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2 - TCC (Humanista)
2 - TCC (Humanista)
CONOCIMIENTO OBJETIVO.
Los estudios realizados con diversos clientes demuestran que cuando el psicoterapeuta cumple estas tres
condiciones y el cliente las percibe en alguna medida, se logra el movimiento terapéutico; el cliente comienza a
cambiar de modo doloroso pero preciso y tanto él como su terapeuta consideran que han alcanzado un resultado
exitoso. Son estas actitudes y no los conocimientos técnicos o la habilidad del terapeuta los principales determinantes
del cambio terapéutico.
Primera condición. Se ha descubierto que el cambio personal se ve facilitado cuando el psicoterapeuta es lo que es,
es decir, cuando en su relación con el cliente es auténtico y no se escuda tras una fachada falsa, y cuando manifiesta
abiertamente los sentimientos y actitudes que en ese momento surgen en él. Los sentimientos que el terapeuta
experimenta resultan accesibles para él, para su propia percepción, y es capaz de vivir estos sentimientos y
comunicarlos. Sin embargo, nunca es posible satisfacer por completo esta condición. Así el grado de coherencia
alcanzado será tanto mayor cuanto más logre el terapeuta aceptar lo que en él sucede, y ser sin temor la complejidad
de sus sentimientos. Es así que investigaciones han demostrado que la percepción de esta coherencia es uno de los
factores que se asocian con una terapia exitosa. Cuanto más auténtico y coherente es el psicoterapeuta en la relación,
tantas más probabilidades existen que se produzca una modificación en la personalidad del cliente.
Segunda condición. Refiere a que el cambio también se ve facilitado cuando el terapeuta experimenta una actitud de
aceptación, cálida y positiva, hacia lo que existe en el cliente. Esto supone, por parte del terapeuta, el deseo genuino
de que el cliente sea cualquier sentimiento que surja en él en ese momento: temor, confusión, dolor, orgullo, enojo,
odio, amor, coraje o pánico. Significa que el terapeuta se preocupa por el cliente de manera no posesiva, que lo valora
incondicionalmente y que no se limita a aceptarlo cuando se comporta según ciertas normas, para luego desaprobarlo
cuando su conducta obedece a otras. Todo esto implica un sentimiento positivo sin reservas ni evaluaciones. Entonces
cuanto más afianzada se halle esta actitud en el terapeuta, mayores serán las probabilidades de lograr el éxito de la
terapia.
Tercera condición. Tiene que ver con la comprensión empática, es decir, cuando el psicoterapeuta percibe los
sentimientos y significados personales que el cliente experimenta en cada momento, cuando puede percibirlos desde
“adentro” tal como se le aparecen al cliente y es capaz de comunicar a este último una parte de esa comprensión.
Cuando el terapeuta puede captar momento a momento la experiencia que se verifica en el mundo interior de su
cliente y sentirla, sin perder la disparidad de su propia identidad en este proceso empático, entonces es posible que
se produzca el cambio deseado.
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Dinámica del cambio.
El paciente a medida que descubre que alguien puede escucharlo y atenderlo cuando expresa sus
sentimientos, poco a poco se torna capaz de escucharse a sí mismo. Comienza a recibir comunicaciones de su propio
interior, a advertir que está enojado, a reconocer que experimenta temor o bien que siente coraje. A medida que se
abre a lo que sucede en él, adquiere la capacidad de percibir sentimientos que siempre había negado y rechazado.
Comienza a tomar conciencia de los sentimientos que antes le habían parecido tan terribles, caóticos, anormales o
vergonzosos, que nunca había osado reconocer su existencia.
A medida que aprende a escucharse también comienza a aceptarse. Al expresar sus aspectos antes ocultos,
descubre que el terapeuta manifiesta un respeto positivo e incondicional hacia él y sus sentimientos. Lentamente
comienza a asumir la misma actitud hacia él mismo, aceptándose tal como es y, por consiguiente, se apresta a
emprender el proceso de llegar a ser.
Por último, a medida que capta con más precisión sus propios contenidos, se evalúa menos y se acepta más a
sí mismo, va logrando mayor coherencia. Puede moverse más allá de las fachadas que hasta entonces lo ocultaban,
abandonar sus conductas defensivas y mostrarse más abiertamente como es. Al operarse estos cambios, que le
permiten profundizar su autopercepción y su autoaceptación y volverse menos defensivo y más abierto, descubre que
finalmente puede mortificarse y madurar en las direcciones inherentes al organismo humano.
