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‘polonais, il s'y jette aussitét~—, pero con el atenuante del lugar comiin recogido por Nietzsche, o sea, a afinidad con el cardcter francés, que Bal- zac percibe en «la animacisn polaca,’la vivacidad del espiritu gascén, esta amable turbulencia que distingue a esos franceses del Norte» («l' anima tion polonaise, cette vivacité d' esprit gascon, cette aimable turbulence qui distingue ces Francais du Nord»). Mickiewicz fue famoso en Paris y en su tiempo, y traducido a varias Jenguas. No asf Cyprian Kamil Norwid (1821-1883), el poeta més joven de la Gran Emigracién, que conocid y admir6 a sus mayores, pero que se alej6 de ellos y en general, radicalmente, de la sociedad de su tiempo. En Paris y otras capitales trat6 a Mickiewicz, Slowacki, Krasitiski, como también a Turgeniev y a otros grandes europeos de su tiempo. Los exiliados a veces compensan su marginacidn mediante la inmersion en un munditlo propio. (Afios después’ se burlaré Nabokov de una congregacién de emigrados, esta vez rusos, en Prin, de 1957, capitulo quinto: caballeros de especial carécter, «special knighthood». y democracia fantasmal, «a de- ‘mocracy of ghosts»,) Pero Norwid rehus6 esa solucién y sintié la Gran Eni sracién polaca no como un proceso histrico-colectivo, sino como una con- dicidn esencialmente suya y, en definitiva, fatima. Norwid se marché de Polonia en 1842 con la intencién de estudiar escultura en Italia y Alemania. Solo més tarde un incidente desafortunado en Prusia tavo por consecuencia la prohibicién del regreso y el exilio obligatorio, En 1862 aparece en Leip- zig el nico volumen que se publica en vida del escritor, Vade-mecum. Me- nos préximo a Byron y Pushkin que a Mallarmé y lo que seran los sim- bolistas, su poesia, meditativa y concisa, busca la forma alusiva, silenci exacta, y una aprehensién concentrada de la Historia que anuncia a Cavatis. Solitario en lo esencial, sin ser insociable, deseoso de autenticidad y verdad personales, Norwid rechaza con displicencia la palabreria y ¢l sentimenta- lismo roménticos, el culto del pasado, la fe en la tecnologia y el progreso. YY, mutatis mutandis, sus contemporéneos, que en realidad no To eran, como 1 tampoco de ellos, fe consideran un raro, un extravagante, un hermético, Pobre muchacho, piensa el gran Zygmunt Krastiski, es «un hombre muy desafortunadon."" Y J6zef Kraszewski comenta en 1866: < a la se 3 gunda edicién de las majestuosas Elegies de Bierville (1939-1942). Es ierto que los exilios actuales, como los anteriores, seguirdn desbrozando para muchos los caminos de la intemacionalidad y de la universalidad. Up fran novelista, Augusto Roa Bastos, ausente durante cuarenta afios del scenario de sus relatos, Paraguay, ha declarado que el destierro habia sido para él «una experiencia enormemente enriquecedora». Y agregaba: “Procuro ver el exilio no como una penalidad politica, como castigo 0 Testriccién, sino como algo que me ha obligado a abrirme al mundo, & ‘mirarlo en toda su complejidad y anchuran..” Milan Kundera ha celebrado v“como sus lectores— las consecuencias de su salida de Checolosvaquia. ‘cLo bueno de América», dice Czeslaw Milos2, refiriéndose a las emigra- Ciones reales que Henan el Nuevo Mundo, «es que tienes la sensacién del exilio universal».® Alli, en California, Milosz, ni del todo forineo ni ame- ricanizado, fiel a sf mismo y a la memoria de la historia de Polonia y Bu- ropa, ha continuado firmemente su obra, supremamente inteligente. Y en el poema «A Raja Rao» reconoce: “Aprendf por fin a decir: ésta es mi casa, ‘Aqui, frente al carbon encendido de los creptisculos maritimos, En la orilla que mira hacia las orillas de Asia, En una gran Reptblica, moderadamente corrompida, No son pocos los testimonios de esta indole. Pero las significaciones que entran en juego abarcan campos distintos. La dictadura del general Stroessner provoca el destierro, forzoso y no meramente individual, de Roa