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Desafíos de quienes emprenden con compromiso

Introducción
Llevar adelante un emprendimiento requiere, entre otras cosas, ser resilientes y saber transformar situaciones
inconvenientes en desafíos que potencien el proyecto. Esto quiere decir que, a medida que el proyecto evoluciona,
aparecen circunstancias que implican decisiones que, tomadas a tiempo, pueden traducirse en resultados beneficiosos
para el emprendimiento. Pero, si no se logran resolver adecuadamente, lo que haremos será hacerlo peligrar. Diferenciar
una situación de otra, un desafío de un problema, será clave para el futuro del emprendimiento.

1. Desafíos de quienes emprenden con compromiso


Creemos que hay muchas formas de ejercer tu profesión. Y una de ellas es la que te motiva a crear tu propio
emprendimiento o, bien, a encarar tu futuro con el espíritu y fortaleza de una persona emprendedora. Por eso,
promovemos tu formación en este ámbito, con foco en las habilidades y actitudes que se requieren para liderar un
proyecto emprendedor y que te sean de utilidad en tu carrera profesional o en cualquier otro ámbito personal. Porque la
perspectiva de emprender tiene la ventaja de la reinvención, de tomar riesgos, de animarse a innovar, qué es lo que se
necesita para transformar la realidad.

Retomaremos el caso de Mamagrande (s. f.) para identificar las amenazas y debilidades que este emprendimiento
debió resolver al momento de gestar la idea y ponerse en marcha.

Una buena forma de abordar estas actitudes y competencias emprendedoras es el modelo desafíos-problemas que
propone Ariel Arrieta (2013) en su libro Aprender a emprender, de nuestra bibliografía básica. Este modelo está
centrado en identificar las dificultades que aparecen en el transcurso del proceso emprendedor. Estas pueden ser
desafíos típicos y saludables, que bien afrontados potencian el emprendimiento o, caso contrario, se transforman en
problemas graves e indeseados que ponen en riesgo al emprendimiento.

Figura 1: Diferencia entre problema y desafío del proceso emprendedor


Fuente: elaboración propia

Figura 1: Diferencia entre problema y desafío del proceso emprendedor. Este modelo muestra cómo la forma de
enfrentar los inconvenientes que siempre surgen en los emprendimientos puede convertirse en un problema o en un
desafío y qué hacer con cada uno.

En este sentido, Fernando Trías de Bes afirma que:


Los negocios no suelen fracasar por falta de competencias técnicas de sus emprendedores, sino debido a
motivos mucho más mundanos: problemas personales, desavenencias con los socios, falta de sentido común,
exceso de expectativas, miedos o nimios errores que, con el tiempo, se convierten en verdaderos problemas
que arrastran el negocio a su inviabilidad. (2007, p. 15)
Reconocer, entonces, cuándo estamos frente a un desafío y cuándo se está produciendo un problema resulta
indispensable para regular y replantear nuestro comportamiento como emprendedores.

Desafíos y problemas al decidir emprender


La primera etapa del proceso emprendedor, la gestación, interpela a quien emprende respecto a sus capacidades para
hacerlo y a la viabilidad de su idea de negocio o proyecto. Además de corroborar que su idea de negocio es realmente
aprovechable, se le requerirá también convicción, decisión y compromiso para hacerla realidad. Como dice Andy Freire:
“en todos los casos, como en muchos otros, la clave no está en la ´originalidad´ de la idea. El éxito proviene de
haberla implementado mejor que los demás” (2004, p. 50).

Por lo tanto, los desafíos y problemas que se deberán enfrentar en esta primera etapa están relacionados con la decisión
y preparación para emprender de quien lidera el emprendimiento. El modo de afrontarlos dependerá de su compromiso
tanto personal como con su proyecto.

Siguiendo a Ariel Arrieta (2013), los desafíos típicos en la etapa inicial son:

Figura 2: Desafíos típicos de la etapa inicial

Fuente: elaboración propia.


