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Chandler Raymond - Cartas Y Escritos Ineditos
Chandler Raymond - Cartas Y Escritos Ineditos
negras de todos los tiempos. Este libro contiene algo de lo más meduloso de su
escritura sobre la técnica del cuento policial, Hollywood, la televisión, los editores,
los gatos, los agentes literarios, su propia vida conyugal, y muchos otros temas.
Sus opiniones son tajantes, ingeniosas, ocasionalmente provocativas y a veces
explosivas. Este volumen también contiene los primeros cuatro capítulos del libro
en el que estaba trabajando cuando murió en 1959, sus notas sobre criminales
reales y una cantidad de trabajos nunca publicados en forma de libro, como el
cuento Una pareja de escritores, una historia de amor patética y crispada.
Raymond Chandler
“Si una colección de cartas ha de tener algún significado, tiene que revelar
todas las facetas de la personalidad de un hombre, no sólo lo grato y amable”. Esto
lo escribía Chandler a Hamish Hamilton y, en la medida de lo posible, los editores
de este libro han tratado de respetar esta máxima. La personalidad de Chandler,
sin embargo, tenía muchos perfiles; sus cartas revelan al hombre, pero no en su
totalidad. No dicen nada acerca de su encanto personal, ante el que reaccionaban
hasta los que no simpatizaban con él; tampoco pueden reflejar esa timidez que él
ocultaba a veces bajo modales bruscos y comentarios ácidos, lo cual era
confundido con animosidad por los que no lo conocían.
Lo que emerge de sus cartas, en cambio, son sus antipatías, su disgusto por
los representantes, los críticos profesionales y los plagiarios para nombrar sólo a
unos pocos; no hablan de los actos de generosidad en privado que sólo sus amigos
íntimos conocían. Muchas de sus cartas son polémicas, pues, como él mismo
admitía, Chandler era un “tipo belicoso”; algunas son amargas, otras
profundamente emotivas. A veces bordean la obscenidad liviana que es usual
entre amigos íntimos; con frecuencia son terriblemente injuriosas —a menudo
añadiendo humor a la injuria— en sus consideraciones sobre personas vivientes.
Con pesar de sus editores, estos comentarios han debido ser suprimidos.
“Querido Jamie:
”En cuanto a las cartas, unas son analíticas, otras un tanto poéticas, otras
tristes y un buen número cáusticas o aun divertidas. Clasificarlas y seleccionar
aquéllas que podrían merecer la atención de todo el mundo me daría un trabajo
enorme… Y si no hay interés en esto, no tengo ganas de hacerlo. Con el paso de los
años, vos debes haber recibido suficiente número de cartas mías como para darte
cuenta de si la idea merece esta inversión de tiempo y dinero…”
“Querido Ray:
”Me encanta saber que hay tantas otras y estoy seguro de que una
colección… resultaría absolutamente fascinante. Existe una enorme curiosidad
sobre vos en todo el mundo de habla inglesa y estoy seguro de que los lectores
recibirían con regocijo la oportunidad de conocerte mejor de lo que permiten tus
libros.”
1934: Aparecen en el “Black Mask” sus cuentos Finger Man y Smart-Aleck Kill
(Pasarse de vivo, en Sangre española, Tiempo Contemporáneo, Buenos Aires, 1974).
1935: Publica en el “Black Mask” sus cuentos Nevada Gas (Gas Nevada en
Cinco Asesinos, y también en Cuentos policiales de la Serie Negra, Tiempo
Contemporáneo, Buenos Aires, 1969); Spanish Blood (Sangre Española, en Cinco
Asesinos y en Tiempo Contemporáneo ya citado); Killer in the Rain (Asesino en la
lluvia, El Séptimo Círculo, Buenos Aires, 1975).
Artículo sobre estilo, titulado A Letter about the Article on Floral Arrangement,
about American Gentlemen, Bewildered Readers and about How the Intruders Dress and
Talk, aparece en “The Fortnightly Intruder”. Sobre el mismo tema publica después
allí A second Letter from R. C. Esquire in Reply to Our Answer to His Last.
1938: Los cuentos Red Wind (Viento Rojo, Tiempo Contemporáneo, Buenos
Aires, 1972); The King in Yellow (El rey de amarillo, en El simple arte de matar, Tiempo
Contemporáneo, Buenos Aires, 1970) y Bay City Blues (Bay City Blues, en Asesino en
la lluvia) aparecen en el “Dime Detective Monthly”.
1939: Aparece su primera novela larga, The Big Sleep (Al borde del abismo,
Colección Flamenco, Buenos Aires, 1947; El sueño eterno, Obras Escogidas de
Raymond Chandler, Aguilar, Madrid, 1958; El sueño eterno, Serie Negra, Barral,
Barcelona, 1972), publicada por Alfred A. Knopf en los Estados Unidos y por
Hamish Hamilton en Londres.
1941: Su cuento No crime in the Mountains (No hubo crimen en las montañas, en
Asesino en la lluvia) aparece en el “Detective Story Monthly”; y en Peces de colores.
1942: Su novela The High Window (La ventana siniestra. Colección Pandora,
Buenos Aires, 1944. Los libros del Mirasol, Buenos Aires, 1962), es publicada por
Alfred A. Knopf (Nueva York) y Ryerson (Toronto, Canadá).
1947: La 20th Century Fox filma La ventana Siniestra bajo el título de Brasher
Doubloon. La Dama del Lago es filmada por la Metro Goldwyn Mayer. The Hollywood
Bowl, ensayo, se publica en The Atlantic Monthly. Una carta titulada solamente A
Letter se publica en The Soreen Writer.
1948: “The Atlantic Monthly” publica su artículo Oscar Night in Hollywood.
En la misma revista publica Studies in Extinction, crónica sobre un libro de James
Sandoe. En “Cosmopolitan” publica Ten Greatest Crimes of the Century.
1949: Su novela The Little Sister (La hermanita, Fabril Editora, Buenos Aires,
1956, también publicada con el título de Una mosca muerta), aparece condensada en
la revista “Cosmopolitan” y completa en ediciones de Hamish Hamilton (Londres)
y Houghton Mifflin (Boston),
1952: Ensayo Ten per Gent of Your Life, sobre agentes artísticos en Hollywood,
es publicado por “The Atlantic Monthly”.
1953: Houghton Mifflin y Hamish Hamilton publican su novela The long good
Bye (El largo Adiós, Fabril Editora, Buenos Aires, 1963).
A Hamish Hamilton,[2]
A Charles W. Morton[4]
A Leroy A. Wright[6]
Enero 1, 1945
A Charles W. Morton
A Hamish Hamilton
A Wesley Hartley[9]
… Cuando cumplí los dieciocho años mi madre y mi tío irlandés, rico pero
dominante, decidieron que debía tomar el examen de ingreso a la Administración
Pública… Yo quería ser escritor, pero como sabía que mi tío no me iba a apoyar,
pensé que las horas fáciles de la Administración Pública me permitirían escribir
paralelamente. Salí tercero en el examen, en un grupo de aproximadamente
seiscientos. Ingresé en el Ministerio de Marina, pero me encontré con una
atmósfera tan estupidizante que a los seis meses presenté la renuncia. Esto fue el
estallido de una bomba; es probable que nadie se hubiera atrevido antes a tal cosa.
Mi tío irlandés estaba lívido de ira. Por lo tanto me refugié en Bloomsbury, donde
me mantenía con casi nada y escribía para una pretenciosa revista semanal [11], y
también para “The Westminster Gazette”[12], probablemente el mejor diario de la
tarde que el mundo haya jamás visto. Pero a lo sumo podía ganarme la vida con
dificultad.
Abril, 1949
A Hamish Hamilton
A Hamish Hamilton
Me imagino que ya te hablé del día en que le escribí a Sir George Newnes y
le ofrecí comprarle una parte de su revista semanal, sin ningún valor pero exitosa.
¿Tit Bits? Fui recibido con la mayor cordialidad por un secretario, puro escuela del
estado sin ninguna duda, quien se lamentó de que la publicación no necesitara
capital, pero dijo que mi método de acción tenía por lo menos el mérito de la
originalidad. Utilizando la misma estratagema logré esta vez establecer contacto
con “The Academy”… (Cowper) no estaba dispuesto a vender los réditos de su
revista, pero apuntó hacia un enorme estante de libros en su oficina y dijo que eran
copias para reseñar y si me interesaría llevarme algunas a casa para hacerles la
reseña. Todavía no sé cómo no me hizo arrojar por la lóbrega escalera; quizás
porque no había nadie en la oficina que pudiera hacerlo, ya que todo su equipo
editorial parecía consistir en una apacible señora de mediana edad y un
hombrecito con aspecto de ratón, de nombre Vizetelly, quien era (a lo que creo)
hermano de otro Vizetelly de más fama, ése que se metió en líos en Nueva York
con motivo de una queja por obscenidad acerca de la publicación norteamericana
de la traducción de Madame Bovary.
A Leroy A. Wright
A Hamish Hamilton
A Helga Greene[16]
A Hamish Hamilton
… Con todo esto acabó la depresión. Mientras recorría de norte a sur la costa
del Pacífico en un automóvil, empecé a leer revistas de papel barato [17], porque
costaban lo suficientemente poco como para que se las pudiera tirar y porque
nunca me gustaron para nada las llamadas revistas femeninas. Esto sucedía en los
días gloriosos de “Black Mask” (si es que se pueden llamar gloriosos) y lo que me
sorprendía era que algunas de las cosas que estaban escritas con fuerza y
honestidad, aunque en parte estuvieran sin pulir. Resolví que ésta era una buena
manera de aprender a escribir ficción y de conseguir al mismo tiempo un poco de
dinero.
Me pasé cinco meses trabajando en una novela corta de 18.000 palabras [18] y
la vendí por 180 dólares. A partir de entonces ya no miré hacia atrás, a pesar de
que muchas veces mirar hacia adelante me llenaba de inquietud. El Sueño Eterno lo
escribí en tres meses…[19]
Octubre 2, 1946
A Dale Warren[21]
Feb. 5, 1951
A Edgar Carter[24]
… “Picture Post” está hecha para gente que mueve los labios cuando lee Con
toda seguridad ellos podrían obtener todo lo que quieren saber sobre mí de
Hamish Hamilton, mi editor en Inglaterra. Las preguntas de esta gente que usted
cita me parece que indican el nivel intelectual del departamento editorial de
“Picture Post”.
Sí, soy exactamente igual a los personajes de mis libros. Soy muy rudo y
tengo fama de haber quebrado un pan de Viena a mano limpia. Soy muy buen
mozo, tengo un físico vigoroso y me cambio regularmente la camisa todos los
lunes a la mañana. Entre misión y misión, descanso en un rústico château francés en
Mulholland Drive. Es un sitio bastante chico de cuarenta y ocho cuartos y
cincuenta y nueve baños. Como en vajilla de oro y prefiero que me sirvan
bailarinas desnudas. Por supuesto, hay ocasiones en que tengo que dejarme crecer
la barba y ocultarme en una sórdida posada sobre Main Street; y hay otras en que,
aunque no a pedido mío, la diversión me la provee un calabozo de la cárcel estatal.
Tengo amigos de todas las clases sociales. Sobre mi escritorio hay catorce
teléfonos, incluyendo líneas directas a Nueva York, Londres, París, Roma y Santa
Rosa. Al abrirse, mi fichero se transforma en un oportuno bar portátil, y el que
atiende el bar es un enano que vive en el cajón de abajo. Soy un gran fumador y, de
acuerdo a mi estado de ánimo, fumo tabaco, marihuana, barba de choclo u hojas
secas. Hago muchísima investigación, especialmente en departamentos de
muchachas altas y rubias. El material lo obtengo de diferentes maneras, pero mi
procedimiento favorito consiste en revisar los escritorios de otros autores cuando
no están. Tengo treinta y ocho años, hace veinte años que los vengo teniendo. No
me creo el tirador más certero del mundo, pero soy un hombre bastante peligroso
con una toalla mojada. Aunque, resumiendo, creo que mi arma predilecta es un
billete de veinte dólares.
Oct. 5, 1951
A Hamish Hamilton
… Espero tener un libro para 1952, lo espero con toda el alma. Pero avanzar
me está dando un trabajo endemoniado… La preocupación por mi mujer me tiene
deshecho… Tenemos una casa grande, muy difícil de cuidar, y no hay
prácticamente esperanza de conseguir ayuda. Cissy es muy poco lo que puede
hacer, en los dos últimos años se ha venido muy abajo. Ella es una cocinera
estupenda y los dos somos muy difíciles de satisfacer, pero no lo podemos evitar.
Estuve pensando que la mejor cosa para hacer sería conseguir una casa pequeña y
arreglarnos nosotros solos, pero me temo que ella ni esto pueda hacer ya. Cuando
me pongo a trabajar, ya estoy cansado y descorazonado. Me despierto en medio de
la noche con pensamientos horribles. Cissy tiene una tos permanente que sólo se
puede calmar con medicamentos, y éstos le van minando la energía.
Abril, 1951
Para las minutas soy un cocinero bastante aceptable. Puedo preparar bifes,
chuletas y vegetales mejor que en un restorán… pero es una macana, no hay
ninguna duda. Me levanto a las ocho de la mañana. Preparar los dos desayunos y
poner orden me lleva hasta las diez. Eso me deja hasta la una para tratar de escribir
algo. Luego tengo que ir al pueblo y hacer las compras, lo cual no tiene mucha
importancia porque nunca he servido para trabajar de tarde; ya cuando era
estudiante por las tardes estaba siempre muerto. Luego vuelvo a casa y no he
puesto aún los pies adentro que ya es la ahora de este maldito té…
A Roger Machell[26]
A Hamish Hamilton
A Dale Warren
Enero 6, 1953
A. H. F. Hose[27]
Por supuesto, eso no es realmente una queja. Las entrevistas son siempre así.
A veces pienso que las únicas realmente buenas son las hechas a los que han
adquirido entrenamiento como entrevistado, tipos que han aprendido una pose
particular para exhibirse y que la utilizan sin demasiadas variantes. Lo que dan es
una función teatral.
A H. F. Hose
A Leonard Russell[28]
Enero 5, 1955
A Hamish Hamilton
… Por favor, no me envíes más libros, porque los voy a tener que mandar a
depósito. Vendí la casa y me mudo alrededor del 15 de marzo o aun antes. Tan
pronto como lo sepa, te avisaré cuándo estaré en Londres. De tu carta se infiere que
quisieras que, por un tiempo, me quedara con vos en tu casa. Pero si puedo decirlo
sin sonar a ingrato, preferiría estar solo. Me gustaría quedarme en un hotel hasta
que me puedas ayudar a encontrar un departamento con servicio. No quiero ser
una carga o una molestia para nadie. Estoy hecho pedazos, y me puede durar un
largo tiempo porque mis pensamientos no son superficiales.
Durante treinta años, diez meses y cuatro días, ella fue la luz de mi vida, mi
única ambición. Todo lo demás que hice fue sólo el fuego para que ella se calentara
las manos.
A Helga Greene
Febrero 7, 1955
A Roger Machell
En febrero de 1955 Chandler llevó a cabo lo que uno de sus amigos denominó “el
intento más ineficaz de suicidio del que se guarde registro”. Más adelante, Chandler nunca
titubeó en comentar el incidente que, en versiones sumamente deformadas, fue propalado en
todo el mundo por los periódicos y la radio. El informe oficial del hecho por parte de la
policía fue suministrado para este libro con la condición de que los nombres de los
funcionarios policiales involucrados se mantuvieran en secreto, y que el informe se usara
con mesura e inteligencia, pues, dice la policía, “Ray era uno de los mejores”.
A las 3.50 de la tarde, el patrullero que había arribado estaba hablando con la cuñada
de Chandler “cuando oyó dos balazos procedentes del baño”. Corrió al lugar y encontró a
Chandler sentado sobre el piso de la ducha, con el arma sobre su regazo. Lo presenta a
Chandler en ese momento como estando bajo los efectos del alcohol… Arrancó el arma a
Chandler, quien estaba vestido con bata, pijamas y pantuflas. Dice que las dos —sólo dos—
balas del arma se incrustaron en el cielorraso o en el azulejo de la ducha, y que el suicidio
fue abortado porque las balas fueron disparadas hacia arriba, errándole a todo objetivo
posible…
Marzo 5, 1955
A Roger Machell
… Por nada del mundo podría decir si yo realmente planeaba llevarlo a cabo
o si mi subconsciente estaba poniendo en escena una barata función de teatro. El
primer tiro se escapó sin que me diera cuenta. Yo jamás había disparado esa arma
y el disparador estaba tan liviano que, al tocarlo apenas para poner mi mano en
posición, se disparó, la bala rebotó en los azulejos de la ducha y se incrustó en el
cielorraso. Podría haber rebotado tranquilamente en mi estómago. Me pareció que
la carga estaba muy débil. Esto se confirmó cuando el segundo proyectil (el bueno)
ni siquiera se disparó. Los cartuchos tenían como cinco años y, en este clima, me
imagino que la carga se había arruinado. Ahí fue cuando me desmayé. El agente de
policía que acudió me dijo más tarde que yo estaba sentado sobre el piso de la
ducha tratando de introducirme el arma en la boca, y que, cuando me pidió que se
la entregara, yo sólo atiné a reírme y a dársela.
A Hardwick Moseley[31]
Junio 3, 1955
A Neil Morgan[32]
A Michael Gilbert[33]
A Neil Morgan
A Neil Morgan
A H. N. Swanson[34]
A Dorothy Gardiner
… Estuve fuera por varias semanas, en uno de los lugares de calor más
podrido de California, es decir Pasadena, hogar de la paz absoluta y de las
camisetas sudadas. ¡Por Dios que hace calor aquí también ahora! Eso no tendría
que ocurrirle a un lajollense, pero nuestro clima ha ido cambiando gradualmente y
creo que por un millón de años estamos condenados a una temporada tropical, que
será seguida, indudablemente, por una edad glacial. Pero yo no espero andar por
aquí todo ese tiempo.
A Edgar Carter
A Edgar Carter
Diciembre 2, 1957
A Hamish Hamilton
Será una alegría volverlos a ver a vos, a Ivonne y a Roger. Y también a ese
tipo macanudo que dirige el almacén (ni que me mates me puedo acordar del
nombre). No sirvo para recordar nombres… Intenté alquilar un elefante de
Birmania para que recordara por mí, pero decidí que su trompeteo iba a molestar a
los vecinos y que su lomo me iba a hacer astillas los muebles.
Octubre 5, 1958
A Hardwick Moseley
Febrero 7, 1959
A James Sandoe[39]
… Ciertamente usted no es el único que desea que “se pudiera hacer algo
acerca de las desventajas de la segregación con la luz roja que se hace contra las
historias de detectives en las reseñas”. Muy de vez en cuando el autor de historias
de detectives es tratado como un escritor, pero muy raramente. Creo, sin embargo,
que para esto existen unas pocas pero buenas razones. Por ejemplo: a) la mayoría
de las historias de detectives están muy mal escritas; b) se venden mayormente a
bibliotecas que se mantienen con un servicio de lectura paga y que no prestan
atención alguna a las reseñas; c) creo que el mercado del cuento policial está mal
encarado. Es absurdo esperar que la gente pague más por esto que para ver una
película; d) se ha hecho una investigación tan a fondo de la historia de detectives o
policial como forma de arte que ahora los escritores tienen un real problema: el de
evitar escribir una novela policial cuando se cree que la están escribiendo. Sin
embargo, ninguna de estas razones —sean ciertas o falsas— modifica la causa
esencial de molestia para un escritor. Éste tiene la certeza de que no importa todo
lo bien que escriba una historia policial; igual será comentada apenas en un
párrafo, mientras que un relato de cuarta categoría, mal construido, medio en serio
y medio en broma, sobre la vida de un puñado de recolectores de algodón allá en
el sur recibirá una columna y media de respetuosa atención. Los franceses son la
única gente que conozco que piensa que escribir es escribir. Los anglosajones
piensan primero en el contenido y luego, si es que lo piensan, en la calidad.
A Charles W. Morton
A James Sandoe
A Charles W. Morton
Noviembre 9, 1945
Por lo tanto, acabémosla con ese barullo acerca de que “como literatura mis
cosas aún hieden”. ¿Quién dijo eso? ¿William Dean Howells?
Diciembre 9, 1946
A Howard Haycraft[42]
… Como casi todas las antologías… ésta omite algunas cosas que el lector
piensa que debían haberse incluido inevitablemente: por ejemplo, el artículo de
Somerset Maugham publicado originalmente en el “Saturday Evening Post” [43] o la
maravillosa parodia de la obra de misterio sin corazón de Perelman [44]… El gusto es
una cosa extraña. A diferencia de mí, usted tiene lo que se conoce como gusto
universal, pero no debe tomar de manera demasiado literal algo de carácter
polémico como mi artículo del “Atlantic” [45]. Pude haber escrito con la misma
facilidad una pieza de propaganda en favor de la novela de detectives inglesa.
Todo escrito polémico es exagerado. En el preciso instante en que se admite que las
dos partes en una controversia pueden tener razón, se echa a perder toda la
polémica…
Setiembre 4, 1948
A Cleve F. Adams[46]
A James Sandoe
A Bernice Baumgarten[48]
A James Sandoe
Las escenas están bien manejadas, se nota algún tipo de experiencia detrás
del libro, y no me sorprendería descubrir que el nombre era un seudónimo de
algún novelista de cierto talento en otra área. Lo que me interesa es si con esta
pretenciosidad en la frase y en la elección de palabras se persigue escribir mejor.
De ninguna manera. Se podría justificar esto sólo si la historia también fuera
ejecutada en el mismo nivel de sofisticación, y si esto fuera así, no se llegarían a
vender mil ejemplares. Cuando se dice “manchado por el óxido” (o corroído, y yo
casi me pronunciaría, aunque con reticencia, por “granos de óxido”) se comunica
una simple imagen visual. Pero cuando se dice el “acné del óxido”, se traslada
violentamente la atención del lector de lo que se describe a la actitud del autor.
Éste es, por supuesto, un ejemplo muy simple del mal uso estilístico de la lengua, y
pienso que algunos escritores están constreñidos a escribir con frases rebuscadas a
manera de compensación por la ausencia de algún tipo de emoción animal natural.
No sienten nada, son eunucos literarios, y por lo tanto, para probar su
individualidad, caen en una terminología oblicua. Es el tipo de actitud que
mantiene vivas las revistas avant garde, y resulta sumamente interesante ver el
intento de aplicarla a este tipo de literatura.
A Alex Barris[50]
A Bernice Baumgarten
A James Sandoe
A James Sandoe
Inverted Detection Tale [Historia de detección inversa]. Es, como usted dice,
un crimen ejecutado con el mayor cuidado y detalle seguido de una dilucidación y
descubrimiento aún más detallados.