Bastos. Claro esti que es muy distinta la situacién de otros escritores de la modemnidad, asimismo representativos, que ya empezamos a apreciar con motivo de Cyprian Norwid. Aludo al exiliado voluntario, 0 a quien vive un exilio interior (sin salir de su casa; no aludo al destierro a otra parte del mismo pais; como Lérmontoy en el Céucaso 0 Sdjarov on la ciu- Gad de Gorki, que es una tradicién principal pero no exclusivamente Tusa, si recordamos a Unamuno), 0 a quien define cl existir humano como un exilio, o a quien se siente desterrado en sti propia tierra sin salir de ella. ‘Aludi mas arriba a algunas figuras decisivas de nuestra cultura europea {que ya muchos afios antes soltaron las amarras y se desligaron por com- pleto de sus origenes. Rousseau, que se siente perseguido y absolutamente Solo desde 1762, pero a quien le quedan por vivir, resume Marcel Ray- ‘mond, dieciséis anos de exilio en la inseguridad y la angustia.” ;Y Nietzs- Che! Proclama Nietzsche repetidamente su desprecio hacia la cultura de faquella Alemania que legé a Europa, dice bromeando en su obra Mas alld del bien y del mal, tres cosas, la idea de Entwicklung [progreso}, la cer- Veza y la musica: y se considera a s{ mismo, més seriamente, en La gaya ciencia, y bajo la ribrica «Wir Heimatlosen», uno de los europeos sin do- icilio ni casa, Nosotros que somos los hijos del futuro, exclama, je6mo podriamos sentimos en «este Hoy» como en nuestra propia casa!: «Wir Kinder der Zukunft, wie verméchten wir in diesem Heute zu Hause sein! Heimatlosigkeit wird ein Weltschicksal.» Lo propio de nuestro tiempo es la variedad referencial de 1a palabra cexilio, quiero decir, la diversidad de realidades que denota, y ain més, los arados diferentes de realidad que leva implicitos, € ENO es superficial ‘el no querer distinguir ese sentimiento de las condiciones que se le ponen a quien abruptamente se encuentra transportado o expulsado a otra Sociedad, con diferentes presupuestas cotidianos, otro sistema de conven- Ciones, otros modos de comunicacién y hasta otro idioma? ;O consiste lo superficial precisamente en no comprender lo que tienen en comiin esas sithaciones aparentemente dispares, es decir, en no percibir la profundidad ligereza, to Las grandes epopeyas de Occidente, desde Ia Odisea hasta el Camar de mio Cid 0 El paraiso perdido, transitaron los caminos de un destierro ‘no metaférico sino miftico 0 legendario. y por lo tanto tenido por real. No hace falta recordar aqui que para los pueblos del Libro el exitio, tras 1a ‘expulsidn del Paraiso, es la condicién originaria y universal de la vida del hombre en la tierra. Ahora bien, aunque por un lado los bienes temporales debian ser vistos asf «como relativos y secundarios», Leszek Kolakowski ‘acentia, en un ensayo importante titulado «En elogio del exilio», que, por ora parte, en la tradicién central de Ia civilizacién judeocristiana «el exi- Tio proporciona al género humano una gran oportunidad, aprovechable para regresar al seno de Dios padre».” La capacidad ereadora del hombre fs fruto d> la inseguridad y la miseria de aquella felix culpa primera, como también su salvacién posible. De la nocién cristiana del primer exilio, abierto a la redencién y Ia ‘esperanza, tenemos que distinguir con Kolakowski dos cosas: un destierro segundo, io que él denomina «el exilio del exilior. en que el individuo 6 el grupo se exilia del exilio originario y colectivo, es decir, Ia clase de ‘acontecimento, événement 0 circunstancia hist6rica —proceso temporal, experimentable, vivible en el presente— que estudio en estas paginas y {que llamo histérico y real; y en segundo lugar, la distancia radical o ena- jenacién profunda, tan modema, que se considera a si misma a veces ‘como un tercer exilio, pero esta vez definitivo, sin promesa de redencién. Sovage au bout de la nuit, digamos con Céline, viaje que conduce en el Ingjor de Tos casos a la palabra poética pero no al sol y las demés estre- Has. SSituacién, esta tltima, 1a més vasta, que algunos considerarén como coincidente con la condicién humana. La frustracién de la mujer en el teatro de Federico Garcia Lorca es portadora del malogro de toda persona humana, que esa mujer encarna mejor que nadie. Es un proceso de sim- bolizacién literaria. E.M. Cioran profundiza asi en su propia condicién de desterrado, Ya preguntaba en un libro primerizo, de 1934 Pe culmile dis- perarii (En las cimas de la desesperacién).