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LA ROMA CLÁSICA

3. ROMA POTENCIA UNIVERSAL Y LA TRASNFORMACIÓN DE LA REPÚBLICA


LA REPÚBLICA EN EL MEDITERRÁNEO ORIENTAL
Hay que destacar la importancia de la incorporación de Hispania a Roma, una fértil y rica provincia que
será de máxima importancia para la política, la economía y la cultura romanas, rica en bienes agrícolas y
metalíferos, con un considerable potencial humano, que se convertirá en la gran potencia romana hasta
que la Galia venga a competir con ella. Roma imitaba los modelos políticos griegos; los modelos
helenísticos que proliferaron en Oriente tras la disolución del imperio de Alejandro ejercieron una clara
influencia como paradigmas políticos de estabilidad. Cuando el peligro cartaginés acabó el interés de la
República se dirigió hacia Oriente, entrando en colisión con las prestigiosos reinos helenísticos.
Del 229 al 219 Roma se inmiscuyó por vez primera en los asuntos al este de la península itálica. La entrada
en conflicto con la Macedonia Antigónida se basó, de nuevo, en la excusa de un llamamiento de ayuda de
este ámbito geográfico que ejercía una notable fascinación cultural por el ya largo contacto que, a través
de los estados de la Magna Grecia, habían mantenido los romanos con los modelos culturales del mundo
helénico. La cuestión es que estos reinos atravesaban una profunda crisis. El sistema de los estados
helenísticos del siglo III era resultado de las luchas de poder que se desarrollan entre el 323 y el 276 por el
legado del Imperio de Alejandro Magno y abarcaba un enorme espacio geográfico. Los herederos de
Alejandro, llamados diádocos, habían fundado 3 grandes reinos: el de los Antigónidas en Macedonia, el de
los Ptolomeos en Egipto y el de los Seléucidas en Asia Menor, cuyas dinastías pugnaban continuamente. En
el 204 sube al trono de Egipto Ptolomeo V (descendiente del primer Ptolomeo, lugarteniente de Alejandro
e hijo de Lago) en Alejandría, sede de la tumba de Alejandro y continuador de su esplendor.
Filipo V de Macedonia, quien en su momento se había aliando con Aníbal para luego concertar una alianza
interesada con la República, se postuló para arrebatar el trono a Ptolomeo V. También entró en liza el
soberano del mayor imperio helenístico, el seléucida, con la intervención de Antíoco III en los asuntos
egipcios. Antíoco III intenta aprovechar la debilidad de Egipto conquistando la Celesirio ptolemaica, es
decir, la región de Palestina y el Líbano, en cooperación con Filipo V. Éste comienza a extenderse por el
Egeo, en el suroeste de Asia Menor. Las ciudades de Pérgamo y Rodas toman la iniciativa de plantar cara a
esta expansión simultánea para defender sus intereses.
Otras ciudades helénicas afectadas por los afanes expansionistas de los reyes Filipo V y Antíoco III, como
Atenas, se alían con Rodas y Pérgamo. La opinión pública y la clase dirigente romana, imbuida de cierto
imperialismo panmediterráneo, no estaba dispuesta a permitir que se conformara una situación favorable
a un gran bloque de poder en el Egeo, así que aceptaron intervenir en territorio heleno.
Los romanos, con la gigantesca mole de recursos hispanos, itálicos y sicilianos, tenían la impresión de que
esta intervención sería relativamente sencilla. Intervención que supone un cambio de paradigma sin
precedentes y un notable desplazamiento geopolítico del interés de sus actuaciones. Era una cuestión de
tiempo y lógica histórica que, a partir de estas causas iniciales, la pujanza de la República romana, en pleno
afán expansionista, fuese entrando en contacto sucesivo con las potencias helenísticas.
En 197 se produce la derrota fulminante de las tropas de Filipo V en Cinoscéfalos. Cambia el equilibrio en la
compleja política griega para siempre y a partir de este momento Macedonia, que se había impuesto
frente a las ligas griegas y las ciudades estado contrarias a su poder, pierde su posición hegemónica en la
región. Junto con los romanos en esta batalla luchó también la Liga Etolia, enemiga de los macedonios.
