Professional Documents
Culture Documents
I. O provare o soccombere
Probar, pruebas, probado, son expresiones típicamente utilizadas por abogados para
hacer referencia a una parte habitual de sus tareas profesionales en el marco de un proceso
judicial, aquella consistente en aportar elementos de juicio y conectarlos
argumentativamente con alguna hipótesis acerca del acaecimiento de ciertos hechos de
relevancia jurídica.
Aunque la prueba constituye el núcleo del proceso judicial y en ella se suelen jugar
las partes, más que en la arena de los argumentos jurídicos, sus posibilidades de obtener
una sentencia favorable, una cierta perplejidad asalta todavía a quienes se preguntan qué
significa probar un hecho o a qué se refieren exactamente conceptos como fuerza
probatoria, estándar de prueba, apreciación conforme a la sana crítica (por mencionar sólo
algunos). A diferencia de lo que ocurre con otros aspectos del proceso, y también con las
cuestiones de interpretación legal, la formación jurídica general y la literatura procesal -que
se concentran en las normas probatorias de las distintas clases de procedimientos- no
parecen dotarnos de una buena caja de herramientas conceptuales generales para
enfrentarnos a la prueba.
Para abordar esa extrañeza, podemos comenzar por constatar que no sólo en el
derecho se habla de pruebas y que probar no es una actividad exclusiva de la profesión
jurídica. Tanto en la vida cotidiana como en otros contextos profesionales se sustentan
afirmaciones sobre hechos mediante la referencia a datos accesibles a la experiencia. Este
sentido en que es posible hablar de prueba resulta bien representado por la palabra inglesa
evidence, utilizada para referir a algún fenómeno observable en el que basamos inferencias
sobre algún asunto de interés. Incluso en castellano se observa un uso cada vez más
extendido de la expresión evidencia para dar cuenta de los datos empíricos que sirven de
sustento a una conclusión. Así ocurre, por ejemplo, en el ámbito forense, donde es usual
que tras una operación policial exitosa se exhiban a la prensa, bajo el rótulo, precisamente,
de e idencias , las armas, los paquetes de droga, los precursores, o los fajos de dinero, que
aportan información relevante sobre la actividad delictual que acaba de ser revelada. Pero la
expresión se usa también en otros ámbitos, como ocurre cuando se habla de medicina o de
políticas p blicas basadas en e idencias .
Es cierto que en castellano la expresión prueba tiene diversos sentidos y que cuando
se la usa para referir a una razón, argumento, instrumento u otro medio con que se
pretende mostrar y hacer patente la verdad o falsedad de algo ( no de los ca orce
significados que distingue el Diccionario de la Real Academia), quedan comprendidos
también argumentos de naturaleza conceptual (como los utilizados en teología, filosofía,
matemática y también en algunas ciencias no formales como la astrofísica o la física
teórica). Limitaremos, con todo, nuestro análisis a la noción que tanto en el ámbito jurídico
como en otros contextos (en las ciencias naturales, en el ámbito de los diagnósticos
médicos, o en el de las políticas públicas) se refiere al uso, como razones o premisas de un
argumento, de informaciones empíricas.
Esta noción general de prueba puede ser definida a través de la conjunción de dos
elementos. Por una parte, la alusión a un fenómeno observable o perceptible (que puede
consistir también en el testimonio o registro de lo que otros observaron o en la constatación
de la ausencia de algo que se esperaba observar) y, por otra parte, la referencia a su uso
inferencial, es decir, a su aptitud para ser utilizado como premisa de un razonamiento que
conduce a una conclusión respecto de algún asunto de interés. Este segundo elemento
muestra que la noción de prueba es relativa, es decir, que un dato o información constituye
una prueba con respecto a algo y que su calificación como prueba depende de su relación
con una conclusión que se trata de sostener, ya sea como elemento de juicio a favor o en
contra de ella.
La prueba jurídica comparte estos rasgos definitorios, pero presenta también algunas
características especiales.
Las pruebas en el ámbito del derecho se distinguen, en primer lugar por la clase de
conclusiones que se pretende extraer de ellas. Se trata, como resulta seguramente obvio, de
conclusiones respecto de hechos individuales que son jurídicamente relevantes. El uso
inferencial que caracteriza a toda prueba está referido en este caso, directa o
indirectamente, a conclusiones relativas a eventos singulares que se califican como una
instancia del caso genérico que una norma jurídica prevé como antecedente y al que le
atribuye determinadas consecuencias jurídicas.
