
complejo el ejercicio de la economía doméstica en esta etapa: el incremento
de la edad disminuye —hasta anularla— la capacidad de crédito, de manera
independiente a la trayectoria crediticia y de ahorro de los sujetos. De modo
que las emergencias deben enfrentarse acudiendo casi exclusivamente a las
redes familiares y, dependen de la etapa y de las condiciones económicas en
la que cada uno de los hijos se encuentra respecto al desarrollo de su propia
unidad doméstica.
Ahorro y crédito en la economía de las familias pobres
forma de ahorro que trasciende fronteras y culturas (véase Mansell, 1995; Gu-
lli, 1998; Campos, 2005; Villarreal, 2014d) con distintas denominaciones.18
Entre los sectores populares mexicanos, las tandas cumplen diversas funcio-
nes en la administración doméstica y en la instrumentación de negocios
familiares. Si bien en algunas familias la participación en tandas es sim-
plemente una forma de ahorro temporal, limitada y obligatoria, una gran
mayoría de quienes participan en ellas lo hacen con fines predeterminados:
desde la prevención de los inicios escolares —que implican gastos extraordina-
rios en ropa, útiles escolares y muchas veces aportaciones a la escuela— hasta la
organización de fiestas y rituales familiares, la programación de intervenciones
de salud, la compra de muebles o electrodomésticos para el hogar, o la inver-
sión en insumos para los negocios familiares o también como una forma de
acumular ahorros.
El uso de las cajas de ahorro y cooperativas es alto, casi tanto como el guar-
dadito. Sin embargo, los estudios sobre la participación de usuarios de escasos
recursos en estas instituciones sugieren que las buscan más como instituciones
crediticias que como instituciones de ahorro, aunque en ellas el crédito esté di-
rectamente vinculado a la capacidad de ahorro de sus miembros de la misma
manera que a su capacidad de pago de los créditos obtenidos. Dada la doble
función de estas instituciones, trataré ambos aspectos conjuntamente.
que son Entidades no registradas (Sofom enr) para operar con sus propias reglas (cnbv,
2015) a las que hicimos referencia en páginas anteriores (véase la tabla 1 de la shcp).
Seguramente los empleados de estas instituciones son testigos de muchos quebrantos
económicos de los usuarios.
lecer a la sociedad en el aspecto económico para que no queden [los pobres]
fuera de un sistema que predomina en el mundo”. La pobreza, dice Yunus,
“no es un problema que pueda solucionar el gobierno, la gente tiene que
solucionarlo”. La función del gobierno, afirma, “es crear las condiciones nece-
sarias, decirle a la gente la manera en cómo ir descubriendo sus propias habi-
lidades y esa es la manera en que el microcrédito funciona muy bien, porque
realmente es crecer” (citado en Jiménez, 2018), aunque también dijo, en la
Cumbre de Microcréditos de 2016, que no son los pobres quienes crean la po-
breza, sino el sistema económico vigente [y que] para acabar con la pobreza,
hay que cambiar el sistema (Microcredit Summit Campaign, 2016).
174 No deja de ser muy llamativo que la única referencia a la solidaridad o a
aspectos colectivos (que no estructurales) de las propuestas microfinancieras
se concreta, en algunos casos, a la necesidad de establecer grupos solidarios
Lucía Bazán
20 Conde Bonfil, después de ponderar cómo la sociedad civil de México ha asumido en gran
parte la tarea de atender a los pobres con servicios microfinancieros, afirmaba, en el
año 2000, que “el universo de las ong microfinancieras es tan amplio y cambiante que
es sumamente difícil intentar siquiera alguna generalización válida en todos los
casos” (2000: 8), y que esta pluralidad se manifiesta tanto en la “diversidad de actores
una u otra manera el funcionamiento de una buena parte de ellas se inscribe
en uno de los dos polos básicos de la discusión internacional sobre las imf:
¿deben constituirse, priorizando su población objetivo —los pobres— lo
que debe reflejarse en políticas crediticias más “blandas” que las comerciales,
tanto en el tipo de intereses como en las previsiones de recuperación del
capital, es decir, las imf deben sostenerse con financiamientos externos a
ellas mismas? O, por el contrario, ¿deben ser instituciones autosostenibles y,
para ello, definir su política financiera acorde a los parámetros de las finan-
zas comerciales, aunque su población objetivo sean los pobres que no son
atendidos por los sistemas financieros comerciales?
Robinson abunda en la discusión sobre estas dos metodologías básicas 175
de las imf, cuyo objetivo, señala, es siempre “el establecimiento de servi-
cios de pequeños préstamos y depósitos a gran escala para personas de bajos
21 “El crédito es más que un negocio. Igual que la comida, el crédito es un derecho humano”,
dijo Yunus en la Cumbre del Microcrédito de 1997. “Si buscamos una acción única que
permita a los pobres superar la pobreza, ésta es el crédito”, había dicho en 1994 (citado
en Gulli, 1998: 18).
gratuitas y atención filantrópica), sino a aquellos que tienen un cierto grado
de pobreza, pero cuyas familias están por encima de la línea de pobreza esta-
blecida internacionalmente.
Y con esto llegamos a un punto que, desde mi perspectiva, está en el nú-
cleo de la posibilidad de que las imf contribuyan —que no solucionen— al
combate a la pobreza: la necesidad de repensar el sistema de créditos para
los pobres no solo como una transferencia de pequeñas cantidades de dinero
a un sector de la población hasta ahora excluido del sistema financiero y
bancario, sino de conocer, desde la experiencia de los mismos pobres, cuáles
son sus necesidades, sus posibilidades de endeudamiento y de pago, cuál
su capacidad de ahorro, que serviría como un indicador de su capacidad de 177
crédito. Tal como trabajan algunas ong en las cajas y cooperativas popula-
res, los ahorros de los usuarios deberían ser productivos para generar cré-
Por otra parte, desde las mismas imf tendría que hacerse una seria revisión de
las modalidades en el manejo de las finanzas que se realiza en este sector de la
población: cuáles son las modalidades y necesidades del ahorro y del crédito;
cuáles sus posibilidades de solvencia de sus deudas (montos, ciclos); cuáles sus
178 necesidades básicas de información y de educación financiera que les permita
participar en las finanzas formales como sujetos capaces de realizar actos
financieros productivos.
Lucía Bazán
Por último, habría que señalar que mientras el sistema financiero con-
tinúe considerando que el suministro de servicios financieros es el principal
objetivo de las operaciones de las imf, los préstamos destinados al estableci-
miento, desarrollo o consolidación de las empresas serán la práctica más
importante de estas instituciones. Pero la evidencia indica que hay una
desviación de las demandas para el suministro de diversos tipos de servi-
cios financieros, y se solicitan préstamos directamente relacionados con la
administración del hogar. De acuerdo con Gulli, un estudio de Nanci Lee
realizado en 1996 en Cochabamba, Bolivia, sobre dos imf, demostró que en
los hogares rurales de esta localidad los créditos se destinan a muy diversos
objetivos relacionados con la mejoría de los niveles de vida y se manipulan
de acuerdo con las necesidades familiares (citada en Gulli, 1998).
Conclusión
las brechas de la desigualdad son cada vez mayores, el tejido social se dilu-
ye, las oportunidades se reducen y la crisis social sigue en aumento. Entender
estas dos esferas en contradicción presentes en las imf, comprender que la po-
breza es un asunto social y no solo económico, entender que la inclusión debe
ser simultánea en el área social y la económica es fundamental para acortar
la brecha actual que existe en la que “al menos el 80 % de los 900 millones de
hogares en los países de ingresos medios o bajos no tienen acceso a servicios
financieros formales” (Robinson, 2004), ni se les reconocen —parafraseando
a Sen (1992)— sus derechos ni sus capacidades financieras.
7. Jóvenes y vulnerabilidad: riesgos y exclusión
en la experiencia de transición a la adultez
Gonzalo A. Saraví1
1 ciesas-Ciudad de México.
Introducción2 183
Jóvenes y vulnerabilidad
La experiencia de transición a la adultez
Jóvenes y vulnerabilidad
ciones y el desempeño de ciertos roles por parte de los individuos, durante un
periodo o edad específica del proceso de envejecimiento.
Conceptualizar a la juventud por estas transiciones no significa que
ella se agote en esos cuatro procesos; o dicho con más precisión, esos proce-
sos implican un conjunto mucho más amplio de experiencias que los eventos
puntuales en los que se condensan. La experiencia de la transición a la adultez
supone diversos roles e identidades asociados con las relaciones de pares, los
espacios de socialización juvenil, la experimentación y trasgresión de normas
y modelos, el consumo y diversas expresiones culturales, etcétera. Esta expe-
riencia de la juventud es vivida de un modo distinto dependiendo del espacio,
el tiempo y el individuo (Wyn, 2015); es decir, más allá de ciertos parámetros
institucionalizados, la juventud es experiencialmente diversa.
Si se comienza por las dimensiones más generales y macro, la experien-
cia de la transición a la adultez varía dependiendo de los contextos sociocul-
turales e históricos en los que ocurra. Pero aun dentro de una misma sociedad
la condición de género, de etnia y de clase, condicionan y diferencian la expe-
riencia de la juventud. El entorno sociocultural y las condiciones estructurales
marcan una primera y profunda diferenciación en la experiencia de la juventud.
Si profundizamos más, encontraremos que esta experiencia también difiere
a partir de las características y dinámicas que asumen los microescenarios
de interacción en los que transcurre la vida de esos jóvenes, tales como la
Jóvenes y vulnerabilidad
o dificultar las posibilidades de inserción social.
El carácter normativo de estos planteamientos está implícito en el supuesto
práctico que los orienta y que, dicho de manera sencilla, consiste en intervenir
para evitar factores y comportamientos de riesgo. Si bien pueden cuestionarse
teóricamente por asumir un modelo ideal de juventud (sana) deseable y/o una
definición puramente etic para considerar un resultado como positivo o ne-
gativo, también debe reconocerse su contribución a la política pública orien-
tada a los jóvenes. A diferencia de estos dos conceptos, las fuentes de riesgo
no pueden (voluntariamente) evitarse. Consisten en procesos seculares y
estructurales de los cuales emergen riesgos que los individuos deben enfren-
tar. Entre los riesgos emergentes puede haber factores y comportamientos de
riesgo, pero la pretensión analítica no es identificarlos y luego evitarlos, sino
explorar y entender sus causas, sus orígenes: sus fuentes.
Riesgos transicionales
Jóvenes y vulnerabilidad
plica. Por otro lado, la misma búsqueda de un sentido y un lugar en el mundo
encierra un fuerte sentimiento de incertidumbre, y más aún de sufrimiento.
Tal como lo hace notar David Le Breton, la juventud se define por estar en un
estado de sufrimiento que es también (y por eso mismo) un estado suspen-
dido entre dos mundos, un estado de “búsqueda del sentido y el valor de su
existencia” (2012: 17). Los riesgos asociados directamente a la transición a la
adultez en particular derivan tanto de enfrentar el mundo con una caja de he-
rramientas en maduración como del intento por evadir ese sufrimiento que le
es inherente. Cabría añadir que avances recientes en el campo de las neuro-
ciencias evidencian que ciertas partes del cerebro, como la corteza del lóbulo
frontal, aún continúan desarrollándose en etapas avanzadas de la adolescencia
y juventud (Smetana et al., 2006). Los comportamientos de riesgo durante la
adolescencia y juventud deben interpretarse en este contexto, de allí surgen.
Riesgos biográficos
nados por el estado (Beck y Beck, 2003: 38-39). Es decir, las normas y las tradi-
ciones (¡y qué decir de los rituales!), las categorías colectivas como la clase y el
género, las expectativas, roles y modelos institucionalizados que marcaban y
pautaban las trayectorias y transiciones vitales se han debilitado. No se trata
de su desaparición, sino de la pérdida de hegemonía frente a la multiplicación
de opciones y su confrontación recíproca. Dicho en términos más simples, en
la modernidad reflexiva deja de existir una sola forma de hacer las cosas y el
individuo es quien debe decidir cómo hacerlas o con qué criterios guiarse.
Con un enfoque diferente, teóricos franceses como Touraine y Dubet, po-
nen de relieve una misma centralidad del sujeto en la sociedad contemporánea.
Touraine (2003) destaca dos procesos de esta nueva fase de la modernidad
que empujan hacia este protagonismo del individuo: la desinstitucionaliza-
ción y la desocialización. Ambos procesos hacen referencia a la pérdida de
capacidad de interpelación y socialización de las instituciones sobre el sujeto,
y a un debilitamiento de los roles, las normas y los valores por medio de los
cuales se construye el mundo de la vida. La experiencia, que es siempre una
experiencia social del individuo, es para Dubet (2010) la respuesta a esta nue-
va situación que plantea la modernidad. El individuo se ve forzado a asumir la
tarea de construir y dotar de coherencia a lo real.