Figura 2: Desafíos típicos de la etapa inicial. Estos se conforman por aquellas situaciones que, bien resueltas, puede
potenciar el emprendimiento.

1. La convicción: o capacidad de estar convencido (y de convencer a la familia, socios, inversores y


colaboradores) tiene mucha relación con la confianza. La primera tiene que ver con creer que una
persona es capaz para lograr o conseguir algo y, por ende, se apuesta a esa persona, esperando que lo
resuelva adecuadamente en el futuro. Aplica esto, también, a la confianza propia, cuando decidimos que
estamos preparados y preparadas para encarar lo que se viene. Esto se fundamenta en los
conocimientos técnicos que fueron adquiriendo, las competencias personales con las que se cuenta y la
inteligencia emocional desarrollada, entendiendo esta última como la capacidad que tenemos de
conocer y manejar los sentimientos y emociones, enfrentarlos y utilizarlos para manejar las relaciones
con los demás. Por ello, alcanzar la confianza en uno mismo y convencer a otros sobre lo que somos
capaces de realizar con el emprendimiento es determinante para tomar la decisión de hacerlo. Sin
confianza y convicción, los primeros obstáculos que aparezcan desbordarán al emprendedor o
emprendedora y a sus acompañantes.

2. En cuanto a los miedos, como plantea Arrieta (2013), es inevitable y hasta saludable que estén, dado el
alto nivel de incertidumbre en el que nos encontramos en la etapa inicial (no se sabe si el negocio
funcionará y hay muchos sacrificios que se deben realizar, como dejar un trabajo o invertir capital
propio). Mantener estos temores en un nivel razonable provee de precaución a quien emprende. Ahora
bien, si los miedos son muchos y no se logra trabajar sobre ellos, probablemente generen parálisis y no
le permitan avanzar de manera óptima.

3. La falta de claridad para definir la idea de negocio es común. En la etapa inicial, el emprendimiento
comienza a gestarse a partir de una idea que está en la mente de quien emprende, pero que aún no
deja de ser un deseo, algo imaginario. Habrá que investigar, dialogar con personas relacionadas a la
idea e interactuar con el mercado para determinar si efectivamente tiene posibilidad de concretarse. En
otras palabras, habrá que verificar que estén dadas las condiciones de tiempo y lugar que hagan de esa
idea una oportunidad real para aprovechar (Freire, 2004). Vemos lo anterior en un ejemplo simple:
alguien que quiere emprender y tiene la iniciativa de construir y explotar económicamente un
teletransportador a la luna. Es una idea más que interesante, pero ¿es factible en la actualidad llevarla a
cabo? No, porque aún no existe la tecnología para producir comercialmente el teletransportador.
Además, es probable que no exista mercado aprovechable por los temores a la teletransportación, altos
costos que implicaría, entre otros. Al respecto, Arrieta (2013) es muy claro al afirmar que “quizás en el
futuro se den las condiciones y sea otro el que la lleva a cabo, de la misma manera, puede suceder que
estemos aprovechando una idea que alguien pensó cincuenta años atrás” (p. 49).

El emprendimiento, entonces, atravesará varias instancias de validación para ir verificando que la


oportunidad de negocio esté al alcance. Por ello, es importante saber que, en más de una oportunidad,
se requerirá modificar los objetivos y planes, pero, si dicho proceso de validación se va dando
metodológicamente, siendo consciente de los impactos de cada acción que se va emprendiendo y
capitalizando los aprendizajes obtenidos, entonces la claridad irá dándose de forma natural.