El proceso de cambio.
El cliente manifiesta movimientos relacionados con una serie de continuos. Con respecto a sus sentimientos y
significados personales, se aleja de un estado en el que los sentimientos son ignorados, no reconocidos como propios
o bien no encuentran expresión. Ingresa en un movimiento en que los sentimientos son susceptibles de ser
modificados en cada momento, a sabiendas y con la aceptación del sujeto, y pueden expresarse de manera adecuada.
El proceso implica una modificación en su manera de vivenciar las cosas. Al principio el sujeto está muy alejado
de su experiencia (ej. personas que manifiestan tendencia a la intelectualización, y se refieren a sí mismos y sus
sentimientos en términos abstractos, con lo cual su interlocutor no halla manera de saber lo que realmente sucede en
su interior). A través del proceso se va a ir dirigiendo cada vez más hacia la inmediatez de su vivencia, en la cual vive
plenamente y sabe que puede recurrir a ella para descubrir sus significados habituales. De esta manera, el proceso
implica una relajación de los esquemas cognoscitivos de su vivencia. El cliente abandona su experiencia anterior,
interpretada según moldes rígidos, percibidos como hechos externos, y comienza a cambiar, a combinar los
significados de su experiencia de acuerdo con constructos modificables por cada nueva experiencia.
La evidencia demuestra que el proceso se aleja de la enajenación de los sentimientos y experiencias, de la
rigidez del autoconcepto, y que el sujeto puede superar su anterior distanciamiento de la gente y del funcionamiento
impersonal. El individuo se acerca paulatinamente a la fluidez y adquiere la capacidad de cambiar, reconocer y aceptar
sus sentimientos y experiencias, formular constructos provisionales, descubrirse en su propia experiencia como una
persona cambiante, y establecer relaciones auténticas y estrechas. Se convierte en una unidad (en una persona) y
alcanza la integración de sus funciones.
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accesible. Disminuye notablemente la discrepancia inicial entre el sí mismo que es y el que desea ser. Se reducen las
tensiones de todo tipo (tensiones fisiológicas, malestar psicológico y ansiedad). Percibe a los demás individuos con
más realismo y aceptación, describe su propia conducta como más madura. Pero estos cambios no sólo se producen
durante el período de terapia, sino que después de concluido el tratamiento hay persistencia de estas modificaciones.
Por lo tanto, cuanto más pueda el cliente percibir en el terapeuta una actitud de autenticidad, comprensión
empática y respeto incondicional por él, tanto más se alejará de un funcionamiento estático, rígido, insensible e
impersonal, para orientarse hacia un comportamiento caracterizado por un modo fluido, cambiante y permisivo de
vivenciar los sentimientos personales diferenciados. La consecuencia de este movimiento es una modificación de la
personalidad y la conducta en el sentido de la salud y madurez psíquica y el logro de relaciones más realistas consigo
mismo, con los demás y con el medio.
C. ROGERS. Tercera Parte: el proceso de convertirse en persona. Cap. 5. Algunas tendencias que se manifiestan en la
terapia.
Este capítulo y los siguientes se refieren de manera mucho más específica a la naturaleza de la experiencia del
cambio que experimenta el cliente.
El proceso de la psicoterapia constituye una experiencia dinámica, única y distinta para cada individuo. Los
interrogantes comunes pueden ser ¿curará una neurosis obsesiva? ¿son permanentes las curas?, etc., sin embargo, la
única pregunta por medio de la cual la ciencia puede avanzar realmente son: “¿cuál es la naturaleza de este proceso?,
¿cuáles parecen ser sus características inherentes, qué orientación u orientaciones asume y cuáles son, si existen, sus
límites naturales?
Algunas de las condiciones que debemos cumplir para poner en marcha este proceso es que el terapeuta
asuma las tres actitudes mencionadas de autenticidad, aceptación y empatía. Esto habilitará un nivel de comunicación
adecuado para que se inicie el proceso y dinámica de cambio.