* si la existencia no es para Fhovotros un exilio y la nada una patria. Y contestaba en De Finconvénient Zéire né (1973), muchos aos después: «Toute ma vie j'aurai vécu avec Ye sentiment davoir &é éloigné de mon véritable lieu. Si expression “enil métaphysique” n'avait aucun sens, mon existence a elle seule lui en aurait prété un».” La vida ausente La vida verdadera no esté aqui, no es, escribir Rimbaud —Io dice la «Vierge foller de Una temporada en el infierno: «Quelle viel La vraie vie est absente. Nous ne sommes pas au monde». Nos acercamos més al nticleo de la cuestiGn si reflexionamos acerca del poderoso desafio que representan estas palabras, y la repulsa de la condicién humana que con tienen, para cierta trayectoria de la modemidad literaria, Son aumerosos y eminentes los nombres de quienes han clegido o sufrido esta carencia Tadical, desde los dias de Baudelaire hasta los de Rimbaud, 0 Gerard Manley Hopkins, 0 Mério de Sé-Cameiro, Hart Crane, Fernando Pessoa, Luis Cemuda, Samuel Beckett, Cioran, Paul Celan..; también André Bre- ton, que recurre en el primer Manifiesto surrealista més de una ver & Rimbaud, hasta en las tltimas palabras del manifiesto: «L'existence est ailleurs», Pido al lector amigo que elija y decida él también, pues toda fctividad critica es selectiva y antol6gica. Ninguno, es probable, habré Sido més coherente que el propio Rimbaud, que abandon6 su pais, su ci- Vilizacién y su literatura, para buscar espacios extrafios y desiertos, la li- bertad y el silencio. Y que, mutilado y gravisimamente enfermo, escribe a su hermana cinco meses antes de morir: «OW sont les courses a travers monts, les cavaicades, les promenades, les déserts, les riviéres et les mers?» Yo me limitaré'a evocar brevemente al mas inguietante y po deroso de los poetas ibéricos del siglo pasado, Antero de Quental. Polémico desde un principio, intenso poeta de ideas, es decir, movido + Publicado en castellano por Tusquets Edicores,colecein Marginaes 1° 1115 Bat cxlona, 1993. (N. del E.) y conmovido por ellas, Antero de Quental, atraido por el idealismo ale~ ‘man, luego por el socialismo proudhoniano, el pesimismo de Eduard von Hartmann, y después el budismo, muere en 1891. Nacido en una isla, como Joyce, acababa de marcharse del continente y habia vuelto por fin 1 sus origenes, a Sio Miguel, en las Azores, cuando se suicida. En una carta del 29 de diciembre de 1885, habfa resumido con unas pocas pa- labras precisas st creciente alienacién ante la propia vida, como si él no existiese de verdad, en medio de una sociedad de la que él mismo se ha- bia excluido. «Recebi a tua melancélica carta», escribe a Eduardo de Al- meida Andrade, «Eu, no meio desta sociedade, da qual p; exile’ voluntariamente, é quase como seid ‘merosos Serrabundos, nihilistas, expatriates, de otras la~ titudes. Pero muchos afios antes, cuando era joven en Coimbra —recién Megado de las Azores, como Garrett en su dfa— y luchaba con coraje contra los positivistas reinantes, ya escribfa Antero a un amigo, Florida Teles de Meneses, el 7 de agosto de 1861, comparando favorablemente sates ‘quel medio universitario con Ia de Ovidio entre los virbaros: «Deponho por un pouco o suddrio de sensaboria com que me amor- talho neste timulo do bom-senso, chamado Coimbra, para saudar-te, amigo incompardvel, desejando-te melhor sorte do que a fatalidade ‘aprouve dar-me aqui, nestas regides indspitas, aonde, sem encarecer ‘meus males, me julgo muito superior em desdita ao bom do Ovidio no seu desterro