4. El último desafío que mencionamos está vinculado con la elaboración del plan de negocios (PDN). Este
es un documento que ayuda a definir las principales variables del proyecto de cara al futuro,
contemplando estimaciones de ventas, potenciales riesgos, etc. Es una herramienta para demostrar
confianza, atraer inversores e impulsar los primeros pasos del emprendimiento. Pero debe ser lo
suficientemente flexible como para adaptarse a las circunstancias, ya que sufrirá modificaciones en su
primer contacto con los clientes (Arrieta, 2013).
Actividad de repaso
Para llevar adelante un proyecto es muy importante:

Tener convicción

Tener miedo

Tener claridad para definir la idea de negocio

Tener dudas

Si analizamos el caso práctico, los socios explican: “tratamos de cambiar el mercado, para reemplazar al petróleo, dar
trabajo digno, y limpiar el agua contaminada” (Mamagrande, s. f., https://bit.ly/3w3UUZ7).

La pregunta ahora es: ¿cómo harán rentable un proyecto en el cual el valor radica en un servicio sustentable para la
sociedad? Ellos responden: “Por supuesto que necesitamos vivir y tener sueldos, pero la rentabilidad no va por arriba del
valor social y ambiental del emprendimiento, sino que lo acompaña” (Mamagrande, s. f., https://bit.ly/3w3UUZ7).

Si bien la idea es correcta, la propuesta tiene un gran interés social y ambiental, pero deberían expresar en mayor medida
dónde el aspecto económico hace de su proyecto una empresa que reditúe beneficios para los socios. Este tipo de
emprendimiento es lo que se conoce como de triple impacto.

Entre los problemas típicos, encontramos:

Figura 3: Problemas típicos de la etapa inicial

Fuente: elaboración propia.

Figura 3: Problemas típicos de la etapa inicial. Los problemas de esta etapa reflejan situaciones que, de no ser tratadas
a tiempo, ponen en riesgo el emprendimiento.

1. La falta de compromiso con el emprendimiento es uno de los problemas más graves y, en general, la razón
principal por la que los emprendimientos no logran continuar hacia la puesta en marcha los primeros años. Dada la
incertidumbre que implica iniciar un nuevo emprendimiento, muchas personas deciden emprender como algo
secundario (siempre está primero el sueldo seguro o utilizar el tiempo disponible para otras cosas). Aunque gran
parte de quienes emprenden mantienen inicialmente sus trabajos previos, en un determinado momento el
emprendimiento requiere mayor dedicación de tiempo y esfuerzos (sacrificando tiempos libres, inclusive). Por ello, es
fundamental asumir esta realidad y ser consciente del compromiso que implica y que se deberá asumir, en conjunto
con los socios, si hubiera. La falta de compromiso, además, desalienta la confianza de las personas que rodean al
emprendedor (familia, alianzas, inversionistas, equipos de trabajo), por lo que coadyuva a poner en riesgo al
emprendimiento. ¿Cómo esperar que alguien invierta en el emprendimiento si quien lo lidera no asume el suficiente
compromiso para con el dinero que está solicitando?

2. El otro peligro de esta etapa está relacionado con la confianza extrema. Esto es un desafío en la medida en que
favorezca al convencimiento de quien emprende y sus acompañantes, pero resulta un problema cuando se da en
forma desmedida: un optimismo exagerado, desarticulado de la realidad, respecto a la idea de negocio y lo que se
podrá lograr. ¿Por qué? Porque cuando la realidad no sucede como se esperaba o aparecen los primeros
obstáculos, se despierta una gran desilusión y frustración que desalientan la continuidad del proyecto. Lo
recomendable siempre es mantener una cuota de temor que regule la confianza y favorezca la resiliencia.

3. Otro problema se da cuando la persona que emprende, en afán de clarificar la idea de negocio y su PDN, dedica un
tiempo excesivo a los estudios de mercado y a pulir detalles. Pero, como vimos antes, al inicio es normal que la
idea no esté muy clara, y forzar su comprensión solo lleva a un nivel de complejidad para el que aún no estamos
preparados para resolver. El PDN tendrá muchos aspectos que deberán ser reformulados cuando los clientes
comiencen a interactuar con el emprendimiento (por ejemplo, respecto a los canales de comunicación, a las políticas
de devolución, etc.). Por lo tanto, es importante tener una cierta planificación, pero solo aquella que permita moverse
en áreas desconocidas, improvisar cuando sea requerido y, fundamentalmente, evitar una parálisis que no permita
continuar con los intentos de avanzar.

