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Pestolazzi De los cuatrocientos nifios recluidos en el reformatorio, a decir verdad, muy pocos eran de mi agrado. Esta circunstancia, sin embargo, no fue un obstéculo para que yo siguiese dando clase y desempefiando mi funcién de maestro como si me hubiese ccurrido lo contrario. ‘Tampoco era de mi agrado el sistema celular del estableci- miento y, no obstante, permaneci alli adentro, encerrado y deprimido, cerca de un af. Fl personal docente era sencillamente deplorable. La direc- ccién, empero, creo que le mataba el punto. El director, como persona, parecia una persona excelente. Mas, como director, resultaba lo que se dice una calamidad pedagégica. Con la ense- fianza rligiosa ocurria algo més sensible atin. El catecismo obli- gatorio llegé a ser una carga tan pesada para el alumnado que, tuna vez, un tal Pulgarin organizé una banda de incendiarios en 4a Villa IV con el propésito de pegarle fuego a la iglesia. Gracias a.un celador que descubrié a tiempo el complot que se tramaba, la cremacién no se Ilevé a cabo, pero, desde entonces, el padre Lucas se resistié a dar instruccién eligiosa, una vez por semana como le correspondia, el rebafio de la colonia perdi a uno de sus pastores mis eficientes, merced a la autoridad que le prestaba su sagrada investidura. Del total de los asilados, repartidos en randas de cuarenta por las aulas, a mi, desgraciadamente, me tocaron las cuatro decenas eores. Mi clase era, sin disput, la més singular de todas. La més impresionante, también, Estaba alli, representado en miniatura, todo lo mds raro y espantoso que produce la especie humana, Quien més, quien menos, era.a mi juicio lo que vulgarmente se denomina “un fenémeno”. O si no lo era, se le aproximaba bastante. Desde Mandinga, que tenia un par de orejas de burro, Oe 88 Ellas Castelnuovo hasta Guitarrita, que padecia una encefalitis letérgica, habia en mi aula una coleccidn tremenda de chiribaculos y degenerados. Habla, por ejemplo, un negro altisimo y alfefique, con un ceeineo microscépico, a quicn, a raiz de una trepanacién, se le descubrié al cabo que tenfa el cerebro completamente podrido. Hiabia, ademds, un rengo sinvergiienza y pederasta y un gordito relajado que le servia de compafero o de compafiera. También habfa un idiota de verdad y cuatro 0 cinco babosos auténti- cos. No incluyo en la lista a los rartamudos nj a los retardados, supvesto que eran los més imtligentes de la clase. Por Gltimo, venia el celador que los cuidaba, cuyas orejasrivalizaban en pro- porcién con las de Mandinga, quien se paraba rigidamente en el umbral de la puerta mientras duraba el curso y de alli no se movia hasta que no sonaba la campana, De rato en rato se con gestionaba todo, sin variar de compostur, le dtigfa una mirada perruna 2 cualquier chico que meciera ruido y le grtaba: iA ves, pafiocal ;Cerré el cuajo, revontral ‘Como los nitios se asociaban entre sf no segiin sus cualidades sino segin sus vicios, a mi clase vino a parar una banda de ladro- nes, todos ellos prontuariados, algunos de los cuales contaban ya con dier entradas en la polic ‘Cada banda disponia de un jefe y efectuaba sus reuniones ordinariamente al aire libre. A veces, se aprovechaba Ia licencia del recreo para realizar en el aula sin permiso previo una que fotra asamblea de caricter secreto. El caudillo de mi banda se llamaba Pulgarin y era el mismo que capitaneé transitoriamente a los incendiarios para reducir a cenizas los efectos de la iglesia. ‘Aunque su profesion reconocida era la de ratero, desempetiaba, eventualmente, cualquier oficio que se relacionase con la delin- ‘euencia. Su facha inconfundible de mafioso presidia siempre toda reunién donde se gestase alguna fechoria. Peto, debo hacer una salvedad: habfa también en mi clase un filésofo. lavas 89 En medio de tanta desolacién espiritual, surgia en toda su trd- gica belleza, como entre la podredumbre negra de un pantano, esta flor blanca de la inteligencia humana. Solo que, a pesar de su condici6n, o precisamente por ella, tampoco este nifio era de mi agrado. Al contrario: me disgustaba més que el resto. Si Frcitis ‘me afligia porque pensaba poco, Pestolazzi, que ast se lamaba ‘mi fil6sofo, me afligla, en cambio, porque pensaba demasiado. Al principio, me aturdia con sus preguntas como el direc~ tor con sus discursos. No solo mientras transcurtia Ia clase sino cuando la clase habfa ya terminado. Suprimfa sistemdticamente los requisitos convencionales y pasaba por encima de la hora de comer y hasta por encima de la hora de dormir. A toda hora me consultaba. A veces, me perseguia. Otras veces, me esperaba a ba salida del comedor o a la vuelta de una villa, cuando no me acechaba dertrés de una vagoneta o me salia repentinamente de entre los arboles del vivero como una aparicién. Primero, lo hacia a cara limpia. Después, se embozaba. Finalmente, procedia por la espalda y me agarraba del saco. ¥ siempre me planteaba un Interrogante para que yo se lo resolviese. No rogaba o inquirla. No. Me emplazaba. Se dirigia 2 mi como si yo hubiese sido el autor del misterio que le curbabs el juicio. Su interrogatorio, afortunadamente, constaba tan solo de cuatro ineégnitas. A saber: Primera: ¢Cémo? Segunda: Por qué? Tercera: (Cuindo? Cuarta: Donde? De modo que si yo le resolvia la primera, me confiaba la segunda, y si le resolvia la segunda, la tercera o la cuarta, y si le resolvia la cuarta o la tercera, me planteaba de nuevo la primera la segunda, metiéndome a la postre en un laberinto dialéetico del cual no lograba jams salir airoso. Pestolazzi no era su verdadero nombre, Era un sobrenombre Frititis Era raquitico y esmirriado. Su cabeza grandota se sostenia a duras penas sobre los cuatro palos de su esqueleto, Una pardlisis infantil le afeccaba la mitad del cuerpo, dividiéndolo en dos partes asimétricas, cada una de las cuales, al andar, tiraba después por su lado. Un brazo, el dere- cho, le colgaba del hombro durante la marcha como una percha, ‘en tanto que el otro se contraia enérgicamente para no seguir el ‘compas veleidoso de su pata estevada, Sin legar a la imbecilidad de Moto, sivalizaba con él a menudo en cualquier prueba donde se requiriese el concurso dela inteligencia. Mientras permanecta serio y quieto, su estupider ingénia no se evidenciaba mayor- mente. Pero, en cuanto se movia o se echaba a reir su estupiden se ponia de manifesto ocupando el sitio que por ley le corres- pondfa, Abarcaba toda su persona. A pesar de ser como era, insipido, tarado y alfefique, solia ‘mofarse ruidosamente de cualquiera que ofreciese caracteristicas similares 0 equivalentes a las tuyas, de mala conformacién fisica © de mala conformacién psicolégica. Asi, por ejemplo, siempre «que tropezaba con un tuerto, largaba una carcajada de asombro, al tiempo que decia: iy, Dios! ;Es tuerto! En seguida abria tamafia boca y se encaraba con el desdichado. ~jChe, infeliz! “le gritaba-. gNo ves que sos euerto? :Eh? Sil otco no concestaba, Fritiis, insist: iA vos ce hablo! (Che, tuerto virola!

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