La centralidad adquirida por el individuo en la modernidad, como ve-
mos, es atribuida a procesos similares en ambos enfoques; sin embargo, asume
expresiones diferentes en cada uno de ellos. Mientras la subjetividad es clave
en la perspectiva francesa, la reflexividad ocupa ese lugar en los planteamien-
tos de Giddens y Beck. La experiencia social se sustenta en la subjetividad de
los actores, en el pensar y las emociones a partir de las cuales el sujeto se con-
vierte en actor para dar sentido al mundo que lo rodea y a su posición en él.
“El objeto de la sociología de la experiencia, afirma Dubet, es la subjetividad
de los actores” (2010: 90). La individualización y destradicionalización de
la vida social, en cambio, exige la reflexividad del actor que, dicho de manera
más específica, significa autorreflexividad sobre la propia vida; es decir, un
monitoreo y una actitud estratégica sobre las propias decisiones y acciones
(Lash, 2001). Tal como lo expresa Beck, “las oportunidades, amenazas, am-
bivalencias biográficas que anteriormente era posible superar en un grupo
familiar, en la comunidad de la aldea o recurriendo a la clase o al grupo social,
tienen progresivamente que ser percibidas, interpretadas o manejadas por
los propios individuos” (Beck, 2001: 21).
Ambos planteamientos tienen implicaciones directas en la experiencia
biográfica. La centralidad exigida al individuo se extiende a la construcción 193
de su propia biografía. Si de por sí existen riesgos transicionales, el debi-
litamiento de los marcos de referencia que pautan el curso de vida deja
Jóvenes y vulnerabilidad
desarmado al individuo y le exige que sea él mismo quien deba construir su
biografía. Es esta exigencia de elección y reflexividad sobre los pasos que se
han de seguir lo que da lugar a los riesgos biográficos:
Jóvenes y vulnerabilidad
redundado en un mercado de trabajo dominado por la precariedad, la caída
de los salarios reales, y la informalización de la economía con una amplia
participación de actividades ilícitas (véanse los capítulos de Georgina Rojas
y Alberto Aziz, respectivamente, en este volumen). Esta nueva configuración
del mercado de trabajo ha significado un incremento sustantivo y en cierta
medida generalizado de los riesgos que enfrentan los jóvenes para ingresar
al mundo del trabajo, permanecer y desarrollar una carrera laboral, garanti-
zar su autonomía y bienestar económico, y organizar proyectos de vida hacia
el futuro (Oliveira, 2006); “la desregulación del mercado de trabajo impacta
directamente en la desregulación del curso de vida de los jóvenes” (Mancini,
2014: 149).
Los contextos comunitarios locales, incluyendo desde las grandes ciuda-
des hasta las colonias y barrios más pequeños, también han experimentado
transformaciones significativas que los constituyen en fuentes de nuevos
riesgos en especial, pero no exclusivamente, para los sectores más desfavore-
cidos. Si en el pasado el contexto urbano que encontraban los sectores popu-
lares era crear una ciudad, dicen Portes y Roberts (2005), al inicio del nuevo
milenio el contexto que se impone es sobrevivir en ciudades con una rígida
estratificación urbana. Las reformas neoliberales supusieron la liberalización
paulatina del mercado de tierras y una creciente participación del capital
financiero en el sector inmobiliario, tendencias también visibles en el caso de
México. Estas tendencias propiamente espaciales, aunadas a otros procesos,
como las transformaciones en el mercado de trabajo, las crisis económicas,
la persistencia e incremento de la desigualdad social y la propagación de la
violencia y la criminalidad urbana, dieron lugar a nuevos patrones de urbani-
zación caracterizados por la fragmentación. Por un lado, la escala de la segre-
gación se ha reducido, lo que significa que en ciertas áreas de la ciudad pobres
y ricos están más cerca; sin embargo, al mismo tiempo o por ello mismo, las
clases medias altas y altas tienen una experiencia cada vez más desterrito-
rializada de la ciudad. El modelo residencial dominante de estas clases son
las comunidades cerradas, complementadas con espacios privados o semi-
públicos para otras actividades, y una dependencia absoluta del automóvil y
las vías rápidas. La ciudad —exterior— está dominada por el temor y el sen-
timiento de inseguridad. Por otro lado, las periferias se han extendido, homo-
geneizado y alejado (se calcula que la distancia respecto al centro de la ciudad
se ha duplicado en el transcurso de los últimos 30 años del siglo pasado). El
aislamiento y homogeneización de extensas periferias pobres ha dado lugar
196 a la conformación de espacios de integración en la exclusión, caracterizados
por una creciente concentración territorial de desventajas (Bayón, 2015).
Puede pensarse que el Estado tiene una relación menos directa con la vul-
Gonzalo A. Saraví
Jóvenes y vulnerabilidad
Las condiciones de la vulnerabilidad: entre riesgos y oportunidades
Las paradojas con las que da inicio este capítulo comienzan a disiparse y
abrir un escenario más claro. La sociedad contemporánea abre múltiples
y nuevas oportunidades para los jóvenes, pero, al mismo tiempo, estas
oportunidades pueden leerse en clave de riesgos. Dicho en otros términos, lo
que para unos puede ser una oportunidad de movilidad, realización o bien-
estar, para otros puede significar un riesgo de retroceso, nuevas desventa-
jas o exclusión. Las fuentes de riesgo pueden ser un atributo de la sociedad
como un todo, pero es claro que, en la modernidad tardía, marcada por la
individualización y la globalización, la forma en que esos riesgos se resuel-
ven da lugar a procesos de acumulación de ventajas y de desventajas, a vidas
de ganadores y perdedores. Ello dependerá en gran medida de los recursos
con los que cuentan los jóvenes y de los contextos en que experimentan esa
etapa de sus vidas. Los más vulnerables se enfrentan a la posibilidad de que-
dar entrampados en un círculo en el que las desventajas iniciales potencian
la posibilidad de generar nuevas desventajas. “El problema central”, dice Es-
ping-Andersen al intentar responder por qué necesitamos un nuevo Estado
de Bienestar, “es que la sociedad que emerge penaliza más que nunca las
desventajas socialmente heredadas”. Y continúa: “para ser un ganador en la
sociedad postindustrial contar con sólidas capacidades cognitivas y habilida-
des sociales es una condición necesaria, obligatoria; aquellos que carecen de
ellas es muy probable que se vean atrapados en una vida de bajos salarios y 199
empleos precarios” (2002a: 27). A continuación, me ocuparé de analizar la
vulnerabilidad en el proceso de transición a la adultez precisamente en uno de
Jóvenes y vulnerabilidad
estos sectores, el de los más desfavorecidos, el de los jóvenes amenazados por
la exclusión, el de los perdedores de la sociedad contemporánea.
El análisis de las experiencias de Toño y Ana, dos jóvenes de la periferia
popular de la Ciudad de México, tiene un doble propósito. Por un lado, dar
cuenta de los desafíos e implicaciones que plantean para las experiencias de
vida concretas de los jóvenes los tres tipos de riesgos que hemos identificado
y caracterizado en las secciones previas. Por otro lado, si bien nos hubiese
gustado poder hacer este mismo análisis para diferentes grupos de jóvenes
(más y menos vulnerables), por limitaciones de espacio y por la especificidad
temática de este libro, el segundo propósito es explorar el proceso por el cual
la exposición a estas fuentes de riesgos puede conducir a la exclusión social.
Se trata en ambos casos de fenómenos eminentemente procesuales y
multidimensionales mejor aprehendidos mediante el análisis cualitativo de
experiencias biográficas. Las vidas de Toño y Ana fueron conocidas a partir de
entrevistas realizadas con jóvenes de sectores populares en el marco de una
investigación mucho más amplia y ya concluida (Saraví, 2009). Seleccioné
ambos casos para este análisis, sin ninguna pretensión de generalización o
de tipificación, sino porque ellos ponen en evidencia de mejor manera las
conexiones, los entrelazamientos, la buena o mala fortuna, la agencia y lo
estructural, en los procesos de exclusión social corporizados en experiencias
biográficas concretas.
Toño y Ana son dos jóvenes cuyas vidas, como las de muchos otros, trans-
curren en esa zona “gris” caracterizada por la vulnerabilidad a la exclusión,
pero que en sus casos ha decantado en un claro proceso de acumulación de
desventajas. Toño vive en Iztapalapa, desde que nació siempre en la misma
colonia, ya en los límites de la Ciudad de México. Tiene 18 años, y por ahora
no trabaja ni estudia. Vive con su madre, y dos hermanos más pequeños:
“Mi mamá es ama de casa y vende comida ahí en mi casa, vende tacos, y mi
papá no sé a qué se dedique, pero así un oficio que tenga, no, no tiene oficio.
Él siempre ha estado allá en Estados Unidos… ya tiene como unos 10 años
que se fue y no volvió”. Su vida familiar ha estado marcada por un padre pre-
sente de manera intermitente, pero al mismo tiempo desconocido. Es poco
lo que sabe de él a pesar de sus visitas a México, y de que en Estados Unidos
vivieron juntos. Ana también vive en Iztapalapa, relativamente cerca de
200 Toño, en una casa que de entrada parece una obra en construcción a medio
terminar, pero muy amplia. Tiene 25 años y una hija de 4; el padre de la niña
trabaja en Carolina del Norte, Estados Unidos, y casi nunca ha convivido con
Gonzalo A. Saraví
ellas. En la casa viven Ana y su hija, otros dos hermanos y la madre; su pa-
dre también tuvo una presencia intermitente, con frecuentes viajes a Estados
Unidos y otros abandonos del hogar. Fueron seis hermanos, pero el mayor se
suicidó a los 33 años, el de 16 se fue a Estados Unidos, y otra de las herma-
nas a la misma edad se casó y dejó la casa, al igual que la propia Ana; ella me
explica: “Había mucha presión, como que todos los problemas que veíamos
nos hacían que nos fuésemos”.
Ni Toño ni Ana son hijos de madres solteras; sus familias, y en particular
el papel de sus padres, presenta una dualidad particular: la presencia y la au-
sencia. Esta intermitencia lejos de brindar seguridad y estabilidad, convierte
un potencial recurso en un factor de debilidad e incertidumbre. El individuo
adquiere confianza y seguridad durante los primeros años de su vida, gra-
cias al “sentimiento del niño de que, pase lo que pase, podrá contar con la
presencia de su progenitora y de su pareja” (Le Breton, 2012: 17); de la for-
taleza de ese vínculo dependerá la solidez del mundo que lo rodea. No es el
caso de nuestros dos jóvenes. Una atmósfera del hogar dominada por las
ausencias, los conflictos y el afecto no correspondido los expulsa a ellos, y
a sus hermanos, a muy temprana edad. “Todos nosotros y yo en mi persona
sufrimos mucho emocional, física y mentalmente”, reconoce Ana durante la
entrevista, “emocionalmente porque veíamos todo lo que pasaba en casa y
que fuimos personas que no tuvimos mucho amor, mucho cariño, por parte
de papá ni de mamá, no se preocupaban mucho por nosotros; y físicamente
porque a veces nos pegaba mamá”.
Como suele ocurrir en muchas otras esferas de la vida, sus experiencias
dejan ver que las vías para abandonar el hogar están diferenciadas por género: la
migración ilegal para los hombres, la unión conyugal para las mujeres. Pero
estos dos casos muestran además otras características relevantes. No se
trata de decisiones planificadas, ni tampoco conductas estructuradas por
normas sólidas y prácticas institucionalizadas. Mientras el debilitamiento de
los marcos de referencia socialmente instituidos puede resultar en mayor
libertad y oportunidades para unos, para otros puede significar un ma-
yor desamparo.
Jóvenes y vulnerabilidad
ese rencor en la mente y fue por eso que sí, que no le hablábamos. ¿Y la falta
de estudios te perjudicó? Sí, falta de estudios, pero... el idioma más que nada fue
lo principal, porque es bien difícil ¿no? llegar a otro país y no saber hablar el
idioma, entonces no puedes ni siquiera salir a pedir trabajo porque no sabes
cómo hacerlo, ni salir a comprar comida, no sabes cómo hacerlo, o sea al prin-
cipio necesitas que alguien te esté cuidando o que esté atrás de ti, y pues yo no
tenía a esa persona.
