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LA ROMA CLÁSICA

5. EL OCASO DE LA REPÚBLICA
Seguramente se trate de una suma de motivos multiformes y cambiantes, algunos autores sitúan el
comienzo de la crisis en el año 133 con Tiberio Graco y otros las causas tardías, entre el 69 y el 44. Muchos
puntos de vista coinciden en rastrear los orígenes de la crisis en aspectos económicos y sociales,
especialmente los relacionados con el reparto de la tierra, así como la preponderancia de los liderazgos
personales y la evolución del ejército, trasformado en profesional y milicia leal a un determinado caudillo.
Tras la muerte de Craso en el 53, la alianza entre Pompeyo y César se debilita. Pompeyo empieza a
entenderse con el Senado para aislar a César, y termina recibiendo el mando militar en Hispania. En contra
de la tradición, Pompeyo permanece cerca de Roma, para hacer valer su peso en el centro neurálgico del
poder. César de encontraba en una situación precaria, intentan un acuerdo entre ambos, pero fracasa.
El reclutamiento de más legiones por parte de César debe interpretarse como un intento de ampliar su ya
considerable base de poder, pero también de que, en caso extremo, estaba dispuesto a imponer sus
pretensiones por la fuerza, a la vez que desplegaba ante la opinión pública romana una efectiva ofensiva
diplomática. Seguía públicamente una estrategia para evitar la guerra, aunque desde una posición de
fuerza. Estando así las cosas, tuvo lugar la apertura de hostilidades. El paso por César del Rubicón en el 49
como respuesta a la declaración del estado de excepción por parte de sus adversarios desencadenaría la
guerra civil. Los soldados siguieron sin condiciones la llamada de su superior en defensa de su propia
dignitas, lo que demuestra la lealtad ante el comandante respectivo y lo poco valorados que estaban los
lazos de los ciudadanos-legionarios con el Estado.
En enero del 49, Cayo Julio César, procónsul de las Galias y comandante del mayor ejército del Imperio,
marcha hacia la península itálica e inicia la Guerra Civil más larga y sangrienta de la historia Romana.
CONTEXTO DE LA GUERRA: EN TORNO A UNA CARTA DE CÉSAR
Pompeyo estaba resuelto a no permitir a César llegar a ser cónsul de nuevo si antes no entregaba su
ejército en las provincias; César, por su parte, está convencido de que no podía estar a salvo si renunciaba
al mismo. Mientras transcurren las complicadas negociaciones entre ambos bandos, César afianza su
posición estratégica trasladando sigilosamente 22 cohortes de la Galia Transalpina a Piacenza. La
confrontación bélica parecía entrar a priori en los cálculos del comandante en jefe de las legiones galas.
Muy consciente de la débil legitimación política y moral de su forma de proceder, César abre un segundo
frente ideológico. Justifica las irregulares circunstancias de la conquista del Estado por parte de su ejército
argumentando que eran medidas útiles y necesarias para el bien común y la res publica. Sus
tergiversaciones adquieren un alto grado de notoriedad.
Después del paso del Rubicón los dos bandos implicados en la Guerra Civil se esfuerzan por consolidar su
posición estratégica en suelo itálico. César se esfuerza por diferenciarse en su ofensiva propagandista de
Sila (César era pariente de Mario y esposo de Cornelia, hija de Cinna, ambos rivales de Sila). Pompeyo se
aplica en planificar su futura estrategia, pero también le preocupa la fidelidad, dudosa, de sus tropas. Por
mucho que César lo proclamaba y otros círculos interesados en un entendimiento lo quisieran, la imposible
reconciliación de las diferentes posturas, así como el curso de las operaciones militares en marcha,
frenaban cualquier intento de pacificación. A pesar de los receles existentes contra César en las clases
dirigentes, cundió su política de reconciliación en amplias capas de la sociedad. La política de captación de
voluntades escenificada por César provoca los efectos previstos y una gran parte de la opinión pública se
muestra impresionada por el espíritu de diálogo del que hacía gala César. Al valorar positivamente su
comportamiento se echaba tierra sobre su ilegal golpe de estado, que era lo que César pretendía.
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Necesitaba justificar su inaudita forma de conquistar el Estado y forjar una imagen positiva de su forma de
proceder con miras a la posteridad. César afirma rotundamente que los artífices de la guerra civil son sus
enemigos (Meteleo Escipión, Catón, Domicio, etc.), a los que achaca la responsabilidad del conflicto
acusándoles de corrupción, ansias de lucro y envidia. Mediante semejante atribución, a pesar de ser él
mismo el impulsor de la contienda, pretende quedar al margen de cualquier imputación.
No faltaron quienes quisieron a toda costa evitar la guerra civil; Cicerón en su portavoz más eminente. Sin
embargo, César presenta el conflicto como una pugna política que puede ser concluida con la negociación.
Con ello consigue que la responsabilidad sobre la duración de la guerra caiga sobre Pompeyo.