Hay ciertas características del proceso que tienden a manifestarse en casi todos los casos: un número mayor
de afirmaciones que revelan más insight por parte del cliente, un mayor grado de madurez en las conductas
observadas, y un aumento de la cantidad de actitudes positivas a medida que la terapia progresa. También debemos
mencionar los cambios en la percepción y aceptación del sí mismo; la incorporación a la estructura propia de
experiencias previamente negadas; el desplazamiento del centro de evaluación desde el exterior hacia el interior del
sí mismo; los cambios en la relación terapéutica, y ciertas modificaciones características de la estructura de la
personalidad, de la conducta, y de la condición fisiológica. Esta descripción es un intento de comprender el proceso,
desde la perspectiva de las modificaciones que el cliente experimenta.
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El punto final de este proceso reside en que el cliente descubre que puede ser su experiencia, con toda su
variedad y contradicciones superficiales y que puede sistematizarse a partir de ella, en lugar de intentar imponerle un
sí mismo concebido según patrones externos y de negar el acceso a la conciencia de aquellos elementos que no se
ajusten a tal modelo.
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El descubrimiento de que la esencia de la personalidad es positiva.
Uno de los conceptos más revolucionarios que se desprenden de nuestra experiencia clínica es el
reconocimiento creciente de que la esencia más íntima de la naturaleza humana, los estratos más profundos de su
personalidad, la base de su “naturaleza animal” son positivos, es decir, básicamente socializados, orientados hacia el
progreso, racionales y realistas. Este punto de vista es en tal medida ajeno a nuestra cultura actual que no espero que
sea aceptado.
Para otros autores esto se concibe de manera diferente, el hombre es irracional, asocial, destructivo para los
demás y para sí mismo, por lo que todo el problema de la terapia reside en encauzar y controlar estas fuerzas indómitas
de manera saludable y constructiva (ej. el “Ello” postulado por Freud).
Al repasar mis años de experiencia clínica e investigación pienso que he tardado mucho en advertir la falsedad
de este concepto tan difundido tanto en el ámbito profesional como entre los profanos. Creo que la razón de ello
reside en el hecho de que en la terapia se manifiestan continuamente sentimientos hostiles y antisociales, de manera
que es fácil suponer que esto revela la naturaleza más profunda, y por consiguiente básica, del hombre. Sin embargo,
poco a poco llegué a comprender que estos sentimientos indómitos y antisociales no son los más profundos ni
poderosos (funcionan como capas de defensa) y que la esencia de la personalidad humana es el organismo en sí,
orientado hacia la socialización y la autoconservación.
Momento de concluir.
A partir de lo explicado en el capítulo se puede llegar a la conclusión de que la psicoterapia centrada en el
cliente es un proceso por medio del cual el hombre se convierte en su propio organismo, sin autodecepción ni
distorsión alguna. La terapia parece significar un retorno a la experiencia sensorial y visceral básica.
Antes del tratamiento, la persona suele preguntarse, a menudo inconscientemente: “¿qué debería yo hacer
en esta situación, según los demás?”, “¿qué esperarían mis padres o mi cultura que yo haga?” En consecuencia, el
individuo actúa siempre de acuerdo a pautas, a las opiniones de otros, incluso puede esforzarse por contradecir
expectativas ajenas, pero aun así estaría actuando según esas expectativas. Durante el proceso terapéutico, el
individuo llega a preguntarse “¿cómo experimento esto?”, “¿qué significa para mí?”. Esto se encuentra sobre la base
de un denominado realismo: un equilibrio realista entre las satisfacciones e insatisfacciones que cualquier acto le
producirá.
La persona que realiza su tratamiento terapéutico completa la experiencia común por medio del agregado de
una apercepción (=percepción atenta, clara y consciente; no es mera percepción de estímulos) de su experiencia,
plena y sin distorsiones, incluyendo sus reacciones viscerales y sensoriales. El paciente que disminuye o elimina las
distorsiones puede advertir todo lo que realmente está experimentando y tomar posesión por primera vez de todo el
potencial humano. La persona llega a ser lo que es, como suelen decir los clientes en la terapia. Esto parece significar
que el individuo llega a ser (por su apercepción) lo que es (por su experiencia).
En la terapia el individuo se convierte realmente en un organismo humano, capaz de controlarse, y sus deseos
sufren un irreversible proceso de socialización. Solo queda un hombre libre al que hemos logrado poner en libertad.
Un organismo consciente de las exigencias culturales, pero también de las propias necesidades fisiológicas, de su
delicada y sensible ternura, y al mismo tiempo de su hostilidad hacia otros (una unidad que incluye todos los matices).
Cuando esta capacidad de apercepción propia del hombre puede alcanzar un libre y pleno funcionamiento, el hombre
se vuelve totalmente un hombre. A partir de lo logrado gracias a la apercepción de su experiencia, su conducta es
constructiva.