do Ponto —agui, como ele diz, sou eu 0 bdrbaro, que nao ‘me entendem— e digo eu, superior em misérias a Ovidio, pois que 0 Sul monense ainda achava entre os Sicambros, ow o que eram, a suficiente inspiracdo para escrever aquelas Tristes, capazes de arrancarem ldgri- ‘mas ao mais faceto jornal desta nova corte dos milagres chamada Uni- versidade...».2** Esté fuera de duda la lucidez de Antero de Quental, como la auten~ ticidad de su pesimismo definitivo, Ante éste, ya lo dije, como ante el de los pensadores que él admiraba, palidece tanto contemptus mundi frivolo de nuestro siglo Xx, tantos usos de lo que Umberto Eco ha llamado Ia © eDepongo un rato el sudario de disgusto con que me amorijo en este rimulo de sentido combi llamado Coimbra, para saludarte, amigo incomparable, deseddote mejor fuerte de In que fa fatalidad aprob6 darme aqut. en estas regiones indspitas, donde, sin tencarecer mis males, me juzzo muy superior en desdicha a la del bueno de Ovidio en Su deseo del Ponto —aqu, como él dice, soy yo el hifbaro, que no me entienden— ¥ digo yo, superior en misrias a Ovidio, puesto que el Sulmoncnse todavia hallaba entre ios Sicambrox. 0 1o que fueran, la suficiente inspiractOn para eseribir aquells Tristes, ccapaces de arancar ligrimas al pergdico mis jocoso de esta nueva corte de milagros llamada Universidad.» = 87 retGrica de Ia melancola, tanto sofisma, tanta angustia existencial expre- Sada por novelistas de moda con la misma facilidad convencional con que tin sonetista del siglo XVIT rimaha «ojos» con «despojos>. No son pocos Tos testimonios de poetas que afirman su condicién in eluctable y congénita de desterrados. J.V. Foix publicé en 1933 unas Valiosas reffexiones criticas en La Publicitat donde se interrogaba acerca de la continuidad multisecular de la poesfa y su posible eternidad, es de Gir, Ia permanencia de una «ley» del lirismo, idéntica en todos los tiem- pos. jn todos 10s tiempos? Tomas Gareés habia proclamado la existencia Te ial ley. Si, pensaba Foix, hay opciones permanentes en la historia de ta poesia, una «lirica objetiva» y una «lirica irracional», pero la alegria y 1a Pielancolfa son las mismas a través de los tiempos, En los clisicos més dntiguos se pueden descubrir«ritmos idénticos de saxGfono». Y agregaba «Si Ovidi, oh amable Garcés, fou ja, practicament, un exiliat, zno dew ser que la natura del poeta ja és eternament wna natura en exili?»” Hasta el singularisimo Cioran, tinico de su raza, escritor incomparable, entiende también la universalidad del desarraigo (El ocaso del per samiento.® aparecido en francés en 1991, y en rumano en 1940, cap) tulo XIV): On pense —tonjours— parce qu'on manque d'une patrie: esprit ne peut enfermer qui n'a pas de frontires. C'est pourquoi le penseu” est un Gmigré dans 1a vie. Et lorsqu’on n'a pas su s'arréter a temps, l'errance devient le seul chemin de nos peines» (aSe piensa —siempre— porque se carece de patria; el espirity no puede encerrar a quien 20 tiene fronteras. Por esto el pensador es un em frado en la vida, Y cuando uno no ha sabido detenerse a tiempo, el errar se vuelve el tinico camino de nuestras penas.») Y I6zef Witllin (1896-1976), fino poeta y novelista, que como exi- liado tras la segunda guerra mundial, y como polaco, entendia mucho de Ja materia, acentia en un ensayo brillante todo cuanto comparten la mi- Tada del artista y [a del exiliado. Los dus son, segtin él, indivisibles Certo que no se desvanecen las dificultades. Observa Wittin que en el exilio un exceso de retrospecciGn y memoria es inevitable; la palabra que Solo se recuerda, sin offla, no es la vor directa de la vida, sino su eco, ¥ el desterrado vive simulténeamente en varios niveles de temporalidad, presentes y pretéritos, sin distinguirlos siempre bien. En efecto, asi es, {pero no parece que estamos hablando del artista? {Quién ech a Joyce ne 140: + Publicado en castellano por Tusquets Filitores, eoleccién Marginal Barcelona, 1995. (N del E.) de