César sentía una fuerte necesidad de legitimar su actuación militar y política. Presenta un programa
político que se define ante todo mediante la negación de Sila, nombre que se asociaba con una reciente y
agitada época impregnada de proscripciones y violencia generalizada. En su programa político asume la
posibilidad de intervenir manu militari cuando lo crea necesario, presenta su postura como ponderada y
adecuada y se perfila como un personaje abierto a la reconciliación y el perdón (clementia Caesaris).
Nace una nueva ideología de poder personal. La res publica está en manos de una pandilla de indignos a
los cuales hay que arrebatársela. En este sentido, se autoproclama como la única opción posible. La
crueldad que se desata durante la guerra no es exclusiva del bando cesariano, también sus adversarios
cometen matanzas y brutalidad. Ante semejante conducta la calculada moderación de César adquiere
mayor brillo. Pero a ninguno de sus contemporáneos se le escapa que César actuaba por interés personal y
que la vía seguida para obtener el ansiado poder sobre la República romana era ilegítima.
El programa político de César era la autocracia. Solo el monarca posee la facultad de ejercer el derecho de
gracia. En un estado de derecho imperan las normas mayoritariamente aceptadas, las leyes. En el Estado
que crea César impera ante todo su voluntad, la ilegitimidad disfrazada de clemencia. Es una de las
primeras escenificaciones de la ideología monárquica, hija predilecta de la anarquía constitucional.
EL FINAL DE LA REPÚBLICA
Antes de estallar las hostilidades, el grupo más influyente del Senado, partidario de Pompeyo, exige que
César deponga su mando sobre las legiones de las Galias. César acatará tal mandato si se desmantela el
poderío de Pompeyo y si le conceden suficientes garantías para acaparar un segundo consulado.
La libera res publica, de carácter aristocrático por tradición y basada en la igualdad nobiliaria, se
encaminaba hacia un desenlace monárquico. Durante 4 años todo el Mediterráneo se transforma en
escenario de enconadas disputas. Al principio de la guerra, César ocupa la península itálica, que había sido
desalojada con precipitación por sus adversarios. Pompeyo se encamina hacia el este, donde aún contaba
con un nutrido grupo de seguidores. Las legiones pompeyanas estacionadas en Hispania operaban
libremente a espaldas de César, con lo que impedían una persecución inmediata de Pompeyo, que ya había
atravesado el Adriático. También representaba una amenaza para su base logística en la Galia, así que
finalmente César se encamina hacia Hispania. Derrotado el ejército de Pompeyo en tierras hispanas,
desaparece el peligro en Occidente. La confrontación decisiva tendrá lugar en territorio griego, en Tesalia
en el 48, donde César obtendrá la victoria y la descomposición del ejército enemigo. Pompeyo será
asesinado poco después en Egipto, Catón, derrotado, se suicida para no caer en las manos del vencedor.
En el 45, César regresa a Roma como vencedor de la más sangrienta guerra civil hasta entonces. Su
influencia creció de manera inusitada, y se le otorgó la dictadura vitalicia. El antiguo régimen republicano
se mantuvo en apariencia, pues el verdadero poder del Estado pasó como botín a manos del vencedor. Con
ello la centenaria República llega a su fin. El secular trauma de los aristocráticos se había consumado.

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Con Cayo Octavio, que más tarde pasará a conocerse como Augusto, comienza una nueva época en la
historia romana. Constituye el punto de intersección entre el régimen republicano en vigor en ese
momento y la monarquía que se irá cristalizando paulatinamente. Había conseguido poner rumbo a una
vertiginosa carrera política gracias a la energía exhibida tras la muerte de su padre adoptivo Cayo Julio
César en los idus de marzo del 44 al obtener asiento y voto en el Senado entre los cónsules, así como un
mando militar. Provisto del prestigio y nombre de su fallecido padre adoptivo consigue acceder a
importantes recursos financieros, una clientela militar y renombre entre la población urbana de Roma.
El joven César (como era llamado por sus adeptos), intenta apoderarse de la herencia política de su padre
adoptivo. La esperanza de los conjurados de que reviviera de nuevo la República no se vio cumplida. Ni la
plebe de la ciudad de Roma ni los senadores principales se les unieron. Cayo Octavio se une con los
lugartenientes del difunto César, esto es, Marco Antonio y Marco Emilio Lépido en el 43, iniciando la pugna
contra los asesinos de César, no sin antes haber neutralizado a la oposición política interna mediante
proscripciones (cuyo hecho más sonado fue el asesinato de Cicerón). Después de la batalla de los Filipos en
el 42, los nuevos dirigentes se reparten los principales recursos de poder entre sí. Marco Antonio se
encarga de la administración de Oriente, Octavio se asigna las provincias más importantes, incluida Italia.
Al empeorar las relaciones con Marco Antonio, Cayo Octavio emprende una ofensiva ideológica contra
Antonio, tachado de oriental y presentado a la opinión pública romana como lacayo de la reina Cleopatra.