Toño se fue al “otro lado” cuando aún no cumplía los 15 años. Es una edad que
además coincide con el fin de la educación secundaria, momento en el que se
registran las tasas más altas de deserción escolar. Pero Toño ni siquiera pudo
concluir la secundaria; después de varias entradas y salidas del sistema es-
colar, las peleas, el aburrimiento, y el “desmadre” lo dejaron definitivamente
afuera. La escuela representa una institución que enfrenta serios problemas
para interpelar a los jóvenes de sectores populares que tienen por primera
vez la posibilidad de acceder a niveles superiores de educación. Sin nada
que hacer y sin nada que perder, cruzar a Estados Unidos se presentó como
una alternativa atractiva y posible, aunque no necesariamente planificada
ni deseada. Toño no coincide con el estereotipo del migrante mexicano po-
bre, que llega a EE. UU. desde un pequeño poblado rural, y allí construye su
futuro, apoyado en una red de lazos fuertes y solidarios de parientes y pai-
sanos. Es un ser urbano por excelencia, un adolescente “chilango” no po-
bre, pero sí muy vulnerable, que acentúa su vulnerabilidad en la experiencia
americana, y retorna a México, no con fortuna sino con nuevas desventajas.
La experiencia de Ana, bajo otra forma, refleja patrones similares: una misma
experiencia de sufrimiento de la que busca escapar sometiéndose a contextos
y situaciones de riesgo cada vez más peligrosas.
Mi vida fue horrible, seguía encerrada, no tenía amistades… Hice amistad
con un hombre mayor en el cual pues me refugié un poco, nunca le conté mis
problemas pero él me decía que me iba a ayudar. Y sí, me fui con él cuando te-
nía los 16 años. ¿Y él qué edad tenía? Él tenía cuarenta y... tres, o 45 años. Me fui
a vivir con él pero tenía mucha presión, muy mal, como ahorita, no!, peor me
trataba, no me dejaba salir, no me dejaba dormir, me traía a pan y agua… ¿Pero
eran pareja? Sí, convivimos como pareja, pero también sufrí mucho, me trataba
muy mal, me dejaba encerrada, no me daba de comer… Eso fue lo que más me
duele, que fui muy tonta. ¿Cuánto tiempo estuviste afuera en ese momento? Un año.
¿Y lo querías a él o era así que…? No, no, porque me ayudó a salir nada más, pero
202 yo esperaba que me ayudara para estar bien, nunca me imaginé que iba a vivir
todo eso.
Gonzalo A. Saraví
Antes de lo que relató en la cita previa, Ana abandona varias veces la casa,
deambula por zonas oscuras de la ciudad, conoce a las “clases peligrosas” y
sus formas de vida, su familia la estigmatiza como una mujerzuela, y se la
encierra y se la niega. Como en el caso de su hermana, finalmente la unión
conyugal, en una relación dudosa y desigual, aparece como una vía de escape
y la ilusión de un futuro mejor. Como fue para Toño la migración, para Ana
la unión representó una alternativa atractiva y posible, aunque no necesa-
riamente planificada ni deseada. Tampoco muy exitosa; al contrario, ambos
veían cómo sus vidas caían cada vez más profundo en espirales de desven-
tajas (González de la Rocha y Villagómez, 2006). En este “cada vez peor”
emergen el alcohol y las drogas como las últimas vías de escape al sufrimien-
to: “Sufría igual, yo creo que peor porque empecé a tomar, o sea ya tomaba
en exceso… no una alcohólica, pero sí ya tomaba a diario”, recuerda Ana, “ya
de lo que ganaba siempre iba y compraba algo para tomar, alcohol y todo eso.
Luego llegaba medio cruda, no aguantaba las crudas, pero no sé, ya se me ha-
cía algo que necesitaba porque me hacía sentir bien por un momento, aunque
ya después, tú sabes: viene la cruda, pero la cruda realidad”. En Estados Unidos,
Toño busca la contención no en una pareja sino en una pandilla, que también
le brinda un espacio de pertenencia que nunca tuvo y el acceso a las drogas
y el alcohol para evadir la cruda realidad: “Pues todo el tiempo era nomás an-
dar en la calle, así es la vida de allá de los gangueros. Íbamos a echar bronca,
fumábamos marihuana y tomábamos cerveza, eso era todo el tiempo”. Hasta
que se enfrentó con la policía: “Caí en la cárcel, por un año y tres meses más
o menos, eso fue ya últimamente... pues no tiene mucho que salí. Acabando
mi sentencia me deportaron”.
Solo en estos breves extractos de las biografías de Toño y Ana, y en una
apretada síntesis de algunas experiencias de su juventud, ya vemos emerger
los innumerables riesgos transicionales que debieron enfrentar. El relato pri-
vilegió el abandono del hogar de origen como una transición ejemplo, pero
también en el abandono de la escuela, en la migración o en la unión conyu-
gal podemos ver que el desarrollo y desenlace de estos procesos encierran
un altísimo nivel de imprevisibilidad e incertidumbre para sus protagonistas.
Las condiciones y recursos con los cuales ambos jóvenes experimentan estas
transiciones los hacen particularmente vulnerables a que el desenlace tenga
un efecto negativo en sus vidas y los sitúe en una situación peor que la inicial.
Pero, además, como vimos al principio, el curso de vida es un curso continuo
que abre la posibilidad de que un evento puntual difícilmente sea reversible
y tenga consecuencias en otros momentos y dimensiones de la experiencia 203
biográfica. Cada paso que dan Toño y Ana no solo resulta en una situación
más compleja y peligrosa, sino que se constituye en una nueva desventaja
Jóvenes y vulnerabilidad
que desencadena sincrónica y diacrónicamente otras desventajas. Algunas
de ellas son comportamientos de riesgo, como las drogas y el alcohol, las pe-
leas y robos de Toño o los intentos de suicidio, con pastillas y cortes, de Ana.
Comportamientos que deben entenderse no desde su condena, sino como in-
tentos de salir del sufrimiento, o lo que es lo mismo, encontrar el sentido y el
rumbo de la propia existencia (Fragoso, 2016): “Otra vez intenté hacerlo cor-
tándome las venas, pero como que ahí sí le saqué porque sí dolía. Me decían
que estaba loca”, me cuenta Ana, “pero yo trataba de buscar la manera de que
pusieran atención: ‘que yo estoy aquí, háganme caso, pregúntenme cómo me
siento, qué quiero, qué quiero en el futuro’ ”.
Estos riesgos transicionales no son nuevos, como tampoco lo son mu-
chas de las condiciones de precariedad y pobreza que se reportan en estos
casos, pero ellos se exacerban en la modernidad ante el debilitamiento de
formas sociales anteriormente existentes que contenían al individuo. Por eso
la vulnerabilidad contemporánea en América Latina resulta de una particular
combinación de lo nuevo y lo viejo, de nuevas fuentes de riesgos que se asien-
tan sobre una estructura de pobreza y desigualdad persistente.
Ni la familia, ni la comunidad, ni la clase tienen la fuerza suficiente como
para guiar las transiciones de estos jóvenes; tampoco hay normas y roles, de
género o trabajo, por ejemplo, en las cuales confiar y a las cuales aferrarse
o rechazar, pero que ofrezcan, independientemente de sus cualidades, pará-
metros para la acción. En cambio, deben construir por sí mismos sus propias
biografías; esto no significa que siempre sean conscientes de los pasos que hay
que seguir, estratégicos y libres en sus decisiones, o sujetos de una autorreflexi-
vidad constante, pero sí que están más solos como actores para construir y
dar sentido a sus propias experiencias biográficas. Al debilitarse los caminos
socialmente determinados, la autorreflexividad sobre la propia experiencia
biográfica hará una diferencia en el devenir de las trayectorias vitales. Sin
embargo, las capacidades para tomar decisiones y para la autorreflexividad
no son innatas ni fijas, sino que dependen de las condiciones y recursos bajo
las cuales y con los cuales los individuos, desde la infancia más temprana,
desarrollan sus vidas. Las desventajas iniciales de Toño y Ana acrecientan su
vulnerabilidad frente a los nuevos riesgos biográficos.
Esto no significa romantizar el pasado y pensar que la familia, o cual-
quiera de las otras categorías mencionadas, tenían antes la solidez y fuerza
necesarias para contener a los individuos, en especial de los sectores más
desfavorecidos; dicho en otros términos, es muy probable que las trayecto-
204 rias familiares de los padres y abuelos de Toño y Ana, por ejemplo, hayan
sido igualmente precarias, inestables y promotoras del desamparo individual.
Pero el contexto ha cambiado con nuevas dinámicas de individuación, y las
Gonzalo A. Saraví
Jóvenes y vulnerabilidad
personales que les impidieron seguir el camino correcto, tomar la decisión
adecuada, o desarrollar una vida mejor. Cuando Ana explica por qué se casó,
por qué tuvo a su hija, o por qué no se separó, un elemento recurrente es la
culpabilización y desvalorización: “eso fue lo que más me duele, que fui muy
tonta”, “de hecho con Ayeli tampoco, no quería hijos, no sé, de tonta, no sé”,
“no sé por qué no lo dejaba, o sea no sé, fui muy tonta, todos me echan en cara
eso”. La vulnerabilidad es así acompañada por sentimientos de culpa que mi-
nan la subjetividad del individuo.
“Culpa, no vergüenza”, dice Murard acerca de los tiempos actuales, “la
cultura de la vergüenza ha ido desapareciendo y siendo reemplazada por una cul-
tura de la culpa”; la primera corresponde a sociedades con un fuerte control
grupal, la culpa, concluye el autor, a las modernas sociedades individualizadas”
(Murard, 2002: 43). Esta subjetividad minada o perforada constituye una
nueva desventaja en la medida en que significa una desvalorización del yo,
un debilitamiento de la propia estima y de la capacidad de agencia (Saraví y
Makowski, 2011). En los sectores más desfavorecidos, constituye un nuevo
condimento a su situación de vulnerabilidad. Para los jóvenes en condiciones
de exclusión, por ejemplo, esta desubjetivización representa una fuerte
limitación a sus capacidades para destrabar procesos de acumulación de
desventajas.
La autorresponsabilización y culpa que emanan inevitablemente de las
biografías “hágalo usted mismo” oscurecen los riesgos que tienen su fuente en
las configuraciones societales. Toño tiene 18 años, y no estudia ni trabaja, y
reconoce además que “ahorita no hace nada bueno”. Forma parte de ese am-
plio segmento de jóvenes en los que se corporiza la desafiliación institucional
y que, desde el sesgo institucional del propio Estado, se bautizó de manera es-
tigmatizante como ninis. Toño forma parte del núcleo duro de ese segmento,
porque ni busca empleo, ni se dedica a las actividades del hogar, ni padece
ninguna discapacidad que le impida realizarlas. Incluso Ana, según el mo-
mento en que se la entreviste, también podría ser categorizada como nini. Sin
embargo, ambos trabajan de manera ocasional, y aunque no lo busquen, les
interesaría poder integrarse al mercado de trabajo.
¿En qué trabajas ahora? Ahorita estoy trabajando con mamá, pero sí ambiciono
trabajar en algo más, que me ayude a... ¿Y tienes ingresos separados o lo maneja
todo tu mamá? No, ahorita ya me da un día. O sea, haz de cuenta que hoy traba-
jamos, hoy lo que salga es para mí y mañana es el día de ella, lo que salga es para
206 ella; así es como se va organizando. Así es como nos ayudamos ahorita, pero
por lógica ahorita las ventas aquí han bajado. La situación ahorita cada día que
pasa está un poquito más pesada, no pienso estar siempre aquí, por eso pienso
Gonzalo A. Saraví
irme y hacer algo más. ¿A donde piensas ir? Tengo muchas ganas de ir a Estados
Unidos a conocer y también pus a trabajar (Ana).
Jóvenes y vulnerabilidad
parte del resto de la sociedad (Auyero, 2004; Perlman, 2006; Bayón, 2015).
Para los jóvenes de los sectores populares, la colonia o el barrio sigue siendo
un espacio clave de socialización, pero las nuevas condiciones lo consti-
tuyen en fuente de innumerables riesgos que podrían sintetizarse en una
socialización excluyente.
Conclusión
208
Durante la juventud ocurren transiciones que en conjunto son socialmente
significadas como determinantes de una transición mayor hacia una nueva
Gonzalo A. Saraví
Jóvenes y vulnerabilidad
no necesariamente garantizan mejores perspectivas para el desarrollo de una
carrera laboral-profesional en términos de empleabilidad, estabilidad y ex-
pectativas de movilidad. Estos jóvenes enfrentan grados y formas variables
de vulnerabilidad, no necesariamente ligadas a la amenaza de la exclusión.