The Chase [La Cacería]. Supongo que ésta es, en realidad, una subclase, pero
tiene tanta vitalidad cuando está bien hecha, especialmente en el cine, que parece
merecer una gaveta para ella sola. La sustancia de su eficacia parece muy cercana a
la de la novela de espionaje narrada desde el punto de vista del espía. El suspenso
reside en el hecho de que el héroe o la heroína no recurren a las armas, sino a la
fuga y al sigilo. Ser apresado significa sencillamente ser derrotado; de ahí que los
incidentes del caso constituyan la historia completa…
Novel of Murder [Novela de homicidio]. Creo que no tiene nada que hacer
aquí. An American Tragedy[51], por ejemplo, no tiene mayor relación con misterios o
detección que The Lost Week-End[52]. El mero asesinato no incorpora a una novela a
la categoría de novela de detectives o misterio.
A James Sandoe
… Mientras anoche leía al azar The Art the Mystery Story[53], me asombró la
poca calidad de la crítica de las obras de misterio. Toda la discusión se mueve en el
plano de los valores de menor cuantía y hay una constante impaciencia por no
permitir el ingreso de la novela policial en la literatura.
La clase de gente educada pero semiculta con la que uno se encuentra hoy
en día… me dice siempre más o menos esto: “Usted escribe tan bien que estoy
convencido de que podría hacer una novela seria”. Con probabilidad se sentirían
insultados si uno les hiciera notar que la distancia que va de una novela de
misterio realmente buena a la mejor novela seria de los últimos diez años es apenas
mensurable en comparación con la distancia entre la novela seria y cualquier trozo
representativo de literatura ática del siglo IV antes de Cristo.
No puede haber arte sin que haya un gusto en el público, y no puedo haber
un gusto en el público sin que exista un sentido de estilo y calidad que abarque la
estructura por entero. Y, curiosamente, este sentido de estilo parece tener muy
poco que ver con el refinamiento o aun la humanidad. Puede existir en una época
sucia y salvaje, pero no puede existir en la época de la Coca-Cola… en la época del-
Libro-del-Mes y de la Prensa Hearst. No se lo puede tener en una época cuya nota
dominante es una vulgaridad eficiente, una pelea completamente inescrupulosa en
pos del dólar, una época en que la familia típica de clase media (en California, por
lo menos) parece subsistir para el mantenimiento de un enorme auto, vistoso y
caro, que como obra de ingeniería no es más que hierro viejo.
Octubre 14, 1949
A James Sandoe
A Hamish Hamilton
A Hamish Hamilton
Dic. 7, 1950
A James Sandoe
A Bernice Baumgarten
… Creo percibir que Eric Ambler ha caído entre dos señuelos y ha
sucumbido al peligro que afecta a todos los intelectuales que intentan lidiar con la
materia del thriller. Yo sé que en mis libros tengo que combatirla constantemente.
No es tarea fácil mantener a los personajes y a la anécdota funcionando en un nivel
que sea comprensible para un público semiletrado y dar al mismo tiempo,
implicancias de orden intelectual o artístico que ese público ni busca ni pide, o
reconoce realmente, pero que de alguna manera inconsciente acepta y disfruta. Mi
teoría fue siempre que el público ha de aceptar el estilo, siempre y cuando no se lo
llame estilo, ni con palabras ni, por decirlo así, tomando distancia para admirarlo.
A James Sandoe
The Handbook for Poisoners[54] te está por llegar de vuelta. La mayor parte de
las historias de Bond las he visto antes. Me gustó muchísimo la introducción, en
particular la descripción clínica de los efectos de la mordedura de víbora en el
guardián del zoológico de Chicago. Pero hay por cierto una enorme cantidad de
venenos que Bond omite, teniendo en cuenta todo lo que debe haber investigado y
leído.
A Hillary Waugh[55]
Yo tuve la suerte de ser uno de los afortunados y, créame, hace falta suerte…
9) La novela policial debe castigar al criminal de una manera u otra, sin que
sea necesario que entren en funcionamiento las cortes de justicia. Contrariamente a
lo que se cree, esto no tiene nada que ver con la moralidad. Es parte de la lógica de
la forma. Sin esto, la historia es como un acorde sin resolución en música. Deja un
sentimiento de irritación.
10) La novela policial debe ser razonablemente honesta con el lector. Esto se
lo dice siempre, pero sólo raramente se comprenden todas sus implicancias. ¿Qué
es honestidad en este respecto? No es suficiente exponer los hechos. Deben ser
expuestos con imparcialidad, y deben pertenecer a ese tipo de hechos a partir de
los cuales puede funcionar la deducción. No se deben ocultar al lector las claves
más importantes, ni ninguna otra; pero, además, no se las debe distorsionar por
medio de falsos énfasis. No hay que presentar hechos sin importancia de manera
de hacerlos prodigiosos. Las inferencias a partir de hechos son moneda corriente
de un detective, pero deben revelar lo bastante de su pensamiento como para
mantener al lector pensando con él. La teoría básica de toda obra policial es que, en
algún punto de su desarrollo, un lector de suficiente agudeza podría cerrar el libro
y develar la médula del desenlace. Pero esto implica más que la mera posesión de
los hechos; implica que se puede esperar que el lector ordinario y lego saque de
estos hechos conclusiones acertadas. No se puede imponer sobre el lector un
conocimiento especial o raro, ni una memoria fuera de lo normal para los detalles
insignificantes. Porque si éstos fueran necesarios, el lector no tendría en realidad
elementos para la solución, sino simplemente los paquetes sin abrir en que éstos
venían envueltos.
Es, evidentemente, mucho más que una artimaña, aceptable o de las otras, el
que el detective resulte siendo el criminal, ya que, por tradición y definición, el
detective es el que anda detrás de la verdad. El lector tiene siempre una garantía
implícita de que el detective es honrado, y esta regla debe ampliarse de modo de
incluir a todo narrador en primera persona o a cualquier personaje bajo cuyo punto
de vista se narre la historia. La omisión de hechos por parte del narrador como tal
o por el autor, mientras pasa por mostrar los hechos tal como los ve un particular
personaje, es un flagrante acto de deshonestidad. (Dos son las razones de que la
violación de esta regla en The Murder of Roger Ackroyd[61] no me haya arrastrado a la
indignación. [1] La deshonestidad se explica con mucho talento, y [2] la
organización de la historia en su totalidad y de sus dramatis personae deja bien claro
que el narrador es el único asesino posible, de modo que para el lector inteligente
el desafío de la novela no es “¿Quién cometió el asesinato?”, sino “Seguime de
cerca y agarrame si podes”.)
Addenda
3) Una serie policial muy raramente da lugar a una buena novela policial. El
efecto del telón reside en que no se dispone del próximo capítulo. Cuando se unen
los capítulos, los momentos de falso suspenso resultan sólo engorrosos.
Es una forma que jamás ha sido realmente dominada, y los que profetizaron
su decadencia y caída se han equivocado por esa misma razón. Puesto que nunca
fue perfeccionada, su forma nunca se volvió fija. Los académicos jamás pusieron en
ella sus muertas manos. Es aún fluida, aún demasiado variada para la clasificación
fácil, aún echando retoños en todas direcciones. Nadie sabe la razón de su éxito, y
no se le puede asignar una sola cualidad que no se halle ausente en algún ejemplo
exitoso. Ha dado ejemplos de mayor pobreza artística que cualquier otro tipo de
ficción, excepto la novela de amor, pero ha producido, probablemente, mejor arte
que cualquier otra forma con la misma aceptación y popularidad.
A Charles W. Morton
… No escribo por dinero o por prestigio, sino por amor, un amor extraño y
persistente por un mundo en que los hombres puedan pensar en desapasionadas
sutilezas y hablar el lenguaje de culturas casi olvidadas. Me gusta ese mundo y,
llegada la ocasión, sacrificaría mi sueño y mi descanso y una buena cantidad de
dinero para ingresar a él elegantemente. ¿Piensa usted que yo quiero plata? En
cuanto al prestigio, ¿qué es eso? ¿Qué mayor prestigio puede tener un hombre
como yo (sin grandes dotes, pero enormemente comprensivo) que haber tomado
una forma de escribir sin valor alguno, burda y completamente malograda y haber
hecho de ella algo por lo cual los intelectuales se arrancan los ojos?
A la Señora de Hogan[62]
Enero 5, 1947
A Charles W. Morton
Marzo 7, 1947
A la Sra. de Hogan
Esto es de alguna manera irónico: supongo que será la causa de que, en una
generación de escritores “hechos”, yo aún sostengo que se puede hacer a un
escritor. T a preocupación por el estilo no lo va a producir. Se puede editar y pulir
incansablemente que esto no va a tener ningún efecto apreciable sobre el sabor que
proviene de la manera de escribir de un hombre. Lo producirá el carácter de su
emoción y perceptividad; es la habilidad de transferirlas al papel lo que hace de él
un escritor…
A James Sandoe
Cuando yo era muy joven, cuando la barba de Shaw era aún roja, le escuché
una conferencia en Londres sobre Arte por el Arte, lo cual por entonces tenía cierta
significación. A Shaw no le gustaba, por supuesto; pocas eran las cosas que le
gustaban, a menos de ser él el primero en pensarlas. Pero el arte de propaganda es
aún peor. Y una revista de crítica cuyo primer objetivo no es pensar
inteligentemente, sino pensar de forma de explotar un conjunto de ideas políticas
de cualquier color termina siempre por ser crítica sólo en un sentido coloquial, e
inteligente sólo en el sentido de un constante y laborioso esfuerzo por encontrar
significados nuevos para cosas que otros hombres han descubierto. Así, después de
un tiempo, todas estas revistas desaparecen; nunca logran existencia, sino sólo
aversión por las opiniones que otra gente tiene de ellas. Tienen la intolerancia del
muy joven y la anemia de cuartos cerrados y excesivo cigarrillo de medianoche…
A Charles W. Morton
A Edward Weeks[65]
… Le trasmitiría por favor mis felicitaciones al purista que le lee las pruebas
y le diría a él o a ella que yo escribo en una suerte de jerga decrépita, que se parece
a veces a la manera en que habla un mozo de café suizo, y que cuando divido un
infinitivo, Dios lo maldiga, lo divido para que quede dividido, y que cuando
interrumpo la aterciopelada suavidad de mi más o menos cultivada sintaxis con
unas repentinas palabras en el vernáculo de taberna, esto lo hago con los ojos bien
abiertos y la mente relajada, pero atenta. El método puede no ser perfecto, pero es
todo lo que tengo. Creo que su corrector de pruebas está tratando,
bondadosamente, de hacerme parar sobre mis piernas, pero, agradeciéndole como
le agradezco su solicitud, soy realmente capaz de mantener un curso bastante
despejado, con tal que tenga las veredas así también como la calle en el medio.
Mayo 7, 1948
No está bien ser severos con los críticos de Nueva York, a menos que a
renglón seguido se acepte que es condición para su existencia escribir de manera
entretenida sobre algo de lo que sólo raramente vale la pena escribir. Esto los
conduce o los fuerza a desarrollar una técnica de seudosutileza y reconditez que
les permita tratar cosas triviales como si fueran enormemente trascendentes. Ésta
es la base del establecimiento de los derechos de propiedad de la publicidad
exitosa. Es imposible la crítica en un mundo donde lo importante no es tener
razón, sino escribir una columna sobre una pieza de teatro —la condenada pieza
que sea—, una columna que, no importa cuán insignificante sea el tema aparente,
nunca desciende al significado de lo que alude con el tema… La buena crítica se
mide por la percepción y evaluación del tema; la mala por la necesidad de
mantener la posición profesional del crítico.
Diciembre 6, 1948
A Alex Barris
… ¿Qué hago conmigo mismo día tras día? Escribo cuando puedo y no
escribo cuando no puedo; siempre por la mañana o en la primera parte del día. De
noche se le ocurren a uno ideas brillantes, pero no son duraderas. Esto lo descubrí
hace mucho tiempo. Le debe resultar bastante obvio a usted que yo mismo manejo
la máquina de escribir. Cuando vinimos a vivir aquí, me conseguí un equipo
dictafónico y dictaba a máquina en él, pero no lo usé nunca para ficción. Así todos
los autores que dictan padecen de logorrea. Cuando se tiene que consumir la
propia energía para registrar esas palabras, es más fácil que uno las haga valer.
Leo constantemente cómo los autores dicen que jamás esperan que llegue la
inspiración; lo que ellos hacen es sentarse a sus escritoritos todas las mañanas a las
ocho, con lluvia o sol, con los restos de una borrachera, un brazo roto, o lo que sea,
y vomitan su pequeña cuota. No importa cuán en blanco estén sus mentes o cuán
agarrotados sus cerebros, nada de absurda inspiración con ellos. A ellos entrego mi
admiración y mi cuidado de evitar sus libros.
Los méritos del estilo norteamericano son menos que sus defectos y sus
molestias, pero son más poderosos.
Las desventajas
Tiene también un apego excesivo al faux naif. Me refiero con esto al uso del
estilo con el que podría hablar una clase de mente muy limitada. En las manos de
un genio como Hemingway, esto puede ser positivo… Pero, cuando no es un genio
el que lo usa, es tan chato como un discurso del Rotary Club.
Apunte final —fuera de orden—. Se pasa por alto, usualmente, la calidad del
tono del idioma inglés, la que es infinitamente variable. La voz del norteamericano
es chata, sin entonación y aburrida. La calidad del tono del inglés británico hace
capaz de significados infinitos a un vocabulario más restringido y a un uso de la
lengua más formalizado. En la lengua escrita, esos tonos se leen, naturalmente, por
asociación. Esto convierte al buen inglés en una lengua de clase, y éste es su
defecto fatal. El escritor inglés es primero un caballero y segundo un escritor.
Mayo 2, 1949
A Charles W. Morton
A Carl Brandt[71]
Diciembre 4, 1949
A Hamish Hamilton
… Por supuesto, Maugham tiene razón, como siempre. Es más difícil escribir
obras de teatro, requiere más trabajo, no lo dudo, aunque jamás intenté escribir
una… Pero, en mi opinión, no demanda la misma clase de talento. Puede
demandar un uso más preciso del talento, una tarea de ebanistería más hermosa,
un oído más fino o más idóneo para la jerga en boga de un determinado grupo de
gente, pero, en conjunto, es mucho más superficial. Si se toma una obra de teatro
buena pero no genial y se la convierte en una obra de ficción, lo que queda es algo
muy débil. Sin riqueza, sin panoramas, sin sugerencias, imposible divisar el país
detrás de la colina. Todo es demasiado claro, demasiado obvio e inmediato. El
novelista, si es algo bueno, transmite mil cosas, aunque jamás las diga de hecho.
A James Sandoe
Me gustó mucho Tunnel from Culais[73]. No vale gran cosa como novela de
espías, pero está escrita de manera muy vívida y con ese sentimiento que
percibimos tan a menudo en los libros ingleses, y tan raramente en los nuestros, de
que el país y sus pequeños detalles forman parte de sus vidas y que lo aman.
Nosotros estamos tan desarraigados aquí. Yo pasé la mitad de mi vida en
California y la aproveché como pude, pero podría dejarla para siempre sin que se
me moviera un pelo.
Enero 5, 1950
A Hamish Hamilton
Supongo que ningún otro escritor jamás fue más acabadamente profesional
que él. Hace una evaluación precisa y valiente de sus propios dones, el más
sobresaliente de los cuales no es un absoluto literario, sino más bien esa percepción
prolija e inexorable de personajes y motivos que es típica de los grandes jueces o de
los grandes diplomáticos… Puede transmitir el trastorno de la emoción, pero muy
poco de la emoción misma. Sus tramas son frías y mortíferas y su manejo del
tiempo absolutamente sin tacha… No nos hace perder el aliento o la cabeza,
porque él nunca la pierde. Dudo de que haya escrito jamás una línea que pareciera
recién salida de la pluma, y muchos autores de menor cuantía lo han logrado. Pero
él los sobrevivirá con facilidad, porque la tontería o la estupidez no lo alcanzan.
Hubiera sido un gran romano.
A Dale Warren
… Cuando abro un libro y veo escrito algo como “ella tenía por cierto una
apariencia chocante”, “sentí el primer aguijón del remordimiento”, “una
exuberante y lujuriosa belleza”, etc., tengo la impresión de estar leyendo una
lengua muerta… De hecho este libro, al ser una novela de la Sudáfrica inglesa, es
un espécimen bastante interesante. Es una demostración clara de cómo hablan los
colonizados la lengua cultural de sus abuelos y explica, para mí al menos, por qué
razón ningún introvertido con inteligencia podría vivir de manera alguna en una
colonia inglesa sin volverse loco.
Tengo que darle las gracias por el último libro de DeVoto, The World of
Fiction. Éste lo leí de veras sin perderme una palabra, y lo disfruté enormemente.
Éste es un DeVoto de antología, vivido, valiente, sin concesiones, legible de
principio a fin, y casi completamente superficial. No dice prácticamente nada (no
absolutamente nada) que perdure en uno cuarenta y ocho horas después que se ha
cerrado el libro, y sin embargo, mientras se lo está leyendo, no deja de retener la
atención por un solo momento. Lo que me gusta de DeVoto es que le importa un
pito de nadie y no vacila en decirlo. Lo que no me gusta de él, lo que me lo hace un
tanto superficial, es que todas sus actitudes sean fruto del resentimiento. Sus ideas
sobre el arte de ficción no existirían probablemente si no fuera que alguien antes
tuvo ideas que no le gustaron a DeVoto.
A Hamish Hamilton
Tengo que darte las gracias por Here There and Everywhere, de Eric Partridge.
Partridge es interesante, pero me produce cierto malestar. Estos estudiosos del
vernáculo, argot, slang, etc. cubren un campo enorme y uno se pregunta con cuánta
exactitud lo hace, sobre todo si a uno le cupo en suerte tener algún conocimiento
especial sobre una pequeña franja de ese territorio y descubre que la información
sobre ella es un tanto errónea. “Chiv”, por ejemplo. Esto no significa navaja.
“Chiv”, o más comúnmente “shiv”, significa cuchillo, arma punzante o cortante,
incluyendo quizás (aunque yo no lo creo) navaja, pero éste no es el significado.
“Flop” significa irse a la cama y quizás incluye la idea de dormir, pero no significa
dormir. “Flophose” es un hotel de tránsito barato en el que un montón de hombres
duermen en enormes cuartos. La traducción de “gay-cat” como “campana o
ratero” también la pongo en tela de juicio. Un “gaycat” es un muchacho afeminado
que anda con un vagabundo de mayor edad y tiene siempre una connotación de
homosexualidad. Es cierto que puede ser un “campana” (hombre de afuera) o un
ratero (de los que pasan información), pero éste es un significado derivado u
ocasional, pero no preciso. “Piped” no significa “descubierto”, sino visto o notado
(con los ojos). “Flivvers” no son “autos baratos”; son Fords y sólo Fords, por lo
menos donde yo vivo. Por supuesto, cuando esto fue escrito, en 1926, no había
otros autos igualmente baratos. El que estaba más cerca era un Chevrolet, siempre
“chevvy”. (Un par de “flivvers” y un “chevvy”.) Página 107, renglón 18, “case
dough”. Esto significa realmente lo mismo que “plata amarrocada”, no dinero para
un juicio, el que sería uno de entre muchos, muchísimos usos. Teóricamente, es la
reserva intocable de dinero para casos de emergencia —eso y nada más que eso.
(“I’am down to case dough” significa “Me gasté todo el dinero ahorrado y no me
queda más que el último naipe”, etcétera.)
A lo largo de su obra The Iceman Cometh, O’Neill utiliza “the big sleep” como
sinónimo de muerte. Utiliza esta expresión, según lo que el contexto permite
apreciar, como una cosa natural, aparentemente convencido de que se trata de una
expresión aceptada en el mundo del hampa. Si es así, me gustaría saber de dónde
proviene, porque yo inventé la expresión. Es bastante posible que yo la haya
reinventado, pero nunca la vi impresa antes de que yo la usara, y hasta que tenga
alguna evidencia, seguiré pensando que O’Neill la sacó de mí, directa o
indirectamente, y que pensó que estaba usando una expresión corriente.
Lo que no deja de sorprender a los que investigan el argot, las jergas del
hampa o de los deportes, etc., en su origen, es cuán limitado uso hacen del idioma
pintoresco las mismas gentes de las que se piensa no usan otra cosa… Parte del
slang inventado, no todo, se hace corriente entre la gente para la que se lo inventa.
Si uno tiene sensibilidad para este tipo de cosas, creo que muy a menudo, aunque
no siempre, se puede distinguir entre la jerga colorida que producen los escritores
y la dura simplicidad de los términos que tienen su origen en el círculo donde se
los usa realmente. No creo que a ningún escritor se le podría ocurrir una expresión
como “mainliner” para un adicto que se inyecta la droga en una vena. Es
demasiado precisa, demasiado pura.
Octubre 9, 1950
A Charles W. Morton
A fines de 1950
A Carl Brandt
Febrero 5, 1951
A Hamish Hamilton
Julio 2, 1951
A H. R. Harwood[77]
Dice usted que se está preparando “para recibir de inmediato una educación
en los principios de técnica narrativa que todo principiante debe tener”. Permítame
advertirle por experiencia propia que otros no pueden enseñar a un escritor que no
puede enseñarse a sí mismo, y que, salvo los cursos de extensión de las
universidades prestigiosas, en general soy muy pesimista en lo que concierne a la
enseñanza del arte de escribir —y sobre todo esa que aparece en los avisos de las
llamadas revistas de escritores. No le van a enseñar nada que usted no puede
descubrir por medio del estudio y análisis de la obra publicada por otros autores.
Analice e imite; no se necesita de ningún modo otro aprendizaje. Reconozco que la
crítica ajena es provechosa, y a veces hasta necesaria; pero cuando hay que pagar a
cambio de ella, resulta casi siempre sospechosa.
A Hamish Hamilton
La tarea de escribir es para lo que uno vive. Lo demás es algo que hay que
atravesar para poder llegar al meollo. ¿Cómo se puede odiar escribir? ¿Qué hay
para odiar en ello? De la misma manera se podría decir que a alguien le gusta
hachar madera o limpiar la casa, pero odia el resplandor del sol o la brisa nocturna
o el balanceo de las flores o el rocío sobre el pasto y el canto de los pájaros. ¿Cómo
se puede odiar la magia que convierte a un parágrafo, una oración, una línea de
diálogo o una descripción en algo de la índole de una nueva creación?
Abril 1954
A Hamish Hamilton
A Edward Weeks
Le mando con ésta tres poemas o versos [79] o lo que sean, no porque tenga
grandes esperanzas de que usted los quiera publicar, sino porque mi secretaria (¿?)
insiste. Nunca me tomé seriamente como poeta. Hace mucho tiempo, en Londres,
escribí una buena cantidad de poesía que fue publicada en diversas revistas, pero
no he conservado ni una línea. Lo que espero demuestre que en estas cosas soy un
tanto modesto.