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ARMENTA MEJÍA J. La terapia centrada en el cliente en un contexto psiquiátrico: del diagnóstico al encuentro con la
persona.
El presente escrito aborda un enfoque centrado en la persona en el tratamiento de personas con psicosis o
que tienen bloqueos en el contacto psicológico.
La actitud fenomenológica.
En la psicoterapia con la persona psicótica esto se vería en la medida en que el terapeuta o facilitador realiza
un acercamiento a la “realidad vivida” de la persona desde el marco de referencia de la persona misma, y no de la
teoría o los instrumentos psicodiagnósticos. Hay que “regresar al cliente” tantas veces como sea necesario, para desde
ahí poder entender la experiencia interna y muchas veces idiosincrásica de la persona. Una actitud fundamental en
esta aproximación fenomenológica sería la comprensión empática. Son fundamentales varios pasos o reglas en el
método fenomenológico:
Epoche: colocar entre paréntesis el conocimiento teórico del significado de los síntomas psicóticos; significa
dudar, para darse cuenta.
Descripción: se trata de permanecer con la experiencia más cercana a lo vivido, sin afán de explicación teórica.
Ecualización: se tratan todos los datos de la experiencia de igual manera, sin establecer un orden jerárquico
en cuanto a cuál es más significativo. Todas las dimensiones son importantes.
La aplicación práctica de este método lleva a recordar varias líneas de acción terapéutica fundamentales:
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Tendencia actualizante y enfermedad mental.
La tendencia actualizante puede ser entendida como un proceso en el cual el organismo busca mejorar,
mantener o actualizar sus potencialidades. Es en un proceso vivencial y entramado en una relación genuina con otro
–en este caso el facilitador– en el que la persona se vinculará nuevamente y tal vez aprenderá nuevas formas de salir
o abandonar su alineación, optando o decidiendo por formas más satisfactorias de relacionarse consigo mismo y con
otros significativos en su ambiente inmediato (Cain y Seeman, 2002).
La preterapia de Prouty.
Prouty establece que la persona que vive una psicosis se encuentra temporalmente fuera de contacto
psicológico con los demás, o que el contacto es deficiente o está bloqueado. Incluso, la misma preterapia puede ser
entendida como una teoría acerca del contacto en sus diferentes dimensiones.
Desde el enfoque fenomenológico, la denominada empatía existencial se aplica por igual a cualquier persona,
y tiene una gran relación con el trabajo terapéutico con clientes que experimentan psicosis o alguna enfermedad
terminal: “la empatía existencial está más allá de la sanación. Es ahí donde la última respuesta es el “estar con” (…) Es
el terapeuta derrotado que finalmente se da cuenta que lo único que tiene para ofrecer es su propia humanidad”.
Ahora bien, la pregunta es cómo el facilitador puede transitar o acompañar existencialmente al otro, desde la
etapa en donde hay un bloqueo en la comunicación o contacto, hasta el encuentro profundo con el otro, con sus
propias potencialidades y su propio proceso de plenitud.
El enfoque de la preterapia no se basa en la clasificación de los síntomas, en la estructura y directividad, ni
mucho menos en una exhaustiva lista de las partes enfermas de la persona, sino, por el contrario, nuevamente busca
establecer un contacto psicológico con la persona y con su mundo interno y particular, para desde ahí reintegrar partes
de la experiencia de vida que por ciertas razones se han invalidado, negado o mantenido fuera de la conciencia. Para
ello, se puede recurrir a algunas técnicas de “contacto”:
Reflejos de contacto.
Se aplican cuando el contacto es insuficiente o está bloqueado, y por ende no se puede empezar un proceso
terapéutico. Este tipo de reflejos son muy literales, concretos y casi minimalistas. Este tipo de reflejos pueden ser de
varios tipos:
Reflejos situacionales (Rs). Es una aproximación a lo que la persona realiza, a la conducta que tiene en determinado
momento o al ambiente inmediato en el que se encuentra entonces. Este tipo de reflejos facilita el contacto con el
mundo o la realidad externa.
Reflejos faciales (Rf). El terapeuta observa la expresión de la persona –sobre todo su cara–, buscando algún tipo de
afecto, aunque sea en un nivel preexpresivo.