Para los segundos, los más desfavorecidos, el debilitamiento institucional, en
cambio, se asocia con la transformación de soportes de carácter informal que
contribuyeron no precisamente a la linealidad o previsibilidad del curso de
vida, pero sí a estructurar la experiencia biográfica de los sectores populares
(a nivel micro) y a habilitar ciertas posibilidades de movilidad social (a nivel
macro). El debilitamiento de esta institucionalidad informal, y de los roles de
género, generación, posición en el hogar, etcétera, que la acompañaron, es un
punto de contraste con la experiencia de países desarrollados (a los cuales se
acercan más las problemáticas de nuestros jóvenes de clases medias). La vie-
ja institucionalidad informal se debilita y en su lugar emerge otra dominada
por espacios alternativos caracterizados, no de manera exclusiva, pero si do-
minante, por la ilegalidad y la violencia. Desde la institucionalidad formal, el
único esfuerzo para contrarrestar este debilitamiento de la institucionalidad
informal tradicional y confrontar los espacios alternativos emergentes, han
sido los programas de transferencias monetarias condicionadas. La respues-
ta de las políticas institucionales ha sido simplemente “la distribución de re-
cursos y la provisión de herramientas para que cada quien pueda presentarse
mejor pertrechado al combate” (Kessler y Merklen, 2013: 16); es decir, polí-
ticas de individuación. La efectividad de dichos programas para combatir la
pobreza, sobre todo en términos de ingresos, es discutible (véase el capítulo
de Felipe Hevia en este volumen). Lo que es claro es que son por demás insu-
ficientes para reducir la vulnerabilidad de los jóvenes de sectores populares
a quedar entrampados en círculos de desventajas o contrarrestar las formas
emergentes de integración en la exclusión. Tal como señalan Kessler y
Merklen “las políticas institucionales persiguen simplemente la distribución
de recursos y la provisión de herramientas para que cada quien pueda presen-
tarse mejor pertrechado al combate”. Como hemos visto, la vulnerabilidad
no es exclusiva ni principalmente, un problema de ingresos.
México, y tal vez esto sea válido para otros países de la región, presenta
una nueva configuración individuo-sociedad que difiere sustancialmente de
la que prevaleció durante buena parte del siglo pasado. Esa configuración, so-
bre la que se sustentó un patrón de sobrevivencia y movilidad social para los
individuos y sus hogares, y de desarrollo y crecimiento social y económico
210 para sus países, se vio trastocado por una confluencia de procesos asociados
a la globalización, la individualización y el neoliberalismo. Emerge con clari-
dad desde el inicio del nuevo milenio, un nuevo escenario que nos obliga
Gonzalo A. Saraví
1 ciesas-Ciudad de México.
Introducción2 213
3 Profusa documentación aparece en García et al. (2003) y del propio Ramírez (1976).
Sendos análisis se pueden consultar en García Acosta (2007) y, particularmente, en el
magnífico trabajo de Boyer (1975), que da cuenta fehaciente de qué manera se trató de
un desastre construido, aunque él no lo denomine como tal.
desastre no son sinónimos ni deberían serlo, de que las amenazas naturales
también se construyen socialmente convirténdose en amenazas socionatu-
rales.4 Casos que muestran fehacientemente que los desastres como procesos
han sido producto de la acumulación de riesgos y de vulnerabilidades rela-
cionados con, pero también derivados, del tipo de sociedad y de economía
que se ha desarrollado con el paso del tiempo y no de la presencia cada vez
mayor en frecuencia y magnitud de amenazas de origen natural.
En este capítulo revisaremos esta estrecha relación que de manera crecien-
te se ha desarrollado entre los desastres y la vulnerabilidad, particularmente
en condiciones de riesgo asociado con la presencia de amenazas naturales.
215
Vulnerabilidad y desastres
Los desastres asociados con amenazas geológicas o hidrometeorológicas han
estado vinculados históricamente y de manera intermitente con la naturaleza
o bien con la divinidad; es decir, su ocurrencia se ha atribuido a un origen
externo acercándose así más al concepto latino de desastre (dis-astrum o “sin
estrella”), que al griego catástrofe (kata-strofe o “sufrir un vuelco”). El auge
del racionalismo a partir de fines del siglo xviii llevó a un reconocimiento
cada vez más generalizado de que los desastres, al identificarlos como fenóme-
nos naturales potencialmente peligrosos, no constituían castigos divinos de
la naturaleza. “En 1822 después de un violento temblor que destruyó la
ciudad de Valparaíso, el jesuita Camilo Henríquez publicó un comentario
protestando que Dios no podía ser imaginado como un ser irracional al gra-
do de derribar sus propios templos” (Lomnitz, 2001: 8). Una lucha de la cien-
cia contra el dogma logró poco a poco la erradicación de esa interdependencia
entre desastre y castigo divino, hasta lograr un reconocimiento bastante
generalizado de que los sismos, los huracanes, las granizadas y las inunda-
ciones no son producto de la ira divina, sino fenómenos de la naturaleza.
La asociación de la presencia de dichos fenómenos con desastres y
la atribución de la ocurrencia de estos últimos exclusivamente a aquellos,
derivó en el término desastre natural, el cual se ha usado y del cual se ha abu-
sado particularmente en las últimas décadas. El estudio y análisis cuidadoso
de la ocurrencia de desastres, tanto en el pasado como en el presente, en
diferentes regiones del planeta y en condiciones y contextos diversos,
considerando la pluralidad de factores y elementos que intervienen en ello,
4 Este concepto lo lanzó Lavell (2000) desde la década de los noventa del siglo xx y se en-
cuentra ampliamente desarrollado en su artículo publicado el último año de esa década.
así como la identificación de las causas determinantes ha mostrado la obliga-
ción de distinguir con claridad entre las manifestaciones de la naturaleza y
sus efectos e impactos. Estos últimos se relacionan directamente con la cons-
trucción social de riesgos que ha incrementado, de manera creciente, la
vulnerabilidad. De ahí la necesidad ineludible de desvincular esa subordi-
nación de los desastres exclusivamente a causas naturales.
Dos marcos espacio-temporales constituyen hitos en esa “desnaturali-
zación” de los desastres y su asociación inevitable con la vulnerabilidad.
Dos décadas y 10 000 km los separan: África en la década de los setenta y
América Latina en la de los noventa del siglo pasado.
216
África en los setenta
Virginia García Acosta
5 Afirmaciones como estas les valieron críticas en el sentido de que daban explicaciones
circulares al asunto: “son vulnerables porque son pobres y son pobres porque son vul-
nerables”, a este asunto regresaremos más adelante.
Un año más tarde apareció un artículo con el provocativo título “Taking
the naturalness out of natural disasters”, el cual se publicó anacrónicamente
en la afamada revista Nature. Sus autores fueron de nuevo O’Keefe y
Wisner, ahora acompañados por Westgate, quienes conformaron esa tríada
imbatible que ya desde entonces constituía el liderazgo que defendía esa cau-
sa que aún no llega a triunfar.6 A partir de mostrar una tendencia creciente,
de 1940 en adelante, en la ocurrencia de desastres en diferentes partes del
mundo, asociada a una tendencia similar en la pérdida de vidas, se evidenció
un incremento similar en lo que denominaron la vulnerabilidad de esos países.
Sus ejemplos provenían de Bangladesh y Nicaragua, de África y Venezuela, de
Indonesia, Nigeria y Guatemala, e incluían temblores, ciclones tropicales, 217
deslizamientos de tierra o sequías. Su argumento lo sustentaron en la insufi-
ciente evidencia, en ese momento, de cambios climáticos aduciendo que,
Vulnerabilidad y desastres
aunque fueran observables algunos de ellos a largo plazo, este hecho por sí
solo no explicaría el aumento en la ocurrencia de desastres a lo largo de esas
tres décadas (OʼKeefe et al., 1976).
La vulnerabilidad a la que hacían referencia era ya una vulnerabilidad
que empezaba a diferenciarse, asociándola con determinadas amenazas
naturales a las que caracterizaban de “extremas”. Esta necesidad de espe-
cificar ante qué amenaza una comunidad o grupo social es vulnerable, a la
que hemos identificado como una de las circunstancias de la vulnerabilidad,
se afinaría más tarde. Este punto lo trataremos más adelante.
6 Tal como demuestran los resultados al finalizar el Marco de Acción de Hyogo 2005-2015
(Hyogo Framework for Action-hfa) de la onu, a pesar de los esfuerzos desplegados
en iniciativas globales como las del Global Assessment Report (gar) de la Estrategia
Internacional para la Reducción de los Desastres (eird) de la onu (unisdr, por sus
siglas en inglés), en sus versiones bienales publicadas en 2009, 2011, 2013 y 2015
(véase <www.unisdr.org/we/inform/gar>). Un buen resumen de ello se encuentra en
Maskrey y Lavell (2013).
complejas entre sociedad y desastres que se producen en la región” (Maskrey,
1993: 5). En un momento en que el tema estaba prácticamente dominado
por los especialistas provenientes de las ciencias naturales y exactas, cen-
trado en el estudio y monitoreo de las amenazas naturales, uno de los objeti-
vos iniciales de la red fue dar a conocer un enfoque que, desde las ciencias
sociales y desde el sur, permitiera analizar lo que estaba ocurriendo en esa
parte del planeta. Algunos de los puntos de partida, además del mencionado,
eran los siguientes:
a) aclarar que gran parte de las amenazas también son socialmente cons-
218 truidas, ya que muchos factores antrópicos como la deforestación, la
erosión, la pavimentación de grandes áreas urbanas, la extracción exce-
siva de agua del subsuelo e, incluso, el cambio climático, modifican,
Virginia García Acosta
7 Allan Lavell introdujo esta definición en varios de sus escritos a mediados de la década
de los noventa.
8 Una treintena de libros y los nueve números de la revista Desastres & Sociedad, todos en
línea en texto completo. Véase <www.desenredando.org/public/>.
les incluyendo la onu,9 fue el cambio hacia enfoques basados en la vulnera-
bilidad social, en la transformación de las amenazas en socionaturales. En
suma, la red hizo contribuciones definitivas a un cambio de paradigma,
que en un principio se conoció como “enfoque alternativo” y después como
el “enfoque de la vulnerabilidad”. Más tarde la propia red daría un giro de
timón al centrar el foco de atención en el riesgo y su construcción social. Esto
lo abordaremos más adelante.
El enfoque de la vulnerabilidad
219
Un “alto” en el camino entre esos dos momentos lo representan un par
de publicaciones aparecidas en la década de los ochenta, surgidas tam-
Vulnerabilidad y desastres
bién en espacios muy distantes y precedidas de sendos seminarios de
discusión. En abril de 1980, en el seno de la canadiense Wilfried Laurier
University, se llevó a cabo un seminario organizado por Kenneth Hewitt.
En agosto de 1984 en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, se efectuó otro
más: “El impacto socioeconómico y ambiental de las catástrofes naturales
en las economías regionales y en sus centros urbanos”, organizado por la
Comisión de Desarrollo Urbano y Regional de de Clacso y el Centro de Es-
tudios de la Realidad Económica y Social (ceres). Las publicaciones resul-
tantes fueron, respectivamente: Interpretations of Calamity from the viewpoint
of human ecology, editada por Hewitt (1983), y Desastres naturales y socie-
dad en América Latina a cargo de Caputo et al. (1985). Ambas son más que
elocuentes para poderlas considerar, como dije antes, como un “alto en el
camino” hacia el cambio de paradigmas. Las dos reúnen una serie de estu-
dios, productos todos de trabajo de campo realizado, sobre todo, en regio-
nes ubicadas al sur del planeta y se evidencia la necesidad de contar con
paradigmas distintos a los, por entonces, dominantes. A pesar de que en
las dos se mantiene el adjetivo de “naturales” para hablar de los desastres
asociados con amenazas de origen geológico o hidrometeorológico (en la
compilación latinoamericana incluso en el título general) ambas, sin enton-
ces conocerse y por tanto no citarse, colocan a la vulnerabilidad en el centro
neurálgico de dichos desastres:
10 Interpretations of Calamity from the viewpoint of human ecology fue el primer número de la
denominada “Risk & Hazards Series”, publicada por la editorial inglesa Allen & Unwin,
que coordinó Ian Burton dando prioridad, como él mismo lo afirma en el prefacio, a
aquellos manuscritos producto del trabajo interdisciplinario, que consideren más de
una amenaza y que estudien los temas correspondientes en contextos multinacionales
o inerculturales con una amplia perspectiva humano-ecológica (Burton, 1983: vi).
vulnérable (Fabiani y Theys, 1987), que reunió cuatro decenas de trabajos
sobre la temática a partir de ejemplos básicamente europeos y que de la mis-
ma manera cuestionan y discuten tanto el concepto vulnerabilidad como riesgo.