Inlanda? ,0 2 Hemingway de Estados Unidos? Wittlin cita a Witold {que afirma que todo escritor destacado es «un extranjero en su propio pais». Vimos anteriormente que ésa fue la postura de Aristipo de Cirene, nacido en 425 aC. Pero Aristipo era un excéntrico que de- safiaba a Sécrates. Wittlin tiene presente al poeta tipico y representative de nuestro tiempo, que ve las cosas desde tna perspectiva por fuerza sin- ‘gular. Sélo el poeta contempla la vida desde la distancia adecuada: «El hecho mismo de su especificidad distintiva, de su insolidaridad con el sentido comtin, el hecho de que todo cuanto el artista trae consigo es inhabitual, a veces raro, y mas bien extrafio a su entomno més préximo, hhace de él un exiliado». Hasta auf Wittlin. Su consolatio pone de relieve lo que para muchos habré sido ouena parte de la verdad. Es cierto que la mirada del escritor transfigura 2! mundo desde lejos. Pero las virtualidades son muchas y dis- pares. Esa mirada a veces aleja y separa, pero otras —en un Proust, un Pedro Salinas, un Josep Pla— redine, une y penetra, acaso con intima sen- sualidad, También puede ocurrir que el escritor encuentre en las rupturas del exilio condiciones que corroboren su previa inclinacién a la soledad disidente, No subestimo el grado de desesperacién que supone el anhelo por parte ce algunos artistas de aumentar su aislamiento originario con objeto de tacerlo fructificar. Son factores que intervienen en la decision final de Stephen Dedalus, la de desterrarse voluntariamente, pero con re- ferencias explicitas al ambito preciso de la cat6lica Irlanda. sometida a Roma y a Londres. De ahi su composicién de lugar, dicho sea con tér- rminos ignacianos que él, Dedalus, debe muy conscientemente a su for- macién en un colegio de jesuitas. Y Dedalus no excluye, sino que cons- tmuye la esperanza. No olvidemos to que al final de Una temporada en of infierno («Adieu») Rimbaud escribe: «Esclaves, ne maudissons pas la vier. Pues es la vispera, con todo, de un nuevo dia: «Sin embargo, es la ‘ispera. Recibamos todos los influjos de vigor y de temura reales. Y con la aurora, armados de una ardiente paciencia, entraremos en las esplén- didas ciudades». («Cependant, c’est la veille. Recevons tous les influx de vigueur et de tendresse réelle. Et a l'aurore, armés d'une ardente pa- tience, nous entrerons aux splendides villes.») 'Es facil tropezar con tres confusiones posibles. No confundamos, pri- mero, necrroménticamente, la situacion especifica del esctitor en el mundo y en su vida con cuanto nos comunica su obra: biografismo, como texplicaba Roman Jakobson, tan vulgar como el antibiografismo sistema- fico que niega la existencia de relaciones significativas entre la realidad vivida y la sensibilidad o la inteligencia del escritor. No confundamos tampoco Ia distancia critica ante la injusticia social o politica, o ante las mediocridades de las clases medias, a 10 Flaubert o a lo Nietzsche, con fl menosprecio o la negacién de la vida (que no proponen en absoluto 89 estos dos escritores). ¥ serfa humana @ intelectuslmente frivolo aceptar, sin matices ni distinciones, la metifora total del exilio. Es decir, aunque la metafora, el «tercer exilior de Kolakowski, pueda ser vélida més allé de las dificultades y circunstancias literales del «segundo exilio» histérico y real, no por ello deja de haber seres humanos que padecen —o también aprovechan— no la metéfora sino la literalidad. La vasta emigracién rasa posterior a 1917 incluye no s6lo a escritores singulares, por ejemplo el ya admirado Bunin o el gran poeta Jodasevich 0 promesas como el joven Sirin (Vladimir Nabokov), y toda una literatura, dotada de sus periédicos, revistas (Rul, Sovremenniye Zapioski) y editoriales (Slovo), primefo en Berlin principalmente y luego en Paris, sino a miles y miles —unos dos- cientos mil en Berlin durante los primeros afios veinte—" de hombres y mujeres en busca de trabajo y resolucién para sus vidas. El destierro