Esta no es, por cierto, la única forma en la que el derecho incide en la configuración
de la prueba. La prueba jurídica se realiza en el marco institucional del proceso, que el
derecho constituye, y es objeto de regulación, de diversas maneras, por normas jurídicas.
El marco formal y reglado del proceso configura a la prueba jurídica como una
suerte de obra teatral en varios actos, en la que participan múltiples actores asumiendo
diversos roles y que debe desarrollarse en tiempos precisos y delimitados. La etapa de
investigación en la que los datos o informaciones relevantes son descubiertos u obtenidos
por las partes o por órganos institucionales- se distingue de la etapa del juicio, en la que las
pruebas adquieren formalmente esa calidad al ser aportadas tras pasar el tamiz de
eventuales reglas de exclusión- y ser sometidas a la contradicción de las partes. Luego, en
la etapa de deliberación y decisión, el protagonismo lo asume el juez, cuya posición
institucional lo distingue de otros sujetos, que en contextos diferentes, extraen conclusiones
a partir de pruebas. Lo diferencia, por una parte, porque al valorar las pruebas puede estar
sujeto a diversas clases de normas jurídicas normas de prueba tasada, presunciones,
estándares de prueba. Y, por otra parte, lo distingue también el carácter autoritativo de su
decisión, que una vez agotadas las instancias procesales para su reexamen, fija
definitivamente los hechos del caso para efectos jurídicos.
IV. El propósito de este libro: una introducción a los conceptos del derecho y del
razonamiento probatorio
Por otra parte, la atención a la conexión entre la prueba jurídica y la noción general
de prueba se traduce en el análisis de otro conjunto de conceptos, referidos al razonamiento
probatorio. Además de los conceptos que designan las credenciales de c alq ier pr eba,
(una expresión utilizada por David Schum, un importante defensor de la posibilidad y
utilidad de na ciencia general de la pr eba ) esto es, la relevancia, la credibilidad y la
fuerza probatoria-, se considerarán también los conceptos que dan cuenta de la estructura de
los argumentos que conectan una prueba con una hipótesis o posible conclusión, de las
formas de graduar la fuerza o peso de las pruebas y de la formas de combinar esas
graduaciones. Esta gramática básica es aplicable también al razonamiento probatorio en el
ámbito jurídico, tanto para comprender cómo opera la valoración de la prueba en un
régimen de libre apreciación (o de apreciación conforme a la sana crítica) y cómo juegan en
ese contexto los diversos estándares de prueba que el derecho puede definir, como para
identificar también las formas especiales del razonamiento probatorio jurídico, en los casos
en que éste contempla reglas de valoración o presunciones.
Esta aproximación a la prueba jurídica asume dos puntos de vista que no son
habituales en nuestra cultura legal, porque identifica por una parte al derecho probatorio
como un ámbito dotado de alguna autonomía conceptual y porque al mismo tiempo
descarta que el análisis de esas normas agote la comprensión de la prueba en el derecho y
as me en cambio na concepci n abier a de ésta (como la llama, y respalda, Michele
Taruffo). Los estudios procesales suelen abordar, en cambio, las cuestiones probatorias en
forma fragmentaria, desde la óptica de las normas de cada específico tipo de procedimiento,
y prestan menos atención a los problemas conceptuales generales. Hay, por supuesto,
significativas excepciones, tanto en la doctrina jurídica continental como también en el
ámbito del common law, donde, por cierto, se ha identificado tradicionalmente al derecho
probatorio (Evidence Law) como un sector normativo especial. Así, Santiago Sentís
Melendo señala, por ejemplo, q e el es dio de la pr eba ha q e plan earlo sin la
preocupación de si la prueba es la civil o la penal, porque creo que se incurre en el mayor
de los errores al distinguir entre ellas: la prueba es la misma en la justicia civil que en la
justicia penal, en la del trabajo que en la administrativa; y hasta puede decirse que es la
misma en la ac i idad j dicial q e f era de ella (1979:10). Y John Wigmore, uno de los
más prolíficos e influyentes estudiosos del derecho probatorio anglosajón, escribía en 1911,
q e el es dio de los principios de la Pr eba, para n abogado, comprende dos par es
distintas. Una es la Prueba en sentido general la parte que se refiere al proceso de
razonamiento q e req iere la pers asi n en na con ro ersia ( ). La o ra par e es ( ) la
de las reglas de procedimien o es ablecidas por el derecho ( ). Has a ahora, la seg nda ha
dominado ampliamente nuestros estudios formales de hecho, los ha monopolizado-,
mientras que la primera, virtualmente ignorada, ha sido dejada al azar de su posterior
adq isici n, cas al emp rica, en el ransc rso de la pr c ica (1911: 3-4).