Desde los tiempos de Alejandro Magno la infantería macedonia, artífice de la conquista del Imperio Persa,

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era considerada invencible. Su predominio se quiebra en una sola batalla ante las legiones romanas,
consagradas definitivamente como la mejor tropa del mundo antiguo.
A lo largo del siglo III Roma había ido asimilando los modelos de los estados helenísticos, lo mismo que
Cartago, no solo en el ámbito cultural sino sobre todo en sus actitudes expansionistas. Roma será un
discípulo aventajado del mundo de los reinos helenísticos. De ser una pequeña polis del Lacio pasará a
convertirse en estado territorial y expansionista según el modelo helenístico que acabará por enfrentarse
con todas las demás hasta prevalecer. Su desarrollo imperialista se debe a la versatilidad de su milicia, que
pasa de ser un ejército de ciudadanos-soldados o campesinos-soldados a un ejército profesionalizado.
En el famoso discurso pronunciado por Tito Quincio Flaminino durante los Juegos Ítsmicos de Corinto en
los que se reunía el variopinto mundo de las poleis griegas, el general romano proclama nada menos que la
libertad de las ciudades de Grecia y la voluntad de Roma de querer garantizarla en el futuro. Tras los
vaivenes de la política helénica en los siglos V a III, que oscilan entre la crisis de la polis al final de la Guerra
del Peloponeso hasta la aparición de un estado extranjero, bárbaro para los griegos, dotado de un pujante
sistema político, les parecía a muchos griegos que conjugaba todas las virtudes de las diversas formas de
gobierno y representaba la superación de las discordias. Parecía como si la solución viniera desde fuera.
A pesar de la indudable admiración que los romanos, nuevos ricos y fuertes en la escena política
internacional, sentían por el mundo griego y de las poleis que decían liberar para que retornara su edad
dorada, tras la victoria sobre Antíoco III los acuerdos de paz solo satisfactorios para Roma, que intentará
una política de apaciguamiento sin renunciar a mantener una posición estratégica en los Balcanes. Las
ciudades aliadas sospechan que Roma, que por el tratado de paz expulsa a Macedonia de Grecia, quiere
ocupar la posición del gigante macedónico al retener enclaves estratégicos como Corinto, Calcis o Eubea.
Por una parte, los romanos, al derrotar a Filipo V, habían estabilizado el equilibrio territorial de las grandes
monarquías en favor de los estados griegos menos poderosos. Sin embargo, Filipo V, al igual que otros
monarcas helenísticos, seguían siendo actores decisivos en toda la región. Roma aplicará una política de
contención y se abstendrá de intervenir en el laberinto político griego. Sin embargo, se crea un precedente
y el efecto paradójico de la presencia de Roma es un nuevo elemento desestabilizador.
Antíoco III había intentado utilizar la derrota de Macedonia para intentar de nuevo aglutinar la resistencia
antirromana en su provecho. Las guerras entre 191 y 188 terminarán con el triunfo absoluto de Roma, así
que el rey tuvo que afrontar indemnizaciones de guerra y emprender una política de desarme. Con todo, el
área central de la cultura griega, tanto los Balcanes como el Asia Menor de raigambre jónica, termina por
integrarse de forma cada vez mayor en la órbita romana. Las antiguas potencias helenísticas, como antes
Cartago, quedaban fuera de la escena política y se veían reducidas a meros estados territoriales, potencias
de influencia muy limitada. Roma creció desde entonces libremente tanto comercial como militarmente.
Tras la aniquilación de la monarquía macedonia en 168 y la de Cartago en 146, cuyos territorios serán
provincias romanas, y la caída de Corinto en 146, se consuma esta historia de expansión.