Previo a esto se apartó a Marco Emilio Lépido del poder. La soberanía compartida de Marco Antonio y
Cayo Octavio duró hasta el año 31, cuando éste último venció a las tropas de Marco Antonio y Cleopatra.
Octavio recibe el título honorífico de Augusto y la petición de que mantuviera las riendas del Estado.
Se multiplican los decretos en honor de Augusto. Sus atribuciones de poder crecerán a partir de entonces
hasta más allá de lo que la ordenación republicana, todavía vigente, podía soportar. La persona y
atribuciones del todopoderoso prínceps se aproximan a la consagración cultural y religiosa. Pero, por más
que su poder pareciera asentado, Augusto rehuía dar el paso hacia la monarquía, escarmentado por el
ejemplo de su padre adoptivo, asesinado en el momento en que se disponía a erigirse rey de Roma.
Pero no debería menospreciarse el significado de las instituciones republicanas ni considerarlas
meramente una fachada. Cayo Octavio había crecido bajo el consulado de Marco Tulio Cicerón (63) y fue
educado en las tradiciones republicanas. Con seguridad estas normas de comportamiento influyeron en el
futuro Augusto y del mismo modo, una generación más tarde, sobre Tiberio, que procedía de la antiguo
familia republicana de los Claudios Nerones. En este sentido Augusto se preocupó por ganarse a miembros
importantes del Senado para que cooperaran con su proyecto de gobierno, incluso antiguos enemigos y
republicanos declarados llegaron al consulado bajo su principado. Sin embargo, las tendencias que
ocasionalmente se labraban en el Senado con el objetivo de limitar el poder de Augusto o disputárselo
fueron episódicas. Pese a algunos conatos no se formó nunca una verdadera oposición senatorial. La
experiencia de las largas y sangrientas guerras civiles pesaba demasiado como para poner en juego la paz
que a duras penas se había conseguido y que la propaganda augústea resaltaba como pax augusta.
Por la influencia que Augusto ejercía sobre el ejército romano, su gobierno podría ser considerado una
monarquía militar. Pero este es un aspecto más entre tantos otros. Su predominante posición de poder se
apoyaba en una acumulación de cargos republicanos y de atribuciones sin parangón, cuya concentración
en una sola persona hacía que perdiesen su carácter originario.
La cara constitucional del poder del Principado se corresponde con una nueva dimensión procedente de la
esfera ideológica-cultural, que hizo de Augusto una divinidad. El culto al emperador que se iba imponiendo
en las provincias del Imperio se encontraba dentro de la lógica de estas tendencias, y constituyó un puente
con las antiguas monarquías helenísticas. Sin embargo, ni Augusto ni sus sucesores llevaron jamás el título

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oficial de rey ni nada parecido. Se mantuvieron firmes en la conservación de las instituciones republicanas
y evitar ser asociados a la tiranía. Pero el carácter monárquico de la soberanía de Augusto es inequívoco.
A Augusto se asocia la idea de la formación territorial y administrativa del mundo romano, las reformas
administrativas en las provincias, así como la formulación de los principios de la política exterior romana.
La división de las provincias en imperiales y en senatoriales no solo aportó al princeps sólidas ventajas, sino
que fue beneficiosa para la mayoría de la población. La deficiente gestión económica de la administración
republicana paulatinamente dio paso a una gestión orientada a principios estables. Como nueva forma de
administrar los territorios conquistados formaba parte el pago de salarios a los gobernadores, lo cual dio
una mayor cuota de protección a los habitantes de las provincias contra la explotación sufrida en el
pasado. El enorme poder del princeps se traducía en la posibilidad de controlar a estos gobernadores.
A todo esto, se añadía el hecho de que los caballeros (ordo equester) pudieron acceder a los puestos clave
de la administración. Los procuratores que procedían de esta orden fueron las columnas sobre las que se
sustentaba la administración provincial del Imperio. De ahí que el culto al emperador tanto en Oriente
como en Occidente fuera un sentimiento sincero y aceptado por los habitantes de las provincias. La
atención de Augusto se fijó también en las infraestructuras económicas y sociales. La construcción de vías
de comunicación que partiendo de Roma alcanzaban la totalidad de territorios del Imperio constituía,
junto a la estabilidad interna, un importante requisito para el despliegue de la economía y el comercio.
El estado de paz en el interior se correspondía con una política exterior moderada que se manifestaba en
una actitud sosegada y dispuesta resolver los conflictos por la vía diplomática. Los objetivos de la política
exterior de Augusto estuvieron determinados por la plena integración de los territorios imperiales (no por
un afán expansivo sin límites). La estrategia de ofensivas controladas perdurará durante toda la época
imperial y llegará a convertirse en una característica de la política exterior romana.
Con Augusto asistimos a una perdurable paz interior y exterior que marca el comienzo del Principado. La
paz se había logrado a costa de finiquitar el sistema participativo, lleno de problemas y tensiones, pero con
las libertades republicanas que en adelante serían añoradas. Acaba el régimen participativo de los romanos
y comienza la monarquía.

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