A través de las dos miradas que confluyen en este libro la que refuerza la
configuración como disciplina del derecho probatorio y la que se abre al diálogo
interdisciplinario- se pretende avanzar en el camino sugerido por estos dos autores y
colaborar en la tarea de asentar un conjunto de conceptos que nos permita, a jueces y
abogados, enfrentarnos efectivamente a la complejidad de la prueba jurídica.
REFERENCIAS
Schum, D. (1994): The evidential foundation of probabilistic reasoning, Evanston,
Northwestern University Press, pp. 1-21.
Sentís Melendo, S. (1979): La prueba, Buenos Aires, EJEA.
Taruffo, M. (1992): La prueba de los hechos, trad. cast. J. Ferrer, Madrid, Trotta, 2002,
343ss.
Capítulo primero:
La prueba en el derecho: conceptos y concepciones
Hasta ahora hemos asumido que al hablar de prueba en el derecho se hace referencia
a algún fenómeno observable en el que se basa una inferencia respecto de la ocurrencia de
un hecho jurídicamente relevante. Sin embargo, este sentido, equivalente al de la expresión
inglesa evidence, coexiste con otros, que se utilizan cuando se habla de la prueba de un
hecho en el contexto jurídico. Una distinción asentada en los estudios sobre la prueba
identifica tres significados: el antes mencionado, que se identifica como prueba en el
sentido de medio de prueba; el de prueba como actividad y el de prueba como resultado.
Se trata de una distinción útil, que permite diferenciar tres dimensiones del fenómeno
probatorio y clarificar luego el objeto de regulación de las diversas normas jurídicas
referidas a la prueba. Subsisten, sin embargo, como veremos, algunas ambigüedades en
relación al uso de cada uno de esos sentidos.
Caben, por tanto, dos perspectivas desde las que aplicar la noción de prueba como
medio probatorio, una externa y una interna al proceso. De esta distinción intenta dar
cuenta (aunque no siempre con claridad) la diferencia que algunos autores trazan entre la
noción de elemento o fuente de prueba y la de medio de prueba. Se articula, de este modo,
una noción restringida de prueba como medio de prueba para designar a los antecedentes
que cuentan como elementos de juicio en un proceso, mientras el concepto de elemento o
fuente de prueba da cuenta de cualquier antecedente a partir del cual puedan realizarse
inferencias acerca de algún hecho jurídicamente relevante, con independencia de su posible
uso procesal.
2. También esa noción restringida de prueba resulta, sin embargo, ambigua. Pues a
veces se utiliza en un sentido abstracto o genérico, para hacer referencia a los tipos de
antecedentes que pueden, de acuerdo a las reglas legales, ser aportados en juicio como
cuando se distinguen, como medios de prueba, la prueba documental, la prueba testimonial
o la prueba pericial. Mientras, en otras ocasiones, se habla de medio de prueba en sentido
concreto o específico, para designar un determinado antecedente aportado al proceso
judicial un determinado documento, la declaración de un específico testigo.
Los conceptos de prueba como medio de prueba y de prueba como resultado pueden
ser especificados de diferentes maneras según cual sea la concepción de la prueba jurídica
que se asuma. Por ahora interesa distinguir, primero, dos concepciones que asumen puntos
de vista enfrentados para caracterizar al uso inferencial y al éxito inferencial que definen,
respectivamente, a la prueba como medio de prueba y a la prueba como resultado.