LA HELENIZACIÓN DE ROMA
La repercusión más importante de la expansión romana en el Mediterráneo oriental es la puesta en
marcha de un intenso proceso de helenización. La lucha contra Cartago, ciudad que desde hacía mucho
estaba sujeta a las corrientes civilizadoras griegas, obliga a Roma a sumergirse en el mundo de las ideas, la
técnica, la religión y el arte helenos. Desde mitades del siglo III, las letras griegas (tragedia, comedia, épica,
etc.), la historiografía y la arquitectura, así como la mayoría de las ciencias exactas helenísticas
(matemáticas, física, mecánica…), pasarán a formar parte de la vida cultural romana. La lengua griega se
convertirá, al lado del latín, en el idioma de la élite romana, que llegará a dominarla como si fuera propia.
Era una clase dominante culta y bilingüe, aunque el pueblo prefiriera el latín, que se impuso a las lenguas
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vernáculas en Occidente. En el Oriente helenizado, sin embargo, el griego no solo era el idioma oficial junto
al latín de la administración y el ejército, sino que era una lengua comercial, educativa y creativa.
No podía decirse que Grecia fuera una desconocida. Los griegos del sur de Italia (como de otra parte los
etruscos) habían acompañado y en ocasiones tutelado el crecimiento y desarrollo romano.
Tras las sucesivas conquistas romanas de todos los reinos griegos post-alejandrinos el mundo de habla
griega pasa a vivir bajo el imperium de Roma. Paradójicamente su arte, su filosofía y su cultura
experimentaron su desarrollo más pleno y universal, en una globalización de la cultura y la lengua griegas,
de toda su civilización, muy superior a la que alcanzó con Alejandro y que cambió a la propia Roma y a
todos los lugares de los que ésta logró apoderarse. Desde la época republicana todos los romanos
cultivados se preciaban de hablar y leer en griego, de conversar al modo griego y de practicar la retórica y
filosofía helenas. La nobilitas romana tenía un enorme aprecio por los fundamentos culturales del mundo
griego, que interiorizó e hizo propios, sobre todo el pensamiento y la manera de hablar en público, pero
también la literatura y artes plásticas. Todo quedó impregnado de helenismo y se transformó en un nuevo
lenguaje grecorromano. La época republicana es el principio de esta helenización, emperadores filohelenos
como Adriano, Marco Aurelio o Juliano continuaron la profunda e imparable helenización romana.
Otro ejemplo es la propia literatura latina, fechada tradicionalmente con Livio Andrónico, un esclavo griego
que traduce el ciclo homérico al latín y da inicio a la literatura latina. Muchas familias nobles romanas
importaban un pedagogo griego para educar a su hijos y grandes filósofos y oradores llegan así a Roma.
Hubo una profunda helenización a partir del siglo II, pero también un cierto sincretismo cultural (palabra
griega que podría traducirse como “unión cretense”. Hoy se usa sobre todo como combinación de
diferentes creencias y prácticas, pero también de índole cultural o filosófico). En el caso de Grecia y Roma
existía un sustrato común indoeuropeo que hacía muy fáciles las fusiones y analogías entre tradiciones
dispares, de las que la propia Grecia era un mosaico.
Bajo la tutela de Roma se profundizará el sincretismo religioso. Los griegos conocían por contactos previos
a judíos, egipcios, babilónicos, persas, etc., pueblos que aportaron grandes avances a la cultura. Sin
embargo, con el dominio romano se multiplican los contactos espirituales o culturales con otros pueblos,
también en Occidente. Destaca la fuerte comunidad greco-judía o hebrea helenizada que florece en la
época romana en Judea, Samaría y en Egipto y que, en el futuro, creará el contexto para el fortalecimiento
y difusión del cristianismo, que hará enorme fortuna hasta el punto de que, siendo una religión de lengua y
cultura griegas, pasará a ser una religión romana más y luego, la única religión romana.
Roma se empapa de la paideia griega. Autores como Cicerón dotan al latín de un vocabulario filosófico,
además de otros romanos, imitadores y perfeccionadores de géneros literarios griegos: Horacio, Virgilio…
Con la conquista romana del mundo griego se inaugura más de un milenio de cultura clásica común, si se
considera el mundo tardorromano y bizantino como heredero y transmisor de esa cultura común y
sintetizada de Grecia y Roma.