Usted debe saber muy bien que los escritores hacen toda suerte de cosas —
por lo menos yo lo hago— no con miras a ganar plata, sino para satisfacer la propia
percepción de que uno existe en varios niveles de pensamiento. También he
tratado de aprender el inglés de Inglaterra que, superficialmente, es como el
nuestro, pero muy diferente en sus inferencias. El nuestro, cuando no es
demasiado profesional, es creativo, imaginativo, libre y aun un tanto salvaje. Algo
así como el inglés de la época isabelina. El inglés es casi una lengua mandarina,
pero está empezando a aflojarse y pienso que probablemente yo podría hacer algo
con ella, puesto que estoy empezando a sentir que con la novela de misterio he
hecho ya todo lo que he podido, o espero que se canse —a mí me pasa, por cierto…
A Helga Greene
A Carl Brandt
Dirigió la vista al gato. Febo soltó un bostezo y produjo una nota agria, tanto
como para demostrar que a él nadie lo engañaba.
“Callate”, dijo Hank.
Febo se sentó, clavó bien alto una pata trasera y se dedicó a limpiarse el pelo.
En la mitad de esta operación, hizo una pausa con la pata levantada y le clavó los
ojos a Hank de una manera deliberadamente insultante.
“Truco muy viejo”, dijo Hank. “Los gatos han estado haciendo eso durante
diez mil años.”
Por sobre la copa de los pinos podía ver el semicírculo de colinas bajas con
una niebla cubriéndoles la mitad de la ladera. A esto el sol le iba a poner rápido
remedio. El aire estaba fresco, pero con un fresco suave, no penetrante. Era un sitio
lo suficientemente bueno como para vivir, pensó Hank. Lo suficientemente bueno
sin duda para una pareja de aspirantes a escritores que, en lo que toca a talento,
eran decididamente malos. Un hombre tiene que ser capaz de vivir allí sin
emborracharse todas las noches. Un hombre posiblemente pudiera. Pero, por
empezar, un hombre posiblemente no viviría allí. Mientras descendía al río trató
de recordar que había ocurrido de extraordinario la noche anterior. No lo logró,
pero tenía vaga sensación de que había habido algún tipo de crisis. Es probable
que hubiera dicho algo acerca del segundo acto de Marion, pero no podía recordar
qué era. No debía haber sido nada de elogioso. Pero, ¿por qué razón se iba a ser
deshonesto con su maldita obra? Emparcharla no la había mejorado para nada.
Decirle que era buena cuando no lo era no la había hecho avanzar a Marion ni una
casilla. Los escritores deben mirarse a sí mismos bien en los ojos, y si es nada lo
que ven allí, ésa es la palabra que se emplea.
Se detuvo y se frotó la boca del estómago. Ahora pudo ver el agua gris acero
entre los árboles y le encantaba verla de esa manera. Se estremeció un poco,
sabiendo lo fría que iba a estar y sabiendo también que eso era lo que le gustaba de
ella. Por unos pocos segundos era una tortura, pero sin llegar a matar, y después
uno se sentía maravilloso, aunque no por suficiente tiempo.
Llegó hasta la orilla, dejó la toalla y un par de zapatillas que llevaba consigo
y se despojó de la camisa. Qué solitario estaba eso. El tenue sonido que hacía el
agua era el sonido más solitario del mundo. Como de costumbre, anheló tener un
perro que retozara entre sus piernas, dando gruñidos, y que nadara con él; pero era
imposible tener un perro con Febo, demasiado viejo y demasiado arisco como para
tolerar un perro. O bien se lavaría encima del perro, o el perro lo agarraría fuera de
equilibrio y le rompería el espinazo. Sea como fuere, haría falta un tipo de perro
excepcional para meterse en esa agua helada. Hank lo tendría que arrojar adentro.
El perro se asustaría, tendría problemas con la corriente y Hank tendría que
arrastrarlo afuera. Había veces en que era la única manera en que él mismo podía
salir.
“Mirá”, dijo en voz alta y aún jadeando un poco, “así no se empieza un día.
Realmente no se empieza”.
Caminó con cuidado por la áspera orilla, tomó la toalla y se frotó la piel
violentamente, empezándose a sentir tibio, descansado y flojo. Los gusanos en los
músculos ya no estaban. El plexo solar estaba relajado como un flan.
Se puso la ropa y las zapatillas y emprendió el regreso colina arriba. Ya en
camino, empezó a silbar un tema de algún movimiento sinfónico. Luego trató de
recordar qué era, y cuando se acordó se puso a pensar sobre el compositor, la vida
que había vivido, las luchas, el infortunio, y ahora estaba muerto y podrido, como
tantos hombres que Hank Bruton había conocido en el ejército.
Febo estaba aún afuera en el porche trasero, pero estaba aullando como un
desaforado, lo cual significaba que Marion se había levantado. Estaba en la cocina,
con ropa de calle y, encima, una bata color canela.
Dijo Hank: “¿Por qué no esperaste que volviera? Te hubiera llevado el café a
la cama.”
Clavó la vista en un rincón, como si viera allí una tela de araña. “¿Cómo te
fue con la natación?”, preguntó de manera ausente.
“Bueno, por Dios”, dijo Hank. “¿Cómo pasó a ser un gato de porquería el
pobre Febo? Creía que él roncaba fuerte aquí. Razón de que no lo hubieran hecho
picadillo.”
“La próxima vez lo podrás alimentar como te plazca”, dijo Marion. “Yo no
voy a estar aquí.”
“No peor que de costumbre”, contestó ella. “Y gracias por no decir otra vez.
La última vez que me fui.” Se interrumpió, y su voz se enredó un poco. Hank
inició un movimiento hacia ella, pero ella se repuso de inmediato. “Te podés
preparar el desayuno vos solo. Tengo que terminar de hacer las valijas. La mayor
parte la hice durante la noche.”
Se volvió desde el vano de la puerta. “Sí, claro.” Su voz era ahora tan dura
como el taco de una bota. “Podemos invertir unos fascinantes diez minutos en eso,
si te apuras.” Y salió. Sus pasos crujieron en la escalera mientras subía.
Hank abrió tironeando las puertas plegables del garaje e inspeccionó las
gomas del Ford. Estaban gastadas, pero aún tenían aire. El auto estaba lleno de
polvo. Yo soy un escritor, pensó Hank. No tengo tiempo para trabajos manuales. Y
fue hasta la parte delantera del auto hacia un rincón oscuro en el que había un
montón de bolsas. Debajo de las bolsas había una damajuana con whisky hasta la
mitad. Hank aflojó el cuello del ancho corcho y enarboló el pesado envase sobre la
parte externa de su brazo en el estilo correcto. Se demoró sosteniéndola, haciendo
equilibrio como un levantador de pesas. Luego bebió profundamente y, bajando la
damajuana, le colocó el corcho y la puso de vuelta debajo de las bolsas.
No la necesito para nada, se dijo y casi se lo creyó. Pero será para ella una
satisfacción olerlo en mi persona. Marion es una chica a quien le gusta tener razón.
Cuando ella bajaba las escaleras, él estaba de pie en el centro del living.
Marion tenía un cigarrillo en la boca y parecía muy serena. Hasta tenía un aire de
eficacia, aunque los muebles del living no condecían con ese diagnóstico.
Permanecieron quietos y se miraron, mientras Hank llenaba la pipa y la encendía.
“El auto anda bien”, dijo Hank. “¿Querés tomar el de las diez y cinco?”
Hank la miró con los ojos en blanco. “No quiero nada de toda esta basura”,
dijo Marion, echando una mirada a los anticuados muebles de segunda mano que
apenas habían terminado de pagar dificultosamente. “No quiero nada de esta casa.
Excepto mi ropa. Mi ropa y adiós”. Sus ojos se posaron en la mesa de trabajo que
había en un rincón, un macizo y rústico bulto de madera, con patas destartaladas y
un tapete de arpillera puesto con chinches sobre la tabla pelada que hacía de mesa.
Miró la vieja Underwood, las hojas sueltas y en blanco, los lápices y la caja de color
crema con letras en rojo que contenía lo que se había consumado de la novela de
Hank.
Lo miró con una sonrisa tensa. “Pero claro. ¿Y entonces qué? Vos no sos un
hombre. Vos sos un espécimen físicamente perfecto de eunuco alcohólico. Sos un
zombie en excelente forma. Sos un cadáver con una presión sanguínea
absolutamente normal.”
“El diálogo. Además es demasiado largo”, dijo Hank. “Y hoy en día los
actores no hablan al público. Hablan entre sí.”
Hank le echó una mirada a su reloj pulsera. “Vos no te casaste conmigo para
escribir una obra de teatro”, le dijo suavemente. “Como yo tampoco me casé con
vos para escribir una novela. Y en aquel entonces vos también empinabas bastante
bien el codo, ¿te acordás? Hubo una noche en que te desmayaste y te tuve que
desvestir y acostarte.”
“¿Tuviste?”
“¿Y acaso en esa época yo no pensaba que vos eras un gran tipo?” El
recuerdo romántico, si eso es lo que era, no causó sobre ella más impresión que la
que hace una pisada sobre el suelo. “Tenías chispa, imaginación, y una suerte de
regocijo bucanero. Pero yo no tenía que estar observando cómo te hundías en el
embotamiento, ni estar acostada despierta en la noche escuchando cómo la casa se
derrumbaba con tus ronquidos.” Su voz perdió un poco de aliento. “Y lo peor de
eso, o casi lo peor…
“… ni siquiera estás irritable por las mañanas. No te despertás con los ojos
vidriosos y la cabeza como un tonel. Te limitas a sonreír y a arrancar de donde
dejaste. Lo que te identifica como el sempiterno beodo de nacimiento, nacido para
los vahos de alcohol, viviendo entre ellos como vive la salamandra en el fuego.”
Su voz se hizo más aguda, acercándose a la histeria. “¿No sabes lo que les
pasa a seres como vos? Un buen día saltan en pedacitos como si una bomba les
hubiese caído encima. Por años y años no muestran prácticamente ni una huella de
deterioro. Se emborrachan todas las noches y todas las mañanas empiezan a
emborracharse de nuevo. Se sienten maravillosamente. No les hace nada de nada.
Y entonces llega el día en que, de repente, sucede lo que con personas normales
tiene que suceder lentamente, a través de los meses y los años, en dosis razonables
en un tiempo razonable. De ver a un hombre saludable se pasa, en un instante, a
ver a un horror exhumado que trasuda whisky. ¿Crees que yo me puedo quedar a
esperar eso?”
“Yo traigo el auto”, dijo Hank y abandonó el cuarto. Ella había dicho su
parte, eso era lo que importaba. Había estado despierta en la noche, planeándolo
todo y transformándolo en palabras, y lo había ensayado y puesto a prueba frente
al silencio y ahora se lo había dicho a él y la escena estaba lograda. Hank pensó que
tal vez podría haber sido interpretada un poco mejor. También podría haber sido
un poco más corta, pero, qué diablos, eran tan sólo una pareja de escritores.
Antes de sacar el Ford del garaje, le dio de nuevo al whisky. Cuando trajo el
auto al frente de la casa, Marion estaba de pie en uno de los ángulos exteriores del
porche, mirando por encima de los árboles. Había sol en los flancos de las colinas y
la niebla se había disipado. Pero aún estaba un poco fresco a esa altitud. Marion
tenía puesto sobre el pelo oscuro un pequeño sombrero que no le sentaba, y sus
labios apretaban estrechamente un cigarrillo, como una tenaza sosteniendo la
cabeza de un tornillo. Hank entró en la casa sin dirigirle la palabra. Arriba estaban
las dos valijas, el maletín, la caja de sombreros y el pequeño baúl verde con las
esquinas redondeadas de bronce. Transportó todo abajo y lo colocó en la parte
trasera del auto. Marion ya estaba en su asiento.
“A vos te gusta luchar con ese río, ¿no es cierto? ¿Es peligroso?”
Marion le echó una mirada constante que luego dirigió al frente por el
parabrisas polvoriento.
“En un año me habré olvidado de tu existencia”, dijo ella. “Es un poco triste.
¿Pero cuánto de la vida de una mujer espera drenar un hombre como vos?”
Hank le volvió a palmear el hombro y esta vez no dijo nada. Ninguno de los
dos habló hasta que llegaron a la estación. Hank cargó el equipaje y lo depositó
junto a la vía. Quiso hacerle el trámite de despacho del baúl, pero Marion dijo que
lo haría ella misma.
“Bueno, esperaré sentado en el auto hasta que partas”, dijo Hank. Le apretó
el brazo, pero Marion se dio vuelta y se fue caminando. Estuvo sentado en el auto
durante un largo tiempo antes de que llegara el tren. Le empezaron a venir ganas
de beber. Creyó que Marion lo miraría y que al menos le haría un gesto con la
mano antes de subir al tren. Pero no lo hizo. No tenía por qué haber esperado.
Podría haber estado en casa y dándole a la botella desde hacía un buen rato. Era un
gesto inútil esperar. Peor que eso, ni siquiera tenía clase. Observó el tren hasta que
se perdió de vista, sin mover un músculo. Y eso también resultaba inútil y sin
clase.
Cuando estuvo de vuelta en casa, el sol estaba caliente y la tenue brisa que
se agitaba a través del pasto también estaba tibia. Y susurraban en ella los árboles,
hablándole a él, diciéndole que era un día solitario. Entró lentamente a la casa y
esperó que el silencio lo poblara por completo. Pero la casa no parecía más vacía
que antes. Zumbaba una mosca y un pájaro parloteaba sobre un árbol. Miró a
través de la ventana para ver qué clase de pájaro era. Él era un escritor y debía
saberlo, pero no pudo ver al pájaro y, de cualquier manera, no le importaba un
pito.
“Si por lo menos tuviera un perro”, dijo en voz alta y se quedó esperando el
lúgubre eco. Se dirigió a la sólida mesa de trabajo, le sacó la tapa a la caja y leyó la
primera página de su manuscrito, sin sacarla de la caja.
“Un pastiche”, dijo con tristeza. “Todo lo que escribo suena como algo que
un autor verdadero ha desechado.”
Salió de la casa para volver a guardar el auto en el garaje, sin ningún otro
motivo más que por estar allí la damajuana de whisky. La cargó hasta la casa y la
colocó sobre la mesa de trabajo. Consiguió un vaso y lo puso al lado de la
damajuana. Luego se sentó y se quedó mirándola. Estaba a su disposición, y quizás
por eso no era imperioso que la tomara en ese preciso instante. Se sentía vacío,
pero no con esa clase de vacío que la bebida puede llenar.
“Sentate en cualquier lado”, le dijo Hank al gato. “La casa es toda tuya.” Le
ofreció a Febo comida, pero sabía que Febo no la quería, y no la quiso. Entonces fue
y se sentó a la mesa de trabajo y puso una hoja de papel en la máquina de escribir.
Al poco tiempo Febo se subió a la mesa a su lado y se puso a mirar por la ventana.
“Un tipo no trabaja el día que lo deja su mujer, ¿no es cierto, Febo? Se toma
el día franco.”
“No hay duda de que sos un gato curtido y un cretino lleno de vicios.
Tendría que escribir un cuento sobre vos.”
Hank alzó lo que había en el auto sin la menor ayuda de Simpson. Cuando
todo estuvo afuera, el amigo Simpson soltó el embrague y partió, sin haber
pronunciado una sola palabra y sin haber mirado a ninguno de los dos.
“¿Por qué estaba enojado?”, preguntó Hank.
“No estaba seguro”. Hank hizo un gesto vago con la cabeza. Marion se echó
a llorar sin cuidarse y él le pasó un brazo en torno a los hombros.
Hank asintió y observó cómo se enjugaba los ojos y elaboraba una tensa y
avergonzada sonrisa en su rostro.
“Hank”, dijo ella con desesperación. “Me siento horrible. ¿Qué va a ser de
nosotros?”
“No va a pasar demasiado”, dijo Hank. “¿Por qué habría que pasar?
Podemos durar todavía seis meses.”
“No me refiero al dinero. Tu novela, mi obra de teatro. ¿Qué va a ser de
ellas, Hank?”
Cerró las puertas del garaje y colocó el pasador de madera en su sitio. Ya era
noche cerrada, y los espacios debajo de los árboles eran profundos y negros.
“Ni uno ni otro”, dijo Hank. “Es sólo un título que se me ocurrió.”
“¿Un título para qué? ¿Un cuento?”
A Charles W. Morton
A Charles W. Morton
El material de Hollywood constituye una veta tal, que uno apenas sabe
dónde empezar a escribir sobre él. Se merece un libro entero —pero algunos
aspectos deberían ser indagados y la recompensa podría ser un tanto escasa.
A Charles W. Morton
Aun en sitios tan alejados como Nueva York, donde Hollywood da por
sentado que vive toda la gente realmente inteligente (puesto que es obvio que no
vive en Hollywood), puede percibirse la epidemia de exageración.
Y éstas, queridos lectores, son las criaturas de un millón de dólares —la flor
y nata—. La mayoría de los muchachos y muchachas que escriben para el cine
jamás llegan ni de cerca a esto. Destinan sus resplandecientes textos y su destreza
estructural a rutinarias películas de cowboys, baratos melodramas de pistoleros,
especímenes de horror sobre científicos locos y series de suspenso con alaridos de
rubias y sierras circulares. Los autores de estas bobadas son aplastados antes de
empezar. Aun en un sentido puramente técnico, el trabajo de ellos está sentenciado
por falta de tiempo para hacerlo adecuadamente. El desafío de escribir para el cine
es decir mucho en muy poco, sacar después la mitad de ese poco y conservar aun
una impresión de facilidad y de acciones naturales. Una técnica como ésta requiere
experiencia y eliminación. Las películas baratas simplemente no se pueden
permitir este lujo.
Lo que un escritor sienta hacia el productor como ser humano interesa muy
poco: el hecho de que el productor pueda alterar, destruir y pasar por alto su
trabajo puede obrar sólo en el sentido de amenguar ese trabajo en su concepción y
hacerlo mecánico e indiferente en su ejecución. No puede haber un anhelo de
perfección donde la perfección se define por arbitraria decisión de la autoridad. No
se puede defender lo que nace en soledad y del corazón frente al dictamen de un
comité de sicofantes. Las esencias volátiles que conforman la literatura no pueden
subsistir a los clisés de una extensa serie de deliberaciones sobre el contenido. Muy
poco de la magia de las palabras, las emociones o situaciones puede seguir vivo
después de las incesantes correcciones hasta el hueso a las que se somete a los
autores de Hollywood por medio de un procedimiento de reglamentación por
decreto. Que en algunas ocasiones y por algún tipo de magia aún más extraño, esta
magia sobreviva y alcance la pantalla, es el insólito milagro que impide que un
manojo de buenos autores de Hollywood se corte el pescuezo.
Los que tienen dinero y poder supremo pueden hacer con Hollywood lo que
quieran —siempre y cuando no les importe perder lo invertido—. Pueden destruir,
de la noche a la mañana, a cualquier ejecutivo de un estudio, con o sin contrato; a
cualquier estrella, productor o director —como individuos—. Lo que no pueden
destruir de Hollywood es el sistema. Puede que sea despilfarrador, absurdo, aun
deshonesto, pero es todo lo que hay, y no hay junta directiva fría que pueda
reemplazarlo. Se ha intentado, pero los empresarios siempre ganan. Siempre ganan
contra el mero dinero. Lo que a largo plazo —muy largo plazo— nunca pueden
derrotar es el talento, aun el talento literario.
Lo que temo, realmente, es que sea un plazo muy largo. No hay al presente el
más mínimo indicio de que el autor de Hollywood tenga miras de adquirir un
control real sobre su trabajo, algún derecho a elegir lo que ese trabajo ha de ser
(aparte de rechazar empleos, lo que sólo puede hacer entre límites muy estrechos),
o aun el derecho de decidir cómo se ejecutarán los aspectos meritorios del trabajo
escogido por el productor. No hay al presente ninguna garantía de que sus mejores
líneas, sus mejores ideas, sus mejores escenas no hayan de ser alteradas u omitidas
en el set por el director, o dejadas caer al piso en el posterior proceso de
eliminación —por la simple pero esencial razón de que las cosas mejores de una
película, artísticamente hablando, son las más fáciles de dejar de lado,
mecánicamente hablando.
Si esto es así, ¿por qué razón un autor de genuina habilidad tiene que seguir
escribiendo para Hollywood? La razón obvia no es suficiente: son pocos los
autores de guiones que poseen una casa en Bel-Air, piscinas iluminadas, esposas
con tapados de piel, tres sirvientes, y con ese aire de genio cansado que se ha
vuelto un tanto huraño. Es patético lo poco que puede comprar el dinero en
Hollywood, si se exceptúa el placer de vivir en un mundo irreal en conjunción con
un estrecho grupo de gente que no piensa, habla o bebe nada que no sean
películas, malas en su mayor parte, o el dudoso placer de presenciar cómo actores
y actrices famosos se llenan de alcohol en alguno de los restaurantes más toscos del
universo.
Esto no quiere decir que Hollywood resulte más aburrida o más disipada
que cualquier otra sociedad adinerada: Dios sabe que no sería posible. Pero es
recompensa muy magra para alguien que ha dedicado su vida entera a la técnica
esencial de lo que puede ser un gran arte… El ambiente de amistosidad superficial
de Hollywood resulta agradable —hasta que se descubre que prácticamente cada
manga esconde un cuchillo—. La camaradería durante las horas de trabajo con
hombres y mujeres que se toman en serio el oficio de la ficción aporta sólo un calor
mortecino a su solitario corazón.
Aparte de esto, quiero suponer que hay esperanza; hay variadas esperanzas.
Esta cruel dinastía no ha de durar para siempre, el productor dictatorial ya se
tambalea un poco, la figura del director omnipotente hace rato que es un chiste en
su propio estudio; dentro de poco no lo va a salvar ni el tecnicolor. Hay esperanza
de que este sistema decadente y provisorio haya de pasar, de que estos sultanes
pomposos entiendan de alguna manera que los guiones sólo pueden ser
preparados por escritores, que sólo escritores con amor propio e independencia
pueden escribir buenos guiones, y que los métodos con los que se los trata
actualmente producen sólo la destrucción de la fuerza misma que le da vida a una
película.