4. Finalmente, también es un problema grave obsesionarse por lograr resultados económicos positivos desde el
día uno. Esto es un error, ya que un emprendimiento no comienza a mostrar ganancias hasta que la idea logra ser
suficientemente validada. Por lo tanto, quien emprende debe enfocarse y asumir que el capital inicial y las primeras
inversiones se destinen a la puesta en prueba del negocio, con todos los resultados negativos que implican. Esto
debe ser metódicamente planificado para, primero, resolver que no habrá ganancias iniciales y, luego, definir un
plazo determinado en el que sí debería haber (y esperar) resultados económicos positivos (las pruebas de validación
tampoco deben ser eternas).

La persona que emprende debe asumir un total compromiso para estar dispuesta a avanzar, aprender y no demorar
decisiones que los desafíos y problemas iniciales le exigen. La mejor forma de hacerlo es capitalizando el entusiasmo que
despierta su proyecto para asumir seriamente al emprendimiento como filosofía de vida (trabajando la motivación, visión y
proactividad), adquirir conocimiento y convicción y para relacionarse positivamente con la familia, los socios e inversores
en el camino.

Emprender como filosofía de vida: motivación, visión y proactividad


Cuando se decide emprender es importante comprender que se inicia un camino emprendedor que se debe tomar como
filosofía o propósito de vida, por lo que es clave indagar en qué es lo que nos moviliza a hacerlo, cuál es nuestra
motivación real. Por eso, para comprometernos con un proyecto emprendedor, primero debemos concebirlo como parte
integral de nuestra vida, no como algo ajeno o complementario a ella (Arrieta, 2013).

Lo que nos interesa destacar de la motivación (en términos de ganas, ilusión, deseos) es diferenciarla de motivos (como
detonantes o causas) que llevan a iniciar un proyecto emprendedor. Puede haber infinidad de razones por las que uno
decide emprender, pero las principales (y que engloban a muchas otras razones) suelen ser:

Necesidad laboral: lo vemos comúnmente, por ejemplo, en personas que compran y manejan un taxi o en
profesionales de la consultoría que suelen decir que emprenden porque no les queda otra. Cuando el motivo es este,
las desventajas son, primero, que no se estaría emprendiendo en el marco de una necesidad del mercado y,
segundo, que se invierten los pocos recursos con los que se cuenta, asumiendo riesgos altos (comprar un auto para
taxi sin saber si eso funcionará, por ejemplo). Además, como se trata de un plan alternativo o de emergencia, la
persona que emprende rápidamente puede abandonar su proyecto ante la primera oferta laboral más cómoda. Este
tipo de emprendedores se conocen como luchadores, porque ven al proceso emprendedor como la única manera de
subsistir (Freire, 2004; Arrieta, 2013).

Por una idea de negocio: vale aclarar que la idea por sí sola no necesariamente asegura el éxito, porque su
realización no está libre de obstáculos y es hasta posible que, en el camino de validación, se deba desistir de ella.
En esas circunstancias, cualquiera ser rendiría fácilmente si las cosas no salen como esperaba (Arrieta, 2013). Pero,
además, puede ocurrir que la idea sí funcione y nos genere ingresos importantes, pero por un período de tiempo
relativamente corto. Esto les ocurre a los emprendedores caza-olas que, según Andy Freire (2004), visualizan
ideas de negocio que solo son producto de una tendencia o moda temporal con miras a obtener fortuna. Emprenden
según el boom del momento, abren y cierran emprendimientos todo el tiempo, cambian el interés continuamente y
ponen en riesgo todo lo conseguido previamente. Por tanto, la idea de negocio puede ser “el vehículo de la actividad
emprendedora, pero nunca una motivación sólida y duradera” (Trías de Bes, 2007, p. 32). Es importante, claro, sin
embargo, sería un error tenerla en cuenta exclusivamente para tomar la decisión de emprender. 