EL CONTROL DEL TERRITORIO: GRECIA COMO EJEMPLO
Se había vencido al enemigo tanto en Grecia como en Asia Menor, pero no se había logrado su aniquilación
y el poderío de las monarquías helenísticas seguía en pie. La intervención de Roma había alterado el
equilibrio político de manera radical. Una vez desmantelado el poder persuasivo de la monarquía
macedónica entró en acción el Imperio Seléucida, deseoso de aprovechar el vacío de poder generado en
los Balcanes. Así, en otoño de 192, Antíoco III invadió Grecia, que no tenía presencia militar romana desde
la campaña contra los macedonios, e intentó activar en los Balcanes un estado de opinión antirromano y

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una resistencia ante eventuales incursiones de la República. Obviamente, Roma no podía consentir que se
concentrara al otro lado del Adriático un contrapoder semejante.
Las fuerzas combinadas del reino seléucida y sus aliados en la Grecia continental no fueron capaces de
vencer a las legiones romanas. En el año 190, Antíoco III sufrió una decisiva derrota en Magnesia y se vio
obligado a renunciar a sus planes en Grecia y a entregar parte de sus dominios en Asia Menor a los
tradicionales aliados griegos de Roma (los importantes enclaves de Pérgamo y Rodas). Con ello se acabaron
definitivamente las pretensiones de expansión desde su núcleo de poder asiático hacia los Balcanes.
Los romanos aún tuvieron que sofocar un último intento de impugnación procedente de Macedonia. De
nuevo vencieron las legiones romanas. Esta segunda guerra para pacificar Grecia acabó con la política de
contención, pues Roma veía claro que en adelante debía actuar con contundencia si quería afianzar su
posición privilegiada y no dudar usar la fuerza. La victoria romana sobre Perseo en el 168 significó para los
griegos su definitivo ocaso político. Hasta la fecha los romanos se habían preocupado constantemente de
convencer a la opinión pública helena de la legalidad de sus planteamientos y acciones, pero la resistencia
macedonia tras la batalla de Pidna armó de razones en el Senado a los partidarios de la mano dura. Así, en
el año 148 Macedonia perdió toda autonomía y pasó a convertirse en provincia romana, aunque el acto
final de la sumisión griega fue la brutal destrucción de Corinto en el 146 (en paralelo a la extinción de
Cartago). Roma sometió desde entonces a ambos extremos del mundo mediterráneo a su administración
política y militar. Prueba de la sumisión total a Roma es la construcción de infraestructuras paralelas para
facilitar el control político y tributario, el comercio y el desplazamiento del ejército.
Un ejemplo es la construcción de la famosa vía Egnatia con aunos 1000 km de extensión, símbolo del
dominio romano en Grecia y del intercambio cultural, comercial y militar entre Oriente y Occidente. Tras
salir de la actual Albania, en la costa del Mar Adriático, pasar por la actual Macedonia para llegar a
Salónica, y atravesar Tracia para acabar en Bizancio. La vía puede hacer sucedido a una calzada militar
anterior que los romanos construyeron o mejoraron para conectar Iliria, Macedonia y Tracia. Al igual que
muchas otras vías romanas, las principales carreteras de la península de los Balcanes se construyeron por
vez primera como caminos militares, en segundo lugar, vendrá la administración y sólo en tercer lugar se
dedicarán a atender las necesidades de comerciantes y viajeros.
La construcción de vías como estas fue una manera de ejercer un intenso dominio del territorio, sumado al
establecimiento de un marco jurídico para las ciudades que incorporadas al imperium de los romanos.
LA ADMINISTRACIÓN DEL TERRITORIO: LAS CIVITATES
Los romanos aplicaban el término civitas a los lugares donde los derechos de la colectividad se distinguían
de los derechos de los individuos. El estado romano mantiene una determinada relación con los individuos
y otra relación particular con la colectividad. Hay que recordar que en el siglo II, el de la conquista de
Grecia, se desarrolló el derecho y las formas jurídicas propiciadas por la influencia filosófica griega, y que
hicieron del derecho romano la más formidable herramienta de comprensión y regulación de la realidad.