Existe también la intensa y hermosa esperanza de que los mismos autores de
Hollywood —los que estén en condiciones de hacerlo— comprendan que escribir
para el cine no es tarea para profesionales o para seudoescritores cuyos problemas
siempre los resuelve algún otro. Es una debilidad propia del escritor como artista
el que permita que supremos ególatras lo desangren de toda iniciativa,
imaginación e integridad. Si nada más que una cuarta parte de los autores de cine
de Hollywood “altamente remunerados” fuera capaz de producir, por su propio
poder, un libro totalmente integrado y fotografiable, en el que los únicos debates e
interferencias permitidos fueran los necesarios para proteger la inversión del
estudio en materia de actores y para eximirlo de manera segura de los problemas
de la difamación y la censura, entonces el productor asumiría su función específica
de coordinar y conciliar las diversas artes que se combinan para la ejecución de
una película; y el director —que el cielo se apiade de su ensoberbecida alma— se
vería reducido a la ignominiosa tarea de hacer películas tal como han sido
concebidas y escritas y no como las hubiera escrito el director en el caso de saber
cómo escribirlas.
Dentro del estudio mismo, no hay ninguna correspondencia entre las artes;
el autor de guiones promedio —y el que está muy por encima del promedio—
apenas si tiene algún conocimiento sobre los problemas técnicos del director, y
ninguno en absoluto sobre el entrenamiento y la destreza superlativa del que
maneja las tijeras. Invierte toda su energía en la redacción de escenas que no
pueden filmarse o que, si se filman, hay que desechar, en escribir diálogos que no
se pueden decir, efectos sonoros que no es posible escuchar, y matices en estados
de ánimo y emociones que la cámara no puede reproducir. Su concepción de una
escena efectiva es algo que debería filmarse en el fondo del hueco de una escalera o
desde el agujero de un topo; o una conversación tan petrificada que, para conferirle
cierta sensación de movimiento, obligaría al director a filmarla desde nueve
ángulos diferentes.
A Charles W. Morton.
A Charles W. Morton
Le he estado debiendo carta por tan largo tiempo que me imagino que se
debe estar preguntando si aún estoy vivo. Hay ocasiones en que yo también me lo
pregunto… Permítame informarle que la bomba que le dirigí a Hollywood explotó
aquí en medio de un silencio helado… Teniendo en cuenta el contenido,
absolutamente al margen de la reputación del autor, y teniendo en cuenta el
“Atlantic”, me parece lógico pensar que el asunto fue detenido a requerimiento de
los jefes de publicidad del estudio… De diversas e indirectas maneras, escuché que
el trabajo no había sido visto con buenos ojos. El editor de guiones de la
Paramount le dijo a mi agente que me había perjudicado muchísimo frente a los
productores de la Paramount. Charlie Brackett [83] dijo: “Los libros de Chandler no
son lo suficientemente buenos ni sus películas lo suficientemente malas, como para
justificar este artículo.” Me llevó un poco de tiempo tratar de entender lo que
quería decir. Me parece que los únicos tipos que pueden decir lo que piensan sobre
Hollywood son: a) un fracaso en Hollywood, o b) una celebridad en alguna otra
parte. Yo le contestaría al señor Brackett que si mis libros fueran peores de lo que
son, no me habrían invitado a Hollywood, y que si hubieran sido mejores, yo no
hubiera venido…
A Alfred A. Knopf[84]
Es un gran tema para una novela —probablemente el mejor que quede aún
sin tocar—. Pero cómo hacerlo con mente honesta, eso es lo que me desconcierta.
Es como una de esas revoluciones de palacio en Sudamérica, dirigida por oficiales
con uniformes de opereta —recién cuando la cosa está terminada, hileras de
harapientos cadáveres yacen junto a los muros y uno se da cuenta de golpe que no
tiene nada de divertido, que esto es un circo romano, tremendamente cerca del fin
de una civilización.
A James Sandoe
The Bine Dahlia, como usted ya debe de saber, ha sido exhibida en varios
sitios, incluyendo Nueva York… Las mejores críticas que leí provienen de
Inglaterra, las peores de “The New Yorker”, pero al tipo del “New Yorker” se le
permite que le guste sólo una película al año…
Octubre 2, 1947
A James Sandoe
… La crítica desfavorable a The Bine Dahlia en el “New Writing” no me
molesta. Yo coincido en un montón de cosas. He alcanzado ese venturoso estado
en el que soy completamente insensible a la crítica adversa, mientras por otro lado
irradio placer con la otra. Si fuera uno de esos tipos de cartas-al-editor, invertiría
unos minutos para debatir un par de puntos. Por ejemplo, es risible que se sugiera
que cualquier escritor de Hollywood, por alharaca que haga, tenga carta libre con
el guión; puede que tenga carta libre con el borrador preliminar, pero después de
eso empiezan a echársele encima. Además, lo que ocurre en el set está fuerza de
control del autor. Respecto de eso, yo amenacé con abandonar la filmación —aún
no finalizada— a menos que hicieran desistir al director de injertar un nuevo
diálogo de su propia creación. En cuanto a las escenas de violencia, yo no las
escribí de esa manera… El incidente de la fractura de un dedo del pie fue un
accidente. El hombre se fracturó realmente el dedo, y el director lo capitalizó de
inmediato.
Ahora bien, el técnico en montaje sabe que todo esto es chapucero, bodrioso,
un muerto de los primeros días de la cinematografía en que nada más que el
movimiento era ya excitante. Lo que realmente importa es la ventanilla de poste
restante y el tipo recibiendo la carta. Pero el director fracasa en la producción de
esta escena al hacer que la enigmática sonrisa de la muchacha se vaya
desvaneciendo y la audiencia se pregunta qué se trae bajo el poncho. De modo que
tienen que borrarlo por medio de una serie de toma absolutamente innecesaria que
muestran la llegada al correo. El director se ha esmerado en darle relevancia a algo
que, en este momento, no la tiene en absoluto y ha trastornado por entero el
mecanismo del montaje. El meollo es ver si una determinada carta ha llegado. Una
mano se extiende por sobre el mostrador y el tipo recibe la carta. Eso es todo. Pero
eso no es lo que la escena precedente lo deja pensando a uno. Lo que mío pensaba
es qué es lo que estaría maquinando la muchacha mientras el tipo estaba en el
correo. Y el pobre hombre del montaje, para hacer su trabajo, tiene que
desperdiciar película para lograr que la gente se olvide. No sólo eso, tiene que
obligarlos a mirar un bodrio.
Hitchcock, la única vez que lo vi, me dio una conferencia sobre este tipo de
desperdicio fílmico. Su teoría era que Hollywood (e Inglaterra también) estaba
llena de directores que aún no habían logrado olvidarse del biógrafo. Todavía
piensan que con sólo tener movimiento una película le tiene que interesar a la
gente. En los primeros días del cine, me dijo, un hombre iba a visitar a una mujer a
su casa. Habían sido viejos amantes y hacía años que no se veían. El director lo
filmaba de la siguiente manera:
Bueno, yo no sé por qué sigo con esto. Supongo que es la sorpresa que me
produce comprobar que, a pesar de todo el dinero, todo el tiempo, todo el trabajo,
todas las reflexiones y discusiones, son aún apenas unos pocos los que saben
realmente cómo se hace una película.
A Joseph Sistrom[85]
A Joseph Sistrom
A Carl Brandt
Trabajé una vez para la Metro Goldwyn Mayer en esa helada planta de
almacenaje que ellos llaman el Thalberg Building, cuarto piso. Tenía un productor
simpático, George Haight, un buen tipo. Por aquella época algún alcornoque
decidió que los escritores producirían más si no tenían un sofá en el que echarse.
En consecuencia no había sofá en mi oficina. Como no soy hombre de detenerme
en pavadas, saqué del coche una manta de viaje la extendí sobre el piso y allí me
eché. Cuando Haight vino a hacerme una visita de cortesía, se precipitó al teléfono
y a grito pelado le dijo al editor de guiones que yo era un escritor horizontal y que
por el amor de Cristo le enviara un sofá. Con todo, la atmósfera helada de ese
almacén se volvió demasiado acelerada y dije que trabajaría en casa. Me dijeron
que Mannix había dado órdenes de que ningún escritor trabajara en su casa. Yo
dije que a un hombre tan importante como Mannix se le debería otorgar el
privilegio de cambiar de idea. De modo que trabajé en casa, y fui allí sólo unas tres
o cuatro veces para hablar con Haight.
Trabajé nada más que para tres estudios y Paramount fue el único que me
gustó. De alguna manera logran mantener allí una atmósfera de country club. En la
mesa de escritores de la Paramount escuché las mayores agudezas que oí jamás en
mi vida. Recuerdo una anécdota sobre cierta estrella de cine que nos contó Harry
Tugend, cuando estaba empeñado en ser productor contra su propia voluntad:
“Ustedes saben que éste es un trabajo de porquería. Uno tiene que sentarse y
hablar en serio con ese cerebro de mosquito sobre si este papel va a ser bueno o no
para su carrera y al mismo tiempo tratar de no ser dolado.” Ante lo cual chilló la
voz de un joven un tanto inocente: “¿Usted quiere decir que es ninfómana?” Harry
frunció el ceño a la distancia, suspiró y dijo lentamente: “Bueno, me imagino que lo
sería, si se la pudiera mantener quieta un segundo…”
A Alex Barris
Setiembre 4, 1950
A Hamish Hamilton
Strangers on a Train
4) Al mismo tiempo que lo convence a Bruno de todo esto, tiene que fallar en
convencerlo por completo, de modo de que quede flotando en la mente de Bruno
la sospecha de que el joven planea alguna treta, y no llevar a cabo lo planeado en
sentido literal.
Bueno, ¿qué tiene que ver todo esto con el Joven y Bruno? ¡Qué pregunta
estúpida! No tendría que haber preguntado. Cuanto más reales uno haga al Joven
y a Bruno, más irreal se hará la relación entre ellos, y mayor será la necesidad que
tengan de racionalización y justificación. Uno desearía ignorar esto y seguir
adelante, pero es imposible. Hay que enfrentarlo, porque, con toda deliberación,
uno ha llevado al público al borde de percibir que de lo que realmente trata esta
película es del horror de un absurdo hecho realidad —un absurdo (y subrayo esto
porque es de suma importancia)— al que le falta muy poco para ser imposible. Si
se escribiera una novela sobre un hombre que se despierta a la mañana con tres
brazos, la novela sería sobre lo que le ocurre como resultado del tercer brazo. No
habría que justificar que lo tuviera. Ésa sería la premisa. Pero la premisa de esta
historia no es que un joven agradable podría, en determinadas circunstancias,
asesinar a un completo extraño nada más que para apaciguar a un demente. Éste es
el resultado final. La premisa es que si uno le estrecha la mano a un loco, puede
haberle vendido el alma al diablo.
A Ray Stark[87]
A Hamish Hamilton
A Charles W. Morton
Diciembre 7, 1950
A James Sandoe
Noviembre 7, 1951
A Dale Warren
Si se va a Hollywood nada más que a hacer plata, hay que reconocerlo con el
más absoluto cinismo, sin que a uno le importe demasiado lo que haga. Y si uno
cree realmente en el arte del cine, es una tarea a largo plazo y hay que olvidarse de
escribir otra cosa. Preocuparse de las palabras por las palabras mismas resulta fatal
para el buen cine. No son el objetivo del cine. No es la pasión de mi vida, pero
podría haberlo sido si hubiera empezado veinte años atrás. Pero veinte años atrás
nunca hubiera podido llegar allí, y esto es válido para mucha otra gente. A uno no
lo quieren hasta que se haya hecho un nombre, y para cuando uno se ha hecho un
nombre, ha desarrollado un tipo de talento que ellos no pueden usar. Todo lo que
harán es arruinarlo, si uno los deja. Las mejores escenas que escribí en mi vida eran
prácticamente monosilábicas. Y la mejor escena corta que escribí, según mi opinión
personal, es una en que una muchacha dice “iuju” tres veces con tres entonaciones
distintas, y nada más que eso.
A Carl Brandt
A Dale Warren
Febrero 4, 1953
A James Sandoe
… The Young and the Damned me pareció una película interesante, con buena
fotografía y dirección. Si a uno le gusta pasarse una tarde dando cabriolas en
medio de los vaciaderos de basura de una gran ciudad, me imagino que disfrutaría
de este tipo de cosas. Es esa clase de cine sombrío y sórdido tras el que se
precipitan a toda velocidad las termites de la cultura, pero que realmente no
agrega mucho al hecho de que algunos aspectos de la vida son bastante inmundos
y que nadie hace prácticamente nada al respecto. En cuanto a los críticos… no hay
ninguno que esté siempre en lo cierto; ninguno tiene por qué estarlo. Siempre hay
películas que a uno le pueden gustar por razones que no tienen nada que ver con
la crítica. Puede ocurrir que respondan por casualidad a un estado de ánimo, o que
se acerquen a una experiencia del individuo. A mí mismo me gustan a veces
películas que los críticos juzgan malas, y a menudo las películas que elogian los
críticos me parecen pesadas y tediosas, y así sucesivamente.
A Charles W. Morton
… La otra noche vi una obra por televisión llamada Patterns de Rod Serling;
es sobre un ingeniero joven al que trasladan a las oficinas en Nueva York de un
enorme complejo financiero, para reemplazar a un ejecutivo entrado en años, pero
de moral intachable, al que el patrón está decidido sacarse de encima. Poco a poco
el más viejo llega a darse cuenta de lo que le está ocurriendo, y poco a poco el
joven empieza a bullir de indignación ante la despreciable vileza y la crueldad
innecesaria del trato que el patrón le dispensa al más viejo, simplemente porque no
quiere mostrar la hilacha y pedirle la renuncia. Al final el más viejo muere de un
ataque al corazón… y el joven va a ver al patrón con la intención de hacerlo
pedazos. El patrón hace una defensa magnífica y estupendamente escrita en la que
expresa que su tarea es la de llevar a los hombres a la cúspide del triunfo, pero que
si fracasan en la empresa qué se le va a hacer. La inferencia es clara: los ejecutivos y
empleados existen sólo para el bien de la compañía, pero como individuos
simplemente no cuentan.
A John Houseman[90]
… Con Lust for Life usted realmente logra una obra maestra. La actuación de
Kirk Douglas, en lo que podía haber sido con toda facilidad un rol monótono y
tedioso, resulta algo que uno ya ni se espera de un actor de Hollywood, la total
entrega de sí mismo a un papel. Me pareció absolutamente soberbio. Su andar era
el de un psicòtico, ese andar indolente, jactancioso. Todo lo hizo a la perfección, y
eso que una buena parte se debe haber desperdiciado, y él debe haberlo sabido.
Usted dijo una vez: “¡A nadie le puede gustar realmente un actor!” Bueno, en
algún sentido quizás no. Pero es imposible que a uno no le guste un artista. Le
tiene que gustar Gielgud por lo que ha hecho por el teatro, y le tiene que gustar
Peggy Ashcroft porque, aunque es más bien fea, es una mujer modesta y tiene una
de las voces más hermosas que me será dado escuchar. Y a uno le tiene que gustar
Kirk Douglas como hombre que puede dejarse a sí mismo a un costado y hacer de
ello algo hermosísimo. Después de todo, gente como ésta no viene por correo.
A Edward Weeks
Abril 16,1957
A Helga Greene
A Edgar Carter
Yo no creo que este contrato resulte algo, pues esta gente está convencida de
que puede establecer las reglas. A su debido tiempo, aunque quizás yo no lo vea,
se darán cuenta de que no pueden. Y yo prefiero no tener ningún programa a tener
uno que me haga pasar por estúpido. Cuando uno es joven y tiene mujer e hijos,
tiene que aceptar cosas que yo no tengo por qué aceptar. Yo no tengo a nadie y
puedo pasar el resto de mi vida con lo que tengo ahora. Y dejando eso de lado, yo
soy un personaje un tanto belicoso. Creo que ya lo demostré en Hollywood…
Lo que la televisión le paga a los autores es ridículo. Unos pocos sacan una
buena suma, pero esos son los que escriben cosas originales. El autor de televisión
promedio es de mediocre para abajo. Ésa es la razón por la que pensé que yo
podría trabajar personalmente en el libreto, pero usted puede pensar que estoy en
un error. Nunca seré un buen autor de televisión por la misma razón que nunca fui
realmente un buen autor de guiones. Amo las palabras. Es cierto que estas resultan
más importantes para la televisión, porque de otra manera las marmotas pensarían
que no pasa nada y se irían a tomar una cerveza. O si no pondrían el programa de
lucha libre.
A Harris L. Katleman[92]
A Hamish Hamilton
Enero 9, 1946
A Hamish Hamilton
Principios de 1946
A Hamish Hamilton
… Algún día me gustaría discutir con vos por qué razón el editor no ha sido
nunca capaz de asegurarle al escritor un ingreso decente salvo en los casos de un
éxito estrepitoso. No me parece lógico. Podría entenderlo en aquellas épocas en
que el público lector era extremadamente escaso, pero hoy en día se parece más a
un fracaso económico. Que un hombre cuyos libros los conoce todo el mundo, no
sea capaz de sacar un ingreso medianamente decente de esos libros me resulta un
absurdo. Lo que me imagino es que hay muchos intermediarios funestos en el
sistema.
Marzo 8, 1947
A James Sandoe
Soy un tonto de remate por no escribir novelas. Todavía saco unos 15.000
dólares al año con las que escribí. Si produjera una realmente buena en el futuro
cercano, probablemente sacaría un montón de dinero. Es de lo más curioso que mi
mejor público, en términos relativos, esté en Inglaterra, donde mi editor, a pesar de
la terrible escasez de papel, está haciendo reimprimir todos mis libros. Y allí
también, críticos de primera línea, como Desmond MacCarthy y Elizabeth Bowen,
les hacen la reseña. Mac Carthy me criticó, dijo que la dureza tenía una buena parte
de camelo (lo cual es cierto), pero teniendo en cuenta el hecho de que él escribe
sólo un artículo por semana y que lo dedica por entero a uno mío, me preocupa
mucho menos su censura que el uso que hizo del espacio.
Octubre 6, 1946
A Hamish Hamilton
A. H. N. Swanson
… Ésta es para darle las gracias, las más efusivas gracias por su radio, regalo
de Navidad.
Así que ahora estoy buscando un par de jarrones Ming de una antigüedad
de mil doscientos años para obsequiárselos en su próximo cumpleaños, y espero
que resulten lo suficientemente grandes como para ser usados de receptáculo de
los clientes que descarte.
Junio 2, 1947
A Dale Warren
… Siempre detesté los clubs del libro y no he dejado de pensar jamás que el
editor se guardaba más que demasiado de los derechos de reimpresión y de otros
derechos de los libros que él publicaba. El hecho de que, ocasionalmente, haga
alguna concesión a escritores consagrados no altera su forma de proceder con los
escritores no consagrados. El editor podría encontrar quizás alguna justificación de
sí mismo, pero jamás hará conocer las cifras. No le dirá lo que los libros le cuestan
a él, no le dirá a cuánto ascienden sus gastos generales, no le dirá nada. Apenas
usted trate de entablar con él una conversación de negocios, adopta la postura de
caballero y académico, y cuando usted pretende encararlo en términos de su
integridad moral, empieza a hablar de negocios.
Por el momento no hay mucho que hacer… Tengo una novela de misterio a
medio terminar[94]. Está escrita de manera soberbia, pero algo me falló con la
historia. Éste es un viejo mal mío. Mi cerebro está muy, muy cansado. Acabo de
finalizar un guión para la Universal-International, quiero terminar esta novela de
misterio y escribir otra en la que hay un asesinato pero no es de misterio. El lunes
me voy al norte por un mes. Lo que quiero hacer y lo que hago no siempre
pertenecen a la misma familia.
A Hamish Hamilton
A Bernice Baumgarten
A Dale Warren
A Hardwick Moseley
Recibí una nota de Bernice Baumgarten en la que me dice que a Houghton
Mifflin le gustaría tener mi aceptación formal de las condiciones que usted
estableciera para reimprimir La Hermana pequeña, y El Simple Arte de Matar. Le
ruego tome esto como mi consentimiento. Por favor hágame llegar mi parte del
botín tan pronto como pueda, pues a nuestro gato le hace falta una canasta nueva.
A Hamish Hamilton
Tu viaje a París suena como la típica excursión del editor, cada comida una
entrevista y autores entrando y saliendo de tus bolsillos de la mañana hasta la
noche. Yo no sé cómo los editores aguantan estos viajes. Un solo escritor me dejaría
agotado para una semana. Y vos te ligas uno con cada comida. Hay algunas cosas
del quehacer editorial que me gustarían, pero tener que vérmelas con escritores no
sería una de ellas. Hay que mimarles mucho el ego. Llevan una vida excesivamente
tensa, en la que se sacrifica demasiada humanidad para tan poco arte. Creo que ésa
es la razón por la que años atrás decidí que no sería más que un amateur. Si tuviera
un talento de primera línea, me seguiría faltando el núcleo central de egotismo
indispensable para la explotación plena de ese talento. El artista creador parece ser
el único tipo de hombre que uno jamás puede encontrar en terreno neutral. Se lo
puede encontrar sólo como artista. Nada ve objetivamente, pues su propio ego está
siempre en la antesala de todo asunto. Aun cuando no esté hablando de su arte, lo
cual ocurre muy raramente, de todas maneras está pensando en él. Si es un
escritor, tiende a asociarse sólo con otros escritores y con las diversas excrecencias
parasitarias que medran a expensas de la literatura. Para toda esta gente, la
literatura es prácticamente el hecho central de la existencia. Mientras que para
grandes masas de gente con mediana inteligencia es sólo una actividad incidental y
sin importancia, una distracción, un escape, una fuente de información y,
ocasionalmente, una inspiración. Pero se podrían arreglar sin ella con mucha
mayor facilidad que sin café o whisky.
A Edgar Carter
Estoy librando una batalla con el Warner. Estoy en plena batalla con el
jardinero. Mantengo una batalla con el tipo que me vino a armar el cambiador del
Garrard y, me arruinó los discos longplay. Libro diversas batallas con la gente de
la televisión. A ver quién más; pero qué, pasemos a otra cosa. Usted conoce a
Chandler. Siempre bufando por algo.
Enero 9, 1951
A Hamish Hamilton
A Richard H. Dana[98]
Yo los conozco a ustedes, los editores. Ustedes mandan las pruebas por
expreso aéreo y yo me paso toda la noche corrigiéndolas y las mando de vuelta de
la misma manera, Y la primera noticia que se tiene de ustedes es que están
durmiendo a pierna suelta en alguna playa privada de las Bermudas. Pero cuando
el trabajo lo tiene que hacer algún otro, todo es ¡vamos, vamos, vamos! Puede ser
que lea estas galeras, puede ser que no. Puede ser que las comente, puede ser que
no. También puede ser que vaya y corte el césped del fondo. Tengo que plantar
unas begonias y que rociar algunas rosas, y tenemos un nuevo gatito siamés que
nos lleva un montón de tiempo. Y quiero decirle algo más. Tengo un artículo en
camino a “The Atlantic Monthly”[99], y la acogida que se le brinde a éste tendrá una
enorme influencia en la acogida que yo le brinde al inocuo compendio de
verborragia del señor Charlie Morton.