A pesar de estos importantes esfuerzos, en la década de los noventa aún
predominaba el enfoque denominado “dominante” o “convencional”, bajo
cuyas premisas el fenómeno natural destructivo continuaba reconocién-
dose como el agente activo en la ocurrencia de desastres. Desde las ciencias
sociales y en particular desde la sociología, la investigación se centraba en
el estudio y análisis de la respuesta de la sociedad, esa respuesta comuni-
taria y considerada organizada, en la conducta colectiva, así como en la
elaboración de tipologías y clasificaciones diversas de esa “conducta orga- 221
nizada”. Estaban basados, sobre todo, en la teoría estructural-funcionalista
de la sociología anglosajona. Los mejores exponentes de esta línea fueron,
Vulnerabilidad y desastres
durante muchos años, Enrico L. Quarantelli y Russell R. Dynes, quienes
encabezaron la línea identificada como “North American Disaster Research
Tradition”, con numerosas publicaciones desde y en el Disaster Research Cen-
ter de la Universidad de Delaware. El estudio que ellos dos, junto con Dennis
Wenger y un equipo de estudiantes e investigadores mexicanos, llevaron a
cabo en México después de la ocurrencia de los sismos de 1985 es un claro
exponente de los intereses centrales de esta línea de estudios sociales sobre
desastres, pues se concentró en el comportamiento y la respuesta individual
y organizacional de los residentes del área metropolitana de la Ciudad de
México (Quarantelli, 1989; Dynes et al., 1990).
Si bien aún en la actualidad se reconoce la persistencia del “paradigma
dominante” como aquel que, de manera reduccionista, atribuye a la
naturaleza y al individuo las causas de la ocurrencia de desastres y que
considera que solo las propuestas provenientes de las ciencias naturales y
exactas o de la tecnología ofrecen herramientas para atenderlos (Fordham
et al., 2013; Scandlyn et al., 2013), el “enfoque alternativo” fue poco a poco
ganando terreno. Ello fue producto de una serie de factores, dentro de los
cuales podemos mencionar los siguientes:
11 Una buena síntesis sobre la evolución en el uso del concepto vulnerabilidad social para
el caso de los desastres aparece en Fordham et al. (2013), a pesar de que se centra en
su desarrollo en el marco de los organismos internacionales más que en la discusión
académica como tal, además de que no considera la producción teórico-metodológica
y fáctica del sur en general y de América Latina en particular.
A partir del desarrollo del “enfoque alternativo” o “enfoque de la vulne-
rabilidad”, con algunas variantes, se ha aplicado con mucho éxito particu-
larmente entre los investigadores franceses, buena parte de quienes han
llevado a cabo sus investigaciones en América Latina y, de manera compara-
tiva, en otros países también al norte del planeta. Un excelente ejemplo al
respecto proviene de los investigadores franceses. Constituye un “alto en el
camino” y justamente toma como punto de partida la compilación pionera
en la región de Fabiani y Theys antes mencionada: se trata del publicado por
Becerra y Peltier (2009).
Podemos identificar tres líneas teórico-metodológicas que, dentro de
las ciencias sociales, han provisto de herramientas para entender la vulnera- 223
bilidad social. Esta amalgama teórica ha contribuido de diferentes maneras
al surgimiento y evolución del enfoque alternativo. Nos referimos a la teoría
Vulnerabilidad y desastres
del conflicto o teoría crítica, la teoría de sistemas y la ecología política. Si bien
en su capítulo titulado “Theoretical framing of worldviews, values, and struc-
tural dimensions of disasters”, Scandlyn et al. (2013) exponen ampliamente
de qué manera cada una de ellas ha ayudado a aproximarse al estudio de las
amenazas y de los desastres, lo que me interesa destacar aquí son las herra-
mientas que permiten entender la vulnerabilidad asociada a ellos.
La teoría del conflicto se basa en asumir que el conflicto mismo, las con-
tradicciones y la inequidad son inherentes a la vida en sociedad; reconoce
que tanto la cantidad como la distribución del capital afectan las formas
de vida familiar, el lugar de residencia, los recursos con los que se cuenta
y, en suma, la vulnerabilidad social, incluyendo, desde luego, la exposición
al riesgo de desastre. En lo referente a la teoría de sistemas, su importancia
para el enfoque de la vulnerabilidad reside en su capacidad para examinar
las redes complejas de vinculaciones que se dan a diferentes niveles, entre la
vulnerabilidad a amenazas naturales y a desastres.
La vinculación de la teoría de sistemas con el estudio de la interacción
entre los organismos y el medio ambiente, la ecología, constituyó un avance
importante, ya que generó un cambio en las concepciones prevalecientes de
la relación hombre-naturaleza. No obstante, esta combinación tiende a enfo-
carse no en el conflicto y el cambio, sino en el equilibrio, manteniendo la idea
de que los desastres tienen un origen externo. Aquí es donde la ecología polí-
tica, que incorpora a esta combinación la perspectiva político-económica,12 se
convirtió en un marco fundamental para entender el poder, las desigualdades
12 Aquí Scandlyn et al. (2013: 49) hacen particular referencia a teóricos como el antropólo-
go Eric Wolf, el economista y sociólogo André Gunder Frank, al sociólogo e historiador
Immanuel Wallerstein y al geógrafo Peter A. Walker.
y las inequidades en la distribución de los recursos, al enfatizar el papel que
jugó la economía política como una fuerza que lleva a la “maladaptación”
y a la inestabilidad. Scandlyn et al. concluyen que, en combinación con la
teoría de sistemas, el enfoque de la ecología política provee un “poderoso
mecanismo”13 que permite analizar la compleja interacción de variables que
dan como resultado la ocurrencia de desastres.
En un interesante artículo recién publicado, en el que hace una disec-
ción cuidadosa del concepto vulnerabilidad a desastres desde la perspectiva
antropológica, A. J. Faas destaca también la importancia del enfoque de la
ecología política, ya que pone énfasis en una cuestión central al reconocer
224 que constituye un modelo que reclama y atiende la producción histórica de
la vulnerabilidad.14 Una de las críticas al mismo se basa en que en ocasiones
considera al medio ambiente como una variable dependiente y no como un
Virginia García Acosta
Vulnerabilidad y desastres
y económicos regulados con base en principios propios de la economía neo-
clásica que privilegia el crecimiento económico independientemente de los
costos que ello pueda tener en todas las esferas (Barry, 2015).
En este sentido, cabe aludir a la influencia que la antropología ha tenido
en el desarrollo y evolución del enfoque alternativo. Debemos partir de re-
conocer que el discurso antropológico ha incluido, entre sus preocupaciones
principales el de la dicotomía entre naturaleza y cultura. Ha sido este un
“dogma central” de la antropología, afirman Descola y Pálsson (2001) en
su introducción a Naturaleza y Sociedad. Perspectivas antropológicas, aunque
dicho “dogma” ha variado dependiendo de la perspectiva desde la cual se
atiende: la ecología cultural, la sociobiología, la antropología simbólica.
Si bien en esta fascinante publicación, al igual que en la magna obra del
mismo Descola, Par-delà nature et culture (2005), se reconoce la importancia
Vulnerabilidad y desastres
teriores, de una adaptación que provea verdaderas transformaciones.
La vulnerabilidad y su circunstancia
21 Con esta mirada han surgido, a ambos lados del Atlántico, dos interesantes, muy acti-
vas y prometedoras redes/asociaciones de antropólogos especialistas en la temática:
tig (Risk and Disaster Topical Interest Group) de la Society for Applied Anthropology
(sfaa) y dican (Disaster and Crisis Anthropology Network) de la European Associa-
tion of Social Anthropologists.
comunidad. Y el que se convierta o no en desastre, dependerá de la magnitud
real con que efectivamente se manifieste el fenómeno, y del nivel de vulnera-
bilidad de la comunidad (Wilches-Chaux, 1993: 18).
criptiva para entenderse desde su condición social y con ello procesal” (Altez,
2016: 24), consideramos que la vulnerabilidad está asociada a circunstancias
que colocan al individuo o al grupo ante la posibilidad de ser afectado física y
materialmente en su persona y en sus propiedades, a lo que hemos denomi-
nado el telón de fondo del teatro en el cual se desarrolla el impacto de even-
tos que en ocasiones se transforman en desastres (García, 2014).23
Una de las definiciones que a mi parecer es más esclarecedora del con-
cepto vulnerabilidad asociado a desastres, proviene del trabajo desarrollado
por un grupo de antropólogos, y publicado recientemente. Considera que
la vulnerabilidad se refiere a las relaciones entre las personas y el medio
ambiente, incluyendo tanto el entorno físico como las estructuras sociopo-
líticas que enmarcan las condiciones en las cuales la población vive y que
los pone en riesgo de daño a causa de la presencia de amenazas naturales
o tecnológicas (Fiske et al., 2014: capítulo 4). Uno de los autores de dicho
trabajo, Oliver-Smith, en un artículo reciente, acota acertadamente que, si
bien la vulnerabilidad es socialmente producida, algo en lo que la mayo-
ría de los estudiosos del tema están de acuerdo, el riesgo en la sociedad
se encuentra desigualmente distribuido, lo cual significa que no todas las
Vulnerabilidad y desastres
titular el presente apartado,24 justo hace referencia a esto que queremos
decir: los grupos sociales se encuentran en circunstancias de vulnerabilidad
ante diversas amenazas debido, principalmente, a la adopción de determi-
nados modelos de desarrollo que han privilegiado el crecimiento económico
con los costos que sean.25
Como parte de estas discusiones, debemos ser muy cuidadosos y es-
clarecer la diferencia entre vulnerabilidad y otro concepto que, aún no
totalmente reconocido (García, 2014) va ganando cada vez más terreno:
resiliencia. Si bien en este momento no haré una revisión detallada de dicho
concepto, su surgimiento, sus límites y sus potencialidades, referiré algunos
asuntos relativos a su asociación con la vulnerabilidad. Existen lamentables
confusiones al respecto que afirman que mientras la segunda es pasiva la
primera es activa, considerando que la resiliencia se manifiesta solo en mo-
mentos posdesastre y similares. La resiliencia es un concepto multidiscipli-
nario y transdisciplinario que atiende a diversas escalas y que debe asociarse
a otro concepto muy necesario, aunque aún poco utilizado: capacidad de recupe-
ración. Al respecto, las reflexiones de Cannon (2008) dirigidas precisamente
a esclarecer sus diferencias resulta clave particularmente, como él mismo
bilidad con apellido”. Se refiere a aquella que presentan los grupos sociales
o las comunidades ante la presencia de determinadas amenazas naturales.
No es lo mismo ser vulnerable a huracanes o a temblores, sequías o inunda-
ciones. Resulta interesante considerar a las amenazas recurrentes que, como
en el caso de los huracanes, han permitido desplegar cierta resiliencia mani-
fiesta en estrategias adaptativas, prácticas y acciones que han resultado de
lecciones aprendidas al estar esas sociedades expuestas a una amenaza que se
ha presentado año con año en las áreas oceánicas tropicales en las que son
comunes (véase García, 2009; García et al., 2012).
Hablar de vulnerabilidad diferenciada hace referencia, de alguna manera, a la
“convolución”, ese concepto matemático al que hace referencia Cardona (2004)
y que aplica a la concomitancia y mutuo condicionamiento entre la amenaza y
la vulnerabilidad para el caso de los desastres. Si con base en esta “convolución”
no existe la amenaza o la vulnerabilidad de manera independiente, tampoco
existe una vulnerabilidad no diferenciada, es decir, disociada de la amenaza
específica: vulnerabilidad a huracanes, vulnerabilidad a temblores.
Si bien no siempre se hace referencia a esta circunstancia de la vulnera-
bilidad, en algunos textos encontramos alusiones a la misma. Tal es el caso
del trabajo llevado a cabo en África por OʼKeefe y Wisner (1975: 39), que dio
lugar a un estudio que se cuenta como uno de los pioneros dentro del enfo-
que de la vulnerabilidad; en él hacen referencia a la “vulnerabilidad a la se-
quía”, la cual se incrementó a causa de los errores cometidos en las acciones
posdesastre.
Se refiere al hecho de que no todas las personas ni los grupos sociales son
igualmente vulnerables ante la presencia de amenazas naturales o socionatu-
rales y la ocurrencia de desastres. Aquello a lo que Hewitt (1997) hace refe-
rencia como “geografía del riesgo o del desastre” depende precisamente de
la que él denomina también vulnerabilidad diferencial en el interior de las
sociedades, pero también entre ellas.
Clase social, género, edad o grupo étnico constituyen las variables mejor
identificadas por su fuerte asociación con la vulnerabilidad a desastres.