La administración romana abordó de forma variada, adaptándose a cada circunstancia, las relaciones con
las ciudades indígenas de los territorios que dominaba. La concesión de la ciudadanía romana funciona
como elemento manipulador para promocionar a las élites y fomentar la romanización. El término
peregrinus será una marca de estatus aplicado al individuo que está dentro del territorio romano pero que
no tiene la ciudadanía romana ni tampoco la latinitas, la ciudadanía latina, que funciona como una forma
intermedia. En el marco territorial, las ciudades indígenas incorporadas al dominio romano se conocen
como civitates peregrinae, ya que esa incorporación no concede a sus ciudadanos la ciudadanía romana.

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A algunas civitates se les concedía un tipo de ciudadanía, la civitas sine suffragio, que supone los derechos
incluidos en la ciudadanía romana a excepción del voto. Pero desde comienzos del siglo I todos los pueblos
itálicos van a conseguir la civitas romana sin restricción. En el territorio de las provincias, en cambio, las
comunidades que asumían de buen grado el dominio romano se les permitía entrar en una relación
pactada con Roma, con un foedus o pacto, pasando a ostentar el estatus de civitates foederatae. Un
pequeño número de ciudades serán consideradas libres de jurisdicción romana y obtendrán diversos
beneficios, tanto tributarios como legales: son las civitates liberae, escasas y prestigiosas.
En general, las comunidades sometidas estaban obligadas a pagar tributo como civitates stipendiariae. Las
civitates foederatae et liberae y las stipendiariae podían seguir rigiéndose por sus propias leyes. El
gobernador ejercía su iurisdictio con total libertad. Podía recurrir al derecho romano, al de la propia ciudad
o al ius gentium, es decir, al derecho que se aplicaba por tradición o el derecho romano.
Otro caso es el de las ciudades fundadas por Roma en los territorios conquistados. Los municipios, lo
mismo que las colonias, tenían una forma de organización institucional similar al de la urbe y promovían
los estímulos a las élites para que asumieran los modelos romanos y quisieran aspirar a la ciudadanía.
Muchas intentaban convertirse en municipios de derecho latino, que era una forma intermedia, en la que
el desempeño de una magistratura por parte de uno de los ciudadanos otorgaba la civitas romana. Un
ejemplo significativo es el de Gades (Cadiz), ciudad fenicia que había caído bajo el dominio cartaginés, pero
en la que prevaleció el partido favorable a Roma. Consiguió así el estatus de civitas foederata en el 206 y
en el 46 César les concedió la ciudadanía romana a todos sus habitantes. Un gaditano, Balbus, fue el primer
individuo no itálico en acceder al consulado, lo que da fe de la profunda romanización de esta ciudad.
Hay que recordar la vinculación en la antigüedad de la ciudadanía a los derechos políticos y a los deberes
económicos y de prestación militar. La idea de ciudadanía restrictiva es común a la Grecia y Roma clásicas.
La diferencia es que en Roma la gestión de la tierra y de los individuos que engrosan su población es una
cuestión clave desde la impresionante expansión de la República. La Constitutio Antoniniana de 212 por la
que se extenderá la ciudadanía a todas las personas libres muestra bien el pragmatismo romano.
Como querían obtener beneficios vía tributo de las comunidades sometidas tenían que dejar que siguieran
funcionando como antes. No podían deshacerlo todo, pero muy inteligentemente utilizaron desde el
principio la promoción de las élites indígenas a través de la cultura y del señuelo político de las
magistraturas, como una forma de afianzar su dominio y fomentar la incorporación de una cierta
“romanidad”. También por la lengua pues los romanos no impusieron el latín, pero como era la vía de la
promoción, acabó predominando sobre todo en la parte Occidental (en la Oriental, que tenía una larga
tradición cultural, había dos lenguas oficiales: el latín y el griego, e incluso el arameo).