Julio 6, 1951
A Charles W. Morton
Me alegra que algunas cosas de lo que escribí sobre los agentes [100] le hayan
parecido interesantes. Sabía que resultaba demasiado largo y que le tendría que
haber cortado pilas de cosas; si usted está dispuesto a hacerlo, yo encantado. No
hace ninguna falta que me muestre la versión abreviada antes de que se publique;
me siento perfectamente satisfecho de que sea usted el que lo maneje de la manera
que juzgue conveniente.
A Charles W. Morton
“Ten Per Cent of Your Life” (Publicado en “The Atlantic Monthly”, febrero de 1852)
Además, el agente crea y mantiene una atmósfera competitiva, sin la cual los
precios que se pagan por el material literario sería apenas una fracción de lo que se
paga actualmente. En Hollywood, donde esto se lleva a su punto más alto, el
material literario se ofrece a todo el mercado simultáneamente, y la oferta que se
recibe de un posible comprador se la usa como pase para acicatear todas las otras.
El agente literario de Nueva York no ha llevado al sistema tan lejos; los editores de
libros y revistas aún insisten en que lo que se les ofrece en venta a ellos, mientras lo
estén considerando, no debe ser ofrecido simultáneamente a ningún otro. La regla
no es absoluta; hay varias maneras de evadirla elegantemente sin causar
demasiada virulencia. Cuanto más poderosa sea una revista, mayor será la
rigurosidad con la que podrá hacer observar la regla. Pero, por más rigurosamente
que se la observe, el editor que considera el material que le presenta un agente
tiene perfecta conciencia de que el agente conoce el precio de mercado; la oferta del
editor no debe caer muy lejos de ésta, o de lo contrario el material será retirado. El
agente es una persona que sabe decir que no sin golpear la puerta al salir. Puede
arriesgarse, porque al final sus riesgos se balancean. Y si, como pienso que sucede
algunas veces, por presionar demasiado pierde una venta, el cliente jamás se
enterará por qué la perdió. Siempre habrá otras razones.
Hoy en día hay una razón verdaderamente imperiosa para que el escritor
cobre a través de un agente: la enorme complejidad del negocio literario. Un
escritor que operara solo, sin siquiera la ayuda de un secretario, estaría tan
aplastado por la correspondencia y el papelerío, por el archivo y la deglución de
contratos, tan confundido por las ramificaciones del copyright, que o bien no sabría
ni dónde está o no le quedaría tiempo alguno para escribir. Hay escritores de
muchísima fama que sólo tienen una vaguísima idea de lo que ha sucedido, en
términos legales o contractuales, con el producto de sus cerebros. Desconocen los
elementos del costo financiero de su ocupación. No saben lo que poseen, lo que
han vendido, a quién se lo vendieron, como tampoco en qué términos, ni cuándo
se vencen los pagos, ni siquiera si se han cobrado los pagos vencidos. Confían en
que sus agentes se ocuparán de todo eso y aceptan lo que les envía su agente sin
examinarlo y sin muestras de desconfianza.
Este tipo de agente, si puedo decirlo sin inquina, tenía defectos inevitables,
algunos de los cuales eran el precio de sus virtudes. Estaba siempre tratando de
persuadir a sus autores de que se adaptan a esas poderosas revistas de papel
encerado en las que son tan pocos los talentos genuinos que han logrado sobrevivir
y tantos los que han perecido. Sus razones no eran vergonzantes, ya que el agente
no gozaba de un puesto permanente ni exigía contrato por un número de años. Si
quería sacar plata con uno, era natural que tratara de canalizar sus dotes hacia el
terreno lucrativo más cercano. Hubiera sido injusto esperar que se diera cuenta de
que con el correr del tiempo éste no iba a ser el terreno más lucrativo de todo
escritor. Y si se daba cuenta, no tenía la menor garantía de que él iba a estar allí
cuando el correr del tiempo trajera la recompensa. Leía hasta quedar medio ciego
en búsqueda de material vendible y de talento que, con un poco de suerte, pudiera
plasmar en una potencialidad productora de dinero: logrado lo cual, le podía
suceder que un agente de Hollywod se lo birlara.
Esto puede parecer brusco, pero un principiante se arregla mejor sin agente
hasta que él o ella hayan publicado lo suficiente en una revista decorosa como para
interesar a un genuino agente, no a un impostor. Cuando se alcanza ese estadio,
vale la pena tener un agente, porque él le va a conseguir mejores precios, ya que
conoce cuáles son los precios factibles, le va a proteger sus derechos de una manera
que probablemente ni usted misma sabría cómo proteger, y puedo efectuar ventas
en calles laterales que a usted ni se le ocurriría intentar. Pero si él representara a
escritores novatos, que recién empiezan a abrirse paso, ¿cómo diablos podría
ganarse la vida?
¿Qué quiere decir con eso de filmar un corto de propaganda para una
película llamada The Ragged Edge? ¿Usted quiere que yo me transforme en un tipo
indescifrable, sentado detrás de un escritorio prestado, mirando derecho a la
cámara y mandándome una arenga? ¿O es que quizás tengo que escribir la cosa esa
por cincuenta dólares a la semana, como un redactor publicitario? Me parece que el
moño de Sherlock Holmes que me envió se le ha subido a la cabeza. Hablando en
serio, lo único que me interesa de esta propuesta, si es que se le puede llamar
propuesta, es el hecho de que a alguien se le haya ocurrido que la haga yo. Sea
como fuere, están chiflados. Mi valor publicitario es más o menos el mismo que el
de una gata peluda. Después de cinco años y medio en La Jolla creo que ni siquiera
logré que mi nombre apareciera en el periódico local.
Al Sr. Sheppard[102]
¿Qué es lo que ha pasado con mis fotografías, ésas que sacó el último 6 de
octubre la señora ruso-armenia de la túnica y la coiffure estilo apache? Usted
recordará que las pruebas le tenían que ser enviadas el viernes siguiente.
A Hardwick Moseley
No tengo ninguna objeción al modo de operar de The Bantam Books,
siempre y cuando no tenga que firmar esa condición. Jamás oí desvergüenza tal.
Las emisoras grandes solían reclamarme ese tipo de condiciones, pero yo siempre
me negué a firmarlas y jamás las firmé. Hasta el presente no he sido atacado por
nadie y, sin embargo, en cada libro que he escrito hay lo que mis amigos más
perspicaces han descrito como “un retrato ligeramente encubierto de algún
conspicuo personaje local”. En cada caso el retrato ligeramente encubierto, etc., ha
correspondido a alguien cuya existencia yo ni siquiera conocía. En La Ventana
Siniestra había un funebrero italiano de Bunker Hill que además era un caudillo
político. Bueno, qué me cuenta, existía realmente un funebrero italiano en Bunker
Hill que además era un caudillo político, y bien malandra por añadidura. Pero yo
jamás supe de él. Lo inventé yo. Me imagino que es historia vieja. Y sin embargo,
cuando uno usa una persona realmente conspicua como modelo, nadie la detecta.
Marzo 1, 1954
A Paul Brooks[103]
A Hardwick Moseley
Estoy enfermo como un perro, gracias, con una de esas podridas infecciones
virósicas que los médicos han inventado para ocultar su ignorancia. No me pude
encontrar con Paúl Brooks hace dos semanas y todavía ando temblequeante.
Tampoco pude ver al fotógrafo del “Time” que me insistía en una foto… No hay
peor asesino que el artista del flash de un periódico. Me sacaron una en Londres en
la que parecía la abuelita Moses y juré que nunca me sacarían otra. (Ya que
andamos en esto, ¿de dónde sacó usted esa cosa espantosa que incluyó en el
catálogo de primavera?)
Espero que las cosas le salgan toneladas mejor con El Largo Adiós de lo que le
salieron con La Hermana… Comprendo que la situación es aterradora, pero
también comprendo que es imposible que los editores sigan obteniendo
indefinidamente sus utilidades compartiendo las reimpresiones. Los autores de
literatura olvidables irán a dar, sencillamente, al mercado de los paperbacks. ¿Cómo
diablos puede uno esperar que alguien pague tres dólares por una novela de
misterio? Yo puedo ser el mejor escritor de esta nación, y salvo dos excepciones es
muy probable que lo sea, pero seguiría siendo un autor de obras de misterio. Por
primera vez en mi vida me hicieron una reseña como novelista en el “Sunday
Times” de Londres (pero Leonard Russell es amigo mío y de puro bondadoso
pudo haber actuado con cierta parcialidad). Un grupo de los así llamados
intelectuales me discutió en la BBC (entre ellos Dilys Powell apenas si pudo
pronunciar una palabra); fue el grupo más insípido que alguna vez tuviera algo
que decir. ¿Pero y aquí?
Abril, 1954
La afirmación de que los que escriben estas cartas son psicópatas es juzgar lo
general por lo extraordinario. Algunos de ellos por supuesto que lo son. Si yo
recibo una carta —y no la he recibido últimamente de una mujer en Seattle que me
dice que le gusta la música y el sexo y que prácticamente me invita a ir a vivir con
ella, lo más seguro es no contestarla. Y si es la carta de un colegial que solicita una
foto autografiada para colgarla en su guarida junto a las de personalidades tan
distinguidas como Hedy Lamarr, el emperador Francisco José o el Dr. Crippen, se
la puede ignorar también. Y a veces las cartas de admiradores no son más que un
lance para obtener una copia gratis de un libro— uno puede identificarlos por la
misma carta.
La gente inteligente escribe cartas inteligentes. Yo las he recibido de todas
partes del mundo —y de ellas, por lo menos los dos tercios fueron corteses,
amistosas y bastante tímidas. No ignoro que contestarlas puede significar un
verdadero problema económico para un best-seller, pero no lo fue jamás para mí—
no soy un autor tan popular. Y me opongo violentamente al fallo de la Srta. Cloy
de que las cartas de admiradores las escriben los que son ipso facto anormales o
psicópatas. Puede ser alguien que se sienta solo, que sea generoso, o que
simplemente le resulte placentero escribir.
Dale Warren
… Las reseñas de El Largo Adiós suenan mucho mejor que las ventas, las
cuales, hasta donde yo sé, son aproximadamente la cuarta parte de lo que fueron
en Inglaterra… No me lo diga, es una cosa espantosa. Se larga allí una novela a
doce chelines y no la compran más que las bibliotecas, salvo que se trate de un best-
seller automático, como Daphne du Maurier. Se larga el mismo libro a diez chelines
y venden 30.000 ejemplares. La diferencia son dos chelines, y por dos chelines en
Londres no se puede conseguir ni siquiera un asiento decente en el cine. Aquí el
editor larga una novela de misterio a 3 dólares, lo que él sabe es demasiado para el
público lector, aunque según su punto de vista ni siquiera es suficiente, trata de
que la mercadería luzca elegante, la imprime bien y en papel bueno, le pone una
linda encuadernación y le añade una cubierta costosa. Supongo que nadie sabe
cuánto está dispuesto a pagar el público por un libro, de buena gana, fuera de la
lista de best-sellers y de la atracción snob (es decir, pagar por un libro nada más que
por el deseo de leerlo), pero yo diría unos cincuenta centavos como máximo.
Setiembre 1, 1956
A Roger Machell
Pasando a las erratas, creo que la jerga que yo escribo es un tanto ardua para
los correctores de pruebas ingleses y que algunas cosas mías son deliberadamente
cambiadas por algún tipógrafo o corrector de pruebas del impresor, convencidos
de que yo he cometido un error. Por ejemplo, en la página 11, octavo renglón,
aparece la palabra “wag”[106], que en el contexto no tiene ningún sentido. La
palabra que correspondía era “vag”, forma abreviada de “vagrant”; en este estado,
como en muchos otros, un “vagrant” o persona sin medios visibles de sustento o
sin domicilio fijo puede ser aprehendida y recibir treinta días de cárcel. Pero
resulta claro que el que lo cambió (a menos que el error estuviera en mi
manuscrito) no sabía lo que era “vag” y lo cambió por “wag”.
A Hamish Hamilton
… Roger y yo nos ladramos un poco por tus tapas, pero todo de lo más
amable y sin que yo cambiara de opinión en lo más mínimo. ¿Le has echado alguna
vez una mirada a la cubierta de La Hermana… por ejemplo? Pinta a una maestra o
una bibliotecaria reseca, de unos treinta y ocho o cuarenta años de edad, con el
mismo atractivo sexual que una trampa para ratones. Esta muchachita, sin
embargo, era joven, y sin anteojos, o con anteojos más modernos, estaba lo
suficientemente bien como para el manoseo. Alguna vez, nada más que para darse
el gusto, habría que someter a uno de esos artistas de la cubierta a la espantosa
agonía de leer el condenado libro.
A Helga Greene
… El libro es muy difícil aquí. Los editores insisten en quedarse con la mitad
de los derechos de reimpresión y muchos buenos autores de novelas policiales,
aventuras y otros tipos de ficción considerada como de reposera venden
directamente a los paperbacks y se guardan todos los derechos. Pero yo no creo
perder mucho tratando con un editor, puesto que él puede pelear las condiciones
con la gente encargada de la reimpresión con mucha más firmeza que la que puedo
yo, consigue adelantos mucho más amplios que los fulanos que van directamente,
y, a pesar de que las ganancias en ediciones de biblioteca son pocas comparadas
con las de Inglaterra —en vez de ser tres veces, son aproximadamente la mitad—,
tiene cierto prestigio ser publicado por una firma que no cuenta con un catálogo de
novelas de detectives o policiales. Además es una gente estupenda. La próxima vez
voy a tratar de conseguir un porcentaje de 70 y 30 en los paperbacks. Ningún agente
podría conseguirlo, porque de inmediato se haría cosa conocida y el agente, aquí
por lo menos, lo usaría en seguida como base de negociación para otros clientes.
Mientras que si pudiera conseguirlo en base a mi reputación y vigencia, me lo
callaría bien callado.
Octubre 5, 1958
A Hardwick Moseley
A Charles W. Morton
He adorado los gatos durante toda mi vida (sin tener nada en contra de los
perros, más que el hecho de que haya que entretenerlos tanto), pero jamás he sido
capaz de entenderlos realmente. Taki es un animal absolutamente equilibrado, que
reconoce siempre al que le gustan los gatos y se dirige derechito a él, no importa
que haya llegado tardísimo o que sea un perfecto desconocido para ella; de lo
contrario, ni siquiera se le acerca. Tiene otra costumbre curiosa (no sé si rara o no):
nunca mata nada. Lo trae de vuelta vivos y deja que uno se lo saque. Me ha traído
a la casa en diferentes ocasiones cosas tales como una paloma, una cotorra azul y
una mariposa enorme. La mariposa y la cotorra estaban absolutamente ilesas, y
siguieron su camino como si nada hubiera pasado. La paloma le dio un poco más
de trabajo y tenía una manchita de sangre en el pecho, pero la llevamos a un
pajarero y se puso bien en seguida. Sólo un poquito humillada. Los ratones la
aburren, pero los caza si ellos insisten. Luego yo tengo que matarlos. Tiene algo así
como un displicente interés por las ardillas, pero las ardillas muerden y, después
de todo, a quién diablos le importa una ardilla. De modo que hace como si pudiera
cazar una cuando se le diera la gana.
En toda excursión que hacemos viene con nosotros, recuerda todos los sitios
en que ha estado antes y normalmente se siente en casa en cualquier parte. Pero
había uno o dos sitios que le reventaban —yo no sé por qué—. Pero no se quedaba
allí por nada del mundo. Después de un tiempo sabemos lo suficiente como para
darnos una idea. Es probable que alguna vez se hubiera cometido allí un asesinato
con un hacha y que nosotros estuviéramos mucho mejor en otro lado. El tipo
podría volver. Hay veces en que tiene una expresión muy rara en la mirada (es el
único gato que conozco que mira derecho a los ojos) y me sospecho que lleva un
diario, porque la expresión parece estar diciendo: “¿Así que vos pensás que casi
todo lo que hacés es bárbaro? Me gustaría saber cómo te sentirías si decidiera
publicar algunas de las cosas que yo he estado pergeñando en los ratos de ocio.”
Tiene a veces la costumbre de mantener la patita levantada, como al desgano, y de
observársela meditativamente. Mi mujer cree que nos está insinuando que le
compremos un reloj pulsera; no lo necesita por ninguna razón práctica —sabe la
hora mucho mejor que lo que la puedo saber yo— pero, después de todo, alguna
joya hay que tener.
Yo no sé por qué escribo todo esto. Debe ser que no se me ocurre otra cosa o
—y aquí es donde empieza a ponerse horripilante— ¿estoy escribiéndolo
realmente? Podría ser que… no, debo ser yo. Díganme que soy yo Estoy asustado.
Agosto 9, 1948
A James Sandoe
Me fascina el gato que trae serpientes a la casa. Nuestra gata solía hacer
cosas como ésas, pero ahora tiene 17 años y está de lo más perezosa… Es una gata
persa de color negro. ¿De qué raza es el suyo? ¿Y cuántos tiene? Nosotros nunca
pudimos tener otro, pues Taki no nos dejaba. Una vez recogimos en el desierto a
un gatito perdido y tratamos de meterlo en la casa, pero Taki se puso tan furiosa
que hasta llegó a vomitar. Así que el pobre gatito tuvo que dormir en el garaje y
comer afuera hasta que le pudimos encontrar una casa. No pudimos tener perros
tampoco. Nada más que peces pudimos tener. Los peces la dejan fría. Está
espantosamente malcriada. La última vez que salimos, le arrancó de un manotón
los anteojos a la cocinera, y cuando volvimos, me escupió y no nos dirigió la
palabra por dos días.
Usted dice que recibiría un texto sobre nuestra gata, Dios lo perdone. Trate
de conseguir un texto sobre nuestra gata. Nosotros no tuvimos esta gata diecisiete
años para que viniera un aprovechador siquiera a decir, Dios lo perdone, que él iba
a recibir un texto sobre ella para su maldita revista de parroquia. O que en
cualquier momento conseguiría un texto sobre nuestra gata o escrito por ella o
nada más que con el visto bueno de nuestra gata, terminaría colgado cabeza abajo
de la araña y con las patas en la boca. Al diablo con él, dice nuestra gata. Y si a
usted no le gusta, consulte al abogado de ella.
A James Sandoe
Cuando viene gente a casa, les hace una inspección y decide casi
instantáneamente si le cayeron bien o no. Si le cayeron bien, se pasea
perezosamente por el lugar y se deja caer en el piso a suficiente distancia como
para que resulte una lata acariciarla. Si no le cayeron bien, se sienta en el medio del
living, arroja una despreciativa mirada en derredor y empieza a lavarse el trasero.
En medio de su fascinante demostración se detiene bruscamente, levanta la cabeza
sin variar para nada el resto de su postura (una pata apuntando derecho al
cielorraso), clava la vista en el vacío mientras descifra algún problema abstruso,
luego reanuda su tarea en la extremidad posterior. Esta actividad se lleva a cabo
siempre de la manera más ostensible.
Cuando era más joven, celebraba siempre la partida de las visitas arañando
la casa de arriba a abajo y culminando con un buen zarpazo en el sofá, ése de la
funda de brocato y que resulta perfecto para los zarpazos, ya que se sale todo en
tiritas. Pero ahora es una gata perezosa. No juega ni con su ratón de menta, a
menos que éste cuelgue de tal manera que ella pueda jugar tendida en el suelo. Le
voy a mandar una foto de ella. Yo también salí en la foto, pero usted tendrá que
pasarlo por alto.
Los gatos son de lo más interesantes. Tienen un tremendo sentido del humor
y, a diferencia de los perros, no se sienten ni turbados ni humillados cuando uno se
ríe de ellos. No hay nada peor en la naturaleza que ver a un gato tratando de
provocar en un ratón medio muerto unos pocos intentos más por zafarse. Mi
enorme respeto por nuestra gata se basa en buena medida en que carece por
completo de este sadismo diabólico. Cuando aún cazaba ratones —no vimos ni
uno por años—, los traía vivos y sin un rasguño para que yo se los sacara de la
boca. Su actitud parecía ser ésta: “Bueno, aquí está tu maldito ratón. Lo tuve que
cazar, pero es asunto tuyo. Sacámelo en seguida.” Periódicamente, revisa los
placards y los armarios uno por uno, en una inspección regular contra los ratones.
Jamás encuentra uno, pero ella sabe que es parte de su trabajo.
A Dale Warren
Diciembre 4, 1949
A James Sandoe
Max Miller[107] días pasados encontró un gato con una pata atrapada en una
trampa para coyotes. Tuvimos que hacer un túnel a través de los arbustos para
llegar hasta él y el pobrecito gato tenía la pata llena de gusanos, debió haber estado
cargando la trampa por días y días. Tan mansito y ni un arañazo, ni un maullido
cuando le quitamos la trampa. Me obsesiona su final casi inevitable porque no
puedo encontrar al dueño. Todavía le quedan dos dedos y se está recuperando bien
en lo del veterinario, pero yo no le puedo dar una casa. ¿Qué diablos puedo hacer?
Un gatazo admirable, cariñoso, lleno de cicatrices de innumerables batallas, de una
índole sin lágrimas, sin tener a dónde ir y sin que nadie se interese en darle un
hogar.
A James Sandoe
El gato que había caído en la trampa está sano y salvo. Lo han bautizado el
Rey Dos Dedos. Le han sacado la virilidad, pues ya tuvo suficientes peleas y su
pata derecha ya no está para seguir peleándose, Y tiene un hogar. Y no sólo un
hogar, un verdadero hogar.
A Hamish Hamilton
Algo que dije te hizo pensar que odio los gatos. Pero por Dios, si yo soy un
fanático que adora los gatos, el más fanático de la profesión. Si vos los odiás es
suficiente para que yo te odie. Si es tu alergia la que los odia, he de tolerar la
situación lo mejor que pueda. Nosotros tenemos una gata persa de color negro de
casi diecinueve años y no la cambiaríamos por la torre más alta de Manhattan.
A H. N. Swanson
Ayer a la mañana tuvieron que poner a dormir a nuestra gatita negra. Y eso
nos dejó deshechos. Ya tenía casi veinte años. Presentimos que iba a suceder, pero
teníamos la esperanza de que recuperara sus fuerzas. Pero cuando ya no podía ni
pararse de débil que estaba y ya prácticamente no comía, no hubo nada más que
hacer. La manera en que lo hacen es maravillosa. Le inyectan Nembutal en una
vena de la pata delantera y el animal ya no está más allí. Se queda dormida en diez
segundos. Es una lástima que no lo puedan hacer con la gente.