Sin embargo, para aceptarla como concepción general de la prueba sería necesario
asumir alguna de las dos posiciones extremas (y por completo contrapuestas) respecto de la
posibilidad de hablar de conocimiento de los hechos en el contexto de la prueba judicial: o
bien una posición cognoscitivista ingenua (Gascón, 2012:18-19; Gonzalez Lagier, 2000) o
bien una posición escéptica. Desde el primer punto de vista se asume acríticamente que el
juez siempre puede alcanzar una reconstrucción verdadera de los hechos, que se le presenta,
como una suerte de epifanía, a través del contacto inmediato con la prueba. Desde la
segunda perspectiva se supone en cambio que ya sea por razones filosóficas generales o
bien por razones referidas a la especificidad de la prueba jurídica- no es posible que el juez
obtenga alguna clase de conocimiento objetivo de los hechos, de modo sólo cabe hablar de
sus creencias subjetivas respecto de ellos. Aunque la coincidencia de dos extremos en este
punto resulte extraña, desde ambas perspectivas la convicción del juez agota la noción de
prueba, ya sea porque es innecesario o porque es imposible identificar alguna propiedad
externa a la creencia del juzgador a la que se deba atender para estimar el aporte de un
antecedente como prueba y para resolver si se declara probado o no un cierto hecho.
Como veremos en el siguiente capítulo, hay buenas razones para desestimar esas
dos posiciones con respecto al conocimiento judicial de los hechos y para adoptar en
cambio una aproximación objetivista crítica. Veremos también que una posición de esta
clase resulta presupuesta por la cultura jurídica y el derecho procesal modernos. Así por
ejemplo, en ellos se asume que la decisión de un tribunal respecto de la prueba de un hecho
es falible, no sólo en el sentido de que no haya logrado una reconstrucción verdadera de los
hecho, sino también en el sentido interno al proceso de haberse equivocado al valorar las
puebas, declarando probado algo que a la luz de los antecedentes probatorios disponibles no
se encontraba probado. La concepción subjetivista de la prueba no permite dar cuenta, en
cambio, de esta falibilidad. Dado que es la sola creencia del juzgdor lo que define a la
prueba no hay espacio conceptual para el error al declarar probado un hecho (salvo una
extra a suerte de error interno al interpretar o comunicar el juez su convicci n).
Sin embargo, a pesar de la conexión que se puede establecer entre nuestra tradición
procesal y el cognoscitivismo crítico, en la jurisprudencia y en la doctrina procesal son
ususales las asociaciones conceptuales entre prueba y convicción, particularmente cuando
se trata del resultado probatorio. Aunque es improbable que esos usos de lenguaje reflejen
una extendida adhesión reflexiva a una concepción subjetivista en algunas de sus dos
variantes, la persistencia de una terminología de la prueba fuertemente asociada a la
convicción judicial no es inocua, pues en la medida que presenta a la decisión final sobre la
prueba como un asunto radicado en último término en la creencia subjetiva del juzgador,
dificulta su sujeción a criterios generales y a controles externos.
REFERENCIAS
1. Verdad y aplicación del derecho. En algún sentido parece obvio que los procesos
judiciales se desarrollan y que en ellos se requieren y se aportan pruebas para averiguar si
efectivamente tuvieron lugar los hechos en que se funda una acusación o una demanda.
Esta relación aparentemente clara entre prueba y verdad resulta implicada, por lo
demás, por la comprensión de la función jurisdiccional propia de un estado de derecho, o
incluso de la propia noción del derecho como orden de conducta.
Sin embargo, no parece necesario en este caso entrar en ese debate conceptual, dado
que lo que nos interesa es precisar las relaciones entre prueba judicial y verdad y la noción
de verdad como correspondencia entre lenguaje y mundo o, dicho de otro modo, entre
enunciados y hechos, da cuenta del significado con el que se utiliza la expresión verdad
usualmente en ese contexto. Así, cuando en un juicio se requiere a un testigo que prometa o
jure decir la verdad, se pretende que lo que diga haber visto corresponda a lo que
efectivamente vio. Y cuando se sostiene que el fin de la prueba es la averiguación de la
verdad, entendemos que lo que estaría entonces en juego en el proceso es establecer es si el
acusado, o el demandado, realmente hizo lo que el Ministerio Público, o el demandante,
dice que hizo. En este contexto la cuestión del significado de la expresión verdad resulta
menos relevante que las cuestiones filosóficas referidas a la posibilidad de establecer si un
enunciado es verdadero y los criterios para hacerlo.