Wisner et al. (2003) en su obra fundamental para el estudio de los desas- 231
tres titulada At Risk. Natural hazards, peopleʼs vulnerability and disasters,27 sin
denominarla como tal, hacen referencia a esta particularidad diferencial de
Vulnerabilidad y desastres
la vulnerabilidad al mencionar “la manera en que activos, ingresos y acceso
a otros recursos, como el conocimiento y la información, se distribuyen en-
tre los distintos grupos sociales”, así como “varias formas de discriminación
que ocurren en la distribución de bienestar y protección social (incluyendo
recursos para la recuperación y el socorro)” (p. 5).28
Sökefeld (2013) enfatiza en este sentido lo que él denomina las raíces
políticas de la vulnerabilidad, que la hacen igualmente diferencial. Recuer-
da los argumentos que al respecto ofrece Oliver-Smith (2004) al hablar de
las “amenazas de la dominación” (hazards of domination), argumentando
que las relaciones de poder sociales, políticas y económicas se inscriben por
medio de prácticas materiales en los entornos construidos y modificados, y una
de las muchas maneras en que se refleja en el cotidiano es precisamente en
las condiciones de vulnerabilidad. En este sentido, esta incluye decisiones,
valores, gobernanza, actitudes y comportamientos que, en el mismo sentido,
son diferenciales. Decisiones de poder políticas y sociales, como aquellas
vinculadas con los planes de desarrollo, constituyen una de las principales
causas de raíz de la ocurrencia de desastres, ya que con frecuencia generan
y perpetúan la y las vulnerabilidades (Kelman et al., 2016).
27 La primera parte de esta obra se hizo del dominio público y se encuentra en <www.
preventionweb.net/files/670_72351.pdf>. La primera edición de At Risk apareció, bajo el
mismo título pero con un orden distinto de los mismos autores, en 1994 y se tradujo al es-
pañol y lo publicó la red en 1996 con el título de Vulnerabilidad: el entorno social, político y
económico de los desastres (véase <www.desenredando.org/public/libros/1996/vesped/>).
28 En el excelente Handbook of Hazards and Disaster Risk Reduction (Wisner et al., 2012a), apare-
cen numerosas menciones al concepto vulnerabilidad, incluidos varios capítulos que anali-
zan esta “diferencialidad” de la vulnerabilidad atendiendo asuntos como discapacidad, gé-
nero y sexualidad, niñez y juventud, adultos mayores, casta y etnicidad, afiliación religiosa.
La vulnerabilidad global
La vulnerabilidad progresiva
[…] hay condiciones de vulnerabilidad física detrás de las cuales hay causas
socioeconómicas. Hay pueblos que han sido construidos desde su origen sin
ningún o con muy poco criterio de seguridad y puede llamárseles vulnerables
por origen, y adicionalmente hay pueblos enteros, casas, canales de riego,
reservorios, puentes, etc. que con el tiempo van envejeciendo y debilitándose,
debido a los factores señalados, a lo cual denominamos vulnerabilidad
progresiva (Romero y Maskrey, 1993: 5).
Vulnerabilidad y desastres
El concepto vulnerabilidad progresiva se encuentra en la base de la pro-
puesta que bajo el título de At Risk en su versión en inglés, y de Vulnerabilidad
en su versión en español,30 definió la progresión de la vulnerabilidad a partir
del conocido como modelo par con base en sus siglas en inglés: pressure and
release model.31 El modelo par parte de reconocer la vulnerabilidad como
el eje de la ocurrencia de los desastres e identifica tres componentes bási-
cos de la misma: las causas de fondo o radicales que la producen (procesos
económicos, demográficos, políticos), las presiones dinámicas que traducen
el contexto general a escala local (deficiencias sociales, institucionales, creci-
miento poblacional y urbano, deforestación y erosión, etcétera) y las condicio-
nes de fragilidad e inseguridad (recursos naturales, humanos físicos y particu-
larmente la exposición). Ello, en conjunción con una determinada amenaza,
provoca el verdadero riesgo de desastre.32 La propuesta de los cuatro autores
Vulnerabilidad y desastres
en gran medida, de las condiciones sociales y materiales de vida social, así
como de sus transformaciones (Hewitt, 1997: 167). Identificarlos como sinó-
nimos también lleva a desconocer que los contextos culturales son igualmente
variados y diferentes, y pueden restringir o bien mejorar las habilidades y
las capacidades individuales o comunitarias para responder y hacer frente
en casos de desastres; es decir, que grupos de población en pobreza pueden
tener distintos grados de vulnerabilidad.
La pobreza, en su multidimensionalidad y siendo también diferencial
(como la vulnerabilidad a desastres) se deriva de una falta de acceso a recursos
(necesidades básicas como salud, nutrición, educación, seguridad social) y
a oportunidades.
La vulnerabilidad, con frecuencia, incluso en los análisis sobre desastres,
se asocia de manera lineal a la pobreza e incluso a la marginación, lo que da
lugar a argumentos circulares: se es vulnerable porque se es pobre, y se es
pobre por que se es vulnerable. De allí resultaría que los pobres y marginados
son los más vulnerables a desastres. Algunos estudiosos han incluso critica-
do esta postura, sin solución de continuidad, al argumentar que la vulnerabi-
lidad a desastres es producida más bien por condiciones políticas de escala
local o global: una desigual distribución de poder se encuentra en la raíz de
condiciones sociales inequitativas, que provocan una vulnerabilidad dife-
rencial en procesos de desastre (Sökefeld, 2013). La experiencia ha mostra-
do que la mayoría de las víctimas ante la ocurrencia de eventos desastrosos
no son solo aquellos caracterizados como pobres, sino los desposeídos de
poder (powerless), aquellos que carecen de una voz en términos políticos y
sociales, lo cual los ubica en un mayor riesgo (Hewitt, 1997: 3).
Algo que ha abonado a esta confusión es que en ocasiones algunos de
los denominados risk drivers, que incrementan la vulnerabilidad a desas-
tres, están asociados a la pobreza. Risk drivers como fragilidad económica,
dispersión familiar (por migración forzada, por ejemplo), discriminación
étnica y política, falta de acceso a agua, ausencia de oportunidades educa-
tivas, inequitativa distribución de la tierra, planeación irregular de áreas
urbanas (Maskrey y Lavell, 2013). En suma, inequidad que es tanto social
como política. Pero ¿cuáles de ellos sí se asocian con la vulnerabilidad a de-
sastres y cuáles no?
Si bien no podemos negar que entre el riesgo de desastres y la pobreza
existe un nexo, así como que los impactos de los desastres tienen efectos
negativos en la pobreza y el desarrollo humano (eird, 2009), la sinonimia
236 pobreza y vulnerabilidad a desastres conduce a aislar la ocurrencia de los
desastres de las prácticas cotidianas, de las relaciones políticas y de poder
(Hannigan, 2012).
Virginia García Acosta
Vulnerabilidad y desastres
rios especialistas han afirmado (Cuny, 1983; Wijkman y Timberlake, 1986),
sino problemas exacerbados por los modelos de desarrollo adoptados, por
las formas de crecimiento económico impuestas, por las formas de acumula-
ción adoptadas, por los patrones de asentamiento y de ocupación terri-
torial que ese desarrollo ha impuesto particularmente en los países que
ocupan la porción sur del planeta. Y es justamente por no reconocer que los
desastres son indicadores endógenos de procesos derivados de los mode-
los de desarrollo y crecimiento económico adoptados, que se ha incurrido
en errores tan graves como atender con mayor énfasis los indicadores que
los procesos, como es el caso del Marco de Acción de Hyogo, 2005-2015
(Maskrey y Lavell, 2013).
Se debe reconocer que, por un lado, diversas situaciones como la po-
breza, generan condiciones con mayor probabilidad de transformarse en
vulnerabilidades. No obstante, los grupos sociales en situación de solvencia
económica tampoco están exentos de colocarse en situación de vulnerabili-
dad. La pobreza es, en sí misma, un risk driver, ya que la población más pobre
tiene más probabilidad de estar expuesta a amenazas magnificadas y, por
tanto, a ser más vulnerables. La vulnerabilidad a desastres está asociada con
la pobreza y la inequidad, pero también con la desigualdad, la corrupción y la
inacción gubernamental.
Conclusión
a) Riesgo, gestión integral del riesgo, construcción social del riesgo: que
guardan una asociación ineludible con el concepto de vulnerabilidad,
a la cual me he referido a lo largo de este capítulo, dado que es la que
resulta más evidente.
b) Resiliencia, estrategias adaptativas, construcción social de la prevención:
una asociación menos evidente pero necesaria, tanto para entender los de-
sastres como procesos y los eventos derivados de ellos que constituyen la
37 Véase la excelente síntesis que publicó en años recientes Gisela Gellert (2012).
materialización espacio-temporal de esos mismos procesos, así como
el riesgo mismo y su construcción social.
Vulnerabilidad y desastres
pado en otros espacios (García, 2014 y 2015b).
En el contexto del cambio climático, la interacción compleja de
factores sociales y económicos sin duda incrementa la vulnerabilidad
tanto de las personas como del propio medio ambiente, al intensificar sus
efectos e impactos. Así, las personas son cada vez más vulnerables a esos
cambios producto tanto del aumento de población y de su densidad, como
de su ubicación en zonas de riesgo y de degradación del medio ambiente
(Oliver-Smith, 2014).
Sin duda, una de las limitaciones que han tenido los enfoques adoptados
en el estudio y atención a los desastres consiste en haber separado los desas-
tres y el riesgo de desastre de los procesos de desarrollo. En haber centrado
la atención en las amenazas naturales y no en la vulnerabilidad como un
concepto dinámico y no como una etiqueta (Fordham et al., 2013). Y, sobre
todo, no haber identificado el riesgo y su construcción social como el centro
del problema en la ocurrencia de desastres (García, 2005a y 2005b). Aún
queda un largo camino que recorrer.
Conclusiones
Pobres y vulnerables en México: contextos, transformaciones
y perspectivas
Gonzalo A. Saraví1
1 ciesas-Ciudad de México.
Introducción 241
T odos los capítulos que integran este volumen abordan ya sea la pobreza
o la vulnerabilidad explorando su vinculación con una temática
específica: la democracia, el mercado de trabajo, las políticas públicas, las
estrategias financieras, los recursos de los hogares, las experiencias biográ-
ficas de los jóvenes o los desastres socioambientales. La selección de temas
puede parecer, y seguramente lo es, incompleta, pero de ninguna manera ha
sido arbitraria o aleatoria sino que responde a la selección de problemáti-
cas especialmente relevantes en la sociedad mexicana contemporánea y en
muchas otras de la región latinoamericana. En este sentido, cada uno de los
capítulos tiene valor en sí mismo en virtud de la sistematización y contribu-
ción que hace a un debate específico. Pero, además, la diversidad y dispari-
dad de los temas analizados —desarrollados por especialistas provenientes
de distintas disciplinas y trayectorias académicas— ponen en evidencia
aspectos comunes y facetas distintas, que leídos en conjunto y articulada-
mente posibilitan nuevas reflexiones sobre la “cuestión social” en el con-
texto mexicano —y latinoamericano—. El objetivo de estas conclusiones
consiste en esbozar una de esas reflexiones posibles.
He priorizado solo tres dimensiones que, con matices, recorren trans-
versalmente casi todos los textos reunidos en esta obra. Se refieren, respec-
tivamente, al contexto sociohistórico de la pobreza y la vulnerabilidad, sus
transformaciones recientes y sus proyecciones futuras. La primera destaca
la necesidad de reconocer, y tomar en cuenta para el análisis posterior, que
tanto la pobreza como la vulnerabilidad no son fenómenos ahistóricos ni
independientes de los escenarios socioeconómicos y políticos en los cuales
se insertan. En otros términos, ambos fenómenos no pueden interpretarse
haciendo abstracción de la sociedad a la cual pertenecen, la cual los define y
moldea. La segunda dimensión consiste en precisar algunas de las transfor-
maciones recientes que han experimentado la pobreza y la vulnerabilidad.
Aun situándonos dentro de un escenario sociohistórico delimitado, ambas
problemáticas no han permanecido inmutables, no solo en términos de su
incremento o disminución, de su extensión o profundización, sino también
en términos de sus características experienciales para los sujetos que las pa-
decen. Por último, la tercera dimensión pretende situar el debate y análisis
de la pobreza y la vulnerabilidad en nuevos marcos teórico-conceptuales.
