Es la tercera persona de la Santísima Trinidad, es el amor del Padre y del Hijo y procede de ambos. Es un misterio tan grande, que desde nuestra experiencia terrenal jamás podremos explicar: ¿Cómo es posible que en un mismo Dios puedan existir a la vez tres personas distintas? (El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo). San Agustín quiso resolver este gran misterio que no cabía en su cabeza y recibió una luz enorme que le dijo: “No, tú no puedes resolver este misterio en la tierra”. Cuando lleguemos al cielo, cuando lo veamos tal cual es; dijo San Pablo: “Cuando lo veamos cara a cara y seamos iluminados completamente con su luz entenderemos tantas cosas”. Poe ahora solo diremos que es un misterio, un misterio de la Fe.
El Espíritu Santo recibe con el Padre y el Hijo la misma adoración y gloria.
Recordemos que en la última cena Jesús dijo: “Tú y yo somos uno, el Padre y el Hijo”, apóstoles lo estaban viendo ahí, de carne y hueso; algo que hoy para nosotros es normal, pues llevamos dos mil años de cristianismo, pero imaginémonos en la escena de esa última cena hace dos mil años y que Jesús nos diga: “El Padre, el que nos sacó de Egipto, el Creador de todo, el de la Biblia, ese Dios todo poderoso y omnipotente y Yo, que estoy compartiendo con ustedes, que me están viendo de carne y hueso, somos uno solo, somos el mismo. No cabe duda que los apóstoles ese día, en esa cena tuvieron que recibir una gracia, pues estaba ahí la gracia misma; tuvieron que recibir algún tipo de iluminación para que ninguno se levantara y saliera. Claro que llevaban tres años con Él, habían visto muchos milagros, pero lo consideraban como un enviado, como un hijo de Dios vivo, y escucharle decir: “El Padre y Yo somos el mismo”, y luego escucharle decir “Yo les enviaré a mi espíritu” debió ser algo muy confuso para ellos. El Espíritu Santo tiene la misión divina de santificar y conducir a la iglesia; al Padre seguimos sin verlo, a Jesús lo vemos bajo el velo de la Fe todos los días en la Eucaristía, nos lo encontramos detrás del sacerdote en el sacramento de la confesión y en todos los sacramentos; pero el que ilumina nuestras mentes, el que nos da la fuerza por medio de sus dones y sus frutos de los cuales ya hablaremos, el santificador, es el Espíritu Santo. Dios nos creó, Jesús vino a ser el modelo a seguir: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; la resurrección y la vida, nadie va al Padre si no es por Mí”. Pero podeos ver que Jesús se va al cielo y dice: “Les conviene que me vaya, si no, no vendría el Espíritu Santo y es Él quien los llevará a la verdad perfecta”. Es el Espíritu santo el que hace que los sacerdotes, los misioneros, los padres y madres de familia hablar: “No se preocupen por lo que tendrán que responder, el espíritu santo les dirá, les enseñará, pondrá las palabras en su boca. El espíritu santo asesora de manera especial al Santo Papa, sucesor de San Pedro, quien fuera el primer Papa siendo un humilde pescador que no tenía formación escolar alguna y que fue conociendo poco a poco a Jesús, pero que a partir del día de Pentecostés se convierte al igual que los otros apóstoles no solamente en predicador, pues predicadores podemos ser todos, en un personaje erudito, elocuente, conocedor de la moral cristiana y poseedor de la certeza del amor de y a Dios nuestro señor, y poseedor de la gracia de Dios, la cual no permite que nos equivoquemos.
El Espíritu Santo lo recibimos en nuestro bautismo y desde ese momento
habita en nosotros, acaso no han escuchado de San Pablo que “Nuestros cuerpos son Templos del Espíritu Santo el cual habita en nosotros”. Y el día del sacramento de la confirmación aceptamos por voluntad propia ser apóstoles y testigos de Cristo mediante la acción del Espíritu Santo que nos llevará hacia Jesús y luego con Jesús nos llevará al Padre.