Reflexionar sobre las implicaciones de esa mediación conceptual plantea, con todo,
nuevas preguntas. Así, si el conocimiento de la realidad está mediado por nuestras
categorías, entonces, ¿es posible hablar de una correspondencia objetiva, independiente del
sujeto que la establece? El constructivismo como teoría metafísica niega esta posibilidad y
sostiene que la noción de correspondencia es ilusoria porque en definitiva el mundo resulta
construido por nuestros conceptos. La realidad que podemos conocer no es algo externo e
independiente de nosotros, sino una construcción social. Sigue siendo ingenuo, por tanto,
desde esta perspectiva, hablar de correspondencia objetiva y de reconocerse que todo
conocimiento es contextual y relativo a los conceptos y categorías con los construimos el
mundo.
Este argumento funciona bien cuando se refiere a géneros naturales o hechos brutos,
pero es menos efectivo cuando se trata de hechos institucionales, que son construidos social
o institucionalmente en un sentido fuerte (como ocurre, por ejemplo, con la calidad de
Presidente de la República). Aunque respecto de éstos la disputa entre constructivismo y
realismo crítico resulte más difícil de zanjar, para efectos de la discusión sobre las
relaciones entre prueba y verdad y de la posibilidad de dar un sentido a la aplicación, usual
en ese ámbito, de la noción de verdad como correspondencia, bastaría con admitir la
posibilidad de distinguir entre la construcción social de un concepto y su aplicación
correcta en un caso particular. Sobre la base de esa distinción se podría hablar al mismo
tiempo de construcción social de la realidad (de la clase de hecho institucional en que
consiste la calidad de Presidente o el parricidio como tipo penal) y de correspondencia entre
esa realidad socialmente construida y los enunciados que utilizamos para describirla (para
afirmar el concreto hecho institucional de que alguien es Presidente o que alguien ha
cometido parricidio).
En todo caso, volveremos más adelante (infra) sobre la forma en que opera, en el
específico ámbito de la prueba judicial, la mediación de los conceptos y categorías
jurídicas.
La ampliación del conocimiento también entra en juego cuando formulamos conclusiones sobre
hechos presentes que no conocemos. Es lo que solía hacer para impresionar a sus alumnos el doctor Joseph
Bell, profesor de cirugía en la Universidad de Edimburgo, que, según reconoció su antiguo asistente Sir
Arthur Conan Doyle, fue su mayor fuente de inspiración para el desarrollo del personaje Sherlock Holmes.
Anderson et al. (2005) reseñan la siguiente anécdota:
La ciudad de Edimburgo y su puerto Leith están en el estuario del río Forth. Directamente al norte
al otro lado del estuario yace una ciudad en Fife llamada Burntisland [pronunciada burnt island ]. En los
tiempos de Bell, no había un puente sobre el río Forth; los viajeros usaban transbordadores para cruzar de Fife
a Edimburgo; el transbordador más cercano y directo partía de desde Burntisland. En Leith, una calle llamada
Inverleith Row conduce en dirección a la Universidad de Edimburgo. A la derecha de Inverleith Row, pasado
Leith, están los jardines Botánicos de Edimburgo. El Dr. Bell frecuentemente entrevistaba pacientes en un
anfiteatro y les permitía a sus estudiantes observar estas entrevistas. Esto es lo que sus estudiantes observaron
en una ocasión.
Una mujer, acompañada por un niño, se presentó en el anfiteatro. El Dr. Bell no había visto ni
conocía a esa mujer. Después de saludarla, el Dr. Bell primero le preguntó si había cruzado bien desde
Burntisland; la mujer respondió aye [si]. Bell luego le preguntó si había tenido una buena caminata por
Inverleith Row; la mujer respondió aye . Luego Bell le preguntó que hizo con el otro niño; la mujer
respondió que lo había dejado con su hermana en Leith. Finalmente, el Dr. Bell le preguntó a la mujer si aún
trabajaba en la fábrica de linóleo; la mujer respondió aye .