La motivación sólida y duradera, como aquello que nos apasiona y nos moviliza, no es otra cosa que nuestro propósito de
vida. Si logramos reconocerlo, cada paso nuevo que tomemos en la vida será encarado proactivamente, con mucha
ilusión y fuerza. Así, iniciar un proyecto emprendedor es uno de esos pasos que decidimos dar en la vida, por lo que no
importa de qué se trate mientras esté alineado a nuestro propósito de vida. “La clave no es tanto qué hacemos sino qué
nos moviliza a hacerlo. Dicho más poéticamente: qué hace cantar a nuestro corazón” (Freire, 2014, p. 19). Este es el caso
típico de los emprendedores gladiadores, que hacen del proceso emprendedor parte de su vida, capaces de dejar una
huella en el camino, a diferencia de los que solo confían en la buena fortuna (Freire, 2004; Arrieta, 2013). Retomando el
ejemplo del dueño del taxi, podemos decir que no es lo mismo quien emprende por necesidad y no disfruta de lo que
hace, a aquella persona que encuentra su pasión en esa actividad y va inclusive más allá, al montar una propia flota de
taxis o se expande continuamente con nuevos servicios que den valor a sus clientes. El primero es el caso de un
emprendedor luchador, mientras que el segundo, claramente, puede tratarse de un gladiador.

Al ser conscientes de nuestro fin en la vida, entonces, el proyecto que escojamos no nos resultará ajeno y
comprometernos con él será mucho más fácil. Cuando esto ocurre es que decimos que los emprendedores tienen “una
visión clara de lo que quieren de sí mismos y de su entorno, y se lanzan al camino de la búsqueda consciente para
alcanzarlo. Ninguno de ellos tiene como propósito el éxito en sí mismo” (Freire, 2014, p. 23) sino la intención de cambiar
algo con lo que están relacionados.

Ese propósito en la vida es analizado por muchos autores. Stephen Covey (1994), en su libro Primero lo primero, por
ejemplo, entiende a ese propósito como misión o visión personal (se considera estos términos como sinónimo). Lo
conceptualiza como aquella tarea primordial que uno viene a realizar en la vida (de ahí su noción de misión personal), que
a la vez configura su percepción de futuro (por ello, visión personal):
Constituye la mejor manifestación de la imaginación creativa y la principal motivación de la acción humana.
Equivale a la aptitud para ver más allá de nuestra realidad actual, crear, inventar, lo que todavía no existe,
convertirnos en lo que aún no somos. Nos confiere la capacidad para vivir conforme a nuestra imaginación y
no a nuestra memoria. (Covey, 1994, p. 124)
Para que esa misión o visión personal trascienda y nos transforme, es necesario que la pensemos integralmente en torno
a nuestros principios, necesidades y dones humanos:

Figura 4: Visualización integral de la misión o visión personal

Fuente: elaboración propia.

Figura 4: Visualización integral de la misión o visión personal. Este esquema expone los elementos que conforman la
misión o visión personal, que deben ser integrados en su conjunto para su trascendencia. 

1. Los principios son aquellos preceptos morales que, según el contexto y nuestro propio parámetro, nos determinan
qué está bien y qué no. Sin principios, no podemos hablar de un propósito de vida acorde a nuestra propia esencia. 

2. Por otra parte, dicho propósito debe, equilibradamente, abocarse a satisfacer necesidades humanas, que,
basándonos en la pirámide de Maslow podemos resumir en: 

físicas o fisiológicas (vinculadas a vivir: comer, dormir, trabajar, etc.); 


sociales (de amar y ser amado por una pareja, amigos, familiares, compañeros, etc.);
mentales (de aprender y desarrollarse); y, 
espirituales (fundamentalmente, dejar un legado a generaciones futuras). 
Estas necesidades se interrelacionan, de modo que una misión o visión personal no puede enfocarse en la educación, por
ejemplo, sin previamente tener satisfechas las necesidades básicas de alimentación. Asimismo, este propósito no debería
priorizar solamente un tipo de necesidad, sino intentar abarcar equilibradamente todas. 