Todo esto es el Espíritu Santo, y logra sus propósitos en nosotros
mediante los dones que nos da: • SABIDURÍA: Nos permite entender, experimentar y saborear las cosas divinas, para poder juzgarlas rectamente, sin perjudicar el proyecto de Dios, saber que es lo mejor, que debemos hacer. • ENTENDIMIENTO: Por él, nuestra inteligencia se hace apta para entender intuitivamente las verdades reveladas y las naturales de acuerdo al fin sobrenatural que tienen. Nos ayuda a entender el porqué de las cosas que nos manda Dios, para acrecentar nuestra Fe. • CIENCIA: Hace capaz a nuestra inteligencia de juzgar rectamente las cosas creadas de acuerdo con su fin sobrenatural. Nos ayuda a pensar bien y a entender con fe las cosas del mundo. Pero este conocimiento no viene con la ciencia del mundo terrenal, sino con la ciencia de Dios, que es la verdadera ciencia. • CONSEJO: Permite que el alma intuya rectamente lo que debe de hacer en una circunstancia determinada. Nos ayuda a ser buenos consejeros de los demás, guiándolos por el camino del bien. • FORTALEZA: Fortalece al alma para practicar toda clase de virtudes heroicas con invencible confianza en superar los mayores peligros o dificultades que puedan surgir. Nos ayuda a no caer en las tentaciones que nos ponga el demonio. No es fácil: “La paz les dejo, Mí paz les doy, no la paz que el mundo les da sino la mía”. “En el mundo encontrareis dificultades, pero ánimo, yo he vencido al mundo” • PIEDAD: Nos permite estar abiertos a la voluntad de dios, actuando como Jesús. Es un regalo que le da Dios al alma para ayudarle a amar a Dios como Padre y a los hombres como hermanos, ayudándolos y respetándolos. Soy un hombre piadoso cuando me apego a lo que Jesús haría: “Sed mansos y humildes como yo lo soy”. “Yo he venido a servir, no a ser servido”. “El que me ama a Mí, cumple la voluntad del Padre”. • TEMOR DE DIOS: Le da al alma la docilidad para apartarse del pecado por temor a disgustar a Dios que es su supremo bien. Nos ayuda a respetar a Dios, a darle su lugar como la persona más importante y buena del mundo, a nunca decir nada contra Él, a ser completamente sumisos a su voluntad. El autentico temor de Dios no es tenerle miedo a Dios, es tener miedo de ofender a Dios, de apartarse de Él.
Los doce frutos del Espíritu Santo en Pentecostés
Los dones son regalos de Dios y sólo con nuestro esfuerzo no podemos hacer que crezcan o se desarrollen. Necesitan de la acción directa del Espíritu Santo para poder actuar con ellos y así producir sus frutos, que son: 1º AMOR: Es el primero de los frutos del Espíritu Santo, fundamento y raíz de todos los demás. Siendo El, la infinita caridad, o sea, el Amor Infinito, es lógico que comunique al alma su llama, haciéndole amar a Dios con todo el corazón, con todas las fuerzas y con toda la mente y al prójimo por amor a Dios. Donde falta este amor no puede encontrarse ninguna acción sobrenatural, ningún mérito para la vida eterna, ninguna verdadera y completa felicidad. Es lógico, también, que la caridad sea un dulcísimo fruto, porque el amor de Dios, es alcanzar el propio fin en la tierra y es el principio de esta unión en la eternidad. 2º ALEGRÍA: Es el fruto que emana espontáneamente de la caridad, como el perfume de la flor, la luz del sol, el calor del fuego, da al alma un gozo profundo, producto de la satisfacción que se tiene de la victoria lograda sobre sí mismo, y del haber hecho el bien. Esta alegría no se apaga en las tribulaciones crece por medio de ellas. Es alegría desbordada. 