Enero 9, 1951
A Hamish Hamilton
A James Sandoe
Febrero 5, 1951
A Hamish Hamilton
Gracias por todo lo que decís de los gatos y de los amigos tuyos que quieren
a los gatos. Creo que después de un tiempo vamos a tener otro gato, o
preferiblemente dos. Elmer Davis dice que él y su mujer decidieron no tener otro
porque es probable que viva más que ellos. Eso me parece a mí un extraño
razonamiento. Elmer se debe estar sintiendo muy viejo. Con ese criterio, los niños
nunca tendrían que tener padres, las mujeres no se tendrían que casar con hombres
diez años mayores, nadie tendría que desear tener un caballo o de hecho nada que
un día se pudiera perder. ¡Horror, horror, horror! (me parece que más o menos lo
estoy citando a Ezra Pound). Dentro de poco estaremos todos muertos. Por lo
tanto, comportémonos como si ya lo estuviéramos.
A James Sandoe
… ¿Cómo están todos sus gatos? Nosotros tenemos un nuevo gato persa de
color negro que es exactamente igual a nuestra última gata, pero tan igual que
tuvimos que ponerle el mismo nombre, Taki. Me parece que va a ser un fulano
enorme, porque a los siete meses ya pesa ocho libras. Tuve un gatito siamés por un
tiempo, pero me destrozaba todo con los dientes y era tan difícil de manejar que se
lo tuve que devolver al criador. La cosa me hizo sentir bastante mal, pues era un
atorrante cariñoso y lleno de vida. Pero me masticaba todas las frazadas, la ropa, y
me hubiera llegado a masticar todos los muebles. Era imposible dejarlo suelto, y un
gato que no puede andar suelto en nuestra casa, no tiene nada que hacer allí.
Nunca los dejamos andar sueltos por la calle, pero en la casa todo les pertenece.
Chandler y algunos crímenes famosos
Diciembre 14, 1951
A Carl Brandt
A James Sandoe
El caso Maybrick, uno de los más célebres en la historia legal, es aún materia de
discusión.
Florence Maybrick fue arrestada, procesada y condenar da; pero su sentencia fue
sustituida por la de cadena perpetua y en 1904 la pusieron en libertad. Murió en South
Kent, Connecticut, en 1941, a la edad de ochenta y cuatro años.
Lo que despertó un vivo interés en Chandler fue en parte la falta de evidencia sobre
las causas de la muerte de Maybrick, y en parte por la coincidencia de que, antes de su
casamiento, la señora Maybrick tuviera el mismo nombre de su madre Florence Chandler.
Abril 5, 1848
A James Sandoe
A James Sandoe
… El caso Maybrick se hace día a día más confuso. Desde un punto de vista
puramente legal, no hay duda de que la mujer no debió haber sido condenada por
asesinato, puesto que nunca se probó de manera indubitable que Maybrick
muriera como resultado de la administración de arsénico. Sin embargo, también en
esto hay que considerar la ética del caso, la ética legal y judicial, en relación con los
tiempos. La justicia criminal en 1889 no era tan bárbara como en 1840, pero
tampoco tan esclarecida como en el presente.
El asunto que me intriga es: ¿de qué murió el hombre? Dado que se encontró
arsénico en él, hay que suponer que o bien se lo tomó él mismo, o que se lo
administró la señora Maybrick sin saber lo que estaba haciendo, o que se lo
administró deliberadamente… Suponiendo por un instante que nadie lo
envenenara y que no se envenenara él mismo y que la cantidad de arsénico en su
organismo no fuera fatal y que no podría haber sido fatal, lo que yo quiero saber
es: ¿de qué se murió? ¿Supo usted alguna vez de alguien que se muriera de una
gastritis aguda de origen idiopàtico sin que mediaran úlceras perforadas?… Es
cierto que de vez en cuando hay gente que muere envenenada por la comida, pero
el cuadro médico de un envenenamiento por la comida aparentemente no es más
característico que el de un envenenamiento por arsénico.
Agosto 8, 1948
A Dale Warren
Setiembre 2, 1948
A Dale Warren
Es innegable que la labor médica fue atroz, pero de acuerdo a nuestra óptica.
Hubiera sido posible demostrar no sólo si era un consumidor crónico y reciente de
arsénico, sino también por cuánto tiempo lo había estado usando.
Los pro
Los contra
Conclusiones
Sin embargo y a pesar de todo lo dicho, ella no debió haber sido condenada.
Restaba un elemento de duda y tendría que haberse resuelto en su favor, pues así
es la ley. Los argumentos en su contra nunca pasaron de ser una profunda
sospecha. No se probó jamás que ella le administrara el arsénico o de que supiera
que había arsénico en la casa, salvo el de los sobrecitos… Jamás se probó realmente
que él muriera a efectos del arsénico. El argumento más poderoso contra ella a los
ojos del jurado fue probablemente la carta a Brierley… y el más poderoso a su
favor debe haber sido que M. en ningún momento llegó siquiera a insinuar que el
arsénico fuera la causa de su enfermedad… Es evidente que él no era del tipo de
los que se callan por motivos altruistas. En vista de su historia médica anterior y de
sus hábitos, que no haya la más mínima referencia a arsénico me resulta el aspecto
más extraño del caso.
Mi opinión es que ella lo envenenó; y que por puro azar le dio lo que
probablemente fuera la dosis más pequeña capaz de matarlo. Pero no está
probado. Ella tenía derecho a que la absolvieran.
El caso Crippen
Diciembre 6, 1948
A James Sandoe
A James Sandoe
Lo tercero es por qué un hombre capaz de resistir los ataques con tanta
sangre fría, pudo cometer el incomprensible error de revelar que Elmore no se
había llevado las joyas, ni la ropa, ni las pieles. Es obvio que ella no pertenecía al
tipo de gente que podía hacer eso.
A James Sandoe
A James Sandoe
2) ¿Por qué razón no iba a querer saber algo sobre este Qualtrough, aunque
más no fuera que por fines de venta? Un agente de seguros tendría ciertas fuentes
de información.
Existe la suposición, aun por parte del fiscal, de que a Wallace no le podrían
haber quedado más de veinte minutos en los que matar a su mujer a golpes,
apagar el fuego, ir arriba y lavarse si estaba vestido, o vestirse si no lo estaba,
conseguir que su presión arterial volviera a la normalidad y aparecer
absolutamente calmo y compuesto en un tranvía a las pocas cuadras. El número de
golpes propinados demuestra un estado de frenesí, ya sea de miedo o de odio,
pues el primer golpe ya era fatal, pero el juez fue el único en señalar que una
persona puede planear un asesinato con la mayor frialdad y perder sin embargo la
cabeza al ejecutarlo. Pero resulta que este hombre recuperó su cabeza con una
facilidad pasmosa…
A James Sandoe
… Sólo Dios sabe por qué, pero anduve mirando de nuevo el caso Adelaida
Bartlett. Creo que uno de los elementos que producen mayor confusión es que la
defensa de Sir Edward Clarke fue tan brillante, en comparación con lo opaco de las
defensas de Maybrick y Wallace, que nos embauca al punto de hacernos olvidar
los hechos. Pero los hechos, si se los mira bien de cerca, son bastante
condenatorios. Por ejemplo:
Pero si no creo que su insomnio fuera serio, tampoco puedo creer que
estuviera tan desesperado como para tomar él mismo cloroformo. Y, aparte del
asesinato, ésta parece ser la única posibilidad. Y de convincente no tiene nada…
Me parece que con eso hubiera salido del paso con toda comodidad.
Hubiera sido algo directo y simple, y la botella de cloroformo hubiera estado allí,
en el cuarto, al alcance de la mano, por supuesto, el viejo Bartlett hubiera dicho que
ella había envenenado a su hijo, y un montón de gente no se hubiera tragado la
historia, pero sí un número suficiente como para que quedara pendiente la duda.
(Lo que va entre paréntesis son notas de su propia mano fechadas en abril de 1942)
Puesto que los planes son todos tontos y los que se escriben jamás se
cumplen, hagamos un plan, a los 16 días del mes de marzo de 1939, en Riverside,
California.
Para lo que resta de 1939, todo 1940, la primavera de 1941 y luego si no hay
guerra y si queda algo de plata para ir a Inglaterra en busca de material:
Novelas de detectives
Basada en Jode, The Man Who Liked Dogs, Bay City Blues [114]. Tema: la alianza
corrupta entre chantajistas y policías en un pequeño pueblo de California, en
apariencia inmaculado como la aurora. (Adiós para Siempre, Preciosidad)
Sátira de la novelita barata, con Walter y Henry. Algo sacado de Pearls Are a
Nuisance[115], pero casi todo el argumento es nuevo. (Escrita en 1942 pero como
novela con Philip Marlowe, a publicarse con el título de La Ventana Siniestra.)
Zone of Twilight
Novela dramática
English Summer
Novela breve, rápida, magníficamente escrita, bordeando el melodrama y
basada en un cuento mío. El tema superficial es el del norteamericano en
Inglaterra, el tema dramático es la decadencia del personaje refinado y su
contraposición con el mejor representante del norteamericano, ingenuo, honesto,
generoso y sin saber lo que es temor.
Novelas breves
Querido Ray mío, quizás te divierta ver esto ahora y comprobar lo vanos
que eran tus sueños. O quizá no te divierta.
He visto sólo cuatro reseñas, pero a dos de ellas del libro [117] parecía
preocuparles mucho más lo depravado y desagradable que cualquier otra cosa…
No es mi intención escribir libros depravados. Tenía conciencia de que esta
historieta incluía a algunos ciudadanos un tanto desagradables, pero la ficción que
yo escribo fue aprendida en una ruda escuela y probablemente no me llamaron
mucho la atención. Me intrigaba más una situación en la que el misterio se
develara por medio de la exposición y la comprensión de un único personaje,
siempre puesto en evidencia, más que por la lenta y, a menudo, pesada
concatenación de circunstancias. Ése es un aspecto que puede no interesar cuando
se hace la reseña de una primera novela, pero a mí me interesa enormemente.
El Sueño Eterno está escrita de manera muy desigual. Hay escenas que están
bien, pero hay otras que aún huelen a revista barata. Lo que me gustaría es
desarrollar, en la medida de mis posibilidades, el método objetivo —pero
lentamente— al punto de ser capaz de transportar al lector a una novela
genuinamente dramática, hasta diría melodramática, escrita en un estilo vivo y
mordaz, pero sin llegar a lo vulgar o excesivamente local. No se me escapa que
esto hay que hacerlo con cautela y gradualmente, pero creo que puede hacerse.
Adquirir finura sin perder fuerza, ése es el problema.
A Blanche Knopf[118]
A Blanche Knopf
Lo que realmente me deprime es que cuando escribo algo duro, rápido, lleno
de sangre y crimen, me caen encima por ser duro, rápido, lleno de sangre y crimen,
y entonces cuando trato de bajar el tono y desarrollar el aspecto mental y
emocional de una situación, me caen encima por omitir aquello por lo que me
cayeron encima al principio.
Abril 3, 1942
A Alfred A. Knopf
… En cuanto al título, quiero que quede bien claro que no importa lo que yo
piense o me guste y que no voy a discutir con usted. Brasher o Brashear Doubloon
era el título original de la novela, pero eso no interesa. No se me había ocurrido lo
que usted dice, que los libreros pudieran pronunciar Brasher como “brassière” [123].
Ahora veo lo que quiere decir.
Abril 5, 1942
A Blanche Knopf
P. S. ¿Qué le parece The High Window? Es simple, sugerente y apunta a la
clave esencial y definitiva. (Ése fue el título definitivo. En la Argentina se tradujo
como “La Ventana Siniestra”. N. del E.)
Febrero 8, 1943
A Alfred A. Knopf
A James Sandoe
… Enterrada en alguna parte con algún depósito de papeles míos, tengo una
lista completa de todo lo que he publicado alguna vez en este país. Mis primeras
historias fueron todas escritas para “Black Mask”, cuando Joe Shaw era el editor.
The Avon Book Co. va a largar para la primavera una edición de 25 centavos con
cinco de estas novelitas[125]. Si logran venderla, es probable que publiquen otras. En
cuanto a esas revistas viejas con cosas mías que usted anda buscando, dudo mucho
de que pueda encontrarlas. Un amigo mío hace años que está tratando de formar
una colección y ha ofrecido hasta dos dólares por ejemplar, pero sin ningún éxito.
A Charles Morton
A Charles Morton
Enero 7, 1945
A Dale Warren
Hay gente que dice que yo me detengo en el lado feo de la vida. ¡Dios nos
asista! Si tuvieran idea de lo poco que les he dicho de ella. A Marlowe le importa
un pito quién es presidente; a mí tampoco, pues sé que será uno que anda en
política. Hasta hubo un tipo que puso en mi conocimiento que podía escribir una
buena novela proletaria; tal animal no existe en mi limitado mundo, y si existiera,
yo sería el último tipo del universo a quien podría gustarle, siendo como soy un
snob, tanto por tradición como por dedicación. Marlowe y yo no despreciamos a
las clases altas porque se bañen y tengan dinero; las despreciamos por hipócritas.
A Hamish Hamilton
A James Sandoe
Abril 9, 1946
A Anthony Boucher[130]
A Hamish Hamilton
Si llegás a ver El Sueño Eterno (la primera mitad, por lo menos), te darás
cuenta de lo que puede hacer con este tipo de historia un director con el don de la
atmósfera y con el toque indispensable de sadismo latente. Naturalmente, Bogart
es además mucho mejor que cualquier otro actor de “tipo rudo”. Como decimos
por aquí, Bogart puede ser rudo aun sin revólver. Posee además un sentido del
humor que mitiga ese irritante tono de desprecio subyacente. Ladd es duro, agrio
y, en ciertas ocasiones, encantador, pero nunca pasa de ser la idea que de un tipo
rudo tiene un muchachito. Bogart es la cosa genuina. Tal como Edward G.
Robinson, todo lo que tiene que hacer para dominar una escena es entrar a ella.
Octubre 6, 1946
A Hamish Hamilton
Marzo 8, 1947
A James Sandoe
A Hamish Hamilton
A Hamish Hamilton
… Te envío dos volúmenes para que los mires. Se titulan Red Wind y Spanish
Blood. Esta colección incluye diez historias, de las cuales todas menos una son
novelas cortas de 15.000 palabras o más. La excepción es el cuento I’ll be Waiting,
que fue publicado en el “Saturday Evening Post”. Como las mejores yo sugeriría a
Red Wind, I’ll be Waiting, Goldfish, Spanish Blood y Pearls are a Nuisance.
Mayo 7, 1948
Me dispuse a probar que estaban equivocados. Mi tesis era que los lectores
sólo creían que no les interesaba ninguna otra cosa más que la acción; que lo que
realmente les interesaba, a pesar de que no se dieran cuenta, y lo que a mí me
interesaba, era la creación de emoción por intermedio del diálogo y la descripción.
Las cosas que recordaban, que los obsesionaba, no era, por ejemplo, que un
hombre había resultado asesinado, sino que en el momento de su muerte estaba
tratando de recoger un broche para papeles de la superficie lustrosa del escritorio y
que se le escapaba una y otra vez, de modo que había un rictus de esfuerzo en su
rostro y su boca estaba entreabierta en una especie de mueca dolorosa, sin que ni
siquiera se le cruzara por la cabeza el pensamiento de la muerte. Ni llegó a oír los
golpes de la muerte sobre su puerta. El maldito broche se le escapaba de los dedos
una y otra vez.
A Charles W. Morton
Tampoco soy lánguido para escribir cartas. Estoy tratando de terminar una
novela de misterio y cada vez que me pongo a escribir una novela de misterio y
cada vez que me pongo a escribir cartas se me va todo el día. Es como si tuviera
que mantener mi mente impura lejos de todo asunto ajeno para lidiar de manera
pasable con la sangre y el sexo. Soy un hombre pequeño en un mundo inmenso, y
mi pelo se está poniendo rápidamente gris.
Agosto 10, 1948
A Hamish Hamilton
A Hamish Hamilton
A James Sandoe
A Dale Warren
… Recuerdo que unos cuantos años atrás, cuando Howard Hawks estaba
filmando El sueño eterno, él y Bogart tuvieron una discusión sobre si uno de los
personajes era asesinado o se suicidaba. Me enviaron un cable preguntándome y,
qué me cuentan, yo tampoco sabía…
A James Sandoe
… No creo que sea para preocuparse que un poli recoja una carta con el
pañuelo a fin de conservar las impresiones digitales, en caso de que las haya.
Podría haber excelentes razones para recoger una carta con el pañuelo: no para
conservar una impresión, porque si la impresión llegó a hacerse en el papel, no se
borraría fácilmente, como sucede con el metal, sino para impedir que se añadan
otras impresiones dándole así más trabajo a la gente del laboratorio. Recuerdo
haber leído una vez una tesis hecha por un experto en balística, en la que se
burlaba de los silenciadores diciendo que el primer disparo con uno, trabaría el
mecanismo de una automática. Tenía yo en ese momento una fotografía de una
Colt Woodsman calibre 22 con silenciador que había sido usada en varios atracos a
teatros de Massachusetts.
¿Si me leo mis cosas una vez publicadas? Sí, y aun a riesgo de que se me
llame ególatra infecto, me cuesta mucho interrumpir. Aun a mí, que las conozco
absolutamente todas. Debe haber algo de magia en lo escrito aunque no me
atribuyo el mérito. Nada más que se da, como el pelo colorado. Pero me resulta de
lo más humillante tomar un libro mío para mirar algo y encontrarme veinte
minutos más tarde leyéndolo aún, como si lo hubiera escrito algún otro.
Mayo 3, 1949
A James Sandoe
Parece que Houghton Mifflin quiere publicar una colección de mis cuentos
viejos en una edición comercial. Intenté argumentar que habían andado rodando
bastante y que, de todos modos, eran literatura barata, pero me insisten en que
deben ser publicados y que “no hay nada como ellos en ningún lado”. Sobre esto
tengo mis grandes dudas.
Me parece que le voy a tener que dar una pequeña revisada a La hermana… y
la cosa me aterra. Me vi enfrentado al final con la necesidad de elegir entre una
explicación clara pero aburrida sobre quién disparó a quién, o dejarlo más o menos
en el aire con la teoría de total a quién le importa; no era una novela policial como
es debido, ni pretendía serlo. Pero el subconsciente funciona y no deja de
increparme. Como ejecutor de estructuras, tengo un grave defecto; dejo que los
personajes dominen la escena por completo y luego me niego a desechar las
escenas que no andan. Por regla general termino en el lecho de Procusto. El sistema
funciona si uno está dándole con las doce bujías, pero ahora tengo unas cuantas
fallando. Lo que sí tengo (dado que esta carta del carajo está ya imposible de
egolatría) es una gran ventaja. Aún me considero un amateur y porfío en sacar
algún placer de mi trabajo.
A James Sandoe
A Hamish Hamilton
A James Sandoe
… Lo que usted señala como tendencia a los injertos chistosos [139] es sin lugar
a dudas efectos de Hollywood, contra eso lucho lo mejor que puedo, pero
despegárselo de encima lleva más de un libro. Proviene de la malsana costumbre
de prepararle a los actores párrafos excesivamente marcados y con la intención de
crear un efecto, de modo que vayan más dirigidos a la audiencia que a los
personajes de la pieza. Por supuesto, Shakespeare también lo hace, y lo hace
constantemente. Solamente que lo hace mejor.
A Dale Warren
Con relación al comentario mío sobre La hermana… que usted tiene a bien
citar, no estoy de acuerdo en que esta novela supera con mucho a todas las demás.
Yo creo que Adiós para siempre, Preciosidad es la mejor y que nunca lograré reunir
nuevamente la misma combinación de ingredientes. La estructura ósea era mucho
más sólida, la intriga menos forzada y más fluida, y muchas otras cosas más.
Cuando se escribe sobre ellos, los autores se vuelven conscientes de sí mismos.
Desarrollan la censurable costumbre de mirarse a sí mismos a través de los ojos de
otra gente. Ya no están solos, han invertido acciones en el elogio crítico y creen que
deben protegerlas. Esto conduce a que el esfuerzo se diversifique. El escritor se
observa a sí mismo mientras trabaja. Gana en sutileza, pero pierde en ímpetu
orgánico. Pero, puesto que a menudo obtiene un genuino éxito en el sentido
comercial, al mismo tiempo que alcanza este estado de deplorable sofisticación se
engaña a sí mismo convenciéndose de que su último libro es el mejor. No lo es. El
éxito que logra es resultado de una lenta acumulación. Lo que sucede más a
menudo es que el éxito de un libro no es causado por el mismo libro.
Noviembre 8, 1949
A Bernice Baumgarten:
A James Sandoe
… En el otoño de 1950 va a salir un tomo con una colección de obras mías [142].
Ahora estoy tratando de eliminar el componente nazi de un cuento llamado No
Crime in the Mountains, como así también los trozos de descripción que robé para
un libro[143]. No sé por qué me tomo el trabajo. Me imagino que el cariño que siento
por el cuento proviene del cariño que le tengo o tenía a la región del lago Big Bear,
a la que conocía tan bien unos diez años atrás.
A Dale Warren
Octubre 9, 1950
A James Sandoe
Enero 4, 1951
A Dale Warren
Febrero 3, 1951
A Carl Brandt
Gracias por las traducciones al japonés. Me parecieron muy bien hechas, ¿no
es cierto?, especialmente las ilustraciones. Para un efecto completo habría que
leerlas cabeza abajo.
Al señor D. J. Ibberson
Mide un poco más de un metro ochenta y pesa unos ochenta y dos kilos.
Pelo castaño oscuro, ojos marrones, la expresión “regularmente atractivo” no lo
contentaría para nada. No creo que tenga apariencia de rucio, pero puede serlo. Si
alguna vez hubiera tenido la oportunidad de elegir un actor de cine que
representara mejor la imagen que yo tengo de él, creo que tendría que haber sido
Cary Grant. Creo que se viste tan bien como es de esperar. Es evidente que no tiene
demasiado dinero para gastar en ropa, ni para ninguna otra cosa si vamos al caso.
Esos lentes de sol con armazón de asta no lo distinguen particularmente.
Prácticamente todo el mundo en el sur de California en algún momento usa lentes
de sol. Yo no sé lo que usted quiere decir con eso de que usa “piyamas” hasta en el
verano. ¿Y quién no los usa? ¿Se había hecho usted la idea de que usaba una
camisa de dormir? ¿O es que usted sugiere que podría dormir en cueros cuando
hace calor? Esto último es posible, aunque aquí muy raramente hace calor de
noche.
Sobre el vicio del cigarrillo tiene usted absoluta razón, aunque no creo que
tenga que ser Camel. Se puede contentar con cualquier otro cigarrillo. Usar
cigarreras no es tan común aquí como en Inglaterra. Jamás lo verá usando fósforos
de librito, que son siempre fósforos de seguridad. Lo que usa son, o bien fósforos
grandes de madera, de ésos que llamamos de cocina, o ésos del mismo tipo pero
un poco más chicos que vienen en cajita y pueden encenderse en cualquier parte, la
uña del pulgar incluida si el tiempo está lo suficientemente seco. Es muy fácil
encender un fósforo en la uña del pulgar en el desierto o en la montaña, pero en
Los Ángeles la humedad es altísima.