a secas, el destierro precario de tantos, no coincide ficilmente con la vo cacién literaria y periférica de unos pocos. Esta tiltima ambigdedad ha de resultarle insensible, académica, en el sentido exangie de la palabra, y hasta mezquina, al poeta palestino de hoy, pongo por caso, 0 al novelis sudafricano. Para quienes nos interesamos por el destierro hist6rico (prefiero para éste el vocablo destierro, el més corriente hasta después de Ta guerra civil espatiola, cuando se vuelve a generalizar el uso de exilio, probablemente, propone J. Corominas en su Diccionario, IV, 129, por influjo del francés, exil y del catalén exili), persisten importantes diferencias entre la mala ‘gana de quien se resiste a descifrar los signos del mundo que le rodea y Te ha rodeado siempre, y la incapacidad del desterrado que no lee bien los signos extranjeros en su derredor. No se trata sélo del idioma, puesto que Dante se siente exiliado en Verona, y a veces el refugiado espatiol en Santo Domingo, 0 el uruguayo en Madrid. Los que José Gaos llamé transterrados experimentaron, creo yo, ellos también, las condiciones y comsecuencias del exiliv. Es todo un conjunto semiético lo que caté en Jjuego, un mundo de signos, sin excluir los sucesos y usos diarios que exa. inan los socidlogos. Es el «dialecto de alusiones» que redescubre el Borges joven cuando vuelve a Buenos Aires y se siente admitido otra vez como parte de una «realidad innegable» y puede otra vez decir («Lla- neza», de Fervor de Buenos Aires) Conozco las costumbres y las almas y ese dialecto de alusiones {que toda agrupacién humana va urdiendo. Hay condiciones. y perspectivas comunes a unos y a otros, como la inadaptacién a los papeles sociales, ‘roles establecidos; la actuacién sin puiblico; el cultivo del trobar clus, el rebuscamiento (como la escritura excesiva en inglés algunas veces de Conrad, 0 de Nabokov con cierta frecuencia), la exploracién de un len- {guaje ilimitado, escasamente referencia; y la desgana, la disminucién, el deterioro vitales que acechan al escritor cue deja de tener a mano las ex- periencias que una comunidad inmediate, por fuerza local —vertebrada por el acceso de ta palabra a la alteridad, por el didtogo, por una plenitud de comunicacién con otros hombres— pudiera proporcionarle, Nos vendria muy bien, para aclarar tan amplia gama de diferencias, una sociologia del exilio, que solo puedo pedir a quienes estan en con- diciones de investigarla. Es atil en efecte reconocer lo que el exilio y la literatura, sin ser Io mismo ni necesitarse mutuamente, tienen a veces en comin, y ello sin implicar forzosamente el contemptus mundi, tan mun- dano, el pesimismo mondtono e inexorasle, al que aludi anteriormente. Verdad es que la inmersién prolongada y obligatoria en una sociedad extrafia o extranjera modifica y «desfamiliariza» nuestro entomo inmediato, © muestras percepciones, de una manera muy parecida a la que Viktor Sklovsky y los formalistas rusos atribuyeron al efecto de las formas li- tcrarias. Algunos pensadores y socidlogos, como Schiitz, Goffman y Gar finkel, han intentado mostrar que existe un «mundo de la vida cotidiana» que los miembros de determinada comuridad comparten, como zone in tersubjetiva comin, es decir, todo un conjunto de presupuestos que estas personas dan por entendidos, por implicitos, y en que hallan al propio tiempo unas expectativas minimas, background expectations. Sin saberlo © sin verlo contamos a diario con ese telén de fondo de cosas y sucesos. Aquello que de hecho sucede tantos dias, que pasa y que nos pasa, ¢s con frecuencia un signo dotado de sentido estindar; y muchas apariencias son interpretables como manifestaciones de tal sentido, ;Qué tiene que ocurrir para que se vuelvan conscientes estas expectativas, para que percibamos las escenas invisibles de todos los dias? «Para que las expectativas de fondo se hagan visihles», dice Harold Garfinkel,

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