3º P A Z: La verdadera alegría lleva en sí la paz que es su perfección, porque supone y garantiza el tranquilo goce del objeto amado. El objeto amado, por excelencia, no puede ser otro sino Dios, y de ahí, la paz es la tranquila seguridad de poseerlo y estar en su gracia. Esta es la paz del Señor, que supera todo sentido, como dice San Pablo (Fil. 4,7) pues es una alegría que supera todo goce fundado en la carne o en las cosas materiales, y para obtenerla debemos inmolar todo a Dios. 4º PACIENCIA: Siendo la vida una permanente lucha contra enemigos, visibles e invisibles y contra las fuerzas del mundo y del infierno, es necesaria mucha paciencia para superar las turbaciones que estas luchas producen en nosotros, y para encontrarnos en armonía con las criaturas con que tratamos, de diferente carácter, educación, aspiraciones y a menudo dominadas por ideas fijas de todo tipo. 5º LONGANIMIDAD: Este fruto del Espíritu Santo, confiere al alma una amplitud de vista y de generosidad, por las cuales, ésta saber esperar la hora de la Divina Providencia, cuando ve que se retrasa el cumplimiento de sus designios y sabe tener bondad y paciencia con el prójimo, sin cansarse por su resistencia y su oposición. Longanimidad es lo mismo que gran coraje, y gran ánimo en las dificultades que se oponen al bien, es un ánimo sobrenaturalmente grande en concebir y ejecutar las obras de la verdad. 6º BENIGNIDAD: Es disposición constante a la indulgencia y a la afabilidad en el hablar, en el responder y en el actuar. Se puede ser bueno sin ser benigno teniendo un trato rudo y áspero con los demás; la benignidad vuelve sociable y dulce en las palabras y en el trato, a pesar de la rudeza y aspereza de los demás. Es una gran señal de la santidad de un alma y de la acción en ella del Espíritu Santo. 7º BONDAD: Es el afecto que se tiene en beneficiar al prójimo. Es como el fruto de la benignidad para quien sufre y necesita ayuda. La bondad, efecto de la unión del alma con Dios, bondad infinita, infunde el espíritu cristiano sobre el prójimo, haciendo el bien y sanando a imitación de Jesucristo. 8º MANSEDUMBRE: La mansedumbre se opone a la ira y al rencor, se opone a la ira que quiere imponerse a los demás; se opone al rencor que quiere vengarse por las ofensas recibidas. La mansedumbre hace al cristiano paloma sin hiel, cordero sin ira, dulzura en las palabras y en el trato frente a la prepotencia de los demás. 9º FIDELIDAD: Mantener la palabra dada, ser puntuales en los compromisos y horarios, es virtud que glorifica a Dios que es verdad. Quién promete sin cumplir, quien fija hora para un encuentro y llega tarde, quien es cortés delante de una persona y luego la desprecia a sus espaldas, falta a la sencillez de la paloma, sugerida por Jesucristo e induce a los demás a la incertidumbre en las relaciones sociales. 10º MODESTIA: La modestia, como lo dice su nombre, pone el modo, es decir, regula la manera apropiada y conveniente, en el vestir, en el hablar, en el caminar, en el reír, en el jugar. Como reflejo de la calma interior, mantiene nuestros ojos para que no se fijen en cosas vulgares e indecorosas, reflejando en ellos la pureza del alma, armoniza nuestros labios uniendo a la sonrisa la simplicidad y la caridad, excluyendo de todo ello lo áspero y mal educado. 11º CONTINENCIA: La continencia mantiene el orden en el interior del hombre, y como indica su nombre, contiene en los justos límites la concupiscencia, no sólo en lo que atañe a los placeres sensuales, sino también en lo que concierne al comer, al beber, al dormir, al divertirse y en los otros placeres de la vida material. La satisfacción de todos estos instintos que asemejan al hombre a los animales, es ordenada por la continencia que tiene como fin energía, el amor a Dios. 12º CASTIDAD: La castidad es la victoria conseguida sobre la carne y que hace del cristiano templo vivo del Espíritu Santo. El alma casta, ya sea virgen o casada [porque también existe la castidad conyugal, en el perfecto orden y empleo del matrimonio] reina sobre su cuerpo, en gran paz y siente en ella, la inefable alegría de la íntima amistad de Dios, habiendo dicho Jesús: Felices los limpios de corazón, porque verán a Dios. Con la gracia de Dios.