El objetivo no es superponer y añadir conceptos, sino contribuir a la cons-
trucción de un planteamiento sistemático y conceptualmente sólido para
la interpretación de la cuestión social. Se trata de retomar algunas de las
contribuciones de los análisis previos para ensayar una reactualización de
242 ambos conceptos que permita dar cuenta de nuevos desafíos (como la exclu-
sión y la desigualdad) y desarrollar nuevas líneas de investigación que con-
tribuyan a la construcción de una sociedad con mayores niveles de bienestar
Gonzalo A. Saraví
Conclusiones
La pobreza (y en menor medida la vulnerabilidad, aunque no se la nom-
brara aún así), no eran, entonces, fenómenos desconocidos, pero sus carac-
terísticas y sentidos estaban marcados por este escenario sociohistórico
particular (político y económico). A partir de los años ochenta, en México
y la mayor parte de América Latina, este contexto cambia de manera radi-
cal y, concomitantemente, también lo hace la conceptualización de la pobreza
y emerge el concepto vulnerabilidad. Por un lado, el viejo modelo de desa-
rrollo comienza a mostrar síntomas de agotamiento y hace evidente que
su capacidad de integrar a los sectores más desfavorecidos tiene limita-
ciones; el carácter transitorio de la pobreza y la vulnerabilidad es puesto
en duda, pero además se constituyen en problemas en sí mismos, con sus
propias complejidades. Por otra parte, la implementación de drásticas re-
formas sustentadas en los acuerdos del Consenso de Washington gestó y
consolidó un nuevo modelo de desarrollo, cuyos dos pilares más importan-
tes fueron la primacía del mercado como eje articulador de la sociedad y el
retraimiento de la intervención del Estado. La implantación de un nuevo
modelo de desarrollo, basado en los principios del neoliberalismo, alteró
radicalmente la estructura de oportunidades, y situó a la pobreza y la vulne-
rabilidad bajo un nuevo paraguas discursivo. Las causas estructurales y la
transitoriedad parecen difuminarse.
Paralelamente al empobrecimiento de algunos sectores de clase media
como consecuencia de la crisis económica que acompañó el cambio de mo-
delo, las posibilidades de movilidad social para los sectores más desfavore-
cidos se vieron reducidas. Desde entonces para estos sectores ya no se trató
de sobrevivir a la pobreza o enfrentar la vulnerabilidad mientras se tran-
sita hacia mejores niveles de bienestar social, sino condiciones de vida
inevitables a las que están condenados ciertos segmentos de la población.
La pobreza deja de ser un problema colateral y subsidiario; la vulnerabilidad
emerge como un problema cotidiano de amplios sectores, que incluso pa-
san a ser denominados “vulnerables”; y ambos conceptos ganan centralidad
por sí mismos. El foco de atención se desplaza de las características de
la estructura socioeconómica y política de un modelo de desarrollo (sus
limitaciones y dinamismo para la integración) hacia las características de los
individuos y hogares que las padecen (sus recursos y capacidades para la
integración).
No debemos olvidar que más allá de sus características objetivas, la
pobreza es resultado de una construcción social y de una definición política
244 con múltiples implicaciones prácticas (Bayón, 2015). Tal como lo señalan
Felipe Hevia y Bryan Roberts en sus respectivos capítulos, a partir de la
década de 1980 resulta evidente la intervención del Estado y de diversos
Gonzalo A. Saraví
Conclusiones
estrella de combate a la pobreza; la transferencia de mínimas sumas de dine-
ro, por un lado ayuda a paliar las carencias cotidianas, y por otro, estimula
(condiciona) la inversión de los hogares pobres en capital humano (en sa-
lud y educación), que en el mediano plazo les permitirá a su vez romper por
sí mismos el círculo de reproducción intergeneracional de la pobreza. Para
mencionar solo un ejemplo más, el capítulo de Mercedes González de la
Rocha deja ver cómo las estrategias y recursos de la pobreza que sus propios
estudios y los de otros antropólogos habían documentado como mecanis-
mos de sobrevivencia, son recuperados por el enfoque de la vulnerabilidad
del Banco Mundial como activos con los cuales los pobres podrían enfrentar
las crisis recurrentes y abandonar la pobreza.
En síntesis, en el transcurso de las últimas tres décadas, México se
ha enfrentado a una pobreza y vulnerabilidad neoliberal. Y las estrate-
gias para enfrentarlas han estado dominadas en términos generales por
estos mismos principios. En 1984, la pobreza alcanzaba al 53 % de la po-
blación según cifras de Székely (en Ordóñez, 2012), en 1994 las mediciones
del Coneval la situaban en 52.4 %, y para 2014, cifras oficiales de esta mis-
ma fuente volvían a indicar que el 53.2 % de la población vive con ingresos
inferiores a la línea de pobreza, ahora llamada de bienestar (Coneval, 2016).
A lo largo de todos estos años ha habido bajas y altas, unas más pronunciadas
que otras, pero resulta inevitable destacar la notable persistencia y estabilidad
de la pobreza en casi 40 años de neoliberalismo. Retomando una expresión de
Roberts (2006), la pobreza se ha institucionalizado.
La pobreza contemporánea:
experiencia de una integración desfavorable
Que a lo largo de las últimas tres décadas la pobreza haya estado enmarcada
bajo los parámetros de un mismo modelo de desarrollo neoliberal o que en
todo este periodo no haya habido ningún cambio significativo en la propor-
ción de pobres e indigentes, no significa que las condiciones de la pobreza y la
vulnerabilidad no hayan cambiado. En primer lugar debemos reconocer que
las cifras anteriores se basan en una medición centrada solo en los ingresos:
en 1984 y 2014, uno de cada dos mexicanos vivía en hogares con ingresos in-
246 feriores a la línea de pobreza (patrimonial o de bienestar) y uno de cada cinco
con ingresos menores a la línea de indigencia (alimentaria o de bienestar mí-
nimo). En una economía de mercado en la que gran parte del bienestar se ha
Gonzalo A. Saraví
2 Según los datos provistos por el Censo de Población y Vivienda en el año 2000, por
ejemplo, solo 43 % de la población tenía algún seguro de salud público o privado, mien-
tras que en 2010 el porcentaje era de 66.2 %. En 1990, poco menos de la mitad de la
que el Coneval comenzó a medir otras carencias sociales más allá de los
ingresos, se observa con claridad una leve disminución tanto en el porcen-
taje de la población afectada como en el número de carencias que padece.
En este sentido, los pobres han experimentado una serie de mejoras sin que
esto signifique salir de la pobreza; es decir, estamos frente a “una pobreza
mejor”, o lo que algunos autores han llamado, con distintos términos, pero
un mismo sentido, una pobreza “integrada” o “institucionalizada” (Paugam,
2007; Roberts, 2006).
Los sucesivos informes del Banco Mundial sobre la pobreza y la vul-
nerabilidad destacaron progresivamente no solo la necesidad de fortalecer
y ampliar los activos de los pobres, sino también ciertas condiciones de 247
seguridad (salud y educación básica, principalmente). Este consenso, cuya
expresión en los informes mencionados es solo un ejemplo, se tradujo en
Conclusiones
una creciente provisión de “derechos sociales” especialmente diseñados y
dirigidos —focalizados— a los pobres. Esto es lo que ha llevado a algunos
autores como Bryan Roberts (2004) a hablar de una ciudadanía de segunda
clase; es decir, una expansión de derechos, pero con una fuerte segmentación
en la calidad de los mismos. La telesecundaria, el seguro popular, las urba-
nizaciones de viviendas minúsculas en periferias cada vez más lejanas son,
entre otros, ejemplos de estas paradojas. Las estadísticas muestran mayo-
res niveles educativos, más población con cobertura de salud y más hogares
con viviendas equipadas, pero debajo nos encontramos con un panorama
de amplias desigualdades.
La desigualdad es, de hecho, un nuevo escenario en el que se inserta la
pobreza de hoy. En casi todos los capítulos previos se menciona este aspecto,
no solo porque los pobres ocupen los escalones más bajos de estas jerar-
quías, sino porque hoy la pobreza asume más claramente que en el pasado
un carácter relacional. La desigual distribución de recursos y oportunidades
se constituye en sí misma en un obstáculo para superar la pobreza. Así, por
ejemplo, las desigualdades en la calidad educativa o la conformación de cir-
cuitos escolares caracterizados por la desigualdad en la composición social
de la matrícula, en la infraestructura y servicios, en la currícula y la oferta
educativa, y en el prestigio social de las instituciones, afectan de manera
sustantiva y diferenciada las posibilidades de los estudiantes, aunque ten-
gan la misma credencial o nivel educativo, lo que bloquea las oportunidades
y posibilidades de movilidad social de los más desfavorecidos (Saraví, 2015).
población (48 %) recibía agua entubada en su vivienda, pero tres décadas después este
servicio llegaba a dos tercios de la población (67.6 %).
Situaciones similares pueden observarse en otras áreas como la salud, la mo-
vilidad urbana o el trabajo.
Estas y otras desigualdades no solo debilitan la ciudadanía social, sino
que también permean otras instancias ciudadanas referidas a la participación
civil y política de la población. “El desarrollo de la democracia”, señala el
pnud en su informe sobre las democracias en América Latina, “depende de
que se amplíe de manera decidida la ciudadanía social, sobre todo a partir
de la lucha contra la pobreza y la desigualdad” (pnud, 2004: 26). Tal como
lo plantea el texto de Alberto Aziz, la democracia se ve minada en la medida
en que la institucionalización de la pobreza significa, por un lado, que un
248 segmento de la población tenga menores capacidades y recursos para una
participación efectiva e igualitaria, y por otro que se conforme un espacio
propicio para el clientelismo político. Ambos aspectos tienen el mismo efec-
Gonzalo A. Saraví
Conclusiones
(2005: 39). Pero estos mismos autores, luego de revisar los resultados de las
reformas neoliberales aplicadas en seis países de la región, concluyen que “la
realidad de las últimas décadas poco o nada se parece a esas expectativas; de
país en país las tasas de desempleo abierto y de empleo informal han perma-
necido estancadas o se han incrementado significativamente” (idem: 39).
En México, si bien las tasas de desocupación son relativamente bajas
(cercanas al 10 % de la pea), el mercado de trabajo se caracteriza por un
elevado nivel de precariedad e informalidad. Estimaciones recientes de la
Organización Internacional del Trabajo (oit, 2014) ubican la tasa de infor-
malidad en niveles tan altos como el 60 % de la población ocupada. Estas
ocupaciones informales no solo implican desprotección laboral y ausencia
de numerosos beneficios sociales, sino también ingresos bajos e irregulares
(en especial para los trabajadores por cuenta propia y los empleados infor-
males). Salvo algunas actividades, la informalidad no brinda las mismas
posibilidades de progresar económicamente que ofreció en el pasado al calor
del dinamismo del sector formal. En su capítulo, Rojas señala que en las
actividades que constituyen “el corazón de la informalidad”, entre la mi-
tad y las dos terceras partes de los ocupados ganan menos de dos salarios
mínimos mensuales, lo cual en México significa tener ingresos sumamente
deplorables dada la depreciación y pérdida de valor referencial del salario
mínimo (Observatorio de Salarios, 2015).3 Las posibilidades para el resto
de la población ocupada no son mucho mejores; de 1990 a 2012 los salarios
reales sufrieron una pérdida del 30 % de su poder adquisitivo. Dicho de
otra manera, el mercado de trabajo, aun el sector formal, ofrece para un
3 Según este último observatorio, entre 1976 y 2014 el salario mínimo perdió 80 % de su
poder adquisitivo (Observatorio de Salarios, 2015).
amplio sector de la población ocupada ingresos tan bajos que impiden cual-
quier tipo de movilidad o superación de la pobreza. Un informe reciente del
Banco Mundial (Banco Mundial, 2016d) sobre la desigualdad señala que
el dinamismo del mercado de trabajo, es decir, la generación de más em-
pleos formales, la elevación del valor del salario mínimo y el incremento de
las primas salariales de los menos calificados, es fundamental para reducir la
pobreza y la desigualdad; el informe pone como ejemplo a Brasil, país en el
cual 41 % de la importante reducción de la desigualdad lograda entre 2003 y
2013 se debió precisamente a incrementos en los ingresos laborales.4
Es decir, los pobres pueden estudiar y trabajar, pero continúan en la
250 pobreza y tienen, a diferencia del pasado, pocas expectativas de movilidad.
Esta mayor rigidez de la estructura social tiene implicaciones importantes
para la caracterización de la pobreza contemporánea. La pobreza pierde, en
Gonzalo A. Saraví
Conclusiones
tración de desventajas (Bayón, 2015).
Si bien la segregación residencial no es un fenómeno nuevo en las gran-
des ciudades latinoamericanas, su naturaleza ha cambiado sustancialmente.