Los estudiantes del Dr. Bell estaban por supuesto sorprendidos con el diálogo entre el Dr. Bell y la
mujer a la que él nunca antes había visto. En la explicación, el Dr. Bell primero dijo a sus estudiantes que
ellos debieron haber notado el acento de Fife y que el transbordador más cercano partía desde Burntisland.
Luego él preguntó a los estudiantes si notaron la arcilla roja en los zapatos de la mujer, lo que él explicó que
era peculiar de las áreas alrededor de los jardines Botánicos. Luego Bell preguntó a sus estudiantes si notaron
que el abrigo que la mujer traía sobre su hombro era demasiado largo para el niño que la acompañaba; es muy
probable que ella haya estado con otro niño cuando cruzó desde Fife. Finalmente, el Dr. Bell preguntó a sus
estudiantes observar la dermatitis en las manos de la mujer, a lo que explico que eso era peculiar a las
personas que trabajaban en fábricas de linóleo .
Wittgenstein ilustra bien la exageración en que incurre esa posición escéptica: A quien dijera que
por medio de datos sobre el pasado no se le puede convencer de que algo va a ocurrir en el futuro a ése yo no
lo entendería. Se le podría preguntar: ¿Qué quieres oir? ¿Qué clase de datos serían para ti razones para creer
eso? A qué llamas tú convencerse ? ¿Qué tipo de convicciones esperas tú? Si ésas no son razones,
entonces, cuáles lo son? (1953, fragmento de la sección 481).
Existen, por consiguiente, desde un punto de vista filosófico buenas razones para
resistir al escepticismo tanto en el plano metafísico como en el epistemológico y para
asumir, con respecto a la posibilidad de conocimiento, una posición cognocitivista u
objetivista crítica, que a la vez que admita la posibilidad de teorías y respuestas a problemas
empíricos que resulten racionalmente justificadas, sea consciente de sus limitaciones y
riesgos de error.
Más allá de esta discusión específica sobre cuál sea el fin principal del proceso civil
y cuál sea el alcance que deba reconocerse en éste a la búsqueda de la verdad (sobre la que
volveremos más adelante, infra), la pregunta normativa se presenta también en el marco de
una comprensión del proceso que le asigna un rol central a ese fin, pues en todo caso
existen también otros fines y otros bienes jurídicos que el derecho procesal debe tener en
cuenta y cuya protección podría dar lugar a normas que dificulten o limiten las
posibilidades de éxito en la averiguación de la verdad. La cuestión que se plantea es, desde
esta perspectiva, en qué medida debe el fin de averiguación de la verdad ceder frente a
otros fines legítimos en el diseño de las normas probatorias.
El primer paso para abordar esta discusión consiste en precisar su objeto, teniendo
en cuenta la ambigüedad que afecta a la expresión prueba en el derecho. Como ha mostrado
extensamente Jordi Ferrer (2002: 33 y 77ss.) es sobre todo importante advertir la diferencia
entre la afirmación de la averiguación de la verdad como fin de la actividad probatoria y de
las normas que regulan la prueba, y la equiparación conceptual entre la prueba como
resultado y la verdad. En la discusión que ahora nos interesa es esta última cuestión la que
está en juego, es decir, la que se refiere a si sostener que una proposición sobre los hechos
de un caso está probada significa afirmar (como condición necesaria) que esa proposición
es verdadera.
La existencia de esa relación conceptual fue asumida por los juristas clásicos que
sentaron las bases de la concepción cognoscitivista de la prueba, a la que definieron como
la determinación, mediante pruebas, de la verdad acerca de los hechos que son objeto del
litigio. Así, por ejemplo, Bentham afirmaba que: En el punto de hecho se trata de saber si
el juez estima que el hecho que se somete a su juicio es verdadero o no, y en este caso la
decisión no puede estribar sobre otra base que las pruebas (1823: vol I, p. 6). Como esta
cita sugiere, la verdad de la proposición controvertida constituye una condición necesaria
de su prueba. No se trata, sin embargo, de una condición suficiente, pues para que una
proposición esté probada es necesario, además de su verdad, que se hayan aportado
elementos de prueba a su favor.