En cuanto a la bebida, sus hábitos son más o menos los que usted señala. No
me parece, sin embargo, que prefiera el whisky de centeno al de maíz. Va a tomar
cualquier cosa que no sea dulce. Algunas bebidas como las Pink Ladies, los cocktails
Honolulú y los tragos largos con crema de menta las consideraría como un insulto.
Es cierto, prepara buen café. Cualquiera puede hacer buen café en este país,
aunque en Inglaterra parezca absolutamente imposible. Al café le echa crema y
azúcar, nunca leche. También podría tomarlo negro y sin azúcar. Él mismo se hace
el desayuno, asunto muy sencillo, pero no otra comida. Por vocación se levanta
tarde, pero por necesidad a veces se levantará temprano. ¿No es lo que hacemos
todos?
Yo no me atrevería a decir que juega ajedrez como para entrar en torneos. Yo
no sé de dónde sacó ese librito de tapas blandas publicado en Leipzig con partidas
de los torneos, pero le gusta porque prefiere el método de Europa continental de
señalar los cuadrados en el tablero. Tampoco sé que sea un maestro para jugar a las
cartas. Esto se me ha borrado de la cabeza. ¿Qué quiere decir con eso de que “su
afición a los animales es sólo moderada”? Si usted viviera en una casa de
departamentos, afición moderada es lo máximo que podría llegar a sentir. Me
parece que usted tiene una tendencia a interpretar cualquier comentario fortuito
como la indicación de un gusto arraigado.
Vamos a ver ahora, ¿dónde nos lleva esto? Va al cine con bastante
regularidad y, dice usted, no le gustan las musicales. Verificado y tildado. Quizás
admire a Orson Welles. Posiblemente, sobre todo cuando lo dirige otro que no sea
él mismo. Sus hábitos de lectura y sus gustos musicales son un misterio para mí
como lo son para usted; tengo miedo que, si intentara improvisar, terminaría por
confundirlo con mis propios gustos. Si me pregunta por qué es un detective
privado, no podría contestarle. Es evidente que hay momentos en que desearía no
serlo, tal como hay momentos en que yo preferiría ser cualquier cosa antes que
escritor. El detective privado de la ficción es una creación fantástica que actúa y
habla como un ser real. Puede ser absolutamente realista en todo sentido menos
uno: que en la vida tal como la conocemos un hombre así no sería detective
privado. Las cosas que le suceden a él podrían seguir sucediéndole, pero sucedería
como resultado de un conjunto de casualidades muy particular. Haciéndolo
detective, uno pasa por alto la necesidad de justificar sus aventuras.
Tiene un living al que se entra directamente desde el hall, y del lado opuesto
hay una puerta vidriera doble que se abre a un balcón decorativo, que viene a ser
algo nada más que para mirar, nunca para sentarse afuera. Entrando a la derecha
hay un sofá contra la pared. En la pared izquierda, pegada al hall de entrada del
edificio, hay una puerta que lleva a un hall interno. Pasando ese hall y contra la
pared del lado izquierdo, hay un escritorio de roble con hoja plegable, un sillón,
etc.; y más allá una entrada en forma de arco al comedor de diario y a la cocina. El
comedor, tal como es común en las casas de departamentos en California, es un
espacio separado de la cocina propiamente dicha por medio de una arcada o de un
armario fijo para la loza. Es muy pequeño y la cocina también es muy pequeña.
Entrando por el hall desde el living (el hall interno) uno se encuentra a la derecha
con la puerta del baño y siguiendo derecho se llega al dormitorio. En el dormitorio
hay un enorme armario o placard. El baño, en un edificio de este tipo, tiene que
tener ducha en la bañera y una cortina de baño. Ninguno de los cuartos es muy
grande. Cuando Marlowe lo ocupó, el alquiler del departamento, amueblado,
debía ser de unos sesenta dólares por mes. Sólo Dios debe saber lo que costaría
ahora. Tiemblo de pensarlo.
En cuanto a la oficina de Marlowe, alguna vez voy a tener que echarle otra
mirada para refrescar mi memoria. Me parece que está en el sexto piso de un
edificio que mira al norte, y que la oficina da al este. Pero no estoy muy seguro de
esto. Hay un cuarto de recibo que es la mitad de una oficina, quizás la mitad del
espacio de una oficina del ángulo, convertida en dos cuartos de recibo con entradas
separadas y puertas que comunican a derecha e izquierda respectivamente.
Marlowe tiene una oficina privada que se comunica con el cuarto de recibo suyo, y
hay una conexión que hace que suene un timbre en su oficina privada cada vez que
se abre la puerta del cuarto de recibo. Pero este timbre se puede desconectar por
medio de un interruptor.
Sus armas también fueron diversas. Empezó con una pistola automática
Lüger de fabricación alemana. Parece que tuvo automáticas Colt de diverso calibre,
pero no mayor de 38. Lo último que sé es que tenía una Smith & Wesson calibre 38
especial, probablemente con un caño de cuatro pulgadas. Ésta es un arma muy
poderosa, aunque no es la más poderosa que se fabrica, y tiene sobre la automática
la ventaja de llevar cartuchos de plomo. No se va a trabar ni a descargar por
accidente, aun cuando se caiga sobre una superficie dura, y probablemente sea un
arma tan efectiva a poca distancia como una automática calibre 45. Sería mejor con
un caño de seis pulgadas, pero se haría más incómoda para llevar. Ni siquiera el
caño de cuatro pulgadas es demasiado conveniente, y los del departamento de
detectives de la policía generalmente usan armas con un caño de dos pulgadas y
media.
Esto es todo lo que tengo para usted por ahora, pero si hay algo más que
quiere saber, no deje de escribirme de nuevo. El problema es que usted parece
saber mucho más que yo sobre Philip Marlowe, y quizás sea yo el que le tenga que
hacer preguntas, en vez de usted a mí.
Octubre 1951
Al señor Inglis
A Bernice Baumgarten
Sea como fuere, yo escribí esto como quería, porque ahora puedo hacerlo.
Me tenía sin cuidado que el misterio fuera bastante obvio. Lo que me importaba era la
gente, este extraño y corrupto mundo en el que vivimos, y cómo toda persona que
intenta ser honesta termina pareciendo o sentimental o simplemente tonta.
A Bernice Baumgarten
Es sumamente curioso, pero mis dudas sobre esta novela parecen ser menos
que las que tenía con La Hermana… Si me preguntan por qué, no tengo la más
remota idea. Creo que alguien dijo que lo que les gusta a los escritores de sus
propias obras es lo que no tendría que gustarles.
Junio 10, 1952
A Hamish Hamilton
A Bernice Baumgarten
Lo que yo escribo requiere una cierta dosis de energía y de buen humor —la
palabra es gusto, cualidad ausente en la escritura moderna—, pero usted no podría
conocer la amarga lucha que sostuve todo el año pasado para conseguir tan
siquiera alegría suficiente como para seguir viviendo, no hablemos de pasársela a
un libro. Para decirlo sin vueltas: no es que yo no lograra transmitírsela a un libro,
yo no la tenía para transmitirla[146].
Enero 5, 1953
A H. N. Swanson
… Saqué las dos versiones del guión que hice para la Universal, Playback
(Cocktail de Barro), y los leí. El primero… me pareció mucho mejor que el otro,
porque el final no es bueno… Creo que podría convertirse en una historia bastante
pasable, pero la dificultad de adaptarlo para una novela breve con Philip Marlowe
como personaje central está en que lo mejor de la acción en buena medida no
transcurre a la vista del detective. Yo no digo que sea imposible, pero al resultado,
si es que se lo logra, le quedaría muy poco del original, salvo algunos pocos
personajes y la situación básica de una muchacha que se ha salvado por un pelo de
pagar los platos rotos por un crimen que no cometió y que luego se marcha muy
lejos tratando de esconderse bajo otro nombre y que, de pronto, se encuentra en
una situación tan parecida a la catástrofe original que no se atreve a dar
explicaciones sobre sí misma, muy en especial cuando parece que el segundo tipo
que termina asesinado conocía su identidad y la estaba chantajeando.
A H. N. Swanson
A Hamish Hamilton
El título que le había puesto originalmente era The Long Good-bye, que
andaba a la perfección, pero me detenía un poco la idea de que había muchísimos
títulos con el mismo tipo de cadencia y con la palabra “long” incluida.
A Hamish Hamilton
… Ésa fue una de las cartas más lindas y alentadoras que he recibido… Decir
que no recibo bien los cumplidos —termínala Jamie. A todo el mundo le encantan
los cumplidos, cuanto más exagerados mejor—. Pittsburgh Phil [149]: o se oyó hablar
de este personaje o no se oyó. Él era asesino en jefe de la banda criminal de
Brooklyn. Su verdadero nombre era Harry Strauss y era un tipo de primera línea.
Adoraba su trabajo, lo que quiero decir es que realmente le encantaba liquidar
gente bajo contrato, generalmente estrangulándola y luego dándole cuarenta o
cincuenta veces con el punzón del hielo, nada más que para estar seguro. Su
método de estrangulación era eminentemente artístico, ya que le gustaba atar a sus
víctimas de manera que se estrangularan ellas mismas tratando de liberarse.
Cuando lo electrocutaron tenía un gesto burlón en el rostro…
Agosto 3, 1953
A H. N. Swanson
… En una ocasión saqué un cuento en el “Post” [150], pero lo que me pasó fue
bastante divertido e iluminador. El cuento se llamaba l’ll be waiting y cuando
Sanders[151] se lo mostró al que era entonces editor, a éste le gustó pero con
reservas… Querían que se hicieran algunos cambios —no sé muy bien lo que
querían pero se trataba de hacer algunas cosas más suaves o más románticas—, de
modo que me senté a tratar de lograr estos cambios y al final los hice. Y luego me
publicaron el cuento exactamente igual como lo había escrito al principio.
A Hardwick Moseley
A Hamish Hamilton
… Me las vi negras para quedarme con un juego de libros míos. Vos debes
saber que un autor tiene que releer sus libros aproximadamente cada seis meses,
no sea cosa que escriba uno de nuevo.
Junio 19, 1956
A Helga Greene
A Helga Greene
A Helga Greene
A Helga Greene
… Ahora pienso que English Summer serviría para obra de teatro, pero
únicamente como la base… Creo que dentro de un tiempo voy a intentar preparar
un primer borrador de una pieza con esta idea del norteamericano que cree estar
enamorado de una señora inglesa sumamente refinada y con el mismo sex-appeal
que un capón, aunque eso él no lo sabe ni tampoco ha planeado realmente
seducirla. Su esposo, un borracho agradable pero sin cura, lo invita a quedarse en
el país. Él (el héroe) se da cuenta casi de inmediato que ella no es más que un
adorno. Se topa con otra mujer de un tipo enteramente distinto que se arroja a sus
brazos porque le hace falta un hombre, pero de ninguna manera ha caído tan bajo
como para aceptar a cualquiera, aunque no le guste. Después de esto el “héroe”
descubre que el iceberg aparente ha liquidado a su marido, con una tranquilidad y
una eficacia pasmosas (pero sus motivos serán siempre un tanto oscuros). Se
cerciora de que el norteamericano lo sabe, y está segura de que la va a proteger de
las consecuencias, pues se da cuenta de que ése es el tipo de hombre que él es.
Probablemente no esté enamorada de él, probablemente sea incapaz de sentir
amor, pero de todas maneras cree y confía en su fuero interno en que tal cosa existe
y que, podría sobrevenirle con el hombre apropiado. El norteamericano no puede
hacer otra cosa más que sacrificarse para salvarla, si es necesario… Se siente
perdido en una sociedad que no entiende enteramente y entre gente que jamás
podrá entender, pero de todas maneras no puede simplemente marcharse. Tiene
que hacer algo. De acuerdo con su código y el mío, ha asumido una
responsabilidad, y nosotros, los norteamericanos, somos una gente sentimental y
romántica, no hay duda de que las más de las veces equivocadamente, pero
cuando nos domina ese sentimiento, preferimos destruirnos a nosotros mismos
antes que fallarle a alguien. Para mí esto es tema de una obra de teatro… la esencia
del drama está allí… Sea como sea, es probable que intente escribir la pieza,
porque el escritor que siente que tiene un tema va a hacer el intento, aunque el
final sea el canasto de los papeles…
A Marcel Duhamel[156]
Si deja afuera el capítulo XII[157], usted me deja sin resolver un personaje que
ha jugado un papel demasiado importante como para que lo elimine así sin más ni
más. Me deja también sin un fundamento adecuado para el último capítulo: la
llamada telefónica desde París. En cuanto a los 5.000 dólares que Marlowe se niega
a aceptar del hotel, sabiendo que se trata de un soborno directo de Brandon, un
hombre que ya había cometido dos actos criminales —hacer desaparecer un
cadáver y contratar a un pistolero para ahuyentar a Goble—, si Marlowe hubiera
aceptado ese dinero, se habría convertido en un encubridor. Sea como fuera,
aunque en ocasiones Marlowe se muestre poco sensible, actúa siempre con los
mayores escrúpulos.
Octubre 1, 1958
A Helga Greene
Mi cuento[158] trata de un hombre que quiere salirse del Sindicato, pero que
sabe demasiado, y al que se le ha pasado el dato de que un par de profesionales
han sido enviados a suprimirlo. Como no tiene a nadie a quien pedirle ayuda,
recurre a Marlowe. El asunto está en qué puede hacer Marlowe sin terminar de
frente a las balas él mismo. Tengo algunas ideas en la cabeza y creo que me voy a
divertir escribiéndolo. Ni decir que si los asesinos fallan habrá otros para hacerse
cargo de ellos. El que le falla al Sindicato no vive para contarlo. La disciplina es
estricta y severa, y los errores simplemente no se toleran. Al único capo de
Sindicato que se logró condenar alguna vez por asesinato fue a Lejke Buchhalter,
que fue jefe de Murder Inc. de Brooklyn, y jefe de una banda de “protección” en
Nueva York. Todos estos muchachos tienen una fachada comercial decente y
abogados brillantes, aunque malandras. Si se acaba con los abogados, se acaba con
el Sindicato…
Octubre 4, 1958
A Helga Greene
… Me levanto a eso de las cinco, tomo mi té, trabajo hasta más o menos las
ocho y luego retorno a la máquina de escribir. El cuento [161] avanza fatigosamente,
pero es probable que lo tenga que reescribir y afilar un poco. La idea central es
demasiado seria para que uno se ponga sarcástico. Y esto tiende a producir
entumecimiento. Y sin embargo la idea es muy buena y, hasta donde yo sé, jamás
ha sido hecha: un hombre que trata de salvar a otro de un par de asesinos
profesionales, y un hombre que apenas si se merece que se lo salve de eso. La cosa
no puede ocupar menos de 10.000 palabras, pero ésta es una buena extensión para
algunas revistas, las que publican en un solo número cuentos de una longitud
normal para libros.
Octubre 30, 1958
A Hardwick Moseley
… La novela La Dama del Lago se basó en dos novelitas breves: Bay City Blues,
publicada en junio de 1938, y La Dama del Lago, publicada en enero de 1939. El
Sueño Eterno fue escrita en la primavera de 1938 y se basó en dos novelitas breves:
Killer in the Rain, publicada en enero de 1935, y The Curtain, publicada en setiembre
de 1936. Este libro incluía también una secuencia bastante larga de una novelita
titulada The Man Who Liked Dogs y que se había publicado en marzo de 1936. Adiós
para Siempre, Preciosidad se basó en dos novelitas tituladas Try the Girl, publicada en
enero de 1937, y Mandarin’s Jade, publicada en noviembre de 1937.
Ahora bien, esto está claramente enlazado con La Dama del Lago, puesto que
uno de los capítulos de la novelita originaria La Dama del Lago llevaba como título
(obra del editor de la revista; yo jamás le pongo título a los capítulos) “The Golden
Anklet”, y hay una ajorca de oro que realmente figura en la historia. El 20 de junio
estoy en la página 215 y de nuevo vuelvo a llamarla Law is Where You Buy It, Dios
sabe por qué. El 23 de junio a la página 203 y ahora la llamo Deep and Dark Waters.
El título se explica por sí mismo. El 28 de junio llego a la página 337. El 29 de junio
hay esta anotación: “Trágica comprensión de que hay otro tigre domado debajo de
la casa. Más de las tres cuartas partes hechas y no vale nada.” Esto se refiere sin
ninguna duda al borrador de La Dama del Lago, sea cual fuere el título provisional
que yo le pudiera estar dando por este momento. Ahora bien, yo escribo en hojas
de papel dobladas longitudinalmente y se computan unas seis para las mil
palabras. Por consiguiente, 337 de estas páginas representarían unas 55.000
palabras de borrador, número bastante considerable aun cuando hecho en el
término de un mes. Para el 1’ de julio, sin embargo, este provecto se me ha vuelto
odioso y me vuelvo a The Girl from Florians, página 234, de acuerdo con el diario, y
anoto que la página 233 estaba exactamente donde la había dejado el 22 de mayo.
De ahí en adelante avanzo de manera más o menos regular hasta el 15 de
setiembre, la página 638 y la anotación: “Borrador de The Second Murderer
terminado”, evidentemente el título de ese momento. Este título se enlaza con
Adiós para Siempre, Preciosidad; podría aportar citas del libro en apoyo de esto.
Pero el que piense que con este borrador me quedé satisfecho, está
enteramente equivocado, pues al año siguiente, en 1940, lo volví a escribir en su
totalidad hasta que al fin lo terminé, aunque 1940 no era el año ideal para
concentrarse, si se tiene en cuenta lo que estaba ocurriendo en Europa. Adiós para
Siempre, Preciosidad fue terminada —lo que se dice realmente terminada— el 30 de
abril de 1940.
Durante todo el año 1940 no hay una sola referencia específica, bajo ningún
título, a La Dama del Lago. The Brasher Doubloon parece haber sido terminado
alrededor del 9 de septiembre de 1941, ya que se hace alusión a un manuscrito
enviado por correo. Me resulta muy difícil decir exactamente en qué estuve
trabajando el resto de ese año. El 2 de enero y el 4 de enero de 1942, sin embargo,
ando en muy buenos términos con La Dama del Lago, página 205 para la última de
las fechas; por lo tanto, debo haber estado trabajando en ella durante la última
parte de 1941, de manera intermitente por lo menos. El 3 de enero, sin embargo,
estoy de vuelta en The Brasher Doubloon, lo cual significa que el año anterior no
había enviado todo el manuscrito, sino sólo una parte. También trabajo en La Dama
del Lago hasta el 8 de enero, ya que para esa fecha el número de página es el 281, y
para el día siguiente, 9 de enero, estoy de vuelta en The Brasher Doubloon, y, por
alguna misteriosa razón, la terminé realmente el 1.º de marzo, y para el 3 de marzo
puse el manuscrito completo en el correo. El resto de ese año lo dediqué en su
mayor parte, aunque no sin interrupción, a La Dama del Lago, pero hasta el 4 de
abril de 1943 no hay ninguna indicación de que la hubiera terminado.
Las cartas que aparecen extractadas a continuación se refieren todas a The Poodle
Springs Story.
A Helga Greene
A Maurice Guinness
A Roger Machell
A medida que avanzo hay un montón de cosas para resolver. Antes que
nada quiero un buen comienzo. Como debido a la hepatitis estoy sometido a una
dieta sin alcohol, mi mente parece haber perdido un poco, o mucho, de su
exuberancia. Son muy pocos los escritores que pueden escribir habiendo ingerido
alcohol; yo soy una de las excepciones. Físicamente el alcohol no me hace falta para
nada, pero sí espiritual y mentalmente.
A Helga Greene
A Maurice Guinness
Pienso que pude haber entendido mal su deseo de que Marlowe se casara.
Pienso que me pude haber equivocado en la elección de la muchacha. Pero, en
realidad, un tipo como Marlowe no tendría que casarse, porque es un hombre
solitario, pobre, peligroso, y sin embargo lleno de simpatía por la gente, y todo esto
no anda muy bien con el matrimonio. Creo que siempre tendrá una oficina
absolutamente calamitosa, un hogar solitario, una cantidad de affairs, pero ninguna
relación permanente. Creo que siempre será despertado a una hora imprudente
por alguien imprudente y para hacer una tarea imprudente. Me parece que ese es
su destino —quizás no sea el mejor destino del mundo; pero es el suyo—. Nadie lo
va a vencer jamás, porque por naturaleza es invencible. Nadie logrará hacerlo rico,
porque está destinado a ser pobre. Pero creo que no lo cambiaría, y es por eso que
siento que su idea de que debería casarse, aun cuando fuera con una buena chica,
no se corresponde con el personaje. A él siempre lo veo en calles solitarias, en
cuartos solitarios, perplejo pero nunca vencido por completo…
P. D.: Lo estoy escribiendo casado con una mujer rica y enterrado en plata,
pero no creo que dure.
The Poodle Springs Story
1
“Es una parte nueva de los Springs, querido. Alquilé la casa por la
temporada. Es un poco pretenciosa, pero todo es así en Poodle Springs.”
“El dueño me dio permiso para instalar uno. Espero que la casa te guste,
querido. Tiene sólo dos dormitorios, pero el dormitorio principal tiene una cama
de Hollywood. Parece grande como una cancha de tenis.”
“Querido, en Acapulco…
Acapulco estaba muy bien. Pero sólo disponíamos de los cosméticos que
habías traído, la cama era sólo una cama, no un campo de pastoreo, se permitía a
otra gente tirarse a la pileta y el baño no tenía ninguna alfombra.”
“No podés tener un mono en Poodle Springs. Tenés que tener un poodle. A
mí me están por traer uno. Negro como el carbón y muy inteligente. Tomó
lecciones de piano. Quizás pueda tocar el órgano Hammond que hay en la casa.”
“Negrito.”
“'La esposa típica de nuestro país’ dije, y di la vuelta al auto para ayudarla a
bajar. Cayó en mis brazos. Tenía un perfume divino. La besé de nuevo. En la casa
de enfrente, un tipo que estaba cerrando un rociador nos sonrió e hizo señas con la
mano.”
“Aquél es el señor Tomlinson”, dijo entre mis dientes. “Trabaja en una casa
de cambios.”
Era una casa muy elegante, salvo que hedía a decorador. La pared del frente
era un panel de vidrio y en él había mariposas aprisionadas. Linda dijo que
provenía del Japón. El piso del hall estaba alfombrado de vinyl azul con un dibujo
geométrico en dorado. Esto daba a un cuarto de estar lleno de muebles, con cuatro
enormes candelabros de bronce y el escritorio incrustado más fino que hubiera
visto jamás. Contiguo a este cuarto estaba el baño de huéspedes, al que Linda
llamaba lavatorio. Un año y medio en Europa le había enseñado a hablar inglés. El
baño de huéspedes tenía ducha, mesa de tocador y sobre ella un espejo de cuatro
pies por tres. El sistema de alta fidelidad tenía parlantes en todos los cuartos.