CONSECUENCIAS POLÍTICAS DE LA EXPANSIÓN
Si se resumen las etapas de su expansión por el Mediterráneo, resulta que en el transcurso de 3
generaciones todos los estados ribereños (en esa época equivalía a la mayor parte del mundo conocido)
pasaron a formar parte del dominio directo o indirecto de Roma. La época de la atomización política que
había representado el mundo griego hasta entonces parecía superada. El mismo Polibio comprendió que la
expansión de Roma era el preludio de una etapa en la que se precisaba una historiografía universal, pues el
mundo había cambiado para siempre. En los tiempos anteriores a estos hechos, los acontecimientos del
mundo aparecían desligados, porque cada suceso era diferente tanto en el planteamiento como por el
resultado y lugar. A partir de ahora la historia pasa a ser un todo orgánico e interconectado.
Si nos fijamos en la clase dirigente podemos constatar que es aquí donde se producen los más notorios
cambios. La necesaria prolongación de las magistraturas a causa de las interminables guerras, rompe con el
tradicional sistema de limitar el mando y otorga a aquellos que están años consecutivos en campaña (por
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ejemplo Publio Cornelio Escipión, que desempeña desde el año 210 hasta el 201 un mandato
interrumpido) un poder casi ilimitado, prácticamente monárquico. Otro de los hechos más sobresalientes
es que Aníbal no consigue fragmentar decisivamente la federación romano-itálica. Esto muestra la íntima
ligazón entre Roma e Italia. Uno de los motivos fue que, con el tiempo, gracias a numerosas relaciones
personales entre las aristocracias de Roma y de las ciudades itálicas, se había llegado a establecer un
tupido tejido personal, social y económico. Roma e Italia van estrechando sus vínculos comunes y no
obstante las tensiones existentes, el camino hacia la integración italo-romana aparece ya diseñado.
Hay también enormes repercusiones negativas de la guerra en Italia. Regiones completas, sobre todo en
las zonas del centro y el sur de la península, acaban despobladas y devastadas. Para subsanar los daños es
necesario poner en marcha un ambicioso proyecto de reforma política, económica y social.
La conquista de la mayoría de los países del Mediterráneo hace de Roma la primera potencia militar de su
tiempo. Como consecuencia de esta expansión, comerciantes romanos e itálicos pudieron hacerse con una
posición más ventajosa. Para las grandes familias romanas, la expansión política del Estado romano trajo
una notable ampliación de su esfera de influencia, de sus relaciones patronales, lo que vino a suponer la
despersonalización y relajamiento de sus vínculos clientelares. La manipulación de comicios a través de la
compra de votos se convierte en un método habitual de la política y a finales del siglo II una brillante
carrera política presupone, sobre todo, grandes sumas de dinero. Sin embargo, cada vez más fondos,
esclavos y bienes de toda índole siguen fluyendo hacia Roma. Un importante sector de la élite de los
caballeros (equites), enriquecidos con los negocios en Oriente, invierten sus capitales en Italia. Allí
adquirieron enormes explotaciones agrarias trabajadas por esclavos, cuantiosos por las numerosas
conquistas. Las importaciones de grano a bajo precio traído de las provincias conquistadas aguzaron la
competencia y provocaron un desequilibrio económico que obligó a muchos pequeños agricultores a
abandonar su medio de subsistencia habitual y emigrar a Roma. La dimensión de los problemas sociales se
aprecia mejor en el constante aumento de masas proletarias en Roma, cada vez más superpoblada.
A esto se añaden las dificultades políticas. Las espectaculares derrotas sufridas por las legiones romanas en
las guerras celtibéricas del 153 al 133 (solo en la pequeña Numancia capitularon miles de hombres)
cortaron de cuajo las carreras políticas de muchos senadores. Tales sucesos pusieron de manifiesto el
desconcierto, la corrupción o la incapacidad de la aristocracia senatorial.

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