Durante los momentos iniciales de la urbanización, la concentración de
los migrantes internos en las periferias de la ciudad y, en consecuencia, la
homogeneidad social que estas iban adquiriendo, significó una fuente de iden-
tidad, cohesión y acción colectiva. Como se desprende del análisis de Bryan
Roberts, la concentración territorial representó en el pasado una fortaleza
para los más pobres y fuente de numerosas oportunidades para su movilidad
social. Esta misma concentración y homogeneidad social de las periferias, y
en particular de algunos enclaves de pobreza, hoy asume un carácter total-
mente contrario, constituyendo en muchos casos un obstáculo o desventaja
que acrecienta la vulnerabilidad y pobreza de sus residentes.
El tejido social intracomunitario se ha debilitado, en parte por la cre-
ciente violencia e inseguridad que permea a algunas de estas comunidades, y
en parte por las implicaciones sociales para la convivencia que trajo consigo
la expansión del tráfico y consumo de drogas (Perlman, 2010). La lejanía y
aislamiento de las nuevas periferias, junto con los procesos de urbanización
dirigidos por el mercado y menos por la autoconstrucción, los lazos familia-
res y comunitarios y la acción colectiva como ocurrió en el pasado, también
favorece el anonimato, la desconfianza y la individualidad entre los vecinos.
Mercedes González de la Rocha (2006a) añade una variable no menos im-
portante: el deterioro de las oportunidades e ingresos laborales que debilita y
mina los lazos de reciprocidad intracomunitarios. Los ingresos provenien-
tes del trabajo, nos dice la autora, son el principal recurso de los pobres y
la base para sostener una densa red de intercambio de favores y ayudas;
sin trabajo se esfuman las posibilidades de sostener estas redes, lo cual
favorece el aislamiento de los más desfavorecidos (González de la Rocha y
Villagómez, 2006). Bayón y Mier y Terán (2010: 86) encuentran que “las
mayores expectativas [de colaboración entre vecinos] son menos comunes
en los quintiles más bajos y aumentan de manera consistente a medida que
mejoran las condiciones de vida”; en los dos primeros quintiles solo el 26 %
respondió que si un vecino tiene un problema los otros siempre lo ayudarían,
porcentaje que se eleva al 40 % cuando se consulta al quintil más alto. Pero
el tejido social también se debilita, por la persistencia de un discurso neo-
liberal sobre la pobreza que permeó en los mismos pobres; la desconfianza,
la estigmatización y la individualización debilitan las fortalezas previas del
252 territorio (la solidaridad, la identidad, la acción colectiva).
Todos estos aspectos dan forma a una nueva experiencia de la pobreza
y la vulnerabilidad menos transitoria y más perenne e institucionalizada.
Gonzalo A. Saraví
Los pobres de hoy pasan a ser reconocidos como un segmento más de la es-
tructura social, que desde hace poco más de tres décadas representa cerca de
la mitad de nuestra población. Dentro de este amplio espectro poblacional
conviven diversas pobrezas con especificidades propias (rural, urbana, indí-
gena, etcétera). Hoy, sin embargo, la pobreza es principalmente urbana, y
allí nos encontramos con nichos específicos en los que se concentran con
particular intensidad las desventajas reseñadas previamente, que dan lugar
a dinámicas y sociabilidades propias que conforman territorios de exclusión.
Tenemos entonces, por un lado, una amplia pobreza institucionalizada,
invariante, caracterizada por la intervención del Estado y una ciudadanía de
segunda clase y, por otro lado, enclaves de pobreza caracterizados por la
concentración de desventajas y la emergencia de dinámicas de sociabilidad
propias que nos hablan de una integración en la exclusión (Bayón, 2015).
Conclusiones
dad de los pobres. Esta orientación, voluntaria o involuntariamente, marcó
profundamente el debate posterior sobre estos dos temas.
Concentrarse en la vulnerabilidad dentro de la pobreza significó una
contribución importante en la medida en que los pobres efectivamente pue-
den sufrir daños que empeoren sus condiciones de bienestar (de por sí bajas)
o incrementen sus desventajas (de por sí muchas). Pero acotar la vulnerabi-
lidad a este planteamiento, como tendió a hacerlo el Banco Mundial, puede
tener connotaciones conservadoras en la medida que reducir la vulnerabili-
dad de los pobres no significa erradicar la pobreza. Dicho en otros términos,
este planteamiento inicial de la vulnerabilidad, es consistente con la idea de
una “pobreza mejor” o una pobreza integrada que también comenzó a con-
solidarse con la expansión del neoliberalismo.
Dicho esto, es importante destacar, sin embargo, que este no es el único
planteamiento posible sobre la vulnerabilidad. De hecho, un artículo de Fil-
gueira (1998), tan precursor como los dos anteriores pero que no tuvo la mis-
ma continuidad, se concentraba en la vulnerabilidad “a” la pobreza; es decir,
la vulnerabilidad de los no pobres a ser pobres. En ese artículo el autor defi-
nía la vulnerabilidad precisamente como la probabilidad o sensibilidad de los
hogares a sufrir un descenso en sus niveles de bienestar como consecuencias
de un evento o proceso externo; caer por debajo de la línea de pobreza fungía
como una operacionalización simplificada de esa definición. Este plantea-
miento pretendía analizar no la pobreza estructural, sino el empobrecimiento
que experimentaban sectores de las clases medias y trabajadoras como con-
secuencia de las crisis y reformas estructurales de los años ochenta y noventa
que asolaron a la región, en particular al Cono Sur.5
5 Este planteamiento fue inspirador de una investigación de mucho mayor alcance que
incluyó cuatro países de América Latina (Argentina, Chile, México y Uruguay) y cuyos
En una línea similar a la anterior, otros estudios posteriores también
exploraron la vulnerabilidad de los hogares pobres y no pobres al deterioro
de sus condiciones de vida. En uno de estos estudios, realizado en México,
Bayón y Mier y Terán (2010) definen la vulnerabilidad prácticamente en
los mismos términos que lo hacen Chambers o Moser, pero a diferencia de
ellos aplican el análisis al conjunto de la población y no solo a los pobres.
Ello permite ver diferencias en la vulnerabilidad de hogares pertenecientes
a diferentes estratos socioeconómicos y áreas de residencia rural o urbana.
En términos generales, como era de esperar, los estratos más pobres presen-
tan un mayor nivel de vulnerabilidad a diferentes riesgos. Whelan y Maitre
254 (2008), en una investigación que incluye varios países europeos, también
parten de una definición similar a la de los dos autores “precursores” pero,
como en el caso de Bayón y Mier y Terán, no se detienen solo en los pobres;
Gonzalo A. Saraví
Conclusiones
ción en estudios específicos puede asumir enfoques distintos con matices
teóricos e ideológicos más o menos profundos. Estas diferencias vuelven
a emerger, por ejemplo, a la hora de establecer cuáles son las dimensiones
determinantes de la vulnerabilidad. Para esta pregunta, no hay una sola
respuesta, sino al menos tres: los recursos de los actores, la estructura de
oportunidades en que se insertan o la protección social que reciben.
El énfasis en los textos precursores está puesto —casi de manera exclu-
siva— en el primero de estos tres aspectos: los recursos de los pobres y sus
estrategias para enfrentar situaciones de crisis. Esto tiene dos implicaciones
importantes: la primera de ellas es que acerca aún más, y en cierta medida
confunde a pesar de las advertencias iniciales, la vulnerabilidad con la po-
breza. En otras palabras, estos recursos y estrategias, destacados ahora como
aportaciones novedosas y claves para enfrentar la vulnerabilidad, ya eran
objeto de análisis y debate dentro de los estudios sobre la pobreza, especial-
mente desde la antropología (Lomnitz, 1971; González de la Rocha, 1986).
Dichos recursos y estrategias eran, y son, empleados cada día por los pobres
para hacer frente a las condiciones difíciles que de por sí caracterizan y de-
finen la pobreza. La segunda implicación es que, desde este enfoque inicial
de la vulnerabilidad, estos recursos y estrategias se presentan ahora como la
variable clave para reducir, de una vez y al mismo tiempo, la vulnerabilidad
y la pobreza juntas (o indiferenciadamente). Moser, en el mismo artículo
que comenté previamente, señala que su propósito es contribuir al debate
sobre “estrategias para la reducción de la pobreza que refuercen las solucio-
nes creativas de los propios pobres, más que sustituirlas, bloquearlas o debili-
tarlas”; y a continuación añade que lo que se busca es “identificar lo que los
pobres tienen más que lo que no tienen, y al hacer eso focalizar el análisis en
sus activos” (1998: 1) (las cursivas son mías). Siguiendo esta interpretación,
la solución para enfrentar la vulnerabilidad y salir de la pobreza estaría en
manos de los propios pobres.
Otros autores, sin embargo, hicieron notar que la vulnerabilidad no
depende solo de los recursos, sino también de la estructura de oportunidades
en la cual se desenvuelven los actores (Kaztman, 1999). La idea, inicialmente,
es simple y lógica: los recursos no actúan en el vacío, sino que su utilidad y
aprovechamiento depende de las características del contexto en el que se
apliquen. El Estado, el mercado, la comunidad y el hogar son identificados
como los principales componentes de dicho contexto que pueden favorecer
u obstaculizar el uso de los recursos. La vulnerabilidad ya no depende solo
256 ni principalmente de las debilidades o carencias de los recursos de los hoga-
res, sino de la relación cambiante que se establece entre esos recursos y las
estructuras de oportunidades de acceso al bienestar (Kaztman, 2002).
Gonzalo A. Saraví
Conclusiones
turas de oportunidades y de las protecciones y derechos sociales que garan-
tice el Estado. Esta conceptualización de la vulnerabilidad significa un giro
radical respecto a la concepción inicial.
La vulnerabilidad puede afectar a diferentes sectores sociales con dife-
rentes intensidades y modalidades. Un daño al bienestar de un individuo,
hogar o comunidad producido por un evento externo es en sí mismo rele-
vante y motivo de preocupación. La resiliencia de cualquiera de esos actores
para amortiguar o reponerse de ese daño también es importante y ayuda a
sopesar la trascendencia de ese evento.
Pero, para nosotros, una dimensión particularmente relevante de la
vulnerabilidad contemporánea es el riesgo de un encadenamiento de esos
daños, lo cual al final puede conducir a un entrampamiento en círculos de des-
ventajas (Esping-Andersen, 1999) o espirales de precariedad (Paugam, 1995).
En otras palabras, se trata de la vulnerabilidad a la exclusión.
La vulnerabilidad tiene entonces gradientes que dependen de los recur-
sos, las oportunidades y los niveles de protección. Así, hay individuos, hogares
y comunidades que pueden ser vulnerables a ciertos riesgos puntuales, otros
que pueden vivir en una permanente condición de vulnerabilidad y zozobra
ante diversos riesgos, y otros cuya vulnerabilidad puede haberlos conducido
ya “de la pobreza a la exclusión”, es decir, a una experiencia de alta concen-
tración y acumulación de desventajas (Saraví, 2006). Las relaciones posibles
de estas tres condiciones de vulnerabilidad con la pobreza son múltiples y
dinámicas: en el primer caso, los individuos, hogares y comunidades pueden
o no ser pobres; en el segundo, la pobreza acrecienta las posibilidades de que
la vulnerabilidad se convierta en una experiencia de vida permanente, sobre
todo en sociedades altamente mercantilizadas y mercado-céntricas, y en el
tercero, la pobreza pasa a ser un atributo más de la exclusión.
Es en este contexto que puede entenderse el énfasis que ponen los capí-
tulos previos sobre vulnerabilidad en los procesos de acumulación de des-
ventajas. Mercedes González de la Rocha explora en extenso y con detalle
este planteamiento, pero también emerge con claridad en los otros dos capí-
tulos centrados en los casos específicos de los jóvenes y los desastres (véanse
los capítulos de Saraví y García Acosta, respectivamente). Dadas las poten-
cialidades analíticas e interpretativas que abre esta mirada sobre la acumu-
lación de desventajas, me interesa concluir con dos precisiones.
En primer lugar, me interesa marcar la distinción entre la acumulación
sincrónica y diacrónica de desventajas. La acumulación de desventajas sin-
258 crónica ocurre cuando un daño o desventaja desencadena otras de manera
simultánea; es decir, se trata de un conjunto de desventajas atadas entre sí,
en las cuales, si bien una de ellas es el disparador inicial, todas se despliegan
Gonzalo A. Saraví
Conclusiones
solo lograr una mejor comprensión de los procesos que los originan y de sus
consecuencias, sino también que dicha comprensión sea una herramienta
que permita pensar nuevas vías para construir una sociedad con bienestar y
seguridad para el conjunto de la población. Los desafíos son enormes, y este
libro una modesta contribución.
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