Agustino lo había encendido suavemente. Apareció en la puerta, sonriendo y
haciendo reverencias. Era un joven bien parecido, mitad hawaiano y mitad
japonés. Linda lo había recogido en la breve excursión que hicimos a Maui, antes
de ir a Acapulco. Es maravilloso lo que uno puede recoger cuando se tiene ocho o
diez millones de dólares.
“¡Termínala!”
“Vos no vas a tener ninguna oficina, tonto. ¿Para qué pensás que me casé
con vos?”
“De desempacar puede que sea capaz. Pero no va a saber dónde quiero que
vayan las cosas. Soy muy tilinga.”
“¿Qué tal una peleíta por los placards, a ver cuál le toca a cada uno? Luego
podríamos trenzamos en lucha, y luego…”
“Vos almorzás temprano. Yo me iré al centro a buscar una oficina. Tiene que
haber algún tipo de negocio en Poodle Springs. Hay un montón de plata aquí, y
puede ser que de vez en cuando me caiga en las manos un centavo.”
“Te odio. Yo no sé por qué me casé con vos. Pero insististe tanto.”
La así violentamente y la sostuve cerca. Le rocé con los labios las cejas y las
pestañas, largas y cosquilleantes. Seguí con su nariz, las mejillas, y luego la boca.
Al principio no era más que una boca, luego fue la saeta de una lengua, luego un
prolongado suspiro, y dos seres tan cercanos uno del otro como se puede estar.
“Yo quiero hacerte feliz a vos. Pero no sé cómo. Me faltan cartas en la mano.
Soy un tipo pobre con una esposa rica. No sé cómo proceder. Pero de una cosa
estoy seguro —oficina destartalada o no, allí me he convertido en lo que soy. Y allí
seré lo que tenga que ser.”
“No tiene por qué disculparse. A algunas damas les gusta. Pero mi esposa
lleva mi nombre. Ella querría almorzar. Yo tengo que salir por asunto de
negocios.”
Su sonrisa se hizo radiante. “Creo que voy a ser muy feliz aquí, señor
Marlowe.”
“¿Y ahora, qué diablos digo? Me muero por saberlo. ¿Te gustan los dedos de
mis pies?”
“Es la colección de dedos más adorable que haya visto jamás. Y parece que
el juego está completo.”
“No la quiero en Canyon Drive. Quiero que esté en alguna calle importante
o en la Avenida Sioux, pero una en la calle principal no podría pagarla.”
“Pero su esposa.”
“A ver si me entiende, Thorson. Lo más que saco es un par de miles por mes
—sin descuentos—. Algunos meses no saco nada. No puedo pagarme un
despliegue ostentoso.”
Encendió su pipa creo que por novena vez. ¿Por qué diablos fuman en pipa
si no saben?
“Pero…”
“Yo soy Manny Lipshultz”, dijo. “Usted es Philip Marlowe. Quiero que
conversemos.”
“Hace un par de horas que estoy aquí”, dije. “Ando buscando una oficina.
No conozco a nadie llamado Lipshultz. ¿Me dejaría pasar, por favor?”
“Quizás tenga algo para usted. En esta aldea todo se sabe. El yerno de
Harían Potter, ¿eh? Eso acá produce un efecto enorme en mucha gente.”
“Hágase humo.”
“Cuando tenga una oficina, venga a verme, señor Lipshultz. Ahora tengo
problemas muy serios en la cabeza.”
“Para ese entonces puedo estar muerto”, dijo con calma. “¿Oyó hablar
alguna vez del Agony Club? Yo soy el dueño.”
Me di vuelta a mirar la oficina del señor Thorson. Las orejas de él y las del
buitre del periódico sobresalían medio metro.
“¿Qué me cuenta?”, dije. “Yo creía que las mujeres policías tenían cara de
perro. Usted es una preciosura.”
“Es mejor que hable con el sargento Whitestone”. Abrió una puerta vaivén y
me indicó con la cabeza una puerta cerrada. Di unos golpes sobre ella y la abrí. Me
encontré frente a un hombre de apariencia tranquila, pelo rojo, y unos ojos que
todo sargento de la policía tiene, tarde o temprano. Ojos que han visto demasiadas
porquerías y oído a demasiados mentirosos.
“Mi nombre es Marlowe. Soy detective privado. Voy a abrir una oficina
aquí, si es que encuentro una y usted me lo permite.” Descargué otra tarjeta sobre
el escritorio y abrí la billetera para que pudiera ver mi licencia.
“¿Divorcios?”
“Me gustaría hacerlo, pero jamás he podido darme cuenta dónde tengo que
parar.”
“No tengo nada de esos doscientos millones, sargento. No tengo más que
mis propios recursos, y soy un hombre relativamente pobre.”
“¿Quién lo duda? Igual que yo, como que a mí se me olvidó casarme con la
hija del patrón. Nosotros los polis somos muy idiotas.”
“No hay caso, ¿eh?”, dije. “No lo puedo convencer de que soy un tipo más,
tratando de rasguñar unos pesos. ¿Conoce a alguien llamado Lipshultz que es
dueño de un club?”
Apoyó los codos sobre el escritorio y cruzó las manos debajo del mentón.
“¿Y qué es lo que hace el resto del tiempo?”
“¿Y quién será Lippy? Y aparten los fierros que yo no tengo ninguno.”
“Después que habló con vos, te fuiste ver a la poli. A Lippy no le gusta eso.”
“Naturalmente, no pensé que éramos tan amigos como para que no pudiera
almorzar sin mí.”
Uno de los muchachos, el más alto, dio la vuelta por detrás del Fleetwood y
trató de abrir la puerta del lado derecho. Tenía que ser ahora o nunca. Apreté a
fondo el acelerador. Un auto cualquiera se hubiera ahogado, pero no el Fleetwood.
Salió disparado hacia adelante y al rufián más alto lo dejó dando tumbos. Y se
estrelló violentamente contra la parte trasera del Roadmaster. No pude ver lo que
le hizo al Fleetwood. Puede que haya una o dos rayaditas en el paragolpe
delantero. En medio del choque, abrí la guantera de un tirón y agarré la 38 que
había llevado a México. No porque la necesitara alguna vez, pero cuando uno está
con Linda, mejor no arriesgarse.
El rufián más chiquito había empezado a correr. El otro estaba todavía sobre
el trasero. Salté fuera del Fleetwood y disparé un tiro por encima de su cabeza.
“Oigan, queriditos”, dije, “si estoy lleno de plomo va a ser imposible que
Lippy hable conmigo. Además jamás muestren un arma a menos que estén
preparados a usarla. Yo lo estoy. Ustedes no.”
“Termínala con eso de tu auto. Nuestro auto. Y ni te pienses que está tan
dañado como para que se note. De cualquier manera necesitamos un sedán para la
noche. ¿Almorzaste?”
“Y no podría tener más razón. Son ya media docena las personas que me
han llamado por mi nombre, incluyendo una rubia absolutamente divina de la
policía.”
“Quizás sea cierto. Pero yo creo recordar que alguien me llevó a la fuerza al
dormitorio.”
1942: TIME TO KILL (Hora de matar), dir. Herbert I. Leeds, libr. Clarence
Upson Young, sobre argumento de Chandler; con Lloyd Nolan;
1944: MURDER, MY SWEET (El enigma del collar), dir. Edward Dmytryk,
libr. John Paxton, sobre novela “Farewell, My Lovely”; con Dick Powell; 1944:
DOUBLE INDEMNITY (Pacto de sangre), dir. Billy Wilder, libr. Wilder y
Chandler, sobre novela homónima de James M. Cain: con Barbara Stanwyck, Fred
Mac Murray, Edward G. Robinson; 1944: AND NOW TOMORROW (El mañana es
nuestro), dir. Irving Pichel, libr. Frank Partos y Raymond Chandler, sobre novela
de Rachel Field; con Alan Ladd, Loretta Young; 1945: THE UNSEEN (La sombra
funesta), dir. Lewis Allen, libr. Hagar Wilde y Raymond Chandler, sobre novela de
Ethel Lina White; con Joel McCrea, Gail Russell; 1946: THE BIG SLEEP (Al borde
del abismo), dir. Howard Hawks, libr. William Faulkner y Leigh Brackett, sobre
novela homónima; con Humphrey Bogart, Lauren Bacall; 1946: THE BLUE
DAHLIA (La dalia azul), dir. George Marshall, libr. original de Chandler; con Alan
Ladd, Veronica Lake;
1947: THE LADY IN THE LAKE (La dama en el lago), dir. Robert
Montgomery, libr. Steve Fisher, sobre novela homónima; con George Montgomery,
Audrey Totter; 1947: THE BRASHER DOUBLOON (La moneda trágica), dir. John
Brahm, libr. Dorothy Hannah y Leonard Praskins, sobre novela “High Window”,
con George Montgomery, Nancy Guild; 1951: STRANGERS ON A TRAIN (Pacto
siniestro), dir. Alfred Hitchcock, libr. Raymond Chandler, Czenzi Ormonde y
Whitfield Cook, sobre novela de Patricia Highsmith; con Robert Walker, Farley
Granger; 1969: MARLOWE (Marlowe, detective privado), dir. Paul Bogart, libr.
Stirling Silliphant, sobre novela “Little Sister”, con James Garner, Gayle Hunnicutt;
1973: THE LONG GOODBYE (Un adiós peligroso), dir. Robert Altman, libr. Leigh
Brackett, sobre novela homónima, con Elliott Gould, Nina van Pallandt; 1975:
FAREWELL MY LOVELY, dir. Dick Richards, libr. David Zelag Goodman, sobre
novela homónima, con Robert Mitchum.
Otros films citados en el texto
pág.
152: I KNOW WHERE I’M GOING, prod. inglesa, dir. Michael Powell, con
Wendy Hiller; no se estrenó en Argentina;
155: A PLACE IN THE SUN (Ambiciones que matan), dir. George Stevens,
sobre novela “An American Tragedy” de Theodore Dreiser; es mucho mejor de lo
que opina Chandler;
156: PATTERNS es una obra para televisión de Rod Serling. Después fue
llevada al cine, con, dirección de Fielder Cook y el mismo título; en Argentina se
llamó EL PRECIO DEL TRIUNFO.
[2]
Director general de Hamish Hamilton Ltd., editor de Chandler en
Londres. <<
[3]
Florence Thornton, madre de Chandler, había viajado a los Estados
Unidos a visitar a su hermana Grace, casada en Omaha, Nebraska, y allí había
conocido a Maurice Chandler. <<
[4]
Editor Asociado de “The Atlantic Monthly”. <<
[5]
Autor y redactor free-lance. <<
[6]
Abogado de Chandler: socio de Glenn & Wright en San Diego, California.
<<
[7]
La abuela de Chandler vivía en Norwook, Londres, con su hija Elhel. <<
[8]
Ernest Thornton. <<
[9]
Maestro de escuela secundaria en Literatura Inglesa y Norteamericana, La
Cañada, California. <<
[10]
El tío irlandés de Chandler colaboró en sus gastos de escuela. <<
[11]
“The Academy”. <<
[12]
Chandler escribió también para The Spectator. <<
[13]
Cecil Cowper, J. P. editor de “The Academy”, 1910-16. <<
[14]
Chandler se enroló en el Canadian Gordon Highlanders en 1914 y lo
enviaron a Victoria, Columbia británica, para su entrenamiento. Se incorporó al
ejército canadiense porque en él recibía una bonificación por dependiente que él
podía hacer llegar a su madre. Estuvo de servicio en Francia y llegó a ser jefe de
pelotón. En 1918 se incorporó a los Royal Flying Corps (la R. A. F. más tarde). La
baja le llegó en Inglaterra; su madre volvió con él a California. <<
[15]
Lo que Chandler hizo en realidad fue un curso de contabilidad de tres
años en seis semanas. <<
[16]
Representante Literaria de Chandler. <<
[17]
Pulp magazine. Se le daba este nombre a la revista impresa en papel de
inferior calidad y que usualmente contenía historias sensacionalistas de amor,
violencia, etc. N. de la T. <<
[18]
Blackmailers Don’t Shoot. <<
[19]
El Sueño Eterno fue publicada por Knopf y Hamish Hamilton en 1939. <<
[20]
El año en que murió su madre. <<
[21]
Editor de Houghton Mifflin Co. <<
[22]
Corresponsal del “New Liberty Magazine”. <<
[23]
Victoria, Columbia Británica. <<
[24]
Entonces de la H. N. Swanson Inc., agentes de Chandler en Hollywood.
<<
[25]
En aquel tiempo secretaria de Chandler. <<
[26]
Uno de los directores de Hamish Hamilton Ltd. <<
[27]
Hose había sido maestro de Chandler en Dulwich College. <<
[28]
Editor asistente del “Sunday Times”, Londres. <<
[29]
La Sra. Lavinia Brown de Los Angeles. <<
[30]
Autor de novelas y cuentos. <<
[31]
Uno de los directores de Houghton Mifflin Co. <<
[32]
Columnista del “San Diego Evening Tribune”. <<
[33]
Procurador de Chandler en Londres. <<
[34]
Representante de Chandler en Hollywood. <<
[35]
Los Escritores de Obras de Misterio de los Estados Unidos, asociación de
la que Chandler había sido elegido presidente. <<
[36]
Autor de historias de crimen. <<
[37]
Dashiell Hammett, muerto en 1961. <<
[38]
Título en Inglaterra: Ten Little Niggers. (Diez Negritos). <<
[39]
Crítico de novelas policiales para el “New York Herald-Tribune”.
Profesor Asistente de Humanidades y Bibliografía de la Universidad de Colorado.
<<
[40]
El Simple Arte de Matar, publicado en “The Atlantic Monthly”, diciembre
de 1944. <<
[41]
Autor de novelas policiales; firma también como “A. A. Fair”. <<
[42]
Crítico y editor de novelas policiales. Había editado una antología, The
Art of the Mystery Story. <<
[43]
Give me a Morder, de Somerset Maugham, “Saturday Evening Post”,
diciembre 28, 1940 <<
[44]
Farewell my Lovely Appetizer, incluida en The Most of S. J. Perelman. <<
[45]
El Simple Arte de Matar. <<
[46]
Autor de cuentos policiales. <<
[47]
De Josephine Tey. <<
[48]
En aquel entonces de Brandt & Brandt (representante literario de
Chandler en Nueva York). <<
[49]
A Cato of the Cruelties, de R. W. Flint en “Partisan Review”, mayo-junio
1947. <<
[50]
Alex Barris le había enviado a Chandler un cuestionario. <<
[51]
De Theodore Dreiser. <<
[52]
De Charles Jackson. <<
[53]
Editada por Howard Haycraft. <<
[54]
De Raymond Bond. <<
[55]
Autor de historias de crimen. <<
[56]
Londres. <<
[57]
Publicado en Inglaterra con el título de Murder in the Orient Express.
Traducción castellana: Asesinato en el Orient Express. <<
[58]
De Sir A. Conan Doyle. <<
[59]
De Edgar Allan Poe. <<
[60]
De E. C. Bentley. <<
[61]
El asesinato de Roger Ackroyd, de Agatha Christie. <<
[62]
Editora de una revista para escritores en Lake Mohawk, Nueva Jersey. <<
[63]
De William W. Haines. <<
[64]
De J. P. Marquand (Título en Inglaterra: Polly Fulton). <<
[65]
Editor de “The Atlantic Monthly”. <<
[66]
Entonces editor de “Harper’s Magazine”. <<
[67]
Crítico de novelas policiales del “San Francisco Chronicle”. <<
[68]
Enemies of Promise. <<
[69]
El Gran Gatsby de F. Scott Fitzgerald. <<
[70]
De Nathanael West. <<
[71]
Representante literario de Chandler en Nueva York. <<
[72]
Hérodias y Un Coeur Simple, incluidos en Trois Contes (Gustavo Flaubert);
The Captain’s Doll (D. H. Lawrence); The Spoils of Poynton (Henry James); Madame
Bovary (Gustave Flaubert); The Wings of a Dove (Henry James); A Christmas Holiday
(W. Somerset Maugham). <<
[73]
De A. Divine. <<
[74]
De Alexander Floote. <<
[75]
Goldbrick y lead-swinger se aplican al soldado haragán que rehúye el
trabajo; milkrum y piece of cake a un bombardeo aéreo de suma facilidad. (N. de la
T.). <<
[76]
Across the River and into the Trees (Ed. en castellano: Del otro lado del río y
entre los árboles). <<
[77]
Hospital de Veteranos “O’ Reilly”. Springfield, Misuri. <<
[78]
Revista del “Mystery Writers of America Inc.” <<
[79]
Uno de ellos, Requiem, fue aceptado por “The Atlantic Monthly”, pero
jamás fue publicado. <<
[80]
Guión original de Chandler: The Blue Dahlia. <<
[81]
Artículo al que se alude en las cartas precedentes a Charles W. Morton. <<
[82]
“Writers in Hollywood”. En el original ingles, Chandler había escrito:
“and not too critically examine the artistic result”, lo cual fue modificado a: “and
not examine the artistic result too critically”. N. de la T. <<
[83]
Director de cine. <<
[84]
Presidente de Alfred A. Knopf Inc. <<
[85]
Universal-International Pictures, Inc. <<
[86]
Strangers on a Train, de la novela del mismo título de Patricia Highsmith.
<<
[87]
Representante de Chandler en esa época. <<
[88]
Strangers on a Train. <<
[89]
Chandler terminó por reconocerlo para la película, Strangers on a Train, en
colaboración con Czenzi Ormonde. <<
[90]
Director de cine. <<
[91]
Un contrato para un programa de televisión con Philip Marlowe. <<
[92]
Vicepresidente ejecutivo de Goodson-Todman Enterprises, Ltd. <<
[93]
The little sister. Edición castellana: La Hermanita. <<
[94]
The little sister: La Hermanita. <<
[95]
Profesor Bingo’s Snuff. <<
[96]
H. N. Swanson. <<
[97]
Vicepresidente ejecutivo de Pocket Books Inc. <<
[98]
Gerente de publicidad de J. B. Lippincott Co. <<
[99]
“Ten Per Cent of Yonr Life”. <<
[100]
“Ten Per Cent of Your Life”. <<
[101]
De Clyde, Ohio. <<
[102]
De Hamjsh Hamilton Ltd. <<
[103]
Editor de Houghton Mifflin Co. <<
[104]
En la cubierta de El largo Adiós. <<
[105]
Autora de novelas de crímenes. <<
[106]
wag: bromista; vagrant: vagabundo. N. de la T. <<
[107]
Escritor residente en La Jolla. <<
[108]
En Anatomy of Murder. <<
[109]
Crítico y autor de novelas policiales. <<
[110]
En la Serie de Procesos Famosos en Inglaterra. <<
[111]
Incluido en Anatomy of Murder. <<
[112]
De John Rowland. <<
[113]
Anatomy of Murder. <<
[114]
Estos son todos títulos de obras de Chandler. <<
[115]
Estos son todos títulos de obras de Chandler. <<
[116]
Estos son todos títulos de obras de Chandler. <<
[117]
El Sueño Eterno, publicada por Knopf y Hamish Hamilton, 1939. <<
[118]
Presidente de Alfred A. Knopf Inc. <<
[119]
Publicado como Adiós para siempre, Preciosidad, 1940. <<
[120]
Sydney A. Sanders, agente literario de Chandler en ese entonces. <<
[121]
I’ll be Waiting. <<
[122]
La Ventana Siniestra. El título original de Chandler era The Brashear
Doubloon. <<
[123]
Brassière: corpiño (N. de la T.) <<
[124]
La Dama del Lago. <<
[125]
Finger Man. <<
[126]
Writers in Hollywood. <<
[127]
La Hermanita. <<
[128]
El ensayo El Simple Arte de Matar. <<
[129]
La Hermanita. <<
[130]
Boucher le había escrito a Chandler sobre una nueva revista que
publicaba en colaboración con J. Francis McNomas. <<
[131]
The Bronze Door etc. <<
[132]
La Hermanita. <<
[133]
Cocktail de Barro, nunca producida por la Universal-International. La
última novela de Chandler, publicada en 1958, estaba basada en este guión. <<
[134]
Cocktail de Barro, nunca producida por la Universal-International. La
última novela de Chandler, publicada en 1958, estaba basada en este guión. <<
[135]
Algunas de ellas fueron incluidas en el volumen El Simple Arte de Matar,
junto con el famoso ensayo de este título publicado en 1950. En 1958, Hamish
Hamilton las reeditó en dos volúmenes, Pearls are a Nuisance y Smart-Aleck Kill.
Otras fueron publicadas en 1950 por Penguin Books en el volumen Trouble is my
Business. <<
[136]
The Guilty Vicarage, de W. H. Auden, en “Harper’s Magazine”, mayo de
1943. <<
[137]
Chandler originalmente pensó en llamarlo Mallory a Marlowe. A
sugerencia de su esposa, el nombre se hizo Marlowe. <<
[138]
La Hermanita. <<
[139]
En La hermana pequeña. <<
[140]
El Simple Arle de Matar. <<
[141]
Profesor Bingo’s Snuff. <<
[142]
El Simple Arte de Matar. <<
[143]
La Dama del Lago. <<
[144]
El Simple Arte de Matar. <<
[145]
Fais pas ta Rosière. <<
[146]
El Largo Adiós fue escrito durante la enfermedad de su esposa Cissy. <<
[147]
Publicada en “The New Yorker”, otoño de 1952; editada en forma de
libro en Bite on the Ballet de S. J. Perelman (título en los Estados Unidos: The Road to
Miltown). <<
[148]
Cocktail de Barro. <<
[149]
Mencionado en El Largo Adiós. <<
[150]
“The Saturday Evening Post”. <<
[151]
Agente literario de Chandler por aquella época. <<
[152]
Cocktail de Barro. <<
[153]
Cocktail de Barro. <<
[154]
English Summer. Este cuento nunca se publicó, ni Chandler hizo jamás
ningún intento verdadero de convertirlo en obra de teatro. <<
[155]
Cocktail de Barro. <<
[156]
Editor de la Série Noire publicada por Gallimard. <<
[157]
Cocktail de barro. <<
[158]
The Pencil. <<
[159]
Hay una sección dedicada a Raymond Chandler en el Departamento de
Colecciones Especiales de la Universidad de California en Los Angeles. <<
[160]
Cocktail de Barro. <<
[161]
The Pencil. <<
[162]
The Poodle Springs Story, título provisional de la novela en la que
Chandler estaba trabajando en el momento de su muerte. <<
[163]
Maurice Guinnes, autor de obras policiales. <<
[164]
Cocktail de Barro. <