3. Los dones humanos, finalmente, son aquellos que nos caracterizan como seres humanos racionales y que todos
tenemos a disposición para, autónoma y libremente, tomar conciencia de nuestra realidad personal y elegir nuestro propio
propósito de vida. Nos alientan a la reflexión del para qué y así podemos dirigir nuestro camino (Covey, 1994; Freire,
2014). Estos dones son: 

El autoconocimiento: es el primer paso para definir nuestra misión o visión personal, por medio del cual analizamos
e integramos nuestras necesidades y capacidades. Permite examinar nuestros paradigmas o mapas mentales,
observar nuestras raíces y los frutos que hemos alcanzado en nuestra vida. Esa conexión entre la claridad del
propósito y la fuerza para alcanzarlo es la que caracteriza a muchas personas emprendedoras que tropiezan
innumerables veces hasta lograr lo que buscan. Lo que las mantiene en pie es ese empuje por lograr su mayor
anhelo y propósito.

La conciencia moral: este paso siguiente ayuda a delinear qué estamos dispuestos y dispuestas a hacer y qué no.
Es decir, adquirir conciencia sobre nuestros valores rectores que caracterizan nuestra personalidad (Covey, 1994).

La imaginación creativa: es el tercer don que activamos para definir el propósito. Consiste en crear nuestra
declaración de misión o visión personal, de tal modo que provenga de lo profundo de nuestro ser y con la suficiente
amplitud y flexibilidad para adaptarse a medida que transcurre nuestra vida (Covey, 1994). 

Para ello, apelamos al pensamiento creativo y nos visualizamos en un futuro deseado acorde a nuestras necesidades,
capacidades y valores propios (Covey, 1994). Un aspecto interesante sobre esta cuestión tiene relación con nuestra
posibilidad de soñar y ambicionar. Soñar permite convertir ideas en realidad, nos guía en la ejecución de planes más
operativos. Y, por el contrario, no soñar conlleva a ponerse límites falsos acordes a una realidad que creemos no
podremos modificar (los “no se puede”). 

Cuando aceptamos el desafío y soñamos, nos vemos incentivados a abandonar nuestra área de confort, pero, a su vez,
sentimos una gran resistencia (esto es lo que suele conocerse como la tensión emocional). Para poder movernos y actuar,
entonces, previamente tendremos que:
Aprender cómo pensamos para, así, comenzar a pensar distinto. Básicamente: entender los propios modelos
mentales que hacen que nos pasen o dejen de pasar las cosas que nos pasan... Los modelos mentales son
útiles para simplificar cómo vemos la realidad, pero, al mismo tiempo, nos limitan y no podemos ver las cosas
como verdaderamente son (Freire, 2014, pp. 29-33).

La voluntad independiente: en este último paso nos queda ponernos en acción con voluntad y decidiendo por
iniciativa propia: “actuar en lugar de que otros actúen sobre nosotros” (Covey, 1994, p. 134). Esto está íntimamente
relacionado con la acción proactiva que todo emprendedor debe desarrollar; implica no solo tomar la iniciativa, sino
también generar soluciones creativas y eficaces, aun ante circunstancias adversas. Es poder tomarse un tiempo,
analizar y arribar a la mejor solución, evitando la simple reacción guiada por el impulso.
El mejor modo de llegar a la acción proactiva, según Covey, requiere que nos enfoquemos en ampliar nuestro círculo de
influencia, para así reducir nuestro círculo de preocupaciones. Es decir, debemos concentrarnos en todas aquellas
situaciones sobre las que sí tenemos control (círculo de influencia) para reducir el nivel de ansiedad ante aquellos
aspectos que son circunstanciales y escapan a nuestra posibilidad de cambiarlas (círculo de preocupación).