Esa reconstrucción conceptual podría ser aceptable si se estimara que esa clase de
error interno al proceso es imposible de establecer, ya sea porque el juez está autorizado a
resolver arbitrariamente o bien porque no existen criterios objetivos para la valoración de
las pruebas. Sin embargo, la posibilidad de esa clase de error al valorar y decidir acerca de
las pruebas es reconocida generalmente por los juristas que asumen que incluso en un
sistema de libre valoración el juez está sujeto a exigencias de racionalidad- y los propios
sistemas jurídicos prevén, usualmente, recursos procesales para su obtener su corrección.
En este sentido, estas intuiciones y prácticas suponen que es posible que un hecho que una
sentencia ha fijado como probado, no esté realmente probado a la luz de las pruebas
aportadas al proceso (pues se han valorado incorrectamente o se han aplicado
incorrectamente normas probatorias).
Sin embargo, aunque sea correcto negar la equivalencia conceptual entre estar
probado y ser verdadero , de eso no se sigue que se deba descartar también que la
averiguación de la verdad constituya el fin de la actividad probatoria y que la aptitud
inferencial con respecto a la verdad (o probabilidad de la verdad) de una conclusión no
constituya una propiedad definitoria de las pruebas (en el sentido de medios de prueba) en
el contexto jurídico. Es cierto que la verdad como resultado de la prueba no se puede
garantizar ni siquiera en un proceso que contemple mínimas limitaciones a la libertad en la
admisión y valoración de las pruebas y con mayor razón, por tanto, en un proceso en el
que esas limitaciones sean mayores. Pero averiguación de la verdad seguirá siendo el
horizonte hacia el que la actividad probatoria apunte y que oriente, residualmente, la
actuación del juez. Piénsese por ejemplo, en la determinación de la relevancia de un medio
de prueba concreto para efectos de su admisión al proceso, la que incluso en un sistema de
prueba legal, deberá ser establecida considerando la contribución de la información que el
medio de prueba pueda proporcionar para la averiguación de la verdad acerca de los hechos
controvertidos del caso. En este sentido, incluso un proceso sujeto a normas probatorias que
encuentren su justificación en fines diversos a la averiguación de la verdad (algo sobre lo
que volveremos en el siguiente epígrafe) constituye una práctica epistémica, dirigida a la
determinación de la verdad.
Por otra parte, también la necesidad de que el proceso se cierre en todo caso con una
decisión que tenga o no por probados los hechos en los que las partes fundan sus
pretensiones, no pudiendo el juzgador, ante la incertidumbre, suspender su juicio,
constituye una manifestación de la exigencia de certeza. Esta necesidad de decisión bajo
condiciones de incertidumbre justifica la existencia de diferentes clases de normas
probatorias en sentido estricto que regulan, precisamente, la forma en que debe adoptarse
dicha decisión. Es el caso, por ejemplo, de las normas sobre estándares de prueba, que
definen el umbral de suficiencia que deben satisfacer las pruebas para que el hecho al que
se refieren deba ser tenido por probado, y de las normas sobre carga de la prueba, que
actúan, en una de sus dimensiones, como reglas de juicio, determinando la decisión del juez
en caso de insuficiencia de las pruebas. Lo que la certeza justifica es la existencia de esta
clase de reglas de decisión, en la definición de su contenido preciso el mayor o menor
grado de exigencia del estándar de prueba, la determinación de la parte a la que se asigna la
carga de la prueba- pesarán adicionalmente, según veremos, consideraciones referidas a la
distribución equitativa del riesgo de error.
Una mención separada merece el debido proceso como derecho fundamental. Esto
porque las exigencias que comprende tienen tanto una dimensión epistémica como una
extra epistémica. Así, por una parte, el derecho a presentar pruebas y alegaciones, el
derecho a conocer e impugnar las pruebas y alegaciones de la contraparte y el derecho a
recurrir de las sentencias defectuosas pueden ser interpretados como garantías orientadas a
la minimización del riesgo de error en la determinación de los hechos. Al mismo tiempo,
sin embargo, suele asumirse que el debido proceso implica el reconocimiento de un derecho
de participación en el proceso que constituye una exigencia de la dignidad de los siujetos
que serán afectados por la decisión, análoga a las exigencias de participación de los
ciudadanos en los procesos de decisión política y con una función por consiguiente, no sólo
estrictamente epistémica.