Reflejos palabra por palabra (Rpp). En el caso de una persona que experimente esquizofrenia y cuyo vocabulario
contenga muchas frases incoherentes, ensalada de palabras o neologismos, el terapeuta refleja “palabra por palabra”,
recibiendo la comunicación como algo válido.
Reflejos corporales (Rc). Si la persona muestra posturas rígidas o particulares, como puede ser en el caso de la
catatonia, el terapeuta reflejaría verbalmente o a través de su cuerpo la postura de la persona.
Reflejos reiterativos (Rr). Este tipo de reflejo tiene como principio el que, si alguna comunicación empática o reflejo
del facilitador sirvió, se vuelva a aplicar.
Un aspecto importante de este trabajo es que el terapeuta debe sentirse cómodo, aun cuando muchas veces
haya un mínimo progreso, o un progreso que se va construyendo paso a paso. Otra cuestión es que el facilitador debe
sentirse a gusto en una postura existencial de acompañamiento del otro, y no en una postura protagónica por cuya
virtud se le vea como experto, poderoso y en posesión de la verdad sobre la vida del cliente.
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Funciones de contacto
El contacto incipiente y tentativo que se construye en el vínculo interpersonal entre cliente y facilitador tiene
como consecuencia que la persona pueda reintegrar, muchas veces de forma tentativa, el mundo interno
anteriormente disociado o alienado. Algunas de las funciones que tendría este contacto psicológico con un “otro
significativo” serían las siguientes:
Contacto con la realidad. Se describe como un darse cuenta del mundo. Específicamente, de gente, lugares, cosas y
sucesos. Es un proceso de salir de un aislamiento existencial en el cual la persona se introduce cada vez más en su
realidad interna, abandonando el contacto con los demás y con el mundo. Implica también un proceso en el que sale
de su propia alienación o fragmentación y empieza paulatinamente a integrar y a integrarse al mundo cotidiano.
Contacto afectivo. Se describiría como el darse cuenta de las emociones y sentimientos y de los diferentes matices e
intensidades que pueden tener.
Contacto comunicacional. Es la simbolización del contacto con la realidad y con los demás que la persona realiza a
través de su expresión verbal.
EJEMPLO DE CASO:
Cliente: Ven conmigo.
Terapeuta: Ven conmigo (Rpp) [Dorothy me llevó a la esquina del cuarto de día. Estuvimos ahí en silencio por mucho
tiempo. Como no me podía comunicar con ella, observé sus movimientos corporales y traté de reflejarlos].
Cliente: Frío [Dorothy pone su mano en la pared].
Terapeuta: (Rpp/Rc) Frío [Pongo mi mano en la pared y repito la palabra. Dorothy ha tenido sostenida mi mano en
este tiempo, pero cuando hago el reflejo, me aprieta. Ella empieza a decir algo confuso. Yo cuido sólo de reflejar las
palabras que puedo entender. Lo que dice empieza a tener sentido].
Cliente: Ya no sé qué es esto [Toca la pared] [Contacto con la realidad]. Las paredes y las sillas ya no significan nada
[autismo existencial].
Terapeuta: (Rpp-Rc) [Tocando la pared] Ya no sabes qué es esto. Las paredes y las sillas ya no significan nada para
ti.
Cliente: [Dorothy empieza a llorar] [Contacto afectivo] [Después de un rato empieza a hablar nuevamente. Esta vez
con más claridad] [Contacto comunicacional]. No me gusta aquí. Estoy tan cansada... tan cansada.
Terapeuta: (Rpp) [Tocando suavemente su brazo; esta vez fui yo quien apretó su mano e hice el reflejo] Estás
cansada, muy cansada [Dorothy sonrió y me dijo que me sentara en una silla frente a ella mientras me peinaba].
Portner, Prouty y Van Werde (2002) ofrecen las siguientes sugerencias para el trabajo con personas
esquizofrénicas o con algún tipo de psicosis: tratar de responder a la experiencia directa de lo que “está ahí”, lo que
se percibe de manera inmediata, así como de responder al sentido natural o realista cuando éste se encuentre
presente en los clientes. El terapeuta, en este tipo de trabajo terapéutico, necesita observar y escuchar.
La terapia centrada en la persona se puede aplicar al individuo que sufre o vive una psicosis. La preterapia de
Prouty, más que un nuevo método terapéutico, es una extensión y profundización del trabajo rogeriano, pero aplicado
a personas que experimentan un trastorno severo como la psicosis.