Figura 5: Proactividad vs. reacción: círculos de influencia y preocupación

Fuente: adaptación propia con base en Covey, 2014, p. 103.

Figura 5: Proactividad vs. reacción: círculos de influencia y preocupación. Estas esferas muestran de qué manera
funciona la energía cuando se toma una postura proactiva con influencia frente a una reactiva basada en la preocupación.

De este modo, evitamos el pensamiento negativo y concentramos nuestras fuerzas en soluciones efectivas (Covey, 2014).
Por ejemplo, si nos encontramos en una situación de crisis económica en el país, podemos dedicarnos a lamentar la
situación y encontrar un culpable (círculo de preocupación), lo cual sin dudas nos paralizará. Pero, si nos concentramos en
buscar las alternativas que se tienen al alcance (círculo de influencia), entonces podremos, muy probablemente, encontrar
una oportunidad para emprender, aun en ese difícil contexto.

Freire (2014) plantea este tema en forma similar, con el dilema de inocente-poderoso: correrse del rol de creernos
inocentes respecto de las situaciones que nos pasan para ser protagonistas de nuestras vidas y redirigirla hacia donde
queremos llevarla.

Por todo lo anterior, nuestro compromiso hacia un proyecto emprendedor será mayor y duradero cuando esté vinculado al
propósito de vida. Así, obtendremos resultados extraordinarios (más allá de lo económico) cuando consigamos: “lograr lo
que nos proponemos; rodearnos de la gente y los equipos con los que queremos hacerlo y, en ese camino, conectar con
los valores más profundos que nos dan sentido y significado” (Freire, 2014, p. 19).

La clave está, entonces, en definir claramente nuestra misión o visión personal: al tomar conciencia de nuestra esencia y
gustos personales, soñar en grande y actuar proactivamente.

Dicho esto, debemos aclarar que al proyecto de Mamagrande lo definen de la siguiente manera: “esta empresa social es
como una ONG, porque tiene como objetivo generar riqueza social y ambiental. Pero, a diferencia de aquellas, gana
dinero por sus actividades de forma de no depender de terceros para cumplirlos” (s. f., https://bit.ly/3w3UUZ7).

En suma, alcanzar el propósito, misión o visión de vida puede implicar una salida de nuestra área de confort, lo que
genera dudas y temores. Sin embargo, no hay que olvidar que una dosis justa de miedo es positiva para mantenernos
alerta ante las amenazas o desafíos que queremos encarar. Al extremo, si son muy fuertes, pueden paralizarnos y, de no
existir, la soberbia reemplazaría a la confianza. Para enfrentar las dudas y temores, entonces, deberemos apelar a la
tensión creativa (enfrentada a la tensión emocional) para escoger los caminos u opciones que se nos vayan presentando
como protagonistas de nuestras decisiones.

Actividad de repaso
Repasando lo aprendido y con base en el caso práctico, los fundadores de Mamagrande
expresaron: “Necesitamos vivir y tener sueldos, pero la rentabilidad no va por arriba del
valor social y ambiental del emprendimiento, sino que lo acompaña”.

Verdadero

Falso

Referencias
Arrieta, A. (2013). Aprender a emprender. Atlántida.

Covey, S. (1994). Primero lo Primero. Paidós Ibérica.

Covey, S. (2014). Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva. Paidós Ibérica.

Freire, A. (2014). ¡Libre! El camino emprendedor como filosofía de vida. Aguilar.

Freire, A. (2004). Pasión por emprender. De la idea a la cruda realidad. Aguilar.

Mamagrande (s. f.). MamaGrande: historia, desarrollo y aprendizajes [sitio web]. http://mamagrande.org/

Trías de Bes, F. (2007). El libro negro del emprendedor. No digas que nunca te lo advirtieron. Empresa Activa.

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